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¡Pero ahora deja de llorar, sé una buena chica! —¡No puedo! —sollozó Valeria—. ¡Me he acostumbrado! Sophie miraba la habitación con creciente extra...

¡Pero ahora deja de llorar, sé una buena chica! —¡No puedo! —sollozó Valeria—. ¡Me he acostumbrado! Sophie miraba la habitación con creciente extrañeza: —¡Este es nuestro armario de limpieza! ¡De verdad! Abdullah no pudo prestarle atención porque Flor-en-la-noche estaba bastante cerca, llamando suavemente: «¡Beatrice!». La princesa Beatrice la oyó y salió de repente de entre la muchedumbre. —¿Y bien? —dijo—. Lo has hecho. Perfecto. Esos demonios no saben lo que les espera contigo, Flor. Las cosas irán maravillosamente si ese hombre acepta. —En este punto ella descubrió a Sophie y a Abdullah—. ¿De donde habéis salido vosotros? Flor-en-la-noche se giró. Por un momento, cuando vio a Abdullah, apareció en su cara todo lo que él había deseado: reconocimiento, deleite, amor y orgullo. «¡Sabía que vendrías a rescatarme!», decían sus grandes ojos oscuros. Después, para dolor y perplejidad de Abdullah, todo desapareció. Su rostro se mostró inexpresivo y educado. Hizo una reverencia cortés. —Este es el príncipe Abdullah de Zanzib —dijo ella—, pero no conozco a la dama. El comportamiento de Flor-en-la-noche sacó a Abdullah de su estupor. Estaría celosa de Sophie, pensó. Él también hizo una reverencia y se apresuró a explicar: —Esta dama, oh, perlas de las muchas diademas de un rey, es la esposa del mago real Howl y viene en busca de su niño. La princesa Beatrice giró su entusiasmada y estropeada cara hacia Sophie. —¡Oh, es tu bebé! —dijo—. ¿Está Howl contigo, por casualidad? —No —dijo Sophie tristemente—. Esperaba que estuviera aquí. —No hay rastro de él, me temo —dijo la princesa Beatrice—. Una pena, habría sido útil, a pesar de que ayudó a conquistar mi país. Pero tenemos a tu bebé, ven por aquí. La princesa Beatrice la condujo a la parte de atrás de la habitación, más allá del grupo de princesas que intentaba consolar a Valeria. Puesto que Flor-en-la-noche fue con ellas, Abdullah las siguió. Para su creciente angustia, Flor-en-la-noche apenas lo miraba, sólo inclinaba su cabeza educadamente ante cada princesa junto a la que pasaban. —La princesa de Alberia —dijo formalmente—. La princesa de Farqtan. La dama heredera de Thayack. Esta es la princesa de Peichstan y, junto a ella, la sin-par de Inhico. Tras ella ves a la damisela de Dorimynde. Así pues, si no eran celos, ¿qué era?, se preguntó tristemente Abdullah. En la parte trasera de la habitación, había un gran banco con cojines. —¡Mi estante de los retales! —Gruñó Sophie. Tres princesas se sentaban en el banco. La princesa mayor que había visto antes, una princesa abultada envuelta en un abrigo y la diminuta princesa amarilla sentada entre ambas. Los brazos como ramitas de la princesa menuda envolvían el cuerpo regordete y rosa de Morgan. —Ella es, según podemos pronunciarlo, la alta princesa de Tsapfan — dijo Flor-en-la-noche formalmente—. A su derecha está la princesa de High Norland. A su izquierda, la jharín de Jham. La diminuta princesa de Tsapfan parecía una niña con una muñeca demasiado grande, pero alimentaba a Morgan con un gran biberón, de la manera más experta y experimentada. —Está bien con ella —dijo la princesa Beatrice—. Y también ha sido bueno para ella, ha dejado de estar deprimida. Dice que tuvo catorce bebés. La pequeña princesa les miró con una sonrisa tímida. —Tódoz chícoz —dijo con una pequeña, ceceante voz. Los pies y manos de Morgan se movían, abriéndose y cerrándose. Era el retrato de un bebé satisfecho. Sophie se quedó mirándolo fijamente un momento. —¿Dónde consiguió esa botella? —preguntó como si temiera que pudiera estar envenenada. La diminuta princesa miró de nuevo. Sonrió y señaló con un dedo minúsculo. —No habla muy bien nuestro idioma —explicó la princesa Beatrice—. Pero ese genio parece entenderla. El dedo de ramita de la princesa apuntaba al suelo junto al banco. Allí, debajo de su pequeño pie que colgaba en el aire, había una familiar botella malva azulada. Abdullah se lanzó a por ella. Y también se lanzó a la vez la abultada jharín de Jham, con una mano inesperadamente enorme y fuerte. —¡Déjalo! —El genio aulló desde dentro mientras se peleaban por él—. ¡No voy a salir! Esos demonios seguro que me matan esta vez. Abdullah agarró la botella con ambas manos y tiró. El tirón hizo que el abrigo que tapaba a la jharín se cayera. Abdullah se encontró mirando unos ojos azules en una arrugada cara, dentro de un matojo de pelo grisoso. El rostro del soldado guiñó inocentemente, le dedicó una avergonzada sonrisa y soltó la botella. —¡Tú! —dijo Abdullah indignado. —Uno de mis leales súbditos —explicó la princesa Beatrice—. Apareció para rescatarme. Bastante torpemente, por cierto. Tuvimos que ocultarlo. Sophie apartó a Abdullah y a la princesa Beatrice. —¡Dejadme que lo agarre! —dijo. En el que un soldado, un cocinero y un vendedor de alfombras fijan todos su precio Durante un instante, el ruido fue tan ensordecedor que ahogó por completo el escándalo de la princesa Valeria. Casi todo el ruido lo hacía Sophie, que empezó con palabras suaves como ladrón y mentiroso y llegó a acusar a gritos al soldado de crímenes que Abdullah no había oído jamás y que quizá el soldado no había pensado nunca cometer. Al escuchar a Sophie, Abdullah consideró que el sonido de engranajes metálicos que solía hacer como Medianoche era más agradable que el que estaba haciendo ahora. Pero el soldado también hacía algo de ruido. Con una rodilla en el suelo y ambas manos delante de su cara, gritaba cada vez más y más alto: «¡Medianoche, quiero decir, señora! ¡Deja que me explique! ¡Medianoche, esto…, señora!». Al tiempo, la princesa Beatrice seguía añadiendo con voz áspera: «¡No, déjame explicarlo!». Y varias princesas se sumaron al clamor gritando «¡Oh, por favor callaos o los demonios nos oirán!». Abdullah intentó detener a Sophie agitando su brazo de modo suplicante. Pero con toda probabilidad, Sophie habría seguido gritando, pese a todo, de no ser por Morgan que sacó su boca del biberón, miró alrededor con angustia y empezó a llorar también. Entonces Sophie cerró la boca con un chasquido y después la abrió para decir: «Está bien. Explícate». En la relativa y reciente tranquilidad, la princesa diminuta calmó a Morgan y se puso de nuevo a alimentarlo. —Yo no pretendía traerme al bebé —dijo el soldado. era el palacio más cercano aparte de Zahzib —afirmó el genio. Abdullah estaba tan encantado de ver a salvo a su viejo amigo que no discutió con el genio. Empujó a diez princesas al pasar, olvidando por completo sus maneras, y agarró a Jamal de la mano. —¡Amigo mío! El ojo de Jamal le miró. Se le escapó una lágrima mientras a su vez retorcía con fuerza la mano de Abdullah. —¡Estás a salvo! —dijo. El perro de Jamal botó sobre sus patas traseras y colocó sus patas delanteras en el estómago de Abdullah, jadeando amigablemente. Un familiar aliento a calamares llenó el aire. Y Valeria de repente empezó a llorar de nuevo. —¡No quiero a ese perrito! ¡HUELE MAL! —¡Oh, calla! —dijeron al menos seis princesas—. Finge, querida, finge, necesitamos la ayuda del hombre. —¡NO… QUIERO! —gritó la princesa Valeria. Sophie se apartó un momento de donde estaba, esto es, inclinada con ojo crítico sobre la princesa diminuta, y se dirigió hacia Valeria. —Déjalo ya, Valeria —dijo—. Me recuerdas, ¿no? Quedó claro que Valeria la recordaba. Corrió hacia ella y rodeó con sus brazos las piernas de Sophie y rompió a llorar con lágrimas mucho más auténticas. —¡Sophie, Sophie! ¡Llévame a casa! Sophie se sentó en el suelo y la abrazó. —Ya está, ya está. Por supuesto que te llevaremos a casa. Sólo tenemos que organizarlo todo primero. Esto es muy raro —comentó a

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2 El castillo en el aire - Diana Wynne Jones
212 pag.

Engenharia Civil Universidad del ZuliaUniversidad del Zulia

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