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Ella, decía, no creía en Dios ni en nada que no vieran sus ojos. Si hubiera hecho milagros como los santos, creería en Él. Pero no ha hecho nada, n...

Ella, decía, no creía en Dios ni en nada que no vieran sus ojos. Si hubiera hecho milagros como los santos, creería en Él. Pero no ha hecho nada, ni una miserable cagalera. Ahora ya he contado lo que pasó, y puedo por fin alcanzar mi merecido descanso en paz, pues aquello que ha sido olvidado no lo será más, porque sé que vosotros, que me escucháis, sí lo vais a recordar siempre. Lo sé porque se lo he pedido a un santo. Moncofa, 22 de marzo de 2002 vacío era inexplicable, y le pareció evidente que tendría que reponerlas todas. Y así comenzó a leer como cuando era un chiquillo que devoraba libros a docenas. Su cabeza fue un fluir de vocablos de todo sentido e intención, de colores y objetos, de formas y sentimientos, barajados todos ellos con sus infinitas combinaciones. Días más tarde volvió a sentarse ante sus hojas vírgenes, dispuestas, y comenzó a escribir una de las obras más grandes que un ser humano podría concebir. Pasó horas de desvelo con la asombrosa historia de una familia cuya estirpe estaba condenada, y cuya condena estaba escrita. El patriarca era un genio como la humanidad no osaría imaginar, y como tal pagó el precio de su lucidez. La matriarca fue piedra angular de la casa, y por tanto de sus vidas; su muerte inició la decadencia. Así, en horas de arrebatada inspiración, entre alfombras voladoras, guerras desesperadas, odios y amores mortales, y niños con cola de cerdo, forjó la esencia del carácter humano, y lo hizo tan magistralmente que pensó que todas las personas eran sus personajes, pues había creado todos los actores posibles, reflejados de la misma esencia de la condición humana. Tras el punto final durmió durante muchos días, soñando siempre con la última genial página del libro, contenedora de su secreto y ejecutora de encriptadas profecías. Deleitándose en su apocalipsis, no fue hasta el despertar cuando comprendió que había vuelto a escribir aquel libro que le había devuelto el lenguaje. Lloró de rabia, destruyó con sus propias manos su obra, que no era suya. Pero un pensamiento se abrió paso entre su desesperación: si aquella genial novela le había devuelto la voz para reescribirla, la lectura de muchas obras maestras le permitiría crear obras nuevas, hijas mestizas de las leídas, y tan geniales y originales como aquéllas. Así, se volvió a encerrar meses enteros, olvidando los límites del día y la noche, presa de su pasión. Tras aquel febril proceso volvió a coger la pluma. Vio en su delirio un mundo fantástico, completamente ajeno al suyo; original y nacido de él a un tiempo. En aquel universo también se batallaba una guerra desesperada, pero era eterna. Claro que... en cierto modo también lo había sido la otra. Muchas razas se aniquilaban por una joya maldita; unas ansiaban destruirla, otras su posesión. Jamás nadie había representado tan épica

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