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uso en breve y, volviéndose hacia Elizabeth, dijo: ––La interrupción de sir William me ha hecho olvidar de qué estábamos hablando. ––Creo que n...

uso en breve y, volviéndose hacia Elizabeth, dijo:

––La interrupción de sir William me ha hecho olvidar de qué estábamos hablando.

––Creo que no estábamos hablando. Sir William no podría haber interrumpido a otra pareja en todo el salón que tuviesen menos que decirse el uno al otro. Ya hemos probado con dos o tres temas sin éxito. No tengo ni idea de qué podemos hablar ahora.

––¿Qué piensa de los libros? ––le preguntó él sonriendo.

––¡Los libros! ¡Oh, no! Estoy segura de que no leemos nunca los mismos o, por lo menos, no sacamos las mismas impresiones.

––Lamento que piense eso;, pero si así fuera, de cualquier modo, no nos faltaría tema. Podemos comprobar nuestras diversas opiniones.

––No, no puedo hablar de libros en un salón de baile. Tengo la cabeza ocupada con otras cosas.

––En estos lugares no piensa nada más que en el presente, ¿verdad? ––dijo él con una mirada de duda.

––Sí, siempre ––contestó ella sin saber lo que decía, pues se le había ido el pensamiento a otra parte, según demostró al exclamar repentinamente––: Recuerdo haberle oído decir en una ocasión que usted raramente perdonaba; que cuando había concebido un resentimiento, le era imposible aplacarlo. Supongo, por lo tanto, que será muy cauto en concebir resentimientos...

––Efectivamente ––contestó Darcy con voz firme. ––¿Y no se deja cegar alguna vez por los prejuicios? ––Espero que no.

––Los que no cambian nunca de opinión deben cerciorarse bien antes de juzgar.

––¿Puedo preguntarle cuál es la intención de estas preguntas?

––Conocer su carácter, sencillamente ––dijo Elizabeth, tratando de encubrir su seriedad––. Estoy intentando descifrarlo.

––¿Y a qué conclusiones ha llegado?

––A ninguna ––dijo meneando la cabeza––. He oído cosas tan diferentes de usted, que no consigo aclararme.

––Reconozco ––contestó él con gravedad–– que las opiniones acerca de mí pueden ser muy diversas; y desearía, señorita Bennet, que no esbozase mi carácter en este momento, porque tengo razones para temer que el resultado no reflejaría la verdad.

––Pero si no lo hago ahora, puede que no tenga otra oportunidad.

––De ningún modo desearía impedir cualquier satisfacción suya ––repuso él fríamente.

Austen,Jane: Orgullo y Prejuicio

Elizabeth no habló más, y terminado el baile, se separaron en silencio, los dos insatisfechos, aunque en distinto grado, pues en el corazón de Darcy había un poderoso sentimiento de tolerancia hacia ella, lo que hizo que pronto la perdonara y concentrase toda su ira contra otro.

No hacía mucho que se habían separado, cuando la señorita Bingley se acercó a Elizabeth y con una expresión de amabilidad y desdén a la vez, le dijo:

––Así que, señorita Eliza, está usted encantada con el señor Wickham. Me he enterado por su hermana que me ha hablado de él y me ha hecho mil preguntas. Me parece que ese joven se olvidó de contarle, entre muchas otras cosas, que es el hijo del viejo Wickham, el último administrador del señor Darcy. Déjeme que le aconseje, como amiga, que no se fíe demasiado de todo lo que le cuente, porque eso de que el señor Darcy le trató mal es completamente falso; por el contrario, siempre ha sido extraordinariamente amable con él, aunque George Wickham se ha portado con el señor Darcy de la manera más infame. No conozco los pormenores, pero sé muy bien que el señor Darcy no es de ningún modo el culpable, que no puede soportar ni oír el nombre de George Wickham y que, aunque mi hermano consideró que no podía evitar incluirlo en la lista de oficiales invitados, él se alegró enormemente de ver que él mismo se había apartado de su camino. El mero hecho de que haya venido aquí al campo es una verdadera insolencia, y no logro entender cómo se ha atrevido a hacerlo. La compadezco, señorita Eliza, por este descubrimiento de la culpabilidad de su favorito; pero en realidad,

teniendo en cuenta su origen, no se podía esperar nada mejor.

––Su culpabilidad y su origen parece que son para usted una misma cosa ––le dijo Elizabeth encolerizada––; porque de lo peor que le he oído acusarle es de ser hijo del administrador del señor Darcy, y de eso, puedo asegurárselo, ya me había informado él.

––Le ruego que me disculpe ––replicó la señorita Bingley, dándose la vuelta con desprecio––.

Perdone mi entrometimiento; fue con la mejor intención.

«¡Insolente! ––dijo Elizabeth para sí––. Estás muy equivocada si piensas que influirás en mí con tan mezquino ataque. No veo en él más que tu terca ignorancia y la malicia de Darcy.»

Entonces miró a su hermana mayor que se había arriesgado a interrogar a Bingley sobre el mismo asunto. Jane le devolvió la mirada con una sonrisa tan dulce, con una expresión de felicidad y de tanta satisfacción que indicaban claramente que estaba muy contenta de lo ocurrido durante la velada. Elizabeth leyó al instante sus sentimientos; y en un momento toda la solicitud hacia Wickham, su odio contra los enemigos de éste, y todo lo demás desaparecieron ante la esperanza de que Jane se hallase en el mejor camino hacia su felicidad.

––Quiero saber ––dijo Elizabeth tan sonriente como su hermana–– lo que has oído decir del señor Wickham. Pero quizá has estado demasiado ocupada con cosas más agradables para pensar en una tercera persona... Si así ha sido, puedes estar segura de que te perdono.

––No ––contestó Jane––, no me he olvidado de él, pero no tengo nada grato que contarte. El señor Bingley no conoce toda la historia e ignora las circunstancias que tanto ha ofendido al señor Darcy, pero responde de la buena conducta, de la integridad y de la honradez de su amigo, y está firmemente convencido de que el señor Wickham ha recibido más atenciones del señor Darcy de las que ha merecido; y siento decir que, según el señor Bingley y su hermana, el señor Wickham dista mucho de ser un joven respetable. Me temo que haya sido imprudente y que tenga bien merecido el

haber perdido la consideración del señor Darcy.

––¿El señor Bingley no conoce personalmente al señor Wickham?

––No, no lo había visto nunca antes del otro día en Meryton.

––De modo que lo que sabe es lo que el señor Darcy le ha contado. Estoy satisfecha. ¿Y qué dice de la rectoría?

––No recuerda exactamente cómo fue, aunque se lo ha oído contar a su amigo más de una vez; pero cree que le fue legada sólo condicionalmente.

––No pongo en duda la sinceridad del señor Bingley ––dijo Elizabeth acaloradamente––, pero perdona que no me convenzan sus afirmaciones. Hace muy bien en defender a su amigo; pero como desconoce algunas partes de la historia y lo único que sabe se lo ha dicho él, seguiré pensando de los dos caballeros lo mismo que pensaba antes.

Dicho esto, ambas hermanas iniciaron otra conversación mucho más grata para las dos. Elizabeth oyó encantada las felices aunque modestas esperanzas que Jane abrigaba respecto a Bingley, y le dijo todo lo que pudo para alentar su confianza. Al unírseles el señor Bingley, Elizabeth se retiró y se fue a hablar con la señorita Lucas que le preguntó si le había agradado su última pareja. Elizabeth casi no tuvo tiempo para contestar, porque allí se les presentó Collins, diciéndoles entusiasmado que había tenido la suerte de hacer un descubrimiento importantísimo.

––He sabido ––dijo––, por una singular casualidad, que está en este salón un pariente cercano de mi protectora. He tenido el gusto de oír cómo el mismo caballero mencionaba a la dama que hace los honores de esta casa los nombres de su prima, la señorita de Bourgh, y de la madre de ésta, lady Catherine.

¡De qué modo tan maravilloso ocurren estas cosas! ¡Quién me iba a decir que conciencia que en esta ocasión me llevan a realizar lo que considero un deber.

Dispense, pues, que no siga sus consejos que en todo lo demás me servirán constantemente de guía, pero creo que en este caso estoy más capacitado, por mi educación y mi estudio habitual, que una joven como usted, para decidir lo que es debido.

Collins hizo una reverencia y se alejó para ir a saludar a Darcy. Elizabeth no le perdió de vista para ver la reacción de Darcy, cuyo asombro por haber sido abordado de semejante manera fue evidente. Collins comenzó su discurso con

entos a que sus observaciones dieron lugar, la hicieron casi tan feliz como Jane. La imaginó instalada en aquella gran casa con toda la felicidad que un matrimonio por verdadero amor puede proporcionar

Esta pregunta también está en el material:

Orgullo_y_prejuicio-Jane_Austen
362 pag.

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