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Y la corriente! —añadió el indio, que esperaba la respuesta como aquél que aspira a que un testimonio sea confirmado, con una mezcla de admiración ...

Y la corriente! —añadió el indio, que esperaba la respuesta como aquél que aspira a que un testimonio sea confirmado, con una mezcla de admiración y respeto—; ¡los antepasados de Chingachgook no mienten! Tampoco lo hace la Sagrada Biblia, la cosa más verdadera que existe. Esa corriente que tiende río arriba es lo que llaman la marea; algo muy sencillo de explicar, y fácil de entender. Durante seis horas las aguas corren hacia adentro y las siguientes seis lo hacen hacia afuera; la razón es ésta: cuando el agua está más alta en el mar que en el río, corre hacia adentro hasta que hay más en el río, y luego sale hacia afuera de nuevo. Las aguas del bosque, así como las de los grandes lagos, corren hacia abajo hasta que se quedan tan quietas como la palma de mi mano —dijo el indio, extendiendo su brazo horizontalmente hacia adelante—, y ya no corren más. Ningún hombre honrado lo negaría —dijo el explorador, algo molesto por la desconfianza mostrada hacia su explicación del misterio de las mareas—; y admito que es verdad a una escala menor, allí donde la tierra es llana. Pero todo depende de la escala según la cual juzgas. Mira, a pequeña escala, la tierra es llana; pero, a gran escala, es redonda. De este modo, los lagos y las lagunas, e incluso los grandes lagos de agua fresca, pueden estancarse, como ambos sabemos porque los hemos visto; ahora bien, cuando se trata de una gran extensión de agua, como el mar, si la tierra es redonda, ¿cómo puede quedarse quieta el agua? Es igual que esperar a que el río se paralice a orillas de esas rocas negras que están una milla más arriba, ¡y sin embargo tus oídos te dicen que está rompiendo sobre ellas en este preciso instante! Aunque la filosofía de su acompañante no le satisfacía; el indio tenía demasiada dignidad como para mostrar su incredulidad. Escuchó como si estuviese convencido, y prosiguió su narración con la misma solemnidad de antes. Vinimos del lugar en donde el sol se esconde al anochecer, más allá de las grandes llanuras en las que viven los bisontes, hasta que llegamos al gran río. Allí luchamos contra los alligeni, hasta que el suelo se tiñó de rojo con su sangre. Desde las orillas del gran río hasta las costas del lago salado, no hubo quienes se enfrentaran a nosotros. Los maquas nos siguieron a distancia. Declaramos que la tierra debería ser nuestra, desde el lugar en el que el agua ya no sube en este riachuelo hasta un río a veinte soles de distancia en dirección al verano. El terreno que habíamos conquistado como guerreros lo conservamos como hombres. Mantuvimos a los maquas alejados, haciéndoles adentrarse en el bosque, con los osos. Tan sólo sal, y no pescado, pudieron probar del gran lago, sólo les dejábamos los huesos. Todo esto lo he oído y creído —dijo el hombre blanco, al ver que el indio hacía una pausa—; pero fue mucho antes de que los ingleses llegaran a este territorio. Antes crecía un pino donde ahora se encuentra este castaño. Los primeros rostros pálidos que llegaron hasta nosotros no hablaban inglés. Llegaron en una gran canoa, cuando mis antepasados ya habían enterrado el hacha con los demás pieles rojas. Entonces, Ojo de halcón —continuó diciendo, únicamente dejando entrever su profunda emoción por la caída de tono en su voz, algo que dotaba de cierta musicalidad a su lenguaje—; entonces, Ojo de halcón, éramos un solo pueblo, y éramos felices. El lago salado nos daba pescado, el bosque sus ciervos, y el aire sus aves. ¡Tomamos mujeres que nos dieron descendencia; alabábamos al Gran Espíritu; y mantuvimos a los maquas más allá del sonido de nuestros cánticos triunfantes! ¿Acaso sabes algo de tu propia familia de aquel tiempo? —inquirió el blanco—. En cualquier caso, eres un hombre justo ¡para ser indio! Y como supongo que has heredado sus mismas dotes, tus antepasados tuvieron que ser valientes guerreros, así como hombres sabios a la hora de sentarse en consejo alrededor de la hoguera. Mi tribu es la abuela de todas las naciones, pero yo soy un hombre de una sola estirpe. La sangre de grandes jefes corre por mis venas, en las que ha de permanecer para siempre. Los holandeses arribaron aquí, y dieron el agua de fuego a mi gente; la bebieron hasta que les pareció que el cielo y la tierra se juntaban, e ingenuamente pensaron que habían encontrado al Gran Espíritu. Entonces se separaron de su tierra. ¡Palmo a palmo, fueron alejados de las costas, hasta el tiempo en el que yo, que soy jefe y sagamore, ya no puedo ver el sol si no es a través de los árboles, y tampoco he podido ver las tumbas de mis antepasados! Las tumbas inspiran sentimientos solemnes —contestó el explorador, muy emocionado por el sufrimiento contenido de su acompañante— y a menudo le ayudan a uno en sus buenas intenciones; aunque, en mi caso, mis huesos seguramente quedarán sin enterrar, para blanquearse en el bosque, o ser despojados y despedazados por los lobos. Pero ¿adónde pueden estar los de tu raza que llegaron a la tierra del Delaware, hace tantos veranos? ¿Dónde se han ido las flores de esos veranos, caídos, uno tras otro? Así todos los miembros de mi familia partieron, cada uno a su tiempo, hacia la tierra de los espíritus. Yo estoy ahora en la cima de la colina, y tendré también que bajar hacia el valle; y cuando Uncas siga mis pasos, ya no quedará ninguno de la sangre de los sagamores, ya que mi hijo es el último mohicano. ¡Uncas está aquí! —dijo otra voz, con el mismo tono suave y gutural, muy cerca de su lado—. ¿Quién pregunta por Uncas? Ante tan súbito alboroto, el hombre blanco había desabrochado la funda de piel de su cuchillo e hizo un movimiento instintivo para coger su carabina, mas el indio se quedó tranquilo, sin volverse siquiera para mirar. Al instante, un joven guerrero pasó entre ambos, sin hacer el menor ruido, y se sentó a la orilla del fluyente riachuelo. El padre no mostró sorpresa alguna, ni preguntó nada, ni contestó tampoco, durante varios minutos; cada cual esperó el momento en que rompería a hablar, sin hacer alarde de la curiosidad que caracteriza a las mujeres ni la impaciencia propia de los niños. El hombre blanco parecía haberse adaptado a tales costumbres, dado que había relajado la firmeza de su mano sobre la carabina, permaneciendo callado y tranquilo. Al poco tiempo, Chingachgook volvió la mirada lentamente hacia su hijo y le preguntó: ¿Se atreven los maquas a dejar las huellas de sus mocasines por estos parajes? Les he seguido el rastro —contestó el indio joven—, y sé que son tantos como dedos tienen mis dos manos; mas se esconden como cobardes. ¡Esos ladrones están a la espera de cabelleras y botín! —dijo el blanco, a quien llamaremos Ojo de halcón, como lo hacen sus compañeros—. Ese molesto francés, Montcalm, enviará sus espías hasta las puertas de nuestro campamento, ¡pero se enterará de las medidas que tomemos! ¡Basta ya! —replicó el padre, mirando al sol poniente—. Les haremos correr como los ciervos de entre sus arbustos. Ojo de halcón, cenemos esta noche, y enseñémosles a los maquas que somos hombres mañana. Estoy tan preparado para lo uno como para lo otro; pero para luchar contra los iroqueses es menester encontrar a esos merodeadores; y para comer, es necesario cazar… Hablando del rey de Roma, allí hay un par de astas, ¡como pocas he visto esta temporada, moviéndose entre los arbustos al pie de la colina! Ahora, Uncas —continuó comentando en voz baja, riéndose para sus adentros y concentrándose en lo que veía—, te apuesto tres cargas completas de pólvora contra un tercio de metro de collar indio, a que le acierto entre los ojos, aunque algo más a la derecha que a la izquierda. ¡No puede ser! —dijo el indio joven, levantándose con el entusiasmo propio de su edad—. ¡Sólo se ve el extremo final de su cornamenta! ¡Aún es un niño! —dijo el blanco, agitando su cabeza en señal de desaprobación mientras se dirigía a su padre—. ¿Acaso se cree que un cazador no puede discernir, guiándose por una parte de

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El_ultimo_mohicano-James_Fenimore_Cooper
401 pag.

Literatura e Ensino de Literatura Universidad Bolivariana de VenezuelaUniversidad Bolivariana de Venezuela

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