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jera que la obra del fabricante de camas o de algún otro mecánico es completamente real, ¿no se pone en peligro de no decir verdad? -No la diría -o...

jera que la obra del fabricante de camas o de algún otro mecánico es completamente real, ¿no se pone en peligro de no decir verdad? -No la diría -observó-, por lo menos a juicio de los que se dedican a estas cuestiones. -No nos extrañemos, pues, de que esa obra resulte también algo oscuro en comparación con la verdad. -No por cierto. -¿Quieres, pues -dije-, que, tomando por base esas obras, investiguemos cómo es ese otro imitador de que hablábamos? -Si tú lo quieres -dijo. -Conforme a lo dicho resultan tres clases de camas: una, la que existe en la naturaleza, que, según creo, podríamos decir que es fabricada por Dios, porque, ¿quién otro podría hacerla? -Nadie, creo yo. -Otra, la que hace el carpintero. -Sí -dijo. -Y otra, la que hace el pintor; ¿no es así? -Sea. -Por tanto, el pintor, el fabricante de camas y Dios son los tres maestros de esas tres clases de camas. -Sí, tres. -Y Dios, ya porque no quiso, ya porque se le impuso alguna necesidad de no fabricar más que una cama en la naturaleza, así lo hizo: una cama sola, la cama en esencia; pero dos o más de ellas ni fueron producidas por Dios ni hay miedo de que se produzcan. -¿Cómo así? -dijo. -Porque, si hiciera aunque no fueran más que dos -dije yo-, aparecería a su vez una de cuya idea participarían esas dos y ésta sería la cama por esencia, no las dos otras. -Exacto -dijo. -Y fue porque Dios sabe esto, creo yo, y porque quiere ser realmente creador de una cama realmente existente y no un fabricante cualquiera de cualquier clase de camas, por lo que hizo ésa, única en su ser natural. -Es presumible. -¿Te parece, pues, que le llamemos el creador de la naturaleza de ese objeto o algo semejante? -Es justo -dijo-, puesto que ha producido la cama natural y todas las demás cosas de ese orden. -¿Y qué diremos del carpintero? ¿No es éste también artífice de camas? -Sí. -Y el pintor, ¿es también artífice y hacedor del mismo objeto? -De ningún modo. -Pues ¿qué dirás que es éste con respecto a la cama? -Creo -dijo- que se le llamaría más adecuadamente imitador de aquello de que los otros son artífices. -Bien -dije-; según eso, ¿al autor de la tercera especie, empezando a contar por la natural, le llamas imitador? -Exactamente -dijo. -Pues eso será también el autor de tragedias, por ser imitador: un tercero en la sucesión que empieza en el rey y en la verdad; y lo mismo todos los demás imitadores. -Tal parece. -De acuerdo, pues, en lo que toca al imitador; pero contéstame a esto otro acerca del pintor: ¿te parece que trata de imitar aquello mismo que existe en la naturaleza, o las obras del artífice? -Las obras del artífice -dijo. -¿Tales como son o tales como aparecen? Discrimina también esto. -¿Qué quieres decir? -preguntó. -Lo siguiente: ¿una cama difiere en algo de sí misma según la mires de lado o de frente o en alguna otra dirección? ¿O no difiere en nada, sino que parece distinta? ¿Y otro tanto sucede con lo demás? -Eso -dijo-; parece ser diferente, pero no lo es. -Atiende ahora a esto otro: ¿a qué se endereza la pintura hecha de cada cosa? ¿A imitar la realidad según se da o a imitar lo aparente según aparece, y a ser imitación de una apariencia o de una verdad? -De una apariencia -dijo. -Bien lejos, pues, de lo verdadero está el arte imitativo; y según parece, la razón de que lo produzca todo está en que no alcanza sino muy poco de cada cosa y en que esto poco es un mero fantasma. Así decimos que el pintor nos pintará un zapatero, un carpintero y los demás artesanos sin entender nada de las artes de estos hombres; y no obstante, si es buen pintor podrá, pintando un carpintero y mostrándolo desde lejos, engañar a niños y hombres necios con la ilusión de que es un carpintero de verdad. -¿Cómo no? -Y creo, amigo, que sobre todas estas cosas nuestro modo de pensar ha de ser el siguiente: cuando alguien nos anuncie que ha encontrado a un hombre entendido en todos los oficios y en todos los asuntos que cada uno en particular conoce y que lo sabe todo más perfectamente que cualquier otro, hay que responder a ese tal que es un simple y que probablemente ha sido engañado al topar con algún charlatán o imitador que le ha parecido omnisciente por no ser él capaz de distinguir la ciencia, la ignorancia y la imitación. -Es la pura verdad -dijo. III. -Por tanto -proseguí-, visto esto, habrá que examinar el género trágico y a Homero, su guía, ya que oímos decir a algunos que aquellos conocen todas las artes y todas las cosas humanas en relación con la virtud y con el vicio, y también las divinas; porque el buen poeta, si ha de componer bien sobre aquello que compusiere, es fuerza que componga con conocimiento o no será capaz de componer. Debemos, por consiguiente, examinar si éstos no han quedado engañados al topar con tales imitadores sin darse cuenta, al ver sus obras, de que están a triple distancia del ser y de que sólo componen fácilmente a los ojos de quien no conoce la verdad, porque no componen más que apariencias, pero no realidades; o si, por el contrario, dicen algo de peso y en realidad los buenos poetas conocen el asunto sobre el que parecen hablar tan acertadamente a juicio de la multitud. -Hay que examinarlo puntualmente -dijo. -¿Piensas, pues, que si alguien pudiera hacer las dos cosas, el objeto imitado y su apariencia, se afanaría por entregarse a la fabricación de apariencias y por hacer de ello el norte de su vida como si no tuviera otra cosa mejor? -No lo creo. -Por el contrario, opino que, si tuviera realmente conocimiento de aquellos objetos que imita, se afanaría mucho más por trabajar en ellos que en sus imitaciones, trataría de dejar muchas y hermosas obras como monumentos de sí mismo y ansiaría ser más bien el encomiado que el encomiador. -Eso pienso -dijo-, porque son muy distintas la honra y el provecho de uno y otro ejercicio. -Ahora bien, de la mayoría de las cosas no hemos de pedir cuenta a Homero ni a ningún otro de los poetas, preguntándoles si alguno de ellos será médico o sólo imitador de la manera de hablar del médico; cuáles son los enfermos que se cuente que haya sanado alguno de los poetas antiguos o modernos, tal como se refiere de Asclepio, o qué discípulos dejó el poeta en el arte de la medicina, como aquel sus sucesores. No le preguntemos tampoco acerca de las otras artes; dejemos eso. Pero sobre las cosas más importantes y hermosas de que se propone hablar Homero, sobre las guerras, las campañas, los regímenes de las ciudades y la educación del hombre, es justo que nos informemos de él preguntándole: «Amigo Homero, si es cierto que tus méritos no son los de un tercer puesto a partir de la verdad, ni sólo eres un fabricante de apariencias al que definimos como imitador, antes bien, tienes el segundo puesto y eres capaz de conocer qué conductas hacen a los hombres mejores o peores en lo privado y en lo público, dinos cuál de las ciudades mejoró por ti su constitución como Lacedemonia mejoró la suya por Licurgo y otras muchas ciudades, grandes o pequeñas, por otros muchos varones. ¿Y cuál es la ciudad que te atribuye el haber sido un buen legislador en provecho de sus ciudadanos? Pues Italia y Sicilia señalan a Carondas y nosotros a Solón. ¿Y a ti cuál?» ¿Podría nombrar a alguna? -No creo -dijo Glaucón-, porque no cuentan tal cosa ni siquiera los propios Homéridas. -¿Y qué guerra se recuerda que, en los tiempos de Homero, haya sido felizmente conducida por su mando o su consejo? -Ninguna. -¿O se refieren de él por lo menos esa multitud de inventos y adquisiciones ingeniosas para las artes o para alguna otra esfera de acción que son propios de un varón sabio, como cuentan de Tales de Mileto o de Anacarsis el escita? -No hay nada de eso. -Pero ya que no en la vida pública, al menos en la privada, ¿se dice acaso que Homero

Esta pregunta también está en el material:

Platão e Sócrates no Pireo
940 pag.

Literatura Escuela Universidad NacionalEscuela Universidad Nacional

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