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dándole a Sonya información para que la fuera digiriendo poco a poco, utilizando sus propias palabras para que al principio no le resultara tan imp...

dándole a Sonya información para que la fuera digiriendo poco a poco, utilizando sus propias palabras para que al principio no le resultara tan impactante, y pasando progresivamente a un vocabulario más preciso y actual, y también menos mitológico. Ella lo estaba aceptando todo bastante bien y Seid confiaba en que, cuando llegara la hora, querría marcharse con él de aquel planeta. Había llegado a encariñarse de Sonya, de un modo mucho más profundo de lo que su mente consciente se atrevía a admitir. Estaba enamorado, aunque por el momento era incapaz de darse cuenta. Seid y Sonya vagaron durante horas por el laberinto de la Pirámide, que contaba con multitud de niveles, tratando de averiguar por dónde debían ir, lo que quizá hubiese sido más fácil si hubieran sabido qué les esperaba al final del rompecabezas. Mientras tanto, los minutos iban pasando y Jean se iba impacientando, pues se acercaba el límite de las diez horas fijadas por Seid y éste no daba señales de vida. Si se hubiese tratado de cualquier otro que no fuese Seid, ya habría abandonado el sistema Xi, pero su propia vida dependía de la supervivencia de Seid Trauss, y Jean sentía un gran apego por su pellejo. Meldon salió de la Última Jungla y llegó al claro que rodeaba la Gran Pirámide. No se entretuvo demasiado en admirar sus formas y se precipitó al interior, aunque antes tuvo que dejar su disco y algunas cajas de explosivos que no podía acarrear en el exterior de la Pirámide. Estaba herido, pues las delirantes y diabólicas criaturas fantásticas de la Jungla y sus mismos árboles y plantas no habían estado dispuestos a permitirle pasar sin presentar batalla. Nada más entrar en la Pirámide, activó todos sus escáneres y no le fue difícil encontrar el rastro de Sonya y de Seid. Pronto los alcanzaría, pues parecía que se habían demorado bastante mientras dilucidaban sobre cuál de los caminos sería el correcto. Además, habían tenido que volver varias veces sobre sus pasos y su ruta era bastante errática. Por tanto, a pesar de las horas de ventaja que le llevaban, Meldon confiaba en poder darles alcance en pocos minutos. También tenía a su favor que, según el Organismo Planetario, ellos no podían hacer uso de la magia en aquel lugar. Poco después de que Meldon entrara en la Pirámide, Seid y Sonya llegaron por fin a lo que parecía ser el final del laberinto: una enorme sala cuadrada cerca de la cúspide. En cuanto Seid puso un pie en la habitación, se accionó un mecanismo que amplió notablemente la luz que emitían las azuladas vetas del material con el que estaba construido todo el edificio. La potente luz iluminó la gran sala, en la que destacaban tres extraños objetos alargados, pegados a una de las paredes, y que se activaron cuando aumentó la claridad. ¿Qué es eso? —preguntó Sonya señalando los objetos. —Parecen algún tipo de cápsulas. Son como ataúdes en los que se introduce a gente que aún no ha muerto para mantenerlos dormidos durante mucho tiempo. —Oh… Sonya parecía impresionada. —¡Mira! —exclamó de pronto—. ¡Se están abriendo! Era cierto. Las tres cápsulas de mantenimiento vital se estaban abriendo casi simultáneamente, de forma lenta y silenciosa. Seid y Sonya vieron salir de ellas a dos hombres y una mujer, todos vestidos con túnicas blancas similares a algunas de las que habían visto en Utopía. —Saludos —dijo la mujer. Seid la observó con atención, preparado para cualquier eventualidad. Era una mujer delgada y de estatura media, de cabellos castaños y piel clara. No había en ella ningún rasgo destacable, pero su mirada y su voz resultaban casi hipnóticas. Tenía los ojos profundos y cálidos, pero a la vez perspicaces e inteligentes. Su mirada era compasiva. El tono de su voz era aterciopelado, como si sus palabras acariciaran a sus oyentes y luego los envolvieran suavemente. Seid se puso en guardia ante una persona semejante, pues advirtió de inmediato el poder que alguien así era capaz de ejercer sobre los demás. —¿Quién eres? —preguntó Seid. —Tu mente es demasiado estrecha, Seid, y no te deja ver una verdad que podrías descubrir sin problemas por ti mismo. Seid meditó durante unos instantes, después abrió mucho los ojos y exclamó: —¡Eres Jane Polster, de la legendaria expedición al Espacio Lambda! Ella asintió, sonriendo. —Ellos son Marcos Robeira y Pierre Tresse, también tripulantes de la nave de colonización de la Keymal —dijo señalando a los otros dos. Marcos tenía el aspecto de un hombre de mediana edad, piel clara y pelo y ojos oscuros. Pierre era bastante más joven, y tenía los ojos de un color azul brillante y el pelo negro y liso. Ambos eran de estatura algo inferior a la media, y Seid no percibió que ninguno de los dos supusiera una amenaza física, como tampoco Jane Polster. Sin embargo, la fuerza física no era lo que más le preocupaba de ellos. —¿Cuánto tiempo llevabais en las cápsulas? —Aproximadamente quinientos años —contestó Pierre, mirando a Seid con cara de pocos amigos. —¡Quinientos años! —exclamó Sonya. —Según el calendario de la Tierra —añadió sonriendo Pierre, confundiendo totalmente a Sonya. Marcos miró a su compañero con desaprobación y dijo: —No te preocupes, Sonya. Pronto lo entenderás todo. ¿Ha remitido ya esa terrible sensación de malestar que has estado sintiendo durante los últimos días? Jane Polster y los demás personajes revelan información crucial para el desarrollo de la trama. ¿Qué sucederá a continuación?

Esta pregunta también está en el material:

El espejo - Eduardo Lopez Vera
268 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

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