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ismo tiempo tan torpe y descuidada. Sin embargo, no sería juicio-so confiarse y lanzarse a la batalla pensando que el enemigo estaba desprotegido; ...

ismo tiempo tan torpe y descuidada. Sin embargo, no sería juicio-so confiarse y lanzarse a la batalla pensando que el enemigo estaba desprotegido; por ello, los analistas militares de los ullani habían estudiado la situación desde todos los puntos de vista para asegurarse de que no les estaban tendiendo una trampa, y no habían logrado detectar ningún engaño. Apenas seis horas después de que Zar se reuniera con el grueso de sus fuerzas en la Tierra de Fuego, los lizdes cayeron en su emboscada. La batalla fue rápida y brutal; las primeras líneas de los lizdes pronto fueron aniquiladas; el desconcierto y el terror hicieron presa del resto de las tropas, que trataron de huir en un completo desorden, mientras sus oficiales se veían superados por la situación. Entonces, uno de ellos pareció tomar el mando y ordenó la rendición de las fuerzas lizdes. Los ullani consiguieron miles de prisioneros, y Zar rio satisfecho ante la facilidad de su victoria. Los soldados ullani se burlaban de los derrotados lizdes, que no podían hacer otra cosa más que tragarse su orgullo y soportar estoicamente el cruel sarcasmo de la tribu rival. Al menos en apariencia… Los dos primeros días de viaje a través de la Última Jungla fueron bastante accidentados, pero Seid y Sonya superaron todas las dificultades sin demasiados problemas. La selva al norte de Utopía era un lugar de pesadilla, lleno de extrañas criaturas que desafiaban la imaginación de los viajeros. Cuanto más se adentraban en la espesura, más altos, viejos, gruesos y nudosos eran los árboles, y el calor se hacía más sofocante, aunque la magia de Seid mitigaba considerablemente los efectos de aquello último. Sin embargo, desde que se habían internado en la Jungla, habían quedado aislados del exterior. A pesar de que Seid le pidió al Organismo Planetario de Paraíso que levantara la prohibición, éste no le hizo el menor caso. Tendrían que permanecer ciegos al exterior mientras atravesaban el bosque. En su periplo por aquella fronda salvaje habían visto una manada de unicornios, habían sido atacados por extrañas criaturas aladas y, en una ocasión, hasta los mismos árboles habían tratado de aplastarlos. Sin embargo, lo peor eran las noches, cuando el gigantesco bosque se poblaba de sonidos amenazantes y desconocidos, que impedían dormir un solo instante a los cansados viajeros. En la impenetrable oscuridad nocturna, Seid tuvo que luchar hasta en dos ocasiones con grupos de extrañas criaturas simiescas que se movían sobre dos piernas y portaban armas toscas pero efectivas. Sonya sabía de sobra que ella sola jamás habría podido sobrevivir allí, y que era un estorbo para Seid. Su vida también había corrido peligro, pese a los esfuerzos de su compañero por protegerla, pero la joven yshai había hecho un buen uso de su poderosa magia para defenderse. El tercer día, mientras caminaban hacia lo que parecía ser el centro de la Jungla, Sonya dijo: —No podremos aguantar mucho más sin dormir, Seid. El agotamiento nos vencerá antes de que consigamos llegar a la Pirámide, por no hablar del camino de vuelta. —No te preocupes. Yo no estoy cansado, y creo que se me ha ocurrido algo para conseguir que tú duermas por las noches. Era verdad: Seid no parecía fatigado en absoluto. Sonya, pasándose una mano por la frente para intentar secarse el sudor, dijo: —¿Cómo lo consigues? —¿Humm? —No sé cómo puedes estar tan descansado. No es sólo la falta de sueño. Hay un hechizo flotando en el aire, algo que casi te impide respirar, que te embota la mente… Es como… ¿no lo notas? —Sé que está ahí, pero no me afecta. Ya te dije que ninguna magia podía hacerme daño. Lamentablemente, no puedo proteger-te de ese tipo de… hechicería, pero te aseguro que conseguiré que duermas esta noche. Seid pasó un brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia sí. Caminaron así durante unos segundos y ella dijo: —Seid… —¿Sí? —¿Por qué no te afecta la magia de este lugar? A mí la cabeza me da vueltas. A cada paso que damos hacia la Gran Pirámide crece dentro de mí una sensación terrible de vacío y desasosiego. Casi me entran ganas de acostarme en el suelo y, simplemente… —Bueno… —interrumpió Seid, mirando a su compañera con preocupación—. Creo que éste es un buen momento para revelarte algunas cosas. Podrían ayudarte a seguir adelante. Se detuvieron, Seid miró intensamente a Sonya y preguntó: —¿Sabes de dónde vengo? —Nunca me lo has dicho. —No soy de Paraíso. —¿Cómo? Sonya parecía confundida. —Vengo de allá arriba, donde están las estrellas. Paraíso es sólo uno de los muchos mundos que existen. Yo vengo de otro lugar, parecido a Paraíso, donde poseemos un mayor control de la magia, y la consideramos tecnología. —¿Tecnología? ¿Como los elevadores de los lizdes? —Sí, aunque mucho más avanzada. —¡Vaya! ¿No estás bromeando? ¡Es increíble! ¿Hay muchos lugares como Paraíso? —Sí. Yo he estado en muchos de ellos. Te dije que era un viajero. —Vienes de un lugar mucho más lejano de lo que imaginé en un principio —bromeó ella—. Lo siento, no sé qué decir. En fin… No me lo puedo creer. Eso lo explicaría todo, pero… No sé… —Tranquila. Ya te contaré más cosas. Ahora sigamos. —De acuerdo, pero no podré caminar mucho más. No me encuentro nada bien… Seid estaba más contento ahora. No sabía cómo acabaría todo aquello, pero no le disgustaba la idea de llevarse a Sonya de Paraíso para mostrarle muchas de las maravillas que él había conocido viajando por la Liga de Mundos y sus fronteras. Además, la joven había asimilado con sorprendente rapidez el secreto sobre su origen, y parecía haber captado enseguida muchas de sus implicaciones, lo que demostraba una increíble agudeza. Habían pasado cuatro días desde la última vez que Meldon había sido capaz de eludir la seguridad para que él y Karles pudieran observar juntos el Espejo. No obstante, el gobernador había acudido a la sala con bastante frecuencia para tener vigilado a Seid, además de para mantenerse informado sobre las guerras de Zar y el ejército ullani. Sin embargo, desde que su hermano había entrado en la Última Jungla, el Espejo no le había sido de mucha ayuda para monitorear sus movimientos. Aquella noche, de nuevo en la sala del Espejo, Meldon le mostró a Karles grabaciones de los sucesos más importantes que había seleccionado durante sus últimas visitas sin la compañía del predicador. —Parece que Zar y los suyos han perdido definitivamente la guerra —comentó Karles—. Esto podría ser significativo… —murmuró. —Sin embargo, ni siquiera pueden sospecharlo todavía. Creen que tienen la situación bajo control —dijo Meldon con una sonrisa—. Lo cierto es que me dolió que los ullani dominaran a los yshai con tanta facilidad, pero los lizdes han demostrado ser muy superiores a ambas tribus. —Si Zar hubiera sabido a lo que se enfrentaba… —Parece que yo no iba desencaminado al apodar a los lizdes como la tribu de los maestros. —Es cierto. La verdad es que los han superado en todos los aspectos. No sólo poseen un ejército de reserva más poderoso que todas las fuerzas de Zar juntas, sino que ni siquiera lo han necesitado. Sus expertos telépatas disfrazados como prisioneros ya han ganado la batalla. Con la cizaña que están sembrando, el Imperio Ullani y el mismo Zar no tardarán mucho en caer. —Sin embargo, sacrificar tantas vidas de su tribu sólo para actuar como señuelo en la emboscada, aunque fuera para evitar un mayor número de bajas en una guerra a gran escala, no me parece… —Lo sé. A mí tampoco, pero… —Les ha dado resultado. —Sí —dijo Karles encogiéndose de hombros. El predicador procuraba no entrar en valoraciones cuando hablaba de Paraíso y sus habitantes—. Volviendo al tema que más nos preocupa, hace ya dos días que Seid y Sonya entraron en la Última Jungla. —Sí. Desde entonces no sabemos nada de ellos. —Si suponemos que esa Gran Pirámide de la que han hablado se encuentra en el centro de la

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El espejo - Eduardo Lopez Vera
268 pag.

Empreendedorismo Faculdade das AméricasFaculdade das Américas

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