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1 Reinventores Marta Fernández Guadaño Descubra creatividad y nuevos modelos de negocio con los mejores cocineros españoles www.megustaleer.com 2 http://www.megustaleer.com/ A mis padres, Rosa y Gonzalo, que me enseñaron las tres cosas que mejor sé hacer: comer, escribir y tener imaginación A Gonzalo, Violeta y Sofía, que siempre me acompañan en esas tres cosas A mis mejores amigos, que me apoyaron en el cambio de vida A Ferran, Iago, Diego, Carl, Marcos y Ángel, que me ayudan a entender el amor por sus oficios y que me inspiran para escribir sobre el «gastrosector» A todos los foodies que creen en Gastroeconomy A quienes dijeron que mi destino es escribir A todos, GRACIAS 3 Prólogo En los últimos tiempos se ha hablado mucho del movimiento culinario que ha cambiado el panorama internacional de la alta cocina: este movimiento no es otro que el que se inició a mediados de los años noventa en España y que constituye la mayor transformación que se ha producido en décadas en gastronomía en todo el mundo. Como consecuencia de aquel germen de 1994, que tuvo su origen en elBulli y en otros restaurantes, y de su positiva y radical evolución posterior, España se convirtió en una referencia mundial. ¿Cómo pudo producirse esta (r)evolución? Seguramente existen múltiples factores. Sin duda, durante la larga posguerra era muy difícil, por no decir imposible, que se desarrollara en nuestro país una gastronomía de alta calidad abierta al mundo, como existía en Francia y comenzaba a producirse desde mediados de los años cincuenta en otros países europeos. Cuando surgió el movimiento de la nouvelle cuisine a finales de los años sesenta, se produjo una especie de efecto dominó en Alemania, Italia, Bélgica y Suiza, países donde los cocineros, sobre todo los jóvenes, se sumaron a la nueva tendencia. En España, hasta la Transición, no se sentaron las bases de un país moderno, en condiciones de competir con Europa y de mirar al futuro. El creciente y cada vez más generalizado bienestar de la población provocó un mayor interés por la gastronomía en amplios sectores de la sociedad; un factor indudablemente determinante sin el que habría sido imposible desarrollar una cocina sólida de alta categoría. Además de estos factores históricos y socioeconómicos, no hay que olvidar los culturales y patrimoniales: una tradición culinaria muy rica, y variadísima, gracias a la diversidad de las comunidades autónomas, y una despensa de productos difícilmente igualable por otros países. Pero existe otro factor que no tiene raíces en nuestro pasado sino que es fruto de una conjunción de circunstancias afortunadas. Me refiero a la aparición de una generación de cocineros jóvenes que añadían al savoir faire un indudable talento y la voluntad de cambiar la cocina española. La primera fase de esta nouvelle cuisine ibérica fue la llamada «nueva cocina vasca», protagonizada por hombres como Juan Mari Arzak, 4 Pedro Subijana, Ramón Roteta, José Juan Castillo, Karlos Arguiñano, etcétera. Estos cocineros supieron interpretar a la perfección los nuevos vientos en cocina sin traicionar el riquísimo patrimonio culinario vasco. En Cataluña, chefs y restauradores como Josep Mercader, Ramón Cabau o Francesc Fortí, entre otros, también introdujeron nuevas maneras. A partir de ahí, la historia ya es conocida. Las estrellas de Zalacaín a finales de los años ochenta, el paso firme de aquellos jóvenes vascos de los años setenta que seguían abriendo caminos, la aparición de una segunda generación, de una tercera... Poco a poco, los polos ya no fueron tan solo el País Vasco, Cataluña y Madrid, sino otros lugares de la geografía española. Cuando a mediados de los años noventa comenzaba a aparecer este nuevo estilo que se ha afianzado en los últimos quince o veinte años, el panorama culinario español no tenía nada que ver con lo que había sido durante las décadas anteriores. El campo estaba abonado y ya se podía hablar del paradigma de la nueva cocina española. Como he dicho en otras ocasiones, todos estos hechos son conocidos y comprobables: fechas, nombres, movimientos, estilos, acontecimientos. Lo que tal vez nunca ha sido motivo de análisis o de reflexión es algo quizá más intangible: el carácter espontáneo, autónomo, de este movimiento. España es una referencia mundial en tendencias culinarias, mueve a cientos de miles de personas que se sienten atraídas por nuestros restaurantes; nuestros cocineros ocupan portadas de revistas especializadas, incluso de revistas que tratan de otros temas en todo el planeta, y son personajes de cartel en los más prestigiosos congresos y eventos gastronómicos mundiales. Y todo ello se ha producido sin ninguna estrategia, sin que nadie lo planificara ni fomentara, sin que se redactaran protocolos ni declaraciones de intenciones, sin conversaciones ni acuerdos con las instituciones. En cuanto a los propietarios de restaurantes, cocineros o restauradores, la mayoría de ellos no seguía ninguna estrategia empresarial, ni contaba con experiencia en temas económicos ni de gestión; administraban sus negocios por intuición y experiencia y, desde luego, lo hacían con una pasión enorme. Hoy, cuando hablamos de la cocina española de vanguardia, hablamos tranquilamente de creatividad, I+D, innovación, talleres, interdisciplinariedad. Esto era impensable hace apenas veinte años. Y, todo hay que decirlo, en este aspecto también fuimos pioneros en el mundo. Esta situación de increíble dinamismo, talento, valentía y voluntad de colaborar ha 5 propiciado el panorama del que hemos gozado hasta hace bien poco. En los últimos años ha hecho su aparición un nuevo factor de importancia fundamental, la crisis económica, que en su oleada arrastra no solo a la cocina sino a todos los estamentos, fenómenos y procesos sociales y económicos. La recesión económica que estamos atravesando no tiene parangón y está modificando comportamientos y cortando las alas a iniciativas que en otros tiempos habrían sido viables. En esta nueva coyuntura, la rentabilidad de un negocio ya no se puede valorar como hasta hace unos años. Y, en el mundo de la restauración, sucede tres cuartos de lo mismo. Pensar en abrir y llevar adelante un restaurante de alta cocina es muchísimo más difícil ahora que a comienzos de la década anterior. Ante esta realidad, el sector de la restauración está protagonizando una nueva transformación, que, al igual que la revolución de hace veinte años, se está produciendo por puro dinamismo interno, sin estrategias ni inyecciones de dinero público. La crisis ha propiciado que muchos cocineros que se habrían dedicado a la alta cocina hayan reconsiderado sus proyectos y, por utilizar un término del sector de la moda, opten por hacer un prêt-à-porter culinario; es decir, una oferta que lleva su impronta de calidad y su personalidad, pero que se ha ideado con otros parámetros de rentabilidad. Otros cocineros alternan ambas fórmulas y, sin abandonar su restaurante «estandarte» de alta cocina, abren otros negocios de gastronomía de gran calidad más asequibles. Ya veremos adónde nos llevan estos movimientos, pero en cualquier caso quiero reiterar que el sector gastronómico en España está mostrando su vitalidad y su gran capacidad de reinventarse. Y que, una vez más, hace frente a la recesión con el arma que más nos ha distinguido en los últimos años frente al mundo: la creatividad. FERRAN ADRIÀ Cocinero, copropietario de elBulli y presidente de elBullifoundation 6 Introducción Sobre post-it, espumas y alborotos En 1968, el doctor Spencer Silver ideó un adhesivo muy especial: garantizaba un vínculo únicamente temporal con los objetos en los que se aplicaba. Era una seña de identidad revolucionaria. Silver trabajaba en el grupo estadounidense 3M, que en un primer momento no identificó ninguna aplicación comercial para este invento. En 1974, Arthur Fry, miembro del equipo de I+D de esta compañía, encontró casi por casualidad la utilidad para la creación de Silver. Este ingenieroquímico de Minnesota cantaba los fines de semana en el coro de su iglesia y utilizaba pequeños papelitos para señalar las páginas en su libro de salmos. Siempre se le caían. Un domingo cualquiera, a Fry se le «encendió la bombilla»: ¿por qué no pegar los marcadores de papel con el adhesivo creado por Silver? Así, el libro no se dañaría, pero los papeles tampoco se perderían. Al día siguiente, hizo el experimento y le dejó una nota a su jefe en 3M. Estaba naciendo el post-it, que, no obstante, no empezó a fabricarse hasta 1980. Esta es una de las teorías que circulan en torno al origen de esos pequeños papeles amarillos, que hoy resisten frente al avance de la tecnología que erige al iPhone en uno de sus posibles sustitutos. La casualidad se aliaba con la creatividad para dar como resultado un nuevo producto. Si tienes una idea brillante, pero no encuentras su utilidad y, sobre todo, no consigues rentabilizarla, ¿sigue siendo brillante? En las dos sedes de la empresa que lideró la mayor revolución gastronómica de los últimos años, siempre había un montón de post-it. En el Barrio Gótico de Barcelona, elBullitaller, en la calle Portaferrissa, operaba como un banco de pruebas dedicado a experimentar y probar, año tras año, nuevos platos, pero, sobre todo, técnicas y conceptos novedosos para elaborar recetas inéditas. Muchas de las ideas se anotaban en post-it de colores. Esta incubadora de proyectos gastronómicos tenía un alma gemela en Cala Montjoi, una idílica playita a pocos kilómetros de Roses (Girona). Se llamaba elBulli y era un restaurante de alta cocina con minigolf abierto en 1961 por Hans Schilling, un médico alemán homeópata, y su mujer, Marketta. A este rincón de la Costa 7 Brava llegó en 1983 Ferran Adrià, que años después lideró un cambio de mentalidad en la cocina mundial, a través de las dos sedes que formaban parte de la empresa elBulli S. L. Hasta que el 30 de julio de 2011 cerró sus puertas como restaurante para reinventarse como una fundación con la creatividad como obsesión, los post-it servían para anotar ideas. En elBulli la brillantez pudo con la casualidad, frente al caso de 3M. En 1994 una espuma elaborada en Cala Montjoi cambió el rumbo de la gastronomía mundial. En la cocina de este espacio, cuyo nombre rinde homenaje al pequeño bulldog del matrimonio Schilling, se estaba haciendo historia: tras horas y horas de trabajo, se conseguía materializar unas alubias blancas (monchetas) en una espuma. El autor de este logro fue Ferran Adrià, líder al frente de un equipo integrado por piezas clave como Andoni Luis Aduriz, hoy reconocido como uno de los mejores cocineros del mundo y por entonces stagier en elBulli, un becario en prácticas. Aquella fue una espuma muy buscada. «Fue un momento inolvidable, de euforia de todo el equipo», recordaba años después Aduriz. «Puede parecer una tontería, pero aquello marcó un antes y un después, porque no solo cambió la cocina de elBulli, sino la gastronomía contemporánea», añade el dueño del restaurante Mugaritz, en Rentería (Guipúzcoa). Aquel año, se oficializó el uso del sifón —instrumento usado hasta entonces para montar nata en pastelería— para elaborar espumas y se creó el plato de «menestra de verduras en texturas», símbolo del cambio culinario que se estaba registrando. El equipo de elBulli trabajó mucho tiempo para conseguir ese nuevo estado de los alimentos, la espuma, que, en la práctica, aligeraba las salsas —más pesadas— de la era anterior. La idea surgió de forma circunstancial: en una tienda de zumos de frutas, vieron cómo se formaba espuma en la parte superior del vaso. Empezó el proceso de prueba y error. «Desde 1990 llevábamos madurando la idea de conseguir una mousse más ligera en la que el sabor del producto fuera mucho más intenso que en las mousses tradicionales», explica el equipo de elBulli en el Catálogo General, una especie de biblia que recopila todo su «know-how». En 1994 esta fue la conclusión: se llamaría «espuma» a «todo lo que surgiera a partir del uso del sifón». Con el paso de los años, el diario francés Le Monde escribió: «Las espumas son la textura comestible más ligera después del aire que respiramos». Así se alcanzaba un objetivo no solo gastronómico, sino también organizativo. A diferencia del post-it de 3M, se llegaba al final de un proceso gracias a una mezcla de 8 varios ingredientes: el trabajo en equipo, la capacidad de liderazgo de un gestor, la creatividad como arma estratégica, el esfuerzo en I+D y la obsesión por lograr un objetivo, que era, sencillamente, preparar una espuma. Y, sí, seguro que aquí también jugó a favor la casualidad, como en el caso del invento de Silver y Fry. El descubrimiento de las espumas parece solo una anécdota, pero es una de las lecciones empresariales del éxito de la cocina española en todo el mundo. ADIÓS A LA ORTODOXIA Para adentrarnos en el sector de la gastronomía, lo primero es entender la historia, aunque sea por encima. Quizá, algunos mensajes de Ferran Adrià sobre las vanguardias culinarias pueden contribuir a perfilar un esquema temporal de la «gastrohistoria» española. «La nouvelle cuisine, la nueva cocina francesa, nació en 1965 pero no se formalizó hasta 1973. Después, surgió el movimiento de la nueva cocina vasca. La cocina española de vanguardia nació en 1994 y se conceptualizó en 2003 con la portada de The New York Times [el periódico estadounidense retrató al cocinero de elBulli con una zanahoria en la mano]», cuenta Adrià. Esa portada fue la consagración del chef español y la puesta de largo del liderazgo «made in Spain» en los fogones del mundo. Y fue, además, la culminación de un camino iniciado en 1987, cuando Ferran Adrià escuchó en Niza al chef francés Jacques Maximin pronunciar la frase que cambió su vida: «Crear es no copiar». Aquello sirvió de inspiración a todo lo que vino después, que podría resumirse en: adiós ortodoxias, casi todo vale en cocina. «Lo que pasó en España fue lo que liberó la mente a todos los países del mundo», sintetiza Adrià. En todo caso, no hay que olvidar el cambio social experimentado por la cocina. «En mi época, se veía como un oficio de mujeres. Los cocineros hemos alcanzado poco a poco un reconocimiento social», recuerda Pedro Subijana, dueño del restaurante Akelarre, en San Sebastián. En ese nuevo papel que desempeñó la gastronomía, los chefs se acostumbraron a participar en congresos donde los líderes, como Adrià, Subijana y Aduriz, mostraban sus progresos anuales, materializados en platos, técnicas y máquinas muy novedosas, frente a un público de jóvenes profesionales dispuesto a aprender y a emular a sus ídolos. Enseñar, contar y compartir cualquier avance fueron las reglas de juego de un oficio 9 donde el atractivo de los chefs se multiplicaba, al tiempo que se iba generando un sector económico cada vez más potente. Ser cocinero se convirtió en una profesión con mucho encanto. Adrià cuenta cómo un día de 2011 mientras compraba el periódico en un quiosco de Barcelona, alguien le dijo con brusquedad: «Yo a usted le odio. Mi hijo iba a estudiar arquitectura y por su culpa decidió ser cocinero». Sin embargo, el padre despechado acabó confesándole: «Usted no es tan imbécil como pensaba». En cuanto a la formación del «gastrosector», casi se ha registrado otra revolución paralela a la de la creación. Han pasado cosas que hace unos años habrían sido impensables: los cocineros españoles han impartido clases en la Universidad de Harvard (Estados Unidos); las escuelas de negocios se han interesado por el proceso creativo de un restaurante como elBulli —es el caso de ESADE e IESE— o de un «gastroempresario» español de fama internacional como José Andrés —caso analizado por IE Business School—; los alumnos de los MBA más prestigiosos del mundo han sido invitados a dar ideas sobre elBullifoundation; algunos chefs han merecido distinciones como doctores honoris causa en centros universitarios al tiempo que en San Sebastián se ha creado la Facultad de Ciencias Gastronómicas —el Basque Culinary Center—, conel primer grado en estudios universitarios de cocina que existe en el mundo. Pero, por encima de todo, y eso es algo que no debería olvidarse nunca, este es un sector cuyo principal atractivo es su propio negocio: dar de comer. Y ese es un factor envidiable porque supone la relación más directa, íntima y mágica que se pueda mantener con un cliente, tal vez con un comensal más o menos foodie que, en algunos casos, está dispuesto a recorrer varios cientos o miles de kilómetros para sentarse a la mesa de un chef. Hay un dato histórico que no debe perderse de vista: parte de los cocineros que ha liderado la revolución de la cocina española de vanguardia o que ha participado en ella nació en los años setenta. Este hecho casi circunstancial los ha colocado en una posición privilegiada, al permitirles vivir tres movimientos gastronómicos en algo más de dos décadas: la nueva cocina vasca, la explosión de Ferran Adrià y el final de la nouvelle cuisine. «En otras artes, esto sería un lujo. Vivir el Renacimiento, el barroco, el modernismo y el impresionismo hubiera sido increíble para un artista. Para los chefs de mi generación, es una suerte haber podido vivir tres movimientos gastronómicos simplemente por haber pertenecido a una generación», advierte Diego Guerrero, 10 cocinero que nació en Vitoria en 1975, vive en Madrid y trabaja en el restaurante El Club Allard. MANAGEMENT VERSUS ROMANTICISMO Es posible que esta coincidencia histórica haya potenciado el talento de algunos chefs durante el proceso de transformación de la cocina española, en el que también ha habido ingredientes de management como la creatividad, la gestión de los equipos, la relación con el cliente, la despensa, el diseño de modelos de negocio y el lanzamiento de conceptos de vanguardia, al tiempo que se reinventaban la figura del chef-empresario y los negocios hosteleros familiares. Detrás de un restaurante, siempre hay una idea, la necesidad de introducir cambios, un concepto de negocio e, inevitablemente, una empresa que debe ser gestionada, con un balance, una cuenta de resultados, la determinación del coste y el margen de un plato — denominado «escandallo» en el sector— y un presupuesto anual de gastos e ingresos — que algunos restaurantes de alta cocina confiesan no realizar—. Además del trato diario con los proveedores para la selección de las materias primas, la gestión del talento de sus recursos humanos, la construcción de una marca en torno al nombre de un chef y, sobre todo, un estilo personal de management y liderazgo, que imprime cada cocinero y/o dueño de un establecimiento. Frente a una concepción romántica del negocio culinario, impulsada por la pasión por cocinar, se impone la necesidad de rentabilizarlo, evitar las pérdidas y alcanzar el éxito empresarial, sea el chef propietario, socio, director o empleado de un restaurante. Y, cuando no es factible, como es muy frecuente en los formatos de alta cocina, parece imprescindible inventar actividades alternativas que rentabilicen la locura de la gastronomía de vanguardia. Los chefs son los reyes de las sinergias y en un entorno de parón económico como el registrado en los últimos años el ingenio de los profesionales del «gastrosector» se ha agudizado con el lanzamiento de nuevos modelos de negocio. Aun así, en el universo de la cocina contemporánea, la creatividad y la inspiración son términos mucho más empleados que palabras como «gestión» o «economía». ¿Puede la inspiración actuar como motor de motivación empresarial? Los cocineros están, probablemente, entre los escasos empresarios románticos que quedan en el siglo XXI. Cuentan con pasión sus proyectos, se dedican con afán a los fogones y a sus clientes, 11 trabajan jornadas maratonianas en su oficio y, si tienen inquietudes, son máquinas generadoras de ideas, a veces sometidas a una presión creativa casi insoportable. Y, en su día a día, afrontan la gestión de su establecimiento, en muchos casos sin tener formación empresarial, algo en lo que coinciden con emprendedores de otros sectores dispuestos a crear o a reinventar compañías y movidos simplemente por la intuición. Así que la principal lección empresarial del avance de la cocina española de vanguardia resulta paradójica: ¿cómo cocineros que se resisten a ser empresarios, y en muchos casos se rebelan contra las leyes básicas de la economía, pueden ser considerados personajes de éxito y, en ocasiones, haber alcanzado renombre internacional? La respuesta se llama talento y justifica que la creatividad se haya erigido en objetivo estratégico de los negocios gastronómicos de vanguardia. Una combinación de dotes de liderazgo, fuertes dosis de creatividad, imaginación para crear eficientes equipos de trabajo y capacidad para generar sinergias y relacionarse con el cliente desemboca en casos de chefs con historias muy interesantes que contar desde un punto de vista empresarial, aunque sus negocios no siempre logren ser rentables. LECTURA «GASTROECONÓMICA» En esa transformación, hay una lectura gastroeconómica. Los chefs encuentran aliados en empresas de diferentes sectores —cadenas hoteleras, firmas de alimentación, bodegas o aerolíneas, entre otros—, a las que asesoran. Diseñan nuevos conceptos de negocio, en muchos casos con el reclamo de la tapa, identificada por Ferran Adrià como el formato perfecto para que la cocina española se internacionalice. Se refuerza así, en el exterior, la «marca España» a través de la cocina. Y los restaurantes se «empresarializan» a marchas forzadas por pura necesidad. «Nunca hubiéramos soñado con la calidad que tienen los doscientos mejores restaurantes de España», apunta Ferran Adrià, y sostiene: «El éxito de la cocina española es gracias a cinco, seis o siete chalados, a los que han seguido doscientos». Pero mientras los chefs se convierten en figuras mediáticas, todos estos negocios, asesorías y alianzas con socios empresariales ajenos al gastrosector no siempre funcionan. Hay lecciones empresariales que extraer y aprender. 12 LA REVOLUCIÓN O EL ALBOROTO El 30 de julio de 2011 cerró el restaurante elBulli. En 2014 reabrirá sus puertas convertido en elBullifoundation. «Tardará mucho tiempo en haber una nueva vanguardia culinaria», anuncia Adriá. Mientras, Andoni Luis Aduriz lanza su análisis: «Para quienes preguntan cuál es la próxima revolución, creo que la revolución está [ocurriendo] ahora». Y, en un contexto de incertidumbres económicas, varios cocineros como Joan Roca, Quique Dacosta o Paco Morales se suman a esta revolución y se empeñan en una auténtica temeridad: mantener su compromiso con la poco rentable cocina de vanguardia sin traicionar su vocación como chefs. Entre los significados que la Real Academia de la Lengua Española ofrece sobre la palabra «revolución», hay un par que, encadenados, retratan bien la transformación de la cocina española y sus lecciones empresariales: «Cambio rápido y profundo en cualquier cosa» e «inquietud, alboroto, sedición» [por «sedición» se puede entender «sublevación de las pasiones»]. Alboroto… Sin duda lo hay en los fogones de vanguardia. ¿Por qué Andoni Luis Aduriz bautiza un plato con un nombre como «Shhh… ¡Muérdete la lengua!»? ¿Cómo consiguieron los hermanos Joan, Josep y Jordi Roca, que crecieron en una casa de comidas familiar, crear un restaurante top mundial en un barrio periférico de Girona? ¿Qué condujo a Quique Dacosta a lanzar una firma para diseñar conceptos de negocio gastronómicos el mismo año en que decidió hacerse con el ciento por ciento de la propiedad del restaurante donde veinte años antes había entrado a trabajar como aprendiz? ¿Por qué Diego Guerrero recibe al cliente con una tarjeta comestible que anuncia: «Bienvenidos a la revolución silenciosa»? ¿Cómo se les ocurrió a dos profesionales anónimos hasta 2010 como Iago Pazos y Marcos Cerqueiro instalarse en el Mercado de Santiago de Compostela para reeditar el concepto de taberna gallega? Si el lector quiere saber las respuestas a estas cuestiones, le invito a seguir leyendo. Este libro tratade responder a estas preguntas y aspira a extraer lecciones válidas para cualquier sector a partir de las experiencias de chefs y «gastroempresarios» como la saga Roca, Aduriz, Dacosta, Guerrero, Pazos y Cerqueiro. Detrás de estos individuos vestidos con chaquetilla blanca —o, a veces, negra—, hay creatividad e imaginación, pero también capacidad de gestión, estilos particulares de liderazgo y de management, organización de equipos, números y fórmulas de 13 rentabilidad, sinergias con otros sectores y algo envidiable: la posibilidad de ver en directo a diario la satisfacción del cliente, con el riesgo también de la queja casi en tiempo real. Este libro analiza las razones del éxito en el proceso de transformación de la cocina española, con la intención de identificar experiencias derivadas de la gastronomía de vanguardia que sirven de ejemplo y pueden ser aplicables a otros ámbitos de actividad. Con este objetivo, en ocho capítulos, se estudian ocho ideas fuerza para retratar el estilo de management del gastrosector: la creatividad, la figura del chef empresario, los negocios familiares, la gestión de equipos, la mágica relación con el cliente, la despensa a través de un stock perfecto, los modelos de negocio y el lanzamiento de conceptos innovadores. Cada idea se aborda a través del análisis de varios casos de cocineros renombrados y de otros no tan conocidos, con el objetivo de extraer posibles enseñanzas. Como ayuda al lector, un índice recoge al final los más de doscientos nombres de chefs —y de sus negocios— citados en el libro. A través de estas páginas descubrirá tendencias gastronómicas, pero, sobre todo, encontrará ejemplos que podrían ponerse en práctica en casi cualquier ámbito, a pesar de provenir de un sector donde por norma general los cocineros se resisten a asumir su papel de gestores. Esta es una historia de paradojas, contradicciones y genios creativos que no quieren hablar de números, pero que actúan con una ventaja: su imaginación les juega la «mala pasada» de no tener barreras. Así que están dispuestos a asumir riesgos y a afrontar proyectos que en otros sectores serían impensables. Y ese es su punto fuerte: esta forma de pensar ha conducido al éxito de la cocina española de vanguardia, que ha logrado ocupar un puesto de liderazgo mundial y que, a veces, ha generado negocios rentables. Algunos, seducidos por estos personajes románticos que escasean en otros ámbitos del universo empresarial, decidimos cambiar de vida con el objetivo de descubrir y analizar esa magia gastronómica que encierra lecciones y deja al descubierto un largo y fascinante camino todavía por recorrer. Así que les animo a seguir leyendo; creo —y espero— que descubrirán historias para pasar un buen rato, pero también cuestiones útiles e interesantes para sus negocios, se muevan en el sector en el que se muevan. En enero de 2005 vi por primera vez a Ferran Adrià en persona. Desde el escenario de Madrid Fusión, la Cumbre Internacional de Gastronomía, hablaba de platos como la leche eléctrica y la pastilla helada de caipiriña. Aquello resultaba fascinante. Jóvenes 14 cocineros lo escuchaban con fervor. Aplaudían. Estaban entregados. Yo empezaba a escribir sobre gastronomía como hobby. Estoy segura de que aquel encuentro fue determinante para un montón de cosas que ocurrieron más tarde, entre ellas, la publicación de este libro. Siguieron unos años dedicados a conocer chefs que hablaban de inspiración y creatividad, pero también de trabajo en equipo, proveedores, escandallos de platos, I+D y, sobre todo, del cliente, a quien nunca quieren dejar de conquistar. Sus platos eran el camino más directo para dar rienda suelta a su imaginación y establecer una relación con un comensal a quien no podían defraudar. Lo que llegó después fue este libro. 15 1 Una pizca de creatividad La creatividad es contagiosa. En la cocina y en cualquier ámbito. Y aún lo es más si no hay barreras mentales, organizativas y empresariales que impidan la propagación de este «virus». Esta fue la baza de la cocina española en su proceso de transformación, que arrancó a mediados de los años noventa del siglo pasado y que dio lugar a un movimiento de vanguardia. Andoni Luis Aduriz no duda en ensalzar un lirio cortado al atardecer en la huerta de su restaurante que presentó como plato de lujo, Dani García sirve croquetas premeditadamente huecas, Jordi Roca cree que un gol de Leo Messi puede comerse, Quique Dacosta homenajea al Museo Guggenheim con una ostra, Diego Guerrero remata su menú con un huevo poché que resulta ser dulce y David Muñoz da formato de dim sum (empanadilla oriental) a la tortilla española. Son platos que a algunos clientes les pueden gustar o no, incluso provocar risa, pero que a muchos les fascinan. Pero sobre todo son platos preciosos con un sabor espectacular, que ponen de manifiesto la principal idea fuerza de la cocina española de vanguardia: la creatividad. ¿Qué se le pasa a un cocinero por la cabeza para dar a luz estas creaciones, diseñar conceptos nuevos, inventar máquinas o lanzar nuevas formas de negocio? Probablemente, la respuesta no es tan diferente a la que podría darse si se tratara de profesionales de otros sectores: tiene una idea. Algunos chefs cuentan que un nuevo plato puede ocurrírseles en un avión o visitando otros países y sus mercados; otros afirman sin complejo que una idea llega delante de un folio en blanco; bastantes recurren a lo que parece más humano, natural y lógico: las ideas surgen trabajando en la cocina. Detrás de unos huevos fritos, hubo una idea, creatividad, técnica y, por qué no, emoción… e, incluso, arte. Y la constatación histórica de que, al menos, en 1618, ya existía esta sencilla receta en Sevilla, porque el pintor Diego Velázquez la plasmó en su cuadro Vieja friendo huevos. Pero la diferencia es que, entonces, cocinar era simplemente ejecutar, lo que implicaba que, con una sencilla receta, era posible replicar un plato. La cocina cambió cuando empezó a ser considerada «un lenguaje mediante el 16 cual se puede expresar armonía, creatividad, felicidad, belleza, poesía, complejidad, magia, humor, provocación y cultura», como sostiene uno de los veintitrés principios que componen la «Síntesis de la Cocina de elBulli», presentada por Ferran Adrià en la cumbre gastronómica Madrid Fusión en enero de 2006, con la intención de retratar su filosofía y, al mismo tiempo, de marcar las bases de la cocina española de vanguardia. En esta transformación, Adrià fue, sin duda, el líder. Cuando, el 10 de agosto de 2003, The New York Times dedicó la portada y catorce páginas de su suplemento dominical al cocinero catalán bajo el título «The “Nueva” Nouvelle Cuisine», decía: «Si bien hay muchos chefs interesantes en toda España, el hombre que está convirtiendo la haute cuisine en alta cocina es una persona de un talento prodigioso y de formación autodidacta, el catalán Ferran Adrià». En la evolución del proceso creativo, este nuevo estilo de cocina, con Adrià como líder, rompía con la ortodoxia de etapas anteriores como la nouvelle cuisine, abría la despensa a la globalización y apostaba por recetas casi imposibles de elaborar con enunciados como aires, espumas y «sferificaciones». Es interesante recordar la definición que da elBulli a estas «mezclas imposibles»: «Recetas nacidas de la voluntad de romper la trama de la memoria, que nos permitiría reconocer gustos y combinaciones». Pero aquello no era del todo rupturista. ElBulli admitía abiertamente las lecciones aprendidas de los chefs franceses: Pierre Gagnaire enseñó a los españoles la importancia de crear libremente, es decir, que «todo es posible»; y Michel Bras les abrió el camino hacia la sensibilidad a través del «mundo de la naturaleza y del respeto por el marcado gusto de cada producto». Es decir, lo mejor del pasado debe inspirar las creaciones del futuro. «El entusiasmo que suscitaron en nosotros comenzó a marcar nuestra cocina, con una combinación de estilo de base regional, que había sido nuestra marca personalhasta entonces, y un estilo más vanguardista que no tenía raíces», explicaba un miembro del equipo de elBulli. Y de este enfoque se extrae una lección aplicable a cualquier sector empresarial: nunca debe olvidarse ni desestimarse la experiencia de otros en el pasado, su contribución a la profesión no solo no es desdeñable, sino que puede resultar muy valiosa para el éxito de un negocio presente y futuro. ATRACTIVO EMPRESARIAL Y ARTÍSTICO 17 Poco a poco, el proceso creativo se fue configurando como objetivo prioritario de una nueva forma de entender la cocina en la que ha predominado la libertad, en torno a una increíble racionalidad, capaz de compaginar técnicas y conceptos, «procesos de trabajo que hoy en día serían extrapolables a otros ámbitos de la actividad económica y que explican por qué Adrià es requerido en tantos foros como conferenciante», sostiene el crítico gastronómico José Carlos Capel, creador de la cumbre gastronómica Madrid Fusión. La capacidad creativa ha sido, de hecho, el rasgo característico de la revolución de la cocina española que más ha atraído a otros sectores empresariales. Desde este universo, las empresas ficharon a chefs como conferenciantes capacitados para hablar sobre creatividad, liderazgo, organización y gestión de equipos. Pedro Larumbe, dueño de un restaurante en Madrid; Sergi Arola, artífice de un espacio de alta cocina en Madrid y asesor de varios negocios repartidos por el mundo; Paco Roncero, director de El Casino de Madrid, donde lidera, además, La Terraza, un restaurante de alta cocina; y Pedro Subijana, dueño de Akelarre en San Sebastián, son ejemplos de cocineros que han impartido charlas en el universo corporativo. Ferran Adrià es el número uno en este ámbito: tras años pronunciando conferencias en diferentes foros empresariales, desde 2010 es embajador de la marca Telefónica en el mundo y participa en un programa de charlas y conferencias por todo el planeta. En sentido inverso, la operadora española trabaja con el equipo de elBullifoundation en el desarrollo de la infraestructura tecnológica de la fundación. Además, el chef es la imagen internacional de Turespaña. Las escuelas de negocios también se han sentido atraídas por el gastrosector y han analizado diferentes ejemplos. En 2007, Marcel Planellas y Silviya Svejenova, profesores del departamento de política de empresa de ESADE Business School, elaboraron un estudio titulado «Creatividad: Ferran Adrià». A pie de página se incluye una nota explicativa que señala que se basa en la presentación del caso «Creatividad: Ferran Adrià», en la ExpoManagement, el 24 de mayo de 2006, en Madrid. ExpoManagement fue uno de los eventos que acogió en varias ocasiones las charlas del chef. Es curioso cómo empieza el estudio de ESADE: «ElBulli es felicidad». A esta escuela de negocios acostumbrada a analizar las estrategias pragmáticas de empresas de grandes corporaciones y el éxito de brillantes emprendedores, lo que más le llamó la atención de elBulli fue la atmósfera de felicidad que se respiraba. Esa sensación de felicidad transmitida por la cocina de vanguardia también sedujo al 18 mundo del arte y marcó un hito: en 2007, Ferran Adrià se convirtió en el primer cocinero invitado a la Documenta de Kassel (Alemania), lo que suponía que debía presentar una obra en este evento de arte contemporáneo. El chef optó por convertir elBulli en el pabellón G de Documenta XII. Todas las noches, una mesa de su restaurante de Cala Montjoi se convertía en parte del certamen artístico. Entonces se generó un debate sobre la consideración o no de la cocina como arte y el hecho supuso el pistoletazo de salida para el acercamiento de ambos mundos en los años sucesivos y su papel en publicaciones, exposiciones y diferentes iniciativas, a través de su relación con el pintor Richard Hamilton y Vicente Todolí, entonces director de la Tate Modern de Londres. DECISIONES EMPRESARIALES CREATIVAS Más allá de su atractivo artístico, las ideas se materializan en el plato y en decisiones adoptadas por los chefs de vanguardia, que convierten la creatividad en su filosofía estratégica no solo para cocinar, sino para cambiar el día a día de su restaurante. ElBulli lideró la adopción de medidas revolucionarias fruto de la creatividad. La primera fue la desaparición de la carta y su sustitución por un formato único de menú degustación, decisión que se aplicó en su totalidad en 2002 y que fue seguida por muchos restaurantes de vanguardia. Fue algo revolucionario porque, por entonces, ningún establecimiento europeo con tres estrellas Michelin carecía de carta. «El menú degustación es la máxima expresión en la cocina de vanguardia. La estructura está viva y sujeta a cambios. Se apuesta por conceptos como snacks, tapas, avant postres [prespostres], morphings [entre los avant postres y los postres], etcétera», señala uno de los veintitrés principios de la «Síntesis de la Cocina de elBulli». Había otro argumento que debía considerarse, según el equipo de Cala Montjoi: «En España, existe un fenómeno en cierto modo análogo, las tapas. A una persona a la que le guste esta forma de comer es difícil que le disgusten los menús degustación». Pero, además, un motor clave para el adiós a la carta fue la propia demanda. En 1997, por primera vez, el porcentaje de comensales que elegía el menú degustación superaba al que optaba por la carta: un 60 por ciento frente a un 40 por ciento. Y el abismo entre ambos formatos se fue haciendo más grande hasta que, en 2001, un 99 por ciento de los clientes optaba por el menú degustación. Estos datos demostraban, según el equipo de elBulli, «la particular simbiosis que se estaba estableciendo entre el público y nosotros». 19 Un cliente que, primero, conseguía con dificultad una reserva en el restaurante de Ferran Adrià y Juli Soler —probablemente, tras meses de insistencia— y que, en muchos casos, recorrería cientos o miles de kilómetros para vivir esa experiencia llegaba con enormes expectativas. «Somos conscientes de que, cuando llegan, quieren probar el máximo de nuestras propuestas», razonaban en elBulli. Así se consolidó el menú degustación, que cambiaba en la práctica la relación con el cliente. «No damos opción a que el comensal elija. Es decir, el comensal delega en nosotros, nos da toda su confianza, pensando en que nosotros elegiremos lo mejor para su disfrute.» Esa es una prueba más del estrecho vínculo que se establece entre el cocinero y el cliente en un restaurante de cocina de vanguardia, tema que analizaremos más adelante. El menú degustación, desde el punto de vista empresarial, resulta la fórmula perfecta para presentar el trabajo de un cocinero y su equipo a un cliente, ya que permite probar más platos en pequeñas proporciones; reflejar la temporalidad de los productos; es flexible —un menú puede cambiar de un día a otro, de una semana a otra o de un mes a otro o, simplemente, cuando lo exija la materia prima—; y, además, hace mucho más gestionable el día a día de un restaurante. Desde el punto de vista empresarial, el menú degustación aumenta la capacidad de previsión de la compra; reduce la cantidad de productos sobrantes, ya que limita la oferta a un número determinado de platos; y facilita realizar un escandallo del menú global, lo que mejora la gestión económica al equilibrar el coste de unos platos con otros. Otro de los principios de elBulli sostiene que «todos los productos tienen el mismo valor gastronómico, independientemente de su precio». O, lo que es lo mismo: «En 1994, se toma conciencia de que los productos con mayor valor gastronómico no son necesariamente los más caros». CHEFS EN SUS CUARTELES DE INVIERNO Otras decisiones que en su día parecieron radicales condicionaron directamente la organización de un restaurante de vanguardia: el cierre durante la temporada baja para dedicarse a crear. Esta fórmula «made in Bulli» generó una corriente a la que se han sumado chefs como Andoni Luis Aduriz en Mugaritz (Rentería, Guipúzcoa), Dani García en Calima (Marbella, Málaga),Quique Dacosta en su restaurante de Denia (Alicante) o Paco Morales en el Hotel Ferrero en Bocairent (Valencia). Se trata de una parada anual para descansar, viajar, desintoxicarse, impulsar otros 20 negocios y, sobre todo, crear. Cada año es más frecuente que los cocineros de vanguardia cierren sus restaurantes varios meses al año aprovechando la temporada baja de clientela del lugar donde están ubicados. En 1987, Ferran Adrià y su equipo decidieron cerrar elBulli durante cinco meses con una finalidad: investigar y crear. En su caso, esa labor se canalizó a través de elBullitaller, en el Barrio Gótico de Barcelona. ¿Se imaginan paralizar unos meses la actividad de su compañía para dedicarse a pensar? Aviso importante: esta fórmula no equivale ni mucho menos a periodos sabáticos, ya que los chefs siguen trabajando dentro y fuera de sus cocinas. Evidentemente, no es lo mismo dar de comer a unos comensales, que trabajar como consultor de proyectos, fabricar piezas de electrodomésticos o ser abogado. Sin embargo, puede no resultar tan disparatado pensar que, en determinados negocios en los que la innovación es muy importante, los empresarios podrían plantearse fórmulas encaminadas a aprovechar periodos de caída de la actividad y dedicarlos a la creatividad y la innovación. ¿Suena a locura? Es posible, pero sin ese imprescindible ingrediente de locura, la cocina española de vanguardia no podría haber avanzado ni haberse situado en el lugar que ocupa ahora en el mundo. Llega el momento de pensar sin el estrés del día a día. Algo así como un tiempo para el «gastropensamiento» y, por qué no, de romper con la rutina del servicio diario de un restaurante. Es una tendencia que este libro bautiza como «Chefs en sus cuarteles de invierno». Desde 2010, es la fórmula utilizada en Quique Dacosta Restaurante. No es el único caso. Tomen nota: Andoni Luis Aduriz cierra Mugaritz desde diciembre hasta avanzado abril. Paco Morales deja en suspenso su temporada en el Hotel Ferrero (Bocairent, Valencia) de enero a marzo, un período similar al que Ángel León paraliza Aponiente. Mientras, Dani García deja descansar Calima desde finales de octubre hasta mediados de marzo aproximadamente. Para Andoni Luis Aduriz, cerrar durante cuatro meses «permite centrarse en el esfuerzo de la creatividad y, además, beneficia al personal, que tiene un descanso mental y físico mayor que si está sometido a un servicio diario. La creatividad es mayor si la gente descansa y se rompe la rutina. El cliente se beneficia porque se encuentra con un equipo más motivado. La razón del cierre durante cuatro meses es buscar la excelencia». TALLERES PARA SISTEMATIZAR IDEAS 21 Entre las novedosas decisiones adoptadas en elBulli hay una que tuvo un papel crucial para garantizar esa pizca constante de imaginación de esta organización: abrir talleres de creatividad. En realidad, este espacio surgió como consecuencia de la necesidad de sistematizar las creaciones como parte central del trabajo del cocinero. ¿Cómo nació, qué fue y qué es elBullitaller? Fue una decisión creativa y empresarial. En 1992, Adrià pasó el invierno con el escultor Xavier Medina Campeny —cliente de elBullli— en su taller en Poblenou de Barcelona, donde se llegaron a realizar pruebas «delirantes» de las famosas espumas, que no se inventaron hasta 1994. Uno creaba platos, y el otro, esculturas. Y hablaban. Fue el germen del futuro taller. A los dos años, el chef formó un equipo dedicado al proceso creativo, que trabajaba fuera del horario de servicio del restaurante. «Teníamos que profesionalizar el proceso de creatividad», recalca Adrià. En 1995 se oficializan estas tesis con el primer ensayo de un taller de trabajo en el restaurante Talaia, en el Puerto Olímpico de Barcelona —asesorado entonces por elBulli—. En este espacio trabajan los cocineros Marc Singla, creador de la ya casi mítica «Tortilla deconstruida», que hoy ofrecen en La Mar Salada, en Barcelona, Carles Abellan y Sergi Arola. En 1997 arranca el siguiente taller en la sede de la firma elBullicatering, en el Acuario de Barcelona, con Albert Adrià y Oriol Castro dedicados en exclusiva a este rincón. En 2000 se encontró, por fin, el espacio perfecto para que elBulli tuviera su centro de creatividad y que, analizado hoy, era el augurio de elBullifoundation. En la calle Portaferrissa de Barcelona, en un palacio del siglo XVIII, se establecía elBullitaller, donde el equipo clave de Adrià trabajaba los seis meses en los que el restaurante de Cala Montjoi permanecía cerrado. «El objetivo era proporcionar nuevas ideas al restaurante cada año», señala el estudio sobre elBulli de la escuela de negocios ESADE. En la práctica, todos los años, al cerrar la temporada del restaurante, arrancaba la otra temporada. Incluso aparatos como las Thermonix se embalaban para trasladar parte del equipamiento desde Cala Montjoi hasta Barcelona, en una especie de mudanza física y mental del batallón creativo de elBulli. Era tiempo de pensar, crear y diseñar el menú del siguiente año. Ideas apuntadas en papeles, cuadernos, ordenadores y una cocina en la que cada día piezas clave como Oriol Castro, Eduard Xatruch y Mateu Casañas (que a finales de abril de 2012 abrieron Compartir, un local informal en Cadaqués, Girona) realizaban pruebas de platos que daban a probar a su jefe. Además de hacer la compra diaria de productos en el cercano Mercado de la Boquería, de recibir materias primas de nuevos 22 proveedores y de realizar pruebas en la cocina, se hacían reuniones para discutir ideas y examinar vajillas, que solían ocupar la sala de reuniones durante varios meses. Cada plato nuevo no estaba del todo acabado si no conseguía tener su mejor soporte. Así surgía el menú degustación de cada temporada, mientras se resolvían cuestiones logísticas y organizativas como, por ejemplo, la recepción del personal nuevo y de los becarios. Al final, elBullitaller y todos los espacios que posteriormente lo reprodujeron son un compendio de la cocina como centro de experimentación, una biblioteca y, en ocasiones, un lugar donde trabajar los meses de cierre de un restaurante; y en algunos casos, una especie de sede central de los negocios del cocinero. En la historia gastronómica mundial, el primer taller fue el creado por elBulli en Barcelona. Le han seguido muchos espacios más o menos grandes habilitados como bancos de pruebas dedicados a desarrollar la actividad de I+D en restaurantes como Mugaritz, Quique Dacosta Restaurante, Calima, Echaurren o La Terraza del Casino, entre otros. En el exterior, también ha sido habitual la organización de espacios específicos destinados a la creatividad. Hay varios ejemplos: el cocinero danés René Redzepi, al frente de un restaurante top de fama mundial, Noma (Copenhague), cuenta desde 2012 con uno, y el peruano Gastón Acurio abrió hace ya varios años un taller en el barrio de Barranco en Lima, donde compagina las pruebas de los platos con la organización de su conglomerado empresarial e, incluso, con la grabación de programas de televisión. Hay chefs afortunados que cuentan con espacio y recursos económicos para montar su taller, que incluso llegan a estar patrocinados por empresas que prestan así un apoyo tecnológico a su cocina. Otros convierten un pequeño rincón de su cocina en un improvisado centro de ideas para trabajar sin estorbar la rutina de los fogones. Sin duda, el taller probablemente sea la máxima aspiración de un chef de alta cocina: ¿quién no quiere tener un taller para pensar, hacer pruebas y dedicar horas al margen del estrés diario de la cocina? COPYRIGHT Y ARTEFACTOS Mientras se materializaban decisiones de calado estratégico como el cierre por temporada y la creación de talleres creativos, surgió la necesidad de compartir las ideas con otros colegas. ¿Un plato tiene copyright? Lo veremos más adelante, pero, como 23 «aperitivo», basta tener presente que la ausencia de una regulación que protegiera legalmente las creaciones culinarias se tornó en una ventaja para la cocina española devanguardia, que pudo extender sus parámetros creativos sin límites por el mundo y se copió —y copia— más o menos impunemente. La copia de una idea de otro es la prueba fehaciente de que se trata de un auténtico éxito. Por eso, en la era de la creatividad culinaria, documentar cualquier plato, concepto o técnica se vislumbró como algo crucial, lo que genera otra lección de management: «poner por escrito» cualquier proceso en una organización implica sistematizarlo y garantizar que funcione mejor. Otra de las consecuencias derivadas de esta fiebre creativa fue el desarrollo de una maquinaria casi «galáctica» destinada a la alta gastronomía, que, a veces, dio lugar a patentes. En algunos casos se trata de herramientas que ya existían a las que se descubren nuevos usos. El máximo exponente de esta modalidad es el sifón, utilizado en el sector pastelero y que el equipo de elBulli reutilizó para elaborar sus míticas espumas. Para que el sifón se extendiera comercialmente fue clave la alianza en 1997 entre ICC (International Cooking Concepts), firma dedicada en sus orígenes a productos de pastelería, y Ferran Adrià. La empresa de la familia Calabuig se hizo representante exclusivo en España del fabricante austriaco iSi, creador de esta herramienta. ICC se convertía así en comercializador y distribuidor de los sifones y las cargas de N2O (óxido nitroso), que también se usan en la fabricación de los coches BMW. La fabricación y venta de artilugios de cocina constituye un auténtico subsector profesional. En los últimos años se han ideado máquinas casi galácticas como la PacoJet, creada en Suiza hace más de dos décadas y que Adrià empezó a utilizar en 1999. Ese año los cocineros Joan Roca y Narcís Caner empezaron a trabajar con el Roner. En 1997, Roca desarrolló con Pere Castells, científico de la Fundación Alícia, el Rotaval, a partir del Rotavapor, un destilador existente en el mercado. El chef catalán Sergio Torres desarrolló en 2005 la Gastrovac. En 2007, Ángel León diseñó, con la Universidad de Cádiz, el Clarimax. Con todos estos aparatos, la cocina de vanguardia tomaba forma y los cocineros solían percibir en algunos casos unos royalties al registrar las patentes de los inventos. NO COPIES, CREA Una nueva forma de entender el papel del personal del comedor, mayor participación del 24 comensal, informalidad —por ejemplo con la desaparición del mantel— o locales de mesa única son otras tendencias empresariales nacidas de la creatividad culinaria, que este libro analiza en el capítulo sobre la relación con el cliente. Y, como hemos dicho, no hay que olvidar las experiencias del pasado, donde varios hitos marcaron las prácticas empresariales de la cocina del siglo XX. Georges Auguste Escoffier, que nació en 1846 en Villeneuve-Loubet, una pequeña localidad próxima a Niza (Francia), fue el ideólogo del menú a la carta, que implantó por primera vez en el Hotel Carlton de Londres; el creador del sistema de organización por brigadas dentro de la cocina, que sigue utilizándose hoy; el máximo exponente de la figura del chefasesor del hotel, a través de su alianza con César Ritz; y el visionario que optó por documentar cinco mil recetas en La Guía Culinaria, lo que posibilitó actualizar la gastronomía francesa y sentar las bases de la cocina clásica. Por eso, los chefs de vanguardia trabajan —algunos puede que sin saberlo— siguiendo las pautas de gastronomía y management que Escoffier inventó en el siglo XIX y que Ferran Adrià actualizó y revolucionó en la última década del siglo XX. En cualquier caso, a través de la creatividad culinaria y empresarial, nació una nueva manera de entender y desarrollar la alta cocina que tiene como objetivo final la satisfacción de los comensales. La cocina española pisó el acelerador de la vanguardia y muchos siguieron el camino abierto por Adrià. «En veinte años, se han creado veinte veces más técnicas y recetas que en un siglo», según sostiene el chef. «Fui consciente de que era el líder del proceso y de que eres capaz de hacer que la industria no se quede parada porque el que va delante no para.» «Crear es no copiar», fue la frase que el chef francés Jacques Maximin pronunció y que marcó a un joven Adrià, que desde entonces decidió seguir su propio camino y cambió así el rumbo de la cocina mundial. Esta máxima, auténtica lección empresarial para cualquier sector de actividad, no debería olvidarse nunca en el gastrosector. Y no está mal recordar la advertencia de Aristóteles en el siglo IV a.C.: «La finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no copiar su apariencia». 25 Ferran Adrià, veinte años de una idea descabellada 1 de febrero de 2012. Hace seis meses y un día que cerró elBulli, el rincón de Cala Montjoi (Girona) desde el que se gestó en los años anteriores una revolución culinaria de calado internacional. Fue el adiós a su formato como restaurante y el inicio de una nueva etapa como fundación. «La rutina nos estaba matando», ha contado en varias ocasiones Ferran Adrià (Hospitalet de Llobregat, Barcelona, 1962). En un día lluvioso de Barcelona, varios miembros del equipo de confianza del cocinero trabajan en una sala de elBullitaller, en la calle Portaferrissa. Se sientan en torno a una mesa, donde en los últimos años han discutido ideas, platos, técnicas y formatos. Pero, esta vez, no manejan ni cacharros de cocina, ni cubiertos, ni siquiera sifones, esa arma importada desde el mundo de la pastelería. Miran absortos sus ordenadores y sus notas. Ninguno lleva chaquetilla de cocinero. Trabajan en silencio. En una ocasión, su jefe se asoma y les comenta algo. De vez en cuando, cruzan alguna palabra entre ellos. Hablan de «elBullipedia», un proyecto para crear una enciclopedia online de cocina, al estilo de Wikipedia, cuyas bases ya se están sentando. Sus ideas están recogidas en un montón de tarjetas de colores clavadas con chinchetas en paneles de poliexpan distribuidos por la cocina y las salas de elBullitaller. Hay anotaciones como esta: «¿Cómo te lo puedes comer? Crudo sin manipular. Vivo sin manipular. Crudo manipulado. Vivo manipulado. Cocinado manipulado. Cocinado sin manipular». Era el invierno de 2012 y las ideas estaban allí; solo había que ordenarlas. Y cuando ese objetivo se cumpliera se estaría poniendo en marcha el proyecto de elBullifoundation. La imagen de profesionales como Oriol Castro, Eduard Xatruch y Marc Cuspinera trabajando sentados frente a sus ordenadores es una prueba de que la fundación funcionaba en esa fecha, aunque hasta 2014 no tenga prevista su puesta de largo. A Adrià, hijo de Ginés —pintor y estucador— y de Josefa —ama de casa— y cuya gran pasión de adolescente era el fútbol, se le conoce por ser el artífice de la última revolución de la historia gastronómica global. Pero también por haber decidido algo inesperado: cerrar el restaurante que lideraba junto con su socio, Juli Soler, cuando acumulaba una lista de espera de varios miles de peticiones de reserva y poseía la mesa más deseada del planeta. Fue la decisión sui géneris de un líder atípico que construyó un 26 negocio en torno a un valor a priori intangible: la creatividad. O algo más. «La creatividad técnica y conceptual marca casi con toda certeza la diferencia más importante entre una cocina que es simplemente creativa y otra que está en evolución constante», mantiene Adrià. Es complicado contar algo sobre elBulli que impresione o que, al menos, aporte algún enfoque novedoso. Un primer paso es ofrecer algunos datos. Ferran Adrià llegó a Cala Montjoi en 1983, tras conocer en Cartagena durante la mili a Fermí Puig, que trabajaba en el restaurante de Girona. Desde entonces y hasta su cierre el 30 de julio de 2011, su restaurante recibió a unos doscientos ochenta mil comensales —cincuenta por servicio y unos diez mil por año—. Mantener elBulli y su taller en Barcelona tenía un coste de medio millón de euros anuales. El universo en torno a la marca elBulli generaba ingresos por unos cuatro millones de euros al año, lo que incluía el restaurante,las actividades del taller, elBullicatering, creado en 1995, y las asesorías empresariales mantenidas por Adrià, que a lo largo de los años incluyeron acuerdos con empresas como PepsiCo., NH Hoteles, Lavazza, Borges o Caprabo. La historia de elBulli se concreta en 2.500 objetos y 85 vídeos, que recogerá un museo vinculado a la futura fundación, entidad que contará con un presupuesto anual de un millón de euros. Todos estos datos dieron lugar a un formato muy especial y singular, que modificó el rumbo de la gastronomía mundial. Antes de la portada de The New York Times en 2003, España ya había dado la voz de alerta en 1999. El País Semanal dedicó una portada a Adrià en una clara apuesta por el chef cuando todavía era poco conocido por la sociedad, y un artículo con el título de «¿El mejor cocinero del mundo?». En 2004 la revista Time lo incluyó en una lista de las cien personalidades más influyentes del mundo en todos los ámbitos. En 2007 una votación organizada en Madrid Fusión entre sesenta periodistas de todo el mundo lo nombró el cocinero más influyente del planeta. En 2009 la lista S. Pellegrino, publicada por la revista británica Restaurant, eligió elBulli como el mejor restaurante del mundo por cuarto año consecutivo. «ElBulli está por encima de Ferran Adrià», matiza el chef. «Es el español más influyente de nuestro tiempo», sentenció Alberto Anaut, en la presentación en enero de 2012 del volumen Eñe de la revista Matador, dedicado exclusivamente a la figura de Adrià. Para el editor de Matador (La Fábrica Editorial), «la gastronomía es el sector que marca tendencias ahora mismo en el mundo». Adrià puede impresionar a cualquiera que le conozca por tres de sus rasgos característicos: su enorme capacidad de trabajo, su potencial para pensar a mil por hora y su don para entrar en 27 ámbitos ajenos a la gastronomía e ir al meollo de la cuestión. Para el publicista Toni Segarra, autor de la conocida campaña «¿Te gusta conducir?», y buen amigo de la «familia Bulli», «la generosidad es el mayor rasgo de genialidad de Ferran Adrià». El cocinero nunca fue a la universidad, ni siquiera a una escuela de cocina, pero tiene cuatro honoris causa. Escuelas de negocios como IESE y ESADE han estudiado su modelo de negocio. La Universidad de Harvard realizó un estudio sobre elBulli y firmó un acuerdo con el cocinero y la Fundación Alícia (Alimentación y Ciencia) en 2009, gracias al cual durante los años siguientes se ha desarrollado un programa sobre ciencia y cocina, impartido por un grupo de chefs catalanes, como Joan Roca, Nandu Jubany y Carme Ruscalleda. Pero este «efecto Adrià» también tiene calado en la sociedad. ¿Cuándo fue la última vez que en una presentación o en un evento los responsables del catering sirvieron aperitivos en pequeñas cucharas? Detrás de esas piezas de menaje, tomadas de la cultura asiática, está Ferran Adrià. Es una creatividad casi de andar por casa. «¿Os acordáis cuando en los cócteles ponían canapés?», dice el cocinero. Los canapés siguen existiendo, sin duda, pero también es incuestionable que Adrià cambió la fórmula de la alta cocina y que eso tuvo consecuencias en muchos formatos culinarios aunque, a veces, su toque pase desapercibido para los comensales. De hecho, Adrià reconoce que la gran asignatura pendiente de la gastronomía española de vanguardia sigue siendo llegar al público de a pie. LA HISTORIA Hay una historia empresarial anterior al nacimiento de esa vanguardia. En 1983 un joven cocinero llegó a elBulli para hacer prácticas; allí conoció a Juli Soler y se quedó un año después como jefe de partida. Su hermano Albert Adrià entró a trabajar en 1985 y, en 1987, Ferran Adrià se convirtió en el primer chef, tras la marcha de Christian Lutaud, con quien había compartido el puesto desde 1984. Año en el que, además, Adrià oye la frase de Maximin: «Crear es no copiar». En 1990, tras adquirir el establecimiento a la familia Schilling, fundadora del restaurante a principios de los años sesenta, Juli Soler y Ferran Adrià comparten la propiedad a partes iguales y crean elBulli, S. L. En los últimos años, Adrià y Soler se han ocupado cada de uno de determinadas funciones: Adrià de crear nuevos platos y formatos, y su socio, de algunos aspectos de la gestión, 28 sin abandonar el hábitat natural en el que había crecido profesionalmente, la sala. Su primera inversión como socios, en 1993, fue la construcción de una nueva cocina. Era el requisito logístico necesario para llevar adelante el proyecto, que ya empezaba a ser objetivo estratégico de Cala Montjoi y de su modelo empresarial. La cocina pasó de ocupar cincuenta metros cuadrados a un espacio de 325 metros cuadrados. Pero, aun así, se quedaba corta. Por eso —y como ya se ha comentado al principio de este capítulo—, en 1992 se abrió elBullitaller en el Barrio Gótico de Barcelona. A través del taller, nacían los menús degustación de cada temporada. Adrià suele anotar ideas, un método práctico de documentación de la creatividad durante el proceso de experimentación y creación, tanto en el taller como en la cocina. Cuando su equipo viajaba por España o por el extranjero, tomaba notas de los productos y elaboraciones en un cuaderno. Esa suma de ideas se trasladaba después a la denominada «libreta general», que funcionaba como base de datos para arrancar el trabajo de cada año. Al año se realizaban unos cinco mil experimentos que resultaban en unos ciento treinta platos, es decir, ciento treinta «ideas de negocio» o, al menos, de nuevos conceptos o modos de elaborar ciertos platos. Cada temporada arrancaba con el último menú del año anterior, al que se iban añadiendo platos por semana hasta llegar a un menú completamente nuevo. En 2011, el último año de su historia como restaurante, se sirvió un menú integrado por unos cuarenta y cinco platos, de un abanico de cincuenta y siete opciones. Desde 1987, año en el que Ferran Adrià hizo la primera receta propia, hasta el cierre el 30 de julio de 2011, elBulli produjo 1.846 platos. Como labor de documentación, el equipo recopiló y publicó, desde el año 2002, las recetas de todas sus creaciones en el «Catálogo General», una especie de biblia de 8.000 páginas en el gastrosector. Un dato más: desde 1999 se empezó a poner fecha a los platos de elBulli, como respuesta a la pregunta: «¿Qué pasaría si supiésemos el año de creación del hojaldre, la mayonesa o la tortilla?». Y algo curioso, recogido en la exposición Ferran Adrià y elBulli, inaugurada en el Palau Robert (Barcelona) en febrero de 2012: todos los platos servidos en Cala Montjoi se reproducían antes con plastilina y cada ingrediente se identificaba con un color diferente, lo que servía de manual práctico para el equipo del restaurante a la hora de elaborar una receta. Al mismo tiempo, la Fundación Alícia, impulsada desde 2004 por Adrià para centralizar la investigación científica que apoyaba su cocina, seguía adelante con la idea de que cualquier chef podía beneficiarse de los esfuerzos de este centro con sede en Sant 29 Fruitós de Bages (cerca de Manresa, Barcelona). Esta fundación, que cuenta con el apoyo de la Fundació Caixa Manresa de l’Obra Social de CatalunyaCaixa, es una prueba de la importancia que tiene impulsar colaboraciones en favor de la ciencia y la I+D en todos los sectores. CAMBIOS CORPORATIVOS Mientras la creatividad se convertía en objetivo del modelo de elBulli como empresa, se tomaron decisiones corporativas cruciales como la eliminación de la carta en 2002 que, con el tiempo, secundaron restaurantes de todo el mundo. Y se hizo con este argumento: «Un menú degustación es el máximo exponente de lo que llamamos gastronomía». En 1987 ya se había instituido el «parón» durante cinco meses al año, que más adelante fueron seis. En 2001 se decidió cerrar el restaurante a mediodía y servir solo cenas, dada la complejidad del menú degustación. «Cada cinco años, hacíamos cambios drásticos», reconoce el cocinero, que no olvida la época, en los años noventa, en la que su empresa no conseguía llegar afinal de mes. «Hay gente que dice que soy un estratega de marketing. ¿Qué voy a ser yo un estratega?», insiste. Todas estas decisiones tenían una misma lectura: mejorar la organización para hacer más eficiente el trabajo del equipo de elBulli con el objetivo de ganar horas para destinar a la creatividad. Era un auténtico compromiso empresarial con la eficiencia y, por lo tanto, con la generación de ideas, aunque no con la rentabilidad, que, sin embargo, llegaba a través del resto de actividades, negocios y asesorías desarrollados por Adrià y su equipo. Por ejemplo, elBulli dejó de ganar más de dos millones de euros al año por cerrar a mediodía. «Fueron decisiones para seguir creando», defiende el chef, que no concibe el éxito de elBulli sin su equipo, calificado por el chef como «el mejor equipo del mundo que pueda existir en un restaurante». La creatividad —gastronómica y empresarial— tuvo un precio elevado: la presión. Tras años en los que Adrià y su equipo presentaron técnicas revolucionarias, como las espumas y la sferificación, y platos extraordinarios, el propio chef reconocía que era imposible mantener semejante ritmo creativo durante muchos más años. Al poco tiempo, Albert Adrià sintetizó la locura en la que estaban inmersos: «Hemos creado un monstruo ingestionable; o lo matamos, o lo domesticamos». El hermano menor de Ferran Adrià, pieza más que clave en la capacidad de creación de elBulli, decidió retirarse de Cala 30 Montjoi en 2006 y dedicarse a otros negocios —abrió el bar de tapas Inopia, que este libro analiza más adelante. Y llegó la hora de domesticar al monstruo… a través de drásticas decisiones empresariales. En enero de 2010, Ferran Adrià anunció en Madrid Fusión un período aparentemente sabático de dos años (2012 y 2013) para reflexionar sobre el futuro de elBulli. Todo se precipitó, la gente dio por cerrado el local y se desataron rumores de todo tipo. «Era una transformación, no un cierre, pero me obligaron a sacar otro comunicado. No me dejaron tener tiempo. Las especulaciones podían matar el proyecto», explica el chef, que el 22 febrero de ese año anunció en el Fórum Gastronómico de Santiago el proyecto de conversión en una fundación en 2014. ¿Por qué cerró elBulli? Hay varios motivos. Uno era el cansancio de la rutina. «Hacer ciento treinta platos al año era aburrido y previsible», sentencia Adrià. Dos, la frustración violenta de las reservas. «Vivimos una presión bestial. Mi vida era una mesa». Tres, la sobreexposición pública. «Yo estaba cansado de elBulli y de Ferran Adrià, tras quince años de un ritmo bestial. Estaba cansado de verme en todos los medios; salí en los telediarios diciendo que envenenaba a la gente. En elBulli habíamos llegado al límite». Cuatro: «El núcleo duro, un equipo de diez personas [que continúa acompañando al chef en la fundación], me pidió un descanso o un cambio de vida». Y cinco: «La gente no te deja tener éxito. El sistema no acepta un triunfo demasiado prolongado —sostiene el chef, y añade—: El cierre no fue fruto de una estrategia. A veces, las cosas son más fáciles de lo que parecen. No hay que pensar tanto en motivos profesionales porque los negocios los hacen personas, no máquinas». El formato acordado por Adrià —que no tiene hijos— y Soler fue una fundación, que tendrá la creatividad como prioridad estratégica y que se financiará con fondos aportados por los dos socios. Eso significa que algunas asesorías y acuerdos, incluido el de Telefónica, mantenidos por el cocinero tienen como objetivo generar dinero para elBullifoundation. Así, en 2011, se recaudaron «muchos fondos» para la fundación, según el chef. Una vía fue el proyecto Ferran Adrià Historical Experience. Nacía así elBulliexperiences, cenas privadas para empresas que podían disfrutar por un día del espacio de Cala Montjoi. En enero de 2012, en la presentación de la revista Matador en Madrid, Adrià aportó un dato interesante: Dom Pérignon pagó 135.000 euros por una cena como cliente de elBulliexperiences, un dinero que fue donado a elBullifoundation y que generó a la casa francesa de champán una recaudación de tres millones de euros 31 como consecuencia de su aparición en los medios. En la fundación se podrá comer de forma experimental y nunca pagando —aunque se admitirán donaciones—, ni por reserva. «Pasaremos de hacer ciento cincuenta “funciones” al año a unas treinta y cinco o cuarenta experimentales», avanza Adrià, que sueña con convertir elBullifoundation en «un pequeño Harvard o MIT (Massachusetts Institute of Technology)». Precisamente, en 2011, el chef empezó a tener un estrecho contacto con Israel Ruiz, vicepresidente ejecutivo del MIT que, además, creció, como Adrià, en el barrio de Santa Eulalia de Hospitalet de Llobregat. Es una muestra más de su tendencia a mezclarse con profesionales de otras disciplinas. En elBullifoundation, que se ubicará en la remodelada sede de Cala Montjoi, habrá dos equipos de trabajo: uno «muy ordenado» con unos cinco cocineros fijos y veinte procedentes de todo el mundo; y otro que materializará el descabellado caos de Adrià, con el objetivo de mezclar profesionales de diferentes disciplinas para potenciar la capacidad creativa de esta fundación. Apunten la receta mágica de este chef: «Soy un obsesivo de la eficacia. Para ser eficaz, tiene que haber anarquía con mucho orden. Si no hay orden, nada funciona». En otoño de 2011, Adrià convocó un concurso para recabar ideas en torno a la construcción de elBullifoundation entre los estudiantes de MBA de cinco centros docentes: la escuela de negocios española ESADE, autora también de un estudio sobre la fundación Bulli, la británica London Business School y las universidades estadounidenses Harvard, Columbia y Berkeley. Esta iniciativa, bautizada Global Ideas Challenge Competition, contaba con Telefónica como partner y se apoyaba en un jurado internacional en el que, además de Adrià, participó el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz. Adrià es tenaz y actúa según sus obsesiones. «ElBulli fue un esfuerzo de veinte años de picar piedra por una idea descabellada», sintetiza. «La fundación es un nuevo escenario marciano y amable que hemos encontrado.» De paso aprovecha para lanzar el perfil del creativo perfecto, probablemente válido para cualquier tipo de organización: «Tiene que ser un poco gamberro y bohemio. En elBulli, nosotros éramos muy gamberros dentro de un modelo muy serio». Y recuerda: «Uno controla lo que hace, pero no las consecuencias». Ferran Adrià 32 Alérgico a la rutina y adicto a las decisiones radicales y arriesgadas, este cocinero tiene el mérito de haber roto con las normas del gastrosector mundial con el único objetivo de comprometerse con la creatividad como fin estratégico de una filosofía culinaria y de un negocio. Todas sus decisiones gastronómicas tienen un trasfondo organizativo y empresarial que construyeron en su día el «modelo Bulli». Adrià, que no concibe el éxito de elBulli sin su equipo, defiende un perfil profesional del creativo como un tipo «un poco gamberro y bohemio». Su frase: «Soy un obsesivo de la eficacia. Para ser eficaz, tiene que haber anarquía con mucho orden. Si no hay orden, nada funciona. Los negocios los hacen personas, no máquinas». 33 Andoni Luis Aduriz, creatividad y empresa Uno de los alumnos aventajados de Ferran Adrià es Andoni Luis Aduriz (San Sebastián, 1971). Y también es una destacada estrella de la creatividad culinaria y, casi en contra de su voluntad, de la conversión empresarial de la gastronomía española. Su tarjeta de presentación: es el líder de un conglomerado empresarial llamado IXO Grupo, en el que brilla su «niño mimado», Mugaritz, posicionado en el Top 5 de los mejores restaurantes del mundo en los últimos años, de acuerdo con la lista S. Pellegrino publicada por la revista británica Restaurant. IXO («silencio», en euskera) nació en mayo de 2009 tras la compra por Aduriz y su socio, Bixente Arrieta, de parte del Grupo Martín Berasategui. La transacción supuso el traspaso de la propiedad de Mugaritz—que por entonces llevaba funcionando una década—, de Bodegón Alejandro y de la gestión de los restaurantes de Kursaal y de Guggenheim Bilbao, que dejaron de formar parte de la compañía de Martín Berasategui, que, como veremos más adelante, ha desarrollado negocios en Lasarte, Barcelona, Canarias, Sevilla y México. IXO, con Aduriz y Arrieta como socios, aglutina cuatro conceptos de restaurantes: Mugaritz, restaurante de alta cocina de vanguardia; Nerua, el espacio gastronómico de Josean Alija en el Museo Guggenheim Bilbao, donde también gestiona el concepto más informal y asequible, Bistró Guggenheim; Ni Neu, un local casual de pinchos y menú asequible en el Kursaal de San Sebastián, donde el grupo también gestiona los eventos; y Bodegón Alejandro, un clásico de la parte vieja donostiarra, una sidrería vasca que, además, fue el negocio de la familia de Martín Berasategui donde este chef obtuvo su primera estrella Michelin antes de mudarse a su actual sede central de Lasarte. Mugaritz supone en torno a la cuarta parte de los ingresos totales del grupo, mientras que Ni Neu supera el 30 por ciento de la facturación de IXO; los restaurantes del Guggenheim, Nerua y Bistró Guggenheim, suponen algo menos del 30 por ciento y Bodegón Alejandro genera en torno al 6,5 por ciento (según datos de 2011). IXO se apoya en un equipo de casi ciento veinte personas y sus restaurantes suman unas cuatrocientas cincuenta plazas, sin incluir los espacios para organizar eventos. Es decir, un chef hipercreativo como Aduriz lidera un grupo empresarial con la cocina de vanguardia como una de sus líneas de negocio más potentes. Además, IXO desarrolla 34 una intensa actividad editorial y ha mantenido acuerdos empresariales de colaboración con entidades como Azti Tecnalia, la consultora tecnológica Ibermática o la firma de electrodomésticos Fagor y su marca De Dietrich. «Desde la perspectiva de la empresa, vamos bien, razonablemente bien. Desde la perspectiva gastronómica, profesional y culinaria, estoy muy feliz. En Mugaritz, nunca se ha dado de comer tan bien», decía el cocinero a finales de 2011. Pero Aduriz no es un empresario. O, mejor dicho, no quiere serlo. Su vocación más que evidente es la de ser cocinero. Por eso delega el día a día de la gestión de IXO Grupo en un equipo de gerencia y en su socio, Bixente Arrieta. Aun así debe asumir el papel de gestor al que se resiste. «Desde hace años, yo no sé a qué precio compramos muchísimas de las cosas que hay en Mugaritz», admite abiertamente. «Soy bueno aportando ideas y, seguramente, soy malo gestionando; tan sencillo como eso. Aquí no se negocia el precio de la materia prima.» Así surge su lección gastroempresarial básica, algo así como una versión elemental de management del dicho «zapatero a tus zapatos»: si eres bueno como creativo, busca en alguien de tu equipo el apoyo en la gestión. En todo caso, su resistencia a ser empresario no le resta cualidades como líder. Cuando, en febrero de 2010, un incendio destruyó la cocina de Mugaritz, Aduriz fue capaz de sacar adelante el proyecto de reconstrucción apoyándose en su equipo. El restaurante permaneció cerrado hasta junio de ese año. Reabrió con una cocina reformada y muchos proyectos encima de la mesa. «Hay que saber convertir los contratiempos en oportunidades», insiste el chef. La obra de reconstrucción del establecimiento supuso una inversión de entre un millón y 1,5 millones de euros. Los cuatro meses que Mugaritz permaneció cerrado fueron una prueba para los reflejos de un gestor que se resiste a ser empresario: Aduriz rescindió temporalmente el contrato de cuarenta personas, una fórmula que les permitió trabajar legalmente algunas horas al día. Muchos de sus cocineros y profesionales de sala aprovecharon ese tiempo para continuar su formación en otros restaurantes como The Fat Duck de Heston Blumenthal, en Bray (Berkshire, Reino Unido); Quique Dacosta Restaurante, en Denia (Alicante), o El Celler de Can Roca, de los hermanos Roca (Girona). En una sala que tiene en teoría capacidad para unos ochenta comensales y donde se suelen aceptar reservas para entre cuarenta y cincuenta clientes, las mesas, desde el incendio, reciben al comensal vestidas solo con un mantel y una escultura de Jorge Oteiza, con la intención de lanzar este mensaje: el servicio empieza de la nada. El nuevo 35 Mugaritz fue «el resultado del ejercicio de repensar cuáles eran los lujos para nosotros y de eliminar después todos los elementos secundarios. El lujo es que el silencio no se note. La magia de las cosas está en que se perciba cómo se consiguen», sostiene el chef. En este restaurante, además, ya no hay carta; hay un menú único, más o menos amplio. Y no hay que olvidar que, en este caserío de Rentería, presidido por un roble que simboliza la imagen de Mugaritz, se sienta clientela foodie llegada de los rincones más diversos del planeta y deseosa de conocer los secretos del cocinero. Aduriz hace su propia descripción: «Yo no quiero ser empresario. Si me dedicara a serlo, me apagaría como un pajarito. Por eso tengo gente encargada de la parte empresarial. A mí lo que me gusta es investigar y trabajar en la creatividad de los platos». Es la síntesis de la personalidad de Andoni Luis Aduriz. «Soy lo suficientemente inconsciente como para que me preocupe más que a una gamba le falte brillo y me dé igual lo económico», afirma el cocinero. Si algo marcó las carreras gastronómicas de Aduriz y Arrieta fue su paso por elBulli. El chef vasco recuerda aquella etapa en el restaurante de Cala Montjoi (Girona) como «puro rock & roll». Para ambos, los años 1993 y 1994 fueron clave. Su estancia en elBulli los cambió, cambió su forma de ver la cocina y… la vida. «Fue un poco shock llegar allí. Ya habíamos trabajado en casas importantes y teníamos una trayectoria interesante en un momento en el que la gente no tenía buenos currículums. Llegamos a elBulli y estaba en obras. Nos encontramos unas personas que eran atípicas en todos los sentidos. Cuando tú tienes una formación formal y ortodoxa, esa gente era casi macarra y freakie; eran heterodoxos. Fue curioso porque la primera y la segunda semana nos queríamos volver. No entendíamos nada, ni a ellos, ni sabíamos quiénes eran, ni por qué; no encajábamos ni en el estilo, ni en las formas. Nosotros no éramos así. Luego, nos quedamos dos años, que vivimos con mucha intensidad. Sufrimos mucho porque nos comprometimos totalmente. Luchamos por ese proyecto. Siempre digo que me habría quedado muchos años, pero yo necesitaba volver a mi casa, a mi entorno y con mi gente», recuerda Aduriz. Un mensaje que debe tener en cuenta cualquier profesional, directivo o empresario: «Nos implicamos, le pusimos mucha pasión, nos creímos el proyecto y lo defendimos como propio». Curiosamente, el paso por elBulli, todo un hito creativo, marcó su futuro no solo gastronómico, sino también empresarial. Aduriz es portador de una capacidad creativa, talento, imaginación y técnica fuera de lo normal. Y Mugaritz eleva su rentabilidad 36 gracias a su creatividad. El local de Rentería desarrolla «actividades paralelas», que incluyen asesorías a empresas y eventos, que se computan dentro del negocio del restaurante. «Hay que tener en cuenta que los cuatro meses que permanece cerrado trabajamos para preparar la organización y los platos de cada temporada. Ahora mismo, es un negocio sostenible», señala el chef, que sitúa en más de ocho mil horas de trabajo el tiempo invertido en creatividad cada año. Entonces, ¿salen los números en IXO Grupo? «Mugaritz es rentable porque estamos cuatro meses cerrados y eso nos permite que salgan los números», explica Aduriz, que desde 2010 deja «descansar» su casa matriz entre mediados de diciembre y abril para dedicarse con su equipo a la investigación y a la creación de nuevos platos, según la tendencia bautizada en este libro «Chefs en sus cuarteles de invierno». Una lección empresarial más en torno al modelo Mugaritz: para ganarse al cliente, y conseguir que se convierta en uno fiel,
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