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Vega-Reñón, L (2013) La fauna de las falacias Madrid, España Trotta - Melissa

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e d i t o r i a l t r o t t a
la FaUNa de laS FalaCiaS
L u i s V e g a R eñón
Las falacias no solo han sido un tema tradicional en la 
historia de los estudios sobre la argumentación, sino 
que han desempeñado un papel de primer orden en su 
renacimiento durante la segunda mitad del siglo xx. Ac-
tualmente siguen representando un estímulo para la de-
tección y análisis de la argumentación falaz, así como 
un desafío para la construcción de una teoría lúcida, 
comprensiva y crítica de la argumentación.
Este libro trata de responder a estas demandas en 
dos planos principales: uno, teórico y crítico; el otro, 
histórico y documental. En primer lugar, frente a la 
inercia de las nociones y clasificaciones escolares, de-
sarrolla una concepción del discurso falaz que permite 
comprender su sutileza y explicar su importancia críti-
ca. Luego, examina a esta luz las principales propues-
tas actuales para marcar sus contribuciones y limita-
ciones propias, aparte de considerarlas no solo en las 
perspectivas clásicas sobre la argumentación (lógica, 
dialéctica, retórica), sino en la más moderna, socio-
institucional, interesada en la llamada «esfera públi-
ca del discurso». En segundo lugar, y como comple-
mento de estas revisiones y discusiones, avanza unas 
líneas maestras de la construcción histórica de la idea 
(o las ideas) de falacia, al hilo de diez momentos capi-
tales por su condición fundacional, significación e in-
fluencia y aportando una antología de sus textos más 
representativos.
Ilustración de cubierta: Henri Rousseau, El sueño (1910).
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Luis Vega Reñón
Catedrático de Lógica en la Universidad Nacional de 
Educación a Distancia (UNED). Director de la revis-
ta digital Revista Iberoamericana de Argumentación. 
Ha sido profesor visitante en diversas universidades, 
como Cambridge (Reino Unido), UNAM, UAM y Xa-
lapa (México), Nacional de Colombia (Bogotá), Bue-
nos Aires y Córdoba (Argentina), CEAR (Santiago de 
Chile) y Universidad de la República (Montevideo). Es 
responsable de programas y cursos de argumentación 
en estudios de máster y posgrado. Autor de numero-
sos artículos y varios libros sobre historia y teoría de 
la argumentación, como La trama de la demostración 
(1990), Las artes de la razón (1999), Si de argumen-
tar se trata (22007), y coeditor, en esta misma Edito-
rial, del Compendio de lógica, argumentación y retó-
rica (22012).
9 788498 794533
ISBN 978-84-9879-453-3
 
La fauna de las falacias
 
 
 
 
 
 
E D I T O R I A L T R O T T A
La fauna de las falacias
Luis Vega Reñón
© Editorial Trotta, S.A., 2013
Ferraz, 55. 28008 Madrid
Teléfono: 91 543 03 61
Fax: 91 543 14 88
E-mail: editorial@trotta.es
http://www.trotta.es
© Luis Vega Reñón, 2013
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación públi-
ca o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la 
autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Di-
ríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si ne-
cesita utilizar algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 
91 702 19 70 / 93 272 04 45).
 
ISBN (edición digital pdf): 978-84-9879-463-2
COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
 Serie Filosofía
Esta obra ha recibido una ayuda a la edición 
del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
mailto: editorial@trotta.es
http://www.trotta.es
7
ÍNDICE GENERAL
Prefacio ................................................................................................ 11
La fauna de las falacias: una exploración introductoria ........................ 17
Parte I
PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS DEL ESTUDIO ACTUAL 
DE LAS FALACIAS
1. Los buenos deseos .......................................................................... 35
 1. El estudio de las falacias: elucidación teórica, investigación em-
pírica ........................................................................................ 35
 2. La teoría de las falacias como objeto de deseo ........................... 37
2.1. Los supuestos. El supuesto clave de correlación o «con-
trapartida» ....................................................................... 38
2.2. Las demandas .................................................................. 43
2.3. Las coberturas .................................................................. 49
 3. Orientaciones del estudio empírico de las falacias ..................... 52
2. Variaciones en torno a La teorización de Las faLacias ................ 59
 1. Variaciones históricas ................................................................ 59
 2. Variaciones metateóricas: hipótesis acerca de una teoría de las 
falacias ...................................................................................... 62
2.1. Hipótesis nulas ................................................................ 63
2.1.1. No hay una teoría de las falacias ni, al parecer, pue-
de haberla .............................................................. 63
2.1.2. Otra modalidad radical .......................................... 66
2.2. Hipótesis mínimas ........................................................... 68
2.2.1. Teorías de la contrapartida .................................... 68
2.2.2. Las propuestas de Walton ....................................... 81
2.2.3. La propuesta de Woods .......................................... 87
8
L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
2.3. Hipótesis máximas ........................................................... 93
2.3.1. La propuesta reductiva de Lawrence H. Powers ..... 93
2.3.2. La propuesta unificadora de Polycarp Ikuenobe ..... 94
3. Las faLacias a traVés deL espejo de La teoría de La argumenta-
ción ............................................................................................... 97
 1. Las ideas tradicionales sobre la argumentación falaz .................. 98
1.1. El llamado «tratamiento estándar» ................................... 98
1.2. ¿Hay falacias formales? .................................................... 100
2. Perspectivas actuales I. Las perspectivas clásicas ........................ 103
2.1. La perspectiva lógica ........................................................ 108
2.2. La perspectiva dialéctica .................................................. 111
2.3. La perspectiva retórica ..................................................... 114
3. Perspectivas actuales II. La nueva perspectiva de la «lógica del 
discurso civil» ............................................................................ 119
Referencias bibliográficas ...................................................................... 129
Parte II
LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDEA DE FALACIA
Sección 1
PERSPECTIVA HISTÓRICA
1. eL padre aristóteLes ....................................................................... 143
1.1. Los orígenes ........................................................................... 144
1.1.1. Tipos y casos en busca de una denominación común .... 146
1.2. El carácter falaz de las refutaciones sofísticas .......................... 148
1.2.1. Conceptos y planteamientos básicos ............................. 149
1.2.2. Explicaciones y clasificaciones ...................................... 151
1.3. Las falacias en la Retórica y en los Primeros Analíticos ............ 155
1.4. Otras contribuciones después de Aristóteles: los estoicos, Ga-
leno, Alejandro ....................................................................... 157
Referencias bibliográficas ................................................................ 160
2. una Versión medieVaL de Las faLacias .............................................. 162
2.1. El legado griego ...................................................................... 162
2.2. La recepción medieval ............................................................ 164
2.2.1. Contribuciones medievales: el casode la petición de 
principio ....................................................................... 168
2.3. El planteamiento de De fallaciis .............................................. 170
2.4. Contrastes y señales posmedievales ........................................ 172
Referencias bibliográficas ................................................................ 173
9
Í N D I C E G E N E R A L
intermedio. signos de nueVos tiempos en eL trato con faLacias ....... 175
1. Los ídolos de Bacon .................................................................. 175
2. Signos de nuevos tiempos ......................................................... 177
Referencias bibliográficas ................................................................ 179
3. La Lógica de port-royaL y su propósito de formar eL juicio ......... 180
3.1. La significación histórica de la Lógica como arte de pensar ..... 180
3.2. La consideración del discurso falaz ......................................... 185
Referencias bibliográficas ................................................................ 188
4. john Locke y La distinguida famiLia de Los argumentos ad ........... 189
4.1. Una concepción gnoseológica de la Lógica .............................. 189
4.2. La familia de los argumentos ad .............................................. 191
Referencias bibliográficas ................................................................ 194
5. eL desengaño iLustrado de feijoo ................................................... 196
5.0. Una cuestión preliminar .......................................................... 196
5.1. El marco del desengaño .......................................................... 198
5.2. El contexto de la lógica natural ............................................... 200
5.3. Concepción y tratamiento de las falacias ................................. 202
Referencias bibliográficas ................................................................ 204
6. Las faLacias poLíticas según jeremy bentham ................................. 205
6.1. Contexto y texto .................................................................... 205
6.1.1. El «gobierno de la palabra». Hamilton y Bentham ........ 205
6.1.2. Historia del texto ......................................................... 207
6.2. Una idea no tradicional de falacia ........................................... 208
6.3. Cuestiones de interpretación .................................................. 210
Referencias bibliográficas ................................................................ 213
7. La bendición de Las faLacias Lógicas por eL arzobispo de dubLín, 
richard WhateLy .......................................................................... 215
7.1. La recuperación del punto de vista formal en Lógica .............. 215
7.2. Algunas nociones básicas: argumento, silogismo, falacia ......... 216
7.3. Cuestiones de clasificación ...................................................... 218
Referencias bibliográficas ................................................................ 222
8. arthur schopenhauer, eL maestro en argucias ............................. 223
8.1. Dialéctica erística o Arte de tener razón: problemas de inter-
pretación ................................................................................ 223
8.2. Un marco filosófico ................................................................ 226
8.3. Hacia un nuevo arte de tener razón ........................................ 227
Referencias bibliográficas ................................................................ 229
10
L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
 9. Las faLacias en eL SiStema de Lógica de john stuart miLL ............ 231
 9.1. El marco de la filosofía del error y el contexto de la lógica de 
la prueba .............................................................................. 231
 9.2. La idea de falacia y la clasificación de las falacias .................. 233
 9.3. Notas para un balance de la fortuna histórica de la contribu-
ción de Mill .......................................................................... 238
Referencias bibliográficas ................................................................ 239
10. eL puLso de Los paraLogismos en La Lógica viva de Vaz ferreira ... 241
10.1. Una figura paradójica ........................................................... 241
10.1.1. La Lógica viva y el campo de la argumentación ........ 243
10.1.2. La Lógica viva en el terreno de la deliberación ......... 244
10.2. El paralogismo como contribución a la formación de la idea 
moderna de falacia ............................................................... 246
10.2.1. Fuentes de inspiración e ideas propias ...................... 246
10.2.2. La significación del concepto de paralogismo ........... 249
10.3. Ideas para tener en cuenta en el campo actual de la argumen-
tación ................................................................................... 253
Referencias bibliográficas ................................................................ 258
Un cuadro histórico de la formación de la idea de falacia ..................... 260
Sección 2
TEXTOS
 1. Aristóteles (384-322 a. n. e.) ........................................................ 267
 2. ¿Tomás de Aquino? Sobre las falacias (siglo xiii) .......................... 275
 3. Antoine Arnauld (1612-1694) y Pierre Nicole (1625-1695) ........ 282
 4. John Locke (1632-1704) ............................................................. 294
 5. Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764). Teatro Crítico Universal .... 297
 6. Jeremy Bentham (1748-1832) ..................................................... 306
 7. Richard Whately (1787-1863) ..................................................... 317
 8. Arthur Schopenhauer (1788-1860) ............................................. 326
 9. John Stuart Mill (1806-1873) ..................................................... 336
 10. Carlos Vaz Ferreira (1872-1958) ................................................. 348
Índice analítico ..................................................................................... 363
11
PREFACIO
Sostengo que combatir la falacia es la raison d’être de la 
Lógica.
sidgwick, 21890
En este libro intento una revisión general, es decir, analítica, histórica y 
crítica de la cuestión de las falacias, un asunto principal de la teoría de 
la argumentación desde su lejana fundación aristotélica hasta nuestros 
días. Cierto es que no constituye la razón de ser de la Lógica o, para el 
caso, del estudio de la argumentación. Puede hacernos sonreír el énfa-
sis puesto por Sidgwick en su cruzada contra las falacias a finales del si-
glo xix, aunque formara parte de un programa bienintencionado de orien-
tación práctica de la vieja disciplina. Pero, en cualquier caso, al margen 
de esa vindicación algo exaltada, el replanteamiento de las falacias resulta 
obligado hoy por varios motivos. Para empezar, en diversos medios re-
lacionados con los estudios sobre el discurso y la argumentación hay un 
interés y una preocupación crecientes por los usos y abusos del discur-
so público, no solo debido al auge de las técnicas de comunicación y de 
las estrategias de inducir a la gente a hacer o pensar algo, sino también 
debido al mejor conocimiento de los problemas que anidan en la trama 
cognitiva y discursiva del dar y pedir razón de algo a alguien o ante al-
guien1. Por otra parte, el análisis de la argumentación falaz ha tenido 
una estrecha relación con el despegue de los estudios de la argumenta-
ción en los años setenta del pasado siglo y aún sigue desempeñando hoy 
un papel crucial en la identificación y evaluación de argumentos. Así es-
criben Ralph H. Johnson y J. Anthony Blair, nuestros relatores oficiales 
del nacimiento y los primeros pasos de la actual lógica informal: «Dado 
el modo como se ha desarrollado la lógica informalen estrecha asocia-
 1. Es una vigilancia crítica que también trasluce inquietudes comunes como las que 
se cifran en el título indignado de algunos libros contra los sinsentidos que nos rodean, 
por ejemplo el de Baggini (2010): ¿Se creen que somos tontos? 100 formas de detectar las 
falacias de los políticos, los tertulianos y los medios de comunicación.
12
L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
ción con el estudio de la falacia, no es sorprendente que la teoría de la 
falacia haya representado la teoría de la evaluación dominante en lógica 
informal» (2002: 369)2. Y, en fin, ya ha pasado tiempo, más de cuarenta 
años, desde la publicación de la obra que iniciara el estudio moderno de 
las falacias: Fallacies de Charles L. Hamblin (1970, 22004). Ha corri-
do bastante agua bajo los puentes desde entonces y parece haber llegado 
el momento de dejar que remansen las corrientes, observar el caudal y 
hacer balance. Este libro trata de responder a estas demandas en tres pla-
nos principales. En primer lugar, frente la inercia de las nociones y clasi-
ficaciones escolares, desarrolla una concepción del discurso falaz capaz 
de comprender su sutileza y de explicar su importancia crítica. Luego, 
examina a esta luz las principales propuestas actuales para marcar sus 
contribuciones y limitaciones propias, amén de considerarlas no solo en 
las perspectivas clásicas sobre la argumentación (lógica, dialéctica, retóri-
ca), sino en la más moderna, socioinstitucional, interesada en la llamada 
«esfera pública del discurso». Por último, como complemento de estas 
revisiones y discusiones, avanza unas líneas maestras de la construcción 
histórica de nuestra idea (o ideas) de falacia, al hilo de diez documentos 
textuales significativos por su condición fundacional o por su carácter 
representativo.
Hamblin constataba la ausencia de una teoría de las falacias que mal 
podían compensar, de un lado, la existencia de un tratamiento tradicio-
nal, inmune —según él— al curso de la historia, y, de otro lado, la con-
fección de catálogos de muestras escolares y especímenes disecados de 
argumentos falaces. En la actualidad, seguimos careciendo de una teoría 
cabal de la argumentación falaz, pero creo que nuestra conciencia histó-
rica y crítica se ha vuelto más sabia: por una parte, conocemos ciertos 
hitos —nombres y aportaciones— que han venido marcando la construc-
ción de nuestra idea de falacia; por otra parte, sabemos que no hay una 
clasificación única y definitiva de los modos y casos en que una argu-
mentación falaz puede llegar a serlo. Así que las falacias tienen historia; 
más aún, la suya es una historia interminable. Pues no hay un procedi-
miento efectivo de identificación y, menos aún, de prevención de las fa-
lacias: no todas las falacias llevan en la frente una marca clara o un estigma 
indeleble, las hay que se dejan sentir apenas, antes que definir, y siem-
pre estamos expuestos a incurrir en paralogismos, descuidos por incompe-
tencia o inadvertencia, fallos para los que no estamos inmunizados. En 
este, como en otros trances, es imperativo aprender de los errores, sean 
propios o ajenos. En todo caso, lo que nos encontramos en el discurso 
común y en los debates especializados es una prolífica fauna de falacias 
 2. «Informal logic and the reconfiguration of logic», en Gabbay et al. (eds.) (2002), 
esp. pp. 355-356, 369, 374-377.
13
P R E F A C I O
vivas, más o menos francas o encubiertas, algunas rutinarias, otras reci-
divas, pero muchas de ellas nuevas y acuciantes.
Puede haber complicaciones añadidas en función de la manera más li-
bérrima o más restrictiva de hablar de las falacias. En el primer caso, ca-
brían en el saco muy diversos tipos de errores, sesgos e incluso false-
dades o malentendidos; en el segundo, apenas habría sitio para algo más 
que los esquemas tradicionales de argumentos falaces e inferencias falli-
das. Luego habrá ocasión de ir haciendo precisiones al respecto. Aho-
ra adelanto que voy a entender por falaz el discurso que pasa, o se quiere 
hacer pasar, por una buena argumentación y en esa medida se presta a 
error o induce a engaño pues, en realidad, se trata de un falso (pseudo-)
argumento o de una argumentación fallida o fraudulenta. El fraude no 
solo consiste en frustrar las expectativas generadas por su expresión en 
un marco argumentativo —donde se da por supuesta, sin ir más lejos, 
la pretensión de discurrir o discutir con alguien de modo razonable y 
tratar así de convencerlo—, sino que además puede responder a una in-
tención o una estrategia deliberadamente engañosas, o a una manipu-
lación de la interacción discursiva. En el fondo representa una quiebra o 
un abuso de la confianza discursiva, comunicativa y cognitiva sobre la 
que descansan nuestras prácticas argumentativas. De ahí que las falacias 
sean un recurso tan socorrido como censurable, una tentación que hemos 
de vigilar en aras de la salud y el valor del discurso, sea el nuestro propio, 
para cuidarnos de incurrir en paralogismos, o sea el de nuestras conver-
saciones y discusiones con los demás, para guardarnos de los sofismas y 
de toda suerte de falacias en general. Así pues, tenemos buenas razones 
para evitar las falacias pese a los retos escépticos de este tenor: «¿Por 
qué argumentar bien si, para vencer en la discusión o salir del paso, será 
siempre más fácil y a veces más eficaz hacerlo mal?». Unas razones tie-
nen que ver con el entendimiento propio y ajeno, y con la comunicación 
con los demás. Otras se fundan en la responsabilidad de argumentar bien 
e incrementar así nuestras posibilidades de tener creencias verdaderas 
y tomar decisiones acertadas, frente a la pereza de hacerlo mal. Cierto 
es que ninguna de ellas será determinante en la medida en que no hay 
ninguna razón que efectivamente nos obligue a razonar —como tampo-
co la lógica nos obliga a ser lógicos—. Pero, por otro lado, la negativa 
radical a razonar nos condenaría al autismo discursivo y, en definitiva, 
al silencio para no caer en inconsistencias pragmáticas cuando menos. 
La discusión de estas y otras cuestiones asociadas encontrarán su lugar 
propio en la Parte I del libro dedicada a considerar los problemas y las 
alternativas teóricas y filosóficas que se debaten actualmente acerca de 
las falacias.
14
L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
El libro está organizado en dos partes, precedidas de una introduc-
ción que quiere ser una invitación y una guía para adentrarse en el mun-
do de las falacias. La Parte I consiste en revisiones y discusiones concep-
tuales, teóricas y filosóficas, en torno a cuestiones como, por ejemplo, la 
viabilidad de una teoría normativa o explicativa de las falacias. Su replan-
teamiento crítico y analítico se desarrolla a lo largo de tres capítulos en 
cierto modo autocontenidos, y sin embargo, también en cierto modo, con-
céntricos. La Parte II contempla la construcción histórica de la idea de 
falacia en dos secciones: la primera sección avanza unos apuntes de con-
textualización de sus caminos y formas de desarrollo; la segunda sección 
contiene una selección de diez textos relevantes, bien por su condición 
de contribuciones básicas o fundacionales en algún sentido, bien por su 
valor sintomático y representativo. Algunos pasajes, en especial de la Par-
te I, han sido discutidos durante estos últimos años, en varios foros y ante 
diversos auditorios: en el marco de másteres y simposios en las universi-
dades de Alicante, Valencia, Salamanca, Santiago de Compostela, UNED, 
y en el curso de congresos y seminarios en las de Miahuatlán, Morelia y 
UNAM (Instituto de Investigaciones Filosóficas), Diego Portales en San-
tiago de Chile, Nacional de Córdoba (Argentina) y Montevideo. Recuer-
do especialmente las conversaciones con Carlos Pereda, Raymundo Mo-
rado, Ariel Campirán y Gabriela Guevara, al otro lado del Atlántico, y 
con Manuel Atienza, Eduardo de Bustos, José Miguel Sagüillo, Lilian Ber-
mejo y Paula Olmos, aquí —digamos— en casa. Pero, claroestá, aunque 
ahora no pueda nombrar a todos los demás interlocutores uno por uno, 
he de agradecer su inteligencia y comprensión en todas esas ocasiones, así 
como reconocer el apoyo de dos proyectos de investigación financiados 
por el Ministerio llamado entonces de Ciencia e Innovación (FFI2008-
00085, ya cumplido, y FFI2011-23125, actualmente en curso).
Supongo que el lector ya habrá podido sospechar que el título del 
libro no es gratuito en la medida en que 1) las falacias distan de ser los 
animales del discurso disecados que catalogan los manuales al uso, 2) la 
teoría de las falacias es un deseo todavía frustrado y 3) el empeño tra-
dicional en su definición y clasificación sigue siendo problemático. Qui-
zás pueda ayudarle a irse haciendo una idea de la jungla de las falacias un 
famoso cuadro, El sueño (Le rêve), una fantasía onírica y naíf pintada 
por Henri Rousseau en 1910, el año de su muerte. Rousseau nunca había 
viajado fuera de Francia. Así que es probable que esta escena selvática, 
como otras de tema y trama similares, tuviera una punta de inspiración 
en los jardines botánicos parisinos. Él mismo confesaba que al entrar en 
un invernadero y ver las plantas exóticas de tierras lejanas, tenía la sen-
sación de adentrarse en un sueño. El cuadro, ahora alojado en el MoMA 
de Nueva York, es un cumplido ejemplo de la técnica que aplicaba Rous-
seau a la representación de sus imaginarias junglas. Empezaba pintando 
15
P R E F A C I O
los cielos y el fondo e iba añadiendo capas de óleo hasta concluir con la 
figuración a veces iluminada y nítida, a veces en penumbra o desvaída, 
de los personajes, animales y plantas; podía llegar a usar más de cincuen-
ta tonalidades de verde en estas ensoñaciones selváticas.
En El sueño asistimos a un amplio espectro de matices y figuras que 
van desde los seres animados más expuestos hasta los apenas entrevis-
tos cuando parecen fundirse con la espesa jungla del fondo. En primer 
plano resalta una mujer desnuda de largas trenzas, recostada en un di-
ván en actitud incierta: como si soñara y observara su sueño. Hay dos 
pájaros sobre ella, en la parte alta a la izquierda del cuadro. En segundo 
plano y casi confundido con la espesura, se vislumbra por encima y a la 
izquierda de la mujer un elefante con la trompa levantada. Por el cen-
tro del cuadro asoman dos leonas. Tras ellas viene un mono con delan-
tal multicolor que toca una especie de flauta. Más atrás y por encima, 
contra un raro trozo de cielo, se perfila un pájaro de larga cola. Sobre 
él, a su izquierda, apenas se deja ver un mono pequeño colgando de una 
rama. En la parte baja, a la derecha del cuadro, zigzaguea una cola de 
serpiente. Al fondo y por diversas partes, fundidos con la vegetación, 
parece haber otros animales no identificables, quizás monos o pájaros. 
(Véase la reproducción de la portada).
Creo que esta es una buena imagen, exótica pero cabal, de la fauna 
de las falacias como seres vivos que habitan en la jungla del discurso: 
unas falacias se muestran nítidas y flagrantes, otras se hallan medio es-
condidas hasta a veces confundirse con la espesura y las hay, en fin, que 
parecen dejarse sentir antes que definir, como ocurría a los llamados en 
el siglo xVi «espíritus animales». El cuadro es, en suma, una viva estam-
pa de lo que cabe encontrar en el animado mundo de la argumentación 
falaz antes de proceder a su discusión y revisión analítica.
El lector puede hallar otra valiosa pista en un relato de Julio Cortázar 
con el curioso título 62. Modelo para armar. En su presentación dice Cor-
tázar que este título puede llevar a creer que las diferentes partes del re-
lato se proponen como piezas permutables, pero a continuación precisa:
Si algunas lo son, el armado a que se alude es de otra naturaleza, sensible ya 
en el nivel de la escritura donde recurrencias y desplazamientos buscan li-
berar de toda fijeza causal, pero sobre todo en el nivel del sentido donde la 
apertura a una combinatoria es más insistente e imperiosa. La opinión del 
lector, su montaje personal de los elementos del relato, serán en cada caso 
el libro que ha elegido leer.
Si rebajamos el énfasis de esta declaración y nos aplicamos el cuen-
to al presente libro, las cosas pueden quedar así. El libro, como ya he 
adelantado, consta de dos partes relativamente independientes y clara-
mente distintas en el fondo y la forma. El lector es muy dueño tanto de 
16
L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
su selección, con arreglo a sus propios intereses, como de su orden de 
lectura. Uno puede demorarse en la primera, si los intereses que priman 
en su caso son más analíticos y conceptuales, teóricos y filosóficos: por 
ejemplo, ¿cómo se plantea, discute y trata de conceptualizarse o expli-
carse hoy en día la argumentación falaz? —una cuestión de radical im-
portancia para el renacimiento moderno de los estudios sobre la argu-
mentación y de significación crucial para la construcción de la propia 
teoría de la argumentación—. O, por ejemplo, ¿sobre qué supuestos éti-
cos del uso de la razón y en qué bases cognitivas y discursivas se puede 
fundar el juego limpio argumentativo? Puede incluso cambiar el orden 
de los tres capítulos en la medida en que estos, como ya he indicado, re-
sultan autocontenidos. Pero si la curiosidad histórica es, en principio, lo 
que más le mueve, el lector puede centrar su atención en la Parte II, sea 
en la selección de textos capitales o contribuciones representativas de la 
sección segunda sea en los apuntes de presentación y contextualización 
avanzados en la primera sección. Cualquiera de estas opciones es com-
patible con el propósito general que me ha llevado a escribir el libro y 
con los objetivos más específicos que han inspirado las dos partes y las 
dos secciones señaladas. Solo me queda pedir al lector la complicidad de 
su buen ánimo y desearle la mejor suerte en la aventura.
17
LA FAUNA DE LAS FALACIAS: 
UNA EXPLORACIÓN INTRODUCTORIA
La filosofía del razonamiento, para ser completa, debe 
comprender tanto la teoría del mal razonamiento como 
la teoría del bueno.
john stuart mill, A System of Logic (1843), V, i, § 1
No tenemos en absoluto una teoría de las falacias en el 
sentido en que tenemos teorías del razonamiento o de la 
inferencia correcta.
hamblin (1970, cap. 1)
Buen entendedor. Arte era de artes saber discurrir. Ya no 
basta: menester es adivinar, y más en desengaños.
baltasar gracián, Oráculo manual (1647), aforismo 25
Trasladada a nuestros términos, la directriz de Stuart Mill establece que 
la teoría de la argumentación, para ser completa, debería comprender 
tanto la teoría de la mala argumentación como la teoría de la buena. Hoy 
conocemos posturas más fuertes en este sentido: hay quienes sostienen 
que la teoría de la mala argumentación es un corolario de la teoría de la 
buena, en razón de que el mal argumento no es sino aquel que no cum-
ple alguna de las condiciones o viola alguna de las reglas que definen el 
bueno. Pues bien, los casos que suelen considerarse más característicos e 
instructivos de malos argumentos son precisamente las falacias. Por ejem-
plo, según un exitoso manual de Edward Damer, «una falacia es una vio-
lación de uno de los criterios del buen argumento»1. En esta línea es ten-
tador suponer que sería fácil contar con una teoría de las sombras, una 
teoría de la argumentación mala o falaz, como contrapartida de una teo-
ría de la luz, una teoría de la argumentación buena o correcta.
Sin embargo, la constatación de Hamblin (1970), en el que se con-
sidera el libro fundacional del estudio moderno de las falacias, viene a 
ser un jarro de agua fría: «La verdad es que nadie, en estos días, está es-
 1. Damer (52005: 43; cursivas en el original). Así pues, una enumeración de los cri-
terios del buen argumento puede deparar a contraluz una matriz clasificatoria de las fala-
cias, y esta es efectivamente la clave de catalogación que adopta Damer, entre otros mu-
chos autores en este campo.
18L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
pecialmente satisfecho de este rincón de la lógica… No tenemos en ab-
soluto una teoría de las falacias en el sentido en que tenemos teorías del 
razonamiento o de la inferencia correcta» (Hamblin, 2004: 11). Esta de-
claración todavía no se ha visto desmentida en la actualidad, así que las 
esperanzas de obtener a contraluz de las lógicas sistemáticas del argu-
mento válido una teoría de la falacia parecen fallidas. El punto se agu-
diza si reparamos en que las falacias han sido desde antiguo, desde el 
apéndice Sobre las refutaciones sofísticas de los Tópicos de Aristóteles 
(siglo iV a. n. e.), los malos argumentos más estudiados. De manera que, 
en suma, no deja de ser un hecho curioso, tan llamativo como frustran-
te, que todavía hoy, veinticinco siglos después del inaugural ensayo aris-
totélico, sigamos sin tener una teoría cabal de las falacias.
Lo que siempre hemos tenido han sido clasificaciones, unas mejor 
y otras peor fundadas, algunas sin más criterio que una suerte de or-
den alfabético para un listado de denominaciones2. Así que llama la 
atención no solo la disparidad de claves y criterios de clasificación, sino 
más aún el empeño taxonómico mismo, en especial si se recuerda una 
lúcida observación de Augustus de Morgan: «No hay una clasificación 
de los modos como los hombres pueden caer en el error; y es muy du-
doso que pueda haberla siquiera» (1847: 237; cursivas en el original). 
Años después, a principios del siglo xx, un profesor oxoniense de Ló-
gica, Horace W. B. Joseph cerraba el círculo de estas desilusiones de 
partida: «La verdad puede tener sus normas, pero el error es infinito 
en sus aberraciones y estas no pueden plegarse a ninguna clasificación» 
(1906: 569). En nuestros días aún se piensa esto mismo y no solo acer-
ca del error en general sino, en particular, acerca de las argumentacio-
nes: «Ninguna lista de categorías enumerará jamás exhaustivamente to-
dos los modos como puede ir mal una argumentación», sentencia Scott 
Jacobs (2002: 122).
Para empezar a saber de qué hablamos, convengamos en llamar fala-
cia a una mala argumentación que, a primera vista al menos, parece razo-
nable o convincente, y en esa medida resulta especiosa. Es una idea har-
 2. Véanse, por ejemplo, los socorridos listados del ya citado Damer (52005) o de 
Pirie (32003). En español, cf. el convencional de García Damborenea (2000); o los pro-
puestos por Herrera y Torres (22007) o Bordes (2011). En la red, «Fallacy Files» <www.
fallacyfiles.org> presume de una «complete alphabetical list of fallacies» con 175 espe-
címenes, aunque el artículo «Fallacies» de Bradley Dowden en la Internet Encyclopedia 
of Philosophy <http://www.iep.utm.edu> suma 205 —30 más que la anterior— bajo la 
que llama una «partial list of fallacies»; modestia que parece augurar a las empresas clasi-
ficatorias una tarea de Sísifo: inagotable. Por lo demás, también disponemos de versiones 
y actualizaciones on line en español de la famosa Guía de falacias de Stephen Downes, 
por ejemplo, en http://filotorre.sinnecesidad.com/falacias.pdf. Cuando me refiera a falacias 
concretas, daré por supuestos estos listados sin mayores explicaciones.
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to genérica. Pero, por ahora, nos puede prestar tres buenos servicios: uno, 
acotar el campo de referencia de las falacias aquí pertinentes al dejar fuera 
las que discurren al margen de un contexto o un propósito argumentati-
vos3; dos, hacernos sospechar de ciertos discursos persuasivos; y tres, ad-
vertirnos de las dificultades de encajar esos casos en los casilleros cono-
cidos, en especial cuando envuelven trampas o lazos que se dejan sentir 
con más facilidad que identificar y definir. Consideremos la muestra si-
guiente. Se trata de un mensaje publicitario puesto en circulación por la 
empresa R. J. Reynolds Tobacco Company en los años 1984-1986, con 
la intención de contrarrestar la opinión antitabaco establecida y blanquear 
su imagen, al menos ante un público potencial como la gente joven4. Di-
rigiéndose a los jóvenes precisamente, la tabacalera recomendaba:
No fumes.
Fumar siempre ha sido un hábito de adultos. E incluso para los adultos, fu-
mar se ha convertido en algo muy controvertido.
Así que, aunque somos una compañía tabacalera, no creemos que sea buena 
idea que la gente joven fume.
Pero sabemos que dar este tipo de consejos para los jóvenes puede resultar 
a veces contraproducente.
Claro que si te pones a fumar solo para demostrar que eres adulto, estás pro-
bando justamente lo contrario. Porque decidir fumar o no fumar es algo que 
deberías hacer cuando no tengas nada que probar.
Piénsalo.
Después de todo, puede que no seas suficientemente adulto para fumar. Pero 
eres suficientemente adulto para pensar.
Cabe sospechar que este alarde «reflexivo» nos quiere hacer pasar 
gato por liebre, esconde algún truco. Lo difícil aquí, como en la ejecu-
ción de un buen ilusionista, es identificar el truco y explicarlo. Puede 
que no se encuentre mencionado entre las variedades tradicionales de 
falacias clasificadas en los manuales. También puede suceder que lo no 
dicho, la fuente y los objetivos tácitos del mensaje, junto con el tenor del 
texto en su conjunto sean los que, en principio, hacen desconfiar de una 
 3. Me refiero a las que suelen llamarse «falacias» entre psicólogos o entre economis-
tas, como la «falacia de la conjunción» —consistente en la subestimación de la improbabili-
dad conjunta de casos independientes—, o la «falacia del jugador» —que ignora el carácter 
aleatorio de tiradas sucesivas—, o la «falacia del coste no recuperable» —que mueve a seguir 
invirtiendo en una empresa inviable—. Consisten por lo regular en sesgos e ilusiones cogni-
tivas debidas a precipitación heurística, o a incompetencia o inadvertencia, y en este sentido, 
como veremos, podrían considerarse una suerte de paralogismos extraargumentativos.
 4. Pueden verse otras muestras de esta campaña publicitaria de Reynolds, y deta-
lles sobre su contexto, en Eemeren et al. (32008: 320-328). El intento de salvar la cara 
y de presentar una buena imagen de la compañía ha sido especialmente destacado por 
Gamer (2000: 307-314). 
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argumentación especiosa, antes que tal o cual punto argumentativo en 
concreto. En ese caso, además de la falacia como producto o como texto 
argumentativo, vendríamos a considerar la argumentación falaz como 
proceso, movimiento o maniobra, dentro de una estrategia de inducción 
de creencias, actitudes o disposiciones; y así pasaríamos de un enfoque 
atomista de las falacias a un enfoque holista de la argumentación falaz. 
¿Se le ocurre algo al avisado lector en cualquiera de esos respectos?
Una pista: reparemos en las relaciones entre lo tácito y lo expreso y, 
dentro de este plano, entre lo declarado y lo sugerido. Para este segundo 
contraste puede ayudarnos una presentación sucinta de la argumenta-
ción principal del publicista:
a) Fumar siempre ha sido cosa de adultos.
b) Incluso para los adultos se ha vuelto algo controvertido.
c) Así pues, no es buena idea que los jóvenes fumen.
d) En suma, si eres joven, no fumes.
Argumentación que podemos iluminar y reconsiderar a luz de lo que 
el mensaje, en su texto y contexto, sugiere. Es decir, en los términos:
1) Las razones a y b son las únicas que se mencionan como razones 
por las que los jóvenes no deberían fumar: hacen aconsejable que si eres 
joven, no fumes.
2) Ahora bien, no son buenas razones: los consejos de este tipo pue-
den ser a veces contraproducentes.
3) Si solo hay malas razones para no hacer algo, entonces no hay 
buenas razones para no hacerlo.
4) Claro está que también puede haber malos motivos para hacerlo, 
como el deseo de probar que eres adulto, de modo que piensa sobre la 
decisión que vas a tomar al margen de ellos.
5) En cualquier caso, que no te líen: juzga por ti mismo.
No estará de más reparar en que el criteriode edad aducido no es 
cronológico e insalvable, sino social —los adultos pueden y tienen el há-
bito de fumar—, y elástico —los jóvenes ya son adultos para pensar—, 
de modo que, aparte de ser el único motivo que aparentemente cuen-
ta para no fumar, resulta equívoco. A todo esto se suman dos imágenes 
proyectadas por el tono mismo del mensaje: i) la generosa neutralidad 
de una empresa tabacalera —que dista de ser, por cierto, una ONG edu-
cativa—5; ii) la autonomía del consumidor —al que, por lo demás, se 
 5. El anuncio es una espléndida muestra de la moderna tendencia publicitaria que 
trata de «vender» una buena imagen social o incluso ética de la marca, antes que, o al mar-
gen de, la venta de sus productos.
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le hurtan las razones más serias y determinantes, como la exposición a 
un hábito con riesgo de la salud no solo propia, sino ajena, o las deriva-
ciones y complicaciones de distinto tipo (dentarias, pulmonares, etc.), a 
la hora de tomar una decisión informada y sensata sobre si fumar o no 
fumar—. En consecuencia, estas proyecciones (i)-(ii) no dejan de ser en-
gañosas en sí mismas, ni dejan de contribuir al efecto global especioso 
que el anuncio procura. Pues bien, ¿bajo qué etiqueta de los repertorios 
usuales de falacias identificamos este anuncio? A la vista de los catálo-
gos tradicionales, no parece que tenga prevista una casilla o cuente con 
unas señas de identidad predefinidas. Bien puede tratarse de uno de esos 
trances de los que advertía Gracián al buen entendedor: donde las viejas 
artes escolásticas no bastan y hay que entrever o «adivinar» el engaño6.
Ante casos de este tipo, las labores tradicionales de disección y taxi-
dermia de las falacias acusan varias limitaciones. Unas son más bien di-
dácticas al representar una especie de muestrarios de ejemplos ad hoc, 
cada caso en su casilla, sin mayor interés ni mejor uso que el habilitado 
para un recinto escolar. Otras resultan más serias como, en particular, es-
tas dos: la insuficiencia crítica y la irrelevancia teórica del procedimiento.
a) La insuficiencia crítica se debe, en principio, a unas complicacio-
nes de la detección de la argumentación falaz para las que el tratamiento 
taxonómico de tipos, especies y casos no está preparado. Son complica-
ciones como las nacidas de la existencia en ciertos contextos de usos fa-
laces de unos esquemas argumentativos que bien pueden tener aplicacio-
nes cabales y legítimas en otros contextos; son, por tanto, complicaciones 
como las impuestas por la identificación y evaluación contextual de los 
diversos usos discursivos de una determinada —se supone— clase de 
argumentos. Pero la insuficiencia también se debe, además, a la imposi-
bilidad de fundar sobre esa base una política o una estrategia efectiva-
mente preventivas: los casilleros de falacias son hormas de reconocimien-
to a posteriori, puesto que, en razón de las complicaciones ya sabidas, no 
cabe asegurar que todos los argumentos de una determinada forma lógi-
ca, y con independencia de su contexto particular de uso, sean falaces o 
no lo sean.
b) La irrelevancia teórica aún es más flagrante. La larga historia de 
las variedades y variaciones clasificatorias no nos ha deparado, desde lue-
go, una teoría establecida de la argumentación falaz; pero tampoco nos 
ha proporcionado un criterio o un conjunto de criterios taxonómicos 
 6. Pueden verse otras muestras de distinto tipo y de diverso grado de complejidad, 
así como detalles para su análisis y evaluación, en mi ensayo Introducción al estudio de las 
falacias (2001) especialmente en el apartado 1, «La resistencia de las falacias a las clasifi-
caciones». Es accesible on line en la Comunidad virtual de Lógica, Argumentación y Re-
tórica, www.innova.uned.es, y en http://e-spacio.uned.es/fez.
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determinantes de una clasificación unitaria y efectiva, ni las recidivas dis-
cusiones al respecto permiten esperar que —por decirlo con el dubitati-
vo acento de Augustus de Morgan— pueda haberla un buen día.
Tras estos primeros escarceos con el tratamiento naturalista, clasi-
ficatorio, de falacias nos encontramos con algunos resultados provisio-
nales de interés. Según parece: 1) No hay una teoría general de la argu-
mentación falaz. 2) Tampoco hay una clasificación única y definitiva 
de los modos y casos en que una argumentación falaz puede llegar a 
serlo. 3) Más aún, es dudoso que algún día contemos con ella.
Manteniendo la imagen biológica de la fauna de las falacias, podría-
mos decir que en este campo no solo no hay un Darwin —es decir, no 
hay algo equivalente a una teoría general—, sino que todavía no ha na-
cido siquiera un Linneo —es decir, tampoco hay una taxonomía estable-
cida—. Más aún: uno se sentiría tentado a añadir que ni se les espera, si 
no fuera por la persistencia del afán de clasificación en aras, se supone, 
de la formación crítica de los estudiantes o de la pedagogía. Sin embar-
go, todavía hoy Frans van Eemeren, Bart Garssen y Bert Meuffels abren 
una panorámica histórica del estudio de las falacias con esta declaración 
que parece tener pretensiones tanto de reseña de lo hecho hasta ahora en 
este campo como de directriz del trabajo posterior: «El objetivo general 
del estudio de las falacias es describir y clasificar las formas de argumen-
tación que deberían considerarse infundadas (unsound) o incorrectas» 
(2009: 2). Me temo que esta declaración, entendida como reseña, es par-
cial y, tomada como directriz, resulta problemática. En cualquier caso, 
no marcará el objetivo del presente estudio de las falacias, cuyo propó-
sito será más bien de análisis conceptual, revisión teórica y reconstruc-
ción histórica como ya apuntaba en el Prefacio.
Para seguir con esta exploración inicial del terreno y empezar con el 
análisis conceptual, bueno será precisar la idea de argumentación falaz 
y de falacia. Nuestros usos cotidianos de los términos ‘falaz’ y ‘falacia’ 
abundan en su significado crítico o peyorativo: insisten en la idea de que 
una falacia es algo en lo que se incurre o algo que se comete, sea un en-
gaño o sea algo censurable hecho por alguien con la intención de enga-
ñar. Efectivamente, en los diccionarios acreditados del español actual, el 
denominador común de las acepciones de ‘falacia’ y ‘falaz’ es el signifi-
cado de engaño y engañoso7. Son calificaciones que pueden aplicarse a 
muy diversas cosas: argumentos, actitudes, maniobras y otras varias suer-
 7. Cf., por ejemplo, el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia (Es-
pasa, Madrid, 222001); el Diccionario de uso del español, de María Moliner (Gredos, Ma-
drid, 21998); o el Diccionario del español actual, de M. Seco, O. Andrés y G. Ramos (Aguilar, 
Madrid, 1999). También pueden verse las asociaciones comunes de ‘falacia’ con ‘fraude’ 
y ‘engaño’ en http://ideasafines.com.ar. 
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tes de actividades, tramas y enredos. Aquí vamos a atenernos a las acti-
vidades discursivas: solo estas resultarán falaces. Ahora bien, dentro del 
terreno discursivo, la imputación de ‘falaz’ o de ‘falacia’ también puede 
aplicarse a diversos actos o productos como asertos (p. ej., «el tópico de 
que los españoles son ingobernables es una falacia»), preguntas (p. ej., 
«la cuestión capciosa ‘¿Ha dejado usted de robar?’ es una conocida fala-
cia»), normas (p. ej., «una norma tan tolerante que estableciera que no 
hay normas sin excepciones sería falaz») o argumentos (p. ej., «no vale 
oponer a quien se declara a favor del suicidio un argumento falaz del 
tenor de ‘Si defiendes el suicidio, ¿por qué no te tiras por la ventana?’»). 
Por otro lado, en ese vasto campo vienen a cruzarse y solaparse, amén 
de conchabarse, falsedades y falacias. Pero unas y otras son errores de 
muy distinto tipo: la falsedad tiene que ver con la falta de veracidad, en 
un sentido subjetivo, o con la falta de verdad, en un sentidoobjetivo; 
en el primer caso, lo que uno dice no se ajusta a lo que él efectivamen-
te cree; en el segundo caso, lo que uno dice con referencia a algo no se 
ajusta a lo que esto efectivamente es. En cambio, el error del discurso 
falaz consiste en otra especie de incorrección o engaño que no es propia 
de unas meras declaraciones o proposiciones —lugares para la verdad o 
la falta de verdad—, sino peculiar de las tramas argumentativas de pro-
posiciones y, en general, de las composiciones discursivas que tratan de 
dar cuenta y razón de algo a alguien con el fin de ganar su asentimien-
to —aunque para ello puedan envolver, como ya he sugerido, mentiras 
o falsedades—. Así pues, también supondremos que los términos ‘falaz’ o 
‘falacia’ se aplican primordialmente a ciertos discursos: a los que son o al 
menos pretenden ser argumentos. Por derivación, podremos considerar 
falaces otras unidades discursivas (proposiciones, preguntas, etc.) en la 
medida en que formen parte sustancial de una argumentación o contri-
buyan a unos propósitos argumentativos.
Recordemos, por ejemplo, una encendida y despiadada soflama que 
Francisco Rico —profesor universitario, académico de la Lengua y co-
laborador de El País— dirigió desde la tribuna de opinión del periódico 
(11/01/2011) contra la recién aprobada ley antitabaco, a la que tildaba de 
«ley contra los fumadores». El artículo terminaba con la apostilla: «PS. En 
mi vida he fumado un solo cigarrillo». Esta declaración levantó una nube 
de protestas contra la impostura de un Francisco Rico que había sido y 
seguía siendo fumador habitual. Pues bien, ¿constituye un remate argu-
mentativo de la diatriba de Rico contra la ley, según entendieron la ma-
yoría de los lectores del artículo? ¿O, más bien, representa una especie 
de juego irónico o de guiño para los conocedores de la vida y costum-
bres de Rico, una licencia retórica en suma? En el primer caso, podría ofi-
ciar como una especie de prevención frente al reparo de que sus ataques 
a la ley venían dictados por sus intereses de fumador y como una prue-
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ba adicional de la plausibilidad y neutralidad de las críticas vertidas en 
el artículo. En el segundo caso, no pasaría de ser una broma quizás poco 
afortunada en el marco de una tribuna de opinión de un periódico de 
información. En el primer caso, se trataría de una apostilla falaz a la que 
cabría acusar de falsedad o engaño en tal sentido. En el segundo caso, se 
prestaría más bien a una crítica estilística y a una sanción moral o deon-
tológica. (Por lo demás, dada la ambigüedad quizás deliberada en que se 
movía esta nota final de Rico, no es extraño que se viera acusada y juz-
gada en todos estos sentidos). El ejemplo muestra, por otra parte y una 
vez más, que no siempre será inequívoca la condición falaz o, siquiera, 
argumentativa del caso planteado.
Pero sigamos. Pasándonos de generosos, podríamos reconocer inclu-
so ciertos procedimientos generadores de falacias o ciertas maniobras que 
producen unos efectos nocivos similares sobre la interacción discursiva 
en un marco argumentativo —así se habla, por ejemplo, de «maniobras 
falaces» de distracción o de dilación en una discusión o en un debate par-
lamentario—. Ahora bien, sea como fuere, convengamos en que las fala-
cias tienen lugar de modo distintivo en un contexto argumentativo o con 
un propósito argumentativo. En suma, para empezar, vamos a considerar 
falaces ciertas argumentaciones o argumentos, incluidos los pseudoargu-
mentos que traten de pasar por argumentos genuinos en un determina-
do contexto discursivo. Y por extensión podrían considerarse falaces asi-
mismo ciertos procedimientos y elementos discursivos en la medida en 
que constituyeran o formaran parte de un proceso de argumentación o 
pretendieran tener valor o propósito argumentativo, como la apostilla 
antes examinada en la interpretación mayoritaria de sus lectores.
En este sentido, también será bueno recordar que nuestro término 
falacia proviene del étimo latino fallo, fallere, un verbo con dos acepcio-
nes de especial interés: 1) engañar o inducir a error; 2) fallar, incumplir, 
defraudar. Siguiendo ambas líneas de significado, entenderé por falaz el 
discurso que pasa, o se quiere hacer pasar, por una buena argumentación 
—al menos por mejor de lo que es—, y en esa medida se presta o induce 
a error, pues en realidad se trata de un pseudoargumento o de una ar-
gumentación fallida o fraudulenta. El fraude no solo consiste en frustrar 
las expectativas generadas por su aparición o uso en un marco argumen-
tativo, de modo que las razones aducidas para asumir la proposición o 
la propuesta que se pretende justificar no tienen realmente la fuerza o la 
virtud pretendida, sino que además puede responder a una intención o 
una estrategia deliberadamente engañosas. En todo caso, representa una 
quiebra o un abuso de la confianza discursiva, comunicativa y cognitiva 
sobre la que descansan nuestras prácticas argumentativas. A estos rasgos 
básicos o primordiales, las falacias conocidas suelen añadir otros carac-
terísticos. Son dignos de mención tres en particular: su empleo extendi-
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do o relativamente frecuente, su atractivo suasorio o su poder de capta-
ción, su uso táctico como recursos capciosos de persuasión o inducción 
de creencias y actitudes en el destinatario del discurso.
De todo ello se desprende la ejemplaridad que se atribuye a la de-
tección, catalogación, análisis y resolución crítica de las falacias. Pero, 
por otro lado y más allá de estos servicios críticos, la consideración de las 
falacias también puede suministrarnos hoy noticias y sugerencias de inte-
rés en la perspectiva de una teoría general de la argumentación. Este pa-
pel de síntoma y de espejo del estado del campo de la argumentación, al 
que no suelen prestar atención los libros de falacias, será debidamente 
atendido y aprovechado más adelante —véase Parte I, cap. 3—. De mo-
mento, sigamos buscando y precisando algunos conceptos básicos para 
continuar avanzando en la exploración del terreno. Hay dos de cierta 
solera histórica y mayor relieve analítico: los conceptos de sofisma y de 
paralogismo como especies de falacia.
Un sofisma es un ardid o una argucia deliberadamente engañosa, mien-
tras que un paralogismo constituye más bien un error o un fallo involunta-
rio de razonamiento. Hay quienes, en la actualidad, han considerado esta 
distinción como una referencia intencional o psicológica, irrelevante a la 
hora de examinar un argumento8. Pero creo que resulta tan pertinente en 
el presente contexto como lo es en un contexto jurídico la existente entre 
dolo y culpa, pongamos por caso, entre el asesinato y el homicidio invo-
luntario, a la hora de calificar y juzgar un acto delictivo. En todo caso, es-
pero mostrar en lo que sigue el interés de la distinción y de la interrelación 
de sofismas y paralogismos para una posible teoría normativa de la argu-
mentación y, en particular, para la conceptualización de las falacias.
Para empezar con buen pie, conviene advertir que la distinción en-
tre sofismas y paralogismos no debe tomarse como una demarcación neta 
y tajante. Hay argumentos en los que no sería fácil determinar si hay 
dolo, es decir, sofisma, o hay simple culpa, es decir, paralogismo, y aún 
son más frecuentes las situaciones en que los casos de una y otra especie se 
entretejen en la trama de un proceso discursivo falaz. Consideremos, por 
ejemplo, la argumentación siguiente, esgrimida con la pretensión —quizás 
loable— de establecer la necesidad de argumentar:
Que argumentar es una capacidad inherente al ser humano es algo sobre lo 
que no hay duda alguna. Es más, si alguien no estuviese totalmente conven-
 8. Por ejemplo, Walton (2011: 378) afirma que el ser intencionado o no es algo que 
no importa desde el punto de vista del análisis del argumento y de la determinación de su 
carácter falaz. Bueno, talvez no importe mucho en este último caso, pues tanto los sofis-
mas como los paralogismos son falaces; pero es importante para su análisis, evaluación y 
juicio, en los planos discursivo, cognitivo y argumentativo, como se verá, sin ir más lejos, 
a propósito de la distinción entre sofismas y paralogismos.
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cido de ello, no tendría más remedio que ofrecer razones para, así, poner 
en claro que su opinión está bien fundamentada, y tratar, por tanto, de con-
vencer al resto de la validez de su posición; se vería, por tanto, inevitable-
mente condenado a argumentar para justificar y fundamentar su posición. 
El ser humano asienta su vida, pues, en su capacidad argumentativa9.
El argumento cuenta, en principio, con la ventaja de partir de una 
creencia común o, por lo menos, ampliamente difundida en el sentido de 
lo que Aristóteles llamaba éndoxon, esto es, algo que estima plausible todo 
el mundo o la mayoría de gente o los entendidos, a saber: la creencia en 
que argumentar es propio del ser humano. Siendo así, la carga de la prue-
ba podría recaer sobre quien pusiera en cuestión este sentir común. Aho-
ra bien, la tesis de que argumentar es una capacidad inherente y, más aún, 
inevitable porque solo puede cuestionarse argumentando, no deja de en-
volver una petición de principio. De entrada, cabe argüir que no consiste 
tanto en una capacidad inherente como en una habilidad tal vez distintiva 
pero en todo caso adquirida, como el lenguaje, por ejemplo, y seguramen-
te ligada a determinadas prácticas lingüísticas —recordemos los célebres 
casos de niños «salvajes» crecidos sin contacto ni comunicación humana, 
que luego se ven seriamente limitados, cuando no imposibilitados, en el 
ejercicio de sus «capacidades lingüísticas»—. En segundo lugar, tampoco 
es cierto que si alguien cuestiona la necesidad de argumentar, se vea «ine-
vitablemente condenado» a hacerlo, a argumentar, para justificar su po-
sición: por un lado, puede adoptar esa posición escéptica sin justificarla; 
por otro lado, la necesidad o el compromiso de argumentar solo se vuel-
ven imperiosos una vez que está decidido el jugar a este juego; salvo circu-
laridad, no son autofundantes ni autocomprensivos10. En cualquier caso, 
para terminar, la aserción final acerca del asentamiento de la vida del ser 
humano en su capacidad argumentativa resulta a todas luces una extrapo-
lación tan infundada como desmedida, a pesar del marcador ilativo «pues» 
que trata de presentarla como recapitulación y consecuencia. Conforme a 
 9. García Moriyón et al. (2007: 13). El énfasis tipográfico de negritas y cursivas 
pertenece al original.
 10. Puede traerse a colación en este punto la crítica paralela de Popper a la pretendida 
autofundamentación del racionalismo ingenuo. «La actitud racionalista se caracteriza por 
la importancia que le asigna al razonamiento y a la experiencia. Pero no hay ningún razo-
namiento lógico, ni ninguna experiencia que puedan sancionar esta actitud racionalista, 
pues solo aquellos que se hallan dispuestos a considerar el razonamiento y la experiencia 
y que, por lo tanto, ya han adoptado esta actitud, se dejarán convencer por ella. Es decir, 
que debe adoptarse primero una actitud racionalista […] y esa actitud no podrá basarse, 
en consecuencia, ni en el razonamiento ni en la experiencia» (Popper, 1957: 413-414). En 
suma, el reconocimiento de la argumentación, con los compromisos y las obligaciones co-
rrespondientes, presupone la disposición a argumentar o la adopción de una actitud «pro-
discursiva», antes que a la inversa.
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U N A E X P L O R A C I Ó N I N T R O D U C T O R I A
este análisis, la parte primera, destinada a establecer de modo concluyen-
te la necesidad de argumentar, representa un paralogismo. Es un tipo de 
confusión no infrecuente en filosofía, propiciada por el uso y abuso de los 
argumentos que se han venido a denominar performativos, es decir: argu-
mentos cuya conclusión no cabe negar sin caer en una contradicción, ni 
cabe establecer deductivamente sin caer en una petición de principio; son 
argumentos típicamente llamados a sentar tesis trascendentales. En cam-
bio, la segunda parte, que se cierra con una especie de conclusión infun-
dada pese a su aparente cogencia consecutiva y recapitulativa, podría con-
siderarse engañosa o especiosa al tener un aire capcioso y, en esa medida, 
representaría un sofisma.
Estas y otras complicaciones del mismo género invitan a concebir el 
campo de la argumentación como un terreno común en el que medran 
tanto las buenas como las malas hierbas; entre las malas hierbas, figuran 
las múltiples variantes de la argumentación falaz que se extienden desde el 
yerro más ingenuo debido quizá a incompetencia o inadvertencia, en el 
extremo del paralogismo, hasta el engaño urdido subrepticia y delibera-
damente, en el extremo opuesto del sofisma. Aunque muchas variantes 
se solapen y la región de la argumentación falaz parezca una especie de 
continuo, no se borra la distinción y separación entre ambos extremos, 
de modo parecido a como una gama de grises no difumina la distancia 
entre lo blanco y lo negro.
Los casos más interesantes de paralogismos son los que tienen lugar 
como vicios discursivos o cognitivos que pueden contraerse con la mis-
ma práctica de una pauta de razonamiento fiable en principio. Así, por 
ejemplo, confiamos en polarizaciones y oposiciones para introducir cier-
to orden en la conceptualización del mundo11 o para aprovecharnos de la 
eficacia y la economía discursivas de pautas de argumentación como «el 
silogismo disyuntivo», aunque nos confundan las falsas contraposiciones o 
se nos vaya la mano en unas categorizaciones de falsos opuestos como las 
denunciadas por Carlos Vaz Ferreira en su Lógica viva (1910) (véase más 
abajo Parte II, Sección 2, Texto 10)12. O, por poner otro caso, seguimos 
confiando en nuestra inveterada tendencia a generalizar, p. ej., a efectos 
de identificación, previsión o prevención, aunque esto no deje de llevarnos 
a veces a generalizaciones precipitadas o a categorizaciones indebidas. Un 
 11. Recordemos el papel sociocultural de ciertos pares de opuestos como izquier-
da/derecha, estudiados hace tiempo por los antropólogos, o en un terreno cognitivo más 
concreto, el papel que las tablas de opuestos desempeñaron en unos primeros desarrollos 
del pensamiento griego, como la cosmología pitagórica o la teoría tradicional de los ele-
mentos. Puede verse a este respecto Lloyd (1987).
 12. Los datos completos de las ediciones citadas de los autores tratados en la Parte II 
se hallarán en las respectivas referencias bibliográficas de la Sección 1 como también en 
las fuentes indicadas antes de los respectivos textos de la Sección 2.
28
L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
ejemplo es la reacción de la paloma que empolla sus huevos cuando ve des-
lizarse hacia el nido a la alargada y zigzagueante Alicia, en el capítulo 5 de 
Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. La paloma recela de la 
niña que se mueve culebreando entre las hojas de la copa del árbol donde 
ha puesto el nido, una niña que tiene el cuello largo y, para colmo, confie-
sa que ha comido huevos… ¡Es una serpiente! De modo que la prudencia 
preventiva de la paloma, más bien infundada o irracional, si se quiere, des-
de un punto de vista teórico o cognitivo, parece hasta cierto punto razona-
ble desde otro punto de vista práctico o estratégico13. En esta perspectiva 
del fallo de funcionamiento o de una mala ejecución de nuestras habi-
lidades discursivas, se explica fácilmente la naturalidad con que podemos 
caer en paralogismos, la dificultad de corregirlos e incluso la peculiaridad 
de que a veces, aun siendo casos de mal proceder discursivo, nos parezcan 
buenos: se trataría de una situación parecida a la de los procedimientos o 
los mecanismos familiares que se nos descomponen o, en nuestra torpe-
za, descomponemos, de modo que, concluyendo con palabras delya men-
cionado Vaz Ferreira, lo que podría haber sido instrumento de la verdad 
se convierte en instrumento del error (Lógica viva [1910], 2008, p. 132). 
Un mérito de Vaz Ferreira ha sido justamente el haber llamado la atención 
sobre los aspectos discursivos, psíquicos y cognitivos de los paralogismos, 
tras la idea de falacia de confusión avanzada por el System of Logic de 
Stuart Mill (1843) (véanse más abajo los textos 9 y 10 de la Sección 2 
de la Parte II y, en la Sección 1 de esa misma Parte, los comentarios históri-
cos al respecto). Este planteamiento ha tenido posteriormente una inespe-
rada confirmación y una notable proyección a través del estudio, a partir 
de la década de los años ochenta, de los llamados «heurísticos», recur-
sos eficientes en condiciones acotadas de procesamiento de la información 
por limitaciones de tiempo, memoria o competencia específica, que pue-
den prestarse a fallos de presunción o a distorsiones de juicio en casos no 
normales o en otros dominios cognitivos14.
Con todo, al margen de la significación cognitiva de los paralogis-
mos y según una suposición habitual de la tradición lógica, las falacias 
más relevantes son las que tienden al polo de los sofismas efectivos y con 
éxito, es decir, las estrategias capciosas que consiguen confundir o enga-
ñar al receptor, sea un interlocutor, un jurado o un auditorio. Han sido, 
 13. En esta misma línea, investigaciones experimentales sobre el aprendizaje han mos-
trado que ciertos animales tras una mala experiencia con determinados alimentos, descartan 
todos los que se ofrecen en análogas circunstancias: drástica medida que si bien les depara 
más creencias o prevenciones falsas que verdaderas, puede contribuir a mejorar sus pro-
babilidades de preservación y supervivencia. 
 14. Ahora, al parecer, casi nadie se acuerda ya de Vaz Ferreira. Las primeras proyec-
ciones de este punto de vista sobre el terreno de las falacias proceden de los años noventa; 
cf., p. ej., Jackson (1995).
29
U N A E X P L O R A C I Ó N I N T R O D U C T O R I A
al menos, las falacias mejor atendidas y más estudiadas. El secreto de su 
importancia radica, en principio, en su interés y su penetración crítica; 
se supone, desde luego, que la familiaridad con los sofismas es una exi-
gencia de la formación del pensamiento crítico y de la madurez discursiva, 
sea a efectos defensivos, o sea incluso a efectos agresivos, como estratage-
mas para hacer valer nuestra posición ante un adversario o para atraerlo 
a nuestra causa. Por otro lado, esta idea del sofisma como argumentación 
especiosa nos permite detectar no solo el recurso a argumentos espurios, 
sino la manipulación falaz de formas correctas de razonamiento —aná-
logamente a como podemos reconocer el discurso que trata de engañar 
incluso con la verdad—. Este punto tiene cierto interés. Permite repa-
rar en que así como puede haber malos argumentos que no son falaces, 
también pueden darse argumentos válidos que obran como falacias15. 
Avanzando un paso más, podemos advertir no solo sus efectos perver-
sos sobre la inducción de creencias o disposiciones, sino su contribución 
a minar la confianza básica en los usos del discurso. Este será un pun-
to sustancial a la hora de considerar propuestas como la que se podría 
llamar «maquiavelismo preventivo» de A. Schopenhauer (1864) (véase 
más abajo el Texto 8 de la Sección 2 de la Parte II).
Pero su importancia también estriba en lo que unos sofismas cumpli-
dos nos revelan acerca de la argumentación en general. En tales casos, la 
argumentación falaz se perpetra y desenvuelve en un marco no solo dis-
cursivo sino interactivo, donde la complicidad del receptor resulta esen-
cial para la suerte del argumento: para que alguien engañe, alguien tiene 
que ser engañado. La dualidad de sofismas y paralogismos presenta así 
una curiosa correlación: el éxito de un sofisma cometido por un emisor 
trae aparejada la comisión de un paralogismo por parte de un receptor, 
de modo que la complicidad del receptor viene a ser codeterminante de la 
suerte del argumento. Más aún, como es difícil que una misma persona se 
encuentre al mismo tiempo en ambos extremos del arco de la argumenta-
ción falaz, el sofístico y el paralogístico —pues nadie en sus cabales logrará 
engañarse ingenua y subrepticiamente a la vez a sí mismo—16, entonces la 
 15. El reconocimiento de casos de este tipo, bajo la forma de silogismos o refutaciones 
deductivas que resultan sofísticos en su contexto de aplicación, se remonta a Aristóteles (Re-
futaciones sofísticas, 169b20-25). También cabe pensar, por poner otro ejemplo, en el uso 
de ciertas reglas deductivas clásicas como la que permite derivar una proposición cualquie-
ra de una contradicción («de una contradicción se sigue cualquier cosa»), con el propósito 
—así infundado— de establecer una proposición concreta o una conclusión determinada.
 16. Aunque uno pueda transitar más o menos clara o confusamente entre los extre-
mos del arco. Así como no se excluye la existencia de múltiples casos intermedios entre 
ambos extremos, el sofístico y el paralogístico, tampoco cabe excluir la de otros casos no 
infrecuentes en los que uno puede —e incluso a veces quiere— engañarse a sí mismo. Lo 
que no puede es hacerlo a la vez con plena deliberación y total inadvertencia: hallarse en 
uno y otro extremo al mismo tiempo. Todo esto supone cierta analogía de la idea de sofis-
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L A F A U N A D E L A S F A L A C I A S 
eficacia del sofisma típico comporta la efectividad de la interacción corres-
pondiente entre los diversos agentes involucrados. Dicho de otro modo y 
en homenaje a nuestro héroe de la infancia, Robinson Crusoe: Robinson, 
náufrago y solitario en la isla, no consumará un sofisma efectivo antes de 
Viernes. Pero no tiene por qué ocurrir así en el caso de los paralogismos, 
puesto que no todo paralogismo es el resultado de una estrategia delibe-
radamente engañosa, ni para su comisión es necesario contar con la inter-
vención de otro agente distinto del que incurre en la confusión o el fallo 
discursivo. En suma: un paralogismo puede ser monológico, cosa de uno 
mismo, mientras que un sofisma es más bien dialógico, cosa de dos al me-
nos, y un sofisma solo se cumple efectivamente con la complicidad de un 
paralogismo17.
Llegados a este punto, creo que podemos avanzar un mapa provisio-
nal para señalar algunos puntos cardinales en el terreno discursivo de la 
mala argumentación y de las falacias en general.
a) Casos de mal proceder
a.1) no argumentar —ignorar al interlocutor en la 
discusión, no responder, no mantener la con-
versación— cuando es debido.
a.2) argüir —importunar, interferir— cuando no 
es pertinente.
a.3) otros tipos de maniobras o movimientos ilíci-
tos, como las de dilación, distracción u oculta-
ción del punto en cuestión. 
b) Errores, ilusiones 
inferenciales
b) fallos y faltas de razonamiento, entre los que 
cabría incluir casos de incoherencia o akrasia 
en la argumentación práctica.
c) Comisión de falacias
c.1) inadvertida → paralogismos
c.2) deliberada → sofismas
Por lo demás, ciertos casos o procedimientos concretos de los tipos 
(a) y (b) pueden tener o adquirir un carácter falaz y constituir alguna 
ma con una concepción clásica de la mentira, de raíz agustiniana, y remite a la discusión 
abierta en torno al «autoengaño», punto en el que ahora no puedo detenerme pese a su 
interés discursivo y cognitivo. Sobre el curso moderno de esta discusión, puede verse el nú-
mero monográfico de Teorema sobre Autoengaño: problemas conceptuales (XXVI/3 [2007]).
 17. Una observación de paso: vengo siguiendo la práctica habitual de referirme in-
distintamente a los agentes discursivos y a los argumentos como incursos en falacias. Sería 
más apropiado decir que un agente comete o incurre en una falacia, mientras que su ar-
gumentación contiene o consiste en una falacia. Pero supongo que esa práctica común es 
inocua y no representa una confusión mayor añadida. 
31U N A E X P L O R A C I Ó N I N T R O D U C T O R I A
suerte de falacias de acuerdo con su papel discursivo o su propósito ar-
gumentativo en su contexto18.
Recapitulemos el terreno recorrido en esta exploración inicial. En el 
supuesto de que argumentar es una actividad de dar cuenta y razón de 
algo a alguien o ante alguien, con el fin de lograr su comprensión y ganar 
su asentimiento19, hemos partido de la noción básica o idea general de 
que es falaz el discurso que pasa, o se quiere hacer pasar, por una buena 
argumentación —al menos por mejor de lo que es—, y en esa medida se 
presta o induce a error, pues en realidad se trata de un pseudoargumen-
to o de una argumentación fallida o fraudulenta.
En la perspectiva conceptual adoptada, los rasgos principales de las 
falacias vienen a ser, en suma, los tres siguientes:
i) la comisión de una falta o un fraude contra las expectativas o los 
supuestos de la comunicación discursiva y de la interacción argumen-
tativa en curso, que desde un punto de vista normativo trae consigo la 
anulación y confutación del argumento en cuestión, o su retractación y 
reparación, si se quiere mantener la conversación argumentativa;
ii) el hecho de tratarse de una comisión común o relativamente sis-
temática, esto es, de un vicio discursivo y no de una mera falta de virtud 
—como si se redujera a un simple fallo o una transgresión ocasional, un 
despiste aislado—;
iii) el encubrimiento del vicio o la (falsa) apariencia de virtud, de 
modo que una falacia siempre será, inadvertida o deliberadamente, en-
gañosa.
Por añadidura, a estos rasgos primordiales de las falacias los suelen 
acompañar, sobre todo en los manuales escolares, otros rasgos secunda-
rios o subsidiarios que han tenido en ocasiones tanta o incluso mayor 
difusión que los primeros. Recordemos, en particular, su uso extendido 
y su fortuna popular, es decir: el especial atractivo de los recursos falaces; 
la ejemplaridad consiguiente de su detección y de su reducción o diso-
lución crítica; el rendimiento práctico de su estudio como recursos sua-
sorios, como estratagemas erísticas o, incluso, como ejercicios de for-
mación y entrenamiento en el dominio de las artes del discurso; y en fin, 
su probada eficacia al servicio de estrategias de confrontación y de lucha 
dialéctica en la palestra del discurso público.
 18. Para un tratamiento más comprensivo y detallado, véase el apartado 2, «Una brú-
jula para orientarse por el terreno», de mi ya citada Introducción al estudio de las falacias, 
accesible on line.
 19. Sobre esta idea de la argumentación puede verse la entrada «Argumento/Argu-
mentación» en Vega y Olmos (eds.) (22012).
 
 
Parte I 
PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS 
DEL ESTUDIO ACTUAL DE LAS FALACIAS
35
1
LOS BUENOS DESEOS
Lo que necesitamos realmente es una teoría de las falacias.
Woods y Walton, 1982: ix
1. EL ESTUDIO DE LAS FALACIAS: 
ELUCIDACIÓN TEÓRICA, INVESTIGACIÓN EMPÍRICA
El estudio de las falacias presenta en la actualidad las dos dimensiones 
habituales en los estudios sobre el discurso. Consiste, por un lado, en pro-
puestas y elucidaciones de carácter conceptual o teórico; incluye, por otro 
lado, ciertas investigaciones empíricas.
En el primer caso conviene recordar el papel motivador de la «teo-
ría» de la falacia al oficiar como la teoría de la evaluación de argumen-
tos dominante en el momento del despegue de la lógica informal —se-
gún refieren los ya citados Johnson y Blair (2002)—. En esta línea, bien 
podríamos partir de las dificultades y problemas que plantean la iden-
tificación y la evaluación intuitivas de los argumentos, para reconocer 
la importancia de un diagnóstico más eficiente, explicativo y razonado, 
sobre la base de conceptos y criterios explícitos. Reparemos en que las 
falacias, como las mentiras, no suelen traer señalada en la frente su con-
dición: son engaños sin marca lingüística propia. De modo que un buen 
propósito sería ir sustituyendo las intuiciones y juicios iniciales, por ejem-
plo, del tipo: «Hay algo en ese argumento que me huele mal», mediante 
instrumentos analíticos y normativos de detección y de sanción crítica 
que hagan justicia tanto a nuestras experiencias discursivas como a las 
tradiciones reflexivas acerca de estas prácticas. Así, podríamos contar con 
indicaciones generales del tipo de «un buen argumento es el que está libre 
de falacias y la presencia de una falacia puede considerarse, en principio, 
una debilidad o un defecto de un argumento, cuando no un fallo fatal» 
u otras por el estilo, que apuntaran en la dirección de un concepto es-
tablecido de falacia. Por desgracia, como siguen comentando Johnson 
y Blair tras mencionar el papel motivador del estudio de las falacias y 
36
P R O B L E M A S Y P E R S P E C T I V A S D E L E S T U D I O A C T U A L D E L A S F A L A C I A S
hacerse eco de dicha indicación, «el problema con esta intuición es que 
hay poco consenso sobre la teoría correcta general de la falacia o sobre 
cómo emplear las falacias en calidad de instrumentos para la crítica de 
argumentos» (2002: 369). De donde se desprende que, en el terreno teó-
rico, nos vamos a ver ante una multiplicidad de programas, orientacio-
nes y conceptualizaciones alternativas.
La segunda dimensión del estudio de las falacias, su investigación 
empírica, se encuentra, desde luego, menos atendida y desarrollada que 
la primera. En realidad, los usos de la argumentación falaz y sus aspectos 
derivados —p. ej., el empleo involuntario o deliberado de falacias, el re-
conocimiento de tácticas y estrategias falaces, su valoración, su sanción, 
etc.—, en grupos experimentales, solo han merecido escasa atención y 
un estudio esporádico hasta los años noventa. Y tampoco puede decirse 
que, en el curso de la primera década del presente siglo, la situación de 
los estudios empíricos de la argumentación falaz haya mejorado espec-
tacularmente. Hoy continúan obrando, en cierta medida al menos, los 
motivos y circunstancias que determinaban su escaso interés o su descui-
do en el siglo pasado. En particular, los tres siguientes:
1) El estudio de la argumentación en general, de las falacias en par-
ticular, corre en buena parte a cargo de lógicos y filósofos; son académi-
cos que no suelen caracterizarse por sus ocupaciones o preocupaciones 
experimentales, salvo cuando se trata de apelar a experimentos menta-
les con propósitos teóricos o analíticos.
2) No se dispone de un cuerpo convenido y estable de conceptos y 
planteamientos teóricos capaces de proporcionar hipótesis de contras-
tación cruciales o interesantes, de modo que la investigación empírica 
sigue careciendo de norte o de objetivos definidos y queda más bien al 
albur de voluntades o de intereses ocasionales. Sin embargo, algo se ha 
mejorado en este sentido a través de la incipiente puesta a prueba de al-
gunos códigos programáticos como la normativa de la discusión prag-
madialéctica (véase, p. ej., Eemeren, Garssen y Meuffels, 2009).
3) Faltan, en fin, criterios reconocidamente efectivos de discrimina-
ción, dentro del campo del discurso común e informal, entre la argu-
mentación correcta o intachable y la argumentación falaz, por contraste 
con la tradición escolar de las sedicentes «falacias formales (o lógicas)» 
que, al menos, contaba con unos criterios presuntamente eficaces de vali-
dación e invalidación de argumentos. Pero también en este caso hay bue-
nos deseos, aunque nazcan al calor de supuestos problemáticos, como 
considerar que un argumento falaz es justamente el correlato negativo 
o el envés de un buen argumento, suposición que induce a confundir el 
argumento falaz con el mal argumento.
37
L O S B U E N O S D E S E O S
Sin embargo, por otra parte, no han dejado de aparecer nuevas áreas 
de estudio cuyos resultados podrían proyectarse sobre ciertos casos de fa-
lacias. Un área que ha cobrado especial relieve es la centrada en la inves-
tigación y explicación de los errores de razonamiento y de juicio que han 
venido

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