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García-Gual, C (2004) Introducción a la mitología griega Madrid, España Alianza Editorial - Eli Hernández

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Carlos 
García Gual
Introducción 
a la mitología 
griega
Religión y
* * *
δ
I . lejada tanto del repertorio de m itos 
co m o del m anual d ; mitograf'ía, la presente IN T R O ­
D U C C IÓ N A LA M IT O L O G ÍA G R IE G A pretende 
facilitar la aproxim ación a estos antiguos relatos y 
ofrecer algunas reflexiones previas a su lectura o re­
lectura. Partiendo de un estudio de su peculiar trad i­
ción y transm isión, y subrayando la fun ción social y 
la p erviven tia de la m ito logía en su con texto h istó ­
rico y en la cultura occidental, C A R L O S G A R C ÍA 
G U A I. exam ina, desde una perspectiva a la vez críti­
ca y d idáctica, los temas y figuras m ás representati­
vos de ese am p lio repertorio narrativo, rem em ora 
los rasgos esenciale.; de los dioses y héroes griegos y, 
finalm ente, analiza las interpretaciones m ás sign ifi­
cativas que se han fo rm u lad o desde el in icio de la 
Edad M oderna sobre ese co n glo m erad o de m itos.
E l l ib r o d e b o ls illo
H u m a n id a d e s
Religión y mitología j
Carlos García Gual
Introducción 
a la mitología griega
El libro de bolsillo 
Religion y mitología 
Alianza Editorial
Armauirumque
Armauirumque
Humanidades
Prim era e d itio n en «Ei l.ihro do Bolsillo»: 1992 
C u arta reim presión : 1998
P rim era edición en «Arca de conocim ien to : H um anidades»: 1999 
Segunda reim presión : 2004
D iseño de cubierta: Alianza Editorial 
Ilustración: C orreggio. Zeus y ¡o. (detalle) 
M usco de H istoria de l Arte. Vicna
© C urios G a rd a C ual
© Alianza Editorial, S. A., M adrid , 1992,1993,1994,1995,199», 1999, 
2001,2004
Calle Juan Ignacio Luca de T ena, 15;
28027 M adrid; teléfono 91 393 88 88 
mvw.iilianzaeditorial.es 
ISBN: 8-1-206-3535-9 
D epósito legal: M . 10.140-2004 
I 'o tocom posic ión e im presión: pfca, s. a.
A modo de prólogo
Tan sólo unas cuan tas líneas para indicar lo que este libro 
quiere ser y lo que no. Por lo p ron to , indicaré de antem ano 
que no es ni pretende ser un repertorio mítico ni un manual 
de m itología. T am poco una divagación literaria acerca de 
los atractivos de los m itos griegos y su proyección artística. 
No voy a recom endar esos relatos que se recom iendan a sí 
m ism os. Tan sólo pretendo facilitar la perspectiva de su es­
tudio y ofrecer algunas reflexiones previas a su lectura o re­
lectura.
Somos ya sólo lectores descreídos de esos fascinantes rela­
tos. Penetram os en ese m undo imaginario de la mitología, un 
entram ado quim érico y fantasmagórico, a través de los textos 
más o m enos clásicos, pero siem pre antiguos, y de algunas 
imágenes del arte griego o rom ano. Λ través de los poetas y 
mitógrafos escuchamos la lejana melodía. Incluso en otra len­
gua, en traducciones y en alusiones truncadas, percibim os su 
poesía y su extraordinaria seducción y, acaso, algo de la anti­
gua religiosidad ligada a los personajes divinos y heroicos que 
los anim an. Estas páginas son tan sólo una invitación a fre­
cuentar esos antiguos relatos. Una introducción a ese mundo 
dram át ico y memorable, basada en algunas reflexiones y múl­
tiples lecturas.
7
A M O W ) Ι)Ι·, Ι'ΚΟ ΙΛΚ ίΟ
Para osta visión do conjunto he utilizado num erosas pági­
nas de un librillo que publiqué hace años on Barcelona -en 
una editorial do cuyo nom bro no quiero acordarm e- titulado 
La mitología. Interpretaciones del pensamiento mítico, y unos 
apuntes sobro las características de los m itos griegos y sus 
grandes figuras, dioses y héroes m ás conspicuos. Croo que 
am bas partes están bien ensam bladas y se ilustran m u tu a­
mente. (Por adelantado pido disculpas por si ha quedado en 
esas páginas alguna repetición inad vertida.)
Queda así el libro conform ado en tres partes: sentidos del 
m ito, principales temas y personajes de la mitología griega e 
interpretaciones do osos m itos y osa mitología. Como decía, 
estos apuntes surgen de numerosas lecturas, y he querido alu­
d ir a todas ellas. De ahí que ofrezca muchas referencias p u n ­
tuales a libros y artículos. lisas referencias no tienen nunca un 
propósito erudito. Podría haberlas m ultiplicado fácilmente. 
T an sólo he señalado aquellos libros o ensayos que me han pa­
recido atract ivos o pertinentes, a riesgo do ser subjetivo e in­
com pleto. Espero haber indicado con precisión las d ireccio­
nes m ássugeren tesdelos estudios m itológicos actuales.
He pretendido exponer los problem as y cuestiones con la 
mayor sencillez y claridad. Sigo el consejo de J. L. Borges: «No 
debem os buscar la confusión ya que propendem os fácilmente 
a ella». Y en este terreno de los estudios sobre mitología no fal­
lan los com entadores confusos. No sé si habró logrado evitar 
la oscuridad, pero lo he intentado una y otra vez.
M adrid , l d e en ero d e 1992
Primera parte 
Definiciones
1. Propuesta de definición del término 
mito
1
La palabra mito, que tiene un tufillo de cultism o y una n o ta ­
ble vaguedad en su significado, ha logrado estos añ o s una 
notable difusión . Se habla de «el m ito de la m ascuiinidad», 
«el m ito de la un idad árabe», o se d ic tam ina que «el instin to 
m aternal es sólo un m ito necesario». La calificación de una 
idea, una teoría o incluso una determ inada figura com o «un 
m ito» expresa lina cierta valoración, no siem pre negativa. 
Hay un perfum e llam ado «m ito» y la palabra aparece referi­
da tam bién a cierto autom óvil com o un elogio superlativo. 
No es tan sólo en el uso coloquial y periodístico donde apa­
rece el té rm ino cargado de conno tac iones varias. Hace ya 
tiem po E. C assirer tituló un espléndido lib ro EÍ mito del Es­
tado; hace años O ctavio Paz escribió que «el m odern ism o es 
un m ito vacío», y J. Gil de Biedm a, refiriéndose a su niñez, 
confesaba en u n poem a que «De m i pequeño reino a fo rtu ­
nado / me quedó esta costum bre de calor / y una im posible 
propensión al mito».
N o sirve de m ucho acudir al Diccionario de la Real Acade­
mia. (Sirve tan sólo para advertir qué anticuada ha quedado
¡¡
12 I. P M ÏM iü O N E S
la definición allí propuesta.) Porque defin ir mito com o «fá­
bula, ficción alegórica, especialm ente en m ateria religiosa» 
es rem itir a u n a acepción arqueológica» un tan to d iecio ­
chesca, válida tan sólo p a ra ilustrados y retóricos de hace 
m ás d ed o s siglos. (Esa definición ya estaba anticuada cuan­
d o la Academia decidió recogerla palabra en su Diccionario, 
en su edición de 1884> hace algo más de cien años.) I ai m en­
ción del té rm ino «fábula» rem ite a un vocablo latino utiliza­
d o para trad u c ir el griego mythos; pero hoy fiibula en un 
sentido tan genérico resulta un latinism o. Q ue el m ito sea 
u na «ficción alegórica» es el resultado de una visión «ilus­
trada» y «racionalista», una concepción muy an tigua y de 
larga persistencia, pero hoy totalm ente arrum bada y en de­
suso.
Para explicarnos el am plio uso del té rm ino en la ac tu a li­
d ad podem os p ensar en su s atractivas conno tac iones y en 
su im precisa deno tac ión . A lo que aparece com o fabuloso, 
ex trao rd inario , prestigioso, fascinante, pero, a la vez> com o 
increíble del todo , incapaz de som eterse a verificación o b ­
jetiva, quim érico, fantástico y seductor, parece convenirle el 
sustantivo m ito o el adjetivo mítico. En su aspecto negativo, 
el m ito está m ás allá de lo real, pertenece al ám b ito de lo 
«fabuloso» y de la «ficción». Fulgurantes figuras del espec­
táculo, ca tapultadas por sus éxitos deslum brantes y la p ro ­
paganda exagerada a sublim es a ltu ras , se conv ierten en 
«mitos». Ideas fundam entales o creencias de secular solidez 
pueden ser calificadas de «m itos», y con ello se les niega su 
objetividad y se las encuad ra en el ám bito ficticio y q u im é­
rico de lo im aginario . F.l té rm in o mito puede ser una am bi­
gua etiqueta.
A tal propósito , no estará de más evocar el brillante epílo­
go de RolandRarthes en sus Mythologies ( 1957), que I leva el 
títu lo de «El m ito, hoy», donde trata con perspicaz agudeza 
de los sentidos y usos de la palab ra w/ío, en el contexto con­
tem poráneo. Frente a los m itos antiguos están los m itos mo-
I. PROPKKMA in. IH.HNH ION DPI TfiKMINO ΛΟΓΟ 13
dem o s que Barthes analiza y de los que investiga su trasfon- 
do ideológico. C on su enfoque sem iótico ese ensayo de Bar­
thes m erece una relectura. Pero no es de esas m itologías ni 
de esos m itos constru idos por la m odern idad y m anipula* 
dos p o r la política y la propaganda de los m edios de com u­
nicación de lo que vam os a tra ta r en estas páginas.
N uestro objetivo es acercarnos a los m itos antiguos, a la 
m itología griega» tal co/no está constituida en su propia t r a ­
dición y tal com o ha sido heredada por la tradición de la cu l­
tu ra europea. Vamos a tratar de esos mitos» en el sentido más 
clásico y antiguo, no de los nuevos» renovados o m odernos 
m itos. De esos m itos de los que cabe preguntarse si los g rie ­
gos creyeron en ellos y hasta d ó n d e y cuándo funcionaron 
com o tales, com o hace P. Veyne. Pero que están ahí, en los 
textos de la literatura clásica y en las im ágenes del arte g rie ­
go, y form an un repertorio b ien delim itado: la mitología clá­
sica.
Parece, en principio, que defin ir el té rm ino en esta acep­
ción ha de resultar bastante m ás fácil. Y, sin em bargo, ta m ­
bién en este uso, m ás histórico y científico, encontram os d i­
ficultades. A ntropólogos, filólogos, psicólogos, sociólogos y 
teólogos m anejan el té rm ino con tales divergencias que se 
ha dicho que la palabra puede recubrir «connotaciones in fi­
nitas», aun cuando tuviera u n a denotación com ún a todos 
esos usos, h is distintas perspectivas, en sus enfoques part icu- 
lares, privilegian aspectos del m ito y acepciones convenien­
tes a su propia teorización, de m odo que no es tan evidente 
hallar un núcleo sem ántico com ún a todos ellos. Se podría 
exagerar y decir que las definiciones del m ito son casi tantas 
com o las perspectivas m etódicas sobre él. Ni siquiera los es­
tud iosos de los m itos griegos y las m itologías h istóricas 
coinciden en sus definiciones.
Unas veces, p o r un exceso de sim plic idad , se proponen 
definiciones dem asiado precisas. Por ejem plo, la de Jan de 
Vries, que dice: «M itos son historias de dioses. Quien habla
Μ ». i >i h n h :i o s i n
de m itos tiene, po r tan to , que hablar d e dioses. De lo que 
se deduce que la m itología es una parte de la religión»1, (lis 
cierto que m uchos m itos tra tan de d ioses, pero no todos; 
m uchos y los m ayores m itos 1 ienen un fondo religioso, pero 
no todos; algunos se relacionan con el «cuento popular», el 
folktale, y no requieren la fe religiosa.) La relación en tre m i­
tología y religión es im portan te , pero m ás com pleja de lo 
que frases tan rápidas presuponen.
Los antropólogos, tan to los funcionalistas com o los es- 
tructu ra lislas, han enfocado el m ito desde una perspectiva 
am plia y con una concepción pene tran te de su con figu ra­
ción y lunción, destacando su significado en el contexto social
o su valor com o in stru m en to m ental en la representación 
colectiva del m u ndo de la m entalidad arcaica. Tanto unos 
com o otros han visto en el m ito una form a de representar la 
realidad, un m olde im aginario de com prender y dar sentido 
a la situación y actuación del hom bre en ese m u ndo com ­
prensible y dom esticado gracias a los mitos, lisa m irada am ­
plia de los an tropólogos es, para el es tud ioso actual, algo 
irrenunciable.
Pero tanto contra los sim bolistas, com o contra los fundo» 
nalistasy losestructuralisL is -co n tra M alinowski, M. Kliade 
y C. Lévi-Strauss, por ejem plo-, cabe expresar una protesta 
crítica , com o hizo G. S. K irk en su excelente libro sobre El 
m ito (1970): «No hay n inguna defin ición del mito. No hay 
ninguna form a platónica del m ito que se ajuste a todos los 
casos reales. Los m itos (...) difieren eno rm em en te en su 
m orfología y su función social»2.
Los reparos y cautelas del profesor K irk han sido aleccio­
nadores. Desde su perspectiva de helenista e h isto riador del 
pensam iento .griego, conocedor riguroso de tradición helé­
nica, pero tam bién com o buen lector de la m oderna biblio­
grafía sobre estas cuestiones, Kirk se m uestra escéptico en 
cu an to a d e fin ir de m o d o unívoco y preciso el vocablo 
m ito. A ceptar una definición sesgada supone ya decantarse
I. I'KO l'U I.STA n r Μ Η Κ Κ Ί Ο Ν I)»·.!. I fR M IN D MITO IS
por un enfoque definido, parcia 1, que excluye otros posibles; 
supone privilegiar ciertos m itos y recortar y descartar otros. 
Pero, ¿no resulta excesiva esa renuncia a cua lqu ier defin i­
ción unitaria? ¿No conlleva esto una exagerada asepsia críti­
ca? Sin lina cierta delim itación , y Ja defin ición no es o tra 
cosa, de objetos y objetivos, ¿cóm o trazar una aproxim ación 
m etódica a la mitología?
A ndam os que el term ino mitología tam poco le parece útil 
a G. S. Kirk. Q uien, sin em bargo, traza una d istinción m uy 
clara d e sus dos acepciones básicas: repertorio de mitos y es­
tudio de los m itos. Pero sobre este punto volverem os niás 
adelante. Por de pronto , señalem os que aquí no vam os a tra ­
tar del «mito» com o una form a de pensam iento prim itivo, 
com o Denkform, en esa acepción un tanto idealista que está 
en la visión de la cu ltu ra helénica com o u n progreso «del 
mito al logos», Votu Mythos zu m Logos, según el famoso títu ­
lo de nn claro libro de W. Nestle.
2
A ñadam os a las dificultades m encionadas las que algunos
estud iosos han señalado respecto de los usos del té rm ino
griego mythos. Sin etim ología clara, puesto que no aparece
n ingún térm ino de la mism a raíz en otras lenguas indoeuro ­
peas, la palabra se va defin iendo en la litera tu ra griega. 
M. D etienne, !.. Brisson y C. C alam e han es tud iado bien \
desde una precisa observación filológica y con finos análisis,
la progresiva defin ición de! té rm in o desde H om ero hasta 
Platón, lin oposición a lógos, la palabra m ythos pasa a desig­
nar el «relato tradicional, fabuloso y acaso engañador» (y ya 
P índaro lo em plea en tal sentido ’), en contraste con el relato 
razonado y objetivo. Platón inventa sus mythoi, que p re ten ­
den encubrir alegóricam ente verdades que están más allá de
lo com probable m ediante el lógos. Ks probablem ente en los
16 I. IH-WNIf.lONhS
tiem pos de la Sofística cu ando m ythos - e n co n tra ste con 
logos- se perfila con ese significado d e «viejo relato» (ce r­
cano a los cuentos de vieja, tabulación fantasiosa, pero no 
forzosam ente falsa, 110 s iem prepseudos, aunque no garan ti­
ce tam poco la alétheia, la veracidad)* Los usos del vocablo 
m ythos en Platón son muy sin tom áticos de su evolución se­
m ántica y de sus varias connotaciones. Por o tro lado, Platón 
utiliza ya el té rm ino «mitología», mythologie, en una acep­
ción plenam ente m oderna, con una precisa conciencia de lo 
que un repertorio m ítico supone p a ra un a sociedad tra d i­
cional.
Aunque no todos los em pleos del té rm ino en la época clá­
sica indiquen ese valor léxico bien definido, parece razona­
ble pensar que P latón ha lom ado de la época esa oposición 
en tre mythos y higos t y que otros coetáneos suyos eran bien 
conscientes de la significación de m ythos que Platón atesti­
gua, pero no inventa 5. Es muy interesante que Aristóteles, en 
su Poética, em plee la palabra en dos sentidos: com o relato 
tradicional y com o argum ento dram ático . (Recordemossque 
los argum entos trágicos eran «relatos heredados», m ytho i 
paradedoménoi *.) Para uno y o tro siguieron los latinos em ­
pleando una m ism a palabra: fabula.
A p artir de la Poética de Aristóteles se acentúa, pues, esta 
coincidencia entre esos dos aspectos del mythos: el relato 
tradicional y arcaico,venido de m uy atrás, y la ficción litera­
ria, que el d ram atu rgo crea sobre una pauta «mítica». Fabu­
lae son para un la tino tanto los textos de un A polodoro o un 
Higino, repertorios mitológicos, com o las tragedias de Eurí­
pides o las com edias de Aristófanes. Los poetas helenísticos 
y los rom anos, que utilizan los antiguos mitos en sus alusio­
nes y en sus recreaciones poéticas, con tribuyen tam bién a 
esa consideración de los m itos com o fabulae, ficciones o fa- 
bulaciones. Las M etamorfosis de O vidio son mitos ya recon­
tados com o literatura, guiada por el m ero placer de narrar, 
su L ustzu fabulieretr, según la frase goethiana; donde los m i­
I. I'ROPUfcSTA I) F DFHNK.ICVN DF.t. 1ÉRMINO M H O 17
tos son argum entos para la poesía cuyo origen y t rasfondo 
religioso se perciben apenas com o una gracia arcaica que 
late en la tram a ingenua que el poeta O vidio sutilm ente re­
pinta y recrea.
Esa confusión entre los relatos arcaicos y las ficciones 
poéticas» designados unos y o tra s con el vocablo fabulae, 
persiste a lo largo de la trad ic ión medieval y renacentista. 
Sólo en el siglo xvm, gracias al descubrim iento de otras m i­
tologías y de las reflexiones de los sim bolistas acerca de los 
pueblos prim itivos, volverá a d istingu irse el «mito» de la 
«ficción» p o é tica7. Será C hristian G ottlob H eyne, a finales 
del siglo, qu ien introduzca, en su docta prosa latina, el té r­
m ino mythos y lo redefina -e n oposición a fa b u la - con una 
significación sorprendentem ente m o derna8. Su ensayo «In­
terpretación del lenguaje m ítico o sim bólico de acuerdo con 
sus orígenes y las reglas derivadas del mism o» (Sermonis 
mythici sivesymbolici interpretatio ad causiis ed rationes duc­
tas inde regulas revocata), de 1807, le acredita com o el fun­
dador de los estud ios de M itología con perspectiva m oder­
na. Es la época de Vico, los Schlegel, Herder, Schelling, etc. 
Los Prolegomena zu einer wisscnschaftliche M ythologie de 
K. O. M uller aparecen algo después» en 1824. La M itología 
com o d iscip lina «científica» avanza ya sobre u n cam ino 
firme.
3
Con todo esto se perfila el cam po de investigación. Pero el
problem a de defin ir el térm ino mito sigue en pie. M antener
escépticam ente el rechazo de lina definición general m ín i­
ma, que nos perm ita d istingu ir qué es lo que consideram os
propiam ente un m ito y qué no, es decir, advertir qué usos 
del térm ino consideram os pertinen tes y que acepciones de­
sestim am os en la batahola de sus aplicaciones, nos parece
18 i. í >i :h n k :i o n i .s
extrem ado. In tentem os p a r t i r de una defin ición m ín im a, 
que perm ita delim itar el ob je to del que vam os a t ra ta r9. Un 
ese sentido, p ropondré la siguiente: «M ito es un relato trad i­
cional que refiere la ac tuación m em orable y ejem plar de 
unos personajes extraord inarios en un tiem po prestigioso y 
lejano».
lil m ito os un relato, una narrac ión , que puede contener 
elem entos sim bólicos, pero que, frente a los sím bolos o a las 
im ágenes de carácter pun tua l, se caracteriza por presen tar 
una «historia», liste relato viene de tiem pos atrás y es co n o ­
cido de m uchos, y aceptado y transm itido de generación en 
generación. Es lo contrario de los relatos inventados o de las 
ficciones m om entáneas. Los m itos son «historias de la t r i ­
bu» y viven «en el pats de la m em oria» com unitaria . La fra- 
dición mítica es un fenóm eno social que puede presentar va­
riaciones culturales notables, pero que existe siem pre, y en 
G recia presenta una singular libertad , com o destacarem os 
luego ,ü. I;l relato mítico tiene un cardctcr dramático y ejem ­
plar. Se trata siem pre de acciones de excepcional interés para 
la com unidad , po rque explican aspectos im portan tes de la 
vida social m edian te la narrac ión de cóm o se produ jeron 
p o r prim era vez tales o cuales hechos. Ese valor paradigm á­
tico de los mitos es uno de sus trazos más destacados p o r los 
funcionalistas (M alinowski, y tam bién M . Eliade). El d ra ­
m atism o de los m itos los caracteriza con una alegre y feroz 
espontaneidad. En el ám bito narrativo desfilan fulgurantes 
actores y allí se cum plen las acciones m ás extraord inarias: 
creación y destrucción de mu ndos, aparici ón de dioses y hé­
roes, terrib les encuen tros con los m onstruos, etc.; todo es 
posible en ese m undo coloreado y mágico del mito M. Ese ca­
rácter d ram ático caracteriza a estos relatos frente a las tra ­
m as verosím iles de o tras narrac iones, o frente al esquem a 
abstracto de las explicaciones lógicas. El m ito explica e ilus­
tra el m undo m ediante la narración de sucesos m aravillosos 
y ejem plares12.
I. ΡΚΟ Ι’υ ΐύ ΊΆ i>r W T IM U r tN HI I I fH M IN O Λ Η ίο i9
Los aclorcs de los episodios m íticos son seres ex trao rd i­
narios, fúndam e ntalm ente seres divinos, ya sean dioses o fi­
guras em parentadas con ellos, com o los héroes de la m ito lo­
gía griega. Son m ás que hum anos y actúan en un m arco de 
posibilidades superio r al de la realidad natural. Ahí están los 
seres prim igenios, cuya acción da lugar al m undo, y los dioses 
que intervienen en el orden d e las cosas y de la vida hum ana, 
y los héroes civil i/.adores, que abren cam inos y los despejan 
de m onstruos y de som bras, lín fin, ahí están los seres ext ra- 
o rd inarios cuyas acciones han m arcado y dejado una huella 
perenne en ef cu rso del m undo. M ediante la rem em oración 
de esos sucesos prim ordiales y la evocación de esas hazañas 
heroicas y divinas, la narrac ión m ítica explica por qué las 
cosas son así y sitúa las causas de esos procesos originales en 
un tiem po prim ordial. I lay u nos tem as esencialm ente míti* 
eos, los que se refieren al com ienzo de las cosas: la cosm ogo­
nía y la teogonia, y los que se refieren al final de lodo, al más 
allá de la m uerte y del tiem po terrestre: la escalología. Hero 
los m itos explican tam bién la causa de m uchos usos y cos­
tum bres, de m ás o m onos im portancia , que so» de interés 
colectivo1'. Los mitos tratan del com ienzo, del arché, y d e las 
causas, aitíai, del universo y> en especial, de la vida hu m an a1 
Kn ese interés explicativo y eliológico (aitías-légeitt) sufren 
luego la com petencia de la filosofía en la cu ltura griega (des­
de el siglo vi a .C .) l\
Pero la explicación m ítica es la m ás an tigua, y, en cierto 
m odo, subsiste replegándose a ciertos tem as al enfrentarse 
con otros tipos de explicación, más lógicos o científicos. Los 
hechos narrados por los m itos revisten una form a d ram á ti­
ca y hum anizada, de m odo que sus actores pueden tener for­
m a hum ana, un tanto magnificada, com o los dioses y héroes 
griegos, por ejemplo; o no, com o los seres m onstruosos pri­
m igenios de m uchas m itologías, pero ac tú an y se m ueven 
an im ados por im pulsos com o los de los hum anos. Así, por 
ejem plo, el Cielo y la T ierra, que están en los com ienzos de
20 I. U kH N IW O N FS
los reíalos cosm ogónicos, se am an, se unen y se separan 
com o una pareja deam antes, y los poderes sobrenaturales se 
engendran y destruyen com o los anim ales.
Kn cierto m odo, podem os decir que la configuración de 
las fuerzas naturales en form as próxim as a lo hum ant) es un 
rasgo básico en la representación m ítica. El an tropom orfis­
m o de los dioses es uno de los trazos mtís característicos de 
la mitología griega. Pero tal vez podríam os postular que ese 
hum anizar la naturaleza, en cuanto a represen tarla com o 
poblada o an im ada por seros sobrenaturales dotados de for­
m as, deseos, e im pulsos, próxim os a los de los hom bres, se 
encuen tra en la raíz de to d o el pensar m itológico. Hay d io ­
sos con form as m onstruosas, com o los egipcios con cabeza 
d e anim ales, o los de la Ind ia, que m ultiplican sus brazos o 
aparecen com o trem endas fieras o sabios elefantes, c ie rta ­
m ente. Pero bajo todas esas m áscarasse mueven com o seres 
hum anos; com o seres hum anos do tados de una inm ensa li­
bertad de acción y un incalculable poderío . Los m itos nos 
ofrecen una explicación del universo ani m ado por fuerzas y 
figuras de rostro hum ano, es decir, con un sentido a la altura 
del hom bre.
Ya sea que esto se explique porque D ios h izo al hom bre a 
su imagen y sem ejanza, o al contrario , esta hum ana an im a­
ción del cosm os nos parece algo muy significativo. La inge­
nu idad del m ito no se p lan tea n inguna duda sob re este 
supuesto. La explicación filosófica significa, desde u n co ­
m ienzo, la renuncia a él. Entre afirm ar que el fundam ento y 
origen del m undo, el archéd e todo, es Océano, com o dice un 
antiguo mito helénico, o afirm ar que es «el agua», com o afir 
m ó Tales de Mi leto, hay una enorm e distancia. La ac titud es­
piritual con que el filósofo se enfrenta a las cosas está opues­
ta a la del creyente en los m itos, para qu ien toda la v ida está 
m arcada por los efectos de una historia sagrada, que ve en la 
naturaleza las huellas de las divinidades creadoras y o rgani­
zadoras del m undo. Para <íl las cosas son así porque los dio-
1. PROPUESTA |>h IM -H N IC IO N OKI. TÉRM INO .WITÏ) 21
ses las hicieron así, y hay que vivir según unas pautas que los 
dioses, o los héroes, m arcaron con su acción ejemplar. Kn las 
cerem onias festivas, en los rito s y en la mim esis de los d ra­
mas sacros, el creyente revive y rem em ora esa historia sagra­
da, y así participa en la recreación de esos hechos.
4
La narración m ítica nos habla d e un tiem po prestigioso y le­
jano, el tiem po de los com ienzos, el de los dioses, o el de los 
héroes que aún tenían tratos con los dioses, un tiem po que 
es el de los orígenes de las cosas, un tiem po que es d istin to 
del d e la vida real, aunque p o r m edio de la rem em oración 
y evocación ritua l puede acaso renacer en éste. Ese O tro 
Tiem po, que los m itos aus tra lianos llam an «el tiem po del 
sueño» o alcherittga, es aquel en el que los seres sobrenatu ­
rales, dioses o m onstruos originarios» actúan y con sus ac­
ciones crean las cosas, es el tiem po de los orígenes. Los ritos 
unidos a la recordación de tales o cuales sucesos m íticos tra ­
tan de establecer una com unicación con ese tiem po fu n d a­
cional, y sagrado l<\
En muchas cu ltu ras encontram os un m ito que nos cuenta 
el deterio ro progresivo o sim plem ente la ru p tu ra tem poral 
entre el tiem po prim ordial y el de nuestra vida. Así en el P ró ­
xim o O riente y en («recia tenem os el m ito de las lidades, de­
signadas con nom bre de m etales para referir esta decaden­
cia. Kn la versión hesiódica son las Edades de Oro, de la 
Plata, del Bronce, de los H éroes (un claro añadido típ ica­
m ente helénico al esquem a general) y del H ierro. Los hu m a­
nos vivim os en esta edad, la del Hierro, lam entable y oscura. 
Sería fácil en co n tra r ejem plos paralelos en o tros pueblos.
Insistir en la función social que tienen los relatos m íticos 
es muy conveniente. Tanto M alinowski com o Mircea Elkade, 
por citar sólo dos nom bres bien conocidos, han destacado
22 i. nm W H ti>NKs
este aspecto funcional de los m itos. Ahí podem os encon trar 
un punto de apoyo para la d istinción en tre m itos y cuentos 
populares. (Ya lo señaló tam bién V. Propp en su obra Ims rai- 
cvs históricas del cuento populor.) lil m ito es sentido com o se­
rio y vera/., con un halo de so lem nidad variable, pero que 
está un ido en m uchos casos al cariz religioso de los mitos 
fundam entales. A unque es un trazo más am plio que el de su 
carácter religioso. Pensem os, p o r ejemplo, en algunos mitos 
heroicos griegos. Parece d iscutib le que todos tuv ieran un 
trasfondo religioso, y la desproporción frecuente en tre m i­
tos y rito s en el m u n d o helénico apoya osla d istinción . Sin 
em bargo, cualquier historia m ítica conserva un valor para· 
digm át ico, com o ejem plo heroico, que es d istin to del cari/, 
de en tre tenim iento y diversión de otros relatos del folktale, 
sean cuentos m aravillosos o h isto rie tas de tipo novelesco.
Sé bien que en algún caso concreto esa d istinción puede 
ser difícil de t razar, pero en la teoría general resulta úti 1 y cla­
ra. Y, creo> podríam os postu larla com o universal. A unque es 
cierto que en m uchos cuentos popu lares puede rastrearse 
el eco de a lgunos m itos, o que tales cuentos puedan verse 
com o m itos decaídos, unos y o tro s relatos pueden d is tin ­
guirse p o r su función social. Se ha dicho que el cuento m a­
ravilloso, el Miircheti, es «el hijo m iniado y echado a perder» 
del mito; y eso vale para algunos cuentos. Pero, aunque coin­
cidan cuento y mito en la evocación de una atm ósfera m ara­
villosa y en la ac tuación de seres prod ig iosos, los m eca­
nism os de uno y o tro tipo de relatos trad ic ionales son, 
atendiendo a su función e incluso a su es truc tu ra narrativa 
(m ás fija, en princip io , en el cuento), diversas. La m en tali­
dad m ítica tiene algo en com ún con la im aginación infantil, 
ciertam ente, y el lector actual puede ver com o cuentos algu­
nos m itos de cu ltu ras y pueblos ex traños. Sin em bargo, el 
encanto del cuento y el del m ito son sentidos com o disi intos 
por los receptores habituales de am bos, en la cu ltura o rig i­
naria. Para el prim itivo la vana tabulación de los relatos fan-
1 l'HOl'L’B T A ni: D iJ J N N ION D I I Τ ΡΚ Μ ΙΝ Ο ;Mi/tí 23
tásticos está radicalm ente apartada de la historia real, vivaz 
y sacra que le d an los m itos. Al respecto, podem os señalar 
que los personajes del m ito son d istin tos a los protagonistas 
de los cuentos, que son personillas m ás cotidianas y de nom - 
bres poco destacados y propios, lin el decurso de la cultura 
esa oposición puede m atizarse y debilitarse, desde luego, 
com o ha sucedido en Grecia, po r recu rrir a un ejem plo p ró ­
ximo. Con todo , eso no suprim e la d istinción fundam ental.
I.as explicaciones del m ito rem iten siem pre a un más alld, 
a o tro tiem po, y a personajes, d ioses o héroes* que no son 
com o los seres hum anos de nuestro en torno, lisa trascen ­
dencia del m iro está m uchas veces cargada de em otiv idad . 
Por eso los relatos m íticos tienen un elevado com ponente 
simbólico: abu ndan en sím bolos y tra tan de evocar un com ­
plem ento ausen te de esta realidad que tenem os ante nues­
tros sentidos. Kn la épica hesiódica los héroes se oponen a 
los m ortales q u e «ahora son»» y a las cosas «tal com o ahora 
son». La fórm ula hoioi nytt eisiti, «tales com o son ahora»», 
que sirve p a ra indicar una oposición a lo que era antes, en 
los tiem pos del mito, resulta sugerente al respecto. Iras esta 
realidad, indican los m itos, hay o tra , que es m ás esencial, la 
Realidad fundacional, la divina y eterna Realidad. Kl pasado 
prestigioso es el ám bito de las actuaciones m íticas; en nues­
tro presente subsisten ecos y huellas de esas actuaciones. 
Para quien sólo atiende a la realidad em pírica, el m undo de 
los relatos m íticos no existe; es, a ese respecto, irreal. No 
puede com probarse con m étodos em píricos.
Por o tro lado nuestras leyes no están vigentes en el ám bito 
m ítico de un m odo absoluto. A unque es cierto que el m u n ­
do de los m itos está elaborado a im agen y sem ejanza del 
nuestro , y, p o r tanto, sus c ria tu ras son an tropom órficas, 
com o ya hem os com entado. Pero se mueven sobre un cam ­
po muy am plio de posibilidades. I)c ahí una cierta relación 
en tre el ám bito m aravilloso de los m itos y el m ágico de los 
cuentos y de las h isto rias fantásticas. Por eso el uso vulgar
califica de m íticos sucesos o figuras fascinantes e inverosí­
miles.
Los m itos dom estican Jos prod ig ios naturales al presen­
tarnos una naturaleza con sentido h um ano y d irig id a al 
hom bre, regida p o r d ioses o poderes que tienen e n ten d i­
m iento y voluntad y designioscom prensibles para los h o m ­
bres, aunque sean a veces hostiles al genero hum ano. Iodo 
está perm eado por un hálito d iv ino vivificador. Kl m undo 
platónico de las Ideas, m odelos trascendentes e inm anentes 
de las realidades terrenas, parece un vestigio de la im agina­
ción m ítica recuperada p o r un enfoque filosófico.
Al relatar sucesos ex trao rd inario s, ac tuaciones d e seres 
sobrenaturales, obras, en fin, que están más allá de nuestro 
tiem po y tal vez de nuestro espacio, los m itos se refieren al 
ám bito de lo m aravilloso, de m anera que, com o los cuentos, 
son inverosímiles. Pero entendam os bien que no pretenden 
ser verosímiles. La verosim ilitud significa ajustarse a unas 
lim itaciones d e una realidad que los m itos trascienden por 
su m ism o im pulso y su conten ido . Son verdaderos, para 
quienes creen en ellos; son la Verdad m ism a an terior a la rea­
lidad, que se explica por ellos. Por la verosim ilitud han de 
preocuparse los relatos ficticios que pretenden pasar p o r rea­
les; así, por ejem plo, los de las novelas de aventuras. Kn cam ­
bio, los tem as y motivos de los mitos, y sus personajes, están 
m ás allá de las norm as habituales y em píricas. Pertenecen a 
lo im aginario , un ám bito m ás am plio que el de lo real, y que 
llega incluso a con tenerá éste.
Los m itos su m in is tran una p rim era in te rp re tac ió n del 
m undo. Kn tal sen tido tienen m ucho que ver con la reli­
g ión . Y tam bién en el se n tid o de que, al fu n c io n a r com o 
creencias colectivas, com o un reperto rio de relatos sabidos 
p o r la com unidad , v incu lan a ésta con su trad ic ión y fun­
d an una u n an im id ad de saber, que tran sm ite u n a cierta 
im agen del m undo , p rev ia a los saberes rac ionales y a las 
técnicas y ciencias. Un m ito está, po r lo tanto, in serto en un
i. i 'R o r u iM A Dt: n m N îc ir t N »κι. ι μ μ ι ν ο λ ι /ϊ ο 25
e n tra m ad o m ítico; es una pieza en el s istem a que form a 
una m itología.
5. Mitología: ¿una palabra pomposa y ambigua?
La palabra mitología tiene dos acepciones claram ente distin - 
tas: «colección de mitos» y «explicación de los mitos». La 
raí?, que da en griego el verbo lego y el sustantivo lógos s ign i­
fica tan to «reunir, recoger» com o «decir», y el térm ino com ­
puesto ha heredado esos dos matices. Kirk, que lo advierte, 
prefiere renunciar al em pleo del té rm ino p o r considerarlo 
poco claro; pero creo que es fácil tener en cuenta esta d is tin ­
ción y reconocerla en cua lqu ier caso. Parece claro que la 
«mitología» com o «estudio de los m itos», o «tratado» o in ­
cluso «ciencia de los m itos», p resupone la existencia de la 
«mitología» com o colección y corpus mítico.
Kl vocablo griego mythología aparece en P latón, y no es 
por azar que sea en él, com o ha señalado Marcel D elienne 
(en La invención de la mitología, París, 1983). Pero no es u n 
neologism o so rp renden te , puesto que el verbo co rrespon­
diente m ythologeiw está ya en la Odisea XII v. 450, con el 
sentido de «contar un relato». Platón lo enlaza (en la Repú­
blica, en el Político, el Timen, el Critias y Las leyes) a térm inos 
muy significativos, com o geneaiogía, archaiología y phén/e 
(«rum or» o «fama» ), dándole un valor muy parecido al que 
tiene hoy.
Kn todo caso, la mitología com o un repertorio de mitos es 
algo previo a su recopilación p o r escrito en la obra de un 
poeta com o I Icsíodo. Kn el siglo vjii a.C. éste ha expuesto ile 
un m odo sistem ático y ordenado la m itología de los helenos 
en su poem a Teogonia, de un m odo m ucho m ás com pleto 
que n ingún o tro poeta arcaico griego. H om ero y los líricos 
arcaicos se refieren y aluden a esos m ism os d ioses y héroes, 
pero sin esa preocupación por exponer sistem ática y orde-
26 I. OKHNK IO N I*
iradamente la nóm ina de los personajes míticos. A hora bien, 
ya antes de H esiodo existía una relación sistem ática entre los 
mitos y los personajes m íticos; el poeta no la inventa, tan 
sólo la recoce y la expone poéticam ente. Aunque tju i/ás de 
m odo m enos com pleto y m enos rico , todo griego arcaico 
conocía, a grandes rasgos, el esquem a básico de esa o rdena­
ción de seres divinos, y de los mitos fundam entales.
La significación de un personaje m ítico está fijada por re­
ferencia al con jun to de relatos que constituyen la mitología, 
liada uno es com o una pieza del tablero y su actuación de­
pende de esa posición y ese valor asignado en el juego m ito­
lógico. Las relaciones de parentesco, las oposiciones y las re 
ferendas que se form an den tro de este sistem a son lo que 
define a cada personaje, den tro de esa estructura sim bólica 
que representa la m itología entera. D ejando para m ás ade­
lante una reflexión a fondo sobre este punto, podem os ap u n ­
tar aquí algún ejemplo, aunque quede sólo esbozado. La sig­
nificación de una diosa, pongam os p o r caso, Afrodita, está 
m arcada no sólo por u n a significación abstracta , com o la 
diosa del am o r y del deseo sexual, sino tam bién p o r su con­
traste con la posición d e o tras d iosas (Atenea, Artem is, 
Hera, etc.) y otros dioses den tro del sistem a po lite ís ta17.
Hn I lesíodo tenem os un prim er in tento de exponer un 
sistem a m itológico con u n buen esquem a organizativo bási­
co, que p arte de las d iv in idades prim igenias del universo 
para concluir en los epígonos divinos, los héroes y heroínas, 
lin ese mism o orden, en el que las genealogías const ituyen la 
base de la secuencia narrativa, hay ya un principio de expli­
cación «racional», a ten to al desarro llo de los poderes divi­
nos desde el caos o rig in a rio hasta su conclusión. I lay por 
parte del poeta un princip io de ordenación «lógica», y no en 
vano se suele hoy ver en H esíodo un p recurso r de los filó­
sofos.
Λ unos mil años de distancia de Hesíodo, un desconocido 
erudito , un tal A polodoro, recopiló los m itos griegos en un
i. I 'l i o P iT s r A n i ; ι ι ι -.ι ί ν ι ο ο ν i >m t í k m i n o λ μ γ » 27
par de libros y ιιη apéndice, recogiendo cuantas noticias le lle­
garon do la larga literatura griega, lü título de liiblioteai que se 
ha dado a ese resum en m itológico no es m uy afortunado; 
pero está claro que alude a una tradición mítica milenaria que 
para Apolodoro ya no era una tradición viva ni oral (como lo 
fue para I Iesíodo), sino una inm ensa bibliografía, de la que él 
extraía y resumía los mitos. Apolodoro es, sintom áticam ente, 
mucho más profuso y menos sistem ático que Hesíodo. Fs un 
an ticuario am ante de las anécdotas y los ecos literarios, 
un erud ito tardío, un lector de los clásicos, com o nosotros.
Un su segunda acepción, «mitología» resulla un hablar de 
los m itos; un d iscu rrir y teorizar sobre lo m ítico para in ten­
tar com prenderlo; una explicación de lo que los m itos signi­
fican. Fs una herm enéutica , m ás o m enos científica. Sólo 
para este uso se podría hablar de una «mezcla de cont rarios»
o una «fusión de lo antagónico» en la palabra, form ada de 
m ylhos y higos, com o ha hecho A. jolies.
Ahora bien, la oposición en tre am bos térm ¡nos, que se es­
tablece en la cu ltura griega a p a rtir de un determ inado m o ­
m ento histórico, os una oposición secundaria, que afecta tan 
sóloa un sentido restringido del término/rfgns. (Kn un p r in ­
cipio, iégeiti es «decir» o «reunir ordenadam ente». De la m is­
ma raíz indoeuropea el verbo la tino legcn· significa «leer», 
un claro derivado del sentido original.) Es en Platón donde 
encontram os iógo$ opuesto a mythos . Kn su diálogo Protágo- 
ras, el sofista del m ism o nom bre enfrenta un mythos *\ un to­
gas sob re el m ism o terna, com o dos form as didácticas d is ­
tintas. «La prim era es mora narración, 110 apo rta pruebas, se 
declara libre do todo com prom iso. La segunda, si bien puede 
ser tam bién narración o discurso, consiste esencialm ente en 
argum entar y probar» (K. Kerényi).
Poro tro lado, el mito es un relato trad icional, lo que se 
cuenta de siem pre, parecido a un «cuento de vieja», según 
dice alguna vez Platón. M ientras que el fógos es lo razonable, 
que se discute y se ofrece com o argum ento racional y com -
I. D K H N K 'IO N FS
probable, sin o tra au to ridad que esa capacidad de su propia 
dem ostración em pírica. Del m ito no cabe tal cosa, d e él no 
se puede ciar razón, logon ilidóirai.
La m itología como d isc u rr ir sobre los m itos se plantea 
desde una perspectiva cultural o histórica determ inada. Ln 
tal sentido, la crítica al m ito de los ilustrados, es decir, den ­
tro de la cu ltu ra griega, de un Jenófanes, los sofistas, o el 
m ism o P latón, form a parte del largo coloquio m itológico 
característico del m undo helénico. Las in te rp re tac iones de 
los mitos, desde Teágenes de Regio, ya del siglo vi a.C.» hasta 
las de los sim bolistas y los psicólogos de nuestro siglo, se 
ocupan de* la m itología en esta m ism a vertiente . Ul estud io 
de los m itos se constituye en una «ciencia» de su in te rp re ta­
ción, una ciencia herm enéutica un tanto insegura y variable 
según los tiem pos.
2. La tradición mitológica. 
Cómo fue en Grecia
¿Quién cuenta los mitos? ¿Quién rem em ora esos relatos in ­
m em oriales d e in terés co m u n ita rio que v ienen de m ucho 
a trá s y se refieren a un pasado fabuloso y que, de algún 
m odo, tienen una función ejem plar para la colectiv idad y 
para el individuo, que los aceptan com o paradigm as? ¿Quién 
se constituye en custodio de esos m itos, narraciones orales o 
textos que, herencia de todos, se transm iten com o un legado 
de generación en generación? ¿Quién defiende de la d isper­
sión , del desorden fantástico y del olvido esas viejas h isto ­
rias de la tr ib u , que viajan por las sendas de la mem oria?
P e algún m odo es la com unidad entera del pueblo quien 
guarda y alberga en su m em oria esos relatos. Los mitos circu­
lan por doquier. Las inst ituciones se apoyan en los m itos; se 
recurre a ellos para to m ar decisiones; se in te rp re tan los h e ­
chos de acuerdo con ellos. Los m ás viejos se los cuen tan a 
los más jóvenes, y éstos se inician en los saberes trad ic iona­
les de su pueblo m ediante los grandes relatos de los dioses y 
los héroes fundadores. Las nodrizas les cuentan a los n iños 
los fascinantes sucesos de un tiem po lejano y divino. Los 
abuelos y las abuelas recuentan a los pequeños lo que a ellos 
les contaron tiem po atrás sus propios abuelos. Y en las fi.es-
29
JO i. η εη Ν ία ο Ν ·» ;*
las com unita rias se reitera, a través de rituales m im élieos y 
de narraciones escogidas, las palabras de los m itos.
Pero, jun io a esa circu lación fam iliar y colectiva, en cada 
sociedad suele h ab e r u n o s ind ividuos especialm ente d o ta ­
dos o priv ilegiados para asum ir la tarea específica de referir 
esos relatos trad icionales. Son los sabios de la iribú , los m ás 
versados en el a r le de na rrar, los profesionales de la m em o­
ria o la escritu ra , qu ienes están designados hab itualm en te 
para tan ardua labor. Los m itos in co rp o ran una ancestra l 
experiencia y un a explicación sim bólica de ios fu n d am e n ­
tos de la vida social. De ah í que su conservación y tran sm i­
sión sea una ta rca generalm ente respetable y estim ada, lisa 
transm isión m itológica tiene m ucho qu e ver con la educa­
ción, pero tam bién con la religión y el cu lio, com o ya in d i­
cam os. Así que m uchas veces so n los sacerdotes qu ienes v e­
lan po r Ja transm isión d e esc acervo de d o ctrin as . Kn o tras 
ocasiones qu ienes asum en tan nob le papel son personas 
do tadas con una especial capacidad para com unicarse con 
el m undo div ino , com o los profetas o vates, que ven más le ­
jos que los d em ás y ex tienden su saber hacia el pasado y 
quizás hacia el fu turo . Kn alguna cu ltu ra el recitado y la evo­
cación de los m itos están encom endados a los profesionales 
de la m em oria y del can to , sin una clara conex ión con los 
sacerdotes, tfse es el caso de la an tigua G recia, d o n d e los 
aedos, los rapsoclos y los poetas e n general asum en esa fu n ­
ción.
Kn la G reda an tigua fueron , en efecto, los poetas, ad ies­
trados en la m em orización y en la com posición ora 1, quienes 
desde los com ienzos de la épica han form ado y I ransm itido 
el saber m itológico, l.a trad ic ió n m ítica fue aquí, com o en 
los dem ás pueblos, un rep e rto rio de transm isión oral. I lo ­
m ero y lle s ío d o son ep ígonos de una trad ic ión d e bardos 
que com ponen form ulariam ente, y que solicitan de la M usa
o las M usas la conexión con ese saber m em orizado que estas 
divin idades, las hijas de la M em oria, M nem ósine, transm i-
I A IIM IMClON' MtTOMfciICA IN (¡HJ.CIA .3/
ten al poeta verdadero , l.a secu lar I rad ic ión oral ép ica que 
desem boca en estos dos grandes poetas del siglo vin, a poco de 
in troducirse el alfabeto en Grecia, se rem ansa en los poem as 
épicos q u e guardan las huellas de la com posición an terio r 
oral. El poeta, guard ián de un saber tradicional, no inventa, 
sino que rep ite tem as y evoca figuras d iv inas y heroicas de 
todos conocidas, a) tiem po que reitera fórm ulas épicas y se 
acoge al patrocin io de las Musas, para que ellas garant icen la 
veracidad de sus palabras. R ecordem os cóm o H om ero co ­
rn icn/.a invocando a la M usa, y cóm o 1 lesíodo nos cuenta 
que fueron las M usas qu ienes se le aparecieron en el m onte 
Helicón para confiarle la m isión de tran sm itir el verídico y 
o rdenado m ensaje m ítico de la Teogonia y de Trabajos y 
días.
l.a considerac ión de qu iénes son los encargados de la 
transm isión y preservación de los m itos, y la reflexión sobre 
las condiciones socioculturales en cjue esta tarea se cum ple, 
son déla m ayor im portancia para explicar las características 
pecu liares de una m itología, l.os m itos reflejan siem pre la 
sociedad cjue los creó y los m antiene. Por ot ro lado, a pesar 
de su afán po r m antenerse inalterados, a pesar de su anhelo de 
rehuir lo histórico, los m itos se van a lterando a través de los 
sucesivos recuentos. Ahora bien, la transm isión y el paulati­
no alterarse de los m itos se han v isto afectados en la socie­
dad helénica po r tres factores determ inan tes: el p rim ero es 
que fueran los poetas los guard ianes de los m itos; esta rela­
ción entre la m itología y la poesía ha conferido a aquélla una 
inusitada l ibertad. En segundo lugar, la aparición de la escri­
tu ra alfabética ha sign ificado una revolución en la cu ltu ra 
griega; con ello la m itología q ueda un ida a la litera tu ra y 
expuesta a la crítica y la ironía, com o no lo e*stá en ot ras cu l­
tu ras don d e la transm isión es oral υ bien está ligada a un li­
bro canónico o un canon dogm ático . En tcrccr lugar, está la 
aparición de la filosofía y el racionalism o en la Jonia del si­
glo vi a.C. y su prolongación en la ilustración sofística y la fi­
32 I. D H JN IC IO N KS
losofía posterior, qu e in ten ta d a r un a explicación del m u n ­
do y la vida h um ana m ediante la razón , en un proceso c r íti­
co do enfren tam ien to al saber m ítico, lisa larga dispu ta en tre 
el lógosye I m ythos resulta característica d e la cu ltu ra grícgu, 
y ha sido objeto de b rillan tes y p ro fundos estudios.
C reo que en este m om en to p odem os de jar d e lado este 
punto para enfocar el o tro , el de la aparición de la escritu ra, 
y lo que este hecho decisivo cu ltu ra lm en te significa en rela­
ción con la m ito logía. Subrayem os que es decisivo qu e se 
trate de un sistem a de escritu ra alfabético, no de υη sistem a 
gráfico com plicado com o el que había existido en el m undo 
m icénico y m inoico unos siglos antes, fundado en un silaba­
rio de uso restring ido y que se perd ió fácilm ente.
La ap a rició n de la escritu ra significa u n en o rm e avance 
cultural, y no vam os a insistir en los aspee tos m ás obvios de 
este progreso . Tan só lo querernos aqu í subrayar que, e n lo 
que respecta a la m ito log ía , la fijación y recogida en un re­
perto rio escrito del acervo que la m em oria colectiva tra n s ­
m itía ora lm en te significa un a q u ieb ra en la trad ic ión . No 
sólo es el fin d e la palabra viva com o base del recuerdo, sino 
el com ienzo d e la crítica y d e la disolución de lo m ít ico. Kn el 
caso griego ese p roceso se p resen ta muy claram ente . Hasta 
que la civilización d e la escritu ra acaba im pon iéndose com o 
m edio cu ltural po r excelencia tran scu rren unos siglos. Knel 
siglo vin se in tro d u ce la escritu ra alfabética en G recia, con 
un alfabeto de abolengo fenicio que los griegos perfecciona­
ron, al añ ad ir los signos para no tar las vocales (que faltaban 
en el sistem a utilizado para un lenguaje sem ítico ), pero no 
es hasta finales del siglo v cuando la m entalidad griega ab a n ­
dona la cu ltu ra de la oralidad . F.n ese proceso cu ltu ra l, que 
ha sido bien estud iado (por J. Goody, con carácter m ás gene* 
ral, en The D om estication o f the Savage M ind, C am bridge 
1977, trad , esp., 1985; K. Havelock, en Preface to Plato, 1963, 
y en A u x origines de la civilisation écrite en Occident, 1974, 
en trad , franc., Paris» 1981, y M. D etienne, en L'invention de
la mythologie, París, 1981), se forja un a nueva m anera do en ­
focar todo el pasado y el presente. La poesía m ism a adquiere 
una renovada libertad y un anhelo de originalidad» que no es 
incom patible con su afán de tran sm itir el reperto rio mítico. 
Pero, p o r po n er un ejemplo» el poeta lírico F.stesícoro pudo 
inventarse una nueva versión del rap to do 1 M ena (según la 
cual no fue a ella, s ino a un doble fan tasm al, un engaño de 
los dioses, a qu ien llevó Paris a Troya, y fue por este fan tas­
ma por lo que com batieron griegos y troyanos en la fam osa 
guerra du ran te diez años), po rque ya la versión tradicional, 
can tada p o r o tros, p od ía adm itir la com petencia con o tras, 
en una poesía que se escribe. El poeta no es só lo un recorda­
d o s sino un creador m ás que un cantor, ao'uiós, es un poeta, 
poietés, y la insp iración es m ucho m ás que m e m o ria ,8.
Mitología y literatura
ΛΙ en fren ta rn o s con la trad ic ión m ito lógica de la an tigua 
(¡recia carecem os, com o es obv io resaltar, de esa p rox im i­
dad que B. M alinowski señalaba com o un privilegio y venta­
ja del antropólogo que viaja a la región de u n pueblo p rim iti­
vo y allí es tud ia los m itos ind ígenas sobre el terreno . N o 
tenem os a m ano , com o creía tenor M alinow ski, al m ism o 
«hacedor de mitos». Los m ythopoto ídel viejo m undo helén i­
co nos caen m uy lejanos, y tenem os que con ten ta rnos con lo 
que nos han legado, gracias al refinado a r te literario propio, 
y tal com o nos lo han legado, con una represen tación poco 
ingenua. Junto a los g ran d e s textos do H esíodo y H om ero, 
tenem os m uchos o tro s que nos hablan de los m itos - to d a la 
literatura clásica habla incesantem ente d e ellos-» pero m u ­
chas veces con alusiones y con fragm en tos de un d iscurso 
in te rrum pido . Ks un a ta rea a rdua descifrar este m ensaje 
trunco y poético . Las no tic ias pueden com pletarse con las 
imágenes que nos sum in is tra la arqueología, y esos (estim o-
i. U T R A t> li: ió N M m > 1 .0 t ílC A HN C R H 'IA . U
34 I. OH HNU IO N I*
nios plásticos del a r te an tig u o son d e un in terés m uy alto 
para nuestro conocim iento d e la m itología.
Pero M alinow ski tenía razón . Carecem os de un tra to d i­
recto con la narrac ión mítica originaria . M ediatizado por la 
tradición poética y la plástica* en el m arco de una civilización 
de la escritura, el repertorio m ítico de los griegos se nos p re­
senta con una singular aureola de libertad y d e ironía, una li­
bertad y variabilidad que es consecuencia de lo ya apuntado, 
fundam entalm ente p o r su relación con el m undo de la poe­
sía. lis, por o tro lado, bien no torio que la literatura selecciona 
entre las variantes m íticas y, en un país fragm entado política­
m ente com o era (¡recia, escoge tam bién en tre las variantes 
locales de las tradiciones, p refiriendo, cuando se trata de un 
p oeta del A tica, las varian tes atenienses, pongo po r caso, o 
dejando en la som bra c iertos aspectos de los relatos que el 
poeta prefiere, por razones m om entáneas o en atención a su 
público, silenciar, o llegando en algún caso a censurar y m o­
dificar un m ito tradicional p o r razones de m oralidad. Pode­
m os encon trar ejemplos de todo esto. M encionarem os, como 
caso bien conocido, cóm o los autores trágicos prefieren ver­
siones atenienses, o cóm o en los poem as hom éricos han qu e­
dado m arginados dioses tan de p rim era fila com o D ioniso o 
Deméter, porque el poeta consideró qu e no interesaban a un 
púb lico a r is to c rá tico , o b ien p o rq u e eran m ás p rop ios de 
un ám bito cam pesino que del belicoso escenario donde actú ­
an los héroes y los o tro s olím picos. I tornero h a m odificado 
sus relatos ajustándo los al gusto de sus auditores, com o los 
tragediógrafos expon ían su versión cívica d e los ep isodios 
heroicos, venidos de un m undo arcaico al teatro ateniense. Y 
un poeta tan conservador y p iadoso com o P índaro puede 
m odificar un ep isod io m ítico, com o hace en la í,
para ajustarlo a una versión m oralizada. (A P índaro le escan­
daliza que una diosa com o D em éter se zam para un bocado 
del hom bro d e Pélope; prefiere suponer que el d ios Poseidón, 
enam oriscado del jovencito, lo raptó.)
2. ΙΛ rU ADK .lO N .M IIO L ft ilC A I N (iK IiC lA 35
Ahora bien, quizás algunos lectores piensen, com o C. I.évi- 
Strauss, qu e la es tru c tu ra ele un m ito perm anece invariable 
a lo largo de sus versiones y que el esquem a fundam ental se 
m antiene siem pre idéntico . Sospecho qu e en la d e m o s tra ­
ción de esa tesis se incu rre en un círculo vicioso, ya que se 
llama esquem a fundam ental a lo qu e efectivam ente p e rm a­
nece. Pero, bueno , dejém oslo com o un problem a. ¿Es que la 
trama del mito de iidipo, desde la épica a las versiones l râgicus, 
y luego al fam oso «complejo» (que, desde luego, no pudo c o ­
nocer el héroe del mito, n iño expósito y exiliado voluntario), 
está inalterada e n las repe tidas evocaciones literarias g r ie ­
gas? ¿Son las v ariaciones de un m ito tan sólo alteraciones 
marginales?
lin todo caso, queda claro qu e la litera tu ra an tigua se 
construye sobre el hum us fértil d e la m itología, y lodos los 
géneros poéticos an tiguos (la épica, la lírica coral y la trage­
dia) fundan en ese substra to sus argum entos. Frente a la t r a ­
dición m ítica se han constitu ido luego la filosofía, la historia 
y las investigaciones científicas to m o saberes críticos y ra ­
cionales. Se han creado frente a los m itos, en oposic ión a 
ellos, en busca d e una nueva explicación, fundada en la r a ­
zón, no en la trad ición . C om o decía Heraclito, «los ojos son 
testim onios m ás firm es que los oídos». Los géneros de la li­
teratura de ficción, desv inculados del acervo m ítico, son, en 
general (d e jan d o a un lado el cuen to popu lar), posteriores. 
Iin la C om edia Nueva, en la lírica bucólica, y en la novela he­
lenística y ta rd ía , ya se inventan los con ten idos. Pero estos 
géneros son ya postclásicos en la cultura griega. N o es casual 
que el té rm ino griego usual para «argum ento» (de una obra 
teatral) sea m ythos (así, p o r ejem plo, en 1« Poética de A ristó ­
teles). Por lo dem ás, la ta rd ía ap a ric ió n de la literatu ra de 
ficción es un rasgo característico del m undo griego, en o p o ­
sición al m u ndo m oderno. La literatura griega clásica y a r ­
caica estaba dirig ida a un público am plio, a un auditorio c iu ­
dadano, y tuvo siem pre un a vertiente educativa; la literal ura
36 I. DH M Nint >NhS
fue, e n G recia, paideía y m ousiké; es decir, «form ación» y 
«arte de las m usas» (en el sen tido antes ind icado). Literatu­
ra es u n té rm ino latino , que en griego encu en tra un p ara le ­
lo en gram tnatiké , qu e significa «gram ática», y tam bién 
« lectu ra e in te rp re tac ió n d e textos»; es decir, un sen tid o 
m uy lim itado.
Los poetas fueron entonces los educadores del pueblo, y la 
paideía tradicional se fundaba en un buen conocim iento de 
la poesía, la hom érica an te todo. La poesía, a su vez, se en ra i­
zaba en el recuerdo de los m itos. También las tragedias e s ta ­
ban hechas sobre ellos, a veces a través d e versiones épicas 
representadas p o r episodios. Esquilo decía que sus d ram as 
era «rebanadas del festín de llo inero» . Q uerem os insistir en 
la función colectiva del teatro trágico, que fue, no se olvide, 
un teatro cívico y popular.
Las tragedias se represen taban en un m arco ciudadano , el 
teatro de D ioniso al p ie de la A crópolis, y en un as fiestas 
cívicas, las d ion isíacas, ante u n au d ito rio que era to d a la 
ciudad. La represen tación conservaba, en su m arco festivo, 
m uchos elem entos religiosos. Y es interesante que fue ju s ta ­
m ente una polis dem ocrática com o Atenas la qu e velaba o fi­
cialm ente por esas representaciones teatrales. M ientras que 
no se p reocupaba por facilitar el aprendizaje de la lectura y 
la escritura, es decir, las grdm m ata , ni siquiera a un nivel ele­
m enta], p ro p o rc io n an d o una enseñanza general y g ra tu ita 
(com o sí se hizo en la colonia panhelém ca de Turios), sino 
que tal cosa quedaba al a rb itrio y conven iencia particu la r de 
los c iu d ad an o s, el E stado aten iense velaba p o r el teatro , 
com o si éste fuera un fundam ento de la cu ltura y la sociabili­
dad, com o algo fundam ental en la paideía com unita ria . El 
Estado proveía a todos los gastos de las representaciones tea­
trales, en el m arco de la fiesta d ion is íaca , m ed ian te el im ­
puesto de las corcgías, qu e rccaía sobre los ciudadanos m ás 
ricos, cada año. Tam bién p o r encargo estatal, en el m arco de 
las fiestas de las Panateneas, se rec itaban los poem as h o m é­
Z. I .A T R A P K IIO K M ITOLÓfitCA K \ «R EC IA 37
ricos. Q u é e x tru ñ o caso es tc :e ld e una dem ocracia que recu­
pera y reclam a com o base educativa la rem em oración de los 
m itos heroicos» de claro origen aristocrático, y trata de enfo­
carlos desde la óp tica cívica, en un am biente dem ocrático e 
igualitario . I.a épica y la traged ia - y tam bién la lírica coral 
d o r ia - fueron no sólo form as de arte , sino tam bién in stitu ­
ciones sociales con valor educativo.
I.os m itos hablaban de héroes y de dioses, que habían ac­
tuado en un tiem po rem oto , pero en sus dram áticas escenas 
plantean conflictos de valores en los que se m uestra parad ig ­
m áticam ente la trágica condición del hom bre. Ese cruce de 
dos tiem pos -el del m ito y el presente c iu d ad an o - y la im bri­
cación de lo h u m a n o en lo heroico , y viceversa, sirven a la 
educación m ed ian te la reflexión y la pu rificación afectiva, 
que A ristó teles su p o reconocer tan adm irab lem ente . Esa 
kdtharsis, o purificación, es u n o de los efectos del arte trági­
co siem pre. La fiesta y el dram a, m ediante la m im esis teatral
o litú rg ica, evocan los m itos, con un au ra religiosa m ás o 
m enos acentuada.
La fiesta en que se representa la tragedia conserva m ucho 
de ritual. Está p resid ida p o r el sacerdo te de D ioniso, que 
ocupa un asiento especial en la p rim era fila del aud ito rio , 
com ienza con un sacrificio sobre el a lta r que esta en el cen­
tro de la orchestra, delante de la escena, tiene unos orígenes 
en ritos sagrados (sean cuales fu e ran ) y m antiene elem entos 
arcaicos com o las m áscaras, los coros, la presencia de los 
dioses, etc. Conviene no o lv idar esto, ni tam poco, en co n tra ­
partid a , qu e todo eso se va co nv irtiendo en reliquias, al 
tiem po qu e aum enta la crítica a los m itos, especialm ente en 
Eurípides.
Es cierto que la literatu ra , con ese carácter crítico y lúdico 
que le es p rop io , con su ten d en c ia a buscar lo nuevo, lo 
so rp renden te, lo o rig inal (den tro d e ciertos m árgenes) y su 
progresiva ironía, va desgastando el fondo m ilico. Pero los 
m itos son evocados com o base de la representación y m an­
i. m a iN iu o s T s
tienen una función social -s im ila r a esa en que tanto han in­
sistido antropólogos com o Malinowski- hasta los finales del si­
glo IV, cuando se da la crisis del sent ido t rágico, que tiene en 
Eurípides a su nuis c laro expolíente. Los an tiguos fueron 
hien conscientes deesa significación del tea tro .‘lbdavía en la 
com edia de A ristófanes, Las ranas» que es del añ o 404 a,C., 
cuando en la escena discuten sus m éritos respectivos E squi­
lo y Eurípides an te el d ios del teatro , D ioniso, qu e ha bajado 
al I iades para resucitar al más valioso de ellos, es el carácter 
de «educador del pueblo» lo que decide el pleito, a favor de 
Ksquiio.
Por eso la crisis de la tragedia, que es la crisis del sen tido 
milico, com o subrayó F. N ietzsche, es una crisis de lo colec­
tivo, en laque todo un m odo d e en tender el m undo, atacado 
por la crítica racionalista de la Sofística, queda en e n tre d i­
cho. I.a ruina del saber m ítico, es decir, la pérd ida de te en los 
mitos, provoca una qu iebra en la conciencia colectiva; pero 
el individualism o crítico y el op tim ism o de la ilustración so­
fística ob tienen una victoria endeble, ya que sus logros d ifí­
cilm ente pueden satisfacer las ansias d e los c iu d ad an o s en 
esa crisis de los valores que coincide con la agonía de la polis 
com o com unidad libreyautosu llcien te .
También P latón, con su perspicacia habitual, revela su re­
conocim iento de que la educación popu lar estaba en m anos 
de los poetas, al p roponer la expulsión d e éstos de la ciudad 
ideal, tal com o se postu la en la República. HI filósofo es m uy 
consciente de los riesgos que esa trad ic ión poética supone 
para un Estado que pretende alcanzar una norm ativa nueva, 
m ediante una racionalidad to tal. Los poetas, relatores im p e­
nitentes de las v iejas historias de la m itología, de esas n a rra ­
ciones que son escandalosas a la luz de I a m oral y p e r tu rb a ­
doras desde la óp tica d e la pedagogía racional, deben ser 
censurados. Kn vina c iudad que será gobernada por sabios, 
los poetas y sus m itos lian de se r evacuados, p o rque com o 
com petidores de los filósofos en la ta rea educativa son peli-
i. 1Λ « R A M IO S M ITO I.O l.ICA F-N liltU U A .39
grosos c inútiles, a los ojos del ¡lustrado Platón. No hay ta m ­
poco lugar n i papel educativo p a ra los viejos y fantásticos 
m itos en esa ciudad ideal.
Anos nuts tarde, ya ei i m i vejez, vuelve Plutón a esbozar un 
cuadro de la c iudad ó p tim a , poro esta ve?, es m ás cau to en 
sus propuestas, tal vez porque no cree ya en el triun fo de la 
utopía radical, y aquí en las Leyes, en lugar de la supresión 
por destierro de los poetas, hace la p ropuesta de que se es ta ­
blezca un control y una censura de la m itología tradicional. 
Kl viejo filósofo parece advertir bien la función social de esas 
narraciones m íticas que los ancianos transm iten , jun to a los 
poetas, a las generaciones más jóvenes, que im pregnan toda 
una explicación del m undo y la vida colectiva, yes bien cons­
ciente d e la fuerza de ese saber d itu n d id o a travos de la piló­
me, el rum or, tan p o d ero so en la vida com un ita ria . Platón 
no tra ta ya de e rrad icar por com pleto ese legadomítico, sino 
tan sólo p re tende que el lis tado lo contro le y lo oriento, un 
tanto, d iría m o s noso tros, m aquiavélicam ente, para su me- 
jo rap rovecham ien toeducativo
P latón sugiere que el lis tado puede crear y d ifu n d ir sus 
propios m itos -com o el fam oso m ito d e las varias clases de 
c iu d ad an o s con n a tu ra lezas d is tin ta s , unos d e oro, o tro s 
de plata y o tro s de bronce, que expone en el libro III tic la /<*’- 
pública^ al servicio de la propaganda de su propia constitu ­
ción, que sin em bargo no esta fundada en m itos de n inguna 
clase. (Resulta curioso recordar que m ucho antes, su parien ­
te, el sofista C ritias, había sostenido la tesis de que la figura 
de un dios qu e todo lo ve y lo oye era una hábil invención de 
un legislador an tig u o que se lo inventó con una finalidad 
m oral, la de in fu n d ir tem or a ese d ios, v igilante y ubicuo 
guardián de la o ralidad y la justicia. Ya C ritias pensó, pues, 
en la difusión y confección de m itos con intención política.)
P latón es u n g ran n a r ra d o r de m itos, que son , en c ierto 
m odo, de su propia creación. lisas ficciones qu e llam am os, 
según el propio Platón hace, «mitos» son una especie de re­
40 I. n iiM N IC IO N H S
creaciones según un a pau ta poética trad ic iona l, C uando 
Platón nos refiere el viaje do las alm as ni Más Allá -on el Fe­
rian, ol Fetlro y la República- está con tando un m ito, que, en 
bueno m edida, es de su propio invención; lo es, sí, on m u ­
chos detalles; poro, no obstan te , os tam bién un relato que 
cum ple toda un a serie de requisitos p ropios del género. Po­
dríam os decir que osos relatos p latónicos son com o v arian ­
tes de un toma m ítico que, en su es truc tu ra básica, es m ucho 
más an tiguo que Platón. Un tem a m ítico que recobrará nue­
vas m atizaciones on ol Cristian ismo, d o n d e aparece en m u­
chos autores y con nuevos detalles en cuanto al viaje y el cic­
lo yo l in fierno y toda la am bien tación u ltram undana , pero 
que tiene unas raíces m uy h ondas en la trad ición helénica.
Y que tam bién hab ían explotad o en su proselitism o m istéri 
co o tras sectas, com o la do los ó rficos20.
M ediatizada por la escritu ra y por una literatura m uy for­
m alizada en d iversos géneros poéticos -d e m odo qu e un 
m ito puede ser «'vorado según el m odo épico, lírico o trág ico , 
con estilo vario y varia in tención - ,ia m itología griega cuen ­
ta con una condición singular: la de p resen tarnos una trad i­
ción que podem os estud iar d iacrón icam ente21. En eso p are­
ce aventajar a las de o íro s pueblos. E ncon tram os un m ito 
narrado en épocas y p o r autores distin tos, con varian tes sig­
nificativas, y podem os, por decirlo así, ra s trea rlas huellas de 
un m ito a lo largo de unos siglos. Me parece que esto es pecu ­
liar de la tradición que acostum bram os a llam ar clásica -q u e 
incluye tam bién la latina, com o prolongación d e ia h e lén ic a - , 
m ientras que no se da en la recolección m itológica que puede 
hacer un antropólogo en una encuesta qu e recoge un d e te r­
m inado m om ento de una transm isión oral. Y es un a posib ili­
dad que se encuentra m uy em botada en o tras cu ltu ras h istó ­
ricas cuya tradición religiosa ha fijado los m itos sagrados en 
una escritu ra canónica, que evita cualquier alteración, com o 
es el caso, pienso, de la trad ición h indú y, m ucho m ás m arca­
dam ente, de la trad ición hebrea bíblica.
2. I.Λ J 'RA IMCIÛN M lTO lrtt lIC A KN Ü K U ’.IA 41
Hn (¡recia podem os percib ir cóm o un a determ inada figu­
ra m ítica pervive a través de variaciones literarias m uy sin ­
tom áticas de este proceso. 'lom em os, p o r ejem plo, el p e rso ­
naje div ino que es Prom eteo, el Titán filántropo, el robador 
del fuego celeste, el p a tró n d e las a r te s y técn icas a rte sa - 
nas del m etal y la arcilla. C on tado po r 1 lesíodo» por Ksquilo 
después, m ás ta rde p o r Platón (que en el Protegerás p one en 
boca del gran sofista su relato m ítico), y luego recontado en 
son de sascarm o p o r Luciano d e Sam ósata, el m ito tie P ro­
m eteo resurge con u n a vivaz versa tilidad . La in tenc ión de 
los narradores y el contexto histórico y I iterario dejan su im ­
pronta en la ilum inación del p ro tagon ista . P rom eteo es en 
H esíodo un d io s as tu to , un trickster, que qu iere en vano 
triun far con sus engaños frente a Zeus; en Esquilo es el dios 
rebelde contra el reciente déspota del O lim po, que por am or 
a los h um anos desafía la cólera del lirai jo C rónida. Kn cam ­
bio, en el Protágoras de Platón, los dones de Prom eteo se in ­
terpret an com o un elem ento civilizador que, p a ra la existen­
cia de un progreso social, han d e s e r com plem entados con el 
sentido de la justic ia y el sen tido m oral, que son regalos de 
Zeus, repartidos por igual a tocios los hom bres. Prom eteo, el 
m agnán im o rebelde, qu ed a s itu ad o en un segundo piano, 
subord inado al designio suprem o de Zeus, fundador del o r­
den y la ju stic ia22.
O tros héroes -co m o Ulises, Heracles, jasón , Teseo, etc .- 
han sido tam bién p resen tados con m atices nuevos en esa 
larga trad ic ión literaria . Y algo parecido sucede con algunos 
dioses, aunque, naturalm ente, den tro de ciertos lím ites, que 
perm iten la estab ilidad fundam ental de un esquem a básico 
en los relatos m íticos.
Por o tro lado, al m argen de esta tradición literaria 2\h u b o 
las versiones locales, y los cu ltos, asociados a rituales, que 
conocem os bastan te mal. M uchas vcccs ah í se m anten ían os 
pectos m ás arcaicos que la trad ición literaria no habrá reco­
gido. Hay, com o Kirk y o tros han señalado, una enorm e des­
42 I. H K F IN ia O N E S
proporc ión entre los m itos y los ritos en cl «Imbito griego. (Y 
a la inversa, en el ám bito rom ano , parece que, fren te a una 
cierta pobreza m ítica propia, h u b o un g ran desarro llo de los 
rito s religiosos sin írasfondo m ítico o literario.)
En esas rein terpretaciones un tan to irónicas a veces de los 
m itos, la literatura griega preludia el trato que algunos escri­
tores m o d ern o s h an d ado a esos relatos de dioses y héroes 
helénicos. Al aum entarse la distancia, convirtiéndose la m i­
tología en un reperto rio d e lem as sólo literarios, el escrito r 
m o d ern o puede jugar a presen tar esas figuras an tiguas bajo 
una nueva luz, irónica y u n tanto frívola. Pensem os en obras 
de G oethe y R acine y, inris cerca de n oso tro s, en textos do 
Gide y G iraudoux, de Joyce y de K atsantsakis, por ejemplo.
Y en m uchos, m uchos o tro s. En este sen tido la m ito logía 
griega evs nuestra m itología familiar.
Segunda parto
Figuras y motivos
1. Mitología y tradición poética
1
«Éstos -H e sío d o y H o m ero - son los que crearon po ética­
m ente una teogonia p a ra los griegos, d an d o a los dioses sus 
epítetos, d istribuyendo sus honores y com petencias e ind i­
cando sus figuras.» As£ dice H cródo to en un pasaje bien 
conocido de su Historia (II, 53). HI texto del h isto riador jo- 
nio testim on ia claram ente que los griegos ilu strados del si­
glo V a.C. eran bien conscientes del papel asum ido en la tra ­
dición m itológica griega po r los dos g randes poetas épicos 
-q u e H eródo to sitúa u n o s cua trocien tos añ o s an tes de su 
propia época, es decir hacia el siglo ix 24- . Hilos hab ían fija­
do en sus poem as los rasgos m ás característicos de los d io ­
ses, sus figuras distin tivas y sus atribu tos culturales. Aunque 
en líneas an terio res sugiere que los nom bres (ottóm ata) de 
los d ioses proceden do una trad ic ión an te rio r -d e aquellos 
an tiguos pelasgos que an tes h ab ita ro n G rec ia-, deja claro 
que los poetas citados hab ían realizado un a adm irab le tarea 
ordenadora en el conglom erado mítico pol ¡teísta, al fijar los 
epítetos (epotiym(ai), los honores o prerrogativas (ritnaí) y 
las habilidades o com petencias (téchnai) d é c a d a divinidad,
45
46 II. F k ít íR A S V M O T IV O S
así com o sus aspectos o figuras (eidea). Los aedos, hábiles 
demiurgos* habían im puesto un o rden perdurable en el pan- 
león helénico y habían consagrado u n a es truc tu ra arm ónica 
en el con jun to de seres d ivinos que recibían culto a lo largo y 
ancho de (.¡recia.
Por encim a de las tradiciones locales, de los m itos y ritos 
de los diversos santuarios y múltiples c iudades, los poem as de 
Hesíodo y de H om ero (no sólo la Uùtda y la Odisea, sino 
tam bién los Himnos homéricos atribu idos a él en su co n ju n ­
to) eran los textos de referencia hab itual en la configuración 
dé la m itología helénica. 1 labían instaurado y d ifund ido una 
nom enclatura estable y un código m itológico acep tado po r 
todos. La palabra theogonia que utiliza H eródoto resulta un 
térm ino m uy bien em pleado a q u í25. Q ue el h isto riador m en ­
cione an tes a H esíodo que a H om ero no es, probablem ente, 
indicio de que lo considere m ás an tiguo, sino de que aprecia 
especialm ente el carácter m ás sistem ático y com pleto de* su 
inform ación sobre el m u n d o divino en vsu conjunto.
Λ1 afirm ar tan ro tundam en te la trascendencia de los p o e ­
tas ép icos en la configurac ión defin itiva de las creencias y 
cultos, no p retende H eródo to des taca r la o rig ina lidad de 
uno y o tro , sino el valor perm anen te d e sus obras en la fija­
ción del co rpus mitológico. No com o inventores, sino corno 
responsables de haber reorganizado y precisado en sus p o e ­
mas, can tadosan le un aud ito rio sin fronteras, el saber tra d i­
cional acerca de los dioses -q u izás podem os agregar: y acer­
ca de los héroes-, m erecían a m bos respeto y veneración. Por 
eso se convirtieron en los g randes educadores d e los griegos 
en m ateria de religión y teología, porque habían plasm ado en 
sus versos con singular destreza y claridad el legado de una 
larga trad ición o ra l, que v ino a fijarse p o r escrito en sus poe- 
m asa finales del siglo vm o com ienzos del vn.
Kl paso de la transm isión o ral a la redacción escrita -y en 
una escritu ra alfabética, con la ap e rtu ra y libertad de m ane­
jo que esta form a su p o n e - es, sin duda , un hecho cultural d e
i. μ ι ιο ί <H>(A y i k a i>u :iO n rorru '.A
enorm e trascendencia para la m itología an tigua. Kl avance 
cultural ciel siglo vin, el final ele la llam ada «época oscura», 
encuentra en la adopción del alfabeto de Fenicia y su d ifu ­
sión posterio r una de sus no las m ás relevantes. Ahí se inau ­
gura un a nueva e tapa d é la civilización helén ica26. Los p o e ­
mas de H om ero y H esíodo, que son el té rm ino de un secular 
proceso de la poesía de com posición oral, con sus fórm ulas 
y procedim ientos característicos, significan el fundam ento 
de toda la m itología chLsicai7.
Si bien es c ierto que tras el descifram iento d e las tablillas 
m icénicas -esc rita s m ed ian te el sistem a del silabario lineal 
B- tenem os notic ias acerca de los d ioses venerados en los 
palacios de C nosso en ( 're ta y de Pilo en el Peloponeso, la in 
form ación que esos docum entos nos proporcionan es n o ta ­
blemente lim itada. Kn una buena m edida los nom bres d e sus 
dioses coinciden con los d e los olím picos (ahí están ya /e u s , 
divinidad principal en C nosso, Poseidón, m uy venerado en 
Pilo, lle ra , A tenea, A rtem is, Hefesto, Ares y D ioniso), y 
en parte podem os sospechar una serie de cultos palaciegos 
peculiares (por ejem plo, las num erosas invocaciones a figu· 
ras fem eninas d e diosas con el ep íte to de ¡}ófniai, « sobera­
nas») *K. Pero las inscripciones sob re las tablillas de b arro 
nos dan unos cuan tos nom bres y unos pocos detalles sobre 
cultos locales, nada más; no tenem os relatos m itológicos ni 
figuras d ivinas bien identificadas. Podem os sospechar que 
algunos m itos son de origen m ícénico m ediante alguna su ­
til indagación arqueológica o etim ológica, pero aun aho ra la 
mitología griega sigue com enzando con los textos de H om e­
ro y 1 Iesíodo.
Conviene no olvidar, p o r o tro lado , que tan to H om ero 
como H esíodo com ponen sus poem as con u n determ inado 
objetivo e in tención . No todas las representaciones d e los 
dioses encuen tran un espacio co rrespond ien te a su relieve 
autént ico en la poesía d e H om ero. C om o se ha destacado 
con frecuencia, el poeta épico com pone sus cantos p ara una
4H II, lU illR A S Y M O T lV O J
sociedad jó n ica aristocrática , in teresada en d e term in ad as 
representaciones y valores heroicos. De ah í que dioses com o 
D ioniso o D em éter queden en el silencio, y que la vida de los 
o lím picos se p resen te com o la de g ran d es señores g u e rre ­
ro s2y. (Hay, sin em bargo, curiosas diferencias al respecto en 
la Odisea Kn cuan to a 1 lesíodo, se tra ta de u n pensador 
de acusada persona lidad , y sus p reocupaciones personales 
se reflejan en sus poem as. Por o tro lado, los estilos son n o ta ­
b lem ente d iversos: m ien tras qu e 1 lesíodo usa a b u n d a n te ­
m ente de los ca tá logos y esquem as genealóg icos, siem pre 
H om ero es m ucho m ás d ram ático y an im a d o 31.
2
Kl ca rác te r trad ic ional del rela to es un trazo esencial en el 
mito. Es uno d e los rasgos de term in an tes del té rm in o m is­
m o m ythos , en con traposic ión al vocablo lógos, en el co n ­
traste que se va perfilando en el siglo v, en la época de la S o ­
fística y de los p rim ero s h isto riado res32. Es entonces cuando 
la desconfianza en lo trad icional adquiere una form a ca rac­
terística del v igor crítico de los pensadores de este tiem po. 
Pero ya antes, en el siglo vi, en co n tram o s duras censuras a 
H om ero y a H esíodo - e n Jcnófancs y e n H eraclito , desde 
una perspectiva m oral y filosófica- y el sabio Solón afirm a, 
con frase lap idaria , qu e «m ucho m ienten los poetas» (polla 
pseúdotttai aottioi), un a crítica que hay q ue referi r a los p o e ­
tas p o r excelencia, los dos grandes épicos. En resum en, des­
de el siglo vin hay una transm isión oral de los poem as que 
son la base textual de esta m itología, y ya en el siglo vi a p a ­
recen las p rim eras críticas y censuras a las au to ridades de 
esta trad ición
C onviene subrayar este aspecto p o rque es u n o de los que 
singularizan la trad ic ión m ítica en Grecia. Son los grandes 
poetas quienes custod ian y configuran el repertorio narrati-
I. M IT O U X Ü A Y IK A im iON m f.T IC A
vo trad icional y es en la difusión de los poem as épicos donde 
la m itología adqu iere un perfil canón ico a Iravés de las va­
riadas regiones de (¡recia. Sin d u d a subsisten m últiples 
variantes locales» y m uchos relatos son v inculados p o r una 
tradición oral» pero quedan ensom brecidos y recortados en 
su circulación frente a los g randes textos de 1 lom ero y Hesí­
odo que se ap renden de m em oria en las escuelas y que se re ­
citan en los g randes festivales públicos. Kn los cultos locales 
-e n san tu ario s y ciudades d iv e rsa s- persis ten en contacto 
con ritos y cerem onias varias otros m itos de alcance lim ita­
d o 34. Pero la transm isión de los grandes m itos, del rep e rto ­
rio panhelénico, está ligada a la poesía que recrea y d ifunde 
los ritos y que, m ediante la escritu ra, presta a las «aladas pa­
labras» una perdurab le autoridad . A la vez, ese saber poético 
del m undo divino y heroico está sujeto a una cierta libertad 
-su p erio r a la que tienen o tras m itologías guardadas p o r un 
clero celoso de sus priv ileg ios y convencido de su carácter 
revelado-. Tam bién está expuesto a un as críticas renovadas, 
tanto de los filósofos com o d e los m ism os poetas, que se por 
m iten d isc repar

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