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DELEULE, D _ GUÉRY, F - El Cuerpo Productivo (Teoría del Cuerpo en el Modo de Producción Capitalista) (OCR) [por Ganz1912] - Nataly Sandoval

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El cuerpo 
productivo
Teoría del cuerpo
en el modo de producción
capitalista
Didier Deleule 
Francois Guéry
Editorial Tiempo Contemporáneo
Título del original: 
be corps productif.
© Maison Mame, 1973.
Traducción:
Marco Gaknarini
Tapa:
Carlos Boccardo
IMPRESO EN' L A ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene La Ley \ 11 .72
© de todas las ediciones en castellano
EDITO RIAL TIEMPO CONTEMPORANEO S.A., 19
Viam onte 14 53 - Buenos Aires
https://tinyurl.com/y794dggv
https://tinyurl.com/y9malmmm
Indice
Prim era parte
Prólogo 9
La individualización del 
cuerpo productivo 15
Francois Guéry
I. Cuerpo, producción, 
productividad 17
II. El cuerpo productivo en Marx:
La apropiación capitalista de
los poderes del cuerpo
III. Metamorfosis en curso:
La naturalización de los
poderes de la cabeza o el 
cerebro fragmentado 61
Segunda parte
Viviente - máquina y 
máquina viva 87
I. La construcción del cuerpo
productivo en su imagen 7
II. La psicología en el cuerpo
productivo 89
Prólogo
Si bien es cierto que toda producción tiene necesi­
dad de medios, entre los cuales se cuentan los ins­
trumentos, la producción humana de las condicio­
nes mismas de subsistencia parece utilizar al cuerpo 
propio como instrumento privilegiado del cual 
proviene toda técnica desarrollada, incluso el ma­
qumismo. Según Marx, toda producción es social, 
y la socialización del cuerpo no se distingue de su 
conversión en medio de producción. Sin embargo, 
las sociedades históricas no socializaron inmediata­
mente la fuerza de trabajo que conlleva el cuerpo 
biológico, sino sólo en un pasado reciente, en un 
pasado que es el nuestro. Se trata de una tarea que 
el capitalismo cumple todavía hoy, la de incorporar 
el cuerpo biológico al cuerpo social por mediación 
de un tercer cuerpo, hasta ahora inadvertido porque 
es objetivamente fatal e indistinto: el cuerpo pro­
ductivo. El trabajo de esta mediación, lejos de 
acercar el cuerpo biológico al estado socializado en 
que el cuerpo social lo contendría como elemento, 
sólo consigue hipertrofíar el cuerpo intermediario y 
retardar la fusión, hasta llegar a invertir la tenden­
cia, ya que la socialización prevista cede lugar a la 
privatización de las funciones sociales. Si un cuerpo 
se define tanto por su unidad como por sus divi­
siones, no es la división social del trabajo —que 
afecta al cuerpo social— la que lleva a cabo las ta­
reas formadoras y represivas, objetivamente identi­
9
ficadas, en perjuicio del cuerpo biológico. Quien 
cumple esa función es la división técnica, heredera 
de la división manufacturera, al afectar al cuerpo 
productivo. La división técnica no fragmenta el 
cuerpo biológico, sino que lo descuartiza al sepa­
rarlo de sus poderes, al volver contra él los poderes 
de la cabeza, su extracto, su resumen. El capital 
cumple, además, con la migración de las energías 
productivas a la capital del cuerpo que es la ca­
beza; entonces comienza a merecer su nombre.
Por lo tanto, la inclusión jerárquica de los tres cuer­
pos no es estable, sino que sufre un movimiento de 
translación bipolar hacia su parte media, un de­
venir productivo de todos sus componentes. Curio­
samente, la epistemología contemporánea, compren­
dida la de las ciencias sociales e incluyendo el ma­
terialismo histórico en sus formas más aceptadas, 
anuncian la desaparición de la producción en la 
reproducción y declaran reproductora a toda es­
tructura productiva. En el dominio de las ciencias 
de la vida, Jacob sostiene, por ejemplo, en la Logi 
que du vivant, que la reproducción es a la vez el 
criterio de la vida y el fenómeno lógicamente pri­
mero del cual la producción de cada individuo sólo 
sería la pieza de un engranaje. El poder autoproduc- 
tor de las estructuras sociales se ve afirmado por 
análisis en los que el juego de las funciones socia­
les más diversas se asimila al de los mecanismos 
de reproducción, lo que acredita la tesis de la so­
cialización acelerada de los dos cuerpos dominados. 
La escuela, la prisión, el hospital, los sindicatos y 
los partidos, rivalizarían con el aparato central del 
Estado, a fin de lograr una mejor socialización del 
cuerpo biológico, es decir, de quebrarlo. En reali­
dad, la tendencia predominante es la de la privati-
10
zación de los órganos, la de su integración en el 
cuerpo productivo como elementos de la produc­
ción, o de la modelación del material humano hasta 
dejarlo bajo la forma productiva. De este modo, la 
formación del cuerpo productivo, en el sentido bio­
lógico del término, es inducida desde lo alto por el 
cuerpo social, una vez que la burguesía se ha apo­
derado de sus órganos principales. (Se comienza a 
ver que la monarquía absoluta es una forma bur­
guesa de Estado). Y este cuerpo adquiere en se­
guida una autonomía y una importancia cada vez 
mayores. Es esa autonomía la que acentúa su su­
misión al cuerpo social, cuyos poderes va heredando 
poco a poco. Por ejemplo: la reproducción —propia 
del cuerpo jerárquicamente dominante que engloba 
a los otros dos— pasa al servicio de la producción. 
A este respecto vale la pena recordar, prolongar y 
tomarse en serio los análisis del cuerpo u organismo 
productivo que lleva a cabo Marx en la cuarta sec­
ción del libro primero de El Capital.“ Y éste, pre­
cisamente, será el tema de la primera parte de esta 
obra.
Si el cuerpo social debe delegar cada vez más sus 
poderes en el cuerpo productivo, de la misma ma­
nera, la autonomía del cuerpo biológico se toma 
necesaria dentro del cuerpo productivo individua­
lizado: mejor aún, el rango de pieza de engranaje 
que el segundo confiriera al primero exige, en más 
de un aspecto, cierto tipo de separación que nos 
será preciso analizar. Esta separación -que señala 
el retomo de la vida bajo una forma dominada— 
requiere a su vez el desarrollo de una disciplina
* Toda' las referencias a El C apital remiten a la traducción 
de W . Roces, F.C .E., 1946.
11
específica, que se encuentre ella misma en la inves­
tigación de su autonomía problemática. De este 
modo, la psicología de vocación científica viene a 
ocupar un lugar que, por así decir, le estaba ya 
reservado en el espacio ideológico, pero cuya efec­
tiva realización sólo puede darse cuando las condi­
ciones reales del desarrollo del modo de produc­
ción lo permitan. La disciplina psicológica, consi­
derada aquí como “síntoma” de la ampliación del 
campo de las ciencias humanas, constituye, pues, 
a su nivel propio, una de las mediaciones necesarias 
entre el cuerpo productivo y el cuerpo biológico: 
el cuerpo biológico produce en tanto cuerpo autó­
nomo apresado en las redes del cuerpo productivo, 
en su representación mecánica; entra en el círculo 
de la reproducción en tanto elemento del cuerpo 
productivo, el cual está a su vez sometido al cuer­
po social. Sin embargo, puesto que este elemento de 
base es en cierto modo irreductible a un discurso 
general sobre la producción, para tratarlo es nece­
sario el desarrollo de un discurso particular, único 
capaz de realizar la mediación indispensable. En 
adelante, nada impide pensar que la psicología, en 
tanto pieza de la reproducción simple, intervenga 
en la superficie del cuerpo social, aunque tan 
solo en la medida en que la mediación se desplace, 
pues, en última instancia, es el cuerpo social el que 
gobierna la fusión de la producción y de la repro 
ducción.
A esta altura se trata, pues —a pesar de las lágri­
mas de protesta humanista que invaden gustosas la 
literatura “crítica” de las ciencias humanas, pero 
con una actitud de cautela respecto de las distin­
ciones tajantes del tipo ciencia/ideología, cuyo es­
fuerzo se agota en pensar las condiciones de cienti
12
ficidad de una ciencia (en este caso, de las ciencias 
del hombre)— de reintroducir la finalidad de las 
ciencias humanas (en este caso la psicología) en el 
circuito productivo en cuyo seno asumen ellas la 
función característica —sin dejar de lado las volun­
tades reformistas que a veces las frecuentan— con 
el mismotítulo, aunque en otro registro, que las 
ciencias de la naturaleza. Poco importa, entonces, 
que la psicología sea ideológica o ciencia (en reali­
dad el problema de establecer si la ciencia es super­
estructura o si constituye un dominio autónomo 
regido por las leyes del pensamiento, se desplaza 
considerablemente si, en tanto fuerza productiva, 
la ciencia se localiza en lo que se llama infraestruc­
tura, que en este caso se identifica con el cuerpo 
productivo). Y menos aún importa que se reclame 
para ella, a voz en cuello, el nivel-de-disciplina- 
científica - perfectamente - autónoma - pero -en-rela- 
ción-estrecha-con-las-otras-ciencias-humanas-para- 
promover-la-interdisciplinaridad -deseada, puesto 
que su discurso y sus prácticas se inscriben en un 
“proyecto” histórico que otorga a la psicología un 
lugar del que sólo por ejercicio de la “mala con­
ciencia” trata de escapar.
D. Deleule F. Guery
13
Primera parte
La individualización 
del cuerpo 
productivo
Francois Guéry
Cuerpo, producción, 
productividad
I
Decía Spinoza que ni siquiera sabemos lo que pue­
de un cuerpo. La cuestión acerca del poder de un 
cuerpo nos aleja de esta otra, que solemos formu­
larnos en primer término: qué es un cuerpo, cuál 
es su naturaleza, su identidad. Antes de ocuparse 
de lo que el cuerpo es, será necesario saber qué 
puede. Pero hay más todavía, pues ambas cuestio­
nes no están en la misma tesitura, no corresponden 
a la misma instancia. La concerniente al poder re­
mite a una experiencia de percepción de intensidad, 
una experiencia de conocimiento directo y sin ro­
deos. A la inversa, la cuestión concerniente a la 
identidad supone el hecho de nombrar, supone tam­
bién que el cuerpo haya padecido la experiencia 
de la identificación consigo mismo. Efectivamente, 
no podemos esperar respuesta alguna a la pregunta 
“¿Quién eres?”, de parte de alguien que jamás se 
la haya formulado antes. Con el lenguaje entramos 
en un laberinto, pues sólo se identifica aquello que 
ya se ha identificado con otra cosa que sí mismo. 
¿Con qué se ha identificado el cuerpo? La pregunta 
se convierte en una investigación. No saldremos de 
ella, pero tampoco la evitaremos. Sin embargo, po-
17
demos remitir la pregunta a sí misma planteándole 
esta otra: ¿quién piensa en preguntar “quién está 
allí’? ¿quién reclama que lo desconocido que se 
presenta decline su identidad?
Podemos responder de inmediato; los guardianes 
y la policía. Los guardianes de edificios, de depósi­
tos, de cuarteles, de cualquier propiedad pública o 
privada. La cuestión de la identidad es sospechosa, 
porque ignora y tiene miedo de ignorar, adivina y 
tiene miedo de adivinar. El que pregunta quién no 
tiene, por cierto, la conciencia tranquila, pues tiene- 
algo que perder, algo que ocultar también, y algo 
de qué temer, a priori, acerca de quien sea. La iden­
tidad, en efecto, es una referencia al anonimato. 
Unicamente los desconocidos, los indiferenciados, 
los anónimos, tienen necesidad de un nombre, de 
un número. Que cualquiera, quienquiera que fuese, 
sea un desconocido, y, en consecuencia, amenaza­
dor, es precisamente la realidad, el universo, del 
guardián de propiedad.
Como contrapartida, los que dominan la historia 
tienen de ella una concepción policial, y esa es la 
que impera. También el cuerpo productivo se vio 
envuelto en la cuestión de la identidad, y le hizo 
falta un nombre. Como todo desconocido, amenaza 
la propiedad, pues es una propiedad en potencia. 
El nombre que lleva remite al universo policial de 
una cierta manera. La analizaremos.
Ese cuerpo se llama productivo. “¿En qué sentido 
es una identidad? ¿No lo es acaso todo cuerpo? Si 
consideramos el cuerpo al que más comúnmente se 
reconoce como tal, es decir, el cuerpo de los ani­
males, vemos que produce, por lo menos, su propia 
sustancia, según el concepto de la especie; produce
18
su descendencia según este mismo concepto; se lo 
puede llamar productor de su especie. Pero casi no 
pensamos en ello, pues referimos todos los actos del 
cuerpo de los animales a su naturaleza de seres 
vivos, y no a la de productores.
Del mismo modo, los niños transforman en sus jue­
gos los materiales que les son dados, pero con ello 
sólo se divierten; por cierto, producen.
Ser productivo no es, por lo tanto, lo propio de quien 
transforma, o informa una materia previamente da­
da, como quisiera el mito de la creatividad, otro 
término sospechoso. A decir verdad, ser productivo 
no es propio de nada ni de nadie; sino que son los 
productos lo propio de quien se los apropia. Esto 
significa que el término pertenece al vocabulario de 
cierto tipo de propietario.
Efectivamente, si ser productivo es ser susceptible 
de dar lugar a productos, objetos de una apropia­
ción, es porque la forma final de la producción, el 
producto, vale por sí misma, o de un modo privile­
giado. Pero, a no ser un consumidor, ¿quién quiere 
los productos? ¿Quién se apropiaría de productos 
que no se pudiera consumir de ninguna manera? 
Producción y productividad son nombres dados pol­
los consumidores, son signos del discurso del con­
sumidor.
Del cuerpo productivo no se dice que es productor, 
porque su concepto, su nombre, no es la produc­
ción, sino la productividad. En alemán, a esto se le 
llama Produktickraft, término que no designa la
ír.erza productiva, sino la potencia o facultad de 
producir. De la misma manera, el Urteihkraft del 
que Kant ha realizado la crítica, no es la fuerza 
del juicio, .sino la facultad de juzgar. ¡Facultad! ¿Se 
trata, pues, de algo facultativo? ¿Producir, sería ver-
19
(laderamente facultativo? ¿Es acaso el ejercicio de 
una potencia que podría muy bien abstenerse de en­
trar en acto? Los trabajadores de la tierra no sien­
ten que ejercen facultativamente su potencia de 
cultivar, su productividad. Por el contrario, la acti­
tud de gran señor caprichoso, esa gratuita genero­
sidad, se la atribuyen a la tierra. Así, las prácticas 
mágicas suponen una facultad de producir, y, en 
consecuencia, de no producir; suponen la suspensión 
de la potencia. Pero la potencia es el hecho de la 
naturaleza, o bien, si se prefiere, cuando el cuerpo 
social usufructúa esencialmente los trabajos agríco­
las no hay cuerpo productivo aislable e identifi- 
cable.
Lo que ocurre es que el trabajador de la tierra se 
concibe más bien como el consumidor de los pro­
ductos de la tierra que como su productor. Sólo a 
este precio puede entrar en su discurso el término 
de productividad, atribuido a la tierra.
Esto significa que, para que el cuerpo productivo 
se componga de trabajadores, y no de una vaga 
unidad entre la tierra y sus explotadores, es necesa­
rio que el consumo no esté natural, sino socialmente 
separado de la producción. Es necesario un espacio 
tal que el consumidor pueda ver la producción co­
mo una potencia extraña que funciona a su servido, 
y pueda suspender su potencia o su* servicio. Pero 
no es suficiente hablar de espacio o de distancia 
si no se dice quién separa, quién pone a distancia y 
quién ocupa el lugar así delimitado. Podemos 
suponer que el mediador hará su propio juego a 
fin de asegurarse la parte del león entre las que se 
han puesto sobre el tapete. El mediador es el pro­
pietario de los productos. El cuerpo productivo es 
para el consumidor, existe con ese nombre desde su
20
punto de vista. Es, pues, para y por sus productos. 
Ser propietario de productos equivale a dominar la 
producción.
Quien se apropia de los productos, se apropia de 
su venta, es decir, del mercado.
Vemos así que sólo existe cuerpo productivo en una 
economía de mercado o en un modo de producción 
mercantil. El secreto de que la producción se de­
sencadene o entre en suspenso, en forma de pro­
ductividad, está en que la producción no tiene co­
mo destino el consumo directo —segundo momento 
del ciclo— sino el mercado, la apropiación tempora­
ria de los productos, el intercambio.
A la inversa, la aparición del mercado, del régimen 
de intercambio, del mercantilismo,implica la cris­
talización del cuerpo productivo, lo toma visible, 
le otorga un rostro y una identidad.
Esta separación, esta división en el cuerpo produc­
tivo, constitutiva del mismo, es solidaria de otra 
división, externa, superior, y de carácter social: 
la división entre la ciudad y el campo. En verdad, la 
división entre producción y consumo, la intervención 
del intercambio y de la distribución, no afectan in­
teriormente al cuerpo productivo mismo, sino que 
solamente lo individualizan. Sin embargo, esta pri­
mera gran división que afecta exterionnente al 
cuerpo productivo, es el contragolpe de una división 
del cuerpo social, que nos pone sobre una pista, 
que enunciamos así: una división que afecta el inte- 
rior mismo del cuerpo productivo deberá siempre 
remitimos a una gran división social que la pro­
voque.
La división entre la producción y el producto, que 
es posible intercambiar y consumir, deja lugar a una 
ttiediación, a un tercer término. Si es cierto que el
21
mediador se apropia de la producción junto con el 
producto, sabemos a quién obedece el cuerpo pro­
ductivo. Se trata de un dato precioso, pues de la 
naturaleza del propietario, del señor, dependerá la 
del siervo.
El mediador es un término medio, y también el 
término que designa un medio: el medio, para la 
fuerza o la instancia productiva, de producir1. El 
mediador ocupa el lugar del medio de producción. 
Si la producción está separada de su poder, porque 
está separada de su producto, ¿por qué no estará 
también separada de sus medios de producción? 
Una vez que el cuerpo productivo ha sido indivi­
dualizado e identificado con una pura potencia de 
producir, producción en potencia o en suspenso, es 
necesario dar a esta potencia inmóvil el agente, el 
factor desencadenante, el medio de pasar al acto. 
Es necesaria la mediación de un comerciante que 
compre para vender, que abra el mercado, que dé 
al cuerpo el medio que le es adecuado. ¿Qué es un 
cuerpo sin metabolismo, sin intercambios, sin con­
sumo, sin eliminación?
1 L a periodización de nuestra historia en eras de la comu­
nicación, era oral, era literaria ( litte racy) , luego era eléc­
trica, que opera M acLuhan en su obra Understanding M edia 
valoriza indebidamente esta potencia de mediación o de 
comunicación que en realidad no corresponde más que a 
un período reciente, el período m oderno en donde reina el 
modo de producción m ercantil y en donde los intermediarios 
conquistaron un papel decisivo en la v ida social. Este m ito, 
retrospectivo por definición, funda la valorización de una 
n ueva era de la tecnología en la q ue la producción parece 
volatilizarse ante el “m ensaje”, en el mismo estilo en que 
M acLuhan rechaza el marxismo, al que acusa en general 
de que en su concepción de Ja historia no p arte del fenó­
meno de la comunicación, sino del de la producción.
22
De este modo, el comerciante ha sabido hacer del 
cuerpo productivo algo dependiente, algo que debe 
exigir para vivir. Pero el rufián, el usurero, el chan­
tajista, el revendedor, no son amos. La fuerza de­
pendiente no está sometida; no funciona al servicio 
de quien la mantiene en forma. Más aún, es nece­
sario que el mediador o término medio pase al 
interior mismo del cuerpo a dominar, es necesario 
que se apodere de los puntos decisivos de su po­
tencia. El modo de producción mercantil todavía 
no ha invadido la producción misma. Las relacio­
nes mercantiles aún no se han separado de las fuer­
zas productivas.
En otras palabras, es necesario que el mediador se 
apropie no de los medios de producción —en reali­
dad todo modo de producción lo hace sin alterar 
en nada el cuerpo productivo y en mutua relación 
de dependencia con éste—, sino de los medios de 
la productividad o de los resortes mismos de la pro­
ducción.
El movimiento que culmina con el sometimiento del 
cuerpo productivo por parte del mercantilismo, 
fuerza nula que ocupa el espacio vacío que separa 
producción y producto, puede dar la impresión de 
engrosar el cuerpo productivo hasta llevarlo a ocu­
par toda la esfera económica, hasta hacerlo pene­
trar en el mercado, que es su medio vital.
El límite del movimiento de conquista está en la 
coincidencia de los conceptos de cuerpo productivo 
y de economía. A partir de Lenin sabemos que la 
extensión espacial del cuerpo productivo puede ser 
la del planeta entero, una vez que el imperialismo 
haya cubierto toda la superficie del mismo. Pero es 
necesario conservar en el espíritu la noción de que 
tal expansión es sólo el fenómeno, la apariencia de
23
un movimiento de fractura y de apropiación interna 
de la productividad del cuerpo por su medio, por la 
fuerza nula y parasitaria que lo ha separado de sus 
poderes.
Vemos que el cuerpo productivo tiene un devenir 
histórico. (Actualmente, ha devenido, se ha desarro­
llado, está a punto, como diríamos de un queso, 
es decir, está completamente mercantilizado; la 
fuerza nula del mediador ha contagiado a la mayor 
parte del engranaje.) La cuestión pertinente de lo 
que puede se ha convertido realmente en algo de­
pendiente de la cuestión —policial— acerca de qué 
es, de su identidad, de la serie de sus identificacio­
nes, que acompaña los progresos de su apropiación 
interna.
¿Cómo seguir tales "progresos”, tal progresión de 
parasitismo de las fuerzas productivas por parte 
de las fuerzas mercantiles?
24
El cuerpo productivo en Marx: 
La apropiación capitalista de 
los poderes del cuerpo
II
Cuando Marx estudia la manera en que el capital 
consiguió aumentar la plusvalía relativa y dismi­
nuir, en consecuencia, el valor de la fuerza de tra­
bajo, se ve obligado a hacer una incursión histórica, 
un retroceso en el tiempo que permita confrontar el 
capitalismo no ya con sus propios elementos, sino 
con los elementos integrados en otro modo de pro­
ducción. Se trata, pues, de un movimiento retros­
pectivo que vuelve a recorrer el camino de ascenso 
del sistema económico dominante, que distingue 
sus etapas y comprueba sus estragos, después de 
haber analizado el movimiento actual del capital, 
de haber delimitado —por parte del capital— un 
dominio que ha terminado por ser su dominio 
propio.
Este texto, que ocupa la sección IV del libro pri­
mero, al seguir un proceso de apropiación progre­
siva o de capitalización de elementos pertenecientes 
al régimen previamente dominante, revela cómo el 
capital ha tenido que incorporar nuevamente esos
25
elementos, integrarlos a un cuerpo nuevo, esto es, 
al cuerpo productivo, que no es ni el de aquellos 
elementos ni el del capital. Es una mediación; en 
el límite, será el cuerpo propio del capital, pero 
bajo una forma siempre frustrada, siempre inesta­
ble.
Buscaremos en Marx, pues, la identidad del cuerpo 
productivo. Marx habla de ello explícitamente y 
con un interés más cercano al espíritu clínico que 
a la especulación histórica. Podemos apoyar esta 
idea con algunas observaciones eruditas, aunque no 
decisivas, como éstas: la lectura que realizó Marx 
de Saint-Simon, autor de la fisiología social; el es­
tudio de la literatura médica más reciente, “a fin 
de elaborar un diagnóstico de la enfermedad de 
Engels y establecer su terapia”, en agosto de 1857, 
en el momento en que redacta una Introducción 
general a su obra económica.
Precisamente en este año, 1857, Claude Bernard 
acaba de exponer su método de experimentación fi­
siológica en conferencias en las que reemplaza a 
Magendie. Todo esto significa, simplemente, que 
no hay por qué descartar el hecho de que Marx 
haya razonado en estilo de médico, de fisiólogo. 
En El Capital, el estudio del “mecanismo de con­
junto” de la manufactura viene inmediatamente 
después del de su cuerpo, es decir, la fábrica. Esto 
es, la fisiología después de la anatomía y para dar 
cuenta de ésta. Pero lo más notable es que no hable 
de fenómenos orgánicos (o quasi orgánicos) o fi­
siológicos que tienen lugar en el cuerpo productivo, 
sino en tanto fenómenos enfermizos, afecciones 
mórbidas. La diferenciaentre el médico y el sabio 
en fisiología está en que para el primero la experi­
mentación fisiológica está ligada a la voluntad de
26
intervenir contra el desarrollo de formas de vida 
patógenas, enfermizas; el médico lleva la mano, e- 
escalpelo, la atención, allí donde duele.
El estudio de la fisiología de la manufactura se re­
duce a una serie de exclamaciones indignadas, de 
tomas de posición que constantemente animan des­
de adentro el análisis de las estructuras y del fun­
cionamiento. Por todas partes la enfermedad, la tor­
tura, el debilitamiento. Por todas partes la manu­
factura rechina, se queja. El cuerpo productivo se 
le aparece a Marx como un enfermo, y también co­
mo una enfermedad que ataca al cuerpo biológico, 
sometiéndolo a tortura. Estas precisiones no sólo 
aclaran un texto. Se trata de una voluntad, la volun­
tad de intervención que da a los análisis teóricos el 
carácter de escalpelos, de mano que palpa, de ojo 
que escruta y se compadece. Voluntad de saber 
dónde golpear.
Ojo que escruta, mano. . . Nos preguntamos qué 
va a escribir la mano, en plena carne. Pobre cuerpo 
mártir, ¿qué prescripción te será escrita, quién te 
salvará de su marca?
El Capital es esa prescripción escrita con mano 
“crispada de tics a causa de un hígado enfermo”, 
en plena carne, sobre la espalda del capital, literal­
mente y en todos los sentidos, sobre la espalda del 
cuerpo productivo que no se distingue de su enfer­
medad. La prescripción más bella del mundo, por­
que no está escrita por dinero, sino contra el dinero. 
En verdad, si bien no se trata de la indicación de 
un remedio, El Capital contiene la historia natural 
de la enfermedad; es un informe acerca de sus 
fases.
Es necesario conocer los antecedentes del enfermo. 
Helos aquí: el cuerpo productivo es, en cierto rno-
27
do, el heredero o el descendiente de otro cuerpo, 
que no pertenece en sentido estricto a ningún modo 
de producción, sino que se remonta a la más lejana 
antigüedad y ha sobrevivido a todos los cambios. Es 
el oficio o la corporación. En realidad, no es su 
descendiente, pues en este dominio no hay filiación. 
Es una envoltura carnal, un cuerpo poseído por 
otro, metamorfoseado, desfigurado, alterado en su 
estructura y su funcionamiento.
La intrusión de las relaciones mercantiles en el ofi­
cio, que siempre había fracasado, se impone ahora 
porque la burguesía es lo suficientemente poderosa 
como para remontar la corriente de la historia.
Marx insiste en presentar a la corporación medieval 
como un cuerpo saludable, muy bien defendido con­
tra toda agresión del medio, un cuerpo sólido, bien 
constituido. Esto no implica la idea de que el modo 
de producción capitalista haya introducido, en ge­
neral en la sociedad, una verdadera degeneración, 
sino únicamente que el cuerpo productivo, en la 
forma de la corporación medieval, en la forma eter­
na del oficio jerarquizado, fijado en castas, ha 
soportado el dudoso progreso que introdujera el ca­
pital en el modo de explotación del trabajo. Con 
esto se refuerza la idea de que la productividad es 
una noción íntimamente ligada a un estado de esci­
sión de la fuerza consigo misma, del cuerpo y sus 
poderes. Aumentar la productividad del cuerpo 
productivo equivale a aumentar su potencia, su re­
serva, su repliegue sobre sí mismo, a aumentar su 
dependencia, a condenar su integridad. El cuerpo 
productivo representado por la corporación ha sido 
desangrado, corrompido, torturado. Sólo al precio 
de la degeneración de cada una de sus formas vita­
les, tomadas por separado, sólo al precio de un sa-
28
orificio de sus órganos en provecho de su organismo, 
el cuerpo productivo ha tomado la forma acabada 
de la gran industria. Sin embargo, todavía no es 
exactamente así.
En efecto, no toda especie de cuerpo tiene como 
propio “ser un organismo”. Cuando ocurre, no se 
trata más que de un momento en el desarrollo del 
cuerpo productivo individualizado, un momento en 
su individuación.
La corporación medieval, que es igualmente eterna, 
o por lo menos antigua de toda antigüedad, no es 
un organismo. Es un cuerpo, pues combina fuerzas, 
se les somete. Son las fuerzas orgánicas del cuerpo 
humano. Del cuerpo, comprendida la cabeza. Eso 
es importante, pues la corporación maneja la ca­
beza del hombre como parte orgánica del cuerpo. 
No se trata, pues, de una jerarquía interna en don­
de la cabeza estaría especial y cualitativamente ubi­
cada en la cúspide, más alta que la fuerza de las 
manos, de los pulmones, de los brazos, de los dedos, 
de las piernas, de los pies.
Pero la corporación no es un organismo porque ma­
neje cada cuerpo biológico dentro de sus propios 
límites espaciales, intensivos, dentro de los límites 
del campo de sus poderes, respetando tanto a esos 
poderes como a su alcance espacial. La corporación 
tiene un profundo respeto por la forma del cuerpo 
humano. ¿Acaso no es éste el microcosmos corres­
pondiente al macrocosmos, la criatura que da testi­
monio de la excelencia del creador? El cuerpo, al 
extender sus miembros todo lo posible, y en todos 
los sentidos, traza y ocupa una esfera. En esa esfera 
se instala la corporación; no la agranda. Leonardo 
da Vinci ha dibujado, para siempre, la cruz del 
cuerpo humano, con su potencia radial, inscrita en
29
un círculo. Actualmente, ese dibujo constituye el 
emblema de un organismo de explotación esporá­
dica, llamado “trabajo temporario”. Sin duda por 
obra de una cruel ironía, este organismo se llama 
Manpower. Naturalmente, el hombre que muestra 
está más cerca de Dionisio descuartizado que del 
Cristo que cuelga como un trapo, hacia abajo, con 
la cabeza pesada contemplando la Tierra antes de 
abandonarla para siempre. De aquí a ver en esto el 
signo de una ruptura con el antihumanismo cris­
tiano, del renacimiento de un humanismo pagano, 
antiguo, de la aparición de una ética moderna de 
la dominación del mundo, no hay más que un paso 
que muchos, con gran ligereza, han dado ya. Si 
es cierto que el hombre-cruz de Leonardo es la ima­
gen del cuerpo incorporado, del cuerpo en corpo­
ración, entonces no hay Renacimiento alguno del 
espíritu de la Antigüedad, sino su simple y pura 
perpetuación, a través de los siglos y los modos, y, 
entre otros, de los modos de producción.
Antiguo, pagano, humanista, si se quiere, anterior 
a la Encamación y a la redención, si bien la pri­
mera pueda considerarse también como la sanción 
divina que, de buen grado o por la fuerza, recayó 
sobre el cuerpo del hombre. Si es así, el Renaci­
miento no ha de tener absolutamente ningún vínculo 
con los ideales modernos, la ética burguesa, el 
trabajo de la historia que culmina en el capitalismo 
desarrollado, o bien debe considerárselo como un 
momento de hipocresía o de desviación del sentido 
de un cierto humanismo antiguo. Pues el capitalis­
mo es la forma sofisticada y materializada del odio 
del Hombre y de su cuerpo, mucho más cercano al 
cristianismo ascético y negador, que a ningún tipo 
de humanismo.
30
Por lo tanto, la corporación es un cuerpo sano, 
sólido, resistente; la solidez proviene de una suerte 
de rigidez casi ósea. Se trata de una “propensión 
de las sociedades antiguas a que los oficios se he­
redaran, a petrificarlos en castas o bien a osificar 
al menos en la forma de corporación los diversas 
ramas de la industria 2 ( subrayado por mí, F. G .). 
Marx toma esta idea de Diodoro de Sicilia, cuando 
éste habla del Egipto antiguo. Esta rigidez ósea con­
fiere una estabilidad que las leyes reforzarán aun 
desde el interior mismo.
“Las leyes gremiales, obrando con arreglo a un plan, 
impiden, como sabemos, mediante una severa limi­
tación del número de los oficiales que se le autoriza 
emplear a cada maestro, la transformación del 
maestro en capitalista”.3
Esta estabilidad protegida, este conservadorismo 
que marca aún el espíritu artesanal, heredero de la 
Edad Media, implica una desvinculación del mer­
cantilismo, del mercado. “El gremio se defiende 
celosamente contra todas las invasionesdel capital 
comercial, única forma libre del capital que tiene 
en frente.” 4 Lo que preservaba esta situación era 
la coincidencia o la superposición, tan perfecta que 
la distinción de ambas instancias sólo podría ha­
cerse por abstracción de cada uno de los dos cuer­
pos, el biológico y el productivo. Marx expresa este 
sincretismo en términos imaginativos: “El trabaja­
dor y sus medios de producción quedaban soldados 
como el caracol y su concha.” En esta fusión ve 
una defensa natural contra la irrupción de relacio­
nes mercantiles en el cuerpo biológico-productivo.
2 Eí Capital, sección IV.
3 E l C apital, sección IV, cap. XII, p. 292.
4 lbídem.
31
“Faltaba —dice— la base primera de la manufactu­
ra, es decir, la forma-capital de los medios de pro­
ducción.” Sin embargo, todavía no hemos compren­
dido la naturaleza de los medios de defensa de la 
corporación frente al mercado, del modo de pro­
ducción mercantil. Enfrentamos nuevamente los dos 
sistemas de fuerzas que se fusionarán en el cuerpo 
productivo.
Aparentemente, el mercado es un medio, un lugar 
intermediario donde se producen intercambios. 
En consecuencia, es una instancia neutra, sin fuer­
zas autónomas, sin identidad relevante. ¿Por qué 
este lugar intermediario abstracto entre instancias 
individualizadas, personalizadas, la instancia pro­
ductora y la instancia consumidora? Es necesario 
referir ese espacio a la vez separador y comunica- 
dor a una gran división, un gran distanciamiento 
que se ha operado en otra parte, por encima, antes, 
de todas esas expresiones que designan un cambio 
de escala o de cuerpo: una gran división del cuerpo 
social que induce el vacío o la fisura entre la pro­
ducción y el consumo. Es la gran división contem­
poránea de la historia, entre ciudad y campo, y, 
desde el punto de vista de las clases, entre produc­
tores o trabajadores (el campo) e improductores, 
no-trabajadores, explotadores (la ciudad).
La ciudad es el reagrupamiento de minidéspotas, su 
plaza fuerte adonde confluye el excedente del tra­
bajo de la tierra. Este sobrante de la tierra es !o 
único que puede hacer del habitante de la ciudad 
un consumidor que supone un productor; consumi­
dor porque es no-productor que tiene necesidad del 
productor para no producir él mismo. He aquí el 
modo en que el consumo supone la producción: la 
supone porque permite al consumidor no producir
32
por sí mismo, porque es, así, la condición para que 
en la persona del consumidor el consumo sea real­
mente distinto de la producción, para que no la 
implique.
Sin embargo, la potencia del no productor reside 
únicamente en la fuerza, la del Estado, la de las 
armas, que tiende a refinarse, a concentrarse me­
diante las dos operaciones conexas de la abstrac­
ción y la universalización. El aislamiento de la tie­
rra es una abstracción, pues abstrae, del mixto 
constituido por el suelo y el cuerpo biológico, que* 
componen el cuerpo productivo, un elemento nue­
vo, imprevisible, que proviene de otro campo, que 
habrá que analizar; ese elemento es un no produc­
tor. En esta separación o en esta abstracción del 
carácter productivo o no productivo del hombre, 
abstracción de una idea de hombre distinta de su 
relación con la tierra y de su fusión en la tierra, 
está presente el capital entero.
Esta abstracción, este vacío creado penetra lo con­
creto, es decir, la tierra y su cuerpo productivo hu­
mano y técnico, mientras que lo abstracto, el Hom­
bre indiferenciado, productor o no productor, tiene 
un segundo momento, un momento de conquista, de 
recuperación de la fuerza. Después de la retirada, 
el asalto; tal el movimiento de lo Universal. El hom­
bre abstracto será universal, violentará la unidad 
de la tierra y de su producción, la superficie del 
gran cuerpo mixto geológico biológico-productívo. 
Convertirá los poderes de la producción en algo 
abstracto, algo diferente de la producción misma
Y de su cuerpo. A ello sigue una disociación del cuer­
po mixto y un repliegue sobre sí misma de cada 
instancia así disociada. El cuerpo queda distinguido 
de lo que puede.
33
Es esta la estrategia del mercantilismo frente a la 
corporación, la de renovar el acto inaugurando la 
separación del Campo y la Ciudad, haciendo del 
Campo la fuerza productiva cuyo producto, cuyo 
sobreproducto, cuyo sacrificio, consume la Ciudad. 
A partir de esta primera estrategia que afecta al 
Cuerpo Social, se produce una segunda ofensiva, en 
profundidad, bajo la superficie del gran cuerpo, 
que consiste en la fractura del Cuerpo productivo, 
en la tensión de éste, en su dependencia de lo 
Universal que es la ley del valor, en su sumisión 
a la inmunda fábrica.
El brillo del éxito de este ataque borrará y confir­
mará al mismo tiempo la gran separación inicial 
entre la ciudad y el campo, la desplazará a la vez 
que conservará el espíritu misterioso del divorcio 
entre lo Concreto y lo Abstracto.
La corporación en tanto reunión de representantes 
de un mismo oficio —y que, en consecuencia, se 
desarrolla sobre la base de su apartamiento de la 
comunidad rural y de su congregación en desorden 
en ese lugar abstracto que es la ciudad—, puede 
considerarse productiva en el sentido en que es 
legítimo distinguir en ese lugar abstracto la pro­
ducción y el consumo, como también —en con­
secuencia— un mercado que cubra el abismo y sea 
estructuralmente previo a la producción material. 
Pese a todo, ¿se puede decir que la corporación 
de oficio produzca según la demanda, que subor­
dine el producto a la imagen del eventual consu­
midor? La obra maestra que hay que realizar no 
se relaciona con el simple valor de uso concebido 
según el gusto y la demanda de quien habrá de 
usarla. Su valor no se distingue de la idea pura, 
del concepto de la cosa hecha. En tal sentido, tanto
34
producción como consumo se refieren a un mismo 
término ideal, que es el valor en sí del producto. 
Es ésta la razón por la cual la corporación es pro­
ductora sin ser productiva. No pertenece a la edad 
de la producción mercantil. Hay que ponerla a 
tono, y de ello se encarga la manufactura. Este ten- 
sionamiento, esta incorporación de la forma pro­
ductiva, tendrá lugar por medio de un movimiento 
imperceptible, puesto que la corporación, aparen­
temente, permanece intacta, sin más alteración que 
una traslación en el espacio. Bajo la égida del po­
seedor del capital, la cooperación simple representa 
la molesta presencia de relaciones mercantiles en la 
esfera de la producción, puesto que aunque sólo 
lo estén a modo de encargo, en los distintos sentidos 
del término, y de concentración espacial y tempo­
ral, eso basta para que la producción toda sea la 
realización de la productividad inherente a un cuer­
po dado, y no su libre juego. En este sentido, el 
cuerpo productivo data de toda antigüedad, puesto 
que los egipcios, por ejemplo, ya conocían la coo­
peración simple y la utilizaban en las grandes obras 
de arquitectura, o en la irrigación, o, en resumen, 
en toda tarea que sobrepasara en amplitud el cua­
dro de las comunidades sociales restringidas. Pero 
justamente el hecho de que el inversor no sea un 
poseedor de excedente, un déspota, sino el media­
dor entre producción y consumo, poseedor de di­
nero, hará entrar en la modernidad aquella forma 
fugitiva, vieja como el mundo.
Todo el movimiento que se desarrolla a partir de 
entonces, desde la cooperación simple sobre la base 
de la corporación hasta la manufactura en serie, 
preludio de la gran industria, sólo es explotación, 
intensificación de la productividad revelada de la
35
corporación medieval. No se arrojará el limón mien­
tras no se le haya exprimido todo el jugo. La intro­
ducción de la forma productiva es, inmediatamente, 
una ventaja en la productividad, puesto que la 
simple reunión de trabajadores sea del mismo ofi 
ció, sea de oficios diferentes— permite la realiza­
ción de trabajos que de otro modo serían imposi­
bles.5
Paralelamente al desarrollo de la productividad del 
trabajo, la función del mediadorse transforma tanto 
imaginaria como realmente; la imagen es el opera­
dor por cuyo intermedio se habrá de metamorfo- 
sear la función.
Un primer aspecto del desarrollo es prehistórico, 
pues preexiste a la aparición del capitalista como 
tal.
Efectivamente, el jefe del taller o el maestro de ofi­
cio es, en cierto modo, el prototipo del capitalista, 
siempre que sea cierto que la corporación como 
unidad de los medios de producción y de la fuerza 
de trabajo constituye una forma primitiva del ca­
pital constante. La capacidad de invertir capital 
para ampliar los talleres, propia de un comerciante 
que poseyera dinero, es lo que convertirá a aquella 
forma en capital, y lo que identificará al jefe de 
taller con el capitalista, al no ser ya más que la 
unidad de los diversos procesos de trabajo por él 
concentrados.
Esta es la interpretación que sugiere la siguiente 
afirmación de Marx: “El capitalista comienza por 
separarse del trabajo manual.” En verdad, si el ca­
pitalista proviene de afuera de la corporación, se 
ha separado del trabajo manual a priori, o, mejor
5 El C apital, sec. IV. cap. XI. p. 263.
36
aún, jamás participó en él. Ya en Miseria de la 
Filosofía\ pensaba Marx así: “La manufactura no 
nació en el seno de las antiguas corporaciones. Fue 
el comerciante el que se convirtió en jefe del mo­
derno taller, y no el antiguo maestro de las corpora­
ciones.” De este modo, la corporación no es otra 
cosa que el antiguo cuerpo de oficio invadido, po­
seído, por el alma de la manufactura moderna. Esta 
alma está representada por el mercader o el media­
dor que se ha convertido en jefe o cabeza de la 
corporación.
La evolución posterior del personaje manifiesta este 
hecho con toda claridad. Veremos por primera vez 
cómo el mediador ocupa el lugar central en el cuer­
po productivo, del cual es el inductor. Marx define 
de esta manera dicha evolución:
“Todo trabajo directamente social o colectivo en 
gran escala, requiere en mayor o menor medida 
una dirección que establezca un enlace armónico 
entre las diversas actividades individuales y eje­
cute las funciones generales que brotan de los mo­
vimientos del organismo productivo total, a dife­
rencia de los que realizan los órganos individua­
le s ... Esta función de dirección, de vigilancia, de 
mediación, se convierte en función del capital tan 
pronto como el trabajo sometido a él reviste carác­
ter cooperativo. . . ” 6
Este texto aclara otro fragmento que lo antecede, 
y que dice así: “En un principio, el mando del Ca­
pital sobre el trabajo aparecía también como una 
consecuencia puramente formal y casi accidental.. . 
Con la cooperación de muchos obreros asalariados, 
el mando del capital se convierte en registro indis­
6 E l C apital, sec. IV , cap. XI, p. 266.
37
pensable del propio proceso de trabajo, en una 
verdadera condición material de la producción (sub­
rayado por F. G .) .7
Podría creerse que el término real se opone al de 
“imaginario” o al de “ideal”. En verdad, no es así. 
La realidad corresponde a la imagen y ésta a aqué­
lla. Al contrario, a esta concepción de un modo de 
producción histórico transitorio —que ha consegui­
do imponerse por razones contingentes, lo que no 
excluye que entre sus medios de coacción se cuen­
ten todas las formas de la necesidad— se opondría 
una concepción idealista de la necesidad absoluta 
e intemporal de tal coacción, de tal modo de pro­
ducción. Es lo que expresa la siguiente fórmula 
desdoblada: “El modo de producción capitalista se 
presenta, pues, como necesidad histórica para trans­
formar el trabajo aislado en trabajo social; pero 
entre las manos del capital, esta socialización del 
trabajo sólo aumenta las fuerzas productivas para 
explotarlas con mayor provecho.” Esta fórmula re­
mite en su duplicidad al doble aspecto del proceso 
de trabajo y de función dirigente del capitalista. 
Este punto tiene gran importancia, lo que justifica 
que reproduzcamos íntegramente el texto que lo 
expone:
“ . . .La cooperación entre obreros asalariados es, 
además, un simple resultado del capital que los em­
plea simultáneamente. La coordinación de sus fun­
ciones individuales y su unidad como organismo 
productivo radican fuera de ellos, en el capital, que 
los reúne y mantiene en cohesión. Desde un punto 
de vista ideal, la coordinación de sus trabajos se les 
presenta a los obreros idealmente como el plan del
7 íbídem.
38
capitalista y la unidad de su cuerpo colectivo les 
aparece prácticamente como la autoridad del ca­
pitalista, como el poder de una voluntad ajena que 
somete su actividad a los fines perseguidos por 
aquélla.
Pero si, por su contenido, la dirección capitalista, 
como el propio proceso de producción que dirige, 
tiene dos filos (por una parte, un proceso social 
de trabajo para la creación de un producto, y por 
otra parte, un proceso de extracción de plusvalía), 
por su forma es una dirección despótica.” 8 
En consecuencia, es verdad que, en un primer ni­
vel, la función productiva y la función explotadora 
y social de la dirección capitalista se superponen 
en un mismo acto sobredeterminado, lo cual refleja 
el sometimiento del cuerpo productivo al cuerpo 
social. Pero este sometimiento es contemporáneo del 
surgimiento de ese cuerpo productivo a plena luz 
y en forma individualizada. La duplicidad enuncia­
da más arriba sólo puede desarrollarse como un 
parasitismo exterior, como una torpe superposición 
en comparación con un segundo desdoblamiento 
infinitamente más detallado, más preciso, más ele­
mental: el desdoblamiento que se inaugura entre 
el cuerpo productivo y el cuerpo biológico, que 
hasta ese momento el primero habitara en sus pro­
pios límites. La separación de estos dos cuerpos es 
el verdadero fenómeno fundamental y radical al 
que lleva un cambio en el cuerpo social. Se opera 
de dos modos: el real y el imaginario. Marx, sin 
embargo, no opone ambos modos, sino que ubica 
el segundo en el nivel de los mecanismos que ha­
cen posible el primero.
8 El C apital, sec. IV, cap. XI, p. 267.
39
En el modo real, la cooperación de trabajos indi­
viduales en una tarea común irrealizable a escala 
individual, revela una fuerza productiva específica 
en el cuerpo productivo. El desarrollo o simple­
mente la experiencia del proceso de trabajo cum­
plido por el cuerpo productivo reduce a su verdad 
al trabajo individual al producir concretamente la 
categoría de trabajo social medio, por la elimina­
ción estadística de las diferencias individuales en 
el ritmo y la calidad del trabajo. De este modo, 
en su extensión limitada, la cooperación simple, fe­
nómeno capitalista inicial y fundamental sobre ci 
cual se levantará el edificio ulterior, cuantifica el 
trabajo individual o da su verdad, que es también 
su negación, al trabajo cumplido por el cuerpo bio 
lógico. En efecto, se trata de una norma estadística 
y numerada, que no le concierne a menos que haya 
fundido en el cuerpo productivo. Unicamente por 
este camino aparece la categoría de fuerza de tra­
bajo, únicamente por este camino esta fuerza so­
cial y media podrá adquirir un valor, entrando así 
de lleno en las relaciones mercantiles. El mediador 
ya ha contaminado la fuerza de trabajo individual 
del oficio medieval, sin volencia, sin intrusión visi­
ble, por su sola presencia en el lugar —a la vez 
mediana y central— de la dirección capitalista.
Pero este fenómeno objetivo y casi necesario se re­
pite en otro, imaginario, que consiste en el aisla­
miento de la fuerza y de su poder bajo la forma de 
una imagen abstracta e individualizada. Debido a 
la intrusión y al dominio de esa primera relación 
del cuerpo productivo con la forma de la cual se 
aparta (el cuerpo biológico hasta entonces morada 
de poderes productivos por delegación) por parte 
del cuerpo social, de la relación de explotación es­
40
tablecida en el nivel del cuerpo social, “la coordi­
nación de sus trabajos se les presenta a los obreros 
idealmente como el plan del capitalista y la unidad 
de su cuerpo colectivoles aparece prácticamente 
como la autoridad del capitalista, como el poder de 
una voluntad ajena que somete su actividad a los 
fines perseguidos por aquélla”. Esta apariencia es 
entonces un rostro falso, una ilusión óptica, pues su 
víctima confunde el cuerpo productivo cuyo ele­
mento, aunque sin haberlo percibido jamás, es ella 
desde siempre con la fuerza histórica de fortuita 
aparición y venida desde afuera de la esfera de la 
producción, que la ha autodevelado y que le ha 
develado sus elementos, el cuerpo productivo hasta 
entonces encerrado en el cuerpo biológico, en quien 
veía sus límites para toda la eternidad. En efecto, 
en el estado de la cooperación simple, comienzo del 
capitalismo —como insiste Marx—, eso es cierto. 
No se trata más que de una apariencia, de una apa­
riencia falsa. El cuerpo productivo no es el capital. 
Aquí se abre paso la interpretación izquierdista,9 
según la cual la superchería capitalista se ve abso­
lutamente desenmascarada en El Capital, que de­
nuncia el parasitismo al que el capital somete al 
cuerpo productivo y, en consecuencia, los separa 
conceptualmente antes de que la práctica se encar­
gue de hacerlo. En una perspectiva spinozista tal 
como la que adoptó la exégesis althusseriana, po­
dríamos responder que se trata de una concepción
9 En particular todas las variedades del trotskismo al ana­
lizar el cuerpo productivo desarrollado, el maqumismo, para 
denunciar el parasitismo de la producción respecto del ca­
pital e invertir, suplantar, esa relación. Es la versión econo- 
micista del marxismo, radiealiM da.
41
simplista de la ilusión, que carece de sentido enca­
rar la ilusión si se ha suprimido su base real, que 
para desenterrar la ilusión no es cuestión de inver­
tirla, sino de cambiar de terreno y pasar precisa­
mente a aquél en donde ella echa raíces. Pero Marx 
no presenta las cosas de esta manera. Efectivamen­
te, en absoluto opone apariencia, o ilusión, y reali­
dad. Sólo nos parece extraña esta negativa si re­
chazamos a priori la idea de un giro dialéctico, de 
un sesgo hegeliano en la presentación marxista de 
la historia. En caso contrario, ¿hay algo anormal 
en que el fenómeno sea apariencia de la verdad, 
y hasta su misma prefiguración? En realidad, el 
fenómeno ilusorio que identifica el cuerpo producti­
vo con el capital productivo, proyecta la produc­
tividad de las fuerzas de trabajo cooperantes sobre 
la unidad del capital dirigente e inversor, prefigura 
el futuro de aquel cuerpo, aclara el modo en que 
habrá de comprometerse. En otros términos, el me­
diador ocupa el lugar central, él lugar de la causa, 
al comienzo idealmente, luego realmente, sin solu­
ción de continuidad. Se comprende así la ceguera 
de la exégesis estructuralista de estos textos, en 
donde el flirteo con el “giro dialéctico hegeliano” 
se convierte en el más impúdico de los coitos.
Si la esencia de la dialéctica es la apropiación ima­
ginaria, llega al extremo de que la imagen termina 
por desposeer de sí misma a la realidad correspon­
diente, toda vez que a esta última para coincidir 
con su propia productividad, le es necesaria la me­
diación interna de una imagen de sí que concrete 
sus poderes. El cuerpo productivo presenta al cuer­
po biológico su verdad en imagen. El cuerpo social 
hace lo mismo con el cuerpo productivo y todos 
subsisten, aunque encadenados y tomo encapsula-
42
dos bajo la dominación de un solo amo: el capital 
universal.
¿Cómo habrá de operarse el pasaje de la ilusión a 
la realidad? Hasta el presente, “la coordinación de 
sus funciones individuales [de los obreros asala­
riados] y su unidad como organismo productivo”, se 
encuentra “fuera de ellos, en el capital, que los 
reúne y mantiene en cohesión”.10 El mediador sólo 
ha ocupado idealmente el lugar de la causa o de la 
fuerza productiva. En realidad, sólo sirve de inter­
mediario entre el cuerpo productivo y sus productos. 
La etapa siguiente convertirá una encarnación del 
capital en intermediario entre el cuerpo productivo 
y su productividad. Esta encarnación será una parte 
de la fuerza real del capital, cuyas funciones son 
las de reunir y vigilar los trabajos, será el perso­
naje que ejerce la vigilancia, pero en una forma 
renovada, en una forma técnica, es decir, en la for­
ma de una dominación intelectual del conjunto del 
proceso de trabajo.
Esta será, precisamente, la tarea histórica de la ma­
nufactura, según su doble origen y en sus dos for­
mas, heterogénea y en serie (sección IV, cap. XII). 
La manufactura lleva más lejos la tendencia del 
oficio a especializarse, es decir que acentúa al má­
ximo la posesión del cuerpo biológico por el cuer­
po productivo, con lo cual permite al mediador la 
invasión del terreno así abierto. Esto tiene como 
consecuencia, entre otras cosas, la de producir la 
caducidad de la tesis aristotélica según la cual la 
técnica prolonga los poderes del cuerpo.11 Sin em­
10 E l Capital, sec. TV, cap. XI, p. 267.
En la segunda p arte de este volum en se retoma y se 
desarrolla este punto.
43
bargo, la ilusión que sostiene al capital, otorgándole 
poderes productivos, vive de esta tesis, puesto que 
le permite usufructuar la distancia creada entre los 
poderes o una productividad referida a un cuerpo 
biológico ampliado y prolongado, y la productivi­
dad real del cuerpo productivo que, incluso en el 
estadio del maquinismo, sólo se emancipa imagina­
riamente de él para permitir, con todo, que la ex­
tracción de plusvalía, si bien perfectamente real, 
resulte imperceptible o inconcebible.
Sabemos que la manufactura es, ante todo, cronoló­
gica, lógicamente, y fenomenológicamente, hetero­
génea. Según el modelo de la manufactura de auto­
móviles, unidad final y aditiva de los trabajos de 
herrería, carpintería, dorado, etc., que la componen. 
Este procedimiento revela, por cierto, la preexisten­
cia del propósito o del fin como causa formal, o 
sea la determinación de la idea de automóvil en 
relación con su realidad producida. Sin embargo, 
la causa, que actúa desde el comienzo y que se 
manifiesta perceptiblemente al final, está ausente 
durante todo el proceso de trabajo, separada de la 
unidad y de su lugarteniente, el capitalismo, que 
cumple una función de mera vigilancia. No ocurre 
lo mismo en la manufactura de agujas, de natura­
leza serial. Aquí, la idea simple también actúa co­
mo causa formal, pero con la particularidad de des­
componerse en operaciones conexas despojadas de 
sentido, cada una de las cuales, por separado, exi­
ge, como condición de su ejecución, la presencia 
efectiva, como causa actuante durante el proceso 
inismo de trabajo, de la operación única a la que 
ellas concurren, no ya en la forma de simple vigi­
lancia, sino en tanto elemento organizador, que re 
gula a la vez la cantidad, el ritmo y la naturaleza
44
misma del trabajo que se efectúa. Esto significa 
que el representante del capital, poseedor de la 
idea o ingeniero, desempeña, a partir de ese mo­
mento, el papel técnico necesario, del que carecía 
tanto en el estadio de la cooperación simple como 
en el de la manufactura heterogénea.
Esta mutación implica la dislocación del cuerpo 
productivo restringido a los límites del cuerpo bio­
lógico, y hasta la simple explotación llevada al 
extremo de la productividad de este cuerpo formado 
por el oficio medieval.
Desde el punto de vista de la habilidad puramente 
manual, la única que se conoce en la corporación, 
puesto que allí no se disocian el trabajo manual 
y el intelectual, la manufactura serial lleva al má­
ximo la virtuosidad de detalle del trabajador, le 
confiere fuerza, precisión, eficacia, rapidez y segu­
ridad en los movimientos. Desde este punto de vis­
ta, no se trata de ningún milagro, ya que cualquier 
otra fonna de compulsión que no fuera la de la ga­
nancia como ley, habría podido obtener el mismo 
acrecentamiento de la productividad. Descartes ob­
servaba que el luthier tenía la inteligencia en los 
dedos. Desde este punto de vista, los dedos del 
luthierparcial de la manufactura en serie adquie­
ren genio y desarrollan una sutileza casi sobrehu­
mana. Esto se da junto con una mecanización cada 
vez más extensa del virtuosismo de los movimien­
tos, es decir, precisamente, de una pérdida de inte­
ligencia, un empobrecimiento. Esta contradicción 
refleja un fenómeno fundamental, moderno en el 
sentido más riguroso del término, cual es la explo­
sión del cartesianismo, que es también la del aris- 
totelismo, que hace de la técnica una prolongación
45
de los poderes del cuerpo.12 Ilustra el paso de un 
cartesianismo a otro. El paso del cartesianismo de 
la tesis del cuerpo-máquina se esfuma ante el car­
tesianismo de la tesis humanista que hace del saber 
(y no de la habilidad manual, del saber-hacer), el 
arma gracias a la cual el hombre se erige en “amo 
y poseedor de la naturaleza”, y en primer lugar de 
la naturaleza maquinista del cuerpo en general. Es­
ta tesis hace del cartesianismo la filosofía del ma­
qumismo y no del mecanismo. Pero no tiene los 
medios de su filosofía porque piensa el maquinismo 
(en el futuro) según el modelo del mecanismo 
(existente por entonces bajo la forma aditiva de la 
manufactura heterogénea, sea de la cooperación, sea 
del oficio medieval). Esta tensión hace de Descar­
tes el pensador del mecanismo y el ideólogo del 
maquinismo, a la vez reflejo del cuerpo productivo 
bajo su forma sincrética primitiva y programa para 
el cuerpo productivo en su forma capitalista desa­
rrollada. Arrancar uno de estos aspectos al sistema 
cartesiano lleva, o bien a una ubicación histórica 
restringida, como en el caso de Borkenau en Der 
Übergang vorn feudalen zum bürgerlichen Weltbild 
(el paso de la concepción del mundo feudal a la 
concepción burguesa), que Koyre denuncia justa­
mente, o bien a limitarse al aspecto profético de 
su ideología como si se tratara de una filosofía fun­
dada, y justificar —como se siente tentada de ha­
cer toda epistemología no crítica, en la medida en 
que ignora la cuestión de la posición de las ciencias 
en el cuerpo productivo el conjunto de las actua­
les relaciones de producción como aplicación de
12 Este problem a se trata de manera desarrollada en la 
segunda paite.
46
normas racionales válidas universalmente o como 
racionalismo aplicado. En el mismo acto de enun­
ciar el carácter transitorio y opresivo del maqumis­
mo, Marx ubica definitivamente en el campo de 
los pensadores burgueses a todos los que ven en el 
cartesianismo profético la verdad que permite pen­
sar toda la historia pasada del mecanismo. En efec­
to, se puede juzgar la historia de la filosofía del 
mismo modo que la economía política, y afirmar 
que es burguesa “en la medida en que no ve en el 
orden capitalista una fase transitoria del progreso 
histórico, sino la forma absoluta y definitiva de la 
producción social” (Posfacio a la 2 ̂ edición ale­
mana de El Capital). Todo esto significa que !a 
crítica, o la ciencia, debe juzgar una formación so­
cial desde el punto de vista de su futuro, es decir, 
de su negación.
Las protestas humanistas al modo de Friedman con­
tra el trabajo parcelario, el trabajo en migajas, 
protestas que comparten las corrientes izquierdistas 
inspiradas en Marcuse, al llamar a un desarrollo 
sin trabas de la técnica, esto es, a una inflación aún 
mayor del cuerpo productivo, hacen como si Des­
cartes, el Descartes del cuerpo máquina, describiera 
correctamente el cuerpo productivo, como si el ma­
qumismo fuera un mecanismo. Ello implica el des­
conocimiento de que la parcelación del cuerpo fí­
sico sólo es un fenómeno anacrónico que afecta el 
antiguo mixto de cuerpo biológico y cuerpo pro­
ductivo. No está allí la verdadera gran escisión del 
cuerpo. Es cierto que se halla entre los dos cuerpos, 
que se fueron separando progresivamente durante 
todo el período manufacturero —lo que torna inse­
gura toda crítica a la parcelación del trabajo—, pero 
también es cierto que esa escisión se apoya en otra,
47
practicada en el seno mismo del cuerpo biológico, 
que penetra el cuerpo, reducido entonces a una 
maquinaria, y las fuerzas intelectuales de la pro­
ducción, la cabeza, los sesos, cuyo estado actual es 
el del software de la informática. Por último, las 
tesis fenomenológicas y psicológicas, al insistir en 
la unidad del cuerpo y de la psiquis y en la unión 
sustancial cartesiana, hacen lisa y llanamente tabla 
rasa del trabajo histórico que el cuerpo social, rele­
vado por el cuerpo productivo, llevó a cabo en el 
cuerpo biológico, introduciendo la escisión de dos 
elementos en el corazón mismo del individuo. Fren­
te a la crítica histórica, tal como la practica Marx, 
la crítica parcial y anacrónica, la apología de lo 
que es, y el mito de una unidad perdida, se deben 
al desconocimiento de los resultados de la historia 
moderna dominada por el capitalismo.
Henos aquí, pues, frente a un “organismo de pro­
ducción cuyos miembros son hombres”, la manu­
factura, principalmente en la forma de la produc­
ción en serie. Ocupémonos ahora del camino del 
mediador capitalista, en su sensacional ascenso a 
las fuentes de la productividad.
El mediador ha ocupado, al hacerse cargo de los 
puestos de mando del organismo productivo entero, 
el lugar central donde el cuerpo fragmentado 
percibe su unidad, donde necesita una unidad 
con el propósito de convertir la suma de los 
procesos de trabajo parciales en una producción 
única, o en la producción de un único producto. El 
capital se interpone, entonces, entre la fuerza pro­
ductiva del trabajador parcelario y su producto, y 
lo hace en la forma técnica de trabajo de vigilancia 
y de unificación de tarcas. En consecuencia, entre 
capital y trabajo hay una solidaridad a la vez con-
48
tingente y contradictoria desde el punto de vista 
social, y necesaria y orgánica desde el punto de vis­
ta técnico o productivo. Si el capital tiende, como 
todo permite suponer, a la hegemonía en el conjunto 
del proceso de producción, no sólo le es necesario 
apropiarse de la función de unificación del cuerpo 
productivo, mediación entre producción y producto 
en la medida en que el tipo de cooperación en la 
manufactura en serie permite la subsistencia del 
todo por encima y al margen de las partes que lo 
componen, sino también de la fuerza productiva 
misma.
El problema es el siguiente: para apropiarse de 
esta fuerza productiva del trabajo, tendría que 
apropiarse del trabajo mismo, o bien del trabajador. 
Ahora bien, el capital no puede, sin contradecir su 
principio, convertirse en trabajo, pues que el capi­
talista se ponga a trabajar para evitar la necesidad 
de comprar fuerza de trabajo, es un sin sentido 
histórico, una robinsonada. Sólo le queda, pues, 
apropiarse del trabajador. Pero en un régimen mer­
cantil en el que todo tiene un precio, la subsistencia 
biológica del trabajador individual está numérica­
mente medida, se evalúa en bienes de consumo, ya 
que trátese de esclavo o de asalariado, la necesidad 
de alimentar y vestir la fuerza de trabajo no varía. 
Desde el punto de vista del capital, el problema 
adquiere la forma concreta de la búsqueda del 
aumento de la plusvalía relativa. La solución está 
en el golpe de genio que permitió al capitalismo cu­
brir toda la superficie de la tierra con una horro­
rosa membrana. Modificar el trabajo mismo, des­
plazar el lugar de origen de su fuerza productiva y 
variar al mismo tiempo su forma de utilización, no 
es simplemente trabajar o apropiarse del trabaja­
49
dor, sino en gran medida prescindir de éste, des­
poseerlo de su productividad, que era precisamente 
lo que lo hacía indispensable. La etapa que debe 
franquear el capital en su trabajo de apropiación 
parasitaria es la ejecución de la efectiva separación 
del cuerpo productivo y el cuerpo biológico, la 
expresión fuera del cuerpo biológico de toda la 
productividad que, hasta entonces, había permane­
cido oculta.
Expresar esta productividad es llevarla al paroxismo 
de su manifestación hasta que quede completa­
mente afuera.Los dos momentos de la inaugura­
ción del maquinismo son, en efecto, el perfeccio­
namiento del instrumento de trabajo parcelario y 
la instalación de las máquinas-herramientas.
El movimiento por el cual el cuerpo productivo 
caerá fuera de toda referencia biológica asignable 
y fuera del aristotelismo del mismo movimiento, 
será un desplazamiento inesperado a lo largo de los 
lados de un triángulo.
El trabajo parcelario, propio de la manufactura en 
general, tiene como rasgo importante el haber im­
preso al útil de trabajo un desarrollo orientado. En 
efecto, el útil sufre la misma especialización, la 
misma “parcelación” que el mismo trabajador, co­
mo si fuera realmente una parte de la anatomía de 
este último, su prolongación. En la manufactura no 
hay herramientas universales; cada una, indispen­
sable en una operación, resulta inútil en otra. 
Desde el punto de vista de la anatomía del cuerpo 
productivo, el juego respectivo del todo y de las 
partes en la producción, en el estadio de la manu­
factura, es el siguiente. El trabajador colectivo se 
asegura el primer lugar, pues domina el conjunto 
del proceso y verifica sus partes; en segundo lugar
50
viene el trabajador individual, parcelario, que le 
sirve como relevo; por último, la herramienta per­
feccionada sirve como órgano de operación y trans­
forma el material en un producto. De este modo, 
podemos considerar estos tres elementos de la ma­
nufactura como los vértices de un triángulo unidos 
entre sí en cierto orden irreversible y con un 
hiato, puesto que la herramienta no remite al tra­
bajador colectivo
T. C.
/
T. I. ------- -> H. P.
Sin embargo, la herramienta remite, en cierta ma­
nera, al trabajador colectivo, pues éste desempeña 
el papel de unidad del proceso, reflejando la uni­
dad del producto al cual los trabajadores indivi­
duales sólo aportan fragmentos. Por su forma espe­
cializada, la herramienta parcelaria es la que refleja 
la unidad analítica de un proceso dividido en sus 
partes constitutivas últimas. El fatídico movimiento 
de ruptura con una tradición milenaria, que condi­
ciona también la ruptura de Marx respecto de todo 
el socialismo utópico o metafísico orientado a in­
vertir el curso de la historia, consistirá en eliminar 
un vértice y dos lados del triángulo, en conservar 
tan sólo una relación bilateral del cuerpo produc­
tivo con los órganos de operación o herramientas 
parcelarias. No se puede llamar “trabajador colec­
tivo” a un organismo de producción cuyos miem­
bros ya no son hombres sino elementos maquini- 
zados, donde el cuerpo productivo deja de ser una 
metáfora biológica.
51
C. P.
t
I
H.P.
Este resultado relativo a la anatomía del cuerpo 
productivo debe encararse según sus condiciones de 
posibilidad.
Se trata de la solución a un doble problema que 
se plantea al capitalista: el problema de la valo­
rización del capital, problema político de disciplina 
del cuerpo productivo, encarado en estos térmi­
nos:
“Como la pericia manual del operario es la base de 
la manufactura y el mecanismo total en que ella 
funciona no posee un esqueleto objetivo indepen­
diente de los propios obreros, el capital tiene que 
luchar constantemente con la insubordinación de los 
asalariados.”13
¿Cómo se ha cumplido la expulsión del trabajador 
fuera del proceso de producción? Por el juego de 
dos expropiaciones, de dos delegaciones de poder, 
de una doble descomposición o disociación de la 
fuerza productiva del trabajo, sincréticamente con­
fundidas desde siempre.
Por un lado, la maestría manual adquirida, legada 
por tradición, conservada por la usura del tiempo. 
Este elemento ha sido parcialmente transferido a la 
herramienta parcelaria que acompaña a la exacer­
bación del proceso de espeeialización y en él par­
ticipa.
13 El Capital, libro I, sec. IV, cap. XII, p. 300.
52
T.I. -
expropiación
* H. P.
apropiación
¿Cómo ha podido acaparar el cuerpo productivo 
esas herramientas perfeccionadas para transformar­
las en sus propios órganos de ejecución?
Para conseguirlo fue necesario que se apropiara 
del resto, o los elementos de productividad ajenos 
a la destreza manual o física en general. Es imposi­
ble leer este resto íntegramente porque el cuerpo 
biológico oculta su naturaleza. Pero lo podemos leer 
en el cuerpo en el que habrán de integrarse los 
elementos descompuestos, en el cuerpo maquinista 
de la gran industria. Es necesario plantear la cues­
tión: ¿de qué se compone la máquina-herramienta 
y el sistema de máquinas-herramientas o gran autó 
mata?
Esta composición revela, en efecto, el resto de ele­
mentos productivos de los que debió despojarse al 
trabajador individual, de los que éste se vio expro­
piado, para que el maqumismo fuera posible. Esto 
no quiere decir, por cierto, que la verdad del cuer­
po biológico se encuentre en el cuerpo productivo 
maquinista, sino que de entre sus poderes sólo se 
han tomado, seleccionado, llevado a la virtuosidad 
inepta de la tarea parcelaria, los elementos produc­
tivos, a los que, por último, se ha sacado fuera de 
las extremidades del cuerpo y puesto en las herra­
mientas que lo prolongan, todo lo cual culmina en 
el vaciamiento del cuerpo biológico de sus poderes 
y sus fuerzas, con lo que se convierte en una mera 
envoltura hueca e irreparablemente mutilada:
“La verdadera manufactura, convierte al obrero en 
un monstruo, fomentando artificialmente una de sus 
habilidades parciales, a costa de aplastar todo un
53
mundo de fecundos estímulos y capacidades, al 
modo como en las estancias argentinas se sacrifica 
un animal entero para quitarle la pelleja o sacarle 
el sebo.” 14
¿Cuál es, pues, la composición de un “mecanismo 
desarrollado”? 15 Se compone de “tres partes sus­
tancialmente distintas: el mecanismo de movimien­
to, el mecanismo de transmisión y la máquina-he­
rramienta o máquina de operación”.
La máquina herramienta o máquina de operación 
es heredera de la herramienta parcelaria, especia­
lizada. En consecuencia, habrá que buscar en los 
dos primeros órganos la naturaleza de las fuerzas 
productivas del cuerpo biológico, a través de su 
descendencia.
El órgano motor, o mecanismo de movimiento, al 
producir energía o recibirla de otra parte, nos re­
vela que el trabajo humano es asimilable en parte 
a la noción física de trabajo,16 pues es la transfor­
mación de energía en movimiento, gasto de ener­
gía. Se la puede medir, y mediante la medida se 
percibe que el hombre no es un motor completa­
mente satisfactorio, que está limitado, que no tiene 
flexibilidad ni potencia. Sin embargo, es este mo­
tor el que constituye lo esencial de la fuerza de tra­
bajo humana, una vez que la herramienta parcela­
ria se ha desarrollado al máximo. Para ejemplo, el 
de la rueca.17
14 El C apital, sec. IV, cap. XII, § V, p. 2 9 3 : carácter ca­
pitalista de la manufactura.
15 El Capital, sec. IV, cap. XIII, p. 303.
16 El C apital, sec. IV, cap. XIII, p. 30 6 : “nada se opone 
a que [el músculo humano] sea sustituido también como 
fuerza m otriz por las fuerzas naturales”.
17 El Capital, sec. IV, cap. XIII, p. 30.5.
54
Es en el tercer órgano, simple intermediario, mo­
desto mediador, donde el capital ha descubierto 
y explotado un tesoro. Constituye no solamente el 
secreto del pasaje al maquinismo capitalista, sino 
también la esencia de la productividad de los otros 
dos.
“El mecanismo de transmisión, compuesto por vo­
lantes, ejes, ruedas dentadas, etc., regula el movi­
miento, lo hace cambiar de forma cuando es nece­
sario. .. y [lo] transmite a la máquina-herramienta’ . 
Regulación, distribución, modulación del movi­
miento. ¿Se trata de simple función de transmisión, 
simple intermediación? ¿No se trata de intervención 
en el proceso directo del gasto de energía física, de 
tal modo que ésta se someta a los fines de quien 
se apropiará del producto, de quien ha previsto 
tanto el uso como la intercambiabilidad del pro­
ducto antes de todo proceso de producción? La 
transmisión, en su forma encarnada de ruedas den­
tadas, poleas y cables,manifiesta la causalidad for­
mal de la producción, la prioridad de la represen­
tación del producto sobre su producción efectiva. 
Pero esta vez la causa formal viene a identificarse 
en parte con la causa eficiente, pues no se trata ya 
del buril del escultor, sino de la mano que lo ma­
neja, el heredero de la mano. El mediador ha ve­
nido a instalarse desde un comienzo en el espacio 
que separa la captación de la energía física (el mo­
tor), y su gasto en forma automatizada (el órgano 
de operación convertido en máquina-herramienta). 
En consecuencia, es el medio para que la fuerza 
productiva material se transforme en producción. 
Pero este medio está directamente emparentado 
con aquel que doma la energía material y la utiliza 
en su provecho, con el elemento inteligente y cal­
culador que preside al conjunto del proceso de tra­
bajo, más aún, que es el requisito necesario a todo 
proceso de trabajo que es el elemento de montaje 
del cuerpo productivo, del cual dependerá íntegra­
mente en su funcionamiento, y que recuerda a un 
ingeniero. Si el elemento de transmisión correspon­
de, en el sentido de la anatomía del cuerpo pro­
ductivo, a los poderes de la cabeza, al trabajo de 
un ingeniero, de un ingeniero previsor que ha he­
cho construir los mecanismos de regulación que 
permitan la adaptación de las energías naturales a 
su gasto productivo, entonces sus propiedades son 
sintomáticas de las del trabajo intelectual.
Asistimos entonces a una extensión espacial inmen­
sa del mecanismo de transmisión:
“La transmisión se convierte en un cuerpo tan vasto 
como complicado.” 18
Más tarde se crea un “gran autómata” formado por 
una combinación de máquinas-herramientas:
“La máquina aislada es sustituida por un monstruo 
mecánico cuyo cuerpo llena toda la fábrica y cuya 
fuerza diabólica, que antes ocultaba la marcha rít­
mica, pausada y casi solemne de sus miembros gi­
gantescos, se desborda ahora en el torbellino febril, 
loco, de sus innumerables órganos de operación”.19 
La insistencia en el gigantismo del gran autómata, 
al mismo tiempo que subraya la dificultad de la 
tesis aristotélica según la cual mediante la técnica 
humana se crean miembros artificiales, refuerza con­
siderablemente la antigua ilusión que hacía del 
capital, encarnado en los medios de producción 
—que han llegado a ser gigantescos— el presupuesto
i» El C apita l, sec. IV, cap. XIII, p. 309.
19 El Capital, sec. IV, cap. XIII, pp. 3 1 1 12.
56
natural o divino de toda producción. Y en verdad, 
hasta cierto punto, esa es la realidad, pues en la 
medida en que el capital se ha apropiado de las 
fuerzas intelectuales o técnicas del trabajo, la uni­
dad de los trabajos es el factum del capital.
Vemos entonces que al trabajador-órgano mecánico 
del gran autómata, el capital se presenta en la for­
ma de la inteligencia, como presupuesto de toda 
producción y fuerza productiva eminente.
La corporación ha vivido. El saber se ha escindido 
del saber-hacer; la invención de la repetición de los 
movimientos apropiados.
“En el maquinismo, al convertirse en maquinaria, 
los instrumentos de trabajo adquieren una modali­
dad material de existencia que exige la sustitución 
de la fuerza humana por las fuerzas de la natura­
leza y la rutina por la ciencia.” 20
Y en seguida:
“.. - La gran industria crea un organismo perfecta­
mente objetivo de producción con que el obrero 
se encuentra como una condición material de su 
trabajo, lista y acabada”.21
En consecuencia, las ciencias desempeñarán el pa­
pel de fuerzas productivas eminentes, presupuestos 
de la producción, presencia del Capital en el pro­
ceso de producción por delegación.
Detengámonos en la lógica del análisis que hace 
Marx del cuerpo productivo.
La exposición fenomenológica sufre aquí una me­
tamorfosis. Debido a la confusión con un orden 
cronológico lineal, una y otra vez, el texto de Marx
80 El C apital, sec. IV, cap. XIII, p. 280.
21 El C apital, sec. IV, cap. XIII, p. 315 .
57
nos presenta, en calidad de término medio, de me­
diación, de intermediario, un elemento, un mo­
mento que habrá de ocupar en seguida un lugar 
predominante, que llegará a adquirir una importan­
cia central: hablamos del capitalista mercantil des­
de su comienzo, que luego se transformó en el ins­
pector del proceso de trabajo cooperativo, y más 
tarde en el ingeniero o el elemento intelectual de la 
producción, cuya importancia, que acabamos de 
indicar, estriba en hallarse en el origen del monta­
je del gran autómata o sistema de máquinas herra­
mientas. ¿Se trata de la repetición de una misma 
figura? La última nos revela que el mediador, el 
elemento presente fenomenológicamente como tér­
mino medio, no es más que el presupuesto del pro­
ceso de producción. Este presupuesto no es, como 
lo indica el orden fenomenológico, la existencia ma­
terial de locales y de máquinas previamente a la 
llegada de los trabajadores, al proceso de trabajo, 
al proceso de producción. Tampoco se trata de un 
aspecto cronológico no esencial, de la prioridad del 
presupuesto respecto del proceso. Ni tampoco se 
trata de la “estructura” que revelaría su existencia 
a través de la sucesión fenoménica de sus estados, 
es decir, la estructura productiva no es la misma 
en la manufactura que en el maquinismo. Sin Em­
bargo, el presupuesto más allá de la diferencia de 
los elementos que en él se apoyan, es el mismo. De 
lo que se trata es, en realidad, de una relación de 
dominación, en que las fuerzas dominadas son idén­
ticas a la naturaleza y las fuerzas dominantes, a lo 
que podríamos llamar la voluntad.
Una parte de las fuerzas productivas incluidas en 
el cuerpo biológico aparece, cuando las reemplazan
5S
las fuerzas naturales en su función motora, como 
naturales en sí mismas; así, el músculo es un motor 
que transforma la energía en movimiento. El ele­
mento sometido de la fuerza productiva orgánica 
se asimila a la naturaleza. Cuando no se distinguía 
de los elementos “superiores”, es decir, los intelec­
tuales o hábiles de la productividad artesanal, no 
aparecía ese carácter natural. En realidad, la servi­
dumbre es la condición de la naturalidad, o bien, la 
naturaleza es el nombre que da el señor a quien lo 
sirve. Por eso, toda mecánica manifiesta una rela­
ción entre una voluntad y una naturaleza. En efecto, 
el mecanismo consiste en poner en juego cierta 
cantidad de elementos, unos sobre otros, según su 
naturaleza, de tal manera que él resultado sea el 
cumplimiento de los fines de quien los ha reunido.22 
No cabe duda de que se trata de una argucia, pero 
sólo a medias, pues los elementos, ya desempeñen 
su papel natural, ya lo hagan como naturaleza, ca­
recen de fines propios; el mecanismo se apoya en 
la negación que realiza el encargado del montaje 
de toda finalidad propia a los elementos que lo 
integran, lo cual significa su reducción forzosa a 
una naturaleza considerada como inercia o identi­
dad en sí. El naturalismo que se instaura en el cuer­
po biológico a partir del momento en que entra en 
escena el capitalista mediador, pero con la aspira­
ción a ocupar el lugar del señor, es simplemente un 
devenir sometido, un devenir al comienzo soñado, 
luego buscado, finalmente obtenido mediante la 
sustitución del organismo de producción cuyos
22 En Connaissance d e la V ie , artículo “Aspects du vitalis 
m e”, G. Canguilhem com para el mecanismo con la argucia 
hegeliana de la razón.
59
miembros son hombres, por el gran autómata en 
que los hombres sólo son accesorios o sustitutos de 
órganos mecánicos.
Podemos ahora restituir la verdad del papel de pre­
supuesto que desempeñaron las criaturas del capi­
tal en el proceso de producción, primero imagina­
riamente, más tarde realmente. El mismo señala las 
etapas de un itinerario, el que sigue el capital hacia 
el lugar del señor, y las de una muda, pues a me­
dida que el cuerpo productivo se destaca en su 
individualidad, se convierte en cuerpo del capital, 
provee al señor de su cuerpo, su elemento orgánica­
mente sometido,

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