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El cuerpo productivo Teoría del cuerpo en el modo de producción capitalista Didier Deleule Francois Guéry Editorial Tiempo Contemporáneo Título del original: be corps productif. © Maison Mame, 1973. Traducción: Marco Gaknarini Tapa: Carlos Boccardo IMPRESO EN' L A ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene La Ley \ 11 .72 © de todas las ediciones en castellano EDITO RIAL TIEMPO CONTEMPORANEO S.A., 19 Viam onte 14 53 - Buenos Aires https://tinyurl.com/y794dggv https://tinyurl.com/y9malmmm Indice Prim era parte Prólogo 9 La individualización del cuerpo productivo 15 Francois Guéry I. Cuerpo, producción, productividad 17 II. El cuerpo productivo en Marx: La apropiación capitalista de los poderes del cuerpo III. Metamorfosis en curso: La naturalización de los poderes de la cabeza o el cerebro fragmentado 61 Segunda parte Viviente - máquina y máquina viva 87 I. La construcción del cuerpo productivo en su imagen 7 II. La psicología en el cuerpo productivo 89 Prólogo Si bien es cierto que toda producción tiene necesi dad de medios, entre los cuales se cuentan los ins trumentos, la producción humana de las condicio nes mismas de subsistencia parece utilizar al cuerpo propio como instrumento privilegiado del cual proviene toda técnica desarrollada, incluso el ma qumismo. Según Marx, toda producción es social, y la socialización del cuerpo no se distingue de su conversión en medio de producción. Sin embargo, las sociedades históricas no socializaron inmediata mente la fuerza de trabajo que conlleva el cuerpo biológico, sino sólo en un pasado reciente, en un pasado que es el nuestro. Se trata de una tarea que el capitalismo cumple todavía hoy, la de incorporar el cuerpo biológico al cuerpo social por mediación de un tercer cuerpo, hasta ahora inadvertido porque es objetivamente fatal e indistinto: el cuerpo pro ductivo. El trabajo de esta mediación, lejos de acercar el cuerpo biológico al estado socializado en que el cuerpo social lo contendría como elemento, sólo consigue hipertrofíar el cuerpo intermediario y retardar la fusión, hasta llegar a invertir la tenden cia, ya que la socialización prevista cede lugar a la privatización de las funciones sociales. Si un cuerpo se define tanto por su unidad como por sus divi siones, no es la división social del trabajo —que afecta al cuerpo social— la que lleva a cabo las ta reas formadoras y represivas, objetivamente identi 9 ficadas, en perjuicio del cuerpo biológico. Quien cumple esa función es la división técnica, heredera de la división manufacturera, al afectar al cuerpo productivo. La división técnica no fragmenta el cuerpo biológico, sino que lo descuartiza al sepa rarlo de sus poderes, al volver contra él los poderes de la cabeza, su extracto, su resumen. El capital cumple, además, con la migración de las energías productivas a la capital del cuerpo que es la ca beza; entonces comienza a merecer su nombre. Por lo tanto, la inclusión jerárquica de los tres cuer pos no es estable, sino que sufre un movimiento de translación bipolar hacia su parte media, un de venir productivo de todos sus componentes. Curio samente, la epistemología contemporánea, compren dida la de las ciencias sociales e incluyendo el ma terialismo histórico en sus formas más aceptadas, anuncian la desaparición de la producción en la reproducción y declaran reproductora a toda es tructura productiva. En el dominio de las ciencias de la vida, Jacob sostiene, por ejemplo, en la Logi que du vivant, que la reproducción es a la vez el criterio de la vida y el fenómeno lógicamente pri mero del cual la producción de cada individuo sólo sería la pieza de un engranaje. El poder autoproduc- tor de las estructuras sociales se ve afirmado por análisis en los que el juego de las funciones socia les más diversas se asimila al de los mecanismos de reproducción, lo que acredita la tesis de la so cialización acelerada de los dos cuerpos dominados. La escuela, la prisión, el hospital, los sindicatos y los partidos, rivalizarían con el aparato central del Estado, a fin de lograr una mejor socialización del cuerpo biológico, es decir, de quebrarlo. En reali dad, la tendencia predominante es la de la privati- 10 zación de los órganos, la de su integración en el cuerpo productivo como elementos de la produc ción, o de la modelación del material humano hasta dejarlo bajo la forma productiva. De este modo, la formación del cuerpo productivo, en el sentido bio lógico del término, es inducida desde lo alto por el cuerpo social, una vez que la burguesía se ha apo derado de sus órganos principales. (Se comienza a ver que la monarquía absoluta es una forma bur guesa de Estado). Y este cuerpo adquiere en se guida una autonomía y una importancia cada vez mayores. Es esa autonomía la que acentúa su su misión al cuerpo social, cuyos poderes va heredando poco a poco. Por ejemplo: la reproducción —propia del cuerpo jerárquicamente dominante que engloba a los otros dos— pasa al servicio de la producción. A este respecto vale la pena recordar, prolongar y tomarse en serio los análisis del cuerpo u organismo productivo que lleva a cabo Marx en la cuarta sec ción del libro primero de El Capital.“ Y éste, pre cisamente, será el tema de la primera parte de esta obra. Si el cuerpo social debe delegar cada vez más sus poderes en el cuerpo productivo, de la misma ma nera, la autonomía del cuerpo biológico se toma necesaria dentro del cuerpo productivo individua lizado: mejor aún, el rango de pieza de engranaje que el segundo confiriera al primero exige, en más de un aspecto, cierto tipo de separación que nos será preciso analizar. Esta separación -que señala el retomo de la vida bajo una forma dominada— requiere a su vez el desarrollo de una disciplina * Toda' las referencias a El C apital remiten a la traducción de W . Roces, F.C .E., 1946. 11 específica, que se encuentre ella misma en la inves tigación de su autonomía problemática. De este modo, la psicología de vocación científica viene a ocupar un lugar que, por así decir, le estaba ya reservado en el espacio ideológico, pero cuya efec tiva realización sólo puede darse cuando las condi ciones reales del desarrollo del modo de produc ción lo permitan. La disciplina psicológica, consi derada aquí como “síntoma” de la ampliación del campo de las ciencias humanas, constituye, pues, a su nivel propio, una de las mediaciones necesarias entre el cuerpo productivo y el cuerpo biológico: el cuerpo biológico produce en tanto cuerpo autó nomo apresado en las redes del cuerpo productivo, en su representación mecánica; entra en el círculo de la reproducción en tanto elemento del cuerpo productivo, el cual está a su vez sometido al cuer po social. Sin embargo, puesto que este elemento de base es en cierto modo irreductible a un discurso general sobre la producción, para tratarlo es nece sario el desarrollo de un discurso particular, único capaz de realizar la mediación indispensable. En adelante, nada impide pensar que la psicología, en tanto pieza de la reproducción simple, intervenga en la superficie del cuerpo social, aunque tan solo en la medida en que la mediación se desplace, pues, en última instancia, es el cuerpo social el que gobierna la fusión de la producción y de la repro ducción. A esta altura se trata, pues —a pesar de las lágri mas de protesta humanista que invaden gustosas la literatura “crítica” de las ciencias humanas, pero con una actitud de cautela respecto de las distin ciones tajantes del tipo ciencia/ideología, cuyo es fuerzo se agota en pensar las condiciones de cienti 12 ficidad de una ciencia (en este caso, de las ciencias del hombre)— de reintroducir la finalidad de las ciencias humanas (en este caso la psicología) en el circuito productivo en cuyo seno asumen ellas la función característica —sin dejar de lado las volun tades reformistas que a veces las frecuentan— con el mismotítulo, aunque en otro registro, que las ciencias de la naturaleza. Poco importa, entonces, que la psicología sea ideológica o ciencia (en reali dad el problema de establecer si la ciencia es super estructura o si constituye un dominio autónomo regido por las leyes del pensamiento, se desplaza considerablemente si, en tanto fuerza productiva, la ciencia se localiza en lo que se llama infraestruc tura, que en este caso se identifica con el cuerpo productivo). Y menos aún importa que se reclame para ella, a voz en cuello, el nivel-de-disciplina- científica - perfectamente - autónoma - pero -en-rela- ción-estrecha-con-las-otras-ciencias-humanas-para- promover-la-interdisciplinaridad -deseada, puesto que su discurso y sus prácticas se inscriben en un “proyecto” histórico que otorga a la psicología un lugar del que sólo por ejercicio de la “mala con ciencia” trata de escapar. D. Deleule F. Guery 13 Primera parte La individualización del cuerpo productivo Francois Guéry Cuerpo, producción, productividad I Decía Spinoza que ni siquiera sabemos lo que pue de un cuerpo. La cuestión acerca del poder de un cuerpo nos aleja de esta otra, que solemos formu larnos en primer término: qué es un cuerpo, cuál es su naturaleza, su identidad. Antes de ocuparse de lo que el cuerpo es, será necesario saber qué puede. Pero hay más todavía, pues ambas cuestio nes no están en la misma tesitura, no corresponden a la misma instancia. La concerniente al poder re mite a una experiencia de percepción de intensidad, una experiencia de conocimiento directo y sin ro deos. A la inversa, la cuestión concerniente a la identidad supone el hecho de nombrar, supone tam bién que el cuerpo haya padecido la experiencia de la identificación consigo mismo. Efectivamente, no podemos esperar respuesta alguna a la pregunta “¿Quién eres?”, de parte de alguien que jamás se la haya formulado antes. Con el lenguaje entramos en un laberinto, pues sólo se identifica aquello que ya se ha identificado con otra cosa que sí mismo. ¿Con qué se ha identificado el cuerpo? La pregunta se convierte en una investigación. No saldremos de ella, pero tampoco la evitaremos. Sin embargo, po- 17 demos remitir la pregunta a sí misma planteándole esta otra: ¿quién piensa en preguntar “quién está allí’? ¿quién reclama que lo desconocido que se presenta decline su identidad? Podemos responder de inmediato; los guardianes y la policía. Los guardianes de edificios, de depósi tos, de cuarteles, de cualquier propiedad pública o privada. La cuestión de la identidad es sospechosa, porque ignora y tiene miedo de ignorar, adivina y tiene miedo de adivinar. El que pregunta quién no tiene, por cierto, la conciencia tranquila, pues tiene- algo que perder, algo que ocultar también, y algo de qué temer, a priori, acerca de quien sea. La iden tidad, en efecto, es una referencia al anonimato. Unicamente los desconocidos, los indiferenciados, los anónimos, tienen necesidad de un nombre, de un número. Que cualquiera, quienquiera que fuese, sea un desconocido, y, en consecuencia, amenaza dor, es precisamente la realidad, el universo, del guardián de propiedad. Como contrapartida, los que dominan la historia tienen de ella una concepción policial, y esa es la que impera. También el cuerpo productivo se vio envuelto en la cuestión de la identidad, y le hizo falta un nombre. Como todo desconocido, amenaza la propiedad, pues es una propiedad en potencia. El nombre que lleva remite al universo policial de una cierta manera. La analizaremos. Ese cuerpo se llama productivo. “¿En qué sentido es una identidad? ¿No lo es acaso todo cuerpo? Si consideramos el cuerpo al que más comúnmente se reconoce como tal, es decir, el cuerpo de los ani males, vemos que produce, por lo menos, su propia sustancia, según el concepto de la especie; produce 18 su descendencia según este mismo concepto; se lo puede llamar productor de su especie. Pero casi no pensamos en ello, pues referimos todos los actos del cuerpo de los animales a su naturaleza de seres vivos, y no a la de productores. Del mismo modo, los niños transforman en sus jue gos los materiales que les son dados, pero con ello sólo se divierten; por cierto, producen. Ser productivo no es, por lo tanto, lo propio de quien transforma, o informa una materia previamente da da, como quisiera el mito de la creatividad, otro término sospechoso. A decir verdad, ser productivo no es propio de nada ni de nadie; sino que son los productos lo propio de quien se los apropia. Esto significa que el término pertenece al vocabulario de cierto tipo de propietario. Efectivamente, si ser productivo es ser susceptible de dar lugar a productos, objetos de una apropia ción, es porque la forma final de la producción, el producto, vale por sí misma, o de un modo privile giado. Pero, a no ser un consumidor, ¿quién quiere los productos? ¿Quién se apropiaría de productos que no se pudiera consumir de ninguna manera? Producción y productividad son nombres dados pol los consumidores, son signos del discurso del con sumidor. Del cuerpo productivo no se dice que es productor, porque su concepto, su nombre, no es la produc ción, sino la productividad. En alemán, a esto se le llama Produktickraft, término que no designa la ír.erza productiva, sino la potencia o facultad de producir. De la misma manera, el Urteihkraft del que Kant ha realizado la crítica, no es la fuerza del juicio, .sino la facultad de juzgar. ¡Facultad! ¿Se trata, pues, de algo facultativo? ¿Producir, sería ver- 19 (laderamente facultativo? ¿Es acaso el ejercicio de una potencia que podría muy bien abstenerse de en trar en acto? Los trabajadores de la tierra no sien ten que ejercen facultativamente su potencia de cultivar, su productividad. Por el contrario, la acti tud de gran señor caprichoso, esa gratuita genero sidad, se la atribuyen a la tierra. Así, las prácticas mágicas suponen una facultad de producir, y, en consecuencia, de no producir; suponen la suspensión de la potencia. Pero la potencia es el hecho de la naturaleza, o bien, si se prefiere, cuando el cuerpo social usufructúa esencialmente los trabajos agríco las no hay cuerpo productivo aislable e identifi- cable. Lo que ocurre es que el trabajador de la tierra se concibe más bien como el consumidor de los pro ductos de la tierra que como su productor. Sólo a este precio puede entrar en su discurso el término de productividad, atribuido a la tierra. Esto significa que, para que el cuerpo productivo se componga de trabajadores, y no de una vaga unidad entre la tierra y sus explotadores, es necesa rio que el consumo no esté natural, sino socialmente separado de la producción. Es necesario un espacio tal que el consumidor pueda ver la producción co mo una potencia extraña que funciona a su servido, y pueda suspender su potencia o su* servicio. Pero no es suficiente hablar de espacio o de distancia si no se dice quién separa, quién pone a distancia y quién ocupa el lugar así delimitado. Podemos suponer que el mediador hará su propio juego a fin de asegurarse la parte del león entre las que se han puesto sobre el tapete. El mediador es el pro pietario de los productos. El cuerpo productivo es para el consumidor, existe con ese nombre desde su 20 punto de vista. Es, pues, para y por sus productos. Ser propietario de productos equivale a dominar la producción. Quien se apropia de los productos, se apropia de su venta, es decir, del mercado. Vemos así que sólo existe cuerpo productivo en una economía de mercado o en un modo de producción mercantil. El secreto de que la producción se de sencadene o entre en suspenso, en forma de pro ductividad, está en que la producción no tiene co mo destino el consumo directo —segundo momento del ciclo— sino el mercado, la apropiación tempora ria de los productos, el intercambio. A la inversa, la aparición del mercado, del régimen de intercambio, del mercantilismo,implica la cris talización del cuerpo productivo, lo toma visible, le otorga un rostro y una identidad. Esta separación, esta división en el cuerpo produc tivo, constitutiva del mismo, es solidaria de otra división, externa, superior, y de carácter social: la división entre la ciudad y el campo. En verdad, la división entre producción y consumo, la intervención del intercambio y de la distribución, no afectan in teriormente al cuerpo productivo mismo, sino que solamente lo individualizan. Sin embargo, esta pri mera gran división que afecta exterionnente al cuerpo productivo, es el contragolpe de una división del cuerpo social, que nos pone sobre una pista, que enunciamos así: una división que afecta el inte- rior mismo del cuerpo productivo deberá siempre remitimos a una gran división social que la pro voque. La división entre la producción y el producto, que es posible intercambiar y consumir, deja lugar a una ttiediación, a un tercer término. Si es cierto que el 21 mediador se apropia de la producción junto con el producto, sabemos a quién obedece el cuerpo pro ductivo. Se trata de un dato precioso, pues de la naturaleza del propietario, del señor, dependerá la del siervo. El mediador es un término medio, y también el término que designa un medio: el medio, para la fuerza o la instancia productiva, de producir1. El mediador ocupa el lugar del medio de producción. Si la producción está separada de su poder, porque está separada de su producto, ¿por qué no estará también separada de sus medios de producción? Una vez que el cuerpo productivo ha sido indivi dualizado e identificado con una pura potencia de producir, producción en potencia o en suspenso, es necesario dar a esta potencia inmóvil el agente, el factor desencadenante, el medio de pasar al acto. Es necesaria la mediación de un comerciante que compre para vender, que abra el mercado, que dé al cuerpo el medio que le es adecuado. ¿Qué es un cuerpo sin metabolismo, sin intercambios, sin con sumo, sin eliminación? 1 L a periodización de nuestra historia en eras de la comu nicación, era oral, era literaria ( litte racy) , luego era eléc trica, que opera M acLuhan en su obra Understanding M edia valoriza indebidamente esta potencia de mediación o de comunicación que en realidad no corresponde más que a un período reciente, el período m oderno en donde reina el modo de producción m ercantil y en donde los intermediarios conquistaron un papel decisivo en la v ida social. Este m ito, retrospectivo por definición, funda la valorización de una n ueva era de la tecnología en la q ue la producción parece volatilizarse ante el “m ensaje”, en el mismo estilo en que M acLuhan rechaza el marxismo, al que acusa en general de que en su concepción de Ja historia no p arte del fenó meno de la comunicación, sino del de la producción. 22 De este modo, el comerciante ha sabido hacer del cuerpo productivo algo dependiente, algo que debe exigir para vivir. Pero el rufián, el usurero, el chan tajista, el revendedor, no son amos. La fuerza de pendiente no está sometida; no funciona al servicio de quien la mantiene en forma. Más aún, es nece sario que el mediador o término medio pase al interior mismo del cuerpo a dominar, es necesario que se apodere de los puntos decisivos de su po tencia. El modo de producción mercantil todavía no ha invadido la producción misma. Las relacio nes mercantiles aún no se han separado de las fuer zas productivas. En otras palabras, es necesario que el mediador se apropie no de los medios de producción —en reali dad todo modo de producción lo hace sin alterar en nada el cuerpo productivo y en mutua relación de dependencia con éste—, sino de los medios de la productividad o de los resortes mismos de la pro ducción. El movimiento que culmina con el sometimiento del cuerpo productivo por parte del mercantilismo, fuerza nula que ocupa el espacio vacío que separa producción y producto, puede dar la impresión de engrosar el cuerpo productivo hasta llevarlo a ocu par toda la esfera económica, hasta hacerlo pene trar en el mercado, que es su medio vital. El límite del movimiento de conquista está en la coincidencia de los conceptos de cuerpo productivo y de economía. A partir de Lenin sabemos que la extensión espacial del cuerpo productivo puede ser la del planeta entero, una vez que el imperialismo haya cubierto toda la superficie del mismo. Pero es necesario conservar en el espíritu la noción de que tal expansión es sólo el fenómeno, la apariencia de 23 un movimiento de fractura y de apropiación interna de la productividad del cuerpo por su medio, por la fuerza nula y parasitaria que lo ha separado de sus poderes. Vemos que el cuerpo productivo tiene un devenir histórico. (Actualmente, ha devenido, se ha desarro llado, está a punto, como diríamos de un queso, es decir, está completamente mercantilizado; la fuerza nula del mediador ha contagiado a la mayor parte del engranaje.) La cuestión pertinente de lo que puede se ha convertido realmente en algo de pendiente de la cuestión —policial— acerca de qué es, de su identidad, de la serie de sus identificacio nes, que acompaña los progresos de su apropiación interna. ¿Cómo seguir tales "progresos”, tal progresión de parasitismo de las fuerzas productivas por parte de las fuerzas mercantiles? 24 El cuerpo productivo en Marx: La apropiación capitalista de los poderes del cuerpo II Cuando Marx estudia la manera en que el capital consiguió aumentar la plusvalía relativa y dismi nuir, en consecuencia, el valor de la fuerza de tra bajo, se ve obligado a hacer una incursión histórica, un retroceso en el tiempo que permita confrontar el capitalismo no ya con sus propios elementos, sino con los elementos integrados en otro modo de pro ducción. Se trata, pues, de un movimiento retros pectivo que vuelve a recorrer el camino de ascenso del sistema económico dominante, que distingue sus etapas y comprueba sus estragos, después de haber analizado el movimiento actual del capital, de haber delimitado —por parte del capital— un dominio que ha terminado por ser su dominio propio. Este texto, que ocupa la sección IV del libro pri mero, al seguir un proceso de apropiación progre siva o de capitalización de elementos pertenecientes al régimen previamente dominante, revela cómo el capital ha tenido que incorporar nuevamente esos 25 elementos, integrarlos a un cuerpo nuevo, esto es, al cuerpo productivo, que no es ni el de aquellos elementos ni el del capital. Es una mediación; en el límite, será el cuerpo propio del capital, pero bajo una forma siempre frustrada, siempre inesta ble. Buscaremos en Marx, pues, la identidad del cuerpo productivo. Marx habla de ello explícitamente y con un interés más cercano al espíritu clínico que a la especulación histórica. Podemos apoyar esta idea con algunas observaciones eruditas, aunque no decisivas, como éstas: la lectura que realizó Marx de Saint-Simon, autor de la fisiología social; el es tudio de la literatura médica más reciente, “a fin de elaborar un diagnóstico de la enfermedad de Engels y establecer su terapia”, en agosto de 1857, en el momento en que redacta una Introducción general a su obra económica. Precisamente en este año, 1857, Claude Bernard acaba de exponer su método de experimentación fi siológica en conferencias en las que reemplaza a Magendie. Todo esto significa, simplemente, que no hay por qué descartar el hecho de que Marx haya razonado en estilo de médico, de fisiólogo. En El Capital, el estudio del “mecanismo de con junto” de la manufactura viene inmediatamente después del de su cuerpo, es decir, la fábrica. Esto es, la fisiología después de la anatomía y para dar cuenta de ésta. Pero lo más notable es que no hable de fenómenos orgánicos (o quasi orgánicos) o fi siológicos que tienen lugar en el cuerpo productivo, sino en tanto fenómenos enfermizos, afecciones mórbidas. La diferenciaentre el médico y el sabio en fisiología está en que para el primero la experi mentación fisiológica está ligada a la voluntad de 26 intervenir contra el desarrollo de formas de vida patógenas, enfermizas; el médico lleva la mano, e- escalpelo, la atención, allí donde duele. El estudio de la fisiología de la manufactura se re duce a una serie de exclamaciones indignadas, de tomas de posición que constantemente animan des de adentro el análisis de las estructuras y del fun cionamiento. Por todas partes la enfermedad, la tor tura, el debilitamiento. Por todas partes la manu factura rechina, se queja. El cuerpo productivo se le aparece a Marx como un enfermo, y también co mo una enfermedad que ataca al cuerpo biológico, sometiéndolo a tortura. Estas precisiones no sólo aclaran un texto. Se trata de una voluntad, la volun tad de intervención que da a los análisis teóricos el carácter de escalpelos, de mano que palpa, de ojo que escruta y se compadece. Voluntad de saber dónde golpear. Ojo que escruta, mano. . . Nos preguntamos qué va a escribir la mano, en plena carne. Pobre cuerpo mártir, ¿qué prescripción te será escrita, quién te salvará de su marca? El Capital es esa prescripción escrita con mano “crispada de tics a causa de un hígado enfermo”, en plena carne, sobre la espalda del capital, literal mente y en todos los sentidos, sobre la espalda del cuerpo productivo que no se distingue de su enfer medad. La prescripción más bella del mundo, por que no está escrita por dinero, sino contra el dinero. En verdad, si bien no se trata de la indicación de un remedio, El Capital contiene la historia natural de la enfermedad; es un informe acerca de sus fases. Es necesario conocer los antecedentes del enfermo. Helos aquí: el cuerpo productivo es, en cierto rno- 27 do, el heredero o el descendiente de otro cuerpo, que no pertenece en sentido estricto a ningún modo de producción, sino que se remonta a la más lejana antigüedad y ha sobrevivido a todos los cambios. Es el oficio o la corporación. En realidad, no es su descendiente, pues en este dominio no hay filiación. Es una envoltura carnal, un cuerpo poseído por otro, metamorfoseado, desfigurado, alterado en su estructura y su funcionamiento. La intrusión de las relaciones mercantiles en el ofi cio, que siempre había fracasado, se impone ahora porque la burguesía es lo suficientemente poderosa como para remontar la corriente de la historia. Marx insiste en presentar a la corporación medieval como un cuerpo saludable, muy bien defendido con tra toda agresión del medio, un cuerpo sólido, bien constituido. Esto no implica la idea de que el modo de producción capitalista haya introducido, en ge neral en la sociedad, una verdadera degeneración, sino únicamente que el cuerpo productivo, en la forma de la corporación medieval, en la forma eter na del oficio jerarquizado, fijado en castas, ha soportado el dudoso progreso que introdujera el ca pital en el modo de explotación del trabajo. Con esto se refuerza la idea de que la productividad es una noción íntimamente ligada a un estado de esci sión de la fuerza consigo misma, del cuerpo y sus poderes. Aumentar la productividad del cuerpo productivo equivale a aumentar su potencia, su re serva, su repliegue sobre sí mismo, a aumentar su dependencia, a condenar su integridad. El cuerpo productivo representado por la corporación ha sido desangrado, corrompido, torturado. Sólo al precio de la degeneración de cada una de sus formas vita les, tomadas por separado, sólo al precio de un sa- 28 orificio de sus órganos en provecho de su organismo, el cuerpo productivo ha tomado la forma acabada de la gran industria. Sin embargo, todavía no es exactamente así. En efecto, no toda especie de cuerpo tiene como propio “ser un organismo”. Cuando ocurre, no se trata más que de un momento en el desarrollo del cuerpo productivo individualizado, un momento en su individuación. La corporación medieval, que es igualmente eterna, o por lo menos antigua de toda antigüedad, no es un organismo. Es un cuerpo, pues combina fuerzas, se les somete. Son las fuerzas orgánicas del cuerpo humano. Del cuerpo, comprendida la cabeza. Eso es importante, pues la corporación maneja la ca beza del hombre como parte orgánica del cuerpo. No se trata, pues, de una jerarquía interna en don de la cabeza estaría especial y cualitativamente ubi cada en la cúspide, más alta que la fuerza de las manos, de los pulmones, de los brazos, de los dedos, de las piernas, de los pies. Pero la corporación no es un organismo porque ma neje cada cuerpo biológico dentro de sus propios límites espaciales, intensivos, dentro de los límites del campo de sus poderes, respetando tanto a esos poderes como a su alcance espacial. La corporación tiene un profundo respeto por la forma del cuerpo humano. ¿Acaso no es éste el microcosmos corres pondiente al macrocosmos, la criatura que da testi monio de la excelencia del creador? El cuerpo, al extender sus miembros todo lo posible, y en todos los sentidos, traza y ocupa una esfera. En esa esfera se instala la corporación; no la agranda. Leonardo da Vinci ha dibujado, para siempre, la cruz del cuerpo humano, con su potencia radial, inscrita en 29 un círculo. Actualmente, ese dibujo constituye el emblema de un organismo de explotación esporá dica, llamado “trabajo temporario”. Sin duda por obra de una cruel ironía, este organismo se llama Manpower. Naturalmente, el hombre que muestra está más cerca de Dionisio descuartizado que del Cristo que cuelga como un trapo, hacia abajo, con la cabeza pesada contemplando la Tierra antes de abandonarla para siempre. De aquí a ver en esto el signo de una ruptura con el antihumanismo cris tiano, del renacimiento de un humanismo pagano, antiguo, de la aparición de una ética moderna de la dominación del mundo, no hay más que un paso que muchos, con gran ligereza, han dado ya. Si es cierto que el hombre-cruz de Leonardo es la ima gen del cuerpo incorporado, del cuerpo en corpo ración, entonces no hay Renacimiento alguno del espíritu de la Antigüedad, sino su simple y pura perpetuación, a través de los siglos y los modos, y, entre otros, de los modos de producción. Antiguo, pagano, humanista, si se quiere, anterior a la Encamación y a la redención, si bien la pri mera pueda considerarse también como la sanción divina que, de buen grado o por la fuerza, recayó sobre el cuerpo del hombre. Si es así, el Renaci miento no ha de tener absolutamente ningún vínculo con los ideales modernos, la ética burguesa, el trabajo de la historia que culmina en el capitalismo desarrollado, o bien debe considerárselo como un momento de hipocresía o de desviación del sentido de un cierto humanismo antiguo. Pues el capitalis mo es la forma sofisticada y materializada del odio del Hombre y de su cuerpo, mucho más cercano al cristianismo ascético y negador, que a ningún tipo de humanismo. 30 Por lo tanto, la corporación es un cuerpo sano, sólido, resistente; la solidez proviene de una suerte de rigidez casi ósea. Se trata de una “propensión de las sociedades antiguas a que los oficios se he redaran, a petrificarlos en castas o bien a osificar al menos en la forma de corporación los diversas ramas de la industria 2 ( subrayado por mí, F. G .). Marx toma esta idea de Diodoro de Sicilia, cuando éste habla del Egipto antiguo. Esta rigidez ósea con fiere una estabilidad que las leyes reforzarán aun desde el interior mismo. “Las leyes gremiales, obrando con arreglo a un plan, impiden, como sabemos, mediante una severa limi tación del número de los oficiales que se le autoriza emplear a cada maestro, la transformación del maestro en capitalista”.3 Esta estabilidad protegida, este conservadorismo que marca aún el espíritu artesanal, heredero de la Edad Media, implica una desvinculación del mer cantilismo, del mercado. “El gremio se defiende celosamente contra todas las invasionesdel capital comercial, única forma libre del capital que tiene en frente.” 4 Lo que preservaba esta situación era la coincidencia o la superposición, tan perfecta que la distinción de ambas instancias sólo podría ha cerse por abstracción de cada uno de los dos cuer pos, el biológico y el productivo. Marx expresa este sincretismo en términos imaginativos: “El trabaja dor y sus medios de producción quedaban soldados como el caracol y su concha.” En esta fusión ve una defensa natural contra la irrupción de relacio nes mercantiles en el cuerpo biológico-productivo. 2 Eí Capital, sección IV. 3 E l C apital, sección IV, cap. XII, p. 292. 4 lbídem. 31 “Faltaba —dice— la base primera de la manufactu ra, es decir, la forma-capital de los medios de pro ducción.” Sin embargo, todavía no hemos compren dido la naturaleza de los medios de defensa de la corporación frente al mercado, del modo de pro ducción mercantil. Enfrentamos nuevamente los dos sistemas de fuerzas que se fusionarán en el cuerpo productivo. Aparentemente, el mercado es un medio, un lugar intermediario donde se producen intercambios. En consecuencia, es una instancia neutra, sin fuer zas autónomas, sin identidad relevante. ¿Por qué este lugar intermediario abstracto entre instancias individualizadas, personalizadas, la instancia pro ductora y la instancia consumidora? Es necesario referir ese espacio a la vez separador y comunica- dor a una gran división, un gran distanciamiento que se ha operado en otra parte, por encima, antes, de todas esas expresiones que designan un cambio de escala o de cuerpo: una gran división del cuerpo social que induce el vacío o la fisura entre la pro ducción y el consumo. Es la gran división contem poránea de la historia, entre ciudad y campo, y, desde el punto de vista de las clases, entre produc tores o trabajadores (el campo) e improductores, no-trabajadores, explotadores (la ciudad). La ciudad es el reagrupamiento de minidéspotas, su plaza fuerte adonde confluye el excedente del tra bajo de la tierra. Este sobrante de la tierra es !o único que puede hacer del habitante de la ciudad un consumidor que supone un productor; consumi dor porque es no-productor que tiene necesidad del productor para no producir él mismo. He aquí el modo en que el consumo supone la producción: la supone porque permite al consumidor no producir 32 por sí mismo, porque es, así, la condición para que en la persona del consumidor el consumo sea real mente distinto de la producción, para que no la implique. Sin embargo, la potencia del no productor reside únicamente en la fuerza, la del Estado, la de las armas, que tiende a refinarse, a concentrarse me diante las dos operaciones conexas de la abstrac ción y la universalización. El aislamiento de la tie rra es una abstracción, pues abstrae, del mixto constituido por el suelo y el cuerpo biológico, que* componen el cuerpo productivo, un elemento nue vo, imprevisible, que proviene de otro campo, que habrá que analizar; ese elemento es un no produc tor. En esta separación o en esta abstracción del carácter productivo o no productivo del hombre, abstracción de una idea de hombre distinta de su relación con la tierra y de su fusión en la tierra, está presente el capital entero. Esta abstracción, este vacío creado penetra lo con creto, es decir, la tierra y su cuerpo productivo hu mano y técnico, mientras que lo abstracto, el Hom bre indiferenciado, productor o no productor, tiene un segundo momento, un momento de conquista, de recuperación de la fuerza. Después de la retirada, el asalto; tal el movimiento de lo Universal. El hom bre abstracto será universal, violentará la unidad de la tierra y de su producción, la superficie del gran cuerpo mixto geológico biológico-productívo. Convertirá los poderes de la producción en algo abstracto, algo diferente de la producción misma Y de su cuerpo. A ello sigue una disociación del cuer po mixto y un repliegue sobre sí misma de cada instancia así disociada. El cuerpo queda distinguido de lo que puede. 33 Es esta la estrategia del mercantilismo frente a la corporación, la de renovar el acto inaugurando la separación del Campo y la Ciudad, haciendo del Campo la fuerza productiva cuyo producto, cuyo sobreproducto, cuyo sacrificio, consume la Ciudad. A partir de esta primera estrategia que afecta al Cuerpo Social, se produce una segunda ofensiva, en profundidad, bajo la superficie del gran cuerpo, que consiste en la fractura del Cuerpo productivo, en la tensión de éste, en su dependencia de lo Universal que es la ley del valor, en su sumisión a la inmunda fábrica. El brillo del éxito de este ataque borrará y confir mará al mismo tiempo la gran separación inicial entre la ciudad y el campo, la desplazará a la vez que conservará el espíritu misterioso del divorcio entre lo Concreto y lo Abstracto. La corporación en tanto reunión de representantes de un mismo oficio —y que, en consecuencia, se desarrolla sobre la base de su apartamiento de la comunidad rural y de su congregación en desorden en ese lugar abstracto que es la ciudad—, puede considerarse productiva en el sentido en que es legítimo distinguir en ese lugar abstracto la pro ducción y el consumo, como también —en con secuencia— un mercado que cubra el abismo y sea estructuralmente previo a la producción material. Pese a todo, ¿se puede decir que la corporación de oficio produzca según la demanda, que subor dine el producto a la imagen del eventual consu midor? La obra maestra que hay que realizar no se relaciona con el simple valor de uso concebido según el gusto y la demanda de quien habrá de usarla. Su valor no se distingue de la idea pura, del concepto de la cosa hecha. En tal sentido, tanto 34 producción como consumo se refieren a un mismo término ideal, que es el valor en sí del producto. Es ésta la razón por la cual la corporación es pro ductora sin ser productiva. No pertenece a la edad de la producción mercantil. Hay que ponerla a tono, y de ello se encarga la manufactura. Este ten- sionamiento, esta incorporación de la forma pro ductiva, tendrá lugar por medio de un movimiento imperceptible, puesto que la corporación, aparen temente, permanece intacta, sin más alteración que una traslación en el espacio. Bajo la égida del po seedor del capital, la cooperación simple representa la molesta presencia de relaciones mercantiles en la esfera de la producción, puesto que aunque sólo lo estén a modo de encargo, en los distintos sentidos del término, y de concentración espacial y tempo ral, eso basta para que la producción toda sea la realización de la productividad inherente a un cuer po dado, y no su libre juego. En este sentido, el cuerpo productivo data de toda antigüedad, puesto que los egipcios, por ejemplo, ya conocían la coo peración simple y la utilizaban en las grandes obras de arquitectura, o en la irrigación, o, en resumen, en toda tarea que sobrepasara en amplitud el cua dro de las comunidades sociales restringidas. Pero justamente el hecho de que el inversor no sea un poseedor de excedente, un déspota, sino el media dor entre producción y consumo, poseedor de di nero, hará entrar en la modernidad aquella forma fugitiva, vieja como el mundo. Todo el movimiento que se desarrolla a partir de entonces, desde la cooperación simple sobre la base de la corporación hasta la manufactura en serie, preludio de la gran industria, sólo es explotación, intensificación de la productividad revelada de la 35 corporación medieval. No se arrojará el limón mien tras no se le haya exprimido todo el jugo. La intro ducción de la forma productiva es, inmediatamente, una ventaja en la productividad, puesto que la simple reunión de trabajadores sea del mismo ofi ció, sea de oficios diferentes— permite la realiza ción de trabajos que de otro modo serían imposi bles.5 Paralelamente al desarrollo de la productividad del trabajo, la función del mediadorse transforma tanto imaginaria como realmente; la imagen es el opera dor por cuyo intermedio se habrá de metamorfo- sear la función. Un primer aspecto del desarrollo es prehistórico, pues preexiste a la aparición del capitalista como tal. Efectivamente, el jefe del taller o el maestro de ofi cio es, en cierto modo, el prototipo del capitalista, siempre que sea cierto que la corporación como unidad de los medios de producción y de la fuerza de trabajo constituye una forma primitiva del ca pital constante. La capacidad de invertir capital para ampliar los talleres, propia de un comerciante que poseyera dinero, es lo que convertirá a aquella forma en capital, y lo que identificará al jefe de taller con el capitalista, al no ser ya más que la unidad de los diversos procesos de trabajo por él concentrados. Esta es la interpretación que sugiere la siguiente afirmación de Marx: “El capitalista comienza por separarse del trabajo manual.” En verdad, si el ca pitalista proviene de afuera de la corporación, se ha separado del trabajo manual a priori, o, mejor 5 El C apital, sec. IV. cap. XI. p. 263. 36 aún, jamás participó en él. Ya en Miseria de la Filosofía\ pensaba Marx así: “La manufactura no nació en el seno de las antiguas corporaciones. Fue el comerciante el que se convirtió en jefe del mo derno taller, y no el antiguo maestro de las corpora ciones.” De este modo, la corporación no es otra cosa que el antiguo cuerpo de oficio invadido, po seído, por el alma de la manufactura moderna. Esta alma está representada por el mercader o el media dor que se ha convertido en jefe o cabeza de la corporación. La evolución posterior del personaje manifiesta este hecho con toda claridad. Veremos por primera vez cómo el mediador ocupa el lugar central en el cuer po productivo, del cual es el inductor. Marx define de esta manera dicha evolución: “Todo trabajo directamente social o colectivo en gran escala, requiere en mayor o menor medida una dirección que establezca un enlace armónico entre las diversas actividades individuales y eje cute las funciones generales que brotan de los mo vimientos del organismo productivo total, a dife rencia de los que realizan los órganos individua le s ... Esta función de dirección, de vigilancia, de mediación, se convierte en función del capital tan pronto como el trabajo sometido a él reviste carác ter cooperativo. . . ” 6 Este texto aclara otro fragmento que lo antecede, y que dice así: “En un principio, el mando del Ca pital sobre el trabajo aparecía también como una consecuencia puramente formal y casi accidental.. . Con la cooperación de muchos obreros asalariados, el mando del capital se convierte en registro indis 6 E l C apital, sec. IV , cap. XI, p. 266. 37 pensable del propio proceso de trabajo, en una verdadera condición material de la producción (sub rayado por F. G .) .7 Podría creerse que el término real se opone al de “imaginario” o al de “ideal”. En verdad, no es así. La realidad corresponde a la imagen y ésta a aqué lla. Al contrario, a esta concepción de un modo de producción histórico transitorio —que ha consegui do imponerse por razones contingentes, lo que no excluye que entre sus medios de coacción se cuen ten todas las formas de la necesidad— se opondría una concepción idealista de la necesidad absoluta e intemporal de tal coacción, de tal modo de pro ducción. Es lo que expresa la siguiente fórmula desdoblada: “El modo de producción capitalista se presenta, pues, como necesidad histórica para trans formar el trabajo aislado en trabajo social; pero entre las manos del capital, esta socialización del trabajo sólo aumenta las fuerzas productivas para explotarlas con mayor provecho.” Esta fórmula re mite en su duplicidad al doble aspecto del proceso de trabajo y de función dirigente del capitalista. Este punto tiene gran importancia, lo que justifica que reproduzcamos íntegramente el texto que lo expone: “ . . .La cooperación entre obreros asalariados es, además, un simple resultado del capital que los em plea simultáneamente. La coordinación de sus fun ciones individuales y su unidad como organismo productivo radican fuera de ellos, en el capital, que los reúne y mantiene en cohesión. Desde un punto de vista ideal, la coordinación de sus trabajos se les presenta a los obreros idealmente como el plan del 7 íbídem. 38 capitalista y la unidad de su cuerpo colectivo les aparece prácticamente como la autoridad del ca pitalista, como el poder de una voluntad ajena que somete su actividad a los fines perseguidos por aquélla. Pero si, por su contenido, la dirección capitalista, como el propio proceso de producción que dirige, tiene dos filos (por una parte, un proceso social de trabajo para la creación de un producto, y por otra parte, un proceso de extracción de plusvalía), por su forma es una dirección despótica.” 8 En consecuencia, es verdad que, en un primer ni vel, la función productiva y la función explotadora y social de la dirección capitalista se superponen en un mismo acto sobredeterminado, lo cual refleja el sometimiento del cuerpo productivo al cuerpo social. Pero este sometimiento es contemporáneo del surgimiento de ese cuerpo productivo a plena luz y en forma individualizada. La duplicidad enuncia da más arriba sólo puede desarrollarse como un parasitismo exterior, como una torpe superposición en comparación con un segundo desdoblamiento infinitamente más detallado, más preciso, más ele mental: el desdoblamiento que se inaugura entre el cuerpo productivo y el cuerpo biológico, que hasta ese momento el primero habitara en sus pro pios límites. La separación de estos dos cuerpos es el verdadero fenómeno fundamental y radical al que lleva un cambio en el cuerpo social. Se opera de dos modos: el real y el imaginario. Marx, sin embargo, no opone ambos modos, sino que ubica el segundo en el nivel de los mecanismos que ha cen posible el primero. 8 El C apital, sec. IV, cap. XI, p. 267. 39 En el modo real, la cooperación de trabajos indi viduales en una tarea común irrealizable a escala individual, revela una fuerza productiva específica en el cuerpo productivo. El desarrollo o simple mente la experiencia del proceso de trabajo cum plido por el cuerpo productivo reduce a su verdad al trabajo individual al producir concretamente la categoría de trabajo social medio, por la elimina ción estadística de las diferencias individuales en el ritmo y la calidad del trabajo. De este modo, en su extensión limitada, la cooperación simple, fe nómeno capitalista inicial y fundamental sobre ci cual se levantará el edificio ulterior, cuantifica el trabajo individual o da su verdad, que es también su negación, al trabajo cumplido por el cuerpo bio lógico. En efecto, se trata de una norma estadística y numerada, que no le concierne a menos que haya fundido en el cuerpo productivo. Unicamente por este camino aparece la categoría de fuerza de tra bajo, únicamente por este camino esta fuerza so cial y media podrá adquirir un valor, entrando así de lleno en las relaciones mercantiles. El mediador ya ha contaminado la fuerza de trabajo individual del oficio medieval, sin volencia, sin intrusión visi ble, por su sola presencia en el lugar —a la vez mediana y central— de la dirección capitalista. Pero este fenómeno objetivo y casi necesario se re pite en otro, imaginario, que consiste en el aisla miento de la fuerza y de su poder bajo la forma de una imagen abstracta e individualizada. Debido a la intrusión y al dominio de esa primera relación del cuerpo productivo con la forma de la cual se aparta (el cuerpo biológico hasta entonces morada de poderes productivos por delegación) por parte del cuerpo social, de la relación de explotación es 40 tablecida en el nivel del cuerpo social, “la coordi nación de sus trabajos se les presenta a los obreros idealmente como el plan del capitalista y la unidad de su cuerpo colectivoles aparece prácticamente como la autoridad del capitalista, como el poder de una voluntad ajena que somete su actividad a los fines perseguidos por aquélla”. Esta apariencia es entonces un rostro falso, una ilusión óptica, pues su víctima confunde el cuerpo productivo cuyo ele mento, aunque sin haberlo percibido jamás, es ella desde siempre con la fuerza histórica de fortuita aparición y venida desde afuera de la esfera de la producción, que la ha autodevelado y que le ha develado sus elementos, el cuerpo productivo hasta entonces encerrado en el cuerpo biológico, en quien veía sus límites para toda la eternidad. En efecto, en el estado de la cooperación simple, comienzo del capitalismo —como insiste Marx—, eso es cierto. No se trata más que de una apariencia, de una apa riencia falsa. El cuerpo productivo no es el capital. Aquí se abre paso la interpretación izquierdista,9 según la cual la superchería capitalista se ve abso lutamente desenmascarada en El Capital, que de nuncia el parasitismo al que el capital somete al cuerpo productivo y, en consecuencia, los separa conceptualmente antes de que la práctica se encar gue de hacerlo. En una perspectiva spinozista tal como la que adoptó la exégesis althusseriana, po dríamos responder que se trata de una concepción 9 En particular todas las variedades del trotskismo al ana lizar el cuerpo productivo desarrollado, el maqumismo, para denunciar el parasitismo de la producción respecto del ca pital e invertir, suplantar, esa relación. Es la versión econo- micista del marxismo, radiealiM da. 41 simplista de la ilusión, que carece de sentido enca rar la ilusión si se ha suprimido su base real, que para desenterrar la ilusión no es cuestión de inver tirla, sino de cambiar de terreno y pasar precisa mente a aquél en donde ella echa raíces. Pero Marx no presenta las cosas de esta manera. Efectivamen te, en absoluto opone apariencia, o ilusión, y reali dad. Sólo nos parece extraña esta negativa si re chazamos a priori la idea de un giro dialéctico, de un sesgo hegeliano en la presentación marxista de la historia. En caso contrario, ¿hay algo anormal en que el fenómeno sea apariencia de la verdad, y hasta su misma prefiguración? En realidad, el fenómeno ilusorio que identifica el cuerpo producti vo con el capital productivo, proyecta la produc tividad de las fuerzas de trabajo cooperantes sobre la unidad del capital dirigente e inversor, prefigura el futuro de aquel cuerpo, aclara el modo en que habrá de comprometerse. En otros términos, el me diador ocupa el lugar central, él lugar de la causa, al comienzo idealmente, luego realmente, sin solu ción de continuidad. Se comprende así la ceguera de la exégesis estructuralista de estos textos, en donde el flirteo con el “giro dialéctico hegeliano” se convierte en el más impúdico de los coitos. Si la esencia de la dialéctica es la apropiación ima ginaria, llega al extremo de que la imagen termina por desposeer de sí misma a la realidad correspon diente, toda vez que a esta última para coincidir con su propia productividad, le es necesaria la me diación interna de una imagen de sí que concrete sus poderes. El cuerpo productivo presenta al cuer po biológico su verdad en imagen. El cuerpo social hace lo mismo con el cuerpo productivo y todos subsisten, aunque encadenados y tomo encapsula- 42 dos bajo la dominación de un solo amo: el capital universal. ¿Cómo habrá de operarse el pasaje de la ilusión a la realidad? Hasta el presente, “la coordinación de sus funciones individuales [de los obreros asala riados] y su unidad como organismo productivo”, se encuentra “fuera de ellos, en el capital, que los reúne y mantiene en cohesión”.10 El mediador sólo ha ocupado idealmente el lugar de la causa o de la fuerza productiva. En realidad, sólo sirve de inter mediario entre el cuerpo productivo y sus productos. La etapa siguiente convertirá una encarnación del capital en intermediario entre el cuerpo productivo y su productividad. Esta encarnación será una parte de la fuerza real del capital, cuyas funciones son las de reunir y vigilar los trabajos, será el perso naje que ejerce la vigilancia, pero en una forma renovada, en una forma técnica, es decir, en la for ma de una dominación intelectual del conjunto del proceso de trabajo. Esta será, precisamente, la tarea histórica de la ma nufactura, según su doble origen y en sus dos for mas, heterogénea y en serie (sección IV, cap. XII). La manufactura lleva más lejos la tendencia del oficio a especializarse, es decir que acentúa al má ximo la posesión del cuerpo biológico por el cuer po productivo, con lo cual permite al mediador la invasión del terreno así abierto. Esto tiene como consecuencia, entre otras cosas, la de producir la caducidad de la tesis aristotélica según la cual la técnica prolonga los poderes del cuerpo.11 Sin em 10 E l Capital, sec. TV, cap. XI, p. 267. En la segunda p arte de este volum en se retoma y se desarrolla este punto. 43 bargo, la ilusión que sostiene al capital, otorgándole poderes productivos, vive de esta tesis, puesto que le permite usufructuar la distancia creada entre los poderes o una productividad referida a un cuerpo biológico ampliado y prolongado, y la productivi dad real del cuerpo productivo que, incluso en el estadio del maquinismo, sólo se emancipa imagina riamente de él para permitir, con todo, que la ex tracción de plusvalía, si bien perfectamente real, resulte imperceptible o inconcebible. Sabemos que la manufactura es, ante todo, cronoló gica, lógicamente, y fenomenológicamente, hetero génea. Según el modelo de la manufactura de auto móviles, unidad final y aditiva de los trabajos de herrería, carpintería, dorado, etc., que la componen. Este procedimiento revela, por cierto, la preexisten cia del propósito o del fin como causa formal, o sea la determinación de la idea de automóvil en relación con su realidad producida. Sin embargo, la causa, que actúa desde el comienzo y que se manifiesta perceptiblemente al final, está ausente durante todo el proceso de trabajo, separada de la unidad y de su lugarteniente, el capitalismo, que cumple una función de mera vigilancia. No ocurre lo mismo en la manufactura de agujas, de natura leza serial. Aquí, la idea simple también actúa co mo causa formal, pero con la particularidad de des componerse en operaciones conexas despojadas de sentido, cada una de las cuales, por separado, exi ge, como condición de su ejecución, la presencia efectiva, como causa actuante durante el proceso inismo de trabajo, de la operación única a la que ellas concurren, no ya en la forma de simple vigi lancia, sino en tanto elemento organizador, que re gula a la vez la cantidad, el ritmo y la naturaleza 44 misma del trabajo que se efectúa. Esto significa que el representante del capital, poseedor de la idea o ingeniero, desempeña, a partir de ese mo mento, el papel técnico necesario, del que carecía tanto en el estadio de la cooperación simple como en el de la manufactura heterogénea. Esta mutación implica la dislocación del cuerpo productivo restringido a los límites del cuerpo bio lógico, y hasta la simple explotación llevada al extremo de la productividad de este cuerpo formado por el oficio medieval. Desde el punto de vista de la habilidad puramente manual, la única que se conoce en la corporación, puesto que allí no se disocian el trabajo manual y el intelectual, la manufactura serial lleva al má ximo la virtuosidad de detalle del trabajador, le confiere fuerza, precisión, eficacia, rapidez y segu ridad en los movimientos. Desde este punto de vis ta, no se trata de ningún milagro, ya que cualquier otra fonna de compulsión que no fuera la de la ga nancia como ley, habría podido obtener el mismo acrecentamiento de la productividad. Descartes ob servaba que el luthier tenía la inteligencia en los dedos. Desde este punto de vista, los dedos del luthierparcial de la manufactura en serie adquie ren genio y desarrollan una sutileza casi sobrehu mana. Esto se da junto con una mecanización cada vez más extensa del virtuosismo de los movimien tos, es decir, precisamente, de una pérdida de inte ligencia, un empobrecimiento. Esta contradicción refleja un fenómeno fundamental, moderno en el sentido más riguroso del término, cual es la explo sión del cartesianismo, que es también la del aris- totelismo, que hace de la técnica una prolongación 45 de los poderes del cuerpo.12 Ilustra el paso de un cartesianismo a otro. El paso del cartesianismo de la tesis del cuerpo-máquina se esfuma ante el car tesianismo de la tesis humanista que hace del saber (y no de la habilidad manual, del saber-hacer), el arma gracias a la cual el hombre se erige en “amo y poseedor de la naturaleza”, y en primer lugar de la naturaleza maquinista del cuerpo en general. Es ta tesis hace del cartesianismo la filosofía del ma qumismo y no del mecanismo. Pero no tiene los medios de su filosofía porque piensa el maquinismo (en el futuro) según el modelo del mecanismo (existente por entonces bajo la forma aditiva de la manufactura heterogénea, sea de la cooperación, sea del oficio medieval). Esta tensión hace de Descar tes el pensador del mecanismo y el ideólogo del maquinismo, a la vez reflejo del cuerpo productivo bajo su forma sincrética primitiva y programa para el cuerpo productivo en su forma capitalista desa rrollada. Arrancar uno de estos aspectos al sistema cartesiano lleva, o bien a una ubicación histórica restringida, como en el caso de Borkenau en Der Übergang vorn feudalen zum bürgerlichen Weltbild (el paso de la concepción del mundo feudal a la concepción burguesa), que Koyre denuncia justa mente, o bien a limitarse al aspecto profético de su ideología como si se tratara de una filosofía fun dada, y justificar —como se siente tentada de ha cer toda epistemología no crítica, en la medida en que ignora la cuestión de la posición de las ciencias en el cuerpo productivo el conjunto de las actua les relaciones de producción como aplicación de 12 Este problem a se trata de manera desarrollada en la segunda paite. 46 normas racionales válidas universalmente o como racionalismo aplicado. En el mismo acto de enun ciar el carácter transitorio y opresivo del maqumis mo, Marx ubica definitivamente en el campo de los pensadores burgueses a todos los que ven en el cartesianismo profético la verdad que permite pen sar toda la historia pasada del mecanismo. En efec to, se puede juzgar la historia de la filosofía del mismo modo que la economía política, y afirmar que es burguesa “en la medida en que no ve en el orden capitalista una fase transitoria del progreso histórico, sino la forma absoluta y definitiva de la producción social” (Posfacio a la 2 ̂ edición ale mana de El Capital). Todo esto significa que !a crítica, o la ciencia, debe juzgar una formación so cial desde el punto de vista de su futuro, es decir, de su negación. Las protestas humanistas al modo de Friedman con tra el trabajo parcelario, el trabajo en migajas, protestas que comparten las corrientes izquierdistas inspiradas en Marcuse, al llamar a un desarrollo sin trabas de la técnica, esto es, a una inflación aún mayor del cuerpo productivo, hacen como si Des cartes, el Descartes del cuerpo máquina, describiera correctamente el cuerpo productivo, como si el ma qumismo fuera un mecanismo. Ello implica el des conocimiento de que la parcelación del cuerpo fí sico sólo es un fenómeno anacrónico que afecta el antiguo mixto de cuerpo biológico y cuerpo pro ductivo. No está allí la verdadera gran escisión del cuerpo. Es cierto que se halla entre los dos cuerpos, que se fueron separando progresivamente durante todo el período manufacturero —lo que torna inse gura toda crítica a la parcelación del trabajo—, pero también es cierto que esa escisión se apoya en otra, 47 practicada en el seno mismo del cuerpo biológico, que penetra el cuerpo, reducido entonces a una maquinaria, y las fuerzas intelectuales de la pro ducción, la cabeza, los sesos, cuyo estado actual es el del software de la informática. Por último, las tesis fenomenológicas y psicológicas, al insistir en la unidad del cuerpo y de la psiquis y en la unión sustancial cartesiana, hacen lisa y llanamente tabla rasa del trabajo histórico que el cuerpo social, rele vado por el cuerpo productivo, llevó a cabo en el cuerpo biológico, introduciendo la escisión de dos elementos en el corazón mismo del individuo. Fren te a la crítica histórica, tal como la practica Marx, la crítica parcial y anacrónica, la apología de lo que es, y el mito de una unidad perdida, se deben al desconocimiento de los resultados de la historia moderna dominada por el capitalismo. Henos aquí, pues, frente a un “organismo de pro ducción cuyos miembros son hombres”, la manu factura, principalmente en la forma de la produc ción en serie. Ocupémonos ahora del camino del mediador capitalista, en su sensacional ascenso a las fuentes de la productividad. El mediador ha ocupado, al hacerse cargo de los puestos de mando del organismo productivo entero, el lugar central donde el cuerpo fragmentado percibe su unidad, donde necesita una unidad con el propósito de convertir la suma de los procesos de trabajo parciales en una producción única, o en la producción de un único producto. El capital se interpone, entonces, entre la fuerza pro ductiva del trabajador parcelario y su producto, y lo hace en la forma técnica de trabajo de vigilancia y de unificación de tarcas. En consecuencia, entre capital y trabajo hay una solidaridad a la vez con- 48 tingente y contradictoria desde el punto de vista social, y necesaria y orgánica desde el punto de vis ta técnico o productivo. Si el capital tiende, como todo permite suponer, a la hegemonía en el conjunto del proceso de producción, no sólo le es necesario apropiarse de la función de unificación del cuerpo productivo, mediación entre producción y producto en la medida en que el tipo de cooperación en la manufactura en serie permite la subsistencia del todo por encima y al margen de las partes que lo componen, sino también de la fuerza productiva misma. El problema es el siguiente: para apropiarse de esta fuerza productiva del trabajo, tendría que apropiarse del trabajo mismo, o bien del trabajador. Ahora bien, el capital no puede, sin contradecir su principio, convertirse en trabajo, pues que el capi talista se ponga a trabajar para evitar la necesidad de comprar fuerza de trabajo, es un sin sentido histórico, una robinsonada. Sólo le queda, pues, apropiarse del trabajador. Pero en un régimen mer cantil en el que todo tiene un precio, la subsistencia biológica del trabajador individual está numérica mente medida, se evalúa en bienes de consumo, ya que trátese de esclavo o de asalariado, la necesidad de alimentar y vestir la fuerza de trabajo no varía. Desde el punto de vista del capital, el problema adquiere la forma concreta de la búsqueda del aumento de la plusvalía relativa. La solución está en el golpe de genio que permitió al capitalismo cu brir toda la superficie de la tierra con una horro rosa membrana. Modificar el trabajo mismo, des plazar el lugar de origen de su fuerza productiva y variar al mismo tiempo su forma de utilización, no es simplemente trabajar o apropiarse del trabaja 49 dor, sino en gran medida prescindir de éste, des poseerlo de su productividad, que era precisamente lo que lo hacía indispensable. La etapa que debe franquear el capital en su trabajo de apropiación parasitaria es la ejecución de la efectiva separación del cuerpo productivo y el cuerpo biológico, la expresión fuera del cuerpo biológico de toda la productividad que, hasta entonces, había permane cido oculta. Expresar esta productividad es llevarla al paroxismo de su manifestación hasta que quede completa mente afuera.Los dos momentos de la inaugura ción del maquinismo son, en efecto, el perfeccio namiento del instrumento de trabajo parcelario y la instalación de las máquinas-herramientas. El movimiento por el cual el cuerpo productivo caerá fuera de toda referencia biológica asignable y fuera del aristotelismo del mismo movimiento, será un desplazamiento inesperado a lo largo de los lados de un triángulo. El trabajo parcelario, propio de la manufactura en general, tiene como rasgo importante el haber im preso al útil de trabajo un desarrollo orientado. En efecto, el útil sufre la misma especialización, la misma “parcelación” que el mismo trabajador, co mo si fuera realmente una parte de la anatomía de este último, su prolongación. En la manufactura no hay herramientas universales; cada una, indispen sable en una operación, resulta inútil en otra. Desde el punto de vista de la anatomía del cuerpo productivo, el juego respectivo del todo y de las partes en la producción, en el estadio de la manu factura, es el siguiente. El trabajador colectivo se asegura el primer lugar, pues domina el conjunto del proceso y verifica sus partes; en segundo lugar 50 viene el trabajador individual, parcelario, que le sirve como relevo; por último, la herramienta per feccionada sirve como órgano de operación y trans forma el material en un producto. De este modo, podemos considerar estos tres elementos de la ma nufactura como los vértices de un triángulo unidos entre sí en cierto orden irreversible y con un hiato, puesto que la herramienta no remite al tra bajador colectivo T. C. / T. I. ------- -> H. P. Sin embargo, la herramienta remite, en cierta ma nera, al trabajador colectivo, pues éste desempeña el papel de unidad del proceso, reflejando la uni dad del producto al cual los trabajadores indivi duales sólo aportan fragmentos. Por su forma espe cializada, la herramienta parcelaria es la que refleja la unidad analítica de un proceso dividido en sus partes constitutivas últimas. El fatídico movimiento de ruptura con una tradición milenaria, que condi ciona también la ruptura de Marx respecto de todo el socialismo utópico o metafísico orientado a in vertir el curso de la historia, consistirá en eliminar un vértice y dos lados del triángulo, en conservar tan sólo una relación bilateral del cuerpo produc tivo con los órganos de operación o herramientas parcelarias. No se puede llamar “trabajador colec tivo” a un organismo de producción cuyos miem bros ya no son hombres sino elementos maquini- zados, donde el cuerpo productivo deja de ser una metáfora biológica. 51 C. P. t I H.P. Este resultado relativo a la anatomía del cuerpo productivo debe encararse según sus condiciones de posibilidad. Se trata de la solución a un doble problema que se plantea al capitalista: el problema de la valo rización del capital, problema político de disciplina del cuerpo productivo, encarado en estos térmi nos: “Como la pericia manual del operario es la base de la manufactura y el mecanismo total en que ella funciona no posee un esqueleto objetivo indepen diente de los propios obreros, el capital tiene que luchar constantemente con la insubordinación de los asalariados.”13 ¿Cómo se ha cumplido la expulsión del trabajador fuera del proceso de producción? Por el juego de dos expropiaciones, de dos delegaciones de poder, de una doble descomposición o disociación de la fuerza productiva del trabajo, sincréticamente con fundidas desde siempre. Por un lado, la maestría manual adquirida, legada por tradición, conservada por la usura del tiempo. Este elemento ha sido parcialmente transferido a la herramienta parcelaria que acompaña a la exacer bación del proceso de espeeialización y en él par ticipa. 13 El Capital, libro I, sec. IV, cap. XII, p. 300. 52 T.I. - expropiación * H. P. apropiación ¿Cómo ha podido acaparar el cuerpo productivo esas herramientas perfeccionadas para transformar las en sus propios órganos de ejecución? Para conseguirlo fue necesario que se apropiara del resto, o los elementos de productividad ajenos a la destreza manual o física en general. Es imposi ble leer este resto íntegramente porque el cuerpo biológico oculta su naturaleza. Pero lo podemos leer en el cuerpo en el que habrán de integrarse los elementos descompuestos, en el cuerpo maquinista de la gran industria. Es necesario plantear la cues tión: ¿de qué se compone la máquina-herramienta y el sistema de máquinas-herramientas o gran autó mata? Esta composición revela, en efecto, el resto de ele mentos productivos de los que debió despojarse al trabajador individual, de los que éste se vio expro piado, para que el maqumismo fuera posible. Esto no quiere decir, por cierto, que la verdad del cuer po biológico se encuentre en el cuerpo productivo maquinista, sino que de entre sus poderes sólo se han tomado, seleccionado, llevado a la virtuosidad inepta de la tarea parcelaria, los elementos produc tivos, a los que, por último, se ha sacado fuera de las extremidades del cuerpo y puesto en las herra mientas que lo prolongan, todo lo cual culmina en el vaciamiento del cuerpo biológico de sus poderes y sus fuerzas, con lo que se convierte en una mera envoltura hueca e irreparablemente mutilada: “La verdadera manufactura, convierte al obrero en un monstruo, fomentando artificialmente una de sus habilidades parciales, a costa de aplastar todo un 53 mundo de fecundos estímulos y capacidades, al modo como en las estancias argentinas se sacrifica un animal entero para quitarle la pelleja o sacarle el sebo.” 14 ¿Cuál es, pues, la composición de un “mecanismo desarrollado”? 15 Se compone de “tres partes sus tancialmente distintas: el mecanismo de movimien to, el mecanismo de transmisión y la máquina-he rramienta o máquina de operación”. La máquina herramienta o máquina de operación es heredera de la herramienta parcelaria, especia lizada. En consecuencia, habrá que buscar en los dos primeros órganos la naturaleza de las fuerzas productivas del cuerpo biológico, a través de su descendencia. El órgano motor, o mecanismo de movimiento, al producir energía o recibirla de otra parte, nos re vela que el trabajo humano es asimilable en parte a la noción física de trabajo,16 pues es la transfor mación de energía en movimiento, gasto de ener gía. Se la puede medir, y mediante la medida se percibe que el hombre no es un motor completa mente satisfactorio, que está limitado, que no tiene flexibilidad ni potencia. Sin embargo, es este mo tor el que constituye lo esencial de la fuerza de tra bajo humana, una vez que la herramienta parcela ria se ha desarrollado al máximo. Para ejemplo, el de la rueca.17 14 El C apital, sec. IV, cap. XII, § V, p. 2 9 3 : carácter ca pitalista de la manufactura. 15 El Capital, sec. IV, cap. XIII, p. 303. 16 El C apital, sec. IV, cap. XIII, p. 30 6 : “nada se opone a que [el músculo humano] sea sustituido también como fuerza m otriz por las fuerzas naturales”. 17 El Capital, sec. IV, cap. XIII, p. 30.5. 54 Es en el tercer órgano, simple intermediario, mo desto mediador, donde el capital ha descubierto y explotado un tesoro. Constituye no solamente el secreto del pasaje al maquinismo capitalista, sino también la esencia de la productividad de los otros dos. “El mecanismo de transmisión, compuesto por vo lantes, ejes, ruedas dentadas, etc., regula el movi miento, lo hace cambiar de forma cuando es nece sario. .. y [lo] transmite a la máquina-herramienta’ . Regulación, distribución, modulación del movi miento. ¿Se trata de simple función de transmisión, simple intermediación? ¿No se trata de intervención en el proceso directo del gasto de energía física, de tal modo que ésta se someta a los fines de quien se apropiará del producto, de quien ha previsto tanto el uso como la intercambiabilidad del pro ducto antes de todo proceso de producción? La transmisión, en su forma encarnada de ruedas den tadas, poleas y cables,manifiesta la causalidad for mal de la producción, la prioridad de la represen tación del producto sobre su producción efectiva. Pero esta vez la causa formal viene a identificarse en parte con la causa eficiente, pues no se trata ya del buril del escultor, sino de la mano que lo ma neja, el heredero de la mano. El mediador ha ve nido a instalarse desde un comienzo en el espacio que separa la captación de la energía física (el mo tor), y su gasto en forma automatizada (el órgano de operación convertido en máquina-herramienta). En consecuencia, es el medio para que la fuerza productiva material se transforme en producción. Pero este medio está directamente emparentado con aquel que doma la energía material y la utiliza en su provecho, con el elemento inteligente y cal culador que preside al conjunto del proceso de tra bajo, más aún, que es el requisito necesario a todo proceso de trabajo que es el elemento de montaje del cuerpo productivo, del cual dependerá íntegra mente en su funcionamiento, y que recuerda a un ingeniero. Si el elemento de transmisión correspon de, en el sentido de la anatomía del cuerpo pro ductivo, a los poderes de la cabeza, al trabajo de un ingeniero, de un ingeniero previsor que ha he cho construir los mecanismos de regulación que permitan la adaptación de las energías naturales a su gasto productivo, entonces sus propiedades son sintomáticas de las del trabajo intelectual. Asistimos entonces a una extensión espacial inmen sa del mecanismo de transmisión: “La transmisión se convierte en un cuerpo tan vasto como complicado.” 18 Más tarde se crea un “gran autómata” formado por una combinación de máquinas-herramientas: “La máquina aislada es sustituida por un monstruo mecánico cuyo cuerpo llena toda la fábrica y cuya fuerza diabólica, que antes ocultaba la marcha rít mica, pausada y casi solemne de sus miembros gi gantescos, se desborda ahora en el torbellino febril, loco, de sus innumerables órganos de operación”.19 La insistencia en el gigantismo del gran autómata, al mismo tiempo que subraya la dificultad de la tesis aristotélica según la cual mediante la técnica humana se crean miembros artificiales, refuerza con siderablemente la antigua ilusión que hacía del capital, encarnado en los medios de producción —que han llegado a ser gigantescos— el presupuesto i» El C apita l, sec. IV, cap. XIII, p. 309. 19 El Capital, sec. IV, cap. XIII, pp. 3 1 1 12. 56 natural o divino de toda producción. Y en verdad, hasta cierto punto, esa es la realidad, pues en la medida en que el capital se ha apropiado de las fuerzas intelectuales o técnicas del trabajo, la uni dad de los trabajos es el factum del capital. Vemos entonces que al trabajador-órgano mecánico del gran autómata, el capital se presenta en la for ma de la inteligencia, como presupuesto de toda producción y fuerza productiva eminente. La corporación ha vivido. El saber se ha escindido del saber-hacer; la invención de la repetición de los movimientos apropiados. “En el maquinismo, al convertirse en maquinaria, los instrumentos de trabajo adquieren una modali dad material de existencia que exige la sustitución de la fuerza humana por las fuerzas de la natura leza y la rutina por la ciencia.” 20 Y en seguida: “.. - La gran industria crea un organismo perfecta mente objetivo de producción con que el obrero se encuentra como una condición material de su trabajo, lista y acabada”.21 En consecuencia, las ciencias desempeñarán el pa pel de fuerzas productivas eminentes, presupuestos de la producción, presencia del Capital en el pro ceso de producción por delegación. Detengámonos en la lógica del análisis que hace Marx del cuerpo productivo. La exposición fenomenológica sufre aquí una me tamorfosis. Debido a la confusión con un orden cronológico lineal, una y otra vez, el texto de Marx 80 El C apital, sec. IV, cap. XIII, p. 280. 21 El C apital, sec. IV, cap. XIII, p. 315 . 57 nos presenta, en calidad de término medio, de me diación, de intermediario, un elemento, un mo mento que habrá de ocupar en seguida un lugar predominante, que llegará a adquirir una importan cia central: hablamos del capitalista mercantil des de su comienzo, que luego se transformó en el ins pector del proceso de trabajo cooperativo, y más tarde en el ingeniero o el elemento intelectual de la producción, cuya importancia, que acabamos de indicar, estriba en hallarse en el origen del monta je del gran autómata o sistema de máquinas herra mientas. ¿Se trata de la repetición de una misma figura? La última nos revela que el mediador, el elemento presente fenomenológicamente como tér mino medio, no es más que el presupuesto del pro ceso de producción. Este presupuesto no es, como lo indica el orden fenomenológico, la existencia ma terial de locales y de máquinas previamente a la llegada de los trabajadores, al proceso de trabajo, al proceso de producción. Tampoco se trata de un aspecto cronológico no esencial, de la prioridad del presupuesto respecto del proceso. Ni tampoco se trata de la “estructura” que revelaría su existencia a través de la sucesión fenoménica de sus estados, es decir, la estructura productiva no es la misma en la manufactura que en el maquinismo. Sin Em bargo, el presupuesto más allá de la diferencia de los elementos que en él se apoyan, es el mismo. De lo que se trata es, en realidad, de una relación de dominación, en que las fuerzas dominadas son idén ticas a la naturaleza y las fuerzas dominantes, a lo que podríamos llamar la voluntad. Una parte de las fuerzas productivas incluidas en el cuerpo biológico aparece, cuando las reemplazan 5S las fuerzas naturales en su función motora, como naturales en sí mismas; así, el músculo es un motor que transforma la energía en movimiento. El ele mento sometido de la fuerza productiva orgánica se asimila a la naturaleza. Cuando no se distinguía de los elementos “superiores”, es decir, los intelec tuales o hábiles de la productividad artesanal, no aparecía ese carácter natural. En realidad, la servi dumbre es la condición de la naturalidad, o bien, la naturaleza es el nombre que da el señor a quien lo sirve. Por eso, toda mecánica manifiesta una rela ción entre una voluntad y una naturaleza. En efecto, el mecanismo consiste en poner en juego cierta cantidad de elementos, unos sobre otros, según su naturaleza, de tal manera que él resultado sea el cumplimiento de los fines de quien los ha reunido.22 No cabe duda de que se trata de una argucia, pero sólo a medias, pues los elementos, ya desempeñen su papel natural, ya lo hagan como naturaleza, ca recen de fines propios; el mecanismo se apoya en la negación que realiza el encargado del montaje de toda finalidad propia a los elementos que lo integran, lo cual significa su reducción forzosa a una naturaleza considerada como inercia o identi dad en sí. El naturalismo que se instaura en el cuer po biológico a partir del momento en que entra en escena el capitalista mediador, pero con la aspira ción a ocupar el lugar del señor, es simplemente un devenir sometido, un devenir al comienzo soñado, luego buscado, finalmente obtenido mediante la sustitución del organismo de producción cuyos 22 En Connaissance d e la V ie , artículo “Aspects du vitalis m e”, G. Canguilhem com para el mecanismo con la argucia hegeliana de la razón. 59 miembros son hombres, por el gran autómata en que los hombres sólo son accesorios o sustitutos de órganos mecánicos. Podemos ahora restituir la verdad del papel de pre supuesto que desempeñaron las criaturas del capi tal en el proceso de producción, primero imagina riamente, más tarde realmente. El mismo señala las etapas de un itinerario, el que sigue el capital hacia el lugar del señor, y las de una muda, pues a me dida que el cuerpo productivo se destaca en su individualidad, se convierte en cuerpo del capital, provee al señor de su cuerpo, su elemento orgánica mente sometido,
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