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Doctrina Social de la Iglesia 
_________________________________________________________________________________________________________________________________________ 
 
TEXTOS Y LECTURAS 
 2
O
 SEMESTRE 2014 
 
 
 
 
 
 
 Profesor: P. Cristián Hodge C. 
2 
 
Contenido 
 
Glosario de términos .............................................................................................................................................. 3 
Clase 0. Introductoria ............................................................................................................................................. 4 
Clase 1. Hacia una definición de doctrina social de la Iglesia ................................................................... 6 
Clase 2. La dimensión social de la fe cristiana ............................................................................................... 7 
Clase 3. La naturaleza de la doctrina social de la Iglesia ............................................................................ 8 
Clase 4. El contexto histórico en que surge la DSI ..................................................................................... 11 
Clase 5. El comienzo de un nuevo camino: Rerum novarum de León XIII ......................................... 12 
Clase 6. El comienzo de un nuevo camino: Quadragesimo anno de Pío XI ........................................ 13 
Clase 7. El comienzo de un nuevo camino: radiomensajes y discursos de Pío XII ........................... 15 
Clase 8. La Iglesia al servicio de la humanidad: Mater et magistra y Pacem in terris ...................... 17 
Mater et Magistra (MM) de Juan XXIII .................................................................................................... 17 
Pacem in Terris (PT) de Juan XXIII ........................................................................................................... 19 
Clase 9. La Iglesia al servicio de la humanidad: Gaudium et Spes (C. Vaticano II) ......................... 23 
Clase 10. La Iglesia al servicio de la humanidad: PP y OA...................................................................... 26 
Populorum progressio (PP) de Pablo VI .................................................................................................... 26 
Octogesima Adveniens (OA) de Pablo VI ................................................................................................ 28 
Clase 11. La nueva evangelización: LE, SRS y CA .................................................................................... 32 
Laborem exercens (LE) de Juan Pablo II .................................................................................................. 32 
Sollicitudo rei sociales (SRS) de Juan Pablo II ....................................................................................... 33 
Centesimus annus (CA) de Juan Pablo II .................................................................................................. 35 
Clase 12. La nueva evangelización: Deus caritas est de Benedicto XVI .............................................. 39 
Clase 14. La nueva evangelización: Magisterio Social Latinoamericano ............................................ 40 
Clase 15. La centralidad de la persona humana, sus derechos y obligaciones .................................... 44 
Clase 16. Principios y valores de la DSI ........................................................................................................ 47 
Clase 17. La familia ............................................................................................................................................. 50 
Clase 18. La dimensión ética de la economía ............................................................................................... 51 
Clase 19. La dignidad del trabajo y el derecho de los trabajadores ........................................................ 51 
La dignidad del trabajo ................................................................................................................................... 51 
Derecho de los Trabajadores ......................................................................................................................... 53 
Clase 20. Los sistemas económicos ................................................................................................................. 55 
Clase 21. El destino universal de los bienes y la propiedad privada: la empresa ............................... 56 
Clase 22. El desarrollo humano integral. El medio ambiente .................................................................. 57 
Clase 23. La política como vocación al bien común ................................................................................... 59 
Clase 24. Aspectos éticos de la política .......................................................................................................... 61 
Clase 25. La democracia ..................................................................................................................................... 63 
Clase 26. Pluralismo político. Los partidos políticos ................................................................................. 65 
Anexos ...................................................................................................................................................................... 66 
Anexo 1. Rerum Novarum .................................................................................................................................. 66 
Anexo 2. Evangelii Gaudium ............................................................................................................................. 86 
Anexo 3. Gaudium et spes .................................................................................................................................. 95 
Anexo 4. Caritas in veritate ............................................................................................................................. 107 
 
 
 
3 
 
Glosario de términos 
 
 
AP Documento de Aparecida 
CA Centesimus annus 
CDSI Compendio de Doctrina Social de la Iglesia 
DCE Deus caritas est 
DP Documento de Puebla 
DSI Doctrina Social de la Iglesia 
EG Evangelii gaudium 
FC Familiris Consortio 
GS Gaudium et spes 
JMP Jornada Mundial de la Paz 
LE Laborem exercens 
MM Mater et magistra 
PP Populorum progressio 
PT Pacem in terris 
QA Quadragesimo anno 
OA Octogesima Adveniens 
RM Radio Mensajes Pio XII 
RN Rerum novarum 
SRS Sollicitudo rei sociales 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
4 
 
Clase 0. Introductoria 
 
Evangelii gaudium (Exhortación apostólica del Papa Francisco, noviembre de 2013) 
 
I. Algunos desafíos del mundo actual 
 
52. La humanidad vive en este momento un giro histórico, que podemos ver en los adelantos que 
se producen en diversos campos. Son de alabar los avances que contribuyen al bienestar de la 
gente, como, por ejemplo, en el ámbito de la salud, de la educación y de la comunicación. Sin 
embargo, no podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive 
precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El 
miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas, incluso en los 
llamados países ricos. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la 
violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, 
para vivir con poca dignidad. Este cambio de época se ha generado por los enormes saltos 
cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en las 
innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de 
la vida. Estamos en la era del conocimiento y la información, fuente de nuevas formas de un 
poder muchas veces anónimo. 
 
No a una economíade la exclusión 
 
53. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la 
vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa 
economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de 
calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar 
más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra 
dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al 
más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas 
y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo 
como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del 
«descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la 
explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma 
raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, 
o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, 
«sobrantes». 
 
54. En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo 
crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo 
mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por 
los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder 
económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, 
los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para 
poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. 
5 
 
Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya 
no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una 
responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la 
calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas 
truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos 
altera. 
 
No a la nueva idolatría del dinero 
 
55. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el 
dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La 
crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis 
antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La 
adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,1-35) ha encontrado una versión nueva y 
despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un 
objetivo verdaderamente humano. La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, 
pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación 
antropológica que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. 
 
56. Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan 
cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías 
que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que 
nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura 
una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus 
leyes y sus reglas. Además, la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades 
viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una 
corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. El 
afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en 
orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda 
indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta. 
 
No a un dinero que gobierna en lugar de servir 
 
57. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser 
mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque 
relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la 
degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta 
comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios 
es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización 
y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. La ética —una ética no ideologizada— 
permite crear un equilibrio y un orden social más humano. En este sentido, animo a los expertos 
financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la 
antigüedad: «No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No 
son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos». 
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Clase 1. Hacia una definición de doctrina social de la Iglesia 
 
―La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto 
tal, como ya afirmó el Papa Pablo VI, en su Encíclica‖ (PP, 13). En efecto, no propone sistemas o 
programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal que la 
dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida, y ella goce del espacio necesario 
para ejercer su ministerio en el mundo. Pero la Iglesia es «experta en humanidad» (PP, 13). y esto 
la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diversos campos en que los 
hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, 
que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas. 
―A este fin la Iglesia utiliza como instrumento su doctrina social. En la difícil coyuntura 
actual, para favorecer tanto el planteamiento correcto de los problemas como sus soluciones 
mejores, podrá ayudar mucho un conocimiento más exacto y una difusión más amplia del 
«conjunto de principios de reflexión, de criterios de juicio y de directrices de acción» propuestos 
por su enseñanza‖ (SRS, 41). 
―Se observará así inmediatamente, que las cuestiones que afrontamos son ante todo morales; y 
que ni el análisis del problema del desarrollo como tal, ni los medios para superar las presentes 
dificultades pueden prescindir de esta dimensión esencial‖ (SRS, 41). 
―La doctrina social de la Iglesia no es, pues, una «tercera vía» entre el capitalismo liberal y el 
colectivismo marxista, y ni siquiera una posible alternativa a otras soluciones menos 
contrapuestas radicalmente, sino que tiene una categoría propia. No es tampoco una ideología, 
sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades 
de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la 
tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su 
conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena 
y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no 
pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral‖ 
(SRS, 41). 
―La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora 
de la Iglesia. Y como se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, tiene 
como consecuenciael «compromiso por la justicia» según la función, vocación y circunstancias 
de cada uno‖ (SRS, 41). 
―Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la 
función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias. 
Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no 
puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación 
más alta‖ (SRS, 41). 
 
 
7 
 
Clase 2. La dimensión social de la fe cristiana 
 
Lumen Gentium (LG) 
 
―Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, 
desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura 
(cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la 
Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y 
de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo 
con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los 
concilios precedentes. Las condiciones de nuestra época hacen más urgente este deber de la 
Iglesia, a saber, el que todos los hombres, que hoy están más íntimamente unidos por múltiples 
vínculos sociales técnicos y culturales, consigan también la plena unidad en Cristo‖ (LG, 1). 
 
Gaudium et Spes (GS) 
 
―Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, 
sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y 
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en 
su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son 
guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena 
nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente 
solidaria del género humano y de su historia‖ (GS, 1). 
―Para cumplir esta misión es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la 
época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, 
pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la 
vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Es necesario por ello 
conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo 
dramático que con frecuencia le caracteriza. He aquí algunos rasgos fundamentales del mundo 
moderno‖ (GS, 4). 
―Ante este gigantesco esfuerzo que afecta ya a todo el género humano, surgen entre los 
hombres muchas preguntas. ¿Qué sentido y valor tiene esa actividad? ¿Cuál es el uso que hay que 
hacer de todas estas cosas? ¿A qué fin deben tender los esfuerzos de individuos y colectividades? 
La Iglesia, custodio del depósito de la palabra de Dios, del que manan los principios en el orden 
religioso y moral, sin que siempre tenga a manos respuesta adecuada a cada cuestión, desea unir 
la luz de la Revelación al saber humano para iluminar el camino recientemente emprendido por la 
humanidad‖ (GS, 33). 
 
 
 
8 
 
Clase 3. La naturaleza de la doctrina social de la Iglesia 
 
Compendio de Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) 
 
a) Un conocimiento iluminado por la fe 
“La doctrina social de la Iglesia no ha sido pensada desde el principio como un sistema 
orgánico, sino que se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas 
intervenciones del Magisterio sobre temas sociales. Esta génesis explica el hecho de que hayan 
podido darse algunas oscilaciones acerca de la naturaleza, el método y la estructura 
epistemológica de la doctrina social de la Iglesia. Una clarificación decisiva en este sentido la 
encontramos, precedida por una significativa indicación en la «Laborem exercens»,
 
en la 
encíclica «Sollicitudo rei socialis»: la doctrina social de la Iglesia « no pertenece al ámbito de la 
ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral». No se puede definir según 
parámetros socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y 
componer las relaciones económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia: es «la 
cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la 
vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición 
eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o 
diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, 
trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana»‖ (CDSI, 72). 
“La doctrina social, por tanto, es de naturaleza teológica, y específicamente teológico-moral, 
ya que «se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas»‖ (CDSI, 73). 
“La doctrina social halla su fundamento esencial en la Revelación bíblica y en la Tradición 
de la Iglesia. De esta fuente, que viene de lo alto, obtiene la inspiración y la luz para comprender, 
juzgar y orientar la experiencia humana y la historia‖ (CDSI, 74). 
“La fe y la razón constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las 
fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. El conocimiento de fe 
comprende y dirige la vida del hombre a la luz del misterio histórico-salvífico, del revelarse y 
donarse de Dios en Cristo por nosotros los hombres. La inteligencia de la fe incluye la razón, 
mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y la integra 
con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la creación, es 
decir, la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, 
con los demás seres humanos y con las demás criaturas‖ (CDSI, 75). 
 
b) En diálogo cordial con todos los saberes 
“La doctrina social de la Iglesia se sirve de todas las aportaciones cognoscitivas, 
provenientes de cualquier saber, y tiene una importante dimensión interdisciplinar” (CDSI, 76). 
“La apertura atenta y constante a las ciencias proporciona a la doctrina social de la Iglesia 
competencia, concreción y actualidad. Gracias a éstas, la Iglesia puede comprender de forma más 
precisa al hombre en la sociedad, hablar a los hombres de su tiempo de modo más convincente y 
cumplir más eficazmente su tarea de encarnar, en la conciencia y en la sensibilidad social de 
nuestro tiempo, la Palabra de Dios y la fe, de la cual la doctrina social «arranca»‖ (CDSI, 78). 
―Este diálogo interdisciplinar solicita también a las ciencias a acoger las perspectivas de 
significado, de valor y de empeño que la doctrina social manifiesta y «a abrirse a horizontes más 
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amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación»‖ (CDSI, 
78). 
 
c) Expresión del ministerio de enseñanza de la Iglesia 
“La doctrina social es de la Iglesia porque la Iglesia es el sujeto que la elabora, la difunde y 
la enseña. No es prerrogativa de un componente del cuerpo eclesial, sino de la comunidad entera: 
es expresión del modo en que la Iglesia comprende la sociedad y se confronta con sus estructuras 
y sus variaciones. Toda la comunidad eclesial —sacerdotes, religiosos y laicos— participa en la 
elaboración de la doctrina social, según la diversidad de tareas, carismas y ministerios‖ (CDSI, 
79). 
 
d) Hacia una sociedad reconciliada en la justicia y en el amor 
“El objeto de la doctrina social es esencialmente el mismo que constituye su razón de ser: el 
hombre llamado a la salvación y, como tal, confiado por Cristo al cuidado y a la responsabilidad 
de la Iglesia.
 
Con su doctrina social, la Iglesia se preocupade la vida humana en la sociedad, con 
la conciencia que de la calidad de la vida social, es decir, de las relaciones de justicia y de amor 
que la forman, depende en modo decisivo la tutela y la promoción de las personas que 
constituyen cada una de las comunidades. En la sociedad, en efecto, están en juego la dignidad y 
los derechos de la persona y la paz en las relaciones entre las personas y entre las comunidades. 
Estos bienes deben ser logrados y garantizados por la comunidad social‖ (CDSI, 81). 
“La finalidad de la doctrina social es de orden religioso y moral. Religioso, porque la misión 
evangelizadora y salvífica de la Iglesia alcanza al hombre «en la plena verdad de su existencia, de 
su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social».
 
Moral, porque la Iglesia mira hacia un 
«humanismo pleno »,
 
es decir, a la «liberación de todo lo que oprime al hombre» y al «desarrollo 
integral de todo el hombre y de todos los hombres». La doctrina social traza los caminos que hay 
que recorrer para edificar una sociedad reconciliada y armonizada en la justicia y en el amor, que 
anticipa en la historia, de modo incipiente y prefigurado, los «nuevos cielos y nueva tierra, en los 
que habite la justicia»‖ (CDSI, 82). 
 
e) Un mensaje para los hijos de la Iglesia y para la humanidad 
“La primera destinataria de la doctrina social es la comunidad eclesial en todos sus 
miembros, porque todos tienen responsabilidades sociales que asumir. La enseñanza social 
interpela la conciencia en orden a reconocer y cumplir los deberes de justicia y de caridad en la 
vida social. Esta enseñanza es luz de verdad moral, que suscita respuestas apropiadas según la 
vocación y el ministerio de cada cristiano‖ (CDSI, 83). 
“La doctrina social implica también responsabilidades relativas a la construcción, la 
organización y el funcionamiento de la sociedad: obligaciones políticas, económicas, 
administrativas, es decir, de naturaleza secular, que pertenecen a los fieles laicos, no a los 
sacerdotes ni a los religiosos.
 
Estas responsabilidades competen a los laicos de modo peculiar, en 
razón de la condición secular de su estado de vida y de la índole secular de su vocación: 
mediante estas responsabilidades, los laicos ponen en práctica la enseñanza social y cumplen la 
misión secular de la Iglesia‖ (CDSI, 83). 
“Además de la destinación primaria y específica a los hijos de la Iglesia, la doctrina social 
tiene una destinación universal. La luz del Evangelio, que la doctrina social reverbera en la 
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sociedad, ilumina a todos los hombres, y todas las conciencias e inteligencias están en 
condiciones de acoger la profundidad humana de los significados y de los valores por ella 
expresados y la carga de humanidad y de humanización de sus normas de acción. La doctrina 
social de la Iglesia es una enseñanza expresamente dirigida a todos los hombres de buena 
voluntad
 
 y, efectivamente, es escuchada por los miembros de otras Iglesias y Comunidades 
Eclesiales, por los seguidores de otras tradiciones religiosas y por personas que no pertenecen a 
ningún grupo religioso‖ (CDSI, 84). 
 
f) Bajo el signo de la continuidad y de la renovación 
“Orientada por la luz perenne del Evangelio y constantemente atenta a la evolución de la 
sociedad, la doctrina social de la Iglesia se caracteriza por la continuidad y por la renovación” 
(CDSI, 85). 
―Esta doctrina manifiesta ante todo la continuidad de una enseñanza que se fundamenta en los 
valores universales que derivan de la Revelación y de la naturaleza humana. Por tal motivo, la 
doctrina social no depende de las diversas culturas, de las diferentes ideologías, de las distintas 
opiniones: es una enseñanza constante, que «se mantiene idéntica en su inspiración de fondo, en 
sus ―principios de reflexión‖, en sus fundamentales ―directrices de acción‖, sobre todo, en su 
unión vital con el Evangelio del Señor».
 
En este núcleo portante y permanente, la doctrina social 
de la Iglesia recorre la historia sin sufrir sus condicionamientos, ni correr el riesgo de la 
disolución‖ (CDSI, 85). 
―Por otra parte, en su constante atención a la historia, dejándose interpelar por los eventos que 
en ella se producen, la doctrina social de la Iglesia manifiesta una capacidad de renovación 
continua. La firmeza en los principios no la convierte en un sistema rígido de enseñanzas, es, más 
bien, un Magisterio en condiciones de abrirse a las cosas nuevas, sin diluirse en ellas: una 
enseñanza «sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las 
condiciones históricas así como por el constante flujo de los acontecimientos en que se mueve la 
vida de los hombres y de las sociedades»‖ (CDSI, 85). 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
11 
 
Clase 4. El contexto histórico en que surge la DSI 
 
Para leer: La historia de la pobreza de Paul Christophe 
 
Los nuevos esclavos 
Lamennais denuncia la esclavitud del obrero reducido a máquina de trabajo: 
La política moderna no ve el pobre más que una máquina de trabajo, de la que hay que sacar el 
mayor provecho posible en un tiempo determinado; mide su utilidad por lo que produce, lo 
mismo que mide la utilidad del rico por lo que consume… Dejad que se extiendan esas ideas, 
dejad que se combinen con las más viles pasiones que encierra el corazón humano… y muy 
pronto veréis hasta que exceso puede llegar el desprecio del hombre. Tendréis entonces a unos 
ilotas de la industria obligados por un trozo de pan a encerrarse dentro de los talleres y que 
vivirán y morirán sin haber oído quizás nunca en su vida hablar de Dios, sin conocer obligación 
alguna, sin tener a menudo ningún vínculo familiar… Sé que alguno me responderá: ―Por lo 
menos, son libres‖. Realmente es preciso que se hayan forjado extrañas ideas sobre la libertad, y 
se le atribuya un precio tan elevado a esta fantástica libertad, para que se la considere suficiente 
para compensar la pérdida de todo lo que constituye la dignidad y la felicidad del hombre. Pero 
que nadie se engañe; no, esos infortunados no son libres; lo prueba demasiado bien el terrible 
dominio que ejercéis sobre ellos. Sus necesidades los ponen bajo vuestra dependencia; la 
necesidad los convierte en esclavos vuestros… Si fueran propiedad vuestra, tendríais interés en 
cuidarlos mejor. 
 
Una cuestión de vida o muerte 
La cuestión de los pobres, que no es solamente una cuestión política, sino una cuestión de vida 
o muerte para la sociedad, por ser una cuestión de vida o muerte para las cinco sextas partes del 
género humano, es hoy más que nunca de las que están exigiendo en Europa una pronta 
solución…A no ser que se dé un cambio total en el sistema industrial, sería inevitable una 
sublevación de los pobres contra los ricos, y la sociedad entera, convulsionada por completo, 
morirá en medio de terribles estertores. No es esta la ocasión de explicar lo que puede hacer el 
catolicismo y lo que hará para remediar tan grandes males y para prevenir tan terribles 
calamidades. Solamente quiero indicar aquí la inmensa tarea que pronto se abrirá ante el 
sacerdote, llamado a servir con medios nuevos a la porción que sufre la humanidad. Pues, tanto si 
se desarrolla el sistema de colonias agrícolas, que ya se ha experimentado con éxito, como si se 
logra reunir, mediante una feliz combinación, los trabajos industriales con los de la cultura, 
siempre será igualmente necesaria la intervención del sacerdote, no solo para dar a esas 
asociaciones el carácter moral del que depende su utilidad política y su prosperidad material, 
sino además para que haya una tercera persona desinteresada que sirva de vínculo entre las dos 
partes que han de tratar, entre el rico que ofrece la tierra y el dinero, el pobre que solo puede 
poner su trabajo en el fondo común. 
Los pobres serán la familia del sacerdote, los hijos de su predilección, recogidos, por así 
decirlo, y amparados en sus entrañasde padre, porque, en razón misma de sus sufrimientos y de 
sus lágrimas, la única herencia que reciben, lo único que transmiten son visiblemente los 
privilegios de Cristo, que también fue pobre y que sufrió, de ese Cristo que llama 
bienaventurados a los que lloran. 
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Clase 5. El comienzo de un nuevo camino: Rerum novarum de León XIII 
 
Exposición preliminar 
―Despertado el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los pueblos, era de 
esperar que el afán de cambiarlo todo llegara un día a derramarse desde el campo de la política al 
terreno, con él colindante, de la economía. En efecto, los adelantos de la industria y de las artes, 
que caminan por nuevos derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre patronos y 
obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la pobreza de la inmensa 
mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y la más estrecha cohesión entre ellos, 
juntamente con la relajación de la moral, han determinado el planteamiento de la contienda. Cuál 
y cuán grande sea la importancia de las cosas que van en ello, se ve por la punzante ansiedad en 
que viven todos los espíritus; esto mismo pone en actividad los ingenios de los doctos, informa 
las reuniones de los sabios, las asambleas del pueblo, el juicio de los legisladores, las decisiones 
de los gobernantes, hasta el punto que parece no haber otro tema que pueda ocupar más 
hondamente los anhelos de los hombres‖ (RN, 1). 
 ―Así, pues, debiendo Nos velar por la causa de la Iglesia y por la salvación común, creemos 
oportuno, venerables hermanos, y por las mismas razones, hacer, respecto de la situación de los 
obreros, lo que hemos acostumbrado, dirigiéndoos cartas sobre el poder político, sobre la libertad 
humana, sobre la cristiana constitución de los Estados y otras parecidas, que estimamos 
oportunas para refutar los sofismas de algunas opiniones. Este tema ha sido tratado por Nos 
incidentalmente ya más de una vez; mas la conciencia de nuestro oficio apostólico nos incita a 
tratar de intento en esta encíclica la cuestión por entero, a fin de que resplandezcan los principios 
con que poder dirimir la contienda conforme lo piden la verdad y la justicia. El asunto es difícil 
de tratar y no exento de peligros. Es difícil realmente determinar los derechos y deberes dentro de 
los cuales hayan de mantenerse los ricos y los proletarios, los que aportan el capital y los que 
ponen el trabajo. Es discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres 
turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad y para incitar sediciosamente a las turbas. 
Sea de ello, sin embargo, lo que quiera, vemos claramente, cosa en que todos convienen, que es 
urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es 
mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, 
disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a 
llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros 
antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la 
inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar 
el mal la voraz usura, que, reiteradamente condenada por la autoridad de la Iglesia, es practicada, 
no obstante, por hombres codiciosos y avaros bajo una apariencia distinta. Añádase a esto que no 
sólo la contratación del trabajo, sino también las relaciones comerciales de toda índole, se hallan 
sometidas al poder de unos pocos, hasta el punto de que un número sumamente reducido de 
opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre 
infinita de proletarios‖ (RN, 1). 
 
 
 
 
 
13 
 
Clase 6. El comienzo de un nuevo camino: Quadragesimo anno de Pío XI 
 
Primera utilización en el Magisterio pontificio del término DSI 
―De este modo, mostrando el camino y llevando la luz que trajo la encíclica de León XIII, 
surgió una verdadera doctrina social de la Iglesia, que esos eruditos varones, a los cuales hemos 
dado el nombre de cooperadores de la Iglesia, fomentan y enriquecen de día en día con inagotable 
esfuerzo, y no la ocultan ciertamente en las reuniones cultas, sino que la sacan a la luz del sol y a 
la calle, como claramente lo demuestran las tan provechosas y celebradas escuelas instituidas en 
universidades católicas, en academias y seminarios, las reuniones o semanas sociales, tan 
numerosas y colmadas de los mejores frutos; los círculos de estudios y, por último, tantos 
oportunos y sanos escritos divulgados por doquiera y por todos los medios‖ (QA, 20). 
 
Se defiende el derecho y el deber de la Iglesia de hacer magisterio social 
―Pero antes de entrar en la explicación de estos puntos hay que establecer lo que hace ya 
tiempo confirmó claramente León XIII: que Nos tenemos el derecho y el deber de juzgar con 
autoridad suprema sobre estas materias sociales y económicas (RN, 13). Cierto que no se le 
impuso a la Iglesia la obligación de dirigir a los hombres a la felicidad exclusivamente caduca y 
temporal, sino a la eterna; más aún, "la Iglesia considera impropio inmiscuirse sin razón en estos 
asuntos terrenos" (Ubi arcano, 23 de diciembre de 1992). Pero no puede en modo alguno 
renunciar al cometido, a ella confiado por Dios, de interponer su autoridad, no ciertamente en 
materias técnicas, para las cuales no cuenta con los medios adecuados ni es su cometido, sino en 
todas aquellas que se refieren a la moral‖ (QA, 41). 
 
Carácter individual y social de la propiedad (destino universal de los bienes) 
―Ante todo, pues, debe tenerse por cierto y probado que ni León XIII ni los teólogos que han 
enseñado bajo la dirección y magisterio de la Iglesia han negado jamás ni puesto en duda ese 
doble carácter del derecho de propiedad llamado social e individual, según se refiera a los 
individuos o mire al bien común, sino que siempre han afirmado unánimemente que por la 
naturaleza o por el Creador mismo se ha conferido al hombre el derecho de dominio privado, 
tanto para que los individuos puedan atender a sus necesidades propias y a las de su familia, 
cuanto para que, por medio de esta institución, los medios que el Creador destinó a toda la familia 
humana sirvan efectivamente para tal fin, todo lo cual no puede obtenerse, en modo alguno, a no 
ser observando un orden firme y determinado‖ (QA, 45). 
 
Carácter individual y social del trabajo 
―Mas, igual que en el dominio, también en el trabajo, sobre todo en el que se alquila a otro por 
medio de contrato, además del carácter personal o individual, hay que considerar evidentemente 
el carácter social, ya que, si no existe un verdadero cuerpo social y orgánico, si no hay un orden 
social y jurídico que garantice el ejercicio del trabajo, si los diferentes oficios, dependientes los 
unos de los otros, no colaboran y se completan entre sí y, lo que es más todavía, no se asocian y 
se funden como en una unidad la inteligencia, el capital y el trabajo, la eficiencia humana no será 
capaz de producir sus frutos‖ (QA, 69). 
 
 
http://www.vatican.va/holy_father/leo_xiii/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum_sp.html
14 
 
Principio de subsidiariedad 
―Pues aun siendo verdad, y la historia lo demuestra claramente, que, por el cambio operado en 
las condiciones sociales, muchas cosas que en otros tiempos podían realizar incluso las 
asociaciones pequeñas, hoy son posibles sólo a las grandes corporaciones, sigue, no obstante, en 
pie y firme en la filosofía social aquel gravísimo principio inamovible e inmutable: como no se 
puede quitar a los individuos y dar a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio 
esfuerzo e industria, así tampoco es justo, constituyendo un grave perjuicio y perturbación del 
recto orden, quitara las comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden hacer y 
proporcionar y dárselo a una sociedad mayor y más elevada, ya que toda acción de la sociedad, 
por su propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros del cuerpo social, pero no 
destruirlos y absorberlos‖ (QA, 79). 
 
Contra la dictadura económica 
―Salta a los ojos de todos, en primer lugar, que en nuestros tiempos no sólo se acumulan 
riquezas, sino que también se acumula una descomunal y tiránica potencia económica en manos 
de unos pocos, que la mayor parte de las veces no son dueños, sino sólo custodios y 
administradores de una riqueza en depósito, que ellos manejan a su voluntad y arbitrio. Dominio 
ejercido de la manera más tiránica por aquellos que, teniendo en sus manos el dinero y 
dominando sobre él, se apoderan también de las finanzas y señorean sobre el crédito, y por esta 
razón administran, diríase, la sangre de que vive toda la economía y tienen en sus manos así 
como el alma de la misma, de tal modo que nadie puede ni aun respirar contra su voluntad. Esta 
acumulación de poder y de recursos, nota casi característica de la economía contemporánea, es el 
fruto natural de la limitada libertad de los competidores, de la que han sobrevivido sólo los más 
poderosos. Tal acumulación de riquezas y de poder origina, a su vez, tres tipos de lucha: se lucha 
en primer lugar por la hegemonía económica; es entable luego el rudo combate para adueñarse 
del poder público, para poder abusar de su influencia y autoridad en los conflictos económicos; 
finalmente, pugnan entre sí los diferentes Estados, ya porque las naciones emplean su fuerza y su 
política para promover cada cual los intereses económicos de sus súbditos, ya porque tratan de 
dirimir las controversias políticas surgidas entre las naciones, recurriendo a su poderío y recursos 
económicos‖ (QA, 105- 108). 
 
Socialista y católico son términos contradictorios 
―Aun cuando el socialismo, como todos los errores, tiene en sí algo de verdadero, se funda 
sobre una doctrina de la sociedad humana propia suya, opuesta al verdadero cristianismo. 
Socialismo cristiano, implican términos contradictorios: nadie puede ser a la vez buen católico y 
verdadero socialista‖ (QA, 120). 
 
Función de la caridad 
―¡Cuánto se engañan, por consiguiente, esos incautos que, atentos sólo al cumplimiento de la 
justicia, y de la conmutativa nada más, rechazan soberbiamente la ayuda de la caridad! La 
caridad, desde luego, de ninguna manera puede considerarse como un sucedáneo de la justicia, 
debida por obligación e inicuamente dejada de cumplir. Pero, aun dado por supuesto que cada 
cual acabará obteniendo todo aquello a que tiene derecho, el campo de la caridad es mucho más 
amplio: la sola justicia, en efecto, por fielmente que se la aplique, no cabe duda alguna que podrá 
remover las causas de litigio en materia social, pero no llegará jamás a unir los corazones y las 
almas‖ (QA, 137). 
15 
 
Clase 7. El comienzo de un nuevo camino: radiomensajes y discursos de Pío XII 
 
Uso de los bienes materiales (1 de junio de 1941) 
―Todo hombre, por ser viviente dotado de razón, tiene efectivamente el derecho natural y 
fundamental de usar de los bienes materiales de la tierra, quedando, eso sí, a la voluntad humana 
y a las formas jurídicas de los pueblos el regular más particularmente la actuación práctica. Este 
derecho individual no puede suprimirse en modo alguno, ni aun por otros derechos ciertos y 
pacíficos sobre los bienes materiales. Sin duda el orden natural, que deriva de Dios, requiere 
también la propiedad privada y el libre comercio mutuo de bienes con cambios y donativos, e 
igualmente la función reguladora del poder público en estas dos instituciones. Sin embargo todo 
esto queda subordinado al fin natural de los bienes materiales, y no podría hacerse independiente 
del derecho primero y fundamental que a todos concede el uso, sino más bien debe ayudar a 
hacer posible la actuación en conformidad con su fin. Sólo así se podrá y deberá obtener que 
propiedad y uso de los bienes materiales traigan a la sociedad paz fecunda y consistencia vital y 
no engendren condiciones precarias, generadoras de luchas y celos y abandonadas a merced del 
despiadado capricho de la fuerza y de la debilidad‖ (RM 1941, 13). 
―El derecho originario sobre el uso de los bienes materiales, por estar en íntima unión con la 
dignidad y con los demás derechos de la persona humana, ofrece a ésta, con las formas indicadas 
anteriormente, base material segura y de suma importancia para elevarse al cumplimiento de sus 
deberes morales. La tutela de este derecho asegurará la dignidad personal del hombre y le aliviará 
el atender y satisfacer con justa libertad a aquel conjunto de obligaciones y decisiones estables de 
que directamente es responsable para con el Criador. Ciertamente es deber absolutamente 
personal del hombre conservar y enderezar a la perfección su vida material y espiritual, para 
conseguir el fin religioso y moral que Dios ha señalado a todos los hombres y dándoles como 
norma suprema, siempre y en todo caso obligatoria, con preferencia a todo otro deber‖ (RM 
1941, 14). 
―Tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana y hacerle llevadero el 
cumplimiento de sus deberes, debe ser oficio esencial de todo poder público. ¿Acaso no lleva esto 
consigo el significado genuino del bien común, que el Estado está llamado a promover? De aquí 
nace que el cuidado de este bien común no lleva consigo un poder tan extenso sobre los 
miembros de la comunidad que en virtud de él sea permitido a la autoridad pública disminuir el 
desenvolvimiento de la acción individual arriba mencionada, decidir directamente sobre el 
principio o (excluso el caso de legítima pena) sobre el término de la vida humana, determinar de 
propia iniciativa el modo de su movimiento físico, espiritual, religioso y moral en oposición con 
los deberes y derechos personales del hombre, y con tal intento abolir o quitar su eficacia al 
derecho natural de bienes materiales‖ (RM 1941, 15). 
 
Puntos fundamentales para el orden y la paz de la sociedad (24 de diciembre de 1942) 
―Quien pondera a la luz de la razón y de la fe los fundamentos y los fines de la vida social, que 
hemos trazado en breves líneas, y los contempla en su pureza y altura moral y en sus benéficos 
frutos en todos los campos, se convencerá necesariamente de los poderosos principios de orden y 
pacificación que las energías encauzadas hacia grandes ideales y resueltas a afrontar los 
obstáculos podrían comunicar, o, digamos mejor, restituir a un mundo interiormente desquiciado, 
una vez que hubieran abatido las barreras intelectuales y jurídicas creadas por prejuicios, errores 
e indiferencias y por un largo retroceso de secularización del pensamiento, del sentimiento, de la 
16 
 
acción, cuyo resultado fue arrancar y apartar la ciudad terrena de la luz y fuerza de la ciudad de 
Dios‖ (RM 1942, 28). 
―Hoy más que nunca suena la hora de reparar, de sacudir la conciencia del mundo del grave 
letargo en que le han hecho caer los tóxicos de falsas ideas ampliamente difundidas; tanto más 
cuanto que, en esta hora de convulsión material y moral, el conocimiento de la fragilidad y de la 
inconsistencia de todo ordenamiento meramente humano está ya para desengañar incluso a 
aquellos que, en días aparentemente felices, no sentían en sí y en la sociedad la falta de contacto 
con lo eterno y no la consideraban como un defecto esencial de sus sistemas‖ (RM 1942, 29). 
 
Contra la guerra como solución de las controversias internacionales (24 de diciembre 1944) 
Por lo demás, un deber obliga a todos, un deber que no sufre demora alguna, ni dilación, ni 
zozobra, ni tergiversación: el de hacer todo cuanto sea posible para proscribir y desterrar de una 
vez para siempre la guerra de agresión como solución legítima de las controversias 
internacionales ycomo instrumento de nacionales aspiraciones. Se han visto en lo pasado muchas 
tentativas emprendidas con este fin. Todas han fracasado, y todas fracasarán siempre, mientras la 
parte más sana del género humano no tenga la voluntad firme, santamente obstinada, como 
obligación de conciencia. de cumplir la misión que los tiempos pasados habían iniciado con 
deficiente seriedad y resolución. 
Si jamás una generación ha tenido que sentir en el fondo de la conciencia el grito: «Guerra a la 
guerra», esa es, sin duda alguna, la actual. Pasando, como ha pasado, a través de un océano de 
sangre y de lágrimas, cual, tal vez, nunca conocieron los tiempos pretéritos, ha vivido sus 
indecibles atrocidades tan intensamente, que el recuerdo de tantos horrores tendrá que quedársele 
estampado en la memoria y hasta en lo más profundo del alma, como la imagen de un infierno, 
del que, quienquiera que nutre en su corazón sentimientos de humanidad, no podrá jamás tener 
ansia más ardiente que la de cerrar sus puertas para siempre. 
 
Materialismo y verdadera paz (24 de diciembre de 1953) 
―Pero ningún materialismo ha sido jamás medio idóneo para instaurar la paz, porque ésta, 
antes que nada, es una condición del espíritu, y sólo en segundo orden, un equilibrio armónico de 
fuerzas externas. Es, pues, un error de principio confiar la paz al materialismo moderno, que 
corrompe al hombre en su raíz y ahoga su vida personal y espiritual. A la misma desconfianza 
conduce, por lo demás, la experiencia; la cual demuestra, aun en nuestros días, que el costosísimo 
potencial de fuerzas técnicas y económicas, aunque sea distribuido más o menos igualmente entre 
las dos partes, impone un temor reciproco. De ello resultaría, por lo tanto, solamente una paz de 
temor; no la paz que es seguridad en el porvenir. Conviene repetir esto sin cansarse, y persuadir 
de ello a los que, entre el pueblo, se dejan fácilmente alucinar por el espejismo de que la paz 
consiste en la abundancia de bienes, mientras la paz segura y estable es, sobre todo, un problema 
de unidad espiritual y de disposiciones morales. Ella exige, bajo pena de una nueva catástrofe de 
la humanidad, que se renuncie a la autonomía falaz de las fuerzas materiales, las cuales, en 
nuestros días, no se distinguen gran cosa de las armas propiamente bélicas‖ (RM 1953, 15). 
 
 
 
17 
 
Clase 8. La Iglesia al servicio de la humanidad: Mater et magistra y Pacem in terris 
 
Mater et Magistra (MM) de Juan XXIII 
 
―Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en 
el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, 
todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y 
fundamente de la verdad confió su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos para 
sí, y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de 
los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con 
la mayor vigilancia. La doctrina de Cristo une, en efecto, la tierra con el cielo, ya que considera al 
hombre completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente desde las 
condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde un día ha de 
gozar de felicidad y de paz imperecederas. Por tanto, la santa Iglesia, aunque tiene como misión 
principal santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes sobrenaturales, se preocupa, sin 
embargo, de las necesidades que la vida diaria plantea a los hombres, no sólo de las que afectan a 
su decoroso sustento, sino de las relativas a su interés y prosperidad, sin exceptuar bien alguno y 
a lo largo de las diferentes épocas‖ (MM, 1-3). 
 
Motivos de la nueva encíclica: la nueva cuestión social 
―Nos, por tanto, a la vista de lo anteriormente expuesto, sentimos el deber de mantener 
encendida la antorcha levantada por nuestros grandes predecesores y de exhortar a todos a que 
acepten como luz y estímulo las enseñanzas de sus encíclicas, si quieren resolver la cuestión 
social por los caminos más ajustados a las circunstancias de nuestro tiempo. Juzgamos, por tanto, 
necesaria la publicación de esta nuestra encíclica, no ya sólo para conmemorar justamente 
la Rerum novarum, sino también para que, de acuerdo con los cambios de la época, subrayemos y 
aclaremos con mayor detalle, por una parte, las enseñanzas de nuestros predecesores, y por otra, 
expongamos con claridad el pensamiento de la Iglesia sobre los nuevos y más importantes 
problemas del momento‖ (MM, 50). 
 
Relación entre iniciativa privada y participación estatal en economía 
―Como tesis inicial, hay que establecer que la economía debe ser obra, ante todo, de la 
iniciativa privada de los individuos, ya actúen éstos por sí solos, ya se asocien entre sí de 
múltiples maneras para procurar sus intereses comunes. Sin embargo, por las razones que ya 
adujeron nuestros predecesores, es necesaria también la presencia activa del poder civil en esta 
materia, a fin de garantizar, como es debido, una producción creciente que promueva el progreso 
social y redunde en beneficio de todos los ciudadanos‖ (MM, 51-52). 
 
Nuevo fenómeno: la socialización 
“Una de las notas más características de nuestra época es el incremento de las relaciones 
sociales, la progresiva multiplicación de las relaciones de convivencia, con la formación 
consiguiente de muchas formas de vida y de actividad asociada, que han sido recogidas, la 
mayoría de las veces, por el derecho público o por el derecho privado. Entre los numerosos 
factores que han contribuido a la existencia de este hecho deben enumerarse el progreso 
http://www.vatican.va/holy_father/leo_xiii/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum_sp.html
18 
 
científico y técnico, el aumento de la productividad económica y el auge del nivel de vida del 
ciudadano‖ (MM, 59). 
 
Empobrecimiento y brecha social 
―Una profunda amargura embarga nuestro espíritu ante el espectáculo inmensamente doloroso 
de innumerables trabajadores de muchas naciones y de continentes enteros a los que se remunera 
con salario tan bajo, que quedan sometidos ellos y sus familias a condiciones de vida totalmente 
infrahumana. Hay que atribuir esta lamentable situación al hecho de que, en aquellas naciones y 
en aquellos continentes, el proceso de la industrialización está en sus comienzos o se halla 
todavía en fase no suficientemente desarrollada. En algunas de estas naciones, sin embargo, 
frente a la extrema pobreza de la mayoría, la abundancia y el lujo desenfrenado de unos pocos 
contrastan de manera abierta e insolente con la situación de los necesitados; en otras se grava a la 
actual generación con cargas excesivas para aumentar la productividad de la economía nacional, 
de acuerdo con ritmos acelerados que sobrepasan por entero los límites que la justicia y la 
equidad imponen; finalmente, en otras naciones un elevado tanto por ciento de la renta nacional 
se gasta en robustecer más de lo justo el prestigio nacional o se destinan presupuestos enormes a 
la carrera de armamentos‖ (MM, 68-69). 
 
Necesaria vinculación entre el desarrollo económico y el progreso social 
―Dado que en nuestra época las economías nacionales evolucionan rápidamente, y con ritmo 
aún más acentuado después de la segunda guerra mundial, consideramos oportuno llamar la 
atención de todos sobre un precepto gravísimo de la justicia social, a saber: que el desarrollo 
económico y el progreso social deben ir juntos y acomodarse mutuamente, de forma que todas las 
categorías sociales tengan participación adecuada en el aumento de la riqueza de la nación. En 
orden a lo cual hay que vigilar y procurar, por todos los medios posibles, que las discrepancias 
que existen entre las clases sociales por la desigualdad de lariqueza no aumenten, sino que, por el 
contrario, se atenúen lo más posible‖ (MM, 73). 
 
Función social de la propiedad 
―Pero nuestros predecesores han enseñado también de modo constante el principio de que al 
derecho de propiedad privada le es intrínsecamente inherente una función social. En realidad, 
dentro del plan de Dios Creador, todos los bienes de la tierra están destinados, en primer lugar, al 
decoroso sustento de todos los hombres, como sabiamente enseña nuestro predecesor de feliz 
memoria León XIII en la encíclica Rerum novarum: «Los que han recibido de Dios mayor 
abundancia de bienes, ya sean corporales o externos, ya internos y espirituales, los han recibido 
para que con ellos atiendan a su propia perfección y, al mismo tiempo, como ministros de la 
divina Providencia, al provecho de los demás. Por lo tanto, el que tenga aliento, cuide de no 
callar; el que abunde en bienes, cuide de no ser demasiado duro en el ejercicio de la misericordia; 
quien posee un oficio de qué vivir, afánese por compartir su uso y utilidad con el prójimo»‖ 
(MM, 119). 
 
Ideologías y reduccionismo antropológico 
―Como en el tiempo pasado, también en el nuestro los progresos de la ciencia y de la técnica 
influyen poderosamente en las relaciones sociales del ciudadano. Por ello es preciso que, tanto en 
http://www.vatican.va/holy_father/leo_xiii/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum_sp.html
19 
 
la esfera nacional como en la internacional, dichas relaciones se regulen con un equilibrio más 
humano. Con este fin se han elaborado y difundido por escrito muchas ideologías. Algunas de 
ellas han desaparecido ya, como la niebla ante el sol. Otras han sufrido hoy un cambio completo. 
Las restantes van perdiendo actualmente, poco a poco, su influjo en los hombres. Esta 
desintegración proviene de hecho de que son ideologías que no consideran la total integridad del 
hombre y no comprenden la parte más importante de éste. No tienen, además, en cuanta las 
indudables imperfecciones de la naturaleza humana, como son, por ejemplo, la enfermedad y el 
dolor, imperfecciones que no pueden remediarse en modo alguno evidentemente, ni siquiera por 
los sistemas económicos y sociales más perfectos. Por último, todos los hombres se sienten 
movidos por un profundo e invencible sentido religioso, que no puede ser jamás conculcado por 
la fuerza u oprimido por la astucia‖ (MM, 212-213). 
 
Pacem in Terris (PT) de Juan XXIII 
 
“Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la 
libertad. A los venerables hermanos Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y otros 
Ordinarios en paz y comunión con la Sede Apostólica, al clero y fieles de todo el mundo y a 
todos los hombres de buena voluntad” (PT, prefacio). 
 
Primacía de la persona humana y su inviolable dignidad: derechos y deberes 
―En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como 
fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia 
y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que 
dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes 
son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto. Si, por otra 
parte, consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, 
hemos de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido 
redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y 
herederos de la gloria eterna‖ (PT, 9-10). 
 
Primero de todos los derechos: derecho a la existencia y a un buen nivel de vida 
―Puestos a desarrollar, en primer término, el tema de los derechos del hombre, observamos 
que éste tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un 
decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el 
descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe 
prestar el Estado. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad 
personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra 
eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento‖ (PT, 11). 
 
Relación intrínseca entre derechos y deberes: deber de respetar los derechos ajenos 
―Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están unidos en el hombre que los 
posee con otros tantos deberes, y unos y otros tienen en la ley natural, que los confiere o los 
impone, su origen, mantenimiento y vigor indestructible. Por ello, para poner algún ejemplo, al 
derecho del hombre a la existencia corresponde el deber de conservarla; al derecho a un decoroso 
20 
 
nivel de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho de buscar libremente la verdad, el deber de 
buscarla cada día con mayor profundidad y amplitud. Es asimismo consecuencia de lo dicho que, 
en la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponda en los 
demás el deber de reconocerlo y respetarlo. Porque cualquier derecho fundamental del hombre 
deriva su fuerza moral obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. 
Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la 
importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen‖ 
(PT, 28-30). 
 
Necesidad de la autoridad 
―Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima 
autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus 
desvelos al provecho común del país. Toda la autoridad que los gobernantes poseen proviene de 
Dios, según enseña San Pablo: Porque no hay autoridad que no venga de Dios.
 
Enseñanza del 
Apóstol que San Juan Crisóstomo desarrolla en estos términos: ¿Qué dices? ¿Acaso todo 
gobernante ha sido establecido por Dios? No digo esto -añade-, no hablo de cada uno de los que 
mandan, sino de la autoridad misma. Porque el que existan las autoridades, y haya gobernantes 
y súbditos, y todo suceda sin obedecer a un azar completamente fortuito, digo que es obra de la 
divina sabiduría. En efecto, como Dios ha creado a los hombres sociales por naturaleza y 
ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y a cada uno con un 
mismo impulso eficaz, encaminado al bien común, resulta necesaria en toda sociedad humana 
una autoridad que la dirija; autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la 
naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor” (PT, 46). 
 
La ley debe respetar el ordenamiento divino 
―El derecho de mandar constituye una exigencia del orden espiritual y dimana de Dios. Por 
ello, si los gobernantes promulgan una ley o dictan una disposición cualquiera contraria a ese 
orden espiritual y, por consiguiente, opuesta a la voluntad de Dios, en tal caso ni la ley 
promulgada ni la disposición dictada pueden obligar en conciencia al ciudadano, ya que es 
necesario obedecer a Dios antes que a los hombres; más aún, en semejante situación, la propia 
autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa. Así lo enseña Santo 
Tomás: En cuanto a lo segundo, la ley humana tiene razón de ley sólo en cuanto se ajusta a la 
recta razón. Y así considerada, es manifiesto que procede de la ley eterna. Pero, en cuanto se 
aparta de la recta razón, es una ley injusta, y así no tiene carácter de ley, sino más bien de 
violencia” (PT, 51). 
Autoridad y democracia 
―Ahora bien, del hecho de que la autoridad proviene de Dios no debe en modo alguno 
deducirse que los hombres no tengan derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la 
forma degobierno y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad. 
De aquí que la doctrina que acabamos de exponer pueda conciliarse con cualquier clase de 
régimen auténticamente democrático‖ (PT, 52). 
 
Paz, guerra y carrera de armamentos 
―En sentido opuesto vemos, con gran dolor, cómo en las naciones económicamente más 
desarrolladas se han estado fabricando, y se fabrican todavía, enormes armamentos, dedicando a 
21 
 
su construcción una suma inmensa de energías espirituales y materiales. Con esta política resulta 
que, mientras los ciudadanos de tales naciones se ven obligados a soportar sacrificios muy 
graves, otros pueblos, en cambio, quedan sin las ayudas necesarias para su progreso económico y 
social. La razón que suele darse para justificar tales preparativos militares es que hoy día la paz, 
así dicen, no puede garantizarse sí no se apoya en una paridad de armamentos. Por lo cual, tan 
pronto como en alguna parte se produce un aumento del poderío militar, se provoca en otras una 
desenfrenada competencia para aumentar también las fuerzas armadas. Y si una nación cuenta 
con armas atómicas, las demás procuran dotarse del mismo armamento, con igual poder 
destructivo. La consecuencia es clara: los pueblos viven bajo un perpetuo temor, como si les 
estuviera amenazando una tempestad que en cualquier momento puede desencadenarse con 
ímpetu horrible. No les falta razón, porque las armas son un hecho. Y si bien parece difícilmente 
creíble que haya hombres con suficiente osadía para tomar sobre sí la responsabilidad de las 
muertes y de la asoladora destrucción que acarrearía una guerra, resulta innegable, en cambio, 
que un hecho cualquiera imprevisible puede de improviso e inesperadamente provocar el 
incendio bélico. Y, además, aunque el poderío monstruoso de los actuales medios militares 
disuada hoy a los hombres de emprender una guerra, siempre se puede, sin embargo, temer que 
los experimentos atómicos realizados con fines bélicos, si no cesan, pongan en grave peligro toda 
clase de vida en nuestro planeta. Por lo cual la justicia, la recta razón y el sentido de la dignidad 
humana exigen urgentemente que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las 
naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas; que, 
por último, todos los pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme simultáneo, 
controlado por mutuas y eficaces garantías. No se debe permitir -advertía nuestro predecesor, de 
feliz memoria, Pío XII- que la tragedia de una guerra mundial, con sus ruinas económicas y 
sociales y sus aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la humanidad. 
Todos deben, sin embargo, convencerse que ni el cese en la carrera de armamentos, ni la 
reducción de las armas, ni, lo que es fundamental, el desarme general son posibles si este desarme 
no es absolutamente completo y llega hasta las mismas conciencias; es decir, si no se esfuerzan 
todos por colaborar cordial y sinceramente en eliminar de los corazones el temor y la angustiosa 
perspectiva de la guerra. Esto, a su vez, requiere que esa norma suprema que hoy se sigue para 
mantenerla paz se sustituya por otra completamente distinta, en virtud de la cual se reconozca que 
una paz internacional verdadera y constante no puede apoyarse en el equilibrio de las fuerzas 
militares, sino únicamente en la confianza recíproca. Nos confiamos que es éste un objetivo 
asequible. Se trata, en efecto, de una exigencia que no sólo está dictada por las normas de la recta 
razón, sino que además es en sí misma deseable en grado sumo y extraordinariamente fecunda en 
bienes. Por último, este objetivo es extraordinariamente fecundo en bienes, porque sus ventajas 
alcanzan a todos sin excepción, es decir, a cada persona, a los hogares, a los pueblos, a la entera 
familia humana. Como lo advertía nuestro predecesor Pío XII con palabras de aviso que todavía 
resuenan vibrantes en nuestros oídos: Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la 
guerra” (PT, 109-116). 
 
Necesidad del establecimiento de una autoridad pública mundial 
―Y como hoy el bien común de todos los pueblos plantea problemas que afectan a todas las 
naciones, y como semejantes problemas solamente puede afrontarlos una autoridad pública cuyo 
poder, estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga un alcance 
mundial, resulta, en consecuencia, que, por imposición del mismo orden moral, es preciso 
constituir una autoridad pública general‖ (PT, 137). 
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Dos distinciones necesarias: La distinción entre el error y el que lo profesa 
―Importa distinguir siempre entre el error y el hombre que lo profesa, aunque se trate de 
personas que desconocen por entero la verdad o la conocen sólo a medias en el orden religioso o 
en el orden de la moral práctica. Porque el hombre que yerra no que da por ello despojado de su 
condición de hombre, ni automáticamente pierde jamás su dignidad de persona, dignidad que 
debe ser tenida siempre en cuenta. Además, en la naturaleza humana nunca desaparece la 
capacidad de superar el error y de buscar el camino de la verdad. Por otra parte, nunca le faltan al 
hombre las ayudas de la divina Providencia en esta materia. Por lo cual bien puede suceder que 
quien hoy carece de la luz de la fe o profesa doctrinas equivocadas, pueda mañana, iluminado por 
la luz divina, abrazar la verdad. En efecto, si los católicos, por motivos puramente externos, 
establecen relaciones con quienes o no creen en Cristo o creen en El deforma equivocada, porque 
viven en el error, pueden ofrecerles una ocasión o un estímulo para alcanzarla verdad‖ (PT, 158). 
 
Distinguir entre filosofías y corrientes históricas 
―En segundo lugar, es también completamente necesario distinguir entre las teorías filosóficas 
falsas sobre la naturaleza, el origen, el fin del mundo y del hombre y las corrientes de carácter 
económico y social, cultural o político, aunque tales corrientes tengan su origen e impulso en 
tales teorías filosóficas. Porque una doctrina, cuando ha sido elaborada y definida, ya no cambia. 
Por el contrario, las corrientes referidas, al desenvolverse en medio de condiciones mudables, se 
hallan sujetas por fuerza a una continua mudanza. Por lo demás, ¿quién puede negar que, en la 
medida en que tales corrientes se ajusten a los dictados de la recta razón y reflejen fielmente las 
justas aspiraciones del hombre, puedan tener elementos moralmente positivos dignos de 
aprobación?‖ (PT, 159). 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Clase 9. La Iglesia al servicio de la humanidad: Gaudium et Spes (C. Vaticano II) 
 
Cultura 
―Es propio de la persona humana el no llegar a un nivel verdadera y plenamente humano si no es 
mediante la cultura, es decir, cultivando los bienes y los valores naturales. Siempre, pues, que se 
trata de la vida humana, naturaleza y cultura se hallen unidas estrechísimamente. Con la 
palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y desarrolla 
sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo orbe terrestre 
con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la familia como en toda 
la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones; finalmente, a través del 
tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras grandes experiencias espirituales y 
aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo el género humano. De aquí 
se sigue que la cultura humana presenta necesariamente un aspecto histórico y social y que la 
palabra cultura asume con frecuencia un sentido sociológico y etnológico. En este sentido se 
habla de la pluralidad de culturas. Estilos de vida común diversos y escala de valor diferentes 
encuentran su origen en la distinta manera de servirse de las cosas, detrabajar, de expresarse, de 
practicar la religión, de comportarse, de establecer leyes e instituciones jurídicas, de desarrollar 
las ciencias, las artes y de cultivar la belleza. Así, las costumbres recibidas forman el patrimonio 
propio de cada comunidad humana. Así también es como se constituye un medio histórico 
determinado, en el cual se inserta el hombre de cada nación o tiempo y del que recibe los valores 
para promover la civilización humana‖. (GS, 53) 
Fe y cultura 
―Los cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba, lo 
cual en nada disminuye, antes por el contrario, aumenta, la importancia de la misión que les 
incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En 
realidad, el misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para 
cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa 
actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del 
hombre. El hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos 
técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de toda la familia 
humana y cuando conscientemente asume su parte en la vida de los grupos sociales, cumple 
personalmente el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, 
de someter la tierra y perfeccionar la creación, y al mismo tiempo se perfecciona a sí mismo; más 
aún, obedece al gran mandamiento de Cristo de entregarse al servicio de los hermanos.‖ (GS, 57) 
Paz en el mundo 
―En estos últimos años, en los que aún perduran entre los hombres la aflicción y las angustias 
nacidas de la realidad o de la amenaza de una guerra, la universal familia humana ha llegado en 
su proceso de madurez a un momento de suprema crisis. Unificada paulatinamente y ya más 
consciente en todo lugar de su unidad, no puede llevar a cabo la tarea que tiene ante sí, es decir, 
construir un mundo más humano para todos los hombres en toda la extensión de la tierra, sin que 
todos se conviertan con espíritu renovado a la verdad de la paz. De aquí proviene que el mensaje 
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evangélico, coincidente con los más profundos anhelos y deseos del género humano, luzca en 
nuestros días con nuevo resplandor al proclamar bienaventurados a los constructores de la paz, 
porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Por esto el Concilio, al tratar de la nobilísima y 
auténtica noción de la paz, después de condenar la crueldad de la guerra, pretende hacer un 
ardiente llamamiento a los cristianos para que con el auxilio de Cristo, autor de la paz, cooperen 
con todos los hombres a cimentar la paz en la justicia y el amor y a aportar los medios de la paz‖. 
(GS, 77) 
Naturaleza de la paz 
―La paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas 
adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se 
llama obra de la justicia (Is 32, 7). Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su 
divino Fundador, y que los hombres, sedientos siempre de una más perfecta justicia, han de llevar 
a cabo. El bien común del género humano se rige primariamente por la ley eterna, pero en sus 
exigencias concretas, durante el transcurso del tiempo, está cometido a continuos cambios; por 
eso la paz jamás es una cosa del todo hecha, sino un perpetuo quehacer. Dada la fragilidad de la 
voluntad humana, herida por el pecado, el cuidado por la paz reclama de cada uno constante 
dominio de sí mismo y vigilancia por parte de la autoridad legítima. Esto, sin embargo, no basta. 
Esta paz en la tierra no se puede lograr si no se asegura el bien de las personas y la comunicación 
espontánea entre los hombres de sus riquezas de orden intelectual y espiritual. Es absolutamente 
necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y 
el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz. Así, la paz es también fruto 
del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. La paz sobre la tierra, nacida del 
amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el 
propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por 
medio de su cruz, y, reconstituyendo en un solo pueblo y en un solo cuerpo la unidad del género 
humano, ha dado muerte al odio en su propia carne y, después del triunfo de su resurrección, ha 
infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres‖ (GS, 78) 
La carrera de armamentos 
―Las armas científicas no se acumulan exclusivamente para el tiempo de guerra. Puesto que la 
seguridad de la defensa se juzga que depende de la capacidad fulminante de rechazar al 
adversario, esta acumulación de armas, que se agrava por años, sirve de manera insólita para 
aterrar a posibles adversarios. Muchos la consideran como el más eficaz de todos los medios para 
asentar firmemente la paz entre las naciones. Sea lo que fuere de este sistema de disuasión, 
convénzanse los hombres de que la carrera de armamentos, a la que acuden tantas naciones, no es 
camino seguro para conservar firmemente la paz, y que el llamado equilibrio de que ella proviene 
no es la paz segura y auténtica. De ahí que no sólo no se eliminan las causas de conflicto, sino 
que más bien se corre el riesgo de agravarlas poco a poco. Al gastar inmensas cantidades en tener 
siempre a punto nuevas armas, no se pueden remediar suficientemente tantas miserias del mundo 
entero. En vez de restañar verdadera y radicalmente las disensiones entre las naciones, otras 
zonas del mundo quedan afectadas por ellas. Hay que elegir nuevas rutas que partan de una 
renovación de la mentalidad para eliminar este escándalo y poder restablecer la verdadera paz, 
quedando el mundo liberado de la ansiedad que le oprime. Por lo tanto, hay que declarar de 
nuevo: la carrera de armamentos es la plaga más grave de la humanidad y perjudica a los pobres 
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de manera intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los estragos 
funestos cuyos medios ya prepara. Advertidos de las calamidades que el género humano ha hecho 
posibles, empleemos la pausa de que gozamos, concedida de lo Alto, para, con mayor conciencia 
de la propia responsabilidad, encontrar caminos que solucionen nuestras diferencias de un modo 
más digno del hombre. La Providencia divina nos pide insistentemente que nos liberemos de la 
antigua esclavitud de la guerra. Si renunciáramos a este intento, no sabemos a dónde nos llevará 
este mal camino por el que hemos entrado.‖ (GS, 81) 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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Clase 10. La Iglesia al servicio de la humanidad: PP y OA 
 
Populorum progressio (PP) de Pablo VI 
 
Desarrollo de los pueblos 
―El desarrollo de los pueblos y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar 
del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una más 
amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de sus cualidades 
humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es observado por la Iglesia con 
atención. Apenas terminado el segundo Concilio Vaticano, una renovada toma de conciencia de 
las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, 
para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerles de la 
urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad‖ (PP, 1) 
 
Cambio de óptica en lo social 
―Hoy el hecho más importante del que todos deben tomar conciencia es el de que la cuestión 
social ha tomado una dimensión mundial. Juan XXIII lo afirma sin ambages, y el Concilio se ha

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