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Evolucion-historica-de-Santa-Ana-Atenantitech

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO. 
FACULTAD DE FOLOSOFÍA Y LETRAS 
COLEGIO DE HISTORIA 
 
 
 
 
Evolución histórica de Santa Ana Atenantitech 
 
 
 
TESIS 
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE 
LICENCIADO EN HISTORIA 
 
 
PRESENTA 
 
Eva Caccavari Garza. 
 
 
 
 
ASESORA DE TESIS. 
DRA. MARCELA CORVERA POIRÉ. 
 
 
 
 
 
 
 
MEXICO, D.F., 2006. 
 
 
 
UNAM – Dirección General de Bibliotecas 
Tesis Digitales 
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fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo 
mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, 
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respectivo titular de los Derechos de Autor. 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Al abuelo…por su historia. 
 
 
 
 
 
Parroquia de Santa Ana Atenantitech. 
AGRADECIMIENTOS. 
 
Elaborar esta tesis me puso en contacto con personas muy valiosas con las que 
estoy en deuda, no sólo por su apoyo académico, sino por la gran calidad 
humana con la que me ayudaron y respaldaron. 
En primer lugar quiero agradecer a mi asesora, la Doctora Marcela 
Corvera Poiré, quien con su compromiso y su constante apoyo me ayudó, en lo 
académico y en lo personal, a no desistir. También agradezco profundamente al 
Maestro Ernesto Aréchiga Córdoba por su paciencia, su tiempo, su apoyo y su 
atinada dirección. A los maestros Ricardo Gamboa, Eduardo Ibarra y Rafael 
Guevara, les agradezco su disposición para apoyarme y orientarme siempre que 
lo necesité. Con cada uno de ellos, maestros en toda la amplitud de la palabra, 
estoy en deuda por sus enseñanzas respecto al trabajo académico y respecto a 
la vida. 
Especialmente quiero agradecer a Maximino Secundino Florencio 
Pioquinto Marco Antonio Pérez Iturbe y a Berenice Bravo Rubio (“Santa Berenice 
de los casos difíciles”) por su compañerismo, comprensión y amistad desde hace 
ya varios años, así como por su apoyo y guía en el trabajo dentro del Archivo 
Histórico del Arzobispado de México, que dirige el Pbro. Gustavo Watson, con 
quien también estoy en deuda. 
Agradezco asimismo al personal del Archivo General de la Nación, del 
Archivo Histórico del Distrito Federal, así como al personal de la Biblioteca 
Central de la UNAM (especialmente al Sr. Pavón), pues su compromiso laboral 
me facilitó enormemente el trabajo de investigación. 
 En la Parroquia de Santa Ana, agradezco al señor Miguel Ángel 
Hernández, por nuestras pláticas y por su colaboración para ayudarme a 
comprender la historia del barrio y de la iglesia. Agradezco igualmente a María 
de la Luz Beltrán Ortiz, Luchita, por acompañarme a visitar las calles y los 
templos que integraron el curato de Santa Ana; su cariño por estos lugares me 
acercó bastante a ellos. 
 A Jannet Bárcenas Cruz agradezco las fotografías de planos y mapas que 
presento en este trabajo, pero sobretodo su amistad a lo largo de estos 
años….claaasico. A Gabriela Salmorán Vargas le agradezco la orientación y las 
pláticas para organizar mi tesis, principalmente lo referente al el gobierno 
indígena, además de los viajes, los golpes en la frente y las guerritas… 
 Más allá de lo estrictamente académico hay muchas personas con 
quienes estoy en deuda por su constante apoyo, amistad y compañía. Con 
cada uno de ustedes estoy agradecida por infinidad de cosas, 
lamentablemente por el espacio, no queda más que hacer una lista. 
Agradezco a Tona, Elvia y Salvador por respaldarme e impulsarme a lo 
largo de este proceso. Reconozco también la orientación de Alejandra Carrera, 
que me ayudó a poner orden al inicio de este trabajo. 
 Además, agradezco el apoyo de mujeres extraordinarias que por fortuna 
son mis amigas: a Vascavari; a Sara de honor por tantos los pasteles; a Vero por 
las puestas en paz y mis reconciliaciones; a Bianca del pabellón por nunca 
soltarme, por las hojas; a Marbel después de tantos años; a Dominga 
Johanesburgastrassen; a Habichuela, a Elena, a Gina, a Moni, a Jannet, a Nadia, 
a Cindybruja, a Clara. 
 También he contado con el respaldo de grandes amigos: Miguelo), 
Leolo, David, Ro, el Vezino (Jaja), Andrés, Temo, Rincón, Luli, Jorme Jaige, Michel, 
Edgar Iván Pul, Mudra (?), Camello, Luis, Soda (Jiji), Juan Carlos, Julián, Memo y, 
Carlos Luna Urgel a quien agradezco su paternal cariño. 
A Eudigerio, Manuel, Genito, Marinela, gracias por la risa, por el tiempo, 
por los juegos, por el último párrafo, por tanto. 
En mi familia agradezco a la Nina y a la Nonna, entre otras muchas cosas, 
por leer mis tesis y hacerme algunos comentarios. A tía Paca, Martita, tío Alfredo, 
Tucha y, muy profundamente, a Chucho –tónto, tónto-. A Chía por tantos años, 
por tanta vida. A mi papá, a pesar de los kilómetros. Grazie Cimacoco. 
 A las dos mujeres que más amo y admiro: Ana y Guadalupe. A mi 
hermANA, por serlo, por compartir la vida, los viajes, los sueños, por crecer 
conmigo y siempre, siempre, estar. A Guadalupe, mi madre, por su entrega, por 
ser la mujer extraordinaria y grande que es. Gracias madre, por estar siempre 
conmigo, por ser amiga, madre y padre. 
 
Esta tesis es un agradecimiento a su paciencia y apoyo a lo largo de este 
proceso. A todos, gracias por ser parte de mi historia, por hacer esta historia 
conmigo. 
 
TABLA DE CONTENIDOS. 
Agradecimientos. 
Introducción 
1. La ciudad de México. 
1.1. Fundación y organización de la ciudad colonial. 
1.1.1. Las parcialidades y la Traza. 
1.1.2. El gobierno civil. 
1.1.3. La organización eclesiástica de la ciudad de México. 
1.2. Las características de la población. 
1.3. Las reformas borbónicas. 
2. La parroquia de Santa Ana. 
2.1. Fundación y características de la parroquia. 
2.2. El territorio parroquial. 
2.3. La feligresía. 
2.4. La situación económica. 
2.5. La autoridad eclesiástica. 
2.5.1. El párroco. 
3. El impacto de las Leyes de Reforma. 
3.1. Una parroquia de la ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX 
3.2. Las Leyes de Reforma. 
3.3. Pérdida de bienes. 
3.3.1. El caso de San Miguel Nonoalco. 
3.3.2. La capilla de San Antonio el Pobre. 
3.4. La lucha por la dirección de las almas. 
3.4.1. Se restringe el culto público: el Santo Entierro. 
A manera de epílogo. 
4. Conclusiones. 
5. Fuentes y bibliografía. 
6. Apéndices. 
7. Mapas y planos. 
 1 
INTRODUCCIÓN. 
 
Me pregunto qué puedo hacer contigo/ 
ahora que han pasado tantos años/cayeron los imperios/ 
la corriente arrasó con los jardines/se borraron las fotos/ 
y en los sitios sagrados del amor/ se levantan comercios y oficinas. 
Miseria de la poesía. José Emilio Pacheco. 
 
 
La historia de la ciudad de México es un tema que siempre ha despertado 
mi curiosidad, que nace de vivirla diariamente, de odiarla y de amarla, de 
recorrer sus calles y descubrir que aun caótica –o quizá precisamente por 
eso-, sus peculiaridades la vuelven única, compleja y mágica. Este 
Leviatán urbano, como acertadamente la ha llamado Diane E. Davis, es 
resultado de una cultura propia, que al materializarse en el espacio dota a 
la ciudad de características que la hacen comprensible en la medida en 
que sus habitantes compartimos y entendemos los rasgos culturales y los 
procesos que la han ido creando. De esta forma considero que vivir y 
transformar esta ciudad sólo es posible cuando nos permitimos ser vividos y 
transformados por ella. 
 Abarcar en una tesis la totalidad de este Leviatán urbano, de su 
historia, es simplemente una tarea imposible. En el marco de la ciudad de 
México confluyenuniversos contrastantes y curiosos. Para acercarme a su 
historia tomé como punto de partida la parroquia de Santa Ana 
Atenantitech, cuya iglesia parroquial se localiza actualmente en la esquina 
de la Avenida Peralvillo y la calle Matamoros en la colonia Morelos. 
Conforme fui leyendo documentos relativos a esta parroquia el punto focal 
de mi investigación se invirtió y fue necesario pensar en la ciudad de 
México en un segundo nivel, como trasfondo donde se desenvuelve en 
primer término la vida de la parroquia y su feligresía. De modo que la 
delimitación espacial quedó hecha. El curato de Santa Ana es visto en este 
trabajo de manera amplia y como espacio integrado a la ciudad de 
México, es decir como personaje y como escenario “dentro del cual se 
 2 
desarrollan los acontecimientos históricos y se manifiestan los actores 
sociales.” 1 
 Para comprender este espacio de la ciudad resultó necesario 
también, acotar el periodo de tiempo que comprendería este estudio, 
considerando que cada etapa histórica encierra en sí misma su propia 
complejidad. Nuevamente fueron los documentos que fui encontrando los 
que me facilitaron esta tarea. Este trabajo inicia en 1772, que es el año de 
erección de la parroquia, y finaliza al terminar el siglo XIX, aunque hago 
referencia a un acontecimiento posterior: la siguiente reorganización del 
territorio parroquial, que se llevó a cabo en 1902. 
La delimitación espacial y temporal no es producto de un capricho o 
de la casualidad, se basa principalmente en dos razones. La primera tiene 
que ver con asuntos prácticos, específicamente con el material 
encontrado en el Archivo General de la Nación (AGN), EL Archivo Histórico 
del Arzobispado de México (AHAM) y el Archivo Histórico del Distrito 
Federal (AHDF). Probablemente consultar directamente el archivo 
parroquial podría haberme permitido profundizar más en algunos 
aspectos, lamentablemente el párroco no me permitió revisarlo. Hay, sin 
embargo, algunas partes de este archivo que fueron microfilmadas en los 
años cincuenta del siglo pasado y este material se encuentra resguardado 
en las instalaciones del Archivo Histórico del Arzobispado de México. 
La segunda razón, en lo referente a la delimitación espacial, tiene 
que ver con el hecho de que durante gran parte de la vida de México, las 
parroquias fueron unidades esenciales en la conformación del espacio 
urbano y de la identidad de la población, constituyendo así “un vasto y 
 
1 Vid. Collado Carmen, en Miradas recurrentes: la ciudad de México en los siglos XIX al XX, 
María del Carmen Collado, Coord., Instituto Mora /UAM, México, 2004, Vol.1.Págs. 10 y 11. 
 
 3 
dilatado universo […] sobre innumerables temas y problemas 
que atañen a las poblaciones que nos antecedieron y a la historia de 
México”.2 
De este modo, hablar de la parroquia de Santa Ana, no es 
solamente hacer referencia a un edificio, a un párroco o a un barrio. La 
parroquia de Santa Ana comprendió un territorio bastante extenso que 
incluyó pueblos y barrios de la parcialidad de Santiago Tlatelolco, una de 
las dos zonas en las que se pretendió aglutinar, tras la fundación de la 
ciudad de México, a la población indígena que había en ella. Desde 
entonces y hasta finales del siglo XIX cada parcialidad contó con un 
gobierno relativamente autónomo,3 cuya identidad estuvo fuertemente 
sustentada en aspectos religiosos. Es decir, se trató de un espacio bien 
delimitado, cuyo territorio y población entrañaban características que la 
diferenciaron de otras parroquias o de otros espacios de la ciudad. 
 La vida de esta parroquia “tiene sus propios ritmos y tiempos […] que 
son diferentes a los de la historia política nacional”,4 de modo que para 
comprenderlos fue necesario tratar de establecer una periodización 
adaptada5 que se apegara más a los momentos significativos de su 
historia. Esta periodización está relacionada con un aspecto, en mi opinión, 
muy relevante en la vida de las parroquias de la ciudad de México: la 
organización territorial que de éstas se hizo en 1772, estuvo vigente por más 
de cien años, a pesar de los acontecimientos que sacudieron de manera 
 
2 Pescador Juan, De bautizados a fieles difuntos: familia y mentalidad en una parroquia 
urbana: Santa Catarina de México, 1568-1820. EL Colegio de México, México, 2002. Pág. 
11. 
3 Esta autonomía se vio comprometida principalmente a lo largo del siglo XIX por las 
distintas ofensivas liberales que, a través de leyes y decretos, trataron de convertir a los 
indios en “ciudadanos modernos” atacando a las parcialidades. En este sentido Vid. Lira 
Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México, Tenochtitlan y Tlatelolco, 
sus pueblos y barrios, 1812-1919, El Colegio de México, México, 1995. 
4 Gamboa Ricardo, “Abasto, mercados y prácticas alimentarias en la ciudad de México 
(1800.1850)”, en Miradas recurrentes: La ciudad de México en los siglos XIX al XX… Vol. 1, 
Pág. 130. 
5 Vid. Tomas François, “Historia de la ciudad: problemas de periodización”, en Miradas 
recurrentes: la ciudad de México en los siglos XIX al XX…Págs. 12-37.Respecto a la 
necesidad de establecer una periodización propia de las ciudades. 
 4 
profunda la vida del país y consecuentemente de su capital, 
sobre todo durante el siglo XIX. 
 La permanencia en la organización parroquial de la ciudad de 
México, llamó mucho mi atención, de tal suerte que me interesó descubrir 
los elementos que hicieron posible que los límites de las parroquias, en este 
caso de la de Santa Ana, se mantuvieran estables durante 
aproximadamente ciento veinte años. También me pareció necesario 
indagar cuáles fueron las causas que precipitaron su transformación a 
principios del siglo XX. Para comprender este fenómeno propongo una 
periodización que incluye tres momentos primordiales: la fundación de la 
ciudad colonial, la época de las Reformas Borbónicas y finalmente la 
implantación de las Leyes de Reforma. 
La organización de la ciudad colonial descansó en gran medida en 
la división que se hizo de la población entre indios y no indios, lo que dio 
como resultado una organización, tanto civil como eclesiástica, que 
fomentó una estructura corporativa de la ciudad. En este sentido la Iglesia 
novohispana fue una institución clave, que consolidó su poder al ser un 
elemento imprescindible para dotar de orden a la urbe y a sus habitantes. 
Un segundo momento que considero esencial corresponde al 
periodo en que se aplicaron en la Nueva España las Reformas Borbónicas, 
estás buscaron en lo que se refiere a las ciudades bajo el dominio español, 
instaurar un nuevo orden que supeditara el poder de las corporaciones al 
de la Corona, marcando así el inicio de un proceso de secularización de la 
vida pública. Además se buscó integrar a los cuerpos que conformaban el 
ámbito urbano limitando sus privilegios, pues muchas veces éstos estaban 
en detrimento de la Corona. 
 En este caso el acento recae en las reformas del Arzobispo Francisco 
Antonio de Lorenzana y Buitrón que, en 1772, con la intención de mejorar 
la administración eclesiástica, encargó al Bachiller José Antonio de Alzate, 
la reorganización del territorio parroquial de la ciudad de México, dando 
 5 
origen a la erección de nuevas parroquias, entre ellas la que nos 
ocupa. Este reacomodo, como ya mencioné, implicó la creación de 
nuevas parroquias como la de Santa Ana, que como consecuencia de su 
localización se integró a una zona cuya población estaba muy arraigada 
a tradiciones ancestrales de las que no quería desprenderse. 
Durante el siglo XIX, fueron muchos los acontecimientos que 
impactaron la vida del país, baste mencionar como ejemplos la guerra de 
independencia y su culminación en 1821; la promulgación de la 
Constitución de 1824 que, entre otras cosas, dio origen al DistritoFederal; la 
constante lucha entre liberales y conservadores por la dirección del país; la 
guerra con potencias extranjeras como los Estados Unidos y posteriormente 
Francia, etc. La capital de México resultó ser en cierta medida trofeo de los 
distintos grupos que se enfrentaron durante el siglo XIX pues, “quien 
dominaba la ciudad de México, dominaba el país.” 6 
Todos estos fenómenos parecieron no tocar a la Iglesia, por lo menos 
no en lo que se refiere a su organización territorial en la capital del país, sin 
embargo el triunfo de los liberales, a mediados del siglo XIX sí marcó 
cambios en la vida parroquial de Santa Ana, pues a raíz de que se 
promulgaron las Leyes de Reforma se retomó en cierta medida el proceso 
secularizador iniciado por los Borbones a finales del siglo XVIII. Restarle 
poder a las corporaciones civiles y eclesiásticas fue un punto clave para 
instaurar un nuevo régimen que antepuso lo individual frente a lo colectivo. 
Lo que pretendo en esta investigación es mostrar el impacto que 
tuvo el liberalismo7 en la vida de la parroquia de Santa Ana, cuya última 
consecuencia fue una nueva organización territorial, en la que las 
 
6 Gamboa Ricardo, Acumulación y espacio urbano en la ciudad de México y el D.F., El 
autor, México 1986. Pág. 115. 
7 Vid. Alonso Enrique, “La reforma liberal, la ciudad y la casa”, en Continuidades y rupturas 
urbanas en los siglos XVIII y XIX. Un Ensayo comparativo entre México y España. Memoria 
del II simposio internacional sobre historia del centro histórico de la Ciudad de México. 
María Dolores Morales y Rafael Mas, coord., Gobierno de la Ciudad de México, México, 
2000. 
 
 6 
corporaciones, específicamente la parcialidad de Santiago, ya no 
tuvieron cabida. 
Si bien no pretendo hacer una revisión exhaustiva de la historia de la 
ciudad de México, presento un esbozo de los momentos que, desde mi 
punto de vista, representaron rupturas importantes que quedaron 
reflejadas en la vida interna del curato de Santa Ana. Comprendiendo que 
no se trata de una unidad cerrada, sino integrada y en continuo contacto 
con la ciudad de México, me pareció importante insertarla en la historia 
misma de la urbe, ya que ésta determinó características específicas en el 
paisaje y en la población de este curato. 
La metáfora que presenta Ernesto Aréchiga, resulta muy útil en este 
sentido, aun si se refiere a un espacio diferente: “Los barrios pueden 
definirse como las células de un tejido vivo que es la ciudad. Cada una de 
estas células constituye un universo propio, pero está comunicada con el 
resto a través de membranas semipermeables por donde van y vienen los 
flujos que la alimentan y a la vez la desgastan y la corroen.”8 
La parroquia de Santa Ana, en el periodo a que se refiere este 
estudio, era un espacio con características propias, que permitieron a su 
población identificarse como feligreses de la misma, más allá del barrio o 
pueblo al que pertenecían pues, a pesar de que entre éstos se 
presentaron algunas diferencias importantes, compartieron una historia, un 
territorio y en muchos casos, el orgullo de formar parte de la parcialidad 
de Santiago. 
Pensar en la parroquia de Santa Ana y en los elementos que 
intervinieron para constituirla como un espacio específico de la ciudad, me 
hace imaginar un diagrama de conjuntos, cuya intersección es 
precisamente el tema central de este trabajo. Son muchos los aspectos 
que confluyen en esta aproximación a la historia de la parroquia de Santa 
Ana: población, economía, política, identidad, gobierno de las 
 
8 Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal,1868-1929, historia de una 
urbanización inacabada, Ediciones Uníos, México, 2003. Pág. 32. 
 7 
parcialidades, higiene, salud, educación, etc., me acerco a estos 
temas sólo en la medida en que afectaron la vida de la parroquia y no 
siempre con la profundidad que me gustaría. Cada uno de estos aspectos 
socioculturales, es en sí mismo un extenso ámbito que me es imposible 
abarcar. Afortunadamente existen trabajos muy valiosos que se han 
ocupado ya de abordar de manera específica estos asuntos. 
En el trabajo que presento a continuación pretendo rastrear el 
efecto que tuvo a largo plazo la división originaria de la ciudad de México 
en “dos ciudades” –la española y la indígena-. Como acertadamente lo 
ha indicado Moreno de los Arcos hubo “dos distribuciones parroquiales 
paralelas” 9 que determinaron fuertemente la organización de la ciudad, a 
pesar de los posteriores intentos que se hicieron para integrarla. 
Este trabajo está integrado por tres capítulos. El primero se refiere a la 
formación de la ciudad colonial, haciendo énfasis en su papel de enlace 
entre el mundo prehispánico y el colonial, que confluyeron en el espacio 
de la ciudad de México para conformar una ciudad y una identidad 
compleja. Se resaltan aquellos elementos que tuvieron un impacto notable 
en el territorio que formó parte de la parroquia de Santa Ana. 
En el segundo capítulo, La parroquia de Santa Ana, intento dar una 
muestra de lo que fue ésta desde 1772 hasta los años cincuenta del siglo 
XIX. Presento las características principales del territorio parroquial, de su 
feligresía y de los párrocos que estuvieron al frente de la misma. 
Por último, en el tercer capítulo expongo algunos casos que 
muestran los efectos de la aplicación de las Leyes de Reforma al interior 
de este curato, resaltado los aspectos relativos a la pérdida de bienes y a 
la dirección de las almas. 
Las cuestiones que desarrollo en este trabajo distan mucho de 
abarcar el tema en su totalidad. Son sólo un acercamiento a la vida de la 
 
9 Moreno Roberto, Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal, en Gaceta oficial 
de la Arquidiócesis de México, Sep-Oct 1982, México, 1982. Págs. 158. 
 
 8 
ciudad de México a través de una de sus parroquias, la de Santa Ana, 
misma que fue testigo y partícipe, actor y escenario, de algunas de las 
profundas transformaciones que vivió esta ciudad desde su fundación. 
Estos cambios imprimieron en muchos casos características significativas 
cuyos efectos es posible rastrear hasta nuestros días. 
 
 
 
9 
1. LA CIUDAD DE MÉXICO. 
“…y crea vuestra majestad, que cada día se irá ennobleciendo 
de tal manera, que como antes fue principal y señora de todas 
estas provincias, que lo será también de aquí en adelante…” 
Hernán Cortes. Cartas de Relación. 
 
1. La fundación y organización de la ciudad colonial. 
 
Los orígenes de la ciudad de México se remontan a la época prehispánica 
cuando los mexicas consolidaron desde Tenochtitlan el dominio de una vasta 
zona de Mesoamérica. El imperio mexica sentó las bases de un ambicioso 
proyecto político y administrativo, que sería retomado por los españoles, 
aunque claro, con ciertas adaptaciones. Para los conquistadores la 
ocupación de la ciudad de México resultaba una necesidad estratégica al 
grado de que “lo que comúnmente se conoce como conquista de México es 
la guerra por el control de esa ciudad.” 1 
 Tras dominar Tenochtitlan fue necesario adecuar la herencia que los 
españoles recibieron de ésta para lograr sus fines de conquista y colonización. 
Esta adecuación, sin embargo, no fue inmediata ni rompió de manera tajante 
con todos los rasgos de su antecesora, pues la organización e infraestructura 
que la ciudad mexica tenía e imponía al territorio que controlaba, resultó una 
materia prima muy fructífera que los españoles lograron moldear, no sin ciertas 
dificultades, para consolidar el control del territorio. La ciudad colonial sólo 
puede entenderse como producto de la mezcla entre las realidades de estos 
dos grupos –españoles e indígenas-, que se influyeron y nutrieron mutuamente 
dando comoresultado una ciudad original, compleja y heterogénea. 
 En la época colonial y tras un largo y complicado proceso de 
adecuación, la ciudad de México tuvo tres características básicas dentro del 
sistema urbano de la Nueva España, mismas que según Linares, determinaron 
no sólo su geografía sino la del resto de la Nueva España. Estas características 
 
1 García Bernardo, El desarrollo regional, siglos XVI al XX, UNAM, (1º edición) México, 2004, 
coord. Enrique Semo (Historia económica de México) Pág. 21. 
 
 
 
10 
perduraron más allá de la colonia y en muchos casos pueden rastrearse hasta 
la actualidad. Son a saber: El predominio de la ciudad de México sobre otras 
ciudades, el crecimiento diferencial de éstas y por último la concentración de 
nueva población en un antiguo asentamiento prehispánico. 
 Según diversas fuentes, podemos decir que la ciudad de México-
Tenochtitlan reafirmó su papel predominante durante el periodo colonial, al 
ser el punto desde el cual se regularon las relaciones de la Nueva España con 
la metrópoli. Estructurándose desde este centro político y geográfico todo un 
sistema regional, que impondría orden a los futuros asentamientos y 
establecimientos urbanos. 
 Desde de esta temprana época la ciudad de México se convirtió en el 
centro de gravedad de la vida colonial pues en ella residieron el gobierno y la 
burocracia española, organizándose desde ésta todo el sistema tributario de 
la Nueva España. Al ser la sede del Consulado de México, fundado a finales 
del siglo XVI, la ciudad fue el punto desde el cual se articuló el gran 
comercio, convirtiéndose en su centro geográfico y financiero. La ciudad de 
México fue al mismo tiempo sede de la jerarquía eclesiástica católica que 
jugó un papel sumamente importante en la vida colonial, y aun después, en 
los ámbitos ideológico, económico y político.2 
 El predominio de la Ciudad de México produjo un crecimiento 
diferencial entre las ciudades que integraron el sistema urbano colonial y que 
se fueron fundando según diversas necesidades, mismas que según Linares 
pueden clasificarse en tres tipos: portuarias, mineras y administrativas, siendo 
la ciudad de México la que regulaba la relación entre todas, pues era el paso 
obligado tanto de personas como de mercancías; situación importante si se 
considera que la parroquia que nos ocupa se encontraba muy cerca de 
algunas entradas de la ciudad (la Garita de Peralvillo, la de Vallejo y la de 
Nonoalco). 
 
2 Gamboa Ricardo, Acumulación y espacio urbano en la Ciudad de México y el DF, El autor, 
México, 1986. Pág. 53. 
 
 
11 
 Los dos aspectos antes mencionados están en estrecha relación con el 
hecho de haberse asentado la capital colonial sobre un importante centro 
prehispánico. Esta característica distingue a la ciudad de México de otras 
ciudades coloniales españolas en América, que no tuvieron que enfrentarse o 
convivir de manera tan estrecha con la realidad indígena, a la que desde un 
principio se intentó mantener aislada, pero que terminó por influir en los 
españoles de manera tan profunda que dio por resultado una nueva 
identidad.3 
 En palabras de Bernardo García podemos decir que: “La construcción 
del espacio mexicano moderno siguió las pautas consolidadas en la primera 
mitad del siglo XVII [cuyos] rasgos reflejan no sólo la madurez de la geografía 
colonial sino la conformación de un sistema espacial que subsiste hasta el 
presente. Algunas características de ese sistema provienen del pasado 
prehispánico y otras fueron creación colonial.”4 
 Estos rasgos pueden observarse a nivel nacional en los aspectos que 
referí sobre el acomodo de las ciudades y el predominio de la ciudad de 
México. En el nivel local este mestizaje del espacio puede observarse muy 
bien en la ciudad de México y, en la parroquia de Santa Ana las evidencias 
de este acomodo son a veces muy claras y siempre significativas. 
 La organización del sistema urbano en que se inserta la ciudad de 
México, así como su organización interna, reflejaron una realidad 
característica, quizá la más reveladora: la conformación de espacios sociales, 
políticos, económicos, culturales, etc. en los que interactuaron, 
principalmente, dos culturas, generando una realidad histórica única que en 
muchos aspectos ha sido determinante hasta nuestros días.5 
 
3 Para más profundización respecto a la formación de la identidad criolla Vid. Alberro 
Solange, De gachupín al criollo. O de cómo los españoles dejaron de serlo, Colegio de 
México, (1º edición), México 1992. 0 
4 García Bernardo, El desarrollo regional…Pág. 62. 
5 Vid. Davis Diane, El leviatán urbano. La ciudad de México en el siglo XX, Fondo de Cultura 
Económica, México, 1999. En esta obra pueden observarse algunos de los rasgos de la ciudad 
de México que siguen presentes hasta nuestros días. Uno que me parece importante es la 
yuxtaposición de autoridades locales y nacionales al interior de esta ciudad. 
 
 
12 
1.1. 1. Las parcialidades y la Traza. 
 
Tras la derrota de Tenochtitlan por parte de los españoles, Hernán Cortés se 
obstinó en fundar la más importante ciudad española del continente 
americano, sobre las ruinas de lo que fuera uno de los más destacables 
asentamientos prehispánicos, aun contra la opinión de algunos de sus 
colaboradores que proponían fundarla en Coyoacan, Tacubaya o Texcoco. 
Estas últimas eran poblaciones que, por encontrarse en tierra firme, ofrecían 
facilidades para el abastecimiento de agua y de bienes de consumo, 
además de estar menos expuestas a sismos o inundaciones y contar con un 
terreno mucho menos pantanoso.6 
 Las razones en las que Cortés apoyó esta decisión eran, esencialmente, 
de carácter ideológico, administrativo y estratégico. Por un lado la nueva 
ciudad española heredaría el poder –simbólico y real- de la antigua 
Tenochtitlan y por otro lado jugaría el papel de punto de enlace entre el 
mundo indígena y el mundo español.7 Esto facilitó el dominio y control de los 
territorios que se encontraban bajo la influencia de Tenochtitlan, que 
dominaba casi una cuarta parte del territorio mesoamericano. 
 Un punto importante en este sentido fue reorganizar las estructuras de 
gobierno consolidadas desde la época mesoamericana en el altiplano 
central. Estas unidades de gobierno son conocidas con el nombre de 
altépetl, cuya “manifestación jurídico-política más común eran ciudades 
estado-menores, en las que un centro comercial y religioso dominaba a varios 
pueblos agrícolas.”8 Es decir, un altépetl congregaba asentamientos más 
pequeños llamados calpulli que también eran cuerpos políticos bien 
 
6 Vid. Gibson Charles, Los aztecas bajo el dominio español, Siglo XXI, México, 1967, Pág. 377. 
Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal”, en Gaceta oficial de la 
Arquidiócesis de México, Sep-Oct 1982,…Pág. 156. 
7 Cfr. O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de 
México”, en Seis estudios de tema mexicano, Universidad Veracruzana, Facultad de Filosofía y 
Letras, México, 1960. Págs.12-41. Artículo que menciona y sustenta estas dos funciones de la 
ciudad: su función militar y su función ideológica. 
8 Linares María, Procesos de urbanización, sus efectos económicos y sociales, El autor, México, 
1986, Pág. 5. 
 
 
13 
fundamentados. Ambos se caracterizaban por la dispersión de viviendas y 
habitantes y por su fuerte identidad colectiva. De acuerdo con Bernardo 
García9 tanto el calpulli como el altépetl estaban fundados en lazos 
personales o familiares, más que en vínculos territoriales. 
Autores como Lockhart10 subrayan que los españoles advirtieron desde 
muy temprano la importancia de estas institucionesprehispánicas, que 
favorecían la identidad y cohesión de las comunidades indígenas; además, 
en teoría, estas organizaciones facilitarían la formación de un país dual,11 la 
división entre españoles e indígenas; de modo que propiciaron su 
reproducción, aunque con los acomodos necesarios. 
Hubo al menos dos peculiaridades que los españoles buscaron 
modificar dentro de esta organización indígena: los fundamentos en lazos 
personales y la dispersión de los asentamientos que funcionaban en torno al 
altepetl. Las medidas que se tomaron en este aspecto consistieron 
primordialmente en imponer sobre la estructura indígena un criterio territorial, 
que involucraba el reacomodo de la población concentrándola en 
asentamientos más compactos. Conjuntamente se instituyeron mecanismos 
de gobierno españoles como los cabildos, que tendieron a la jerarquización 
de los poblados. 
 “El altépetl sirvió como puente entre lo mesoamericano y lo colonial”12 
pues fue la base de un nuevo ente de gobierno, llamado señorío o pueblo de 
indios, que contó con personalidad jurídica y económica. Estas instituciones, 
conocidas como“parcialidades” en el caso de la ciudad de México, 
marcaron cierta continuidad entre las formas de organización y gobierno 
indígenas en la vida colonial e inclusive más allá de ésta. 
 
9 García Bernardo, El desarrollo regional… Págs. 29-32. 
10 Lockhart James, Los nahuas después de la conquista. Historia social y cultural de la 
población indígena del México central, siglos XVI al XVIII, FCE, México, 1999, Págs. 32-35. 
11 García Bernardo, El desarrollo regional… Págs. 48. 
 
12 Salmorán Gabriela, El proceso histórico del gobierno indígena en Tlaquilpa, Sierra Zongolica, 
El autor, México, 2005, Pág. 18. 
 
 
14 
 Otro de los beneficios que presentaba fundar la ciudad española sobre 
las ruinas de este importante asentamiento prehispánico sería justamente que, 
al lograr atraer y concentrar a la población indígena en las parcialidades se 
aseguró el abastecimiento de mano de obra y la posterior recaudación de 
tributos. Ambos elementos resultaron esenciales en la construcción y 
subsistencia de la ciudad desde la cual se emprendió la conquista de la 
totalidad del territorio al ser la sede del gobierno español. De hecho desde un 
principio la reconstrucción de la ciudad de México se hizo contando con la 
mano de obra de los nativos, a través del trabajo tributario de los pueblos 
indios.13 
 La recaudación de tributos fue otro elemento prehispánico que los 
españoles modificaron en su provecho. Después de consolidar su victoria 
sobre los mexicas, los conquistadores fueron los beneficiarios del pago de 
tributos que tradicionalmente recibían aquéllos –en trabajo o especie- de los 
pueblos que se encontraban bajo su dominio, como era el caso de la ciudad 
vecina de Tlatelolco. En un principio hubo pocos cambios en el sistema 
tributario prehispánico sin embargo, con el tiempo y las modificaciones que se 
hicieron para consolidar los pueblos de indios se presentaron variaciones 
enfocadas principalmente a cubrir las cambiantes necesidades de la Corona. 
 Por último se encuentran las razones materiales. La ubicación de la 
ciudad de México permitiría utilizar los restos materiales de Tenochtitlan y su 
infraestructura –canales y calzadas, principalmente- para construir una nueva 
ciudad, ya que en general “se reestablecieron las instalaciones de servicios 
que tenía la ciudad antigua y se añadieron otros indispensables para la vida 
española.”14 
 De hecho el ordenamiento de la “ciudad cristiana” se hizo, según 
Moreno de los Arcos,15 respetando la antigua distribución de la ciudad 
 
13 Lombardo Sonia, “México-Tenochtitlan en 1519”, en Atlas de la ciudad de México, Ma. 
Esther Carrera, coord., DDF. México 1982. Pág. 34. 
14 Lombardo Sonia, “México hacia 1556”, en Atlas de la ciudad de México… Pág 36. 
15 Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal”… Págs. 150-173. 
 
 
15 
prehispánica, que se encontraba dividida en dos ciudades: la de 
Tenochititlan, que tomó el nombre de San Juan y que estaba dividida en 
cuatro barrios o “campa” y, la “ciudad hermana de Tlatelolco” que 
correspondió a la parcialidad de Santiago Tlatelolco. En estas dos ciudades 
de origen prehispánico se localizaron los cinco primeros barrios y templos de 
la ciudad, cuatro dentro de la zona de San Juan Tenochtitlan y uno en lo que 
correspondía a la ciudad prehispánica de Tlatelolco. Además de la Traza 
española localizada en el centro que también contó con su templo. 
 Vemos en las razones que determinaron la ubicación de la ciudad de 
México sobre Tenochtitlan el modo de materializar una victoria en la que lo 
español se imponía sobre lo indígena y lo utilizaba. Esta profunda simbiosis en 
la superficie “descansó en una división tajante que oponía y distinguía dos 
polos irreductibles: los españoles (colonizadores) y los indios (colonizados)”,16 
que se ligarían desde la ciudad de México. 
 A partir de este momento, la ciudad española, la ciudad de México 
Tenochtitlan, sería vista como“el centro de donde salió todo el movimiento 
civilizador de la época colonial”.17 La “acción civilizadora” de los españoles 
se generó a partir de este núcleo regente en el que se integraron, entre otros, 
los conceptos urbanísticos traídos por los españoles con la realidad y la 
organización preexistente dando por resultado “una diferenciación ordenada, 
basada en parte en la concepción castellana y en parte en la indígena.” 18 
 Uno de los principales vestigios de la ciudad prehispánica fue su trazo 
reticular, así como el ordenamiento y amplitud de sus calles, al igual que 
muchas de las acequias y plazas.19 
 La organización de la ciudad de México descansó originalmente en la 
idea de dividir tajantemente el mundo español del indígena, más que por 
prejuicios raciales, se consideró que el asilamiento de los indios facilitaría la 
 
16 Bonfil Guillermo, México profundo. Una civilización negada, Ed. Grijalva, México, 1994. Pág. 
122. 
17 Marroqui José, La ciudad de México, 3 Vols., Ed. Jesús Medina, México, 1969. Pág. 5. 
18 Gibson Charles, Los aztecas… Pág. 35. 
19 Lombardo, Sonia, “México hacia 1556”... Pág. 36. 
 
 
16 
incorporación de éstos a nuevas formas sociales, principalmente a través de 
su evangelización. A las autoridades les parecía que la convivencia entre 
indios y españoles comprometía esta asimilación. 20 
 La distribución de la ciudad fue reflejo de esta idea de separación. El 
mundo español quedó comprendido, en lo que se llamó “la Traza”, localizada 
en el centro de la ciudad “suelo sagrado y simbólico de la autoridad y 
señorío.”21 La Traza estaba delimitada en su mayor parte por una acequia o 
foso que hacía las veces de las murallas que eran comunes entonces en 
ciertas ciudades europeas, ofreciendo resguardo a sus moradores. 
 Los límites de la Traza los proporciona Orozco y Berra, detallando los 
proporcionados por Lucas Alamán: “el cuadro formado por la calle de la 
Santísima al Este, la de San Jerónimo o San Miguel al Sur, la espalda de Santo 
Domingo al Norte y la de Santa Isabel al Oeste.”22 Sin embargo, los límites 
originales se fueron extendiendo, en un principio especialmente hacia el 
norte, donde se localizaba el importante mercado de Tlatelolco. Esta situación 
generó conflictos y quejas de los residentes de la parcialidad de Santiago, 
que repetidamente recurrió al Ayuntamiento de la ciudad para exigir que no 
se otorgaran solares fuera de la Traza. 
 A su vez el mundo indígena se aglutinó en instituciones llamadas 
parcialidades “esto es, organizaciones apartadas del común aunque en 
estrecha relación con éste.”23 
 Las parcialidades comprendían no sólo un espacio físico, representaronsobre todo “el gobierno político y el régimen económico” 24 que permitieron a 
los indios conservar su identidad y grandeza. Estas dos últimas características 
 
20 Vid. O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de 
México…” Págs. 11-34 
21 O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de 
México…” Pág.15. 
22 Orozco Manuel, Historia de la ciudad de México. Desde su fundación hasta 1854, SEP, 
México, 1973 (sepsetentas 112). Pág. 31. 
23 Lira Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlan y Tlatelolco 
sus pueblos y barrios, 1812-1919, México, Colegio de México, 1995, Pág. 15. 
24 Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821, El Colegio 
México, Centro de Estudios históricos, México, 2000. Pág. 15. 
 
 
17 
de las parcialidades se detallarán más adelante. Por el momento baste 
mencionar los elementos que determinaron su localización así como el 
espacio destinado para éstas. 
 La organización del territorio de los pueblos de indios se hizo 
respetando en lo posible la base del altépetl, que se sujetó al modelo español 
de cabecera-sujeto. A decir de Gibson, la cabecera era la capital secular o 
eclesiástica de la que dependían los poblados pequeños o barrios cercanos a 
la cabecera y las estancias o sujetos que quedaban alejadas de ésta.25 
 Para establecer dónde estarían las cabeceras de cada parcialidad se 
recurrió en gran medida a las subdivisiones indígenas, “una cabecera, por 
tanto se identificaba como la capital donde había un gobernante indígena 
local que llevaba el nombre de tlatoani”.26 A lo largo del siglo XVI y durante el 
XVII, debido básicamente a la reducción y concentración de la población 
indígena algunos sujetos fueron desapareciendo, incorporándose unos a otros 
y aglutinando a su reducida población. 
 La parcialidad de San Juan Tenochtitlan, que rodeaba la Traza, quedó 
integrada por cuatro barrios indios que, como se señaló, correspondían a los 
cuatro campa o calpulli de la ciudad de Tenochtitlan: Santa María Cuepopan 
al noroeste, San Juan Moyotlan al suroeste, San Pablo Zoquipan al sureste y 
San Sebastián Atzcoalco al noreste. La población indígena de esta 
parcialidad estuvo integrada principalmente por los antiguos y poderosos 
mexicas. 
 La parcialidad de Santiago Tlatelolco, que comprendía una zona 
bastante extensa y no muy bien demarcada, estaba “limitada [hacia el sur] 
por Santa María y San Sebastián [y] separada de Tenochtitlan por el canal de 
Tezontlalli.” 27 Hacia el norte incluyó poblados tan alejados como María 
Ozumbilla que estaba más allá de Ecatepec. Estos y otros pequeños poblados 
 
25 Vid. Caso, Alfonso, Et Al., La política indigenista en México, INI-CONACULTA, México, 1981 
Pág. 146, Gibson Charles, Los aztecas… Págs. 35-40. Salmorán Gabriela, El proceso histórico del 
gobierno indígena… Págs. 16-37. 
26 Gibson Charles, Los aztecas… Pág. 37. 
27 Gibson Charles, Los Aztecas… Pág. 379. 
 
 
18 
fueron sujetos de la parcialidad, cuya cabeza se localizó en el barrio de 
Santiago Tlatelolco. En esta parcialidad la población preponderante estaba 
constituida por los tlatelolca, grupo que en época prehispánica se había 
enfrentado a Tenochtitlan y que después formó una poderosa clase de 
comerciantes y espías al servicio del Imperio mexica, de quien fue habitual 
tributaria desde 1435.28. 
 Al igual que la Traza, la parcialidad de Santiago tuvo conflictos 
respecto a sus límites, ya que algunos pueblos de la parcialidad de Santiago 
se localizaron en ejidos pertenecientes a la ciudad, de modo que “el pueblo 
de la Magdalena de las Salinas y los barrios de San Juan Huisnahua, San 
Bartolomé, Santa María Magdalena Tlapancatitlan y la Santísima trinidad 
Atepetlac” estuvieron obligados desde 1751 a pagar un tributo a la “nobilísima 
ciudad de México como reconocimiento de su señorío en esta zona.”29 Es 
decir, desde un principio la separación y los límites entre las parcialidades y la 
Traza se vieron comprometidos por hechos tan básicos como determinar y 
respetar los espacios físicos que tenían impuestos, en ese sentido se podría 
decir que cada unidad dio un paso que la acercó a la otra. 
 Para comprender la Traza de la ciudad y las parcialidades resulta muy 
útil el esquema de la ciudad hecho por Moreno de los Arcos,30 en el que se 
observa la distribución mencionada y la sede eclesiástica de cada parte que 
integró la ciudad. 
 
28 López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago Tlatelolco”, en Tlatelolco a través 
de los tiempos, cincuenta años después (1944-1994), Francisco González Rul, ed., INAH, 
México, 1994. Tomo 2, Pág. 42. 
29 López Delfina, Los tributos de la parcialidad de Santiago…Págs. 61 y 62. 
30 Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal…” Pág. 161. 
 
 
19 
 
 La idea de dividir la ciudad en dos mundos dio por resultado, la división 
administrativa de la ciudad en tres partes: al centro la “Traza” española, que 
se vio rodeada por la parcialidad de San Juan Tenochtitlan que colindaba, 
hacia el norte, con la de Santiago Tlatelolco. Estas tres divisiones tenían en “lo 
civil tres autoridades: la de españoles (Ayuntamiento, Audiencia, virreyes) en 
su centro, y las de indios en sus extremos con los gobernadores y regimientos 
de Tenochtitlan y Tlatelolco.”31 Los gobiernos establecidos en las parcialidades 
tenían independencia respecto a las autoridades locales españolas, no así 
respecto a la autoridad del Virrey o de la Audiencia. 
 Tras esta distribución Cortés encargó a Alonso García Bravo el diseño de 
la ciudad española, que fue ejemplar por su trazo reticular, con calles anchas 
y rectas y manzanas constituidas por “solares castellanos” de forma 
 
31 Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal”…Pág. 159. 
 
 
20 
cuadrada, planeación basada en la Traza indígena, pero que sin embargo 
excluyó las zonas destinadas a éstos. Dentro de la Traza, el centro quedó 
ocupado por la Plaza Mayor en la que se concentraron los edificios desde los 
que se dirigirían las funciones políticas, administrativas, comerciales y religiosas. 
Se podría decir, pues, que desde la época colonial la ciudad contó con un 
núcleo central que era jerárquicamente más importante, situación que se 
vería reforzada hasta el siglo XIX. 
 Esta Traza uniforme distinguió a la ciudad española de las parcialidades 
indígenas, pues en estas últimas se localizaron construcciones más bien 
dispersas y sin orden aparente, que con el tiempo se convirtieron en el lugar 
de residencia y albergue de “la plebe” de la ciudad, integrada no sólo por los 
indígenas originarios de Tenochtitlan y Tlatelolco, sino por las continuas 
oleadas de migrantes que llegaban a la ciudad de México dispuestos a 
probar fortuna o en busca de seguridad. 
 En palabras de Sonia Lombardo “el ámbito de la Traza, formado con 
calles rectas alojó edificios e instituciones de españoles y, fuera de ella, sin 
conservar el mismo alineamiento, se extienden los barrios de indios, 
destacando entre las casas, como su cabeza el convento de Santiago 
Tlatelolco y sus iglesias.”32 
 Esta forma de organizar la ciudad de México en la Traza y las 
parcialidades permitiría, teóricamente, proteger a los indígenas de los abusos 
de los conquistadores. En la realidad la explotación que se hizo de aquéllos 
tanto por la Corona, la Iglesia y la aristocracia33 se vio reforzada por este tipo 
de organización con la que se intentó y se logró, con algunas reservas, 
controlar a la población indígena cuyos tributos -en especie o moneda y 
primordialmente en trabajo- fueron uno de los principalesfactores en la 
 
32 Lombardo Sonia, “México hacia 1556”…Pág. 36. 
33 Vid. Rubial Antonio, Prólogo, en La ciudad de México en el siglo XVIII (1690-1780). Tres 
Crónicas, Antonio Rubial Prólogo y bibliografía, CONACULTA, México, 1990.Págs. 15-17. 
 
 
21 
construcción de la ciudad española, por lo menos desde la segunda mitad 
del siglo XVI.34 
 A pesar de que la población se entremezclaba no fue así respecto a las 
condiciones de vida que se dieron en los distintos barrios y las zonas que 
circundaban la Traza, pues desde un principio se hicieron obras que 
buscaron el orden de las calles y su limpieza, así como el abastecimiento 
de agua potable, en beneficio principalmente del centro de la ciudad 
 Durante el siglo XVI la labor constructiva se enfocó a la restauración y 
limpieza de calles, acequias y calzadas, además de la construcción de los 
edificios que albergaron las instituciones civiles, religiosas y comerciales, 
necesarias para el funcionamiento de la ciudad española. Estas obras, según 
señalé, descansaron en el trabajo tributario de los indios y algunas castas 
como los negros y mulatos libres. 
 Amén de las ya enunciadas ventajas, la ciudad de México heredó de 
su antecesora serios problemas que condicionaron su crecimiento, así como 
las obras que desde un principio se emprendieron para resolverlos, siendo los 
principales el abastecimiento de agua potable y las inundaciones. En este 
sentido se buscó, como apunté, la reparación del sistema hidráulico de la 
antigua ciudad, limpiando las acequias y reconstruyendo el acueducto de 
Chapultepec. Desde tiempos prehispánicos este acueducto35 llevaba el agua 
desde los manantiales de Chapultepec hasta la fuente de Salto del Agua. La 
reconstrucción respetó el trayecto original del acueducto y las obras se vieron 
totalmente concluidas hasta 1779. 
 Además de la reconstrucción de este acueducto, se inició entre 1603 y 
1607, durante el gobierno del virrey marqués de Montes Claros la construcción 
de otro, el de Santa Fe, cuyo recorrido iba por la calzada de la Verónica, 
 
34 Vid. López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago Tlatelolco”… Págs. 35- 107. 
Artículo en que se detallan los tributos que pagó la parcialidad de Santiago Tlatelolco durante 
la época colonial, así como los problemas que enfrentaron las autoridades virreinales para 
que la parcialidad cumpliera con las cargas que le estaban asignadas. 
35 Dávalos Marcela, “La salud, el agua y los habitantes de la ciudad de México. Fines del siglo 
XVIII y principios del XIX” en La ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX, Regina 
Hernández Franyuti, coord., Instituto Mora, México, 1994, Vol. 2. Pág. 285. 
 
 
22 
pasando por Tacuba y San Cosme hasta llegar a la caja distribuidora de la 
Mariscala (frente a la alameda). Desde esta caja se distribuía, a través del 
ramal de San Lorenzo (que iba por las calles 1º y 2º de Santa Catarina, la de 
Puente de Tezontlalli hasta alcanzar a la calle Real de Santa Ana) a la fuente 
pública de Santa Ana donde terminaba.36 Las obras se concluyeron en 1620, 
pero el abastecimiento de agua en la zona nunca se solucionó, pues debido 
al poco mantenimiento de la cañería, esta se encontraba en tan malas 
condiciones que era “continua la falta de agua en el barrio de Santa Ana.”37 
 A pesar del empeño que se puso en la reparación y construcción de 
acueductos que surtían a la ciudad de México, el problema del abasto de 
agua nunca estuvo completamente resuelto, ya que la gente continuamente 
hacía sangrías de los acueductos, causando que en muchas ocasiones el 
agua que llegaba a las fuentes tanto públicas como privadas fuera escasa o 
nula. Aunado a esto, muchas veces el agua que llegaba estaba sucia pues 
en el trayecto la gente aprovechaba para lavarse, lavar a sus animales, su 
ropa o sus trastes. 
 La segunda desventaja, referente a las inundaciones, que por lo menos 
a partir la segunda mitad del siglo XVI fueron constantes, trató de remediarse 
con la limpieza de acequias por un lado, y por otro con el proceso de 
desecación del lago que, en tiempos remotos se hacía a través de chinampas 
y, se mantuvo vigente hasta por lo menos, el siglo XIX. Además se 
emprendió, también en el siglo XVII, una obra de gran magnitud como fue el 
desagüe, que era un “tajo que atravesara el cerro de Nochistongo y que 
desalojara el agua sobrante de los lagos fuera de la cuenca”38 obra que se 
prolongó, por lo menos hasta el siglo XIX, de modo que su funcionamiento fue 
parcial. 
 
36 Almonte Juan., Guía completa de forasteros para 1864. Obra útil a toda clase de personas, 
formada y arreglada por Juan N. Almonte del Valle, Imprenta Andrade y Escalante, México, 
1864. Pág. 661. 
37 AGN, Bienes Nacionales, Título del Mesón de Señora Santa Ana, 1626-1775, Vol. 143, Exp. 1. 
38 La ciudad de México en el siglo XVIII (1690-1780). Tres Crónicas… Pág. 16. 
 
 
23 
 La limpieza de acequias (que en la zona de Santiago, estuvo a cargo 
de la parcialidad) y la desecación del lago parecen medidas contradictorias 
pues, la desecación de lago provocó que bajara el nivel general del agua y, 
que por consecuencia su flujo en las acequias disminuyera, provocando que 
en época de secas se acumulara la basura, obstruyéndolas. Por estas razones 
las acequias generalmente estaban sucias, con agua estancada y expedían 
malos olores, lo que provocó que la población las tapara, originando que en 
época de lluvias, las inundaciones se agravaran. Para 1618 “sólo había tres 
acequias grandes por las que transitaba el agua”, una de ellas precisamente 
pasaba por del barrio de Santa Ana.39 
 En este sentido además, se reutilizó como drenaje la acequia que desde 
épocas prehispánicas rodeaba algunas partes de la ciudad. La zanja de 
resguardo o zanja cuadrada, como se le conoció más tarde, se consideró 
“como el medio más importante para evitar inundaciones y dar movimiento a 
las aguas de la urbe.” 40 Respondía, asimismo, al interés que siempre existió por 
amurallar la ciudad española para su defensa y protección, siendo así un 
modo de reforzar la separación física entre los indios y los no indios.41 Este foso 
restringía el acceso a la ciudad pues para atravesarlo era necesario utilizar los 
puentes respectivos. Esta característica se reforzó a la larga –básicamente en 
el siglo XVIII- pues permitía controlar el ingreso de personas y principalmente 
de mercancías, por lo que junto con ésta se estableció un circuito de guardas 
(garitas), que facilitaron la recaudación fiscal que existía sobre aquéllas. Las 
garitas se establecieron en las principales calzadas que daban entrada a la 
ciudad. 42 
 
39 Lombardo Sonia, “La ciudad de México entre 1570 y 1692”, en Atlas de la ciudad de 
México… Pág. 38. 
40 Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal. Ediciones Uníos, México, 
2003. Pág. 102. 
41 O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de 
México…” Pág. 18. 
42 Torre Guadalupe de la, Los muros del agua, CONACULTA-INAH- Gobierno del Distrito 
Federal, México, 1994. Pág 
 
 
24 
 No tengo datos que reflejen el impacto de inundaciones anteriores, 
como las de 1553, 1580, 1604 o 1607. Sí cuento, por el contrario, con 
documentos que hablan de algunas consecuencias que sufrió la parcialidad 
de Santiago a causa de la terrible inundación del 20 de septiembre de 1629, 
en la que el agua alcanzó un metro de altura y que se mantuvo en la ciudad, 
según algunas fuentes, durante cinco años.43 De acuerdo con documentos 
de la época, esta inundación provocó que mucha gente de “pueblos [de 
esta parcialidad] se repartieran en diversos puntos cuando se inundaron sus 
tierras y sus casas.”44Los grandes problemas de la urbe se dejaron sentir en toda la ciudad 
aunque de manera desigual, pues las obras emprendidas y realizadas entre 
1576 y 1606, se enfocaron primordialmente a mejorar las condiciones de vida 
de la población dominante (por ejemplo en el caso del empedrado de San 
Francisco, los caños de agua para este convento y el del Carmen, la 
construcción de la iglesia y casa de los jesuitas)45 provocando que la vida en 
los alrededores, ocupados mayoritariamente por indígenas, no sólo mejorara 
poco sino que incluso empeorara. 
 La falta de servicios hizo de las zonas aledañas a la Traza lugares donde 
la vivienda tenía precios más bajos, accesibles a las clases y grupos de menos 
recursos, que poco a poco fueron mezclándose con la población original. 
Este es el tipo de población que se localiza en la zona de mi estudio y, por las 
condiciones materiales del lugar en que vivía fue frecuentemente víctima de 
enfermedades e inundaciones. 
 La división de la ciudad entre españoles e indígenas, como dije, se vio 
superada por la realidad en cuanto a la convivencia de la población, sin 
embargo el contraste en el tipo de viviendas e infraestructura se mantuvo e 
incluso se recrudeció por lo menos hasta mediados del siglo XIX, generando 
serias diferencias administrativas, poblacionales y físicas que se ven 
 
43 Lombardo Sonia, “La ciudad de México entre 1570 y 1692”…Pág. 38. 
44 AGN, Epidemias, Providencias en San Francisco Xocotitlán. 1819, Vol. 13, Exp. 8. 
45 Lombardo Sonia, “La ciudad de México entre 1570 y 1692”… Pág.38. 
 
 
 
25 
directamente reflejadas en la dinámica de la zona destinada a la parcialidad 
de Santiago. 
 
 
1. 1. 2. El gobierno civil. 
 
Fue durante el periodo colonial que se sentaron las bases del gobierno local 
de la ciudad de México. En primer lugar, siguiendo la lógica de la separación 
racial, se establecieron dos unidades administrativas. La destinada a la 
población española se consolidó a través del Cabildo o Ayuntamiento, 
establecido en la década de 1520,46 cuya jurisdicción estaba restringida al 
área correspondiente a la Traza, para el gobierno de los españoles. 
 La otra, destinada al gobierno de la población indígena en la ciudad 
de México, quedó a cargo de las parcialidades, como unidades 
administrativas independientes de las autoridades locales españolas, que 
desde un principio intentaron tener control sobre aquellas. 
 Las autoridades indígenas de las parcialidades ejercían su mandato 
aproximadamente por un año y la sede del gobierno se localizaba, en la casa 
de comunidad -o Tecpan- cerca de la plaza principal y del templo de cada 
pueblo de indios. De acuerdo con lo expuesto por Dorothy Tanck la 
organización del gobierno indígena incluía un “gobernador, dos alcaldes, de 
uno a cuatro regidores, alguacil y escribano [...] La funciones de la república 
se ejercían principalmente en tres ramos: jurídico, administrativo y 
financiero”.47 
 Por lo general los cargos jerárquicamente más importantes dentro del 
gobierno indígena fueron ejercidos por los caciques o principales de cada 
pueblo, quienes muchas veces ejercieron el mando en más de una ocasión. 
 Por ejemplo, en 1714 “los regidores y merinos de los barrios de la 
Concepción, Santa Ana, San Martín y Santa Cruz de la república y gobierno 
 
46Gerhard Peter, Geografía histórica de la Nueva España, UNAM, México, 2000, Págs.10-17. 
47Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial… Pág. 33. 
 
 
26 
de la parcialidad de Santiago” se manifiestan contra la intención de Don 
Lucas de Santiago de reelegirse como gobernador “obrando 
maliciosamente”48 y piden que la elección de autoridades se realice 
libremente y sin la intervención de personas ajenas a la comunidad. 
 Correspondieron a las autoridades de la república variadas atribuciones 
relacionadas con el funcionamiento de la vida de sus pueblos como juzgar 
delitos menores, pagar al maestro de la escuela, avalar testamentos, pagar y 
dirigir las obras públicas dentro de su territorio, pagar y consultar abogados en 
los pleitos legales del pueblo, etc.49 
 Además de estas múltiples facultades de gobierno, a los funcionarios 
indígenas correspondió vigilar y organizar la recaudación, la distribución y 
pago –o evasión- de los tributos, que fueron impuestos por lo menos desde 
1571.50 Las autoridades virreinales intentaron en un principio imponer el tributo 
en especie, aunque sin éxito debido a la reticencia de la comunidad por 
pagarlos. Aunque esta obligación terminó por imponerse, tanto los tributarios 
como las autoridades indígenas buscaron evadir su pago y, generalmente lo 
lograron. 
 Un componente básico dentro del gobierno de las parcialidades fueron 
los fondos de comunidad que permitieron a éstas hacer frente a algunas 
obligaciones que les fueron impuestas por la Real Audiencia y que 
consistieron básicamente en el pago de tributos, en el mantenimiento y 
limpieza de calles y acequias; por ejemplo correspondió a la parcialidad de 
Santiago el cuidado de la calzada de Guadalupe hasta 1791 y el 
mantenimiento de la cañería que llegaba desde Chapultepec.51 Con estos 
fondos se cubrían también los gastos internos de la parcialidad como el pago 
de los salarios de las autoridades de la república, las comidas ofrecidas al 
pueblo o a los funcionarios en distintos festejos o eventos colectivos en que 
estaba involucrada la parcialidad. Asimismo se contrajeron algunos 
 
48 AGN, Parcialidades (?), Elecciones de gobernador, 1714, Vol. 39, Exp. 10. 
49 Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial…Pág.57. 
50 López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago”…Pág. 44. 
51 Lira Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México…Pág. 106. 
 
 
27 
compromisos con la Iglesia, principalmente relacionados con el ornato y el 
culto en los templos. 
 Para formar los fondos de sus bienes de comunidad, a los pueblos de 
indios se les dotó con terrenos que debían trabajar periódicamente los 
miembros de estas corporaciones. Los productos obtenidos de este trabajo se 
aglutinaron en las Cajas de Comunidad cuyo manejo fue supervisado por 
autoridades civiles desde 1558.52 
 A la parcialidad de Santiago se le repartieron extensas tierras, con las 
que en siglo XVIII se formó “la hacienda nombrada de Santa Ana 
perteneciente a los naturales.”53 El manejo que hizo de esta propiedad que 
mucho tiempo estuvo arrendada a particulares, así como de los fondos de su 
Caja de comunidad, permitió al gobierno indígena tener una importante 
fuente de ingresos. En el siglo XVIII, los bienes de comunidad, es decir la 
hacienda de Santa Ana y los fondos de la Caja de comunidad, habilitaron a 
la parcialidad para hacer préstamos al Ayuntamiento de la Ciudad y tener 
capitales en el Banco de San Carlos.54 
 Los bienes de comunidad, dotaron a las parcialidades de un respaldo 
económico importante que dio cohesión y seguridad material a la población 
y, autonomía a su gobierno. Mismo que fue una expresión auténtica de su 
conciencia de grupo y de la grandeza de la que eran herederos. 
 Lo que me interesa resaltar en este apartado, es la formación de un 
gobierno efectivamente autónomo de los indígenas, situación nada fácil de 
establecer, sobre todo por la cercanía con el gobierno español de la ciudad 
de México, y el interés de éste y de las autoridades virreinales de administrar 
los bienes de la comunidad. 
 También al interior de la parcialidad hubo situaciones que llegaron a 
poner en entredicho la concordia entre sus miembros. La jerarquización de 
 
52 Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial…Pág. 56. 
53 AHDF, Ayuntamiento, Tierras y ejidos,Vol. 4068, Exp. 104. 
54 Vid. Aréchiga Ernesto, “La formación de un barrio marginal: Tepito entre 1868 y 1929” en 
Miradas recurrentes: La ciudad de México en los siglos XIX al XX, María del Carmen Collado, 
coord., Instituto Mora-UAM, México, 2004. 2 Vol. 
 
 
28 
poblados, que fue reforzada por los españoles dentro del sistema de gobierno 
indígena, tuvo como consecuencia evidente la preponderancia de los de 
Santiago sobre el resto y sembró la semilla de la discordia entre algunos de los 
pueblos que quedaron sujetos a la parcialidad de Santiago. El usufructo de las 
rentas de la hacienda de Santa Ana fue un punto álgido en las relaciones 
entre los pueblos sujetos de Santiago Tlatelolco, ya que este barrio había 
gozado con exclusividad de aquellos, marginando a los demás de los 
beneficios.55 
 Estos conflictos, que a larga comprometieron la existencia de la 
parcialidad, no impidieron entonces a los indígenas tomar conciencia de los 
beneficios que implicó este mecanismo de gobierno, así como buscar su 
pervivencia. Primero, frente a los embates del Estado borbónico, que como 
veremos más adelante, intentaron restarle poder a las corporaciones para 
formar así un gobierno central más sólido, en el que las colectividades eran 
una limitante al poder de la Corona. Luego, de cara a las aspiraciones 
igualitarias de los independentistas, que implicaban, en el caso de los indios 
no sólo la supresión de tributos, sino ser considerados “simplemente 
mexicanos”, destruyendo así “sus tradiciones comunales, su orgullo y su aliento 
de vivir.”56 
 A lo largo del siglo XIX se intentó, a través de leyes y decretos, integrar a 
indios y no indios; sin embargo fue precisamente la conciencia de su 
diferencia lo que llevó a la parcialidad a resistirse a ser incorporada en una 
sociedad en la que sus tradiciones no tenían cabida.57 Un apoyo importante 
en esta resistencia fue, precisamente, la religiosidad, el apego al tiempo y las 
festividades religiosos, de modo que se estrecharon los vínculos entre la 
población indígena de la parcialidad con su parroquia. Esto no quiere decir 
que la relación entre la Iglesia y la parcialidad de Santiago haya sido de 
 
55Vid. Lira Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México…Pág. 224-228. 
y Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal…Pág. 98 
56 López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago”…Pág. 40. 
57 Vid. Bonfil Guillermo, México profundo. Una civilización negada… Págs. 101-206. Respecto 
los proyectos que se ensayaron durante el siglo XIX para incorporar a los grupos indígenas 
me parecen muy pertinente las reflexiones de este autor. 
 
 
29 
entera concordia, fue más bien una relación de conveniencia marcada por 
las necesidades comunes de defender un modo de vida que desde finales del 
siglo XVIII el gobierno civil intentó cambiar. 
 
 
1.1.3. La organización eclesiástica de la ciudad de México. 
 
Después de establecida la ciudad de México una de las principales 
preocupaciones fue la vida espiritual de sus habitantes. El entramado 
parroquial se organizó en base al “primitivo asentamiento efectuado por 
Hernán Cortés sobre la Traza de la antigua ciudad prehispánica” 58 y se 
mantuvo vigente hasta las reformas impulsadas por el arzobispo Lorenzana; 
aunque con algunos cambios, un tanto hechos al vapor, resultado del 
crecimiento de la población y del reacomodo de ésta dentro de la ciudad. 
 Siguiendo la lógica de la separación de españoles e indígenas, en la 
ciudad de México se establecieron “dos ciudades eclesiásticas”, con 
parroquias para cada grupo, quedando los primeros a cargo del clero secular 
y los indígenas a cargo del clero regular principalmente de la orden 
franciscana. El objetivo de esta división radica en que las necesidades 
espirituales de cada grupo no eran las mismas, pues los españoles estaban ya 
adentrados en la vida cristiana, mientras que a los indios, neófitos en este 
sentido, debería prestárseles más atención y cuidado si quería lograrse su 
efectiva conversión. 
 Para atender a los españoles, se destinó en un principio sólo el Sagrario 
de la Catedral, aunque debido al crecimiento de la población a que atendía 
se vio pronto superado en sus funciones, haciendo necesario el 
establecimiento de nuevas parroquias en las últimas décadas del siglo XVI: en 
1568, se erigió la parroquia de Santa Catarina, al norte de la Plaza mayor; la 
de la Santa Veracruz se fundó al poniente en el mismo año y, ya a mediados 
 
58 Zahino Luisa, Iglesia y sociedad en México 1765-1800. Tradición, reforma y reacciones, UNAM, 
México ,1996. (Serie C: Estudios históricos, Núm. 60) Pág 50. 
 
 
30 
del siglo XVIII se levantó la de San Miguel. Estas cuatro parroquias, a cargo del 
clero secular, se enfocaron a atender a la población no india. 59 
 Al cuidado de la población indígena estuvieron las órdenes regulares, 
que con este objeto tuvieron concesiones especiales en lo que se refiere a la 
administración sacramental. Los franciscanos, dominaron la empresa 
misionera en la ciudad de México en los primeros años de vida colonial, 
teniendo luego que compartir su monopolio con otras órdenes religiosas 
como los agustinos. 
 En los territorios de las parcialidades se establecieron en las primeras 
décadas del siglo XVI cinco parroquias franciscanas. Cuatro en San Juan 
Tenochtitlan: San Juan de Letrán, Santa María La Redonda, San Sebastián y 
San Pablo. Una, la de Santa Cruz, en la parcialidad de Santiago Tlatelolco, 
localizada junto al convento del mismo nombre. 
 Este predominio de los franciscanos se vio pronto limitado, cuando 
tuvieron que ceder la parroquia de San Pablo, que finalmente quedaría en 
manos de los agustinos, quienes decidieron crear en el territorio de ésta, una 
nueva parroquia dedicada a Santa Cruz y Soledad.60 También en manos de 
los agustinos quedó la parroquia de San Sebastián a partir de 1607. 
 Además, en 1623, se ratificó que el cuidado de la vida espiritual de los 
indios “mixtecos y zapotecos” seguiría en manos de los padres de Santo 
Domingo que los atendían por lo menos desde 1610, en la parroquia para 
“indios extravagantes.”61 
 El entramado parroquial de la ciudad de México quedó integrado a 
partir del siglo XVII por once curatos, cuatro, destinados –en teoría- a atender 
españoles y castas, en manos del clero secular: El Sagrario, Santa Catarina 
Mártir, Santa Veracruz y San Miguel. Los otros seis, llamados también 
 
59Rubial Antonio, ¿El final de una utopía? El Arzobispo Lorenzana y la nueva distribución 
parroquial de la ciudad de México, Universidad de León, España, 2005. Pág. 279. 
60 Rubial Antonio, ¿El final de una utopía?....Pág. 279. 
61Rivera Manuel, México pintoresco, artístico y monumental, Imprenta de la Reforma, México, 
1880-1883, Vol.2, Pág. 67. 
 
 
31 
doctrinas,62 San Juan de Letrán (o San Joseph),63 Santa Cruz, San Pablo, Santa 
María (La Redonda), San Sebastián y Santiago, quedaron en manos de los 
regulares (agustinos y franciscanos) para -también en teoría- atender 
exclusivamente a los naturales. Por último el destinado a los “indios 
extravagantes” a cargo de los dominicos.64 
 Sin embargo, a pesar de estos intentos por mejorar la atención espiritual, 
poco logró solucionarse considerando que los curatos, tanto de indios como 
de españoles, no tuvieron una delimitación clara de su territorio, que muchas 
veces se superponía. Tal es el caso de la doctrina de Santiago y el curato de 
Santa Catarina Mártir, esta última desde su erección “tuvo bajo su cuidado 
una amplia zona que penetraba profundamente en los barrios y pueblos de 
indios del norte y noreste de la ciudad [y desde 1683 tuvo que] atender a la 
población no indígena que viviese en Santiago Tlatelolco,La Florida, San 
Francisco Tepito, La Concepción Tequipehuca, Santa Lucía y Santa María 
Apahuastlán,”65 es decir las parroquias de Santa Catarina Mártir y Santiago 
Tlatelolco debían atender a población del mismo territorio. 
 Esto generó conflictos entre los clérigos, que nunca llegaban a saber 
de manera exacta cuáles eran los límites de su jurisdicción y cuál la población 
a que debían atender, “problema que se tornaba difícil toda vez que la 
clarificación de tales límites indudablemente involucraba los intereses 
pecuniarios de los párrocos”.66 
 Otra cara de la moneda fue que en ocasiones el territorio parroquial 
era tan extenso que era imposible atender a toda la población, sobre todo en 
el caso de las cabeceras de doctrina que contaban en su territorio con 
 
62 Por su función de adoctrinar, de evangelizar. 
63 Vid. Rubial Antonio, ¿El final de una utopía?....Pág. 278. El nombre de San Joseph o San José 
sustituye el nombre de San Juan de Letrán en trabajos como Márquez Lourdes, La 
desigualdad ante la muerte. El tifo y el cólera, Siglo XXI ed. (1º edición), México, 1994. (Salud y 
sociedad). La localización de la parroquia de San José coincide con la de San Juan de Letrán 
y difiere de la de San José de los Naturales. 
64 Desconozco hasta qué año estuvo en funcionamiento esta parroquia y si la afectaron las 
reformas de Lorenzana y en qué medida. 
65 Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal… Pág. 106. 
66 Pescador Juan, De bautizados a fieles difuntos: familia y mentalidad en una parroquia 
urbana: Santa Catarina de México. 1568-1820 El Colegio de México, México, 2002. Pág. 27. 
 
 
32 
pueblos distantes, con una dinámica rural, dando por consecuencia que 
muchas veces “la feligresía que residía fuera de la cabecera recibiera los 
sacramentos […] cada quince días.”67 
 En la doctrina de Santiago Tlatelolco se estableció la iglesia, un colegio 
y la residencia de los frailes que quedaron a cargo de numerosos pueblos y 
barrios de los alrededores, en calidad de visitas. Robert Barlow ubica ocho 
templos,68 que eran los más cercanos y formaban una especie de anillo 
alrededor del convento y la plaza de Santiago: Santa Ana Atenantitech, San 
Martín Atezcapan, Santa Catalina Coatlán, Los Reyes Calpoltitlán, Santa Inés 
Hueipantonco, Santa Cruz o San Antonio Atecocolecan y Santa Lucía 
Techpolcaltitlán. Estos ocho templos siguieron siendo parte de su jurisdicción 
hasta 1772. 
 La organización interna de las doctrinas, destinadas a atender a la 
población indígena, tuvo mucha relación, sobre todo durante los primeros 
años de la colonia, con la organización prehispánica, pues “la nueva 
estructura religiosa se apropió […] de los espacios de la estructura 
prehispánica [tendiendo a] construir en los mismos sitios de los calpullis, 
iglesias, capillas o ermitas que sustituían el viejo culto”. 69 Utilizar esta vieja 
estructura le permitió a las órdenes regulares, aprovechar la influencia que las 
autoridades y caciques indígenas70 tenían en la población que, siguiendo el 
ejemplo de los primeros, consentía en su bautismo y conversión, aunque fuera 
de manera superficial. Con el tiempo, las doctrinas tuvieron que reacomodar 
su territorio, alejándose de la original organización indígena, pues “las visitas 
fueron reducidas en número por el establecimiento continuo de nuevas 
cabeceras de doctrina.”71 
 
67 Zahino Luisa, Iglesia y sociedad en México…Pág. 74. 
68 Barlow Robert, Tlatelolco: fuentes e historia, INAH-UDLA, 1ª edición, México 1980. Vid. 
Especialmente el capítulo “Las ocho ermitas de Santiago Tlatelolco:” Llama la atención que 
no considere el templo de la Concepción Tequipehuca. 
69 Lombardo Sonia, “México hacia 1556”… Pág. 36. 
70 Gibson Charles, Los aztecas…Págs. 101-108. 
71 Gibson Charles, Los aztecas… Pág. 384. 
 
 
33 
 Sin embargo, también en este caso, la realidad se impondría en la 
relación entre evangelizadores y evangelizados, pues aunque el clero decía 
defender a los últimos, en ocasiones se vio realizando los mismos abusos de 
los que pretendía resguardarlos, lo que provocó un paulatino distanciamiento 
con su feligresía. Situación sumamente significativa si consideramos que la 
asistencia a una parroquia se debía en gran parte al trabajo de doctrineros o 
curas por conservar y estrechar los vínculos con su feligresía, que no tenía el 
mayor empacho en acudir a otra parroquia a pesar de no estar adscrito a 
ésta. 
 Este desorden en la separación se vio acrecentado además por el 
mestizaje, que añadía otra complicación cuando se trataba de contrayentes 
adscritos a diferentes parroquias, o con lugares de residencia alejados a la 
que les correspondía. 
 El caos reinante en la administración eclesiástica de la ciudad de 
México se vio reflejado en el poco control y la escasa asistencia espiritual de 
la población en lo que se refiere al cumplimiento de los preceptos 
establecidos por la institución, sobre todo en el caso de los indios, que 
individualmente lograban escaparse del precepto de la comunión anual. 
Además, el tener vínculos laxos con la parroquia a la que en teoría 
pertenecían dificultaba su empadronamiento como tributarios,72 lo que 
significaba para éstos una gran ventaja. 
 Esta organización –o desorganización- parroquial, basada en una 
división utópica e irreal de la población, pretendió solucionarse desde 
mediados del siglo XVIII, con las disposiciones del Arzobispo Manuel Rubio y 
Salinas, en 1753, que estaban enfocadas a la secularización de las parroquias 
a cargo de las órdenes regulares. Sin embargo los intentos de Rubio y Salinas 
no lograron todo el éxito esperado, pues sus medidas se consideraron 
arbitrarias y personales. Entre las causas de su fracaso se considera el poco 
apoyo que las autoridades civiles, tanto de la metrópoli como de la colonia 
 
72 Vid Zahino Luisa, Iglesia y sociedad en México…Págs. 50-52. 
 
 
34 
pusieron a éstas, dando por resultado la permanencia de las órdenes 
regulares en algunas parroquias de la capital. 
 En el caso franciscano, éstos lograron conservar para sí la dirección de 
sus doctrinas de San José y Santiago Tlatelolco. Santiago Tlatelolco conservó 
sus dominios hasta 1772, año en que finalmente logró secularizarse. 
 A pesar de los problemas que enfrentó, la Iglesia novohispana adquirió 
importancia y poder como agente social y económico al ser la principal 
prestamista, rentista y consumidora de servicios de la época. Además, la 
religión católica fue el sustento de todas las actividades, individuales o 
sociales, al ser la encargada de registrar bautizos, matrimonios, defunciones y 
controlar las festividades, siendo así la principal difusora de la cultura y la 
reguladora de la vida social de los individuos.73 
 A nivel local cada parroquia se constituyó rectora de la vida 
cotidiana74 durante todo el periodo colonial y quizá mas allá de éste; siendo 
una de las corporaciones más importantes, si no es que la más importante, en 
las que descansó la organización novohispana. 
 En el caso de las parcialidades, la religión fue un factor determinante 
en la conformación o reafirmación de una identidad colectiva, pues 
alrededor de los santos patronos de cabeceras, pueblos y barrios surgieron 
festividades importantes que involucraron a toda la población y que 
perduraron –quizá hasta nuestros días- incluso contra el deseo de distintas 
autoridades. 
 El compromiso que la parcialidad de Tlatelolco había establecido con 
su doctrina, probablemente desde mediados del siglo XVI y ratificado en 1643, 
es un dato significativo que da cuenta del lugar que la religión tenía en la vida 
de los habitantes de la parcialidad. Este compromiso se refería a la entrega