Vista previa del material en texto
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO. FACULTAD DE FOLOSOFÍA Y LETRAS COLEGIO DE HISTORIA Evolución histórica de Santa Ana Atenantitech TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN HISTORIA PRESENTA Eva Caccavari Garza. ASESORA DE TESIS. DRA. MARCELA CORVERA POIRÉ. MEXICO, D.F., 2006. UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. Al abuelo…por su historia. Parroquia de Santa Ana Atenantitech. AGRADECIMIENTOS. Elaborar esta tesis me puso en contacto con personas muy valiosas con las que estoy en deuda, no sólo por su apoyo académico, sino por la gran calidad humana con la que me ayudaron y respaldaron. En primer lugar quiero agradecer a mi asesora, la Doctora Marcela Corvera Poiré, quien con su compromiso y su constante apoyo me ayudó, en lo académico y en lo personal, a no desistir. También agradezco profundamente al Maestro Ernesto Aréchiga Córdoba por su paciencia, su tiempo, su apoyo y su atinada dirección. A los maestros Ricardo Gamboa, Eduardo Ibarra y Rafael Guevara, les agradezco su disposición para apoyarme y orientarme siempre que lo necesité. Con cada uno de ellos, maestros en toda la amplitud de la palabra, estoy en deuda por sus enseñanzas respecto al trabajo académico y respecto a la vida. Especialmente quiero agradecer a Maximino Secundino Florencio Pioquinto Marco Antonio Pérez Iturbe y a Berenice Bravo Rubio (“Santa Berenice de los casos difíciles”) por su compañerismo, comprensión y amistad desde hace ya varios años, así como por su apoyo y guía en el trabajo dentro del Archivo Histórico del Arzobispado de México, que dirige el Pbro. Gustavo Watson, con quien también estoy en deuda. Agradezco asimismo al personal del Archivo General de la Nación, del Archivo Histórico del Distrito Federal, así como al personal de la Biblioteca Central de la UNAM (especialmente al Sr. Pavón), pues su compromiso laboral me facilitó enormemente el trabajo de investigación. En la Parroquia de Santa Ana, agradezco al señor Miguel Ángel Hernández, por nuestras pláticas y por su colaboración para ayudarme a comprender la historia del barrio y de la iglesia. Agradezco igualmente a María de la Luz Beltrán Ortiz, Luchita, por acompañarme a visitar las calles y los templos que integraron el curato de Santa Ana; su cariño por estos lugares me acercó bastante a ellos. A Jannet Bárcenas Cruz agradezco las fotografías de planos y mapas que presento en este trabajo, pero sobretodo su amistad a lo largo de estos años….claaasico. A Gabriela Salmorán Vargas le agradezco la orientación y las pláticas para organizar mi tesis, principalmente lo referente al el gobierno indígena, además de los viajes, los golpes en la frente y las guerritas… Más allá de lo estrictamente académico hay muchas personas con quienes estoy en deuda por su constante apoyo, amistad y compañía. Con cada uno de ustedes estoy agradecida por infinidad de cosas, lamentablemente por el espacio, no queda más que hacer una lista. Agradezco a Tona, Elvia y Salvador por respaldarme e impulsarme a lo largo de este proceso. Reconozco también la orientación de Alejandra Carrera, que me ayudó a poner orden al inicio de este trabajo. Además, agradezco el apoyo de mujeres extraordinarias que por fortuna son mis amigas: a Vascavari; a Sara de honor por tantos los pasteles; a Vero por las puestas en paz y mis reconciliaciones; a Bianca del pabellón por nunca soltarme, por las hojas; a Marbel después de tantos años; a Dominga Johanesburgastrassen; a Habichuela, a Elena, a Gina, a Moni, a Jannet, a Nadia, a Cindybruja, a Clara. También he contado con el respaldo de grandes amigos: Miguelo), Leolo, David, Ro, el Vezino (Jaja), Andrés, Temo, Rincón, Luli, Jorme Jaige, Michel, Edgar Iván Pul, Mudra (?), Camello, Luis, Soda (Jiji), Juan Carlos, Julián, Memo y, Carlos Luna Urgel a quien agradezco su paternal cariño. A Eudigerio, Manuel, Genito, Marinela, gracias por la risa, por el tiempo, por los juegos, por el último párrafo, por tanto. En mi familia agradezco a la Nina y a la Nonna, entre otras muchas cosas, por leer mis tesis y hacerme algunos comentarios. A tía Paca, Martita, tío Alfredo, Tucha y, muy profundamente, a Chucho –tónto, tónto-. A Chía por tantos años, por tanta vida. A mi papá, a pesar de los kilómetros. Grazie Cimacoco. A las dos mujeres que más amo y admiro: Ana y Guadalupe. A mi hermANA, por serlo, por compartir la vida, los viajes, los sueños, por crecer conmigo y siempre, siempre, estar. A Guadalupe, mi madre, por su entrega, por ser la mujer extraordinaria y grande que es. Gracias madre, por estar siempre conmigo, por ser amiga, madre y padre. Esta tesis es un agradecimiento a su paciencia y apoyo a lo largo de este proceso. A todos, gracias por ser parte de mi historia, por hacer esta historia conmigo. TABLA DE CONTENIDOS. Agradecimientos. Introducción 1. La ciudad de México. 1.1. Fundación y organización de la ciudad colonial. 1.1.1. Las parcialidades y la Traza. 1.1.2. El gobierno civil. 1.1.3. La organización eclesiástica de la ciudad de México. 1.2. Las características de la población. 1.3. Las reformas borbónicas. 2. La parroquia de Santa Ana. 2.1. Fundación y características de la parroquia. 2.2. El territorio parroquial. 2.3. La feligresía. 2.4. La situación económica. 2.5. La autoridad eclesiástica. 2.5.1. El párroco. 3. El impacto de las Leyes de Reforma. 3.1. Una parroquia de la ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX 3.2. Las Leyes de Reforma. 3.3. Pérdida de bienes. 3.3.1. El caso de San Miguel Nonoalco. 3.3.2. La capilla de San Antonio el Pobre. 3.4. La lucha por la dirección de las almas. 3.4.1. Se restringe el culto público: el Santo Entierro. A manera de epílogo. 4. Conclusiones. 5. Fuentes y bibliografía. 6. Apéndices. 7. Mapas y planos. 1 INTRODUCCIÓN. Me pregunto qué puedo hacer contigo/ ahora que han pasado tantos años/cayeron los imperios/ la corriente arrasó con los jardines/se borraron las fotos/ y en los sitios sagrados del amor/ se levantan comercios y oficinas. Miseria de la poesía. José Emilio Pacheco. La historia de la ciudad de México es un tema que siempre ha despertado mi curiosidad, que nace de vivirla diariamente, de odiarla y de amarla, de recorrer sus calles y descubrir que aun caótica –o quizá precisamente por eso-, sus peculiaridades la vuelven única, compleja y mágica. Este Leviatán urbano, como acertadamente la ha llamado Diane E. Davis, es resultado de una cultura propia, que al materializarse en el espacio dota a la ciudad de características que la hacen comprensible en la medida en que sus habitantes compartimos y entendemos los rasgos culturales y los procesos que la han ido creando. De esta forma considero que vivir y transformar esta ciudad sólo es posible cuando nos permitimos ser vividos y transformados por ella. Abarcar en una tesis la totalidad de este Leviatán urbano, de su historia, es simplemente una tarea imposible. En el marco de la ciudad de México confluyenuniversos contrastantes y curiosos. Para acercarme a su historia tomé como punto de partida la parroquia de Santa Ana Atenantitech, cuya iglesia parroquial se localiza actualmente en la esquina de la Avenida Peralvillo y la calle Matamoros en la colonia Morelos. Conforme fui leyendo documentos relativos a esta parroquia el punto focal de mi investigación se invirtió y fue necesario pensar en la ciudad de México en un segundo nivel, como trasfondo donde se desenvuelve en primer término la vida de la parroquia y su feligresía. De modo que la delimitación espacial quedó hecha. El curato de Santa Ana es visto en este trabajo de manera amplia y como espacio integrado a la ciudad de México, es decir como personaje y como escenario “dentro del cual se 2 desarrollan los acontecimientos históricos y se manifiestan los actores sociales.” 1 Para comprender este espacio de la ciudad resultó necesario también, acotar el periodo de tiempo que comprendería este estudio, considerando que cada etapa histórica encierra en sí misma su propia complejidad. Nuevamente fueron los documentos que fui encontrando los que me facilitaron esta tarea. Este trabajo inicia en 1772, que es el año de erección de la parroquia, y finaliza al terminar el siglo XIX, aunque hago referencia a un acontecimiento posterior: la siguiente reorganización del territorio parroquial, que se llevó a cabo en 1902. La delimitación espacial y temporal no es producto de un capricho o de la casualidad, se basa principalmente en dos razones. La primera tiene que ver con asuntos prácticos, específicamente con el material encontrado en el Archivo General de la Nación (AGN), EL Archivo Histórico del Arzobispado de México (AHAM) y el Archivo Histórico del Distrito Federal (AHDF). Probablemente consultar directamente el archivo parroquial podría haberme permitido profundizar más en algunos aspectos, lamentablemente el párroco no me permitió revisarlo. Hay, sin embargo, algunas partes de este archivo que fueron microfilmadas en los años cincuenta del siglo pasado y este material se encuentra resguardado en las instalaciones del Archivo Histórico del Arzobispado de México. La segunda razón, en lo referente a la delimitación espacial, tiene que ver con el hecho de que durante gran parte de la vida de México, las parroquias fueron unidades esenciales en la conformación del espacio urbano y de la identidad de la población, constituyendo así “un vasto y 1 Vid. Collado Carmen, en Miradas recurrentes: la ciudad de México en los siglos XIX al XX, María del Carmen Collado, Coord., Instituto Mora /UAM, México, 2004, Vol.1.Págs. 10 y 11. 3 dilatado universo […] sobre innumerables temas y problemas que atañen a las poblaciones que nos antecedieron y a la historia de México”.2 De este modo, hablar de la parroquia de Santa Ana, no es solamente hacer referencia a un edificio, a un párroco o a un barrio. La parroquia de Santa Ana comprendió un territorio bastante extenso que incluyó pueblos y barrios de la parcialidad de Santiago Tlatelolco, una de las dos zonas en las que se pretendió aglutinar, tras la fundación de la ciudad de México, a la población indígena que había en ella. Desde entonces y hasta finales del siglo XIX cada parcialidad contó con un gobierno relativamente autónomo,3 cuya identidad estuvo fuertemente sustentada en aspectos religiosos. Es decir, se trató de un espacio bien delimitado, cuyo territorio y población entrañaban características que la diferenciaron de otras parroquias o de otros espacios de la ciudad. La vida de esta parroquia “tiene sus propios ritmos y tiempos […] que son diferentes a los de la historia política nacional”,4 de modo que para comprenderlos fue necesario tratar de establecer una periodización adaptada5 que se apegara más a los momentos significativos de su historia. Esta periodización está relacionada con un aspecto, en mi opinión, muy relevante en la vida de las parroquias de la ciudad de México: la organización territorial que de éstas se hizo en 1772, estuvo vigente por más de cien años, a pesar de los acontecimientos que sacudieron de manera 2 Pescador Juan, De bautizados a fieles difuntos: familia y mentalidad en una parroquia urbana: Santa Catarina de México, 1568-1820. EL Colegio de México, México, 2002. Pág. 11. 3 Esta autonomía se vio comprometida principalmente a lo largo del siglo XIX por las distintas ofensivas liberales que, a través de leyes y decretos, trataron de convertir a los indios en “ciudadanos modernos” atacando a las parcialidades. En este sentido Vid. Lira Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México, Tenochtitlan y Tlatelolco, sus pueblos y barrios, 1812-1919, El Colegio de México, México, 1995. 4 Gamboa Ricardo, “Abasto, mercados y prácticas alimentarias en la ciudad de México (1800.1850)”, en Miradas recurrentes: La ciudad de México en los siglos XIX al XX… Vol. 1, Pág. 130. 5 Vid. Tomas François, “Historia de la ciudad: problemas de periodización”, en Miradas recurrentes: la ciudad de México en los siglos XIX al XX…Págs. 12-37.Respecto a la necesidad de establecer una periodización propia de las ciudades. 4 profunda la vida del país y consecuentemente de su capital, sobre todo durante el siglo XIX. La permanencia en la organización parroquial de la ciudad de México, llamó mucho mi atención, de tal suerte que me interesó descubrir los elementos que hicieron posible que los límites de las parroquias, en este caso de la de Santa Ana, se mantuvieran estables durante aproximadamente ciento veinte años. También me pareció necesario indagar cuáles fueron las causas que precipitaron su transformación a principios del siglo XX. Para comprender este fenómeno propongo una periodización que incluye tres momentos primordiales: la fundación de la ciudad colonial, la época de las Reformas Borbónicas y finalmente la implantación de las Leyes de Reforma. La organización de la ciudad colonial descansó en gran medida en la división que se hizo de la población entre indios y no indios, lo que dio como resultado una organización, tanto civil como eclesiástica, que fomentó una estructura corporativa de la ciudad. En este sentido la Iglesia novohispana fue una institución clave, que consolidó su poder al ser un elemento imprescindible para dotar de orden a la urbe y a sus habitantes. Un segundo momento que considero esencial corresponde al periodo en que se aplicaron en la Nueva España las Reformas Borbónicas, estás buscaron en lo que se refiere a las ciudades bajo el dominio español, instaurar un nuevo orden que supeditara el poder de las corporaciones al de la Corona, marcando así el inicio de un proceso de secularización de la vida pública. Además se buscó integrar a los cuerpos que conformaban el ámbito urbano limitando sus privilegios, pues muchas veces éstos estaban en detrimento de la Corona. En este caso el acento recae en las reformas del Arzobispo Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón que, en 1772, con la intención de mejorar la administración eclesiástica, encargó al Bachiller José Antonio de Alzate, la reorganización del territorio parroquial de la ciudad de México, dando 5 origen a la erección de nuevas parroquias, entre ellas la que nos ocupa. Este reacomodo, como ya mencioné, implicó la creación de nuevas parroquias como la de Santa Ana, que como consecuencia de su localización se integró a una zona cuya población estaba muy arraigada a tradiciones ancestrales de las que no quería desprenderse. Durante el siglo XIX, fueron muchos los acontecimientos que impactaron la vida del país, baste mencionar como ejemplos la guerra de independencia y su culminación en 1821; la promulgación de la Constitución de 1824 que, entre otras cosas, dio origen al DistritoFederal; la constante lucha entre liberales y conservadores por la dirección del país; la guerra con potencias extranjeras como los Estados Unidos y posteriormente Francia, etc. La capital de México resultó ser en cierta medida trofeo de los distintos grupos que se enfrentaron durante el siglo XIX pues, “quien dominaba la ciudad de México, dominaba el país.” 6 Todos estos fenómenos parecieron no tocar a la Iglesia, por lo menos no en lo que se refiere a su organización territorial en la capital del país, sin embargo el triunfo de los liberales, a mediados del siglo XIX sí marcó cambios en la vida parroquial de Santa Ana, pues a raíz de que se promulgaron las Leyes de Reforma se retomó en cierta medida el proceso secularizador iniciado por los Borbones a finales del siglo XVIII. Restarle poder a las corporaciones civiles y eclesiásticas fue un punto clave para instaurar un nuevo régimen que antepuso lo individual frente a lo colectivo. Lo que pretendo en esta investigación es mostrar el impacto que tuvo el liberalismo7 en la vida de la parroquia de Santa Ana, cuya última consecuencia fue una nueva organización territorial, en la que las 6 Gamboa Ricardo, Acumulación y espacio urbano en la ciudad de México y el D.F., El autor, México 1986. Pág. 115. 7 Vid. Alonso Enrique, “La reforma liberal, la ciudad y la casa”, en Continuidades y rupturas urbanas en los siglos XVIII y XIX. Un Ensayo comparativo entre México y España. Memoria del II simposio internacional sobre historia del centro histórico de la Ciudad de México. María Dolores Morales y Rafael Mas, coord., Gobierno de la Ciudad de México, México, 2000. 6 corporaciones, específicamente la parcialidad de Santiago, ya no tuvieron cabida. Si bien no pretendo hacer una revisión exhaustiva de la historia de la ciudad de México, presento un esbozo de los momentos que, desde mi punto de vista, representaron rupturas importantes que quedaron reflejadas en la vida interna del curato de Santa Ana. Comprendiendo que no se trata de una unidad cerrada, sino integrada y en continuo contacto con la ciudad de México, me pareció importante insertarla en la historia misma de la urbe, ya que ésta determinó características específicas en el paisaje y en la población de este curato. La metáfora que presenta Ernesto Aréchiga, resulta muy útil en este sentido, aun si se refiere a un espacio diferente: “Los barrios pueden definirse como las células de un tejido vivo que es la ciudad. Cada una de estas células constituye un universo propio, pero está comunicada con el resto a través de membranas semipermeables por donde van y vienen los flujos que la alimentan y a la vez la desgastan y la corroen.”8 La parroquia de Santa Ana, en el periodo a que se refiere este estudio, era un espacio con características propias, que permitieron a su población identificarse como feligreses de la misma, más allá del barrio o pueblo al que pertenecían pues, a pesar de que entre éstos se presentaron algunas diferencias importantes, compartieron una historia, un territorio y en muchos casos, el orgullo de formar parte de la parcialidad de Santiago. Pensar en la parroquia de Santa Ana y en los elementos que intervinieron para constituirla como un espacio específico de la ciudad, me hace imaginar un diagrama de conjuntos, cuya intersección es precisamente el tema central de este trabajo. Son muchos los aspectos que confluyen en esta aproximación a la historia de la parroquia de Santa Ana: población, economía, política, identidad, gobierno de las 8 Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal,1868-1929, historia de una urbanización inacabada, Ediciones Uníos, México, 2003. Pág. 32. 7 parcialidades, higiene, salud, educación, etc., me acerco a estos temas sólo en la medida en que afectaron la vida de la parroquia y no siempre con la profundidad que me gustaría. Cada uno de estos aspectos socioculturales, es en sí mismo un extenso ámbito que me es imposible abarcar. Afortunadamente existen trabajos muy valiosos que se han ocupado ya de abordar de manera específica estos asuntos. En el trabajo que presento a continuación pretendo rastrear el efecto que tuvo a largo plazo la división originaria de la ciudad de México en “dos ciudades” –la española y la indígena-. Como acertadamente lo ha indicado Moreno de los Arcos hubo “dos distribuciones parroquiales paralelas” 9 que determinaron fuertemente la organización de la ciudad, a pesar de los posteriores intentos que se hicieron para integrarla. Este trabajo está integrado por tres capítulos. El primero se refiere a la formación de la ciudad colonial, haciendo énfasis en su papel de enlace entre el mundo prehispánico y el colonial, que confluyeron en el espacio de la ciudad de México para conformar una ciudad y una identidad compleja. Se resaltan aquellos elementos que tuvieron un impacto notable en el territorio que formó parte de la parroquia de Santa Ana. En el segundo capítulo, La parroquia de Santa Ana, intento dar una muestra de lo que fue ésta desde 1772 hasta los años cincuenta del siglo XIX. Presento las características principales del territorio parroquial, de su feligresía y de los párrocos que estuvieron al frente de la misma. Por último, en el tercer capítulo expongo algunos casos que muestran los efectos de la aplicación de las Leyes de Reforma al interior de este curato, resaltado los aspectos relativos a la pérdida de bienes y a la dirección de las almas. Las cuestiones que desarrollo en este trabajo distan mucho de abarcar el tema en su totalidad. Son sólo un acercamiento a la vida de la 9 Moreno Roberto, Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal, en Gaceta oficial de la Arquidiócesis de México, Sep-Oct 1982, México, 1982. Págs. 158. 8 ciudad de México a través de una de sus parroquias, la de Santa Ana, misma que fue testigo y partícipe, actor y escenario, de algunas de las profundas transformaciones que vivió esta ciudad desde su fundación. Estos cambios imprimieron en muchos casos características significativas cuyos efectos es posible rastrear hasta nuestros días. 9 1. LA CIUDAD DE MÉXICO. “…y crea vuestra majestad, que cada día se irá ennobleciendo de tal manera, que como antes fue principal y señora de todas estas provincias, que lo será también de aquí en adelante…” Hernán Cortes. Cartas de Relación. 1. La fundación y organización de la ciudad colonial. Los orígenes de la ciudad de México se remontan a la época prehispánica cuando los mexicas consolidaron desde Tenochtitlan el dominio de una vasta zona de Mesoamérica. El imperio mexica sentó las bases de un ambicioso proyecto político y administrativo, que sería retomado por los españoles, aunque claro, con ciertas adaptaciones. Para los conquistadores la ocupación de la ciudad de México resultaba una necesidad estratégica al grado de que “lo que comúnmente se conoce como conquista de México es la guerra por el control de esa ciudad.” 1 Tras dominar Tenochtitlan fue necesario adecuar la herencia que los españoles recibieron de ésta para lograr sus fines de conquista y colonización. Esta adecuación, sin embargo, no fue inmediata ni rompió de manera tajante con todos los rasgos de su antecesora, pues la organización e infraestructura que la ciudad mexica tenía e imponía al territorio que controlaba, resultó una materia prima muy fructífera que los españoles lograron moldear, no sin ciertas dificultades, para consolidar el control del territorio. La ciudad colonial sólo puede entenderse como producto de la mezcla entre las realidades de estos dos grupos –españoles e indígenas-, que se influyeron y nutrieron mutuamente dando comoresultado una ciudad original, compleja y heterogénea. En la época colonial y tras un largo y complicado proceso de adecuación, la ciudad de México tuvo tres características básicas dentro del sistema urbano de la Nueva España, mismas que según Linares, determinaron no sólo su geografía sino la del resto de la Nueva España. Estas características 1 García Bernardo, El desarrollo regional, siglos XVI al XX, UNAM, (1º edición) México, 2004, coord. Enrique Semo (Historia económica de México) Pág. 21. 10 perduraron más allá de la colonia y en muchos casos pueden rastrearse hasta la actualidad. Son a saber: El predominio de la ciudad de México sobre otras ciudades, el crecimiento diferencial de éstas y por último la concentración de nueva población en un antiguo asentamiento prehispánico. Según diversas fuentes, podemos decir que la ciudad de México- Tenochtitlan reafirmó su papel predominante durante el periodo colonial, al ser el punto desde el cual se regularon las relaciones de la Nueva España con la metrópoli. Estructurándose desde este centro político y geográfico todo un sistema regional, que impondría orden a los futuros asentamientos y establecimientos urbanos. Desde de esta temprana época la ciudad de México se convirtió en el centro de gravedad de la vida colonial pues en ella residieron el gobierno y la burocracia española, organizándose desde ésta todo el sistema tributario de la Nueva España. Al ser la sede del Consulado de México, fundado a finales del siglo XVI, la ciudad fue el punto desde el cual se articuló el gran comercio, convirtiéndose en su centro geográfico y financiero. La ciudad de México fue al mismo tiempo sede de la jerarquía eclesiástica católica que jugó un papel sumamente importante en la vida colonial, y aun después, en los ámbitos ideológico, económico y político.2 El predominio de la Ciudad de México produjo un crecimiento diferencial entre las ciudades que integraron el sistema urbano colonial y que se fueron fundando según diversas necesidades, mismas que según Linares pueden clasificarse en tres tipos: portuarias, mineras y administrativas, siendo la ciudad de México la que regulaba la relación entre todas, pues era el paso obligado tanto de personas como de mercancías; situación importante si se considera que la parroquia que nos ocupa se encontraba muy cerca de algunas entradas de la ciudad (la Garita de Peralvillo, la de Vallejo y la de Nonoalco). 2 Gamboa Ricardo, Acumulación y espacio urbano en la Ciudad de México y el DF, El autor, México, 1986. Pág. 53. 11 Los dos aspectos antes mencionados están en estrecha relación con el hecho de haberse asentado la capital colonial sobre un importante centro prehispánico. Esta característica distingue a la ciudad de México de otras ciudades coloniales españolas en América, que no tuvieron que enfrentarse o convivir de manera tan estrecha con la realidad indígena, a la que desde un principio se intentó mantener aislada, pero que terminó por influir en los españoles de manera tan profunda que dio por resultado una nueva identidad.3 En palabras de Bernardo García podemos decir que: “La construcción del espacio mexicano moderno siguió las pautas consolidadas en la primera mitad del siglo XVII [cuyos] rasgos reflejan no sólo la madurez de la geografía colonial sino la conformación de un sistema espacial que subsiste hasta el presente. Algunas características de ese sistema provienen del pasado prehispánico y otras fueron creación colonial.”4 Estos rasgos pueden observarse a nivel nacional en los aspectos que referí sobre el acomodo de las ciudades y el predominio de la ciudad de México. En el nivel local este mestizaje del espacio puede observarse muy bien en la ciudad de México y, en la parroquia de Santa Ana las evidencias de este acomodo son a veces muy claras y siempre significativas. La organización del sistema urbano en que se inserta la ciudad de México, así como su organización interna, reflejaron una realidad característica, quizá la más reveladora: la conformación de espacios sociales, políticos, económicos, culturales, etc. en los que interactuaron, principalmente, dos culturas, generando una realidad histórica única que en muchos aspectos ha sido determinante hasta nuestros días.5 3 Para más profundización respecto a la formación de la identidad criolla Vid. Alberro Solange, De gachupín al criollo. O de cómo los españoles dejaron de serlo, Colegio de México, (1º edición), México 1992. 0 4 García Bernardo, El desarrollo regional…Pág. 62. 5 Vid. Davis Diane, El leviatán urbano. La ciudad de México en el siglo XX, Fondo de Cultura Económica, México, 1999. En esta obra pueden observarse algunos de los rasgos de la ciudad de México que siguen presentes hasta nuestros días. Uno que me parece importante es la yuxtaposición de autoridades locales y nacionales al interior de esta ciudad. 12 1.1. 1. Las parcialidades y la Traza. Tras la derrota de Tenochtitlan por parte de los españoles, Hernán Cortés se obstinó en fundar la más importante ciudad española del continente americano, sobre las ruinas de lo que fuera uno de los más destacables asentamientos prehispánicos, aun contra la opinión de algunos de sus colaboradores que proponían fundarla en Coyoacan, Tacubaya o Texcoco. Estas últimas eran poblaciones que, por encontrarse en tierra firme, ofrecían facilidades para el abastecimiento de agua y de bienes de consumo, además de estar menos expuestas a sismos o inundaciones y contar con un terreno mucho menos pantanoso.6 Las razones en las que Cortés apoyó esta decisión eran, esencialmente, de carácter ideológico, administrativo y estratégico. Por un lado la nueva ciudad española heredaría el poder –simbólico y real- de la antigua Tenochtitlan y por otro lado jugaría el papel de punto de enlace entre el mundo indígena y el mundo español.7 Esto facilitó el dominio y control de los territorios que se encontraban bajo la influencia de Tenochtitlan, que dominaba casi una cuarta parte del territorio mesoamericano. Un punto importante en este sentido fue reorganizar las estructuras de gobierno consolidadas desde la época mesoamericana en el altiplano central. Estas unidades de gobierno son conocidas con el nombre de altépetl, cuya “manifestación jurídico-política más común eran ciudades estado-menores, en las que un centro comercial y religioso dominaba a varios pueblos agrícolas.”8 Es decir, un altépetl congregaba asentamientos más pequeños llamados calpulli que también eran cuerpos políticos bien 6 Vid. Gibson Charles, Los aztecas bajo el dominio español, Siglo XXI, México, 1967, Pág. 377. Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal”, en Gaceta oficial de la Arquidiócesis de México, Sep-Oct 1982,…Pág. 156. 7 Cfr. O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de México”, en Seis estudios de tema mexicano, Universidad Veracruzana, Facultad de Filosofía y Letras, México, 1960. Págs.12-41. Artículo que menciona y sustenta estas dos funciones de la ciudad: su función militar y su función ideológica. 8 Linares María, Procesos de urbanización, sus efectos económicos y sociales, El autor, México, 1986, Pág. 5. 13 fundamentados. Ambos se caracterizaban por la dispersión de viviendas y habitantes y por su fuerte identidad colectiva. De acuerdo con Bernardo García9 tanto el calpulli como el altépetl estaban fundados en lazos personales o familiares, más que en vínculos territoriales. Autores como Lockhart10 subrayan que los españoles advirtieron desde muy temprano la importancia de estas institucionesprehispánicas, que favorecían la identidad y cohesión de las comunidades indígenas; además, en teoría, estas organizaciones facilitarían la formación de un país dual,11 la división entre españoles e indígenas; de modo que propiciaron su reproducción, aunque con los acomodos necesarios. Hubo al menos dos peculiaridades que los españoles buscaron modificar dentro de esta organización indígena: los fundamentos en lazos personales y la dispersión de los asentamientos que funcionaban en torno al altepetl. Las medidas que se tomaron en este aspecto consistieron primordialmente en imponer sobre la estructura indígena un criterio territorial, que involucraba el reacomodo de la población concentrándola en asentamientos más compactos. Conjuntamente se instituyeron mecanismos de gobierno españoles como los cabildos, que tendieron a la jerarquización de los poblados. “El altépetl sirvió como puente entre lo mesoamericano y lo colonial”12 pues fue la base de un nuevo ente de gobierno, llamado señorío o pueblo de indios, que contó con personalidad jurídica y económica. Estas instituciones, conocidas como“parcialidades” en el caso de la ciudad de México, marcaron cierta continuidad entre las formas de organización y gobierno indígenas en la vida colonial e inclusive más allá de ésta. 9 García Bernardo, El desarrollo regional… Págs. 29-32. 10 Lockhart James, Los nahuas después de la conquista. Historia social y cultural de la población indígena del México central, siglos XVI al XVIII, FCE, México, 1999, Págs. 32-35. 11 García Bernardo, El desarrollo regional… Págs. 48. 12 Salmorán Gabriela, El proceso histórico del gobierno indígena en Tlaquilpa, Sierra Zongolica, El autor, México, 2005, Pág. 18. 14 Otro de los beneficios que presentaba fundar la ciudad española sobre las ruinas de este importante asentamiento prehispánico sería justamente que, al lograr atraer y concentrar a la población indígena en las parcialidades se aseguró el abastecimiento de mano de obra y la posterior recaudación de tributos. Ambos elementos resultaron esenciales en la construcción y subsistencia de la ciudad desde la cual se emprendió la conquista de la totalidad del territorio al ser la sede del gobierno español. De hecho desde un principio la reconstrucción de la ciudad de México se hizo contando con la mano de obra de los nativos, a través del trabajo tributario de los pueblos indios.13 La recaudación de tributos fue otro elemento prehispánico que los españoles modificaron en su provecho. Después de consolidar su victoria sobre los mexicas, los conquistadores fueron los beneficiarios del pago de tributos que tradicionalmente recibían aquéllos –en trabajo o especie- de los pueblos que se encontraban bajo su dominio, como era el caso de la ciudad vecina de Tlatelolco. En un principio hubo pocos cambios en el sistema tributario prehispánico sin embargo, con el tiempo y las modificaciones que se hicieron para consolidar los pueblos de indios se presentaron variaciones enfocadas principalmente a cubrir las cambiantes necesidades de la Corona. Por último se encuentran las razones materiales. La ubicación de la ciudad de México permitiría utilizar los restos materiales de Tenochtitlan y su infraestructura –canales y calzadas, principalmente- para construir una nueva ciudad, ya que en general “se reestablecieron las instalaciones de servicios que tenía la ciudad antigua y se añadieron otros indispensables para la vida española.”14 De hecho el ordenamiento de la “ciudad cristiana” se hizo, según Moreno de los Arcos,15 respetando la antigua distribución de la ciudad 13 Lombardo Sonia, “México-Tenochtitlan en 1519”, en Atlas de la ciudad de México, Ma. Esther Carrera, coord., DDF. México 1982. Pág. 34. 14 Lombardo Sonia, “México hacia 1556”, en Atlas de la ciudad de México… Pág 36. 15 Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal”… Págs. 150-173. 15 prehispánica, que se encontraba dividida en dos ciudades: la de Tenochititlan, que tomó el nombre de San Juan y que estaba dividida en cuatro barrios o “campa” y, la “ciudad hermana de Tlatelolco” que correspondió a la parcialidad de Santiago Tlatelolco. En estas dos ciudades de origen prehispánico se localizaron los cinco primeros barrios y templos de la ciudad, cuatro dentro de la zona de San Juan Tenochtitlan y uno en lo que correspondía a la ciudad prehispánica de Tlatelolco. Además de la Traza española localizada en el centro que también contó con su templo. Vemos en las razones que determinaron la ubicación de la ciudad de México sobre Tenochtitlan el modo de materializar una victoria en la que lo español se imponía sobre lo indígena y lo utilizaba. Esta profunda simbiosis en la superficie “descansó en una división tajante que oponía y distinguía dos polos irreductibles: los españoles (colonizadores) y los indios (colonizados)”,16 que se ligarían desde la ciudad de México. A partir de este momento, la ciudad española, la ciudad de México Tenochtitlan, sería vista como“el centro de donde salió todo el movimiento civilizador de la época colonial”.17 La “acción civilizadora” de los españoles se generó a partir de este núcleo regente en el que se integraron, entre otros, los conceptos urbanísticos traídos por los españoles con la realidad y la organización preexistente dando por resultado “una diferenciación ordenada, basada en parte en la concepción castellana y en parte en la indígena.” 18 Uno de los principales vestigios de la ciudad prehispánica fue su trazo reticular, así como el ordenamiento y amplitud de sus calles, al igual que muchas de las acequias y plazas.19 La organización de la ciudad de México descansó originalmente en la idea de dividir tajantemente el mundo español del indígena, más que por prejuicios raciales, se consideró que el asilamiento de los indios facilitaría la 16 Bonfil Guillermo, México profundo. Una civilización negada, Ed. Grijalva, México, 1994. Pág. 122. 17 Marroqui José, La ciudad de México, 3 Vols., Ed. Jesús Medina, México, 1969. Pág. 5. 18 Gibson Charles, Los aztecas… Pág. 35. 19 Lombardo, Sonia, “México hacia 1556”... Pág. 36. 16 incorporación de éstos a nuevas formas sociales, principalmente a través de su evangelización. A las autoridades les parecía que la convivencia entre indios y españoles comprometía esta asimilación. 20 La distribución de la ciudad fue reflejo de esta idea de separación. El mundo español quedó comprendido, en lo que se llamó “la Traza”, localizada en el centro de la ciudad “suelo sagrado y simbólico de la autoridad y señorío.”21 La Traza estaba delimitada en su mayor parte por una acequia o foso que hacía las veces de las murallas que eran comunes entonces en ciertas ciudades europeas, ofreciendo resguardo a sus moradores. Los límites de la Traza los proporciona Orozco y Berra, detallando los proporcionados por Lucas Alamán: “el cuadro formado por la calle de la Santísima al Este, la de San Jerónimo o San Miguel al Sur, la espalda de Santo Domingo al Norte y la de Santa Isabel al Oeste.”22 Sin embargo, los límites originales se fueron extendiendo, en un principio especialmente hacia el norte, donde se localizaba el importante mercado de Tlatelolco. Esta situación generó conflictos y quejas de los residentes de la parcialidad de Santiago, que repetidamente recurrió al Ayuntamiento de la ciudad para exigir que no se otorgaran solares fuera de la Traza. A su vez el mundo indígena se aglutinó en instituciones llamadas parcialidades “esto es, organizaciones apartadas del común aunque en estrecha relación con éste.”23 Las parcialidades comprendían no sólo un espacio físico, representaronsobre todo “el gobierno político y el régimen económico” 24 que permitieron a los indios conservar su identidad y grandeza. Estas dos últimas características 20 Vid. O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de México…” Págs. 11-34 21 O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de México…” Pág.15. 22 Orozco Manuel, Historia de la ciudad de México. Desde su fundación hasta 1854, SEP, México, 1973 (sepsetentas 112). Pág. 31. 23 Lira Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México. Tenochtitlan y Tlatelolco sus pueblos y barrios, 1812-1919, México, Colegio de México, 1995, Pág. 15. 24 Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial, 1750-1821, El Colegio México, Centro de Estudios históricos, México, 2000. Pág. 15. 17 de las parcialidades se detallarán más adelante. Por el momento baste mencionar los elementos que determinaron su localización así como el espacio destinado para éstas. La organización del territorio de los pueblos de indios se hizo respetando en lo posible la base del altépetl, que se sujetó al modelo español de cabecera-sujeto. A decir de Gibson, la cabecera era la capital secular o eclesiástica de la que dependían los poblados pequeños o barrios cercanos a la cabecera y las estancias o sujetos que quedaban alejadas de ésta.25 Para establecer dónde estarían las cabeceras de cada parcialidad se recurrió en gran medida a las subdivisiones indígenas, “una cabecera, por tanto se identificaba como la capital donde había un gobernante indígena local que llevaba el nombre de tlatoani”.26 A lo largo del siglo XVI y durante el XVII, debido básicamente a la reducción y concentración de la población indígena algunos sujetos fueron desapareciendo, incorporándose unos a otros y aglutinando a su reducida población. La parcialidad de San Juan Tenochtitlan, que rodeaba la Traza, quedó integrada por cuatro barrios indios que, como se señaló, correspondían a los cuatro campa o calpulli de la ciudad de Tenochtitlan: Santa María Cuepopan al noroeste, San Juan Moyotlan al suroeste, San Pablo Zoquipan al sureste y San Sebastián Atzcoalco al noreste. La población indígena de esta parcialidad estuvo integrada principalmente por los antiguos y poderosos mexicas. La parcialidad de Santiago Tlatelolco, que comprendía una zona bastante extensa y no muy bien demarcada, estaba “limitada [hacia el sur] por Santa María y San Sebastián [y] separada de Tenochtitlan por el canal de Tezontlalli.” 27 Hacia el norte incluyó poblados tan alejados como María Ozumbilla que estaba más allá de Ecatepec. Estos y otros pequeños poblados 25 Vid. Caso, Alfonso, Et Al., La política indigenista en México, INI-CONACULTA, México, 1981 Pág. 146, Gibson Charles, Los aztecas… Págs. 35-40. Salmorán Gabriela, El proceso histórico del gobierno indígena… Págs. 16-37. 26 Gibson Charles, Los aztecas… Pág. 37. 27 Gibson Charles, Los Aztecas… Pág. 379. 18 fueron sujetos de la parcialidad, cuya cabeza se localizó en el barrio de Santiago Tlatelolco. En esta parcialidad la población preponderante estaba constituida por los tlatelolca, grupo que en época prehispánica se había enfrentado a Tenochtitlan y que después formó una poderosa clase de comerciantes y espías al servicio del Imperio mexica, de quien fue habitual tributaria desde 1435.28. Al igual que la Traza, la parcialidad de Santiago tuvo conflictos respecto a sus límites, ya que algunos pueblos de la parcialidad de Santiago se localizaron en ejidos pertenecientes a la ciudad, de modo que “el pueblo de la Magdalena de las Salinas y los barrios de San Juan Huisnahua, San Bartolomé, Santa María Magdalena Tlapancatitlan y la Santísima trinidad Atepetlac” estuvieron obligados desde 1751 a pagar un tributo a la “nobilísima ciudad de México como reconocimiento de su señorío en esta zona.”29 Es decir, desde un principio la separación y los límites entre las parcialidades y la Traza se vieron comprometidos por hechos tan básicos como determinar y respetar los espacios físicos que tenían impuestos, en ese sentido se podría decir que cada unidad dio un paso que la acercó a la otra. Para comprender la Traza de la ciudad y las parcialidades resulta muy útil el esquema de la ciudad hecho por Moreno de los Arcos,30 en el que se observa la distribución mencionada y la sede eclesiástica de cada parte que integró la ciudad. 28 López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago Tlatelolco”, en Tlatelolco a través de los tiempos, cincuenta años después (1944-1994), Francisco González Rul, ed., INAH, México, 1994. Tomo 2, Pág. 42. 29 López Delfina, Los tributos de la parcialidad de Santiago…Págs. 61 y 62. 30 Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal…” Pág. 161. 19 La idea de dividir la ciudad en dos mundos dio por resultado, la división administrativa de la ciudad en tres partes: al centro la “Traza” española, que se vio rodeada por la parcialidad de San Juan Tenochtitlan que colindaba, hacia el norte, con la de Santiago Tlatelolco. Estas tres divisiones tenían en “lo civil tres autoridades: la de españoles (Ayuntamiento, Audiencia, virreyes) en su centro, y las de indios en sus extremos con los gobernadores y regimientos de Tenochtitlan y Tlatelolco.”31 Los gobiernos establecidos en las parcialidades tenían independencia respecto a las autoridades locales españolas, no así respecto a la autoridad del Virrey o de la Audiencia. Tras esta distribución Cortés encargó a Alonso García Bravo el diseño de la ciudad española, que fue ejemplar por su trazo reticular, con calles anchas y rectas y manzanas constituidas por “solares castellanos” de forma 31 Moreno Roberto, “Los territorios parroquiales en la ciudad Arzobispal”…Pág. 159. 20 cuadrada, planeación basada en la Traza indígena, pero que sin embargo excluyó las zonas destinadas a éstos. Dentro de la Traza, el centro quedó ocupado por la Plaza Mayor en la que se concentraron los edificios desde los que se dirigirían las funciones políticas, administrativas, comerciales y religiosas. Se podría decir, pues, que desde la época colonial la ciudad contó con un núcleo central que era jerárquicamente más importante, situación que se vería reforzada hasta el siglo XIX. Esta Traza uniforme distinguió a la ciudad española de las parcialidades indígenas, pues en estas últimas se localizaron construcciones más bien dispersas y sin orden aparente, que con el tiempo se convirtieron en el lugar de residencia y albergue de “la plebe” de la ciudad, integrada no sólo por los indígenas originarios de Tenochtitlan y Tlatelolco, sino por las continuas oleadas de migrantes que llegaban a la ciudad de México dispuestos a probar fortuna o en busca de seguridad. En palabras de Sonia Lombardo “el ámbito de la Traza, formado con calles rectas alojó edificios e instituciones de españoles y, fuera de ella, sin conservar el mismo alineamiento, se extienden los barrios de indios, destacando entre las casas, como su cabeza el convento de Santiago Tlatelolco y sus iglesias.”32 Esta forma de organizar la ciudad de México en la Traza y las parcialidades permitiría, teóricamente, proteger a los indígenas de los abusos de los conquistadores. En la realidad la explotación que se hizo de aquéllos tanto por la Corona, la Iglesia y la aristocracia33 se vio reforzada por este tipo de organización con la que se intentó y se logró, con algunas reservas, controlar a la población indígena cuyos tributos -en especie o moneda y primordialmente en trabajo- fueron uno de los principalesfactores en la 32 Lombardo Sonia, “México hacia 1556”…Pág. 36. 33 Vid. Rubial Antonio, Prólogo, en La ciudad de México en el siglo XVIII (1690-1780). Tres Crónicas, Antonio Rubial Prólogo y bibliografía, CONACULTA, México, 1990.Págs. 15-17. 21 construcción de la ciudad española, por lo menos desde la segunda mitad del siglo XVI.34 A pesar de que la población se entremezclaba no fue así respecto a las condiciones de vida que se dieron en los distintos barrios y las zonas que circundaban la Traza, pues desde un principio se hicieron obras que buscaron el orden de las calles y su limpieza, así como el abastecimiento de agua potable, en beneficio principalmente del centro de la ciudad Durante el siglo XVI la labor constructiva se enfocó a la restauración y limpieza de calles, acequias y calzadas, además de la construcción de los edificios que albergaron las instituciones civiles, religiosas y comerciales, necesarias para el funcionamiento de la ciudad española. Estas obras, según señalé, descansaron en el trabajo tributario de los indios y algunas castas como los negros y mulatos libres. Amén de las ya enunciadas ventajas, la ciudad de México heredó de su antecesora serios problemas que condicionaron su crecimiento, así como las obras que desde un principio se emprendieron para resolverlos, siendo los principales el abastecimiento de agua potable y las inundaciones. En este sentido se buscó, como apunté, la reparación del sistema hidráulico de la antigua ciudad, limpiando las acequias y reconstruyendo el acueducto de Chapultepec. Desde tiempos prehispánicos este acueducto35 llevaba el agua desde los manantiales de Chapultepec hasta la fuente de Salto del Agua. La reconstrucción respetó el trayecto original del acueducto y las obras se vieron totalmente concluidas hasta 1779. Además de la reconstrucción de este acueducto, se inició entre 1603 y 1607, durante el gobierno del virrey marqués de Montes Claros la construcción de otro, el de Santa Fe, cuyo recorrido iba por la calzada de la Verónica, 34 Vid. López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago Tlatelolco”… Págs. 35- 107. Artículo en que se detallan los tributos que pagó la parcialidad de Santiago Tlatelolco durante la época colonial, así como los problemas que enfrentaron las autoridades virreinales para que la parcialidad cumpliera con las cargas que le estaban asignadas. 35 Dávalos Marcela, “La salud, el agua y los habitantes de la ciudad de México. Fines del siglo XVIII y principios del XIX” en La ciudad de México en la primera mitad del siglo XIX, Regina Hernández Franyuti, coord., Instituto Mora, México, 1994, Vol. 2. Pág. 285. 22 pasando por Tacuba y San Cosme hasta llegar a la caja distribuidora de la Mariscala (frente a la alameda). Desde esta caja se distribuía, a través del ramal de San Lorenzo (que iba por las calles 1º y 2º de Santa Catarina, la de Puente de Tezontlalli hasta alcanzar a la calle Real de Santa Ana) a la fuente pública de Santa Ana donde terminaba.36 Las obras se concluyeron en 1620, pero el abastecimiento de agua en la zona nunca se solucionó, pues debido al poco mantenimiento de la cañería, esta se encontraba en tan malas condiciones que era “continua la falta de agua en el barrio de Santa Ana.”37 A pesar del empeño que se puso en la reparación y construcción de acueductos que surtían a la ciudad de México, el problema del abasto de agua nunca estuvo completamente resuelto, ya que la gente continuamente hacía sangrías de los acueductos, causando que en muchas ocasiones el agua que llegaba a las fuentes tanto públicas como privadas fuera escasa o nula. Aunado a esto, muchas veces el agua que llegaba estaba sucia pues en el trayecto la gente aprovechaba para lavarse, lavar a sus animales, su ropa o sus trastes. La segunda desventaja, referente a las inundaciones, que por lo menos a partir la segunda mitad del siglo XVI fueron constantes, trató de remediarse con la limpieza de acequias por un lado, y por otro con el proceso de desecación del lago que, en tiempos remotos se hacía a través de chinampas y, se mantuvo vigente hasta por lo menos, el siglo XIX. Además se emprendió, también en el siglo XVII, una obra de gran magnitud como fue el desagüe, que era un “tajo que atravesara el cerro de Nochistongo y que desalojara el agua sobrante de los lagos fuera de la cuenca”38 obra que se prolongó, por lo menos hasta el siglo XIX, de modo que su funcionamiento fue parcial. 36 Almonte Juan., Guía completa de forasteros para 1864. Obra útil a toda clase de personas, formada y arreglada por Juan N. Almonte del Valle, Imprenta Andrade y Escalante, México, 1864. Pág. 661. 37 AGN, Bienes Nacionales, Título del Mesón de Señora Santa Ana, 1626-1775, Vol. 143, Exp. 1. 38 La ciudad de México en el siglo XVIII (1690-1780). Tres Crónicas… Pág. 16. 23 La limpieza de acequias (que en la zona de Santiago, estuvo a cargo de la parcialidad) y la desecación del lago parecen medidas contradictorias pues, la desecación de lago provocó que bajara el nivel general del agua y, que por consecuencia su flujo en las acequias disminuyera, provocando que en época de secas se acumulara la basura, obstruyéndolas. Por estas razones las acequias generalmente estaban sucias, con agua estancada y expedían malos olores, lo que provocó que la población las tapara, originando que en época de lluvias, las inundaciones se agravaran. Para 1618 “sólo había tres acequias grandes por las que transitaba el agua”, una de ellas precisamente pasaba por del barrio de Santa Ana.39 En este sentido además, se reutilizó como drenaje la acequia que desde épocas prehispánicas rodeaba algunas partes de la ciudad. La zanja de resguardo o zanja cuadrada, como se le conoció más tarde, se consideró “como el medio más importante para evitar inundaciones y dar movimiento a las aguas de la urbe.” 40 Respondía, asimismo, al interés que siempre existió por amurallar la ciudad española para su defensa y protección, siendo así un modo de reforzar la separación física entre los indios y los no indios.41 Este foso restringía el acceso a la ciudad pues para atravesarlo era necesario utilizar los puentes respectivos. Esta característica se reforzó a la larga –básicamente en el siglo XVIII- pues permitía controlar el ingreso de personas y principalmente de mercancías, por lo que junto con ésta se estableció un circuito de guardas (garitas), que facilitaron la recaudación fiscal que existía sobre aquéllas. Las garitas se establecieron en las principales calzadas que daban entrada a la ciudad. 42 39 Lombardo Sonia, “La ciudad de México entre 1570 y 1692”, en Atlas de la ciudad de México… Pág. 38. 40 Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal. Ediciones Uníos, México, 2003. Pág. 102. 41 O´Gorman Edmundo, “Reflexiones sobre la distribución urbana colonial de la ciudad de México…” Pág. 18. 42 Torre Guadalupe de la, Los muros del agua, CONACULTA-INAH- Gobierno del Distrito Federal, México, 1994. Pág 24 No tengo datos que reflejen el impacto de inundaciones anteriores, como las de 1553, 1580, 1604 o 1607. Sí cuento, por el contrario, con documentos que hablan de algunas consecuencias que sufrió la parcialidad de Santiago a causa de la terrible inundación del 20 de septiembre de 1629, en la que el agua alcanzó un metro de altura y que se mantuvo en la ciudad, según algunas fuentes, durante cinco años.43 De acuerdo con documentos de la época, esta inundación provocó que mucha gente de “pueblos [de esta parcialidad] se repartieran en diversos puntos cuando se inundaron sus tierras y sus casas.”44Los grandes problemas de la urbe se dejaron sentir en toda la ciudad aunque de manera desigual, pues las obras emprendidas y realizadas entre 1576 y 1606, se enfocaron primordialmente a mejorar las condiciones de vida de la población dominante (por ejemplo en el caso del empedrado de San Francisco, los caños de agua para este convento y el del Carmen, la construcción de la iglesia y casa de los jesuitas)45 provocando que la vida en los alrededores, ocupados mayoritariamente por indígenas, no sólo mejorara poco sino que incluso empeorara. La falta de servicios hizo de las zonas aledañas a la Traza lugares donde la vivienda tenía precios más bajos, accesibles a las clases y grupos de menos recursos, que poco a poco fueron mezclándose con la población original. Este es el tipo de población que se localiza en la zona de mi estudio y, por las condiciones materiales del lugar en que vivía fue frecuentemente víctima de enfermedades e inundaciones. La división de la ciudad entre españoles e indígenas, como dije, se vio superada por la realidad en cuanto a la convivencia de la población, sin embargo el contraste en el tipo de viviendas e infraestructura se mantuvo e incluso se recrudeció por lo menos hasta mediados del siglo XIX, generando serias diferencias administrativas, poblacionales y físicas que se ven 43 Lombardo Sonia, “La ciudad de México entre 1570 y 1692”…Pág. 38. 44 AGN, Epidemias, Providencias en San Francisco Xocotitlán. 1819, Vol. 13, Exp. 8. 45 Lombardo Sonia, “La ciudad de México entre 1570 y 1692”… Pág.38. 25 directamente reflejadas en la dinámica de la zona destinada a la parcialidad de Santiago. 1. 1. 2. El gobierno civil. Fue durante el periodo colonial que se sentaron las bases del gobierno local de la ciudad de México. En primer lugar, siguiendo la lógica de la separación racial, se establecieron dos unidades administrativas. La destinada a la población española se consolidó a través del Cabildo o Ayuntamiento, establecido en la década de 1520,46 cuya jurisdicción estaba restringida al área correspondiente a la Traza, para el gobierno de los españoles. La otra, destinada al gobierno de la población indígena en la ciudad de México, quedó a cargo de las parcialidades, como unidades administrativas independientes de las autoridades locales españolas, que desde un principio intentaron tener control sobre aquellas. Las autoridades indígenas de las parcialidades ejercían su mandato aproximadamente por un año y la sede del gobierno se localizaba, en la casa de comunidad -o Tecpan- cerca de la plaza principal y del templo de cada pueblo de indios. De acuerdo con lo expuesto por Dorothy Tanck la organización del gobierno indígena incluía un “gobernador, dos alcaldes, de uno a cuatro regidores, alguacil y escribano [...] La funciones de la república se ejercían principalmente en tres ramos: jurídico, administrativo y financiero”.47 Por lo general los cargos jerárquicamente más importantes dentro del gobierno indígena fueron ejercidos por los caciques o principales de cada pueblo, quienes muchas veces ejercieron el mando en más de una ocasión. Por ejemplo, en 1714 “los regidores y merinos de los barrios de la Concepción, Santa Ana, San Martín y Santa Cruz de la república y gobierno 46Gerhard Peter, Geografía histórica de la Nueva España, UNAM, México, 2000, Págs.10-17. 47Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial… Pág. 33. 26 de la parcialidad de Santiago” se manifiestan contra la intención de Don Lucas de Santiago de reelegirse como gobernador “obrando maliciosamente”48 y piden que la elección de autoridades se realice libremente y sin la intervención de personas ajenas a la comunidad. Correspondieron a las autoridades de la república variadas atribuciones relacionadas con el funcionamiento de la vida de sus pueblos como juzgar delitos menores, pagar al maestro de la escuela, avalar testamentos, pagar y dirigir las obras públicas dentro de su territorio, pagar y consultar abogados en los pleitos legales del pueblo, etc.49 Además de estas múltiples facultades de gobierno, a los funcionarios indígenas correspondió vigilar y organizar la recaudación, la distribución y pago –o evasión- de los tributos, que fueron impuestos por lo menos desde 1571.50 Las autoridades virreinales intentaron en un principio imponer el tributo en especie, aunque sin éxito debido a la reticencia de la comunidad por pagarlos. Aunque esta obligación terminó por imponerse, tanto los tributarios como las autoridades indígenas buscaron evadir su pago y, generalmente lo lograron. Un componente básico dentro del gobierno de las parcialidades fueron los fondos de comunidad que permitieron a éstas hacer frente a algunas obligaciones que les fueron impuestas por la Real Audiencia y que consistieron básicamente en el pago de tributos, en el mantenimiento y limpieza de calles y acequias; por ejemplo correspondió a la parcialidad de Santiago el cuidado de la calzada de Guadalupe hasta 1791 y el mantenimiento de la cañería que llegaba desde Chapultepec.51 Con estos fondos se cubrían también los gastos internos de la parcialidad como el pago de los salarios de las autoridades de la república, las comidas ofrecidas al pueblo o a los funcionarios en distintos festejos o eventos colectivos en que estaba involucrada la parcialidad. Asimismo se contrajeron algunos 48 AGN, Parcialidades (?), Elecciones de gobernador, 1714, Vol. 39, Exp. 10. 49 Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial…Pág.57. 50 López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago”…Pág. 44. 51 Lira Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México…Pág. 106. 27 compromisos con la Iglesia, principalmente relacionados con el ornato y el culto en los templos. Para formar los fondos de sus bienes de comunidad, a los pueblos de indios se les dotó con terrenos que debían trabajar periódicamente los miembros de estas corporaciones. Los productos obtenidos de este trabajo se aglutinaron en las Cajas de Comunidad cuyo manejo fue supervisado por autoridades civiles desde 1558.52 A la parcialidad de Santiago se le repartieron extensas tierras, con las que en siglo XVIII se formó “la hacienda nombrada de Santa Ana perteneciente a los naturales.”53 El manejo que hizo de esta propiedad que mucho tiempo estuvo arrendada a particulares, así como de los fondos de su Caja de comunidad, permitió al gobierno indígena tener una importante fuente de ingresos. En el siglo XVIII, los bienes de comunidad, es decir la hacienda de Santa Ana y los fondos de la Caja de comunidad, habilitaron a la parcialidad para hacer préstamos al Ayuntamiento de la Ciudad y tener capitales en el Banco de San Carlos.54 Los bienes de comunidad, dotaron a las parcialidades de un respaldo económico importante que dio cohesión y seguridad material a la población y, autonomía a su gobierno. Mismo que fue una expresión auténtica de su conciencia de grupo y de la grandeza de la que eran herederos. Lo que me interesa resaltar en este apartado, es la formación de un gobierno efectivamente autónomo de los indígenas, situación nada fácil de establecer, sobre todo por la cercanía con el gobierno español de la ciudad de México, y el interés de éste y de las autoridades virreinales de administrar los bienes de la comunidad. También al interior de la parcialidad hubo situaciones que llegaron a poner en entredicho la concordia entre sus miembros. La jerarquización de 52 Tanck Dorothy, Pueblos de indios y educación en el México colonial…Pág. 56. 53 AHDF, Ayuntamiento, Tierras y ejidos,Vol. 4068, Exp. 104. 54 Vid. Aréchiga Ernesto, “La formación de un barrio marginal: Tepito entre 1868 y 1929” en Miradas recurrentes: La ciudad de México en los siglos XIX al XX, María del Carmen Collado, coord., Instituto Mora-UAM, México, 2004. 2 Vol. 28 poblados, que fue reforzada por los españoles dentro del sistema de gobierno indígena, tuvo como consecuencia evidente la preponderancia de los de Santiago sobre el resto y sembró la semilla de la discordia entre algunos de los pueblos que quedaron sujetos a la parcialidad de Santiago. El usufructo de las rentas de la hacienda de Santa Ana fue un punto álgido en las relaciones entre los pueblos sujetos de Santiago Tlatelolco, ya que este barrio había gozado con exclusividad de aquellos, marginando a los demás de los beneficios.55 Estos conflictos, que a larga comprometieron la existencia de la parcialidad, no impidieron entonces a los indígenas tomar conciencia de los beneficios que implicó este mecanismo de gobierno, así como buscar su pervivencia. Primero, frente a los embates del Estado borbónico, que como veremos más adelante, intentaron restarle poder a las corporaciones para formar así un gobierno central más sólido, en el que las colectividades eran una limitante al poder de la Corona. Luego, de cara a las aspiraciones igualitarias de los independentistas, que implicaban, en el caso de los indios no sólo la supresión de tributos, sino ser considerados “simplemente mexicanos”, destruyendo así “sus tradiciones comunales, su orgullo y su aliento de vivir.”56 A lo largo del siglo XIX se intentó, a través de leyes y decretos, integrar a indios y no indios; sin embargo fue precisamente la conciencia de su diferencia lo que llevó a la parcialidad a resistirse a ser incorporada en una sociedad en la que sus tradiciones no tenían cabida.57 Un apoyo importante en esta resistencia fue, precisamente, la religiosidad, el apego al tiempo y las festividades religiosos, de modo que se estrecharon los vínculos entre la población indígena de la parcialidad con su parroquia. Esto no quiere decir que la relación entre la Iglesia y la parcialidad de Santiago haya sido de 55Vid. Lira Andrés, Comunidades indígenas frente a la ciudad de México…Pág. 224-228. y Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal…Pág. 98 56 López Delfina, “Los tributos de la parcialidad de Santiago”…Pág. 40. 57 Vid. Bonfil Guillermo, México profundo. Una civilización negada… Págs. 101-206. Respecto los proyectos que se ensayaron durante el siglo XIX para incorporar a los grupos indígenas me parecen muy pertinente las reflexiones de este autor. 29 entera concordia, fue más bien una relación de conveniencia marcada por las necesidades comunes de defender un modo de vida que desde finales del siglo XVIII el gobierno civil intentó cambiar. 1.1.3. La organización eclesiástica de la ciudad de México. Después de establecida la ciudad de México una de las principales preocupaciones fue la vida espiritual de sus habitantes. El entramado parroquial se organizó en base al “primitivo asentamiento efectuado por Hernán Cortés sobre la Traza de la antigua ciudad prehispánica” 58 y se mantuvo vigente hasta las reformas impulsadas por el arzobispo Lorenzana; aunque con algunos cambios, un tanto hechos al vapor, resultado del crecimiento de la población y del reacomodo de ésta dentro de la ciudad. Siguiendo la lógica de la separación de españoles e indígenas, en la ciudad de México se establecieron “dos ciudades eclesiásticas”, con parroquias para cada grupo, quedando los primeros a cargo del clero secular y los indígenas a cargo del clero regular principalmente de la orden franciscana. El objetivo de esta división radica en que las necesidades espirituales de cada grupo no eran las mismas, pues los españoles estaban ya adentrados en la vida cristiana, mientras que a los indios, neófitos en este sentido, debería prestárseles más atención y cuidado si quería lograrse su efectiva conversión. Para atender a los españoles, se destinó en un principio sólo el Sagrario de la Catedral, aunque debido al crecimiento de la población a que atendía se vio pronto superado en sus funciones, haciendo necesario el establecimiento de nuevas parroquias en las últimas décadas del siglo XVI: en 1568, se erigió la parroquia de Santa Catarina, al norte de la Plaza mayor; la de la Santa Veracruz se fundó al poniente en el mismo año y, ya a mediados 58 Zahino Luisa, Iglesia y sociedad en México 1765-1800. Tradición, reforma y reacciones, UNAM, México ,1996. (Serie C: Estudios históricos, Núm. 60) Pág 50. 30 del siglo XVIII se levantó la de San Miguel. Estas cuatro parroquias, a cargo del clero secular, se enfocaron a atender a la población no india. 59 Al cuidado de la población indígena estuvieron las órdenes regulares, que con este objeto tuvieron concesiones especiales en lo que se refiere a la administración sacramental. Los franciscanos, dominaron la empresa misionera en la ciudad de México en los primeros años de vida colonial, teniendo luego que compartir su monopolio con otras órdenes religiosas como los agustinos. En los territorios de las parcialidades se establecieron en las primeras décadas del siglo XVI cinco parroquias franciscanas. Cuatro en San Juan Tenochtitlan: San Juan de Letrán, Santa María La Redonda, San Sebastián y San Pablo. Una, la de Santa Cruz, en la parcialidad de Santiago Tlatelolco, localizada junto al convento del mismo nombre. Este predominio de los franciscanos se vio pronto limitado, cuando tuvieron que ceder la parroquia de San Pablo, que finalmente quedaría en manos de los agustinos, quienes decidieron crear en el territorio de ésta, una nueva parroquia dedicada a Santa Cruz y Soledad.60 También en manos de los agustinos quedó la parroquia de San Sebastián a partir de 1607. Además, en 1623, se ratificó que el cuidado de la vida espiritual de los indios “mixtecos y zapotecos” seguiría en manos de los padres de Santo Domingo que los atendían por lo menos desde 1610, en la parroquia para “indios extravagantes.”61 El entramado parroquial de la ciudad de México quedó integrado a partir del siglo XVII por once curatos, cuatro, destinados –en teoría- a atender españoles y castas, en manos del clero secular: El Sagrario, Santa Catarina Mártir, Santa Veracruz y San Miguel. Los otros seis, llamados también 59Rubial Antonio, ¿El final de una utopía? El Arzobispo Lorenzana y la nueva distribución parroquial de la ciudad de México, Universidad de León, España, 2005. Pág. 279. 60 Rubial Antonio, ¿El final de una utopía?....Pág. 279. 61Rivera Manuel, México pintoresco, artístico y monumental, Imprenta de la Reforma, México, 1880-1883, Vol.2, Pág. 67. 31 doctrinas,62 San Juan de Letrán (o San Joseph),63 Santa Cruz, San Pablo, Santa María (La Redonda), San Sebastián y Santiago, quedaron en manos de los regulares (agustinos y franciscanos) para -también en teoría- atender exclusivamente a los naturales. Por último el destinado a los “indios extravagantes” a cargo de los dominicos.64 Sin embargo, a pesar de estos intentos por mejorar la atención espiritual, poco logró solucionarse considerando que los curatos, tanto de indios como de españoles, no tuvieron una delimitación clara de su territorio, que muchas veces se superponía. Tal es el caso de la doctrina de Santiago y el curato de Santa Catarina Mártir, esta última desde su erección “tuvo bajo su cuidado una amplia zona que penetraba profundamente en los barrios y pueblos de indios del norte y noreste de la ciudad [y desde 1683 tuvo que] atender a la población no indígena que viviese en Santiago Tlatelolco,La Florida, San Francisco Tepito, La Concepción Tequipehuca, Santa Lucía y Santa María Apahuastlán,”65 es decir las parroquias de Santa Catarina Mártir y Santiago Tlatelolco debían atender a población del mismo territorio. Esto generó conflictos entre los clérigos, que nunca llegaban a saber de manera exacta cuáles eran los límites de su jurisdicción y cuál la población a que debían atender, “problema que se tornaba difícil toda vez que la clarificación de tales límites indudablemente involucraba los intereses pecuniarios de los párrocos”.66 Otra cara de la moneda fue que en ocasiones el territorio parroquial era tan extenso que era imposible atender a toda la población, sobre todo en el caso de las cabeceras de doctrina que contaban en su territorio con 62 Por su función de adoctrinar, de evangelizar. 63 Vid. Rubial Antonio, ¿El final de una utopía?....Pág. 278. El nombre de San Joseph o San José sustituye el nombre de San Juan de Letrán en trabajos como Márquez Lourdes, La desigualdad ante la muerte. El tifo y el cólera, Siglo XXI ed. (1º edición), México, 1994. (Salud y sociedad). La localización de la parroquia de San José coincide con la de San Juan de Letrán y difiere de la de San José de los Naturales. 64 Desconozco hasta qué año estuvo en funcionamiento esta parroquia y si la afectaron las reformas de Lorenzana y en qué medida. 65 Aréchiga Ernesto, Tepito: del antiguo barrio de indios al arrabal… Pág. 106. 66 Pescador Juan, De bautizados a fieles difuntos: familia y mentalidad en una parroquia urbana: Santa Catarina de México. 1568-1820 El Colegio de México, México, 2002. Pág. 27. 32 pueblos distantes, con una dinámica rural, dando por consecuencia que muchas veces “la feligresía que residía fuera de la cabecera recibiera los sacramentos […] cada quince días.”67 En la doctrina de Santiago Tlatelolco se estableció la iglesia, un colegio y la residencia de los frailes que quedaron a cargo de numerosos pueblos y barrios de los alrededores, en calidad de visitas. Robert Barlow ubica ocho templos,68 que eran los más cercanos y formaban una especie de anillo alrededor del convento y la plaza de Santiago: Santa Ana Atenantitech, San Martín Atezcapan, Santa Catalina Coatlán, Los Reyes Calpoltitlán, Santa Inés Hueipantonco, Santa Cruz o San Antonio Atecocolecan y Santa Lucía Techpolcaltitlán. Estos ocho templos siguieron siendo parte de su jurisdicción hasta 1772. La organización interna de las doctrinas, destinadas a atender a la población indígena, tuvo mucha relación, sobre todo durante los primeros años de la colonia, con la organización prehispánica, pues “la nueva estructura religiosa se apropió […] de los espacios de la estructura prehispánica [tendiendo a] construir en los mismos sitios de los calpullis, iglesias, capillas o ermitas que sustituían el viejo culto”. 69 Utilizar esta vieja estructura le permitió a las órdenes regulares, aprovechar la influencia que las autoridades y caciques indígenas70 tenían en la población que, siguiendo el ejemplo de los primeros, consentía en su bautismo y conversión, aunque fuera de manera superficial. Con el tiempo, las doctrinas tuvieron que reacomodar su territorio, alejándose de la original organización indígena, pues “las visitas fueron reducidas en número por el establecimiento continuo de nuevas cabeceras de doctrina.”71 67 Zahino Luisa, Iglesia y sociedad en México…Pág. 74. 68 Barlow Robert, Tlatelolco: fuentes e historia, INAH-UDLA, 1ª edición, México 1980. Vid. Especialmente el capítulo “Las ocho ermitas de Santiago Tlatelolco:” Llama la atención que no considere el templo de la Concepción Tequipehuca. 69 Lombardo Sonia, “México hacia 1556”… Pág. 36. 70 Gibson Charles, Los aztecas…Págs. 101-108. 71 Gibson Charles, Los aztecas… Pág. 384. 33 Sin embargo, también en este caso, la realidad se impondría en la relación entre evangelizadores y evangelizados, pues aunque el clero decía defender a los últimos, en ocasiones se vio realizando los mismos abusos de los que pretendía resguardarlos, lo que provocó un paulatino distanciamiento con su feligresía. Situación sumamente significativa si consideramos que la asistencia a una parroquia se debía en gran parte al trabajo de doctrineros o curas por conservar y estrechar los vínculos con su feligresía, que no tenía el mayor empacho en acudir a otra parroquia a pesar de no estar adscrito a ésta. Este desorden en la separación se vio acrecentado además por el mestizaje, que añadía otra complicación cuando se trataba de contrayentes adscritos a diferentes parroquias, o con lugares de residencia alejados a la que les correspondía. El caos reinante en la administración eclesiástica de la ciudad de México se vio reflejado en el poco control y la escasa asistencia espiritual de la población en lo que se refiere al cumplimiento de los preceptos establecidos por la institución, sobre todo en el caso de los indios, que individualmente lograban escaparse del precepto de la comunión anual. Además, el tener vínculos laxos con la parroquia a la que en teoría pertenecían dificultaba su empadronamiento como tributarios,72 lo que significaba para éstos una gran ventaja. Esta organización –o desorganización- parroquial, basada en una división utópica e irreal de la población, pretendió solucionarse desde mediados del siglo XVIII, con las disposiciones del Arzobispo Manuel Rubio y Salinas, en 1753, que estaban enfocadas a la secularización de las parroquias a cargo de las órdenes regulares. Sin embargo los intentos de Rubio y Salinas no lograron todo el éxito esperado, pues sus medidas se consideraron arbitrarias y personales. Entre las causas de su fracaso se considera el poco apoyo que las autoridades civiles, tanto de la metrópoli como de la colonia 72 Vid Zahino Luisa, Iglesia y sociedad en México…Págs. 50-52. 34 pusieron a éstas, dando por resultado la permanencia de las órdenes regulares en algunas parroquias de la capital. En el caso franciscano, éstos lograron conservar para sí la dirección de sus doctrinas de San José y Santiago Tlatelolco. Santiago Tlatelolco conservó sus dominios hasta 1772, año en que finalmente logró secularizarse. A pesar de los problemas que enfrentó, la Iglesia novohispana adquirió importancia y poder como agente social y económico al ser la principal prestamista, rentista y consumidora de servicios de la época. Además, la religión católica fue el sustento de todas las actividades, individuales o sociales, al ser la encargada de registrar bautizos, matrimonios, defunciones y controlar las festividades, siendo así la principal difusora de la cultura y la reguladora de la vida social de los individuos.73 A nivel local cada parroquia se constituyó rectora de la vida cotidiana74 durante todo el periodo colonial y quizá mas allá de éste; siendo una de las corporaciones más importantes, si no es que la más importante, en las que descansó la organización novohispana. En el caso de las parcialidades, la religión fue un factor determinante en la conformación o reafirmación de una identidad colectiva, pues alrededor de los santos patronos de cabeceras, pueblos y barrios surgieron festividades importantes que involucraron a toda la población y que perduraron –quizá hasta nuestros días- incluso contra el deseo de distintas autoridades. El compromiso que la parcialidad de Tlatelolco había establecido con su doctrina, probablemente desde mediados del siglo XVI y ratificado en 1643, es un dato significativo que da cuenta del lugar que la religión tenía en la vida de los habitantes de la parcialidad. Este compromiso se refería a la entrega