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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS “LOS HEREDEROS DE LA PROMESA” (ORIGENES, TENDENCIAS Y MISTIFICACIÓN DE LA “LITERATURA JOVEN” Y LA CORRIENTE NARRATIVA DE LA ONDA: 1964-1971) T E S I S QUE PARA OPTAR POR EL TÍTULO DE: LICENCIADA EN LENGUA Y LITERATURAS HISPÁNICAS P R E S E N T A JOSEFINA GARCÍA PAREDES Ciudad Universitaria Enero del 2007 UNAM – Dirección General de Bibliotecas Tesis Digitales Restricciones de uso DERECHOS RESERVADOS © PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL Todo el material contenido en esta tesis esta protegido por la Ley Federal del Derecho de Autor (LFDA) de los Estados Unidos Mexicanos (México). El uso de imágenes, fragmentos de videos, y demás material que sea objeto de protección de los derechos de autor, será exclusivamente para fines educativos e informativos y deberá citar la fuente donde la obtuvo mencionando el autor o autores. Cualquier uso distinto como el lucro, reproducción, edición o modificación, será perseguido y sancionado por el respectivo titular de los Derechos de Autor. AGRADECIMIENTOS: A la Universidad Nacional Autónoma de México y la Facultad de Filosofía y Letras A la Preparatoria Popular Fresno “Mártires de Tlatelolco Para mis maestros: Fausto Trejo, Fulvio Cano, Hernán Lavín Cerda Un agradecimiento muy especial para el Doctor Xorge del Campo, por enriquecerme con sus conocimientos y su trabajo literario ¡Muchas gracias¡ DEDICATORIAS: Para Arturo Trejo Villafuerte Para Tisbe y Trilce, mis hijas Para mis padres: Emma Paredes Lagunas e Ismael García Romero, In Memoriam Para Luz María García Paredes y Juan José Castañeda Para Reyna, Tano, Mayo, Víctor, Martha y Vivis; también para Guadalupe, Leticia, Alicia y Juan José Para todos mis sobrinos Para mis amigos de la Preparatoria Popular Fresno: Karla, Artemisa, Evodio, Bulmaro, Reyna, Rocío “La güera”, Octavio, Raquel y Abelardo Para mis amigos de la Facultad: Cuauhtémoc, Verónica, Sidartha, Jaime, Arturo y Gabriel Para Queta, Ramón y Dianne 8. ÍNDICE INTRODUCCIÓN 6 1. LA NARRATIVA JOVEN DE LOS AÑOS SESENTA 9 1. 1 Panorama general 9 1. 2 Hitos de La Onda 11 1. 3 Contexto cultural de aquella juventud 13 1. 4 Las publicaciones culturales 16 1. 5 La crítica y sus camarillas 17 1. 6 Las diversas vertientes literarias 19 1. 7 Narrativa joven o los herederos de la promesa 30 2. EL INICIO DE LOS SETENTA 33 3. LA PROMOCIÓN “DIÓGENES” 1967-1968 36 3. 1 El “juvenilismo” novelístico 36 3. 2 Los hijos del polvo 37 3. 3 Pasto verde 38 3. 4 En caso de duda 39 3. 5 Larga sinfonía en D 42 3. 6 Mejicanos en el espacio 43 3. 7 El libro del desamor 44 4. TESTIMONIO DE XORGE DEL CAMPO, COMPILADOR DE NARRATIVA JOVEN DE MÉXICO 46 4. 1 Relatos y cuentos breves, los primeros pasos 46 4. 2 El punto de partida 47 4. 3 Visiones retrospectivas 48 4. 4 Simpatía y diferencias 51 4. 5 La confirmación de Juan José Arreola 53 5. LA NARRATIVA JOVEN Y SUS AUTORES 55 5. 1 Las posibilidades del debate 55 5. 2 Humorismo contra solemnidad 58 5. 3 Otros narradores ante sí mismos 59 6. LOS DIFERENTES NIVELES DE LA ONDA 62 6. 1 Los autores etiquetados, significación de sus obras 62 6. 2 Enfoques teóricos y críticos 72 6. 3 Generalizaciones recurrentes 77 7. EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL DEL 68 Y SUS MANIFESTACIONES EN LA NARRATIVA 83 7. 1 Los antecedentes, los acontecimientos 83 7. 2. La literatura contestataria 87 7. 3 La novelística del Movimiento 88 7. 4 Las primeras novelas sobre el 68 92 9. LOS INICIOS DE LA NUEVA DÉCADA 95 8. 1 Hacia el jueves de Corpus 95 8. 2 La narrativa emergente 96 9. LAS NARRACIONES POLITIZADAS 100 9. 1 El 68 y la ausencia de su “gran novela” 100 9. 2 ¿Literatura política o novela política? 103 9. 3 Novelística y periodismo 107 10. LA IDEOLOGÍA POLÍTICA EN NARRADORES JÓVENES 109 10. 1 Algunos ascendientes políticos de José Agustín 109 10. 2 Lenguaje e ideología literaria del mismo escritor 110 10. 3 Recapitulaciones 115 10. 4 Avilés Fabila y las contradicciones de su crítica social 116 10. 5 Declaraciones sobre literatura y política 120 11. LITERATURA Y SOCIEDAD 124 11. 1 De la realidad social a la ficción, contenido y forma 124 11. 2 Dimensión social de la narrativa politizada 124 11. 3 La ascendencia de José Revueltas en nuevos autores 126 12. EL PODER DE “LA CULTURA EN MÉXICO” 130 12. 1 Autonomía y universalidad 130 12. 2 El mito de “La Mafia” 131 CONCLUSIONES 133 ABREVIATURAS Y DATOS DE PUBLICACIONES PERIÓDICAS REFERIDAS 139 BIBLIOGRAFÍA Y HEMEROGRAFÍA CITADAS 140 NOVELA 141 CUENTO 142 ENSAYO Y CRÓNICA 144 HEMEROGRAFÍA 146 INTRODUCCIÓN La producción inicial de los escritores mexicanos nacidos entre 1938 y 1948, es decir, aquellos que vivieron su infancia en los cuarenta, cuando se iniciaba en México una renovación de la novela (Agustín Yáñez, José Revueltas) y la adolescencia cuando se publicaba Pedro Páramo, conforma el corpus de este estudio. Un corpus, desde luego, heterodoxo. En efecto, la cantidad de obras localizadas para esta investigación hace patente una gran disparidad en estructuras narrativas, temáticas, subgéneros novelescos, universo cultural representado. De tal manera, el corpus de estudio se fue conformando en un proceso de lecturas e interrogantes a textos narrativos firmado por autores que, en los últimos años sesenta, formaron la nómina de la “narrativa joven” y la literatura de La Onda. La mayoría de aquellos escritores adquirieron renombre, en tanto que otros son desconocidos o efímeros. Si los autores con mayor representatividad de la “narrativa joven” escribieron con cautela, los novelistas y cuentistas de La Onda experimentaron con audacias formales. Entre los autores de este corpus aparecen tanto intelectuales que se han convertido en personajes públicos como quienes son modestos o discretos trabajadores de la cultura y/o de su propia obra. Famosos unos, casi desconocidos otros, todos los escritores de la Onda compartieron su contexto sociocultural, o bien, el imaginario colectivo de los años sesenta; en otras palabras, las experiencias sociales de los sectores medios letrados, el léxico cultural que el cine empezó a divulgar y luego fue masificado por los media, las lecturas y las modas. Ahora bien, la primera compilación de los nuevos escritores corrió a cargo de Xorge del Campo: Narrativa joven de México (1969). En el prólogo de esta obra, fechado en noviembre de 1968, Margo Glantz articula de modo deductivo hipótesis generales y particulares; es decir, deriva las características de los escritores compilados. Años después, en 1971, en el prólogo a su antología Onda y escritura en México: jóvenes de 20 a 33, la misma Margo Glantz desarrolló teóricamente la tesis de su estudio: las propuestas de los nuevos escritores, o se inscriben en la “onda” (crítica social) o en la “escritura” (creación verbal). Mediante tal tenor analizó los factores que influían en cada una de las vertientes literarias. Como cualquier escisión epistemológica, se ha considerado que la clasificación de Glantz es susceptible de ratificaciones o réplicas. O, en todo caso, abre la posibilidad de plantear nuevas posibilidades; incluso, diferentes enfoques, afines o discordantes, los cuales en última instancia enriquecen la dilucidación del ser de la literatura mexicana. De acuerdo con el corpus de este estudio, tanto en las clasificaciones de “narrativa joven” como en la de “literaturade la onda” se localizan diferentes vertientes o tendencias literarias; a saber, entre otras, las que se inscriben en la fantasía y el humor, o en los tópicos político-sociales. El código ideológico-político y la referencia al clima cultural y político de los sesenta y principios de los setenta, son también criterios para seleccionar exclusivamente autores surgidos en esos años. La nómina abarca 40 narradores y los más de 60 títulos para novelas y cuentos prueban que durante aquel periodo surgió en México la nueva narrativa politizada, así como una ruptura con la tradición producida con De perfil de José Agustín, y Gazapo de Gustavo Sáinz, “por el lenguaje juvenil desenfadado, la jerga alburera citadina, el humorismo Mad, el ritmo de música pop”, como reconoció Ángel Rama.1 Si bien las obras producidas por los escritores estudiados son muy variadas en sus posibilidades creativas –incluso, en profundidad y responsabilidad-, no por ello, sin embargo, se excluyen las más simplistas y poco elaboradas porque, a fin de cuentas, nuestra intención en este sentido es presentar un informe lo más completo de los propósitos y/ o las ideas estético-literarias que los animaron. Respecto a la conformación del corpus “narrativa politizada” conviene señalar que no es, asimismo, índice de unidad ni mucho menos intento de etiqueta, por cuanto que será hasta la mitad de los años ochenta cuando concluirá el ciclo de producción literaria politizada en autores que se habían iniciado con mucha convicción política. Se trata de un corte necesario para explicar las ideas estéticas que subyacieron en la decisión de politizar la literatura en los años sesenta y principios de los setenta, como ya se ha dicho. Se ha considerado que tanto la “narrativa joven” como la “literatura de La Onda”, de acuerdo con la hipótesis principal del trabajo, no operaron como un conjunto cohesionado sino en un “espacio de dispersión”, como diría Michel Foucault...2 Recurrimos al concepto de Foucault en vista de que la disparidad formal de las obras del corpus narrativo reveló como no propositivo constituir una corriente literaria. El hecho de que algunos narradores de aquella época compartiesen una ideología política no fue determinante para establecer un movimiento colectivo en las letras mexicanas. 1 Cf. Rama, Ángel, “Los contestatarios del poder”... (comp...) 2 Cf. Foucault, Michel, La arqueología del saber. En cuanto a la metodología de la tesis propiamente dicha –una vez determinados el corpus y el problema de investigación con los criterios ya expuestos-, los datos que fue arrojando el análisis de los documentos contribuyeron a perfilar la clasificación de las ideas y su ordenamiento. En términos generales, esta tesis no se basa únicamente en la confirmación de postulados convencionales sobre la época y los escritores dados. Dicho en otros términos, se recurre asimismo al intercambio de los papeles tradicionales de sujeto y objeto del discurso expositivo, toda vez que en los documentos los escritores no sólo aportan sus ideas estéticas sino también definen y explican su época, su ámbito cultural. En el mismo tenor, la configuración de documentos periodísticos ilustra “el horizonte de expectativas y el imaginario colectivo de los lectores”. De tal manera, en lugar de ser meramente objetos para comprobar hipótesis, las voces de escritores y periodistas se constituyen en el sujeto que al decirse a sí mismo y a su contexto, orienta las conclusiones de la tesis. Merced a este cambio de papeles, las opiniones de los críticos literarios sobre este corpus no son la última palabra para definirlos, sino que aparecen como “una” posición dentro del debate. Aunque la primera obra del corpus narrativo apareció en 1964, los documentos donde se registran las ideas estético –literarias (o bien, opiniones coyunturales) se remontan a 1966. Detenerse en 1971 significa respetar el objetivo de explicar los orígenes de un periodo literario que, en su dimensión colectiva (como quedó dicho) se verá finiquitado hasta mediados de los años ochenta. Por tanto, esta tesis no busca constituirse en una valoración definitiva de ellos, sino explicar una etapa objetiva que no por superada merece el olvido. No contiene tampoco monografías ni bibliografías exhaustivas de cada autor: ya se comprende que abarca exclusivamente datos y títulos pertinentes para el problema, la época y los objetivos. Las fuentes de las ideas son documentos impresos y lo que se confronta son discursos, no personas. De ahí que en términos generales no se reconstruyan anécdotas privadas o meras informaciones que hubiesen propiciado la publicación de los documentos. 1 1. LA NARRATIVA JOVEN DE LOS AÑOS SESENTA 1. 1 Panorama General La década de los sesenta, sobre todo a partir de 1964, encuentra a la narrativa mexicana en un proceso continuo y progresivo de enriquecimiento; sus protagonistas crean estilos y ensayan diversos tipos de narraciones. Se habla de una nueva narrativa que, en consecuencia, ofrece visiones y conceptos diferentes de México y de la escritura, o bien, experimenta con influencias de fuentes diversificadas. De hecho, las tendencias del quehacer literario mexicano apuntaban hacia direcciones muy divergentes. Algunos de los nuevos narradores pertenecía a pequeños grupos literarios provincianos1 y otros ingresaban a entidades federativas no pertenecientes al aparato educativo formal, donde se les proveía de un marco referencial y de un espacio de discusión. Desde luego, esas entidades carecían de la organización y los atributos de poder de la Academia. Sin embargo, su existencia suponía el propósito de imponer carácter institucional a la literatura, por ejemplo, el Centro Mexicano de Escritores (CME). Creado en 1951, inicialmente se llamó Mexican Writing Center, con fondos de la de la Fundación Rockefeller, cuyo director de Humanidades, Charles Fahs, intentó publicar una revista en la ciudad de México. Según Martha Robles2, en noviembre de 1954 se constituyó en asociación civil el Centro Mexicano de Escritores con Margarete Shedd, Julio Jiménez Rueda, Arturo Arnaiz y Freg, Francis C. St. John, Felipe García Beraza, Ramón Xirau, Luisa Josefina Hernández, Juan José Arreola y Donald DemaRest. En treinta años, de 1951 a 1981, se otorgaron 198 becas procedentes de fondos nacionales desde 1954. Tres años duró el vínculo de Mexican Writing Center con la Fundación Rockfeller. Por la destacada obra de algunos de sus becarios el centro fue adquiriendo prestigio, aunque su consejo rechazara ocasionalmente la petición de algún escritor singular, Gabriel García Márquez, por ejemplo, cuando escribía Cien años de soledad (...). En fin, si bien se conocían los requisitos de admisión, no ocurría lo mismo con los criterios para elegir. De treinta y siete becarias nada se sabe hoy de la obra de trece de ellas y algo parecido, guardadas las proporciones, ocurre con los demás becarios. Sin embargo, una parte representativa de los escritores contemporáneos 1 Alejandro Ariceaga, por mencionar sólo uno de los escritores de este corpus, formó parte del grupo “TunAstral”, en cuya revista aparecieron sus primeros trabajos. Vid: Antotología TunAstral, Toluca, Cuadernos del Estado de México, 1966. 2 Robles, Martha, La sombra fugitiva, t. 11, pp. 52-53. 2 recibió esa ayuda económica, al menos en una ocasión. De hecho, durante su existencia, el CME cumplió un papel formativo de primer orden para la literatura mexicana. En diccionarios y biografías aparece como referencia indispensable de algunos escritores. La diversidad de autores apoyados por el CME muestra que éstos no pertenecían a un solo grupo. De los escritores incluidos en esta investigación, fueron becarios entre otros Gerardo de la Torre, René Avilés Fabila y JoséAgustín. Ellos, cabe agregarlo, pertenecieron a las reuniones que organizaba Juan José Arreola y que, de suyo, trascendía la mera iniciación literaria. Arreola, por otra parte, dirigía un taller de redacción y estilo en el Instituto Nacional de la Juventud Mexicana y en las propias oficinas del CME. De acuerdo con uno de los ex becarios del CME,3 la didáctica del maestro consistía en partir de las producciones de los escritores en ciernes para descubrir sus propósitos, en lugar de limitarse a los aspectos técnicos de la escritura. Cuando llegaron Jorge Arturo Ojeda, Juan Tovar, Elsa Cross, José Agustín, René Avilés Fabila, Xorge del Campo, Gerardo de la Torre, Roberto Páramo y otros futuros narradores, Arreola había trasladado las reuniones de Mester a su propio departamento, pues el domicilio del CME le quedaba alejado. Más que una capilla influyente e instalada con publicaciones importantes, el grupo de la revista Mester consistía en sancionar la “literariedad” de los textos y/o propiciar un espacio de discusión. Arreola lo concebía como un ámbito de formación proyectada hacia la transformación de las letras mexicanas y asumía con cierta seriedad su papel de maestro e impulsor de talentos en ciernes. Así que concebido a mediados de los años sesenta, el taller literario de Arreola fincó un precedente indispensable en la formación de jóvenes interesados en las letras. Un vasto conocimiento de la literatura y la intención de Arreola por depurar la calidad de las obras por venir propiciaron el establecimiento de diálogos periódicos, lectura de textos, orientación general y juicios críticos. De tal empeño surgieron, años después, otros talleres principalmente los de la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM, en los cuales colaboraron dramaturgos, novelistas, poetas y profesores universitarios; algunos de ellos importantes por la influencia directa que los escritores 3 González Pagés, Andrés, “Charla con Juan José Arreola, el maestro”, 1964. 3 ejercieron en las preferencias estilísticas y aun en sus modos de entender la literatura. A finales de los años sesenta Arreola todavía proseguía con su tarea formadora en un taller de Creación Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, asimismo, impulsó talleres similares en el Instituto Politécnico Nacional y otras dependencias gubernamentales. Fundada en 1966, la revista Punto de Partida ofreció otros espacios a nuevos escritores. Y algunas editoriales y/ o nuevas casas editoras, sobre todo en los últimos años de la década de los sesenta, aceptaron y promovieron las nuevas tendencias literarias. Firmas como Novaro y Empresas Editoriales publicaron textos firmados por autores menores de 30 años. Novaro editó la segunda edición de La tumba, de José Agustín, y Empresas Editoriales hizo circular la serie Nuevos Escritores Mexicanos del Siglo XX Presentados por Sí Mismos, donde aparecieron las novelas autobiográficas del mismo José Agustín, Gustavo Sáinz y Raúl Navarrete, entre otros. Sin embargo, fue Joaquín Mortiz la editorial que casi en forma sistemática impulsó a autores nuevos. También en los años sesenta se fundaron Siglo XX1 y Era que, aparte de difundir las nuevas corrientes del pensamiento occidental, publicaron obras de autores de este corpus. Crítico literario y editor, Emmanuel Carballo intervino en la creación de la editorial Diógenes, exclusiva para nuevos narradores y abierta a la opinión de los lectores. Según declarara el propio Carballo a René Avilés Fabila, en una entrevista publicada en “Artes, Letras y Ciencias”.4 En fin, por lo que respecta a jóvenes escritores, los años sesenta si bien fueron evidencia de diversas tentativas, lo cierto es que prevalecieron los logros de la que sería una expresión más coherente, a partir de la conquista del oficio. Desde luego, no faltaron las “aves de paso”, con uno o dos títulos que destacaron entonces, casi olvidados hoy, ni entusiastas comentarios para quienes no llegaron a desarrollarse.5 1.2 Hitos de La Onda Virtualmente inadvertida pasó, en 1964, la primera edición de La tumba. John S. Brushwood, uno de los primeros críticos extranjeros en comentar la novela inicial de José Agustín, señala: 4 Suplemento del diario Ovaciones, núm. 265. (19 de febrero de 1967) 5 Por ejemplo, algunos de los autores que “con dolo y parcialidad” agregó Margo Glantz a Narrativa joven de México (1969) y Onda y escritura... (1971): Juan Ortuño, Manuel Farill, Eduardo Naval, Luis Carlos Emerich, Juan Jacobo Trigos y Jaime Turrent. 4 La Tumba, posiblemente llamada así porque uno de sus personajes dice. “Si el aburrimiento matase, en el mundo sólo habría tumbas”. Esta presuntuosa observación, de uno de los jóvenes amigos del narrador, encierra mucho de verdad como descripción de la generación de los padres vista con los ojos de los jóvenes. La tumba no tiene ningún respeto por el orden establecido, ni en sus conceptos ni en su estilo. Su narrador es un escritor joven, lleno de aspiraciones, con automóvil y dinero, además de una cierta facilidad para decir agudezas. Es tragicómico, atractivo, devastador, pero carece de odio. No se nos muestra más tolerante de las chifladuras de su propia generación que de las suyas en particular. Hasta se ríe de sí mismo.6 Por su parte Emmanuel Carballo, que se había distinguido por haber mostrado su entusiasmo por la literatura emergente e innovadora, a partir de la segunda edición de La tumba (1966), comenzó a mostrar disposición para entender a los jóvenes narradores. De la novela inaugural de José Agustín admiró “el estilo” de la voz narrativa, por ser “irrespetuoso”, dinámico, alegre, incisivo, caricaturesco”, y consideró que De perfil, la segunda obra narrativa de Agustín, había traído un cambio cualitativo a las letras mexicanas por su relación con el lenguaje coloquial.7 Gazapo (I965) de Gustavo Sáinz y De perfil (I966), aparecen en un momento muy particular de la historia nacional, es decir, un par de años antes de la matanza de Tlatelolco. Ambas novelas –comentará Carballo en la década de los ochenta- que aparecen durante el gobierno de Díaz Ordaz, son signos de un México nuevo, tan imprevisible como sorprendente. Se trata de dos novelas sencillas, ideológicamente pobres y táctica y estratégicamente conflictivas. Ambas están conscientes de que jóvenes y adultos no se entienden y saben, asimismo, pese a que no lo digan, que la juventud no es un fin en sí misma y que las desavenencias entre padres e hijos son un tropiezo necesario pero pasajero. De perfil y Gazapo emplean un idioma distinto y distante al que usan las obras anteriores. Desolemnizan no sólo el lenguaje sino todas las instancias del comportamiento juvenil. En lo sesenta, los lectores de edad temprana los leyeron con los ojos bien abiertos: en ellas aprendieron a vivir y a soñar, y unos cuantos a escribir. Arrasaron como una epidemia, y la mayoría de los narradores no contó para preservarse de ellas y de su influjo del antídoto adecuado.8 Años antes, en el prólogo a su antología Narrativa mexicana de hoy, el mismo Carballo señalaba: El novísimo cuento mexicano es tan inconjeturable como sorprendente, del mismo modo como lo es la sociedad que lo auspicia. Son cuentos sencillos 6 Brushwood, John S., México en su novela, pp. 97-98. 7 Carballo, Emmanuel, “¿La tumba?”, en “La Cultura en México”. 8 Carballo, Emmanuel, “Prólogo”, en Bibliografía de la novela..., pp. 14-15. 5 (a veces simples), ideológicamente pobres y táctica y estratégicamente conflictivos. Desde el punto de lo que dicen, su declaración de principios no va más allá de una guardería infantil. De ellos se desprende (y lo que afirman es cierto) que los adultos son ciegos y sordos, que los jóvenes soninquietos y poseen un humor más que macabro. Y macabro, aquí, es sinónimo de ruptura de rebelión y desquite. Opuestos frontalmente a los adultos, los jóvenes quieren burlarse de sus mayores e instaurar un mundo al revés, revolucionario en las costumbres, dinámico en el lenguaje y peligroso en las amenazas que lanza a los representantes del antiguo orden. Escritos todos estos cuentos (y novelas) durante el gobierno de Díaz Ordaz, ya no cuestionan la existencia o inexistencia de la revolución mexicana: han superado esa etapa y sus problemas ya no son de convivencia, de reformas que hagan más equitativa la justicia social, de sufragio democrático y honradez administrativa; los problemas que plantean se pueden resumir en uno solo, el de encontrar la propia identidad de los autores en el amor, la amistad y la belleza. A estos jóvenes les preocupa, asimismo, el presente y el futuro inmediato del país en que habitan (y los demás países), para el que sueñan una vida profundamente distinta en todos los órdenes. Y mientras tanto eso sucede, entre todos construyen una torre de Babel. Es tal la confusión (por otra parte comprensible), que es difícil entender lo que están haciendo. Estoy seguro, sin embargo, que de este caos surgirá una nueva prosa narrativa que entierre para siempre la frase que pesa como lápida sobra las letras mexicanas. “Ya veréis a lo que sabe pasar de promesa y parar en fracaso definitivo”...” (I969, pp. 22-23). 1.3 Contexto cultural de aquella juventud Los años sesenta fueron decisivos para la cultura mexicana de las últimas décadas del siglo XX. La difusión de ideas, de modas, del imaginario colectivo de las metrópolis del planeta, de otros lenguajes, superaba ampliamente, multiplicándolo, todo aquello que prohijaba la imprenta. Modas estadounidenses como la sensibilidad Camp, la literatura Beat, el rock, los hippies y su filosofía híbrida incluyendo parafernalia, fueron penetrando no solamente en las elites cultas, sino hasta las bases de estratos urbanos medios. Lo anterior coincidió, de manera paralela, con el auge de la literatura del Boom Latinoamericano. Una literatura, por lo demás, harto controvertida. Al respecto, comenta Martha Robles: 6 Es probable que el llamado boom literario recibiera parte del aliento reformista de Kennedy para alcanzar notoriedad internacional. El efecto publicitario en los libros de Cortazar, Vargas Llosa, Fuentes y García Márquez, fue calificado de boom –estallido, en lengua inglesa-, y extremado al punto de considerarlos revolucionarios en las letras.9 Época de discrepancias, problemas políticos y estudiantiles, los años sesenta también se caracterizaron por la dispersión, la irracionalidad, el repudio a cuanto significara orden o sometimiento a las instituciones. Características que marcaban un tono “experimentador” y casi milagroso de una cultura nacional, intuida o mejor dicho adivinada por medio de la diversión y el desenfreno. He aquí algunos signos influyentes: canciones “de protesta”, de la poesía “contestataria”, hora de los hippies, expresión de la “angustia existencial” mitigada con fábulas revolucionarias, del ascenso de lo “popular” en la literatura y del menosprecio a la erudición, el trabajo académico y el humorismo verdadero. Los ideales revolucionarios se avivaron con el Che Guevara y Fidel Castro. Y, al mismo tiempo, con el ascenso de las ciencias sociales en América Latina se avivaban los juicios políticos en el continente. Millones de jóvenes, con su presencia y demandas inmediatas, presionaban para que la burocracia reflexionara sobre los efectos de la explosión demográfica. O bien, avanzaban infundiendo terror a las generaciones anteriores, y proclamando su ser en libertad. Era notorio su afán de igualarse “hacia abajo” por medio de la conducta, de las modalidades del lenguaje coloquial y de los despropósitos seudo culturales. Pero también la década de los sesenta anunciaba nuevas luchas a través de agrupaciones pacifistas, con el ascenso de la teología de la liberación. Al mismo tiempo, el sindicalismo independiente se multiplicaba, las mujeres comenzaban a organizarse, los partidos actuaban en las universidades y los medios de comunicación se abrían, para dejar entrar signos de la modernidad occidental. A los jóvenes letrados de México los animaba, en suma, “una esperanza mínima por un mundo libre de atavismos en torno del amor, del lenguaje sexual y de la expresión de los sentidos” (Robles, p. 254). Más otros aspectos contribuyeron asimismo a difundir luchas, aspiraciones y quehaceres de pueblos afines o no al mexicano. Robles menciona en su obra citada a Raimond (p. 256), cantante de Cataluña, quien llegó a México con la novedad de la música de protesta. 9 Op. Cit., p. 254. 7 La guerra de Viet-Nam, por otro lado, ejemplificaba la sobrevivencia de un pueblo levantado con el colonialismo y la invasión militar. En los Estados Unidos, los Black Panthers denunciaban parte de las atrocidades padecidas por los negros y por las minorías de los llamados Mexiconorteamericanos. La revolución cubana y las guerrillas bolivianas eran centros de la mayor curiosidad entre no pocos universitarios y, desde luego, ambas representaban una esperanza, otra posibilidad para la América latina y cierta confianza en el régimen soviético. Pero –habrá que reconocerlo- llegó la Primavera de Praga y se esparció la duda, se mitigó el entusiasmo por el comunismo y la fe juvenil recayó en otras confusiones. De acuerdo con la multicitada Martha Robles, el sueño de la libertad de expresión, el de la pluralidad política y el del ejercicio crítico que se practicaba incipientemente en la universidad, era uno de los espejismos de la realidad cerrada, del presidencialismo institucionalizado y del poderío empresarial. México –señala la escritora-, como ha ocurrido y ocurre en su historia contemporánea, protagonizaba el debate de dos impulsos irreconciliables: el del nacionalismo orientado a forjar la verdadera independencia con una cultura original, de vínculos grecorromanos, mexicana por sus raíces indígenas y de experiencias unificadas con otras culturas por su circunstancia creadora, y el que era, y sigue siendo, impulso capitalista: repudio a la obra nacional, imitación de conductas afiliadas al ejemplo de modernidad de los Estados Unidos; auto desprecio y deslumbramiento por cuanto nos es ajeno. Entre uno y otro, el idioma, cada vez más corrompido, ignorado por las mayorías, fiel reflejo de las enormes desigualdades sociales y educativas entre escritores, universitarios, académicos, políticos, burócratas, proletarios, sirvientes, campesinos. (p. 255) Ciertamente fueron, los sesenta, años de la “Alianza para el progreso”, tentativa del gobierno de Kennedy para reformar a las sociedades latinoamericanas, “sin cambiar” sus estructuras. Frente a esta inusitada pretensión política, la Cuba de Fidel Castro contenía a los invasores de Playa Girón. Los Estados Unidos, en consecuencia, extremaron la realidad latinoamericana en dos puntos irreconciliables: revolución o reforma. En cuanto a las letras latinoamericanas de entonces, éstas denotaban ciertamente una rica diversidad que abarcaba lo real maravilloso, representado por Alejo Carpentier; la poesía política de César Vallejo, Miguel Hernández, Jaime Sabines, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal y Rafael Alberti. Por lo demás, habría que señalar un género “de compromiso”, con experiencias individuales, vinculado a la circunstancia nacional de sus 8 autores y en el cual destacaron algunos novelistas y dramaturgos distinguidos con el premio Seix-Barral; Vicente Leñero, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, entre otros. La obra narrativa de José Revueltas resultaba “incómoda” para ciertos Intelectuales “exquisitos”, porque denuncia una sobrevivencia dolorosa en cárceles,fábricas o barrios marginales. Pero no sólo esto. También era disminuido como novelista por su actividad política. Otros autores como Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Mario Benedetti y José Donoso formaban parte de los gustos y/ o preferencias de quienes se manifestaban por un lenguaje “renovador” o, por decirlo en términos específicos, tramado de realismo mágico, distinguido por su “otredad”, reconocido por la abundancia de personajes y situaciones originales. A través de este contexto, la generación de los nuevos escritores produjo o inventó sus propias ficciones. Un ámbito diverso, circunscrito a minorías de lectores. Todos ellos, sin embargo, fueron adictos al buen cine y a todo tipo de música –Bergman, Fellini, Truffaut, Visconti, Kurosawa, Bertolucci, Godard, Rosselini, Schroeter, Jancso, Losey, Buñuel, Wells, Kubrick, Reiz, Saura o Barden- llevaron a la pantalla el disímil época. Según Martha Robles, el ser cinéfilo era indispensable a la actitud progresista e indivisible de ese placer al que alude Octavio Paz.10 No todos aquellos fenómenos extraliterarios, sin embargo, se vincularon directamente con la nueva literatura, por lo menos en su producción de los años sesenta. Salvo los casos de José Agustín y Gustavo Sáinz, al principio, y luego Parménides García Saldaña, no se evidencian influencias cinematográficas y musicales norteamericanas.11 José Agustín y Gerardo de la Torre incursionaron en el cine como guionistas. Xorge del Campo primero y luego Gerardo de la Torre y Raúl Navarrete redactaron historietas de muy diversa índole para la editorial Novaro. El mismo De la Torre escribió además guiones para televisión. Otros muchos autores de este corpus, por lo demás, han participado en el periodismo con diversos géneros. La hemerografía respectiva consigna sus artículos de opinión, reseñas musicales y/o literarias, crónicas, columnas culturales, entrevistas, reportajes y en menor casos notas informativas. 10 0ctavio Paz, Octavio, Posdata, en El laberinto de la soledad, Posdata, Vuelta..., p. 232 11 Para entender algunas peculiaridades del impacto de los elementos culturales citados en la cultura letrada mexicana, remitimos al interesado al libro En la ruta de la onda, de Parménides García Saldaña. Respecto a la vinculación de los fenómenos extra literarios con la narrativa de La Onda, conviene consultar los estudios de Margo Glantz (1971, 1974). En ambos casos, véase la bibliografía general de esta tesis 9 1. 4 Las Publicaciones Culturales Walter M. Langford refiere que con el propósito de promover a narradores emergentes, en 1965, Antonio Acevedo Escobedo, entonces jefe del Departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes, organizó una serie de pláticas “francas e informales” en voz de los propios escritores. Abiertas al público, se comprende, estas pláticas se llevaron a cabo en intervalos frecuentes durante más de un año. Un total de 33 autores hablaron acerca de sí mismos, y además de ofrecer sus puntos de vista acerca de la literatura en general, leyeron fragmentos inéditos de sus obras.12 Los autores convocados, en su mayoría, habían adquirido renombres desde la década de los cincuenta y primeros años de los sesenta. Cuatro de ellos tenían menos de treinta años de edad; siete más, menos de treinta y cinco; y otros doce, menos de cuarenta. Cada una de las conferencias fue grabada y posteriormente fueron publicadas, en dos tomos, por Empresas Editoriales. Según Langford,13 la intención era que los lectores interesados -y sobre todo los estudiantes de literatura mexicana- tuvieran acceso a la personalidad de aquellos escritores, sus hábitos literarios y las influencias que hubiesen coadyuvado a formarlos. Sin embargo, si no todas, por lo menos la mayoría de las publicaciones culturales estaban cerradas por capillas o mafias literarias a casi todos los escritores jóvenes. Langford enlista: Revista de la Universidad de México, “Revista de la Semana” y “México en la Cultura”. Todavía en los años setenta ocurría lo mismo en revistas como Diálogos, Espejo y suplementos culturales; “La Cultura en México”, por ejemplo. Otras publicaciones, a contracorriente, comenzaban a proporcionar cobertura a nuevos escritores; a saber: “Revista Mexicana de Cultura”, La Palabra y el Hombre, “El Gallo Ilustrado”, Rehilete, Revista de Bellas Artes y La vida Literaria, órgano mensual de la Asociación de Escritores de México. Habrá que reconocer, por otro lado, que las letras mexicanas recibieron una plausible ayuda con la publicación en 1967 del Diccionario de escritores Mexicanos coordinado por Aurora M. Ocampo y Ernesto Prado Velásquez. Proyecto del Centro de Estudios Literarios de la Universidad Nacional Autónoma de México, constituyó en aquella época un valioso material biográfico y crítico y, por lo demás, una considerable información biográfica. Incluye casi quinientas fichas de escritores, desde Bernal Díaz 12 En La novela mexicana..., 1975, p. 256. 13 Patricia Cabrera, en sus tesis La sombra de José Revueltas... UNAM, 1997, p. 134, refiere que la compilación de conferencias pronunciadas aquel año de 1965, Los narradores ante el público, fue publicada por Joaquín Mortiz al año siguiente. 10 del Castillo hasta José Agustín, cabe agregar que, hasta entonces, ningún país de América Latina había llevado a cabo una propuesta semejante. 1.5 La Crítica y sus camarillas Hacia 1967, la crítica literaria suscitaba polémicas y/o controversias, ora por sus capacidades, o bien, dadas sus rigideces, simulaciones, “ninguneos” o intereses creados. Rafael Solana, respetada figura en las letras y la cultura mexicanas, comentaba: Últimamente se ha dado el caso de que algunas camarillas, integradas por pintores, actores y escritores de la nueva ola, se han posesionado de algunas publicaciones, únicamente para hacerse propaganda entre ellos mismos, en la más descarada actuación de la fórmula de asociaciones de elogios mutuos. Pero éste resulta peligrosísimo, pues se infla a personas con elogios inmerecidos y cuya obra no tiene valor alguno. Este es el caso de varios escritores jóvenes, a los cuales se les ha otorgado inclusive premios en certámenes literarios, y cuyos libros son, sinceramente, imposibles de leer, de tan pesados.14 Walter M. Langford, en su obra citada, comentaba al respecto que “una lectura a los suplementos culturales lo deja a uno con el sentimiento de que ciertos escritores metidos a críticos están expresando solamente elogios para las obras de otros jóvenes escritores”. (p. 261). Por su parte, John S. Brushwood, observador externo objetivo, se refería directamente al mismo estado de aquella crítica: Es quizá innecesario decir que el tratado de la novela se hace más difícil a medida que nos acercamos a los momentos actuales. La crítica ahora es de mucha ayuda, porque no es realmente independiente. Amistades y enemistades personales, la presión de los círculos literarios, y las asociaciones políticas y profesionales inhiben una objetiva crítica profesional. Y dado que el número de novelas publicadas está aumentando en línea recta, es difícil separar el trigo de la paja, y aún más difícil decir que parte del trigo es mejor.15 México, según decía Max Aub en 1969, contaba con pocos lectores y demasiados críticos. Y desde su punto de vista, la crítica mexicana no servía a ningún propósito, por cuanto que una reseña favorable no proporcionaba más lectores que una negativa. La dificultad, agregaba, es que el crítico no podía ganarse el sustento mediante ese oficio. De ahí que recurriera al 14 Citado en Gaceta del Fondo de Cultura Económica, núm. 160, diciembre de 1967. 15 En Mexico in its Novel, Austin, Texas, 1966, p. 34. 11 recurso de “medioleer las notas publicitarias”.16 Consideraba, por lo demás, que la crítica en México se encontraba lejos de un buen nivel académico. Las opiniones de Max Aub se caracterizaban por su visión generalizante, Ya se comprende. De hecho, existían excepciones. Emmanuel Carballo, de acuerdo a reiteradas referencias bibliográficas y hemerográficas, era considerado como uno de los críticos más respetados del país. Según Langford “esta opinión es compartida por muchos y está fundada en la integridad y capacidad critica de Carballo (...) él está menos sujeto a ataques ya que su carrera en las letras ha sido consagrada casi exclusivamente al campo de la crítica, de modo que no tiene necesidad de elogiar la obra de otro para que él a cambio pudiese ser elogiado”.17 No era el único, desde luego. Otros críticos mexicanos (José Luis Martínez y Antonio Magaña Esquivel, por ejemplo) habían concentrado la mayoría de sus obras a la crítica. De los novelistas activos en los años sesenta, cabría destacar a Rosario Castellanos que, al margen de su obra narrativa, evidenciaba rigor crítico. Ahora bien, conviene señalar que no todos los que ejercían la crítica literaria eran creadores literarios. Muchos se desempeñaban como periodistas y carecían de preparación teórica y metodología para ejercer profesionalmente la crítica. Y bueno: si los escritores que publicaban notas críticas o reseñas en los suplementos culturales ponían en evidencia su favoritismo hacia sus amigos, los periodistas involucrados como críticos obviaban sus limitaciones, o recurrían al sensacionalismo, a fin de provocar controversias. La verdad es que “el arte de la crítica literaria” en México -apuntaba Langford- aún no se había desarrollado “hasta el mismo grado que lo ha hecho la escritura de ficción”. Esta circunstancia constituía una seria desventaja para el creador literario. “El bajo nivel de escritura crítica, además de dejar al novelista sin la guía de una evaluación verdaderamente profesional, también deja confuso al público lector y reduce su entusiasmo por la producción literaria nacional”.18 Aunque en los años sesenta se había hecho muy conocida la actitud antagónica de Luis Spota hacia los críticos, estaba lejos de ser el único en manifestar su hostilidad. Carlos Fuentes declaraba hacia 1968: ¿Qué escritor podría salir sin heridas graves de un desayuno con la prensa mexicana...? La consagración y el rechazo son allí fáciles hasta el abuso: el 16 En Mundo Nuevo, p. 125. 17 Op. cit., p. 262. 18 Ibidem, p. 263. 12 que se acuesta Papa por la noche no sabe si se levantará monaguillo al día siguiente. El escritor sucumbe a la burocracia, a la publicidad o al periodismo. Y, al revés, en Europa pierde su carácter emblemático, se convierte en una criatura anónima, a solas consigo misma, libre para planificar su trabajo serenamente. Dicen en México que he destruido a una generación completa, se ha disgustado por algunas de mis corbatas o porque omití el nombre de un crítico en una lista de invitados. En Europa no puedo aplastar a nadie: mis libros existen, simplemente (...) Y, además, las opciones para ganarse la vida se multiplican: dicto conferencias, escribo artículos, libretos de cine, audiciones para la BBC, la RTF, la RAI.19 Aparte del áspero comentario de Rafael Solana, citado anteriormente, en relación a los escritores jóvenes de los años sesenta, se localizaron otras opiniones que se manifestaron a manera de advertencia. Entre éstas se encuentran las de Juan Rulfo y Vicente Leñero, quienes habían simpatizado con escritores emergentes. Cuando en 1967 se le preguntó a Rulfo sobre el grupo más joven de escritores, mencionó unos cuantos que habían dado muestras de talento y después agregó: “Pero he de señalar que hacen aún literatura de adolescentes para adolescentes y creo que esa literatura no podrán conservarla siempre”.20 Por su parte, Leñero comentaba: “Un niño-genio no puede ser niño- genio toda su vida. El adolescente escritor deberá ser joven escritor y adulto escritor. Si lo logra, si esta generación consigue evoluciones en tal sentido, positiva y productivamente, no se hablará más -por supuesto- de la “narrativa joven de México”; se hablará tan sólo de buenos escritores. Y esto es, al fin de cuentas, lo único literalmente valioso”.21 1.6 LAS DIVERSAS VERTIENTES LITERARIAS En cuanto a la totalidad de la nueva literatura publicada en la ciudad de México entre 1964 y 1971, resulta evidente que no todos los jóvenes autores se marginaron del lenguaje “decente”, ceremonioso o, en otra instancia, atentaron contra una “solemnidad” opresora en lenguaje coloquial y lumpesco. Esa “onda” -como la identificara Margo Glantz a propósito de un cuento de José Agustín-, la burla o el desprecio por cuanto significara autoridad, tradición, orden o institución. De las más de 30 novelas y 28 colecciones de cuentos publicados en la capital del país durante el periodo referido, son relativamente pocas las que aluden a jaleo, “ligue”, promiscuidad y rebeldía al ritmo acelerado de los Rolling Stones, de los Beatles, de una “pasada” de mariguana. O bien, 19 En la sección “Letras” de Tiempo, agosto 19 de 1968, p. 45. 20 En Gaceta, Fondo de Cultura Económica, primavera de 1968, p. 11. 21 Leñero, Vicente, “Reflexiones en torno a la narrativa joven de México”. 13 negligencia, temor disfrazado de recelo, de repudio generacional y adhesión a lo que fuera prejuicio, status quo o norma social. O, en todo caso, ese relajo dispuesto a cualquier sensación, aventurado a encuentros de paso, orgulloso de su hiperactividad sin sentido e identificado con un desenfreno sin meta. Además de José Agustín, Héctor Gally (I942) fue el segundo de los autores que iniciaron el preámbulo a la recepción de narrativa joven de México. En I963, Gally publicó su primer libro: Diez días y otras narraciones. Se trata de una colección de cuentos que, según sus editores, llamó la atención de la crítica por “esa obsesiva insistencia en el tema de la muerte” y por la facilidad con que crea estados y momentos de terror”.22 Víctor, novela publicada por Gally en I964, se aparta de la temática terrorífica y se inmersa en la sicología de los personajes. Si bien las dos obras iniciales de este autor son diferentes en su género, tienen algo en común. En ambas trata el tema de la frustración infantil por causa de una pequeña burguesía caduca, enajenada y llena de prejuicios. Niño “fino de nervios”, Víctor posee una sensibilidad excepcional que choca con un medio ambiente si no hostil, sí incapacitado para comprender. Un año después, en 1965, Héctor Gally dio a la imprenta su libro Hacia la noche; catorce cuentos cortos (algunos no alcanzan las cuatro páginas) donde el autor retoma los temas terroríficos y el sarcasmo cruel, la ironía y el humor que mueve a la reflexión crítica. Estas mismas características se harían patentes en su tercera colección de cuentos: Los restos (1966). En I965 se publicaron más colecciones de cuentos que novelas de autores jóvenes, cuando según Brushwood la llamada novela tradicional (es decir, la sucesión de introducción, desarrollo de la trama, crisis y resolución) había desaparecido casi completamente.23 Aparte de Gazapo (cuyo humor resultaba familiar a la juventud de entonces) debutaron Jesús Camacho Morelos (1944), Andrés González Pagés(I940), Rafael Ramírez Heredia (1939-2006) y Juan Tovar (1941). El primero de estos autores dio a conocer su novela Pandemonium, D. F., crónica de una generación donde el narrador demuestra su capacidad para el humor y el aprovechamiento de la agonía moral del hombre, su snobismo y su ignorancia. Cualidades que reafirmaría posteriormente en Cuando los perros viajan a Cuernavaca (1967), novela que fue adaptada para el cine bajo la dirección de Archibaldo Burns con el nombrede “El reventón”. 22 “Nota”, en la cuarta de forros de Diez días y otras narraciones. 23 Brushwood, John S., Op. Cit., p. 92 14 González Pagés, director en 1963 de Búsqueda (Hoja Literaria Radical de la Juventud), publicó Los pájaros del viento, una serie de prosas que anunciaban lo que sería su obra posterior: “Una caverna húmeda y verde” (1970), “Sperin whale”, Cosas del talión (cuentos escritos entre 1969 y 1970, mientras permaneció becado por el Centro Mexicano de Escritores, y Retrato caído (1981). Relatos, estampas y cuentos principalmente, en los cuales la experimentación, tanto en la creación de ambientes como en el lenguaje, es constante. Los temas más recurrentes de González Pagés se inscriben en el tema de los sobrenatural: la cábala, los espíritus chocarreros, los aparecidos y los suicidas, por un lado; por otras parte, el tratamiento familiar y cotidiano de lo parasicológico. Juan Tovar, llegado de Puebla a la capital del país en 1962, se dio a conocer en las letras mexicanas con un volumen de cuentos: Hombre en la oscuridad (I965), / 15) libro en el que reconoce “influencias específicas (...), ecos de Catherine Mansfield, Chejov y hasta James Thurber (La vida secreta de Water Mitty)”.24 En efecto, la estructura de esos cuentos, como en su obra cuentística posterior, es realista dentro de la línea que él mismo describe: Los misterios del reino (1966) que obtuvo el premio de cuento “La palabra y el Hombre”, y La plaza y otros cuentos (1966). “La plaza”, uno de los cuentos de esta colección, obtuvo el primer premio del concurso del Instituto Nacional de la Juventud Mexicana en 1966. Antes de finalizar la década de los sesenta, Tovar contó con el respaldo de la editorial Joaquín Mortiz para la publicación de dos novelas: El mar bajo la tierra (I967) y La muchacha en el balcón o la presencia del coronel retirado (I970), laureada con el Primer Premio de Novela en el Concurso Cultural de la Juventud realizado por la Secretaría de Educación Pública a través de la Dirección General de Derechos de Autor. Según Margo Glantz, en su prólogo a Narrativa joven de México, El mar bajo la tierra se vuelve opaca a fuerza de descripciones y de insistencias. Si bien plantea en el fondo una de las temáticas del Pedro Páramo de Rulfo, el padre-cacique, Tovar lo diluye concentrándolo en un señor de provincia desdibujado al que le nacen hijos y le brotan esposas y barraganas.25 Más depurada técnicamente, La muchacha en el balcón es una novela experimental y hasta cierto punto esotérica: Tovar crea un narrador que averigua lo que puede acerca de un “coronel” (parte del difícil título de la 24 La primera versión de este libro, titulada Melodrama, obtuvo mención en el concurso literario de la Casa de Las Américas, 1963. 25 En Narrativa joven de México, p. 21. 15 obra) interrogando a varias personas que viven en una casa de huéspedes y, poco a poco, el narrador y el coronel (el narrado) se funden en una sola identidad. Narrador nato, Tovar recibió desde la aparición de su primer libro con el apoyo crítico de Emilio Carballido, quien señalaba que las virtudes más evidentes del nuevo cuentista eran una fina intuición psicológica, excelente sentido de la estructura, prosa bien matizada, abundante en recursos eficaces, la ironía mezclada con la ternura y la capacidad, también, de ser terrible.26 Rafael Ramírez Heredia debutó con un libro de cuentos, El enemigo (1965) que, de hecho, pasó inadvertido para la crítica literaria. Cinco años después, en 1970, la editorial Diana le publicó su primera novela, Camándula. Las líneas de ambas obras se inscriben en la narrativa tradicional. Mayor resonancia obtuvo José Agustín en 1966. En ese año Emmanuel Carballo prologó Autobiografía, novela corta de este autor, aparecida en la colección de Nuevos Escritores Mexicanos del Siglo XX Presentados por Sí Mismos. También en ese año se editó De perfil que, como quedó dicho, reafirma una tendencia temática, ese realismo que Brushwood calificó de “dilo-como-es”,27 característico en Gazapo y otras novelas escritas por autores jóvenes. Gustavo Sáinz, quien había adquirido importancia a partir de su primera novela, asimismo fue incluido con su Autobiografía (1966) en la mencionada serie de Nuevos Escritores. Dos nuevos escritores, además de Sáinz, se integraron a la narrativa joven con la publicación de sus primeras obras cuentísticas: La muerte de Miss O, de Ulises Carrión (1941) y La puerta de los clavos, de Eduardo Rodríguez Solís (1938), quien ya se había dado a conocer como dramaturgo. Como cuentista, Ulises Carrión debutó con “Como la serpiente”,28 “Y el olvido”.29 Escritor que incursionara en varios géneros literarios, el interés de Carrión se fija en el lenguaje. De ahí que sus experimentos con la técnica narrativa conduzcan a una visión de la literatura en la que ésta importa solamente como un medio, cuyo apoyo es la estructura lingüística abstracta de todo carácter referencial. Pero inmerso en su tiempo, sus cuentos enfocan un punto de vista íntimo y personal, un mundo de adolescentes que se sienten incomunicados, indiferentes, desterrados, y pretenden rescatar la 26 Carballido, Emilio (E.C.), Nota crítica en la contraportada de Hombre en la oscuridad. 27 Brushwood, John S., Op. Cit., p. 111. 28 En Héctor Gally, 30 cuentos..., pp. 385-412. 29 Antología de becarios 1951-1967. 16 memoria de un tiempo más bonacible, o bien, de algún acontecimiento que transforme su existencia. Y bueno, muestra de lo anterior fue el libro de cuentos llamado De Alemania. Como narrador, Rodríguez Solís publicó también una novela: No es la soledad (1969), donde hace patente su influencia de John Dos Passos, en particular respecto al recurso del método documental, las pautas de la trama, la psicología de los personajes y la crítica social mediante una prosa dura, seca y burlona. Entrado el año de 1967 publicaron, aparte de Jesús Camacho Morelos, René Avilés Fabila (1940), Julián Meza (1944), Jorge Arturo Ojeda (1943), José Emilio Pacheco (1939), el ya mencionado Juan Tovar, Gerardo de la Torre (1938) y Juan Manuel Torres (1938-1980). En efecto, 1967 fue lo suficientemente importante como para producir dos novelas sobre el “juego” literario: La mafia, de Luis Guillermo Piazza, y Los juegos, de René Avilés Fabila. La primera edición de Los juegos fue comentada ampliamente por algunos escritores y críticos literarios. Rafael Solana, entre otros, diría “burla burlando el escritor, que nos habría parecido demasiado joven para ello, llama a capítulo a toda una generación, literaria y pictórica, y también política; examina, con sonriente severidad, no solamente a nuestras letras, sino a nuestras instituciones. Y pasma por la seguridad y la puntería de muchos de sus juicios”.30 En Los juegos, collage compuesto con coraje, saña y sarcasmo acerca de ese submundo hipócrita, cargado de supercherías y falsos valores, Avilés intenta demostrar que la ironía puede ser utilizada para ahondar en la realidad de los años sesenta y, por lo demás, despertar interés con su agilidad, humor y repudio de lo falso. Para Margo Glantz, Los juegos es: Crítica feroz contra el mundo intelectual de México, submundo de “dolce vita” mezquina y adulación mediocre, crítica a la improvisación, a la actuación artística estacionada en el nivel superficial en el que también se instalan los afectos y las posiciones “comprometidas” (...) Avilés muestra descaradamente su odio feroz; esta disposición definitiva le impide matizar lo literario y en el juego de condena suele quedar atrapado, presa de su propia trampa. Falta la distancia salvadora, la autocrítica. Mediante la reproducción caricaturesca y efectiva de la “zona”, se pone de manifiesto su color desteñidoy al lograr mimetizar el lenguaje y el ritmo descubre sus falacias: Avilés intentó señalar que la inoperancia, la vaciedad y la farsa son las derivaciones necesarias de la sociedad que describe. Con todo, el 30 “Nota”, en la cuarta de forros de la segunda edición de Los juegos (I968) 17 esfuerzo realizado hubiese debido adentrarse en el contexto mismo de Los juegos... 31 Amigo de Avilés Fabila, José Agustín haría varios años después la apología de Los juegos. En la cuarta de forros de la cuarta edición de esta obra (1981) concedió que Avilés convertía “el lenguaje en un medio de expresión capaz de dinamitar estructuras establecidas en el idioma, la política y la intelectualidad”; su lectura hacia fluir “la inquietud de la creación de una literatura vital, consciente y enriquecedora”.32 Con El gran solitario de Palacio, Avilés Fabila retoma el tema político social. Novela que traza con humorismo e ironía el retrato de los tiranos de Latinoamérica, pone de manifiesto dos constantes: la trágica - jóvenes encarcelados por disturbios estudiantiles en una prisión militar, desde donde ven retrospectivamente su quehacer político, y de donde salen para ser torturados y asesinados por el ejército-, y la humorística, en la historia de un gobierno que cada seis años presenta un nuevo presidente para dar la apariencia de legalidad, y que es siempre la misma persona, “rehecha” a través de la cirugía plástica, el tratamiento rejuvenecedor, y los datos que le trasmiten los archivos electrónicos. Novela sin héroes ni conclusiones, podría decirse; en fin, como lo fue la realidad trágica de la matanza de Tlatelolco. Julián Meza, uno de los autores que participó en la promoción de la editorial Diógenes (1967-1968), publicó su primera novela en ese mismo año de 1967 (El libro del desamor) y no volvería a incursionar en el género sino hasta 1991. Director de Mester, la revista del taller literario de Juan José Arreola, y becario del centro Mexicano de Escritores, Jorge Arturo Ojeda vio publicada su novela inicial por la editorial Joaquín Mortiz: Como la ciega mariposa (1967), título tomado de un verso de Lope de Vega. La temática central de esta novela se ocupa de unos adolescentes llenos de pavor ante la posibilidad de la pasión. Según Margo Glantz, la novela de Ojeda se enreda “en personajes con nombres míticos y conversaciones en donde lo soez –el albur- y los juegos de palabras alternan con reflexiones sobre la condición humana y la fugacidad del amor”.33 En abril de 1969, Jorge Arturo Ojeda, quien por cierto debutó como narrador con la novela corta Antes del alba (Mester, núm. 9, 1965), publicó una serie de prosas narrativas titulada Don Archibaldo, un millonario cuerdo 31 En el Prólogo a Narrativa joven de México, pp. 13-14 32 “Congreso de escritoras”, Excélsior (12 de junio de 1981). 33 Glantz, Margo, Op. Cit., p. 22. 18 que vive en la locura del mundo circundante, narra sus viajes a través del País de las Maravillas y el Anáhuac, el espejo, el Parnaso y la recámara. Don Archibaldo, por lo demás, es poeta y sinfonista y, amante decrepito, se define a sí mismo como un ser común, casi vulgar: “Soy todos porque soy símbolo. Soy nadie por lo mismo”. José Emilio Pacheco, poeta que con sus Elementos de la noche se colocara a la cabeza de las más jóvenes generaciones de la poesía mexicana, había dado una respuesta muy plausible a la prosa narrativa con su primera libro de cuentos El viento distante (1963) y publicó su primera novela en 1967: Morirás lejos. Con serenidad y creciente maestrías, José Emilio Pacheco dio muestras desde muy joven de sus aptitudes para ejercer el oficio de las letras, desde luego, en diferentes géneros literarios y en varias direcciones. Investigador informado y riguroso, como narrador ha elegido sus recursos estilísticos lo mismo entre los de la más pura tradición literaria que entre las corrientes más avanzadas. Son abundantes sus ensayos, traducciones, reseñas, estudios y notas críticas. A él se debe una Antología de la poesía mexicana, Siglo XIX (1965), y su obra narrativa inicial comprende la ya mencionada novela Morirás lejos y el libro de cuentos La sangre de medusa (1959). Acerca de José Emilio Pacheco, la maestra María del Carmen Millán opinó en 1967: Mientras los relatos de El viento distante están determinados por los recuerdos de la infancia, la novela Morirás lejos, es una narración de carácter experimental construida sobre una sentencia. Se plantean las hipótesis posibles, variadas, infinitas, que implican elementos muy simples: un hombre vigila sentado en un parque. Otro lo contempla tras una persiana. Interpolada en la primera serie de proposiciones hay otra de relatos -reales, reelaborados, ficticios-. En algún momento acude la pregunta. ¿Cuál es la utilidad de las narraciones? Bien se sabe “que desde Scherezada, las ficciones son un medio de postergar la sentencia de muerte”.34 Gerardo de la Torre, a quien habían impactado los movimientos sindicales de 1958-1959 y la revolución cubana, publicó El otro diluvio, cuentos de muy diversa índole, en los cuales tiende a lo poético y a la vez en lo fantástico. Posteriormente, a principios de la década de los 70, salieron Ensayo general (1970) y La línea dura (1971) donde De la Torre se aleja definitivamente de la narrativa fantástica y ubica a sus personajes en los 34 Millán, María del Carmen, Antología de cuentos mexicanos, t. 11, p. 194. 19 estratos sociales bajos, inclusive el “lumpen”, según declarara a Gerardo Gómez.35 Si Ensayo general se ocupa de la vida sindical en México (con sus inevitables líderes venales), La línea dura “es un recuento de hechos, es una suma de actos divertidos, escabrosos y tal vez anárquicos, que culminan en un acto no por absurdo menos significativo: Horacio Taciturnus da su vida por los demás, para que los marginados tengan al menos una voz. La novela está narrada indistintamente en primera y en tercera persona, y relata, por boca del protagonista, los tres últimos días en la vida de Horacio Taciturnus...”36 Juan Manuel Torres, que inició su labor como escritor durante los inicios de la década de 1960, publicó dos libros de cuentos (El mar, 1967, y El viaje, 1969) y una novela, Didascalias (1970). El viaje es el fracaso de un viaje, o bien, continuo andar de un lado para otro, imaginando a ratos estaciones finales que luego se diluyen para formar el rostro de una muchacha o las calles de una ciudad hace tiempo desaparecida. En la contraportada de Didascalias, Juan Manuel Torres afirma: “Es necesario escarbar y escarbar, ir acomodando todas las piezas de las maneras más diversas hasta que formen un rompecabezas, hasta que con la suma de sus signos puedan lograr transmitirnos un significado”. En efecto, Torres en esta novela se impuso una misión de escarbador y ésta, en consecuencia, lo obliga a desnudar a tal punto su intención que en ocasiones el libro se vuelve recuento y alegato, a la vez que confesión, de técnicas y teorías, expuestas sobre todo en la página 17 de su obra. En 1968, año de protestas y “rupturas” con la tradición y de conflicto con las generaciones anteriores, se publicaron siete novelas de autores jóvenes(Mexicanos en el espacio, de Carlos Olvera (1940), Los hijos del polvo, de Manuel Farill (1945), Autobiografía, de Raúl Navarrete (1942- 1981), Último sol, de Manuel Echeverría (1942), Pasto verde, de Parménides García Saldaña (1944-1982), Larga sinfonía en D, de Margarita Dalton (1943) y En caso de duda, de Orlando Ortiz (1945) y cinco colecciones de cuentos: la ya citada La plaza y otros cuentos de Juan Tovar; Cuentos alejandrinos, de Alejandro Ariceaga (1949-2004), Hacia el infinito,35 Gómez, Gerardo, “Gerardo de la Torre” (entrevista) 36 “Nota”, en la cuarta de forros de La línea dura... Brushwood, por otro lado, considera en su estudio México en la novela (p. 121) que Gerardo de la Torre ofrece en La línea dura “un retrato tragicómico de la sociedad contemporánea que provoca una risa compensada por la decepción que sienten los personajes de sí mismo y de todos y cada uno de los demás”. 20 de Agustín Cortés Gaviño (I946), Inventando que sueño, de José Agustín, y Los malos sueños, de Humberto Guzmán. Carlos Olvera, aunque nació en Chihuahua, radicó en Toluca, estado de México, desde su infancia. Fue cofundador de TunAstral y obtuvo su derecho de figurar en la serie seis primeras novelas en competencia de jóvenes escritores mexicanos de la Editorial Diógenes 1967-1968 y producto de ella es Mejicanos en el espacio, la primera novela de ciencia ficción publicada en los sesenta. Los hijos del polvo, del citado Manuel Farill, se editó también mediante la promoción del “juvenilismo”, resultado del concurso para novelistas que organizó la citada casa editora Diógenes. Si bien se aparta del mundo de Gazapo y De perfil, según Brushwood, “conserva la sinceridad esencial, la franqueza de esta clase de novelas. Farill utiliza dos protagonistas y va alternando, capítulo tras capítulo, el punto de vista narrativo. Con ello, puede contrastar a la burguesía intelectual con la burguesía del Country Club; este contraste se convierte en el fundamento de una decisión sobre el camino a elegir, cosa que nada tiene de sorprendente”.37 Novela un poco diferente a la anterior, Pasto verde, de García Saldaña, resulta casi un monólogo; los pasajes en diálogo parecen con suma frecuencia subordinados al narrador en primera persona. Este protagonista- narrador pertenece a la cultura de las drogas y la música electrónica, la amplísima utilización del inglés indica su fuente. El tono de la narración es en parte confesional y en parte acusador. Del mismo autor de Pasto verde, salió en la editorial Diógenes, a finales de 1970, un libro de cuentos, El rey criollo. A reserva de ocuparnos más ampliamente de García Saldaña en el capítulo siguiente, cabe agregar por ahora la declaración en el “autorretrato” de la solapa de la edición de Pasto verde: “Antes que nada debo confesarme hermano de la espuma de la garza y del sol y de la vibrante inmovilidad de las ondas... mis héroes son agustín lara, el charro avitia y maría victoria, mi máxima ilusión es hacer un striptease con el ballet-folk de amalia hernández”, parodia burlesca a la otra generación, esa que no empieza sus cuentos con epígrafes de canciones en “gabacho”, ni utiliza largas frases en inglés para condimentar la narración. Tanto Aquí, allá, en esos lugares (1966), Autobiografía (1968) y Luz que se duerme (1969) de Raúl Navarrete, son más poesía que ficción y, por tanto, difícilmente podrían definirse en términos utilizados en relación con el género novela. 37Op. Cit., p, 114 21 En Luz que se duerme hay diálogo, pero éste no se evidencia porque está contenido en el curso de la narración. Los personajes, por lo demás, no tienen nombre y se les menciona solamente como “el hombre”, “la mujer”, o cualquier otro término propio del caso. Por otra parte, en esta obra no se desarrolla ninguna trama. Podría decirse que de la propia narración surge una sugerencia, o bien, un estado general de ánimo; sin embargo, como comenta Brushwood, toda aseveración acerca de que el libro “trata” de algo sería una mala interpretación de la obra de Navarrete. En cambio, se le puede analizar como se analiza un poema y la apreciación pormenorizada de las imágenes y de las estructuras respectivas nos revele tal vez el proceso creativo.38 Para Margo Glantz, en Luz que se duerme Navarrete “difumina personajes, situaciones, luces y hasta estructuras en su intento por recrear esa integración temporal-espacial característica de Pedro Páramo -libro clave de nuestra narrativa- y acaba por esfumar su novela en tanto que el estilo se mantiene.39 A pesar del sustento, un tanto artificial y artificioso, de la tan llevada y traída experiencia del LSD, recurrente en los años sesenta, Margarita Dalton mostró cualidades de novelista en su única obra publicada (Larga sinfonía en D) y una sensibilidad que, a juicio de Julieta Campos, podría valerse por sí misma sin ningún estimulante ajeno.40 Miembro de una colectividad de mariguana, Margarita Dalton pareciera decirnos que la droga era patrimonio de la juventud de aquella época. Y, en este sentido, coincide con Pasto verde, de García Saldaña. Ultimo sol de Manuel Echeverría recibió el aplauso de algunos críticos literarios, a pesar de que al principio la novela evoca la atmósfera de la versión cinematográfica de Moderato cantabile o El desierto rojo o que, a lo largo del libro, según la misma Julieta Campos, “se siente la presencia demasiado reiterada de Alain Robbe-Grillet (La jalousie o Le voyeur)”.41 Con todo, agrega la novelista, “es una novela muy bien construida y escrita con un lenguaje que responde con eficacia casi maniática a una finalidad”.42 En efecto, la cercanía con el nouveau roman no le resta nada y solamente demuestra, en todo caso, una coincidencia de actitudes frente al material que responde, sin duda, a una manera de ver semejante, concluye Campos. 38 Op. Cit., pp. 116-117. 39 Glantz, Margo, Onda y escritura en México, p. 35 40 Campos, Julieta, Oficio de leer, p. 107. 41 Op. Cit. 42 Idem 22 Relato de algo que no se puede relatar, por decirlo así, Último sol es el testimonio de una realidad que no admite el relato, que lo evade. El mundo de esta novela está determinado por un ámbito opaco donde se encuentra absolutamente excluido lo maravilloso, para alojar apenas una sombra de la vida. Los personajes, si los hay, se mueven en una atmósfera neblinosa, sin llegar a reconocerse. Ajenos a todos y a ellos mismos, parecieran vivir una existencia (por decirlo así una vez más) que es su propia sombra vacía. Las manos en el fuego (1970) fue señalada por Brushwood como novela esotérica.43 Obra de sensibilidad estilística, como la anterior, se acerca a la conciencia de la creación. Ganador de la beca Martín Luis Guzmán, otorgada por la Editorial Diógenes, por la novela En caso de duda, Orlando Ortiz afirma en la solapa de esta su primera obra que su intención es la de gritar y destruir, sin embargo, se advierte también un lamento, por cierto airado y terrible, y asimismo una nostalgia de una existencia más vivible y menos ajena. La importancia de este libro, dice Julieta Campos, es que señala una salida del callejón donde podría perderse sin remedio esa corriente de la joven novela mexicana que abrieron Gustavo Sáinz y José Agustín. Y puede señalar una salida precisamente porque parece agotar sus posibilidades y, en cierta medida, salirse ya de sus límites.44 Aunque en la solapa de Sin mirar a los lados (cuentos, 1969), del mismo autor, se afirma que En caso de duda reveló una inquietud que encaminaba a Orlando Ortiz hacia una salida del “juvenilismo”, lo cierto es que esta novela está exageradamente fragmentada, a no ser que tenga como propósito comunicar el efecto de una alucinación, Pero si este es el caso, el autor fracasó, por cuanto que solamente produce un efecto frustrante. En términos generales, la novela trata de muchachos aún en edad escolar que han desertado de la sociedad y, pese a lo dicho, logra establecer una buena comunicación. Si en Caso de duda Ortiz intenta jugar con ideas y ejercitar un juego idiomático, en los cuentos de Sin mirar a los lados es mucho más imaginativo, tanto en lo que respecta a las historias como en el uso del lenguaje, toda vez que éste funciona como una necesidad. Todavía en periodo de formación literaria, a los19 años, Alejandro Ariceaga publicó su primer libro: Cuentos alejandrinos. Inquieto gambusino de ideas y agudo observador de personajes, según se lee en la solapa de esta 43 Op. Cit., p. 123. 44 Idem 23 obra, Ariceaga busca presentar su particular punto de vista en las diversas situaciones que describe y, de hecho, logra despertar el interés de quienes ven en el inconformismo de la juventud de su tiempo, uno de los motores fundamentales que impulsaban la creación de nuevas formas y tendencias literarias. Si Alejandro Ariceaga se dio a conocer como cuentista y fabulista y en Cuentos alejandrinos configura una visión crítica del mundo cotidiano de la provincia, mediante una prosa ágil y fresca, en su narrativa posterior mezcla cosmogonía y mito, en la búsqueda incesante de ese mágico misterio que contiene la propia realidad. Licenciado en Derecho (1963-1968) y en Lengua y Literatura Hispánicas (1969-1974) por la UNAM, Agustín Cortés Gaviño incursionó desde muy joven en el cuento, a través de un lenguaje directo y sin complicaciones. Aparte de Hacia el infinito, publicó a fines de la década de los sesenta otra serie de relatos (¿De dónde?, 1969) y un libro de poemas: Noctambulario, 1970. En el terreno de la crítica literaria destacó su interés por el acercamiento a la obra desde múltiples enfoques. Humberto Guzmán, quien participó en los talleres de composición dramática de Emilio Carballido, de creación literaria de Juan José Arreola y de análisis de cuento de Juan Tovar, debutó como cuentista en varias antologías y publicó su primera obra en los Cuadernos de la Juventud: Los malos sueños. Narrador prometedor desde sus inicios, mereció el elogio de Andrés González Pagés en el prólogo de Letras no euclidianas: “Creemos que `La calle` es un cuento exacto, en el que tampoco sobra ni falta nada (rareza más rara de lo que se cree), buena pieza para cerrar esta compilación de obras de jóvenes escritores mexicanos...”45 Posteriormente, Guzmán daría a conocer otro libro de relatos: Continencia forzada (1971) y una novela: El sótano blanco, Premio Nacional de Novela SEP, 1971. La narrativa de Humberto Guzmán, lo mismo en cuentos que en novelas, se caracteriza por la experimentación constante, tanto en su lenguaje como en su estructura. “El absurdo, la desintegración de los personajes que alcanza al texto en sí, la transmisión de sensaciones e impresiones y de su mundo aislado e irreal aparecen continuamente en sus narraciones”, según se dice en el Diccionario de Escritores Mexicanos.46 Las novelas de Guzmán, publicadas a partir de 1972, son largos monólogos o reflexiones a través de los cuales las pesadillas o fantasías de los personajes los conducen a la autodestrucción. De hecho, en ellas se asiste 45 En su prólogo a Letras no euclidianas (Veinte cuentistas jóvenes de México), p. 75. 46 Tomo III (G), Nota crítica, p. 359. 24 a lo absurdo, lo onírico, el erotismo, la violencia o la subversión total de la realidad. En 1969, año de la publicación de Obsesivos días circulares de Gustavo Sáinz, edita su primera novela Eduardo Rodríguez Solís (1938), entonces reconocido director de teatro y dramaturgo, jefe de redacción de Mester. Se titula No es la soledad. Ese mismo año se da a conocer como narradora Esther Seligson (1941), con su libro de cuentos Tras la ventana un árbol. Cuatro años después, en 1973, obtendrá el premio Xavier Villaurrutia con su novela Otros son los sueños. Como muchas autoras, los pasos iniciales de Esther Seligson en la literatura fueron la poesía, tanto en prosa como en verso. Posteriormente, con más seriedad, se dedicó al relato. Tras la ventana un árbol reúne una serie de cuentos donde destaca sobre todo la unidad y una cierta madurez tanto de forma como de tema. Inmersos en una especie de indagación “témporo-espacial”, los relatos ponen de manifiesto una voluntad ajena a concesiones y pudo elaborar un volumen interesante. Acerca de Tras la ventana un árbol dice Juan Vicente Melo: “Ese deseo reiterado, siempre dicho en voz baja, en ocasiones apenas insinuado, constituye el oculto y terrible mecanismo que pone en juego una situación que, invariablemente, trae como consecuencia la separación de los amantes y la temible necesidad del recuerdo y el olvido. Prisioneros de ese deseo, los personajes de Tras la ventana un árbol (casi siempre sin nombre que los particularice y los distinga) transitan por un universo cerrado, asfixiante, rutinario...”47 1.7 Narrativa joven o los Herederos de la Promesa Los escritores que en 1969 se agruparon en Narrativa joven de México se encontraban en etapas distintas de su maduración literaria y, por lo tanto, evidenciaban un valor desigual. Juan Tovar, Roberto Páramo, Gerardo de la Torre, Xorge del Campo y René Avilés Fabila estaban considerados como promesas literarias, en tanto que otros (Eduardo Naval, Manuel Farill Guzmán y Juan Ortuño Mora) no pasaban de mostrar los apuntes de una vocación que todavía no encontraba sus modos de expresión propios. José Agustín, a diferencia de los demás autores compilados, había cuajado un estilo y beneficiado del éxito y la publicidad. Julieta Campos, que en los años sesenta ejercitaba con regularidad la reseña crítica literaria, fue una de las primeras autoras en cuestionar la omisión de ciertos escritores en Narrativa Joven de México. “La ausencia de 47 Melo, Juan Vicente, “La separación de los amantes”. 25 Orlando Ortiz, Parménides García Saldaña y Margarita Dalton –observa- deja un poco flojo este muestrario de la producción juvenil, ya que se cuentan entre los más representativos de esa actitud literaria que pretende reencontrarse con el lenguaje partiendo de cero...”48 En este sentido, Xorge del Campo aclararía que no incluyó a esos narradores porque cuando hizo la compilación –a finales de 1967-, tanto Ortiz como García Saldaña y Margarita Dalton aún no publicaban sus textos iniciales y, por lo mismo, le resultaban desconocidos.49 “De los incluidos –agrega Julieta Campos- , hay dos o tres que se acercan demasiado, por la proximidad de los temibles “treinta años”, a los ambiguos territorios de la “momiza”. Entre los que todavía están lejos de esa inevitable frontera, Eduardo Naval prefiere mantenerse a cierta distancia de su mundo y sus personajes, como si no se decidiera del todo a hacerlos suyos, y Eugenio Chávez, al contrario, no acaba de poner la distancia imprescindible entre la realidad y la literatura. Elsa Cross titubea, sin encontrar el andamiaje que transforme su mundo interior en mundo literario...”50 Por cierto, Eduardo Naval (1948), hijo de refugiados españoles y a quien Margo Glantz dio la alternativa literaria, no volvió a incursionar en las letras después de su aparición en Narrativa joven, es decir, cuando tenía veinte años y estudiaba el doctorado en la Universidad de Madrid, España. Margarita Dalton, tras la publicación de Larga sinfonía en D, desapareció asimismo de las letras mexicanas. Eugenio Chávez (1943) realizó estudios de posgrado en psiquiatría y publicó dos novelas: En la oscuridad del tiempo (1973) y Licántropo (1982), en las cuales profundiza en el terreno de la psicología, o bien, se aboca al mundo interior y emotivo de sus personajes, la reflexión y el monólogo. Doctora en filosofía y becaria del Centro Mexicano de escritores (1971-72 y 1979-80), Elsa Cross (1946) centró su talento en la poesía y el ensayo y, hasta la fecha, no ha reunido en un volumen sus narraciones publicadas en revistas y publicaciones periódicas. Roberto Páramo (1940), becario del CME en 1969, publicó cuentos y relatos en Mester (que dirigió a finales de los años sesenta), Revista de Bellas Artes, Cuadernos del Viento y Espejo, entre otras. Hacia la época en que fue incluido