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metapolítica Visita www.revistametapolitica.com De venta en Suscripciones y venta de publicidad Mtro. Jorge Isaac Hernández Vázquez isaac.hernandezvaz@ correo.buap.mx Tel (01 222) 229.55.00 ext. 5289 metapolítica, año 25, no. 114, julio-septiembre 2021, es una publicación trimestral editada por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur 104, Col. Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue., y distribuida a través de la Dirección de Comunicación Institucional, con domicilio en 4 sur 303, Centro Histórico, Puebla, Puebla, México, C.P. 72000, Tel. (52) (222) 2295500 ext. 5271 y 5281, www.revistametapolitica.com, Editor Responsable: Dra. Claudia Rivera Hernández, crivher@hotmail.com. Reserva de Derechos al uso exclusivo 04-2013-013011513700-102. ISSN: 1405-4558, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Con Número de Certificado de Licitud de Titulo y Contenido: 15617, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Estratega Creatividad Publicidad S.A. de C.V. Dirección: Circuito del Sol Norte No.2918-B. Col. Las Ánimas, Puebla, Pue. C.P. 72400. Teléfono: 22 22 40 16 02. Correo: estrategacreatividad@ yahoo.com.mx. Este número se terminó de imprimir en junio de 2021. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Todos los artículos son dictaminados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. metapolítica aparece en los siguientes índices: CLASE, CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES (Centro de Información Científica y Humanística, UNAM); INIST (Institute de L’Information Scientifique et Tecnique); Sociological Abstract, Inc.; PAIS (Public Affairs Information Service); IBSS (Internacional Political Science Abstract); URLICH’S (Internacional Periodicals Directory) y EBSCO Information Services. metapolítica no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción. Año 25 No. 114 Jul-Sep 2021 Rector Dr. J. Alfonso Esparza Ortiz Vicerrector de Extensión y Difusión de la Cultura Mtro. José Carlos Bernal Suárez Director Editorial Dr. Israel Covarrubias metapolitica@gmail.com Jefe de Publicaciones CCI- BUAP Mtro. Jorge Isaac Hernández Vázquez isaac.hernandezvaz@correo.buap.mx Jefe de Publicidad, Diseño y Arte Mtro. Manuel Ahuactzin Martínez Secretaria General Mtra. Guadalupe Grajales y Porras Coordinadora de Comunicación Institucional Mtra. Donaji del Carmen Hoyos Tejeda Coordinado de la sección debates Israel Covarrubias Diseño, composición y diagramación Coordinación de Comunicación Institucional de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Diseño gráfico y editorial Jessica Barrón Lira Consejo Editorial Roderic Ai Camp, Antonio Annino, Álvaro Aragón Rivera, Thamy Ayouch, María Luisa Barcalett Pérez, Gilles Bataillon, Miguel Carbonell, Ricardo Car tas Figueroa, Jorge David Cor tés Moreno, Juan Cristóbal Cruz Revueltas, Rafael Estrada Michel, José F. Fernández Santillán, Javier Franzé, Francisco Gil Villegas, Armando González Torres, Giacomo Marramao, Paola Martínez Hernández, Alfio Mastropaolo, Jean Meyer, Edgar Morales Flores, Leonardo Morlino, José Luis Orozco (†), Juan Pablo Pampillo Baliño, Mario Perniola (†), Víctor Manuel Reynoso, Xavier Rodríguez Ledesma, Roberto Sánchez, Antolín Sánchez Cuervo, Ángel Sermeño, Silvestre Villegas Revueltas, Danilo Zolo (†). 26 109 06 32 121 12 41 126 SUMARIO SOCIEDAD ABIERTA IMPRENTA PÚBLICA Milan Kundera o la indeterminación del poder Israel Covarrubias Sobre La banda (The Gang). Un estudio de 1.313 bandas de Chicago, de Frederic M. Thrasher Hugo César Moreno Hernández Algunas reflexiones sobre la violencia Wolfgang Sofsky La urgente necesidad de pensar la inteligencia artificial Juan Cristóbal Cruz Revueltas Sobre Ciudad y ciudadanía. Escuchar, dialogar, colaborar y proponer la reapropiación colectiva de la ciudad, de Luis Hipólito Patiño Camacho Josué Castro Puga Juan J. Linz: naturaleza y transformación de los autoritarismos Philippe Schmitter Los votos que perdió el PRI en Nayarit Rafael G. Vargas Pasaye Sobre Democracia e integración social. Diagnósticos, dimensiones y desafíos de Álvaro Aragón Rivera, Ángel Sermeño Quezada y Sergio Ortiz Leroux Roberto Sánchez Rivera 90 61 80 48 67 85 54 73 SUMARIO PORTAFOLIO DEBATES Revisitando a Guy Debord y la sociedad del espectáculo Aníbal Serafín Camacho Balderas El papel del poder en la represión de la crítica y el poder del papel en la conformación del prestigio académico Roberto Andrés Olvera La comunicación científica en función del tiempo Amós García Montaño La comunicación científica, ¿qué tenemos, qué nos falta? La comunicación científica. De la periferia al centro Katya Ivette Salas Del Angel Diálogos de la comunicación. De política, globalización, visibilidad y desigualdad Bruno De la Garza Trejo El nepotismo del “yo” que escribe Selma Guadalupe Morales Hernández ¿Cómo escribir profesionalmente? Andrea Marilú Rojano Sánchez Las obligaciones morales y éticas del investigador social en el siglo XXI Rodrigo Octavio Ramos Vera 97 46 Jesús Jáuregui: Tzompantli. Serie “rostros y rastros” Presentación Israel Covarrubias por Wolfgang Sofsky. Sociólogo y periodista alemán. * Tomado de Il paradiso della cruelta, Turín, Einaudi, 2001. Traducción de Israel Covarrubias. 6 El futuro de la violencia El Siglo XX comenzó con grandes esperan- zas y ha culminado con dolor y desespe- ración. La mayor parte de sus ideales han sido destruidos, ya que se disolvió el sueño del triunfo de la razón, el continuo pro- yecto de la civilización, de la paz sobre la tierra. También, la esperanza sobre la re- educación pedagógica del género humano y su perfeccionamiento moral se encuen- tran desvanecidos. El hombre necesita tener una memoria corta y obstinarse a ignorar los hechos para seguir insistiendo sobre los proyectos y los dogmas transmi- tidos de generación en generación. El signo distintivo de esta época es, sin duda, una explosión de violencia que no tiene precedentes. Ha sucedido con las cámaras de tortura de las dictadu- ras, en los campos de concentración del totalitarismo, en las fábricas del genoci- dio. Millones y millones de personas han muerto sobre los campos de batalla de las guerras de intrigas y destrucción, en las ciudades bombardeadas, en los pueblos y en las montañas incendiadas durante las guerras coloniales y civiles. Cuando en 1945 termina la guerra y se realiza el primer balance, se juró —por muy poco tiempo— renunciar a la violencia. En cam- bio, aquella continuó. Los sistemas de los campos de concentración soviéticos y chinos se desarrollaron posteriormen- te; en muchas regiones de Asia, África y América del Sur, el estado de guerra deviene crónico y, finalmente, la guerra y el terror regresan a Europa. Ni la tortura, ni las persecuciones y las masacres, ni la guerra, ni el genocidio han desaparecido del orden del día de la política. Ninguno sabe cómo las generaciones futuras definirán mañana el siglo de la muerte de masas. La historia de la es- pecie está acostumbrada a voltearse de espaldas y mirar con indiferencia a las generaciones, a la civilización y a los pue- blos. El mal rápidamente es cancelado de la memoria para dejar intacta la concep- ción del mundo. También, los contempo- ráneos de la persecución de las brujas no imaginaron que en el futuro su época sería definida como la “edad de la razón”. En el círculo sin fin de horror y agotamien- to, de olvido y transfiguración, son raros los momentos luminosos. Tan raros como los periodos intermedios de oro endonde reina la paz. En los anales de la historia son considerados como hojas vacías. Sería ingenuo esperar que con el inicio del nuevo milenio la situación inesperada- mente cambiase. En contraste, con cada experiencia histórica, no carecería de crédito que lo peor, lo “inimaginable”, aún no podrá ser superado. Cierto, no depende de la presunta natu- raleza de lobo del hombre el hecho de que la violencia no tenga límites. El hombre puede comportarse siempre de manera violenta, con odio o rabia, orgullo o amor, indiferencia o disciplina, por sed de gloria o avidez, necesidad de aventura o aburri- miento, con cálculo, celo o entusiasmo. Si solo estuviera movido por fuerzas ani- males, por lo menos se sabría qué esperar de él. Pero porque en él las motivaciones y los sentimientos cambian continuamen- te, visto que por su constitución abierta al futuro, aún todo permanece posible, en cada lugar, a cada momento. No menos fatal que la variabilidad de sus emociones es su capacidad de imagina- ción. Inventa formas de violencia siem- pre nuevas y de este modo transgrede los límites de la realidad que limitan la vida. Idea nuevos horrores, imagina uto- pías, crea las divinidades que justifican cualquier sacrifico. “Si se quisiera liberar al mundo de la violencia, se necesitaría primero privar a los hombres de la capa- cidad de invención”. Para que el potencial del género hu- mano se exprese en actos de violencia, es necesario adaptar las circunstancias. En general, el hombre tortura y mata no porque deba hacerlo, sino porque pue- de. También, en el futuro no le faltarán las ocasiones para hacerlo. Así, algunas situaciones son tan evidentes que ya es posible delinear los escenarios futuros y las nuevas formas de violencia. En primer lugar, la disponibilidad de las armas. El mundo jamás había estado tan armado como hoy. Pocas industrias de la supuesta civilización moderna han esti- mulado el deseo, pero también el espíritu de inventiva, como aquella dedicada a la fabricación de armas y de instrumentos de muerte. El arma es objeto de adoración ritual. Libera a quien la posee de la im- potencia física y de la inferioridad social. La tecnología ha puesto a disposición del hombre máquinas siempre más eficaces. Ya desde hace tiempo las armas moder- nas de guerra no tienen nada que ver con aquellos instrumentos de guerra de algu- na vez. Las armas de larga distancia han transformado a la guerra en masacres en serie. Hoy las víctimas de la guerra no se W O L F G A N G S O F S K Y 7 01 cuentan entre los soldados sino entre los civiles indefensos. De un tiempo a la fecha es obsoleta la idea del duelo colectivo, del encuentro armado regulado, la ilusión de poder contender a la guerra con el dere- cho y las prohibiciones. La situación de las armas personales no es muy distinta. Plurihomicidas y aten- tadores de cualquier edad, terroristas y extremistas de cualquier tendencia, guerrilleros reunidos en bandas, piroma- niacos o escuadrones de la muerte: to- dos representan una violencia endémica mas allá de la racionalidad política y de la criminalidad convencional. Las víctimas no tienen ninguna posibilidad en contra de las agresiones de los llamados “trans- gresores de la ley”. Estos últimos hacen la guerra en su propia sociedad, lejos de las viejas ideologías y más allá del orden político. En poquísimos países del globo el monopolio del Estado sobre las armas está efectivamente asegurado. En las sociedades armadas cualquiera puede transformarse de un momento a otro en un enemigo mortal. Y rápidamente puede participar o formar parte de una “jauría” si el líder de la banda, un señor de la guerra o una autoridad da luz verde a la caza de los más cercanos pero también de los extran- jeros, de los inmigrantes o de las minorías indeseables en el país. No se necesita ser un profeta para prever un aumento de la violencia social también en las regiones que por ahora parecen aún unas cuantas islas de paz. El aumento de la población mundial, las ca- tástrofes ecológicas, la miseria y el ham- bre empujan a millones de personas hacia los centros de la riqueza. Estos últimos con el tiempo sólo pueden escoger entre atrincherarse o tolerar a la inmigración de masas y la formación de guetos étnicos. Entre ambos casos, las situaciones son altamente explosivas. El antagonismo en- tre los nativos u oriundos y los inmigran- tes, entre quien se ha afirmado y quien permanece excluido, favorece no sólo a las ideologías racistas, sino también da espacio al culto de la nación, de la etnia, de la comunidad. La comunidad define la pertenencia a través de la exclusión. Separa a aquellos que se sienten unidos de aquellos que son expulsados o ni siquiera son escuchados. La formación de las comunidades divide a los dos grupos sociales y los aísla entre ellos. Al interior promete armonía, igual- dad y fraternidad, hacia el exterior cons- truye muros y trincheras. Los amigos se oponen a los extranjeros y a los enemigos, que muchas veces son uno mismo. No existe unión sin oposición. La cohesión se forma y se refuerza en el contraste con lo extranjero. Es la propia comunidad la que inventa al enemigo o al rival. Aquellos que forman parte de ella se sienten los bue- nos, los elegidos, los civilizados, los no- bles, los ortodoxos. En cambio, los otros son los salvajes, los bárbaros, los invaso- res, los “puercos”, los “inútiles”. Ameritan todo el desprecio; en contra de ellos casi todo está permitido, porque los límites de la moral son los límites de la comunidad. Por ello, los otros frecuentemente no vie- nen considerados ni siquiera en la misma categoría de ser humano. Así, la comuni- dad abre la puerta a las persecuciones y a expulsiones. En las comparaciones de los extranjeros valen las reglas de la hospita- lidad hasta el momento en que aún no han deshecho las maletas. Cuanto más precario es el orden social, mayor la necesidad de valores más altos de comunidades imaginadas. La religión y la ideología mantienen unida a la comu- nidad, procuran claridad y dan sentido a la vida. El regreso al fundamentalismo, sea nacionalista, islámico, hinduista o cris- tiano, promete unidad cultural y reivindica una validez ilimitada. Los ídolos exigen la obediencia de todos y justifican la violen- cia excesiva. En cualquier cosa que sea vendida como modelo, tanto la nación o civilización, el derecho divino o la diosa razón, las grandes ideas exigen sacrifi- cios. La gracia no existe donde los valores absolutos dirigen la violencia. En el cruce, la destrucción es total, el terror no tiene límites. De hecho, la fe aspira a realizarse en su misma profecía. Demuestra su ver- dad con el número de víctimas que deja. La medida habitual contra la omnipre- sencia de la violencia es el desarme de la gente y la centralización del poder. El Es- tado, en tanto Dios mortal, debe asegurar la sobrevivencia y liberar a las personas del miedo de la muerte. Su legitimidad se basa sobre la garantía del orden. Sin embargo, su mismo régimen se basa so- bre la violencia de la persecución. Aquel que no respeta la ley o amenaza el orden es condenado a la muerte social o física. El Estado no puede tener el cuartel sin fusiles. Los hombres se incluyen porque temen a la fuerza destructiva del poder central. Siguen la ley para sobrevivir. El poder político contiene a la violencia so- cial enseñándole a todos a tener miedo de la persecución. Esta férrea estructura de 8 [ SOCIEDAD ABIERTA ]01 cada orden social puede ser olvidada en tiempos de democracia, en los Estados de derecho. Sin embargo, negar su existen- cia es una miopía desde el punto de vista histórico e ingenuo desde una perspec- tiva política. No hay que olvidar que los imperios se suceden y que tampocolas democracias son eternas. Este círculo vicioso de la pacificación existe tanto a nivel nacional como global. También, el “Estado mundial”, que muchos promueven, se tendrá que basar sobre un órgano de represión. Sin un gigantesco aparato militar y policiaco no se podrá ob- tener un armisticio global. El Estado mun- dial podrá contener “esta” o “aquella” gue- rra con “robustas” y firmes intervenciones o tener razón en el desmantelamiento de una banda de asesinos, cualquiera que sea su signo. Pero esto no cambia el hecho de que siga la lógica violenta de aquella fuerza capaz de garantizar el orden. Peor aún: el Estado mundial, ese grandioso proyecto de homogeneidad universal, una vez encaminado no concederá el mínimo espacio de libertad. El Estado mundial es posible sólo como tiranía mundial. Para asegurarse y asegurar su régimen, tendrá a su servicio grupos enteros de ejecuto- res. Y eliminará cada límite más allá del cual los hombres buscarán alcanzar un camino a un exilio seguro. Al descubierto Cada tarde, puntual, a la misma hora, la muchedumbre caminaba por las calles del pueblo. Apenas sonaba la señal se ponía en marcha, armada con bolsas de papas fritas y latas de Coca-Cola y cerveza. A la distancia, ya se escuchaban las risas de los niños, el parloteo de los jóvenes, el so- nido rítmico de la marcha. Los habitantes seguían con la mirada el cortejo desde la seguridad de sus ventanas. Frente a una casa, la masa se detenía, los gritos y las risas se transformaban en un grito de in- dignación, entre un tintineo de vidrios y un principio de incendio. Niños de poco más de cuatro años y que hasta hace pocos mi- nutos jugaban a las escondidillas, soste- nían algunos carteles que decían “Asesinar y ahorcar a los paidófilos”. Sobre la puerta de una casa, alguien había dejado un escri- to: “No queremos vivir con los paidófilos”. Estos episodios no sólo suceden en Paulsgrove, un mísero suburbio de Ports- morth, Inglaterra. Por algunos días, toda la sociedad inglesa pareció ser tomada por la historia. Cartas anónimas de amenazas, listas oscuras de culpables, suicidas, la fuga de familias íntegras de sus barrios, todo esto constituía el escenario del te- mor en la comunidad. La masa preparada para el linchamiento fue encaminada por la publicación de anuncios de avisos de ocasión en un periódico de escándalo. De hecho, la tarde de la publicación, en Manchester, la policía había tenido que poner bajo protección a un inocente. Dos días más tarde, en Wembley, tres hombres irrumpieron en la casa de un sospechoso, golpeándolo hasta matarlo. El cadáver presentaba 53 fracturas de costillas. Algunas semanas después, en el pobla- do de Namur, Bélgica, un tribunal prohibió la publicación de una lista de culpables; en Italia, el periódico Libero dio lugar a una campaña denigratoria siguiendo el ejem- plo inglés. Mientras tanto, allende a los nombres de los paidófilos, también fueron publicados aquellos de clientes que habían frecuentado las calles de Manchester. No obstante las críticas inmediatas por parte de la prensa y la policía, es evidente que la “Ni la tortura, ni las persecuciones y las masacres, ni la guerra, ni el genocidio han desaparecido del orden del día de la política”. W O L F G A N G S O F S K Y 9 01 exposición mediática satisface una nece- sidad que parece tener raíces profundas en la sociedad, independientemente del tiempo y del lugar. Más que de la protec- ción de los niños, se trata de la eliminación de la perversión, de la pasión por el miedo, y el deseo de aniquilamiento. Los medios de comunicación se limitan a evocar y reforzar fantasías que son ampliamente difundidas entre las masas. El sospechoso de paidofilia está marcado con la fatalidad. A la persona sospechosa no se le atribuye un crimen particular, sino un defecto crónico, una tendencia interior que se puede repetir y, a final de cuentas, sólo se puede eliminar con la castración o la muerte. En cada paidófilo se esconde un infanticida, un asesino —reza la ecuación popular—. Es un monstruo en el ámbito sexual. Puede estar detrás de cada ángulo al acecho de su presa. Se acerca arrastrando engaños, marca a su víctima con el propio cuerpo, hiere y mata su alma: con vileza escoge a los miembros más indefensos de la so- ciedad, los niños inocentes, “asexuados”. Amenaza la normalidad de las relaciones sociales. Cada signo, cada gesto, cada sonrisa son un estímulo para los vicios de la carne. Comete un crimen en contra de las costumbres y la moral, en contra de la sagrada familia y su descendencia, en contra de toda la sociedad. Por lo tanto, es necesario señalarlo con una marca sobre el abrigo, es necesario ponerlo al descu- bierto, excluirlo, cancelarlo. Jamás se debe bajar la guardia, porque el Estado y la policía, inactivos y blandos en la persecu- ción del crimen, terminarán por no poner el ojo del monstruo en la penumbra. La imaginación no sólo repite las leyendas negras que siempre surgen alrededor de las grandes figuras de la historia del cri- men. Las cabezas agitadas de las clases inferiores no están totalmente solas. No pocos asistentes sociales, maestros de escuelas primarias, abogados puritanos y propagandistas del matriarcado están obstinados con la idea de que cada rela- ción existente entre los niños y los adultos se coloca en las fronteras del abuso se- xual: cada hombre es un violador en po- tencia, cada padre un potencial paidófilo. No pocos medios de comunicación se lan- zan rápidamente a llenar páginas de odio cuando en alguna parte es encontrado el cadáver de un niño, un acontecimiento más bien raro en las estadísticas sobre la criminalidad. Instigadores populares hacen el resto cuando fomentan la ira po- pular para tener una ventaja política. La naturaleza de la fantasía tiene poco en común con la realidad. El reducido número de infanticidios no tiene ninguna relación con la infinidad de paidófilos re- gistrados. El paidófilo no es un hombre ne- gro, la mayoría de las veces es un familiar o un pariente cercano. En general, el incesto viene escondido por la familia. Por ello, la vigilancia estatal es más eficaz que el con- trol social. El temor de la persecución sólo puede empujar a los criminales —verdade- ramente peligrosos— a esconderse. La masa encolerizada no distingue entre inocencia y culpabilidad. Para ella, el sospe- choso ya es una prueba. La justicia privada colectiva no desea mostrar la culpabilidad y castigarla, quiere indignarse, condenar, pregonar, desea eliminar al monstruo a tra- vés de la muerte social o física. Antes de llegar a los hechos, la comu- nidad utiliza los instrumentos verbales. Lejos de ser un medio de comprensión inocuo, los rumores unifican a la comu- nidad y dirigen toda la atención sobre los sospechosos habituales. Cualquier novedad, demostrada o inventada, es una golosina de la difamación. Viene continuamente rumiada hasta que todos se encuentran a gusto. La denuncia y la calumnia procuran un placer notable. Al inicio, a escondidas, después frente a todos, se puede hablar de argumentos tabúes y, al mismo tiempo, jactarse de la propia rectitud. La difamación expresa la propia rectitud. Pero a veces parece que el crimen es representado en colo- res fuertes sólo porque todos quisieran “La comunidad define la pertenencia a través de la exclusión”. 10 [ SOCIEDAD ABIERTA ]01 imaginar haber hecho lo que no está per- mitido. ¿Acaso no es el gusto por lo pro- hibido, la fascinación de la trasgresión, lo impensable de la perversión, el motor secreto de sospechosos y difamantes? Es necesario tener cautela en los jue- gos del vocabulario del horror que está en la boca de todos después de los infan- ticidios. El deseo de venganza no tiene nada que ver conla venganza misma. Su objetivo no es la justicia, sino la autosa- tisfacción. La retórica del deshonor no se satisface con el principio de la venganza “ojo por ojo, diente por diente”. El sacrílego debe sufrir más que la víctima. Debe sufrir el doble, el triple. Al violento se le necesita cortar la mano en la tabla del carnicero, al paidófilo el miembro y la cabeza. La pena que busca el ánimo indignado debe comprometerse, deshonrar, limpiar a la comunidad de la inmundicia. Quien denuncia piensa absolver sólo el deber del desenmascaramiento. Los portavoces de la masa que quisieran el linchamiento se consideran los custodios de la virtud de la sociedad. Todos se sien- ten en lo justo, el cual los llena de orgullo y satisfacción. El gusto inesperado por el poder los libera de años de sumisión. De repente, son liberados del veneno de la impotencia. Por lo tanto, frecuentemente son los más débiles los que se distinguen por su particular brutalidad, apenas viene ofrecida la ocasión para los que están por encima de ellos. Ya hace mucho tiempo, frente a los mu- nicipios y las iglesias estaba la exposición de los cuellos de fierro. En ese entonces, los criminales eran expuestos al escar- nio público por una hora o dos. El pueblo circundaba al delincuente, lo bañaba de excrementos y le ponía encima un cartel sobre el cual iba descrita con palabras e imágenes su culpa. Pero la cosa no termi- naba así. Al deshonor de estar a exposición se agregaba un castigo físico: la flagela- ción, un castigo corporal particularmente duro o la marca de fuego sobre la frente o la espalda y la consiguiente expulsión del país. La exposición pública, sin embargo, tenía una gran desventaja. Era una acción punitiva oficial de la autoridad, seguido por los carniceros y sus ayudantes. Distinta era la naturaleza de los usos pu- nitivos campesinos cuando al caer la noche alegres solteros llegaban a las casas de los marginados y cantaban sus desentonadas melodías. Viudas alegres y adúlteros, co- merciantes sin escrúpulos y encubridores, deudores morosos o avaros prestamistas, notables transgresores de la moral del pue- blo se transformaban en objeto de escar- nio, desprecio, malos tratos. Los custodios de la virtud erigían su propia exposición, hasta que la autoridad intervenía y retoma- ba el monopolio de la fuerza. También la masa que hoy incita el lincha- miento se sirve de los antiguos rituales de la denuncia y persecución públicas. Se deja llevar por los placeres de la condena, por la caza del hombre, por la ejecución colectiva. Sus víctimas son casuales: brujas, judíos, negros, extranjeros, pedófilos. Por muy diferentes que sean las categorías socia- les, los estereotipos de la persecución se asemejan en cada época. Siempre son fan- tasías de contaminación, vicios sexuales, canibalismo. Hace tiempo, de las brujas se decía que quemaban a los niños para des- pués comérselos. Los judíos eran acusados de homicidios rituales de niños cristianos, a los cuales se les bebía la sangre. Las fantasmagorías del terror empujan a la acción, para la cual bastan un par de simples eslóganes. Apenas es pronuncia- da la palabra que ordena, la jauría de caza se forma. Cada uno puede participar y ninguno quiere permanecer excluido. Con la velocidad del viento se difunde la voz de que ha sucedido un crimen. Entre más personas lo crean, más aparecerán a la espera. Rodean la casa, siempre se acer- can más, atropellan a los habitantes con gritos difamatorios, amenazas, risas de escarnio. También, algunos llevan consigo otras armas. En los cortejos nocturnos en Paulsgrove y en otras partes, por lo que se dice se ha reído demasiado. m “No hay que olvidar que los imperios se suceden y que tampoco las democracias son eternas”. W O L F G A N G S O F S K Y 11 01 12 por Philippe C. Schmitter. Profesor emérito del Instituto Universitario Europeo, Fiesole, Italia. * Traducción del italiano de Israel Covarrubias. S i por “maestro” entendemos a alguien que reúne a un amplio grupo de subordinados y hace que éstos sigan la música de algún otro, Juan José Linz no es y jamás ha sido tal. Ha sido siempre un “compositor” —alguien que escribe y toca su propia música—. Sin embargo, dado que con frecuen- cia ha reunido un determinado número de colaboradores, escrito y dirigido música conjuntamente con ellos, llamémosle “maestro-compositor” de la ciencia política. Ante todo, quisiera recordar algunos datos esenciales sobre nuestro autor. P H I L I P P E C . S C H M I T T E R Nombre: Juan José Linz Storch de Gracia. Fecha de nacimiento: 24 de diciembre de 1926. Lugar de nacimiento: Bonn, Alemania. Títulos: Licenciatura en ciencias políticas y económicas, Universidad de Madrid, 1947. Licenciatura en derecho, Universidad de Madrid, 1948. Ph. D. en Sociología, Columbia University, 1959. Doctor honoris causa: Universidad del País Vasco, 2002; Universidad de Oslo, 2000; Philipps-Universität de Marburg, 1992; Universidad Autónoma de Madrid, 1992; Georgetown University, 1992; Johan Skytte Prize para la cien- cia política de la Universidad de Uppsala en 1996 y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1987, más otros reconocimientos y premios muy nu- merosos como para referirlos. Carrera académica: Assistant Professor de sociología, Columbia Universi- ty, 1960-1966. Assistant Professor de sociología, Co- lumbia University, 1966-1968. Professor de sociología y ciencia política, Yale University, 1968-1977. Pelatiah Perit Professor de Ciencias políticas y sociales, Yale University, 1977-1989. Sterling Professor de Ciencias políticas y sociales, Yale University, de 1980 a la fe- cha. Más una infinidad de encargos de Visiting Pro- fessor en Europa y en los Estados Unidos. Principales publicaciones: • Totalitarian and Authoritarian Regimes, 2000. • Sultanistic Regimes, 1998 (coordinador junto a H. Chehabi). • Problems of Democratic Transition and Consolidation, con A. Stepan, 1996. • Between States: Interim Governments and Democratic Transitions, 1995 (coordinador junto a Y. Shain). • The Failure of Presidential Democracy, 2 vols., 1994 (coordinador junto a A. Valenzuela). • Democracy in Developing Areas: Latin America, 1990 (coordinador junto a L. Diamond y S. L. Lipset). • Democracy in Developing Areas: Asia, 1989 (coordinador junto a L. Diamond y S. L. Lipset). • Democracy in Developing Areas: Africa, 1988 (coordinador junto a L. Diamond y S. L. Lipset). • Crisis y cambio: electores y partidos en la España de los años ochenta, 1986 (coordinador junto a J. R. Montero). • Informe sociológico sobre el cambio político en España 1976-1981 (coordinador junto a M. Gomez-Reino, D. Vila y F. A. Orizo, 1981). • The Breakdown of Democratic Regimes, 1978 (coordinador junto a A. Stepan). • Los empresarios ante el poder público, con A. de Miguel, 1966. • Más al menos 200 capítulos de libros y artículos de revistas. 13 01 Este breve currículum vitae muestra in- mediatamente algo que Juan Linz tiene en común con muchos de los mejores “comparatistas” de su generación, o bien de la formación y la actividad profesional tanto en Europa como en Estados Unidos. Tiene una historia familiar menos común: sus padres son de nacionalidad alemana y española, y toda su primera formación ha tenido lugar en la España franquista. En su generación de sociólogos y científicos políticos de fama internacional, Juan Linz es el solitario español. Incluso, su trayec- toria académica posterior ha sido un poco fuera de lo común (para Estados Unidos), con regulares encargos de docencia sólo en dos universidades norteamericanas (Columbia y Yale) y ¡al menos 35 años de servicio consecutivo en esta última! Se trata de una característica que comparte con su colega Robert Dahl y con SamuelHuntington en Harvard. La mayor parte de los “maestros” norteamericanos se han cambiado con más frecuencia en busca de la fama (y de salarios mejores). En segundo lugar, el currículum vitae muestra la enorme productividad de Linz y su preferencia por los artículos respec- to de los libros.01 Si no me equivoco, ha 01 . En estos tiempos, en los cuales los jóvenes estudio- sos están obsesionados con diseminar en lo posible artí- culos en las “mayores revistas, a juicio de los pares”, no resisto la tentación de puntualizar que sólo pocos de los artículos de Linz pertenecen a esta categoría. Jamás ha publicado, según sé, un artículo en la American Political Science Review y, cosa aún más ofensiva para la hegemo- nía norteamericana sobre la disciplina, ¡muchos de sus artículos han sido escritos o han aparecido en lenguas distintas al inglés! En suma, Linz ha seguido una trayec- toria intelectual que ninguno osaría recomendar a quién entre hoy en la profesión —y sin embargo, es una de las figuras más citadas y más influyentes de la ciencia políti- ca contemporánea. obtenido la tenure en la Columbia Univer- sity y el encargo de Full Professor en Yale antes de haber publicado un “auténtico” libro.02 Y cuando los libros han comenzado a aparecer, después de la edición de su fundamental The Breakdown of Democra- tic Regimes en 1978,03 han asumido típi- camente la forma de una recolección de capítulos de diversos autores, editados conjuntamente con uno de sus alumnos o colegas más jóvenes, y construidos sobre un precedente artículo del mismo Linz. De vez en cuando, el argumento es introducido por Linz —el papel de los go- biernos ad interim, las características de los sultanatos, la relación entre transición y consolidación de las democracias, la de- bilidad del presidencialismo y obviamente las maquinaciones detrás de la caída de la democracia—, y posteriormente desa- rrollado, elaborado y ampliado por sus colaboradores. En estos momentos, Linz está trabajando de nuevo con Alfred Ste- pan, esta vez sobre un proyecto común que podría realizar una cosa que siempre he creído imposible, o bien volverla intere- sante, innovadora y relevante como lo es 02 . De cualquier modo, debo observar que algunos de los artículos de Linz son de la extensión de los libros de mu- chos estudiosos, particularmente si se incluyen las notas. Linz es famoso entre los comparatistas por sus volumino- sas y enciclopédicas notas. 03 . El timing de este libro (1978) es otra ilustración per- fecta del principio hegeliano de que “el búho solo levanta el vuelo en el crepúsculo”; es decir, que los científicos sociales comprenden y estudian los fenómenos cuando estos se encuentran en decadencia. Cuando Linz y Ste- pan trabajaban conjuntamente en las transiciones de la democracia a la autocracia, el mundo político se estaba dirigiendo a la dirección opuesta —un cambio de direc- ción de la fortuna que el mismo Linz toma al vuelo, y por decirlo de alguna forma, en el corazón cuando España co- menzó a ir hacia la democracia después de la muerte de Francisco Franco en 1975. la temática del “federalismo comparado”. En tercer lugar, y que es un punto que el currículum vitae muestra con menor claridad, encontramos la extraordinaria capacidad de Linz por aprovechar la con- ceptualización y la investigación empírica sobre un país para construirse un grupo de seguidores fieles entre comparatistas de diversas áreas geográficas —Europa occidental (y más recientemente Orien- tal), pero también Asia y África—. Conside- rando que su punto de partida es España, que hasta la mitad de los años setenta no interesaba a nadie y ninguno lograba ni siquiera clasificar, este éxito es aún más digno de subrayar. La mayor parte de los “maestros” comparatistas han ubicado su propia investigación en una o más co- munidades políticas relevantes, y sobre las cuales existían una significativa lite- ratura secundaria como una floreciente comunidad de las ciencias sociales —no una desde hace un tiempo considerada un pariah y que había limitado la producción y la libertad académica—.04 Una tortuosa pero fértil trayectoria Recuerdo que Seymour Martin Lipset me introdujo en el trabajo de Juan Linz, en un seminario en Berkeley, diciéndome que era autor de la “más citada entre las tesis de doctorado jamás publicadas”. 04 . Hay otra cosa que el currículum vitae no puede decir. Juan Linz es la prueba viviente de que fumar continua- mente los más nocivos y apestosos cigarrillos del mundo puede no ser tan dañino a la salud (metal). Por lo que sé, podríamos atribuirle, a los miles de Ducados, algún mérito por su extraordinaria agudeza y capacidad de concentra- ción sobre difíciles y pesados “asuntos de Estado”. 14 [ SOCIEDAD ABIERTA ]01 Naturalmente, como sociólogo político en ciernes, tenía curiosidad y logré ponerle las manos a una copia de esta ignorada obra maestra, The Social Bases of Political Parties in West Germany.05 Debo admitir que no fui arrollado —quizá sólo porque, joven licenciado proveniente de Suiza, me estaba rebelando en contra de la montada ortodoxia de la época, es decir, algo con el nombre de “comportamentalismo”, y el análisis de Linz de los datos secundarios era un inequivocable (si bien excelente) ejemplo de aquella ortodoxia.06 En otro de sus primeros artículos (estos sí fueron publicados), Juan Linz exploraba una sutil mezcla (que en esa época era considerada “demasiado ecléctica”) de datos indivi- dual-social-psicológicos de survey y datos agregados colectivo-social-estructura- les, en un esfuerzo por explicar las “bases sociales de la política” —muy en línea con el análisis seminal de mi mentor Seymour 05 . Parte de la disertación ha sido publicada con el título Change and Consensus in West German Politics: The Early Eighties (Linz, 1967). 06 . En aquello que más difiero del “comportamentalismo” es su dependencia no sólo de las conductas individuales (a veces, presuntuosamente llamados valores), sino tam- bién de datos y presupuestos a-históricos. Lo que vale son las conductas recogidas por una investigación sobre una muestra, no las razones por las cuales los sujetos logran adquirir estas conductas, y cuáles fuerzas históricas pu- dieron haber influido sus elecciones. Linz pudo haber co- menzado en esta dirección, pero ha reconocido muy rápido el significado de los datos conductuales sobre las series temporales. En España, gracias a su larga colaboración con el Centro de investigaciones sociológicas y a su papel de fundador de la firma privada de investigación DATA S. A., Linz ha ocupado un papel crucial y pionero en el desa- rrollo de esta técnica de recolección de datos, asegurando la continuidad histórica a partir del régimen de Francisco Franco. Y entre todos los países, más de 50, que han pa- sado de la autocracia a la democracia a partir de 1974, Es- paña es aquel del cual sabemos más sobre la evolución de largo término de las conductas de las masas y de las élites. Martin Lipset en su obra El hombre político. De este primer encuentro con Linz, extraje dos temas excéntricos (ninguno de los cuales compartía en su momento): 1. La persistente importancia de la religión para explicar el comportamiento político; 2. La necesidad de poner atención a las diferenciaciones regionales al analizar datos de survey o agregados. Si no me equivoco, Linz ha sido el primer sociólogo empírico que puso el acento, en su trabajo Whithin Nation Differences and Comparisons: The Eight Spains (Linz, 1966), sobre el nivel sub-nacional de la estructura social, de la práctica religiosa y de los comportamientos políticos.07 Los norteamericanos ya habían descubierto las potenciales ventajas de comparar los 50 estados de la Unión Americana, pero su mensaje no había tenido eco más que en aquellos que estábamos interesados en contextos más “exóticos”y, de cualquier modo, ninguno de nosotros creía que la diferenciación en el interior de Estados Unidos fuese de tal amplitud. Uno de los primeros puntos de cambio de la trayectoria intelectual de Linz (y la razón de mi primer encuentro con él) había sucedido un poco antes, cuando publicó el primero de diversos ensayos funda- 07 . Su amigo y colega Stein Rokkan ya había puesto el acento sobre la diferencia entre “centro y periferia” como una fuente persistente de fracturas en la forma- ción de los Estados europeos, pero Linz desarrolló la idea especificando la multiplicidad de “periferias” y los modos bajo los cuales podían producir problemas por completo diferentes para los constructores de Estados o consolidadores de regímenes. mentales en los cuales aprovechaba el caso español para alcanzar el más amplio público de los comparatistas. Para aque- llos de nosotros que trabajábamos sobre América Latina, su texto An Authoritarian Regime: The Case of Spain (Linz, 1964) llegó como una revelación. “Sistemas políticos con un pluralismo político limi- tado y no responsable, sin una ideología elaborada y hegemónica, pero con una mentalidad característica, sin una ex- tensiva o intensiva movilización política, con la excepción en algún momento de su desarrollo, y en los cuales un líder y, ocasionalmente, un pequeño grupo ejerce el poder entre límites formalmente mal definidos a pesar de que en realidad sean del todo predecibles”: esta es la definición que atrajo mi atención —y de tantos otros estudiosos—. Retrospectivamente, me es difícil explicar por qué esta caracteri- zación del régimen franquista en España se volvió tan influyente. Según el “estruc- tural-funcionalismo” del cual fueron pio- neros Gabriel Almond y el Committee on Comparative Politics del Social Research Council, todos los regímenes deben de- sarrollar un número fijo de determinadas “funciones” para continuar existiendo. Cada definición “válida” de los tipos de régimen, por consiguiente, se debería ba- sar sobre las variaciones institucionales en el desarrollo de estas funciones —con frecuencia cuatro—.08 La definición de Linz fue puramente inductiva y carente de nexos apriorísticos respecto a la teoría dominante. No fue asociada a ninguna 08 Salvo probablemente, directa o indirectamente, las funciones GAIL propuestas por Talcott Parsons en El sistema social (1951). P H I L I P P E C . S C H M I T T E R 15 01 explícita justificación conceptual —fue únicamente una concisa descripción de aquellos que, según Linz, eran los rasgos más sobresalientes de una comunidad política que conocía bien—. Además, los numerosos elementos que componían la definición eran virtualmente imposibles de medir cuantitativamente y, peor aún, estaban acompañados por un conjunto desorientador de precisiones. El pluralismo de este sistema es “limitado y no responsable”. No existía una ideología “elaborada y hegemónica”, y en su lugar ha- bía algo definido como “mentalidad carac- terística”. La movilización política no era ni “extensiva o intensiva”, pero de cualquier modo se corroboraba “en algún momento de su desarrollo”. Finalmente, cosa aún más desorientadora, los límites del go- bierno de un líder (o de un pequeño grupo) estaban “formalmente mal definidos”, pero “en realidad son del todo predecibles”. Mi impresión es que, si esta definición fuese puesta a un examen de metodolo- gía, cualquier candidato razonablemente preparado podría demolerla con pocos es- fuerzos. Los términos claves están poco definidos (por ejemplo, ¿“pluralismo polí- tico” se refiere únicamente a los partidos o a los grupos de interés?, ¿o son ambos?) o sobrevalorados (por ejemplo, ¿las “ideo- logías” son con frecuencia “elaboradas” o “hegemónicas”?, ¿cómo se diferencian de las “mentalidades”?). ¿Cómo podemos identificar un preciso tipo de régimen — incluso como “construido”, no “ideal”— sin especificar quiénes son los gobernantes, cómo han adquirido el estatus de gober- nantes y cómo han gestionado el proble- ma de la sucesión del poder? Todo lo que sabemos es que hay un líder o un pequeño grupo que ejerce el poder, pero se tra- ta de algo que podemos esperarnos de cualquier régimen, según Mosca, Pareto y otros. Escribiendo en los años sesenta, Linz estaba más interesado en hacer una distinción entre regímenes “autoritarios” y “totalitarios”, que en distinguir ambos de aquellos “democráticos”. Incluso, muchos de los Estados que se definían como “libe- rales y democráticos” bien pudieron ser clasificados como “liberales y autorita- rios” con base a una objetiva valoración de las distintas variables de la definición de Linz. No debería sorprender, por lo tanto, que una vez que los estudiosos comenza- ron a medir algunos de estos caracteres, surgirían más regímenes “autoritarios” que “totalitarios” o “democráticos”.09 ¡Eppur si mueve! A pesar de todas estas evidentes imperfecciones y el aburrido “hispano-centrismo” de su definición, Linz abrió una caja de Pandora teórica sobre el análisis de los modelos de régimen y, al final, de los cambios de régimen. De- jando de lado (al menos temporalmente) su atención comportamentalista sobre los valores individuales y sobre las es- tructuras sociales, y concentrándose con un enfoque histórico sobre la noción de “régimen político”, que determina los sistemas de partido y las otras conse- cuencias sociales, y rompiendo al mismo tiempo con el sistema de clasificación dominante, Linz logró efectivamente 09 A pesar de que no son abiertamente una medida de las características mencionadas por Linz, los puntajes anuales de Freedom House tienen, en efecto, alguna semejanza con ellas. En las primeras versiones, el número de países “parcialmente libres” superaba ampliamente aquellos “no libres” y “libres”. Cfr. Gastill (1990). transformar el modo con el cual muchos de nosotros observábamos a América Latina. La situación que nos obsesionaba, es decir, las dictaduras militares y civi- les, no había sido producida a través de los “comportamientos” de una presunta cultura política “ibérica” o por presuntas estructuras sociales “hispano-coloniales” o “subalternas”, sino que era el resultado de una particular configuración del poder, con sus específicas reglas, formas de represión, de movilización (esporádica) y de justificación ideológica. Junto con Es- paña, Portugal y muchos otros países del Tercer mundo, los Estados latinoamerica- nos no eran totalitarismos incompetentes ni democracias embrionarias, sino auto- ritarismos duraderos, y esto conllevaba implicaciones para el modo con el cual sus respectivas culturas políticas eran manipuladas, y con aquello con lo cual sus respectivos sistemas de status y de clase eran formados y deformados. Se pudo haber tenido una serie de resistencias hacia el modo con el cual Linz inicialmente especificó sus características generales, pero rápidamente comprendimos que nos estaba ofreciendo una innovación con- ceptual de gran importancia. Por coincidencia, Juan Linz fue invitado a Brasil en 1967, cuando estaba realizando mi investigación de campo, y me asignaron la tarea de ser su guía por Río de Janeiro. En vez de mostrarle los típicos despla- zamientos sociológicos, literalmente lo secuestré y lo obligué a tres horas de conversación un poco lejos de la playa de Copacabana (por la cual él no mostró afortunadamente algún evidente interés). Hablamos de algunos detalles de su artí- 16 [ SOCIEDAD ABIERTA ]01 culo “An Authoritarian Regime: Spain”, y a partir de mi insistencia él aceptó también algunas modificaciones que había pro- puesto para hacerlo adaptable no sólo a la dictadura militar entonces en el poder en Brasil, sino también a muchos otros casos de gobierno autoritario en aquel país y en otros lugaresde América Latina. Recuer- do lo gratificante que fue cuando Linz reconoció que lo que yo estaba definiendo como “corporativismo” podía ser conside- rado similar a lo que él había definido como “pluralismo limitado”.10 Nos encontramos una segunda vez so- bre el “terreno” brasileño en una conferen- cia organizada por Alfred Stepan en Yale. Escribí un paper, “The Portugualization of Brasil”, con la intención de provocar la ira de la dictadura militar en el poder (que después sucedió). Mi tesis era que una serie de Additional Acts, políticas con- cretas y prácticas informales a partir de 1968, estaban arrojando las bases para la perpetuación del gobierno autoritario con un futuro indefinido —reduciendo de esta manera el gigantesco Brasil a la condición de un pequeño Portugal—. El paper de Linz sostenía que la dictadura militar brasileña 10 En aquella época, no sabía nada acerca de que Linz (en colaboración con Amando de Miguel) apenas habían ultimado un pequeño libro (virtualmente agotado en ese entonces y hoy en día) llamado Los empresarios ante el poder público (Linz y de Miguel, 1966). Mi disertación estaba centrada en parte sobre el mismo problema en Brasil —a pesar de que lo afrontará a partir del estudio de las asociaciones del mundo empresarial, mientras que Linz se concentraba sobre todo en las opiniones de los hombres de negocios, con una innovadora investigación sobre las élites—. En aquella época, este era un argumento poco tratado, independientemente del enfoque y, por lo tanto, Linz debe ser reconocido como un pionero del campo de estudio empírico sobre “negocios y política” —a pesar de que quizá ninguno ha leído y utilizado el pequeño libro escrito por él y Amando de Miguel—. únicamente se encontraba en una “situa- ción autoritaria”, y que era improbable que estuviese en grado de institucionalizar su poder como lo habían hecho Franco y Sala- zar en los 25 años anteriores. Retrospecti- vamente, su valoración se encontraba más próxima a la mía, para decir la verdad. Los generales se quedaron en el poder por casi 20 años y se mostraron capaces de impo- ner a su país un cambio de régimen muy gradual y selectivo, pero Linz tenía razón: jamás estuvieron en grado de organizar el conjunto de caracteres de auto-reforza- miento que se observaba en España y en Portugal (véase Stepan, 1973). Cuando sucede la transición hacia la democracia de España, Juan Linz se encontraba preparado para abordarla. Sus primeros trabajos se habían basado sobre las conductas públicas masivas y sobre las limitaciones estructurales del “desarrollo”, pero el libro The Breakdown of Democratic Regimes presentaba una forma de análisis más “política”, con un fuerte énfasis sobre la “acción”, o bien sobre el papel de las elecciones del ac- tor para “socavar” viejas instituciones y para “construir” nuevas. Una rigurosa aplicación del enfoque conductista/es- tructural ortodoxo lo hubiera conducido rápidamente a poner en duda la propia posibilidad de democratizar España hacia mediados de los años setenta. Este país, a pesar de estar más desarrollado que su vecino Portugal, y quizá en el ámbito de las actitudes más plural debido a su tu- multuoso pasado y a sus diferenciaciones regionales, ni siquiera tenía los llamados “prerrequisitos” para la democracia li- beral evidenciados por la literatura más tradicional —a la cual Linz, por medio de su asociación con Lipset, había hecho una contribución importante—. El enfo- que “político” de The Breakdown…, menos determinista y más voluntarioso, repre- sentaba una suerte de desafío epistémico en su pensamiento, dejando espacio a la posibilidad de que los españoles habrían podido simplemente estar en grado de lle- var a cabo con éxito el cambio de régimen. Puedo recordar un periodo de 18 meses, de la mitad de 1974 hacia finales de 1975, “Todos los regímenes deben desarrollar un número fijo de determinadas «funciones» para continuar existiendo”. P H I L I P P E C . S C H M I T T E R 17 01 en el cual Linz y yo nos encontramos al me- nos media docena de ocasiones en mesas de trabajo en conferencias y seminarios, intentando explicarnos y también a los dis- tintos auditorios por qué España y Portugal —dos países aparentemente con muchos rasgos culturales, históricos y de desarro- llo en común— se encontraban en medio de transiciones tan disímiles. La explicación más obvia nos llevaba a las formas de tran- sición. Portugal había sido liberado “por golpe”, o bien por un pequeñísimo y audaz grupo de jóvenes oficiales del ejército, que se encontraban frente a la inminente pers- pectiva de la derrota en una de las tantas guerras coloniales del país —irónicamente, la de Guinea-Bissau fue, en gran medida, la menos importante (Linz, 1975)—. Al término de aquel inesperado evento, se corroboró una masiva movilización popular, que había conducido el cambio de régimen mucho más allá del ámbito po- lítico, hasta impactar la economía, la pro- piedad, el estatus social y la hegemonía cultural. España, privada desde finales del siglo XIX de sus colonias y de sus ilusio- nes imperiales, no tenía ninguna análoga perspectiva de ser liberada por sus milita- res. Antes bien, la potencial dificultad era la opuesta: cómo impedir que un ejército “inactivo” reaccionara negativamente a la perspectiva de una “liberación oculta” a través de un pacto entre políticos civiles después de la muerte de franco. No sólo la movilización popular había sido conte- nida con éxito por las élites, sino también por los mismos tumultos y radicalismo de los eventos portugueses habían inducido estas últimas para actuar con cautela. En síntesis, tenemos un caso fascinante de “difusión perversa” en el cual el último que llega intenta evitar todo aquello que ape- nas le ha sucedido al predecesor. Sin embargo, Linz subrayaba un se- gundo factor que no había inicialmente pensado, es decir, aquello de que “el perro no había ladrado” en Portugal a nivel de régimen. Cuando Salazar cayó, reempla- zado por Caetano en 1969, los esfuerzos de este último por liberalizar el sistema abiertamente autocrático fueron débi- les y fracasaron —a diferencia del caso de España, donde un análogo intento se había verificado mucho antes (1958)—, dirigiéndose mucho más a fondo al punto que en la época de la muerte de Franco, en 1975, el país ya tenía sólidas raíces económicas y sociales en Europa. Los portugueses (o por lo menos su vieja élite política) nutrían aún ilusiones de grandeur y riqueza imperial, y aún no se empeñaban en modo inequívoco a ser “solo” europeos. Lo que hizo de la revolución una fractura tan radical no sólo fue la difusa y potente movilización popular que desencadenó, sino también el dramático retiro de An- gola, Mozambique y Guinea-Bissau, y el gran influjo de los refugiados de regreso a la métropole. Portugal devino equivoca- damente democrática e inequívocamente europea, exactamente al mismo tiempo. España ya había atravesado una prece- dente (y gradual) transición.11 Con independencia de nuestro éxito al capturar las razones de la momentánea diferencia entre los dos países, Linz y yo estábamos en completo acuerdo sobre un 11 Para leer las opiniones de Linz sobre estas comparaciones, véase Linz (1981; 1977). Para mis estudios comparados sobre Portugal, véase Schmitter (1999). punto: al final, ambos casos se volverían sólidas democracias liberales —pero ha- brían llegado por trayectos distintos—. De esta colaboración —en gran medida fortui- ta— surgiría una hipótesis que ha guiado gran parte de mis investigaciones poste- riores sobre la democratización; es decir, que existen muchos modos bajo los cuales una comunidad política puede efectuar el “tránsito” de la autocracia, y que no existe garantía alguna de que uno de ellos con-duzca a la democracia, a pesar de que es clara la posibilidad de que “llegue a ello”, lo que en otras palabras quiere decir que al final producirán el mismo tipo de régi- men. Aquello que Terry Karl y yo definimos posteriormente como “las modalidades de transición”, habría influido probablemente más el tipo de democracia que se habría consolidado y menos el hecho de que el resultado fuese más o menos una demo- cracia (Schmitter y Karl, 1991). El grueso estudio comparado Problems of Democratic Transition and Consolida- tion, publicado por Linz y Alfred Stepan en 1996, se volvió el punto de referencia para los estudiosos que se ocupan de los resultados de los recientes cambios de régimen. Basado sobre casos que van de Europa Mediterránea a Latinoamérica, de Europa Central y Oriental a las Repúblicas ex soviéticas, el estudio tiene una prodi- giosa base empírica y un prolífico enfoque teorético. Las “narraciones” analíticas de 15 países que buscan democratizarse son una contribución fundamental. En vez de los “hechos estilizados”, vinculados por los teóricos de la elección racional para sostener lo mejor posible sus presupues- tos deductivos, o de las “simplificaciones 18 [ SOCIEDAD ABIERTA ]01 cuantitativas” recolectadas por una mole de números para proveer la base de da- tos más amplia posible a sus inferencias estadísticas, Linz y Stepan han asimilado y procesado una inmensa cantidad de datos desagregados, los han ordenado en grandes líneas con base en un amplio con- junto de categorías interpretativas, han elaborado una rica narración de complejos nexos y secuencias, procediendo poste- riormente a la extracción de fecundas con- clusiones de cada caso. Posteriormente, han hecho algo que los teóricos generales han defendido y los especialistas de área han criticado. Han realizado ulteriores comparaciones entre diversas áreas geo- gráficas del mundo —Europa del Sur, Sud- américa y Europa post-comunista—. Linz siempre ha sido una combinación peculiar, un auténtico especialista de una nación que osa incluso realizar comparaciones trans-regionales. No conozco a nadie en la ciencia política que haya insistido tanto sobre el hecho de que los sociólogos polí- ticos deben conocer la lengua, la historia y la cultura completamente distinta —y no solo a sus propios “vecinos” regionales—. Quizá es por este “método-proyecto” tan arduo, que Juan Linz ha tenido tan pocos imitadores, a pesar de que muchos de no- sotros lo admiramos tanto por su precisión como por su audacia. Sobre el plano del contenido, Linz y Ste- pan introducen en sus análisis nacionales y trans-regionales distintas variables independientes descuidadas o subva- luadas en las anteriores versiones de la “transitología”; por ejemplo, los niveles de estatalidad, la distribución de las identi- dades etno-lingüísticas y las variaciones del contexto internacional. Y sostiene su relevancia con total convicción, especial- mente en los contextos post-comunistas. Sin embargo, en términos rigurosos, los autores no pretenden ofrecer una “teoría de la democratización”. Linz puede sólo tangencialmente ser vinculado a algo delimitado y rigurosamente estructurado como lo es una teoría.12 A pesar de ello, su enfoque (muy parecido al del ensayo con- tenido en The Breakdown of Democratic Regimes) es proponer (en una introducción de 83 páginas) un amplio conjunto de cate- gorías curiosamente generales, mediante las cuales es posible ordenar el gran vo- lumen de información producidas por el proceso de cambio de régimen y valorar si ello producirá una sólida democracia. 12 Esto puede explicar algo que me ha desconcertado cuando he comenzado a pensar en la composición de este ensayo. Consultando la que es considerada por algunos la más autorizada evaluación del estado actual de la ciencia política, A New Handbook of Political Science, editado por R. E. Goodin y H-D. Klingemann (1996), el nombre de Juan Linz no aparece en la lista de las “luminarias” (Apéndice A1.C) que con mucha frecuencia son citadas por distintos autores, sugiriendo que él ha dado un pequeño o quizá ninguna contribución a la disciplina en su conjunto. Y una cosa aún más bizarra, es que resulta citado a duras penas en los cuatro capítulos sobre política comparada, incluso en aquel dedicado exclusivamente ¡al estudio de la democratización! Hecho que encuentro del todo abiertamente absurdo, mi primera reacción fue la de atribuirle la culpa a la no equilibrada composición del grupo de autores. Muchos de aquellos con los cuales Linz ha tenido estrechas relaciones de colaboración son citados: por ejemplo, S. M. Lipset, S. Rokkan, R. Dahl, A. Lijphart, G. Sartori. Mi opinión es que los estudiosos que pueden ser asociados a una particular “teoría causal” o “método innovador” son proclives a obtener un mayor reconocimiento. Quien como Linz ofrece un “enfoque” (muy difícil para imitarlo), y abra caminos nuevos que innoven más sobre el plano conceptual y menos al ofrecer una explicación general de algún problema particular, es menos proclive a terminar en la lista de los “notables”, a pesar de que su influjo, con base en las citas o en el impacto de ellos en la investigación de posgrado, haya sido mucho mayor. Linz y Stepan son pródigos —típicamen- te— en sus definiciones de la variable de- pendiente. A su parecer, la consolidación de la democracia tiene tres ámbitos: com- portamiento, desempeño y constitución. No avanzan ninguna explícita suposición sobre la relación temporal y causal entre estos tres componentes, pero aquello que produce este resultado es la capaci- dad de todas, en sinergia, de generar una situación política duradera en la cual “la democracia deviene el único juego en la ciudad”. Es inútil decir que esto no equiva- le al final de la historia —a pesar de que las democracias más consolidadas pueden repentinamente disolverse—. Y tampoco significa que sólo un tipo de democracia se consolide (incluso si no existe alguna explícita discusión sobre los distintos tipos de democracia que podrían estar en la actualidad “en el mercado”). De los estu- dios de caso es evidente que la calidad de las democracias que han surgido varía en modo considerable. En esta definición, encontramos nue- vamente muchas de las características antes observadas en la definición de régi- men autoritario. No sólo es difícil e incon- veniente para operacionalizar, sino que sus componentes “estratificados” pueden no ser igualmente significativos para cada caso en particular y casi invariablemente no son co-variantes. ¿Qué debemos hacer de la distribución de frecuencia de las respuestas sobre preguntas tan vagas como si la democracia es preferible frente a cualquier otro tipo de régimen?, ¿y por qué deberíamos confiarnos tanto sobre el dato comportamental que sugiere decir que no existen grupos significativos que P H I L I P P E C . S C H M I T T E R 19 01 pretendan seriamente tirar el régimen de- mocrático o llegar a la secesión? Irónica- mente, fue el propio Linz, en su contribu- ción al libro The Breakdown of Democratic Regimes, quien argumentaría que no es extraño que los más peligrosos opositores de la democracia hayan sido actores que eran considerados como democráticos, y que creían estar luchando únicamente por salvar o mejorar a la democracia misma. ¿Esto debería obligarnos a concluir que seguramente todas están ya consolidadas porque virtualmente ninguna democracia nueva en el mundo contemporáneo tiene partidos abiertamente anti-democráticos (ni siquiera los ex comunistas pueden ser considerados como tales)?, ¿y qué decir de los muchos países en los cuales existen manifestaciones demasiado escépticas respecto a la democracia a partir del cómo la experimenta el público de masas, y sin embargo ningún partido abiertamenteanti-democrático atrae un conjunto de se- guidores significativos y la mayor parte de los ciudadanos y de los políticos actúa de acuerdo con las normas constitucionales? En mi trabajo sobre la consolidación de la democracia, me concentré sobre la tercera dimensión (aunque vacilaría en definirla constitucional, dado que muchas de los procedimientos de base más impor- tantes y regularmente acatados no son incluidos en un documento único y for- mal). Mi estrategia fue la de concentrarme exclusivamente sobre el procedimiento mediante el cual los políticos alcanzan o no un acuerdo sobre reglas recíproca- mente aceptables del juego que regula su competición y cooperación, en un número seleccionado de aquellos que defino “re- gímenes parciales” (Schmitter, 1998). Al término, una vez que estas normas se han consolidado, pienso que se deberían to- mar en cuenta las posibles implicaciones en los terrenos del “comportamiento” y en el “desempeño”. Obviamente esto implica la hipótesis de que el proceso de consoli- dación necesite, en primer lugar, que los gobernantes sean “inmovilizados” (piégés, en la penetrante expresión francesa) y obligados a jugar a la política según de- terminadas normas generalmente demo- cráticas; sólo así, sucesivamente habrá algunas razones para esperarse que los ciudadanos seguirán seleccionando los partidos “apropiados” y conformándose con las normas “apropiadas”. ¿Cuándo pueden volverse confiables las expresiones a favor de la democracia y los comportamientos con relación a los partidos, si son controlados por personas que aún no saben cuáles serán las reglas y que no pueden, por consiguiente, haber experimentado sus efectos? Obviamen- te, pueden existir excepciones —por ejemplo, cuando el periodo de gobierno autocrático ha sido breve y los recuerdos de las anteriores prácticas democráticas todavía están vivas en la mente del públi- co— pero deben ser reconocidas como tales, y no se les debe permitir trastornar el proceso general. Un segundo problema nace del modo con el cual Linz y Stepan definen y miden la variable dependiente en cada uno de los estudios de caso. Es loable que ellos hayan buscado especificar los momentos exactos en los cuales culmina la transición de régimen e inicia la consolidación. Por ejemplo, en el caso peculiar de Portugal, parece que ambos procesos se verifica- rán el mismo día, ¡el 12 de agosto de 1982! En otros lugares, según los autores, la transición termina y sólo posteriormente inicia la consolidación. Pero, ¿qué sucede si estos dos procesos, como pasa con fre- cuencia, son diferentes, se yuxtaponen y duran más de lo previsto? La simple ra- tificación de una constitución (o la elimi- nación de algunos poderes autocráticos residuales de una constitución anterior, como lo hizo Portugal en aquel fatídico día “La definición de Linz fue puramente inductiva y carente de nexos apriorísticos respecto a la teoría dominante”. 20 [ SOCIEDAD ABIERTA ]01 de 1982) podría no asegurar la existencia de un acuerdo sobre los procedimientos fundamentales, a pesar de que éstos sean implantados eficazmente. Linz y Stepan, en efecto, tienen razón cuando sostienen, oponiéndose a estudiosos como Samuel Huntington y Adam Przeworski, que no es suficiente que las elecciones sean perió- dicas y conducidas en modo “libre y co- rrecto”, pero quedan agnósticos sobre la necesidad de “construir” normas recípro- camente aceptables sobre materias como las contrataciones entre capital y trabajo, las garantías para las distintas formas de propiedad y las garantías de protección social mínima y que den como resultado la consolidación de la democracia moderna. Y como si todo esto no fuese ya muy complicado, Linz y Stepan sostienen también que, ya que los tres estratos se combinan y garantizan el status de la de- mocracia como “el único juego en la ciu- dad” para el futuro previsible, por lo me- nos cinco distintas arenas deben también sostenerse recíprocamente para producir dicho resultado: 1. La sociedad civil; 2. La sociedad política; 3. El gobierno de la ley; 4. El aparato del Estado; 5. La sociedad económica. Algunos de estos factores causales no son exclusivos de la democracia (por ejemplo, el aparato del Estado y la socie- dad económica); algunos son específi- camente democráticos (por ejemplo, la sociedad civil y quizá la sociedad política); otros se refieren más a la unidad en la cual el régimen tiene lugar (por ejemplo, el aparato del Estado y el gobierno de la ley); y finalmente, algunos se refieren a prerre- quisitos (presumiblemente) pre-políticos (por ejemplo, la sociedad económica y quizá el gobierno de la ley). Como sucede con frecuencia en el trabajo de Linz (y de Stepan), la discusión que argumenta la relevancia de cada una de estas arenas es rica en observaciones históricamente fecundas extraídas de una abundancia de casos. Lo que no es usual es que utilicen el lenguaje “funcional” de la necesidad, que implica que, de algún modo, una arena es necesaria porque otra actúa eficazmen- te —sin especificar, sin embargo, cuán necesaria es cada una o si debe anteceder a la otra—. Estoy convencido de que una hojeada rápida a la mayor parte de las democracias liberales “reales” revelaría no sólo una considerable variabilidad en la forma y en el contenido de cada una de las cinco arenas, pero también expresaría que no todas actúan necesariamente re- forzándose mutuamente. En la sección final de su introducción teórica a Actors and Contexts, Linz y Stepan se acercan a la formulación de una teoría ortodoxa o probabilística y falsificable, sobre la consolidación de los regímenes. Para ello, conectan a las dis- tintas probabilidades de éxito de la con- solidación de la democracia, condiciones específicas y empíricamente observables como: 1) la estructura institucional y el tipo de liderazgo del antiguo régimen; 2) la identidad y el grado de control de quien inicia la transición; 3) la política exterior de los países vecinos (particularmente de aquellos países hegemónicos en la re- gión); 4) el Zeitgeist de las plausibles ideo- logías políticas en un particular momento en el tiempo; 5) la probabilidad del apren- dizaje político por medio de la difusión de una experiencia de democratización a otra; 6) el impacto del desempeño econó- mico sobre la legitimidad del régimen (en el cual los autores ofrecen una argumen- tación mucho más sutil de las general- mente ofrecidas); 7) el tipo de ambiente de la formación de la constitución. En los estudios de caso posteriores, las complejas (y con frecuencia únicas) interacciones entre estos actores y sus contextos son narrados con mayor de- talle, y aprovechados para producir esti- maciones más discretas del hecho de que un particular país se encuentre sobre el camino de consolidar su apropiada forma de democracia. En esto, en su última gran obra, Linz (con su co-autor) no ha hecho otra cosa que arrojar los fundamentos para una nueva sub-disciplina de la ciencia política y de la sociología política, que yo he defi- nido, contrariando a muchos, “ciencia de la consolidación”. En efecto, la piedra es muy grande, pero sólo su uso (y abuso) por parte de los estudiosos posteriores establecerán si es demasiado sólida al grado de soportar todo el peso y el trabajo de investigación al cual será puesta. En su estilo típico del pasado, Linz ha construido estos fundamentos respetando la com- plejidad y la contingencia de este difícil y controversial proceso. No ha recurrido a la estilización de las preferencias del actor ni a la banalización de sus selecciones. No se ha limitado a codificar una masa de da- tos, a estimar sus asociaciones y a extraer P H I L I P P E C . S C H M I T T E R 21 01 inferencias estadísticas.Y una cosa aún más sorprendente, ni siquiera cae en la tentación de sugerir “soluciones rápidas” o “balas de plata” respecto del tema de la consolidación de la democracia. Digo esto porque en su trabajo más reciente, Juan Linz se ha vuelto muy ins- titucionalista —en el mejor sentido del término, es decir, un “institucionalista histórico”—. Incluso, está bien informado y es sensible a propósito de la importancia de insertar a los actores en sus pasadas secuencias de interacciones (y no sólo en una serie temporal o en la interacción del mismo juego), para no atribuirle demasia- da importancia a los “hechos estilizados”, a los “resultados optimales a la Pareto” y a los “equilibrios de Nash” de los llamados “neo-institucionalistas”. Ha seguido (con Stepan y otros colaboradores) una serie de intuiciones sobre la relación (a su pa- recer) análoga entre instituciones espe- cíficas13 y los logros positivos o negativos de la democratización. A pesar de que jamás lo ha considerado como “solución rápida” o “balas de plata” ha sostenido que el parlamentarismo (Linz, 1990a) y el federalismo (1990b) producen logros posi- tivos distintos de los gobiernos ad interim (Linz y Shain, 1995) y del presidencialismo (Linz, 1990b). Y según Linz, “el sultanato” es abiertamente un punto equivoco de partida (Linz y Chebabi, 1998). Francamente, este enfoque que ofrece un estudioso formado como sociólogo po- lítico me deja un poco perplejo. Siempre he sostenido que uno de los credos fun- 13 Los gobiernos at interim, las formas presidenciales y parlamentarias del Ejecutivo, los sultanatos y, más recientemente, las ordenaciones federales. damentales de este tipo de científicos po- líticos es el hecho de que ninguna norma, ley u ordenación institucional formal o in- formal, tendrán el mismo efecto indepen- dientemente del contexto socio-histórico en el cual están insertos. Mi preocupación inicial era (y creo haberla extraído de Linz, et. al., 1981) que “ello (el efecto) depende” del por qué algunas comunidades políti- cas con la misma configuración institu- cional general tienden a variar tanto en estabilidad, eficacia, duración, legitima- ción, etcétera. Mi segunda preocupación es que la explicación para esta diferenciación se encuentra con frecuencia en las di- ferencias del cómo, cuándo y en cuál secuencia estas configuraciones se han corroborado históricamente. Cinco principios de interpretación Por consiguiente, concluyo esta breve biografía intelectual exponiendo las lec- ciones que he aprendido personalmente de la lectura de los trabajos de Linz, escu- chando también sus presentaciones, par- ticipando en los debates o, simplemente, conversando con él en el transcurso de todos estos años. Por desgracia, jamás fui formalmente su alumno o co-autor, pero lo considero uno de mis mentores. Según mis cálculos, le debo cinco prin- cipios fundamentales de interpretación macro-histórica. He intentado, sin duda no siempre con éxito, usarlos con cohe- rencia en mi trabajo. Por lo que sé de Linz, él jamás ha formulado explícitamente es- tos principios. Ni siquiera estoy seguro de que reconocerá su paternidad o si los sus- cribirá todos. Antes bien, estos principios son “joyas” de aquel tipo que Linz genero- samente (incluso si no siempre conscien- te) ha diseminado entre las líneas de su trabajo y en el curso de sus participacio- nes en conferencias y seminarios. A veces es difícil que sus auditorios las recojan dado que están sepultadas bajo aquella avalancha de materiales empíricos e in- cursiones en temáticas “laterales” que caracterizan su inimitable estilo oratorio. Y también son el producto de una larga experiencia sobre la política y la sociedad, y de un saber enciclopédico sobre ellas. Juan Linz ha tenido muchos colaborado- res y estudiantes, pero ha tenido pocos imitadores y, desafortunadamente, no soy uno de ellos. Las cosas no son como eran antes. Este es una máxima, particularmente, extra- ña para un estudioso profundamente “histórico” en su saber y en su enfoque. La mayor parte de los historiadores “pro- fesionales” realizan muchos esfuerzos con la intención de convencer a la gente de que nada ha cambiado y que, por tal, sólo sabiendo lo sucedido “entonces o en aquellos tiempos” se puede comprender lo que está sucediendo en el presente. Irónicamente, he aprendido esto de Linz a propósito de los partidos políticos —una de sus preocupaciones desde sus prime- ros escritos—. En algún momento arrojó la observación de que “los partidos no son lo que fueron una vez, y no podemos esperar que realicen aquello que han hecho en casos anteriores de democratización”. Lo anterior lo cito de memoria; incluso, lo he introducido en el título de un ensayo que 22 [ SOCIEDAD ABIERTA ]01 difiere de la tradicional ortodoxia entre los científicos políticos que estudian la de- mocratización, según la cual “si entende- mos bien a los partidos, todas las piezas estarán en su lugar” (Linz, 2001). Lo que produce el fin de algo no es lo que producirá lo que le seguirá. Supongo que este principio debería atribuírsele a Fritz Stern, historiador y colega de Linz en Columbia, pero yo lo he tomado de este último. Su locus clasicuss es la Re- pública de Weimar. Si es posible sostener que para 1931 la república democrática estaba condenada, y que su caída estaba “sobredeterminada” por un conjunto muy obvio de factores convergentes, esto no explica por qué le siguió el nacionalso- cialismo. Algunos de los mismos factores pueden ser introducidos en la compleja cadena causal, pero también un gran número de factores nuevos. Por consi- guiente, cuando Linz analiza la caída de la democracia, no afirmaba que ello expli- que la naturaleza y el tipo de autocracia posterior. Y ni siquiera la caída de los regímenes autoritarios en Europa me- diterránea y América Latina pueden ser explicados, simplemente como una in- versión de los factores causales de base del anterior cambio de régimen. Guiller- mo O’Donnell y yo hemos sostenido esta tesis en nuestro libro Transition from Authoritarian Rule: Tentative Conclusion about Uncertain Democracies (Schmitter y O’Donnell, 1986), desarrollándola ul- teriormente en la hipótesis tentativa de que los actores responsables de la caída de la autocracia no son, con frecuencia, aquellos que juegan un papel guía en la consolidación de la democracia. Podemos analizar algo sólo después de haberlo clasificado. Linz siempre ha sido un vigoroso clasificador, a pesar de que no siempre lo ha hecho de modo sistemático. No sólo le debemos el “descubrimiento” de los rasgos característicos de los re- gímenes autoritarios, diferenciados de aquellos democráticos y totalitarios, sino que ha dedicado una gran atención a la identificación de los subtipos de esta cla- sificación inicial. Es también el inventor de la primera y quizá única tipología tridi- mensional en ciencia política (Linz, 1975).14 Virtualmente no hay algún libro o artí- culo reciente de Linz que no inicie o con un completo sistema clasificatorio o con una fundamental distinción conceptual (por ejemplo, entre Ejecutivos parlamentarios y presidenciales). De esto se evidencia que es sólo a través de una identificación 14 Se trata del último capítulo del Handbook of Political Science, editado por F. Greenstein y N. Polsby, cuyo número de páginas asciende a 236, ¡por encima del número convencional de páginas de un libro¡ Sospecho que este quizá sea el artículo más largo que jamás se haya publica en ciencia política o sociología. preliminar de la categoría general a la cual el caso o los casos pertenecen en aquella particular época, que es posible desarro- llar la comparación y extraer inferencias válidas sobre el plano causal. Además, si combinamos esta máxima con
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