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Revista Metapolítica

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metapolítica
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metapolítica, año 25, no. 114, julio-septiembre 2021, es una publicación trimestral editada por la Benemérita 
Universidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur 104, Col. Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue., y distribuida a 
través de la Dirección de Comunicación Institucional, con domicilio en 4 sur 303, Centro Histórico, Puebla, Puebla, 
México, C.P. 72000, Tel. (52) (222) 2295500 ext. 5271 y 5281, www.revistametapolitica.com, Editor Responsable: Dra. 
Claudia Rivera Hernández, crivher@hotmail.com. Reserva de Derechos al uso exclusivo 04-2013-013011513700-102. 
ISSN: 1405-4558, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Con Número de Certificado de 
Licitud de Titulo y Contenido: 15617, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de 
la Secretaría de Gobernación. Impresa por Estratega Creatividad Publicidad S.A. de C.V. Dirección: Circuito del Sol 
Norte No.2918-B. Col. Las Ánimas, Puebla, Pue. C.P. 72400. Teléfono: 22 22 40 16 02. Correo: estrategacreatividad@
yahoo.com.mx. Este número se terminó de imprimir en junio de 2021.
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Todos 
los artículos son dictaminados. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e 
imágenes de la publicación sin previa autorización de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
metapolítica aparece en los siguientes índices: CLASE, CITAS LATINOAMERICANAS EN CIENCIAS SOCIALES 
(Centro de Información Científica y Humanística, UNAM); INIST (Institute de L’Information Scientifique et Tecnique); 
Sociological Abstract, Inc.; PAIS (Public Affairs Information Service); IBSS (Internacional Political Science Abstract); 
URLICH’S (Internacional Periodicals Directory) y EBSCO Information Services.
metapolítica no se hace responsable por materiales no solicitados. Títulos y subtítulos de la redacción.
Año 25 
No. 114
Jul-Sep 2021
Rector
Dr. J. Alfonso Esparza Ortiz
Vicerrector de Extensión 
y Difusión de la Cultura
Mtro. José Carlos Bernal Suárez
Director Editorial
Dr. Israel Covarrubias
metapolitica@gmail.com
Jefe de Publicaciones CCI- BUAP
Mtro. Jorge Isaac Hernández Vázquez
isaac.hernandezvaz@correo.buap.mx
Jefe de Publicidad, Diseño y Arte
Mtro. Manuel Ahuactzin Martínez
Secretaria General
Mtra. Guadalupe Grajales y Porras
Coordinadora de 
Comunicación Institucional
Mtra. Donaji del Carmen Hoyos Tejeda
Coordinado de la sección debates
Israel Covarrubias
Diseño, composición y diagramación
Coordinación de Comunicación Institucional de 
la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Diseño gráfico y editorial
Jessica Barrón Lira
Consejo Editorial
Roderic Ai Camp, Antonio Annino, Álvaro Aragón 
Rivera, Thamy Ayouch, María Luisa Barcalett 
Pérez, Gilles Bataillon, Miguel Carbonell, Ricardo 
Car tas Figueroa, Jorge David Cor tés Moreno, 
Juan Cristóbal Cruz Revueltas, Rafael Estrada 
Michel, José F. Fernández Santillán, Javier Franzé, 
Francisco Gil Villegas, Armando González Torres, 
Giacomo Marramao, Paola Martínez Hernández, Alfio 
Mastropaolo, Jean Meyer, Edgar Morales Flores, 
Leonardo Morlino, José Luis Orozco (†), Juan Pablo 
Pampillo Baliño, Mario Perniola (†), Víctor Manuel 
Reynoso, Xavier Rodríguez Ledesma, Roberto 
Sánchez, Antolín Sánchez Cuervo, Ángel Sermeño, 
Silvestre Villegas Revueltas, Danilo Zolo (†).
26
109
06
32
121
12
41
126
SUMARIO
SOCIEDAD 
ABIERTA
IMPRENTA 
PÚBLICA
Milan Kundera o la 
indeterminación del poder
Israel Covarrubias
Sobre La banda (The 
Gang). Un estudio de 1.313 
bandas de Chicago, de 
Frederic M. Thrasher
Hugo César Moreno Hernández
Algunas reflexiones 
sobre la violencia 
Wolfgang Sofsky
La urgente necesidad 
de pensar la 
inteligencia artificial
Juan Cristóbal 
Cruz Revueltas
Sobre Ciudad 
y ciudadanía. 
Escuchar, dialogar, 
colaborar y proponer 
la reapropiación 
colectiva de la ciudad, 
de Luis Hipólito 
Patiño Camacho
Josué Castro Puga
Juan J. Linz: naturaleza 
y transformación de 
los autoritarismos
Philippe Schmitter
Los votos que perdió 
el PRI en Nayarit
Rafael G. Vargas Pasaye
Sobre Democracia 
e integración social. 
Diagnósticos, dimensiones 
y desafíos de Álvaro 
Aragón Rivera, Ángel 
Sermeño Quezada y 
Sergio Ortiz Leroux
Roberto Sánchez Rivera
90
61
80
48
67
85
54
73
SUMARIO PORTAFOLIO 
DEBATES
Revisitando a Guy Debord y 
la sociedad del espectáculo
Aníbal Serafín 
Camacho Balderas
El papel del poder en la 
represión de la crítica 
y el poder del papel en 
la conformación del 
prestigio académico
Roberto Andrés Olvera
La comunicación científica 
en función del tiempo
Amós García Montaño
La comunicación 
científica, ¿qué tenemos, 
qué nos falta? 
La comunicación 
científica. De la 
periferia al centro
Katya Ivette Salas 
Del Angel
Diálogos de la 
comunicación. De 
política, globalización, 
visibilidad y 
desigualdad
Bruno De la Garza Trejo
El nepotismo del 
“yo” que escribe
Selma Guadalupe 
Morales Hernández
¿Cómo escribir 
profesionalmente?
Andrea Marilú Rojano Sánchez
Las obligaciones morales 
y éticas del investigador 
social en el siglo XXI
Rodrigo Octavio Ramos Vera
97
46
Jesús Jáuregui: 
Tzompantli. Serie 
“rostros y rastros”
Presentación
Israel Covarrubias
por Wolfgang Sofsky.
Sociólogo y periodista alemán.
* Tomado de Il paradiso della cruelta, Turín, Einaudi, 
2001. Traducción de Israel Covarrubias.
6 
El futuro de la violencia
El Siglo XX comenzó con grandes esperan-
zas y ha culminado con dolor y desespe-
ración. La mayor parte de sus ideales han 
sido destruidos, ya que se disolvió el sueño 
del triunfo de la razón, el continuo pro-
yecto de la civilización, de la paz sobre la 
tierra. También, la esperanza sobre la re-
educación pedagógica del género humano 
y su perfeccionamiento moral se encuen-
tran desvanecidos. El hombre necesita 
tener una memoria corta y obstinarse a 
ignorar los hechos para seguir insistiendo 
sobre los proyectos y los dogmas transmi-
tidos de generación en generación.
El signo distintivo de esta época es, 
sin duda, una explosión de violencia que 
no tiene precedentes. Ha sucedido con 
las cámaras de tortura de las dictadu-
ras, en los campos de concentración del 
totalitarismo, en las fábricas del genoci-
dio. Millones y millones de personas han 
muerto sobre los campos de batalla de las 
guerras de intrigas y destrucción, en las 
ciudades bombardeadas, en los pueblos 
y en las montañas incendiadas durante 
las guerras coloniales y civiles. Cuando 
en 1945 termina la guerra y se realiza el 
primer balance, se juró —por muy poco 
tiempo— renunciar a la violencia. En cam-
bio, aquella continuó. Los sistemas de 
los campos de concentración soviéticos 
y chinos se desarrollaron posteriormen-
te; en muchas regiones de Asia, África 
y América del Sur, el estado de guerra 
deviene crónico y, finalmente, la guerra y 
el terror regresan a Europa. Ni la tortura, 
ni las persecuciones y las masacres, ni la 
guerra, ni el genocidio han desaparecido 
del orden del día de la política.
Ninguno sabe cómo las generaciones 
futuras definirán mañana el siglo de la 
muerte de masas. La historia de la es-
pecie está acostumbrada a voltearse de 
espaldas y mirar con indiferencia a las 
generaciones, a la civilización y a los pue-
blos. El mal rápidamente es cancelado de 
la memoria para dejar intacta la concep-
ción del mundo. También, los contempo-
ráneos de la persecución de las brujas 
no imaginaron que en el futuro su época 
sería definida como la “edad de la razón”. 
En el círculo sin fin de horror y agotamien-
to, de olvido y transfiguración, son raros 
los momentos luminosos. Tan raros como 
los periodos intermedios de oro endonde 
reina la paz. En los anales de la historia 
son considerados como hojas vacías. 
Sería ingenuo esperar que con el inicio 
del nuevo milenio la situación inesperada-
mente cambiase. En contraste, con cada 
experiencia histórica, no carecería de 
crédito que lo peor, lo “inimaginable”, aún 
no podrá ser superado.
Cierto, no depende de la presunta natu-
raleza de lobo del hombre el hecho de que 
la violencia no tenga límites. El hombre 
puede comportarse siempre de manera 
violenta, con odio o rabia, orgullo o amor, 
indiferencia o disciplina, por sed de gloria 
o avidez, necesidad de aventura o aburri-
miento, con cálculo, celo o entusiasmo. 
Si solo estuviera movido por fuerzas ani-
males, por lo menos se sabría qué esperar 
de él. Pero porque en él las motivaciones 
y los sentimientos cambian continuamen-
te, visto que por su constitución abierta 
al futuro, aún todo permanece posible, en 
cada lugar, a cada momento.
No menos fatal que la variabilidad de sus 
emociones es su capacidad de imagina-
ción. Inventa formas de violencia siem-
pre nuevas y de este modo transgrede 
los límites de la realidad que limitan la 
vida. Idea nuevos horrores, imagina uto-
pías, crea las divinidades que justifican 
cualquier sacrifico. “Si se quisiera liberar 
al mundo de la violencia, se necesitaría 
primero privar a los hombres de la capa-
cidad de invención”.
Para que el potencial del género hu-
mano se exprese en actos de violencia, 
es necesario adaptar las circunstancias. 
En general, el hombre tortura y mata no 
porque deba hacerlo, sino porque pue-
de. También, en el futuro no le faltarán 
las ocasiones para hacerlo. Así, algunas 
situaciones son tan evidentes que ya es 
posible delinear los escenarios futuros y 
las nuevas formas de violencia.
En primer lugar, la disponibilidad de las 
armas. El mundo jamás había estado tan 
armado como hoy. Pocas industrias de la 
supuesta civilización moderna han esti-
mulado el deseo, pero también el espíritu 
de inventiva, como aquella dedicada a la 
fabricación de armas y de instrumentos 
de muerte. El arma es objeto de adoración 
ritual. Libera a quien la posee de la im-
potencia física y de la inferioridad social. 
La tecnología ha puesto a disposición del 
hombre máquinas siempre más eficaces. 
Ya desde hace tiempo las armas moder-
nas de guerra no tienen nada que ver con 
aquellos instrumentos de guerra de algu-
na vez. Las armas de larga distancia han 
transformado a la guerra en masacres en 
serie. Hoy las víctimas de la guerra no se 
W O L F G A N G S O F S K Y
 7
01
cuentan entre los soldados sino entre los 
civiles indefensos. De un tiempo a la fecha 
es obsoleta la idea del duelo colectivo, del 
encuentro armado regulado, la ilusión de 
poder contender a la guerra con el dere-
cho y las prohibiciones.
La situación de las armas personales 
no es muy distinta. Plurihomicidas y aten-
tadores de cualquier edad, terroristas 
y extremistas de cualquier tendencia, 
guerrilleros reunidos en bandas, piroma-
niacos o escuadrones de la muerte: to-
dos representan una violencia endémica 
mas allá de la racionalidad política y de la 
criminalidad convencional. Las víctimas 
no tienen ninguna posibilidad en contra 
de las agresiones de los llamados “trans-
gresores de la ley”. Estos últimos hacen 
la guerra en su propia sociedad, lejos de 
las viejas ideologías y más allá del orden 
político. En poquísimos países del globo 
el monopolio del Estado sobre las armas 
está efectivamente asegurado. En las 
sociedades armadas cualquiera puede 
transformarse de un momento a otro en 
un enemigo mortal. Y rápidamente puede 
participar o formar parte de una “jauría” si 
el líder de la banda, un señor de la guerra o 
una autoridad da luz verde a la caza de los 
más cercanos pero también de los extran-
jeros, de los inmigrantes o de las minorías 
indeseables en el país.
No se necesita ser un profeta para 
prever un aumento de la violencia social 
también en las regiones que por ahora 
parecen aún unas cuantas islas de paz. El 
aumento de la población mundial, las ca-
tástrofes ecológicas, la miseria y el ham-
bre empujan a millones de personas hacia 
los centros de la riqueza. Estos últimos 
con el tiempo sólo pueden escoger entre 
atrincherarse o tolerar a la inmigración de 
masas y la formación de guetos étnicos. 
Entre ambos casos, las situaciones son 
altamente explosivas. El antagonismo en-
tre los nativos u oriundos y los inmigran-
tes, entre quien se ha afirmado y quien 
permanece excluido, favorece no sólo a 
las ideologías racistas, sino también da 
espacio al culto de la nación, de la etnia, 
de la comunidad.
La comunidad define la pertenencia a 
través de la exclusión. Separa a aquellos 
que se sienten unidos de aquellos que son 
expulsados o ni siquiera son escuchados. 
La formación de las comunidades divide 
a los dos grupos sociales y los aísla entre 
ellos. Al interior promete armonía, igual-
dad y fraternidad, hacia el exterior cons-
truye muros y trincheras. Los amigos se 
oponen a los extranjeros y a los enemigos, 
que muchas veces son uno mismo. No 
existe unión sin oposición. La cohesión se 
forma y se refuerza en el contraste con lo 
extranjero. Es la propia comunidad la que 
inventa al enemigo o al rival. Aquellos que 
forman parte de ella se sienten los bue-
nos, los elegidos, los civilizados, los no-
bles, los ortodoxos. En cambio, los otros 
son los salvajes, los bárbaros, los invaso-
res, los “puercos”, los “inútiles”. Ameritan 
todo el desprecio; en contra de ellos casi 
todo está permitido, porque los límites de 
la moral son los límites de la comunidad. 
Por ello, los otros frecuentemente no vie-
nen considerados ni siquiera en la misma 
categoría de ser humano. Así, la comuni-
dad abre la puerta a las persecuciones y a 
expulsiones. En las comparaciones de los 
extranjeros valen las reglas de la hospita-
lidad hasta el momento en que aún no han 
deshecho las maletas.
Cuanto más precario es el orden social, 
mayor la necesidad de valores más altos 
de comunidades imaginadas. La religión 
y la ideología mantienen unida a la comu-
nidad, procuran claridad y dan sentido a la 
vida. El regreso al fundamentalismo, sea 
nacionalista, islámico, hinduista o cris-
tiano, promete unidad cultural y reivindica 
una validez ilimitada. Los ídolos exigen la 
obediencia de todos y justifican la violen-
cia excesiva. En cualquier cosa que sea 
vendida como modelo, tanto la nación o 
civilización, el derecho divino o la diosa 
razón, las grandes ideas exigen sacrifi-
cios. La gracia no existe donde los valores 
absolutos dirigen la violencia. En el cruce, 
la destrucción es total, el terror no tiene 
límites. De hecho, la fe aspira a realizarse 
en su misma profecía. Demuestra su ver-
dad con el número de víctimas que deja.
La medida habitual contra la omnipre-
sencia de la violencia es el desarme de la 
gente y la centralización del poder. El Es-
tado, en tanto Dios mortal, debe asegurar 
la sobrevivencia y liberar a las personas 
del miedo de la muerte. Su legitimidad 
se basa sobre la garantía del orden. Sin 
embargo, su mismo régimen se basa so-
bre la violencia de la persecución. Aquel 
que no respeta la ley o amenaza el orden 
es condenado a la muerte social o física. 
El Estado no puede tener el cuartel sin 
fusiles. Los hombres se incluyen porque 
temen a la fuerza destructiva del poder 
central. Siguen la ley para sobrevivir. El 
poder político contiene a la violencia so-
cial enseñándole a todos a tener miedo de 
la persecución. Esta férrea estructura de 
8 
[ SOCIEDAD ABIERTA ]01
cada orden social puede ser olvidada en 
tiempos de democracia, en los Estados de 
derecho. Sin embargo, negar su existen-
cia es una miopía desde el punto de vista 
histórico e ingenuo desde una perspec-
tiva política. No hay que olvidar que los 
imperios se suceden y que tampocolas 
democracias son eternas.
Este círculo vicioso de la pacificación 
existe tanto a nivel nacional como global. 
También, el “Estado mundial”, que muchos 
promueven, se tendrá que basar sobre un 
órgano de represión. Sin un gigantesco 
aparato militar y policiaco no se podrá ob-
tener un armisticio global. El Estado mun-
dial podrá contener “esta” o “aquella” gue-
rra con “robustas” y firmes intervenciones 
o tener razón en el desmantelamiento de 
una banda de asesinos, cualquiera que 
sea su signo. Pero esto no cambia el hecho 
de que siga la lógica violenta de aquella 
fuerza capaz de garantizar el orden. Peor 
aún: el Estado mundial, ese grandioso 
proyecto de homogeneidad universal, una 
vez encaminado no concederá el mínimo 
espacio de libertad. El Estado mundial es 
posible sólo como tiranía mundial. Para 
asegurarse y asegurar su régimen, tendrá 
a su servicio grupos enteros de ejecuto-
res. Y eliminará cada límite más allá del 
cual los hombres buscarán alcanzar un 
camino a un exilio seguro.
Al descubierto
Cada tarde, puntual, a la misma hora, la 
muchedumbre caminaba por las calles del 
pueblo. Apenas sonaba la señal se ponía 
en marcha, armada con bolsas de papas 
fritas y latas de Coca-Cola y cerveza. A la 
distancia, ya se escuchaban las risas de 
los niños, el parloteo de los jóvenes, el so-
nido rítmico de la marcha. Los habitantes 
seguían con la mirada el cortejo desde la 
seguridad de sus ventanas. Frente a una 
casa, la masa se detenía, los gritos y las 
risas se transformaban en un grito de in-
dignación, entre un tintineo de vidrios y un 
principio de incendio. Niños de poco más 
de cuatro años y que hasta hace pocos mi-
nutos jugaban a las escondidillas, soste-
nían algunos carteles que decían “Asesinar 
y ahorcar a los paidófilos”. Sobre la puerta 
de una casa, alguien había dejado un escri-
to: “No queremos vivir con los paidófilos”.
Estos episodios no sólo suceden en 
Paulsgrove, un mísero suburbio de Ports-
morth, Inglaterra. Por algunos días, toda la 
sociedad inglesa pareció ser tomada por 
la historia. Cartas anónimas de amenazas, 
listas oscuras de culpables, suicidas, la 
fuga de familias íntegras de sus barrios, 
todo esto constituía el escenario del te-
mor en la comunidad. La masa preparada 
para el linchamiento fue encaminada por 
la publicación de anuncios de avisos de 
ocasión en un periódico de escándalo. 
De hecho, la tarde de la publicación, en 
Manchester, la policía había tenido que 
poner bajo protección a un inocente. Dos 
días más tarde, en Wembley, tres hombres 
irrumpieron en la casa de un sospechoso, 
golpeándolo hasta matarlo. El cadáver 
presentaba 53 fracturas de costillas. 
Algunas semanas después, en el pobla-
do de Namur, Bélgica, un tribunal prohibió 
la publicación de una lista de culpables; en 
Italia, el periódico Libero dio lugar a una 
campaña denigratoria siguiendo el ejem-
plo inglés. Mientras tanto, allende a los 
nombres de los paidófilos, también fueron 
publicados aquellos de clientes que habían 
frecuentado las calles de Manchester. No 
obstante las críticas inmediatas por parte 
de la prensa y la policía, es evidente que la 
“Ni la tortura, ni las persecuciones 
y las masacres, ni la guerra, ni el 
genocidio han desaparecido del 
orden del día de la política”.
W O L F G A N G S O F S K Y
 9
01
exposición mediática satisface una nece-
sidad que parece tener raíces profundas 
en la sociedad, independientemente del 
tiempo y del lugar. Más que de la protec-
ción de los niños, se trata de la eliminación 
de la perversión, de la pasión por el miedo, 
y el deseo de aniquilamiento. Los medios 
de comunicación se limitan a evocar y 
reforzar fantasías que son ampliamente 
difundidas entre las masas.
El sospechoso de paidofilia está 
marcado con la fatalidad. A la persona 
sospechosa no se le atribuye un crimen 
particular, sino un defecto crónico, una 
tendencia interior que se puede repetir y, 
a final de cuentas, sólo se puede eliminar 
con la castración o la muerte. En cada 
paidófilo se esconde un infanticida, un 
asesino —reza la ecuación popular—. Es 
un monstruo en el ámbito sexual. Puede 
estar detrás de cada ángulo al acecho de 
su presa. Se acerca arrastrando engaños, 
marca a su víctima con el propio cuerpo, 
hiere y mata su alma: con vileza escoge 
a los miembros más indefensos de la so-
ciedad, los niños inocentes, “asexuados”. 
Amenaza la normalidad de las relaciones 
sociales. Cada signo, cada gesto, cada 
sonrisa son un estímulo para los vicios de 
la carne. Comete un crimen en contra de 
las costumbres y la moral, en contra de 
la sagrada familia y su descendencia, en 
contra de toda la sociedad. Por lo tanto, es 
necesario señalarlo con una marca sobre 
el abrigo, es necesario ponerlo al descu-
bierto, excluirlo, cancelarlo. Jamás se 
debe bajar la guardia, porque el Estado y la 
policía, inactivos y blandos en la persecu-
ción del crimen, terminarán por no poner 
el ojo del monstruo en la penumbra. 
La imaginación no sólo repite las leyendas 
negras que siempre surgen alrededor de 
las grandes figuras de la historia del cri-
men. Las cabezas agitadas de las clases 
inferiores no están totalmente solas. No 
pocos asistentes sociales, maestros de 
escuelas primarias, abogados puritanos 
y propagandistas del matriarcado están 
obstinados con la idea de que cada rela-
ción existente entre los niños y los adultos 
se coloca en las fronteras del abuso se-
xual: cada hombre es un violador en po-
tencia, cada padre un potencial paidófilo. 
No pocos medios de comunicación se lan-
zan rápidamente a llenar páginas de odio 
cuando en alguna parte es encontrado el 
cadáver de un niño, un acontecimiento 
más bien raro en las estadísticas sobre 
la criminalidad. Instigadores populares 
hacen el resto cuando fomentan la ira po-
pular para tener una ventaja política. 
La naturaleza de la fantasía tiene poco 
en común con la realidad. El reducido 
número de infanticidios no tiene ninguna 
relación con la infinidad de paidófilos re-
gistrados. El paidófilo no es un hombre ne-
gro, la mayoría de las veces es un familiar o 
un pariente cercano. En general, el incesto 
viene escondido por la familia. Por ello, la 
vigilancia estatal es más eficaz que el con-
trol social. El temor de la persecución sólo 
puede empujar a los criminales —verdade-
ramente peligrosos— a esconderse. 
La masa encolerizada no distingue entre 
inocencia y culpabilidad. Para ella, el sospe-
choso ya es una prueba. La justicia privada 
colectiva no desea mostrar la culpabilidad 
y castigarla, quiere indignarse, condenar, 
pregonar, desea eliminar al monstruo a tra-
vés de la muerte social o física. 
Antes de llegar a los hechos, la comu-
nidad utiliza los instrumentos verbales. 
Lejos de ser un medio de comprensión 
inocuo, los rumores unifican a la comu-
nidad y dirigen toda la atención sobre 
los sospechosos habituales. Cualquier 
novedad, demostrada o inventada, es 
una golosina de la difamación. Viene 
continuamente rumiada hasta que todos 
se encuentran a gusto. La denuncia y la 
calumnia procuran un placer notable. Al 
inicio, a escondidas, después frente a 
todos, se puede hablar de argumentos 
tabúes y, al mismo tiempo, jactarse de la 
propia rectitud. La difamación expresa 
la propia rectitud. Pero a veces parece 
que el crimen es representado en colo-
res fuertes sólo porque todos quisieran 
“La comunidad define 
la pertenencia a través 
de la exclusión”.
10 
[ SOCIEDAD ABIERTA ]01
imaginar haber hecho lo que no está per-
mitido. ¿Acaso no es el gusto por lo pro-
hibido, la fascinación de la trasgresión, 
lo impensable de la perversión, el motor 
secreto de sospechosos y difamantes? 
Es necesario tener cautela en los jue-
gos del vocabulario del horror que está 
en la boca de todos después de los infan-
ticidios. El deseo de venganza no tiene 
nada que ver conla venganza misma. Su 
objetivo no es la justicia, sino la autosa-
tisfacción. La retórica del deshonor no se 
satisface con el principio de la venganza 
“ojo por ojo, diente por diente”. El sacrílego 
debe sufrir más que la víctima. Debe sufrir 
el doble, el triple. Al violento se le necesita 
cortar la mano en la tabla del carnicero, 
al paidófilo el miembro y la cabeza. La 
pena que busca el ánimo indignado debe 
comprometerse, deshonrar, limpiar a la 
comunidad de la inmundicia. 
Quien denuncia piensa absolver sólo 
el deber del desenmascaramiento. Los 
portavoces de la masa que quisieran el 
linchamiento se consideran los custodios 
de la virtud de la sociedad. Todos se sien-
ten en lo justo, el cual los llena de orgullo 
y satisfacción. El gusto inesperado por el 
poder los libera de años de sumisión. De 
repente, son liberados del veneno de la 
impotencia. Por lo tanto, frecuentemente 
son los más débiles los que se distinguen 
por su particular brutalidad, apenas viene 
ofrecida la ocasión para los que están por 
encima de ellos. 
Ya hace mucho tiempo, frente a los mu-
nicipios y las iglesias estaba la exposición 
de los cuellos de fierro. En ese entonces, 
los criminales eran expuestos al escar-
nio público por una hora o dos. El pueblo 
circundaba al delincuente, lo bañaba de 
excrementos y le ponía encima un cartel 
sobre el cual iba descrita con palabras e 
imágenes su culpa. Pero la cosa no termi-
naba así. Al deshonor de estar a exposición 
se agregaba un castigo físico: la flagela-
ción, un castigo corporal particularmente 
duro o la marca de fuego sobre la frente o 
la espalda y la consiguiente expulsión del 
país. La exposición pública, sin embargo, 
tenía una gran desventaja. Era una acción 
punitiva oficial de la autoridad, seguido 
por los carniceros y sus ayudantes. 
Distinta era la naturaleza de los usos pu-
nitivos campesinos cuando al caer la noche 
alegres solteros llegaban a las casas de los 
marginados y cantaban sus desentonadas 
melodías. Viudas alegres y adúlteros, co-
merciantes sin escrúpulos y encubridores, 
deudores morosos o avaros prestamistas, 
notables transgresores de la moral del pue-
blo se transformaban en objeto de escar-
nio, desprecio, malos tratos. Los custodios 
de la virtud erigían su propia exposición, 
hasta que la autoridad intervenía y retoma-
ba el monopolio de la fuerza. 
También la masa que hoy incita el lincha-
miento se sirve de los antiguos rituales de 
la denuncia y persecución públicas. Se deja 
llevar por los placeres de la condena, por la 
caza del hombre, por la ejecución colectiva. 
Sus víctimas son casuales: brujas, judíos, 
negros, extranjeros, pedófilos. Por muy 
diferentes que sean las categorías socia-
les, los estereotipos de la persecución se 
asemejan en cada época. Siempre son fan-
tasías de contaminación, vicios sexuales, 
canibalismo. Hace tiempo, de las brujas se 
decía que quemaban a los niños para des-
pués comérselos. Los judíos eran acusados 
de homicidios rituales de niños cristianos, a 
los cuales se les bebía la sangre. 
Las fantasmagorías del terror empujan 
a la acción, para la cual bastan un par de 
simples eslóganes. Apenas es pronuncia-
da la palabra que ordena, la jauría de caza 
se forma. Cada uno puede participar y 
ninguno quiere permanecer excluido. Con 
la velocidad del viento se difunde la voz 
de que ha sucedido un crimen. Entre más 
personas lo crean, más aparecerán a la 
espera. Rodean la casa, siempre se acer-
can más, atropellan a los habitantes con 
gritos difamatorios, amenazas, risas de 
escarnio. También, algunos llevan consigo 
otras armas. En los cortejos nocturnos en 
Paulsgrove y en otras partes, por lo que se 
dice se ha reído demasiado. m
“No hay que olvidar que los 
imperios se suceden y que tampoco 
las democracias son eternas”.
W O L F G A N G S O F S K Y
 11
01
12 
por Philippe C. Schmitter. Profesor 
emérito del Instituto Universitario 
Europeo, Fiesole, Italia.
* Traducción del italiano de Israel Covarrubias.
S i por “maestro” entendemos a alguien que reúne a un amplio grupo de subordinados y hace que éstos sigan la música de algún otro, Juan José Linz no es y jamás ha sido tal. Ha sido siempre un “compositor” —alguien que escribe y toca su propia música—. Sin embargo, dado que con frecuen-
cia ha reunido un determinado número de colaboradores, escrito y dirigido música conjuntamente 
con ellos, llamémosle “maestro-compositor” de la ciencia política.
Ante todo, quisiera recordar algunos datos esenciales sobre nuestro autor.
P H I L I P P E C . S C H M I T T E R
Nombre: 
Juan José Linz Storch de Gracia. 
Fecha de nacimiento: 
24 de diciembre de 1926. 
Lugar de nacimiento: 
Bonn, Alemania. 
Títulos: 
Licenciatura en ciencias políticas y económicas, 
Universidad de Madrid, 1947. Licenciatura en derecho, 
Universidad de Madrid, 1948. Ph. D. en Sociología, 
Columbia University, 1959. 
Doctor honoris causa:
Universidad del País Vasco, 2002; Universidad de 
Oslo, 2000; Philipps-Universität de Marburg, 1992; 
Universidad Autónoma de Madrid, 1992; Georgetown 
University, 1992; Johan Skytte Prize para la cien-
cia política de la Universidad de Uppsala en 1996 y 
Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 
1987, más otros reconocimientos y premios muy nu-
merosos como para referirlos.
Carrera académica: 
Assistant Professor de sociología, Columbia Universi-
ty, 1960-1966. Assistant Professor de sociología, Co-
lumbia University, 1966-1968. Professor de sociología 
y ciencia política, Yale University, 1968-1977. Pelatiah 
Perit Professor de Ciencias políticas y sociales, Yale 
University, 1977-1989. Sterling Professor de Ciencias 
políticas y sociales, Yale University, de 1980 a la fe-
cha. Más una infinidad de encargos de Visiting Pro-
fessor en Europa y en los Estados Unidos. 
Principales publicaciones: 
• Totalitarian and Authoritarian Regimes, 2000. 
• Sultanistic Regimes, 1998 (coordinador 
junto a H. Chehabi).
• Problems of Democratic Transition and 
Consolidation, con A. Stepan, 1996. 
• Between States: Interim Governments 
and Democratic Transitions, 1995 
(coordinador junto a Y. Shain). 
• The Failure of Presidential Democracy, 2 vols., 
1994 (coordinador junto a A. Valenzuela). 
• Democracy in Developing Areas: Latin 
America, 1990 (coordinador junto 
a L. Diamond y S. L. Lipset). 
• Democracy in Developing Areas: Asia, 1989 
(coordinador junto a L. Diamond y S. L. Lipset). 
• Democracy in Developing Areas: Africa, 1988 
(coordinador junto a L. Diamond y S. L. Lipset). 
• Crisis y cambio: electores y partidos 
en la España de los años ochenta, 1986 
(coordinador junto a J. R. Montero). 
• Informe sociológico sobre el cambio político 
en España 1976-1981 (coordinador junto a M. 
Gomez-Reino, D. Vila y F. A. Orizo, 1981). 
• The Breakdown of Democratic Regimes, 
1978 (coordinador junto a A. Stepan). 
• Los empresarios ante el poder 
público, con A. de Miguel, 1966. 
• Más al menos 200 capítulos de 
libros y artículos de revistas. 
 13
01
Este breve currículum vitae muestra in-
mediatamente algo que Juan Linz tiene 
en común con muchos de los mejores 
“comparatistas” de su generación, o bien 
de la formación y la actividad profesional 
tanto en Europa como en Estados Unidos. 
Tiene una historia familiar menos común: 
sus padres son de nacionalidad alemana y 
española, y toda su primera formación ha 
tenido lugar en la España franquista. En 
su generación de sociólogos y científicos 
políticos de fama internacional, Juan Linz 
es el solitario español. Incluso, su trayec-
toria académica posterior ha sido un poco 
fuera de lo común (para Estados Unidos), 
con regulares encargos de docencia sólo 
en dos universidades norteamericanas 
(Columbia y Yale) y ¡al menos 35 años de 
servicio consecutivo en esta última! Se 
trata de una característica que comparte 
con su colega Robert Dahl y con SamuelHuntington en Harvard. La mayor parte 
de los “maestros” norteamericanos se han 
cambiado con más frecuencia en busca 
de la fama (y de salarios mejores). 
En segundo lugar, el currículum vitae 
muestra la enorme productividad de Linz 
y su preferencia por los artículos respec-
to de los libros.01 Si no me equivoco, ha 
01 . En estos tiempos, en los cuales los jóvenes estudio-
sos están obsesionados con diseminar en lo posible artí-
culos en las “mayores revistas, a juicio de los pares”, no 
resisto la tentación de puntualizar que sólo pocos de los 
artículos de Linz pertenecen a esta categoría. Jamás ha 
publicado, según sé, un artículo en la American Political 
Science Review y, cosa aún más ofensiva para la hegemo-
nía norteamericana sobre la disciplina, ¡muchos de sus 
artículos han sido escritos o han aparecido en lenguas 
distintas al inglés! En suma, Linz ha seguido una trayec-
toria intelectual que ninguno osaría recomendar a quién 
entre hoy en la profesión —y sin embargo, es una de las 
figuras más citadas y más influyentes de la ciencia políti-
ca contemporánea. 
obtenido la tenure en la Columbia Univer-
sity y el encargo de Full Professor en Yale 
antes de haber publicado un “auténtico” 
libro.02 Y cuando los libros han comenzado 
a aparecer, después de la edición de su 
fundamental The Breakdown of Democra-
tic Regimes en 1978,03 han asumido típi-
camente la forma de una recolección de 
capítulos de diversos autores, editados 
conjuntamente con uno de sus alumnos 
o colegas más jóvenes, y construidos 
sobre un precedente artículo del mismo 
Linz. De vez en cuando, el argumento es 
introducido por Linz —el papel de los go-
biernos ad interim, las características de 
los sultanatos, la relación entre transición 
y consolidación de las democracias, la de-
bilidad del presidencialismo y obviamente 
las maquinaciones detrás de la caída de 
la democracia—, y posteriormente desa-
rrollado, elaborado y ampliado por sus 
colaboradores. En estos momentos, Linz 
está trabajando de nuevo con Alfred Ste-
pan, esta vez sobre un proyecto común 
que podría realizar una cosa que siempre 
he creído imposible, o bien volverla intere-
sante, innovadora y relevante como lo es 
02 . De cualquier modo, debo observar que algunos de los 
artículos de Linz son de la extensión de los libros de mu-
chos estudiosos, particularmente si se incluyen las notas. 
Linz es famoso entre los comparatistas por sus volumino-
sas y enciclopédicas notas. 
03 . El timing de este libro (1978) es otra ilustración per-
fecta del principio hegeliano de que “el búho solo levanta 
el vuelo en el crepúsculo”; es decir, que los científicos 
sociales comprenden y estudian los fenómenos cuando 
estos se encuentran en decadencia. Cuando Linz y Ste-
pan trabajaban conjuntamente en las transiciones de la 
democracia a la autocracia, el mundo político se estaba 
dirigiendo a la dirección opuesta —un cambio de direc-
ción de la fortuna que el mismo Linz toma al vuelo, y por 
decirlo de alguna forma, en el corazón cuando España co-
menzó a ir hacia la democracia después de la muerte de 
Francisco Franco en 1975.
la temática del “federalismo comparado”. 
En tercer lugar, y que es un punto que 
el currículum vitae muestra con menor 
claridad, encontramos la extraordinaria 
capacidad de Linz por aprovechar la con-
ceptualización y la investigación empírica 
sobre un país para construirse un grupo 
de seguidores fieles entre comparatistas 
de diversas áreas geográficas —Europa 
occidental (y más recientemente Orien-
tal), pero también Asia y África—. Conside-
rando que su punto de partida es España, 
que hasta la mitad de los años setenta no 
interesaba a nadie y ninguno lograba ni 
siquiera clasificar, este éxito es aún más 
digno de subrayar. La mayor parte de los 
“maestros” comparatistas han ubicado 
su propia investigación en una o más co-
munidades políticas relevantes, y sobre 
las cuales existían una significativa lite-
ratura secundaria como una floreciente 
comunidad de las ciencias sociales —no 
una desde hace un tiempo considerada un 
pariah y que había limitado la producción y 
la libertad académica—.04
Una tortuosa pero fértil trayectoria 
Recuerdo que Seymour Martin Lipset me 
introdujo en el trabajo de Juan Linz, en 
un seminario en Berkeley, diciéndome 
que era autor de la “más citada entre las 
tesis de doctorado jamás publicadas”. 
04 . Hay otra cosa que el currículum vitae no puede decir. 
Juan Linz es la prueba viviente de que fumar continua-
mente los más nocivos y apestosos cigarrillos del mundo 
puede no ser tan dañino a la salud (metal). Por lo que sé, 
podríamos atribuirle, a los miles de Ducados, algún mérito 
por su extraordinaria agudeza y capacidad de concentra-
ción sobre difíciles y pesados “asuntos de Estado”. 
14 
[ SOCIEDAD ABIERTA ]01
Naturalmente, como sociólogo político en 
ciernes, tenía curiosidad y logré ponerle 
las manos a una copia de esta ignorada 
obra maestra, The Social Bases of Political 
Parties in West Germany.05 Debo admitir 
que no fui arrollado —quizá sólo porque, 
joven licenciado proveniente de Suiza, me 
estaba rebelando en contra de la montada 
ortodoxia de la época, es decir, algo con 
el nombre de “comportamentalismo”, y el 
análisis de Linz de los datos secundarios 
era un inequivocable (si bien excelente) 
ejemplo de aquella ortodoxia.06 En otro 
de sus primeros artículos (estos sí fueron 
publicados), Juan Linz exploraba una sutil 
mezcla (que en esa época era considerada 
“demasiado ecléctica”) de datos indivi-
dual-social-psicológicos de survey y datos 
agregados colectivo-social-estructura-
les, en un esfuerzo por explicar las “bases 
sociales de la política” —muy en línea con 
el análisis seminal de mi mentor Seymour 
05 . Parte de la disertación ha sido publicada con el título 
Change and Consensus in West German Politics: The Early 
Eighties (Linz, 1967).
06 . En aquello que más difiero del “comportamentalismo” 
es su dependencia no sólo de las conductas individuales 
(a veces, presuntuosamente llamados valores), sino tam-
bién de datos y presupuestos a-históricos. Lo que vale son 
las conductas recogidas por una investigación sobre una 
muestra, no las razones por las cuales los sujetos logran 
adquirir estas conductas, y cuáles fuerzas históricas pu-
dieron haber influido sus elecciones. Linz pudo haber co-
menzado en esta dirección, pero ha reconocido muy rápido 
el significado de los datos conductuales sobre las series 
temporales. En España, gracias a su larga colaboración 
con el Centro de investigaciones sociológicas y a su papel 
de fundador de la firma privada de investigación DATA S. 
A., Linz ha ocupado un papel crucial y pionero en el desa-
rrollo de esta técnica de recolección de datos, asegurando 
la continuidad histórica a partir del régimen de Francisco 
Franco. Y entre todos los países, más de 50, que han pa-
sado de la autocracia a la democracia a partir de 1974, Es-
paña es aquel del cual sabemos más sobre la evolución de 
largo término de las conductas de las masas y de las élites. 
Martin Lipset en su obra El hombre político. 
De este primer encuentro con Linz, extraje 
dos temas excéntricos (ninguno de los 
cuales compartía en su momento): 
1. La persistente importancia 
de la religión para explicar el 
comportamiento político; 
2. La necesidad de poner atención a 
las diferenciaciones regionales al 
analizar datos de survey o agregados. 
Si no me equivoco, Linz ha sido el primer 
sociólogo empírico que puso el acento, 
en su trabajo Whithin Nation Differences 
and Comparisons: The Eight Spains (Linz, 
1966), sobre el nivel sub-nacional de la 
estructura social, de la práctica religiosa 
y de los comportamientos políticos.07 Los 
norteamericanos ya habían descubierto 
las potenciales ventajas de comparar los 
50 estados de la Unión Americana, pero su 
mensaje no había tenido eco más que en 
aquellos que estábamos interesados en 
contextos más “exóticos”y, de cualquier 
modo, ninguno de nosotros creía que la 
diferenciación en el interior de Estados 
Unidos fuese de tal amplitud.
Uno de los primeros puntos de cambio 
de la trayectoria intelectual de Linz (y la 
razón de mi primer encuentro con él) había 
sucedido un poco antes, cuando publicó 
el primero de diversos ensayos funda-
07 . Su amigo y colega Stein Rokkan ya había puesto 
el acento sobre la diferencia entre “centro y periferia” 
como una fuente persistente de fracturas en la forma-
ción de los Estados europeos, pero Linz desarrolló la 
idea especificando la multiplicidad de “periferias” y los 
modos bajo los cuales podían producir problemas por 
completo diferentes para los constructores de Estados 
o consolidadores de regímenes.
mentales en los cuales aprovechaba el 
caso español para alcanzar el más amplio 
público de los comparatistas. Para aque-
llos de nosotros que trabajábamos sobre 
América Latina, su texto An Authoritarian 
Regime: The Case of Spain (Linz, 1964) 
llegó como una revelación. “Sistemas 
políticos con un pluralismo político limi-
tado y no responsable, sin una ideología 
elaborada y hegemónica, pero con una 
mentalidad característica, sin una ex-
tensiva o intensiva movilización política, 
con la excepción en algún momento de 
su desarrollo, y en los cuales un líder y, 
ocasionalmente, un pequeño grupo ejerce 
el poder entre límites formalmente mal 
definidos a pesar de que en realidad sean 
del todo predecibles”: esta es la definición 
que atrajo mi atención —y de tantos otros 
estudiosos—. Retrospectivamente, me 
es difícil explicar por qué esta caracteri-
zación del régimen franquista en España 
se volvió tan influyente. Según el “estruc-
tural-funcionalismo” del cual fueron pio-
neros Gabriel Almond y el Committee on 
Comparative Politics del Social Research 
Council, todos los regímenes deben de-
sarrollar un número fijo de determinadas 
“funciones” para continuar existiendo. 
Cada definición “válida” de los tipos de 
régimen, por consiguiente, se debería ba-
sar sobre las variaciones institucionales 
en el desarrollo de estas funciones —con 
frecuencia cuatro—.08 La definición de 
Linz fue puramente inductiva y carente 
de nexos apriorísticos respecto a la teoría 
dominante. No fue asociada a ninguna 
08 Salvo probablemente, directa o indirectamente, las 
funciones GAIL propuestas por Talcott Parsons en El 
sistema social (1951).
P H I L I P P E C . S C H M I T T E R
 15
01
explícita justificación conceptual —fue 
únicamente una concisa descripción de 
aquellos que, según Linz, eran los rasgos 
más sobresalientes de una comunidad 
política que conocía bien—. 
Además, los numerosos elementos que 
componían la definición eran virtualmente 
imposibles de medir cuantitativamente y, 
peor aún, estaban acompañados por un 
conjunto desorientador de precisiones. El 
pluralismo de este sistema es “limitado y 
no responsable”. No existía una ideología 
“elaborada y hegemónica”, y en su lugar ha-
bía algo definido como “mentalidad carac-
terística”. La movilización política no era ni 
“extensiva o intensiva”, pero de cualquier 
modo se corroboraba “en algún momento 
de su desarrollo”. Finalmente, cosa aún 
más desorientadora, los límites del go-
bierno de un líder (o de un pequeño grupo) 
estaban “formalmente mal definidos”, pero 
“en realidad son del todo predecibles”. 
Mi impresión es que, si esta definición 
fuese puesta a un examen de metodolo-
gía, cualquier candidato razonablemente 
preparado podría demolerla con pocos es-
fuerzos. Los términos claves están poco 
definidos (por ejemplo, ¿“pluralismo polí-
tico” se refiere únicamente a los partidos 
o a los grupos de interés?, ¿o son ambos?) 
o sobrevalorados (por ejemplo, ¿las “ideo-
logías” son con frecuencia “elaboradas” 
o “hegemónicas”?, ¿cómo se diferencian 
de las “mentalidades”?). ¿Cómo podemos 
identificar un preciso tipo de régimen —
incluso como “construido”, no “ideal”— sin 
especificar quiénes son los gobernantes, 
cómo han adquirido el estatus de gober-
nantes y cómo han gestionado el proble-
ma de la sucesión del poder? Todo lo que 
sabemos es que hay un líder o un pequeño 
grupo que ejerce el poder, pero se tra-
ta de algo que podemos esperarnos de 
cualquier régimen, según Mosca, Pareto 
y otros. Escribiendo en los años sesenta, 
Linz estaba más interesado en hacer una 
distinción entre regímenes “autoritarios” 
y “totalitarios”, que en distinguir ambos de 
aquellos “democráticos”. Incluso, muchos 
de los Estados que se definían como “libe-
rales y democráticos” bien pudieron ser 
clasificados como “liberales y autorita-
rios” con base a una objetiva valoración de 
las distintas variables de la definición de 
Linz. No debería sorprender, por lo tanto, 
que una vez que los estudiosos comenza-
ron a medir algunos de estos caracteres, 
surgirían más regímenes “autoritarios” 
que “totalitarios” o “democráticos”.09
¡Eppur si mueve! A pesar de todas estas 
evidentes imperfecciones y el aburrido 
“hispano-centrismo” de su definición, Linz 
abrió una caja de Pandora teórica sobre 
el análisis de los modelos de régimen y, 
al final, de los cambios de régimen. De-
jando de lado (al menos temporalmente) 
su atención comportamentalista sobre 
los valores individuales y sobre las es-
tructuras sociales, y concentrándose 
con un enfoque histórico sobre la noción 
de “régimen político”, que determina los 
sistemas de partido y las otras conse-
cuencias sociales, y rompiendo al mismo 
tiempo con el sistema de clasificación 
dominante, Linz logró efectivamente 
09 A pesar de que no son abiertamente una medida de 
las características mencionadas por Linz, los puntajes 
anuales de Freedom House tienen, en efecto, alguna 
semejanza con ellas. En las primeras versiones, el número 
de países “parcialmente libres” superaba ampliamente 
aquellos “no libres” y “libres”. Cfr. Gastill (1990). 
transformar el modo con el cual muchos 
de nosotros observábamos a América 
Latina. La situación que nos obsesionaba, 
es decir, las dictaduras militares y civi-
les, no había sido producida a través de 
los “comportamientos” de una presunta 
cultura política “ibérica” o por presuntas 
estructuras sociales “hispano-coloniales” 
o “subalternas”, sino que era el resultado 
de una particular configuración del poder, 
con sus específicas reglas, formas de 
represión, de movilización (esporádica) y 
de justificación ideológica. Junto con Es-
paña, Portugal y muchos otros países del 
Tercer mundo, los Estados latinoamerica-
nos no eran totalitarismos incompetentes 
ni democracias embrionarias, sino auto-
ritarismos duraderos, y esto conllevaba 
implicaciones para el modo con el cual 
sus respectivas culturas políticas eran 
manipuladas, y con aquello con lo cual sus 
respectivos sistemas de status y de clase 
eran formados y deformados. Se pudo 
haber tenido una serie de resistencias 
hacia el modo con el cual Linz inicialmente 
especificó sus características generales, 
pero rápidamente comprendimos que nos 
estaba ofreciendo una innovación con-
ceptual de gran importancia. 
Por coincidencia, Juan Linz fue invitado 
a Brasil en 1967, cuando estaba realizando 
mi investigación de campo, y me asignaron 
la tarea de ser su guía por Río de Janeiro. 
En vez de mostrarle los típicos despla-
zamientos sociológicos, literalmente 
lo secuestré y lo obligué a tres horas de 
conversación un poco lejos de la playa 
de Copacabana (por la cual él no mostró 
afortunadamente algún evidente interés). 
Hablamos de algunos detalles de su artí-
16 
[ SOCIEDAD ABIERTA ]01
culo “An Authoritarian Regime: Spain”, y a 
partir de mi insistencia él aceptó también 
algunas modificaciones que había pro-
puesto para hacerlo adaptable no sólo a la 
dictadura militar entonces en el poder en 
Brasil, sino también a muchos otros casos 
de gobierno autoritario en aquel país y en 
otros lugaresde América Latina. Recuer-
do lo gratificante que fue cuando Linz 
reconoció que lo que yo estaba definiendo 
como “corporativismo” podía ser conside-
rado similar a lo que él había definido como 
“pluralismo limitado”.10
Nos encontramos una segunda vez so-
bre el “terreno” brasileño en una conferen-
cia organizada por Alfred Stepan en Yale. 
Escribí un paper, “The Portugualization 
of Brasil”, con la intención de provocar la 
ira de la dictadura militar en el poder (que 
después sucedió). Mi tesis era que una 
serie de Additional Acts, políticas con-
cretas y prácticas informales a partir de 
1968, estaban arrojando las bases para la 
perpetuación del gobierno autoritario con 
un futuro indefinido —reduciendo de esta 
manera el gigantesco Brasil a la condición 
de un pequeño Portugal—. El paper de Linz 
sostenía que la dictadura militar brasileña 
10 En aquella época, no sabía nada acerca de que Linz 
(en colaboración con Amando de Miguel) apenas habían 
ultimado un pequeño libro (virtualmente agotado en ese 
entonces y hoy en día) llamado Los empresarios ante el 
poder público (Linz y de Miguel, 1966). Mi disertación 
estaba centrada en parte sobre el mismo problema en 
Brasil —a pesar de que lo afrontará a partir del estudio de 
las asociaciones del mundo empresarial, mientras que 
Linz se concentraba sobre todo en las opiniones de los 
hombres de negocios, con una innovadora investigación 
sobre las élites—. En aquella época, este era un argumento 
poco tratado, independientemente del enfoque y, por 
lo tanto, Linz debe ser reconocido como un pionero del 
campo de estudio empírico sobre “negocios y política” —a 
pesar de que quizá ninguno ha leído y utilizado el pequeño 
libro escrito por él y Amando de Miguel—.
únicamente se encontraba en una “situa-
ción autoritaria”, y que era improbable que 
estuviese en grado de institucionalizar su 
poder como lo habían hecho Franco y Sala-
zar en los 25 años anteriores. Retrospecti-
vamente, su valoración se encontraba más 
próxima a la mía, para decir la verdad. Los 
generales se quedaron en el poder por casi 
20 años y se mostraron capaces de impo-
ner a su país un cambio de régimen muy 
gradual y selectivo, pero Linz tenía razón: 
jamás estuvieron en grado de organizar el 
conjunto de caracteres de auto-reforza-
miento que se observaba en España y en 
Portugal (véase Stepan, 1973).
Cuando sucede la transición hacia 
la democracia de España, Juan Linz se 
encontraba preparado para abordarla. 
Sus primeros trabajos se habían basado 
sobre las conductas públicas masivas y 
sobre las limitaciones estructurales del 
“desarrollo”, pero el libro The Breakdown 
of Democratic Regimes presentaba una 
forma de análisis más “política”, con un 
fuerte énfasis sobre la “acción”, o bien 
sobre el papel de las elecciones del ac-
tor para “socavar” viejas instituciones 
y para “construir” nuevas. Una rigurosa 
aplicación del enfoque conductista/es-
tructural ortodoxo lo hubiera conducido 
rápidamente a poner en duda la propia 
posibilidad de democratizar España hacia 
mediados de los años setenta. Este país, 
a pesar de estar más desarrollado que su 
vecino Portugal, y quizá en el ámbito de 
las actitudes más plural debido a su tu-
multuoso pasado y a sus diferenciaciones 
regionales, ni siquiera tenía los llamados 
“prerrequisitos” para la democracia li-
beral evidenciados por la literatura más 
tradicional —a la cual Linz, por medio de 
su asociación con Lipset, había hecho 
una contribución importante—. El enfo-
que “político” de The Breakdown…, menos 
determinista y más voluntarioso, repre-
sentaba una suerte de desafío epistémico 
en su pensamiento, dejando espacio a la 
posibilidad de que los españoles habrían 
podido simplemente estar en grado de lle-
var a cabo con éxito el cambio de régimen. 
Puedo recordar un periodo de 18 meses, 
de la mitad de 1974 hacia finales de 1975, 
“Todos los regímenes deben desarrollar 
un número fijo de determinadas 
«funciones» para continuar existiendo”.
P H I L I P P E C . S C H M I T T E R
 17
01
en el cual Linz y yo nos encontramos al me-
nos media docena de ocasiones en mesas 
de trabajo en conferencias y seminarios, 
intentando explicarnos y también a los dis-
tintos auditorios por qué España y Portugal 
—dos países aparentemente con muchos 
rasgos culturales, históricos y de desarro-
llo en común— se encontraban en medio de 
transiciones tan disímiles. La explicación 
más obvia nos llevaba a las formas de tran-
sición. Portugal había sido liberado “por 
golpe”, o bien por un pequeñísimo y audaz 
grupo de jóvenes oficiales del ejército, que 
se encontraban frente a la inminente pers-
pectiva de la derrota en una de las tantas 
guerras coloniales del país —irónicamente, 
la de Guinea-Bissau fue, en gran medida, la 
menos importante (Linz, 1975)—. 
Al término de aquel inesperado evento, 
se corroboró una masiva movilización 
popular, que había conducido el cambio 
de régimen mucho más allá del ámbito po-
lítico, hasta impactar la economía, la pro-
piedad, el estatus social y la hegemonía 
cultural. España, privada desde finales del 
siglo XIX de sus colonias y de sus ilusio-
nes imperiales, no tenía ninguna análoga 
perspectiva de ser liberada por sus milita-
res. Antes bien, la potencial dificultad era 
la opuesta: cómo impedir que un ejército 
“inactivo” reaccionara negativamente a la 
perspectiva de una “liberación oculta” a 
través de un pacto entre políticos civiles 
después de la muerte de franco. No sólo 
la movilización popular había sido conte-
nida con éxito por las élites, sino también 
por los mismos tumultos y radicalismo de 
los eventos portugueses habían inducido 
estas últimas para actuar con cautela. En 
síntesis, tenemos un caso fascinante de 
“difusión perversa” en el cual el último que 
llega intenta evitar todo aquello que ape-
nas le ha sucedido al predecesor. 
Sin embargo, Linz subrayaba un se-
gundo factor que no había inicialmente 
pensado, es decir, aquello de que “el perro 
no había ladrado” en Portugal a nivel de 
régimen. Cuando Salazar cayó, reempla-
zado por Caetano en 1969, los esfuerzos 
de este último por liberalizar el sistema 
abiertamente autocrático fueron débi-
les y fracasaron —a diferencia del caso 
de España, donde un análogo intento se 
había verificado mucho antes (1958)—, 
dirigiéndose mucho más a fondo al punto 
que en la época de la muerte de Franco, 
en 1975, el país ya tenía sólidas raíces 
económicas y sociales en Europa. Los 
portugueses (o por lo menos su vieja élite 
política) nutrían aún ilusiones de grandeur 
y riqueza imperial, y aún no se empeñaban 
en modo inequívoco a ser “solo” europeos. 
Lo que hizo de la revolución una fractura 
tan radical no sólo fue la difusa y potente 
movilización popular que desencadenó, 
sino también el dramático retiro de An-
gola, Mozambique y Guinea-Bissau, y el 
gran influjo de los refugiados de regreso 
a la métropole. Portugal devino equivoca-
damente democrática e inequívocamente 
europea, exactamente al mismo tiempo. 
España ya había atravesado una prece-
dente (y gradual) transición.11
Con independencia de nuestro éxito al 
capturar las razones de la momentánea 
diferencia entre los dos países, Linz y yo 
estábamos en completo acuerdo sobre un 
11 Para leer las opiniones de Linz sobre estas 
comparaciones, véase Linz (1981; 1977). Para mis estudios 
comparados sobre Portugal, véase Schmitter (1999).
punto: al final, ambos casos se volverían 
sólidas democracias liberales —pero ha-
brían llegado por trayectos distintos—. De 
esta colaboración —en gran medida fortui-
ta— surgiría una hipótesis que ha guiado 
gran parte de mis investigaciones poste-
riores sobre la democratización; es decir, 
que existen muchos modos bajo los cuales 
una comunidad política puede efectuar el 
“tránsito” de la autocracia, y que no existe 
garantía alguna de que uno de ellos con-duzca a la democracia, a pesar de que es 
clara la posibilidad de que “llegue a ello”, 
lo que en otras palabras quiere decir que 
al final producirán el mismo tipo de régi-
men. Aquello que Terry Karl y yo definimos 
posteriormente como “las modalidades de 
transición”, habría influido probablemente 
más el tipo de democracia que se habría 
consolidado y menos el hecho de que el 
resultado fuese más o menos una demo-
cracia (Schmitter y Karl, 1991).
El grueso estudio comparado Problems 
of Democratic Transition and Consolida-
tion, publicado por Linz y Alfred Stepan 
en 1996, se volvió el punto de referencia 
para los estudiosos que se ocupan de los 
resultados de los recientes cambios de 
régimen. Basado sobre casos que van de 
Europa Mediterránea a Latinoamérica, de 
Europa Central y Oriental a las Repúblicas 
ex soviéticas, el estudio tiene una prodi-
giosa base empírica y un prolífico enfoque 
teorético. Las “narraciones” analíticas de 
15 países que buscan democratizarse son 
una contribución fundamental. En vez de 
los “hechos estilizados”, vinculados por 
los teóricos de la elección racional para 
sostener lo mejor posible sus presupues-
tos deductivos, o de las “simplificaciones 
18 
[ SOCIEDAD ABIERTA ]01
cuantitativas” recolectadas por una mole 
de números para proveer la base de da-
tos más amplia posible a sus inferencias 
estadísticas, Linz y Stepan han asimilado 
y procesado una inmensa cantidad de 
datos desagregados, los han ordenado en 
grandes líneas con base en un amplio con-
junto de categorías interpretativas, han 
elaborado una rica narración de complejos 
nexos y secuencias, procediendo poste-
riormente a la extracción de fecundas con-
clusiones de cada caso. Posteriormente, 
han hecho algo que los teóricos generales 
han defendido y los especialistas de área 
han criticado. Han realizado ulteriores 
comparaciones entre diversas áreas geo-
gráficas del mundo —Europa del Sur, Sud-
américa y Europa post-comunista—. Linz 
siempre ha sido una combinación peculiar, 
un auténtico especialista de una nación 
que osa incluso realizar comparaciones 
trans-regionales. No conozco a nadie en 
la ciencia política que haya insistido tanto 
sobre el hecho de que los sociólogos polí-
ticos deben conocer la lengua, la historia 
y la cultura completamente distinta —y no 
solo a sus propios “vecinos” regionales—. 
Quizá es por este “método-proyecto” tan 
arduo, que Juan Linz ha tenido tan pocos 
imitadores, a pesar de que muchos de no-
sotros lo admiramos tanto por su precisión 
como por su audacia. 
Sobre el plano del contenido, Linz y Ste-
pan introducen en sus análisis nacionales 
y trans-regionales distintas variables 
independientes descuidadas o subva-
luadas en las anteriores versiones de la 
“transitología”; por ejemplo, los niveles de 
estatalidad, la distribución de las identi-
dades etno-lingüísticas y las variaciones 
del contexto internacional. Y sostiene su 
relevancia con total convicción, especial-
mente en los contextos post-comunistas. 
Sin embargo, en términos rigurosos, los 
autores no pretenden ofrecer una “teoría 
de la democratización”. Linz puede sólo 
tangencialmente ser vinculado a algo 
delimitado y rigurosamente estructurado 
como lo es una teoría.12 A pesar de ello, su 
enfoque (muy parecido al del ensayo con-
tenido en The Breakdown of Democratic 
Regimes) es proponer (en una introducción 
de 83 páginas) un amplio conjunto de cate-
gorías curiosamente generales, mediante 
las cuales es posible ordenar el gran vo-
lumen de información producidas por el 
proceso de cambio de régimen y valorar si 
ello producirá una sólida democracia. 
12 Esto puede explicar algo que me ha desconcertado 
cuando he comenzado a pensar en la composición de 
este ensayo. Consultando la que es considerada por 
algunos la más autorizada evaluación del estado actual 
de la ciencia política, A New Handbook of Political 
Science, editado por R. E. Goodin y H-D. Klingemann 
(1996), el nombre de Juan Linz no aparece en la lista de las 
“luminarias” (Apéndice A1.C) que con mucha frecuencia 
son citadas por distintos autores, sugiriendo que él 
ha dado un pequeño o quizá ninguna contribución a la 
disciplina en su conjunto. Y una cosa aún más bizarra, es 
que resulta citado a duras penas en los cuatro capítulos 
sobre política comparada, incluso en aquel dedicado 
exclusivamente ¡al estudio de la democratización! 
Hecho que encuentro del todo abiertamente absurdo, 
mi primera reacción fue la de atribuirle la culpa a la no 
equilibrada composición del grupo de autores. Muchos 
de aquellos con los cuales Linz ha tenido estrechas 
relaciones de colaboración son citados: por ejemplo, S. 
M. Lipset, S. Rokkan, R. Dahl, A. Lijphart, G. Sartori. Mi 
opinión es que los estudiosos que pueden ser asociados 
a una particular “teoría causal” o “método innovador” 
son proclives a obtener un mayor reconocimiento. 
Quien como Linz ofrece un “enfoque” (muy difícil para 
imitarlo), y abra caminos nuevos que innoven más sobre 
el plano conceptual y menos al ofrecer una explicación 
general de algún problema particular, es menos proclive 
a terminar en la lista de los “notables”, a pesar de que su 
influjo, con base en las citas o en el impacto de ellos en 
la investigación de posgrado, haya sido mucho mayor. 
Linz y Stepan son pródigos —típicamen-
te— en sus definiciones de la variable de-
pendiente. A su parecer, la consolidación 
de la democracia tiene tres ámbitos: com-
portamiento, desempeño y constitución. 
No avanzan ninguna explícita suposición 
sobre la relación temporal y causal entre 
estos tres componentes, pero aquello 
que produce este resultado es la capaci-
dad de todas, en sinergia, de generar una 
situación política duradera en la cual “la 
democracia deviene el único juego en la 
ciudad”. Es inútil decir que esto no equiva-
le al final de la historia —a pesar de que las 
democracias más consolidadas pueden 
repentinamente disolverse—. Y tampoco 
significa que sólo un tipo de democracia 
se consolide (incluso si no existe alguna 
explícita discusión sobre los distintos 
tipos de democracia que podrían estar en 
la actualidad “en el mercado”). De los estu-
dios de caso es evidente que la calidad de 
las democracias que han surgido varía en 
modo considerable. 
En esta definición, encontramos nue-
vamente muchas de las características 
antes observadas en la definición de régi-
men autoritario. No sólo es difícil e incon-
veniente para operacionalizar, sino que 
sus componentes “estratificados” pueden 
no ser igualmente significativos para cada 
caso en particular y casi invariablemente 
no son co-variantes. ¿Qué debemos hacer 
de la distribución de frecuencia de las 
respuestas sobre preguntas tan vagas 
como si la democracia es preferible frente 
a cualquier otro tipo de régimen?, ¿y por 
qué deberíamos confiarnos tanto sobre 
el dato comportamental que sugiere decir 
que no existen grupos significativos que 
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 19
01
pretendan seriamente tirar el régimen de-
mocrático o llegar a la secesión? Irónica-
mente, fue el propio Linz, en su contribu-
ción al libro The Breakdown of Democratic 
Regimes, quien argumentaría que no es 
extraño que los más peligrosos opositores 
de la democracia hayan sido actores que 
eran considerados como democráticos, y 
que creían estar luchando únicamente por 
salvar o mejorar a la democracia misma. 
¿Esto debería obligarnos a concluir que 
seguramente todas están ya consolidadas 
porque virtualmente ninguna democracia 
nueva en el mundo contemporáneo tiene 
partidos abiertamente anti-democráticos 
(ni siquiera los ex comunistas pueden ser 
considerados como tales)?, ¿y qué decir 
de los muchos países en los cuales existen 
manifestaciones demasiado escépticas 
respecto a la democracia a partir del cómo 
la experimenta el público de masas, y sin 
embargo ningún partido abiertamenteanti-democrático atrae un conjunto de se-
guidores significativos y la mayor parte de 
los ciudadanos y de los políticos actúa de 
acuerdo con las normas constitucionales?
En mi trabajo sobre la consolidación 
de la democracia, me concentré sobre la 
tercera dimensión (aunque vacilaría en 
definirla constitucional, dado que muchas 
de los procedimientos de base más impor-
tantes y regularmente acatados no son 
incluidos en un documento único y for-
mal). Mi estrategia fue la de concentrarme 
exclusivamente sobre el procedimiento 
mediante el cual los políticos alcanzan 
o no un acuerdo sobre reglas recíproca-
mente aceptables del juego que regula su 
competición y cooperación, en un número 
seleccionado de aquellos que defino “re-
gímenes parciales” (Schmitter, 1998). Al 
término, una vez que estas normas se han 
consolidado, pienso que se deberían to-
mar en cuenta las posibles implicaciones 
en los terrenos del “comportamiento” y en 
el “desempeño”. Obviamente esto implica 
la hipótesis de que el proceso de consoli-
dación necesite, en primer lugar, que los 
gobernantes sean “inmovilizados” (piégés, 
en la penetrante expresión francesa) y 
obligados a jugar a la política según de-
terminadas normas generalmente demo-
cráticas; sólo así, sucesivamente habrá 
algunas razones para esperarse que los 
ciudadanos seguirán seleccionando los 
partidos “apropiados” y conformándose 
con las normas “apropiadas”. 
¿Cuándo pueden volverse confiables 
las expresiones a favor de la democracia 
y los comportamientos con relación a los 
partidos, si son controlados por personas 
que aún no saben cuáles serán las reglas 
y que no pueden, por consiguiente, haber 
experimentado sus efectos? Obviamen-
te, pueden existir excepciones —por 
ejemplo, cuando el periodo de gobierno 
autocrático ha sido breve y los recuerdos 
de las anteriores prácticas democráticas 
todavía están vivas en la mente del públi-
co— pero deben ser reconocidas como 
tales, y no se les debe permitir trastornar 
el proceso general. 
Un segundo problema nace del modo 
con el cual Linz y Stepan definen y miden 
la variable dependiente en cada uno de 
los estudios de caso. Es loable que ellos 
hayan buscado especificar los momentos 
exactos en los cuales culmina la transición 
de régimen e inicia la consolidación. Por 
ejemplo, en el caso peculiar de Portugal, 
parece que ambos procesos se verifica-
rán el mismo día, ¡el 12 de agosto de 1982! 
En otros lugares, según los autores, la 
transición termina y sólo posteriormente 
inicia la consolidación. Pero, ¿qué sucede 
si estos dos procesos, como pasa con fre-
cuencia, son diferentes, se yuxtaponen 
y duran más de lo previsto? La simple ra-
tificación de una constitución (o la elimi-
nación de algunos poderes autocráticos 
residuales de una constitución anterior, 
como lo hizo Portugal en aquel fatídico día 
“La definición de Linz fue puramente 
inductiva y carente de nexos apriorísticos 
respecto a la teoría dominante”.
20 
[ SOCIEDAD ABIERTA ]01
de 1982) podría no asegurar la existencia 
de un acuerdo sobre los procedimientos 
fundamentales, a pesar de que éstos sean 
implantados eficazmente. Linz y Stepan, 
en efecto, tienen razón cuando sostienen, 
oponiéndose a estudiosos como Samuel 
Huntington y Adam Przeworski, que no es 
suficiente que las elecciones sean perió-
dicas y conducidas en modo “libre y co-
rrecto”, pero quedan agnósticos sobre la 
necesidad de “construir” normas recípro-
camente aceptables sobre materias como 
las contrataciones entre capital y trabajo, 
las garantías para las distintas formas de 
propiedad y las garantías de protección 
social mínima y que den como resultado la 
consolidación de la democracia moderna.
Y como si todo esto no fuese ya muy 
complicado, Linz y Stepan sostienen 
también que, ya que los tres estratos se 
combinan y garantizan el status de la de-
mocracia como “el único juego en la ciu-
dad” para el futuro previsible, por lo me-
nos cinco distintas arenas deben también 
sostenerse recíprocamente para producir 
dicho resultado: 
1. La sociedad civil; 
2. La sociedad política; 
3. El gobierno de la ley; 
4. El aparato del Estado; 
5. La sociedad económica. 
Algunos de estos factores causales no 
son exclusivos de la democracia (por 
ejemplo, el aparato del Estado y la socie-
dad económica); algunos son específi-
camente democráticos (por ejemplo, la 
sociedad civil y quizá la sociedad política); 
otros se refieren más a la unidad en la cual 
el régimen tiene lugar (por ejemplo, el 
aparato del Estado y el gobierno de la ley); 
y finalmente, algunos se refieren a prerre-
quisitos (presumiblemente) pre-políticos 
(por ejemplo, la sociedad económica y 
quizá el gobierno de la ley). Como sucede 
con frecuencia en el trabajo de Linz (y de 
Stepan), la discusión que argumenta la 
relevancia de cada una de estas arenas 
es rica en observaciones históricamente 
fecundas extraídas de una abundancia de 
casos. Lo que no es usual es que utilicen el 
lenguaje “funcional” de la necesidad, que 
implica que, de algún modo, una arena es 
necesaria porque otra actúa eficazmen-
te —sin especificar, sin embargo, cuán 
necesaria es cada una o si debe anteceder 
a la otra—. Estoy convencido de que una 
hojeada rápida a la mayor parte de las 
democracias liberales “reales” revelaría 
no sólo una considerable variabilidad en 
la forma y en el contenido de cada una de 
las cinco arenas, pero también expresaría 
que no todas actúan necesariamente re-
forzándose mutuamente. 
En la sección final de su introducción 
teórica a Actors and Contexts, Linz y 
Stepan se acercan a la formulación de 
una teoría ortodoxa o probabilística y 
falsificable, sobre la consolidación de los 
regímenes. Para ello, conectan a las dis-
tintas probabilidades de éxito de la con-
solidación de la democracia, condiciones 
específicas y empíricamente observables 
como: 1) la estructura institucional y el 
tipo de liderazgo del antiguo régimen; 2) 
la identidad y el grado de control de quien 
inicia la transición; 3) la política exterior 
de los países vecinos (particularmente 
de aquellos países hegemónicos en la re-
gión); 4) el Zeitgeist de las plausibles ideo-
logías políticas en un particular momento 
en el tiempo; 5) la probabilidad del apren-
dizaje político por medio de la difusión 
de una experiencia de democratización a 
otra; 6) el impacto del desempeño econó-
mico sobre la legitimidad del régimen (en 
el cual los autores ofrecen una argumen-
tación mucho más sutil de las general-
mente ofrecidas); 7) el tipo de ambiente de 
la formación de la constitución. 
En los estudios de caso posteriores, 
las complejas (y con frecuencia únicas) 
interacciones entre estos actores y sus 
contextos son narrados con mayor de-
talle, y aprovechados para producir esti-
maciones más discretas del hecho de que 
un particular país se encuentre sobre el 
camino de consolidar su apropiada forma 
de democracia. 
En esto, en su última gran obra, Linz 
(con su co-autor) no ha hecho otra cosa 
que arrojar los fundamentos para una 
nueva sub-disciplina de la ciencia política 
y de la sociología política, que yo he defi-
nido, contrariando a muchos, “ciencia de 
la consolidación”. En efecto, la piedra es 
muy grande, pero sólo su uso (y abuso) 
por parte de los estudiosos posteriores 
establecerán si es demasiado sólida al 
grado de soportar todo el peso y el trabajo 
de investigación al cual será puesta. En su 
estilo típico del pasado, Linz ha construido 
estos fundamentos respetando la com-
plejidad y la contingencia de este difícil y 
controversial proceso. No ha recurrido a 
la estilización de las preferencias del actor 
ni a la banalización de sus selecciones. No 
se ha limitado a codificar una masa de da-
tos, a estimar sus asociaciones y a extraer 
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 21
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inferencias estadísticas.Y una cosa aún 
más sorprendente, ni siquiera cae en la 
tentación de sugerir “soluciones rápidas” 
o “balas de plata” respecto del tema de la 
consolidación de la democracia. 
Digo esto porque en su trabajo más 
reciente, Juan Linz se ha vuelto muy ins-
titucionalista —en el mejor sentido del 
término, es decir, un “institucionalista 
histórico”—. Incluso, está bien informado 
y es sensible a propósito de la importancia 
de insertar a los actores en sus pasadas 
secuencias de interacciones (y no sólo en 
una serie temporal o en la interacción del 
mismo juego), para no atribuirle demasia-
da importancia a los “hechos estilizados”, 
a los “resultados optimales a la Pareto” y a 
los “equilibrios de Nash” de los llamados 
“neo-institucionalistas”. Ha seguido (con 
Stepan y otros colaboradores) una serie 
de intuiciones sobre la relación (a su pa-
recer) análoga entre instituciones espe-
cíficas13 y los logros positivos o negativos 
de la democratización. A pesar de que 
jamás lo ha considerado como “solución 
rápida” o “balas de plata” ha sostenido 
que el parlamentarismo (Linz, 1990a) y el 
federalismo (1990b) producen logros posi-
tivos distintos de los gobiernos ad interim 
(Linz y Shain, 1995) y del presidencialismo 
(Linz, 1990b). Y según Linz, “el sultanato” 
es abiertamente un punto equivoco de 
partida (Linz y Chebabi, 1998). 
Francamente, este enfoque que ofrece 
un estudioso formado como sociólogo po-
lítico me deja un poco perplejo. Siempre 
he sostenido que uno de los credos fun-
13 Los gobiernos at interim, las formas presidenciales 
y parlamentarias del Ejecutivo, los sultanatos y, más 
recientemente, las ordenaciones federales.
damentales de este tipo de científicos po-
líticos es el hecho de que ninguna norma, 
ley u ordenación institucional formal o in-
formal, tendrán el mismo efecto indepen-
dientemente del contexto socio-histórico 
en el cual están insertos. Mi preocupación 
inicial era (y creo haberla extraído de Linz, 
et. al., 1981) que “ello (el efecto) depende” 
del por qué algunas comunidades políti-
cas con la misma configuración institu-
cional general tienden a variar tanto en 
estabilidad, eficacia, duración, legitima-
ción, etcétera.
Mi segunda preocupación es que la 
explicación para esta diferenciación 
se encuentra con frecuencia en las di-
ferencias del cómo, cuándo y en cuál 
secuencia estas configuraciones se han 
corroborado históricamente. 
Cinco principios de interpretación
Por consiguiente, concluyo esta breve 
biografía intelectual exponiendo las lec-
ciones que he aprendido personalmente 
de la lectura de los trabajos de Linz, escu-
chando también sus presentaciones, par-
ticipando en los debates o, simplemente, 
conversando con él en el transcurso de 
todos estos años. Por desgracia, jamás fui 
formalmente su alumno o co-autor, pero 
lo considero uno de mis mentores. 
Según mis cálculos, le debo cinco prin-
cipios fundamentales de interpretación 
macro-histórica. He intentado, sin duda 
no siempre con éxito, usarlos con cohe-
rencia en mi trabajo. Por lo que sé de Linz, 
él jamás ha formulado explícitamente es-
tos principios. Ni siquiera estoy seguro de 
que reconocerá su paternidad o si los sus-
cribirá todos. Antes bien, estos principios 
son “joyas” de aquel tipo que Linz genero-
samente (incluso si no siempre conscien-
te) ha diseminado entre las líneas de su 
trabajo y en el curso de sus participacio-
nes en conferencias y seminarios. A veces 
es difícil que sus auditorios las recojan 
dado que están sepultadas bajo aquella 
avalancha de materiales empíricos e in-
cursiones en temáticas “laterales” que 
caracterizan su inimitable estilo oratorio. 
Y también son el producto de una larga 
experiencia sobre la política y la sociedad, 
y de un saber enciclopédico sobre ellas. 
Juan Linz ha tenido muchos colaborado-
res y estudiantes, pero ha tenido pocos 
imitadores y, desafortunadamente, no 
soy uno de ellos.
Las cosas no son como eran antes. Este 
es una máxima, particularmente, extra-
ña para un estudioso profundamente 
“histórico” en su saber y en su enfoque. 
La mayor parte de los historiadores “pro-
fesionales” realizan muchos esfuerzos 
con la intención de convencer a la gente 
de que nada ha cambiado y que, por tal, 
sólo sabiendo lo sucedido “entonces o en 
aquellos tiempos” se puede comprender 
lo que está sucediendo en el presente. 
Irónicamente, he aprendido esto de Linz 
a propósito de los partidos políticos —una 
de sus preocupaciones desde sus prime-
ros escritos—. En algún momento arrojó la 
observación de que “los partidos no son lo 
que fueron una vez, y no podemos esperar 
que realicen aquello que han hecho en 
casos anteriores de democratización”. Lo 
anterior lo cito de memoria; incluso, lo he 
introducido en el título de un ensayo que 
22 
[ SOCIEDAD ABIERTA ]01
difiere de la tradicional ortodoxia entre los 
científicos políticos que estudian la de-
mocratización, según la cual “si entende-
mos bien a los partidos, todas las piezas 
estarán en su lugar” (Linz, 2001). 
Lo que produce el fin de algo no es lo 
que producirá lo que le seguirá. Supongo 
que este principio debería atribuírsele a 
Fritz Stern, historiador y colega de Linz 
en Columbia, pero yo lo he tomado de 
este último. Su locus clasicuss es la Re-
pública de Weimar. Si es posible sostener 
que para 1931 la república democrática 
estaba condenada, y que su caída estaba 
“sobredeterminada” por un conjunto muy 
obvio de factores convergentes, esto no 
explica por qué le siguió el nacionalso-
cialismo. Algunos de los mismos factores 
pueden ser introducidos en la compleja 
cadena causal, pero también un gran 
número de factores nuevos. Por consi-
guiente, cuando Linz analiza la caída de la 
democracia, no afirmaba que ello expli-
que la naturaleza y el tipo de autocracia 
posterior. Y ni siquiera la caída de los 
regímenes autoritarios en Europa me-
diterránea y América Latina pueden ser 
explicados, simplemente como una in-
versión de los factores causales de base 
del anterior cambio de régimen. Guiller-
mo O’Donnell y yo hemos sostenido esta 
tesis en nuestro libro Transition from 
Authoritarian Rule: Tentative Conclusion 
about Uncertain Democracies (Schmitter 
y O’Donnell, 1986), desarrollándola ul-
teriormente en la hipótesis tentativa de 
que los actores responsables de la caída 
de la autocracia no son, con frecuencia, 
aquellos que juegan un papel guía en la 
consolidación de la democracia. 
Podemos analizar algo sólo después de 
haberlo clasificado. Linz siempre ha sido 
un vigoroso clasificador, a pesar de que no 
siempre lo ha hecho de modo sistemático. 
No sólo le debemos el “descubrimiento” 
de los rasgos característicos de los re-
gímenes autoritarios, diferenciados de 
aquellos democráticos y totalitarios, sino 
que ha dedicado una gran atención a la 
identificación de los subtipos de esta cla-
sificación inicial. Es también el inventor 
de la primera y quizá única tipología tridi-
mensional en ciencia política (Linz, 1975).14
Virtualmente no hay algún libro o artí-
culo reciente de Linz que no inicie o con un 
completo sistema clasificatorio o con una 
fundamental distinción conceptual (por 
ejemplo, entre Ejecutivos parlamentarios 
y presidenciales). De esto se evidencia 
que es sólo a través de una identificación 
14 Se trata del último capítulo del Handbook of Political 
Science, editado por F. Greenstein y N. Polsby, cuyo 
número de páginas asciende a 236, ¡por encima del 
número convencional de páginas de un libro¡ Sospecho 
que este quizá sea el artículo más largo que jamás se 
haya publica en ciencia política o sociología.
preliminar de la categoría general a la cual 
el caso o los casos pertenecen en aquella 
particular época, que es posible desarro-
llar la comparación y extraer inferencias 
válidas sobre el plano causal. Además, 
si combinamos esta máxima con

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