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1 PRÁCTICA DE VUELO (DESDE EL SALÓN AZUL) TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE LA BIBLIOTECA CENTRAL DE LA BUAP OTOÑO DEL 2019 COORDINADOR: ROBERTO MARTÍNEZ GARCILAZO PRÁCTICA DE VUELO (DESDE EL SALÓN AZUL) TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE LA BIBLIOTECA CENTRAL DE LA BUAP OTOÑO DEL 2019 En portada: Joan Miró Vuelo de la libélula frente al sol 1968 PRÁCTICA DE VUELO (DESDE EL SALÓN AZUL) TALLER DE CREACIÓN LITERARIA DE LA BIBLIOTECA CENTRAL DE LA BUAP OTOÑO DEL 2019 COORDINADOR: ROBERTO MARTÍNEZ GARCILAZO 7 ÍNDICE 9 Prólogo 11 Adriana C. Espinosa 19 Aime Victory Soriano 29 Alejandra Fuentes Serrano 37 Alejandra Padilla Villalobos 45 Diego Armando Canalizo García 49 Joel Yahir Quinto Sánchez 57 Karla Sarahí Fuster Betanzo 65 Marco Antonio Torres Rojas 73 Óscar Antonio Rosas Narváez 85 Yunuén Lases Vargas 8 9 Con el título “Práctica de vuelo (desde el salón azul)” rendimos ho- menaje a Carlos Pellicer, y nos acercarnos a lo trascendente por me- dio de las alas hechizas de la literatura. Porque en sentido contrario a la opinión generalizada nosotros podemos volar: las muchachas y muchachos1 que forman la Genera- ción de Otoño del 2019 del Taller de Creación Literaria de la Biblioteca Central de la BUAP durante 15 sesiones y a partir de las 13:00 horas volaron a través del tiempo en el cielo trascendente de la poesía, la narrativa y la filosofía. En efecto, pertenecen a los linajes de Faetón, Ícaro y Luzbel. Este libro contiene, además de sus narraciones originales y sin- gularísimas, dos homenajes colectivos imitativos a dos piezas magis- trales de la poesía hispanoamericana: “Gracias”, de Oliverio Girondo; y “Mi corazón se amerita en la sombra”, de Ramón López Velarde. Este libro es la primera publicación de una nueva generación de escritoras y escritores universitarios. Es otra órbita de la renova- ción cíclica de los días. Carlos Pellicer los patrocina: “…y las palomas vuelan. En la aritmética del vuelo se mueve el cielo y el salón se vuelve esférico hori- zonte. Un viraje profundo y regresan las palomas y son notas musicales, claves de misterios, silencios de sabidurías. Vuelan las palomas y el cielo canta in- descriptibles, perturbadoras y bellísimas canciones.” PRÓLOGO (Dr. Roberto Martínez Garcilazo) 1Es parte de un verso de Miguel Hernández: Beso que va a un porvenir / De mucha- chas y muchachos / Que no dejarán desiertos / Ni las calles, ni los campos. 10 11 Adriana C. Espinosa Facultad de Derecho y Ciencias Sociales 12 13 GRATITUD A todos los desconocidos por conocer Gracias mañana fría cálida húmeda. Gracias tierra rica pobre. Gracias vergüenza valor cordura locura verdad mentira miedo coraje. Gracias a los árboles, a la luna a la noche al cielo a las nubes al calor a los soles a la arena a la lluvia 14 a la desesperación a la paciencia. Muchas gracias al maguey, a los sabores al aroma al color a la embriaguez a la locura a la madrugada a las notas a la guitarra a los dolores al amor. Gracias por la dicha, por la pena por el júbilo la tristeza las risas por el llanto y triunfo derrota guerra paz bosques montañas ríos mares desiertos. Gracias a lo que fue, a lo pasado, a las memorias las letras las historias los libros 15 el cacao la luz el deseo los sueños la vanidad. Muchas gracias desconocido, Gracias presente. Gracias futuro, incertidumbre. Gracias obscuridad. Muchas gracias por tanto. Muchas gracias nada. Aunque honestamente, no gracias. 16 MIRADA A OTRO MUNDO (ELLA) Para Laila y su eterno baile Primero fue una luz, un destello, como volver a nacer; sentir el líqui- do salado correr por las manos y el cuello, las piernas intentando no ceder a la gravedad del miedo, y el corazón latiendo con la velocidad de una estrella que atraviesa el firmamento. Los ojos se abren lentos, con el sigilo de alguien que teme ser descubierto por la mirada de otros, o la sorpresa de encontrar un mundo nuevo. Los parpados se alzan suavemente; la fuerza que antes los hacía sucumbir en la obscuridad, ahora los hace abrirse en medio del éxtasis. El vértigo inunda al cuerpo y el estómago hace un esfuerzo sobrehumano para no regresar el nervio por la boca. Los reflectores la dejan perpleja, el disparo de la luz pinta de blanco la escena, hasta que las manchas, que interrumpen la mirada como fuegos articúlales, se disuelven y permiten reconocer el colosal escenario. La pintura de siglos pasados imprime un sentimiento de nostalgia, mientras la piedra esculpida siglos atrás invita a pensar en la firmeza de un monumento donde aún queda algo de belleza. El oído entra en juego cuando el maes- tro de la orquesta alza el brazo y guía la melodía hacia un viaje de dos, res, y mis, que invitan a soñar. Entonces el nudo se atora en la garganta, e inevitablemente se retrae el corazón; por su mente pasa la vergüenza y la indecisión pero es más el sentimiento y el deseo, de sentirse libre, de bailar. Porque no existe libertad más grande y entera que la del cuerpo moviéndose en dirección del espíritu, del corazón. Los pies avanzan tímidos, uno detrás del otro, llevando sobre sus puntas el cuerpo de una esfinge, pero más aún, elevando los sueños de una dama que se cree un cisne. Como un instinto, los pies y brazos se abren y cierran dando vueltas por todo el escenario, salta, corre, y una tímida sonrisa se esboza apenas en el rostro, pues 17 aun cuando la felicidad es grande, la interpretación del papel debe ser mayor. Todo ocurre tan pronto, que el estruendo del público es abrumador cuando por fin el violín ha dejado de tocar. El telón cae y la penumbra regresa. Ahora cierra los ojos y sigue soñando. 18 19 Aime Victory Soriano Facultad de Administración 20 21 GRATITUD Gracias, cielo Estrellado, Fuego Abrigador. Gracias frio Constante Despertar. Gracias pudor Violeta Hechizo Destino Lágrima El desdén Paz Gracias a las hojas A la mañana A la nostalgia Al calor A la pasión A los sueños A la danza A la soledad A la música A la angustia Muchas gracias al Sol A los relámpagos Al mar 22 Al llanto A la tormenta A la semilla A la tarde A la piedra A los crepúsculos A la eternidad. Gracias por el humo Por la ebriedad, por el hambre Los ojos Las emociones Por lo normal de hoy Y lo extraordinario de mañana Tiempo Enojo Viento Lluvia Reflejo Belleza Ciclo Tierra. Gracias a la locura A lo firme A los labios Las rosas La memoria La impotencia El coraje El sonido El sudor Los gritos La respiración. Muchas gracias perro Gracias risa 23 Gracias agua Silencio Gracias sangre Muchas gracias por todo Muchas gracias. Aime Victory, Agradecida. 24 PRESA Para Max Miércoles un día cualquiera, quizá el menos importante de la semana, una lluvia intensa azotó contra el pequeño poblado y Kara salía del súper más cercano de su nuevo “hogar” o al menos ella pre- fería llamarlo así para no sentirse extraña por el hecho de que vive sola con su perro; las compras incluían un buen vino para celebrar con su amigo su ascenso en el trabajo. Llegó a su auto viejo pero con- fiable, le dió un par de vueltas a la llave hasta que por fin prendió, con los limpiadores al máximo condujo cinco kilómetros hasta llegar a su garaje, pero aun así fue en vano el intento de cubrirse de la lluvia. Encendió la luz de la primera sala, haciendo que su fiel compa- ñero se despertara y fuera a recibirla, se observó en el espejo e hizo una mueca al ver que venía completamente mojada y necesitaba un baño o de lo contrario se enfermaría, así que goteando del cabello colocó sus bolsas con compras en la cocina para después subir las escaleras, que al igual que la mayoría de la casa crujía, pasando por las habitaciones se sintió extraña, como si el calor de la casa hubiera aumentado un poco, como aquella ocasión que sus dos mejores ami- gos vinieron a visitar su nueva residencia, se sentía como si toda la tarde hubiera tenido visitas. Su habitación se encontraba al final del pasillojunto con un baño privado, ella suele quitarse la ropa incluso al llegar a casa, pero esta ocasión sintió que debía desvestirse en su habitación e incluso encendió algunas luces extra; al llegar a la comodidad de su habi- tación, cerró la puerta. Comenzó a llenar su bañera con el agua ca- liente y mientras lo hacía sentía como la ropa pesada por la lluvia se deslizaba por su cuerpo. 25 Entrar a la bañera fue todo un deleite para sus pies, tobillos, piernas, manos y brazos; cerró los ojos momentáneamente, pero en realidad ni ella misma sabe cuánto tiempo estuvo así, ella piensa que fue lo suficiente para que la música que colocó en su celular agotara su batería y sus manos se arrugaran por el agua. Tomó la toalla que tenía lista y comenzó a secarse el cuerpo y el cabello; pero de momento pego un grito al tiempo que las luces se prendían y apagaban, “Es un corto por la lluvia, no seas tonta Kara” pensó al mismo tiempo que salía del baño, los relámpagos ilumina- ban esporádicamente la habitación apagada y las ramas se sacudían contra la ventana, creando un ambiente extraño para ella, su ritmo cardiaco iba en aumento, incluso podía sentir la sangre correr a tra- vés de su cuello, confirmando su ritmo acelerado sin necesidad de tomar su pulso y su respiración trémula comenzaba a aparecer de poco a poco, sus sentidos comenzaron a agudizarse haciendo que comenzara a oír como la llave del lavabo goteaba de una manera constante y escuchó un ruido fuera de la habitación, no muy fuerte pero lo suficiente para llamar su atención. Apresurada se colocó una playera que cubría casi la mitad de su cuerpo y se dirigió a la puerta, tomo el pomo de la puerta y sol- tó un jadeo pequeño al darse cuenta que la puerta se encontraba sin pestillo, pero ella misma dudaba si en verdad lo había colocado antes de entrar al baño, dió un paso atrás con nerviosismo y comen- zó a buscar su celular para ocupar la linterna, “maldición” mascullo mientras comprobaba que se encontraba muerto, pero sabía que en un cajón debía de estar la lámpara que su amigo Kristoff le había de- jado y revoloteo sus cajones pero solo para encontrar que alumbraba de manera tenue, no lo suficiente para ver a más de dos metros, aun así podría tener un propósito diferente, serviría para defenderse. Presa de sus pensamientos abre la puerta y su primer instinto es llamar a su perro con un silbido, espera unos segundos, lo llama por segunda vez y de pronto comienza a oír un crujido en la escalera y libera el aire de sus pulmones que no sabía que estaba aguantando e incluso esboza una pequeña sonrisa, pero ese sentimiento de alivio no dura mucho al prestar atención al ruido de la escalera, porque en realidad solo oyó uno y se suelen oír varios, como si alguien solo 26 hubiera dado únicamente un paso y se quedara esperando en la es- calera. Regresa sin esperar un momento más a su habitación, cerran- do la puerta detrás de ella y asegurándose de poner el seguro, con nerviosismo comienza a buscar el cargador de su celular en su bolso lleno de cosas que este momento le parecen innecesarias tenerlas ahí, la desesperación comienza a surgir y vacía todo el contenido encima de la cama pero no tiene suerte al recordar que lo dejo den- tro de su auto, un nudo en la garganta comienza a formarse por el miedo; ese mismo miedo es un impulso cargado de adrenalina, abre la puerta solo para encontrarse un silencio sepulcral a lo largo del pasillo ahora oscuro, sin saber que sucedió con la iluminación, con pasos ligeros y temblorosos sale de la habitación, llegar al interruptor de la lámpara e intenta encenderla, pero está fundida. Observando hacia todos los ángulos posibles del pasillo avan- za, dirige su mirada al suelo, está mojado e intenta pensar si ella fue la que dejo los pequeños charcos de agua o si fue alguien más, antes de llegar a la parte de arriba de la escalera eleva el brazo con la linter- na entre sus manos como método de defensa, pero para su alivio se encontraba vacía, con dedos temblorosos busca el botón de la lám- para. Toma una respiración profunda y baja los escalones, a la mitad nota que la ventanilla por donde suele pasar su perro se encontraba abierta así que esa podría ser la respuesta del porque no contestara su llamado, ese pensamiento la distrae y cae al vacío, intenta sujetar- se, es inútil, cae por percatarse del charco de agua que se encontraba en el siguiente escalón. Su caída fue estruendosa y dolorosa, su cabeza se golpeó con la lámpara que llevaba entre las manos, la contusión causo que su vista se llenara de puntos negros haciendo que su visibilidad disminuyera acompañada de lágrimas de miedo, dolor y angustia; el dolor en su cuerpo se empezó a hacer notable, sus costillas le dolían a un punto de no querer ni respirar, el sabor metálico de su sangre inundaba su boca, era demasiada sangre, comenzó a toser en un intento de sacar ese líquido desagradable; se colocó sobre su costado e intentó poner- se de pie, con quejidos logro apoyarse en una pequeña mesa, respi- 27 rando agitadamente en un triste intento de querer calmar su dolor. La lluvia cesaba pero su temor no, escuchó una vez más un crujido, esta vez en el piso de arriba, el pánico comenzó a apoderase de sus pensamientos, “Aquí soy presa fácil”, pensó, así que práctica- mente a rastras logro llegar a la puerta principal pero las llaves no se encontraban donde deberían, desesperada y llena de dolor se dirigió a la cocina con la esperanza de que ahí estuvieran y así fue, se encon- traban junto a sus compras y las llaves de su auto; las tomó y entre lloriqueos llegó a la puerta abriéndola y caminando lo más rápido que pudo, incluso con todos sus impedimentos llegó a su auto pero no encendía, furiosa y asustada comenzó a golpear el volante. Ya no sabía qué hacer, estaba herida, sin teléfono, sin manera de comunicarse, sola. Puso sus manos en su rostro y comenzó a llo- rar una última vez antes de que un extraño tocara la ventana de su auto, despavorida intento salir del otro lado del auto, pero la figura que estaba a su lado abrió la puerta y tomó su brazo con firmeza lastimándola. -¡Suéltame! -Kara, tranquila, por favor, qué sucede. Ella reconoció casi de inmediato la voz de su amigo, y lo abra- zó lo más fuerte que pudo a pesar de sus golpes, tartamudeando y llorando trato de contar todo lo que le paso; estaba totalmente con- vencida de que alguien irrumpió en la tranquilidad de su hogar. Él encontró explicación a todo, ella sin quedar convencida del todo de- cidió salir esa noche para olvidar lo ocurrido y atender sus contu- siones. “La mente tiene el poder de transformar tus peores miedos y agrandarlos hasta hacerte perder en tu entorno”, se dijo a sí misma para tranquilizarse. O, quien sabe, tal vez si había alguien muy cerca. 28 29 Alejandra Fuentes Serrano Facultad de Ciencias Biológicas 30 GRATITUD Gracias sonido naranja, dulce libertad. Gracias manos esfuerzo dolor. Gracias deseo pétalos invierno índigo creación plenitud chocolate esperanza. Gracias a las hojas al firmamento, al rayo de sol a la calidez, a la sombra al petricor a la luz al vino a la tierra a la tormenta a la luna plateada. Muchas gracias a los mentores al café, al alba 31 a la voz a las aves a la música a los poetas a la soledad, a los amigos al terciopelo a cada estrella. Gracias por la lluvia por los fracasos y las abejas, constancia enseñanza rechazo tristeza amor inocencia valor curiosidad paciencia dificultad misericordia virtud. Gracias a lo que se encuentra, a lo que se pierde, al verde a la memoria al hogar al horizonte al fuego a las historias al arrullo maternal a la mar y a la brisa otoñal. Muchas gracias flor silvestre. Gracias simplicidad. 32 Gracias niebla, jardín. Gracias frío. Muchas gracias por todo. Muchas gracias. Alejandra Fuentes, agradecida. 33 MI CORAZÓN SE AMERITA Mi corazón, anhelante,se amerita en el silencio yo lo levantaré ante la oscuridad como faro encendido disipando las sombras que gobiernan la noche y al verlo romper sus cadenas, yo, decidido me entrego en la doliente libertad de quien de entre sus manos ve partir un gorrión perdido Mi corazón, anhelante, se amerita en el silencio Dulzura, temor, desprecio…, todo le es amado y alimenta su insondable necesidad bajo el precio de sus esperanzas, afanes y su sueño dorado. Mi corazón, anhelante, se amerita en el silencio Es la respuesta y la sinceridad, yo lo levantaría para guiarlo en paciencia a reconocer la utopía del manojo de nubes que coronan la montaña, y de la cumbre majestuosa a la que danzan los vientos, el resplandor que ansían palpar los ojos hambrientos. Mi corazón, anhelante, se amerita en el silencio sobre la superficie del mar, azul oscura, ha de navegar como solitario velero al horizonte crepuscular Así extirparé la enfermedad de mi certeza tambaleante que será inalcanzable para la duda rampante asistiré con una mirada perspicaz a la gala de tesoros, talentos y paz y habrá en mi corazón el clamor de mil voces dispuestas a encontrar su verdad entre las hoces. 34 ESCAPE El día transcurre y corro huyendo de los episodios monótonos y las paredes grises, de la incertidumbre del mañana y de los malos olores de lo cotidiano; me asfixia la frivolidad. Corro un poco más, estoy cansada, me detengo. Cierro los ojos y presento mi plegaria en si- lencio, aprieto con fuerza los párpados e imploro misericordia con desesperación. Ante mí, la naturaleza clemente y pródiga de belleza se apiada de mi pesar y se permite el rescate de mi condena, me concede la entrada a sí misma y me refugio en ella. Me encuentro en el vestíbulo de su interior, un espléndido recinto engalanado por diversas obras de arte, incontables, ante las que ni siquiera puedo decidir cuál con- templar. En medio, se alza una imponente escalera tallada en raíces y tallos, iluminada por el resplandor crepuscular, el cual me atrae con fuerza casi magnética y al que no me puedo resistir. Me acerco y piso con fuerza el primer escalón, el segundo, el tercero; me aferro al barandal con todo el vigor que tengo. A esta altura puedo mirar mejor a través de un gran ventanal que da a lo que parece ser el jar- dín del mundo: hortensias, geranios, tulipanes, girasoles, rosas de todos colores, y cientos de plantas y flores más que ni siquiera po- dría nombrar se atavían con el brillo que les proporcionan las gotas de una ligera llovizna reciente en presencia del Sol, todas se visten con la gloria propia de los lirios que ni siquiera el rey Salomón pudo igualar. Al continuar ascendiendo me encuentro ante una obra sin igual. Mis ojos siguen las nubes, acuarelas violáceas en el lienzo azul del cielo, a mis pies, me encuentro con la danza de los minúsculos mosquitos, que, cada uno emparejado con un rayo de luz, tomados entre sí, giran formando volutas etéreas, que se suman a los orna- mentos que enmarcan todo este cuadro. Al subir algunos peldaños más, la algarabía de los vientecillos, al levantar en sus brazos los pa- 35 palotes infantiles, cimbran mis oídos, los llenan con silbidos melódi- cos que a los cuatros puntos cardinales entonan libertad. Estoy a punto de llegar, lo siento y ante la expectativa de en- contrar más esplendores, caigo en la cuenta de que la luz crepuscular ha dejado de iluminar mi andar, es necesario darme prisa. Finalmente alcanzo el último escalón, me encuentro ante las puertas de miles de aposentos que aguardan más maravillas; pero ya no hay tiempo por hoy, y es entonces cuando me recibe la última ave del atardecer, la dulzura sutil que abraza en calidez el corazón y ciega en naranja la vista del horizonte. Puedo respirar. 36 37 Alejandra Padilla Villalobos Facultad de Físico Matemáticas 38 GRATITUD Gracias amanecer atardecer resplandores fulgores. Gracias íntima idílica figura. Gracias sombra intenso hamaca irracional caníbal cumbre delicia prohibido. Gracias a la inquietud a la pintura, a la sabiduría al carmín a las mujeres, al incauto a los fugaces a la tropical, a la magia a la dualidad a la inmensidad. Muchas gracias a la labia a los perdidos, al último 39 al canto a los corales, al chiquito al sonido, a la ira a la paz a la historia. Gracias por la corazonada, por la gracia, por el cielo la carne la suavidad por el hielo de él y fuego de ella, inerte impar deslavado deseo, escena luciérnaga lago promesa. Gracias a lo tibio, a lo oscuro, a las pupilas las marinas las dementes, los conscientes los fantasmas la corriente, la memoria el miedo las manecillas. Muchas gracias compañero, Gracias dolor, Gracias calidez, 40 avidez, Gracias tranvía. Muchas gracias por todo. Muchas gracias. 41 MI CORAZÓN SE AMERITA Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Al saberlo aquél día, como lágrima de niño que se rebela ante el único argumento a negar; y al verlo disimular la imagen, yo lo acojo y me solapo en la inocencia desnuda que entiende, entre risas y pactos, la quimera del edicto. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Pasión, delirio, equilibrio… todo le es desorden y enardece su impasible debatir, sus afligidos argumentos y su viejo concertar. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Es la esperanza y la descorazonada… Yo me lo arrancaría para dejarlo en solitario a recorrer la veteranía, la crianza de la cultura en la cara del ajado, el tratado silencioso de los monjes, los mendigos, y el patrimonio sutil de la corona. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Aunque el tiempo pasé yo lo he de aclamar como cegado temerario a la jungla legal. Así asimilare el liarse del simpatizante, será notable por la izquierda y por la derecha, arriesgaré con certidumbre mudable a las carentes disertaciones del país, y habrá en mi corazón una lealtad que ceda la nostalgia y gratificación de la calma. 42 RE-VELAR/VELAR A todo aquél que vea el porvenir Las personas ya no iban y venían, la ansiedad que me causaban las multitudes desapareció. Los altos edificios se erguían por encima de los sueños; la infraestructura de concreto no fue la única que perdió el piso, la tecnología se abrió paso entre la rendija, la ventana, la pan- talla, la pupila, la confidencialidad, la autoridad, la seguridad y hasta en los secretos más profundos que nadie podría adivinar. Los medios no eran masivos, sino inclusivos, o eso dijeron. El cincuenta por ciento de lo que percibía tu oído en un día tendría los clásicos anuncios de consejos de estabilidad física y emocional, abordados como “Bienestar de vida y dignidad”. Era una gran coinci- dencia que esa misma semana hubiese salido al mercado un produc- to lleno de gadgets para siempre estar enterado de tus sugerencias de vida; lo personalizabas y adaptabas a todos los electrónicos en tu casa. Y ese fue el problema. Se llegó a tener todo al alcance de un clickeo, no de la mano, de un click. Todos anhelaban la consagrada felicidad o el equilibrio divino, haciendo más fáciles y llevaderas las sendas de la vida. Todo automá- tico, rápido, con cientos de atajos a cambio de unas monedas. Esfor- zarse por algo se transmuto en sinónimo de pobreza o ingenuidad. La era digital no sólo era una rutina de robots y humanos anclados a sus configuraciones; las benditas conexiones con el mundo se sa- lieron de control, las redes sociales pasaron de mantener el contacto con familiares y amigos, a saber absolutamente todo sobre cualquie- ra. Inocentes aquellos que alguna vez dieron a conocer su historia a través de la web, fue su perdición. Tener una conexión implicaba privacidad cero lo quisieras o no, no podías saberlo. Y como si se tratara de hacer un pago del banco en una aplicación, la interacción humana se realizó estrictamente a través de las pantallas, un atajo 43 más que agregar. Las personas dejaron de esforzarse, convivir, preocuparse, dejaronde enfrentarse a las personas, los problemas o cualquier si- tuación que pudiese contraer un conflicto. Las personas perdieron la osadía de sus corazones, de a poco prefirieron ocuparse por los números de sus cuentas que de los sentimientos en sus violentadas mentes. El futuro no fue como lo pintaban, las máquinas, y su re- belión contra el hombre, jamás pasaron. Pero eso no hizo un mejor futuro. Sé cómo manejar una máquina, sé cómo obtener facilidades y atajos en mi vida. He visto la perdición de mi entorno, de mi fami- lia, de mis lugares favoritos; nuestros avances artificiales remarcaron nuestros defectos, dejaron en claro cuan fácil es retroceder. Entonces tuve pánico pero jamás he tenido tanto terror como ahora, miedo latente a la absorción de mi humanidad. 44 45 Diego Armando Canalizo García Facultad de Derecho y Ciencias Sociales 46 47 TIEMPO Despertaras a un paso del abismo, enigmático vacío que envuelto en oscuridad canta un aterrador silencio y en cuyo fondo se observa, con plena seguridad, la incertidumbre. Dominado por tu miedo intentaras huir y así sabrás que tus pies enterrados están y que tus manos sangran por las cadenas. Censuraras tu vista buscando olvidar tu desgracia, pero el abis- mo enterrara agujas en tus ojos que aun cerrados sentirán el dolor. La desesperación de tu espíritu desgarrará tus cuerdas y colap- sará tus pulmones hasta que en un acto de resignación aceptarás tu destino y escucharás al abismo. Te darás cuenta de que el silencio pregona libertad con una trompeta asordinada por la seda y que al ya no necesitar tus piernas para caminar al vacío te entregaras. Tu alma contemplará la desintegración de tu cuerpo y cuando sea completa la fusión con el abismo un horripilante estruendo te despertará. 48 49 Joel Yahir Quinto Sánchez Facultad de Ciencias Físico Matemáticas 50 51 GRATITUD Gracias luz blanca, encendida oscuridad. Gracias pupilas águila voladora. Gracias serenidad azul dulce llama, viviente sentimiento inusitado locura. Gracias al rocío, a la mañana, a la necesidad al éxtasis a las sombras, a la introversión a la piel a la fantasía, a la música a la lluvia a la poesía. 52 Muchas gracias a la llovizna, a los insectos, a la magia al misterio al pensamiento, a las flores al aroma a la belleza, a los presentimientos a los sueños a la noche. Gracias por la diversión, por la soledad, por el agua, el tacto la sensibilidad, por la idiotez y la sabiduría, tristeza miedo alegría furia, a la nostalgia pérdida ilusión amor. Gracias a la creación, a la destrucción, a la visión el vuelo al búho, los ríos el arcoíris la lucha, la sanación 53 la sonrisa la ensoñación. Muchas gracias existencia gracias dualismo gracias vida, muerte. Gracias día muchas gracias por todo. muchas gracias. Joel Yahir, agradecido. 54 MI CORAZÓN SE AMERITA Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. En algún lugar sin luz, como ente perdido Buscando la salida de un laberinto hundido; Y al oírlo gritar, yo sufro Porque la tristeza me invade rápidamente Como los ríos al fluir por la pendiente. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Amor, miedo, ilusión…, todo le es vulnerable, Y se afecta, a escondidas, tan hondamente En los precipicios de su inestable relieve. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Entre desgracias y alegrías… su grito silencia, Solo quiere escapar de la oscuridad en derrota, Para ver el aura de sentimientos en contra, Y así, sentir la dicha de un placer concedido Y sacar la lava de algún suspiro escondido. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Desde la montaña más alta yo lo dejaré caer Como las noches descienden al amanecer. Así destrozaré las cadenas de la vida inerte, Y volaran las pupilas en cualquier dirección Para mostrar, fugaz, con rostro alegre A cualquier experiencia de gran tesón. Y ahora en el corazón la llama se incendia Al revelar el estallido que se me encomienda. 55 LA ESPERA EN EL BULEVAR Recuerdo las calles grises, las aceras solitarias y el viento muerto como presagio de aquel día. El sol quemaba como infierno, las som- bras tristes de los árboles me producían nostalgia y los autos deam- bulaban perdidamente, como idiotas sin vida. Aquella mañana mi hermana me despertó como cada día, tan risueña al amanecer, con su cabellera negra desordenada sobre sus hombros, los ojos de almendra y con su aura protectora que siem- pre me invadía y me hacía sentir bien y muy querido. Salimos, mis padres no estaban; caminamos por las avenidas, las casas se erigían con la pintura descascarada y el perro de la vecina ladró como si fuésemos fantasmas; mi hermana iba alegre y yo con un temor inex- plicable, como si la tranquilidad mañanera hubiese desaparecido al cerrar la puerta. En mi mente seguía el ritmo de nuestras pisadas, eran las úni- cas. La gente se ausentaba por el día cuando era fin de semana. Nos dirigimos al bulevar más cercano, mi hermana le encantaba ese lu- gar. Se pasaba de un carril a otro, de una calle a otra como una niña y yo la miraba desde el peldaño de alguna casa. Seguimos nuestro rumbo enmedio del desolado lugar arbolado. Después de los mu- chos comentarios banales que intercambiamos, me contó que estaba enamorada. Quedé sorprendido. Sus palabras se repetían una y otra vez en mi mente. Mi hermana, sí, mi hermana estaba enamorada. Me cubrió una sombra de tristeza, tuve frio mientras me relataba su his- toria de hace cuatro meses. Mi hermana era mayor, sin embargo, fue custodiada por mis padres como si fuera una niña sin crecer, lejos del entorno, de la rea- lidad, envuelta en una atmósfera de frágil felicidad. Ella tan ingenua, despertó y se enamoró. 56 Terminado su relato, me dijo que su amado vendría por ella al bulevar. Recuerdo cuando llegó el joven, su corpulencia me cohibió y el que se llevase a mi hermana me pareció una pesadilla. Mientras se retiraban, alegremente, me dijo “Luego vuelvo Patricio”. Me había llamado por mi nombre y antes nunca lo había hecho. Mi realidad se tornó solitaria igual a ese lugar donde ella rom- pió nuestro lazo, rompió la burbuja de nuestra hermandad y me dejó solo. Yo, por mi parte, de manera literal, hice caso a sus palabras de despedida y esperé allí a que volviera. El día caía, el sol se ocultó, las nubes anunciaron lluvia, todo se pintó de noche y en los carriles los autos prendieron sus luces. Seguí esperando… extrañaba su sonrisa, el olor de su perfume, sus abrazos acogedores, su empatía, su comprensión. Empezó a llover y los autos aumentaron como un torbellino, las luces me cegaron, las gotas resbalaron por mi rostro, desespe- radamente traté de divisar la silueta de mi hermana. Los autos que circulaban, me parecieron muertos, insensibles. Pasaron minutos y horas. Bajo ese diluvio un auto se estacionó cerca de mí. Se abrió la ventanilla, era el enamorado de mi hermana. Rodeé el auto, pregunté por ella. Entramos en una discusión, yo preguntando y él negándome su existencia. Se retiró como lo había hecho antes, pero ahora iba sólo en el auto azul. Me quedé parado escuchando el tintineo de la lluvia, añorando mi vida de ensueño donde ella existía. Ahora ya no estaba, no había alguien para custodiarme y comprendí, en aquel momento, que nunca la volvería a ver. 57 Karla Sarahí Fuster Betanzo Facultad de Filosofía y Letras, UNAM 58 59 GRATITUD Para quienes me han acompañado en aquellos momentos de caída y triunfo. Muchas gracias. Gracias viento blanco, aliento perfumado. Gracias cobija oveja deshecha. Gracias valor violeta canto fogata, batalla suerte rendición culpa. Gracias a las aves al mar al susurro al temor a los golpes, al grito al pie a la mano, 60 a las máscaras a la lluvia a la tristeza. Muchas gracias al peligro a la noche, al odio al engaño a la astucia, a la familia a los amigos a los inhumanos, a los cristales al dolor a la serenidad. Gracias por la fiesta, por el abrazo por el profesionista el guardián la cautiva, por el recuerdodel muerto y del recién nacido, dulzura madurez polvo lágrima, libros fotos despedidas fastidios. Gracias a lo que viene, a lo que se va, a la belleza la salud los ilusos, 61 los pasillos el agobio las heridas, el champán la melodía el triunfo. Muchas gracias mariposa. Gracias hogar. Gracias rostro, soledad. Gracias sueño. Muchas gracias por todo. Muchas gracias. Karla Sarahí, agradecida. 62 MI CORAZÓN SE AMERITA Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Yo lo lanzaría al viento, como dragón de papel que desafía la tempestad para mantenerse en vuelo; y si llego a verle caer yo corro a su encuentro y sano sus heridas como una niña que lucha, con gran valor, por aquello que es bello. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Alegría, llanto, paz… sólo es una ilusión y guía esperanzadamente a toda ingenuidad, vocaciones inocentes anhelos de ficción. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Es el tesoro y el débil eslabón… Yolo escondería para que sólo los elegidos cruzaran el muro de espinas, la gran coraza de metal y agua que le rodea, los dardos envenenados lanzados en su defensa, los golpes y las fugaces sonrisas que revela. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra. Desde la torre más alta yo lo dejo partir como ave herida que disfruta su última danza. Así destrozo la vana ilusión del rescate soñado, será el llanto de una niña lo último que deje oír, guardaré con decepción la delicadeza que aseguraban propia de una princesa, y surgirá e mi corazón le espada defensora que probará a todo aquél que logre cruzar las espinas. 63 SOLTAR O DIAMANTE DE CRISTAL Para Jesús y Alejandro Veo el nudo que he atado en el cordel del globo que llevo sujeto en la mano y pienso en mi garganta, la sensación de asfixia me invade de nuevo por el río que he bloqueado con una gran roca. Sé que sentiría alivio si… No. Sacudo mi cabeza ante la idea. ¡Me niego a abrir mi mano, soltar el nudo y remover la inmensa roca! No puedo. En este momento me siento como una de esas figuras de cristal que se encuentran en la repisa de la sala. Mi favorita es aquélla con forma de diamante; sólo de forma es un diamante porque en reali- dad, detrás de esa imponente, equilibrada y bella figura, esconde su fragilidad. Debo admitir que es un objeto precioso, la forma en que distorsiona la luz para dejar ver destellos de diversos colores a su al- rededor me causa demasiada alegría; como si quisiera compartir su belleza con todo cuanto le rodea, llenar de luz los rincones de la re- pisa y mostrar a todos, al menos, una de sus angulosas y finas caras. Sin embargo, no es tan resistente como aparenta, un rasguño puede dejar marca para toda la vida o ser una herida mortal, y un golpe certero la haría añicos. Es triste y al mismo tiempo decepcionante, especialmente porque soy consciente de que, a pesar de reunir cada pieza y unirlas de nuevo, ya no sería la misma. Abrazos, apretones de mano, suaves sonrisas, lágrimas y pa- labras de pesar y aliento son los amables gestos que me dedican las personas que me rodean, y les correspondo el trato con un amago de sonrisa, palabras de agradecimiento, prestando algunas memorias para la conversación y ofreciendo café, pan o un asiento en la estan- 64 cia. Sé que hay cariño y honestidad en todos ellos, incluso tristeza, dolor y pena; pero hay algo que me inquieta: sus sombreros, abrigos, camisas, guantes, faldas y calzado son del mismo color. Negro. ¡Todo es negro! Es como si no hubiera necesidad de mirar por la ventana para saber que es un día oscuro y pronto llegará la noche. Es como si a esa figura de cristal que adoro, la guardaran en un cajón para remarcar su soledad, aislándola de cualquier rayo de luz. ¡No! De nuevo la sensación de asfixia. Necesito aire. ¡Tengo que salir de aquí! Me abro paso para dirigirme a la puerta, tratando de no ser tan brusca con los demás, de no tirar nada, y de no soltar mi globo. Parece que soy un tornado en medio del caos, una secuencia sin armonía de relámpagos, una débil lengua de fuego entre ramitas de madera. Sé que puedo hacer daño si no salgo de aquí, si no tomo aire, si no… ¡Mierda! “¡Sólo llega a la puerta y sal de ahí!” Me grito. Finalmente, después de estar a punto de echar a correr, alcanzo la perilla con mi mano libre y la giro para aventar la puerta y poder… Me paro en seco. No puedo ignorar los ojos café que me miran con tristeza, compasión y comprensión; ni su cabello oscuro desordena- do por la carrera con que ha llegado para evitar que yo haga una es- tupidez; mucho menos ignoro los brazos extendidos que me ofrece. Ha venido. Está aquí. Sin pensarlo, salto hacia mi mejor amigo y dejo que me envuel- va en un cálido abrazo y acaricie mi largo cabello. Es aquí donde me siento segura: sujeta a un salvavidas que no se mueve ante la fuerte corriente del río que al fin permito fluir, escondida en un refugio que me mantiene apartada de todo y de todos, sintiendo un viento suave que desarma al tornado y aleja a las nubes. Él me da ese pequeño impulso que necesitaba para soltar el globo y dejarle ir, a través del aire que sopla fuera de la casa, hacia su lugar con las estrellas del firmamento. Él es al único a quien le per- mito ver que soy un diamante de cristal. 65 Marco Antonio Torres Rojas Facultad de Medicina 66 GRATITUD Gracias silencio dulce, frio vaguedad. Gracias encierro vacío fugaz. Gracias sueño, camino indeciso búsqueda placer, insomnio empeño. Gracias al recuerdo al alba al beso al viento por la emoción el desencanto a la conciencia las letras a las lagrimas de despedida a América. 67 Muchas gracias a la noche al día a las aves al calor al frio al pecado al milagro a la incomodidad a la hermandad al asco a la desidia. Gracias por la infancia por el miedo a la muerte por la paz de lo finito las ansias los mitos el sol el rio el aroma por la esperanza del mañana por la salida por el dolor por las arañas por la ironía por el miedo por mis entrañas. Gracias a la memoria por el tiempo por el recuerdo el olvido por la muerte de los que no han vivido por el castigo de crecer al polvo a la tinta al sonido 68 al perfume a lo desconocido. Muchas gracias a las caricias Gracias a los huesos Gracias a la costumbre de volver por el mismo camino Gracias vida. Muchas gracias, por todo Muchas gracias Marco Antonio, Agradecido. 69 MI CORAZÓN SE AMERITA Mi corazón, leal, se amerita en la sombra De poder a mi Dios pasado rogaría Con una silenciosa letanía; por el olvido Por el descanso, por el placer de no sentir Cual mendigo rogaré al tiempo una amnistía, El imposible de volver y saborear de nuevo La esperanza bajo aquel árbol que reverdece Cada marzo y al que no puedo volver. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Por el cruel saber que a cada día a cada hora En cada paso y en todo momento me alejo más Y aun peor de ti, Si es que alguna vez estuvimos cerca Por qué la última vez que te vi Yo iba ganando la cuenta. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Por cometer el pecado de haber hecho un milagro Y convertir tu voz en un bien sagrado, Hoy no eres bienvenida, pero te sigo esperando. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Y me abandona, cuando en soledad Repito nuestro camino de vuelta Por qué a decir verdad me gusta que duela. Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Pues se ha vuelto pecador Renuncié a mi fe más rápido que a ti. 70 Entre tus entrañas llevas una vida ajena Que seguro te desbocará el corazón Mientras yo sustituyo el mío por la razón Por qué el cobarde entre sombras se quedó. 71 AL SUR DEL ALMA A mis hermanos y a Marco, mi otro hermano ¿Cuál será nuestra última queja? ¿Habrá sido suficiente? Si al final, olvidé la moraleja Y entre pasos y palabras Me convertí en un decadente Que apenas recuerda sus fallas. En medio de los días y largas noches Me perdí buscándome una historia Y encontré un puñado de razones Seguramente ninguna ha de darme gloria. Pero suficiente ha de ser Si consigo algopara soñar, Algunos a quienes perder Que velen los pasos que he de olvidar. Y aquel día sin saberlo nos vamos Emprendiendo un último viaje Entre el rumor y dolor que dejamos Esta vez no hay destino ni paraje. Con aversión y algo de esperanza Admiro el confuso camino que queda Traigo conmigo tinta y poca templanza Para hacer la experiencia menos cansada. 72 Y así al final escribiré una elegía Al montón de sueños y caricias Que rompí para llegar al final de la vía Encontrando un último significado mis primicias. 73 Óscar Antonio Rosas Narváez Facultad de Derecho y Ciencias Sociales 74 75 GRATITUD Gracias brisa Ira Desprecio Preocupación Gracias hilo Perro Pelo Gracias mierda Rojo Ceniza Virgen Azul Casta Juego Destino Gracias acosador Imaginación Al hombre A la creación Al pesar A la angustia A la resolución A los cuidados A la tristeza A la sensación A la vida Muchas gracias al asco A la delicia A los besos A las caricias 76 Al miedo Al negro Al silencio A la indiferencia Al ánimo A las victorias Al futuro Gracias por el delirio Por el pánico La hermandad Las almejas Los viajes Las sensaciones Los fracasos La culpa El color Los duro Lo gelatinoso Lo brillante El reto La tecnología La conexión Gracias a lo que cae A lo que se eleva A lo que sisea A la noche A la vigilia Al descanso Al corazón Al latir A la sangre Al despertar Al escribir Muchas gracias al olvido Gracias a lo nuevo Gracias a lo viejo El aprendizaje 77 Gracias al ciclo Muchas gracias por todo Muchas gracias… 78 MI CORAZÓN AMERITA Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Que quede oculto en la misma Bajo la luz de luna escarlata y los viento celestes Que marchitan todo a su paso Desde el amor de esa mujer que me nombra Hasta las nuevas mentes que en algún momento me llamaron sabio Mi corazón, leal, se amerita en la sombra Dejar la decepción de lado Creciendo como si de una garrapata se tratara Ejerciendo fuerza con el fin de apaciguar lo Mi corazón, leal, amerita en la sombra La confianza que espera impasible al elevarse A luchar contra monstruos, criaturas y titanes Pero la derrota se aproxima Cada vez que la frustración nos invade 79 UNA MANCHA Una pequeña mancha apareció en la punta de mi dedo medio, des- cansando bajo mí uña, como si fuese mugre atorrada dentro, usé mi lápiz para intentar sacarla, pero no funcionaba como si tinta se impregnara en mi piel. Decidí no darle importancia y continúe en mi trabajo, con la- varme la manos o usar desinfectante saldría con facilidad, pensé. Era hora de salir del trabajo que como de costumbre había sido una mierda, el jefe gritándome, mis compañeros unos idiotas y un sueldo miserable que apenas alcanzaba para mantenerme. Pero en fin, otro día mas había pasado, llegando a casa solo deseaba tirarme a la cama y dormir, fui a lavarme las manos lenta y cuidadosamente tallando cada centímetro con jabón, en el momento de secarlas con la camisa que traía puesta, noté que esa mancha seguía ahí debajo de mi uña, acerqué la mano a mi rostro para apreciarla mejor pero no parecía nada de otro mundo, posiblemente solo era un pequeño lunar o un moretón, en algunas ocasiones podía ser algo descuidado, ahora solo quería dormir. Me recosté boca abajo llevando ambas manos bajo las almoha- das e intenté descansar, pero sentí algo extraño, como si una espe- cie de insecto caminara sobre ellas, rápidamente contraje mi cuerpo sacando las manos revisándolas, no hallé señal de ninguna criatura extraña explorando mi cama, pero la sensación permanecía sobre mis manos, extrañado volví a recostarme. Mi despertador empezó a gritarme, abrí los ojos a la misma hora de siempre, el trabajo, la costumbre, con pereza me puse de pie tambaleándome lentamente de un lado al otro, caminando hacia el baño, entré y remojé mi rostro para despertar, al ver mi mano me sentí abrumado al darme cuenta que la mancha negra había crecido 80 lo suficiente como para abarcar la punta de mi dedo, pasé la yema de mi pulgar intentado removerla pero fue inútil. No le di importancia, continúe con mis asuntos, se me hacía tarde para ir al trabajo, al llegar a la oficina empezaron los problemas, mi jefe me gritó un sermón sobre la importancia de la puntualidad en el trabajo mientras escuchaba las risas ahogadas y los murmullos de mis compañeros. Llevé mis sudorosas manos hacia atrás, a mi espalda, mientras asentía con la cabeza a cada una de las exigencias y amenazas de ese estúpido cerdo al cual debía obedecer, mis manos hormigueaban como en la noche, especialmente mi dedo medio, así que cerré el puño con fuerza esperando que la sensación pasara. Cuando el jefe me exigió que continuara con el trabajo corrí al escritorio para poder revisar mis dedos, lentamente empecé a abrir las manos, vi que la mancha había crecido cubriendo toda la punta y la uña de mi dedo medio, nervioso, no podía dejar que alguien de la oficina lo viese, arranque un pedazo de papel de uno de mis informes que tenía en el escritorio y lo enrolle alrededor de mi dedo, lo envolví con cinta adhesiva asegurándome de que no se moviera. Me sentía muy cansado pero debía seguir con el trabajo o se- ria despedido, solo debía esperar algunas horas para ir al doctor, no creo que esto empeore en unas horas, pensé. Paso el tiempo y salí lo más rápido que pude para ir al doctor, la mancha negra empezaba a sobresalir ligeramente de mi parche improvisado y mis otros dedos empezaban a oscurecerse, fui con un doctor privado que conozco, era el único que me querría revisar a esta hora, llegué a su casa y toqué desesperadamente el timbre. Me sentía muy nervioso no podía dejar de temblar. ¿Por qué carajo no abría la maldita puerta? Pasaron largos segundos, un hom- bre en una bata de color purpura, como sus ojos, me miró molesto y con su aliento apestando a alcohol me preguntó “¿Qué quieres?” Empecé a explicarle toda mi situación mientras me quitaba el parche improvisado, el medico ebrio resopló y me indicó que entrara. En- tré, el medico ebrio cerró la puerta y encendió la luz mostrando un entorno digno de un chiquero: múltiples botellas y latas de bebidas alcohólicas tirada en el piso junto a caja de distintos tipos de comida a medio morder, el moho, el polvo cubriendo los muebles, el hombre 81 sujetó un encendedor y un cenicero lleno de colillas que estaba sobre la mesa, junto a una docena de platos sucios, sacó un cigarrillo de su bata de baño e intentó encenderlo, cuando logró prenderlo le dio un gran sorbo al tabaco, llenó sus pulmones, dio un par de tosidos, ex- tendió su mano para revisarme. Dudoso, acerqué mi dedo, dejando que lo revisara, lo miró lentamente mientras se retiraba el cigarro de la boca y dejaba caer unas pocas cenizas calientes sobre mis dedos, al sentir el ardor de retiré la mano rápidamente y la sujete contra mi cuerpo. “Qué raro” Exclamó el ebrio mientras seguía fumando. Sujete mi mano contra mi pecho dispuesto a irme de ese asqueroso y podri- do lugar. “Es como si tus dedos tuviesen una clase de necrosis pero aun tienes sensación en ellos, además tampoco tienen indicios de golpes o heridas que pudiesen afectarlos.” Lanzó la colilla de su ciga- rro al piso mientras se ponía de pie con dificultad y caminaba hacia la puerta. “Posiblemente sea una enfermedad de la piel, deberías ir a visitar a un especialista, yo te cobrare el doble por la hora.” Abrió la puerta indicándome que saliera. Saqué un billete de mi bolsillo y se lo lancé al piso mientras salía, molesto por la falta de interés de ese ebrio estúpido, escuché la puerta azotarse detrás de mí, me dirigí a mi casa. Entre cerrando la puerta detrás de mí, me senté en el piso sol- tando un suspiro mientras observaba mis manos temblorosas, el hormigueo comenzaba y vi como la mancha crecía y se extendía. Desesperado me levanté entre tropezones, corrí al baño, abrí la llave del agua caliente, esperando un par de segundos a que se calen- tara todo lo que pudiese,a tal punto que el vapor empezó a inundar la habitación, metí las manos en el agua caliente, el dolor era inso- portable, vi entre lágrimas como la mancha avanzaba en mi piel, mis dedos se retorcían de una manera antinatural, como si fuesen gusa- nos intentando escapar del pico de un pájaro. Alejé mis manos del agua caliente. El dolor era insoportable, giré lentamente mis manos, la piel estaba roja y llena de ampollas enormes y palpitantes. Estaba peor que antes, todos mis dedos estaban cubiertos por la mancha negra y tenían un terrible olor a podredumbre. Mucho dolor. Curé mis heridas; las mojé con agua fría, las cubrí con un par de trapos y 82 tomé un par de analgésicos. Tomé mi celular pensando pedir permiso para faltar al trabajo, pero pensé que la respuesta sería obvia, el cerdo maldito de mi jefe me diría que no, a pesar de ser una emergencia, ya lo había hecho antes ahora y ahora no sería la excepción. Estaba desesperado, se me ocurrió pensar que esto no era justo, me pregunté por qué me pasaba esto a mí. Cerré los ojos fuertemente aguantando el llanto. Mi mano derecha, con la que sujetaba mi celular, se alzó y con ira lanzo el celular contra el piso. Abrí los ojos al escuchar el golpe y confundido observé los res- tos de mi teléfono destrozado esparcidos por el piso. Miré mi mano: estaba cerrada, era un puño tembloroso. Después de unos segundos recuperé el control, me sentía ex- hausto y más confundido que nunca, tal vez si me iba a dormir todo estaría mejor. Tal vez todo era una maldita pesadilla que desaparece- ría mañana. Me recosté ocultando mis manos bajo la almohada con la esperanza de no volver a ver la mancha de podredumbre y peste al despertar. Mi despertador sonó violentamente, me levanté, mi cabeza punzándome como si mi cerebro fuese picado por mil avispas fu- riosas, la maldita alarma, la arranqué de la pared lanzándola al piso, caminé hacia el baño entre mareos y me abalancé al lavamanos vo- mitando un fluido viscoso color amarrillo, vi los vendajes, con los dientes arranqué el trapo y vi una mano más negra que el carbón. ¡Carajo! Debía ir al hospital pero no podía faltar al trabajo. Pensé que tal vez si le explicaba al jefe mi situación… Hice lo que pude para aparecer presentable, me coloque un par de guantes, nadie debía ver mis manos y me dispuse a ir al trabajo. Llegué una hora tarde. Todos me observaban caminar por el pasillo tambaleándome, mientras de mi rostro pálido caían enormes gotas de sudor como si estuviera en el desierto, debajo de los ardientes rayos del sol. Entre a la oficina de mi superior, con un gesto huraño me ín- dico que me sentara. Tomé asiento, intenté explicarle que necesita- 83 ba algunos días libres para ir atenderme medicamente, pero el muy desgraciado no me dejo terminar, se puso de pie y empezó a gritar y a mangonearme como ya era costumbre, intenté interrumpirlo pidiendo compasión, pero el cerdo no se detenía, disfrutaba sintién- dose superior, seguía humillándome. Cerré mis ojos fuertemente e intenté no escucharlo, pero seguía y seguía gritándome. Entonces mis puños se cerraron y empezaron a temblar. Repentinamente un silencio abisal inundó la habitación. Pensé que al fin era mi momento de hablar así que abrí los ojos, pero entonces observé como mis manos sujetaban el regordete cuello de mi jefe estrangulándolo con una la fuerza desconocida. Yo quería detenerme, quería soltarlo y correr, pero mis manos no me obedecían: mientras más quería soltarlo más apretaban. El gordo chillaba como un cerdo en el matadero y todo finalizo con un “¡crack!” proveniente de su cuello que rompí con mis manos. Recuperé el control y lo solté. De mis ojos manaban lágrimas de arrepentimiento. Repentinamente, la secretaria entro a la oficina, vio el cadáver del gordo en el piso, lanzó un grito, soltó los documentos, mi mano la agarró de la cabeza y la estrelló fuertemente contra el marco de acero de la puerta provocándole una muerte instantánea. Todos en la oficina me miraron horrorizados, corrí lo más le- jos que pude sin mirar atrás. Tiempo después estaba sentado en el sillón de mi sala, suje- tando el cuchillo más afilado que tenía e intentando cortarme las manos. Pero simplemente no podía. Lleve el cuchillo directamente a mi cuello para acabar con mi sufrimiento, pero tampoco podía suicidarme. Mis manos ya no eran mías, yo era de ellas. Escuché patrullas afuera del edificio y pasos corriendo hacia mi departamento. Si quería morir, pensé, solo tenía una alternativa. Me puse de pie y con el cuchillo en mano vi como la policía tiraba mi puerta de una patada, me abalancé contra ellos y dispararon. Caí fulminado, pero, sin embargo, seguía vivo. Me rasgué la 84 camisa y vi mi torso más negro que la noche y que la mancha avan- zaba rápidamente hacia mi cuello. Mis últimas palabras, antes de perder el control de mí mismo, fueron: “¡Temed, que ahora la luz está bajo mi mando y la prisión de carne ya no me contiene!” 85 Yunuén Lases Vargas Facultad de Derecho y Ciencias Sociales 86 87 GRATITUD Para ti, que te amé con cada partícula de mí ser. Tanto que acepté que tenía que dejarte ir. Sé feliz siempre, ama de nuevo y no pienses en mí. Yo por mi parte, “Espero curarme de ti” Gracias poema oportuno, noche hado. Gracias chaqueta motocicleta hechizo. Gracias sonrisa traviesa calma viento, quemadura cicatriz helado erotismo. Gracias a los besos al cigarro al alcohol a las mentiras a la fuga al lecho a las cejas a los lunares a la cercanía 88 al regalo a lo sublime. Muchas gracias a tu pecho a mi cabeza, al descansar a los dibujos a los poemas a los listones al balcón al desayuno a lo especial a tu mano a mi mano Gracias por la mentira por la indiferencia por el pasado el llanto el miedo por el frío de esa noche y la mañana, desengaño frustración desasosiego abandono, beso despedida andén adiós. Gracias a la que volvió para que me fuera, a las llamadas al aferrarse al extrañarte, al esperarte no dejarte pero abandonarte 89 al olvido al hogar al regresar. Muchas gracias amado. Gracias maldito desvergonzado. Gracias palabras, lacerantes. Gracias por no amarme. Muchas gracias por todo. Muchas gracias. Yunuén Lases agradecida. 90 ENTRE MONOS Y SANGUIJUELAS A la rubia, la castaña y la señora chismosa Las puertas se abrieron dando paso a una ola de gente apresurada, lista para acaparar los sitios disponibles en el metrobús y posar en ellos sus muy diversas retaguardias por los siguientes veinte o treinta minutos, hasta llegar a su destino. Es bien sabido que el transporte público es una ventana al rei- no animal y que cuando el metrobús llega a la estación se inicia una guerra no declarada, en que los hombres y mujeres como animales buscan acomodarse en cualquier sitio que les sea posible. Con un poco de suerte y sólo si son lo suficientemente rápidos acapararán un asiento y se adherirán a ellos como sanguijuelas, mientras que otros mucho menos afortunados actuarán como monos para suje- tarse y equilibrarse en un tórrido y extenuante viaje a su destino. Las sanguijuelas indiferentes, tan sordas como ciegas, se aíslan del mundo con un par de audífonos y un celular, mientras los monos celosos las observan acechándose también. Yunuén, repleta de maletas y con pocas ilusiones hacia todo esfuerzo posible para no caer, sujetándose fuertemente con una sola mano. Así pasó un rato, no sé si poco o mucho, una señora que se- guramente estaba de un mejor humor que cualquiera en ese sitio se levantó de su sitio dejándolo vacío. Parecía agradable, pensó Yunuén. Recordando como esa mu- jer con los ojos cerrados murmuraba una letra incomprensible de alguna canción ya olvidada. Podría parecer una acción muy simple, pero tanta sensibilidad la conmovía. 91 A su lado había dos jóvenes que charlaban despreocupadas so- bre escuelas particulares muy caras, las mensualidades quesus pa- dres pagaban, becas y hospedaje en la ciudad. Yunuén por su parte procuraba no escuchar, ya que tiene la terrible costumbre de atender las conversaciones ajenas en el transporte público. O aún peor, ini- ciar charlas con desconocidos sobre temas aleatorios. Una señora malhumorada, con cara de pocos amigos, se plan- ta a un lado de Yunuén acompañada con un señor de edad avanzada, se dirige a ella y a las otras dos muchachas para decir imperativa, “Mi papá está mal del pie, están en lugares reservados, denle el lugar”. Lo cierto es que en sentido estricto las jóvenes si estaban en asientos reservados, pero, aunque no fuera el caso, cualquier sitio por simple cortesía debe cederse a quienes más lo necesitan. Yunuén sabe eso bien y lo practica de sobra, haciendo méritos, supongo, para pasar por las puertas de San Pedro. Sin embargo, contrario a su cos- tumbre, no se ofreció para ceder el lugar al señor y dejó que las otras muchachas lo hicieran. Obviamente eso no fue de su agrado, es más fácil ser amables cuando las atenciones las da otra persona y tú sólo te pones a aplau- dir o en este caso a juzgar. Las jóvenes eran una güera y otra castaña. El asiento lo cedió la primera. Cuando se levantó mirando con re- proche a su compañera una señora que aparentemente había presen- ciado se puso a despotricar en contra de Yunuén. En realidad no entendió mucho, sólo algunas frases y palabras aisladas como “falta de cortesía”, “ella estaba más cerca”, “muy mal”, etcétera. La güera, la castaña y la señora miraron a Yunuén que ya bastante agotada de soportar a la gente, se puso a pensar que era muy fácil opinar cuando se pertenecía al mismo grupo, ya sea simios o sanguijuelas. Quizá si la señora estuviera sentada ni siquiera presta- ría atención a lo que no le incumbía. Quizá si la mujer que acompa- ñaba al anciano hubiera ordenado mejor sus palabras y se expresara con educación Yunuén gustosa habría cedido el asiento. Tal vez Yunuén debería dejar de preocuparse y observar su entorno. Aquí y quizá en ningún lado, nadie va a comprometer su comodidad a menos de que tenga una razón suficientemente fuer- 92 te para hacerlo ¿No?, “Vamos”, pensó Yunuén “Nadie puede ser tan bueno”. La razón de su disgusto no residía en el anciano, el señor no tenía nada que ver, obviamente no quería que el viejito ya medio cojo se cayera por el zangoloteo y terminara hospitalizado. El problema era el entorno, eran los ciegos, los sordos, los simios que se pisan entre ellos y las sanguijuelas que como ella, no estaban dispuestos a comprometer su comodidad. Aun así Yunuén nunca lo había visto con tanta claridad, pese a que podría parecer absurdo, sólo se trataba de un asiento en el metro. ¿O no? ¿Acaso la clasificadora y juiciosa Yunuén no había demostrado ser también una sanguijuela? Entendió que la sordera y la ceguera de las otras personas sólo era una manera de aislarse del resto, de no verse la cara, de ignorar la existencia de las otras treinta gentes que te tienes alrededor. “Pero por Dios, estoy tan cansada” pensó Yunuén. Pero no sólo de cargar maletas pesadas por una hora entera sino de los malditos discursos clasistas, el juego de la superioridad moral con dos mucha- chas y una señora que se sentía con la autoridad de apuntar a otros con el dedo. ¿Y es que en realidad importa? Probablemente tampoco se tra- taba de la gente del metrobus, que sólo pretendía llegar a su destino después de una jornada pesada de labores. Quizá era indiferencia lo que tanto perturbaba a Yunuén, la indiferencia de un mundo de ir y venir en fila, uno detrás de otro, de entrar y salir del transporte público, de la escuela, del trabajo, de los bares y tiendas del centro histórico. De buscar la mejor universidad en un ranking nacional, de quejarse de la distribución de los asientos y los vagones sólo para mujeres, de fingir sordera y sumergirte en un dispositivo móvil para ignorar lo mejor posible al de junto. No lo sé, pero posiblemente Yunuén debería dejar de pensar tanto en aquella situación e ignorar, como lo hacen todos, aquellos ratos en que nos vemos obligados a plantarnos uno frente al otro, en el metrobús. 93 MI ÚLTIMO DÍA No indagues, Leuconoe, no es lícito saberlo, qué plazo a ti y a mí nos habrán dado los dioses Horacio A mamá y papá que me aman de verdad I griega-u-ene-u-e-ene, deletreaba ella una y otra vez mientras un médico con gesto afligido tecleaba en su máquina de escribir. “¿Yunué?” Preguntó errando por tercera o cuarta vez. “No, no, Yunuén, con acento en la e”. Corrigió ella, aunque no tenía caso repetirlo, en menos de veinticuatro horas su nombre de- jaría de existir. Aquel médico de cana cabellera y rostro regordete también, se iría con la luz que se colaba por las ventanas, las aves que silbaban melodías distantes, las personas que charlaban impasibles al otro lado de la puerta del consultorio… ¿Qué importa ya? En unas horas dejarán de existir, se disolve- rán, se fundirán en silencio con la oscuridad. “Me temo señorita que es inevitable…” también lo inevitable dejará de existir, pensó Yunuén sin prestar demasiada atención al resto de información que le dio el médico, prefirió centrarse en el olor que despedía aquel anciano, era a tabaco, un fuerte olor que no es de cualquier cigarro. Un aroma penetrante que le recordaba al consultorio de su primer pediatra cuando era una niña pequeña. Un pediatra que fumaba atendiendo a una niña asmática, qué irónico ¿Verdad? 94 Ella movía sus pies rítmicamente con los ojos fijos en la bata del doctor pero la mirada perdida, invadida por el temor y la deses- peranza. Fue así que abandonó el consultorio y mirando las palmas de sus manos, rompió en llanto. Lloró por horas, o al menos así lo sintió. Las horas y los minutos se fusionaron en una sola unidad tem- poral. ¿De qué servía llorar ahora? Sus lágrimas también iban a des- aparecer, la gente cuchicheante que la miraba también desaparecería y callaría para siempre. ¿Qué importa su compasión? La compasión no regala tiempo pero tampoco desesperanza. Sólo sabía que, mien- tras sus piernas pudieran mantenerla en pie, seguiría caminando. No intentó ponerse guapa, sólo lamentó no haberse dado cuenta de lo hermosa que era, que era la más hermosa porque su belleza era la única que podría alcanzar. Debió haberse amado más. Tomó un bolso pequeño y un autobús a casa. Durante el tra- yecto se dedicó a mirar por la ventana el bello paisaje por última vez; las vedes colinas, el cielo azul e inmenso, las vacas pastando, la milpa tantos automóviles llenos de historias, de gente con destinos diferentes al suyo, con vidas emocionantes y emocionales. Quería mirar de nuevo aquel acueducto; el Acueducto del Pa- dre Tembleque, sabía su nombre porque lo había aprendido en clase de arte en preparatoria, en su otra vida, antes de su primera aventu- ra, antes de decidir que dejaría su vida cómoda y tranquila, de gente buena y de amor para perseguir sus sueños en otro lugar, que ahora abandonaba para no volver jamás. Había comprado un boleto de ida sin vuelta, para pasar por última vez cerca de aquella construcción antigua que siempre le indicaba que estaba cada vez más cerca de los brazos de mamá. Había dejado Puebla atrás, junto con sus amigos, sus colegas y su facultad. No volvería a verlos, ya no estaban más que en sus re- cuerdos que en pocas horas desaparecerían igual. Al poco tiempo pudo mirar el letrero se rezaba “Bienvenida a Tulancingo”. Supongo que muchos niños que crecieron allá tal como Yunuén, entendían que el sitio se llamaba Lancingo y cuando sus padres les decían “Bienvenido a Tulancingo” ellos lo tomaban con 95 un sentido de pertenencia, respondiendo a sus padres “¿Milancingo”. Y sí, claro que era suyo. Porque esos niños convertidos en hombres y mujeres que partieron lejos de su hogar saben en el fondo de su corazón que este siempre les pertenecerá. Será suyo siempre el jardín La Floresta en el que los payasosse ponen a contar chistes los domingos, los negocios de dulces que rodean la zona de juegos donde padres e hijos pasan tardes inolvida- bles, el cine del billar frecuentado por los estudiantes de preparato- ria, los árboles, las palomas que las ancianas alimentaban con pan y que los niños que pasan corriendo entre ellas haciendo que vuelen despavoridas. Los enamorados que se besan apasionadamente en vía pública, las amigas que del brazo caminan entre pompas de jabón. Al bajar del autobús pudo ver como todo cobraba sentido, se sumergió en un cálido abrazo de su padre, en la sonrisa franca de su madre, en la preciosa voz de su hermana Iris, la más pequeña de todas diciendo su nombre una y otra vez, y en su otra hermana, Ga- lilea que le dijo “Siempre olvido lo mucho que te extraño hasta que vuelves a mí”. Yunuén siempre volvería, porque eso no se iría nunca. De ahí no iba a desaparecer. Ellos no sabían, no debían saberlo porque si supieran que sería la última vez que la abrazaran lo harían distinto. Y ella, no quería nada diferente a todo el amor que ellos ya le brinda- ban. La más pura magia atemporal, el amor sincero. Recordó a su abuela, ella tampoco desapareció. Yunuén no desapareció en ella, así como Ema no desaparecería en Yunuén. Si algo sé, tanto como Yunuén que me ha acompañado en los momentos más oscuros de mí existir, es que el amor verdadero deja huella. Una huella eterna mágica, atemporal. “I griega-u-ene-u-e-ene” deletreó Yunuén por última vez, se- llando sus labios mientras la luz se apagaba. 96 UN LUGAR DE RECUERDOS Para alguien que quiero y aprecio con todo mi corazón: Quiero verte crecer hasta volvernos pasitas, verte cumplir tus sueños y ser muy feliz. La gente acostumbra salir a comer, a bailar, a tomar café o caminar en el zócalo de la ciudad. Pero nosotros preferimos ir al panteón, no sé decir porqué pero sabía que él sería la única persona con la que podría hacerlo. Entiende mi idioma, mi sintonía, mi vibración; tanto como yo la suya. Caminamos durante un buen rato por la ciudad; él un par de pasos por delante y yo intentando alcanzarlo mientras conversába- mos de todo y nada, cruzando calles y alamedas. Pasando frente a negocios y vendedores ambulantes, niños saliendo del colegio, seño- res, señoras, perritos andando sin rumbo y otros conducidos por su humano. Al llegar compré un ramo de flores, eran pequeñas con un sutil aroma que de alguna forma logró envolverme. Todos eran botonci- tos, pues al vendedor le pedí que me diera las más bonitas que tuvie- ra, quería regarlas, tenía que ser especial. Todo era tan bello, sereno y silencioso. En la entrada había magníficos mausoleos con grandes columnas, cúpulas y ángeles de piedra. Algunos tenían signos indescifrables que contaban historias, que a gritos intentaban explicar el origen y convicción de todas esas personas que ya no andaban por este plano terrenal. No dejaba de imaginarme la vida de esas personas; sus intere- ses, la época en la que existieron, sus amigos, su familia, sus sueños, penas, amores y pecados. Las tumbas eran tan viejas que algunas 97 databan del año 1800, creo que incluso podían ser más antiguas. Leíamos epitafios: “Si me necesitas llámame aunque no me po- drás ver ni tocar yo estaré cerca, y si oyes con tu corazón, escucharás a tu alrededor claramente mi eterno amor”; “Creo que mi redentor vive y de la tierra me he de levantar”. Transitábamos una tierra en la que el corazón escuchaba voces, el amor era para siempre y la fe se hacía presente. Supongo, que un dolor tan inevitable como la muerte del ser amado será soportable solamente con la promesa de rencon- trarlo en la eternidad. Me gustaba leer la palabra “Perpetuidad” en las tumbas, que según me explicó él, se refería a que no podrían quitarlas como ha- cían con otras, cada determinado número de años. Pero para mí simbolizaba otra cosa, no era un asunto administrativo sino un sen- timiento eterno e infinito: para mí era la manifestación pura y clara del amor, por eso la repetía una y otra vez entre murmullos. Yacían padres y madres, hermanos, hijos y amigos amados, pero también algunos olvidados. El olvido no perdona ninguna clase de sepulcro, va desde los mausoleos más grandes hasta las humildes tumbas solitarias sin cruz. La vida en un lugar de muerte se hacía presente. Los zanates, que siempre conocí con el nombre de brujas volaban bajo, mientras los colibríes tomaban con su pico el néctar de las flores, la mariposas revoloteaban de un sitio al otro trayendo tranquilidad, susurrando con el batir de sus alas un secreto que sólo se escucha si abres tú co- razón ¿Sabes que susurraban?: “Perpetuidad”. La vegetación se había apropiado del lugar, las ramas de los árboles levantaban el concreto, algunos sembraron milpas que se ex- tendieron hasta por tres tumbas más, otras tenían cactáceas y sucu- lentas, plantas con pequeñas flores moradas y hojas verdes; pues ese tipo de flor crece y se extiende con facilidad, incluso había algunas que estaban completamente cubiertas de flores. La naturaleza tarde o temprano recupera el espacio que el hombre creyó haber conquis- tado, A mis espaldas escuché la risa de un niño que corría hacia su abuela por el pasillo principal del panteón, ella lo recibía con los bra- 98 zos extendidos y una sonrisa en el rostro. La risa de un niño en un panteón es un tesoro para los muertos, estos lugares hacen que tanto vivos como muertos dejen marca, puedo asegurar que algún otro día, alguien podrá escuchar los pasos y la risa del niño y temerá, ignorante, que se trate de una aparición, pero es sólo que en luga- res sensibles los recuerdos se materializan, es como una pisada en el lodo que deja su marca. En la tierra seca también está, pero sólo en el lodo lo podemos observar. Podía percibir el amor, algunas tumbas con flores frescas, con ofrendas y decoración; pues se acercaba el Día de los fieles difun- tos y personas llegaban de todos lados al panteón para honrar a sus muertos. Algunos iban en familia, poniendo a sus niños una rama de ruda por consejo de las abuelas “Para que no se les suba el muerto”. Otros iban solos, como aquel anciano con un saco sobre la espalda que caminaba hacia algún sitio desconocido. Al igual que el amor, el dolor también era perceptible. Las pa- labras calladas, los rencores y el arrepentimiento se hacían presentes. En un grito inaudible, pero estremecedor. Cada vez que mi corazón temía, me sumergía en su abrazo, en su pecho y sus latidos me de- volvían la calma y la concordia. Un remedio para el alma, un refugio lejos del sufrimiento. Alguna persona había colocado hace poco tiempo una peque- ña ofrenda en la tumba de un familiar, El aroma de los tamales, el pulque, el pan y los dulces que había dejado despertó nuestro sen- tido del olfato. Además estaba decorado con papel picado, flores de cempasúchil y flores de terciopelo era tan hermoso que mis ojos se llenaron de lágrimas una vez más. Le propuse dejar las flores en las tumbas olvidadas, como un tributo para quienes ya no vivían en la memoria de nadie. Las ele- gimos juntos, ninguna de las tumbas a la que dejamos flores tenía nombre, no sabíamos si fue un hombre o una mujer, si actuó con be- nevolencia o lo hizo con maldad. Pero en realidad no importaba, era una ofrenda, era un “No te hemos olvidado” Aunque es cierto que hay gente que merece el olvido, el perdón enriquece a los corazones. Enterramos los tallos de las flores en la tierra, él me dijo que 99 hacerlo era darles una oportunidad, algo tan bello sólo puede salir de sus labios. Me gusta pensar que alguna de esas flores crecerá y llenará de vida al solitario sepulcro del olvidado. Me hinqué en el suelo para colocar la última flor, era una flo- recilla blanca para una tumba tan vieja que su cruz metálica ya no guardaba registro de la identidad. Le dije “Te traigo una flor” mien- tras hidrataba la tierra con un cubo con agua, parecerá a una locurapero fue entonces que la tierra se abrió dejando un agujero exacto para colocar la flor. Para mí eso significaba “gracias” Llevaba mucho tiempo soñando con llevar flores blancas a una tumba, como si mi espíritu lo necesitara. Rendida por el cansancio le pedí que nos sentáramos a des- cansar, el sol comenzaba a caer, pues muchas horas había pasado. Conversamos sobre los recuerdos, el pasado, la gente que por una u otra razón se ha marchado de nuestras vidas. Vimos cómo, con el sol, este día se marchaba y pensamos que al volver a salir mañana traería consigo otro día, una nueva opor- tunidad. Le dije que ese momento siempre lo recordaría, quizá más bello de lo que fue, y que las memorias de aquel tiempo a su lado con los años se alejarán más y más de la realidad. Le dije que al final sólo sería un recuerdo, a lo que él respondió “Toda la gente que está aquí ahora es un recuerdo”. Nos fuimos de ahí, tomados del brazo como viejitos, con el corazón tranquilo y la verdad yo estaba muy feliz. 100 El libro electrónico “Práctica de vuelo (desde el salón azul)”, que contiene la producción de la Generación de Otoño del 2019 del Taller de Creación Literaria de la Biblioteca Central de la BUAP, lo diseñó Miguel Ángel Martínez Barradas, en la Noble, Leal y Heroica Ciudad de Puebla de los Ángeles y Zaragoza, el domingo 10 de noviembre del año 2019. Para bien de México y solaz de los corazones enamorados. Colofón
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