Logo Studenta

PRAüCTICA-DE-VUELO--DESDE-EL-SALAÔÇN-AZUL--OTOAÔÇÿO-2019

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

1
PRÁCTICA DE VUELO 
(DESDE EL SALÓN AZUL)
TALLER DE CREACIÓN LITERARIA
DE LA BIBLIOTECA CENTRAL DE LA BUAP
OTOÑO DEL 2019
COORDINADOR:
ROBERTO MARTÍNEZ GARCILAZO
PRÁCTICA DE VUELO
(DESDE EL SALÓN AZUL)
TALLER DE CREACIÓN LITERARIA
DE LA BIBLIOTECA CENTRAL DE LA BUAP
OTOÑO DEL 2019
En portada:
Joan Miró
Vuelo de la libélula frente al sol
1968
PRÁCTICA DE VUELO
(DESDE EL SALÓN AZUL)
TALLER DE CREACIÓN LITERARIA
DE LA BIBLIOTECA CENTRAL DE LA BUAP
OTOÑO DEL 2019
COORDINADOR:
ROBERTO MARTÍNEZ GARCILAZO
7
ÍNDICE
9
Prólogo
11
Adriana C. Espinosa
19
Aime Victory Soriano
29
Alejandra Fuentes Serrano
37
Alejandra Padilla Villalobos
45
Diego Armando Canalizo García
49
Joel Yahir Quinto Sánchez
57
Karla Sarahí Fuster Betanzo
65
Marco Antonio Torres Rojas
73
Óscar Antonio Rosas Narváez
85
Yunuén Lases Vargas
8
9
Con el título “Práctica de vuelo (desde el salón azul)” rendimos ho-
menaje a Carlos Pellicer, y nos acercarnos a lo trascendente por me-
dio de las alas hechizas de la literatura. 
Porque en sentido contrario a la opinión generalizada nosotros 
podemos volar: las muchachas y muchachos1 que forman la Genera-
ción de Otoño del 2019 del Taller de Creación Literaria de la Biblioteca 
Central de la BUAP durante 15 sesiones y a partir de las 13:00 horas 
volaron a través del tiempo en el cielo trascendente de la poesía, la 
narrativa y la filosofía. En efecto, pertenecen a los linajes de Faetón, 
Ícaro y Luzbel. 
Este libro contiene, además de sus narraciones originales y sin-
gularísimas, dos homenajes colectivos imitativos a dos piezas magis-
trales de la poesía hispanoamericana: “Gracias”, de Oliverio Girondo; 
y “Mi corazón se amerita en la sombra”, de Ramón López Velarde. 
Este libro es la primera publicación de una nueva generación 
de escritoras y escritores universitarios. Es otra órbita de la renova-
ción cíclica de los días. 
Carlos Pellicer los patrocina: 
“…y las palomas vuelan. En la aritmética del vuelo 
se mueve el cielo y el salón se vuelve esférico hori-
zonte. Un viraje profundo y regresan las palomas y 
son notas musicales, claves de misterios, silencios 
de sabidurías. Vuelan las palomas y el cielo canta in-
descriptibles, perturbadoras y bellísimas canciones.”
PRÓLOGO
(Dr. Roberto Martínez Garcilazo)
1Es parte de un verso de Miguel Hernández: Beso que va a un porvenir / De mucha-
chas y muchachos / Que no dejarán desiertos / Ni las calles, ni los campos.
10
11
Adriana C. Espinosa 
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
12
13
GRATITUD
A todos los desconocidos por conocer
Gracias mañana
fría
cálida
húmeda.
Gracias tierra
rica
pobre.
Gracias vergüenza
valor
cordura
locura
verdad
mentira
miedo
coraje.
Gracias a los árboles,
a la luna
a la noche
al cielo
a las nubes
al calor
a los soles
a la arena
a la lluvia
14
a la desesperación
a la paciencia.
Muchas gracias al maguey,
a los sabores
al aroma
al color
a la embriaguez
a la locura
a la madrugada
a las notas
a la guitarra
a los dolores
al amor.
Gracias por la dicha,
por la pena
por el júbilo 
la tristeza
las risas
por el llanto
y triunfo
derrota
guerra
paz
bosques
montañas
ríos
mares
desiertos.
Gracias a lo que fue,
a lo pasado, 
a las memorias
las letras
las historias
los libros
15
el cacao
la luz
el deseo
los sueños
la vanidad.
Muchas gracias desconocido,
Gracias presente.
Gracias futuro,
incertidumbre.
Gracias obscuridad.
Muchas gracias por tanto. 
Muchas gracias nada.
Aunque honestamente,
no gracias.
16
MIRADA A OTRO MUNDO (ELLA)
Para Laila y su eterno baile
Primero fue una luz, un destello, como volver a nacer; sentir el líqui-
do salado correr por las manos y el cuello, las piernas intentando no 
ceder a la gravedad del miedo, y el corazón latiendo con la velocidad 
de una estrella que atraviesa el firmamento. Los ojos se abren lentos, 
con el sigilo de alguien que teme ser descubierto por la mirada de 
otros, o la sorpresa de encontrar un mundo nuevo. Los parpados 
se alzan suavemente; la fuerza que antes los hacía sucumbir en la 
obscuridad, ahora los hace abrirse en medio del éxtasis. El vértigo 
inunda al cuerpo y el estómago hace un esfuerzo sobrehumano para 
no regresar el nervio por la boca. Los reflectores la dejan perpleja, el 
disparo de la luz pinta de blanco la escena, hasta que las manchas, 
que interrumpen la mirada como fuegos articúlales, se disuelven y 
permiten reconocer el colosal escenario. La pintura de siglos pasados 
imprime un sentimiento de nostalgia, mientras la piedra esculpida 
siglos atrás invita a pensar en la firmeza de un monumento donde 
aún queda algo de belleza. El oído entra en juego cuando el maes-
tro de la orquesta alza el brazo y guía la melodía hacia un viaje de 
dos, res, y mis, que invitan a soñar. Entonces el nudo se atora en la 
garganta, e inevitablemente se retrae el corazón; por su mente pasa 
la vergüenza y la indecisión pero es más el sentimiento y el deseo, 
de sentirse libre, de bailar. Porque no existe libertad más grande y 
entera que la del cuerpo moviéndose en dirección del espíritu, del 
corazón. Los pies avanzan tímidos, uno detrás del otro, llevando 
sobre sus puntas el cuerpo de una esfinge, pero más aún, elevando 
los sueños de una dama que se cree un cisne. Como un instinto, los 
pies y brazos se abren y cierran dando vueltas por todo el escenario, 
salta, corre, y una tímida sonrisa se esboza apenas en el rostro, pues 
17
aun cuando la felicidad es grande, la interpretación del papel debe 
ser mayor. Todo ocurre tan pronto, que el estruendo del público es 
abrumador cuando por fin el violín ha dejado de tocar. El telón cae y 
la penumbra regresa. Ahora cierra los ojos y sigue soñando.
18
19
Aime Victory Soriano 
Facultad de Administración
20
21
GRATITUD
Gracias, cielo 
Estrellado,
Fuego
Abrigador.
Gracias frio
Constante 
Despertar.
Gracias pudor
Violeta
Hechizo
Destino
Lágrima
El desdén
Paz
Gracias a las hojas
A la mañana
A la nostalgia
Al calor 
A la pasión
A los sueños
A la danza
A la soledad
A la música 
A la angustia 
Muchas gracias al Sol
A los relámpagos 
Al mar 
22
Al llanto 
A la tormenta
A la semilla
A la tarde 
A la piedra 
A los crepúsculos 
A la eternidad.
Gracias por el humo
Por la ebriedad, por el hambre
Los ojos 
Las emociones
Por lo normal de hoy
Y lo extraordinario de mañana
Tiempo
Enojo
Viento 
Lluvia 
Reflejo 
Belleza
Ciclo 
Tierra.
Gracias a la locura
A lo firme
A los labios
Las rosas 
La memoria 
La impotencia
El coraje
El sonido
El sudor
Los gritos
La respiración.
Muchas gracias perro
Gracias risa
23
Gracias agua
Silencio
Gracias sangre
Muchas gracias por todo
Muchas gracias.
Aime Victory,
Agradecida.
24
PRESA
Para Max 
Miércoles un día cualquiera, quizá el menos importante de la 
semana, una lluvia intensa azotó contra el pequeño poblado y Kara 
salía del súper más cercano de su nuevo “hogar” o al menos ella pre-
fería llamarlo así para no sentirse extraña por el hecho de que vive 
sola con su perro; las compras incluían un buen vino para celebrar 
con su amigo su ascenso en el trabajo. Llegó a su auto viejo pero con-
fiable, le dió un par de vueltas a la llave hasta que por fin prendió, con 
los limpiadores al máximo condujo cinco kilómetros hasta llegar a 
su garaje, pero aun así fue en vano el intento de cubrirse de la lluvia.
Encendió la luz de la primera sala, haciendo que su fiel compa-
ñero se despertara y fuera a recibirla, se observó en el espejo e hizo 
una mueca al ver que venía completamente mojada y necesitaba un 
baño o de lo contrario se enfermaría, así que goteando del cabello 
colocó sus bolsas con compras en la cocina para después subir las 
escaleras, que al igual que la mayoría de la casa crujía, pasando por 
las habitaciones se sintió extraña, como si el calor de la casa hubiera 
aumentado un poco, como aquella ocasión que sus dos mejores ami-
gos vinieron a visitar su nueva residencia, se sentía como si toda la 
tarde hubiera tenido visitas.
Su habitación se encontraba al final del pasillojunto con un 
baño privado, ella suele quitarse la ropa incluso al llegar a casa, pero 
esta ocasión sintió que debía desvestirse en su habitación e incluso 
encendió algunas luces extra; al llegar a la comodidad de su habi-
tación, cerró la puerta. Comenzó a llenar su bañera con el agua ca-
liente y mientras lo hacía sentía como la ropa pesada por la lluvia se 
deslizaba por su cuerpo.
25
Entrar a la bañera fue todo un deleite para sus pies, tobillos, 
piernas, manos y brazos; cerró los ojos momentáneamente, pero en 
realidad ni ella misma sabe cuánto tiempo estuvo así, ella piensa que 
fue lo suficiente para que la música que colocó en su celular agotara 
su batería y sus manos se arrugaran por el agua.
Tomó la toalla que tenía lista y comenzó a secarse el cuerpo y 
el cabello; pero de momento pego un grito al tiempo que las luces se 
prendían y apagaban, “Es un corto por la lluvia, no seas tonta Kara” 
pensó al mismo tiempo que salía del baño, los relámpagos ilumina-
ban esporádicamente la habitación apagada y las ramas se sacudían 
contra la ventana, creando un ambiente extraño para ella, su ritmo 
cardiaco iba en aumento, incluso podía sentir la sangre correr a tra-
vés de su cuello, confirmando su ritmo acelerado sin necesidad de 
tomar su pulso y su respiración trémula comenzaba a aparecer de 
poco a poco, sus sentidos comenzaron a agudizarse haciendo que 
comenzara a oír como la llave del lavabo goteaba de una manera 
constante y escuchó un ruido fuera de la habitación, no muy fuerte 
pero lo suficiente para llamar su atención.
Apresurada se colocó una playera que cubría casi la mitad de 
su cuerpo y se dirigió a la puerta, tomo el pomo de la puerta y sol-
tó un jadeo pequeño al darse cuenta que la puerta se encontraba 
sin pestillo, pero ella misma dudaba si en verdad lo había colocado 
antes de entrar al baño, dió un paso atrás con nerviosismo y comen-
zó a buscar su celular para ocupar la linterna, “maldición” mascullo 
mientras comprobaba que se encontraba muerto, pero sabía que en 
un cajón debía de estar la lámpara que su amigo Kristoff le había de-
jado y revoloteo sus cajones pero solo para encontrar que alumbraba 
de manera tenue, no lo suficiente para ver a más de dos metros, aun 
así podría tener un propósito diferente, serviría para defenderse.
Presa de sus pensamientos abre la puerta y su primer instinto 
es llamar a su perro con un silbido, espera unos segundos, lo llama 
por segunda vez y de pronto comienza a oír un crujido en la escalera 
y libera el aire de sus pulmones que no sabía que estaba aguantando 
e incluso esboza una pequeña sonrisa, pero ese sentimiento de alivio 
no dura mucho al prestar atención al ruido de la escalera, porque 
en realidad solo oyó uno y se suelen oír varios, como si alguien solo 
26
hubiera dado únicamente un paso y se quedara esperando en la es-
calera.
Regresa sin esperar un momento más a su habitación, cerran-
do la puerta detrás de ella y asegurándose de poner el seguro, con 
nerviosismo comienza a buscar el cargador de su celular en su bolso 
lleno de cosas que este momento le parecen innecesarias tenerlas 
ahí, la desesperación comienza a surgir y vacía todo el contenido 
encima de la cama pero no tiene suerte al recordar que lo dejo den-
tro de su auto, un nudo en la garganta comienza a formarse por el 
miedo; ese mismo miedo es un impulso cargado de adrenalina, abre 
la puerta solo para encontrarse un silencio sepulcral a lo largo del 
pasillo ahora oscuro, sin saber que sucedió con la iluminación, con 
pasos ligeros y temblorosos sale de la habitación, llegar al interruptor 
de la lámpara e intenta encenderla, pero está fundida.
Observando hacia todos los ángulos posibles del pasillo avan-
za, dirige su mirada al suelo, está mojado e intenta pensar si ella fue 
la que dejo los pequeños charcos de agua o si fue alguien más, antes 
de llegar a la parte de arriba de la escalera eleva el brazo con la linter-
na entre sus manos como método de defensa, pero para su alivio se 
encontraba vacía, con dedos temblorosos busca el botón de la lám-
para.
Toma una respiración profunda y baja los escalones, a la mitad 
nota que la ventanilla por donde suele pasar su perro se encontraba 
abierta así que esa podría ser la respuesta del porque no contestara 
su llamado, ese pensamiento la distrae y cae al vacío, intenta sujetar-
se, es inútil, cae por percatarse del charco de agua que se encontraba 
en el siguiente escalón.
Su caída fue estruendosa y dolorosa, su cabeza se golpeó con la 
lámpara que llevaba entre las manos, la contusión causo que su vista 
se llenara de puntos negros haciendo que su visibilidad disminuyera 
acompañada de lágrimas de miedo, dolor y angustia; el dolor en su 
cuerpo se empezó a hacer notable, sus costillas le dolían a un punto 
de no querer ni respirar, el sabor metálico de su sangre inundaba su 
boca, era demasiada sangre, comenzó a toser en un intento de sacar 
ese líquido desagradable; se colocó sobre su costado e intentó poner-
se de pie, con quejidos logro apoyarse en una pequeña mesa, respi-
27
rando agitadamente en un triste intento de querer calmar su dolor.
La lluvia cesaba pero su temor no, escuchó una vez más un 
crujido, esta vez en el piso de arriba, el pánico comenzó a apoderase 
de sus pensamientos, “Aquí soy presa fácil”, pensó, así que práctica-
mente a rastras logro llegar a la puerta principal pero las llaves no se 
encontraban donde deberían, desesperada y llena de dolor se dirigió 
a la cocina con la esperanza de que ahí estuvieran y así fue, se encon-
traban junto a sus compras y las llaves de su auto; las tomó y entre 
lloriqueos llegó a la puerta abriéndola y caminando lo más rápido 
que pudo, incluso con todos sus impedimentos llegó a su auto pero 
no encendía, furiosa y asustada comenzó a golpear el volante.
Ya no sabía qué hacer, estaba herida, sin teléfono, sin manera 
de comunicarse, sola. Puso sus manos en su rostro y comenzó a llo-
rar una última vez antes de que un extraño tocara la ventana de su 
auto, despavorida intento salir del otro lado del auto, pero la figura 
que estaba a su lado abrió la puerta y tomó su brazo con firmeza 
lastimándola.
-¡Suéltame! 
-Kara, tranquila, por favor, qué sucede.
Ella reconoció casi de inmediato la voz de su amigo, y lo abra-
zó lo más fuerte que pudo a pesar de sus golpes, tartamudeando y 
llorando trato de contar todo lo que le paso; estaba totalmente con-
vencida de que alguien irrumpió en la tranquilidad de su hogar. Él 
encontró explicación a todo, ella sin quedar convencida del todo de-
cidió salir esa noche para olvidar lo ocurrido y atender sus contu-
siones. 
“La mente tiene el poder de transformar tus peores miedos y 
agrandarlos hasta hacerte perder en tu entorno”, se dijo a sí misma 
para tranquilizarse. 
O, quien sabe, tal vez si había alguien muy cerca.
28
29
Alejandra Fuentes Serrano 
Facultad de Ciencias Biológicas
30
GRATITUD
Gracias sonido 
naranja, 
dulce 
libertad.
Gracias manos 
esfuerzo 
dolor.
Gracias deseo 
pétalos 
invierno 
índigo 
creación 
plenitud 
chocolate 
esperanza.
Gracias a las hojas 
al firmamento, 
al rayo de sol 
a la calidez, 
a la sombra 
al petricor 
a la luz 
al vino 
a la tierra 
a la tormenta 
a la luna plateada.
Muchas gracias a los mentores 
al café, 
al alba 
31
a la voz 
a las aves 
a la música 
a los poetas 
a la soledad, 
a los amigos 
al terciopelo 
a cada estrella.
Gracias por la lluvia 
por los fracasos 
y las abejas, 
constancia 
enseñanza 
rechazo 
tristeza 
amor 
inocencia 
valor 
curiosidad 
paciencia 
dificultad 
misericordia 
virtud.
Gracias a lo que se encuentra, 
a lo que se pierde, 
al verde 
a la memoria 
al hogar 
al horizonte 
al fuego 
a las historias 
al arrullo maternal 
a la mar 
y a la brisa otoñal.
Muchas gracias flor silvestre. 
Gracias simplicidad. 
32
Gracias niebla, 
jardín. 
Gracias frío. 
Muchas gracias por todo. 
Muchas gracias.
Alejandra Fuentes, 
agradecida.
33
MI CORAZÓN SE AMERITA
Mi corazón, anhelante,se amerita en el silencio 
yo lo levantaré ante la oscuridad como faro encendido 
disipando las sombras que gobiernan la noche 
y al verlo romper sus cadenas, yo, decidido 
me entrego en la doliente libertad de quien 
de entre sus manos ve partir un gorrión perdido
Mi corazón, anhelante, se amerita en el silencio 
Dulzura, temor, desprecio…, todo le es amado 
y alimenta su insondable necesidad bajo el precio 
de sus esperanzas, afanes y su sueño dorado.
Mi corazón, anhelante, se amerita en el silencio 
Es la respuesta y la sinceridad, yo lo levantaría 
para guiarlo en paciencia a reconocer la utopía 
del manojo de nubes que coronan la montaña, 
y de la cumbre majestuosa a la que danzan los vientos, 
el resplandor que ansían palpar los ojos hambrientos.
Mi corazón, anhelante, se amerita en el silencio 
sobre la superficie del mar, azul oscura, ha de navegar 
como solitario velero al horizonte crepuscular 
Así extirparé la enfermedad de mi certeza tambaleante 
que será inalcanzable para la duda rampante 
asistiré con una mirada perspicaz 
a la gala de tesoros, talentos y paz 
y habrá en mi corazón el clamor de mil voces 
dispuestas a encontrar su verdad entre las hoces.
34
ESCAPE 
El día transcurre y corro huyendo de los episodios monótonos y las 
paredes grises, de la incertidumbre del mañana y de los malos olores 
de lo cotidiano; me asfixia la frivolidad. Corro un poco más, estoy 
cansada, me detengo. Cierro los ojos y presento mi plegaria en si-
lencio, aprieto con fuerza los párpados e imploro misericordia con 
desesperación. 
Ante mí, la naturaleza clemente y pródiga de belleza se apiada 
de mi pesar y se permite el rescate de mi condena, me concede la 
entrada a sí misma y me refugio en ella. Me encuentro en el vestíbulo 
de su interior, un espléndido recinto engalanado por diversas obras 
de arte, incontables, ante las que ni siquiera puedo decidir cuál con-
templar. En medio, se alza una imponente escalera tallada en raíces 
y tallos, iluminada por el resplandor crepuscular, el cual me atrae 
con fuerza casi magnética y al que no me puedo resistir. Me acerco 
y piso con fuerza el primer escalón, el segundo, el tercero; me aferro 
al barandal con todo el vigor que tengo. A esta altura puedo mirar 
mejor a través de un gran ventanal que da a lo que parece ser el jar-
dín del mundo: hortensias, geranios, tulipanes, girasoles, rosas de 
todos colores, y cientos de plantas y flores más que ni siquiera po-
dría nombrar se atavían con el brillo que les proporcionan las gotas 
de una ligera llovizna reciente en presencia del Sol, todas se visten 
con la gloria propia de los lirios que ni siquiera el rey Salomón pudo 
igualar.
Al continuar ascendiendo me encuentro ante una obra sin 
igual. Mis ojos siguen las nubes, acuarelas violáceas en el lienzo azul 
del cielo, a mis pies, me encuentro con la danza de los minúsculos 
mosquitos, que, cada uno emparejado con un rayo de luz, tomados 
entre sí, giran formando volutas etéreas, que se suman a los orna-
mentos que enmarcan todo este cuadro. Al subir algunos peldaños 
más, la algarabía de los vientecillos, al levantar en sus brazos los pa-
35
palotes infantiles, cimbran mis oídos, los llenan con silbidos melódi-
cos que a los cuatros puntos cardinales entonan libertad.
Estoy a punto de llegar, lo siento y ante la expectativa de en-
contrar más esplendores, caigo en la cuenta de que la luz crepuscular 
ha dejado de iluminar mi andar, es necesario darme prisa.
Finalmente alcanzo el último escalón, me encuentro ante las 
puertas de miles de aposentos que aguardan más maravillas; pero ya 
no hay tiempo por hoy, y es entonces cuando me recibe la última ave 
del atardecer, la dulzura sutil que abraza en calidez el corazón y ciega 
en naranja la vista del horizonte. Puedo respirar.
36
37
Alejandra Padilla Villalobos 
Facultad de Físico Matemáticas
38
GRATITUD
Gracias amanecer 
atardecer 
resplandores 
fulgores.
Gracias íntima 
idílica 
figura.
Gracias sombra 
intenso 
hamaca 
irracional 
caníbal 
cumbre 
delicia 
prohibido.
Gracias a la inquietud 
a la pintura, 
a la sabiduría 
al carmín 
a las mujeres, 
al incauto 
a los fugaces 
a la tropical, 
a la magia 
a la dualidad 
a la inmensidad.
Muchas gracias a la labia 
a los perdidos, 
al último 
39
al canto 
a los corales, 
al chiquito 
al sonido, 
a la ira 
a la paz 
a la historia.
Gracias por la corazonada, 
por la gracia, 
por el cielo 
la carne 
la suavidad 
por el hielo de él 
y fuego de ella, 
inerte 
impar 
deslavado 
deseo, 
escena 
luciérnaga 
lago 
promesa.
Gracias a lo tibio, 
a lo oscuro, 
a las pupilas 
las marinas 
las dementes, 
los conscientes 
los fantasmas 
la corriente, 
la memoria 
el miedo 
las manecillas.
Muchas gracias compañero, 
Gracias dolor, 
Gracias calidez, 
40
avidez, 
Gracias tranvía. 
Muchas gracias por todo. 
Muchas gracias.
41
MI CORAZÓN SE AMERITA
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Al saberlo aquél día, como lágrima de niño
que se rebela ante el único argumento a negar;
y al verlo disimular la imagen, yo lo acojo y
me solapo en la inocencia desnuda que entiende,
entre risas y pactos, la quimera del edicto.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Pasión, delirio, equilibrio… todo le es desorden
y enardece su impasible debatir,
sus afligidos argumentos y su viejo concertar.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Es la esperanza y la descorazonada… Yo me lo arrancaría
para dejarlo en solitario a recorrer la veteranía,
la crianza de la cultura en la cara del ajado,
el tratado silencioso de los monjes,
los mendigos, y el patrimonio sutil de la corona.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Aunque el tiempo pasé yo lo he de aclamar
como cegado temerario a la jungla legal.
Así asimilare el liarse del simpatizante,
será notable por la izquierda y por la derecha,
arriesgaré con certidumbre mudable
a las carentes disertaciones del país,
y habrá en mi corazón una lealtad que ceda
la nostalgia y gratificación de la calma.
42
RE-VELAR/VELAR
A todo aquél que vea el porvenir
Las personas ya no iban y venían, la ansiedad que me causaban las 
multitudes desapareció. Los altos edificios se erguían por encima de 
los sueños; la infraestructura de concreto no fue la única que perdió 
el piso, la tecnología se abrió paso entre la rendija, la ventana, la pan-
talla, la pupila, la confidencialidad, la autoridad, la seguridad y hasta 
en los secretos más profundos que nadie podría adivinar.
Los medios no eran masivos, sino inclusivos, o eso dijeron. 
El cincuenta por ciento de lo que percibía tu oído en un día tendría 
los clásicos anuncios de consejos de estabilidad física y emocional, 
abordados como “Bienestar de vida y dignidad”. Era una gran coinci-
dencia que esa misma semana hubiese salido al mercado un produc-
to lleno de gadgets para siempre estar enterado de tus sugerencias 
de vida; lo personalizabas y adaptabas a todos los electrónicos en 
tu casa. Y ese fue el problema. Se llegó a tener todo al alcance de un 
clickeo, no de la mano, de un click.
Todos anhelaban la consagrada felicidad o el equilibrio divino, 
haciendo más fáciles y llevaderas las sendas de la vida. Todo automá-
tico, rápido, con cientos de atajos a cambio de unas monedas. Esfor-
zarse por algo se transmuto en sinónimo de pobreza o ingenuidad. 
La era digital no sólo era una rutina de robots y humanos anclados 
a sus configuraciones; las benditas conexiones con el mundo se sa-
lieron de control, las redes sociales pasaron de mantener el contacto 
con familiares y amigos, a saber absolutamente todo sobre cualquie-
ra. Inocentes aquellos que alguna vez dieron a conocer su historia 
a través de la web, fue su perdición. Tener una conexión implicaba 
privacidad cero lo quisieras o no, no podías saberlo. Y como si se 
tratara de hacer un pago del banco en una aplicación, la interacción 
humana se realizó estrictamente a través de las pantallas, un atajo 
43
más que agregar.
Las personas dejaron de esforzarse, convivir, preocuparse, 
dejaronde enfrentarse a las personas, los problemas o cualquier si-
tuación que pudiese contraer un conflicto. Las personas perdieron 
la osadía de sus corazones, de a poco prefirieron ocuparse por los 
números de sus cuentas que de los sentimientos en sus violentadas 
mentes. El futuro no fue como lo pintaban, las máquinas, y su re-
belión contra el hombre, jamás pasaron. Pero eso no hizo un mejor 
futuro. Sé cómo manejar una máquina, sé cómo obtener facilidades 
y atajos en mi vida. He visto la perdición de mi entorno, de mi fami-
lia, de mis lugares favoritos; nuestros avances artificiales remarcaron 
nuestros defectos, dejaron en claro cuan fácil es retroceder. Entonces 
tuve pánico pero jamás he tenido tanto terror como ahora, miedo 
latente a la absorción de mi humanidad.
44
45
Diego Armando Canalizo García 
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
46
47
TIEMPO
Despertaras a un paso del abismo, enigmático vacío que envuelto en 
oscuridad canta un aterrador silencio y en cuyo fondo se observa, 
con plena seguridad, la incertidumbre. 
Dominado por tu miedo intentaras huir y así sabrás que tus 
pies enterrados están y que tus manos sangran por las cadenas. 
Censuraras tu vista buscando olvidar tu desgracia, pero el abis-
mo enterrara agujas en tus ojos que aun cerrados sentirán el dolor. 
La desesperación de tu espíritu desgarrará tus cuerdas y colap-
sará tus pulmones hasta que en un acto de resignación aceptarás tu 
destino y escucharás al abismo. 
Te darás cuenta de que el silencio pregona libertad con una 
trompeta asordinada por la seda y que al ya no necesitar tus piernas 
para caminar al vacío te entregaras. 
Tu alma contemplará la desintegración de tu cuerpo y cuando 
sea completa la fusión con el abismo un horripilante estruendo te 
despertará. 
48
49
Joel Yahir Quinto Sánchez 
Facultad de Ciencias Físico Matemáticas
50
51
 
 
GRATITUD
Gracias luz
blanca,
encendida
oscuridad.
Gracias pupilas
águila
voladora.
Gracias serenidad
azul
dulce
llama,
viviente
sentimiento
inusitado
locura.
Gracias al rocío,
a la mañana,
a la necesidad
al éxtasis 
a las sombras,
a la introversión
a la piel
a la fantasía,
a la música
a la lluvia
a la poesía.
52
Muchas gracias a la llovizna,
a los insectos,
a la magia
al misterio
al pensamiento,
a las flores
al aroma
a la belleza,
a los presentimientos
a los sueños
a la noche.
Gracias por la diversión,
por la soledad,
por el agua,
el tacto
la sensibilidad,
por la idiotez
y la sabiduría,
tristeza
miedo
alegría
furia,
a la nostalgia
pérdida
ilusión
amor.
Gracias a la creación,
a la destrucción, 
a la visión
el vuelo
al búho,
los ríos
el arcoíris
la lucha,
la sanación
53
la sonrisa
la ensoñación.
Muchas gracias existencia
gracias dualismo
gracias vida,
muerte.
Gracias día
muchas gracias por todo.
muchas gracias.
Joel Yahir,
agradecido.
54
MI CORAZÓN SE AMERITA
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
En algún lugar sin luz, como ente perdido
Buscando la salida de un laberinto hundido;
Y al oírlo gritar, yo sufro
Porque la tristeza me invade rápidamente
Como los ríos al fluir por la pendiente.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra
Amor, miedo, ilusión…, todo le es vulnerable,
Y se afecta, a escondidas, tan hondamente
En los precipicios de su inestable relieve.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Entre desgracias y alegrías… su grito silencia,
Solo quiere escapar de la oscuridad en derrota,
Para ver el aura de sentimientos en contra,
Y así, sentir la dicha de un placer concedido
Y sacar la lava de algún suspiro escondido.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra
Desde la montaña más alta yo lo dejaré caer
Como las noches descienden al amanecer.
Así destrozaré las cadenas de la vida inerte,
Y volaran las pupilas en cualquier dirección
Para mostrar, fugaz, con rostro alegre
A cualquier experiencia de gran tesón.
Y ahora en el corazón la llama se incendia
Al revelar el estallido que se me encomienda.
55
LA ESPERA EN EL BULEVAR
Recuerdo las calles grises, las aceras solitarias y el viento muerto 
como presagio de aquel día. El sol quemaba como infierno, las som-
bras tristes de los árboles me producían nostalgia y los autos deam-
bulaban perdidamente, como idiotas sin vida.
Aquella mañana mi hermana me despertó como cada día, tan 
risueña al amanecer, con su cabellera negra desordenada sobre sus 
hombros, los ojos de almendra y con su aura protectora que siem-
pre me invadía y me hacía sentir bien y muy querido. Salimos, mis 
padres no estaban; caminamos por las avenidas, las casas se erigían 
con la pintura descascarada y el perro de la vecina ladró como si 
fuésemos fantasmas; mi hermana iba alegre y yo con un temor inex-
plicable, como si la tranquilidad mañanera hubiese desaparecido al 
cerrar la puerta.
En mi mente seguía el ritmo de nuestras pisadas, eran las úni-
cas. La gente se ausentaba por el día cuando era fin de semana. Nos 
dirigimos al bulevar más cercano, mi hermana le encantaba ese lu-
gar. Se pasaba de un carril a otro, de una calle a otra como una niña 
y yo la miraba desde el peldaño de alguna casa. Seguimos nuestro 
rumbo enmedio del desolado lugar arbolado. Después de los mu-
chos comentarios banales que intercambiamos, me contó que estaba 
enamorada. 
Quedé sorprendido. Sus palabras se repetían una y otra vez 
en mi mente. Mi hermana, sí, mi hermana estaba enamorada. Me 
cubrió una sombra de tristeza, tuve frio mientras me relataba su his-
toria de hace cuatro meses. 
Mi hermana era mayor, sin embargo, fue custodiada por mis 
padres como si fuera una niña sin crecer, lejos del entorno, de la rea-
lidad, envuelta en una atmósfera de frágil felicidad. Ella tan ingenua, 
despertó y se enamoró. 
56
Terminado su relato, me dijo que su amado vendría por ella al 
bulevar. Recuerdo cuando llegó el joven, su corpulencia me cohibió 
y el que se llevase a mi hermana me pareció una pesadilla. Mientras 
se retiraban, alegremente, me dijo “Luego vuelvo Patricio”. Me había 
llamado por mi nombre y antes nunca lo había hecho.
Mi realidad se tornó solitaria igual a ese lugar donde ella rom-
pió nuestro lazo, rompió la burbuja de nuestra hermandad y me dejó 
solo. Yo, por mi parte, de manera literal, hice caso a sus palabras de 
despedida y esperé allí a que volviera.
El día caía, el sol se ocultó, las nubes anunciaron lluvia, todo se 
pintó de noche y en los carriles los autos prendieron sus luces. Seguí 
esperando… extrañaba su sonrisa, el olor de su perfume, sus abrazos 
acogedores, su empatía, su comprensión.
Empezó a llover y los autos aumentaron como un torbellino, 
las luces me cegaron, las gotas resbalaron por mi rostro, desespe-
radamente traté de divisar la silueta de mi hermana. Los autos que 
circulaban, me parecieron muertos, insensibles. 
Pasaron minutos y horas. Bajo ese diluvio un auto se estacionó 
cerca de mí. Se abrió la ventanilla, era el enamorado de mi hermana. 
Rodeé el auto, pregunté por ella.
Entramos en una discusión, yo preguntando y él negándome 
su existencia. Se retiró como lo había hecho antes, pero ahora iba 
sólo en el auto azul. Me quedé parado escuchando el tintineo de la 
lluvia, añorando mi vida de ensueño donde ella existía. Ahora ya no 
estaba, no había alguien para custodiarme y comprendí, en aquel 
momento, que nunca la volvería a ver.
57
Karla Sarahí Fuster Betanzo 
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
58
59
GRATITUD
Para quienes me han acompañado 
en aquellos momentos de caída y triunfo.
Muchas gracias.
Gracias viento
blanco,
aliento
perfumado.
Gracias cobija
oveja
deshecha.
Gracias valor
violeta
canto
fogata,
batalla
suerte
rendición
culpa.
Gracias a las aves
al mar
al susurro
al temor
a los golpes,
al grito
al pie
a la mano,
60
a las máscaras
a la lluvia
a la tristeza.
Muchas gracias al peligro
a la noche,
al odio
al engaño
a la astucia,
a la familia
a los amigos
a los inhumanos,
a los cristales
al dolor
a la serenidad.
Gracias por la fiesta,
por el abrazo
por el profesionista
el guardián
la cautiva,
por el recuerdodel muerto
y del recién nacido,
dulzura
madurez
polvo
lágrima,
libros
fotos
despedidas
fastidios.
Gracias a lo que viene,
a lo que se va,
a la belleza
la salud
los ilusos,
61
los pasillos
el agobio
las heridas,
el champán
la melodía
el triunfo.
Muchas gracias mariposa.
Gracias hogar.
Gracias rostro,
soledad.
Gracias sueño.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Karla Sarahí,
agradecida.
62
MI CORAZÓN SE AMERITA
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Yo lo lanzaría al viento, como dragón de papel
que desafía la tempestad para mantenerse en vuelo;
y si llego a verle caer yo corro a su encuentro
y sano sus heridas como una niña
que lucha, con gran valor, por aquello que es bello.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Alegría, llanto, paz… sólo es una ilusión
y guía esperanzadamente a toda ingenuidad,
vocaciones inocentes anhelos de ficción.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Es el tesoro y el débil eslabón… Yolo escondería
para que sólo los elegidos cruzaran el muro de espinas,
la gran coraza de metal y agua que le rodea,
los dardos envenenados lanzados en su defensa,
los golpes y las fugaces sonrisas que revela.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra.
Desde la torre más alta yo lo dejo partir
como ave herida que disfruta su última danza.
Así destrozo la vana ilusión del rescate soñado,
será el llanto de una niña lo último que deje oír,
guardaré con decepción la delicadeza
que aseguraban propia de una princesa,
y surgirá e mi corazón le espada defensora
que probará a todo aquél que logre cruzar las espinas.
63
SOLTAR O DIAMANTE DE CRISTAL
Para Jesús y Alejandro
Veo el nudo que he atado en el cordel del globo que llevo sujeto en la 
mano y pienso en mi garganta, la sensación de asfixia me invade de 
nuevo por el río que he bloqueado con una gran roca.
Sé que sentiría alivio si… No. Sacudo mi cabeza ante la idea. 
¡Me niego a abrir mi mano, soltar el nudo y remover la inmensa 
roca! No puedo.
En este momento me siento como una de esas figuras de cristal 
que se encuentran en la repisa de la sala. Mi favorita es aquélla con 
forma de diamante; sólo de forma es un diamante porque en reali-
dad, detrás de esa imponente, equilibrada y bella figura, esconde su 
fragilidad. Debo admitir que es un objeto precioso, la forma en que 
distorsiona la luz para dejar ver destellos de diversos colores a su al-
rededor me causa demasiada alegría; como si quisiera compartir su 
belleza con todo cuanto le rodea, llenar de luz los rincones de la re-
pisa y mostrar a todos, al menos, una de sus angulosas y finas caras. 
Sin embargo, no es tan resistente como aparenta, un rasguño puede 
dejar marca para toda la vida o ser una herida mortal, y un golpe 
certero la haría añicos. Es triste y al mismo tiempo decepcionante, 
especialmente porque soy consciente de que, a pesar de reunir cada 
pieza y unirlas de nuevo, ya no sería la misma.
Abrazos, apretones de mano, suaves sonrisas, lágrimas y pa-
labras de pesar y aliento son los amables gestos que me dedican las 
personas que me rodean, y les correspondo el trato con un amago de 
sonrisa, palabras de agradecimiento, prestando algunas memorias 
para la conversación y ofreciendo café, pan o un asiento en la estan-
64
cia. Sé que hay cariño y honestidad en todos ellos, incluso tristeza, 
dolor y pena; pero hay algo que me inquieta: sus sombreros, abrigos, 
camisas, guantes, faldas y calzado son del mismo color. Negro. ¡Todo 
es negro! Es como si no hubiera necesidad de mirar por la ventana 
para saber que es un día oscuro y pronto llegará la noche. Es como 
si a esa figura de cristal que adoro, la guardaran en un cajón para 
remarcar su soledad, aislándola de cualquier rayo de luz.
¡No! De nuevo la sensación de asfixia. Necesito aire. ¡Tengo 
que salir de aquí! Me abro paso para dirigirme a la puerta, tratando 
de no ser tan brusca con los demás, de no tirar nada, y de no soltar mi 
globo. Parece que soy un tornado en medio del caos, una secuencia 
sin armonía de relámpagos, una débil lengua de fuego entre ramitas 
de madera. Sé que puedo hacer daño si no salgo de aquí, si no tomo 
aire, si no… ¡Mierda! “¡Sólo llega a la puerta y sal de ahí!” Me grito.
Finalmente, después de estar a punto de echar a correr, alcanzo 
la perilla con mi mano libre y la giro para aventar la puerta y poder… 
Me paro en seco. No puedo ignorar los ojos café que me miran con 
tristeza, compasión y comprensión; ni su cabello oscuro desordena-
do por la carrera con que ha llegado para evitar que yo haga una es-
tupidez; mucho menos ignoro los brazos extendidos que me ofrece. 
Ha venido. Está aquí.
Sin pensarlo, salto hacia mi mejor amigo y dejo que me envuel-
va en un cálido abrazo y acaricie mi largo cabello. Es aquí donde me 
siento segura: sujeta a un salvavidas que no se mueve ante la fuerte 
corriente del río que al fin permito fluir, escondida en un refugio que 
me mantiene apartada de todo y de todos, sintiendo un viento suave 
que desarma al tornado y aleja a las nubes.
Él me da ese pequeño impulso que necesitaba para soltar el 
globo y dejarle ir, a través del aire que sopla fuera de la casa, hacia su 
lugar con las estrellas del firmamento. Él es al único a quien le per-
mito ver que soy un diamante de cristal.
65
Marco Antonio Torres Rojas 
Facultad de Medicina
66
GRATITUD
Gracias silencio
dulce,
frio
vaguedad.
Gracias encierro
vacío
fugaz.
Gracias sueño,
camino
indeciso
búsqueda
placer,
insomnio
empeño.
Gracias al recuerdo
al alba
al beso
al viento
por la emoción 
el desencanto
a la conciencia 
las letras
a las lagrimas 
de despedida
a América.
67
Muchas gracias a la noche 
al día
a las aves 
al calor 
al frio
al pecado
al milagro
a la incomodidad 
a la hermandad 
al asco 
a la desidia.
Gracias por la infancia
por el miedo a la muerte
por la paz de lo finito
las ansias 
los mitos 
el sol
el rio
el aroma 
por la esperanza del mañana
por la salida
por el dolor 
por las arañas 
por la ironía
por el miedo 
por mis entrañas.
Gracias a la memoria
por el tiempo
por el recuerdo
el olvido 
por la muerte de los que no han vivido 
por el castigo de crecer
al polvo
a la tinta 
al sonido 
68
al perfume
a lo desconocido.
Muchas gracias a las caricias 
Gracias a los huesos 
Gracias a la costumbre
de volver por el mismo camino
Gracias vida.
Muchas gracias, por todo 
Muchas gracias
Marco Antonio,
Agradecido.
 
69
MI CORAZÓN SE AMERITA
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra
De poder a mi Dios pasado rogaría
Con una silenciosa letanía; por el olvido
Por el descanso, por el placer de no sentir
Cual mendigo rogaré al tiempo una amnistía,
El imposible de volver y saborear de nuevo
La esperanza bajo aquel árbol que reverdece
Cada marzo y al que no puedo volver.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra 
Por el cruel saber que a cada día a cada hora 
En cada paso y en todo momento me alejo más 
Y aun peor de ti, 
Si es que alguna vez estuvimos cerca 
Por qué la última vez que te vi 
Yo iba ganando la cuenta.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra 
Por cometer el pecado de haber hecho un milagro
Y convertir tu voz en un bien sagrado,
Hoy no eres bienvenida, pero te sigo esperando.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra 
Y me abandona, cuando en soledad 
Repito nuestro camino de vuelta 
Por qué a decir verdad me gusta que duela.
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra 
Pues se ha vuelto pecador 
Renuncié a mi fe más rápido que a ti. 
70
Entre tus entrañas llevas una vida ajena 
Que seguro te desbocará el corazón 
Mientras yo sustituyo el mío por la razón 
Por qué el cobarde entre sombras se quedó.
71
AL SUR DEL ALMA
A mis hermanos y a Marco, mi otro hermano
¿Cuál será nuestra última queja?
¿Habrá sido suficiente?
Si al final, olvidé la moraleja
Y entre pasos y palabras
Me convertí en un decadente
Que apenas recuerda sus fallas.
En medio de los días y largas noches
Me perdí buscándome una historia
Y encontré un puñado de razones
Seguramente ninguna ha de darme gloria.
Pero suficiente ha de ser
Si consigo algopara soñar,
Algunos a quienes perder
Que velen los pasos que he de olvidar.
Y aquel día sin saberlo nos vamos
Emprendiendo un último viaje
Entre el rumor y dolor que dejamos
Esta vez no hay destino ni paraje.
Con aversión y algo de esperanza
Admiro el confuso camino que queda
Traigo conmigo tinta y poca templanza
Para hacer la experiencia menos cansada.
72
Y así al final escribiré una elegía
Al montón de sueños y caricias
Que rompí para llegar al final de la vía
Encontrando un último significado mis primicias.
73
Óscar Antonio Rosas Narváez 
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
74
75
GRATITUD
Gracias brisa
Ira 
Desprecio
Preocupación
Gracias hilo 
Perro 
Pelo
Gracias mierda 
Rojo
Ceniza
Virgen
Azul
Casta 
Juego
Destino 
Gracias acosador
Imaginación 
Al hombre
A la creación 
Al pesar
A la angustia
A la resolución
A los cuidados
A la tristeza 
A la sensación 
A la vida 
Muchas gracias al asco 
A la delicia
A los besos 
A las caricias 
76
Al miedo
Al negro
Al silencio 
A la indiferencia 
Al ánimo 
A las victorias
Al futuro 
Gracias por el delirio 
Por el pánico
La hermandad 
Las almejas
Los viajes
Las sensaciones
Los fracasos
La culpa
El color
Los duro
Lo gelatinoso 
Lo brillante
El reto 
La tecnología 
La conexión 
Gracias a lo que cae 
A lo que se eleva
A lo que sisea
A la noche
A la vigilia 
Al descanso
Al corazón 
Al latir
A la sangre
Al despertar
Al escribir 
Muchas gracias al olvido 
Gracias a lo nuevo 
Gracias a lo viejo 
El aprendizaje 
77
Gracias al ciclo 
Muchas gracias por todo
Muchas gracias…
78
MI CORAZÓN AMERITA
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra
Que quede oculto en la misma
Bajo la luz de luna escarlata y los viento celestes 
Que marchitan todo a su paso
Desde el amor de esa mujer que me nombra
Hasta las nuevas mentes que en algún momento me llamaron sabio
Mi corazón, leal, se amerita en la sombra
Dejar la decepción de lado
Creciendo como si de una garrapata se tratara 
Ejerciendo fuerza con el fin de apaciguar lo 
Mi corazón, leal, amerita en la sombra 
La confianza que espera impasible al elevarse
A luchar contra monstruos, criaturas y titanes
Pero la derrota se aproxima 
Cada vez que la frustración nos invade 
79
UNA MANCHA
Una pequeña mancha apareció en la punta de mi dedo medio, des-
cansando bajo mí uña, como si fuese mugre atorrada dentro, usé 
mi lápiz para intentar sacarla, pero no funcionaba como si tinta se 
impregnara en mi piel.
Decidí no darle importancia y continúe en mi trabajo, con la-
varme la manos o usar desinfectante saldría con facilidad, pensé.
Era hora de salir del trabajo que como de costumbre había sido 
una mierda, el jefe gritándome, mis compañeros unos idiotas y un 
sueldo miserable que apenas alcanzaba para mantenerme. Pero en 
fin, otro día mas había pasado, llegando a casa solo deseaba tirarme 
a la cama y dormir, fui a lavarme las manos lenta y cuidadosamente 
tallando cada centímetro con jabón, en el momento de secarlas con 
la camisa que traía puesta, noté que esa mancha seguía ahí debajo 
de mi uña, acerqué la mano a mi rostro para apreciarla mejor pero 
no parecía nada de otro mundo, posiblemente solo era un pequeño 
lunar o un moretón, en algunas ocasiones podía ser algo descuidado, 
ahora solo quería dormir. 
Me recosté boca abajo llevando ambas manos bajo las almoha-
das e intenté descansar, pero sentí algo extraño, como si una espe-
cie de insecto caminara sobre ellas, rápidamente contraje mi cuerpo 
sacando las manos revisándolas, no hallé señal de ninguna criatura 
extraña explorando mi cama, pero la sensación permanecía sobre 
mis manos, extrañado volví a recostarme.
Mi despertador empezó a gritarme, abrí los ojos a la misma 
hora de siempre, el trabajo, la costumbre, con pereza me puse de pie 
tambaleándome lentamente de un lado al otro, caminando hacia el 
baño, entré y remojé mi rostro para despertar, al ver mi mano me 
sentí abrumado al darme cuenta que la mancha negra había crecido 
80
lo suficiente como para abarcar la punta de mi dedo, pasé la yema de 
mi pulgar intentado removerla pero fue inútil.
No le di importancia, continúe con mis asuntos, se me hacía 
tarde para ir al trabajo, al llegar a la oficina empezaron los problemas, 
mi jefe me gritó un sermón sobre la importancia de la puntualidad 
en el trabajo mientras escuchaba las risas ahogadas y los murmullos 
de mis compañeros. Llevé mis sudorosas manos hacia atrás, a mi 
espalda, mientras asentía con la cabeza a cada una de las exigencias 
y amenazas de ese estúpido cerdo al cual debía obedecer, mis manos 
hormigueaban como en la noche, especialmente mi dedo medio, así 
que cerré el puño con fuerza esperando que la sensación pasara.
Cuando el jefe me exigió que continuara con el trabajo corrí al 
escritorio para poder revisar mis dedos, lentamente empecé a abrir 
las manos, vi que la mancha había crecido cubriendo toda la punta 
y la uña de mi dedo medio, nervioso, no podía dejar que alguien 
de la oficina lo viese, arranque un pedazo de papel de uno de mis 
informes que tenía en el escritorio y lo enrolle alrededor de mi dedo, 
lo envolví con cinta adhesiva asegurándome de que no se moviera.
Me sentía muy cansado pero debía seguir con el trabajo o se-
ria despedido, solo debía esperar algunas horas para ir al doctor, no 
creo que esto empeore en unas horas, pensé. Paso el tiempo y salí lo 
más rápido que pude para ir al doctor, la mancha negra empezaba a 
sobresalir ligeramente de mi parche improvisado y mis otros dedos 
empezaban a oscurecerse, fui con un doctor privado que conozco, 
era el único que me querría revisar a esta hora, llegué a su casa y 
toqué desesperadamente el timbre.
Me sentía muy nervioso no podía dejar de temblar. ¿Por qué 
carajo no abría la maldita puerta? Pasaron largos segundos, un hom-
bre en una bata de color purpura, como sus ojos, me miró molesto 
y con su aliento apestando a alcohol me preguntó “¿Qué quieres?” 
Empecé a explicarle toda mi situación mientras me quitaba el parche 
improvisado, el medico ebrio resopló y me indicó que entrara. En-
tré, el medico ebrio cerró la puerta y encendió la luz mostrando un 
entorno digno de un chiquero: múltiples botellas y latas de bebidas 
alcohólicas tirada en el piso junto a caja de distintos tipos de comida 
a medio morder, el moho, el polvo cubriendo los muebles, el hombre 
81
sujetó un encendedor y un cenicero lleno de colillas que estaba sobre 
la mesa, junto a una docena de platos sucios, sacó un cigarrillo de su 
bata de baño e intentó encenderlo, cuando logró prenderlo le dio un 
gran sorbo al tabaco, llenó sus pulmones, dio un par de tosidos, ex-
tendió su mano para revisarme. Dudoso, acerqué mi dedo, dejando 
que lo revisara, lo miró lentamente mientras se retiraba el cigarro de 
la boca y dejaba caer unas pocas cenizas calientes sobre mis dedos, 
al sentir el ardor de retiré la mano rápidamente y la sujete contra mi 
cuerpo.
“Qué raro” Exclamó el ebrio mientras seguía fumando. Sujete 
mi mano contra mi pecho dispuesto a irme de ese asqueroso y podri-
do lugar. “Es como si tus dedos tuviesen una clase de necrosis pero 
aun tienes sensación en ellos, además tampoco tienen indicios de 
golpes o heridas que pudiesen afectarlos.” Lanzó la colilla de su ciga-
rro al piso mientras se ponía de pie con dificultad y caminaba hacia 
la puerta. “Posiblemente sea una enfermedad de la piel, deberías ir a 
visitar a un especialista, yo te cobrare el doble por la hora.” Abrió la 
puerta indicándome que saliera. Saqué un billete de mi bolsillo y se 
lo lancé al piso mientras salía, molesto por la falta de interés de ese 
ebrio estúpido, escuché la puerta azotarse detrás de mí, me dirigí a 
mi casa.
Entre cerrando la puerta detrás de mí, me senté en el piso sol-
tando un suspiro mientras observaba mis manos temblorosas, el 
hormigueo comenzaba y vi como la mancha crecía y se extendía.
Desesperado me levanté entre tropezones, corrí al baño, abrí la 
llave del agua caliente, esperando un par de segundos a que se calen-
tara todo lo que pudiese,a tal punto que el vapor empezó a inundar 
la habitación, metí las manos en el agua caliente, el dolor era inso-
portable, vi entre lágrimas como la mancha avanzaba en mi piel, mis 
dedos se retorcían de una manera antinatural, como si fuesen gusa-
nos intentando escapar del pico de un pájaro. Alejé mis manos del 
agua caliente. El dolor era insoportable, giré lentamente mis manos, 
la piel estaba roja y llena de ampollas enormes y palpitantes. Estaba 
peor que antes, todos mis dedos estaban cubiertos por la mancha 
negra y tenían un terrible olor a podredumbre. Mucho dolor. Curé 
mis heridas; las mojé con agua fría, las cubrí con un par de trapos y 
82
tomé un par de analgésicos.
Tomé mi celular pensando pedir permiso para faltar al trabajo, 
pero pensé que la respuesta sería obvia, el cerdo maldito de mi jefe 
me diría que no, a pesar de ser una emergencia, ya lo había hecho 
antes ahora y ahora no sería la excepción. Estaba desesperado, se me 
ocurrió pensar que esto no era justo, me pregunté por qué me pasaba 
esto a mí. Cerré los ojos fuertemente aguantando el llanto. 
Mi mano derecha, con la que sujetaba mi celular, se alzó y con 
ira lanzo el celular contra el piso. 
Abrí los ojos al escuchar el golpe y confundido observé los res-
tos de mi teléfono destrozado esparcidos por el piso. 
Miré mi mano: estaba cerrada, era un puño tembloroso.
Después de unos segundos recuperé el control, me sentía ex-
hausto y más confundido que nunca, tal vez si me iba a dormir todo 
estaría mejor. Tal vez todo era una maldita pesadilla que desaparece-
ría mañana. Me recosté ocultando mis manos bajo la almohada con 
la esperanza de no volver a ver la mancha de podredumbre y peste 
al despertar. 
Mi despertador sonó violentamente, me levanté, mi cabeza 
punzándome como si mi cerebro fuese picado por mil avispas fu-
riosas, la maldita alarma, la arranqué de la pared lanzándola al piso, 
caminé hacia el baño entre mareos y me abalancé al lavamanos vo-
mitando un fluido viscoso color amarrillo, vi los vendajes, con los 
dientes arranqué el trapo y vi una mano más negra que el carbón.
¡Carajo! Debía ir al hospital pero no podía faltar al trabajo. 
Pensé que tal vez si le explicaba al jefe mi situación…
Hice lo que pude para aparecer presentable, me coloque un par 
de guantes, nadie debía ver mis manos y me dispuse a ir al trabajo. 
Llegué una hora tarde. Todos me observaban caminar por el pasillo 
tambaleándome, mientras de mi rostro pálido caían enormes gotas 
de sudor como si estuviera en el desierto, debajo de los ardientes 
rayos del sol.
Entre a la oficina de mi superior, con un gesto huraño me ín-
dico que me sentara. Tomé asiento, intenté explicarle que necesita-
83
ba algunos días libres para ir atenderme medicamente, pero el muy 
desgraciado no me dejo terminar, se puso de pie y empezó a gritar 
y a mangonearme como ya era costumbre, intenté interrumpirlo 
pidiendo compasión, pero el cerdo no se detenía, disfrutaba sintién-
dose superior, seguía humillándome. Cerré mis ojos fuertemente e 
intenté no escucharlo, pero seguía y seguía gritándome. 
Entonces mis puños se cerraron y empezaron a temblar. 
Repentinamente un silencio abisal inundó la habitación. 
Pensé que al fin era mi momento de hablar así que abrí los 
ojos, pero entonces observé como mis manos sujetaban el regordete 
cuello de mi jefe estrangulándolo con una la fuerza desconocida. 
Yo quería detenerme, quería soltarlo y correr, pero mis manos 
no me obedecían: mientras más quería soltarlo más apretaban. 
El gordo chillaba como un cerdo en el matadero y todo finalizo 
con un “¡crack!” proveniente de su cuello que rompí con mis manos. 
Recuperé el control y lo solté. De mis ojos manaban lágrimas 
de arrepentimiento.
Repentinamente, la secretaria entro a la oficina, vio el cadáver 
del gordo en el piso, lanzó un grito, soltó los documentos, mi mano 
la agarró de la cabeza y la estrelló fuertemente contra el marco de 
acero de la puerta provocándole una muerte instantánea.
Todos en la oficina me miraron horrorizados, corrí lo más le-
jos que pude sin mirar atrás. 
Tiempo después estaba sentado en el sillón de mi sala, suje-
tando el cuchillo más afilado que tenía e intentando cortarme las 
manos. Pero simplemente no podía. Lleve el cuchillo directamente 
a mi cuello para acabar con mi sufrimiento, pero tampoco podía 
suicidarme. Mis manos ya no eran mías, yo era de ellas.
Escuché patrullas afuera del edificio y pasos corriendo hacia 
mi departamento. Si quería morir, pensé, solo tenía una alternativa. 
Me puse de pie y con el cuchillo en mano vi como la policía tiraba mi 
puerta de una patada, me abalancé contra ellos y dispararon. 
Caí fulminado, pero, sin embargo, seguía vivo. Me rasgué la 
84
camisa y vi mi torso más negro que la noche y que la mancha avan-
zaba rápidamente hacia mi cuello.
Mis últimas palabras, antes de perder el control de mí mismo, 
fueron: “¡Temed, que ahora la luz está bajo mi mando y la prisión de 
carne ya no me contiene!”
85
Yunuén Lases Vargas 
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
86
87
GRATITUD
Para ti, que te amé con cada partícula de mí ser. 
Tanto que acepté que tenía que dejarte ir. 
Sé feliz siempre, ama de nuevo y no pienses en mí. 
Yo por mi parte, “Espero curarme de ti”
Gracias poema 
oportuno, 
noche 
hado.
Gracias chaqueta 
motocicleta 
hechizo.
Gracias sonrisa 
traviesa 
calma 
viento, 
quemadura 
cicatriz 
helado 
erotismo.
Gracias a los besos 
al cigarro 
al alcohol 
a las mentiras 
a la fuga 
al lecho 
a las cejas 
a los lunares 
a la cercanía 
88
al regalo 
a lo sublime.
Muchas gracias a tu pecho 
a mi cabeza, 
al descansar 
a los dibujos 
a los poemas 
a los listones 
al balcón 
al desayuno 
a lo especial 
a tu mano 
a mi mano
Gracias por la mentira 
por la indiferencia 
por el pasado 
el llanto 
el miedo 
por el frío de esa noche 
y la mañana, 
desengaño 
frustración 
desasosiego 
abandono, 
beso 
despedida 
andén 
adiós. 
 
Gracias a la que volvió 
para que me fuera, 
a las llamadas 
al aferrarse 
al extrañarte, 
al esperarte 
no dejarte 
pero abandonarte 
89
al olvido 
al hogar 
al regresar.
Muchas gracias amado. 
Gracias maldito desvergonzado. 
Gracias palabras, 
lacerantes. 
Gracias por no amarme. 
Muchas gracias por todo. 
Muchas gracias.
Yunuén Lases 
agradecida.
90
ENTRE MONOS Y SANGUIJUELAS
 
A la rubia, la castaña y la señora chismosa
Las puertas se abrieron dando paso a una ola de gente apresurada, 
lista para acaparar los sitios disponibles en el metrobús y posar en 
ellos sus muy diversas retaguardias por los siguientes veinte o treinta 
minutos, hasta llegar a su destino. 
Es bien sabido que el transporte público es una ventana al rei-
no animal y que cuando el metrobús llega a la estación se inicia una 
guerra no declarada, en que los hombres y mujeres como animales 
buscan acomodarse en cualquier sitio que les sea posible. Con un 
poco de suerte y sólo si son lo suficientemente rápidos acapararán 
un asiento y se adherirán a ellos como sanguijuelas, mientras que 
otros mucho menos afortunados actuarán como monos para suje-
tarse y equilibrarse en un tórrido y extenuante viaje a su destino. 
Las sanguijuelas indiferentes, tan sordas como ciegas, se aíslan 
del mundo con un par de audífonos y un celular, mientras los monos 
celosos las observan acechándose también. 
Yunuén, repleta de maletas y con pocas ilusiones hacia todo 
esfuerzo posible para no caer, sujetándose fuertemente con una sola 
mano. Así pasó un rato, no sé si poco o mucho, una señora que se-
guramente estaba de un mejor humor que cualquiera en ese sitio se 
levantó de su sitio dejándolo vacío.
Parecía agradable, pensó Yunuén. Recordando como esa mu-
jer con los ojos cerrados murmuraba una letra incomprensible de 
alguna canción ya olvidada. Podría parecer una acción muy simple, 
pero tanta sensibilidad la conmovía. 
91
A su lado había dos jóvenes que charlaban despreocupadas so-
bre escuelas particulares muy caras, las mensualidades quesus pa-
dres pagaban, becas y hospedaje en la ciudad. Yunuén por su parte 
procuraba no escuchar, ya que tiene la terrible costumbre de atender 
las conversaciones ajenas en el transporte público. O aún peor, ini-
ciar charlas con desconocidos sobre temas aleatorios. 
Una señora malhumorada, con cara de pocos amigos, se plan-
ta a un lado de Yunuén acompañada con un señor de edad avanzada, 
se dirige a ella y a las otras dos muchachas para decir imperativa, “Mi 
papá está mal del pie, están en lugares reservados, denle el lugar”.
Lo cierto es que en sentido estricto las jóvenes si estaban en 
asientos reservados, pero, aunque no fuera el caso, cualquier sitio 
por simple cortesía debe cederse a quienes más lo necesitan. Yunuén 
sabe eso bien y lo practica de sobra, haciendo méritos, supongo, para 
pasar por las puertas de San Pedro. Sin embargo, contrario a su cos-
tumbre, no se ofreció para ceder el lugar al señor y dejó que las otras 
muchachas lo hicieran. 
Obviamente eso no fue de su agrado, es más fácil ser amables 
cuando las atenciones las da otra persona y tú sólo te pones a aplau-
dir o en este caso a juzgar. Las jóvenes eran una güera y otra castaña. 
El asiento lo cedió la primera. Cuando se levantó mirando con re-
proche a su compañera una señora que aparentemente había presen-
ciado se puso a despotricar en contra de Yunuén. 
En realidad no entendió mucho, sólo algunas frases y palabras 
aisladas como “falta de cortesía”, “ella estaba más cerca”, “muy mal”, 
etcétera. La güera, la castaña y la señora miraron a Yunuén que ya 
bastante agotada de soportar a la gente, se puso a pensar que era muy 
fácil opinar cuando se pertenecía al mismo grupo, ya sea simios o 
sanguijuelas. Quizá si la señora estuviera sentada ni siquiera presta-
ría atención a lo que no le incumbía. Quizá si la mujer que acompa-
ñaba al anciano hubiera ordenado mejor sus palabras y se expresara 
con educación Yunuén gustosa habría cedido el asiento. 
Tal vez Yunuén debería dejar de preocuparse y observar su 
entorno. Aquí y quizá en ningún lado, nadie va a comprometer su 
comodidad a menos de que tenga una razón suficientemente fuer-
92
te para hacerlo ¿No?, “Vamos”, pensó Yunuén “Nadie puede ser tan 
bueno”. 
La razón de su disgusto no residía en el anciano, el señor no 
tenía nada que ver, obviamente no quería que el viejito ya medio cojo 
se cayera por el zangoloteo y terminara hospitalizado. El problema 
era el entorno, eran los ciegos, los sordos, los simios que se pisan 
entre ellos y las sanguijuelas que como ella, no estaban dispuestos a 
comprometer su comodidad. 
Aun así Yunuén nunca lo había visto con tanta claridad, pese 
a que podría parecer absurdo, sólo se trataba de un asiento en el 
metro. ¿O no? 
¿Acaso la clasificadora y juiciosa Yunuén no había demostrado 
ser también una sanguijuela? Entendió que la sordera y la ceguera 
de las otras personas sólo era una manera de aislarse del resto, de no 
verse la cara, de ignorar la existencia de las otras treinta gentes que 
te tienes alrededor. 
“Pero por Dios, estoy tan cansada” pensó Yunuén. Pero no sólo 
de cargar maletas pesadas por una hora entera sino de los malditos 
discursos clasistas, el juego de la superioridad moral con dos mucha-
chas y una señora que se sentía con la autoridad de apuntar a otros 
con el dedo. 
¿Y es que en realidad importa? Probablemente tampoco se tra-
taba de la gente del metrobus, que sólo pretendía llegar a su destino 
después de una jornada pesada de labores. Quizá era indiferencia 
lo que tanto perturbaba a Yunuén, la indiferencia de un mundo de 
ir y venir en fila, uno detrás de otro, de entrar y salir del transporte 
público, de la escuela, del trabajo, de los bares y tiendas del centro 
histórico. De buscar la mejor universidad en un ranking nacional, 
de quejarse de la distribución de los asientos y los vagones sólo para 
mujeres, de fingir sordera y sumergirte en un dispositivo móvil para 
ignorar lo mejor posible al de junto.
No lo sé, pero posiblemente Yunuén debería dejar de pensar 
tanto en aquella situación e ignorar, como lo hacen todos, aquellos 
ratos en que nos vemos obligados a plantarnos uno frente al otro, en 
el metrobús.
93
MI ÚLTIMO DÍA
No indagues, Leuconoe, no es lícito saberlo,
qué plazo a ti y a mí nos habrán dado los dioses
Horacio
A mamá y papá que me aman de verdad
I griega-u-ene-u-e-ene, deletreaba ella una y otra vez mientras un 
médico con gesto afligido tecleaba en su máquina de escribir. 
“¿Yunué?” Preguntó errando por tercera o cuarta vez. 
“No, no, Yunuén, con acento en la e”. Corrigió ella, aunque no 
tenía caso repetirlo, en menos de veinticuatro horas su nombre de-
jaría de existir. Aquel médico de cana cabellera y rostro regordete 
también, se iría con la luz que se colaba por las ventanas, las aves que 
silbaban melodías distantes, las personas que charlaban impasibles 
al otro lado de la puerta del consultorio…
¿Qué importa ya? En unas horas dejarán de existir, se disolve-
rán, se fundirán en silencio con la oscuridad. 
“Me temo señorita que es inevitable…” también lo inevitable 
dejará de existir, pensó Yunuén sin prestar demasiada atención al 
resto de información que le dio el médico, prefirió centrarse en el 
olor que despedía aquel anciano, era a tabaco, un fuerte olor que no 
es de cualquier cigarro. Un aroma penetrante que le recordaba al 
consultorio de su primer pediatra cuando era una niña pequeña. Un 
pediatra que fumaba atendiendo a una niña asmática, qué irónico 
¿Verdad?
94
Ella movía sus pies rítmicamente con los ojos fijos en la bata 
del doctor pero la mirada perdida, invadida por el temor y la deses-
peranza. Fue así que abandonó el consultorio y mirando las palmas 
de sus manos, rompió en llanto. Lloró por horas, o al menos así lo 
sintió.
Las horas y los minutos se fusionaron en una sola unidad tem-
poral. ¿De qué servía llorar ahora? Sus lágrimas también iban a des-
aparecer, la gente cuchicheante que la miraba también desaparecería 
y callaría para siempre. ¿Qué importa su compasión? La compasión 
no regala tiempo pero tampoco desesperanza. Sólo sabía que, mien-
tras sus piernas pudieran mantenerla en pie, seguiría caminando. 
No intentó ponerse guapa, sólo lamentó no haberse dado 
cuenta de lo hermosa que era, que era la más hermosa porque su 
belleza era la única que podría alcanzar. Debió haberse amado más.
Tomó un bolso pequeño y un autobús a casa. Durante el tra-
yecto se dedicó a mirar por la ventana el bello paisaje por última 
vez; las vedes colinas, el cielo azul e inmenso, las vacas pastando, la 
milpa tantos automóviles llenos de historias, de gente con destinos 
diferentes al suyo, con vidas emocionantes y emocionales. 
Quería mirar de nuevo aquel acueducto; el Acueducto del Pa-
dre Tembleque, sabía su nombre porque lo había aprendido en clase 
de arte en preparatoria, en su otra vida, antes de su primera aventu-
ra, antes de decidir que dejaría su vida cómoda y tranquila, de gente 
buena y de amor para perseguir sus sueños en otro lugar, que ahora 
abandonaba para no volver jamás. Había comprado un boleto de ida 
sin vuelta, para pasar por última vez cerca de aquella construcción 
antigua que siempre le indicaba que estaba cada vez más cerca de los 
brazos de mamá.
Había dejado Puebla atrás, junto con sus amigos, sus colegas 
y su facultad. No volvería a verlos, ya no estaban más que en sus re-
cuerdos que en pocas horas desaparecerían igual.
Al poco tiempo pudo mirar el letrero se rezaba “Bienvenida a 
Tulancingo”. Supongo que muchos niños que crecieron allá tal como 
Yunuén, entendían que el sitio se llamaba Lancingo y cuando sus 
padres les decían “Bienvenido a Tulancingo” ellos lo tomaban con 
95
un sentido de pertenencia, respondiendo a sus padres “¿Milancingo”. 
Y sí, claro que era suyo. Porque esos niños convertidos en hombres 
y mujeres que partieron lejos de su hogar saben en el fondo de su 
corazón que este siempre les pertenecerá. 
Será suyo siempre el jardín La Floresta en el que los payasosse ponen a contar chistes los domingos, los negocios de dulces que 
rodean la zona de juegos donde padres e hijos pasan tardes inolvida-
bles, el cine del billar frecuentado por los estudiantes de preparato-
ria, los árboles, las palomas que las ancianas alimentaban con pan y 
que los niños que pasan corriendo entre ellas haciendo que vuelen 
despavoridas. Los enamorados que se besan apasionadamente en vía 
pública, las amigas que del brazo caminan entre pompas de jabón. 
Al bajar del autobús pudo ver como todo cobraba sentido, se 
sumergió en un cálido abrazo de su padre, en la sonrisa franca de 
su madre, en la preciosa voz de su hermana Iris, la más pequeña de 
todas diciendo su nombre una y otra vez, y en su otra hermana, Ga-
lilea que le dijo “Siempre olvido lo mucho que te extraño hasta que 
vuelves a mí”.
Yunuén siempre volvería, porque eso no se iría nunca. De ahí 
no iba a desaparecer. Ellos no sabían, no debían saberlo porque si 
supieran que sería la última vez que la abrazaran lo harían distinto. 
Y ella, no quería nada diferente a todo el amor que ellos ya le brinda-
ban. La más pura magia atemporal, el amor sincero. 
Recordó a su abuela, ella tampoco desapareció. Yunuén no 
desapareció en ella, así como Ema no desaparecería en Yunuén.
Si algo sé, tanto como Yunuén que me ha acompañado en los 
momentos más oscuros de mí existir, es que el amor verdadero deja 
huella. Una huella eterna mágica, atemporal. 
“I griega-u-ene-u-e-ene” deletreó Yunuén por última vez, se-
llando sus labios mientras la luz se apagaba. 
96
UN LUGAR DE RECUERDOS
Para alguien que quiero y aprecio con todo mi corazón: 
Quiero verte crecer hasta volvernos pasitas, 
verte cumplir tus sueños y ser muy feliz.
 
La gente acostumbra salir a comer, a bailar, a tomar café o caminar 
en el zócalo de la ciudad. Pero nosotros preferimos ir al panteón, no 
sé decir porqué pero sabía que él sería la única persona con la que 
podría hacerlo. Entiende mi idioma, mi sintonía, mi vibración; tanto 
como yo la suya. 
Caminamos durante un buen rato por la ciudad; él un par de 
pasos por delante y yo intentando alcanzarlo mientras conversába-
mos de todo y nada, cruzando calles y alamedas. Pasando frente a 
negocios y vendedores ambulantes, niños saliendo del colegio, seño-
res, señoras, perritos andando sin rumbo y otros conducidos por su 
humano. 
Al llegar compré un ramo de flores, eran pequeñas con un sutil 
aroma que de alguna forma logró envolverme. Todos eran botonci-
tos, pues al vendedor le pedí que me diera las más bonitas que tuvie-
ra, quería regarlas, tenía que ser especial. 
Todo era tan bello, sereno y silencioso. En la entrada había 
magníficos mausoleos con grandes columnas, cúpulas y ángeles de 
piedra. Algunos tenían signos indescifrables que contaban historias, 
que a gritos intentaban explicar el origen y convicción de todas esas 
personas que ya no andaban por este plano terrenal. 
No dejaba de imaginarme la vida de esas personas; sus intere-
ses, la época en la que existieron, sus amigos, su familia, sus sueños, 
penas, amores y pecados. Las tumbas eran tan viejas que algunas 
97
databan del año 1800, creo que incluso podían ser más antiguas. 
Leíamos epitafios: “Si me necesitas llámame aunque no me po-
drás ver ni tocar yo estaré cerca, y si oyes con tu corazón, escucharás 
a tu alrededor claramente mi eterno amor”; “Creo que mi redentor 
vive y de la tierra me he de levantar”. Transitábamos una tierra en la 
que el corazón escuchaba voces, el amor era para siempre y la fe se 
hacía presente. Supongo, que un dolor tan inevitable como la muerte 
del ser amado será soportable solamente con la promesa de rencon-
trarlo en la eternidad. 
Me gustaba leer la palabra “Perpetuidad” en las tumbas, que 
según me explicó él, se refería a que no podrían quitarlas como ha-
cían con otras, cada determinado número de años. Pero para mí 
simbolizaba otra cosa, no era un asunto administrativo sino un sen-
timiento eterno e infinito: para mí era la manifestación pura y clara 
del amor, por eso la repetía una y otra vez entre murmullos.
Yacían padres y madres, hermanos, hijos y amigos amados, 
pero también algunos olvidados. El olvido no perdona ninguna clase 
de sepulcro, va desde los mausoleos más grandes hasta las humildes 
tumbas solitarias sin cruz. 
La vida en un lugar de muerte se hacía presente. Los zanates, 
que siempre conocí con el nombre de brujas volaban bajo, mientras 
los colibríes tomaban con su pico el néctar de las flores, la mariposas 
revoloteaban de un sitio al otro trayendo tranquilidad, susurrando 
con el batir de sus alas un secreto que sólo se escucha si abres tú co-
razón ¿Sabes que susurraban?: “Perpetuidad”. 
La vegetación se había apropiado del lugar, las ramas de los 
árboles levantaban el concreto, algunos sembraron milpas que se ex-
tendieron hasta por tres tumbas más, otras tenían cactáceas y sucu-
lentas, plantas con pequeñas flores moradas y hojas verdes; pues ese 
tipo de flor crece y se extiende con facilidad, incluso había algunas 
que estaban completamente cubiertas de flores. La naturaleza tarde 
o temprano recupera el espacio que el hombre creyó haber conquis-
tado, 
A mis espaldas escuché la risa de un niño que corría hacia su 
abuela por el pasillo principal del panteón, ella lo recibía con los bra-
98
zos extendidos y una sonrisa en el rostro. La risa de un niño en un 
panteón es un tesoro para los muertos, estos lugares hacen que tanto 
vivos como muertos dejen marca, puedo asegurar que algún otro 
día, alguien podrá escuchar los pasos y la risa del niño y temerá, 
ignorante, que se trate de una aparición, pero es sólo que en luga-
res sensibles los recuerdos se materializan, es como una pisada en el 
lodo que deja su marca. En la tierra seca también está, pero sólo en 
el lodo lo podemos observar. 
Podía percibir el amor, algunas tumbas con flores frescas, con 
ofrendas y decoración; pues se acercaba el Día de los fieles difun-
tos y personas llegaban de todos lados al panteón para honrar a sus 
muertos. Algunos iban en familia, poniendo a sus niños una rama de 
ruda por consejo de las abuelas “Para que no se les suba el muerto”. 
Otros iban solos, como aquel anciano con un saco sobre la espalda 
que caminaba hacia algún sitio desconocido. 
Al igual que el amor, el dolor también era perceptible. Las pa-
labras calladas, los rencores y el arrepentimiento se hacían presentes. 
En un grito inaudible, pero estremecedor. Cada vez que mi corazón 
temía, me sumergía en su abrazo, en su pecho y sus latidos me de-
volvían la calma y la concordia. Un remedio para el alma, un refugio 
lejos del sufrimiento. 
Alguna persona había colocado hace poco tiempo una peque-
ña ofrenda en la tumba de un familiar, El aroma de los tamales, el 
pulque, el pan y los dulces que había dejado despertó nuestro sen-
tido del olfato. Además estaba decorado con papel picado, flores de 
cempasúchil y flores de terciopelo era tan hermoso que mis ojos se 
llenaron de lágrimas una vez más. 
Le propuse dejar las flores en las tumbas olvidadas, como un 
tributo para quienes ya no vivían en la memoria de nadie. Las ele-
gimos juntos, ninguna de las tumbas a la que dejamos flores tenía 
nombre, no sabíamos si fue un hombre o una mujer, si actuó con be-
nevolencia o lo hizo con maldad. Pero en realidad no importaba, era 
una ofrenda, era un “No te hemos olvidado” Aunque es cierto que 
hay gente que merece el olvido, el perdón enriquece a los corazones.
Enterramos los tallos de las flores en la tierra, él me dijo que 
99
hacerlo era darles una oportunidad, algo tan bello sólo puede salir 
de sus labios. Me gusta pensar que alguna de esas flores crecerá y 
llenará de vida al solitario sepulcro del olvidado.
 Me hinqué en el suelo para colocar la última flor, era una flo-
recilla blanca para una tumba tan vieja que su cruz metálica ya no 
guardaba registro de la identidad. Le dije “Te traigo una flor” mien-
tras hidrataba la tierra con un cubo con agua, parecerá a una locurapero fue entonces que la tierra se abrió dejando un agujero exacto 
para colocar la flor. Para mí eso significaba “gracias” Llevaba mucho 
tiempo soñando con llevar flores blancas a una tumba, como si mi 
espíritu lo necesitara.
Rendida por el cansancio le pedí que nos sentáramos a des-
cansar, el sol comenzaba a caer, pues muchas horas había pasado. 
Conversamos sobre los recuerdos, el pasado, la gente que por una u 
otra razón se ha marchado de nuestras vidas. 
Vimos cómo, con el sol, este día se marchaba y pensamos que 
al volver a salir mañana traería consigo otro día, una nueva opor-
tunidad. Le dije que ese momento siempre lo recordaría, quizá más 
bello de lo que fue, y que las memorias de aquel tiempo a su lado con 
los años se alejarán más y más de la realidad. Le dije que al final sólo 
sería un recuerdo, a lo que él respondió “Toda la gente que está aquí 
ahora es un recuerdo”.
Nos fuimos de ahí, tomados del brazo como viejitos, con el 
corazón tranquilo y la verdad yo estaba muy feliz. 
100
El libro electrónico
“Práctica de vuelo (desde el salón azul)”, 
que contiene la producción de la Generación de Otoño 
del 2019 del Taller de Creación Literaria 
de la Biblioteca Central de la BUAP, 
lo diseñó Miguel Ángel Martínez Barradas, 
en la Noble, Leal y Heroica Ciudad de Puebla 
de los Ángeles y Zaragoza, el domingo 
10 de noviembre del año 2019. 
Para bien de México 
y solaz de los corazones 
enamorados.
Colofón

Continuar navegando