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En la comida como en la vida - Javier Alejandro Solís Roque (1)

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Índice
Prólogo
Introducción
¿Adicción a mamá?
¿Alguna coincidencia?
Traigo puesta a mi mamá
Yo lo cargo por ti, mamá
La deshidratación se supera traguito a traguito
Aceptación, satisfacción y deseo
Aceptarme tal y como soy
Tener deseos claros y genuinos
Dándole voz a las voces
No sé ni qué me gusta
“La ruta del deseo”
¡Aprovecha tu capacidad creadora, dale calidad a tus deseos!
Bienestar del ego vs. bienestar del alma
Diferentes maneras de controlar
Autoindulgencia vs. ser amorosos con nosotros mismos
Creo lo que creo
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El valor de la intención
Soy yo con o sin
El peso del entorno
No necesito nada
¿Por qué nos cuesta tanto trabajo reconocer qué necesitamos realmente?
Prefiero cargarme yo sola
Más allá de dar y recibir
¿Qué prefieres tú? ¿Dar o recibir?
¿Pero qué otras ganancias nos otorga el dar?
¿Qué ocurre con el acto de recibir?
¿Qué implica recibir?
Ámate de tal manera que ante una separación te quedes con la mejor parte: contigo
Prefiero no tener por el miedo a perderlo
Generar deuda
El mejor empresario
Si no lo vi, no pasó
¿Veo lo que quiero ver? o ¿veo lo que me corresponde ver?
Mientras haya un paso que dar, habrá un camino que recorrer
Dulcemente amargo o el amargo sabor de la dulzura
¡No nos atemos a nuestra necedad de que todo siga sabiendo igual!
¿Cuántos sabores que parecen amargos acaban convirtiéndose en algo dulce?
¿Cuántos sabores dulces se convierten en amargos?
¿Qué tienes en tu alacena?
Guerras declaradas
¿Dónde comienza la paz?
¿Y qué no es lo mismo lo que hacemos internamente?
¿Te hace sentido? Bueno, pues ¿de qué forma podemos comenzar a regresar a la
Unidad?
Curar y sanar… ¿son lo mismo?
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De luz y sombra
El atracón: la forma de tomarnos por la mala lo que no permitirnos darnos por la buena
¿De qué te has dado atracones?
¿Cómo darme cuenta de qué sentimientos detonan mi compulsión por comer?
¿Cómo decidimos que un sentimiento es prohibido o permitido?
¡Me aterra ser delgada!
¿Cómo lograr hacer frente a estos miedos?
¿Y si me quedo en el “no puedo”?
¿Qué pesa en el peso de tu hijo?
Premiar o castigar con la comida
Restricción
El niño puede estar usando al peso en el cuerpo como un grito por hacer valer su derecho
a la individualidad
Mejor veme a mí y no veas lo que hay detrás, me como yo los problemas para liberarlos
a ustedes
Protegerse con el peso de cualquier tipo de abuso
Cubrir ausencias
Hacer vínculo con los padres o alguien de la familia
Zonas de confort nada confortables
¿Cómo saber si estás en una zona de confort?
Resignificando
Acerca del autor
Créditos
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Prólogo
A lo largo de los años hemos visto el inminente crecimiento en el mercado de un sinfín de
productos para bajar de peso y tener al fin ese “cuerpo escultural envidiable” de la
modelo o actriz que lo anuncia o aparece en la caja… Seguramente muchos y muchas
han corrido a comprarlo con la ilusión de tener al fin el peso deseado… Al paso del
tiempo la gran esperanza se convierte en la gran desilusión y como resultado una tristeza
infinita que muchas veces termina en una caja de chocolates, el pastel más dulce o una
docena de tacos… Pero ¿sabías tú, que lo que comemos y cómo lo hacemos podría estar
vinculado al mismísimo momento de nuestra concepción… Que existe más de una razón
para la satisfacción que tenemos al ingerir eso que llamamos “placer culposo”?
En su primer libro Cuando la comida calla mis sentimientos, Adriana Esteva nos
mostró lo increíblemente ligados que están los sentimientos, los recuerdos y la nostalgia a
nuestra manera de comer, narrado desde una viviencia y realidad personal, ahora En la
comida como en la vida nos presenta una visión diferente de porqué algunos seres
humanos buscan una satisfacción permanente en la comida, y cómo ésta ha pasado a
ocupar o suplir las emociones en sus vidas, nos habla también de que aunque no es fácil,
siempre hay oportunidades para cambiar creencias y nos da a conocer testimonios de
algunas personas que han cambiado su forma de vivir y ver la vida luego de asistir a los
talleres que Adriana Esteva continuamente imparte…
Cuando leas En la comida como en la vida te darás cuenta de que son muchas las
personas que encontraron otra oportunidad en la vida, te aseguro que al tenerlo tu
también te estarás dando esa oportunidad.
Aurora Valle
 
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Introducción
Sin importar que todo siga igual, siempre puede ser diferente.
Hay muchas cosas que han cambiado en mi vida a partir de que decidí tomar mi
forma de comer como vehículo de crecimiento, tantas que estoy segura que la mayoría ni
siquiera he sido capaz de descubrirlas aún.
Cada vez que tengo la oportunidad de compartirlo, comento que no soy de ninguna
manera un producto terminado, que sigo teniendo en mi sistema latente el “chip” de la
compulsión por comer y en cuanto me descuido, se vuelve a encender. Al principio esto
me asustaba porque creía que todo el trabajo había fracasado. Afortunadamente, hoy he
aprendido a ser más compasiva y objetiva conmigo, y puedo ver que no es que haya
fallado, sino que hasta el día de hoy es mi alerta, mi radar… Y no sólo eso, hoy veo que
así como cuando estudiamos una licenciatura o una especialidad leemos libros, tomamos
clases, hacemos trabajos, investigamos, debatimos y nos hacen exámenes, la forma en
que mi alma decidió llevar a cabo sus estudios en el tema de la comida y las emociones
ha sido a través de leer mi hambre, tomando lecciones con cada encuentro, trabajando en
el campo de mis emociones, investigando qué hay detrás de cada historia, debatiéndome
con mis creencias y teniendo exámenes bastante seguido. Me han tocado maestros más
exigentes que otros, a algunos sigo sin entenderles nada de lo que me han tratado de
enseñar, a otros los he confundido con enemigos y a muchos, afortunadamente, los he
tenido en clases intensivas y particulares.
En mi libro Cuando la comida calla mis sentimientos hago varios planteamientos
acerca de esta relación tan íntima con la comida que marca tanto nuestras vidas.
En este libro te invito a seguir juntos adentrándonos en el camino del
autodescubrimiento a través no sólo de nuestra relación con la comida, también a través
de las pistas que esta relación nos da.
Si leíste mi libro anterior o si has asistido a alguno de mis talleres, sabrás que el
camino a recorrer una vez que “medio” aceptamos la idea de la responsabilidad que
implica hacernos cargo de nuestras decisiones, nuestros deseos y de los sentimientos que
estaban o están todavía debajo de nuestra forma de comer, es largo y en varias ocasiones
asusta e incluso puede hacernos sentir que nos sobrepasa.
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Ocurre como cuando mi dentista me contó que llegó un paciente con un dolor de
muela y ella al revisarlo y quitarle una curación que tenía de tiempo atrás se dio cuenta
que tenía una súper infección que requería un doloroso tratamiento. El paciente le dijo
enojado: “Pero si yo nada más vine por un dolor de muela. ¿Qué me hizo usted,
doctora? Póngame mi curación y déjeme como estaba”.
La dentista le contestó que no hizo otra cosa que dejar descubierta la infección…
Afortunadamente, pues de otro modo lo más probable es que el dolor, además de hacerse
insoportable, lo hubiera llevado directo a una cirugía y a perder la muela.
Así ocurre con los procesos de sanación, quisiéramos de pronto regresar al punto en
donde no teníamos consciencia y en donde culpar a la comida, la gordura o a los demás
era más sencillo; quisiéramos seguir con el dolor, que nos taparan la infección y olvidar
que existe.
Tomar las riendas de nuestra vida asusta porque tenemos la fantasía de que no
podremos con ella, pero afortunadamente, tal y como lo acabo de escribir, es una
“fantasía” que se ha cargado de suficientes elementos para convencernos de que es real.
El propósito de este libro es darte más herramientas y más caminos para que
“sustentes” tu nueva relación contigo mismo.
 
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¿Adicción a mamá?
Desde que somos concebidos se marcan los roles básicos y vitales que tomarán en
nuestra vida nuestros progenitores: el padre,a través del encuentro sexual, brinda la
energía poderosa que después de una extenuante lucha y búsqueda llega hasta la semilla
de la madre, quien espera paciente y en el lugar indicado para que se dé el encuentro. En
cuanto ocurre la conexión y se gesta una nueva vida a partir de estas dos energías, la
femenina y la masculina, el vientre de la madre, que ya ha sido perfectamente
acondicionado para que esta vida se desarrolle conforme al proceso que corresponda, es
el encargado de proveer a este nuevo ser de todo lo que necesite.
¡Es entonces donde comienza la estrecha relación con la comida! A través del cordón
umbilical, la madre “alimenta” al bebé no sólo de los nutrientes que necesita para formar
y fortalecer su cuerpo, también de información que va más allá: sus miedos, su capacidad
o falta de ésta para hacerse cargo de ambos, la relación con el padre, la culpa de
desatender a sus otros hijos, el rechazo, su atención, su dolor, su apego a la vida, su
aceptación, etcétera.
El bebé nace ya con bastante información acerca de qué le espera a su llegada a este
plano, fuera del cuerpo de su madre, que es todo lo que hasta ahora conoce.
Su primer encuentro con esta nueva etapa de su viaje es a través del hambre, es el
deseo de comer lo que lo impulsa a conectarse con la vida.
La comida y la madre, en este momento, son prácticamente lo mismo…
Aquí me gustaría contarles algo que hace poco una querida amiga que ha trabajado
con madres adictas a sustancias altamente destructivas, como el thiner inhalado, me
compartió: al estar pegado el bebé a la madre, está también “pegado” a la droga; la huele,
la respira y para él no existe otra cosa; ese olor y su impacto, son ahora parte de su
pertenencia a la vida. Cuando tratan de separar al bebé de su madre para poder cuidar a
ambos, el bebé se enfrenta a una crisis brutal de abstinencia, lo están separando de la
sustancia que ya alteró su sistema y lo hizo adicto, pero también lo están separando del
medio que lo mantiene conectado con su madre.
En términos de la comida pasa algo similar, nos cuesta trabajo diferenciar la
“sustancia” de la “proveedora” de la sustancia.
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Todos, incluyendo a quienes no tuvieron a su madre cerca, a quienes la perdieron, a
quienes tienen una pésima relación con ella, incluso a quienes no la conocieron, fuimos
nutridos en primera instancia por ella, es por eso que es tan compleja esta relación,
porque está cargada de muchos matices.
Conforme vamos creciendo y desarrollando nuestras propias percepciones de lo que
va ocurriendo en nuestro camino, esta importante relación va también tomando diversos
rumbos.
No importa cómo sea nuestra relación con nuestra madre, nos marca en muchos
sentidos; he escuchado cientos de historias en mis talleres y en todas hay mucho que
aprender de la relación que tienen con su madre, obviamente también con el padre, los
hermanos, abuelos, tíos, pero en este momento quiero centrarme en la primera.
Te voy a pedir que tomes una hoja y escribas cómo ha sido tu mamá contigo.
No te frenes, no justifiques, no defiendas, no expliques, simplemente sé objetivo.
Entre más honesto seas, más provecho vas a sacar de este ejercicio.
Te comparto lo que escribió Jimena, de 35 años y madre de un niño de siete, acerca
de su mamá:
¡Odio a mi mamá! Es agresiva, violenta, me golpeó muchas veces, me humilló, nunca estaba para mí, me ofendía
siempre, me comparaba con mis hermanas y me obligaba a servirle a mis hermanos. Se burlaba de mí. No le daba
importancia a la hora de la comida, siempre estaba ocupada quejándose y reclamándonos, no se cuidaba, siempre
quería que sintiéramos lástima por ella. Espero que algún día me pida perdón y sufra como yo sufrí por su culpa.
Cuando compartió todo esto con el grupo, Jimena estaba cegada por el odio y el dolor, su
único deseo era poder “vengarse” de ella.
Después de describir cómo era su mamá con ella, revisamos punto por punto y le
pedí que tratara de identificar qué tanto se trataba a sí misma de igual manera. Cuando se
lo dije, su primera reacción fue de mucho enojo, de defensa y de agresión hacia su
madre. Sin embargo, conforme pudo “habitar” todas esas emociones y puso atención a lo
que la relación con su madre decía de ella misma, bajó la guardia y comenzamos a
trabajar.
Se dio cuenta de que ella es sumamente agresiva en su manera de contestar y de
tratarse, rara vez se escucha, es decir, no está para ella misma. Continuamente se
compara con los demás y nunca queda bien parada, quiere complacer a todos. No se da
cuenta a qué hora le da hambre porque no está pendiente de sus propias necesidades, así
es que sólo se permite comer dándose atracones, a través de los cuáles se castiga, se
reclama, se agrede y se culpa. No cuida su aspecto y es sumamente dura con ella, no se
perdona ningún error.
¿Alguna coincidencia?
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Cuando lo vio de esta manera, quedó muy impactada, pues no le cuadraba por qué si lo
que más quería era que su mamá no hubiera sido así, ahora no podía dejar de actuar
como ella.
La verdad es que más allá de las circunstancias, creo que siempre haremos todo lo
posible por estar cerca de nuestra madre, aun cuando esa forma sea tan dolorosa. Jimena
sin darse cuenta reproducía la forma de “amar” que su madre le enseñó, porque sí,
aunque suene extraño, aprendimos a concebir el amor en el sentido de “forma de
identidad y pertenencia” a partir de cómo lo recibimos de nuestros padres. Incluso
cuando en su discurso Jimena hace alusión al odio que siente hacia su madre, en realidad
es un grito por mantenerse cerca de ella a través del maltrato que de ella aprendió, es
como si gritara: “Mamá, mantengo mi unión contigo a pesar de mi propia infelicidad”.
Del mismo modo que lo hizo Jimena, te invito a que revises de qué forma actúas
contigo igual que actuaba tu mamá contigo.
La historia de Jimena habla sólo de los aspectos “negativos”, sin embargo eso no
quiere decir que tu historia no pueda, por el contrario, haberte marcado en terrenos
mucho más positivos; lo importante aquí es obtener claves acerca de ti mismo.
Después de “descubrir” como actúa Jimena, nos dimos a la tarea de plantear
compromisos para cambiar esa dolorosa relación. Por ejemplo:
• Estar pendiente de su apetito y comer lo que su cuerpo le pida
• Tomar clases de baile que siempre ha querido, pero que antes no se permitía
por ser “una tontería cursi”
• No salir de su casa sin peinarse linda y decirse “te quiero” al espejo
• Trabajar en terapia el enojo hacia su madre
A medida que mejoramos la relación con los aspectos de nosotros que tienen que ver con
mamá, vamos mejorando nuestra relación con ella y viceversa.
Considero vital replantear desde dónde, sana y conscientemente, nos vinculamos hoy
como adultos con ella, ya que mientras no hagamos paz con quien nos dio la vida, no
tendremos paz con la vida en sí.
Más adelante ahondaré en el tema de honrar las historias de nuestros padres para
honrar la nuestra.
Traigo puesta a mi mamá
Y hablando de cargar pesos ajenos, te comparto varios casos que brotaron
“curiosamente” en la misma sesión de uno de los talleres que imparto:
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Rebeca, de 45 años, ha luchado gran parte de su vida con el sobrepeso. Como
muchas personas, su desesperación la ha llevado a probar cientos de dietas, pastillas,
ejercicios, terapias, tratamientos, etc. Nada parecía poder contra sus kilos de más hasta
que un día, en una terapia alternativa, le dejaron saber que ese sobrepeso le correspondía
a su madre, es decir, a partir de que su madre murió, cuando ella tenía 17 años. Rebeca
se colocó encima los mismos 80 kilos que pesaba su madre. Incapaz de procesar y
perdonar la ausencia de su progenitora, decidió, de manera no consciente, obviamente,
“llevarla puesta”, literalmente.
Natalia, de 28 años, ojos azules, tez clara, cabello rizado y una risa a flor de piel,
compartió con el grupo que agradece profundamente a su madre que nunca le habló de
su papá, ni para bien ni para mal. Sin embargo, ha desarrollado un gran sobrepeso desde
pequeña. Cuando le pregunté cómo acomodabaen su vida la ausencia de su padre, me
dijo que su abuelo se había ocupado de brindarle ese papel. Le comenté que eso estaba
muy bien, pero que yo creía (y lo sigo creyendo) que necesitaba honrar la presencia de
su padre biológico en su vida, ya que de otra manera su cuerpo se seguiría encargando de
hacerlo por ella, llenando su espacio con kilos. Cuando lo escuchó, algo dentro de ella
retumbó y rompió en llanto.
No podemos dejar de honrar a quienes nos dieron la vida, estén presentes o no en
nuestro día a día; creo que es una necesidad básica, ya que si no hacemos las paces con
ellos, no podremos hacer las paces con la vida en sí.
No honrar a nuestros padres es negar también la parte de ellos que vive en nosotros.
Nos guste o no, sus células formaron nuestras células y contienen información de ellos
que ahora habita en nosotros. A medida que aceptamos las partes de nosotros que
odiamos porque nos recuerdan lo que también odiamos de ellos, iniciamos un proceso de
liberación casi mágica. Pelear, ignorar y maldecir lo que somos no hace más que drenar
nuestra energía y enfermarnos. Por otro lado, abrazar hasta lo peor de nosotros es
demostrarnos ese amor incondicional que tanto pedimos y esperamos de nuestros padres,
parejas, hijos y, en general, de quienes están o han estado ligados a nuestras vidas.
Cuando no lo hacemos de manera amorosa y consciente, nuestro sistema se dará a la
tarea de hacerlo, a través de kilos, enfermedades, manías o cualquier vía mediante la cual
no se nos pueda olvidar que existen.
Abrazarnos con todo lo que somos no hará que eso que no nos gusta se posesione de
nosotros como si fuera una fuerza maldita, contrariamente a lo que pensamos, encontrará
en nuestra atención y entendimiento la energía necesaria para transformarse e irse si es
necesario, o quedarse, pero en un lugar de servicio… Es decir, pasar de deuda a
inversión.
Honrarlos y conciliar con los padres no es necesariamente ir con ellos y arreglar las
cosas, es, en primer término, aceptar los sentimientos hacia ellos de la manera más
honesta posible, eliminar las culpas por sentirlos, exponerlos ante ti mismo, llorar lo que
necesites llorar, entenderlos, entenderte y, si lo sientes necesario, perdonarte por sentirlos
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o por haberlos aguantado, guardado o escondido.
En segundo término, es reconocer que tanto ellos como tú hicieron lo que pudieron
en las circunstancias que se les presentaron y con las herramientas que tenían.
En tercer término, es reconocer, a través de esta reflexión, las verdaderas
necesidades que tienes con respecto a ellos y comenzar a cubrirlas tú mismo.
Cuando Natalia honró la presencia de su padre en su vida, pese a que éste decidió no
quedarse en ella, un nuevo brillo apareció en su mirada, como cuando dos polos han
estado separados por mucho tiempo y al unirse generan la chispa de luz que estaba
esperando ser encendida y comenzar el proceso de iluminación.
Al escuchar estas historias, Guadalupe también intervino, compartiendo que ella
había perdido un bebé y que eso la había afectado profundamente. Harta de no encontrar
una salida a su desolación, un día cayó como del cielo la siguiente oración: “Deja de
cargar en tu cuerpo los kilos de ese bebé y libéralo para que regrese a la luz”.
Efectivamente, ante su propio asombro reconoció que desde la pérdida no había logrado
deshacerse de ocho kilos que traía de más.
Impactada y visiblemente conmovida, Estrella, quien también estaba en el grupo, se
permitió aceptar la posibilidad de estar “sobrealimentando” a su hija pequeña, después de
haber perdido a un bebé antes de que esta naciera.
Sofía, una mujer que ha luchado también con su sobrepeso durante mucho tiempo,
ha logrado ver a través de un gran trabajo de conciencia que al sentirse ignorada por su
papá, encontró en cada kilo extra que colocó en su cuerpo la forma de gritarle que la
volteara a ver.
Emilia, durante una meditación guiada que hago acerca de la escalera de la vida para
encontrar en qué parte se pudo generar algún bloqueo importante, se detuvo en el
escalón que señalaba sus 14 años, edad en la que murió su abuela, quien representaba su
gran fuerza. A partir de entonces, ella quiso morir y su forma de hacerlo fue dejar de
comer. Después, al no aguantar hacerlo por mucho tiempo, se llenó de los mismos kilos
que pesaba su abuela.
Debo confesar que estas historias me recordaron un ejercicio terapéutico que hice en
alguna ocasión, a través del cual yo buscaba precisamente liberar a mi hija de mi propia
historia con la comida. Durante el proceso, salió a relucir que cuando yo estaba
embarazada precisamente de ella, me notificaron que se trataba de un embarazo gemelar,
pero que uno de los bebés no se había formado. Ni mi entonces marido ni yo le dimos
mayor importancia, ya que casi al mismo tiempo nos informaron del segundo embrión y
que no se había logrado, así es que ni ilusiones nos habíamos hecho.
Sin embargo, según pudimos ver en esta terapia, mi hija sentía una ausencia en su
vida que no podía entender y que muy probablemente la llevaba a comer de más para
tratar de compensarla o de alimentar inconscientemente a esa vida que la acompañó en
los primeros días que habitó mi vientre. La terapeuta me sugirió contarle que ella venía
acompañada, que el alma de su hermanito no se había quedado con nosotros, pero que
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yo me haría cargo de ese bebé también, rezándole y agradeciéndole que hubiera estado
con nosotros por un tiempo, y que su lugar en nuestra familia estaba dado y sería
reconocido y respetado.
Fue increíble cómo, a pesar de su corta edad, logró darle congruencia a su
sentimiento y liberar la carga de tener que hacerlo ella presente para que no lo
olvidáramos.
Me sigue maravillando cada día darme cuenta de lo que somos capaces de hacer con
tal de seguir sintiendo de alguna forma la presencia de nuestros padres o de alguien
trascendental en nuestra vida, es algo más grande que nosotros, es una conexión que no
se rompe, a pesar de la distancia o la buena o mala relación que tengamos o hayamos
tenido con ellos, incluso si no ha habido relación alguna.
Yo lo cargo por ti, mamá
Ilana, una hermosa chava de 19 años, lloraba desconsolada al compartir con el grupo que
había tenido una cita desastroza. Se preguntaba por qué no encontraba a alguien decente
con quien salir, que la valorara. Le echaba la culpa una vez más a la gordura. Su madre
que estaba junto intervino para contarnos que sentía que a su hija se le iba la vida, que
no ponía límites y que era incapaz de ir por sus sueños. Le pregunté entonces si a ella le
pasaba lo mismo, y después de intentar regresar la atención de la plática a su hija, se
rebeló ante ella una imagen que se había negado a ver: ¡era a ella a la que se le estaba
escapando la vida! Un matrimonio lleno de abusos y agresión era su jaula. Ante su
incapacidad de poner límites y de protegerse, fueron sus hijos los que se encargaron de
hacerlo. Ninguno de los dos se ha despegado de su lado, aún a costa de suprimir sus
propias aspiraciones. Su hija se puso peso para no alejarse de su lado y protegerla de la
violencia del padre. Encontrar una pareja que la valorara la ponía en riesgo de quererse ir
con ella y entonces faltar a su gran mandato: ¡cuidar a su madre! Cuando ambas se
dieron cuenta de la dinámica que ocurría, quedaron bastante conmovidas e incluso
asustadas. Ilana estaba en un mar de llanto, conmovida al darse cuenta de cuánto había
sacrificado por el gran amor que le tenía a mamá. En una escena que nos conmovió
profundamente a quienes tuvimos la oportunidad de presenciarla, la madre pudo decirle:
“Te libero de la carga que tomaste para poderme cuidar. Hoy eso me corresponde a mí y
es hora de que comience a tomar las decisiones que me corresponden”.
Un caso similar le ocurrió a Andrea, quien no entendía por qué aun siendo una adulta
exitosa, seguía teniendo miedo de ir por la plenitud que la vida se empeñaba en ofrecerle.
Al igual que nos ocurre a quienes hemos decidido trabajar en conciencia y abrirnos a
recibir la información querequerimos, Andrea tuvo una revelación: su madre no pudo
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vivir su propia adolescencia porque la situación en casa la hizo tener que tomar el rol de
proveedora responsable. Cuando se casó, cosa que hizo esperando escapar de la
incómoda situación que había en su hogar, resulta que se topó con la irresponsabilidad de
su esposo, lo que la hizo una vez más tomar las riendas y frenar sus deseos. Fue hasta
que se divorció cuando logró por fin vivir a su manera, el problema era que en ese mo
mento ya era madre de tres hijos. Andrea, en lealtad (por supuesto inconsciente), decidió
dejar que su madre viviera su adolescencia tardía, mientras ella se quedaba en casa tirada
en un sillón comiendo y comiendo, ganando el peso suficiente para negar sus deseos
adolescentes y hacerse cargo de sus hermanos. Para ella, el discurso era: “no salgo por
gorda”. Cuando la realidad era: “necesito ponerme gorda para no querer salir y así darle
oportunidad a mi mamá”. Era como si con la comida callara su derecho a vivir lo que
merecía y le correspondía a los 15 años.
La deshidratación se supera
traguito a traguito
Ser padres nos da más lecciones de las que podemos imaginar y dimensionar. En una
ocasión, cuando mi hija mayor tenía un año y dos meses de edad, nos fuimos de
vacaciones a la playa en fin de año. Lo contaminado de las albercas, el calor, el cambio
de alimentación o lo que haya sido, le provocó a mi hija una infección muy fuerte que la
tuvo con vómito y diarrea durante varios días. Yo, inexperta, cada vez que ella vomitaba
o iba al baño, le daba mucho líquido para que, según yo, no se deshidratara; pero entre
más agua le daba, más devolvía el estómago hasta que se deshidrató. La tuvimos que
llevar de emergencia al hospital, la canalizaron y nos llevamos el susto de nuestra vida.
Ya de regreso en casa, la llevé con su pediatra y me explicó que es muy común que
al ver que perdía líquido intentara reponérselo con más líquido; sin embargo, esto sólo
complica el cuadro, ya que como el estómago está tan resentido, no tiene la capacidad de
absorber lo que recibe y lo regresa, pero no sólo lo que entró sino más, con lo que
aumenta la deshidratación. La solución, me dijo, es darle muy pequeñas cantidades y en
lapsos de tiempo repartidos para que el organismo pueda recuperarse y permitir la
absorción poco a poco.
Llevando esta experiencia a otros terrenos, comencé a pensar cuántas veces eso nos
pasa también en la vida; estamos tan deshidratados que, por más que recibimos, nuestro
sistema no lo asimila porque queremos devorarnos todo: amores, relaciones, comida,
atención, aprobación… Y como lo hacemos desde la desesperación y el intento de
llenarlo rápido y en gran cantidad, entre más tomamos, más nos vaciamos.
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Te pongo un ejemplo: un hombre está tan necesitado de aceptación que se llena de
relaciones sexuales casuales e intensas. Entre más crece su vacío, más relaciones tiene, y
entre más sexo tiene, más vació se siente. Y así el ciclo continúa. Su “deshidratación” y
su sed son tan grandes que no le permiten hacer un alto y afrontar su verdadera carencia,
que ciertamente no se trata de tener o no tener sexo. Esto obviamente no es sencillo y
mucho menos cómodo. Cuando seguí los consejos del pediatra y comencé a rehidratar a
mi hija poco a poco para que después pudiera ya asimilar más líquidos y luego alimentos,
fue muy doloroso, porque ella tenía sed y quería su leche. No entendía que si yo le
permitía tomar más de la media onza que había indicado el doctor, cada media hora,
corría el riesgo de enfermarse peor. Era un sufrimiento para mí (y me imagino el doble
para ella) negarle su mamila, mientras me suplicaba que quería más.
¡Lo mismo nos ocurre hoy! Nos cuesta mucho trabajo negarle a nuestro impulso,
compulsión, adicción o como sea que se nos manifieste, el cumplimiento de su deseo
inmediato (su mamila), aun sabiendo que negársela es darle salud en todo sentido.
Entender el lenguaje de nuestra hambre requiere paciencia, es necesario un trabajo
diario y constante de “decodificación”. Y esto me hace recordar la experiencia que vivió
una amiga en su reciente viaje a China. Me cuenta que era desesperante no lograr
entender nada de lo que escuchaba y veía. Había algo escrito, pero ella no tenía el código
necesario para tener acceso a todo aquello. Se sentía completamente lejana y
desconectada de todo lo que ocurría, aunque estuviera ahí parada, mirando, escuchando,
tocando, sintiendo… Para ella eran garabatos y sonidos sin lógica ni sentido. Para
poderlos significar, tendría que estudiar el idioma. Seguramente todo cambiaría
dramáticamente; todo cobraría otro sentido y tendría significado.
Mientras no tenemos acceso a los códigos que se esconden tras nuestra hambre y
nuestros comportamientos y reacciones, estamos desconectados de lo que ocurre tanto a
nuestro alrededor como dentro de nosotros mismos.
Parte de estos códigos nos los dan los recuerdos y las cargas emocionales con los que
los alimentos se fueron impregnando.
A nuestro entender puede parecer ilógico y sin sentido que no podamos dejar de
comer compulsivamente ciertos alimentos hasta que entendemos el código bajo el cual
los hemos significado. Generalmente comemos algo por los recuerdos que nos trae, por
lo que nos hicieron sentir en alguna o algunas ocasiones. En nuestro sistema se hacen
conexiones que se activan automáticamente cuando aparece cierto estímulo. En más de
una ocasión intentamos regresar a momentos que nos resultaron agradables a través de
algo que los acompañó y que fue la comida.
Sin embargo, una vez más, la vía para llegar a esos estados ¡no es la comida! Hacerlo
es sólo un espejismo, una ilusión, una fantasía. ¿Y sabes qué ocurre en realidad? Que en
la necedad de querer recuperar esas sensaciones o momentos comemos, esperando que
en el siguiente bocado, la siguiente rebanada de pastel, el próximo paquete de galletas, el
siguiente vaso de refresco, el siguiente trago de tequila, la próxima relación sexual, el
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próximo novio, el otro trabajo… la próxima vida, nos regrese eso que sentimos que nos
robaron: la voluntad, la libertad, la dulzura, la dignidad, la valía. Y cómo duele y lastima
comprobar cada vez que eso no ocurre, que quedamos aun más vacíos, hambrientos,
sedientos… deshidratados.
Aceptación, satisfacción y deseo
En la comida recreamos en el plato mucho de lo que hacemos en la vida. La satisfacción
para muchos quienes hemos estado barajando las cartas de la restricción, las dietas, las
obligaciones y el maltrato por tantos años, resulta un platillo muy codiciado y pocas
veces alcanzado.
Vamos a revisar primero la insatisfacción en el terreno de la comida:
¿Por qué nunca estoy satisfecho con lo que como y siempre quiero más?
Chequemos algunos puntos que pueden darte la respuesta a esta pregunta que
seguramente te has hecho en más de una ocasión:
No comí lo que en realidad deseaba. Si como algo que en realidad no se me
antojaba o no me gusta tanto, no es de extrañarse que siga buscando en eso
que está en mi boca y que no deseo un sabor y sensaciones que no voy a
encontrar. Es como pedirle a un plátano que sepa a cóctel de camarones. Te
pongo el ejemplo de Cynthia, una joven de 23 años con muchos sueños por
delante en el terreno de la actuación, quien durante un ejercicio del taller
Comiéndome mis emociones, explotó entre llanto y risas diciendo: “¿Cómo no
voy a estar todo el tiempo hambrienta, insatisfecha y de mal humor, si en lugar
de comerme unos huevos revueltos como quería, me comí unas claras con
suplemento sabor espinaca que sabían espantoso y en lugar de un café con
leche, tomé un té con sabor a chocolate que apenas pude tragarme por su mal
sabor?”.
Por temor a darnos cuenta que lo que necesitamos no tiene nada que ver con
comida. Plasmamos en el terreno de la comida insatisfacciones que
corresponden a otros ámbitos de la vida, mucho más “peligrosas” de revisar.
Porque la comida se vuelve la única fuente de placer. Es definitivamente
menos riesgoso encontrar placer en la comida que en una relación depareja o
en una caricia. La comida aparentemente no pide nada a cambio, no juzga, no
exige pero sobre todo: no abandona.
La atención estuvo en el bocado siguiente, no en el que está en la boca. La
satisfacción es resultado de la atención y del momento presente, se teje a cada
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bocado, en cada instante y en cada respiración. No es el resultado de, sino el
encuentro continuo de ti en lo que ocurre. Si en cuanto te compras una blusa,
ya estás ansioso porque no tienes el pantalón, y cuando tienes el pantalón ya
estás pensando en los zapatos, no te das el tiempo de que la satisfacción “te
alcance”.
Porque dejo de comer antes de que mi estómago dé la señal de satisfacción. En
esta fiebre enfermiza por vencer el hambre y bajar de peso, es casi imperativo
quedarte siempre hambriento. Si vences al demonio llamado comida, serás un
héroe cuya corona (de espinas) será entregada por la diosa báscula. Lástima
que este reconocimiento, lejos de acercarte, te aleja cada vez más de ti mismo y
de tus verdaderas necesidades y capacidades. Comer menos de lo que tu
estómago requiere es igual de lastimoso que darle de más; supone un gran
abuso y maltrato. ¿Quién se puede sentir realmente satisfecho de hacer eso?
Porque buscas en el alimento sabores creados por la mente y las fantasías.
Por ejemplo, te repites que el pastel es la felicidad absoluta o que cuando
comes chocolates te sientes amada. Como esto no es real, buscas bocado tras
bocado esa felicidad absoluta y ese amor, y como no aparece (ni aparecerá),
después de tres pasteles y varios kilos de chocolate, quedarás asqueado,
mareado, adolorido y empalagado… pero no satisfecho.
Porque no estás “presente” durante el momento de comer. Recuerda que uno
de los puntos medulares para la satisfacción es estar presente, es decir, sin
distracciones mientras comes. Imagino a la satisfacción persiguiéndonos por
todos lados, tratando de abrazarnos, pero cada vez que se acerca resulta que
nosotros ya nos fuimos a otra cosa. Recuerda: la satisfacción no nos puede
dejar su regalo con nadie más, necesita dárnoslo en persona y eso sólo puede
ocurrir si estamos en casa cuando llegue, es decir, si nos habitamos.
Porque deseo sentirme diferente de como me siento, comer algo distinto de lo
que como y verme diferente de como me veo. Ésta si es la verdadera cárcel de
la satisfacción, los barrotes de la negación y la no aceptación. Te has
escuchado decir: “¡odio tener tanta hambre! ¿Por qué no puedo ser como mi
hermana que nunca engorda? ¡Cómo quisiera estar comiendo una deliciosa
ensalada de papas en lugar de esta col hervida! ¡Si tan sólo tuviera las piernas
largas de Margarita! ¡Me choca sentirme vulnerable!” Bueno, pues mientras
esas preguntas se generen en tu mente y no aceptes lo que eres, lo que tienes, lo
que sientes y lo que ocurre, no habrá espacio para las mieles de la satisfacción
entre tanta amargura.
Porque imito la forma de comer de alguien más. Nuestra forma de comer es
como nuestra huella digital, es única y atiende de manera directa e
intransferible a tus necesidades, no a las mías ni a las de la Reina Isabel, sólo
a las tuyas. De tal forma, si intentas imitarla no lograrás que embone y ¿qué
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crees? Te sentirás incompleto, infeliz y, claro, insatisfecho.
Por todo lo que te dices mientras comes. Cada pensamiento que pasa por la
mente genera reacciones a nivel químico y, por lo tanto, a nivel emocional. Si
durante la comida estás pensando en lo mucho que te hizo enojar tu entrenador,
no te sorprendas si acabas comiendo tres veces más de lo que necesitas, para
aplacar ese enojo que vuelves a traer a ti cada vez que recuerdas la discusión.
Lo mismo si te sermoneas acerca de lo mal que comes, lo mucho que tragas y
lo gordo que te estás poniendo, tus emociones van a estar tan movidas que
para “defenderse” de la agresión seguirán pidiendo comida, ya que por lo
visto tú no estás disponible para atenderlas de otro modo que juzgando.
Por amenazarte con restringirte en las siguientes comidas. Como mencionaba
ampliamente en mi libro Cuando la comida calla mis sentimientos, cada
restricción conduce a la compulsión. Si te restringes durante la comida, tu
sistema comenzará a planear un plan de ataque para aprovechar al máximo lo
que le das y te hará casi imposible escuchar la señal de satisfacción.
Ponerte metas irreales en torno al peso y a la comida. Si te pones metas muy
alejadas de donde te encuentras hoy, el espacio entre tú y ellas es tan grande
que te provocará frustración. En cambio, si después de fijarte un objetivo claro
y alcanzable trazas rutas como la que te voy a compartir algunas páginas más
adelante, te sentirás confiado, seguro y motivado para seguir dando pasos
firmes.
Tips
1. Come sólo por hambre física.
2. Come lo que te dé bienestar real.
3. No discutas durante la comida.
4. No revises tus cuentas, ni tus romances fallidos ni tus problemas de trabajo
durante la comida.
5. Come despacio.
6. Disfruta lo que comes.
7. Mantén la atención en tus sensaciones.
8. Cuando te sientas satisfecho, retira el plato y di en voz alta “estoy satisfecho”.
9. Levántate de la mesa.
10. Lávate los dientes o mastica un chicle de menta.
11. Revisa tus insatisfacciones.
Una de las expresiones que escucho frecuentemente es “siempre estoy insatisfecha”,
no importa cuánto coma, cuánto duerma, cuánto compre, cuánto sufra… La satisfacción
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nunca llega.
Revisando justamente creencias, Ofelia, una mujer de 43 años, madre de tres hijos,
con una carrera brillante, un hogar hermoso, con buena salud, una economía bastante
resuelta y, por si fuera poco, muy hermosa y con un cuerpo saludable, compartía en el
grupo que ella nunca estaba satisfecha porque para ella, estarlo significaba rendirse. La
fuente de poder para ella, la que la impulsaba a dar el siguiente paso era justamente
sentirse insatisfecha. Obviamente, mientras esa creencia opera en ella, nada va a
resultarle suficiente.
Cuando menciono que para poder empezar a trabajar en un proceso de sanación el
primer paso es la aceptación, aparecen las caras asustadas e inconformes que avientan
frases como: ¿Qué? ¿Me estás pidiendo que acepte ser esta marrana espantosa y no
hacer nada? ¿Cómo? ¿Qué no ves que si me acepto no voy a hacer nada al respecto?
¡No me resigno a ser una gordita feliz!
Y sí, da pavor porque piensan que si se aceptan, van a tener que vivir con eso toda la
vida, pero yo les pregunto y te pregunto a ti también si no aceptarte te ha llevado a
obtener lo que realmente deseas, si no aceptarte te ha llenado de satisfacción, de armonía
de plenitud, de amor, de realización.
Te voy a dar una información que espero te ayude a “aceptar” la aceptación:
¡Aceptar y resignarse son dos cosas diferentes!
Aceptación: descripción objetiva de la realidad que plantea posibilidades, situaciones,
potencialidades, y que permite la toma de decisiones y la capacidad de realizar acciones
concretas y conscientes.
Resignación: deshechar la posibilidad de cambio y movimiento. Es volver a “firmar” que
no podemos.
Y yo no estoy sugiriendo la resignación, yo no propongo que tires la toalla ni que
olvides tus deseos… ¡AL CONTRARIO! Te estoy invitando a que los pongas en marcha.
¿Qué te dice la palabra insatisfacción? ¿Qué ideas y creencias surgen en ti acerca de
la insatisfacción?
Para que te quede más claro lo que significa para ti, te voy a pedir que hagas el
siguiente ejercicio:
Completa las siguientes oraciones, puedes repetirlas cuantas veces sea necesario
con el fin de que vacíes en el papel todo lo que se te ocurra al respecto:
• Yo me siento insatisfecho cuando…
• Yo me siento satisfecho si…
• Revisa cada una de tus oraciones y observa qué es en realidad lo que te
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tiene insatisfecho.
• Analiza cuántas de tus satisfacciones e insatisfacciones dependen de algo
o alguien más.
Cuando ponemos en manos de alguien o algo más nuestra satisfacción, es muy
probable que nunca quedemos satisfechos o que gastemos una enorme cantidad de
recursos, energía, bilis, intestino, uñas y recursos para “lograrlo”, y ¿qué crees?Es muy
probable que aun si logras hacer que el otro te dé exactamente lo que quieres y de la
forma en la que lo quieres… no vas a quedar plenamente satisfecho.
La satisfacción no está en el otro, ni en las cosas, ni en un proyecto, ni en el
cumplimiento de una meta o de un sueño; está en cada momento, en aceptar, disfrutar,
habitar cada cosa que hagamos con la conciencia plena, en primer lugar, de que la
estamos haciendo y, en segundo lugar, de que estamos haciéndola lo mejor que podemos.
Es cambiar la forma y el sentido; por ejemplo, yo desayuno un jugo verde todos los
días y decidí que prepararlo, lo cual implica levantarme 10 minutos antes para lavar la
verdura, picarla, exprimir la fruta, licuarlo, etc., se convertiría en un acto de amor hacía
mi misma. Cada paso que voy dando en su preparación me deja satisfecha, no sólo el
tomarlo.
Si decides subir una montaña y lo único que te interesa es llegar a la cima, es
probable que cuando llegues claro que te dará emoción, pero la satisfacción
verdaderamente plena llegará si se va “tejiendo” durante todo el andar; en las caídas,
perdidas, el aire que toca tu cara, los paisajes, la preparación de la mochila que vas a
llevar, las escalas para admirar el sonido del aire entre los árboles, tu respiración a veces
agitada…
Si esto lo aplicas a tu deseo de bajar de peso, comenzarás a entender que la pérdida
de peso no te dejará pleno si no aprendes y disfrutas todo el proceso de sanación,
descubrimiento, caídas, enojos, apapachos, panoramas y sentimientos que ocurren en el
camino.
¿Qué se necesita para lograr la verdadera satisfacción?
¿Cómo lograr la verdadera satisfacción emocional, mental, espiritual?
Aceptarme tal y como soy
Este acto de aceptación es todo un reto, tomando en cuenta la cantidad de “detractores”
que tenemos. Se nos ha enseñado más bien a sentirnos menos, a tener que cambiar
constantemente y a ser diferentes de lo que somos. Escuchaste alguna vez frases como:
“Si fueras menos ruidoso, no te regañaría tanto”, “¿Por qué no eres como las demás
niños?”, “¿Cuándo aprenderás a ser mejor persona?”, “¿No te da pena ser tan débil?”,
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“Mientras sigas siendo así, nadie te va a querer”.
Dice Marion Woodman: “Cuando la madre no está suficientemente en contacto con
su cuerpo, no puede dar al hijo la vinculación necesaria para ofrecerle confianza en sus
propios instintos. El niño no puede relajarse en el cuerpo de ella, ni después en el suyo
propio”.
Cuando yo leí esta frase, me pregunté cuántos de nosotros estamos cómodos en
nuestros cuerpos. Es como una fiebre que viene ocurriendo a través de las generaciones,
el mandato de no habitar nuestro cuerpo, años atrás ni siquiera era permitido mirarlo,
cuanto menos tocarlo y ni pensar en amarlo y aceptar el placer de sentirlo y disfrutarlo.
Observa en tu familia, incluso a ti misma, a ti mismo, cuántas veces nos quejamos de
nuestro cuerpo y nuestra apariencia, ya ni decir de nuestras relaciones, el trabajo, la
situación y la vida en general… Intentamos y peleamos porque los demás nos acepten
como somos, sin haber, deja tú aprendido, siquiera comenzado a aceptar la posibilidad de
aceptarnos nosotros. Son increíbles los pretextos que ponemos: es que no soy demasiado
alto, ni demasiado poderoso, demasiado rico, demasiado, demasiado, demasiado…
Yolanda estaba convencida de que valía menos que sus hermanas, sus primas, sus
amigas y, en general, que la raza humana porque no era demasiado alta, ni demasiado
delgada; con ese mandato iba por la vida. Un día le pregunté como se definía y me
contestó que: insignificante. Le pedí entonces que durante una semana actuara realmente
siendo y sintiéndose insignificante. ¡Los primeros días fueron gloriosos para ella! No
tenía que sentirse diferente a como se sentía. Le pedí que no usara tacones, que para ella
eran piezas claves en su disfraz para ser aceptada y “suficiente”. Tomó el reto y dejó de
usar tacones; se sentía bien de no pretender tener una altura que no tenía… Después de
una semana de sentirse y ser insignificante sin pelearse con ello, comenzó a destaparse
un sentimiento más profundo bajo la “insignificancia”: ¡la vergüenza! Se sentía
avergonzada de ser quien era. Fue sumamente doloroso y a la vez revelador descubrirlo
porque se dio cuenta de que bajo esa programación, que en algún momento de su vida se
instaló, se había autodefinido. Es decir, ahora le quedaba claro por qué siempre quería
complacer a los demás. La vergüenza de haber sido la receptora de constantes halagos
por la belleza y simpatía que tenía de pequeña la hicieron merecedora de desaprobación
por parte de sus primas (ésas a las que ahora ve como seres superiores), quienes no
soportaban que brillara tanto. A la edad en la que esto ocurrió, para Yolanda significó:
“Mi forma de ser hace que otras personas se sientan mal, debo sentirme avergonzada de
hacerlas sentirse menos”. Esta declaración fue confirmada por una de sus tías en alguna
ocasión: “Deberías sentirte avergonzada de hacer que tu abuela tenga tantas diferencias
contigo”. Un adulto fácilmente podría refutar este ataque brutal, pero una niña de cinco
años… Lo único que pudo hacer fue asustarse, asentir y… ¡sentirse avergonzada!
Durante su vida se había dedicado a confirmar esa sentencia y a procurar no volver a
recibirla. ¿Su forma? No provocar jamás que alguien la halagara y no dándose ella misma
el permiso de reconocer sus triunfos. Le fue más seguro instalarse en el círculo vicioso
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de las dietas y el frenesí por lograr algo que ella se había encargado de confirmar que
nunca pasaría: bajar de peso, verse espectacular y ser tan bella como sus primas. ¿Te das
cuenta? La obsesión por el peso le daba la oportunidad de mantenerse lo suficientemente
alejada de aquello que en alguna ocasión le hizo sentir que su existencia era amenazadora
para alguien más. Vivir la ilusión de cada dieta y la desilusión de romperla la mantienen
“segura”.
Aceptarnos a nosotros mismos implica aceptar las partes más oscuras también, ésas
que por lo general vemos dibujadas en las personas que definimos como: “No puedo con
ella”. Es tan vergonzoso, incómodo y doloroso ver algunos aspectos de nuestra
personalidad, que la forma de lograrlo para después aceptarlos y saber que han
contribuido a nuestro desarrollo es generalmente en la relación que tenemos con el otro o
con el entorno. Tocar nuestra sombra suele no ser lo que nos asusta, en realidad, lo que
no sabemos manejar es nuestra Luz, porque detrás de cada sombra está una fuente de
luz que permite que se refleje esa sombra. No nos enseñaron cómo asumir nuestro papel
de cocreadores de realidades. Nos resulta desafiante reconocer el enorme poder que
tenemos, así coma la infinita sabiduría y la conexión que tenemos con la Fuente Máxima
de Vida. Nos da pavor darnos cuenta que podemos ser realmente felices, porque no
sabemos cómo asumir esa felicidad sin sentirnos culpables de serlo o de no obtenerla con
“lágrimas de sangre”.
Tener deseos claros y genuinos
Como ya lo mencioné en los primeros capítulos de este libro, para que un deseo sea
cumplido y te deje satisfecho, al igual que para que lo que comas te deje una sensación
de bienestar, es importante revisar:
1. Si es alcanzable y real
2. Si definiste el deseo verdadero, porque si nada más dices: “Mi deseo más
grande en el mundo es ser la persona más delgada del planeta”, además de que
estaría complicado verificarlo, si se cumple, te sentirías enfermo y cansado.
No vas a estar satisfecho, porque seguramente lo que pedías al querer ser
delgado era en realidad ser aceptado y sentirte feliz con tu cuerpo. Ese deseo,
si es genuino, no se va a cumplir a menos que tú decidas que ocurra y no
tienes que esperar a que pase nada, ni siquiera tiempo. Lo puedes obtener
ahorita, mientras me estás leyendo.
3. Si es claro y genuino, es decir, hacer conciencia sobre si el deseo te pertenece
realmente a ti o es de alguien más. Muchas veces escuchamos tanto hablar del
deseo de nuestros padres o de los abuelos de que nos convirtamos en alguien
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especialo que logremos algo, que pensamos firmemente que eso queremos
nosotros también. Pero cuando nos cuestionamos, aparece cierta incomodidad
y si somos lo suficientemente valientes, veremos que no nos pertenece.
Joel se presentó a uno de los talleres con una actitud bastante hosca, su
físico –un hombre de cerca de dos metros de altura, con una expresión dura en
el rostro–, hacía que de entrada “diera miedo”. Conforme se desarrolló el
taller, Joel se volvió más participativo y en uno de los ejercicios de pronto
rompió en llanto. Con gran sentimiento y como si fuera un niño, nos dijo: “Ya
estoy cansado de ser el fuerte, el que aguanta todo, el que no se cae. Estoy
harto y asustado de seguir siendo el ‘General militar’ que mi padre quiso
siempre hacer de mí”. Cuando terminó, su cara era otra, sus gestos se habían
suavizado y comenzó a emerger un Joel diferente. Nos compartió que era la
primera vez que se atrevía a aceptarlo porque para él no era válido desafiar la
autoridad de su padre, pero ya no podía seguir cargando con algo que no era
para él.
Su deseo “aparente” era bajar de peso, el “genuino” era rescatar al Joel
real y soltar el peso de la responsabilidad que le impuso su padre.
4. Ser honesto con la verdadera intención. La energía creadora del Universo
responde a la intención, es decir, al verdadero propósito. Es muy común que al
estar tan desconectados de nosotros mismos, ni cuenta nos demos de qué es lo
que nos mueve, ni dónde andamos, ni hacia dónde vamos. Cuántas veces te has
escuchado decir: “Sin intención de criticar, pero qué fea se veía hoy
Carmela”. Si no tuvieras la intención de criticarla, no la hubieras criticado. Y
éste es un ejemplo simple y “aparentemente” inofensivo, pero hacemos muchas
cosas manteniendo la verdadera intención sumida en la confusión. Te voy a
contar algo que me ocurrió al terminar mi libro anterior. Cuando me
preguntaban cuál había sido mi intención al escribirlo y si ésta incluía
exponer a mi mamá, contestaba muy convencida, y cuando digo muy
convencida es porque yo también me lo creí, que de ninguna manera pretendía
exponerla, que simplemente ella era parte de la historia y tenía que
contextualizar de dónde venía yo. Eso es cierto, sin embargo, al ver su
reacción de enojo y encontrándome yo bastante confundida con el tema, le pedí
a una gran amiga que me ayudara a ordenar lo que sentía y, a través de la
plática y de explorar mis sentimientos, apareció una intención que yo no había
visto: mi niña herida estaba tan dolida que había llegado hasta el punto de
escribir un libro para exponer a quien consideraba la culpable de sus
sufrimientos: mamá. Cuando me di cuenta, es decir, cuando puse al
descubierto mi verdadera intención, ocurrieron varias cosas. En primer lugar,
pude entender el enojo de mi madre, cómo no iba a reaccionar así, si
efectivamente había una parte de mí que deseaba agredirla y exponerla. Por
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otro lado, pude voltear a ver a esa niña y comenzar tiernamente a sanar sus
heridas, labor que continua día a día. Revisar el verdadero motor nos acerca a
nuestros verdaderos deseos. Puedo hacer una deliciosa agua de mango, seguir
la receta paso a paso, pero si lo que yo en realidad quiero es agua de
guanábana, pues voy a estar insatisfecha, así haga la mejor agua de mango del
mundo. Y aquí quiero hacer una reflexión:
En nuestro mundo actual existe un deseo casi incontrolable por adelgazar.
Todos los días somos bombardeados con opciones para hacerlo; es casi
inconcebible no hablar de ello, el simple hecho de hacerlo nos hace
“pertenecer” a esta sociedad. Pero… ¿te has preguntado verdaderamente por
qué quieres adelgazar? Seguramente habrá varias respuestas, dependiendo del
grado de atención y la sinceridad que tengas contigo, pero la mayoría será
algo parecido a: para estar más sana, para verme mejor, para tener mejor
calidad de vida, para tener pareja, para gustarle a los demás, para ser más
atractiva, para ponerme bikini, para que no me apriete la ropa, para ser feliz,
para pertenecer a mi grupo de amigos o a cierto estrato social, etc. ¿Sabes qué
creo yo? En lo más profundo de nosotros creemos que al disminuir nuestra talla
disminuirán también nuestros problemas, es un deseo inconsciente de que se
harán pequeños nuestros miedos conforme se haga pequeña nuestra cintura,
que podremos tener el permiso de fallar en nuestro papel de madres, hermanos,
maridos, hijos pareja, empleados, jefes, siempre y cuando triunfemos en la
batalla contra la báscula y la tengamos contenta, que nuestras decisiones serán
más firmes si logramos más firmeza en nuestro abdomen, que seremos
invulnerables al dolor y a la desaprobación de los demás.
5. Hacer conscientemente lo que esté en tus manos para lograrlo. Es mucho
más fácil culpar a lo externo de nuestra propia insatisfacción, a la pareja, los
padres, el clima, la situación, las dietas, los doctores, los gobernantes, la
compulsión, la panzota, etc. Le dejamos la chamba al otro y nos vamos a
descansar, esperando que a nuestro regreso todo esté hecho. Nos lanzamos a
seguir cuanta dieta, pastilla, tratamiento o innovación encontramos, queriendo
que eso mágicamente nos resuelva “el problemita”, y nos olvidamos de hacer
el verdadero trabajo: la introspección, la toma de responsabilidad, marcar
límites, la constancia, la disciplina, la atención, la honestidad, etc. Nos vamos
del extremo de querer controlar todo al de soltarlo todo.
Hay una gran diferencia entre fluir y ser irresponsable. La mayoría de las
cosas que ocurren no depende de nosotros, es más, prácticamente nada. En lo
que sí tenemos absoluta responsabilidad es en lo que hacemos con lo que
ocurre. Dice Byron Katie en su libro Amar lo que es, que hay tres tipos de
asuntos: los míos, los tuyos y los de Dios. ¿Y adivina cuáles son los únicos en
que puedo interferir? Efectivamente, en los míos. Cuando te propones algo y
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quieres que todos los que están a tu alrededor se muevan para que eso suceda,
e intentas controlar absolutamente todo para que ocurra tal y como deseas, es
muy probable que acabes tan desgastado que ni tiempo tengas de gozar tu
logro (si es que lo consigues). También puede ocurrir que te canses tanto que
acabes “tirando la toalla” y te digas que nunca logras nada.
Muy diferente es que una vez que definiste claramente tu deseo y tu
intención, hagas lo que esté en tus manos para que se cumpla, con acciones,
con uno o diez pasos a la vez, los que sientas que necesitas dar. Concretando,
moviéndote, sin olvidar que es imposible llegar a un lugar diferente haciendo
lo mismo.
6. Ser capaz de desapegarme del “resultado”, confiando en que si mi deseo es
genuino y contribuye a mi bien y al de los demás, se realizará de la forma no
que “quiero” sino que “requiere” mi alma. Muchas veces, al desconfiar del
Poder Superior del que formamos parte, caemos en la necedad de querer algo
que no nos hace bien o no es lo adecuado para el desarrollo y evolución de
nuestra alma. Una vez más, al estar conectados con nosotros y con nuestra
espiritualidad, vamos teniendo más congruencia en lo que deseamos. Una
forma de pedir en conexión puede ser: “Deseo a la pareja que mi alma
requiera en este momento y con la que pueda trabajar en Luz”, lo cual es muy
diferente a “quiero un hombre alto, rubio y millonario”. Puede que se te
cumpla, pero… ¿en verdad eso es todo lo que requieres? ¿Que sea rubio, alto y
millonario le sirve a tu alma? Algún maestro de kabbalah nos decía durante
una clase: con la misma intensidad que deseas algo, debes estar dispuesto a no
tenerlo. Solemos centrarnos sólo en el resultado e intentamos hacer todo con
tal de controlar que éste sea exactamente como queremos, sin darnos cuenta
que estamos siendo soberbios, al no permitir que la Fuerza Divina nos muestre
lo que en realidad necesitamos y que muy probablemente es incluso mayor que
lo que habíamos pedido. Aferrarnos al resultado es privarnos también de la
plenitud que da el día a día, el vivir aun sin eso que aparentemente deseamos.
Ponemos nuestra vida en pausa y negamos los milagros diarios, comorespirar,
movernos, pesar, crear… Soltar el apego al resultado y, sobre todo, soltar la
necesidad de control suele darnos verdadero pavor, porque nos pone a merced
de alguien o algo más.
7. Asumir las consecuencias de obtenerlo. ¿Has escuchado la expresión popular
“ten cuidado con lo que pides porque puede ser que se te conceda”? De eso
trata este punto. Cuando no hacemos ninguno de los puntos anteriores,
corremos el riesgo de que se nos cumplan nuestros deseos más profundos e
inconscientes y que, claro, no sepamos qué hacer con ellos. Incluso cuando el
deseo sea consciente, nos puede sorprender cómo nos “pesa” que nos sea
concedido. De pronto se nos cumple lo que tanto hemos deseado y nos
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quedamos paralizados. No sabemos ahora qué hacer. Imagina que la culpa, el
enojo o la victimización le ha dado sentido a tu existencia y, de pronto, te
empiezas a sentir feliz por tu logro. Es como estar traicionando a quienes te
han acompañando por mucho tiempo. También puede ocurrir que después de
haberte prometido a ti mismo la felicidad absoluta, la confianza sin barreras,
la bondad suprema y el éxito arrollador, cuando tu deseo estuviera cumplido (y
esto se adapta perfecto al hecho de comer eso que has esperado por semanas
ahora que termines la dieta que estás haciendo o de llegar al final del
tratamiento para reducir medidas), se cumple el deseo y te topas con el cúmulo
de promesas que te hiciste, y te das cuenta que ésas requieren un trabajo
aparte. La felicidad se decide, la confianza se cultiva, la bondad se practica, el
éxito se construye… No siempre estamos dispuestos a hacer la chamba que
implica y preferimos volver a viejos hábitos, que de alguna forma son más
fáciles de manejar y que nos llevarán directo a la insatisfacción.
8. Reconocer que ya soy perfecto así como soy y con lo que tengo. Cuando nos
movemos de un lado a otro, esperando ser descubiertos por el Sol, es decir, por
la felicidad, la aprobación, la plenitud, el amor, la prosperidad, la belleza,
etc., es inevitable que vayamos generando sombras, así es el camino. Pero,
¿qué ocurre cuando simplemente nos detenemos debajo del sol y dejamos de
movernos? La sombra desaparece, nos alineamos de manera perfecta y
simplemente dejamos que los rayos entren. Así sucede en la vida, mientras nos
mantenemos en la añoranza o el dolor del pasado, o en la esperanza y promesa
del mañana, dejamos de conectar con la verdadera iluminación que ocurre sólo
ahorita, en este momento en el que me estás leyendo o estás regando las
plantas o cortándote las uñas. Sólo cuando acepto la perfección que sucede al
dejar de pelear con estar en un lugar diferente al que estoy, de tener un jefe
diferente al que tengo, a pensar algo diferente de lo que estoy pensando,
sintiendo algo diferente a lo que estoy sintiendo y siendo algo distinto a lo que
soy, genero la Luz necesaria para brillar verdaderamente.
Dándole voz a las voces
 
¿Te has escuchado alguna vez decir: “Hay una parte en mí que no me deja seguir” o
“estoy actuando desde una parte muy violenta” o “esta parte desde la que me coloco en
lugares dolorosos”?
Bueno, pues cuando hablamos de “esas partes” de nosotros, estamos actuando desde
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nuestras diversas “subpersonalidades”, como las nombra Martha Baldwin en el libro
Autosabotaje.
También Lise Bourbaeu hace referencia a ellas: “Estos recuerdos se convierten en
personalidades dentro de ti y tienen su propia voluntad de vivir”.
Estas voces, estas partes de nosotros que de pronto actúan prácticamente sin
preguntarnos si nos parecen las decisiones que toman o la forma en la que actúan, se han
creado a partir de nuestras creencias, necesidades y defensas. Todos tenemos partes
vulnerables, machistas, sobrevivientes, saboteadoras, heroicas, miserables, guerreras,
miedosas, vulnerables, enojadas, etc. Algunas de ellas son ecos de la personalidad o de
conductas de nuestros padres u otras figuras importantes. El caso es que más allá de
ignorarlas, es importante escucharlas.
Luisa, mientras tomábamos un café, nos contaba a varias amigas y a mí que lucha
con todas sus fuerzas para no ser como su madre, quien la abandonó a su suerte a los 13
años, para irse a vivir con una nueva pareja. Su temor es tanto que intenta a toda costa
sepultar su parte “abandonadora”, pero entre más trata, más cobra vida en ella. La
sugerencia que yo le hice fue que en lugar de pelear, aceptara la parte abandonadora que
hay en ella, ya que al verla, podría entonces actuar, pero mientras la negara, la energía
que ocupa en hacerlo le disminuiría la oportunidad de hacer las cosas diferentes.
Tenemos la idea de que si le damos voz a esas voces, nos van a enloquecer y a
destruir, y cada vez estoy más convencida de que es al contrario, escucharlas las
tranquiliza y las pone de nuestro lado, ya no tienen que gritar ni pelear. Es como si las
desnudáramos y eso les quitara su poder destructivo.
Cada vez que decimos: “Yo soy totalmente diferente a mis padres”, nos privamos de
la oportunidad de ver conductas que sí tenemos y de aceptarlas, que además de
liberarnos, nos pueden dar la oportunidad de aprender más de nosotros.
Si una persona niega su vulnerabilidad y actúa bajo el escudo de “soy muy fuerte y a
mí nada ni nadie me afecta”, es muy probable que la vida le muestre su vulnerabilidad a
través de un accidente, una enfermedad o una pérdida.
Lourdes llegó a una sesión diciendo: “Yo no puedo amar a mi exnovio porque no se
lo merece”. Aunque la mente y su necesidad de separarse del sentimiento de amor/dolor
la convencían de que no debía amarlo, la parte de ella que “sí lo amaba” estaba actuando
de todas formas, y negarla sólo hacía que Lourdes se confundiera y debilitara. Su tarea
fue escuchar a la parte que amaba a su exnovio. Fue increíble cómo el simple hecho de
darse permiso de amarlo le permitió bajar las defensas y, sobre todo, bajar la ansiedad.
Al escucharse, pudo llorar por fin la pérdida, pasar el proceso de separación y dolerse por
lo vivido. No fue sencillo ni de un minuto al otro, sin embargo, tener esa valentía le dio la
recompensa de la paz y la serenidad.
Pocas veces aceptamos la idea de que la vida y las metas requieren que pasemos por
procesos, y que estos no son precisamente como estar en un lecho de rosas; implican
reconocer, sentir, llorar, poner límites, caernos, responsabilizaros y contactar con esas
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partes de nosotros que no nos gusta reconocer. Cuando en los talleres que imparto los
participantes inician un camino diferente que incluye hacerse cargo de ellos mismos, no
todos están dispuestos y regresan a sus hábitos anteriores con la ilusión de cambiar
milagrosamente y con poco esfuerzo.
Hace poco observé cómo una querida amiga fumaba sin parar y de manera muy
ansiosa porque estaba a dieta, y decía que fumar le ayudaba a aguantar las ganas locas
que tenía de comer. Con todo mi amor le dije que de nada sirve ponerse esas dietas tan
restrictivas que la llevan a fumar en exceso y luego a deprimirse y a tomar pastillas, y el
ciclo no termina. Ocurre como cuando queremos tapar la salida de una manguera,
pensando que con eso ya no va a salir el agua; la presión entonces es tan fuerte que
seguramente se romperá la manguera o explotará la conexión entre ésta y la llave de
agua. La solución a eso es cerrar la llave. Lo mismo pasa con las conductas compulsivas,
creemos que si superamos la compulsión por comer, solucionamos todo, lo que no
vemos es que hay que sanar la compulsión en sí, porque si no estaremos cambiando de
una a otra.
Te invito a hacer un ejercicio:
1. Escribe 10 cosas que odies de los demás en orden descendente, en donde la número 1 sea la conducta
que más te altere.
No le des la vuelta a esta página hasta que hayas hecho tu lista.
¿Te sorprendería saber que eso que más odias tú lo tienes?
Te invito a que aunque te cause esceptisismo y quieras cerrar el libro y tirarlo al basurero, te contengas y
continúes con el ejercicio.
2. Revisa detalladamente en qué ocasiones pudiste comportarte de esa manera.
3. Escríbele una carta a esa parte que odias(aun cuando no aceptes que la tienes).
4. Observa qué reacción tienes al hacerlo (enojo, burla, tristeza, sorpresa…).
No hacernos cargo de estas partes de nosotros puede contribuir a que constantemente
“metamos la pata” y no obtengamos lo que deseamos.
No sé ni qué me gusta
Muchas veces no es tan sencillo saber qué es lo que realmente deseamos. De hecho, una
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de las grandes sorpresas que se llevan quienes asisten a mis talleres y que personalmente
he experimentado es la de darse cuenta de que no saben qué les gusta, cuando les sugiero
que dejen de hacer dietas y comiencen a escucharse y a tomar la responsabilidad de lo
que comen.
Naturalmente, comen todo lo que antes les era prohibido, pero no saben si en
realidad lo hacen porque de verdad les gusta o como rebelión a la restricción que vivían.
Y no sólo les ocurre con la comida, también en la vida. Cuando revisan y liberan
creencias, se quedan igual que cuando liberan la comida: asustados, desnudados,
inseguros. Esto ocurre porque para muchos, es la primera vez que se atreven a tomar sus
propias decisiones, sin hacerle caso a una dieta o a su madre, padres, pareja o hijos.
Liberarse requiere estar dispuesto a afrontar y asumir mis responsabilidades, así como
mis triunfos y fracasos.
Para comenzar, yo te sugiero que amplíes tu panorama en el terreno que ya para ti es
conocido: la comida, para que luego lo lleves a campos de acción más “profundos”,
como tu capacidad creadora, tus alcances y capacidades. Para ello te invito a que vayas
al supermercado o al lugar en donde sueles hacer tus compras, y te hagas de diferentes
frutas y verduras, todas ellas coloridas. También puedes traer condimentos, semillas y lo
que se te ocurra para hacer un bufete. El chiste es que tu mesa quede súper colorida y
linda. Agrega flores, un mantel muy lindo, velas, algún incienso o fragancia que te guste,
incluso una música suave y observa tu mesa, deja que tus sentidos se llenen de esos
colores, olores, fragancias, sonidos…
Siéntate y manteniendo un sentido de ritual, agradece por cada uno de los alimentos
que están hoy en tu mesa. ¡Tócalos!, ¡huélelos!, ¡descúbrelos! Prueba uno por uno
primero y luego permítete hacer combinaciones.
Hazlo con tiempo y dedicación. Cuando termines, documenta lo que ocurrió,
describe qué sensaciones tuviste, qué vivencias, qué ideas surgieron, si fueron agradables
todas o sólo algunas, etc.
Comienza a ampliar tu visión de la comida a través de los sentidos, y continúa
haciendo este ejercicio con diferentes alimentos, manteniendo el sentido de ritual y de
crear ambientes hermosos cada vez.
A medida que te acostumbres a crear estos espacios, tu percepción se irá
expandiendo a otros territorios, es decir, a tu sistema le estarás recordando que merece
tener cosas hermosas, variedad, sensaciones nuevas y descubrimientos todos los días.
Recuerda que el universo responde a vibraciones, si te creas vivencias elevadas y
energías más sutiles, esas ondas se expandirán y atraerán a tu vida experiencias de ese
tipo también.
Si comienzas por descifrar qué te gusta comer, estarás en el camino de encontrar
cuáles son tus verdaderos deseos.
 
Con el fin de aterrizar más estos conceptos, te invito a hacer el siguiente ejercicio:
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Haz una lista de tus deseos
Elige uno
• ¿Qué has hecho para obtenerlo?
• ¿Qué sigues haciendo para no obtenerlo?
• ¿Qué pierdes al no obtener lo que deseas?
• ¿Qué pierdes al obtenerlo?
• ¿Qué estás dispuesto a hacer para obtenerlo?
• ¿A qué estás dispuesto a renunciar para obtenerlo?
• ¿Qué vas a hacer cuando obtengas tu deseo?
• ¿Es realmente tu deseo o de alguien más?
• ¿Qué necesidad está detrás de ese deseo?
• ¿De qué forma contribuye la satisfacción de tu deseo a que te conviertas en
una mejor persona?
• ¿Cómo puedo ayudar a otras personas a partir del cumplimiento de mi
deseo?
• ¿De qué te das cuenta?
Con esta información que acabas de obtener… ¿Crees necesario replantear tu deseo?
“La ruta del deseo”
 
Para llegar a cualquier lugar es necesario plantear una ruta, lo mismo pasa con los
deseos, así es que ¡hagamos una ruta del deseo! Es muy fácil, pero requiere compromiso
para que funcione.
Te pongo un ejemplo para que luego hagas el tuyo:
Deseo: Cuidar mi cuerpo
En dónde me encuentro en relación al cumplimiento de mi deseo:
Como 5 donas al día
No hago ejercicio
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Me agredo verbalmente todo el día
Me desvelo todos los días
No me pongo crema
No he ido al dentista en más de un año
Acciones concretas para acercarme a mi deseo:
Comprar verduras
Comer tres verduras diarias
Salir a caminar diez minutos diario
Abrazarme fuerte cada vez que me sorprenda agrediéndome
Apagar la computadora o la tele a las 23:00
Comprar una crema para cuerpo y ponérmela después de bañarme
Hacer cita con el dentista
Es importante que te pongas plazos cortos para iniciar con las acciones concretas.
- Pon atención en el deseo que elegiste para hacer tu ruta
- Cierra los ojos
- Respira profundo
- Inhala
- Exhala
- Pon tu atención en el entrecejo
- Visualízate cumpliendo tu deseo
- Siéntelo
- Víbralo
- Habítalo
- Respíralo
- ¿Qué se siente verlo cumplido?
- ¿Cómo se siente verlo cumplido?
- ¿Estás solo o acompañado cuando lo cumples?
- ¿Te sientes satisfecho al cumplirlo?
- ¿Eres capaz de compartirlo?
- ¿Cómo se siente compartirlo?
- Sólo observa
- Lleva tu atención a tu respiración
- Reconoce las sensaciones de tu cuerpo
- Hazte consciente de los sonidos de este momento
- Mueve tus pies
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- Mueve tus manos
- Inhala y en la siguiente exhalación abre tus ojos
- Observa el espacio
Escribe en una hoja cómo fue tu experiencia al ver realizado tu deseo. ¿Fue liberador?,
¿agradable?, ¿fácil?, ¿te asustó?, ¿te viste solo?, ¿con gente?, ¿de qué te das cuenta?
¡Aprovecha tu capacidad creadora, dale
calidad a tus deseos!
Creo que cuando nuestra alma viaja con dos elementos vitales, su misión y su deseo
genuino, éste es el motor para llevar a cabo la misión y, por lo general, es eso que
amamos hacer de verdad, eso que cuando tenemos oportunidad de ponerlo en práctica,
ocupa nuestra atención completa, el tiempo desaparece y nos sentimos extasiados.
Tiene que ver con lo que soñabas de pequeño y que seguramente guardaste en un
cajón: cuidar plantas, recolectar bichos, enseñar, salvar animales, contar cuentos,
imaginar historias, dibujar, construir figuras, cantar, bailar…
Te invito a desempolvar tu deseo genuino, porque cuando se vuelve a unir con tu
misión… NO HAY NADA QUE TE DETENGA.
Y una vez que los tengas claros te invito a: poner límites para romper tus
limitantes.
Suena como trabalenguas, ¿no? Podría también sonar ilógico. Pues ni es un
trabalenguas ni es ilógico.
Hablemos primero de los límites, que son los parámetros que nos señalan dónde
empieza y termina algo.
Respetar los límites no sólo es un tema de respeto o de obediencia, es un tema de
seguridad, de salud y de bienestar en general. Tener claros nuestros límites, por ejemplo,
en una relación será de gran ayuda para no pasar por encima de nosotros mismos y, por
supuesto, del otro tampoco. Si sabes que no quieres tener violencia en tu vida, pondrás
los límites necesarios para que tu pareja no te agreda de ninguna manera. Si tienes claro
que respetas tu cuerpo, pondrás límites para no sobrepasarte a nivel físico ni sexual.
El enojo por ejemplo es un claro indicador de que alguien sobrepasó un límite
nuestro o que nosotros no nos pusimos un límite.
A muchos nos asusta ponerlos y más que nos los pongan, porque los tenemos ligados
con temas como castigo, restricción, rechazo y desamor, cuando es lo contrario, los
límites puestos de manera asertiva tienen su fuente justamente en el amor verdadero.
Y ahora pasemos al siguiente aspecto: ¿Qué es una limitante? Es cualquier idea, acto,
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persona, creencia o carencia que nos impida tener o lograr lo que deseamos.
Prácticamente la mayoría de los seres humanos tiene limitantes, algunas creadas por
las leyes de la física, como la ley de gravedad que nos mantiene pegados al suelo o la que
señala que dos objetosno pueden ocupar el mismo espacio físico al mismo tiempo, etc.,
y otras impuestas por creencias que se originan en nuestro marco moral de referencia.
¿Cuáles son las limitantes más comunes?
• ¿Cómo voy a estudiar una carrera si ya estoy viejo?
• Ya estoy vieja para casarme.
• Jamás voy a lograr adelgazar.
• Cumplir los sueños es muy difícil.
• Nunca podría tener una casa así.
• No tengo ya la edad para colocarme en un trabajo mejor pagado.
• Este cuerpo me impide hacer lo que me gusta.
• No tengo el dinero necesario para lograr mis metas.
¿Por qué crees que hay personas que sí logran lo que se proponen?
Para romper nuestras limitaciones y probar las mieles de la realización plena, es necesario
poner límites en ciertos ámbitos.
Por ejemplo:
 
Para romper la limitante de que no tienes tiempo de hacer ejercicio, es necesario que
pongas un límite en las horas que pasas en la cama y te levantes o más temprano o te
acuestes más tarde.
Para romper la limitante de que no puedes comer sano, será necesario que pongas
un límite tanto en tu forma de comer como en tus creencias al respecto del peso y la
comida.
Para romper la limitante de que no tienes el suficiente dinero, tendrás que poner un
límite en algunos de tus gastos.
Para romper la limitante de que la vida es difícil, será tu actitud negativa la que
requiera un límite.
Para romper la limitante de que tu enojo te aleja de las personas, poner límites claros
y asertivos te llevará a manejar y trascender tu enojo.
Para romper la limitante de que no eres atractiva o atractivo o que nadie te ama,
urge que limites las palabras negativas que te dices.
Para romper la limitante de que no tienes la edad para tener un mejor trabajo, será
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de gran utilidad limitar las horas que pasas quejándote de lo que haces.
Para romper con la limitante del vacío y la insatisfacción, habrá que poner límites a
nuestro avaro interno y dar más a los demás.
Para romper la limitante de la compulsión, habrá que limitar nuestro impulso de
escapar de nuestras emociones.
Para romper la limitación de la terquedad, habrá que poner un límite en tus
conductas impulsivas.
Para romper la limitante de que no tienes energía para hacer las cosas que te gustan,
será necesario que limites el tiempo que pasas haciendo lo que no te gusta.
Para romper la limitación de que los demás no te dejan avanzar, deberás poner
límites de cuánto dejas que los demás intervengan en tu vida y tus decisiones.
Para romper la limitación de que tu país no te da oportunidades, será imprescindible
que rompas la creencia limitante de que tu felicidad depende de otros.
Para romper la limitación de que no tienes tiempo para ti, deberás limitar el tiempo
que pasas haciendo cosas para los demás.
Para romper con la limitante del vacío y la insatisfacción, habrá que poner límites a
nuestro avaro interno y dar más a los demás.
Para romper la limitante de la compulsión, habrá que limitar nuestro impulso de
escapar de nuestras emociones.
Y aquí aprovecho para contarte algo que la vida me enseñó con esas formas tan
creativas que tiene de hacerlo:
Justo estaba preparando este tema para darlo en una conferencia para una empresa
de artículos de belleza en una gran expo, lo cual era para mí un reto y una gran
oportunidad de expandir mi campo de acción.
Esa semana se me juntaron varias terapias, entrevistas de radio, diplomados y viajar
dos días de ida y vuelta a Veracruz para dar las citadas conferencias.
Regresando de la primera, me enfermé de la garganta. Tenía varias terapias que dar
que para mí resultaban, además de una gran alegría, una fuente de ingresos. Como yo
suelo sentirme Superwoman, quise hacer todo aunque tuviera que forzar la voz. No
estaba dispuesta a soltar nada hasta que literalmente mi garganta se cerró por completo y
no me permitió seguir; mi estado me obligó a renunciar a unas cosas para poder liberar
las otras. Tuve que limitar mis terapias y una sesión del diplomado, para quedarme en
cama y estar lista para la Conferencia en Veracruz, que en ese momento resultaba
prioritaria.
Así es este juego de la vida, cada decisión implica una renuncia, cada vez que
dejamos de tomar una gratificación inmediata abrimos el panorama para la satisfacción
real.
Como ves, cuando tomas la decisión de negarte algo inmediato e instantáneo por algo
más duradero y pleno, no te estás quitando nada… ¡Te estás dando mucho!
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Bienestar del ego vs. bienestar del alma
En términos generales, por bienestar, se designa a aquel estado o situación en el cual la
satisfacción y la felicidad dominan.
La naturaleza del ser humano es buscar el bienestar. Pero entonces, ¿por qué razón
tomamos decisiones y hacemos cosas que, por el contrario, nos causan malestar?
¡Porque no podemos atender a dos amos a la vez!
El Ego nos ha mantenido engañados, haciéndonos creer que buscamos bienestar real,
cuando en realidad continuamente nos invita a obtener simples placeres inmediatos y, por
lo tanto, efímeros.
 
Revisa tu lista de deseos y checa en qué columna están.
Diferentes maneras de controlar
Si nos ponemos a ver cuántas cosas están fuera de nuestro control, nos daremos cuenta
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de que son prácticamente todas. Tenemos la ilusión de que podemos controlar porque en
el fondo creemos que hacerlo nos salvara de sufrir.
Imagina este ejemplo: está un pequeño de dos años en los brazos de su padre y éste
de pronto lo suelta y el pequeño se lastima fuertemente. Este hecho se repite una y otra
vez, ocasionándole heridas cada vez más fuertes. ¿Tú crees que ese pequeño va a volver
a confiar en su padre o en cualquiera que quiera cargarlo? Yo creo que no, y muy
probablemente aprenderá a controlar sus movimientos, sus pasos e incluso intentará
controlar el deseo de su padre por cargarlo, volviéndose pesado o grosero.
Muy parecido reaccionamos todos cuando hemos sufrido una o varias caídas de
cualquier índole, encontramos en el control la forma de librarnos de volver a caer.
El único problema es que se gasta tanta energía en intentar controlar lo incontrolable
que lo más seguro es que acabemos de todas formas en el piso, aun cuando nadie nos
cargue ni nos tire.
Hay varias formas de control, algunas son muy claras y directas, y las vemos en
personas dominantes, estructuradas y perfeccionistas, pero hay otras que no son tan
evidentes y que por lo mismo resultan más peligrosas, por ejemplo, quienes controlan a
través del chantaje o utilizan sus conductas de víctima para controlar a los demás por
medio de la culpa.
Escucho muy seguido a personas que en sesiones del taller o de los diplomados me
dicen: estoy feliz porque pude controlar mi hambre o porque pude controlar mi enojo o
mis ganas de llorar y entonces, a los dos o tres días ese control se convierte en lo
opuesto, es decir, en un total descontrol y entonces quieren tirar la toalla y detener su
maravilloso proceso.
Pensamos que si actuamos de alguna manera, seguro obtendremos lo que deseamos
y cuando esto no ocurre, nos sentimos perdidos y desesperanzados. Olvidamos que el
bienestar y el éxito están en lo que hacemos, no en lo que obtenemos. Seguramente te
habrás escuchado decir: “¿Por qué si yo le dí el corazón, él me dejó?” o “No puede ser
posible que no me hayan dado el trabajo cuando me preparé tanto”. Esto nos demuestra
que no tenemos comprado nada, aun cuando sigamos la receta para tenerlo al pie de la
letra. Y es que se nos olvida que hay algo mucho más poderoso que nosotros que tiene
planes más elevados de lo que pensamos. Intentar reducir el tamaño de lo que podemos
recibir a la métrica de nuestro “limitado esquema” es negar la Grandeza a la que estamos
destinados, si confiamos y permitimos que sea parte de nosotros.
Controlar es un miedo y nos evita confiar, porque como ya vimos, hacerlo en algún
momento fue peligroso, sin embargo, curiosamente, la confianza es el antídoto perfecto
para liberar ese miedo.
Yo te sugiero que en lugar de controlar, comiences a “hacerte cargo”, porque esto sí
puedes hacerlo pase lo que pase. En cambio, querer controlar te va a hacer que te

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