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CO-4A-LENGUA-Y-LITERATURA-Act-2-segunda-etapa

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ESCUELA NORMAL SUPERIOR “DR AGUSTÍN GARZÓN AGULLA” 
Viamonte Nº 150 – Bº General Paz – Tel. 0351-4339179 
e-mail: ensaga2004@yahoo.com.ar 
 
 
Lengua y literatura 
4° Año – Ciclo Orientado 
Actividad virtual n° 2 - Segunda Etapa 
Docentes Responsables: 
 
 Monjo, José 
 Samper, Laura 
 Petrone, Silvia 
 
Fecha para consultas: Semana del 13 al 16 de octubre. Encuentro por plataforma Meet con docentes de cada curso. 
 
Medio de contacto para consultas: 
Las profesoras Samper y Petrone recibirán consultas y trabajos únicamente a través de la plataforma classroom. El correo 
electrónico quedará sólo para situaciones especiales y particulares en las que los alumnos no han podido unirse a la 
plataforma o para solicitar el código de ingreso. 
4° A Profesora Silvia Petrone Plataforma Classrroom 
4° B Profesora Laura Samper Plataforma Classrroom 
4° C Profesor José Monjo jose32cba@gmail.com 
4° D Profesor José Monjo jose32cba@gmail.com 
4° E Profesora Silvia Petrone Plataforma Classrroom 
4° F Profesora Silvia Petrone Plataforma Classrroom 
 
Fecha de entrega de la actividad resuelta: del 23 de octubre. 
 
Medio de contacto para la Entrega de la Actividad resuelta: 
Profesoras Samper y Petrone: Plataforma Classrroom 
Profesor Monjo: correo electrónico 
 
RECUERDEN: 
 
Para una mejor organización y orden tengan en cuenta las siguientes pautas 
 
 Tomar fotos claras de sus actividades. 
 Enviar las fotos verticales y no horizontales. 
 Enumerar por orden de “aparición” las fotos. 
 Respetar las fechas de envío de los trabajos. 
 
 
TEMA: CUENTO. ORIGEN. RELATO POPULAR. CUENTO MODERNO. 
 
 
APROXIMACIONES AL CUENTO 
 
En los cuentos escritos a lo largo del tiempo, los seres humanos relataron de forma diversa sus costumbres, sus creencias, 
sus amores, sus deseos, sus añoranzas. Etimológicamente, la palabra cuento proviene del latín computare, es decir, "contar" con el 
significado de "calcular". Posiblemente, de la situación de contar el tiempo y las mercancías, se haya pasado a la de referir 
sucesos reales o ficticios, de modo tal que el cálculo y el relato encontraron su punto en común. 
 
EL ORIGEN DEL CUENTO 
 
En sus orígenes —muy remotos, tan remotos que sería imposible decir cuándo y dónde nació el primer cuento—, esta 
forma narrativa respondió a la necesidad fundamental de las personas de comunicar sus sorpresas y sus experiencias. Escribir y 
leer son prácticas relativamente modernas, por eso durante mucho tiempo los relatos se transmitieron oralmente de generación en 
generación. De este modo, sobrevivieron en sus distintas versiones hasta que, en algún momento, fueron recopilados en libros. 
Estos antiguos relatos se caracterizan por ser anónimos, orales y populares, y su autoría corresponde a las comunidades que 
los transmitieron. El modo de transmisión oral determinó uno de sus rasgos: la repetición. Distintas versiones de cuentos 
populares, provenientes de pueblos diferentes, repiten de modo semejante la estructura, los temas y los motivos. 
mailto:ensaga2004@yahoo.com.ar
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CARACTERÍSTICAS DE LOS RELATOS POPULARES 
 
Los relatos populares tienen una estructura sencilla, en la que el protagonista debe superar una serie de pruebas para lograr 
el objetivo que se propone. Por ejemplo, rescatar a una princesa, encontrar un tesoro escondido o librar a una región de una 
calamidad. Estos cuentos poseen siempre una estructura lineal de introducción, conflicto y desenlace. El espacio y el tiempo en el 
que se desarrollan los hechos son indeterminados. El famoso inicio "Había una vez..." da cuenta de esa imprecisión. Los hechos 
suelen ocurrir en una comarca, una aldea, una región o un pueblo de nombre incierto o fabuloso. 
Los temas y los motivos se relacionan con asuntos de la vida cotidiana en los cuentos populares realistas, o con 
acontecimientos fabulosos en los cuentos maravillosos. Estas dos modalidades, la realista y la maravillosa, llegaron hasta nuestros 
días. 
 
EL CUENTO EN LA EDAD MEDIA 
 
Durante la Edad Media se desarrollaron relatos en prosa o en verso con distintas finalidades: algunos buscaban dejar una 
enseñanza o moraleja; otros, simplemente entretener. Pero, en todos los casos, se trata de un material narrativo que surge de la 
reelaboración de relatos populares. Entre los cuentos con fines moralizantes se destacan los exempla (el ejemplo) 
propiamente dicho, que es una narración breve de un acontecimiento, presentado como verdadero, del que se extrae una 
enseñanza, cuya finalidad es la salvación eterna. 
Otro tipo de composición narrativa de este período son los fabliaux (fabula) que muestran los vicios de la existencia 
cotidiana y cuya finalidad es la de entretener a través de temas de índole picaresca y satírica. Es un relato protagonizado, 
generalmente, por animales. En estos casos, el público se identificaba con la anécdota y, de esta manera, percibía la lección moral. 
 
CUENTO MODERNO 
EL CUENTO EN EL SIGLO XIX. 
 
A partir del siglo XIX, desarrolló características que lo diferenciaron del relato popular. En primer lugar, adquirió una 
mayor autonomía, porque se desprendió de las fuentes populares y tradicionales; además, dejó progresivamente de ser anónimo 
pues surgió la noción de autor individual y la obra literaria empezó a ser concebida como el producto independiente de la 
imaginación creadora de los escritores profesionales. Por otra parte, la finalidad didáctica o moralizante, propia de los cuentos 
tradicionales, fue reemplazada por una finalidad estética y se abandonó la estructura enmarcada que es característica de los cuentos 
populares. 
Durante el siglo XIX, además, resurgió un gran interés por el cuento debido a la influencia de varios factores: 
1. Una mayor variedad de escritores y de propuestas, acompañada por el surgimiento de nuevos géneros, como el 
fantástico y el policial; 
2. la creciente expansión de la letra impresa; 
3. la mayor difusión de la literatura gracias a la proliferación de periódicos y de publicaciones literarias; 
4. una creciente participación popular en la cultura generada por la presencia de una burguesía asociada a los 
movimientos revolucionarios liberales; 
5. un notable caudal de lectores ávidos de novedades literarias. 
 
EL CUENTO SEGÚN POE 
 
El escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) propuso un modelo de cuento moderno que se basaba en ciertos 
principios que todo relato debía obedecer. Para este autor el cuento debía tener dos características principales: la brevedad y la 
unidad del efecto. 
1. La brevedad: un cuento debe poder leerse de un tirón, en una sola sesión de lectura, porque una longitud desmedida le 
resta vigor e interés. La brevedad permite que la trama del cuento sea lo dominante y que todos los elementos que lo 
componen estén al servicio de lograr un efecto único. 
2. La unidad del efecto: el cuento tiene como finalidad lograr un efecto único en el lector y este efecto es el leit-motiv (la 
motivación) del relato. Para lograr el efecto el cuentista debe utilizar un "estilo natural", es decir, el que nace de emplear 
el tono que adoptaría la mayoría de las personas. 
Para Poe, entonces, "el cuento se caracteriza por la unidad de impresión que produce en el lector; puede ser leído en una sola 
sentada; cada palabra contribuye al efecto que el narrador previamente se ha propuesto; este efecto debe prepararse ya desde la 
primera fase y graduarse hasta el final; cuando llega a su punto culminante, el cuento debe terminar; sólo deben aparecer 
personajes que sean esenciales para provocar el efecto deseado". 
 
EL CUENTO EN EL SIGLO XX 
 
En el siglo XX, el cuento sigue la línea marcada por autores como Poe, pero también sufre modificaciones a partir de las 
innovaciones artísticas que se produjeron desdede las últimas décadas del siglo XIX y del nacimiento del Psicoanálisis. 
Con el surgimiento de los movimientos vanguardistas que propusieron un cambio en la concepción artística (tanto en 
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pintura como en literatura) y crearon una estética distinta, se rompió con la tradición literaria imperante. La nueva narrativa tomó 
de las vanguardias aquellas innovaciones que le permitieron salir de los límites estrechos del cuento decimonónico. Para los 
nuevos escritores lo que se narra cede su lugar a cómo se narra. 
Nuevas preocupaciones se ven reflejadas en los cuentos del siglo XX: un marcado interés metafísico por el tema del tiempo 
y del espacio; una necesidad dé exploración de la conciencia y el pensamiento; una mayor atención en la atmósfera del relato; una 
búsqueda de nuevos y particulares efectos de sentido. 
1. El interés metafísico en relación con el tiempo y el espacio se refleja en la nueva narrativa tanto en la expresión formal 
(ruptura de la linealidad cronológica, por un lado, disociación de los espacios, por otro) como en los temas trabajados. La 
consigna para los nuevos escritores es alterar, deformar y complicar la concepción temporal y espacial para que el lector 
participe activamente en la construcción del sentido. 
2. El proceso de exploración de la conciencia y el inconsciente contribuye al surgimiento de la técnica de la "corriente de la 
conciencia" que supone un fluir continuo e indivisible de sensaciones, percepciones, sentimientos, deseos, aversiones, 
recuerdos, imágenes, ideas, etc. Esta técnica, representada principalmente en el monólogo interior y en el soliloquio, se 
manifiesta formalmente en el empleo particular de signos de puntuación (por ejemplo, páginas enteras sin ellos, frases 
separadas por puntos suspensivos, etc.) y en la ruptura del orden canónico de la oración: sujeto-verbo-modificadores del 
verbo. 
3. La atención centrada en la atmósfera y el clima del relato: ya no es importante lo que sucede, si es que algo sucede 
realmente, sino que el relato se basa en el ambiente creado por el narrador para envolver y absorber al protagonista. 
4. La presencia de elementos implícitos que auspician efectos de sentido nuevos y provocan cierta ambigüedad que debe 
ser resuelta por el lector. 
 
 
1. Complete el siguiente cuadro con las características del cuento desde sus orígenes hasta la actualidad. 
 
 
 CUENTOS 
POPULARES 
CUENTO EN LA 
EDAD MEDIA 
CUENTO 
SIGLO XIX 
CUENTO 
SIGLO XX 
 
Autor (anónimo-
individualizado) 
 
Características (las 
más representativas) 
 
 
 
 
 
 
Finalidad (para qué 
se componían) 
 
Fuentes (de dónde 
surgían las 
historias) 
 
 
 
 
2. Leer atentamente los siguientes cuentos y realizar las actividades de comprensión. 
 
Cuento del amigo íntegro 
 
Un árabe, a punto de morir, llamó a su hijo y le dijo: "Dime, hijo, cuántos amigos adquiriste en tu vida". El hijo respondió: "Creo 
que adquirí cien amigos". Díjole entonces el padre: [...] "Yo nací antes que tú y apenas puede decirse que logré la mitad de uno. 
Tú, ¿cómo te hiciste con cien? [pues] dice el filósofo: «El verdadero amigo es el que ayuda cuando el mundo te abandona», [...] 
Dijo el hijo al padre: "¿Viste a un hombre que haya podido conseguir a un amigo completo? “Entonces comentó el padre: "No lo 
vi, pero oí hablar de uno". A su vez el hijo insistió: "Háblame de él, a ver si, por casualidad, logro para mí un amigo semejante". 
El padre refirió la siguiente historia. 
Se me contó de dos negociantes, uno de los cuales vivía en Egipto y otro en Bagdad y casi no se conocían, sino de oídas y, 
cuando era menester, hacían sus tratos por intermediarios. Y sucedió que el negociante que vivía en Bagdad fue a Egipto, llevado 
por sus negocios. El egipcio, habiendo tenido noticia de su llegada, salió a su encuentro y lo recibió, gozoso, en su casa. Le 
obsequió -como se hace entre amigos- durante ocho días, haciéndole gozar de músicas deleitosas que en su casa tenía. Pasados 
los ocho días enfermó el huésped y su amigo, muy preocupado, llamó, para que le atendieran, a todos los médicos de Egipto. 
Pero los médicos, habiéndole tomado el pulso y habiendo estudiado la orina reiteradamente, no hallaron en él enfermedad 
alguna, y, puesto que así conocieron que no se trataba de enfermedad corporal, llegaron a la conclusión de que se trataba de mal 
de amores. 
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Conocido esto por el egipcio se presentó ante él y le preguntó si había en su casa alguna mujer a la que amara. A esto respondió 
el enfermo: "Muéstramelas a todas y si entre ellas la veo te lo indicaré". Habiendo oído esto le mostró cantoras y servidoras, de 
las que ninguna le gustó; les mostró después a todas sus hijas, a las que también, como a las otras, despreció y rechazó. Pero el 
señor tenía en su casa a cierta joven noble, a la que durante tiempo había educado para hacerla su esposa, y también se la mostró. 
El enfermo, en cuanto la vio, dijo: "Por esta muero, en ella está mi vida". Oído esto, el egipcio otorgó la noble joven al enfermo, 
con todo lo que él mismo debía recibir con ella, y aun le dio lo que le hubiera dado a la joven si él la hubiera tomado como 
esposa; hecho todo esto, y acabado el negocio que le había llevado allí, volvió el huésped a su patria con su esposa y lo que con 
ella había recibido. Sucedió, más tarde, que el egipcio perdiera, por varias causas, sus bienes y, empobrecido, pensó ir a Bagdad 
a casa de ese amigo que allí tenía, esperando obtener su compasión. Se puso en camino mal vestido y famélico, y, llegado a Bag-
dad a media noche, no se atrevió a ir a la casa del amigo a tales horas, no fuera a ser expulsado como desconocido; así entró en 
un templo antiguo para pasar allí la noche. Y mientras, lleno de ansiedad, pensaba en mil cosas, aparecieron dos hombres ¡unto 
al templo, uno de los cuales mató al otro huyendo después. Acudió mucha gente a los gritos y, encontrando al muerto y 
preguntándose quién había cometido el homicidio, entraron en el templo pensando que podrían encontrar allí al criminal. Pero al 
que encontraron fue al egipcio y, preguntándole quién había matado a aquel hombre, oyeron que decía: "Lo maté yo"; puesto que 
así pensaba acabar, muriendo, con su pobreza; y, de este modo, fue apresado y encarcelado. Cuando se hizo de día fue llevado 
a juicio, del que salió condenado a morir en la horca. Entre la mucha gente que acudió, según suele pasar, se encontraba el 
amigo, en busca de cuya ayuda había venido el egipcio a Bagdad, y, mirando con atención, se dio cuenta de que el detenido era 
el negociante que había dejado en Egipto. Y recordando las bondades que había tenido allí con él, pensando que, una vez muerto, 
no podría pagárselas, decidió sufrir la muerte en su lugar. Y así gritó a grandes voces: "¿Por qué condenáis a un inocente? ¿A 
dónde lo lleváis? No merece la muerte; yo fui quien mató al hombre". Entonces le echaron mano a él y, atado, se lo llevaron a la 
horca, absolviendo al otro de la pena. 
Mientras tanto el verdadero homicida caminaba mezclado en el mismo grupo de gente viéndolo todo y se decía: "Yo maté a 
aquel y este es condenado. Este, que es inocente, va al suplicio, y yo, que soy culpable, disfruto de la libertad. ¿Cuál es la causa 
de tal injusticia? No puedo hallar respuesta, si no lo es solamente la paciencia divina. Pero Dios, juez justo, no deja delito sin 
castigo: para que no me castigue con mayor dureza después de mi muerte me entregaré como reo de este crimen. Y así, salvando 
a los otros de la pena, pagaré el pecado que cometí". 
Y se lanzó al castigo diciendo: "Aquí metenéis, yo lo hice, soltad a ese inocente". Los jueces, admirados, absolvieron la pena 
capital al otro y ataron a este; pero ya, dudosos respecto al juicio, lo llevaron junto con los otros dos ya liberados ante el rey al 
que, contándole todo lo sucedido, también le hicieron dudar. Por decisión común, el rey perdonó a todos los crímenes del que se 
habían acusado espontáneamente con la única condición de que explicaran las causas por las que se habían atribuido el delito; y 
ellos dijeron la verdad al rey. Absueltos, pues, todos por consenso general, el hombre de Bagdad, que había decidido morir por 
su amigo, lo recibió en su casa y, haciéndole los honores acostumbrados, le dijo:"Si quieres quedarte aquí conmigo todo lo que 
tengo nos será común; pero, si prefieres repatriarte, repartiremos equitativamente mi fortuna". El egipcio, atraído por la dulzura 
del suelo natal, volvió a su patria con una parte de los bienes que antes había entregado. Una vez contadas estas cosas, dijo el 
hijo al padre: "Difícil será hallar un amigo como estos". [...] 
 Pedro Alfonso. "Ejemplo del amigo íntegro"(Anónimo). 
 En: Disciplina clericales. Zaragoza, Guara Editorial, 1986. (Fragmento.) 
 
Responda: 
 
1. Expliquen por qué el personaje decide contar la historia del amigo íntegro. 
2. ¿Qué relación existe entre el narrador y el receptor de la historia del amigo íntegro? Determinen qué significado transmite 
esa relación. 
3. Según la moraleja vertida por el padre al principio, "El verdadero amigo es el que ayuda cuando el mundo te abandona": 
¿quién es aquí el "amigo íntegro"? Justifiquen la respuesta con una cita textual. 
4. Después de haber oído el relato de boca de su padre, ¿el hijo cambia de parecer en cuanto a su cantidad de amigos? ¿Por 
qué? 
 
 
El ratón del campo y el ratón de la ciudad 
 
Un ratón que vivía en una ciudad, yendo de camino, fue recibido en la casa y convidado por otro ratón que vivía en el 
campo. Y en una casita le dio de comer de lo que él conseguía, es decir, bellotas, habas y cebada, con muy buena voluntad. 
Y al cabo de poco tiempo, volviendo por allí el ratón de la ciudad, le rogó al ratón del campo que quisiese ir a la ciudad a 
descansar con él. El cual, como mucho fue rogado, se fue con él. Y así habiendo ido juntos a la ciudad, entraron en una 
buena habitación en la sala en donde vivía el ratón ciudadano, la cual estaba llena y muy abundosa de comida. Y 
enseñándole todo esto el ratón de ciudad al aldeano, le dijo: -Amigo, come y disfruta de todas estas viandas que tengo en 
abundancia y me sobran cada día. 
 Y estando ellos así y degustando muchos tipos de comida, vino de repente el despensero y abrió la puerta con gran 
estruendo, por lo que los ratones, espantados, comenzaron a huir cada uno por su lado. Y mientras el ratón de la casa tenía 
lugares conocidos para esconderse, el otro, que no sabía 
cómo escapar, trepó por una pared con gran miedo a la muerte y así se defendió bastante turbado. 
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 Y cuando salió el despensero de la habitación cerrando la puerta, los ratones volvieron a su comer y a su placer, cuando 
dijo el ratón de la ciudad al del campo: -¿Cómo te turbaste así, amigo? Cuando huyas, vente acá, comamos y gocemos; ya 
ves cuántas viandas y deleites tenemos. Y no tengas miedo, pues no hay peligro ninguno para nosotros en esto. 
 Respondió el ratón campesino: -Tú, que no tienes miedo ni pavor, disfruta y goza de todas estas 
cosas que tienes, pues no sientes el miedo de cada día. Yo vivo en el buen campo, alegre con to- 
das las cosas, y no me turba ni espanta nada. Tú tienes muchas y ninguna seguridad; serás cazado en la ratonera o en algún 
lazo o cazado por el gato, y además eres aborrecido por todos, 
 Esta fábula increpa y critica a aquellos que se acercan a los mejores para obtener algunos deleites y cosas que son más 
que su naturaleza necesita, y da doctrina y enseñan que 
deben amar la vida provechosa que les corresponde según su estado, y que más seguros vivirán en sus casitas, porque la 
pobreza tomada alegremente es más segura que las riquezas, con las cuales tiene el hombre muchas turbaciones e inmensas 
tristezas. 
 
 En: Lacarra, M. José (ed.). Cuentos de la Edad Media. Madrid. Castalia, 1986. 
Responda: 
 
1. Teniendo en cuenta la moraleja final, ¿a quiénes representan estos ratones? 
2. ¿Qué opina cada uno de los ratones sobre la vida del campo y la de la ciudad? Justifiquen sus respuestas con citas 
textuales. 
3. Expliquen con sus propias palabras que enseñanza pretende 
dejar esta fábula. 
 
El corazón delator 
 
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? 
La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo 
lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y 
observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia. 
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y 
día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. 
Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre… 
Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy 
gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre. 
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio… ¡Si hubieran podido verme! 
¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado… con qué previsión… con qué disimulo me puse a la 
obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el 
picaporte de su puerta y la abría… ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la 
cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba 
la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente… muy, muy 
lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la 
abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, 
cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente… ¡oh, tan cautelosamente! Sí, 
cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz 
cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches… cada noche, a las doce… pero siempre encontré el ojo 
cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la 
mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con 
voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para 
sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía. 
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve 
con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi 
sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensarque estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni 
siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo 
sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás… pero no. Su 
cuarto estaba tan negro como el pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que 
le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente. 
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se 
enderezó en el lecho, gritando: 
- ¿Quién está ahí? 
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que 
volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando… tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras 
escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte. 
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Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena… ¡oh, no! Era el 
ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, 
justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que 
me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el 
fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había 
tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: “No es más que el viento en la chimenea… o un 
grillo que chirrió una sola vez”. Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en 
vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de 
aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza 
dentro de la habitación. 
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una 
pequeñísima ranura en la linterna. 
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, 
semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre. 
Estaba abierto, abierto de par en par… y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un 
azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del 
viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito. 
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel 
momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel 
sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un 
tambor estimula el coraje de un soldado. 
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se 
moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba 
en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser 
terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y 
ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror 
incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más 
fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí… ¡Algún vecino podía 
escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la 
habitación. El viejo clamó una vez… nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el 
pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió 
latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por 
fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé 
la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no 
volvería a molestarme. 
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para 
esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo, descuarticé 
el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas. 
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta 
habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar… 
ninguna mancha… ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo… ¡ja, ja! 
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En 
momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues 
¿qué podía temer ahora? 
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había 
escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de 
policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar. 
Sonreí, pues… ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito 
durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los 
invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus 
caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y 
pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba 
mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima. 
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. 
Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar 
que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías 
continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz 
muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara… hasta que, al fin, 
me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos. 
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el 
sonido aumentaba… ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso…, un sonido como el que podría hacerun 
reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé 
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con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en 
voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a 
otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. 
¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré… Balanceando la silla sobre la cual me había 
sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto… más alto… 
más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! 
¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso 
hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía 
soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces… otra vez… escuchen… más 
fuerte… más fuerte… más fuerte… más fuerte! 
- ¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí… ahí!¡Donde está latiendo 
su horrible corazón! 
Edgar Allan Poe 
 
Responda: 
 
1. ¿Quién narra la historia? ¿Por qué afirma que no está loco? ¿Cuál de sus sentidos tenía más aguzado? 
2. ¿A quién se dirige el narrador a lo largo del cuento? 
3. ¿Qué motiva al narrador a cometer un crimen? ¿Cómo lo lleva a cabo? ¿Qué hace con el cadáver? ¿Qué nos dice esto 
sobre su personalidad? 
4. Explique por qué el protagonista confiesa su crimen al final del cuento. 
 
 
Viejo con árbol 
 
A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante 
miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo. 
Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa 
blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la 
tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al 
tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros 
dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos. 
Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del 
Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos. 
—Ojo con la vía -alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban. 
—No pasan trenes, casi -tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido. 
—¿No vino la hinchada? -ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo-. ¿No vino la barra brava? 
Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en 
su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo 
conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos. 
—La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá -bromeó alguno. 
—Por ahí es amigo del referí —dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo 
habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors. 
Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba 
más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, 
mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha —casi a desgano, aprovechando para desperezarse— cuando levantó el brazo 
pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el 
viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo. 
El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba 
la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción. 
—¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? —medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el 
piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja. 
—No -sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado-. Música -dijo 
después, mirándolo de nuevo. 
- ¿Algún tanguito? —probó el Soda. 
—Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora. 
El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente 
interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo. 
—Pero le gusta el fútbol —le dijo—. Por lo que veo. 
El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa. 
—Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte —dictaminó después—. Muy emparentado. 
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El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó. 
—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la 
cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La 
curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello 
que él le mostraba—. Bueno… Eso, eso es la escultura… 
El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo. 
—Vea usted —el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner— el relumbrón intenso de las 
camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, 
el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas 
ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así… Bueno… Eso, 
eso es la pintura. 
Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció. 
—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la 
voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio… Bueno… Eso, eso es la danza… 
El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba 
del área defendida por De León. 
—Y escuche usted, escuche usted… —lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había 
tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido—… la percusióngrave de la pelota 
cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro 
desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí… Bueno… Eso, eso es la 
música… 
El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del 
partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable. 
—Y vea usted a ese delantero… —señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado—… ese delantero de ellos 
que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el 
rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia… Bueno… Eso, eso es el teatro. 
El Soda se tomó la cabeza. 
—¿Qué cobró? —balbuceó indignado. 
—¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—. ¿Qué cobrás? —gritó 
después, desaforado—. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió? 
El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y 
del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo 
confuso, incómodo. 
—… ¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo. 
—Y eso… —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—… Eso es el fútbol. 
Roberto Fontanarrosa 
 
Responda: 
1.  Relacione el título con el argumento del cuento. 
2. El viejo mira el fútbol como un espectáculo ¿Con qué artes compara a este deporte? 
3. ¿Por qué, lo descoloca al Soda, la expresión final del viejo? 
4. ¿Qué valores crees que tiene como deporte el fútbol? 
 
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