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TEMA: MOTRICIDAD El término motricidad como tantos otros puede aplicarse a varias áreas, pero fundamentalmente a dos en particular: el área de la salud y obviamente a la de los carros. Un coche, una camioneta, un camión, un ómnibus, o lo que sea, es en definitiva un vehículo que posee propulsión propia. Ese medio de propulsión puede variar entre motores de combustión interna propulsados por combustibles tales como nafta, gasoil, gas natural comprimido, petróleo, etc., que al mezclarse con un comburente (puede ser el oxígeno que se encuentra en el aire) da forma al fluido activo que, mediante procesos termodinámicos, hace que se produzca el movimiento del motor térmico. La motricidad, por consiguiente, depende de la capacidad del motor para convertir la energía química contenido en los combustibles en energía mecánica, destinada al movimiento vehicular. En la práctica, el motor constituye un verdadero transductor que origina la posibilidad del movimiento. También, es creciente el uso de vehículos con biocombustibles (bastante criticados en algunos lugares por competir “de manera desigual” con las plantaciones destinadas al alimento) y, más acá en el tiempo, se ha dado el comienzo de la era de los vehículos híbridos y eléctricos. El debate más profundo consiste en definir la posibilidad de entregar motricidad apropiada con la menor destrucción asociada del entorno. En este contexto, la electricidad y los biocombustibles parecen representar la modalidad más «limpia» para evitar la polución asociada con el uso de motores. Por supuesto, estos principios se extienden también a otras clases de elementos propulsados por recursos técnicos, entre los que merecen señalarse las embarcaciones, las aeronaves, todos los equipos no tripulados (drones y similares) y, en la actualidad, los distintos robots móviles, incluidos los equipos de pronto uso doméstico y los ya difundidos animatronics, empleados en las producciones con efectos especiales. Todas, absolutamente todas las variantes de tipos de motor o propulsión le saben dar al vehículo, sea cual sea, mediante sus propios sistemas la capacidad de la motricidad. No en vano el término “motricidad”, o si se quiere “auto motricidad” , tiene una fuertísima raíz y una más que estrecha relación con la palabra “automóvil” . La analizamos: para variar la palabra se divide en dos y los términos (¡cuando no!) son griegos. “Auto” que significa “por sí mismo” y “móvil” que significa “que se mueve”. O sea que “se mueve por sus propios medios”… y de eso se trata la motricidad, de la capacidad de mover a un auto por sí mismo. No en vano esta forma de entender la motricidad es también aplicable a las ciencias de la salud, dado que estas propiedades de los seres vivos les permiten desplazarse de un sitio al otro, convirtiendo también energía química (alimentos) en energía cinética o mecánica. Más allá de la notable complejidad que involucra al movimiento de un animal o ser humano, la motricidad se caracteriza por una serie de patrones fijos que admiten algunas variantes. De este modo, resulta sencillo comprender que los fundamentos de la motricidad que caracterizan a los organismos vivos y a las máquinas creadas por el hombre en realidad no difieren mayormente entre sí. Acaso la única distinción relevante que merece citarse es que los equipos a motor se asocian exclusivamente con motricidad, mientras que los seres vivientes incluyen además la llamada motilidad. La diferencia radica en que la motilidad es una «variante» involuntaria de la motricidad, como ocurre con el movimiento del tubo digestivo o del árbol respiratorio. Esta salvedad debe distinguirse del movimiento automatizado de algunos equipos artificiales, sujetos a diversas formas de programación por parte de sus creadores y controladores. En síntesis, la antigua idea de ficción de amalgamar máquinas y seres vivos parece confluir de manera misteriosa en la motricidad, la cual forma parte integral de unos y otros en todas sus variaciones conocidas… y por crear.
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