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JUNIO 2004 DYNA24 GESTIÓN EMPRESARIAL Cada época histórica tiene unascaracterísticas propias que lahacen única y que permiten a quienes viven esa época sentirse par- te de un momento culminante en la historia de la Humanidad. Sólo el pa- so de los años y la necesaria distan- cia permiten juzgar con objetividad la importancia de esa época y de sus protagonistas en el conjunto de la historia. ¿Qué grupos de música se- rán recordados en el futuro?, ¿qué li- bros actuales se estudiarán dentro de un siglo?, ¿cuántos políticos que ahora ocupan las primeras páginas de los periódicos caerán en el olvido? Ciertamente, hay algunas circuns- tancias que nos permiten suponer que somos protagonistas o, más bien, espectadores de uno de esos momentos de cambio en la historia de la Humanidad. Hemos vivido un cambio no sólo de siglo, sino tam- bién de milenio, aunque es cierto que, al cruzar la barrera de 2000, las cosas han seguido más o menos como estaban: ni hemos sufrido la fiebre de un milenarismo que asocia estos acontecimientos a grandes ca- tástrofes, ni se han cumplido las imá- genes de las películas de ciencia-fic- ción. Hemos vivido de primera mano la irrupción de grandes avances tec- nológicos: hemos visto nacer Internet y, al paso que vamos, con los cam- bios tecnológicos sucediéndose ex- ponencialmente, veremos aparecer otras muchas innovaciones. Sólo dentro de muchos años sa- bremos (sabrán quienes nos suce- dan) si de verdad nos encontramos en un momento histórico. No obstan- te, al menos es cierto que para vivir en este mundo y tener ciertas proba- bilidades de sobrevivir en él, debe- mos ser conscientes de cuáles son las circunstancias con las que nos encontraremos. Los hombres pru- dentes, se dice, son quienes saben prever los acontecimientos; los ne- cios, tan sólo los constatan. PRINCIPIOS ÉTICOS PARA LA GLOBALIZACIÓN Vamos a proponer una serie de principios generales que, a mi enten- der, deberían tenerse en cuenta si se quiere adoptar una actitud éticamente comprometida en la So- ciedad actual. Estos prin- cipios, llevados conve- nientemente a la prácti- ca, asegurarían la presencia de parámetros que a veces se echan en falta. Estos principios son los siguientes: - el principio perso- nalista, como principio básico de la ética, - la orientación al bien común, como prin- cipio normativo de la ac- tividad empresarial, - el orden de respon- sabilidades, como prin- cipio orientativo y, final- mente - el principio directi- vo, como principio de decisión. Vamos a enunciarlos muy esquemáticamente. - El principio personalista Este principio puede enunciarse del siguiente modo: la persona es siempre un valor en sí misma y por sí misma, y como tal exige ser conside- rada y tratada. Esto equivale a decir, en términos negativos, que la perso- na nunca puede ser utilizada como objeto de propiedad o con fines utili- tarios. La actividad de la empresa debe orientarse al desarrollo de la persona humana. Esto tiene implicaciones en los empleados de la empresa, que tie- nen una serie de derechos (salario justo, puesto de trabajo digno, desa- rrollo personal, etc.) que deben res- petarse, pero también hacia otros stakeholders de la empresa: hacia los clientes, a quienes hay que propor- cionar un servicio y unos productos que no sean tan sólo útiles, sino tam- bién buenos, esto es, que contribu- yan a su desarrollo; hacia los provee- dores y demás stakeholders, cum- pliendo con las obligaciones de justicia hacia ellos. El principio personalista orienta adecuadamente el progreso tecnoló- gico, dándole aquella radicalidad que reclamábamos. No todo lo técnica- mente posible debe hacerse: hay co- sas que, aunque sean técnicamente posibles, deben evitar hacerse, por- que pueden suponer un deterioro pa- ra las personas. El principio persona- lista orienta también el afán consu- Joan Fontrodona PARA NO PERDERNOS EN LA GLOBALIZACIÓN: UNA REFLEXIÓN DESDE LA ÉTICA* *De una Conferencia pronunciada por el autor y recogida por E. Deusto DYNA JUNIO 2004 25 GESTIÓN EMPRESARIAL mista en cuanto justifica la razón de la primacía del ser sobre el tener. - El principio de orientación al bien común Aristóteles se pregunta en la “Ética” a Nicómaco por la ciencia que debe considerarse superior a todas y contesta que es la Política, porque es aquélla que contribuye al bien de la Sociedad y no sólo del individuo. Una dirección de empresas éticamente responsable debe tener este mismo objetivo. La orientación al bien co- mún estimula a la persona y a la em- presa a salir más allá de los intereses particulares y a buscar aquello que es bueno para el conjunto de la Socie- dad. La postura que sostiene que la empresa cumple con su responsabili- dad social sólo con generar beneficio ignora la compleja realidad de lo que es la empresa. La orientación al bien común tie- ne como sus dos puntos de referen- cia el principio de solidaridad y el principio de subsidiaridad. El primero reclama por parte de la empresa la obligación de actuar pensando en el bien de la Sociedad; el segundo justi- fica el derecho de actuar libremente en aquello en que se tiene capacidad de actuación. El bien común da a la globaliza- ción un nuevo sentido porque nos hace entender un significado profun- do de la globalización, más allá de los términos puramente económicos. El bien común nos lleva a una mentali- dad global. Por la misma razón, mo- dera la competitivdad y busca que la Sociedad se convierta en un juego de suma positiva donde todos ganen. - El principio de orden de responsabilidades Este principio nos ayuda a no per- dernos en nuestro sentido de respon- sabilidad y a saber poner prioridades en nuestras acciones. Según este principio, nuestras responsabilidades deben ordenarse en función de aque- llo que está más a nuestro alcance hacer. En el cumplimiento de nuestras responsabilidades podemos caer tan- to en posturas minimalistas (de con- formarnos con responder de aquello que nos afecta directamente) como en posturas maximalistas (de sentir- nos responsables de todo lo que su- cede). Para hallar un término medio entre estos dos extremos, el principio de responsabilidad nos lleva a pensar en aquello que nos es próximo. El sentido de la responsabilidad nos llevará a ocuparnos de las cues- tiones que dependen más directa- mente de nosotros. Si la orientación al bien común supone un momento de expansión de nuestra responsabi- lidad, el orden de responsabilidades nos ayuda a dar prioridades, empe- zando por lo que nos sea más cerca- no, no sólo en el tiempo y en el espa- cio sino también con respecto a nuestras obligaciones personales y profesionales. - El principio de prudencia directiva Las decisiones empresariales tie- nen gran complejidad porque el di- rectivo necesita considerar muchas variables antes de tomar una deci- sión. Por esa razón, el directivo nece- sita “pararse a pensar”, una actitud nada frecuente en el mundo en el que vivimos. Sin embargo, precisamente por esto es importante dedicar un tiempo a pensar. El directivo que piensa es el que prevé, el que sabe adelantarse a las situaciones; de otra forma, se limita a dejarse llevar por las circunstancias. Por eso, una ética de las convicciones no sirve por sí sola para dirigir empresas. No obs- tante, sin principios no podemos concluir nada o, mejor dicho, pode- mos concluir cualquier cosa. Por eso, una ética de la responsabilidad, que se guiase sólo por los resultados, tampoco serviría por sí sola para diri- gir empresas. El modo como concebimos el mundo influye en nuestras decisiones y, a su vez, nuestras decisiones influ- yen también nuestras ideas porque nos cambian o nos reafirman en ellas. Los hombres no disponemos de reglas, pero disponemos de virtu- des. Las virtudes son como el alma- cén donde almacenamos nuestras experiencias, nuestros ideales y an- helos más profundos, nos trans- forman y nos facilitan nuestras accio- nes futuras. A partir de estos principios puede desarrollarse toda la ética. Se entien- de, por tanto, que no podamos dete- nernosen ellos. Quería tan sólo ilus- trar cómo a partir de ellos podemos recuperar los parámetros éticos que echábamos de menos al descubrir la situación actual de nuestro mundo y proponer que estos principios se to- men en cuenta a la hora de pensar en la toma de decisiones en la dirección de empresas y en la vida en general. HACIA UNA SOCIEDAD SOLIDARIA Todos somos herederos de la modernidad. El momento culminante de la modernidad fue la Revolución Francesa y, con ella, el lema de “Li- bertad, Igualdad y Fraternidad”. Estas tres palabras marcan de algún modo las aspiraciones del hombre y han si- do también un referente continuo de las reflexiones que los seres huma- nos hemos hecho sobre nosotros y sobre nuestro mundo. No obstante, como a menudo se ha puesto de re- lieve, estos tres ideales no han tenido la misma fortuna. Las ideas de libertad e igualdad han sido ampliamente tratadas y bus- cadas como ideales. No así la idea de fraternidad, que, hasta las últimas dé- cadas del siglo XX, no ha recibido la misma atención que sus dos compa- ñeras. Hemos luchado por un mundo más libre y más igualitario, pero el ol- vido de la fraternidad nos ha llevado a una Sociedad más individualista y a sus corolarios de relativismo, permi- sivismo, cumplimiento de mínimos y a dejar en manos del Estado las res- ponsabilidades sociales. Me parece que un énfasis en el ideal de fraterni- dad nos llevaría, en cambio, a un mundo más solidario y a una mayor preocupación por el bienestar de nuestros prójimos. La libertad no puede entenderse simplemente como una ausencia de constricciones físicas, ni tampoco co- mo una simple capacidad de elegir. La libertad tiene una dimensión más profunda porque los hombres somos esencialmente libres. La libertad nos ayuda sobre todo a ser menos depen- dientes de nuestro entorno, a tener una plenitud interior más rica. La li- GESTIÓN EMPRESARIAL bertad nos reclama una actitud de sa- ber rectificar porque nada es más enemigo de la libertad que el empeci- narse en el error aunque tengamos la “libertad” de hacerlo. La libertad no significa tratar a to- dos por igual, ni es tampoco facilitar las mismas oportunidades para to- dos. La igualdad radica en la persona porque todos, más allá de las diferen- cias sociales o económicas, tenemos una igualdad radical: la de compartir una misma naturaleza. Una buena actitud para fomentar la igualdad es saber escuchar. El di- rectivo que sabe escuchar a sus em- pleados empieza a considerarlos co- mo sus iguales. La igualdad no signi- fica que todos tengamos la misma posición social, sino que todos sea- mos respetados a pesar de nuestras diferencias; no es igualitaria una em- presa donde todos dirijan, pero sí donde todos (cada uno a su nivel) tengan cierta capacidad de dirigir, es- to es, de decidir libremente. La fraternidad, como decía, es, a mi modo de ver, la gran olvidada en nuestra Sociedad. Al menos lo ha si- do en su origen y ahora sufrimos las consecuencias de este olvido. La fra- ternidad no sólo es vivir la justicia, si- no que también reclama vivir la virtud de la solidaridad. El ideal de fraterni- dad está también profundamente en- raizado en la naturaleza humana, por- que el hombre es un ser social por naturaleza, es decir, necesita recono- cerse como persona en otros, coexis- tir con otros. ¿Cómo crecer en la solidaridad? Una buena actitud para ayudarnos a crecer en el ideal de fraternidad es saber perdonar. Saber reconocer que los demás pueden equivocarse es el primer paso para hacer una Sociedad solidaria en la que la debilidad de unos se suple con el esfuerzo de to- dos. La condonación de la deuda ex- terna que con ocasión del nuevo mi- lenio, se ha reclamado desde foros muy diversos, es una manifestación de esta capacidad de perdón, que puede contribuir a un mundo más so- lidario. Los ideales de la modernidad si- guen siendo válidos en un mundo que, sin embargo, está sufriendo cambios radicales. No obstante, con- viene dotar a estos ideales de un sig- nificado más profundo para que no se conviertan sólo en reivindicacio- nes, sino que sean reflejo de la rique- za de la naturaleza humana. Desde esta radicalidad se nos presentan tres actitudes para manejarnos en el mun- do: saber rectificar, saber escuchar, saber perdonar. A partir de estas actitudes, y con los principios generales de la Ética, podemos ser capaces de dotar a nuestro mundo contemporáneo de la necesaria dimensión ética, que nos permita orientarnos en medio de la globalización. Y evitar perdernos en ella.
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