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Panamá, 16 de junio de 2006
En el marco del 180 Aniversario de la instalación del Congreso de Panamá:
La Anfictionía como proyecto estratégico para la integración de los pueblos de América Latina
Dr. Menry Fernández Pereira
Universidad Bolivariana de Venezuela
En ocasión de conmemorarse el próximo 22 de junio la celebración del 180º Aniversario del Congreso
Anfictiónico de Panamá de 1826, me es grato encontrarme con ustedes en el marco del Seminario “La
Integración Regional de Nuestra América Hoy, a la luz del Pensamiento Bolivariano” que se desarrolla en
este bello recinto llamado Auditorio José Dolores Moscote de la Universidad de Panamá, con la finalidad
de disertar en relación a algunas ideas que materializan la vigencia del pensamiento bolivariano, el
pensamiento de este gran héroe universal como lo es nuestro Libertador Simón Bolívar.
Este tipo de actividades impulsadas por el Congreso Bolivariano de los Pueblos y por el Comité de
Organizaciones Populares para la conmemoración del 180 Aniversario de la instalación del Congreso
Anfictiónico de Panamá, hace que la integración de los pueblos de nuestra América desde la perspectiva
bolivariana, deje de ser una utopía, para convertirse en motor de transformación de los pueblos de
América Latina. Podemos decir con certeza que “ha llegado el día en que nuestro continente cante con
voz de pueblo unido”. Ha llegado el día de forjar todo un momento y un proceso histórico distinto, de
instaurar bajo aspectos optimistas (y aun “sublimes” según Bolívar), una unión y hermandad continental.
Antes de entrar en detalle, es bueno recordar que la situación geopolítica y social de los pueblos recién
liberados de España para 1825 exigía la necesidad de consolidar una hermandad latinoamericana que le
hiciera frente a las pretensiones hegemónicas e imperialistas de las grandes potencias como Inglaterra,
Francia, Holanda y por supuesto, Estados Unidos, las cuales veían la oportunidad de arrebatar la recién
anhelada libertad e imponer su dominio económico y político en América.
El nuevo continente promediaba su actitud independentista y autonómica en medio de crescendos y
retrocesos, América se aprestaba a vivir tras frecuentes caídas, a veces tan sólo mediante la voz casi
solitaria de alguno de sus libertadores, como en los casos de Bolívar entre 1812 y 1815, y San Martín
entre 1813 y 1817, mientras que España pretendía reconquistar sus antiguas posesiones, apoyada por
Austria y Francia, Prusia y Rusia. En el caso particular de Inglaterra completaba su papel propio en el
mundo moderno, entre las tendencias europeas y americanas.
Estados Unidos por su parte, proseguía en su aislamiento alerta y defensivo. Aún no le tentaba (ni tenía
fuerza suficiente) las aventuras internacionales. Inglaterra, en posición aparte de las potencias
continentales europeas, recelaba un posible ascenso estadounidense; así como no quería provocar la
anarquía americana con una independencia total, que juzgaba prematura, tampoco deseaba que nuevos
países se transformasen en repúblicas, ni que fueses totalmente libradas de España.
Con este panorama geopolítico mundial la revolución americana que nacía construyendo patrias, tuvo
también su otro horizonte de “ultimidad”, cuyo destinatario era el americano de distintos medios, pero
integrante de una empresa de libertad para construir.
¿Qué Libertador o conductor de pueblos no deseó asemejarse a un escultor, pese a lo delicado y a veces
imprevisible de su material a modelar? En su empeño por ser alfarero de repúblicas, a su patria inicial,
nativa y de siempre, en gentes, costumbres y tierra, Venezuela, se unió muy pronto otra, Nueva Granada,
y luego Quito (Ecuador). Así tres patrias equivalieron a una patria, para la concepción bolivariana que
creó la Gran Colombia, como entidad gravitante en el proceso revolucionario y organizador americano
del Sur.
No concebía a Venezuela sin la Nueva Granada; Nueva Granada sin Quito, lo cual ya constituía nada
menos que una Gran Colombia. Apetecía más extensas regiones geográficas cada vez; grupos humanos
más numerosos para un destino común de unidad y de grandeza.
Así, esta empresa gradual y americana, revolucionaria e independentista, tendió a asegurar primero su
contorno geográfico y humano; tendió luego hacia lo próximo en tierras y luego en lo espiritual,
extendiéndose así ciertos tipos especiales de fronteras. Hoy una Venezuela más una Nueva Granada,
luego Quito. Hoy, un Río de la Plata, más luego Chile y Perú. Más tarde una Colombia, más un Perú y
una nueva Bolivia por el lado bolivariano, que tendría a un Congreso General en Panamá.
Bolívar debió conducir al Congreso de Panamá por cuanto para él era un nuevo “Istmo de Corinto” pero
mayor, por cuanto debía erigirse en un lugar de equilibrio americano y mundial, tan difícil entonces. Pero
al que ya entrevió en 1815 como anticipo más amplio de la Doctrina Monroe en 1823, en su concepción
de unidad fraterna para la guerra defensiva y para la paz.
Su visión americana desde el exilio de Jamaica en 1815 a través de sus máximas culminaciones tendió a
la unidad americana. Pero comprendiéndola sobre todo a través de necesaria pluralidad de naciones, con
lazos y armonía entre sí, que incluía la cooperación recíproca. Por ello, el 06 de septiembre de 1815 desde
Kingston, Jamaica el Libertador en su “Contestación de un americano meridional a un caballero de esta
Isla”, advertía:
Yo deseo mas que otro alguno ver formar en América la mas grande nación del mundo, menos por su
extensión y riquezas que por su libertad y gloria (…) Supongamos que fuese el Istmo de Panamá punto
céntrico para todos los extremos de este vasto continente ¿no continuarían estos en la languidez y aún en
el desorden actual? Para que un solo gobierno dé vida, anime, ponga en acción todos los resortes de la
prosperidad pública, corrija, ilustre y perfeccione el Nuevo Mundo sería necesario que tuviese las
facultades de un Dios, y cuando menos las luces y virtudes de todos los hombres.
Con esto no pretendía Bolívar regir al Nuevo Mundo por una gran República, ya que lo consideraba
imposible, aunque, aspiraba a la perfección del gobierno de la patria naciente. Afirmaba: “como es
imposible no me atrevo a desearlo; y menos deseo una monarquía universal de América, por que este
proyecto sin ser útil es también imposible”.
En 1815 el Libertador había vivido una de sus más dolorosas experiencias, solo y sin recursos (que
siempre descuidó), se convirtió en pensador, entonces clarificó en su mente, aún más, el cuadro
americano, desde su misma raíz hasta su tiempo.
América se presentó como entidad, con una conciencia, que se expresaba a través de grupos
revolucionarios. Según Bolívar, por ejemplo, era nada menos que “el equilibrio del universo” que surgía
sobre una expresión y un tiempo común a todo, a través de los tres siglos que constituyó la vicisitud
hispana que pintó en su Carta de Jamaica.
La misma revolución iniciada con varios estallidos simultáneos, eran punto de partida para todo; un
despegue hacia nuevas sendas del propio manejo y de la autonomía que iban lográndose en la forja de los
nuevos países.
Paso al mismo tiempo de hermandad y cooperación reciproca, indiscutible y salvadora, que debía seguir
el camino de la federación de naciones, al estilo bolivariano o sanmartiniano, de la autodeterminación de
los pueblos, pero bajo una cooperación necesaria, que era un camino más. Era una construcción a largo
plazo, pero de necesaria unión, no sólo bajo el signo devastador de las armas, sino bajo la reflexión y la
tranquilidad de la paz; aunque en ellas pudiesen surgir intereses divergentes, a veces antagónicos, o aún
enfrentamientos espontáneos y provocados desde dentro y desde fuera de cada país.
El Libertador resultó en ese aspecto no único ni mucho menos, pero si uno de los actuantes más decidido
y original, en la búsqueda de arquitectura de una comunidad americana, pese a los distintos quehaceres y
formas de vida de cada lugar.
Situaba a América en el panorama mundial.América resultaba el gran tema de la carta de Bolívar, tenía
en su mente y sensibilidad esa imagen: su gente, su tierra, que amaba y padecía al mismo tiempo, hasta
llegar al fin propuesto por medio de la lucha y de la elaboración de planes justos y aceptados, pues para
Bolívar ya América no resultaba un enigma. Le reseñaba en su carta a un ciudadano ingles, su advertencia
para una unión americana:
Los Estados del istmo de Panamá hasta Guatemala formarán quizás una asociación. Esta magnífica
posición entre los dos grandes mares, podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales
acortarán las distancias del mundo: estrecharán los lazos comerciales de Europa, América y Asia: traerán
a tan feliz región los tributos de las cuatro partes del globo. ¡Acaso solo allí podrá fijarse algún día la
capital de la tierra! Como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio (…) Es una
idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue
sus partes entre si y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión
debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de
formarse; más no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres
desemejantes dividen a la América. ¡Que bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el
Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de
los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz
y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación podrá tener
lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración, otra esperanza es infundada, semejante a la del
abate St. Pierre que concibió el laudable delirio de reunir un Congreso europeo, para decidir de la suerte y
de los intereses de aquellas naciones.
En 1818, en carta a Pueyrredón señala la idea de una patria única para todos los americanos, terminada la
guerra independentista. Un “pacto americano” integraría las repúblicas de un cuerpo político unitario, que
revistiera a América de majestad y grandeza, como reina de naciones y madre de repúblicas. Tres años
más tarde, cuando ya no existía un gobierno central de las Provincias Unidas del Río de la Plata, insistió
en tal hecho.
Así llego el momento de las alianzas con pactos y acuerdos entre los nacientes Estados. Se aunaron
esfuerzos con finalidad militar, tras declaraciones fraternas; hubo medidas de reciprocidad en aspectos
económicos, entre 1822 y 1824: Colombia y Perú, Chile y México, provincias del Plata.
La convocatoria bolivariana a gobiernos de las repúblicas de Colombia, Río de Plata, Chile y América
Central o Guatemala, planteaba ese momento una oportunidad única tras la dura experiencia vivida.
Que quince años de sacrificios, consagrados a la libertad de América por obtener el sistema de garantías
que, en paz y en guerra, sean el escudo de nuestro destino. Base fundamental para unir relaciones e
intereses entre repúblicas que antes fueron “colonias españolas”.
Un gran cuerpo político las uniría: era para Bolívar la “autoridad sublime” que sólo una “Asamblea de
Plenipotenciarios” de las naciones victoriosas podría sustentarla. Así lo proyectó en 1822 como
presidente de Colombia, donde el Istmo de Panamá se convertiría en la sede de la defensa mutua, de
contacto frente a peligros comunes, de intérpretes entre los tratados y países, de conciliadoras de
diferencias, ya firmados los pactos parciales con Perú (1822) y México (1823) pendiente de solución los
otros.
La insistencia de Bolívar sobre el lugar resulta significativa: “si el mundo hubiese de elegir su capital,
seria Panamá como centro de globo e intermediación entre Asia, África y Europa”.
Cedida Panamá por Colombia él mismo enviaría sus diputados a ese lugar equidistante para todos “y
uniría los ardientes votos de mi corazón”. Así recomenzaría una nueva empresa americana reunidos lo
plenipotenciarios; su canje de poderes fijará en la historia diplomática de América una Época inmortal.
Después de “cien siglos”, profetizaba: “allí buscaran el origen de nuestro derecho público, en los
Protocolos del Istmo, en las primeras alianzas, en la marchas de nuestras relaciones con el Universo (...)
¿Qué será entonces del Istmo de Corinto comparado con el de Panamá?.
Era necesaria una Liga General contra el enemigo que supliera de debilidades y carencias de cada una de
sus partes aisladas, incomunicadas y sin planes comunes. Una federación general no sólo superaba ese
estado de cosas, sino que era salvadora respecto el presente de guerra y al porvenir competitivo sin duda
con Europa y con Estados Unidos. Por ello abogaba por:
La Federación Americana bajo los auspicios de una asamblea, cuya política tendrá por base consultar los
derechos de los pueblos y no los de algunas familias. Independencia, paz y garantías, estos son los
intereses eminentemente nacionales en las repúblicas que acababan de nacer en el Nuevo Mundo. Sólo un
convenio previo enfrentaría la sedición y la intriga manejada ante que las armas.
Por ello llegó a escribir Bolívar que ese Congreso General era un paso salvador, era “el Arca de la
Alianza”, “la salvación segura”, contra improvisaciones y enfrentamiento de los pueblos. Todo ello
constituía para el Libertador la herramienta apta para contrarrestar formidables amenazas de viejo Mundo
y su Santa Alianza.
La carta del Libertador a Santander, del 6 enero de 1825, significa su alerta ante un peligro cierto y a la
solución única que debía adoptarse cuando aun estaban a tiempo de evitarlo. La guerra mayor había
terminado con “Ayacucho”, pero no había logrado la tranquilidad interior americana. Afirmaba:
Veo la guerra civil y los desórdenes volar por todas partes de un país a otro, único remedio: la federación
de países (...) Yéndome yo, ya no podrá ser, y a lo menos quien sabe cómo. El único objeto que me
retiene en América y muy particularmente en el Perú es el Congreso. Si lo logro bien, y sino, perderé la
esperanza de ser útil a mi país, porque estoy persuadido, que sin esta confederación no hay nada.
Aún repetirá a Santander y a Sucre tal necesidad a los peligros provenientes del Brasil y a la santa
Alianza, más la disgregación anárquica del sur. Tal los llamados a Santander del 8 y 11 de marzo, que
complementaron la carta del 6 de enero: “el remedio o paliativo a todo esto es el Gran Congreso de
Plenipotenciarios del Istmo, bajo un plan vigoroso, estrecho y extenso”.
El 8 de mayo, desde el Alto Perú, anunciaba la inminente partida de los diputados peruanos con
indicación de que no propusiesen a un militar (a menos a él) como jefe armado de la Liga.
Ya el 11 de marzo le confiaba a Santander desde Cuzco:
Yo propongo este plan: que yo soy el que me ofrezco como víctima de las oposiciones liberales y aun se
dirán políticas; que yo soy el llamado a ser el jefe de esta federación americana, y que yo renuncio la
esperanza de una autoridad tan eminente para darle la preferencia a la estabilidad de América.
Al fin, seguro de la iniciación en Panamá, escribió a Vidaurre el 30 de agosto:
(…) el pacto debe guardarse en el Arca de la Alianza. Feliz usted si ha visto reunir a los anfictiones
americanos y si el Istmo de Panamá ha representado la segunda escena de Corinto, que vio reunir en su
seno embajadores libres de repúblicas gloriosas. Pero no permita el cielo que la duración de nuestra vida
sea como aquellas naciones griegas, que más parecían existir para contemplar simples relámpagos de
libertad, seguida de horrendas tempestades de tiranías (…) de usted depende la existencia de un mundo
entero que desea libertad y gloria y que ha roto sus cadenas para gozar de la paz bajo el celeste
movimiento del orden de la naturaleza, cuyas leyes desea practicar para alcanzar el fin de la sociedad. A
tan alto destinos, ¿no se siente usted arrebatar por elfuego de la imaginación y por la fuerza de su amor
patrio?
Nuevamente el 13 de octubre con Santander no se mostraba tan optimista Bolívar. Por una parte,
lamentaba que los diputados colombianos no hubiesen sido los primeros en llegar a Panamá, para esa
Asamblea “de primera necesidad para la América”.
Tampoco debió escapar a su aguda observación, que no se tuvo en cuenta como antes su opinión, al
haberse invitado a Panamá a Estados Unidos, aunque en carta del 27 de octubre si celebráse que “no
entrase a la federación”.
En enero de 1826, un relámpago de alegría cruzaba su firmamento: la aprobación de la federación ya
lograda. Escribe a Briceño desde Lima el 27 de octubre:
(…) estoy muy ansioso por verse instalada la Asamblea General del Istmo (…) un paso a que estamos
comprometidos a dar cuanto antes, pues que la Europa tiene los ojos fijos en el Istmo y aguarda con una
impaciente curiosidad ver cual es el objeto de nuestra alianza… que la Asamblea se instale cuanto antes.
Crea usted que el día que yo lo sepa será muy lisonjero.
El 26 de abril volvían algunas sombras desde Lima patentes en su carta al Doctor Pedro Gual, “por la no
concurrencia de algunos Ministros”. Era su consuelo que el destinatario estuviese:
…tan resuelto a llevar a cabo una empresa de tanta importancia para los americanos y de tanta honra para
ustedes… espero que para estos momentos estará reunido el Congreso de Panamá y que habrán dado
principio a sus interesantes tareas (…) convengo con usted en que la Asamblea de Panamá es
absolutamente necesariamente al bien y al reposo de la América, y tan compenetrado estoy de esta
realidad, que yo desearía que esta Asamblea fuese permanente, sirviendo de arbitro a las diferencias que
cada día han de suscitarse entre estados nuevos y vecinos (y) fuere el lazo que los uniese perpetuamente.
El celebre abate De Pradt le escribió desde París el 4 de julio de 1825:
(…) Se habla de un “Congreso en Panamá” formado por los nuevos estados de América, es una idea
admirable; pondrá el sello a la grande obra de su establecimiento como naciones que no dependen sino de
sí mismas. Allí terminará el coloniaje americano, allí se fijará el derecho de gentes desconocido en
Europa; allí, por fin, después de tantos Congresos de los reyes contra los pueblos, habrá un Congreso de
los pueblos para ellos mismos (...) Es cierto, pues: la América es una lección y un modelo para el mundo.
Fue sin duda el instante más real del magno sueño de Bolívar, cuando antes de 1826 en su optimismo ya
veía dos tercios de concurrencias nacionales a la Asamblea. Cuando aun Panamá le significaba el lugar
mas propicio, el que conduciría a un ideal “equilibrio del Universo”. Por ello se entiende que una vez
concluida la gesta de emancipación en América, Bolívar impulsa de manera categórica la instalación de
un Congreso donde estuviesen representadas las antiguas colonias de España.
El nombre original de la convocatoria al Congreso de Panamá fue: “Invitación que Bolívar dicta y dirige a
todos los Gobiernos del Continente para la reunión de la Asamblea en el Istmo de Panamá”, fechada en
Lima, Perú, el 7 de diciembre de 1824 y cuyo objetivo era convocar a todas las Repúblicas
Hispanoamericanas a la reunión que se celebraría dos años más tarde en la ciudad de Panamá desde el 22
de junio al 15 de julio de 1826.
La intención de este evento fue, afianzar la libertad alcanzada, la defensa de los intereses nacionales
frente a las potencias que amenazaban con recuperar sus dominios perdidos en América. Igualmente se
buscaba, consolidar la amistad entre los nuevos Estados y fundamentar los sólidos principios de posición
de los territorios liberados. Esta circular se dirigió a los Gobiernos de Guatemala, Buenos Aires, Chile y
Brasil por el Consejo de Gobierno de Colombia en ausencia del Libertador. La misma refería en algunos
textos lo siguiente:
Profundamente penetrado de estas ideas, invité en 1822, como Presidente de la República de Colombia, a
los Gobiernos de México, Perú, Chile y Buenos Aires, para que formásemos una Confederación, y
reuniéndose en el istmo de Panamá u otro punto elegible a pluralidad, una Asamblea de Plenipotenciarios
de cada Estado “que nos sirviese de consejo en los grandes conflictos, de puntos de contacto en los
peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos cuando ocurran dificultades, y de conciliador,
en fin, de nuestras diferencias” (…) Parece que si el mundo hubiese de elegir su capital, el istmo de
Panamá sería señalado para este augusto destino, colocado, como está, en el centro del globo, viendo por
una parte el Asia, y por la otra el África y la Europa. El Istmo de Panamá ha sido ofrecido por el
Gobierno de Colombia para este fin, en los tratados existentes. El Istmo está a igual distancia de las
extremidades; y por esta causa podría ser el lugar provisorio de la primera Asamblea de los confederados.
Los pactos de “Unión, Liga y Confederación” que firma Colombia con Perú, Chile, México y
Centroamérica se pueden valorar de preparatorios, donde las partes se comprometían a confederarse entre
sí y a interponer sus buenos oficios para lograr que lo hicieran también los demás estados de América.
Son las futuras bases del Congreso a celebrarse en el Istmo. Enviaría Bolívar delegados en misión
diplomática a los gobiernos de Perú, Chile y Buenos Aires, así como a México y Centroamérica. Los
objetivos de estas misiones eran proponer la unidad continental para crear una liga ofensiva y defensiva,
cuyos principios se fundamentaran en la hermandad. En fin, Bolívar proponía ir sentando las bases de un
Cuerpo Anfictiónico que impulsara los intereses comunes de los estados americanos y los capacitara para
resolver las discordias internas que pudieran surgir.
En cartas que escribirá a José de San Martín y a Bernardo O´Higgins, ambas con fecha 8 de enero de
1822, valoraba esta tarea como la salvación de América, señalándole al segundo:
(…) Pero el gran día de la América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas
de sus leyes tiránicas y fundadas instituciones legítimas: más todavía nos falta poner el fundamento del
pacto social, que debe formar de este mundo una nación de Repúblicas (…) ¿Quién resistirá a la América
reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad?
El momento más relevante en el proceso integracionista fue el Congreso de Panamá. En él, Bolívar
volcaría todas sus esperanzas integracionistas para el continente americano y para el futuro de nuestras
tierras; magna reunión de las naciones donde se decidiría el futuro de Latinoamérica. La unidad sería el
punto central a tratar por los delegados en aras de crear una federación de países independientes. Al
respecto, señala:
El día que nuestros Plenipotenciarios hagan el canje de sus poderes, se fijará en la historia diplomática de
América una época inmortal. Cuando, después de cien siglos, la posteridad busque el origen de nuestro
derecho público y recuerde los pactos que consolidaron su destino, registrarán con respecto los protocolos
del Istmo. En él encontrarán el plan de las primeras alianzas, que trazará la marcha de nuestras relaciones
con el universo.
Para concretar esta reunión en Panamá El Libertador se encargará durante dos años de los preparativos de
la misma, y desde el Perú son convocados prácticamente casi todos los gobiernos de Latinoamérica, pues
tengamos en cuenta que Centroamérica estaba integrada, por Guatemala, Costa Rica, El Salvador,
Honduras y Nicaragua; constituían a la Gran Colombia a su vez: Venezuela, Colombia, Ecuador y
Panamá; mientras que el Perú incluía a Bolivia. Tuvieron que salvarse muchas dificultades para reunir a
los delegados de estas naciones, entre ellas las grandes distancias y las diferentes situaciones políticas que
existían en el interior de ellas. La convocatoria para la reunión continental planteaba:
Después de quince años de sacrificios consagrados a la libertad de América, por obtener el sistema de
garantías que, en paz y en guerrasea el escudo de nuestro nuevo destino, es tiempo ya de que los intereses
y las relaciones que unen entre si a las Repúblicas americanas, antes colonias españolas, tengan una base
fundamental que eternice, si es posible, la duración de estos Gobiernos (…) Entablar aquel sistema y
consolidar el poder de este gran cuerpo político, pertenece al ejercicio de una autoridad sublime que dirija
la política de nuestros Gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios, y cuyo nombre
solo calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una Asamblea de
Plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras Repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la
victoria obtenida por nuestras armas contra el poder español.
A poco más de una década de enunciarlo, Bolívar parecía materializar su tesis de unión americana que
llevaban a una asamblea magna de los países nuevos y libres. El viejo sueño de 1815 se hacía realidad.
Los puntos trascendentales que los delegados debían aprobar en el Congreso de Panamá consistían en:
1.Renovar los pactos de unión y alianza entre los confederados contra España y contra cualquier otra
nación que tratase de subyugarlos.
2.Hacer pública manifestación de los mezquinos objetivos de España y del daño que había causado en
América, y de la futura política americana de amistad y neutralidad con las naciones extranjeras.
3.Procurar la libertad de Cuba y Puerto Rico y atender su destino en el futuro.
4.Resolver si se debía hacer lo mismo con las Canarias y Filipinas.
5.Concertar tratados de comercio y navegación entre los aliados.
En relación con los aliados y naciones neutrales, se perseguían los objetivos siguientes: abolición de la
esclavitud, derecho internacional, relaciones políticas y comerciales, planes de actividades contra el poder
colonial español, establecimientos de límites entre los nuevos estados, ayuda a los gobiernos
legítimamente instaurados y aceptación del Código de Derecho Público americano de obligatorio
cumplimiento para los países que constituyeran el Congreso, de los tratados que este concertase, y la
ratificación de los respectivos gobiernos.
El desarrollo del Congreso tuvo como característica la gran cantidad de contactos y sesiones informales
sin actas, por lo que los documentos que se conservan por un lado contienen datos concisos de aspectos
generales, y por otro, no ilustran acerca de las diferencias que tuvieron lugar. Durante el lapso de sesiones
se trabajó por comisiones confidenciales, o sea, los países se agruparon en distintas juntas que laboraron
de manera extraoficial.
En la praxis, el Congreso no cumplió con sus objetivos, y sólo se pudo llegar a los siguientes acuerdos:
1.Un tratado de unión, liga y confederación perpetua entre los estados asistentes, sin afectar la soberanía
de estas naciones.
2.La celebración de sucesivas asambleas, cada dos años en tiempos de paz y anuales en tiempos de
guerra, y
3.La concertación de convenios militares para la defensa contra España y la total independencia para los
países hispanoamericanos.
Fue su lugarteniente, admirador y luego recopilador de sus escritos O’Leary, quien narró muchos aspectos
de interés en Bolívar sobre cuanto consideró para entonces su obra cumbre:
El Congreso de Panamá, si llegaba a realizarse, produciría inmensos beneficios a las nuevas repúblicas,
confirmaría su independencia y, poniéndolas en contacto unas con otras y estrechado más los lazos,
crearía el espíritu de unión y de patriotismo, que las había de hacer felices en lo interior y respetadas en el
exterior.
Sin la presencia de Bolívar, el alto cuerpo americano comenzó a deliberar el 22 de junio de 1826.
Solamente delegados de Colombia, México, Perú y América Central (más observadores de Inglaterra y de
los Países Bajos), sesionaron hasta el 15 de julio.
Tiempo escaso para el variado cometido de fondo que se esperaba. Cometido empero que resulta
simbólico hasta en sus evidentes postergaciones a los ciento ochenta años de su enunciado, en tantos
aspectos que atañen a la hermandad americana, su cooperación y defensa en paz y en guerra, en conflicto
o depresión, en litigios o frente a poderosos intereses.
El “Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre la Repúblicas de Colombia, Centroamérica,
Perú y México”, dado a conocer el mismo día en que finalizaron las sesiones, era una base de acción
americana posterior. Condensaba todo un programa.
Cuando hoy meditamos sobre el artículo 15 hallamos que la Doctrina del Arbitraje obligatorio nacía en
Panamá, en el lejano 1826, y se proyectaba a una América, entonces de futuro, que tanto sufrió por su
carencia. Igualmente los postulados básicos de la Organización de Estados Americanos (OEA) también
nació en este augusto Congreso. La OEA actual nos muestra abundantes reminiscencias en sus bases y
contenidos. Son evidentes por ejemplo, en el artículo 1 de la “Carta de organización”, sus objetivos hacia
un orden de paz y justicia, solidaridad, de colaboración y soberanía.
En el artículo 21 se garantizaba también la autonomía de los países contra cualquier imposición en
detrimento de su soberanía. Además de sumarse la defensa reciproca, “a emplear al efecto en común sus
fuerzas y sus recursos si fuese necesario”.
La garantía de integridad territorial de las naciones se complementaba en el artículo 22, una vez fijado los
límites a que tenía derecho cada una mediante convenciones particulares, contemplándose cuanto ocupaba
cada una en el período hispánico. Así mismo, el artículo 28, 13, 2, 3, 33, complementaban los aspectos de
relaciones, vínculos, complementación y defensa común.
Las reales intenciones de Bolívar eran que en el Congreso solo participaran naciones hispanoamericanas.
Estas intenciones se vieron truncadas por el Vicepresidente de Colombia Francisco de Paula Santander y
por el Presidente de México Guadalupe Victoria, quienes invitaron a los Estados Unidos y a las potencias
europeas, a pesar de la previa alerta que El Libertador les hiciera, al menos a Santander.
Bolívar le hace algunas recomendaciones con respecto a la organización del Congreso a celebrarse en el
Istmo Panameño, entre las que destaca no aceptar a los Estados Unidos de América en una futura
federación americana. El descontento de Bolívar en torno a los países participantes lo podemos observar
en las siguientes palabras:
He visto el proyecto de federación general desde los Estados Unidos hasta Haití. Me ha parecido malo en
las partes constituyentes, pero bello en las ideas y en el designio. (…) Los americanos del norte, por sólo
ser extranjeros tienen el carácter de heterogéneos para nosotros. Por lo mismo, jamás seré de la opinión de
que los convidemos para nuestros arreglos americanos.
La nación que despierta más temor a Bolívar es la pujante nación norteamericana, y con razón, pues al
gobierno norteamericano le resultaba inconveniente la idea de la integración hispanoamericana y
cualquier entendimiento entre las naciones que excluyera sus pretensiones hegemónicas.
A inicios del siglo XIX este país se comenzaba a incorporar al grupo de naciones que alcanzaban una fase
superior de maduración en el desarrollo del capitalismo y cuya delantera correspondía a su antigua
metrópolis, Inglaterra.
Al iniciarse el proceso independentista en América Latina la nación del norte se declaraba neutral e
incluso niega que en la América del Sur pudiera hablarse de revolución, calificando el conflicto como una
simple guerra civil; llegan a prohibir dentro de los Estados Unidos cualquier acto tendiente a prestarles
ayuda a los revolucionarios.
No reconocen la independencia de los nuevos estados hasta 1822; doce años tuvieron que luchar los
patriotas dirigidos por Bolívar para que el gobierno del Norte de América los reconociera, e incluso
cuando el ministro español ante el Potomac consideró esta postura de improcedente, el Presidente John
Quincy Adams le responde que el hecho de que se haya reconocido por parte del gobierno de los Estados
Unidos la independencia de las antiguas coloniasespañolas, no impide de que España realice cuanto
pueda por recuperar su autoridad.
En 1823 se proclamaría la Doctrina Monroe, sin embargo, en los nuevos países no hizo mayor impresión
tal declaración pese a que en forma determinante se afirmaba categóricamente que “América libre e
independiente no podía ya ser sujeta a futura colonización por potencia Europea alguna”. Y si eso
sucediera, si hubiese cualquier intento por entender su sistema político a cualquier lugar de este
continente, lo “consideraríamos” “como peligroso para nuestra paz y seguridad”.
El núcleo esencial de la Doctrina Monroe es que las tierras al sur de los Estados Unidos deben ser
gobernadas por manos americanas (entiéndase el término “manos americanas” como el dominio del Norte
de América sobre los pueblos del Sur de América). El conocer este comportamiento de los Estados
Unidos es la única forma de comprender el por qué mantuvieron una política hostil al movimiento
independentista y a los proyectos integracionistas de Bolívar.
Años antes, en la “Carta de Jamaica”, El Libertador critica por primera vez la neutralidad de los Estados
Unidos cuando plantea que:
“hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por
su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en
los siglos antiguos y modernos”.
Para Bolívar siempre estuvo claro que existían dos Américas y la que él buscó unificar difiere en todos
los sentidos de la anglosajona; el hecho de contar con un mismo idioma, origen y culturas semejantes es
suficiente para que Bolívar excluya a los Estados Unidos de una confederación de pueblos
latinoamericanos.
En sus cartas a Santander le reitera que los Estados Unidos son los mayores enemigos de la creación de
una Confederación de pueblos suramericanos; los círculos de gobiernos de esta nación norteña le
provocan amplia repulsa. Estos criterios de Bolívar los reflejará en su carta a Estanislao Vergara el 20 de
septiembre de 1829, cuando le explica cómo éste gobierno ha provocado siempre la discordia entre
nuestros pueblos para que no se unan.
Vislumbrará Bolívar las ansias norteamericanas de expandirse por el mundo llegando a afirmar lo que
después la historia confirmó: “los Estados Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la
América de miseria a nombre de la libertad”.
A pesar de los legados recogidos en Panamá en 1826, las insuficiencias del Congreso produjeron la
desilusión del Libertador, y la crítica de algunos de sus acuerdos. Consciente del fracaso del proyecto
integracionista continuará trabajando para impedir la desintegración de las naciones latinoamericanas.
Esta desilusión se refleja en los instantes de escepticismo total y final de 1830. Algunas frases a Perú de
Lacroix en su “Diario de Bucaramanga” resultan muy reveladoras, a condición de fijarla en ese otro
momento difícil y de desengaños, en la que las pronunció, cuando se inclinaba a mirar unos de los
aspectos perseguidos entonces por Bolívar por medio de ese Congreso precisamente:
(…) S.E. cambió de materia y habló del Congreso de Panamá, de aquella reunión de plenipotenciarios de
toda las Naciones independientes de América del Sur antes Española a cuya cabeza se hallan los de
Colombia. “Algunos han dicho y otros creen todavía, dijo S.E., que aquella reunión de plenipotenciarios
Americanos es una imitación ridícula del Congreso de Viena, que produjo la Santa Alianza Europea: se
engañan los que le creen así, y también se ha engañado mas que nadie el abate De Prat con las bellas
cosas que ha dicho sobre aquel Congreso, y ha probado que es muy ignorante sobre la América, y su
verdadero Estado Social y situación política. Cuando inicie aquel Congreso que tanto he instado para su
reunión no fue sino fanfarronada mía que sabía no sería conocida y que juzgaba ser política y necesaria y
propia para que se hablase de Colombia, para presentar al Mundo toda la América reunida bajo una sola
política, un mismo interés y una confederación poderosa.
Palabras de Bolívar cercanas y al mismo tiempo lejanas del instante panameño:
Con el congreso de Panamá he querido hacer ruido, hacer resonar el nombre de Colombia y el de las
demás Repúblicas Americanas; desanimar la España, apresurar el reconocimiento que le conviene hacer,
y el también de las demás potencias de Europa: pero nunca la que se tomó en el Congreso de Viena:
México, Chile y la Plata, no pueden auxiliar a Colombia, ni ésta a ellos: todos los intereses son diversos
excepto el de independencia, sólo puede existir relaciones diplomáticas entre ellos, y nada de muy
estrecho, sino en pura apariencia.
A la muerte del Libertador se acelerará el proceso de desintegración de las endebles alianzas formadas
por los estados nacidos en el proceso de lucha independentista. Se atomizará la Gran Colombia,
desaparecerá la Confederación Centroamericana y la Peruano-Boliviana. Los ideales de Bolívar no
encontraron fieles seguidores, salvo honrosas individualidades. Solo gradualmente fueron sustituyéndose
los Libertadores por los burócratas y por los políticos de profesión, los Libertadores por los caudillos más
o menos ignaros, o los que alentaban una pura y simple ambición del poder.
Los gobiernos que se sucederían en el poder en los distintos estados latinoamericanos estarían
caracterizados por el caudillismo y las alianzas con el capital extranjero. El ascenso al poder se realizó
por golpes de estado o a través de guerras civiles que desangraron la economía, traicionando al campesino
y al indígena, despojándole en muchos de los casos sus tierras, y generando con esto, un subdesarrollo
sistemático y estructural.
Sin dudas la comprensión más acabada del ideario bolivariano respecto a la integración latinoamericana
en la actualidad, se encuentra en la búsqueda permanente de la independencia de las naciones
subdesarrolladas y en la unidad latinoamericana. Es decir, la integración latinoamericana es condición
necesaria de la independencia nacional y social.
El estudio del pensamiento de Simón Bolívar permite comprender que en los umbrales del siglo XXI su
obra está inconclusa, los pueblos latinoamericanos continúan fragmentados y esto los ha convertido en
fáciles víctimas de los peores atropellos, masiva y sistemáticamente.
Impedir su persistencia y luchar por un mundo mejor solo será posible en la medida en que se convierta
su pensamiento en un instrumento de lucha de los pueblos contra la dominación neocolonial extranjera y
contra la dominación de las actuales oligarquías nacionales.
La integración latinoamericana para su concreción necesita del pensamiento bolivariano. El Libertador
con la convocatoria fundamentada al Congreso General Americano de Panamá reunido hace 180 años en
esta bella ciudad, el proyecto de Constitución para Bolivia y su comunicado ante la Convención de
Ocaña, presentó su línea invariable: la unidad continental.
Es en esta última fase de sendero para El Libertador donde su actitud y sus mensajes lo enfrentan a
quienes hasta un cercano ayer compartieron sus entusiasmos, sus campañas y sus ideas. Estos “nuevos
amos” estallan las pasiones localistas y alimentan los temibles personalismos caudillescos herederos de
viejos hábitos. Cuando aún no se adecentaban bien las nuevas formas de gobierno, aparecieron con meros
ropajes; o la clásica piel de cordero con que suelen cubrirse los lobos de las fábulas; sobre todo en la
inestable vida cotidiana, aprovechándose de la falta de sedimentación política y social, aumentando los
desniveles económicos, culturales y regionales. Se hicieron doctos de la inexperiencia y apetencia muy
“americana” para el ejercicio de la función pública.
Ante estas rivalidades, con aspiraciones a jefes regionales, los nuevos militares oligarcas se juzgaban
poseedores del derecho de gravitar en su región o en su país. Una especie de tutela, que dejaba cada vez
menos margen al legislativo, o a una constitución amplia y liberal como lo fue la Constitución de Cúcuta
de 1821.Ante la perfidia latente afirmaba Bolívar:
“Hombres que han combatido largo tiempo, que se caen muy beneméritos (pero) humillados y miserables,
y sin esperanza de coger el futuro de las adquisiciones de su lanza”, si no se apoderaban de las riendas del
gobierno, aunque fuese local.
Bolívar revelaba que los conocía en Venezuela y Nueva Granada desde 1811. O demagogos o leguleyos o,
en un caso aludido en especial:
…llaneros determinados, ignorantes y que nunca se creen iguales a los otros hombres que saben más o
que parecen mejor” (…) Yo mismo que siempre he estado a su cabeza, no se aún de lo que son capaces.
Los trato con consideración suma (…) es bastante para inspirarles la confianza y la franqueza que deben
reinar entre camaradas y conciudadanos (…) estamos sobre un abismo o mas bien sobre un volcán que
pronto a hacer explosión. Yo temo más la paz que la guerra.
¿No pronunciaba ya Bolívar la “cuestión Páez” de seis años más tarde, así como la posición adversa de
otros jefes como Santander en Colombia?
En Bolívar se acentuaba a la par su convicción del acierto constitucional de sus teorías salvadoras, frente
a un liberalismo disgregador y un temible personalismo caudillesco, que lo llevarían “arar en el mar”.
Se creyó necesario un cambio de Constitución pese al compromiso de su vigencia inalterada por 10 años
ya que resultaron las convicciones crecientes sobre la necesidad de reemplazos en aspectos esenciales de
la Constitución republicana sancionada en Cúcuta en 1821.
Esta constitución se encontraba a tan enorme distancia de las teorías políticas maduradas por Bolívar para
la época, y por lo tanto, colisionaba con el posterior proyecto de Constitución para Bolivia de 1826 y sus
respectivos decretos redactados de la mano de Simón Rodríguez y de Antonio José de Sucre donde
valoraba la organización y creación de nuevas fuentes de riqueza e instituciones.
En Bolivia fueron liberados trescientos mil indios, se impulsó la repartición de tierras para los indígenas y
una reforma agraria con prohibición de enajenar por cincuenta años, educación para las niñas, huérfanos y
mendigos, anulados millares de impuestos y creadas escuelas, juntas de minería, aduana, sistema
recaudador y aduanero, sanidad, transporte, entre otras medidas de corte social, como por ejemplo, liberar
a los hijos de esclavos, obligar la educación costeada por los amos y declarar ciudadanos libres a los
indios o naturales, que no debían más nombrarse así.
Con esto, afirmamos categóricamente hoy día que fueron Bolívar, Rodríguez y Sucre los precursores del
socialismo en nuestro Continente. Si tendríamos que buscar los postulados del Socialismo del Siglo XXI,
estos códigos nos serían muy útiles. Estos códigos que cierran el círculo bolivariano de 1830 y su misma
vida, constituyen uno de los horizontes más propios, que es preciso considerar con detenimiento en la
actualidad.
El proceso de integración de América Latina y el Caribe es hoy, por diversas circunstancias, muy frágil.
Sin embrago, la victoria de fuerzas progresistas en varios países del hemisferio es percibida como una
probabilidad real de que tome cuerpo el latinoamericanismo frente a las fuerzas hegemónicas externas,
frente al poder de las globalización neoliberal y sus empresas transnacionales. Esto es una verdadera
amenaza para el neoliberalismo que todavía domina el pensamiento de buena parte de las elites políticas y
empresariales de la región.
Esto se manifiesta en los principales Tratados de Libre Comercio (TLC) que están siendo negociados en
el hemisferio impulsado por los Estados Unidos en el marco de su Área de Libre Comercio para las
Américas (ALCA), que lo que plantean es constitucionalizar las reformas liberalizadoras que dieron lugar
a buena parte de las crisis económicas, políticas y sociales que han puesto en serio peligro a los gobiernos
democráticos, al socavar sus bases de apoyo social y político.
Desde una perspectiva en la cual reine el principio de “tanto mercado como sea posible y tanto Estado
como sea necesario”, podríamos considerar que el papel del Estado y la dinámica del mercado son
asuntos que deben ser decididos en cada contexto concreto, de acuerdo a las condiciones particulares y
según la voluntad democrática de los ciudadanos.
No se trata, entonces, de limitar la acción reguladora de los Estados para allanar el camino de la
liberalización económica a través de la adopción irreversible de acuerdos internacionales de obligatorio
cumplimiento. No basta con liberalizar el comercio y las inversiones para garantizar el avance hacia
mayores niveles de crecimiento y bienestar colectivo. Sin mecanismos expresos dirigidos a lograr una
reducción significativa de las disparidades entre las deferencias regionales, países y actividades
productivas, la libre competencia entre desigualdades no puede conducir sino al fortalecimiento de los
más fuertes y a un debilitamiento aún mayor de los más débiles.
El reto principal que tienen los países de América Latina y el Caribe es el de la superación de la pobreza y
de las profundas desigualdades que hacen de éste, el continente más inequitativo del planeta.
La experiencia de las últimas décadas en el continente sugiere que no son precisamente las políticas
liberalizadoras orientadas por el Consenso de Washington las que más favorecen el crecimiento
económico. Ningún acuerdo puede pretender resolver esta tensión de una sola vez a favor del mercado.
La experiencia sufrida por muchos países al imponer intentos de desarrollo centrados en las recetas
impuestas por el Banco Mundial o por el Fondo Monetario Internacional demostró que esta no es la mejor
forma de generar el máximo bienestar colectivo. Para muestra, ubiquémonos en la pasada crisis de
Argentina en el 2002.
Las estrategias neoliberales impuestas para salir del atraso tales como el modelo de industrialización por
sustitución de importaciones, la cooperación multilateral, el equilibrio con equidad y más recientemente
las reformas estructurales, fueron formuladas en este denominado Consenso de Washington, que fue la
forma más explícita que el neoliberalismo llegara a América Latina en sus variantes formas:
globalización, mundialización y la transnacionalización.
Todo ello nos lleva a considerar que hoy está la batalla planteada una vez más, el tablero está allí puesto
para el juego de la historia. Hace doscientos años Bolívar decía: “América para nosotros”, hablaba de la
América del Sur y el Caribe. Pero James Monroe decía desde el Norte “América para los Americanos”.
Lamentablemente, se impuso la tesis de Monroe, el Panamericanismo, que es la tesis de la hegemonía. Y
allí está la historia del siglo veinte.
El ALCA es una versión hegemónica que implicar la ratificación o el sello para siempre de la propuesta
Monroe, que no es para nada la propuesta de Bolívar, está propuesta sigue galopando por ésta Nuestra
América, ya que se nos ha ocurrido proponerla como alternativa, es así como desde Venezuela lanzamos
la idea del ALBA, Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe.
Es preciso resaltar entonces que el pensamiento de Bolívar trasciende su acción por su naturaleza
estratégica. Lo extraordinario del ideario bolivariano es su independencia, su especificidad americanista,
su visión estratégica producto de su inquebrantable voluntad de hacer de la América anterior española una
unidad jurídico-política con peso específico suficiente para gravitar en el equilibrio geopolítico universal.
Hoy día, en el siglo veintiuno, la lucha se da en un nuevo escenario, donde la concentración absoluta del
poder converge en un solo polo, el resto del mundo enfrenta la obligada, compleja y virtualmente inédita
tarea de restablecer el equilibrio perdido mediante negociaciones políticas, evitando la conflagración
universal.
En este sentido, la propuesta bolivariana cobra especial vigencia, cuando el mundo enfrenta esta
responsabilidad de reorganizar sus instituciones en la búsqueda de un nuevo equilibrio mundial y de un
orden internacional más equitativo;no solamente por la sentida necesidad de los pueblos del sur (entre los
cuales América Latina y el Caribe tiene una gravitación superior en el contexto occidental) sino, y quizás
principalmente, porque el ya mencionado neoliberalismo, ha entrado en crisis, frente a lo cual a las
naciones de América Latina y el Caribe se les presenta la oportunidad histórica de asumir el liderazgo del
restablecimiento del equilibrio universal. Para nuestras naciones el ideal bolivariano debe traducirse en
acción consciente a favor de la globalización humanista.
En este sentido, el ALBA es una propuesta para construir consensos, para repensar los acuerdos de
integración en función de alcanzar un desarrollo endógeno nacional y regional que erradique la pobreza,
corrija las desigualdades sociales y asegure una creciente calidad de vida para los pueblos. La propuesta
del Alba se suma al despertar de la conciencia que se expresa en la emergencia de un nuevo liderazgo
político, económico, social y militar en América Latina y el Caribe. Tal y como lo afirma el Presidente
Chávez:
Hagamos todo lo que tengamos que hacer para que el gran día de nuestra América del Sur, de nuestra
América llegue y llegue pronto, y podamos tener de verdad un continente, una América Latina, un Caribe
unido en lo político, en lo económico, en lo social, próspero, y sólo así, sólo así seremos libres.
Complementariamente, el gobierno bolivariano ha propuesto a los pueblos hermanos la integración
política, económica y cultural solidaria, por encima de la desintegración del proyecto de dominación
neoliberal.
La propuesta busca avanzar hacia un eje continental de desarrollo, que permita la superación de la
dependencia estructural de nuestras naciones, la ciudadanía democrática plena de todos y todas, nuestra
articulación en torno a las identidades populares latinoamericanas y la creación efectiva de un orden
mundial multipolar y justo.
Esta iniciativa va acompañada de pasos firmes hacia la integración, por medio de la ampliación y
consolidación de MERCOSUR y la creación de la Comunidad Sudamericana de Naciones. En esa
dirección apunta, entre otras, la propuesta del ALBA, que ya echó a andar sobre la base del acuerdo de
cooperación con la República de Cuba; la creación de un Fondo Humanitario Internacional y de un Banco
del Sur, para financiar la emergencia social y superar la dependencia financiera; PetroSur y PetroCaribe,
empresas energéticas multilaterales para la integración energética y el desarrollo social; y Telesur, un
medio de comunicación continental para la integración cultural y contra la intoxicación mediática de los
centros de poder.
Las misiones sociales implementadas en la República Bolivariana de Venezuela responden a nuestra
idiosincrasia latina y a la necesidad de lograr la justicia social, por medio de la transferencia democrática
de poder a los pobres y excluidos. Por ello, pueden ser también una poderosa arma en la lucha de los
pueblos latinoamericanos contra los embates del neoliberalismo.
El Presidente Hugo Chávez ha propuesto su adaptación cultural a las circunstancias particulares de cada
nación, como elemento del proceso de integración. Ya se han alcanzado los primeros acuerdos a escala
continental, si esta propuesta es aceptada integralmente, la democracia participativa podría expandirse a
todo el continente en la dirección que hace dos siglos soñaron nuestros libertadores y que hoy demandan
nuestros pueblos.
Indirectamente, también, la realidad de hoy obliga a una mirada retrospectiva hacia El Libertador. Así, el
pensamiento contemporáneo se vuelve más de una vez a Bolívar. Allí estará Bolívar, cuya espada camina
por América Latina.
Bolívar vive cuando se siente y se piensa que las soluciones no pueden provenir ni depender de fuera.
Cuando se examinan conexiones y solidaridad bajo el legado de la experiencia. Cuando se comprende que
América debe recoger al fin el fruto de su madurez. Cuando se fija un nuevo equilibrio para este mundo.
Cuando se canalizan las penetraciones económicas y sus productos tecnológicos que crean ascensos en
ciertos niveles, pero consumos inusitados y miseria en otros. Cuando se cuiden los valores propios,
cuando en Panamá se mire al General Torrijos y se retomen sus ideas progresistas y nacionalistas…
…O cuando vayamos en busca del General Victoriano Lorenzo quien lideró a los cholos coclesanos hacia
una exitosa guerrilla a favor de la causa liberal durante la guerra de los mil días (1899-1902) contra los
conservadores, a fin de mejorar la situación de los indígenas panameños, hecho que lo convirtió en el
precursor de los movimientos guerrilleros centroamericanos.
En fin, Bolívar vive cuando la Anfictionía sea un proyecto estratégico para la integración de los pueblos
de América Latina. Allí estará Bolívar, vigente su pensamiento en alma y acción.
Muchas Gracias… ¡Viva Bolívar!, ¡Viva el pueblo panameño!
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