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2 3 ÍNDICE Prólogo I Marcelo Bielsa La nobleza de los recursos II Jorge Sampaoli Protagonismo y rebeldía III Juan Antonio Pizzi La generación dorada 4 Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados. © 2017, Esteban Abarzúa Diseño: Ian Campbell Derechos exclusivos de edición © 2017, Editorial Planeta Chilena S.A. Avda. Andrés Bello 2115, 80 piso, Providencia, Santiago de Chile 1ª edición: septiembre de 2017 Registro N°282.275 ISBN Edición Impresa: 978-956-360-379-8 ISBN Edición Digital: 978-956-360-405-4 Diagramación digital: ebooks Patagonia www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com 5 http://www.ebookspatagonia.com mailto:info@ebookspatagonia.com A Rodelindo Román de San Joaquín Críspulo Gándara de Hualpén Arauco de Tocopilla Sabino Aguad de Conchalí Juventud Nueva Esperanza de Puente Alto Villa Los Carmelitos de Estación Central Los Acacios de Buin Internacional de Renca Huracán de Maipo Julio Covarrubias de Padre Hurtado Unión Santa Elena de Valparaíso Real Dínamo de San Joaquín La Tetera de Quillota Atlético Torino de San Antonio Villa Linda de Viña del Mar El Rayo de Quintero Guacolda de Lautaro Guacolda de Angol Libertad de Iquique Sportiva Italiana de Iquique Defensor de Renca Villa Caupolicán de Lo Prado Caupolicán de Valparaíso 6 No hay nada nuevo. Solo hay cosas viejas que estaban olvidadas. Dante Panzeri 7 PRÓLOGO Totaalvoetbal Jimmy Hogan Hugo Meisl Gusztáv Sebes Rinus Michels Arrigo Sacchi Pep Guardiola Johan Cruyff Louis van Gaal Marcelo Bielsa Jorge Sampaoli Juan Antonio Pizzi 8 I MARCELO BIELSA LA NOBLEZA DE LOS RECURSOS 7 de septiembre de 2007 / 22 de enero de 2011 Bielsificación En 1955, cuando Willy Meisl escribió Soccer Revolution, el mundo había visto dos grandes guerras y dos equipos de fútbol realmente buenos, de esos cuya forma de jugar se puede recordar durante toda una vida: el Wunderteam o Equipo Maravilla de Austria y el Aranycsapat o Equipo Dorado de Hungría. Hermano menor del legendario seleccionador austriaco Hugo Meisl, Willy pronosticó entonces un fútbol del futuro en el que predominarían los jugadores polivalentes y la recuperación del balón en todos los sectores del campo. Estas selecciones nacionales surgieron en la denominada Escuela del Danubio, con la influencia de Jimmy Hogan, un genio inglés subestimado en su país por su estrafalaria ambición de convertir el fútbol en un poco varonil juego de pases. Mientras Inglaterra se resistía a practicar aquel estilo más científico o combinativo que tuvo su origen en los albores del fútbol escocés —fundamentalmente porque contradecía los ideales victorianos del deporte—, Hogan encontró mentes abiertas y piernas dispuestas en el centro de Europa para practicar el tipo de fútbol que él imaginaba. Hugo Meisl fue, de hecho, el primer discípulo de Hogan en Viena y su selección de Austria sería reconocida como el primer equipo de la historia que logró controlar el juego a través de la posesión. “El 9 fútbol se convirtió casi en una exhibición, en una suerte de ballet competitivo en el cual anotar goles no era mucho más que una excusa para el tejido de centenares de diseños intrincados”, escribió Brian Glanville acerca del fenómeno en Soccer Nemesis, también publicado en 1955. A esa altura los ingleses ya tenían claras las razones de su fracaso en el Mundial de 1950, donde solo vencieron a Chile, y en el denominado “Partido del Siglo”, en el que Hungría los goleó 6-3 en Wembley, el 25 de noviembre de 1953. Cuando los mágicos magiares le dieron esa histórica lección a Inglaterra, Gusztáv Sebes, su entrenador, sorprendió a todo el mundo al endosar los méritos de la victoria: “Jimmy Hogan nos enseñó todo lo que sabemos del fútbol. Cuando la historia de nuestro fútbol sea contada su nombre debería ser escrito con letras de oro”. Hogan proponía que la pelota hiciera la mayor parte del trabajo en el juego, como una superación del estilo de correr y patear que dependía del despliegue físico y de una técnica más bien rudimentaria de los jugadores que consistía en pegarle fuerte y bien al balón para dirigirlo sin tardanza hacia el arco contrario. Su ideario está bien resumido en La pirámide invertida, de Jonathan Wilson: privilegiar el pase antes que las acciones individuales y desarrollar la técnica de los jugadores para perfeccionar el control y las combinaciones rápidas. También admitía el pase largo, siempre y cuando no se practicara como un rechazo de la defensa sin intención preestablecida. “No era un evangelista del juego de pases cortos fundamentado en una noción quijotesca del bien y el mal: sencillamente creía que la mejor manera de ganar los partidos era retener la posesión”, advierte Wilson sobre Hogan, en su obra crucial sobre la historia de la táctica en el fútbol. Su trabajo en Austria, Suiza y Hungría dejó raíces profundas y sus continuadores mantuvieron encendido el fuego durante más de un siglo. El Brasil de 1970, la Naranja Mecánica de Rinus Michels y el Barça de Pep Guardiola son algunas de las leyendas que se cocinaron a fuego lento en ese molde que en 10 Holanda encontraría su nombre definitivo a comienzos de los años setenta: totaalvoetbal. El “fútbol total”. Hay muchas entradas previas al fenómeno, varias de ellas aparentemente independientes de la influencia de Hogan en el centro de Europa. Por ejemplo, el desarrollo de un modelo soviético de colaboración y pases en el Dínamo de Moscú, bautizado como passovotchka durante una gira por el Reino Unido en 1945, y la implementación de la marca zonal y el pressing en el Dínamo de Kiev de Viktor Maslov, el primero en intentar la recuperación ordenada de la pelota mediante un estilo de juego. Michels sistematizó estas ideas en Ajax y la selección de Holanda. El desarrollo cruzado y no necesariamente lineal de estas influencias es tema de debate en Europa, ya que la teoría de La pirámide invertida es más bien una simplificación que invita a encontrar una solución de continuidad entre Meisl, Sebes y Michels, pero los triunfos de algunos y las derrotas de otros prepararon el advenimiento del “fútbol total”, que en pocas palabras define a un equipo capaz de tener el balón tanto como sea necesario y de presionar al rival en cualquier sector del campo para recuperarlo, para lo cual, en las dos posibilidades agonísticas del juego —posesión y recuperación—, los jugadores pueden moverse fuera de su posición e intercambiar roles con sus compañeros para mantener la estructura. Ahí está la gran promesa del “fútbol total”: el movimiento como garantía estructural de un equipo, la organización del desorden. En rigor, los equipos de Michels no desarrollaron al máximo esa utopía que ya había anticipado Willy Meisl, pero dejaron planteada su hipótesis universal en partidos inolvidables. La dificultad narrativa del fútbol tiende a reducir su esplendor en unas pocas situaciones de juego que terminan en gol. De hecho, toda la belleza del fútbol holandés se ha querido resumir en el primer gol de la final de la Copa del Mundo de 1974 contra Alemania, en esa jugada inicial de diecisiete pases que terminó cuando Johan Cruyff fue derribado en el límite del área 11 por Uli Hoeness, penal que luego sería convertido por Johan Neeskens. Lo evidente permite apreciar cómo hacían circular la pelota sin que el adversario tuviera la más mínima opción de pellizcarla, pero incluso esa mirada desatiende la elaboración que hizo todo el equipo para dejar a Cruyff de último hombre en la defensa mientras los zagueros centrales se desmarcaban para pasar al ataque, partiendo Cruyff desde el círculo central para desestabilizar a los alemanes en una maniobra individual que lo llevó a colarse entre Berti Vogts y Hoennes antes de que este último le cometiera la falta. El virtuosismo holandés, en el fondo, suele traducirse como un equipo que jugaba lindo y que además figura entre los grandes derrotados de la historia del fútbol a causa de lasdos finales perdidas frente a Alemania y Argentina. Cada veinte años el fútbol se empecinaba en mostrar el fracaso de una revolución: Austria en 1934, Hungría en 1954 y Holanda en 1974. El tiro de Robbie Rensenbrink en Buenos Aires en los últimos minutos de la final de 1978 pudo cambiar el paradigma en los descuentos, aunque Michels y Cruyff ya no estaban en el equipo, pero al pegar en el poste y privar a la Naranja Mecánica de un merecido título dejó constancia de una necesidad más que de una deuda: el “fútbol total” tenía que seguir creciendo. Marinus Jacobus Hendricus Michels dijo que se había inspirado en el Brasil de 1970 para darles forma definitiva a sus principios en el Ajax de Ámsterdam. Y no se fijó precisamente en la estética del juego brasileño, con la cual arrolló en el estadio Azteca al catenaccio de Italia, sino en su eficiencia para reagruparse en posiciones defensivas y recuperar el balón. En la cancha estaban Pelé, Gerson, Tostão, Rivelino y Jairzinho, la insólita poesía de los cinco diez, pero el entrenador de Ajax admiraba el dispositivo de Mario Zagallo para que el famoso Scratch recuperara la bola sin sufrir: “Fue el primer equipo de la historia en comprometerse totalmente en defensa”. Con eso no quería decir que Pelé se replegaba en el mediocampo a corretear rivales, sino 12 que una vez perdida la posesión Brasil se ordenaba como equipo en su propio sector para copar posiciones y cerrar espacios. A esa altura el Dínamo de Viktor Maslov ya había desarrollado la marcación moderna en Kiev, que obligaba al jugador a participar activamente en la recuperación, sin importar su puesto y no solo cuando el balón pasaba cerca suyo. Pero con el Brasil de Zagallo, tan lúcido y orgulloso con la bola en su poder, Michels entendió que los futbolistas talentosos debían sumarse de una manera constructiva a las tareas defensivas. ¿Cruyff, sin duda uno de los mejores gambeteadores de la Eredivisie1, podría comprometerse con el equipo a tal punto que él mismo se viera forzado a perseguir oponentes? Michels resolvió el problema al revés de Zagallo: cuando su equipo perdiera la pelota no volvería atrás, sino que intentaría recuperarla de inmediato en el campo contrario y con tantos jugadores como le fuera posible. Daniel Carnevali, arquero de la selección argentina en 1974, recordaría por siempre ese partido en Gelsenkirchen en el que Holanda le hizo cuatro goles. Hubo un momento en que se le acercó el central Roberto Perfumo, al notar que tardaba más de la cuenta en reiniciar el juego tras un ataque holandés. “Apura”, le gritó el Mariscal, molesto porque estaban perdiendo. “Tranquilo, que nos la quitan muy rápido”, le respondió Carnevali. Esa Holanda de Michels agobiaba a sus rivales porque sabía qué hacer para tener más tiempo la pelota en su poder. Ya en el debut contra Uruguay, en Hannover, confundieron a los celestes con una brutal circulación de balón y una recuperación de la iniciativa casi automática. Poco después de que Johnny Rep abriera la cuenta a los 16 minutos se dio un frustrado contragolpe uruguayo en el que Pedro Rocha, asediado por la marca, debió retrasar la acción hacia Ricardo Pavoni. El Chivo, al ver que la manada holandesa intentaba capturarlo, volvió a tocar hacia atrás, donde estaban los centrales. Entonces el avance masivo de la 13 Naranja Mecánica, como una ola que está entrando en la playa, dejó a seis jugadores uruguayos en posición de adelanto, incluido el número 18, Walter Mantegazza, receptor inútil de una jugada que constataba el choque inevitable entre lo antiguo y lo nuevo en el fútbol. Fue, probablemente, el primer achique de espacio organizado que practicaba una selección en los mundiales de fútbol. Por supuesto, era imposible que un equipo estuviera tácticamente preparado para hacerles frente en ese momento. La persecución más vistosa de Holanda se dio contra Argentina, tras un tiro libre de Perfumo que pegó en la barrera y cuyo rebote le cayó, varios metros más atrás, a Ramón Heredia. De los ocho holandeses que había en la barrera uno quedó en el suelo por el pelotazo de Perfumo y los otros siete salieron volando hacia donde estaba Heredia para ejercer presión sobre él, aunque dos de ellos se frenaron a mitad de camino y se acoplaron con la marca de dos argentinos que se descolgaban para recibir una eventual habilitación. Apremiado por cinco holandeses, Heredia le entregó mansamente el balón a Rensenbrink. Holanda fue el primer equipo que intentó recuperar el balón de manera salvaje. Con el tiempo, equivocadamente, se quiso definir el “fútbol total” como una escuela romántica, con tendencia a la posesión insulsa del balón y un supuesto desprecio por los resultados de los partidos, pero ya, desde su origen, incluso desde el denominado vals de los austriacos en 1934, estos equipos se ordenaron para ganar. Willy Meisl bautizó a la selección de su hermano Hugo como “el Remolino del Danubio”. Las derrotas paradigmáticas de Holanda y el posterior cataclismo del alegre Brasil de Telê Santana en 1982 difundieron la hegemonía de un fútbol sospechosamente calificado de inteligente, detrás de cuya chapa se escondía la verdadera motivación: el miedo a perder. Los que jugaban con tres delanteros empezaron a jugar con dos y los que jugaban con dos decidieron probar suerte con uno solo. ¿El resto? A 14 picar piedras y construir murallas. Pero el desarrollo de las tácticas defensivas, proclamadas como fútbol equilibrado por sus partidarios, no hizo más que incentivar la búsqueda de soluciones entre los viudos de Rinus Michels. Entre las distintas ramas del árbol genealógico del “fútbol total” surgieron las herramientas necesarias para resolver su gran dilema: por qué atacar tanto si con un gol basta para ganar. Arrigo Sacchi, Johan Cruyff y Louis van Gaal son las figuras más reconocibles de aquel periodo de transición que se encontró con un inesperado punto de inflexión en la solitaria figura, al borde de la anomalía, del seleccionador argentino Marcelo Bielsa. Sacchi elevó las maniobras de recuperación de balón al nivel de espectáculo en el Milan; Cruyff, desde su elegancia, siguió explorando en la banca de Barcelona las posibilidades ofensivas de la escuela holandesa y Van Gaal logró montar una articulación sustantiva de ambos en el último Ajax legendario. Bielsa hizo un resumen sudamericano de estas ideas y les añadió una dimensión considerada impracticable hasta entonces en el plano de las estrategias, incluso entre los adeptos del “fútbol total”: si el equipo debe recuperar el balón lo más pronto posible para llegar al arco contrario tantas veces como pueda, que lo haga en todo momento como si ese partido fuera el último de sus vidas. Emocionalmente, era un paso lógico del “fútbol total” en la cabeza de Bielsa: “Todo está permitido, menos dejar de luchar”. El 15 de noviembre de 2012, en un artículo publicado por The Guardian, Jonathan Wilson se preguntaba “¿por qué se anotan más goles en el fútbol?”, tomando en cuenta la tendencia al alza de los promedios en el fútbol europeo. Según el autor inglés, la causa probable de aquel fenómeno era el Open Play estimulado por Bielsa y los diversos desarrolladores de su línea futbolística, entre los cuales destacaba a Josep Guardiola y Jorge Sampaoli. Los pases se habían puesto de moda nuevamente, mientras los registros de faltas y tacles disminuían a niveles inesperados. Wilson, de hecho, encontró una palabra para describir 15 los nuevos aires del fútbol. Bielsafication: “El fútbol, en los últimos dos años, ha pasado por un proceso de bielsificación. En el nivel más alto, prácticamente todo el mundo ahora intenta recuperar la pelota muy arriba en la cancha y trata de marcar con transiciones rápidas”. El periodo indicado tiene como referencia fundamental la influencia en el juego de la selección chilena y el Athletic de Bilbao bajo su conducción. Sin ganar él mismo un título que lo hiciera visible entre los entrenadores más exitosos del mundo, Bielsa se había ganado por fin un espacio entre los grandes estrategasde la historia. Barcelona, España, Alemania e incluso Chile lograron ser campeones perfeccionando el ideario que a él lo llevó a un fracaso épico cuando dirigió a Argentina en el Mundial de 2002. La aventura europea de Bielsa en Bilbao y Marsella en principio demostró dos cosas: que el Loco no estaba tan loco —en el sentido de que sus equipos funcionaron— y que su antiguo dogmatismo —en realidad una caricatura auspiciada por sus detractores— ya era una etapa superada en su biografía. Fuera del campo siguió arremetiendo contra los molinos de viento, pero sentado en la banca o en el famoso baúl de las bebidas energéticas del Olympique se adaptó a los nuevos desafíos tácticos del Viejo Continente. Un equipo suyo jamás se defendería en campo propio de manera consciente, pero terminó aceptando la formación perfeccionada por el portugués José Mourinho en su disputa dialéctica contra el Barça de Guardiola. El pragmático 4-2-3-1 de Mou era una agresiva respuesta a la familia de ideas con las que Bielsa simpatizaba y, sin embargo, empezó a probar también el doble pivote y los delanteros exteriores, que podían funcionar al mismo tiempo como extremos retrasados o como sus queridos wings bien abiertos. La interpretación de Bielsa, por supuesto, era muy distinta a la de Mourinho, aunque ambos son partidarios de un fútbol más transicional. Cómodo con el repliegue bajo y el contraataque si el partido se lo exigía, el portugués se convirtió en el máximo refutador de la posesión de 16 balón en la historia del fútbol, aunque sus grandes equipos, para ser francos, solo cedían el protagonismo de manera desvergonzada en las finales y en los partidos que definían campeonatos. El argentino, en cambio, jamás negociaría su deseo jugar la mayor parte del juego en el territorio enemigo, aunque tarde o temprano lo alcanzaran las sombras de la derrota. Ese es el Marcelo Bielsa que les habló de la injusticia a sus jugadores en el camarín del estadio Velódromo después de un empate sin goles contra Lyon, entonces líder de la Ligue 1 con cuatro puntos de ventaja sobre Marsella. El Olympique de Bielsa se estrelló una y otra vez contra el muro defensivo de Lyon y hasta tuvo un gol legítimo en la cabeza de Lucas Ocampos, que fue mal anulado pese a que la pelota cruzó claramente la línea de sentencia. “Si ustedes juegan así como jugaron hoy, de aquí al final del campeonato van a tener el premio que merecen. Yo ahora sé que nada los serena porque se mataron por el partido, lo merecieron y no lo consiguieron. Acepten la injusticia, que todo se equilibra al final. Faltan nueve fechas. Si nosotros jugamos así las nueve fechas, no les quepa duda de que van a tener la respuesta que merecen. Aunque les resulte imposible, no reclamen nada. Traguen veneno”, les dijo Bielsa. Dos partidos después jugaron así, como les pedía su entrenador, contra Paris Saint-Germain. Era otro duelo clave de la lucha por el título y perdieron 3-2 porque, después de todo, Marsella había invertido varios cientos de millones euros menos que sus adversarios. Pese a todo, nadie podía acusarlos de no haber tratado de vencer a los poderosos. En el currículo de Bielsa también se puede hacer una lectura del carácter revolucionario de su obra, después de su autodenominado fracaso con Argentina: Chile, Bilbao, Marsella y Lille son nombres de equipos de fútbol para dar la pelea desde abajo, pero con orgullo. Un orgullo que él mismo ayudó a reconstruir donde fue necesario. Su regreso a Europa con la experiencia chilena en la maleta insinúa además un proceso de colonización invertida desde Sudamérica, porque 17 Bielsa es inevitablemente sudamericano, y el punto central de su proyecto está en la batalla contra la gran mentira del resultadismo en el fútbol, detrás del cual se esconde el infame, desmoralizador y dañino miedo a perder. ¿De qué les sirve a los equipos que son como Chile jugar con miedo a perder cuando justamente no tienen nada que perder? La bielsificación también se da a partir de lo emocional: cualquiera puede practicar ese tipo de fútbol. El jardín y las flores La Gazzetta dello Sport destacó el juego de la selección sub-23 de Chile en el Torneo Esperanzas de Toulon de 2008. Italia le ganó 1-0 al equipo dirigido por Marcelo Bielsa en la final, pero el principal diario deportivo de la península advirtió que la lluvia, el estado del campo y el tiro de Pedro Morales que dio en un poste en el minuto 92 conspiraron contra el buen juego de los chilenos: “El trabajo de Bielsa debería ser mostrado a los entrenadores italianos. La ocupación del espacio es perfecta, todos se mueven en sincronía”. Al final del encuentro, el técnico Pierluigi Casiraghi se acercó para saludar a Bielsa con un apretón de manos, pero este lo reprendió por la forma en que Italia decidió jugar el partido. “Eso no es fútbol, eso no es fútbol. Todo pelotazos al 9: eso no es fútbol. Ustedes todo por arriba. Eso no es jugar, eso no es jugar”, le dijo el Loco, obviamente ofuscado porque el adversario privilegió el resultado por encima del espectáculo en un certamen sin mayor importancia. No tenía sentido jugar así en un torneo que no está pensado para levantar la copa, sino para darles una oportunidad a las promesas del futuro. Casiraghi solo atinó a mirarlo con una sonrisa nerviosa, desconcertado por esa versión de Marcelo Bielsa que sin duda ha generado controversia y apasionados debates sobre la dimensión ética del fútbol en todos lados. Sus críticos incluso levantan la hipótesis de que acomoda el discurso para justificar las 18 limitaciones de sus equipos cuando le toca hablar desde la derrota. Casi como si le gustara perder, sostienen con desdén. El argentino no pierde oportunidad para fijar su postura, como esa vez en que, a poco de haber llegado a Marsella, le preguntaron por el amor incondicional que a esa altura ya le profesaban los seguidores de su nuevo club: “No podemos estar seguros del fanatismo que me tienen los hinchas si todavía no tuve grandes errores. Las adhesiones se verifican en el fracaso y yo todavía no fracasé con este equipo”. La pedagogía de la derrota es piedra angular de la filosofía de Bielsa. El momento que eligió en Chile para articular por primera vez su discurso sobre la vida, la felicidad y el respeto es significativo. En agosto de 2009, ante la inminencia de la clasificación al Mundial de Sudáfrica, decidió bajarse del carro de la victoria. Dio a entender que sus pasos no conducían a la gloria, sino a la superación, y que su trabajo consistía en identificarse con los sueños de otros para administrarlos como un relato personal, a través de una épica y una ética del deseo. He ahí el escenario en el que Bielsa libró sus batallas más importantes de Chile: contra el exitismo. “La relación éxito-fracaso ha sido una cuestión central en mi vida. He reflexionado mucho sobre lo que significa triunfar y lo que significa fracasar. Como primera medida yo creo que éxito y felicidad no funcionan como sinónimos. Hay gente exitosa que no es feliz y hay gente feliz que no necesita del éxito. Y la obligación que tiene todo ser humano es rentabilizar sus opciones para ser feliz. Entonces nosotros deberíamos aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción, no un continuo. Un amigo en México me habló del heroísmo del obrero, sin ningún afán político ni sectorial. Me dijo: este sí que es fuerte, se levanta cuando los hijos duermen y regresa cuando los hijos duermen. La producción se mide en función de las posibilidades, no exclusivamente en función de los logros. Tiene que haber una relación entre lo que una persona posee antes de empezar y adónde llega. Pero 19 nosotros estamos acostumbrados a valorar solo al que llega más arriba”. Para el discurso de Bielsa lo importante no es la meta, sino el viaje, aunque esa definición todavía no es suficiente para contener sus ideales. El viaje no es cualquier viaje: lo que se persigue es un sueño y a nadie le está prohibido soñar, especialmente a los que tienen menos. Aquí se instala un fenómeno que no se dio conningún otro de los grandes entrenadores: uno nunca sabe si solo estamos hablando de fútbol cuando hablamos de Bielsa. Sus partidos también podrían ser relatos en un libro de Osvaldo Soriano o Nick Hornby, aunque la densidad de su mensaje lo desarrolla como un personaje inclasificable, distante en la mirada, siempre pegada al piso, y cercano al mismo tiempo en el contenido, conectado con las angustias de su generación. Su figura es como la de Obi-Wan Kenobi en la trilogía original de Star Wars al desarrollar un protagonismo de segunda fila, elegido, estoico y reflexivo. Acerca de su obsesión ética, Jorge Valdano escribió que su personalidad excesiva cuaja bien en el fútbol porque a este le encantan las exageraciones: “Se trata de un entrenador para todo equipo que aspire a la grandeza, porque allí donde no llega el dinero tienen que llegar las ideas, y las de Bielsa son originales y potentes”. Toda vida contiene en sí misma los elementos necesarios para su propia refutación. Detrás de lo aparentemente sólido siempre se puede encontrar alguna grieta porque, después de todo, el aprendizaje solo es posible a partir de los errores, propios o ajenos. El bielsismo de esta afirmación nos enfrenta entonces a su consecuencia más lógica: Bielsa tampoco es infalible. En Argentina, una luz de almacén, el abogado Rafael Bielsa cuenta una anécdota reveladora sobre la personalidad de su hermano Marcelo, a partir de una llamada telefónica que este le hizo un día 28 de diciembre a las once y media de la noche. La conversación empezó con una pregunta inesperada: si 20 se acordaba de cuando el 31 de mayo de 1998 le dedicó fraternalmente el título obtenido con Vélez Sarsfield en Argentina, durante el programa Fútbol de Primera. El Loco le confesó que estaba arrepentido de la dedicatoria: “Tengo tres razones. La primera es que uno no debería disponer de la totalidad de lo que solo es parcialmente propio. Aquella noche, campeones habíamos salido todos, los jugadores y yo, de manera tal que al haber estado ausente del programa el plantel completo, yo no debí apropiarme de ninguna manera de lo que no era mío. La segunda razón es que si una dedicatoria contiene un sentido eminentemente personal, ya que uno expresa un sentimiento íntimo, de dicho modo debería hacérsela llegar al destinatario, y no por televisión. En tercer lugar, uno no debe dar al periodismo una herramienta tan poderosa como el conocimiento de la propia emotividad desnuda. Si todos los que acceden a ella le fueran a dar el trato que merece un sentimiento noble, podría ser, pero no hay garantías, no hay garantías”. Ese Bielsa que en Newell’s le prometía dejarse cortar un dedo al zaguero Fernando Gamboa si le aseguraban ganar un clásico contra Rosario Central no deja de ser una caricatura elaborada a partir de una frase real y al mismo tiempo impracticable (y, sin embargo, tan citada en todas partes para explicar sus obsesiones: un chiste de camarín convertido en definición psicológica de un entrenador de fútbol). ¿En verdad repetimos la historia del dedo que se iba a cortar Bielsa teniendo en cuenta que la promesa era absurda? Bielsa cree en las propiedades curativas y pedagógicas de la derrota, pero todo lo que hace en su vida está orientado a ganar, lo cual, ya está dicho, no implica que el objetivo refute la nobleza de los recursos empleados. Jamás suscribirá la teoría de ganar como sea, pero aquí también se equivocan quienes suelen idealizar su figura. Bielsa no come vidrio ni camina sobre brasas ardientes. En el Mundial de Sudáfrica, contra España, Chile se permitió dejar de cargar contra el rival en el segundo tiempo porque el 2-1 en contra le concedía la posibilidad cierta de clasificarse a la 21 siguiente ronda, considerando que tenía un hombre menos en la cancha tras la tarjeta roja a Marco Estrada en el primer tiempo. “El trámite nos llevó a un conformismo instintivo con el resultado”, dijo Bielsa en su análisis posterior al partido, justificando el mecanismo utilizado para conseguir el objetivo. No se iba a quedar botado en la primera ronda de un Mundial como en 2002, ahora incluso con seis puntos. Algo similar ocurrió durante las eliminatorias en el encuentro contra Ecuador en Quito, donde la Roja tuvo que remar en desventaja desde la expulsión de Ismael Fuentes a los 18 minutos de juego. ¿Qué hace en estos casos un supuesto kamikaze de la estrategia? Bielsa ordenó la entrada de Pablo Contreras para suplir el vacío que dejó Fuentes, retiró del campo a Matías Fernández y le pidió a Alexis Sánchez que se enganchara en el mediocampo para no perder del todo la posibilidad de llegar al arco contrario. Ecuador, sin embargo, tomó el control absoluto del partido y Bielsa se vio obligado a reorganizar sus piezas en el segundo tiempo. El cambio más llamativo fue el de Pedro Morales por un agotado Humberto Suazo, a los 57. No tanto por la sustitución en sí, que pretendía reducir la superioridad del adversario en la zona en que se inician las transiciones de la defensa hacia el ataque, sino por la posterior explicación del entrenador tras la derrota (1-0 con gol de Cristián Benítez a los 70), incluyendo en ella a Jorge Valdivia, un jugador que finalmente no entró a la cancha: “Después de que Ecuador convierte, extrañé a Valdivia, pero la decisión de poner a Morales la había tomado tratando de no ser derrotado. En el segundo tiempo me di cuenta de que no íbamos a ser capaces de mantener lo que hicimos en la segunda mitad del primer tiempo y tomé la decisión de conservar el empate. Hice un cambio para equilibrar físicamente el partido. Me di cuenta de que los defensores tenían que atacar y los atacantes defender. Esa idea fue deshilachando al equipo. Necesitábamos a un jugador dinámico que mantuviera su calidad de volante ofensivo”. 22 La historia de Bielsa como obsesivo del fútbol hay que situarla entre las dos grandes coordenadas filosóficas del fútbol argentino: Menotti y Bilardo. Vivió su breve carrera como futbolista durante los años de gloria de César Luis Menotti, quien revivió el viejo romanticismo de la escuela porteña con Huracán en 1973, quizás el equipo más vistoso en Argentina desde La Máquina de River, y luego consagró sus ideas en el Mundial de 1978. Menotti vistió con ropas nuevas eso que los antiguos argentinos llamaban “La Nuestra”. Pero después, como si el azar hubiera querido poner a prueba sus convicciones, Bielsa enfrentó su etapa de formación como entrenador bajo la contrarrevolución de Carlos Salvador Bilardo, hijo favorito del resultadismo que practicó el Estudiantes de La Plata de Osvaldo Zubeldía y promotor de un modelo funcional que apostaba a aprovechar las debilidades del oponente. Entrevistado en 2003, el escritor Roberto Fontanarrosa describió las consecuencias de aquella insólita conjunción en el cerebro de un ser humano: “Pensándolo bien, Bielsa tiene la obsesión de Bilardo y el estilo ofensivo de Menotti. La mezcla tiene algo de esquizofrénica, ¿no? En todo caso, reúne lo mejor de cada uno”. Los estereotipos, sin embargo, no alcanzan a describir correctamente el proceso que determinó la mejor década en la historia del fútbol argentino, entre los Mundiales de 1978 y 1986. Si bien el Flaco Menotti pregonó la dimensión estética como objetivo final del juego, a partir del talento del toque y la gambeta, también fue uno de los primeros entrenadores de Sudamérica que implementaron el novedoso achique holandés de 1974, lo cual obligaba a sus jugadores a realizar un esfuerzo adicional que no coincide con la mirada meramente bohemia que se tiene del menottismo. Esa herramienta defensiva debe ser valorada entre las variables que le permitieron ganar el Mundial de 1978. De Bilardo, asimismo, se dice que priorizó los mecanismos defensivos en sus equipos, a través de especialistas como los stoppers, pero eliminó un defensa para 23 sumarlo al mediocampo y formar una oncena con tres zagueros, cinco volantes y dos delanteros (3-5-2), siendo reconocido como uno de los creadores de dicho esquema junto al alemán Sepp Piontek,en la selección de Dinamarca. En Argentina también se les llama conceptualistas a los partidarios de Menotti, porque advierten que el estilo no se negocia; y tacticistas a los seguidores de Bilardo, dado que suscriben la necesidad de adaptarse de manera permanente a la propuesta del rival. El intercambio de diatribas entre ambos bandos, originados fundamentalmente en los celos profesionales de dos genios que se resistieron a coexistir, llegó a insinuar que se trataba de dos formas irreconciliables de concebir el juego. Bielsa probó que esa guerra, que consumió a Argentina después de México 86, no era más que una falacia. Menotti y Bilardo no solo eran compatibles, sino que en la mezcla residía el futuro del fútbol. Algo de eso había en la frase recogida por Ariel Senosiain en Lo suficientemente loco, la primera biografía de Bielsa: “Pretendo que mis jugadores se argentinicen para gambetear y se europeícen para desmarcarse”. El Loco, en el fondo, recogió el deseo de uno y el método del otro, porque se puede tener un estilo propio y al mismo tiempo preocuparse de neutralizar al adversario cuando lo que se persigue es el protagonismo y la recuperación temprana del balón. ¿Estamos jugando siempre para llegar al arco contrario? Tengamos el balón, pero recuperémoslo entonces cuando más nos convenga, lo antes posible. Bielsa es un menottista que se bilardizó. Una vez, después de analizar muchos videos, le pidió a Norberto Scoponi, a la sazón arquero de Newell’s, que se dedicara a sacar la pelota hacia el lateral a la altura de la mitad de la cancha porque se había dado cuenta de que el rival de turno tendía a complicarse con la posesión al ejecutar el respectivo saque de banda. Scoponi tuvo que aguantarse ante las pifias de la hinchada, que no entendía su insistencia en tirar la bola fuera. Después el arquero explicó en una entrevista que 24 era una petición específica de su entrenador: perder el balón para recuperarlo en una zona incómoda para el oponente. Lo de Scoponi era una táctica que demostraba la inteligencia de su creador, pero uno podría preguntarse qué tipo de espectáculo había en esa jugada tan propia del rugby y del fútbol americano. Desde lo estético, no hay mayor diferencia con el típico rechazo de un rústico zaguero que prefiere mandar la pelota a la tribuna en vez de salir jugando. El supuesto antifútbol de Zubeldía en Estudiantes de La Plata descubrió varias estratagemas futbolísticas similares, más allá de las tretas que adicionalmente le achacaron a su leyenda. Estudiantes patentó las jugadas de balón detenido para sacar beneficios en córners y tiros libres, que hoy son indispensables en cualquier manual de entrenador, pero también inventó acciones destinadas a interrumpir el juego de manera intencional, como la falta táctica en el mediocampo y la trampa del offside. El propio Zubeldía, en su libro Táctica y estrategia del fútbol (1965), describió el offside provocado como un “juego de astucias entre delanteros de un equipo y defensores del otro” y además explicó, en un apartado sobre la técnica, justo después de hacer una reseña sobre el uso de la gambeta, en qué consiste “el corte del juego” según las reglas y las posibilidades que se le ofrecen al jugador de fútbol para cargar contra un rival. En una entrevista de la época, Zubeldía justificó en todo caso estas maniobras: “Acepto que Estudiantes tiene un estilo que no gusta. Reconozco que, cuando emplea la jugada del offside, el suyo es un juego destructivo que anula y desgasta a los adversarios. Pero no lo hace con un criterio solamente defensivo. Todo lo contrario. Frente a rivales que saben jugar o son peligrosos tirando centros, evitamos embotellarnos en la defensa. Salimos en bloque por dos motivos: para dejarlos en offside y para recuperar la pelota lejos de nuestro arco”. Ese tacticismo, a través de la influencia de Bilardo, traza de este modo una línea directa entre el Estudiantes de Zubeldía y el Newell’s de Bielsa, pese a 25 las evidentes diferencias en el estilo y la relación con el resultado. Entre los cultores del “fútbol total” hay diversas interpretaciones filosóficas sobre el fuera de juego como instancia para recuperar el balón. En el Milan de Arrigo Sacchi era una fórmula que surgía como consecuencia natural de lo que su entrenador llamaba la elástica, la última línea del equipo, concertada en el liderazgo de Baresi, que se adelantaba a conveniencia para reducir los espacios en los que el adversario podía generar una jugada de contragolpe. En los equipos de Rinus Michels, en cambio, el offside era una situación no deseada, como lo pudo comprobar en Barcelona el central brasileño Marinho Peres, capitán de la selección de su país en el Mundial de 1974: “En una sesión de entrenamiento me adelanté y dejamos enganchados a cuatro o cinco jugadores en offside. Estaba encantado porque todavía era algo nuevo para mí y me resultaba muy difícil. Pero Michels se acercó gritándome. Lo que él quería era que nosotros fuéramos por el hombre con la pelota con los hombres que teníamos de más, puesto que muchos rivales estaban fuera de juego. Así es como la trampa del offside se convertía en juego ofensivo”. En el fondo, Michels se planteaba el problema desde una agresividad extrema: dejar a los posibles receptores adelantados y así generar confusión en el rival, que debe distribuir para arrebatarle el balón en condiciones propicias al contraataque. En el modelo de Zubeldía/Bilardo el offside era visto sencillamente como un artilugio para detener un avance y se practicaba mediante un zaguero que en el momento oportuno daba un paso adelante para cazar y luego acusar, con la mano en alto, a un oponente desprevenido que estaba enganchado con el último hombre. Si bien decidió aprender en la metodología del bilardismo, la ética de Bielsa se movía en las antípodas de aquel estilo, más cerca de Menotti en el fondo, aunque el mismo Menotti marcó distancia en el comienzo de su carrera: “Bielsa es un joven con inquietudes y sabe cómo desarrollarlas. Pero no 26 estamos de acuerdo en el punto de partida. Él cree que el fútbol es predecible y yo no”. Incluso Bilardo fue más entusiasta en ese momento: “Comparto su pensamiento porque se parece a lo que hicimos en 1986. Tiene muchos videos para estudiar al oponente, como yo lo hice en ese entonces”. Bielsa los reconoció a ambos como mentores: “Pasé dieciséis años de mi vida escuchándolos. Ocho a Menotti, que es un entrenador que prioriza la inspiración, y otros ocho a Bilardo, quien prioriza la funcionalidad”. El menottismo-bilardista de Bielsa lo acercó ideológicamente a las puertas del “fútbol total” y el Milan de Sacchi, doble campeón de Europa en 1989 y 1990, el que fuera el primer equipo que lo educó en los misterios del pressing como eje de una estrategia. “El modernismo en el fútbol lo implantó Arrigo Sacchi en el Milan. La presión constante, la agresividad permanente del que se siente protagonista”, explicó Bielsa a la revista El Gráfico en 1991. En sus primeros días en Newell's les repetía a sus jugadores una frase que le pidió prestada a su maestro Jorge Griffa sobre la importancia de la pelota: “No se puede perderla y mirarla. Haga de cuenta que le arrancaron un huevo”. Incluso hubo un momento en el que se interesó por la intensidad y los rombos de Mirko Jozic en Colo-Colo, cuyo juego se caracterizaba por alinear a tres hombres en el fondo (un líbero y dos stoppers), un volante central que barría como escoba en el medio y dos jugadores que podían intercambiar posiciones en cada banda (Mendoza/Yáñez por la derecha y Pizarro/Barticciotto por la izquierda). Bielsa fue campeón en su primer torneo con cuatro defensores, pero a comienzos de 1992, según consigna Ariel Senosiain, consolidó la posibilidad de jugar solamente con tres atrás, en especial después de perder 6-0 contra San Lorenzo en el debut por la Copa Libertadores de ese año. En rigor, decidió que siempre entraría al campo con un zaguero más respecto de los delanteros rivales. A esa altura Bielsa empezaba a entenderque el 3-3- 1-3 (tres zagueros, tres volantes, un enganche y tres 27 delanteros) era la formación que le permitiría sostener con equilibrio su deseo de vivir el partido la mayor parte del tiempo en el campo contrario. Así siempre tendría seis jugadores con vocación ofensiva (los dos volantes externos, los dos punteros pegados a la banda, el enganche y el centrodelantero). Se trataba, en todos los casos, de que el Tata Martino como organizador tuviera cinco receptores posibles para gestionar una maniobra de riesgo en los últimos treinta metros de la cancha. El Ajax de Michels, que luego sería el de Stefan Kovacs cuando consiguió su tricampeonato europeo en 1973, partía de una premisa similar, aunque el Newell’s de Bielsa era bastante más ansioso con el balón cuando lo recuperaba. Todo tenía que ser muy rápido en la fase de posesión. La tenemos, abrimos hacia la banda y buscamos al 9 que viene atropellando por el medio. Así fue el gol de Alfredo Mendoza contra el Colo-Colo de Jozic, el 6 de marzo de 1992, a los siete segundos de iniciado el partido en Rosario, el más rápido en la historia de la Libertadores: saque inicial, habilitación al wing derecho y centro a la cabeza del hombre de área. Gol de pizarrón. Por defecto de origen, Bielsa pretendía desarrollar una variante lo más argentina posible del “fútbol total”: un fútbol asociativo en el que sus adorados wings estaban llamados a desarrollar la parte más espectacular del juego, cuando se produce el desborde por la orilla y el peligro deja de ser conjetural. En eso estaba Bielsa cuando frente a sus ojos apareció la promesa del Ajax de Louis van Gaal, que veinte años después de Michels volvió a levantar el estandarte de la escuela holandesa desde la propia Eredivisie. Campeón de Europa en 1995 frente al rocoso Milan de Fabio Capello, el Ajax de Van Gaal maravilló al mundo tras su coronación en el estadio Ernst Happel de Viena: las ideas del “fútbol total”, que ya habían tenido su resurrección con el Barça de Johan Cruyff, volvían a ofrecer el pecho a los resultados, esta vez con un equipo joven, de cantera, formado durante años por la mano de su entrenador. Aunque en todas partes se habla de la epopeya del Ajax de 1995, Bielsa 28 supo de su existencia mucho antes, ya que desde esa época, aunque no había Internet y la tecnología se basaba en las limitaciones del formato VHS, demostró su obsesión por estar al día en las tendencias del fútbol. No ganaba mucho enterándose de la existencia del Milan de Sacchi por el 5-0 que le metió a Real Madrid en abril de 1989: si alguien estaba jugando bien al fútbol, donde fuera, él tenía que saberlo de los primeros. Esa es la historia de un hombre que para estar bien informado terminó como dueño de un quiosco de diarios en Rosario, un hombre que dividió en setenta partes el mapa de Argentina para luego lanzarse a recorrer en busca de los talentos que algún día serían capaces de jugar al fútbol como él siempre lo había soñado. En La vida por el fútbol, de Román Iucht, Cristián Domizzi contó una de las tantas locuras de su jefe en ese Newell’s de comienzos de los noventa: un día se le acercó Bielsa con unos videos del mediapunta finlandés Jari Litmanen que le ayudarían a mejorar en su puesto. Lo sorprendente, según Domizzi, era que las imágenes mostraban a Litmanen jugando por un equipo de Helsinki, antes de llegar a Ajax en 1992. Bielsa nunca destacó al Dream Team de Cruyff en Barcelona entre los equipos que despertaban sus obsesiones futbolísticas más profundas, a diferencia de sus menciones a Sacchi y el reconocimiento a Van Gaal como inspirador de un nuevo aire táctico en sus ideas acerca del juego. ¿Por qué? La apuesta catalana por un juego más pausado y una ofensiva clásica con jugadores elegantes y talentosos como el danés Michael Laudrup, el búlgaro Hristo Stoichkov y el brasileño Romario, si bien pertenecía a la misma familia de ideas futbolísticas, no lo convencía demasiado por dos razones que saltan a la vista. Primera: resolver los desafíos de un equipo con estrellas de ese calibre en el último tercio del campo dejaba un escaso margen para hacer del fútbol un juego realmente colectivo. Y segunda: él, al menos en sus comienzos, buscaba un estilo más eléctrico en el que cada ataque representara una acción fulminante, 29 organizada pero sorpresiva, y que el riesgo de perder la pelota a causa de ese deseo lo obligara a dar una pelea sin tregua hasta recuperarla. Sobre este punto descansa, por cierto, uno de los debates más acalorados en relación con la teoría bielsista del fútbol: la búsqueda de un equilibrio entre mecanización (lo colectivo) e inspiración (lo individual). El escritor catalán Ramón Solsona, a propósito de su paso por Bilbao, comentó una vez en el diario La Vanguardia que “Bielsa es el bioquímico que se lamenta de los seres vivos porque se comportan de una manera anárquica e imprevisible fuera del laboratorio”. Su apuesta por la estructura quedó marcada, obviamente, por la dolorosa eliminación de Argentina en el Mundial de 2002 y su decisión incorregible de no incluir juntos en el ataque a Gabriel Batistuta y Hernán Crespo. La explicación de Bielsa después del infausto empate con Suecia en Miyagi ha sido invocada desde entonces como ejemplo de su locura obsesiva, pero además del retrato, o de la caricatura si se quiere, al mismo tiempo abunda en insinuaciones sobre su pasión por el juego hasta las últimas consecuencias. “Enfoqué el problema —de Batistuta y Crespo— desde dos puntos de vista. Si había que acentuar la presencia desde el centro o apostar a que la elaboración fuera pulida. Consideré que esto último era más importante, porque sin ella la presencia no es utilizable. Tuvimos una elaboración muy superior a la del partido con Inglaterra. Y también presencia. Las situaciones de gol fueron más en cantidad. Y evidentes”, advirtió el seleccionador argentino, dejando constancia conceptual de que pretendía ganar el partido jugándolo, no desde el pelotazo ni la mera acumulación de especialistas en el área rival. El estilo de Bielsa consiste en una mezcla de verticalidad y elaboración en la que, puestos a elegir en una situación límite, esta última es intransable, ya que de ella se desprende el objetivo central de sus ideas: sin elaboración no hay protagonismo. Bielsa también admiraba eso en Van Gaal: “Ajax realizaba, en promedio por partido, treinta y siete pases hacia atrás. 30 El aficionado los rechaza, por ansioso, pero indudablemente esa jugada es el comienzo de un nuevo intento”. En Brilliant Orange, un libro que intenta explicar el sello del fútbol holandés incluso desde la geografía de los Países Bajos y la personalidad de sus habitantes, el autor inglés David Winner sostiene que en el Ajax de Van Gaal “los jugadores y los pases fluían con tal velocidad y precisión que a veces parecía como si estuvieran barajando la superficie de la cancha, de la misma manera en que un experimentado tallador maneja una baraja de cartas”. Sobre su estilo, Van Gaal decía que la pelota se encontraba permanentemente en construcción, como una manera de resolver los problemas de bloqueo y congestión del espacio que planteaban los adversarios. Mantenía los principios fundacionales del Ajax de Michels y Cruyff (ataque implacable, pressing, reducción de espacios para defender y ampliación del campo para atacar), pero también asumía que en los años noventa los jugadores eran más fuertes y rápidos y estaban mejor organizados que nunca en las coberturas defensivas. En ese sentido, Van Gaal desestimó el intercambio masivo de posiciones entre los miembros de su equipo, que en el fondo representaba la aspiración utópica del “fútbol total”, y ordenó a sus jugadores desde la lógica de lo que un par de décadas después se conocería como juego posicional. Gerard van der Lem, ayudante de Van Gaal en Ajax y Barcelona, explicó en el libro de Winner que el equipo se organizaba desde el control de la pelota, trabajando la posesión hasta que se produjera una brecha en la defensa contraria. Para ello estabandispuestos a reiniciar la jugada si era necesario. Los extremos Marc Overmars y Finidi George, a pesar de sus condiciones naturales para el uno contra uno en las bandas, debían tocar hacia atrás en caso de verse enfrentados a una situación de desventaja en el drible: si bien estaban capacitados para eludir a un marcador, con dos hombres a encarar se ponía en riesgo el balón. Ahí operaba entonces el concepto de hombre libre: la 31 búsqueda de espacios a través del pase se haría con rapidez para llegar lo más pronto posible donde otro jugador tuviera condiciones favorables para generarse una ocasión de gol. La pelota circulaba a través de triángulos que exigían seguridad en el control y velocidad en la habilitación, saltándose estaciones de pase cuando fuera posible para entrar así a toda marcha en la zona de peligro. Ajax pretendía tocar de hombre libre a hombre libre hasta que uno de los suyos quedara en posición de remate o de uno contra uno para romper líneas en la formación rival. Bielsa empezó a tomar apuntes de este nuevo Ajax en tiempo real, especialmente durante su etapa en el fútbol mexicano. En su regreso a Argentina, en 1997, ya tenía incorporado en el discurso a Van Gaal: “El modelo ajeno que más me gusta es el Ajax de Van Gaal. O sea, un equipo con flexibilidad para componer sus líneas de acuerdo a las exigencias del planteo del rival, en el momento de la recuperación. Además, a mí me interesa que el equipo tenga un proyecto propio e independiente en ofensiva”. Lo notable en Bielsa, por supuesto, es que todas estas convicciones las fue desarrollando siempre desde una relación entre ética y pragmatismo que solo él era capaz de gestionar: “El fútbol es una combinación de secuencias. En unas el equipo recupera la pelota y en otras la posee. Una de las mejores formas de lograr que un buen rival no crezca es tratar de hacerle pasar más tiempo defendiendo que atacando. En la medida que a un rival de nivel le ofrecemos muchas posesiones, cada una de ellas es un ataque potencial que nos aleja de las posibilidades de superarlo”. Detrás de todo está la obsesión de Marcelo Bielsa por los méritos y por los valores que se pueden transmitir desde un partido de fútbol. Muchos lo ven como una debilidad, pero a Bielsa nada lo detiene en esa búsqueda. En una de sus últimas conferencias como entrenador del Athletic de Bilbao, en mayo de 2013, volvió a explicar que para él no existe la posibilidad de ganar de cualquier modo. “Siempre les hablo a los jugadores del ángulo de noventa grados. Lo decía 32 Menotti: el que cruza el jardín evitando el ángulo de noventa grados pisa las flores y llega más rápido, mientras que el que recorre el ángulo de noventa grados tarda más, pero no daña las flores. Yo creo en que hay que valorar lo merecido y hay que soslayar o al menos tratar de no endiosar aquello que no se obtuvo merecidamente”, dijo Bielsa. Chile había perdido 6-1 El martes 21 de agosto de 2007, a las diez de la mañana, empezó el primer entrenamiento oficial de Marcelo Bielsa con los jugadores de la selección chilena, en las canchas de la Liga Aeropuerto, cercanas al terminal aéreo de Pudahuel. La primera corrección fue para Manuel Iturra, uno de los volantes centrales, tras recibir una pelota desde el líbero Waldo Ponce: “No te pongas en la misma línea del que envía, ubícate en diagonal, eso te lo dice el juego”. La sesión de trabajo fue grabada íntegramente en video y cada movimiento era explicado a los seleccionados por un grupo de jugadores sub-18 que en el léxico de Bielsa eran conocidos como sparrings o pichones, quienes a esa altura ya tenían diez prácticas previas para memorizar las maniobras. En medio de la neblina, Bielsa tuvo una significativa conversación con Arturo Sanhueza, el capitán de Colo-Colo, a quien le preguntó en cuántos puestos podía jugar. “En uno solo. Soy volante tapón, delante de la línea de cuatro”, le contestó Sanhueza, cuya respuesta no dejó conforme al entrenador. “¿Y cómo anda en el juego aéreo?”, insistió Bielsa. “No tengo. Salto poco, mi rechazo no es bueno”, se sinceró el líder colocolino, cuyo nombre desapareció de la lista para la siguiente convocatoria. Sanhueza era uno de los mejores jugadores en el medio. La presencia de Bielsa en Chile generó una expectativa inmediata acerca del trabajo que podía desarrollar en la selección, aunque también surgieron algunas controversias iniciales en torno al carácter 33 revolucionario de su metodología. La idea de instalar desde la cabeza del seleccionador un cambio de mentalidad en el fútbol chileno suponía, de manera más bien agresiva, que la nueva mentalidad era muy superior a la antigua y que el recién llegado podía terminar con décadas de oscurantismo con su sola presencia. El propio Bielsa se encargó de tranquilizar a quienes se resistían a aceptar esa especie de colonización cultural que le estaban achacando sus partidarios más fanáticos, minimizando desde el comienzo los alcances del bielsismo. “Hay una pregunta dando vueltas y la encuentro donde voy. ¿Se adaptó el jugador chileno a la manera de pensar y trabajar que tengo? Con absoluta sinceridad, afirmo que errar es un camino que, bien conducido, presagia el acierto. Cada vez que sucede algo no deseado, digo que vamos a tratar de que ese error nos ayude a generar un gran acierto. Aclaro esto porque muchas veces me han atribuido una gran modificación en el comportamiento del futbolista chileno y eso es absolutamente inexacto. Yo encontré jugadores dóciles, jugadores convocables, jugadores valientes, jugadores ricos técnicamente. Encontré material para trabajar”, explicaría Bielsa mucho después, cuando su influencia en Chile ya era evidente. El estatus de seleccionado nacional, sin embargo, cambió automáticamente. Cuando Bielsa dirigió su primer entrenamiento en la Roja recién había transcurrido un mes y medio desde la bochornosa despedida de la Copa América: Chile perdió 6-1 ante Brasil y terminó con cinco jugadores castigados por una noche de indisciplina en el hotel de concentración en la ciudad de Puerto Ordaz. Llegar a la selección era más o menos lo mismo que ser invitado a una despedida de soltero. Además de firmar contrato con el sueldo más alto recibido hasta entonces por un entrenador de la selección (1,3 millones de dólares anuales), Bielsa hizo una serie de exigencias para que sus futbolistas volvieran a sentirse parte de algo importante. De entrada, los jugadores convocados viajarían en asientos 34 de primera clase y las instalaciones del complejo deportivo Juan Pinto Durán serían remodeladas para mejorar la hotelería y la infraestructura. Agrandó las habitaciones para incluir una cama de dos plazas y un clóset para cada jugador, además de un televisor de pantalla plana de 21 pulgadas por cuarto. Renovó todas las máquinas del gimnasio, reacondicionó las canchas de entrenamiento y contrató a un paisajista para diseñar el interior del recinto, de modo que ninguna persona no autorizada pisara el césped de los campos de entrenamiento. En Historia de la clasificación: Sudáfrica 2010, de Juan Cristóbal Guarello y Luis Urrutia, se cuenta una anécdota muy decidora sobre su personalidad obsesiva en estas materias: “Una medianoche se escuchó a alguien que martillaba sobre unos maderos. Se trataba del propio Bielsa que clavaba estacas en una esquina de la cancha principal para evitar que los obreros pisaran el césped al otro día para acortar camino”. En el ranking FIFA de agosto de 2007, Chile apareció en el puesto número 47. En el sexto lugar de Sudamérica, detrás de Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Colombia. Los primeros partidos de la era Bielsa quedaron fijados para el 7 y el 11 de septiembre, en el estadio Ernst Happel de Viena, contra las selecciones de Suiza y Austria. En la víspera del debut, el entrenador respondió a una pregunta sobre la abundancia de enganches que tenía a su disposición en ese momento: Matías Fernández, Luis Jiménez y Carlos Villanueva. Entonces cayó en la trampa de hacer una comparación que no fue del todo entendidapor su audiencia y que, en todo caso, ratificaba su criterio respecto de la necesaria funcionalidad de los jugadores. “A Jiménez no lo imagino como un externo, a Villanueva sí, esto porque creo que se puede adaptar. Hay una superposición de jugadores internos, externos ofensivos en el fútbol chileno. Para incluir a todos o a la mayor cantidad de ellos, hay veces en que se debe distribuir los espacios. Pongo el ejemplo de ese equipo de Brasil de 1970. Todos jugaban en el mismo puesto, pero los distribuyeron de otro modo en la selección 35 para que pudieran convivir”, dijo. Villanueva se había entrenado como extremo izquierdo, pese a que jugaba de enganche en Audax Italiano. Luego Bielsa se arrepintió de sus palabras cuando le insinuaron que Fernández podía ser el Pelé de su equipo. “Cualquier comparación es dañina, lamento haber elegido el ejemplo de Brasil. Simplemente dije que para que convivan varios jugadores de una misma característica en un equipo hay que distribuirlos en el campo para que no se superpongan”. Bielsa también adelantó el esquema que utilizaría contra Suiza en el debut: “Vamos a jugar con dos extremos, un centroatacante, un volante ofensivo, un volante intermedio, un volante defensivo y una línea de cuatro defensas. Para mí los esquemas son totalmente dinámicos. El juego hace que durante el transcurso del partido los jugadores ocupen lugares variados, tanto para defender como para atacar”. La Roja empezó con un 4-2-1-3 en el que los laterales Cristián Álvarez (Beitar Jerusalén) y Arturo Vidal (Bayer Leverkusen) se alternaban para incorporarse al mediocampo como un tercer volante mixto y transformar el módulo en un 3-3-1-3 clásico de Bielsa. Por vocación, y también un poco por voluntarismo, Vidal se descolgó permanentemente por la izquierda, mucho más que Álvarez. 36 Suiza ganó 2-1 y el gol de Chile —un remate de Alexis Sánchez con la pierna derecha— partió en un lateral servido por Vidal hacia Fernández. Matías retrocedió el balón hacia el centro de la zaga, donde 37 Miguel Riffo abrió hacia la derecha para Álvarez. Este volvió a tocar atrás a Ismael Fuentes, que vio adelantado a Vidal y le metió un pelotazo. En posición de extremo izquierdo, Vidal intentó desbordar y luego se la dejó a Sánchez para que hiciera el resto. El primer gol de la Roja con Bielsa en la banca fue una maniobra asociativa que armaron los cuatro defensores, reiniciando en dos ocasiones la jugada desde la ubicación del último hombre. Para el segundo duelo, frente a Austria, Chile mantuvo solo a dos jugadores del desafío anterior. También modificó el esquema, empezando con tres zagueros: Gary Medel (Universidad Católica), Waldo Ponce (Universidad de Chile) y Miguel Riffo (Colo- Colo). El equipo fue ofensivo y el 2-0 terminó siendo un resultado más bien exiguo tomando en cuenta la superioridad chilena en el campo. Sería el quinto triunfo de Chile jugando en Europa contra un rival europeo. El viaje a Austria mostró las primeras señales del estilo Bielsa en la selección: un equipo corto que pretendía salir jugando desde atrás y controlar el partido a través de la posesión. Además quedaron fijados en la bitácora, a través del propio entrenador en sus palabras previas al estreno, los principios inspiradores del bielsismo: “Tengo ideas que difícilmente abandono porque me hacen como entrenador. Me siento más cómodo si el equipo que dirijo logra atacar durante más tiempo del que defiende. Cuando más rápido recuperemos la pelota, más posesión tendremos”. Bielsa también quedó maravillado con unos muñecos inflables que utilizaba un equipo local de Graz para simular la presencia de jugadores rivales en la táctica fija, tomó nota de la firma que los fabricaba en Alemania y pidió que le encargaran una partida a Santiago para sus prácticas en Pinto Durán. Con el tiempo fueron conocidos como los “alemanes inflables” de Bielsa en el mundo del fútbol. Los primeros desafíos de la Roja en las eliminatorias rumbo al Mundial de Sudáfrica quedaron marcados por 38 el 3-0 sufrido ante Paraguay en Santiago, en el último partido del año 2007. En la derrota ante Argentina en Buenos Aires (2-0), el triunfo frente a Perú en Santiago (2-0) y el empate con Uruguay en Montevideo (2-2) el equipo había mostrado tímidos avances en competencia. Quizás se podía valorar su personalidad para disputar un duelo de ida y vuelta en el estadio Centenario, pero también quedaron a la vista algunas dudas defensivas que el Paraguay de Gerardo Martino desnudó con crudeza en el momento menos oportuno. De hecho, no se jugó mal contra los guaraníes. Colectivamente fue la presentación mejor organizada para sostener la presión sobre la salida del oponente, lo cual permitió recuperar la pelota de manera permanente en la mitad paraguaya del campo, pero los goles en contra alimentaron una sensación de abrumadora fragilidad: por dárselas de grande, Chile se comió una boleta. El resultadismo suele nutrirse de estas cosas, porque empuja a un equipo a la necesidad de anteponer el marcador a sus méritos futbolísticos. ¿De qué sirve anular al rival en casi todos sus intentos de cruzar la mitad de la cancha si te hace tres goles en las únicas tres ocasiones en que lo logró? ¿Vale la pena invertir tantas ilusiones en la preparación de una jugada cuando el contrario se pone en ventaja por un saque largo de su arquero en el que tus jugadores permiten el bote, luego se dejan anticipar en el pivoteo por el 9 de ellos y descuidan la marca del 10 en el área para que te haga el gol? Así fue el 1-0 de Paraguay: pelotazo de Justo Villar, pivoteo de Nelson Haedo y definición de Salvador Cabañas. La jugada de ataque más rudimentaria de la historia, facilitada por un error de cálculo de Waldo Ponce en la marca de Cabañas. Luego los dos goles de cabeza de Paulo da Silva, ambos originados desde el tiro de esquina, redondearon la sencillez de la estrategia paraguaya: aguantar la presión de Chile, esperar un error y sorprender en jugadas de balón parado. Pero el peor momento para un equipo de fútbol puede ser el mejor momento para un equipo de Bielsa. Estas historias habitualmente se escriben desde lo ya 39 vivido, con los métodos de la hagiografía, como si siempre hubiéramos sabido lo que iba a ocurrir: nos gusta creer que las convicciones siempre fueron sólidas; y las historias, redondas. El Loco, sin embargo, había levantado ese discurso mucho antes, en el año 2000, durante una charla a seiscientos alumnos del colegio Sagrado Corazón de Rosario, donde él estudió: “Los momentos de mi vida en los que yo he crecido tienen que ver con los fracasos. Los momentos de mi vida en que yo he empeorado tienen que ver con el éxito. El éxito deforma, relaja, engaña, nos vuelve peores, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos. El fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes”. En los casi once meses que transcurrieron entre el último partido eliminatorio de ese año (0-3 ante Paraguay, el 21 de noviembre de 2007) y el último del año siguiente (el histórico 1-0 contra Argentina, el 15 de octubre de 2008), Bielsa mantuvo las ideas, empezó a conocer mejor a sus jugadores y encontró los reemplazos adecuados donde estos se hicieron necesarios. El hincha chileno, en cambio, pasó de las pifias y de gritar —ole, ole— contra su equipo en los últimos minutos del duelo contra Paraguay a los abrazos y las lágrimas por el primer triunfo en partidos por los puntos contra la selección absoluta de Argentina. En la cancha, Humberto Suazo dejó de jugar como wing derecho y se apoderó del número 9, ante el ocaso inevitable de Marcelo Salas, y los jugadores de la sub-20 —terceros en el Mundial de Canadá el año anterior bajo el mando de José Sulantay— se instalaron decididamente entre las figuras del equipo: Alexis Sánchez, Gary Medel, Mauricio Isla, Arturo Vidal y Carlos Carmona empezaron a consolidar en esa temporada un relato que después los reconocería como la generación dorada del fútbol chileno. La integraciónde Isla y Vidal no fue del todo sencilla. El Huaso Isla, quien había debutado con Bielsa en la selección mayor sin jugar un solo partido en primera división, se enredó con el entrenador 40 durante el amistoso que Chile disputó contra Israel en el estadio Ramat Gan de Tel Aviv, el 26 de marzo de 2008 (1-0 ganaron los locales). Isla ingresó a los 67 minutos por Vidal y en menos de media hora se volvió loco con los gritos que Bielsa le dirigía desde la banca. “No soy el jugador que Bielsa quiere. En Udinese el técnico me dice que no suba tanto, que espere un poco, y Bielsa quería que subiera y bajara a cada rato. Uno tiene que ser atleta para esas cosas”, declaró días después Isla, despidiéndose de la Roja. Al enterarse de sus declaraciones, Bielsa lo llamó por teléfono a Italia y se pidieron disculpas. Mucho más complejo fue el entendimiento con Vidal, quien se pasó todo el año dando pruebas de suficiencia y, finalmente, se encontró con una significativa advertencia del seleccionador: “Usted juega en Bayer Leverkusen y acá todo lo que hace es un desorden. De nada sirven las piernas a la altura de la cabeza. Si quiere jugar conmigo, debe hacer el trabajo que se le pide, no el que usted cree que hace falta. No hacen falta los héroes en el fútbol”. Antes del 4-0 frente a Colombia en el Estadio Nacional, el preparador físico Luis María Bonini estuvo a punto de irse a los golpes con el jugador cuando este empezó a hacer lujos con un balón mientras él le hablaba al grupo. Vidal fue una de las figuras ante Colombia, pero en el duelo siguiente, contra Ecuador, volvió a generar confusión en la última línea, donde no se acomodaba al puesto de lateral izquierdo que solía encomendarle Bielsa. Contra Argentina apenas ingresó en el minuto 88. A pesar de las caídas ante Brasil (3-0) y Ecuador (1- 0), el equipo afianzó su bielsismo en la cancha desde el primer partido eliminatorio del año, contra Bolivia en La Paz (2-0). La inclusión de Gonzalo Jara como zaguero central por Miguel Riffo le garantizó una mayor rapidez en los circuitos defensivos, aunque el gran factor de equilibrio fue la entrada de Carlos Carmona por expresa recomendación del ayudante Eduardo Berizzo, ya que Bielsa no tenía una buena opinión sobre el jugador para entregarle el puesto de volante central, por el cual habían desfilado Claudio 41 Maldonado, Manuel Iturra, Gary Medel, Marco Estrada y Arturo Vidal. Carmona, según el juicio de Bielsa, tenía menos condiciones para la salida limpia que los mencionados, pero Berizzo insistió en su inteligencia para administrar espacios y hacer coberturas de marca en el medio. Bielsa siempre espera mucho de la función de mediocentro, a veces al borde de la sobrecarga emotiva, y Carmona fue quien mejor resistió esa presión, destacando además su agradecimiento infinito ante la oportunidad dispensada: el día de su estreno en las eliminatorias ante Bolivia se abalanzó sobre la figura del entrenador después del segundo gol de Medel, obviamente para abrazarlo ante la inminencia del triunfo. Bielsa, sin embargo, no estaba listo para una demostración pública de cariño, así que se sacó de encima a Carmona de un empujón y lo mandó de vuelta a la cancha con un grito: “Seguí, Carlos, seguí”. Recién en el cuarto gol de Chile contra Colombia, que luego describió como “el momento más lindo del partido”, el estratega se soltó lo suficiente como para festejar una maniobra colectiva de su equipo. La anotación de Matías Fernández, en el minuto 26 del segundo tiempo, tras una jugada en la que participaron Arturo Vidal (en la recuperación y la habilitación final), Marco Estrada y Mark González, representaba por fin el tipo de fútbol que estaba buscando: ofensivo, rápido y abriéndose hacia una orilla para finalizar en un pase centralizado que recoge un jugador que viene desde atrás y pone la bola dentro del arco. A llorar a la iglesia En el fútbol chileno hay una frase que resume casi un siglo de historia desde que la selección jugó y perdió su primer partido internacional, contra Argentina el 27 de mayo de 1910 (3-1 en Buenos Aires). La frase ni siquiera es chilena, pero localmente se le achaca por su persistencia en el uso a Arturo Salah durante su mandato como seleccionador entre 1990 y 1993: “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”. 42 Una especie de lema de la resignación, de la aceptación, sin rebeldía, casi indolora, de una suerte que se cree al mismo tiempo adversa e inmodificable. Como si fuera un destino: jugar bien ocasionalmente y jamás lograr lo que tantas veces se ha soñado. Darse por perdido antes de jugar es perder dos veces. Hasta el 15 de octubre de 2008, la Roja se había enfrentado a la Albiceleste en setenta y seis oportunidades y solo registraba cinco triunfos en partidos amistosos, el último de los cuales databa de julio de 1973. De modo que jugar un partido de fútbol contra Argentina con los puntos en disputa se asumió siempre como una tarea imposible o incluso como un martirio en el que los escasos empates obtenidos se celebraron como una hazaña. Marcelo Bielsa, sin embargo, no podía menos que intentarlo. Él, después de todo, había llegado a Chile con un discurso destinado a remover la conciencia de quienes son capaces de valorar el esfuerzo por encima de todas las consecuencias: “En cualquier tarea se puede ganar o perder. Lo importante es la nobleza de los recursos utilizados. Lo importante es el tránsito, la dignidad con que se recorrió el camino en la búsqueda del objetivo”. He ahí el bielsismo resumido en una sola frase. Si viajamos juntos, importa menos adonde lleguemos que el viaje en sí mismo. El partido del 15 de octubre de 2008 entre Chile y Argentina, en primer lugar, es un viaje; no hacia un resultado, sino hacia una verdad. Estadio Nacional de Chile Eliminatorias Conmebol Sudáfrica 2010, décima fecha 15 de octubre de 2008 Chile 1, Argentina 0 Formación inicial (1-3-3-1-3) Claudio Bravo (Real Sociedad, segunda división de España) Gary Medel (Universidad Católica de Chile) Waldo Ponce (Vélez Sarsfield de Argentina) Pablo Contreras (Paok Salónica de Grecia) Carlos Carmona (Reggina de Italia) 43 Marco Estrada (Universidad de Chile) Jean Beausejour (O’Higgins de Chile) Matías Fernández (Villarreal de España) Fabián Orellana (Audax Italiano de Chile) Humberto Suazo (Monterrey de México) Mark González (Betis de España) Cambios 21 minutos: Hugo Droguett (Morelia de México) por González 85 minutos: Hans Martínez (Universidad Católica) por Medel 88 minutos: Arturo Vidal (Bayer Leverkusen de Alemania) por Ponce Goles 1-0: Orellana (minuto 35) 44 A poco de llegar desde Europa, donde empezó a prepararse para ser entrenador de fútbol en la Escuela Superior de Deportes de Alemania a mediados de los setenta, Nelson Oyarzún Arenas se dedicó a transmitir 45 la idea de que el fútbol chileno necesitaba un cambio: “Dentro de las grandes confusiones en Chile, está esa de creer que el hombre que lleva la pelota hace el fútbol. Mentira, señores. Son los otros los que destapándose continuamente, relevando en todo el campo, van creando espacios y la mecánica. Es el “juegue y vaya”, atentatorio contra la comodidad tan acendrada en el estilo chileno”. Oyarzún murió de cáncer en 1978, y nadie se animó a defender ni a desarrollar su propuesta. Treinta años después la selección de Bielsa empieza a jugar un partido contra Argentina siguiendo al pie de la letra una de las definiciones más recordadas de Oyarzún: hay que jugar al fútbol como si consistiera en tomarse una colina infestada de japoneses. Más que una guerra, Oyarzún lo planteaba como una lucha contra la adversidad. En los dos primeros minutos del partido el Chile de Marcelo Bielsa le muestra sus cartas a la Argentina de Alfio Basile: le quita siete veces el balón (una sola de ellas con falta: Medel contra Diego Milito) y en la primera posesión larga, de veinticinco segundos, un saque lateral en campo propio por la derecha se transforma en un avance por la izquierda de Jean Beausejour, cuyo tiro de larga distancia casi se le meteen un ángulo a Juan Pablo Carrizo. El arquero de la Lazio de Italia se esfuerza para desviar al córner. Ante la ausencia de Juan Román Riquelme, por acumulación de tarjetas amarillas, Basile pretende instalar una línea media de vocación recuperadora (con tres volantes centrales: Javier Mascherano, Cristian Ledesma y Esteban Cambiasso) para que Lionel Messi quede flotando por delante de ellos y detrás de los delanteros para probar suerte con sus diagonales de la muerte. Pero Argentina en vez de recuperar pierde muchas pelotas en un trámite que su entrenador no había considerado: la clave del juego, al menos en el comienzo, está en la presión que ejerce Chile sobre sus jugadores menos aptos para acomodarse en el inicio de la posesión. Fernández y Suazo se turnan para bloquear las salidas por el centro, Orellana es una fiera detrás de Gabriel Heinze cuando este la recibe y Javier Zanetti 46 queda atrapado en el intercambio de posiciones entre Beausejour y González. Argentina no sabe qué hacer cuando tiene la bola en su poder y, ante la duda, Martín Demichelis y Carrizo deciden saltarse el mediocampo con pelotazos largos que buscan a Milito como pivote. Teniendo a Messi en el campo, Argentina se ve forzada a gestionar un juego directo que prescinde de Messi. “Corrían tanto que parecían quince contra once”, dirá Basile después del partido. Corrección: en Chile corren todos y corren bien. En su afán de apurar la maniobra cuando cruza la mitad de la cancha, el equipo de Bielsa pierde precisión en los últimos veinticinco metros, pero, en su beneficio, es ahí donde establece su primera línea de recuperación. Suazo pierde la mayor parte de las habilitaciones que le llegan, pero su despliegue para generar superioridad durante las coberturas de marca en campo contrario provoca una sensación de inseguridad permanente en la defensa argentina. Todo esto es bielsismo puro. Por ejemplo: la noche en que un debutante delantero del Audax Italiano de Chile le arruina la jornada a un experimentado lateral del Real Madrid de España solo es posible en un universo bielsista. Orellana/Heinze, claro, es una manera simplificada de diagnosticar una clave del juego, porque Orellana es él mismo sumado a Carmona e incluso a Medel transitando por la franja derecha para apremiar a Heinze y a Cambiasso (cuando este intenta ayudar a su compañero). A los 15 minutos, después de tres recuperaciones desesperadas de Argentina que no le permiten dar dos pases seguidos, Medel anticipa al Kun Agüero en territorio enemigo, se la toca a Orellana y pasa por su espalda para buscar el desborde, pero Orellana alcanza a ver que González viene entrando al área con buenas posibilidades de ganar en el salto y envía el centro. Las cabezas de González y Nicolás Burdisso chocan en el aire y ambos salen lesionados en una dramática escena. Bielsa ordena el ingreso de Droguett por González, pero Beausejour queda de extremo izquierdo y Droguett pasa a cubrirle la espalda. 47 Orellana ya está calentando su pie derecho. Un par de jugadas después de la reanudación repite el centro y encuentra solo a Contreras llegando por el vértice del área chica argentina. El cabezazo de Contreras sale rozando el horizontal del arco defendido por Carrizo. Cuando le toque comentar el partido, Bielsa hará una evaluación aparentemente emotiva de Estrada, a quien decide utilizar en la posición de volante central. Carmona ya se había consolidado en esa función, desde el duelo contra Bolivia, pero el entrenador le encomienda la misión de jugar como volante por la derecha contra Argentina. Hay que detenerse a pensar en eso: Bielsa, en apariencia, improvisa la organización del juego por esa banda, con un debutante en eliminatorias como Orellana, otro que nunca había jugado tan cerca de la línea de cal como Carmona y un tercero que recién empieza a funcionar como stopper por la derecha como Medel. Los tres serán mencionados por abrumadora mayoría como las principales figuras del partido. Bielsa, sin desconocerlo, destacará el trabajo de Estrada como valor trascendente: “Después de la derrota ante Brasil se decía que Estrada no era un jugador que podía defender (jugó de lateral izquierdo ese día), pero ante Argentina defendió de contención, de lateral y de central, contra Messi, y tuvo una producción satisfactoria. Uno siempre trata de recordar para ser prudente en las apreciaciones”. Estos apuntes tienen mucho que ver con una explicación que Bielsa entregará varios años después, durante su memorable conferencia sobre fútbol en Ámsterdam, acerca de los criterios de elegibilidad de sus jugadores: “El 8 es el jugador más difícil de encontrar. El que defiende como el 6 y ataca como el 10. Es el puesto clave del fútbol porque el 8 se hace extremo, se hace contención y se hace volante ofensivo. A mí en mi equipo me encantaría tener centrales que puedan jugar de volante defensivo y volantes defensivos que puedan jugar de número 8. Jugadores versátiles. Por ejemplo, Matías Almeyda, que era un 8, me gustaba que jugara de 6 porque de 6 se podía hacer 8 si era necesario. Es elegir 48 jugadores por la posesión más que por la recuperación, porque si pones de 6 a un jugador con características de 8 el equipo va a mejorar en posesión. El 80 % de la actividad original del 6 es la recuperación y el 20 % es la posesión. Y yo estoy eligiendo al jugador que va a desempeñar esa posición por una característica que va a afectar al 20-30 % del juego y que en el 70-80 % restante no la va a usar. Pero yo soy de la idea de que cuanto mejor sea la posesión menos tiempo vamos a pasar recuperando, así que siempre acabo optando por poner a defender a alguien que juega muy bien”. El reposicionamiento de Estrada y Carmona, el 6 y el 8 de Chile ante Argentina, si se hace una interpretación desde la lógica administrativa del balón propuesta por Bielsa, es una maniobra muy arriesgada del seleccionador, sobre todo porque Estrada llega cuestionado y el sector donde le toca moverse es la zona que Basile le confía inicialmente a Messi. A los 29 minutos, de hecho, Messi recién puede entrar al área chilena tras eludir a Estrada en la zona de mediocampo y provocar una condición de ruptura que le permite avanzar con pelota dominada para buscar la asociación con Agüero. El oportuno cierre de Contreras y Ponce evita que Messi quede en situación de remate. La repentina activación de Messi y su entusiasmo por incorporarse al ataque de su equipo, sin embargo, le transfieren el control del juego al exquisito pie izquierdo de Estrada, al generarse una brecha de veinte metros entre el circuito ofensivo argentino (Milito/Agüero/Messi) y su mediocampo recuperado (Mascherano/Ledesma/Cambiasso). Los próximos minutos definen la historia del partido, con Estrada libre para ofrecerse como primera opción de pase en dos etapas cruciales de la posesión. Por delante de la línea del balón: para recibir la habilitación en la salida de la defensa. Y por detrás de la línea del balón: para recibir la descarga de los delanteros cuando es necesario resetear la jugada. Hay que mirar entonces lo que ocurre a los 35 minutos, después de un tiro libre de Fernández que 49 hace sudar frío a Carrizo. El arquero de Lazio ejecuta un saque largo desde atrás. Es lo que se llama juego directo, en una de sus variantes más rudimentarias: saque de valla/pelotazo largo. El famoso presentador de televisión Marcelo Tinelli en sus años como relator de fútbol decía toscamente “pum para arriba” al referirse a esta familia de jugadas. Sesenta metros más allá, en el campo de Chile, Milito intenta pivotear para Messi o Agüero, que no andan cerca, pero llega a bloquearlo Droguett y la pelota le queda a Ponce. Ponce, con Agüero encima, se la pasa a Carmona, quien la retrasa para Medel, en el límite del área grande. Agüero lo persigue. ¿Está por ahí el arquero de Chile? Sí, de hecho, la pide, pero Medel hace una cachaña: juega el balón por detrás de la pierna izquierda con la derecha. Agüero pasa de largo. Contreras se abre hacia el lateral izquierdo. Medel