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ÍNDICE
Prólogo
I 
Marcelo Bielsa La nobleza de los recursos
II 
Jorge Sampaoli Protagonismo y rebeldía
III
Juan Antonio Pizzi La generación dorada
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Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso
escrito del editor. Todos los derechos reservados.
© 2017, Esteban Abarzúa
Diseño: Ian Campbell
Derechos exclusivos de edición
© 2017, Editorial Planeta Chilena S.A.
Avda. Andrés Bello 2115, 80 piso, Providencia, Santiago de Chile
1ª edición: septiembre de 2017
Registro N°282.275
ISBN Edición Impresa: 978-956-360-379-8
ISBN Edición Digital: 978-956-360-405-4
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
5
http://www.ebookspatagonia.com
mailto:info@ebookspatagonia.com
A
Rodelindo Román de San Joaquín
Críspulo Gándara de Hualpén
Arauco de Tocopilla
Sabino Aguad de Conchalí
Juventud Nueva Esperanza de Puente Alto
Villa Los Carmelitos de Estación Central
Los Acacios de Buin
Internacional de Renca
Huracán de Maipo
Julio Covarrubias de Padre Hurtado
Unión Santa Elena de Valparaíso
Real Dínamo de San Joaquín
La Tetera de Quillota
Atlético Torino de San Antonio
Villa Linda de Viña del Mar
El Rayo de Quintero
Guacolda de Lautaro
Guacolda de Angol
Libertad de Iquique
Sportiva Italiana de Iquique
Defensor de Renca
Villa Caupolicán de Lo Prado
Caupolicán de Valparaíso
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No hay nada nuevo. Solo hay cosas viejas
que estaban olvidadas.
Dante Panzeri
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PRÓLOGO
Totaalvoetbal
Jimmy Hogan
Hugo Meisl Gusztáv Sebes
Rinus Michels Arrigo Sacchi
Pep Guardiola
Johan Cruyff Louis van Gaal
Marcelo Bielsa
Jorge Sampaoli Juan Antonio Pizzi
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I
MARCELO BIELSA
LA NOBLEZA DE LOS RECURSOS
7 de septiembre de 2007 / 22 de enero de 2011
Bielsificación
En 1955, cuando Willy Meisl escribió Soccer
Revolution, el mundo había visto dos grandes guerras y
dos equipos de fútbol realmente buenos, de esos cuya
forma de jugar se puede recordar durante toda una
vida: el Wunderteam o Equipo Maravilla de Austria y
el Aranycsapat o Equipo Dorado de Hungría. Hermano
menor del legendario seleccionador austriaco Hugo
Meisl, Willy pronosticó entonces un fútbol del futuro
en el que predominarían los jugadores polivalentes y la
recuperación del balón en todos los sectores del campo.
Estas selecciones nacionales surgieron en la
denominada Escuela del Danubio, con la influencia de
Jimmy Hogan, un genio inglés subestimado en su país
por su estrafalaria ambición de convertir el fútbol en un
poco varonil juego de pases. Mientras Inglaterra se
resistía a practicar aquel estilo más científico o
combinativo que tuvo su origen en los albores del
fútbol escocés —fundamentalmente porque contradecía
los ideales victorianos del deporte—, Hogan encontró
mentes abiertas y piernas dispuestas en el centro de
Europa para practicar el tipo de fútbol que él
imaginaba.
Hugo Meisl fue, de hecho, el primer discípulo de
Hogan en Viena y su selección de Austria sería
reconocida como el primer equipo de la historia que
logró controlar el juego a través de la posesión. “El
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fútbol se convirtió casi en una exhibición, en una suerte
de ballet competitivo en el cual anotar goles no era
mucho más que una excusa para el tejido de centenares
de diseños intrincados”, escribió Brian Glanville acerca
del fenómeno en Soccer Nemesis, también publicado en
1955. A esa altura los ingleses ya tenían claras las
razones de su fracaso en el Mundial de 1950, donde
solo vencieron a Chile, y en el denominado “Partido
del Siglo”, en el que Hungría los goleó 6-3 en
Wembley, el 25 de noviembre de 1953.
Cuando los mágicos magiares le dieron esa histórica
lección a Inglaterra, Gusztáv Sebes, su entrenador,
sorprendió a todo el mundo al endosar los méritos de la
victoria: “Jimmy Hogan nos enseñó todo lo que
sabemos del fútbol. Cuando la historia de nuestro
fútbol sea contada su nombre debería ser escrito con
letras de oro”.
Hogan proponía que la pelota hiciera la mayor parte
del trabajo en el juego, como una superación del estilo
de correr y patear que dependía del despliegue físico y
de una técnica más bien rudimentaria de los jugadores
que consistía en pegarle fuerte y bien al balón para
dirigirlo sin tardanza hacia el arco contrario. Su ideario
está bien resumido en La pirámide invertida, de
Jonathan Wilson: privilegiar el pase antes que las
acciones individuales y desarrollar la técnica de los
jugadores para perfeccionar el control y las
combinaciones rápidas. También admitía el pase largo,
siempre y cuando no se practicara como un rechazo de
la defensa sin intención preestablecida. “No era un
evangelista del juego de pases cortos fundamentado en
una noción quijotesca del bien y el mal: sencillamente
creía que la mejor manera de ganar los partidos era
retener la posesión”, advierte Wilson sobre Hogan, en
su obra crucial sobre la historia de la táctica en el
fútbol. Su trabajo en Austria, Suiza y Hungría dejó
raíces profundas y sus continuadores mantuvieron
encendido el fuego durante más de un siglo. El Brasil
de 1970, la Naranja Mecánica de Rinus Michels y el
Barça de Pep Guardiola son algunas de las leyendas
que se cocinaron a fuego lento en ese molde que en
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Holanda encontraría su nombre definitivo a comienzos
de los años setenta: totaalvoetbal. El “fútbol total”.
Hay muchas entradas previas al fenómeno, varias de
ellas aparentemente independientes de la influencia de
Hogan en el centro de Europa. Por ejemplo, el
desarrollo de un modelo soviético de colaboración y
pases en el Dínamo de Moscú, bautizado como
passovotchka durante una gira por el Reino Unido en
1945, y la implementación de la marca zonal y el
pressing en el Dínamo de Kiev de Viktor Maslov, el
primero en intentar la recuperación ordenada de la
pelota mediante un estilo de juego. Michels sistematizó
estas ideas en Ajax y la selección de Holanda. El
desarrollo cruzado y no necesariamente lineal de estas
influencias es tema de debate en Europa, ya que la
teoría de La pirámide invertida es más bien una
simplificación que invita a encontrar una solución de
continuidad entre Meisl, Sebes y Michels, pero los
triunfos de algunos y las derrotas de otros prepararon el
advenimiento del “fútbol total”, que en pocas palabras
define a un equipo capaz de tener el balón tanto como
sea necesario y de presionar al rival en cualquier sector
del campo para recuperarlo, para lo cual, en las dos
posibilidades agonísticas del juego —posesión y
recuperación—, los jugadores pueden moverse fuera de
su posición e intercambiar roles con sus compañeros
para mantener la estructura. Ahí está la gran promesa
del “fútbol total”: el movimiento como garantía
estructural de un equipo, la organización del desorden.
En rigor, los equipos de Michels no desarrollaron al
máximo esa utopía que ya había anticipado Willy
Meisl, pero dejaron planteada su hipótesis universal en
partidos inolvidables.
La dificultad narrativa del fútbol tiende a reducir su
esplendor en unas pocas situaciones de juego que
terminan en gol. De hecho, toda la belleza del fútbol
holandés se ha querido resumir en el primer gol de la
final de la Copa del Mundo de 1974 contra Alemania,
en esa jugada inicial de diecisiete pases que terminó
cuando Johan Cruyff fue derribado en el límite del área
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por Uli Hoeness, penal que luego sería convertido por
Johan Neeskens. Lo evidente permite apreciar cómo
hacían circular la pelota sin que el adversario tuviera la
más mínima opción de pellizcarla, pero incluso esa
mirada desatiende la elaboración que hizo todo el
equipo para dejar a Cruyff de último hombre en la
defensa mientras los zagueros centrales se desmarcaban
para pasar al ataque, partiendo Cruyff desde el círculo
central para desestabilizar a los alemanes en una
maniobra individual que lo llevó a colarse entre Berti
Vogts y Hoennes antes de que este último le cometiera
la falta. El virtuosismo holandés, en el fondo, suele
traducirse como un equipo que jugaba lindo y que
además figura entre los grandes derrotados de la
historia del fútbol a causa de lasdos finales perdidas
frente a Alemania y Argentina. Cada veinte años el
fútbol se empecinaba en mostrar el fracaso de una
revolución: Austria en 1934, Hungría en 1954 y
Holanda en 1974. El tiro de Robbie Rensenbrink en
Buenos Aires en los últimos minutos de la final de
1978 pudo cambiar el paradigma en los descuentos,
aunque Michels y Cruyff ya no estaban en el equipo,
pero al pegar en el poste y privar a la Naranja
Mecánica de un merecido título dejó constancia de una
necesidad más que de una deuda: el “fútbol total” tenía
que seguir creciendo.
Marinus Jacobus Hendricus Michels dijo que se
había inspirado en el Brasil de 1970 para darles forma
definitiva a sus principios en el Ajax de Ámsterdam. Y
no se fijó precisamente en la estética del juego
brasileño, con la cual arrolló en el estadio Azteca al
catenaccio de Italia, sino en su eficiencia para
reagruparse en posiciones defensivas y recuperar el
balón. En la cancha estaban Pelé, Gerson, Tostão,
Rivelino y Jairzinho, la insólita poesía de los cinco
diez, pero el entrenador de Ajax admiraba el
dispositivo de Mario Zagallo para que el famoso
Scratch recuperara la bola sin sufrir: “Fue el primer
equipo de la historia en comprometerse totalmente en
defensa”. Con eso no quería decir que Pelé se
replegaba en el mediocampo a corretear rivales, sino
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que una vez perdida la posesión Brasil se ordenaba
como equipo en su propio sector para copar posiciones
y cerrar espacios.
A esa altura el Dínamo de Viktor Maslov ya había
desarrollado la marcación moderna en Kiev, que
obligaba al jugador a participar activamente en la
recuperación, sin importar su puesto y no solo cuando
el balón pasaba cerca suyo. Pero con el Brasil de
Zagallo, tan lúcido y orgulloso con la bola en su poder,
Michels entendió que los futbolistas talentosos debían
sumarse de una manera constructiva a las tareas
defensivas. ¿Cruyff, sin duda uno de los mejores
gambeteadores de la Eredivisie1, podría
comprometerse con el equipo a tal punto que él mismo
se viera forzado a perseguir oponentes? Michels
resolvió el problema al revés de Zagallo: cuando su
equipo perdiera la pelota no volvería atrás, sino que
intentaría recuperarla de inmediato en el campo
contrario y con tantos jugadores como le fuera posible.
Daniel Carnevali, arquero de la selección argentina
en 1974, recordaría por siempre ese partido en
Gelsenkirchen en el que Holanda le hizo cuatro goles.
Hubo un momento en que se le acercó el central
Roberto Perfumo, al notar que tardaba más de la cuenta
en reiniciar el juego tras un ataque holandés. “Apura”,
le gritó el Mariscal, molesto porque estaban perdiendo.
“Tranquilo, que nos la quitan muy rápido”, le
respondió Carnevali.
Esa Holanda de Michels agobiaba a sus rivales
porque sabía qué hacer para tener más tiempo la pelota
en su poder. Ya en el debut contra Uruguay, en
Hannover, confundieron a los celestes con una brutal
circulación de balón y una recuperación de la iniciativa
casi automática. Poco después de que Johnny Rep
abriera la cuenta a los 16 minutos se dio un frustrado
contragolpe uruguayo en el que Pedro Rocha, asediado
por la marca, debió retrasar la acción hacia Ricardo
Pavoni. El Chivo, al ver que la manada holandesa
intentaba capturarlo, volvió a tocar hacia atrás, donde
estaban los centrales. Entonces el avance masivo de la
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Naranja Mecánica, como una ola que está entrando en
la playa, dejó a seis jugadores uruguayos en posición
de adelanto, incluido el número 18, Walter
Mantegazza, receptor inútil de una jugada que
constataba el choque inevitable entre lo antiguo y lo
nuevo en el fútbol. Fue, probablemente, el primer
achique de espacio organizado que practicaba una
selección en los mundiales de fútbol.
Por supuesto, era imposible que un equipo estuviera
tácticamente preparado para hacerles frente en ese
momento. La persecución más vistosa de Holanda se
dio contra Argentina, tras un tiro libre de Perfumo que
pegó en la barrera y cuyo rebote le cayó, varios metros
más atrás, a Ramón Heredia. De los ocho holandeses
que había en la barrera uno quedó en el suelo por el
pelotazo de Perfumo y los otros siete salieron volando
hacia donde estaba Heredia para ejercer presión sobre
él, aunque dos de ellos se frenaron a mitad de camino y
se acoplaron con la marca de dos argentinos que se
descolgaban para recibir una eventual habilitación.
Apremiado por cinco holandeses, Heredia le entregó
mansamente el balón a Rensenbrink.
Holanda fue el primer equipo que intentó recuperar
el balón de manera salvaje. Con el tiempo,
equivocadamente, se quiso definir el “fútbol total”
como una escuela romántica, con tendencia a la
posesión insulsa del balón y un supuesto desprecio por
los resultados de los partidos, pero ya, desde su origen,
incluso desde el denominado vals de los austriacos en
1934, estos equipos se ordenaron para ganar. Willy
Meisl bautizó a la selección de su hermano Hugo como
“el Remolino del Danubio”.
Las derrotas paradigmáticas de Holanda y el
posterior cataclismo del alegre Brasil de Telê Santana
en 1982 difundieron la hegemonía de un fútbol
sospechosamente calificado de inteligente, detrás de
cuya chapa se escondía la verdadera motivación: el
miedo a perder. Los que jugaban con tres delanteros
empezaron a jugar con dos y los que jugaban con dos
decidieron probar suerte con uno solo. ¿El resto? A
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picar piedras y construir murallas. Pero el desarrollo de
las tácticas defensivas, proclamadas como fútbol
equilibrado por sus partidarios, no hizo más que
incentivar la búsqueda de soluciones entre los viudos
de Rinus Michels. Entre las distintas ramas del árbol
genealógico del “fútbol total” surgieron las
herramientas necesarias para resolver su gran dilema:
por qué atacar tanto si con un gol basta para ganar.
Arrigo Sacchi, Johan Cruyff y Louis van Gaal son las
figuras más reconocibles de aquel periodo de transición
que se encontró con un inesperado punto de inflexión
en la solitaria figura, al borde de la anomalía, del
seleccionador argentino Marcelo Bielsa. Sacchi elevó
las maniobras de recuperación de balón al nivel de
espectáculo en el Milan; Cruyff, desde su elegancia,
siguió explorando en la banca de Barcelona las
posibilidades ofensivas de la escuela holandesa y Van
Gaal logró montar una articulación sustantiva de ambos
en el último Ajax legendario. Bielsa hizo un resumen
sudamericano de estas ideas y les añadió una
dimensión considerada impracticable hasta entonces en
el plano de las estrategias, incluso entre los adeptos del
“fútbol total”: si el equipo debe recuperar el balón lo
más pronto posible para llegar al arco contrario tantas
veces como pueda, que lo haga en todo momento como
si ese partido fuera el último de sus vidas.
Emocionalmente, era un paso lógico del “fútbol total”
en la cabeza de Bielsa: “Todo está permitido, menos
dejar de luchar”.
El 15 de noviembre de 2012, en un artículo
publicado por The Guardian, Jonathan Wilson se
preguntaba “¿por qué se anotan más goles en el
fútbol?”, tomando en cuenta la tendencia al alza de los
promedios en el fútbol europeo. Según el autor inglés,
la causa probable de aquel fenómeno era el Open Play
estimulado por Bielsa y los diversos desarrolladores de
su línea futbolística, entre los cuales destacaba a Josep
Guardiola y Jorge Sampaoli. Los pases se habían
puesto de moda nuevamente, mientras los registros de
faltas y tacles disminuían a niveles inesperados.
Wilson, de hecho, encontró una palabra para describir
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los nuevos aires del fútbol. Bielsafication: “El fútbol,
en los últimos dos años, ha pasado por un proceso de
bielsificación. En el nivel más alto, prácticamente todo
el mundo ahora intenta recuperar la pelota muy arriba
en la cancha y trata de marcar con transiciones
rápidas”. El periodo indicado tiene como referencia
fundamental la influencia en el juego de la selección
chilena y el Athletic de Bilbao bajo su conducción. Sin
ganar él mismo un título que lo hiciera visible entre los
entrenadores más exitosos del mundo, Bielsa se había
ganado por fin un espacio entre los grandes estrategasde la historia. Barcelona, España, Alemania e incluso
Chile lograron ser campeones perfeccionando el ideario
que a él lo llevó a un fracaso épico cuando dirigió a
Argentina en el Mundial de 2002.
La aventura europea de Bielsa en Bilbao y Marsella
en principio demostró dos cosas: que el Loco no estaba
tan loco —en el sentido de que sus equipos
funcionaron— y que su antiguo dogmatismo —en
realidad una caricatura auspiciada por sus detractores—
ya era una etapa superada en su biografía. Fuera del
campo siguió arremetiendo contra los molinos de
viento, pero sentado en la banca o en el famoso baúl de
las bebidas energéticas del Olympique se adaptó a los
nuevos desafíos tácticos del Viejo Continente. Un
equipo suyo jamás se defendería en campo propio de
manera consciente, pero terminó aceptando la
formación perfeccionada por el portugués José
Mourinho en su disputa dialéctica contra el Barça de
Guardiola.
El pragmático 4-2-3-1 de Mou era una agresiva
respuesta a la familia de ideas con las que Bielsa
simpatizaba y, sin embargo, empezó a probar también
el doble pivote y los delanteros exteriores, que podían
funcionar al mismo tiempo como extremos retrasados o
como sus queridos wings bien abiertos. La
interpretación de Bielsa, por supuesto, era muy distinta
a la de Mourinho, aunque ambos son partidarios de un
fútbol más transicional. Cómodo con el repliegue bajo
y el contraataque si el partido se lo exigía, el portugués
se convirtió en el máximo refutador de la posesión de
16
balón en la historia del fútbol, aunque sus grandes
equipos, para ser francos, solo cedían el protagonismo
de manera desvergonzada en las finales y en los
partidos que definían campeonatos. El argentino, en
cambio, jamás negociaría su deseo jugar la mayor parte
del juego en el territorio enemigo, aunque tarde o
temprano lo alcanzaran las sombras de la derrota.
Ese es el Marcelo Bielsa que les habló de la
injusticia a sus jugadores en el camarín del estadio
Velódromo después de un empate sin goles contra
Lyon, entonces líder de la Ligue 1 con cuatro puntos de
ventaja sobre Marsella. El Olympique de Bielsa se
estrelló una y otra vez contra el muro defensivo de
Lyon y hasta tuvo un gol legítimo en la cabeza de
Lucas Ocampos, que fue mal anulado pese a que la
pelota cruzó claramente la línea de sentencia. “Si
ustedes juegan así como jugaron hoy, de aquí al final
del campeonato van a tener el premio que merecen. Yo
ahora sé que nada los serena porque se mataron por el
partido, lo merecieron y no lo consiguieron. Acepten la
injusticia, que todo se equilibra al final. Faltan nueve
fechas. Si nosotros jugamos así las nueve fechas, no les
quepa duda de que van a tener la respuesta que
merecen. Aunque les resulte imposible, no reclamen
nada. Traguen veneno”, les dijo Bielsa. Dos partidos
después jugaron así, como les pedía su entrenador,
contra Paris Saint-Germain. Era otro duelo clave de la
lucha por el título y perdieron 3-2 porque, después de
todo, Marsella había invertido varios cientos de
millones euros menos que sus adversarios. Pese a todo,
nadie podía acusarlos de no haber tratado de vencer a
los poderosos.
En el currículo de Bielsa también se puede hacer una
lectura del carácter revolucionario de su obra, después
de su autodenominado fracaso con Argentina: Chile,
Bilbao, Marsella y Lille son nombres de equipos de
fútbol para dar la pelea desde abajo, pero con orgullo.
Un orgullo que él mismo ayudó a reconstruir donde fue
necesario. Su regreso a Europa con la experiencia
chilena en la maleta insinúa además un proceso de
colonización invertida desde Sudamérica, porque
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Bielsa es inevitablemente sudamericano, y el punto
central de su proyecto está en la batalla contra la gran
mentira del resultadismo en el fútbol, detrás del cual se
esconde el infame, desmoralizador y dañino miedo a
perder. ¿De qué les sirve a los equipos que son como
Chile jugar con miedo a perder cuando justamente no
tienen nada que perder? La bielsificación también se da
a partir de lo emocional: cualquiera puede practicar ese
tipo de fútbol.
El jardín y las flores
La Gazzetta dello Sport destacó el juego de la selección
sub-23 de Chile en el Torneo Esperanzas de Toulon de
2008. Italia le ganó 1-0 al equipo dirigido por Marcelo
Bielsa en la final, pero el principal diario deportivo de
la península advirtió que la lluvia, el estado del campo
y el tiro de Pedro Morales que dio en un poste en el
minuto 92 conspiraron contra el buen juego de los
chilenos: “El trabajo de Bielsa debería ser mostrado a
los entrenadores italianos. La ocupación del espacio es
perfecta, todos se mueven en sincronía”. Al final del
encuentro, el técnico Pierluigi Casiraghi se acercó para
saludar a Bielsa con un apretón de manos, pero este lo
reprendió por la forma en que Italia decidió jugar el
partido. “Eso no es fútbol, eso no es fútbol. Todo
pelotazos al 9: eso no es fútbol. Ustedes todo por
arriba. Eso no es jugar, eso no es jugar”, le dijo el
Loco, obviamente ofuscado porque el adversario
privilegió el resultado por encima del espectáculo en un
certamen sin mayor importancia. No tenía sentido jugar
así en un torneo que no está pensado para levantar la
copa, sino para darles una oportunidad a las promesas
del futuro.
Casiraghi solo atinó a mirarlo con una sonrisa
nerviosa, desconcertado por esa versión de Marcelo
Bielsa que sin duda ha generado controversia y
apasionados debates sobre la dimensión ética del fútbol
en todos lados. Sus críticos incluso levantan la
hipótesis de que acomoda el discurso para justificar las
18
limitaciones de sus equipos cuando le toca hablar desde
la derrota. Casi como si le gustara perder, sostienen con
desdén.
El argentino no pierde oportunidad para fijar su
postura, como esa vez en que, a poco de haber llegado
a Marsella, le preguntaron por el amor incondicional
que a esa altura ya le profesaban los seguidores de su
nuevo club: “No podemos estar seguros del fanatismo
que me tienen los hinchas si todavía no tuve grandes
errores. Las adhesiones se verifican en el fracaso y yo
todavía no fracasé con este equipo”.
La pedagogía de la derrota es piedra angular de la
filosofía de Bielsa. El momento que eligió en Chile
para articular por primera vez su discurso sobre la vida,
la felicidad y el respeto es significativo. En agosto de
2009, ante la inminencia de la clasificación al Mundial
de Sudáfrica, decidió bajarse del carro de la victoria.
Dio a entender que sus pasos no conducían a la gloria,
sino a la superación, y que su trabajo consistía en
identificarse con los sueños de otros para
administrarlos como un relato personal, a través de una
épica y una ética del deseo. He ahí el escenario en el
que Bielsa libró sus batallas más importantes de Chile:
contra el exitismo. “La relación éxito-fracaso ha sido
una cuestión central en mi vida. He reflexionado
mucho sobre lo que significa triunfar y lo que significa
fracasar. Como primera medida yo creo que éxito y
felicidad no funcionan como sinónimos. Hay gente
exitosa que no es feliz y hay gente feliz que no necesita
del éxito. Y la obligación que tiene todo ser humano es
rentabilizar sus opciones para ser feliz. Entonces
nosotros deberíamos aclararle a la mayoría que el éxito
es una excepción, no un continuo. Un amigo en México
me habló del heroísmo del obrero, sin ningún afán
político ni sectorial. Me dijo: este sí que es fuerte, se
levanta cuando los hijos duermen y regresa cuando los
hijos duermen. La producción se mide en función de
las posibilidades, no exclusivamente en función de los
logros. Tiene que haber una relación entre lo que una
persona posee antes de empezar y adónde llega. Pero
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nosotros estamos acostumbrados a valorar solo al que
llega más arriba”.
Para el discurso de Bielsa lo importante no es la
meta, sino el viaje, aunque esa definición todavía no es
suficiente para contener sus ideales. El viaje no es
cualquier viaje: lo que se persigue es un sueño y a
nadie le está prohibido soñar, especialmente a los que
tienen menos.
Aquí se instala un fenómeno que no se dio conningún otro de los grandes entrenadores: uno nunca
sabe si solo estamos hablando de fútbol cuando
hablamos de Bielsa. Sus partidos también podrían ser
relatos en un libro de Osvaldo Soriano o Nick Hornby,
aunque la densidad de su mensaje lo desarrolla como
un personaje inclasificable, distante en la mirada,
siempre pegada al piso, y cercano al mismo tiempo en
el contenido, conectado con las angustias de su
generación. Su figura es como la de Obi-Wan Kenobi
en la trilogía original de Star Wars al desarrollar un
protagonismo de segunda fila, elegido, estoico y
reflexivo. Acerca de su obsesión ética, Jorge Valdano
escribió que su personalidad excesiva cuaja bien en el
fútbol porque a este le encantan las exageraciones: “Se
trata de un entrenador para todo equipo que aspire a la
grandeza, porque allí donde no llega el dinero tienen
que llegar las ideas, y las de Bielsa son originales y
potentes”.
Toda vida contiene en sí misma los elementos
necesarios para su propia refutación. Detrás de lo
aparentemente sólido siempre se puede encontrar
alguna grieta porque, después de todo, el aprendizaje
solo es posible a partir de los errores, propios o ajenos.
El bielsismo de esta afirmación nos enfrenta entonces a
su consecuencia más lógica: Bielsa tampoco es
infalible. En Argentina, una luz de almacén, el abogado
Rafael Bielsa cuenta una anécdota reveladora sobre la
personalidad de su hermano Marcelo, a partir de una
llamada telefónica que este le hizo un día 28 de
diciembre a las once y media de la noche. La
conversación empezó con una pregunta inesperada: si
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se acordaba de cuando el 31 de mayo de 1998 le dedicó
fraternalmente el título obtenido con Vélez Sarsfield en
Argentina, durante el programa Fútbol de Primera. El
Loco le confesó que estaba arrepentido de la
dedicatoria: “Tengo tres razones. La primera es que
uno no debería disponer de la totalidad de lo que solo
es parcialmente propio. Aquella noche, campeones
habíamos salido todos, los jugadores y yo, de manera
tal que al haber estado ausente del programa el plantel
completo, yo no debí apropiarme de ninguna manera de
lo que no era mío. La segunda razón es que si una
dedicatoria contiene un sentido eminentemente
personal, ya que uno expresa un sentimiento íntimo, de
dicho modo debería hacérsela llegar al destinatario, y
no por televisión. En tercer lugar, uno no debe dar al
periodismo una herramienta tan poderosa como el
conocimiento de la propia emotividad desnuda. Si
todos los que acceden a ella le fueran a dar el trato que
merece un sentimiento noble, podría ser, pero no hay
garantías, no hay garantías”.
Ese Bielsa que en Newell’s le prometía dejarse cortar
un dedo al zaguero Fernando Gamboa si le aseguraban
ganar un clásico contra Rosario Central no deja de ser
una caricatura elaborada a partir de una frase real y al
mismo tiempo impracticable (y, sin embargo, tan citada
en todas partes para explicar sus obsesiones: un chiste
de camarín convertido en definición psicológica de un
entrenador de fútbol). ¿En verdad repetimos la historia
del dedo que se iba a cortar Bielsa teniendo en cuenta
que la promesa era absurda?
Bielsa cree en las propiedades curativas y
pedagógicas de la derrota, pero todo lo que hace en su
vida está orientado a ganar, lo cual, ya está dicho, no
implica que el objetivo refute la nobleza de los recursos
empleados. Jamás suscribirá la teoría de ganar como
sea, pero aquí también se equivocan quienes suelen
idealizar su figura. Bielsa no come vidrio ni camina
sobre brasas ardientes. En el Mundial de Sudáfrica,
contra España, Chile se permitió dejar de cargar contra
el rival en el segundo tiempo porque el 2-1 en contra le
concedía la posibilidad cierta de clasificarse a la
21
siguiente ronda, considerando que tenía un hombre
menos en la cancha tras la tarjeta roja a Marco Estrada
en el primer tiempo. “El trámite nos llevó a un
conformismo instintivo con el resultado”, dijo Bielsa
en su análisis posterior al partido, justificando el
mecanismo utilizado para conseguir el objetivo. No se
iba a quedar botado en la primera ronda de un Mundial
como en 2002, ahora incluso con seis puntos.
Algo similar ocurrió durante las eliminatorias en el
encuentro contra Ecuador en Quito, donde la Roja tuvo
que remar en desventaja desde la expulsión de Ismael
Fuentes a los 18 minutos de juego. ¿Qué hace en estos
casos un supuesto kamikaze de la estrategia? Bielsa
ordenó la entrada de Pablo Contreras para suplir el
vacío que dejó Fuentes, retiró del campo a Matías
Fernández y le pidió a Alexis Sánchez que se
enganchara en el mediocampo para no perder del todo
la posibilidad de llegar al arco contrario. Ecuador, sin
embargo, tomó el control absoluto del partido y Bielsa
se vio obligado a reorganizar sus piezas en el segundo
tiempo. El cambio más llamativo fue el de Pedro
Morales por un agotado Humberto Suazo, a los 57. No
tanto por la sustitución en sí, que pretendía reducir la
superioridad del adversario en la zona en que se inician
las transiciones de la defensa hacia el ataque, sino por
la posterior explicación del entrenador tras la derrota
(1-0 con gol de Cristián Benítez a los 70), incluyendo
en ella a Jorge Valdivia, un jugador que finalmente no
entró a la cancha: “Después de que Ecuador convierte,
extrañé a Valdivia, pero la decisión de poner a Morales
la había tomado tratando de no ser derrotado. En el
segundo tiempo me di cuenta de que no íbamos a ser
capaces de mantener lo que hicimos en la segunda
mitad del primer tiempo y tomé la decisión de
conservar el empate. Hice un cambio para equilibrar
físicamente el partido. Me di cuenta de que los
defensores tenían que atacar y los atacantes defender.
Esa idea fue deshilachando al equipo. Necesitábamos a
un jugador dinámico que mantuviera su calidad de
volante ofensivo”.
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La historia de Bielsa como obsesivo del fútbol hay
que situarla entre las dos grandes coordenadas
filosóficas del fútbol argentino: Menotti y Bilardo.
Vivió su breve carrera como futbolista durante los años
de gloria de César Luis Menotti, quien revivió el viejo
romanticismo de la escuela porteña con Huracán en
1973, quizás el equipo más vistoso en Argentina desde
La Máquina de River, y luego consagró sus ideas en el
Mundial de 1978. Menotti vistió con ropas nuevas eso
que los antiguos argentinos llamaban “La Nuestra”.
Pero después, como si el azar hubiera querido poner a
prueba sus convicciones, Bielsa enfrentó su etapa de
formación como entrenador bajo la contrarrevolución
de Carlos Salvador Bilardo, hijo favorito del
resultadismo que practicó el Estudiantes de La Plata de
Osvaldo Zubeldía y promotor de un modelo funcional
que apostaba a aprovechar las debilidades del
oponente. Entrevistado en 2003, el escritor Roberto
Fontanarrosa describió las consecuencias de aquella
insólita conjunción en el cerebro de un ser humano:
“Pensándolo bien, Bielsa tiene la obsesión de Bilardo y
el estilo ofensivo de Menotti. La mezcla tiene algo de
esquizofrénica, ¿no? En todo caso, reúne lo mejor de
cada uno”.
Los estereotipos, sin embargo, no alcanzan a
describir correctamente el proceso que determinó la
mejor década en la historia del fútbol argentino, entre
los Mundiales de 1978 y 1986.
Si bien el Flaco Menotti pregonó la dimensión
estética como objetivo final del juego, a partir del
talento del toque y la gambeta, también fue uno de los
primeros entrenadores de Sudamérica que
implementaron el novedoso achique holandés de 1974,
lo cual obligaba a sus jugadores a realizar un esfuerzo
adicional que no coincide con la mirada meramente
bohemia que se tiene del menottismo. Esa herramienta
defensiva debe ser valorada entre las variables que le
permitieron ganar el Mundial de 1978. De Bilardo,
asimismo, se dice que priorizó los mecanismos
defensivos en sus equipos, a través de especialistas
como los stoppers, pero eliminó un defensa para
23
sumarlo al mediocampo y formar una oncena con tres
zagueros, cinco volantes y dos delanteros (3-5-2),
siendo reconocido como uno de los creadores de dicho
esquema junto al alemán Sepp Piontek,en la selección
de Dinamarca.
En Argentina también se les llama conceptualistas a
los partidarios de Menotti, porque advierten que el
estilo no se negocia; y tacticistas a los seguidores de
Bilardo, dado que suscriben la necesidad de adaptarse
de manera permanente a la propuesta del rival. El
intercambio de diatribas entre ambos bandos,
originados fundamentalmente en los celos
profesionales de dos genios que se resistieron a
coexistir, llegó a insinuar que se trataba de dos formas
irreconciliables de concebir el juego. Bielsa probó que
esa guerra, que consumió a Argentina después de
México 86, no era más que una falacia. Menotti y
Bilardo no solo eran compatibles, sino que en la mezcla
residía el futuro del fútbol. Algo de eso había en la
frase recogida por Ariel Senosiain en Lo
suficientemente loco, la primera biografía de Bielsa:
“Pretendo que mis jugadores se argentinicen para
gambetear y se europeícen para desmarcarse”. El Loco,
en el fondo, recogió el deseo de uno y el método del
otro, porque se puede tener un estilo propio y al mismo
tiempo preocuparse de neutralizar al adversario cuando
lo que se persigue es el protagonismo y la recuperación
temprana del balón.
¿Estamos jugando siempre para llegar al arco
contrario? Tengamos el balón, pero recuperémoslo
entonces cuando más nos convenga, lo antes posible.
Bielsa es un menottista que se bilardizó. Una vez,
después de analizar muchos videos, le pidió a Norberto
Scoponi, a la sazón arquero de Newell’s, que se
dedicara a sacar la pelota hacia el lateral a la altura de
la mitad de la cancha porque se había dado cuenta de
que el rival de turno tendía a complicarse con la
posesión al ejecutar el respectivo saque de banda.
Scoponi tuvo que aguantarse ante las pifias de la
hinchada, que no entendía su insistencia en tirar la bola
fuera. Después el arquero explicó en una entrevista que
24
era una petición específica de su entrenador: perder el
balón para recuperarlo en una zona incómoda para el
oponente.
Lo de Scoponi era una táctica que demostraba la
inteligencia de su creador, pero uno podría preguntarse
qué tipo de espectáculo había en esa jugada tan propia
del rugby y del fútbol americano. Desde lo estético, no
hay mayor diferencia con el típico rechazo de un
rústico zaguero que prefiere mandar la pelota a la
tribuna en vez de salir jugando. El supuesto antifútbol
de Zubeldía en Estudiantes de La Plata descubrió varias
estratagemas futbolísticas similares, más allá de las
tretas que adicionalmente le achacaron a su leyenda.
Estudiantes patentó las jugadas de balón detenido para
sacar beneficios en córners y tiros libres, que hoy son
indispensables en cualquier manual de entrenador, pero
también inventó acciones destinadas a interrumpir el
juego de manera intencional, como la falta táctica en el
mediocampo y la trampa del offside.
El propio Zubeldía, en su libro Táctica y estrategia
del fútbol (1965), describió el offside provocado como
un “juego de astucias entre delanteros de un equipo y
defensores del otro” y además explicó, en un apartado
sobre la técnica, justo después de hacer una reseña
sobre el uso de la gambeta, en qué consiste “el corte del
juego” según las reglas y las posibilidades que se le
ofrecen al jugador de fútbol para cargar contra un rival.
En una entrevista de la época, Zubeldía justificó en
todo caso estas maniobras: “Acepto que Estudiantes
tiene un estilo que no gusta. Reconozco que, cuando
emplea la jugada del offside, el suyo es un juego
destructivo que anula y desgasta a los adversarios. Pero
no lo hace con un criterio solamente defensivo. Todo lo
contrario. Frente a rivales que saben jugar o son
peligrosos tirando centros, evitamos embotellarnos en
la defensa. Salimos en bloque por dos motivos: para
dejarlos en offside y para recuperar la pelota lejos de
nuestro arco”. Ese tacticismo, a través de la influencia
de Bilardo, traza de este modo una línea directa entre el
Estudiantes de Zubeldía y el Newell’s de Bielsa, pese a
25
las evidentes diferencias en el estilo y la relación con el
resultado.
Entre los cultores del “fútbol total” hay diversas
interpretaciones filosóficas sobre el fuera de juego
como instancia para recuperar el balón. En el Milan de
Arrigo Sacchi era una fórmula que surgía como
consecuencia natural de lo que su entrenador llamaba la
elástica, la última línea del equipo, concertada en el
liderazgo de Baresi, que se adelantaba a conveniencia
para reducir los espacios en los que el adversario podía
generar una jugada de contragolpe. En los equipos de
Rinus Michels, en cambio, el offside era una situación
no deseada, como lo pudo comprobar en Barcelona el
central brasileño Marinho Peres, capitán de la selección
de su país en el Mundial de 1974: “En una sesión de
entrenamiento me adelanté y dejamos enganchados a
cuatro o cinco jugadores en offside. Estaba encantado
porque todavía era algo nuevo para mí y me resultaba
muy difícil. Pero Michels se acercó gritándome. Lo que
él quería era que nosotros fuéramos por el hombre con
la pelota con los hombres que teníamos de más, puesto
que muchos rivales estaban fuera de juego. Así es
como la trampa del offside se convertía en juego
ofensivo”. En el fondo, Michels se planteaba el
problema desde una agresividad extrema: dejar a los
posibles receptores adelantados y así generar confusión
en el rival, que debe distribuir para arrebatarle el balón
en condiciones propicias al contraataque. En el modelo
de Zubeldía/Bilardo el offside era visto sencillamente
como un artilugio para detener un avance y se
practicaba mediante un zaguero que en el momento
oportuno daba un paso adelante para cazar y luego
acusar, con la mano en alto, a un oponente
desprevenido que estaba enganchado con el último
hombre.
Si bien decidió aprender en la metodología del
bilardismo, la ética de Bielsa se movía en las antípodas
de aquel estilo, más cerca de Menotti en el fondo,
aunque el mismo Menotti marcó distancia en el
comienzo de su carrera: “Bielsa es un joven con
inquietudes y sabe cómo desarrollarlas. Pero no
26
estamos de acuerdo en el punto de partida. Él cree que
el fútbol es predecible y yo no”. Incluso Bilardo fue
más entusiasta en ese momento: “Comparto su
pensamiento porque se parece a lo que hicimos en
1986. Tiene muchos videos para estudiar al oponente,
como yo lo hice en ese entonces”. Bielsa los reconoció
a ambos como mentores: “Pasé dieciséis años de mi
vida escuchándolos. Ocho a Menotti, que es un
entrenador que prioriza la inspiración, y otros ocho a
Bilardo, quien prioriza la funcionalidad”.
El menottismo-bilardista de Bielsa lo acercó
ideológicamente a las puertas del “fútbol total” y el
Milan de Sacchi, doble campeón de Europa en 1989 y
1990, el que fuera el primer equipo que lo educó en los
misterios del pressing como eje de una estrategia. “El
modernismo en el fútbol lo implantó Arrigo Sacchi en
el Milan. La presión constante, la agresividad
permanente del que se siente protagonista”, explicó
Bielsa a la revista El Gráfico en 1991. En sus primeros
días en Newell's les repetía a sus jugadores una frase
que le pidió prestada a su maestro Jorge Griffa sobre la
importancia de la pelota: “No se puede perderla y
mirarla. Haga de cuenta que le arrancaron un huevo”.
Incluso hubo un momento en el que se interesó por la
intensidad y los rombos de Mirko Jozic en Colo-Colo,
cuyo juego se caracterizaba por alinear a tres hombres
en el fondo (un líbero y dos stoppers), un volante
central que barría como escoba en el medio y dos
jugadores que podían intercambiar posiciones en cada
banda (Mendoza/Yáñez por la derecha y
Pizarro/Barticciotto por la izquierda). Bielsa fue
campeón en su primer torneo con cuatro defensores,
pero a comienzos de 1992, según consigna Ariel
Senosiain, consolidó la posibilidad de jugar solamente
con tres atrás, en especial después de perder 6-0 contra
San Lorenzo en el debut por la Copa Libertadores de
ese año. En rigor, decidió que siempre entraría al
campo con un zaguero más respecto de los delanteros
rivales.
A esa altura Bielsa empezaba a entenderque el 3-3-
1-3 (tres zagueros, tres volantes, un enganche y tres
27
delanteros) era la formación que le permitiría sostener
con equilibrio su deseo de vivir el partido la mayor
parte del tiempo en el campo contrario. Así siempre
tendría seis jugadores con vocación ofensiva (los dos
volantes externos, los dos punteros pegados a la banda,
el enganche y el centrodelantero). Se trataba, en todos
los casos, de que el Tata Martino como organizador
tuviera cinco receptores posibles para gestionar una
maniobra de riesgo en los últimos treinta metros de la
cancha. El Ajax de Michels, que luego sería el de
Stefan Kovacs cuando consiguió su tricampeonato
europeo en 1973, partía de una premisa similar, aunque
el Newell’s de Bielsa era bastante más ansioso con el
balón cuando lo recuperaba. Todo tenía que ser muy
rápido en la fase de posesión. La tenemos, abrimos
hacia la banda y buscamos al 9 que viene atropellando
por el medio. Así fue el gol de Alfredo Mendoza contra
el Colo-Colo de Jozic, el 6 de marzo de 1992, a los
siete segundos de iniciado el partido en Rosario, el más
rápido en la historia de la Libertadores: saque inicial,
habilitación al wing derecho y centro a la cabeza del
hombre de área. Gol de pizarrón. Por defecto de origen,
Bielsa pretendía desarrollar una variante lo más
argentina posible del “fútbol total”: un fútbol
asociativo en el que sus adorados wings estaban
llamados a desarrollar la parte más espectacular del
juego, cuando se produce el desborde por la orilla y el
peligro deja de ser conjetural.
En eso estaba Bielsa cuando frente a sus ojos
apareció la promesa del Ajax de Louis van Gaal, que
veinte años después de Michels volvió a levantar el
estandarte de la escuela holandesa desde la propia
Eredivisie. Campeón de Europa en 1995 frente al
rocoso Milan de Fabio Capello, el Ajax de Van Gaal
maravilló al mundo tras su coronación en el estadio
Ernst Happel de Viena: las ideas del “fútbol total”, que
ya habían tenido su resurrección con el Barça de Johan
Cruyff, volvían a ofrecer el pecho a los resultados, esta
vez con un equipo joven, de cantera, formado durante
años por la mano de su entrenador. Aunque en todas
partes se habla de la epopeya del Ajax de 1995, Bielsa
28
supo de su existencia mucho antes, ya que desde esa
época, aunque no había Internet y la tecnología se
basaba en las limitaciones del formato VHS, demostró
su obsesión por estar al día en las tendencias del fútbol.
No ganaba mucho enterándose de la existencia del
Milan de Sacchi por el 5-0 que le metió a Real Madrid
en abril de 1989: si alguien estaba jugando bien al
fútbol, donde fuera, él tenía que saberlo de los
primeros. Esa es la historia de un hombre que para
estar bien informado terminó como dueño de un
quiosco de diarios en Rosario, un hombre que dividió
en setenta partes el mapa de Argentina para luego
lanzarse a recorrer en busca de los talentos que algún
día serían capaces de jugar al fútbol como él siempre lo
había soñado. En La vida por el fútbol, de Román
Iucht, Cristián Domizzi contó una de las tantas locuras
de su jefe en ese Newell’s de comienzos de los
noventa: un día se le acercó Bielsa con unos videos del
mediapunta finlandés Jari Litmanen que le ayudarían a
mejorar en su puesto. Lo sorprendente, según Domizzi,
era que las imágenes mostraban a Litmanen jugando
por un equipo de Helsinki, antes de llegar a Ajax en
1992.
Bielsa nunca destacó al Dream Team de Cruyff en
Barcelona entre los equipos que despertaban sus
obsesiones futbolísticas más profundas, a diferencia de
sus menciones a Sacchi y el reconocimiento a Van
Gaal como inspirador de un nuevo aire táctico en sus
ideas acerca del juego. ¿Por qué? La apuesta catalana
por un juego más pausado y una ofensiva clásica con
jugadores elegantes y talentosos como el danés
Michael Laudrup, el búlgaro Hristo Stoichkov y el
brasileño Romario, si bien pertenecía a la misma
familia de ideas futbolísticas, no lo convencía
demasiado por dos razones que saltan a la vista.
Primera: resolver los desafíos de un equipo con
estrellas de ese calibre en el último tercio del campo
dejaba un escaso margen para hacer del fútbol un juego
realmente colectivo. Y segunda: él, al menos en sus
comienzos, buscaba un estilo más eléctrico en el que
cada ataque representara una acción fulminante,
29
organizada pero sorpresiva, y que el riesgo de perder la
pelota a causa de ese deseo lo obligara a dar una pelea
sin tregua hasta recuperarla.
Sobre este punto descansa, por cierto, uno de los
debates más acalorados en relación con la teoría
bielsista del fútbol: la búsqueda de un equilibrio entre
mecanización (lo colectivo) e inspiración (lo
individual). El escritor catalán Ramón Solsona, a
propósito de su paso por Bilbao, comentó una vez en el
diario La Vanguardia que “Bielsa es el bioquímico que
se lamenta de los seres vivos porque se comportan de
una manera anárquica e imprevisible fuera del
laboratorio”. Su apuesta por la estructura quedó
marcada, obviamente, por la dolorosa eliminación de
Argentina en el Mundial de 2002 y su decisión
incorregible de no incluir juntos en el ataque a Gabriel
Batistuta y Hernán Crespo. La explicación de Bielsa
después del infausto empate con Suecia en Miyagi ha
sido invocada desde entonces como ejemplo de su
locura obsesiva, pero además del retrato, o de la
caricatura si se quiere, al mismo tiempo abunda en
insinuaciones sobre su pasión por el juego hasta las
últimas consecuencias. “Enfoqué el problema —de
Batistuta y Crespo— desde dos puntos de vista. Si
había que acentuar la presencia desde el centro o
apostar a que la elaboración fuera pulida. Consideré
que esto último era más importante, porque sin ella la
presencia no es utilizable. Tuvimos una elaboración
muy superior a la del partido con Inglaterra. Y también
presencia. Las situaciones de gol fueron más en
cantidad. Y evidentes”, advirtió el seleccionador
argentino, dejando constancia conceptual de que
pretendía ganar el partido jugándolo, no desde el
pelotazo ni la mera acumulación de especialistas en el
área rival. El estilo de Bielsa consiste en una mezcla de
verticalidad y elaboración en la que, puestos a elegir en
una situación límite, esta última es intransable, ya que
de ella se desprende el objetivo central de sus ideas: sin
elaboración no hay protagonismo. Bielsa también
admiraba eso en Van Gaal: “Ajax realizaba, en
promedio por partido, treinta y siete pases hacia atrás.
30
El aficionado los rechaza, por ansioso, pero
indudablemente esa jugada es el comienzo de un nuevo
intento”.
En Brilliant Orange, un libro que intenta explicar el
sello del fútbol holandés incluso desde la geografía de
los Países Bajos y la personalidad de sus habitantes, el
autor inglés David Winner sostiene que en el Ajax de
Van Gaal “los jugadores y los pases fluían con tal
velocidad y precisión que a veces parecía como si
estuvieran barajando la superficie de la cancha, de la
misma manera en que un experimentado tallador
maneja una baraja de cartas”.
Sobre su estilo, Van Gaal decía que la pelota se
encontraba permanentemente en construcción, como
una manera de resolver los problemas de bloqueo y
congestión del espacio que planteaban los adversarios.
Mantenía los principios fundacionales del Ajax de
Michels y Cruyff (ataque implacable, pressing,
reducción de espacios para defender y ampliación del
campo para atacar), pero también asumía que en los
años noventa los jugadores eran más fuertes y rápidos y
estaban mejor organizados que nunca en las coberturas
defensivas. En ese sentido, Van Gaal desestimó el
intercambio masivo de posiciones entre los miembros
de su equipo, que en el fondo representaba la
aspiración utópica del “fútbol total”, y ordenó a sus
jugadores desde la lógica de lo que un par de décadas
después se conocería como juego posicional. Gerard
van der Lem, ayudante de Van Gaal en Ajax y
Barcelona, explicó en el libro de Winner que el equipo
se organizaba desde el control de la pelota, trabajando
la posesión hasta que se produjera una brecha en la
defensa contraria. Para ello estabandispuestos a
reiniciar la jugada si era necesario. Los extremos Marc
Overmars y Finidi George, a pesar de sus condiciones
naturales para el uno contra uno en las bandas, debían
tocar hacia atrás en caso de verse enfrentados a una
situación de desventaja en el drible: si bien estaban
capacitados para eludir a un marcador, con dos
hombres a encarar se ponía en riesgo el balón. Ahí
operaba entonces el concepto de hombre libre: la
31
búsqueda de espacios a través del pase se haría con
rapidez para llegar lo más pronto posible donde otro
jugador tuviera condiciones favorables para generarse
una ocasión de gol. La pelota circulaba a través de
triángulos que exigían seguridad en el control y
velocidad en la habilitación, saltándose estaciones de
pase cuando fuera posible para entrar así a toda marcha
en la zona de peligro. Ajax pretendía tocar de hombre
libre a hombre libre hasta que uno de los suyos quedara
en posición de remate o de uno contra uno para romper
líneas en la formación rival.
Bielsa empezó a tomar apuntes de este nuevo Ajax
en tiempo real, especialmente durante su etapa en el
fútbol mexicano. En su regreso a Argentina, en 1997,
ya tenía incorporado en el discurso a Van Gaal: “El
modelo ajeno que más me gusta es el Ajax de Van
Gaal. O sea, un equipo con flexibilidad para componer
sus líneas de acuerdo a las exigencias del planteo del
rival, en el momento de la recuperación. Además, a mí
me interesa que el equipo tenga un proyecto propio e
independiente en ofensiva”. Lo notable en Bielsa, por
supuesto, es que todas estas convicciones las fue
desarrollando siempre desde una relación entre ética y
pragmatismo que solo él era capaz de gestionar: “El
fútbol es una combinación de secuencias. En unas el
equipo recupera la pelota y en otras la posee. Una de
las mejores formas de lograr que un buen rival no
crezca es tratar de hacerle pasar más tiempo
defendiendo que atacando. En la medida que a un rival
de nivel le ofrecemos muchas posesiones, cada una de
ellas es un ataque potencial que nos aleja de las
posibilidades de superarlo”.
Detrás de todo está la obsesión de Marcelo Bielsa
por los méritos y por los valores que se pueden
transmitir desde un partido de fútbol. Muchos lo ven
como una debilidad, pero a Bielsa nada lo detiene en
esa búsqueda. En una de sus últimas conferencias como
entrenador del Athletic de Bilbao, en mayo de 2013,
volvió a explicar que para él no existe la posibilidad de
ganar de cualquier modo. “Siempre les hablo a los
jugadores del ángulo de noventa grados. Lo decía
32
Menotti: el que cruza el jardín evitando el ángulo de
noventa grados pisa las flores y llega más rápido,
mientras que el que recorre el ángulo de noventa
grados tarda más, pero no daña las flores. Yo creo en
que hay que valorar lo merecido y hay que soslayar o al
menos tratar de no endiosar aquello que no se obtuvo
merecidamente”, dijo Bielsa.
Chile había perdido 6-1
El martes 21 de agosto de 2007, a las diez de la
mañana, empezó el primer entrenamiento oficial de
Marcelo Bielsa con los jugadores de la selección
chilena, en las canchas de la Liga Aeropuerto, cercanas
al terminal aéreo de Pudahuel. La primera corrección
fue para Manuel Iturra, uno de los volantes centrales,
tras recibir una pelota desde el líbero Waldo Ponce:
“No te pongas en la misma línea del que envía, ubícate
en diagonal, eso te lo dice el juego”. La sesión de
trabajo fue grabada íntegramente en video y cada
movimiento era explicado a los seleccionados por un
grupo de jugadores sub-18 que en el léxico de Bielsa
eran conocidos como sparrings o pichones, quienes a
esa altura ya tenían diez prácticas previas para
memorizar las maniobras. En medio de la neblina,
Bielsa tuvo una significativa conversación con Arturo
Sanhueza, el capitán de Colo-Colo, a quien le preguntó
en cuántos puestos podía jugar. “En uno solo. Soy
volante tapón, delante de la línea de cuatro”, le
contestó Sanhueza, cuya respuesta no dejó conforme al
entrenador. “¿Y cómo anda en el juego aéreo?”,
insistió Bielsa. “No tengo. Salto poco, mi rechazo no
es bueno”, se sinceró el líder colocolino, cuyo nombre
desapareció de la lista para la siguiente convocatoria.
Sanhueza era uno de los mejores jugadores en el
medio.
La presencia de Bielsa en Chile generó una
expectativa inmediata acerca del trabajo que podía
desarrollar en la selección, aunque también surgieron
algunas controversias iniciales en torno al carácter
33
revolucionario de su metodología. La idea de instalar
desde la cabeza del seleccionador un cambio de
mentalidad en el fútbol chileno suponía, de manera más
bien agresiva, que la nueva mentalidad era muy
superior a la antigua y que el recién llegado podía
terminar con décadas de oscurantismo con su sola
presencia. El propio Bielsa se encargó de tranquilizar a
quienes se resistían a aceptar esa especie de
colonización cultural que le estaban achacando sus
partidarios más fanáticos, minimizando desde el
comienzo los alcances del bielsismo. “Hay una
pregunta dando vueltas y la encuentro donde voy. ¿Se
adaptó el jugador chileno a la manera de pensar y
trabajar que tengo? Con absoluta sinceridad, afirmo
que errar es un camino que, bien conducido, presagia el
acierto. Cada vez que sucede algo no deseado, digo que
vamos a tratar de que ese error nos ayude a generar un
gran acierto. Aclaro esto porque muchas veces me han
atribuido una gran modificación en el comportamiento
del futbolista chileno y eso es absolutamente inexacto.
Yo encontré jugadores dóciles, jugadores convocables,
jugadores valientes, jugadores ricos técnicamente.
Encontré material para trabajar”, explicaría Bielsa
mucho después, cuando su influencia en Chile ya era
evidente.
El estatus de seleccionado nacional, sin embargo,
cambió automáticamente. Cuando Bielsa dirigió su
primer entrenamiento en la Roja recién había
transcurrido un mes y medio desde la bochornosa
despedida de la Copa América: Chile perdió 6-1 ante
Brasil y terminó con cinco jugadores castigados por
una noche de indisciplina en el hotel de concentración
en la ciudad de Puerto Ordaz. Llegar a la selección era
más o menos lo mismo que ser invitado a una
despedida de soltero.
Además de firmar contrato con el sueldo más alto
recibido hasta entonces por un entrenador de la
selección (1,3 millones de dólares anuales), Bielsa hizo
una serie de exigencias para que sus futbolistas
volvieran a sentirse parte de algo importante. De
entrada, los jugadores convocados viajarían en asientos
34
de primera clase y las instalaciones del complejo
deportivo Juan Pinto Durán serían remodeladas para
mejorar la hotelería y la infraestructura. Agrandó las
habitaciones para incluir una cama de dos plazas y un
clóset para cada jugador, además de un televisor de
pantalla plana de 21 pulgadas por cuarto. Renovó todas
las máquinas del gimnasio, reacondicionó las canchas
de entrenamiento y contrató a un paisajista para diseñar
el interior del recinto, de modo que ninguna persona no
autorizada pisara el césped de los campos de
entrenamiento. En Historia de la clasificación:
Sudáfrica 2010, de Juan Cristóbal Guarello y Luis
Urrutia, se cuenta una anécdota muy decidora sobre su
personalidad obsesiva en estas materias: “Una
medianoche se escuchó a alguien que martillaba sobre
unos maderos. Se trataba del propio Bielsa que clavaba
estacas en una esquina de la cancha principal para
evitar que los obreros pisaran el césped al otro día para
acortar camino”.
En el ranking FIFA de agosto de 2007, Chile
apareció en el puesto número 47. En el sexto lugar de
Sudamérica, detrás de Brasil, Argentina, Uruguay,
Paraguay y Colombia. Los primeros partidos de la era
Bielsa quedaron fijados para el 7 y el 11 de septiembre,
en el estadio Ernst Happel de Viena, contra las
selecciones de Suiza y Austria. En la víspera del debut,
el entrenador respondió a una pregunta sobre la
abundancia de enganches que tenía a su disposición en
ese momento: Matías Fernández, Luis Jiménez y
Carlos Villanueva. Entonces cayó en la trampa de
hacer una comparación que no fue del todo entendidapor su audiencia y que, en todo caso, ratificaba su
criterio respecto de la necesaria funcionalidad de los
jugadores. “A Jiménez no lo imagino como un externo,
a Villanueva sí, esto porque creo que se puede adaptar.
Hay una superposición de jugadores internos, externos
ofensivos en el fútbol chileno. Para incluir a todos o a
la mayor cantidad de ellos, hay veces en que se debe
distribuir los espacios. Pongo el ejemplo de ese equipo
de Brasil de 1970. Todos jugaban en el mismo puesto,
pero los distribuyeron de otro modo en la selección
35
para que pudieran convivir”, dijo. Villanueva se había
entrenado como extremo izquierdo, pese a que jugaba
de enganche en Audax Italiano. Luego Bielsa se
arrepintió de sus palabras cuando le insinuaron que
Fernández podía ser el Pelé de su equipo. “Cualquier
comparación es dañina, lamento haber elegido el
ejemplo de Brasil. Simplemente dije que para que
convivan varios jugadores de una misma característica
en un equipo hay que distribuirlos en el campo para
que no se superpongan”.
Bielsa también adelantó el esquema que utilizaría
contra Suiza en el debut: “Vamos a jugar con dos
extremos, un centroatacante, un volante ofensivo, un
volante intermedio, un volante defensivo y una línea de
cuatro defensas. Para mí los esquemas son totalmente
dinámicos. El juego hace que durante el transcurso del
partido los jugadores ocupen lugares variados, tanto
para defender como para atacar”. La Roja empezó con
un 4-2-1-3 en el que los laterales Cristián Álvarez
(Beitar Jerusalén) y Arturo Vidal (Bayer Leverkusen)
se alternaban para incorporarse al mediocampo como
un tercer volante mixto y transformar el módulo en un
3-3-1-3 clásico de Bielsa. Por vocación, y también un
poco por voluntarismo, Vidal se descolgó
permanentemente por la izquierda, mucho más que
Álvarez.
36
Suiza ganó 2-1 y el gol de Chile —un remate de
Alexis Sánchez con la pierna derecha— partió en un
lateral servido por Vidal hacia Fernández. Matías
retrocedió el balón hacia el centro de la zaga, donde
37
Miguel Riffo abrió hacia la derecha para Álvarez. Este
volvió a tocar atrás a Ismael Fuentes, que vio
adelantado a Vidal y le metió un pelotazo. En posición
de extremo izquierdo, Vidal intentó desbordar y luego
se la dejó a Sánchez para que hiciera el resto. El primer
gol de la Roja con Bielsa en la banca fue una maniobra
asociativa que armaron los cuatro defensores,
reiniciando en dos ocasiones la jugada desde la
ubicación del último hombre.
Para el segundo duelo, frente a Austria, Chile
mantuvo solo a dos jugadores del desafío anterior.
También modificó el esquema, empezando con tres
zagueros: Gary Medel (Universidad Católica), Waldo
Ponce (Universidad de Chile) y Miguel Riffo (Colo-
Colo). El equipo fue ofensivo y el 2-0 terminó siendo
un resultado más bien exiguo tomando en cuenta la
superioridad chilena en el campo. Sería el quinto
triunfo de Chile jugando en Europa contra un rival
europeo.
El viaje a Austria mostró las primeras señales del
estilo Bielsa en la selección: un equipo corto que
pretendía salir jugando desde atrás y controlar el
partido a través de la posesión. Además quedaron
fijados en la bitácora, a través del propio entrenador en
sus palabras previas al estreno, los principios
inspiradores del bielsismo: “Tengo ideas que
difícilmente abandono porque me hacen como
entrenador. Me siento más cómodo si el equipo que
dirijo logra atacar durante más tiempo del que
defiende. Cuando más rápido recuperemos la pelota,
más posesión tendremos”. Bielsa también quedó
maravillado con unos muñecos inflables que utilizaba
un equipo local de Graz para simular la presencia de
jugadores rivales en la táctica fija, tomó nota de la
firma que los fabricaba en Alemania y pidió que le
encargaran una partida a Santiago para sus prácticas en
Pinto Durán. Con el tiempo fueron conocidos como los
“alemanes inflables” de Bielsa en el mundo del fútbol.
Los primeros desafíos de la Roja en las eliminatorias
rumbo al Mundial de Sudáfrica quedaron marcados por
38
el 3-0 sufrido ante Paraguay en Santiago, en el último
partido del año 2007. En la derrota ante Argentina en
Buenos Aires (2-0), el triunfo frente a Perú en Santiago
(2-0) y el empate con Uruguay en Montevideo (2-2) el
equipo había mostrado tímidos avances en
competencia. Quizás se podía valorar su personalidad
para disputar un duelo de ida y vuelta en el estadio
Centenario, pero también quedaron a la vista algunas
dudas defensivas que el Paraguay de Gerardo Martino
desnudó con crudeza en el momento menos oportuno.
De hecho, no se jugó mal contra los guaraníes.
Colectivamente fue la presentación mejor organizada
para sostener la presión sobre la salida del oponente, lo
cual permitió recuperar la pelota de manera permanente
en la mitad paraguaya del campo, pero los goles en
contra alimentaron una sensación de abrumadora
fragilidad: por dárselas de grande, Chile se comió una
boleta. El resultadismo suele nutrirse de estas cosas,
porque empuja a un equipo a la necesidad de anteponer
el marcador a sus méritos futbolísticos. ¿De qué sirve
anular al rival en casi todos sus intentos de cruzar la
mitad de la cancha si te hace tres goles en las únicas
tres ocasiones en que lo logró? ¿Vale la pena invertir
tantas ilusiones en la preparación de una jugada cuando
el contrario se pone en ventaja por un saque largo de su
arquero en el que tus jugadores permiten el bote, luego
se dejan anticipar en el pivoteo por el 9 de ellos y
descuidan la marca del 10 en el área para que te haga el
gol? Así fue el 1-0 de Paraguay: pelotazo de Justo
Villar, pivoteo de Nelson Haedo y definición de
Salvador Cabañas. La jugada de ataque más
rudimentaria de la historia, facilitada por un error de
cálculo de Waldo Ponce en la marca de Cabañas.
Luego los dos goles de cabeza de Paulo da Silva,
ambos originados desde el tiro de esquina, redondearon
la sencillez de la estrategia paraguaya: aguantar la
presión de Chile, esperar un error y sorprender en
jugadas de balón parado.
Pero el peor momento para un equipo de fútbol
puede ser el mejor momento para un equipo de Bielsa.
Estas historias habitualmente se escriben desde lo ya
39
vivido, con los métodos de la hagiografía, como si
siempre hubiéramos sabido lo que iba a ocurrir: nos
gusta creer que las convicciones siempre fueron
sólidas; y las historias, redondas. El Loco, sin embargo,
había levantado ese discurso mucho antes, en el año
2000, durante una charla a seiscientos alumnos del
colegio Sagrado Corazón de Rosario, donde él estudió:
“Los momentos de mi vida en los que yo he crecido
tienen que ver con los fracasos. Los momentos de mi
vida en que yo he empeorado tienen que ver con el
éxito. El éxito deforma, relaja, engaña, nos vuelve
peores, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de
nosotros mismos. El fracaso es todo lo contrario, es
formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las
convicciones, nos vuelve coherentes”.
En los casi once meses que transcurrieron entre el
último partido eliminatorio de ese año (0-3 ante
Paraguay, el 21 de noviembre de 2007) y el último del
año siguiente (el histórico 1-0 contra Argentina, el 15
de octubre de 2008), Bielsa mantuvo las ideas, empezó
a conocer mejor a sus jugadores y encontró los
reemplazos adecuados donde estos se hicieron
necesarios. El hincha chileno, en cambio, pasó de las
pifias y de gritar —ole, ole— contra su equipo en los
últimos minutos del duelo contra Paraguay a los
abrazos y las lágrimas por el primer triunfo en partidos
por los puntos contra la selección absoluta de
Argentina. En la cancha, Humberto Suazo dejó de jugar
como wing derecho y se apoderó del número 9, ante el
ocaso inevitable de Marcelo Salas, y los jugadores de la
sub-20 —terceros en el Mundial de Canadá el año
anterior bajo el mando de José Sulantay— se instalaron
decididamente entre las figuras del equipo: Alexis
Sánchez, Gary Medel, Mauricio Isla, Arturo Vidal y
Carlos Carmona empezaron a consolidar en esa
temporada un relato que después los reconocería como
la generación dorada del fútbol chileno.
La integraciónde Isla y Vidal no fue del todo
sencilla. El Huaso Isla, quien había debutado con
Bielsa en la selección mayor sin jugar un solo partido
en primera división, se enredó con el entrenador
40
durante el amistoso que Chile disputó contra Israel en
el estadio Ramat Gan de Tel Aviv, el 26 de marzo de
2008 (1-0 ganaron los locales). Isla ingresó a los 67
minutos por Vidal y en menos de media hora se volvió
loco con los gritos que Bielsa le dirigía desde la banca.
“No soy el jugador que Bielsa quiere. En Udinese el
técnico me dice que no suba tanto, que espere un poco,
y Bielsa quería que subiera y bajara a cada rato. Uno
tiene que ser atleta para esas cosas”, declaró días
después Isla, despidiéndose de la Roja. Al enterarse de
sus declaraciones, Bielsa lo llamó por teléfono a Italia
y se pidieron disculpas. Mucho más complejo fue el
entendimiento con Vidal, quien se pasó todo el año
dando pruebas de suficiencia y, finalmente, se encontró
con una significativa advertencia del seleccionador:
“Usted juega en Bayer Leverkusen y acá todo lo que
hace es un desorden. De nada sirven las piernas a la
altura de la cabeza. Si quiere jugar conmigo, debe
hacer el trabajo que se le pide, no el que usted cree que
hace falta. No hacen falta los héroes en el fútbol”.
Antes del 4-0 frente a Colombia en el Estadio
Nacional, el preparador físico Luis María Bonini
estuvo a punto de irse a los golpes con el jugador
cuando este empezó a hacer lujos con un balón
mientras él le hablaba al grupo. Vidal fue una de las
figuras ante Colombia, pero en el duelo siguiente,
contra Ecuador, volvió a generar confusión en la última
línea, donde no se acomodaba al puesto de lateral
izquierdo que solía encomendarle Bielsa. Contra
Argentina apenas ingresó en el minuto 88.
A pesar de las caídas ante Brasil (3-0) y Ecuador (1-
0), el equipo afianzó su bielsismo en la cancha desde el
primer partido eliminatorio del año, contra Bolivia en
La Paz (2-0). La inclusión de Gonzalo Jara como
zaguero central por Miguel Riffo le garantizó una
mayor rapidez en los circuitos defensivos, aunque el
gran factor de equilibrio fue la entrada de Carlos
Carmona por expresa recomendación del ayudante
Eduardo Berizzo, ya que Bielsa no tenía una buena
opinión sobre el jugador para entregarle el puesto de
volante central, por el cual habían desfilado Claudio
41
Maldonado, Manuel Iturra, Gary Medel, Marco Estrada
y Arturo Vidal. Carmona, según el juicio de Bielsa,
tenía menos condiciones para la salida limpia que los
mencionados, pero Berizzo insistió en su inteligencia
para administrar espacios y hacer coberturas de marca
en el medio. Bielsa siempre espera mucho de la función
de mediocentro, a veces al borde de la sobrecarga
emotiva, y Carmona fue quien mejor resistió esa
presión, destacando además su agradecimiento infinito
ante la oportunidad dispensada: el día de su estreno en
las eliminatorias ante Bolivia se abalanzó sobre la
figura del entrenador después del segundo gol de
Medel, obviamente para abrazarlo ante la inminencia
del triunfo. Bielsa, sin embargo, no estaba listo para
una demostración pública de cariño, así que se sacó de
encima a Carmona de un empujón y lo mandó de vuelta
a la cancha con un grito: “Seguí, Carlos, seguí”.
Recién en el cuarto gol de Chile contra Colombia, que
luego describió como “el momento más lindo del
partido”, el estratega se soltó lo suficiente como para
festejar una maniobra colectiva de su equipo. La
anotación de Matías Fernández, en el minuto 26 del
segundo tiempo, tras una jugada en la que participaron
Arturo Vidal (en la recuperación y la habilitación
final), Marco Estrada y Mark González, representaba
por fin el tipo de fútbol que estaba buscando: ofensivo,
rápido y abriéndose hacia una orilla para finalizar en un
pase centralizado que recoge un jugador que viene
desde atrás y pone la bola dentro del arco.
A llorar a la iglesia
En el fútbol chileno hay una frase que resume casi un
siglo de historia desde que la selección jugó y perdió su
primer partido internacional, contra Argentina el 27 de
mayo de 1910 (3-1 en Buenos Aires). La frase ni
siquiera es chilena, pero localmente se le achaca por su
persistencia en el uso a Arturo Salah durante su
mandato como seleccionador entre 1990 y 1993:
“Jugamos como nunca y perdimos como siempre”.
42
Una especie de lema de la resignación, de la
aceptación, sin rebeldía, casi indolora, de una suerte
que se cree al mismo tiempo adversa e inmodificable.
Como si fuera un destino: jugar bien ocasionalmente y
jamás lograr lo que tantas veces se ha soñado. Darse
por perdido antes de jugar es perder dos veces.
Hasta el 15 de octubre de 2008, la Roja se había
enfrentado a la Albiceleste en setenta y seis
oportunidades y solo registraba cinco triunfos en
partidos amistosos, el último de los cuales databa de
julio de 1973. De modo que jugar un partido de fútbol
contra Argentina con los puntos en disputa se asumió
siempre como una tarea imposible o incluso como un
martirio en el que los escasos empates obtenidos se
celebraron como una hazaña. Marcelo Bielsa, sin
embargo, no podía menos que intentarlo. Él, después
de todo, había llegado a Chile con un discurso
destinado a remover la conciencia de quienes son
capaces de valorar el esfuerzo por encima de todas las
consecuencias: “En cualquier tarea se puede ganar o
perder. Lo importante es la nobleza de los recursos
utilizados. Lo importante es el tránsito, la dignidad con
que se recorrió el camino en la búsqueda del objetivo”.
He ahí el bielsismo resumido en una sola frase. Si
viajamos juntos, importa menos adonde lleguemos que
el viaje en sí mismo. El partido del 15 de octubre de
2008 entre Chile y Argentina, en primer lugar, es un
viaje; no hacia un resultado, sino hacia una verdad.
Estadio Nacional de Chile
Eliminatorias Conmebol Sudáfrica 2010, décima fecha
15 de octubre de 2008
Chile 1, Argentina 0
Formación inicial (1-3-3-1-3)
Claudio Bravo (Real Sociedad, segunda división de España)
Gary Medel (Universidad Católica de Chile)
Waldo Ponce (Vélez Sarsfield de Argentina)
Pablo Contreras (Paok Salónica de Grecia)
Carlos Carmona (Reggina de Italia)
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Marco Estrada (Universidad de Chile)
Jean Beausejour (O’Higgins de Chile)
Matías Fernández (Villarreal de España)
Fabián Orellana (Audax Italiano de Chile)
Humberto Suazo (Monterrey de México)
Mark González (Betis de España)
Cambios
21 minutos: Hugo Droguett (Morelia de México) por
González
85 minutos: Hans Martínez (Universidad Católica) por Medel
88 minutos: Arturo Vidal (Bayer Leverkusen de Alemania)
por Ponce
Goles
1-0: Orellana (minuto 35)
44
A poco de llegar desde Europa, donde empezó a
prepararse para ser entrenador de fútbol en la Escuela
Superior de Deportes de Alemania a mediados de los
setenta, Nelson Oyarzún Arenas se dedicó a transmitir
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la idea de que el fútbol chileno necesitaba un cambio:
“Dentro de las grandes confusiones en Chile, está esa
de creer que el hombre que lleva la pelota hace el
fútbol. Mentira, señores. Son los otros los que
destapándose continuamente, relevando en todo el
campo, van creando espacios y la mecánica. Es el
“juegue y vaya”, atentatorio contra la comodidad tan
acendrada en el estilo chileno”. Oyarzún murió de
cáncer en 1978, y nadie se animó a defender ni a
desarrollar su propuesta. Treinta años después la
selección de Bielsa empieza a jugar un partido contra
Argentina siguiendo al pie de la letra una de las
definiciones más recordadas de Oyarzún: hay que jugar
al fútbol como si consistiera en tomarse una colina
infestada de japoneses. Más que una guerra, Oyarzún lo
planteaba como una lucha contra la adversidad.
En los dos primeros minutos del partido el Chile de
Marcelo Bielsa le muestra sus cartas a la Argentina de
Alfio Basile: le quita siete veces el balón (una sola de
ellas con falta: Medel contra Diego Milito) y en la
primera posesión larga, de veinticinco segundos, un
saque lateral en campo propio por la derecha se
transforma en un avance por la izquierda de Jean
Beausejour, cuyo tiro de larga distancia casi se le meteen un ángulo a Juan Pablo Carrizo. El arquero de la
Lazio de Italia se esfuerza para desviar al córner.
Ante la ausencia de Juan Román Riquelme, por
acumulación de tarjetas amarillas, Basile pretende
instalar una línea media de vocación recuperadora (con
tres volantes centrales: Javier Mascherano, Cristian
Ledesma y Esteban Cambiasso) para que Lionel Messi
quede flotando por delante de ellos y detrás de los
delanteros para probar suerte con sus diagonales de la
muerte. Pero Argentina en vez de recuperar pierde
muchas pelotas en un trámite que su entrenador no
había considerado: la clave del juego, al menos en el
comienzo, está en la presión que ejerce Chile sobre sus
jugadores menos aptos para acomodarse en el inicio de
la posesión. Fernández y Suazo se turnan para bloquear
las salidas por el centro, Orellana es una fiera detrás de
Gabriel Heinze cuando este la recibe y Javier Zanetti
46
queda atrapado en el intercambio de posiciones entre
Beausejour y González. Argentina no sabe qué hacer
cuando tiene la bola en su poder y, ante la duda, Martín
Demichelis y Carrizo deciden saltarse el mediocampo
con pelotazos largos que buscan a Milito como pivote.
Teniendo a Messi en el campo, Argentina se ve forzada
a gestionar un juego directo que prescinde de Messi.
“Corrían tanto que parecían quince contra once”, dirá
Basile después del partido. Corrección: en Chile corren
todos y corren bien.
En su afán de apurar la maniobra cuando cruza la
mitad de la cancha, el equipo de Bielsa pierde precisión
en los últimos veinticinco metros, pero, en su
beneficio, es ahí donde establece su primera línea de
recuperación. Suazo pierde la mayor parte de las
habilitaciones que le llegan, pero su despliegue para
generar superioridad durante las coberturas de marca
en campo contrario provoca una sensación de
inseguridad permanente en la defensa argentina.
Todo esto es bielsismo puro. Por ejemplo: la noche
en que un debutante delantero del Audax Italiano de
Chile le arruina la jornada a un experimentado lateral
del Real Madrid de España solo es posible en un
universo bielsista. Orellana/Heinze, claro, es una
manera simplificada de diagnosticar una clave del
juego, porque Orellana es él mismo sumado a Carmona
e incluso a Medel transitando por la franja derecha para
apremiar a Heinze y a Cambiasso (cuando este intenta
ayudar a su compañero). A los 15 minutos, después de
tres recuperaciones desesperadas de Argentina que no
le permiten dar dos pases seguidos, Medel anticipa al
Kun Agüero en territorio enemigo, se la toca a Orellana
y pasa por su espalda para buscar el desborde, pero
Orellana alcanza a ver que González viene entrando al
área con buenas posibilidades de ganar en el salto y
envía el centro. Las cabezas de González y Nicolás
Burdisso chocan en el aire y ambos salen lesionados en
una dramática escena. Bielsa ordena el ingreso de
Droguett por González, pero Beausejour queda de
extremo izquierdo y Droguett pasa a cubrirle la
espalda.
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Orellana ya está calentando su pie derecho. Un par
de jugadas después de la reanudación repite el centro y
encuentra solo a Contreras llegando por el vértice del
área chica argentina. El cabezazo de Contreras sale
rozando el horizontal del arco defendido por Carrizo.
Cuando le toque comentar el partido, Bielsa hará una
evaluación aparentemente emotiva de Estrada, a quien
decide utilizar en la posición de volante central.
Carmona ya se había consolidado en esa función, desde
el duelo contra Bolivia, pero el entrenador le
encomienda la misión de jugar como volante por la
derecha contra Argentina. Hay que detenerse a pensar
en eso: Bielsa, en apariencia, improvisa la organización
del juego por esa banda, con un debutante en
eliminatorias como Orellana, otro que nunca había
jugado tan cerca de la línea de cal como Carmona y un
tercero que recién empieza a funcionar como stopper
por la derecha como Medel. Los tres serán
mencionados por abrumadora mayoría como las
principales figuras del partido. Bielsa, sin
desconocerlo, destacará el trabajo de Estrada como
valor trascendente: “Después de la derrota ante Brasil
se decía que Estrada no era un jugador que podía
defender (jugó de lateral izquierdo ese día), pero ante
Argentina defendió de contención, de lateral y de
central, contra Messi, y tuvo una producción
satisfactoria. Uno siempre trata de recordar para ser
prudente en las apreciaciones”. Estos apuntes tienen
mucho que ver con una explicación que Bielsa
entregará varios años después, durante su memorable
conferencia sobre fútbol en Ámsterdam, acerca de los
criterios de elegibilidad de sus jugadores: “El 8 es el
jugador más difícil de encontrar. El que defiende como
el 6 y ataca como el 10. Es el puesto clave del fútbol
porque el 8 se hace extremo, se hace contención y se
hace volante ofensivo. A mí en mi equipo me
encantaría tener centrales que puedan jugar de volante
defensivo y volantes defensivos que puedan jugar de
número 8. Jugadores versátiles. Por ejemplo, Matías
Almeyda, que era un 8, me gustaba que jugara de 6
porque de 6 se podía hacer 8 si era necesario. Es elegir
48
jugadores por la posesión más que por la recuperación,
porque si pones de 6 a un jugador con características de
8 el equipo va a mejorar en posesión. El 80 % de la
actividad original del 6 es la recuperación y el 20 % es
la posesión. Y yo estoy eligiendo al jugador que va a
desempeñar esa posición por una característica que va a
afectar al 20-30 % del juego y que en el 70-80 %
restante no la va a usar. Pero yo soy de la idea de que
cuanto mejor sea la posesión menos tiempo vamos a
pasar recuperando, así que siempre acabo optando por
poner a defender a alguien que juega muy bien”.
El reposicionamiento de Estrada y Carmona, el 6 y el
8 de Chile ante Argentina, si se hace una interpretación
desde la lógica administrativa del balón propuesta por
Bielsa, es una maniobra muy arriesgada del
seleccionador, sobre todo porque Estrada llega
cuestionado y el sector donde le toca moverse es la
zona que Basile le confía inicialmente a Messi. A los
29 minutos, de hecho, Messi recién puede entrar al área
chilena tras eludir a Estrada en la zona de mediocampo
y provocar una condición de ruptura que le permite
avanzar con pelota dominada para buscar la asociación
con Agüero. El oportuno cierre de Contreras y Ponce
evita que Messi quede en situación de remate.
La repentina activación de Messi y su entusiasmo
por incorporarse al ataque de su equipo, sin embargo,
le transfieren el control del juego al exquisito pie
izquierdo de Estrada, al generarse una brecha de veinte
metros entre el circuito ofensivo argentino
(Milito/Agüero/Messi) y su mediocampo recuperado
(Mascherano/Ledesma/Cambiasso). Los próximos
minutos definen la historia del partido, con Estrada
libre para ofrecerse como primera opción de pase en
dos etapas cruciales de la posesión. Por delante de la
línea del balón: para recibir la habilitación en la salida
de la defensa. Y por detrás de la línea del balón: para
recibir la descarga de los delanteros cuando es
necesario resetear la jugada.
Hay que mirar entonces lo que ocurre a los 35
minutos, después de un tiro libre de Fernández que
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hace sudar frío a Carrizo. El arquero de Lazio ejecuta
un saque largo desde atrás. Es lo que se llama juego
directo, en una de sus variantes más rudimentarias:
saque de valla/pelotazo largo. El famoso presentador de
televisión Marcelo Tinelli en sus años como relator de
fútbol decía toscamente “pum para arriba” al referirse a
esta familia de jugadas. Sesenta metros más allá, en el
campo de Chile, Milito intenta pivotear para Messi o
Agüero, que no andan cerca, pero llega a bloquearlo
Droguett y la pelota le queda a Ponce. Ponce, con
Agüero encima, se la pasa a Carmona, quien la retrasa
para Medel, en el límite del área grande. Agüero lo
persigue.
¿Está por ahí el arquero de Chile? Sí, de hecho, la
pide, pero Medel hace una cachaña: juega el balón por
detrás de la pierna izquierda con la derecha. Agüero
pasa de largo. Contreras se abre hacia el lateral
izquierdo. Medel

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