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La Otra Cara de la Luna - Escritos sobre Japón

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La Otra Cara de la Luna
Escritos sobre Japón
A quien no ha nacido, ni se ha criado, ni se ha educado e instruido en una cultura, siempre le quedará un reducto inaccesible de la esencia más íntima de la misma, incluso si uno ha conseguido dominar la lengua y todos los otros medios exteriores de aproximarse a ella. Porque las culturas son por naturaleza inconmensurables. 
Todos los criterios a los que podríamos recurrir para caracterizar una cultura o bien provienen de ella, y en consecuencia carecen de objetividad, o bien provienen de otra cultura, y ese mismo hecho los desautoriza.
El antropólogo, condenado a ver las cosas únicamente desde lejos e incapaz de percibir el detalle, tal vez deba a esas carencias su sensibilidad para captar los aspectos invariables que se mantienen o se afirman en diversos planos de una cultura, unos aspectos que oscurecen precisamente las diferencias que a él se le escapan.
La antropología, aunque jamás pueda disfrutar el privilegio reservado a los nativos de conocer una cultura desde su interior, puede al menos proponer una visión de conjunto, reducida a unos contornos esquemáticos que ningún nativo podría obtener, puesto que su situación carece de la distancia necesaria.
Para los occidentales, un abismo separa la historia del mito. 
Uno de los encantos más irresistibles de Japón radica en que allí se siente una íntima familiaridad entre la historia y el mito, los tiempos legendarios y la sensibilidad contemporánea forman una continuidad vivida.
La cultura japonesa posee una asombrosa capacidad para oscilar entre posiciones extremas. A diferencia de la cultura Occidental, que toma distintos partidos a lo largo de la historia pero busca convencerse de que reemplaza a unos por otros y descarta la idea del retorno. 
Resulta sorprendente que un país innovador, en la vanguardia del progreso científico y tecnológico, conserve tal reverencia hacia un pensamiento animista que hunde sus raíces en un pasado arcaico. 
Del mismo modo que la lucidez de la cultura japonesa le ha permitido articular de un modo muy lógico algunos temas míticos cuya paternidad exclusiva no posee – siendo posible hallar una especie de paradigma mitológico universal –, del mismo modo la antigua literatura japonesa puede contribuir a esclarecer problemas sociológicos de alcance universal.
Los relatos japoneses aportan una ayuda preciosa para elucidar cuestiones relativas a la organización social de algunos pueblos dispersos desde África hasta el noroeste de América, cuestiones que desconciertan a los etnólogos desde hace décadas.
· Las participaciones de Ame no Uzume (Shintō) y Hathor (Egipcia) en los mitos de Susanoo (Shintō) y Seth (Egipcio).
· Saruta-hiko (Shintō) y Baba (Egipcio) también con Susanoo y Seth.
· La canción narrando la leyenda de un príncipe nacido mudo en paralelo a un paraje de la vida de Creso.
· El final común de la Odisea y la historia del Héroe Yurikawa, con un concurso de arquería.
· La fábula de la Liebre de Inaba con sus numerosas versiones sudamericanas.
En Japón nada impresiona tanto como la diligencia con que cada quien desempeña su trabajo, la buena voluntad que los extranjeros califican siempre como una virtud fundamental del pueblo japonés al compararlas con el panorama social y moral de sus países de origen.
Tanto en la cocina japonesa como en su literatura y arte, una suprema economía de medios implica que cada elemento carga en sí mismo diversos significados. 
La civilización japonesa en su totalidad aparece como una civilización de tonalidades, donde cada experiencia reverbera en los registros.
Los filósofos occidentales veían dos diferencias fundamentales entre el pensamiento oriental y el suyo:
· El rechazo del sujeto – que en Occidente constituye una evidencia originaria – porque tanto el hinduismo como el taoísmo y el budismo se esfuerzan en presentar el yo con un carácter ilusorio.
· El rechazo al discurso – en Occidente se considera que el hombre comprende el mundo utilizando el lenguaje al servicio de la Razón – pues de acuerdo con la concepción oriental, cualquier discurso es irremediablemente inadecuado con respecto a lo real.
Japón no otorga al sujeto la importancia que Occidente pero eso no significa que el pensamiento japonés aniquile al sujeto: En vez de considerarlo la causa lo convierte en el resultado. 
· El pensamiento japonés ubica al sujeto al final del camino: Es el resultado del modo en que los grupos sociales y profesionales – cada vez más restringidos – encajan unos con otros.
· Lejos de repudiar el logos, como entendieron los griegos, Japón se alineó resueltamente en las filas del conocimiento científico donde ocupa incluso una posición privilegiada en primera línea.
La oposición va desde la estructura de la lengua japonesa – que ubica al sujeto al final – hasta los trabajos manuales donde – para mantener la sierra o el cepillo, para mover el torno en alfarería o enhebrar una aguja – el artesano japonés favorece los movimientos en sentido inverso a los nuestros. La pintura Zen, uno de las más características manifestaciones del espíritu japonés, es un perfecto ejemplo de este rasgo.
Un “doble estándar” ofrece las claves para comprender la historia de Japón, donde podría decirse que han encontrado una solución para el principal problema de nuestro tiempo – la rápida superpoblación del planeta – al hacer coexistir en su territorio las regiones costeras, densamente pobladas, con el interior montañoso prácticamente deshabitado. 
Oposición que también existe entre los universos mentales japoneses: El de la ciencia, la industria y el comercio en paralelo con aquel que continúa entregado a creencias que se remontan a la noche de los tiempos.
Entre la fidelidad al pasado y las transformaciones inducidas por la ciencia, quizá Japón sea la única nación que ha sabido encontrar un equilibrio en nuestros tiempos. 
Esto se debe en primer lugar al hecho de haberse incorporado a los tiempos modernos por medio de una Restauración en lugar de una Revolución. Eso les permitió salvaguardar sus valores tradicionales. 
Pero también se debe a una población que ha permanecido durante mucho tiempo a salvo de espíritu crítico y de la sistematización, cuyos excesos contradictorios minaron la civilización occidental.

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