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2020 José Alfredo Uribe Salas. Especialista en historia de la Minería, la Metalurgia y la Geología de Mé- xico en el siglo XIX. jusalas@gmail.com Patricia Gómez Rey. Historiadora de la Geogra- fía mexicana en los siglos XIX y XX y especialista en historia de la educación científica. geografiafi- los@gmail.com Rodrigo Vega y Ortega. Historiador de la cien- cia mexicana en los siglos XIX y XX, con énfasis en la fuente hemerográfica. rodrigo.vegayortega@ hotmail.com Luz Fernanda Azuela Bernal. Especialista en his- toria de la Geografía, la Geografía y la Historia Natural mexicanas en el siglo XIX. lazuela@igg. unam.mx Andrés Moreno Nieto. Historiador de la ciencia mexicana en el siglo XIX, con especialidad en la historia de la Geografía. andresmorenohistoria@ hotmail.com Consuelo Cuevas Cardona. Historiadora de la ciencia mexicana en temas de Historia Natural y Biología en los siglos XIX y XX. cuevas@uaeh. edu.mx Graciela Zamudio Varela. Historia de la Botáni- ca y de la Zoología mexicanas en los siglos XVIII y XIX. gracielazamudio3@gmail.com Rebeca Vanesa García Corzo. Historiadora de las Ciencias Naturales mexicanas en el siglo XIX e historia ambiental de Jalisco. revagarcia@yahoo. com Federico de la Torre de la Torre. Historia de la Ingeniería y la Tecnología mexicanas en el siglo XIX con énfasis en Jalisco. fdltorre@gmail.com Alberto Isaí Suárez. Historiador de la cultura y la sociedad coahuilense en el siglo XX. isaisua- rez87@gmail.com Estudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xx S E R I E : T E X T O S U N I V E R S I T A R I O SG E O G R A F Í A P A R A E L S I G L O X X I Luz Fernanda Azuela Bernal Rodrigo Vega y Ortega Coordinadores GEOGRAFÍA PARA EL SIGLO XXI SERIE: TEXTOS UNIVERSITARIOS Estudios geográficos y naturalistas, siglo xix y xx Estudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xx presenta nueve capítulos que rescatan, analizan e interpretan la memoria histórica en torno a la serie de trabajos geográficos y naturalistas que en los siglos xix y xx fueron desplegados por diversos actores de las ciudades mexicanas e incluso por extranjeros después de la Independencia y hasta su consolidación después de la Revolución Mexicana. A lo largo de siglo y medio, los ac- tores de la ciencia en varias regiones del país reorganizaron el entramado científico en distintas ocasiones dependiendo de las circunstancias políticas, sociales y económicas para hacer frente a las demandas del Estado y la sociedad, para lo cual se fundaron universidades, instituciones, laboratorios, colecciones, comisiones y agrupaciones, que se acompañaron de explicaciones en torno a la importancia del aprovechamiento de los recursos ambientales. Varios autores de este libro colectivo enfatizan el aspecto económico de las ini- ciativas científicas. Hay que tomar en cuenta que la apertura económica iniciada con la vida independiente de México requirió de la mejora de caminos, la determinación de la distancia entre centros de producción, consumo y exportación, la defensa de las fronteras y la búsqueda de materias primas para el despegue de la industria nacional y el comercio en el mercado extranjero. Para ello, se requería de los conocimientos y prácticas de los naturalistas y geógrafos que aquilatarían los recursos del país en tér- minos de la demanda económica al interior y exterior. De ahí que también arribaran viajeros buscando flora, fauna y minerales nativos para vender en sus países. Estudios de la geografía humana de México Héctor Mendoza Vargas Coordinador Espacios y prácticas de la Geografía y la Historia Natural de México (1821-1940) Luz Fernanda Azuela Bernal Rodrigo Vega y Ortega Coordinadores Infraestructuras de Datos Espaciales y Normatividad Geográfica en México: una perspectiva actual Jesús Olvera Ramírez, Carlos Alberto Sara Gutiérrez, Marisol Mancera Cedillo, Héctor Daniel Reséndiz López y Luis Chias Becerril Actores y espacios de la geografía y la historia natural de México, siglos XVIII-XX Luz Fernanda Azuela Bernal Rodrigo Vega y Ortega Coordinadores Espacio, paisaje, región, territorio y lugar: la diversidad en el pensamiento contemporáneo Blanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López Levi Geografías feministas de diversas latitudes Orígenes, desarrollo y temáticas contemporáneas María Verónica Ibarra García Irma Escamilla-Herrera La geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos xix-xx Luz Fernanda Azuela Bernal Rodrigo Vega y Ortega Coordinadores Luz Fernanda Azuela Bernal Rodrigo Vega y Ortega Coordinadores OTROS TÍTULOS DE LA SERIE Es tu di os g eo gr áfi co s y n at ur al is ta s, si gl os x ix y x x 9 786070 296741 ISBN: 978-607-02-9674-1 geograficos_naturalistas_port.indd 1 19/02/18 12:20 p.m. Estudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xx Instituto de Geografía Universidad Nacional Autónoma de México Colección: Geografía para el siglo XXI Serie: Textos universitarios, núm. 20 México, 2017 Estudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xx Luz Fernanda Azuela Rodrigo Vega y Ortega (coordinadores) Estudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xx Primera edición, 17 de octubre de 2017 D.R. © 2017 Universidad Nacional Autónoma de México Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510 México, Cd. Mx. Instituto de Geografía, www.unam.mx, www.igeograf.unam.mx Editor académico: José Luis Palacio Prieto Editores asociados: María Teresa Sánchez Salazar y Héctor Mendoza Vargas Editora emérita: Atlántida Coll-Hurtado Editor técnico: Raúl Marcó del Pont Lalli Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Esta publicación presenta los resultados de una investigación científica y contó con dictámenes de expertos externos, de acuerdo con las normas editoriales del Instituto de Geografía. Proyecto papiit núm. IN 302416 “Las investigaciones geográficas y naturalistas en México (1786-1950)” Geografía para el siglo XXI (Obra general) Serie: Textos universitarios ISBN (Obra general): 970-32-2965-4 ISBN: 978-607-02-9674-1 DOI: http://dx.doi.org/10.14350/gsxxi.tu.20 Impreso y hecho en México Estudios geográficos y naturalistas, siglos XIX y XX / coord. Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortega. -- Ciudad de México: UNAM, Instituto de Geografía, 2017. 239 p.; (Geografía para el siglo XXI; Serie Textos universitarios: 20) ISBN 970-32-2965-4 (obra completa) ISBN 978-607-02-9674-1 DOI http://dx.doi.org/10.14350/gsxxi.tu.20 1. Estudios geográfico – México – Siglos XIX – XX. 2. Estudios naturalistas - México – Siglos XIX – XX. I. Azuela Bernal, Luz Fernanda. II. Vega Ortega, Rodrigo. III Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Geografía. IV Serie. Índice Introducción…………………………………………………………………… 9 Capítulo 1. Exploración y descripción del territorio minero………………… 15 mexicano en el siglo xix José Alfredo Uribe Salas Capítulo 2. Por los derroteros de los estudios geográficos y la……………… 31 cartografía de las costas mexicanas del siglo xix y principios del xx Patricia Gómez Rey Capítulo 3. El desarrollo institucional de la Cátedra………………………… 49 de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 Rodrigo Vega y Ortega Capítulo 4. México en el proceso de estandarización………………………… 83 científico-técnica del siglo xix. El caso de los meridianos de referencia Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nieto Capítulo 5. Dos naturalistas suizos en México (1855-1882)………………… 109 Consuelo Cuevas-Cardona Capítulo 6. La práctica botánica de Alfredo Dugès………………………… 121 a través de la red de naturalistas decimonónicos Graciela Zamudio Capítulo 7. Adolphe Boucard (1839-1905)…………………………………… 135 y las apropiaciones de la naturaleza mexicana Rebeca Vanesa García Corzo Capítulo 8. Geología y nuevos materiales de construcción:………………… 151 el suelo de Guadalajara en la mira del inventor Genaro Vergara, finales del siglo xix Federico de la Torrede la Torre Capítulo 9. La difusión y la divulgación de las ciencias naturales…………… 181 en El Ateneo. Revista Estudiantil (Saltillo, Coahuila, 1920-1939) Rodrigo Vega y Ortega y Alberto Isaí Suárez Pérez Fuentes……………………………………………………………………… 211 Introducción El estado actual de las ciencias naturales y geográficas de México se asienta en una amplia tradición científica en cuanto al desarrollo de conocimientos y prácti- cas por parte de distintos actores de ambas. Estos se remontan al último tercio del siglo XVIII, cuando se naturalizó la ciencia ilustrada en la Nueva España a través de varias instituciones patrocinadas por la Corona española y, en particular, a partir de las actividades de la Real Expedición Botánica (1786-1803) desplegadas en varias regiones. Gracias a los expedicionarios se erigieron establecimientos en la Ciudad de México, como el Real Jardín Botánico y su Cátedra, y el Gabinete de Historia Natural, además de que los novohispanos en otras ciudades entabla- ron un diálogo con los peninsulares en cuanto a las características del territorio y la naturaleza del virreinato. Instituciones y diálogos que se mantuvieron activos en el siglo XIX. Entre 1821 y 1939, la geografía y la historia natural fueron disciplinas de amplio interés para los grupos en el poder y la sociedad en general, pues se consi- deraba que el Estado carecía de futuro si no se escudriñaba racionalmente el terri- torio y los recursos que poseía. De ahí que desde la independencia mexicana, am- bas ciencias estuvieran en la confección de los proyectos políticos, económicos, educativos, industriales y culturales en los niveles regional, municipal y nacional. En el último cuarto del siglo XIX se efectuaron cambios en la estructura organizativa de la ciencia mexicana en varias ciudades del país, que condujeron a la institucionalización de las investigaciones geográficas y naturalistas en orga- nismos de nuevo cuño, al tiempo que sus prácticas se enlazaban con los proyectos científicos de las metrópolis europeas. Todo ello dio lugar a que la ciencia mexicana alcanzara un esplendor inédito durante el gobierno de Porfirio Díaz, que se ma- nifestó en una gran producción científica, así como en su reconocimiento a nivel internacional. Después de la Revolución Mexicana, las ciencias geográficas y na- turales vivieron una nueva fase de auge institucional en el marco de las universida- des públicas y el Estado posrevolucionario en prácticamente cada entidad federal. Estudios geográficos y naturalistas, siglos XIX y XX presenta nueve capítulos que rescatan, analizan e interpretan la memoria histórica en torno a la serie de trabajos geográficos y naturalistas que en los siglos XIX y XX fueron desplegados por di- 10 . Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortega versos actores de las ciudades mexicanas e incluso por extranjeros después de la Independencia y hasta su consolidación después de la Revolución Mexicana. A lo largo de siglo y medio, los actores de la ciencia en varias regiones del país reor- ganizaron el entramado científico en distintas ocasiones dependiendo de las cir- cunstancias políticas, sociales y económicas para hacer frente a las demandas del Estado y la sociedad, para lo cual se fundaron universidades, instituciones, labo- ratorios, colecciones, comisiones y agrupaciones, que se acompañaron de explica- ciones en torno a la importancia del aprovechamiento de los recursos ambientales. Varios autores de este libro colectivo enfatizan el aspecto económico de las iniciativas científicas. En efecto, hay que tomar en cuenta que la apertura eco- nómica iniciada con la vida independiente de México requirió de la mejora de caminos, la determinación de la distancia entre centros de producción, consumo y exportación, la defensa de las fronteras y la búsqueda de materias primas para el despegue de la industria nacional y el comercio en el mercado extranjero. Para ello se requería de los conocimientos y prácticas de los naturalistas y geógrafos que aquilatarían los recursos del país en términos de la demanda económica al interior y exterior. De ahí que también arribaran viajeros buscando flora, fauna y minerales nativos para vender en sus países. Este libro forma parte de la colección “Geografía para el siglo XXI” del Insti- tuto de Geografía, en que se han publicado otros libros apoyados por la Dirección General de Apoyo al Personal Académico (DGAPA-UNAM) a través del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT), como La geografía y las ciencias naturales en el siglo XIX mexicano (2011), Naturaleza y territorio en la ciencia mexicana del siglo XIX (2012), Espacios y prácticas de la Geo- grafía y la Historia Natural de México (1821-1940) (2014), Actores y espacios de la Geografía y la Historia Natural de México, siglos XVIII-XX (2015) y La Geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos XIX-XX (2016). El presente libro continúa con la reflexión histórica de carácter colectivo en torno al desarrollo de la geografía y la historia natural a través de la caracterización de las prácticas científicas de ambas disciplinas y el análisis de sus producciones intelectuales. Los capítulos de este libro muestran la participación de las élites urbanas de la sociedad mexicana en la práctica de ambas ciencias desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, y destacan la diversidad de ámbitos en los que se desarrollaron, así como las peculiaridades y marcas que explican sus prácticas científicas. Este libro se encuentra organizado de forma cronológica, con excepción de dos capítulos generales que inician la obra colectiva, que corresponden a los estu- dios históricos presentados por José Alfredo Uribe y Patricia Gómez Rey. Introducción . 11 José Alfredo Uribe Salas contribuye con el capítulo titulado “Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo XIX”, que dejar ver el in- terés de la élite por el conocimiento y la práctica científica de los naturalistas e ingenieros de minas del siglo XIX que exploraron el territorio mexicano, lo descri- bieron y lo conceptualizaron en un dilatado proceso de adecuación científica. Se parte de la premisa de que estos fueron quienes emprendieron el reconocimiento “sistemático” de las regiones del México independiente, y los que formularon por primera vez descripciones acotadas de los espacios geográficos, las particularida- des de flora y fauna, y la estructura de sus recursos minerales. Patricia Gómez Rey analiza las investigaciones ambientales en torno a las cos- tas mexicanas en el siglo XIX y principios del siglo XX, donde revela la importan- cia estratégica y económica que estas revestían para la nación. Además del interés que habían manifestado los políticos mexicanos por conformar una representa- ción del país en su conjunto, unidad y diversidad, este trabajo revela que entre 1820 y 1910 también se dieron a la tarea de elaborar estudios que cuantificaran los recursos naturales costeros y su vocación portuaria para desarrollar el comer- cio internacional. Estos fueron elaborados por una diversidad de autores, en la que destacan amateurs y profesionales de la ciencia, quienes legaron a la sociedad mexicana un rico acervo de bibliografía geográfica sobre los litorales del país. En cuanto a los estudios de caso con una periodicidad limitada que confor- man este libro, Rodrigo Vega y Ortega presenta “El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867”, en que se analiza el proceso de consolidación de esta institución científica mediante las leyes y la normatividad oficial que modificaron tanto los contenidos curriculares que se enseñaban en ella como su ubicación en la red de establecimientos científicos capitalinos dedicados a la generación de nuevos cuadros de profesionales, además de su relación formal con algunos de estos en ciertos momentos del siglo XIX. El estudio de LuzFernanda Azuela y Andrés Moreno, titulado “México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo XIX. El caso de los me- ridianos de referencia”, aborda el uso de los “meridianos cero” en México en la práctica cartográfica y geográfica hasta el año de 1884 cuando la Conferencia del Primer Meridiano y del Día Universal colocó a Greenwich como el meridiano de origen. Para dicho objetivo se presenta una breve revisión histórica de los diversos meridianos usados en la cartografía del territorio, presentando a los actores invo- lucrados y haciendo patentes los posibles intereses negociados en su utilización. Sobre el desarrollo de las ciencias naturales en el siglo XIX, Consuelo Cuevas Cardona se adentra en la impronta de los naturalistas suizos Henry de Saussure y Francisco Sumichrast que visitaron México entre 1855 y 1882. Ambos son un 12 . Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortega ejemplo de la manera “imperialista” de actuar de numerosos europeos que lle- garon a los países latinoamericanos y caribeños para conocer el “nuevo mundo”. Ambos naturalistas valoraron a México tanto como un edén de exuberante y de sorprendente belleza como un lugar de gran desorden natural en el que la vege- tación crecía abrumadora y amenazante, lleno de animales ponzoñosos y fieras dispuestas a arrojarse sobre todo aquel individuo que pasara cerca. Este análisis retoma la literatura de viaje decimonónica producto de los naturalistas europeos. En “La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalis- tas decimonónicos”, Graciela Zamudio registra la amplia red intelectual de la que formó parte este naturalista francés avecindado en México. Dicha red sirvió para el intercambio de datos, opiniones y resultados científicos sobre las especies mexicanas, en especial la flora del centro del país, que se integró a las colecciones nacionales y extranjeras, renovando sus contenidos epistémicos. Rebeca García Corzo desarrolla la obra del naturalista Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones científicas que hizo de la naturaleza mexicana, como parte del grupo de viajeros naturalistas que se dedicaban a recolectar y clasificar especímenes para hallar su posición en el “orden universal”. Boucard es un ejemplo del tipo de zoólogo europeo que se interesaba por los novedosos ám- bitos latinoamericanos, sobre todo aquellos que resultaban más enigmáticos por el desconocimiento y ausencia de ejemplares en los lugares explorados hasta ese momento por los europeos, quienes los valoraban especialmente para acrecentar sus colecciones. Federico de la Torre examina el proceso de innovación científico-tecnológica que tuvo lugar en Guadalajara a partir de la práctica geológica y una incipien- te modernización en la actividad constructiva, durante la penúltima década del siglo XIX. El estudio establece el vínculo que existió entre el quehacer científico desplegado por ingenieros como Carlos F. de Landero y Mariano Bárcena, con el de otros profesionales de la ingeniería avocados a la industrialización de los mate- riales provenientes de las entrañas de la tierra como el ingeniero Genaro Vergara Castaños, en el marco de la consolidación de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco y la Escuela de Ingenieros. Por último, a través del examen de El Ateneo. Revista Estudiantil (Saltillo, Coahuila, 1920-1939), Rodrigo Vega y Ortega y Alberto Isaí Suárez abordan el desarrollo de la cultura científica ligada al Ateneo Fuente, mediante la caracteri- zación de la circulación de temas científicos de interés para la comunidad estu- diantil y la sociedad coahuilense. La publicación fue un espacio para la expresión de algunos alumnos y profesores que buscaban dar a conocer tanto trabajos in- Introducción . 13 éditos como transcripciones ya publicadas en otros medios, entre la comunidad profesional y académica del estado de Coahuila. Como en los libros anteriores ya señalados, los capítulos reflejan la hete- rogeneidad de fuentes históricas que son abordadas por los historiadores de la ciencia mexicana adscritos a diversas universidades del país. Los capítulos de este libro contribuyen a comprender de mejor manera las actividades de los grupos de naturalistas y geógrafos mexicanos en los siglos XIX y XX, y ponen de manifiesto sus aportaciones para la conformación de la red científica local e internacional, comprometida en el aprovechamiento de los recursos naturales y territoriales de cada región. A través de sus esfuerzos, el país cobró un dinamismo académico a la altura de algunas naciones europeas y americanas, que recibió el reconocimiento internacional. Luz Fernanda Azuela Rodrigo Vega y Ortega Ciudad Universitaria, a 20 de noviembre de 2016 Agradecimientos Las investigaciones aquí presentadas forman parte de los estudios realizados en el proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geográficas y naturalis- tas en México (1786-1950)”. Durante el desarrollo del primer año del proyecto participaron como beca- rios los siguientes alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México: José Daniel Serrano Juárez, Andrés Moreno Nieto, Juan Escobar Puente, José Bernardo Martínez Ortega, David Santos Mo- rín, Roberto Tecpa Galván, Atzayácatl Nájera Flores y Balam Martínez Pabello. Agradecemos el apoyo del Instituto de Geografía y de su director, el Dr. Manuel Suárez Lastra, para la realización de las investigaciones. Expresamos también nuestra gratitud a las sucesivas coordinadoras de la Biblioteca “Antonio García Cubas” del Instituto de Geografía, la Mtra. Concepción Basilio Romero y la M. en B. Antonia Santos Rosas, por su valioso apoyo en la localización de la bibliografía. De igual manera, reconocemos el invaluable apoyo de quienes con- forman la Sección Editorial del Instituto y a los editores académicos. Capítulo 1. Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix1 José Alfredo Uribe Salas2 Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo Introducción En años recientes la historia de la ciencia ha puesto en el centro de sus considera- ciones el concepto de territorio como una herramienta, tanto teórica como con- ceptual, capaz de desbordar los límites fronterizos del pensamiento geográfico (geografía física, teoría del análisis regional o de la geografía crítica), y que busca explicar las relaciones vinculantes de los fenómenos naturales en su dimensión espacial y los acontecimientos sociales en el curso de la época moderna. El debate académico sobre el concepto es largo y prolijo por la intervención de variadas disciplinas que han arrojado una pluralidad y diversidad de pensamientos y op- ciones metodológicas para desbrozar el escenario que aquí se denomina “relacio- nes vinculantes en su dimensión espacial” (Bosque Maurel, y Ortega Alba, 1995; Diego Quintana, 2004; Goncalvez Porto, 2001). En ese proceso de construc- ción de conocimientos también se encuentra implícita la circulación de estos en 1 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo- gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins- tituto de Geografía-UNAM. 2 Doctor en Historia y Geografía por la Universidad Complutense de Madrid. Investigador titular de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Investigador Nacional Nivel II, y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC). Sus estudios se han centrado en la historia económica, de la ciencia y la tecnología de los siglos XIX y XX. Esta investigación es parte del proyecto Historia social de la ciencia. La minería como objeto de estudio y los inicio de la Geología y la Paleontología mexicana, siglos XIX, Consejo de la Investigación Científica, UMSNH, 2016. Responsable José Alfredo Uribe Salas; Ciencia y espectáculo de la Naturaleza. Viajes científicos y museos de Historia Natural. Investigador principal: Miguel Ángel Puig SamperMulero. Referencia: HAR2013-48065-C2-2-P. Madrid, España, 2015-2016. 16 . José Alfredo Uribe Salas espacios de negociación entre distintos actores locales que, en su temporalidad histórica, se apropian del territorio y lo modifican dependiendo de la escala de interacción motivada por múltiples intereses. Se trata, y ese es el punto, de una construcción histórica, social y simbólica preñada de conocimientos empíricos (temporales y circunstanciados) que ayuda a la comprensión e interpretación de una realidad física humanizada (Auge, 2008; Harvey, 2004; Hiernaux, 1999; Hiernaux y Lindon, 1996: 89-109; Santos, 2000). En ese sentido, el presente trabajo se propone analizar tanto el conocimiento como la práctica científica de los naturalistas e ingenieros de minas del siglo XIX que exploraron el territorio mexicano, lo describieron y lo conceptualizaron en un dilatado proceso de adecuación. Se parte de la premisa de que fueron ellos quienes emprendieron el reconocimiento “sistemático” de los territorios del Mé- xico independiente, y los que formularon por primera vez descripciones acotadas de los territorios geográficos y etnográficos, las particularidades de flora y fauna de determinados nichos ecológicos, y la naturaleza y estructura de sus recursos minerales. Su práctica científica desde la llamada Historia Natural contribuiría a formular los cimientos de diversos sistemas de conocimiento de la realidad na- tural y social, y procesos de socialización del saber, cada vez más amplios, a través del establecimiento de instituciones de educación, asociaciones, museos, biblio- tecas, periódicos y revistas3 (Uribe Salas, 2015: 105-130; Díaz de Ovando, 1998: vols. I, II, III; Morelos, 2012). ¿Quiénes integraban a ese sector social de escritores, editores y lectores, y las redes de intereses y compromisos que forjaron? ¿Cuál era su formación académi- ca, desempeño profesional, aportes a la circulación de saberes y/o concreción de objetos conceptuales y tecnológicos? ¿Cuál fue el papel que ejercieron en la orga- nización empresarial y en los procesos técnico-científicos de producción? Existe ya una literatura que busca dar respuestas a las interrogantes planteadas (Bazant, 1984; Paz Ramos y Benítez, 2007; Morelos, 2012; Flores, 1989, 2015; Gámez y Escalante, 2015; Uribe, 2015), pero se requieren de otros estudios dirigidos a conocer y explicar que el conocimiento es siempre el resultado de la conjugación de múltiples saberes locales que se encuentran circulando a través de cuerpos, ob- jetos y textos, provenientes de diferentes fuentes, espacios y culturas. 3 Anales Mexicanos de Ciencias, Literatura, Minería, Agricultura, Industria y Comercio en la República Mexicana, por una reunión de personas dedicadas a estos ramos, que desean dar a conocer mejor a su país en el extranjero con verdad y exactitud y promover entre sus compatrio- tas la mayor ilustración basada en la verdadera moralidad, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1860. Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 17 En la aproximación a esa problemática he considerado a un grupo repre- sentativo de naturalistas e ingenieros mexicanos integrado por profesionales de botánica, mineralogía, paleontología y geología, que participaron en diversas ins- tituciones de educación, asociaciones científicas, comisiones oficiales y proyectos gubernamentales. A ese grupo pertenecieron Trinidad García de la Cadena (1811- 1886), Antonio del Castillo (1820-1895), Gumesindo Mendoza (1829-1883), Mi- guel Velázquez de León (1830-1890), Francisco Díaz Covarrubias (1833-1889), Santiago Ramírez (1836-1922), Alfonso Herrera (1838-1901), Antonio Peñafiel (1839-1922), Manuel María Villada (1841-1924), Jesús Sánchez (1842-1911), Mariano Bárcena (1842-1899), Manuel Urbina y Altamirano (1844-1906), José Ramírez (1852-1904), José Guadalupe Aguilera (1857-1941), Gabriel Alcocer (1864-1916), Jesús Galindo y Villa (1867-1937), Ezequiel Ordóñez (1867-1950), entre otros. Este grupo de profesionales de la ciencia recorrieron el extenso terri- torio mexicano, interactuaron con los saberes y experiencias locales, y sus estu- dios fueron publicadas en los periódicos y revistas más importantes y de mayor circulación en México, entre las que destacan, desde luego, el Boletín de la Socie- dad de Geografía y Estadística de la República Mexicana; La Naturaleza. Periódico Científico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural; Anales del Museo Nacional de México; El Minero Mexicano; Anales del Ministerio de Fomento de la República Mexicana; Memorias de la Sociedad Científica Antonio Alzate; Anuario de la Aca- demia Mexicana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, correspondiente de la Real de Madrid; Anales de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México; Boletín de Agricultura Minería é Industrias publicado por la Secretaría de Fomento; Boletín del Instituto Geológico de México, entre muchos más (Berberena y Blok, 1986: 7-26; Ayala, 1993; Saldaña y Azuela, 1994: 135-172). Las revistas y periódicos que hemos enumerado fueron un agente activo en la propagación de conocimiento sobre diversos tópicos de la naturaleza (geográfi- cos, botánicos, geológicos, mineralógicos, sistemas hidráulicos, técnicas y tecno- logías, etcétera), y ayudaron a forjar intereses y relaciones diferentes entre quienes editaban, escribían y leían (Chartier, 2005: 11-12). Ese entramado de intereses comunes colocaría a los hacedores de la modernidad científica en inmejorable po- sición frente al Estado, el más interesado en dar cauce al ensanchamiento de las actividades productivas, y con los empresarios, que demandaban innovaciones or- ganizacionales y técnico-científicas para sus actividades y negocios. El presente trabajo busca delinear tres rutas de aproximación a la escala de interacción social de los problemas planteados: diversidad, entrecruzamiento e hi- bridación de los saberes; el concepto de territorio en la obra de los naturalistas e ingenieros, y el papel de los ingenieros en los procesos de innovación técnico- 18 . José Alfredo Uribe Salas científica. La propuesta metodológica sigue los lineamientos expuestos por Henri Lefebvre quien considera que el espacio es un producto que vincula el espacio físico, las relaciones sociales y las mentalidades (Lefebvre, 1992). Diversidad, entrecruzamiento e hibridación de los saberes Los naturalistas e ingenieros mexicanos fueron, en el largo siglo XIX, el mayor vínculo entre el territorio y las actividades mineras. El ingeniero militar Luis Robles Pezuela4 (Cárdenas de la Peña, 1979: 277) aseguró en 1866 que una de las ciencias de más útil aplicación en nuestro país es la geografía… Dueños de una extensión de más de ciento catorce mil leguas cuadradas (200.000,000 hectáreas), bañadas al Este por el Atlántico y al Oeste por el Pací- fico; limitados al N. por terrenos inmensos, ricos por lo general en los tres reinos de la naturaleza; ceñidos al S. por una parte estrecha del continente, en donde se encuentran ríos navegables que convidan a establecer una fácil comunica- ción interoceánica; y dotados ampliamente por la naturaleza de una inmensa variedad de climas, parece que no sería necesario más de la voluntad para hacer de nuestro territorio el país más rico del mundo. Pero para poder explotar con ventajas estos elementos, es necesario conocerlos, ponerlos en acción; en suma, sembrar para cosechar. Sin el gasto de fuertes sumas empleadas en comisiones científicas que se ocupen en hacer levantamientos geodésicos, en situar puntos astronómicos, en ejecutar nivelaciones, en hacer observaciones meteorológicas y reconocimientos geológicos y de historia natural, nuestra geografía no podrá adelantar sino muy lentamente” (Robles Pezuela, 1866: 9-10). El ingeniero de minas Antonio del Castillo asentó en el inicio de La Natu- raleza, la necesidad de estudiar la historia física de la tierra, ya que en el caso de México sólo “algunos de nuestrosdistritos mineros y sus alrededores” eran co- nocidos, pero la vasta extensión de su territorio “está esperando que los iniciados en las ciencias descifren por las medallas de la creación sepultadas en capas, las épocas a que pertenecen” (La Naturaleza, 1870: 4-5). Y en el ámbito de la mine- ralogía sugería la exploración de todos los estados mineros del país y la integra- 4 Luis Robles Pezuela (¿?-Ciudad de México, 1882). Ingeniero militar. Fue ministro de Fo- mento de Maximiliano de Habsburgo desde noviembre de 1864 hasta el 3 de marzo de 1866. Liberal moderado. Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 19 ción de colecciones, pues “aún nos falta la descripción mineralógica de muchos de nuestros distritos mineros” (La Naturaleza, 1870: 1-5). En esa interacción produjeron una diversidad de saberes, artefactos concep- tuales y técnico-científicos, que circularon a través de la prensa escrita en varias localidades. El periódico La Naturaleza, por ejemplo, recogió entre 1870 y 1914 cerca de cien artículos especializados sobre temas de mineralogía y geología como resultado del trabajo de exploración e investigación que se realizó en la mayor parte del territorio nacional (Tabla 1). Estado de la República Mexicana Número de estudios Estudios generales a la República Mexicana 21 Hidalgo 8 Puebla 7 Guerrero 8 Jalisco 3 Colima 1 Michoacán 7 San Luis Potosí 5 Nayarit 2 Durango 2 Estado de México 8 Baja California 1 Guanajuato 6 Sonora 1 Chihuahua 3 Zacatecas 1 Veracruz 3 Oaxaca 1 Morelos 2 D.F. 4 Querétaro 1 Tabla 1. Distribución espacial de los trabajos mineralógicos y geológicos publicados en La Naturaleza. Fuente: La Naturaleza, 1869-1914. 20 . José Alfredo Uribe Salas A través de su adiestramiento profesional en los estudios geológico-mineros realizados en el Colegio de Minería, la Escuela Imperial de Minas y, finalmente, en la Escuela Nacional de Ingenieros, el grupo de ingenieros mexicanos redes- cubrieron nuevas vetas minerales y yacimientos de cobre, plomo, zinc, hierro en territorios hasta entonces vírgenes o poco trabajadas, circunstancia que cambiaría el rumbo de la minería mexicana abocada a los metales preciosos, oro y plata, en el centro del México, por los de uso y demanda industrial que se impuso al final del siglo ubicados mayormente en el norte del país (Uribe Salas, 2000: 311-330; Uribe Salas, 2013: 117-142). Pero quizá lo más significativo para el avance del co- nocimiento haya sido la conjunción de técnicas y saberes universales con el escru- tinio de la propia realidad que produjo un entrecruzamiento e hibridación de los saberes.5 El zoólogo Jesús Sánchez recoge con precisión ese fenómeno epistemo- lógico cuando dice que: “Al fijar los hechos, al aplicar los principios, al examinar las teorías, al discutir los resultados, al presentar los ejemplos, hemos procurado referirnos a nuestro país, sirviéndonos, ya de nuestros estudios propios, ya de los practicados por nuestros compañeros y compatriotas” (Sánchez, 1887-1890: 41). En ese proceso de exploración del territorio elaboraron descripciones deta- lladas de lo que veían y encontraban, apoyados en los saberes locales. Sin ser bo- tánicos o zoólogos dieron cuenta de las particularidades de la flora y la fauna de los lugares recorridos (Bárcena, 1895: 39-67; Castillo, 1849: 336-340; Ordóñez, 1894: 54-74; Puga, 1892: 86-96); experimentaron los afanes disciplinarios de la geografía y la geología histórica y la humanización de los territorios por la acción de la sociedad (Ordóñez, 1890-1891: 113-116; Ordóñez, 1890-1891: 239-242); dieron cuenta de los fenómenos sismológicos y la historia de las erupciones volcá- nicas (Bárcena, 1874: 240-248; Bárcena, 1887: 5-40; Ordóñez, 1894-1895: 183- 196); realizaron estudios de cuevas y cavernas para responder preguntas sobre las fuerzas que lo originaban y la edad de la Tierra (Uribe y Valdivia, 2015). Pero el mayor interés de los naturalistas e ingenieros mineros mexicanos serían los pro- cesos de mineralización, como resultado de la descomposición de la materia or- gánica del suelo, y la conversión del nitrógeno orgánico en nitrógeno mineral, especialmente nitrato y amonio (Bárcena 1874-1876: 35-37; Bárcena, 1877-1879: 268-271; Castillo, 1864: 564-571; López Monroy, 1888; Vega y Ortega y García Luna, 2014: 147-169). 5 A los ingenieros mexicanos les tocó aprender los principios elementales de esas disciplinas en las poca obras o tratados disponibles en ese entonces, como los Elementos de Orictognosia o los Principios de Geología de Andrés Manuel del Río; y Paleontología en la obra de Alcide d`Orbigny. Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 21 Mejor capacitados en los estudios geológico-mineros, avanzaron en la des- cripción topográfica del territorio, los sistemas hidrográficos, las aguas minerali- zadas y termales (Ramírez, Orozco y Berra, Cuatáparo, Manero, 1875), el origen de rocas y minerales, las propiedades de criaderos de azogue, ópalos, obsidiana, diamantes, linacita, bismuto, arsénico, cal hidráulica, criaderos de carbón, minas y criaderos de hierro, tobas calizas, noticia y descripción de las masas de hierro meteórico, y de piedras meteóricas caídas en México, estudios químicos de los minerales mexicanos, criaderos de grafita o plombagina, conteniendo las especies minerales dispuestas por orden de su composición química y cristalización, con arreglo al sistema del profesor Dana, observaciones sobre combustibles minera- les, tintura alcohólica de resina de Guayacán, empleada como reactivo para re- conocer los óxidos de manganeso y los carbonatos alcalinos, observaciones sobre las pegaduras que producen las mezclas binarias de selenio, antimonio, plomo y bismuto, y un largo etcétera (Aguilar y Santillán, 1898: 1-148; Olavarría y Ferra- ri, 1901: 1-170; Crespo y Martínez, 1903: 65-168). La exploración y descripción del territorio mexicano llevó a los ingenieros de minas a interesarse por problemas y cuestionamientos propio de las disciplinas de la geología y la paleontología. En los estudios geológico-mineros que efectuaron en afamados distritos y pequeños centros de minería, repartidos en la extensa se- rranía mexicana, los ingenieros mexicanos se hicieron de las herramientas con- ceptuales de la estratigrafía para determinar las formaciones sedimentarias y la presencia de rocas eruptivas, y en diferentes estudios describieron y dataron la pre- sencia de sustancias químicas y minerales con los parámetros del tiempo geológi- co de su formación; se sometió a discusión la presencia de los pórfidos cenozoicos y las rocas mesozoicas de México y sus fósiles característicos, descripción de crus- táceos fósil del género Spheroma (Spheroma Burkarti), descripción de un hueso labrado de llama fósil encontrado en los terrenos posterciarios de Tequixquiac, Estado de México, todo lo cual arrojó nuevos datos acerca de la antigüedad del hombre en el Valle de México, y abrió a la discusión una línea de investigación sobre la prehistoria del hombre en el continente (Uribe, 2016). Es evidente que hacia finales del siglo XIX los naturalistas e ingenieros mexi- canos habían documentado, a través de una colección de más de 6 000 fósiles, pertenecientes a la Comisión Geográfico-Exploradora, la correlación de las capas terrestres y el tiempo trascurrido, tomando en consideración la erosión, la se- dimentación, los terremotos y los volcanes que dieron pruebas de cómo habían sucedido los fenómenos geológicos. En el trabajo Fauna fósil de la sierra de Ca- torce, San Luis Potosí (Castillo y Aguilera, 1895), escrito en 1895 por Antonio del Castillo y José Guadalupe Aguilera, “se demuestra fehacientemente, mediante 22 . José Alfredo Uribe Salas una detallada descripción de los fósiles, la presencia del Jurásico en México, la que sólo había sido indicada sin comprobación” (Gómez-Caballero, 2005: 154). Pero corresponde a José Guadalupe Aguilera el arduo trabajo desistematización de cuanto se había escrito y publicado en Nueva España y México. Sus trabajos Bosquejo Geológico de México (1896); Breve Explicación del Bosquejo Geológico de la República Mexicana (1897); Catálogos sistemático y geográfico de las especies mi- neralógicas de la República Mexicana (1898), y Reseña del desarrollo de la Geología en México (1905), entre otros, constituyen el puente científico y epistemológico entre los siglo XIX y el XX (Rubinovich Kogan, 1991: 10-119). Los conocimientos que arrojaron los estudios pusieron en mejor perspecti- va cultural la importancia y valor de las localidades, distantes de los centros de interpretación científica, con lo que los naturalistas mexicanos ensayarían otros esquemas conceptuales para definir el territorio. El ingeniero de minas Santiago Ramírez consideraba que no bastaba la teoría o los conocimientos científicos que se resguardaban en libros ni la transmisión de esos conocimientos a través de la enseñanza en las instituciones de educación, sino que esta debía contrastarse con los problemas reales a resolver, comenzando con el conocimiento y manejo de los aparatos y máquinas dispuestos en los centros de trabajo; los instrumentos de precisión para realizar mediciones físicas y los reactivos para los análisis químicos de las sustancias propios de los laboratorios; y por último, conocer de las coleccio- nes mineralógicas y de fósiles para determinar sus caracteres, estructura, compo- nentes, localización geográfica y estratigrafía de procedencia (Ramírez, 1892: 1). El concepto de territorio en la obra de los ingenieros de minas Para los ingenieros de minas mexicanos del siglo XIX, el concepto de territorio dejó de referir solamente a la soberanía o la jurisdicción política administrativa. En la medida en que exploraban el territorio nacional registraron una diversidad de características topográficas, orográficas, geológicas, estratigráficas, composi- ción, edad y transformaciones en el tiempo. Hicieron descripciones detalladas de flora y fauna, de múltiples localidades y sus interacciones; lo mismo sobre los diversos componentes que determinaban el espacio físico en el que interactuaban los seres vivos, como el suelo, el agua, la luz, la humedad, el oxígeno o los nutrien- tes. El mayor interés recayó en el registro y análisis de los recursos que existían en él (recursos minerales, fundamentalmente) y su valor o utilidad para el desarrollo moral y físico del país (Ramírez, 1874a; Ramírez, 1874b; Ramírez, 1879). Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 23 En los escritos del siglo XIX la actividad minera aparece como el principal factor humano que modifica el territorio, la alteración de sus ciclos naturales, y al mismo tiempo, la puesta en escena de nuevos paisajes. En general, los natura- listas mexicanos formularon una breve ecuación de impacto, al relacionar para un mismo fin diferentes elementos de ese territorio, como serían los bosques y el agua con la extracción y beneficio de las sustancias minerales contenidas en el subsuelo (Bárcena, 1877: 331-378; Bárcena, 1877: 43-46, 85-91, 195-202 y 283-286; Bárcena, 1880: 12-13; Bárcena, 1885-1886: 265-270; Bárcena, 1891: 204-215, 238 -251, 269-274; cartas una altimétrica y otra geológica (1:500 000); Hay, 1866; Ordóñez, 1894-1895: 309-334; Puga, 1888-1889: 66-70, 73-85; pla- no, 1:100 000). La tradición científica de los ingenieros de minas basaría su comprensión del territorio en las ciencias físicas y naturales como la botánica, la mineralogía, la geología, la vulcanología y la paleontología, que a su vez serían los soportes para los intercambios e interacciones entre el universo social y el territorio. Por ejemplo, en sus largos recorridos de exploración elaboraron croquis, planos y mapas que representó una manera distinta de apropiarse del territorio y concep- tualizarlo (véase Del Castillo, 1893). En cada uno de ellos se recogió una rica y versátil información de las características geográficas del territorio (cerros, valles, ríos, distancias, posición astronómica, clima, vientos, lluvia); población, vías de comunicación e infraestructura (descripción de pueblos y ciudades, población y fuerza de trabajo, bosques y madera para las minas, campos de cultivo para el suministro de productos); historia de las actividades mineras (producción, tec- nología, financiamiento, utilidades); historia geológica (litología y estratigrafía de las montañas, minas, socavones y rocas), y génesis de los criaderos (edad de los criaderos) (Uribe, 2015).6 Ese cambio de significado del concepto territorio alude de manera significativa a las transformaciones sociales que tenían lugar en la temporalidad de estudio y también al desarrollo de las disciplinas a través de las cuales se reelaboró y conceptualizó (Sariego Rodríguez, 1992). Esos intercambios e interrelaciones se definirían por dos ejes: los comporta- mientos humanos en el territorio dominado por un grupo, a partir de la toma de posesión del mismo, y la cantidad, variedad y calidad del material mineralógico y las capacidades técnicas para aprovecharse de él, extraerlo, beneficiarlo y comer- 6 La riqueza de información que contienen es impresionante, pero se requiere de estudios especializados para poner en perspectiva los nuevos paradigmas de gestión y conceptualiza- ción del territorio implícitos en la práctica científica que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX. 24 . José Alfredo Uribe Salas cializarlo (Uribe Salas, 1992; Uribe Salas, 2000: 311-330; Uribe Salas, 2015: 105- 130). Para Antonio del Castillo, Santiago Ramírez o José G. Aguilera, entre otros más, el territorio no era algo dado e inmutable. En sus exploraciones de campo, y en los estudios técnico-geológicos que se publicaron sobre los mismos, se avanzó la tesis de que la corteza terrestre había experimentado transformaciones signifi- cativas a lo largo del tiempo geológico, y que en el pasado todo había sido dife- rente. Para fundamentar esa apreciación ponían los ejemplos de las localidades mineras que ellos mismo habían explorado para formar la Carta Geológica de México, pero al mismo tiempo hacen ver la presencia de una nueva fuerza capaz de introducir cambios en el orden natural: la actividad humana. Refieren enton- ces que el territorio era alterado (modificado) por el hombre con fines específicos. Aluden en distintos pasajes de sus obras, en un ejercicio de representación del territorio, a una construcción social y cultural del mismo, matizada por una ela- boración significativa, simbólica, basada fundamentalmente en viejos o nuevos saberes geológico-mineros (Ramírez, 1884: 97-100; Aguilera, 1897). Entre los ingenieros de minas la perspectiva geológica del territorio sería un instrumento de definición y ocupación, y “al mismo tiempo un espacio privile- giado para la investigación empírica” (Castillo, 1869; Ramírez, Santiago, 1884: 97-100). Ambos elementos estaban orientados a la aplicación de políticas de de- sarrollo económico tanto públicas como privadas. El trasfondo de lo que sucedió en el siglo XIX, a partir de esos intercambios e interrelaciones, fue una manera de organizar el territorio vinculado fuertemente con la organización administrati- va, es decir, con el Estado, pero también con la organización de las actividades productivas y las empresas mineras (Blanco Martínez y Moncada Maya, 2011: 74-91). Como ya hemos indicado, para los ingenieros mineros no existía un único territorio sino múltiples por sus variadas características topográficas, orográficas, geológicas, estructuras, estratigrafías, composición, edad y transformaciones en el tiempo (Capel, 2016: 16).7 También agregaban el nivel del discurso científico sobre su naturaleza y/o la utilidad de sus recursos, para concluir con los flujos de población, circulación de saberes, capitales y de tecnologías para su extracción y su beneficio económico, social o político (Ramírez, 1890; Ramírez, 1883:1-104; Ramírez, 1884: 5-250; Crespo y Martínez, 1903: 82). 7 A la escala de la duración del planeta Tierra, y de las eras geológicas –es decir, en una dura- ción de 5 000 millones de años, o incluso del tiempo transcurrido desde el Paleozoico, unos 550 millones de años–, todo el territorio es efímero, como lo son los mismos continentes. A la escala del Pleistoceno (hace 2.5 millones de años) se produce el proceso de humanización y existen todavía cambios orográficos notables (Capel, 2016: 16). Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 25 Para los naturalistas e ingenieros el territorio cambiaba su fisonomía con la acción humana: deforestación, cambio en el curso de los ríos, desecación de lagos y procesos urbanos, como resultado de intensos flujos de inmigración en periodos de bonanza minera, etcétera. Ellos veían en la historia de la minería los principa- les signos humanos del territorio, lo que a finales del siglo XX se definiría como el “territorio humanizado”. La práctica geológico-minera mexicana del siglo XIX, y los escritos publicados por sus practicantes, dejaron a la posterioridad múltiples evidencias de la existencia de trabajos antiguos en regiones mineras que se con- sideraban vírgenes hasta entonces, huellas de otros intentos por extraer mineral en la misma superficie, “pero borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe” (Burkart, 1869: 82). Los naturalistas y los ingenieros de minas contribu- yeron al conocimiento de la vida material de sociedades y formas de organiza- ción, con pocos registros en los anales de la historia, haciendo trabajo arqueo- lógico (véase Burkart, 1869: 82-111; Flores, 1946: 5-108). El ingeniero Ramírez llamó la atención de sus colegas a poner atención en ese tipo de huellas loca- lizadas en los trabajos de exploración, ya que se convertían en una especie de palimpsesto de la evolución humana “que hay que saber leer e interpretar” (Ra- mírez, 1884: 699-701). En resumen, los ingenieros recorrieron el territorio mexicano y estudiaron una variedad de elementos geológicos, incluidos rocas, minerales, fósiles, suelos, formas del relieve, formaciones y unidades geológicas y paisajes como producto y registro de la evolución de la Tierra, y elaboraron distintas dataciones del tiem- po geológico antes de la aparición o llegada del ser humano (Uribe Salas, 2016; Voth, 2008: 3). Al mismo tiempo establecieron un registro del tiempo histórico, no más de 500 años, en el que el ser humano utilizó por primera vez y para su beneficio rocas o minerales (Uribe Salas, 1996), que en ese accionar modificaría los elementos de un ecosistema y el paisaje característico, edificaría un orden ur- bano artificial, construiría herramientas y máquinas, y al final abandonaría la actividad minera en algunos lugares por agotamiento de las sustancias minerales o por lo incosteable desde el punto de vista económico para continuar extrayén- dolas del subsuelo. Esas dos perspectivas les otorgaría nuevas herramientas que ejemplifican el modo en que el Estado y las comunidades locales organizaron su espacio productivo y la gestión del territorio. Ingenieros y procesos de innovación técnico-científica Los naturalistas e ingenieros mineros mexicanos no solo fueron artífices de cono- cimientos científicos que enriquecerían la comprensión de los componente bió- 26 . José Alfredo Uribe Salas ticos y abióticos del territorio, de la elaboración de sistemas explicativos y con- ceptuales previamente sancionados por las comunidades disciplinarias; también, y en grado sobresaliente, se convirtieron en promotores del “progreso” y el “desa- rrollo” de la economía y la sociedad a través de la innovación técnico-científica y la inversiones de capital. Sobre este tema y problema tenemos apenas algunos estudios preliminares que tratan de la institucionalización de las ciencias y su práctica técnico-científica imbricadas con el desarrollo de la economía. Existen dos vertientes o modelos explicativos: el primero se centra en la idea de que el interés por el desarrollo y el progreso material de la economía y la sociedad apenas fue el resultado de los esfuerzos y aspiraciones de individuos o grupos de naturalistas, profesionales de la ciencia, filántropos y políticos; el segundo modelo plantea que ese sector social diseñó e impulsó políticas públicas sustentadas en el trinomio ciencia, tecnología e ingeniería, inmersos en la tarea de constituir y legitimar las nuevas institucio- nes del México independiente, y al fragor de las contiendas ideológico-políticas que orientaban distintos proyectos de Estado y de nación (Azuela Bernal, 1996; Flores, 2015; Gámez y Escalante, 2015; Uribe, 2009, 2015). Dos ejes fundamentales destacan en ese abigarrado problema a lo largo del siglo XIX: el primero de ellos refiere a que la profesionalización de la enseñanza de los procesos de inspección, explotación, extracción y beneficio de los recursos minerales, tenía que ver con que la actividad minera representaba el núcleo básico de la economía y el bastión fundamental de los ingresos fiscales vía el comercio exterior; el segundo, alude a la posibilidad de diversificar los procesos de ense- ñanza de las ciencias y la creación de especialidades en ingeniería distintas al ám- bito de la minería, para atender las necesidades y demandas de industrialización, comunicaciones y obras públicas (Uribe Salas y Cortés Zavala, 2006: 491-518; Ayala, Herrera y Pons, 1987: 43-257; Moles Batllevell, 1991: 231-281). La transición de la práctica empírica a otra de carácter científico-técnica, tendría desde luego su sustento en el Real Seminario de Minería, institución que sería rebautizada en distintos momentos del siglo XIX como Colegio de Minería, Tercer Establecimiento de Ciencias Físico y Matemáticas, Instituto de Ciencias Naturales, Escuela Imperial de Minas, Escuela Politécnica, Escuela Especial de Ingenieros, para concluir como Escuela Nacional de Ingenieros (Ramos Lara, 2001: 188-195). Este proceso de institucionalización y profesionalización de las disciplinas científicas también estuvo acompañado por la diversificación de las es- pecialidades profesionales: de los ingenieros de minas, ensayadores, beneficiador de metales y apartador, la oferta se amplió a los ingenieros geógrafos, agrimenso- res y topógrafos, y más tarde a la ingeniería mecánica, eléctrica, industrial y civil; Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 27 la nacionalización de los conocimientos disciplinares a través de reformas a los planes y programas de estudio y a su retroalimentación con los resultados de in- vestigación realizados por los profesores y egresados en tanto respuesta científico- técnica a los problemas y soluciones que planteaba el desarrollo de la minería, la industria, las comunicaciones, la urbanización, y en general el desarrollo material de la sociedad, y, finalmente, el cultivo y aclimatación de los conocimientos y sa- beres en instituciones, espacios y ámbitos distintos a la ciudad de México (Uribe Salas, 2014). En la temporalidad del siglo XIX la ciencia pasó a ser un asunto público es- trechamente vinculada con el desarrollo de las ciudades, que estimularía la aso- ciación de ideas y compromisos comunes. El fenómeno urbano en el extenso territorio mexicano se convertiría en un medio que facilitaría y maximizaría la circulación de instrumentos, colecciones de minerales, plantas y animales, pro- gramas de estudio y metas comunes entre los hombres de ciencia, grupos profe- sionales e instituciones dedicadas a la socialización de los conocimientos y re- creación de sus prácticas científicas. Para los hombres de ciencia, el desarrollo de un sistema urbano de ciudades con instituciones educativas, con programas y objetivos similares, sería la plataforma sobre la que descansará el proceso de na- cionalización de los nuevos conocimientos. Algunas de las entidades federativas del país impulsaronla creación de sus propias instituciones de educación, como lo fueron: Colegio del Estado de Puebla, 1825; Instituto de Ciencias de Jalisco, 1826; Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, 1827; Instituto Literario del Es- tado de México, Toluca, 1827; Colegio del Estado de Guanajuato, 1827; Colegio de San Nicolás, Morelia, Michoacán, 1847; Instituto Campechano Campeche, s/f; Instituto Literario del Estado de Chiapas, s/f; Instituto Literario del Estado de Durango, s/f; Colegio Civil del Estado de Nuevo León, 1859; Instituto Lite- rario del Estado de Tabasco, 1867; Colegio Civil de Aguascalientes, 1867; Ate- neo Fuentes, Coahuila, 1867; Instituto Literario del Estado de Yucatán, 1867; Instituto Literario del Estado de Guerrero, 1869; Instituto Literario del Estado de Hidalgo, 1869; Instituto Científico de San Luis Potosí, 1869; Instituto Vera- cruzano, 1870; Instituto Civil del Estado de Querétaro, 1871; Instituto Literario del Estado de Morelos, 1872; Colegio Rosales Sinaloa, 1874, entre otros (Arce Gurza, 1982; Uribe Salas y Cortés Zavala, 2006: 26-29; Ramos Lara y Rodrí- guez Benítez, 2007: 31-164). Sin embargo, y no obstante los esfuerzos actuales tendientes a clarificar la es- trecha relación existente entre ciencia y economía, resulta difícil por el momento poder cuantificar el número de individuos formados en las distintas disciplinas de las ingenierías a lo largo del siglo antepasado, tomando en cuenta la institu- 28 . José Alfredo Uribe Salas ción y la entidad de procedencia, y desagregar el número de aquellos que fueron a parar a la industria minero-metalúrgica, a los procesos de industrialización, las comunicaciones o las obras públicas; los que se incorporaron a comienzos del si- glo XX a las exploraciones y explotación del hidrocarburo; aquellos que se convir- tieron en funcionarios del gobierno (federal, estatal, municipal) y que como tales apoyaron el diseño y ejecución de las políticas públicas; o los menos, que termi- naron dedicados a la docencia y la investigación, y que con su práctica cotidiana hicieron posible un proceso paulatino, aunque débil, de institucionalización y profesionalización de la ciencia en México. Todo pudo haber comenzado con el descubrimiento de una nueva especie mineral en México y el estudio de sus componentes químicos y físicos, para pasar al estudio de la minería en sus relaciones científicas e industriales. Una revisión de la literatura publicada a lo largo del siglo XIX deja ver el interés de los ingenie- ros de minas por los materiales para la construcción, las tablas codificadas para ensayes de minerales relacionadas con la mineralogía aplicada a la industria; la influencia de la electricidad en los procedimientos de tumbe, extracción y be- neficio metalúrgico de las menas, junto con los artefactos tecnológicos como el talado de percusión y el rotatorio, las máquinas para barrenas, los complejos sis- temas mecánicos necesarios en el interior de las minas y el exterior, para concluir con los procesos técnico-científicos en la acuñación de monedas y las propuestas de reformas a la legislación minera para atraer las inversiones del capital privado nacional y extranjero (Aguilar y Santillán, 1898: 1-148; Olavarría y Ferrari, 1901: 1-170; Crespo y Martínez, 1903: 65-168). Como bien lo indica Eduardo Flores Clair, en el caso de México, el capital humano ha sido una pieza clave del sistema pro- ductivo. Desde la época colonial, existió una preocupación para conservar los conocimientos técnico-científicos y evitar al máximo que los “prácticos” fueran enterrados con sus saberes. Resultaba insuficiente que los trabajadores sociali- zaran las técnicas aprendidas durante su vida y sólo se trasmitieran en forma oral y de generación en generación. La formación de los ingenieros radicó en la acumulación de saberes útiles, con el fin de resolver, innovar y perfeccionar los sistemas productivos (Flores Clair, 2015; Flores Clair, 2001: 7-31; Flores Clair, 2000). Su apuesta fue por los conocimientos útiles más que por las grandes teorías especulativas. Esa preocupación se puede ejemplificar con los escritos y alegatos políticos vertidos por el ingeniero de minas Santiago Ramírez en tres proyectos Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 29 vertebrales de su obra: Noticia histórica de la riqueza minera de México (1884), Datos para la Historia del Colegio de Minería (1890) y Galería de Mineros Mexica- nos (que no vio publicado en vida). Estas dejan ver el sustento de una trilogía, que contienen los elementos de su concepción de la historia, pero también en las que define las funciones de instituciones y hombres de ciencia en la transformación de la realidad, de la que era parte la industria minera. En ellas destaca, por igual tres vertientes: a) el escenario nacional en el que opera la industria minero meta- lúrgica, su desarrollo y estado actual; b) el papel de la instituciones de educación superior en la conducción de los procesos de innovación científica y tecnológica; y, c) las funciones y contribuciones realizadas por los profesionales de la ciencia minera en el conocimiento y transformación de esa realidad para su engrandeci- miento y desarrollo (Ramírez, 1884: 1890; Uribe Salas, 2015: 535-561). El ingeniero de minas Santiago Ramírez definió a ese conjunto de nuevos saberes y técnicas con el concepto de ciencia minera: esta se constituía con las matemáticas, la mecánica, la física, la química, la mineralogía, la geología, “en cuyo estudio especulativo se eleva tanto la inteligencia, y cuyos adelantos prácti- cos deben ministrarnos datos tan nuevos, tan precisos y tan interesantes sobre la naturaleza ignorada de la parte que ocupamos en nuestro planeta, sobre los ele- mentos de trabajo que de ella podemos obtener y sobre tantas cuestiones antro- pológicas que no debemos ignorar” (Ramírez, 1884: 699). Como arte “la vemos activando los trabajos del constructor, del arquitecto, del carpintero, del cortador de madera, del fabricante, del cantero, del tornero y de tantos otros que contribu- yen a su sostenimiento y a su marcha” (Ramírez, 1884: 699); como industria “la vemos en su esencia produciendo la más preciosa de las materias, la más segura de las riquezas; y en sus accidentes, impulsando la Agricultura, la explotación de diversas materias, la fabricación de diversos compuestos, el aprovechamiento de diversas sustancias, la ocupación de muchos brazos, el sustento y bienestar de muchas familias, y sobre todo, el elemento generador del comercio” (Ramírez, 1884: 700); desde el punto de vista económico, “ministra la clave para resolver, con el mayor acierto posible, el difícil, grave y complejo problema de la produc- ción, distribución, sostenimiento y consumo de la riqueza” (Ramírez, 1884: 700); desde el marco institucional “sirve fundamentalmente a las más acertadas disposiciones sobre los diversos punto que a ella se refieren” (Ramírez, 1884: 700) y por último, “en sus aplicaciones políticas y patrióticas, para aumentar la pobla- ción provocando la inmigración, sostener el patriotismo por la propagación del trabajo y consolidando la paz por el bienestar que se alcanza con sus honestos productos” (Ramírez, 1884: 699-701). 30 . José Alfredo Uribe Salas De hecho, los ingenieros jugaron el papel de correa de trasmisión entre los cen- tros generadores de conocimientos, las políticas del gobierno y las empresas. Ellos enfrentaron y superaron los retos de operación tecnológica, el talento del capital humano, la ambición científica y la posibilidad de conquistar nuevos mercados. Conclusión Los ingenieros de minas fueron actores fundamentales en la exploración y con- ceptualización del territorio y en su transformación. Vinculados con los poderes políticos, propietarios de minas y empresarios dedicados a la extracción minera, compartieron conocimientos y saberes que terminaron transformando el territo- rio y produciendo un nuevo paisaje humanizado. Unpaisaje humanizado que no solo hace referencia al fenómeno urbano directamente vinculado con la explo- tación minera, es decir, la aparición y desarrollo de ciudades y pueblos mineros donde antes sólo reinaba la soledad y el tiempo pretérito, sino también, a nuevas formas de organización social con una compleja división del trabajo y una tecno- logía más sofisticada. En la literatura de la época queda particularmente explicitado cómo la ges- tión del territorio dependía de su riqueza minera; sobre la plataforma de los es- tudios geológico-mineros se acotaba el espacio mineralizado, se diseñaban los espacios productivos, de suministro y comunicación, y se organizaba la división de las actividades en virtud de objetivos económicos a corto plazo porque en la experiencia histórica los recursos minerales se tornaban finitos. En los escritos se exploran los entramados de elementos y las relaciones que había creado la activi- dad minera desde la época colonial, y se exponen las ideas y los argumentos con los cuales define y explica su naturaleza y alcance para la ciencia, la economía, la cultura y la política. Los naturalistas e ingenieros de minas se convirtieron en una especie de bi- sagra entre producción de conocimientos, la circulación de los mismos y los avan- ces técnico-científicos, sin los cuales difícilmente se puede entender el gran de- sarrollo de las actividades mineras en México en la segunda mitad del siglo XIX. La ecuación: conocimiento y avance técnico-científico serían el resultado de un proceso dilatado de encuentro y negociación con múltiples actores ubicados a distintas escalas, que van de lo local y regional, al ámbito más amplio de lo na- cional e internacional. Capítulo 2. Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas del siglo xix y principios del xx8 Patricia Gómez Rey Facultad de Filosofía y Letras-UNAM Introducción Durante el siglo XIX los estudios geográficos y cartográficos ocuparon un lugar de primer orden en la formulación de las políticas del Estado mexicano. Prueba de ello fue la creación de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Comi- sión Geográfico Exploradora, Comisión Geodésica Mexicana y el Observatorio Astronómico Nacional, entre otras instituciones. Brevemente podemos decir que las descripciones geográficas, la elaboración de estadísticas y los trabajos relativos a las mediciones y cálculos topográficos, geodésicos y astronómicos ejecutados en estas instituciones, se orientaron a representar con mayor exactitud la com- pleja morfología del territorio nacional y a levantar los inventarios de los recursos naturales y humanos del país. A todas luces, la apropiación social del territorio en términos de conocimiento fue indispensable para la puesta en práctica de los grandes proyectos materiales de gestación del Estado. El sistema de transportes y comunicaciones: la red carretera, ferroviaria, telegráfica y la construcción de puertos fueron componentes clave para la explotación de los recursos naturales, la expansión y el desarrollo de la agricultura, ganadería, minería, industria y co- mercio, creando con ello la riqueza pública esperada. Un sinnúmero de documentos atestiguan la importancia concedida desde los primeros años de vida independiente al estudio de los elementos de la geogra- fía del territorio nacional en sus diversas escalas; sin embargo, en este gran acervo 8 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo- gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins- tituto de Geografía-UNAM. 32 . Patricia Gómez Rey histórico de la geografía y la cartografía mexicana encontramos que son escasos los trabajos sobre el reconocimiento topográfico y estudio de los litorales. Lo cual resulta paradójico en un país con una longitud de la línea de costa de 11 122 km, con fachada a los dos océanos más grandes del planeta, el Atlántico y el Pacífico, y cuando en los últimos cinco siglos de su historia ha estado estrechamente ligado a la economía mundial, dado su carácter de país capitalista dependiente, y sus puertos han sido los nódulos vitales de articulación con el mercado internacional. En 1989, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, intitulado “Relación mexicana con el mar”, el Dr. Carlos Bosch García afirmó que “el siglo XIX mexicano volvió la espalda al mar… Los esfuerzos de Díaz se hicieron en otras direcciones y el roce con el mar continuó siendo un fenómeno local, costeño, sin que la nación fuera verdaderamente consciente de las dilatadas costas que poseía (Bosch, 1989: 18). En respuesta al trabajo recepcional el Dr. Juan A. Ortega y Medina expresó: “estamos totalmente de acuerdo con el doctor Bosch García; la tendencia predominante se carga a favor del espíritu de los hom- bres de tierra adentro…, como es patente en la política mexicana del siglo XIX y en la de la mayor parte del XX” (Bosch, 1989: 23). Sin la intención de dilucidar la condicionantes sociohistóricas de la asevera- ción de los doctores Bosch y Ortega, el presente trabajo intenta dar cuenta de las dificultades en la aprehensión cognitiva de la tercera frontera del territorio du- rante el siglo XIX y principios del XX. Los primeros estudios de los litorales en el siglo XIX Desde los primeros años de vida independiente se reconoció la importancia es- tratégica y económica que revestían las costas de la nueva nación; convencido de ello, el presidente Guadalupe Victoria trató de impulsar los estudios geográficos sobre el territorio y como primer paso ordenó la reimpresión de antiguas cartas y obras de la Nueva España. En el año de 1825 se reimprimió la “Carta esférica de las costas y golfos de Californias llamado Mar de Cortés que comprende desde el Cabo Corrientes hasta el puerto de S. Diego” (Brown, 1982: 33), así como el Derrotero de las Islas de Antillas, de las costas de tierra-firme, y de las del Seno Me- xicano; obras confeccionadas por la marina española las cuales contenían la in- formación más completa que hasta ese momento se tenía acerca de las costas del país. Esta última obra, de más de 400 páginas en forma de manual, recogió los datos de las observaciones realizadas por los navegantes españoles en el Mar Caribe como profundidad en bahías y radas, intensidad y dirección de vientos y Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 33 corrientes, descripción de las características de las costas, etc. Más tarde, Manuel Orozco y Berra, Antonio García Cubas y Antonio Peñafiel retomarían en sus tra- bajos la información de esta obra. El destacado estadista y diplomático Tadeo Ortiz de Ayala, en su obra Mé- xico, considerado como nación independiente y libre… (1832) llamó la atención acerca de la necesidad del estudio de los litorales; sobre ello José E. Covarrubias comenta: Tadeo “esboza en cierta forma, una doctrina geográfica de puerta o sa- lidas naturales, pues se muestra convencido de la necesidad del tendido de cana- les y caminos (“sistema mixto”) para comunicar la zona interior con la de la costa y favorecer así el movimiento, no solo de productos sino también de personas” (Ortiz, 1996: XXXIII). Covarrubias sostiene que el autor, influido por las ideas de Adam Smith, considera al comercio como la verdadera fuente de riqueza de las naciones (Ortiz, 1996: XXXI), y su atención se dirige al fomento del comercio la agricultura, la minería y el comercio, actividades cuyo desarrollo dependería de la construcción un sistema mixto de comunicaciones, para constituir a México de “aislado e interno, en un potencia marítima” (Ortiz, 1996: XXXIII). Con esa idea en uno de su escritos “Necesidad de un plan de general de exploración geográfica a nivel nacional, Tadeo Ortiz propone el estudio y elabo- ración de la Carta General de la República a través de la formación de comisiones de expertos, compuestaspor astrónomos, geómetras, naturalistas, botánicos y dibujantes, y las cuales deberían distribuirse geográficamente: dos en los puntos extremos del país, una en el centro y dos repartidas en el litoral del Pacífico y Atlántico (Ortiz, 1996: 144). Su propuesta de impulsar el comercio marítimo no sólo giraba en torno al comercio internacional, pues para él era muy importante e incluso más viable en ciertos casos, el comercio marítimo nacional, como un medio articulador de los estados de la República; no obstante lo detallado de su propuesta para el estudio de la geografía nacional por circunstancias históricas, sus ideas quedaron en el papel. Más tarde, Guillermo Prieto Pradillo en su trabajo Indicaciones sobre el ori- gen, vicisitudes y estado que guardan actualmente las rentas generales de la Federa- ción mexicana del año de 1850, basado en los informes y documentos de la Secre- taría de Hacienda, presenta un análisis detallado de la hacienda pública desde la época virreinal hasta el siglo XIX y en él abre un apartado especial para el ramo marítimo donde describe las características geográficas de las costas. Hacia esos años, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE) logró terminar, entre otros trabajos, un portulano con un anexo de 16 planos de puertos del país, el cual, sin embargo, permaneció inédito. 34 . Patricia Gómez Rey Casi dos décadas después el Comité de Ciencias Físicas y Químicas de la Commission Scientifique du Mexique elaboró un breve reporte titulado “Sobre la exploración hidrográfica de las costas de México” (Archives de la Commission Scientifique du Mexique, 1865-67: 76-78), en el cual se hizo una serie de señala- mientos sobre el estado que guardaba el conocimiento de las costas mexicanas, afirmando: Las costas de México sobre los dos océanos, no han sido objeto, en cierta medida de reconocimiento hidrográfico. Los planos particulares de los puertos principales han sido levantados con más o menos detalle, de hecho, tra- bajos en conjunto, no se tienen más que los antiguos mapas españoles con algu- nas observaciones más recientes (Ramírez y Ledesma, 2013: 327). El reporte elaborado por el jefe de las fuerzas navales de Francia en Méxi- co, el vice-almirante Jurien de la Gravière, mencionaba que eran contados los trabajos y cartas relativas al fondeo de los litorales adyacentes y que todos ellos habían sido realizados por oficiales navales y exploradores europeos. Por tanto, consideraba conveniente llevar a cabo un extenso reconocimiento de los litorales en beneficio de la navegación y de entrada señalaba las dificultades en la aplica- ción de ciertos procedimientos científicos y la utilización de la escala empleada en los trabajos que se estaban realizando en el mar de las Antillas y el Golfo de México, y apunta: se pueden emplear los métodos más o menos expeditos, abreviar o prolongar los reconocimientos secundarios, aquello que parece indispensable, esto es una exploración de conjunto que abarca la totalidad del litoral. Sin esta exploración, es casi imposible tomar ventaja de los documentos aislados que ya tenemos (Ra- mírez y Ledesma, 2013: 327). Evidentemente el reporte ponía de manifiesto que el estudio de la configu- ración del fondo de los litorales, que involucraba el reconocimiento de las dife- rencias de profundidad y tipo de materiales, era una tarea monumental, incluso para el estado imperial francés, que además de contar con personal especializado, equipos e instrumentos científicos, tenía siglos de experiencia en la navegación. Durante el imperio de Maximiliano de Habsburgo, la SMGE comisionó a Francisco Jiménez, Manuel Orozco y Berra y Antonio García Cubas, para la cons- trucción de una nueva carta general del país. Sin embargo, en opinión de Gar- cía Cubas “no era simplemente un asunto de grabar la nueva división territo- rial imperial, sino de superar las cartas existentes” (Azuela y Gómez, 2015: 52); para tal efecto propuso: “Para la representación de las Costas, se procurará la Co- misión las cartas hidrográficas inglesas, españolas, francesas y americanas, para Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 35 compararlas, discutirlas y adoptar las de mayor confianza” (Acta 36, 14 de sep- tiembre de 1865). En este sentido es notorio que, con esa propuesta, García Cu- bas mantiene la misma idea que el vicealmirante Jurien de la Gravière, acerca de la insuficiencia de trabajos sobre las costas y la inexactitud en la representación de las mismas. Aunque se comenzó con el acopio de fuentes documentales y cartográficas con la caída del Imperio, el proyecto del levantamiento de las costas fue archiva- do. Al restaurarse la República la SMGE “perdería su liderazgo por consideracio- nes de carácter político” por su colaboración con el imperio, y sin el apoyo del gobierno se vio imposibilitada a emprender proyectos de gran envergadura rela- cionados con el conocimiento territorial. Sus miembros no lograron revertir esta situación y, más adelante, se complicó con la creación de nuevas instituciones a raíz del cambio en la organización de la ciencia durante el porfiriato; ejemplo de ello fue la Comisión Geográfica Exploradora, la Comisión de Límites y el Obser- vatorio Astronómico Nacional, entre otras instituciones dedicadas a los estudios territoriales (Azuela, 1996: 3). Avanzada la segunda mitad del siglo XIX los escasos trabajo de las costas –cartas y descripciones– realizado por mexicanos se ciñeron a la localización as- tronómica de los puertos y su traza urbana, y a la clasificación de los mismos por su capacidad para recibir grandes o pequeñas embarcaciones y por el tipo de comercio (nacional o internacional), tal como se puede ver en la carta que con fi- nes hacendarios realizó en 1869 Antonio García Cubas, titulada “Ensayo de una carta fiscal”, y en la cual localizó entre otros elementos los puertos de altura, ca- botaje y aduanas fronterizas (véase Pichardo y Moncada, 2006). Otros estudios fueron aportados por los médicos, pues en el siglo XIX pre- valecía la idea ambientalista de la estrecha relación que guardaban los factores geográficos (topografía, clima y vegetación) con los fenómenos patológicos y la insalubridad de los litorales del país como focos de epidemias y endemias, prin- cipalmente de la fiebre amarilla, el paludismo, la diarrea y la enteritis. Estos es- tudios en gran medida dieron origen a la geografía médica mexicana, y bajo esa denominación se encuentra el artículo de Ignacio Fuentes que fue publicado en el Boletín de la SMGE en 1869, y más tarde el libro Ensayo de Geografía Médica y Climatología de la República Mexicana (1889) del Dr. Domingo Orvañanos, la obra más extensa en su tipo, acompañada de un atlas con 48 cartas. 36 . Patricia Gómez Rey El estudio de las costas durante el porfiriato. Revolución tecnológica y modernidad Si bien existen fuentes que confirman que el nuevo escenario del México inde- pendiente demandó la habilitación de los puertos de Acapulco, Salina Cruz, San Blas, Mazatlán, Guaymas, San Diego, Veracruz, Campeche y Alvarado, lo cual ocurrió tempranamente en la década de 1830, para la segunda mitad del siglo XIX las zonas portuarias se encontraban en franco deterioro a pesar de la realización de estudios locales y de la ejecución de pequeñas obras. Notoriamente, esta si- tuación se vio agravada con el crecimiento del tráfico de altura y cabotaje debido al advenimiento del barco de vapor y el ferrocarril que impulsaron los flujos de mercancías, personas y capital. En un nuevo contexto mundial, orientado por la expansión del capitalismo, el estudio de las costas y litorales y, particularmente, la renovación de los puertos, pasaron a ocupar un lugar de primer orden en la agenda de la vida económica de los países. En México los asuntos a atender iban desde el saneamiento de las cos- tas hasta la modernización de los puertos. Ana Carrillo comenta que la expansión capitalista