Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
Final Psicología Evolutiva I Unidad 1: Delimitación teórico-epistemológica. Aportes histórico-sociales a la noción de infancia. La mirada psicoanalítica a la psicología del desarrollo. Hacia una especificidad de la delimitación disciplinar. Aries Philippe- La infancia (1986). La actitud de los adultos frente al niño ha cambiado. En la antigüedad romana se lo posaba en el suelo, correspondía al padre elevarlo del suelo. Si el padre no lo elevaba el niño era abandonado. La vida le era dada dos veces, primero por la madre y segundo por el padre cuando lo elevaba. Se sabe que la historia de la familia del niño y de la anticoncepción había una correlación entre tres factores: la elevatio del niño, la práctica muy difundida de la adopción y la existencia del infanticidio. La sexualidad aparece separada de la procreación. La elección de un heredero es voluntaria. Esta situación cambió a lo largo de los siglos II y III, aparece un modelo distinto de familia y niño. A partir de ese momento el matrimonio asume una dimensión psicológica y moral que no tenía la roma antigua, se extiende más allá de la vida a la muerte. La unión de los dos cuerpos se hace sagrada, al igual que los hijos que son producto de ella. Los vínculos naturales carnales y sanguíneos son más importantes que las decisiones de la voluntad. Se había superado una etapa notable. Pero el matrimonio que prevalecía era un matrimonio monogámico. Para que se convierta en la familia occidental como hoy se presenta se debe añadir la indisolubilidad, esta consagraba una evolución en el sentido del reforzamiento de los lazos biológicos naturales en perjuicio de las intervenciones de la voluntad consciente. Aquí la procreación ya no estaba separada de la sexualidad: el coito se había convertido en acto de placer, pero también de fecundación. Los nacimientos suponían verdadera riqueza. El hijo se convierte en un producto indispensable, en cuanto que es insustituible. Los lazos sanguíneos adquieren un valor extraordinario, hacen falta hijos porque hay que construir una reserva, la fidelidad más segura es la de la sangre. Para los varones, el primogénito garantiza la continuidad del apellido. Las hembras constituyen una importante moneda de intercambio en las estrategias para extender y reforzar alianzas. Esto tiene como consecuencia la revalorización de la fecundidad: una familia poderosa era necesariamente una numerosa. Revalorización ambigua del niño: el infanticidio se penaliza, los niños están tutelados por la ley. El aborto también. Si bien la fecundidad es bienvenida y venerada, no todo nacimiento era bienvenido (p.e niños deformes o inválidos). Las conclusiones de Manson demuestran que ha habido una evolución del sentimiento, un descubrimiento de la infancia. El bautismo deja de ser colectivo y pasa a ser individual y debe ocurrir lo antes posible tras el nacimiento, la iglesia aquí demuestra la importancia que le daba al niño. Otro punto es que durante mucho tiempo no existió en ningún sector de la sociedad, una vestimenta infantil. A partir del siglo XVI en las clases altas el niño va a tener su propia vestimenta. También en las clases superiores aparece el afecto de mimar, en el siglo XVII ya había malcriados. Para malcriar había que tener hacia él un sentimiento de ternura fuerte extremadamente, y también en necesario que la sociedad haya tomado conciencia de los límites que, en bien del muchacho, debe observar la ternura. Toda la historia de la infancia desde el XVIII hasta nuestros días está constituida por un sentimiento bifronte: de un lado, solicitud y ternura, y del otro, solicitud, pero con severidad: la educación. La dosificación de ternura y severidad. Los estudiosos de la infancia descubrieron en el siglo XIX que las amenazas, los castigos corporales, eran inútiles y enseñaron a seguir las indicaciones de la naturaleza infantil, a no oponerse a ella sino más bien a utilizarla. La muerte infantil, que mucho tiempo fue provocada y más tarde aceptada, ha llegado a ser absolutamente intolerable. El hombre occidental ha experimentado en el siglo XVIII y XIX una revolución de la afectividad que lo hace diferente: sus sentimientos se concentran más en el hijo. Su finalidad es una familia feliz y el futuro bienestar de sus hijos. Hay un límite de la sensibilidad que se ha superado demasiado recientemente y demasiado a fondo para que sea posible una vuelta atrás. Pero existe el riesgo de que, en la sociedad de mañana, el puesto del niño no sea el que ocupaba en el siglo XIX: es posible que se destrone al rey y que el niño no siga concentrando en él todo el amor y la esperanza del mundo. Freud – El interés por el psicoanálisis (1913). El nombre de psicoanálisis implica algo más que desagregar unos fenómenos compuestos en sus elementos simples; consiste en reconducir una formación psíquica a otras que la precedieron en el tiempo y desde las cuales se ha desarrollado. Así, se vio llevado a perseguir procesos de desarrollo. Primero descubrió la génesis de ciertos síntomas neuróticos, y en su ulterior progreso se vio precisado a abordar otras formaciones psíquicas y a realizar con respecto a ellas el trabajo de una psicología genética. El psicoanálisis tuvo que derivar la vida anímica del adulto de la del niño. Ha rastreado la continuidad entre la psique infantil y la del adulto, pero también notó las trasmudaciones y los reordenamientos que sobrevienen en ese camino. La mayoría tenemos una laguna en la memoria de nuestros primeros años infantiles. El psicoanálisis ha llenado esa laguna. A medida que se profundizaba en la vida anímica infantil se obtenían notables hallazgos. Así se corroboró la significatividad que para toda la posterior orientación de un hombre poseen las impresiones de su niñez, en particular las de su primera infancia. Pero se tropezaba con una paradoja psicológica: que justamente esas impresiones, las más significativas entre todas, no se conservaran en la memoria de los años posteriores. Los numerosos enigmas de la vida amorosa de los adultos sólo se solucionan cuando se ponen de relieve los factores infantiles en el amor. Las primeras vivencias infantiles no le sobrevienen al individuo sólo como unas contingencias, sino que también corresponden a los primeros quehaceres de la disposición constitucional congénita. De las formaciones anímicas infantiles nada sucumbe en el adulto a pesar de todo el desarrollo posterior. Todos los deseos, mociones pulsionales, modos de reaccionar y actitudes del niño son pesquisables todavía presentes en el hombre maduro, y bajo constelaciones apropiadas pueden salir a la luz nuevamente. Prueba de esta aseveración es que el sueño de los hombres normales revive noche tras noche el carácter infantil de estos y reconduce su entera vida anímica a un estadio infantil. Este mismo regreso al infantilismo psíquico (regresión) se pone de relieve en las neurosis y psicosis, cuyas peculiaridades pueden ser descritas en buena parte como arcaísmos psíquicos. En la intensidad que los restos infantiles hayan conservado en la vida anímica vemos la medida de la predisposición a enfermar. Lo que en el material psíquico de un ser humano permaneció infantil, reprimido, desalojado, como inviable, constituye el núcleo de su inconsciente, y creemos poder perseguir, en la biografía de nuestros enfermos, cómo eso inconsciente está al acecho para pasar al quehacer práctico y aprovecha las oportunidades cuando las formaciones psíquicas más tardías y elevadas no consiguen sobreponerse a las dificultades del mundo real. La tesis “la ontogénesis es una repetición de la filogénesis” tiene que ser también aplicable a la vida anímica, lo cual dio nacimiento a una nueva ampliación del interés psicoanalítico. Freud – El desarrollo de la función sexual (1940). Critica la idea de sexualidad popular: 1) hay personaspara quienes sólo individuos del propio sexo y sus genitales poseen atracción. 2) Ciertas personas cuyas apetencias se comportan en un todo como si fueran sexuales, prescinden de las partes genésicas o de su empleo normal (“perversos”). 3) Muchos niños considerados degenerados muestran muy tempranamente un interés por sus genitales y por los signos de excitación de estos. El psicoanálisis contradijo todas las opiniones populares sobre sexualidad, sus principales resultados son: A) la vida sexual se inicia enseguida después del nacimiento con nítidas exteriorizaciones. B) es necesario distinguir entre los conceptos de “sexual” y “genital”. El primero es más extenso, e incluye actividades que no tienen nada que ver con los genitales. C) la vida sexual incluye la función de la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo, función que es puesta con posterioridad (nachtraglich) al servicio de la reproducción. Es frecuente que ambas funciones no lleguen a superponerse por completo. A temprana edad el niño da señales de una actividad corporal sexual a la que se conectan fenómenos psíquicos que hallamos más tarde en la vida amorosa adulta (fijación, celos, etc.). Estos fenómenos responden a un desarrollo acorde a ley, tienen un acrecentamiento regular, alcanzado un punto culminante hacia el final del quinto año de vida, a lo que sigue un período de reposo (latencia). En el curso de este se detiene el progreso, mucho es desaprendido e involuciona. Transcurrido este período, la vida sexual vuelve a aflorar con la pubertad. Tropezamos con una acometida en dos tiempos de la vida sexual. No es indiferente que los eventos de esta época temprana de la sexualidad sean víctima de la amnesia infantil. Este archivo fue descargado de https://filadd.com FILADD.COM El primer órgano que aparece como zona erógena y propone al alma una exigencia libidinosa es, a partir del nacimiento, la boca. Al comienzo, toda actividad anímica se acomoda de manera de procurar satisfacción a la necesidad de esa zona. Ella sirve en primer término a la autoconservación por vía del alimento, pero muy temprano, en el chupeteo se evidencia una necesidad de satisfacción que, si bien tiene por punto de partida la recepción de alimento y es incitada por esta, aspira a una ganancia de placer independiente de la nutrición, y por eso puede ser llamada sexual. Durante la fase oral ya entran unos impulsos sádicos aislados. Ello ocurre en medida mucho más vasta en la segunda fase (sádico-anal) porque aquí la satisfacción es buscada en la agresión y en la función excretoria. Anota bajo el rótulo de la libido las aspiraciones agresivas en la concepción de que el sadismo es una mezcla pulsional de aspiraciones puramente libidinosas con otras destructivas puras, una mezcla que desde entonces no se cancela más. Con la fase fálica y en su transcurso, la sexualidad de la primera infancia alcanza su apogeo y se aproxima al sepultamiento. Desde entonces, varoncito y niña tendrán destinos separados. Ambos empezaron por poner su actividad intelectual al servicio de la investigación sexual, y ambos parten de la premisa de la presencia universal del pene. Pero ahora los caminos se divorcian. El varoncito entra en la fase edípica, inicia el quehacer manual con el pene, junto a unas fantasías simultáneas sobre algún quehacer sexual de este pene en relación con la madre, hasta que el efecto conjugado de una amenaza de castración y la visión de la falta de pene en la mujer le hacen experimentar el máximo trauma de su vida, iniciador per período de latencia con sus consecuencias. La niña, tras el intento de emparejarse al varón, vivencia el discernimiento de su falta de pene o de su inferioridad clitorídea, con consecuencias para el desarrollo del carácter. Estas tres fases se superponen entre sí, coexisten juntas. En las fases tempranas, las diversas pulsiones parciales parten con recíproca independencia a la consecución de placer. En la fase fálica se tienen los comienzos de una organización que subordina las otras aspiraciones al primado de los genitales y significa el principio del ordenamiento de la aspiración general de placer dentro de la función sexual. La organización plena sólo se alcanza en la pubertad, en una cuarta fase (genital). Así queda establecido un estado en que: 1) se conservan muchas investiduras libidinales tempranas; 2) otras son acogidas dentro de la función sexual como unos actos preparatorios, de apoyo, cuya satisfacción da por resultado el “placer previo”, y 3) otras aspiraciones son excluidas de la organización y son por completo sofocadas (reprimidas) o bien experimentan una aplicación diversa dentro del yo, forman rasgos de carácter, padecen sublimaciones con desplazamiento de meta. Este proceso no siempre se consuma de manera impecable. Las inhibiciones en su desarrollo se presentan como las múltiples perturbaciones de la vida sexual. En tales casos han preexistido fijaciones de la libido a estados de fases más tempranas, cuya aspiración es designada “perversión”. Las constelaciones se complican por el hecho de que en general no es que los procesos requeridos para producir el desenlace normal se consumen o estén ausentes a secas, sino que se consuman de manera parcial, de suerte que la plasmación final depende de las relaciones cuantitativas. En tal caso se alcanza la organización genital, pero debilitada en los sectores de libido que no acompañaron ese desarrollo y permanecieron fijados a objetos y metas pregenitales. Ese debilitamiento se muestra en la inclinación de la libido a retroceder hasta las investiduras pregenitales anteriores (regresión) en caso de no satisfacción genital o de dificultades objetivas. Los fenómenos normales y anormales que observamos (la fenomenología) demandan ser descritos desde el punto de vista de la dinámica y la economía (distribución cuantitativa de libido); y la etiología de las perturbaciones por nosotros estudiadas se halla en la historia de desarrollo, o sea, en la primera infancia del individuo. Laplanche – Fundamento y originario histórico: psicoanálisis y psicología (1987). Un fundamento del psicoanálisis sólo puede ser buscado en cierta historia, la historia de la aparición del sujeto psicoanalítico, aparición que debe ser situada por relación a una historia más vasta, pero, ella, no psicoanalítica: la historia infantil. Habla de un “terreno minado”: los términos como tales son sospechosos (historia, desarrollo, génesis, origen), cada una puede ser tomada por el buen lado o por el malo. Desarrollo: implica que algo se desenrolla, que potencialidades ya presentes se despliegan, y ello en un orden predeterminado: desarrollo significa sucesión de etapas, de estadios. No hay razón para rechazar esta noción, a condición de que no excluya mutaciones, reorganizaciones, reestrenos; un desarrollo no implica necesariamente una continuidad: puede ser dialéctico. Se puede tomar como sujeto del desarrollo a subconjuntos: el tipo más frecuente será aquel que incluya, en la unidad de partida, a la madre o al ambiente, si nos referimos a un desarrollo de la relación hijo-madre. Existe sin duda un punto de vista del desarrollo y una psicología del desarrollo. Se trataría de volver a darle su lugar que no es psicoanalítico. Otorgarle su lugar es al mismo tiempo situar en otra parte al psicoanálisis. Génesis: surgimiento. Elige tomar la psicología genética como sinónimo de psicología del desarrollo: un dominio que no es directamente aquel del psicoanálisis incluso si es psicoanálisis interviene allí. Es importante darle un sentido más fuerte a este inter-venir: el psicoanálisis interviene en el desarrollo, el inconsciente en lo genético. “Génesis del inconsciente” significa el advenimiento, el surgimiento de este. Historia: el psicoanálisis, en la medida en que adopta un punto de vista histórico,debe hacer suyos estos dos aspectos correlativos: lo acontecial, el trauma, los acontecimientos de la infancia siguen siendo un polo indispensable de nuestra referencia; pero intentamos también poner en evidencia, en situaciones más universales, algo que se asemejaría a lo arqueológico: no sólo el marco en el cual se inscribe tal o cual acontecimiento, no sólo en el fondo sobre el cual los acontecimientos vienen a recortarse, sino lo que permite a un acontecimiento existir, lo que le confiere su especificidad psicoanalítica. El fundamento del psicoanálisis no puede evitar referirse a una historia, debe ser, en ese sentido, histórico o genético; pero esto en el sentido de una génesis de lo originario y no en el sentido estrecho de la psicología genética. El fundamento del psicoanálisis no está en el aire; rehusamos la facilidad vehiculizada por la idea de mito, toda remisión a tiempos “míticos”. Al mismo tiempo, el fundamento del psicoanálisis debe diferenciarse de una psicología del desarrollo, lo que sólo se consigue si se marca la especificidad de su objeto, es decir, el inconsciente y la sexualidad. Todo el movimiento del ser humano consiste en rehabitar o reinvestir la vida psíquica en su conjunto con motivaciones sexuales en gran parte inconscientes. La sexualidad viene a vicariar (reemplazar) una autoconservación parcialmente faltante en el hombre. El vicariato se produce pedazo por pedazo y de manera progresiva: el desarrollo sexual del niño no pasa bruscamente y de una vez por todas a relevar, a sostener todo su desarrollo psicológico. El vicariato no es sólo un proceso temporal sino que vale también en la simultaneidad: a cada movimiento, en cada situación, las motivaciones sexuales inconscientes vienen a infiltrar, a inyectar, a dar coherencia a una autoconservación más o menos insuficiente. Es el sujeto humano mismo el que nos induce a error porque ha cambiado los cimientos de su edificio. Creer que el psicoanálisis puede intervenir en todo, es pretender que él es todo y actuar para que, como saber general, intente realizar esa pretensión. Desmontar esas pretensiones del psicoanálisis necesita algún desarrollo, y en primer lugar, mostrar que la situación no es totalmente la misma según que se hable del adulto, del niño o aun, de la relación adulto-niño. Diversos procederes discutibles se proponen que se complementan. El primero consiste en pretender extender los resultados adquiridos por el método psicoanalítico a una psicología general del adulto. Es esta una tendencia universal del movimiento freudiano: el aparato del alma es descripto como aparato psíquico en general, y a partir de este y sus partes se propondrá una explicación general de los comportamientos y acciones humanas (por ejemplo la escuela norteamericana postfreudiana). Pero muchas otras escuelas van hacia el mismo resultado: los kleinianos no proceden de otro modo cuando piensan que no existe otra psicología que el psicoanálisis. Los conceptos extraídos del análisis, de la situación o de la observación psicoanalítica, aun incluso del psicoanálisis extracura, pueden provenir tanto del adulto como del niño y el adulto: siempre hay una retroproyección o retro-inyección. Estamos siempre en presencia de, a la vez, corrimiento entre el niño psicoanalítico y el niño observado, y bastardeo de los conceptos psicoanalíticos para intentar hacerlos coincidir con el lactante observado. Hay a propósito del niño una ilusión científica fundamental. El descubrimiento psicoanalítico es el del inconsciente y de la sexualidad. Lo que el psicoanálisis en situación puede descubrir es cierto estado, son estadios, cierta génesis, que de manera específica corresponden al sector propiamente psicoanalítico. La ilusión de los psicoanalistas consiste en creer que pueden redescubrir esas situaciones, no como estadios de la sexualidad infantil, sino como evolución de la relación generalizada del niño con su mundo. pero cada vez que la sexualidad pretende que ella es todo (aquí, que los estadios de la sexualidad infantil son el todo de la relación del individuo con su ambiente) es que ella no es ya nada. Estamos entonces en una confusión consentida por los psicoanalistas y por los psicólogos que aceptan utilizar parcialmente nociones y secuencias extraídas de una perspectiva psicoanalítica sobre el desarrollo de la sexualidad humana como si se estuvieran refiriendo a la misma cosa de que tratan ellos cuando hablan de la constitución del objeto o de la adquisición de relaciones lógicas. No es sólo confusión de conceptos, sino superposición de fases y de evoluciones. Toda la evolución es colocada a la sombra de una descripción freudiana que se aplicaba a la emergencia de la sexualidad. Pero, correlativamente, a este imperio freudiano sobre el desarrollo, el freudismo es completamente vaciado de su sustancia porque toda la evolución es desexualizada. Unidad 2: La Psicología Evolutiva en el siglo XX: marcos de referencia teóricos. Objeto y método de estudio Revisión crítica del concepto evolutivo en Psicología. Psicología del desarrollo y Psicoanálisis. Los aportes de la psicología genética. La noción de “niño” en psicoanálisis. Los métodos de abordaje. El método clínico crítico. La observación psicoanalítica. La perspectiva diacrónica y sincrónica. Castorina - Alcances del método de exploración critica en Psicología Genética (1984). Indagación clínica como interrogación para determinar el funcionamiento cognoscitivo, la actividad constructora del niño en situación de aprendizaje. En la práctica de la psicología genética se basa en la elaboración de hipótesis y verificación por medio del interrogatorio en los niños, interacción entre preguntas y respuestas. La indagación clínica constituyo una innovación metodológica en el panorama de una psicología del desarrollo. El método clínico en la exploración de creencias infantiles: en el momento inicial el examen clínico se basaba en la conversación, comprueba sus hipótesis con las reacciones provocadas por la conversación, esta tiene una dirección, las respuestas de los niños orientadas por las preguntas del examinador para verificar las hipótesis, la direccionalidad es la centración en las respuestas infantiles. La dialéctica del interrogatorio era descubrir la originalidad del pensamiento y sistematizarlo poniéndolo a prueba. De las creencias infantiles a las organizaciones sensorio-motrices: intenta indagar la progresiva coordinación de las acciones del niño en forma de sistemas, que son las estructuras cognoscitivas, que es el grupo práctico de desplazamientos. Se preparan situaciones experimentales con la finalidad de establecer el modo en que las acciones llegabas a constituirse en tales sistemas, por medio de indicadores comportamentales, como es el caso de la búsqueda sistemática del objeto desaparecido. La actividad del niño sensorio motriz es preverbal, así que el dialogo verbal será sustituido por una serie de observaciones. Para demostrar sus hipótesis el investigador participa activamente en estas situaciones experimentales con el niño por medio de la observación. El objeto permanente, ese objeto independiente de la acción propia es una verdadera conquista de la organización del mundo y empieza a constituirse de los 9 a 10 meses de vida. Los niños descubren, gracias a una creciente coordinación de movimientos y percepción, que los objetos empiezan a ser permanentes, continúan existiendo a pesar de que no los perciba con la vista, pudiendo reencontrarlos. Hay una sistematicidad y rigor de la experimentación en cuatro momentos: primero hay una observación de conductas espontaneas, luego hay una introducción de nuevas variables para confirmar la hipótesis inicial, en tercer lugar, aparecen dudas acerca de la generalización (si no hay modificación) y por último el investigador plantea unasituación experimental. La indagación de las estructuras operativas: las preocupaciones teóricas se orientan a invariantes conceptuales referidas a cantidades físicas (objeto permanente, periodo sensorio motriz), se indagan los sistemas de acciones para la indagación de estructuras operativas (conservación) que son las transformaciones, vinculo de la acción del niño sobre el material, la utilización de objetos cuya manipulación produzca transformaciones que pudieran llegar a ser compuestas inferencialmente por el niño, se abandona el interrogatorio verbal y se utiliza un procedimiento mixto. Una vez que se efectúa una transformación con el material se hacen tres tipos diferentes de preguntas: de exploración, de justificación y de control o contraargumentación. La contraargumentación busca la coherencia o contradicción a través del uso de la misma, el interrogador plantea al niño una discusión con el propósito de saber si sus adquisiciones son estables, cual es el grado de equilibrio de sus acciones ante el problema, equilibrio de la sistematización de sus acciones. En el método clínico – crítico en la investigación de nociones operatorias la interacción es inseparable de la formulación de hipótesis, la contraargumentación sirve para conocer el equilibrio de las acciones frente el problema. Las transformaciones son los problemas operatorios. La instrumentación clínica de las pruebas operatorias: diseñada para indagar la estructuración del pensamiento infantil, instrumentos de diagnóstico, se debe tener en cuenta al sujeto clínico con su modalidad de pensamiento, sistematicidad en el interrogatorio, hipótesis y verificación en el acto. Hay una contradicción en el método clínico: al no tomar en cuenta el nivel estructural del niño y el equilibrio de sus acciones con el material, guiándose solo por las respuestas del interrogatorio para verificar sus hipótesis, se convierte en cuestionario. Interrogatorio clínico como un instrumento de investigación para establecer los conocimientos operatorios, nivel estructural comunes en todos los niños, el interrogatorio tiene una dirección que es el sujeto epistémico de la construcción del conocimiento, en cambio las pruebas operatorias se orientan a un sujeto clínico, un individuo determinado por su propia historia cognoscitiva. La indagación epistemológica es la caracterización individual del funcionamiento intelectual del niño, en la determinación de la movilidad de su pensamiento, posibilidades de cambio. Formas de conocimiento que se forman mediante un proceso constructivo por equilibraciones, las investigaciones genéticas los métodos son para demostrar la parte deformante, constructivista de los procesos de asimilación y acomodación en los diferentes niveles de desarrollo. Ducrot y Todorov: “Sincronía y diacronía” (1972). Un fenómeno en el lenguaje se considera sincrónico cuando todos los elementos y factores que pone en juego pertenecen a un solo momento de una misma lengua (o estado). Diacrónico es cuando hace intervenir elementos y factores que pertenecen a estados de desarrollo diferentes. En rigor no existe un hecho puramente sincrónico; pero es posible hacer abstracción cuando se explica o describe un hecho. La reflexión lingüística tardo mucho en distinguir claramente los puntos de vista sincrónico y diacrónico. La falta de una distinción neta en los enfoques comparatistas entre sincronía y diacronías muestra también en la manera que tratan el problema de la clasificación de las lenguas. Esta puede ser histórica, genética (mismo origen) o topológica (características semejantes desde el punto de vista fónico gramatical o semántico). Los comparatistas, no obstante, admiten que una clasificación genética seria al mismo tiempo una tipología. Saussure es sin duda, el primero que reivindico explícitamente la autonomía de la investigación sincrónica. Para ello utiliza diferentes argumentos: 1- Es Posible definir a las relaciones sincrónicas sin recurrir en modo alguno a la historia. Por ejemplo, un saussureano solo admite una relación de derivación entre 2 términos cuando el paso del uno al otro se produce según un procedimiento general en la lengua estudiada. Lo que establece la relación sincrónica es su integración en la organización de conjunto, en el sistema de la lengua. 2- 2- Las relaciones sincrónicas no solo pueden establecerse fuera de toda consideración diacrónica, sino que, además, pueden entrar en conflicto con las relaciones diacrónicas. 3- 3- Aunque es cierto que los cambios fonéticos suelen modificar la expresión de las relaciones gramaticales, solo lo hacen de manera indirecta y accidental, sin proponerse como objeto esa modificación. La investigación sincrónica debe hacerse fuera de toda consideración diacrónica. Freud – El esclarecimiento sexual del niño (1907) Freud no entiende por qué no se quiere proporcionar a los niños esclarecimiento sobre los hechos de la vida genésica. Cita a Multatuli: “En general, es sano mantener limpia la fantasía de los niños, pero esa pureza no se preserva mediante la ignorancia. Mientras más se le oculte algo, tanto más malcriarán la verdad. Uno por curiosidad car sobre el rastro de cosas a las que poco o ningún interés habría concedido si le hubieran sido comunicadas sin mucha ceremonia. Es imposible preservar esa ignorancia: el niño entra en contacto con otros, caen en sus manos libros que los hacen meditar, y los mismos tapujos con que sus padres tratan lo que empero él habría comprendido no hacen sino atizarle el ansia de saber más. Y esta ansia satisfecha sólo en parte, sólo en secreto, exacerba el corazón y corrompe la fantasía; el niño ya peca y los padres todavía creen que él no sabe qué es pecado.” No es sino la vulgar mojigatería y la propia mala conciencia en asuntos sexuales lo que mueve a los adultos a usar de esos “tapujos” con los niños, es posible que influya también algo de ignorancia teórica: se cree que la pulsión sexual falta en los niños, y sólo se instala en ellos en la pubertad, con la maduración de los órganos genésicos. En realidad, el recién nacido trae consigo al mundo una sexualidad, ciertas sensaciones sexuales acompañan su desarrollo desde la lactancia hasta la niñez. Los órganos de la reproducción propiamente dichos no son las únicas partes del cuerpo que procuran sensaciones sexuales placenteras, y la naturaleza ha estatuido con todo rigor las cosas para que durante la infancia sean inevitables aun las estimulaciones de los genitales. Se designa como período de autoerotismo a esta época de la vida en que, por la excitación de diversas partes de la piel (zonas erógenas), por el quehacer de ciertas pulsiones biológicas y como coexcitación sobrevenida a raíz de muchos estados afectivos, es producido un cierto monto de placer indudablemente sexual. La pubertad no hace sino procurar el primado de los genitales entre todas las otras zonas y fuentes dispensadoras de placer, constriñendo así al erotismo a entrar al servicio de la función reproductora. Mucho antes de alcanzar la pubertad el niño es capaz de la mayoría de las operaciones psíquicas de la vida amorosa, y harto a menudo sucede también que esos estados anímicos se abran paso hasta las sensaciones corporales de la excitación sexual. Largo tiempo antes de la pubertad el niño es un ser completo en el orden del amor, exceptuada la aptitud para la reproducción; y es lícito entonces sostener que con aquellos tapujos sólo se consigue escatimarle la facultad para el dominio intelectual de unas operaciones para las que está psíquicamente preparado y respecto de las cuales tiene el acomodamiento somático. El segundo gran problema que atarea el pensar de los niños es el origen de los hijos. Las respuestas usuales en la crianza de los niños menoscaban su honesta pulsión de investigar, y casi siempre tienen comoefecto conmover por primera vez su confianza en sus progenitores; a partir de ese momento, en la mayoría de los casos, empiezan a desconfiar d los adultos y a mantenerles secretos sus intereses más íntimos. Pienso que no existe fundamento alguno para rehusar a los niños el esclarecimiento que pide su apetito de saber. Cuando los niños no reciben los esclarecimientos en demanda de los cuales han acudido a los mayores, se siguen martirizando en secreto con el problema y arriban a soluciones en que lo correcto vislumbrado se mezcla de la manera más asombrosa con inexactitudes grotescas, o se cuchichean cosas en que, a raíz de la conciencia de culpa del joven investigador, se imprime a la vida sexual el sello de lo cruel y lo asqueroso. La curiosidad del niño nunca alcanzará un alto grado si en cada estadio del aprendizaje halla la satisfacción correspondiente. El esclarecimiento sobre las relaciones específicamente humanas de la vida sexual y la indicación de su significado social debería darse al finalizar la escuela elemental, no después de los 10 años. El momento temporal de la confirmación sería el apropiado para exponer al niño, esclarecido ya sobre todo lo corporal, los deberes éticos anudados al ejercicio de la pulsión. Laplanche -- “Hacer su lugar a la psicología del niño” (1987) No le importa la psico del desarrollo, es psicoanalista. Discusión entre lo real y lo mítico del niño, dice que el psicoanálisis está perdiendo al niño real, al de la vida cotidiana porque se centra más en el niño mítico, lo que no sucedió en la realidad, pero tiene sus efectos, comprobable con sus efectos, existe un trabajo psíquico. Niño mítico (lo teórico) diferente al niño real (tiene que haber sucedido), hay un montaje hereditario, 1° vivencia de satisfacción, en la sexualidad, por ejemplo, va desde la auto conservación al autoerotismo. En lo real estaría la eficacia. 1. Recubrimiento de la auto conservación por la sexualidad, discusión con Green: 1° dualidad pasional, necesidades ligadas a las pulsiones lloicas, autoerotismo ligado a la zona erógena (satisfacción de la pulsión parcial en el cuerpo propio), constituidas por apuntalamiento (marca la pulsión). Sobre una necesidad inicial se apuntala algo que no es del orden de la necesidad, ya forma parte de la satisfacción de esa parte del cuerpo, el autoerotismo en sí. Freud olvida la auto conservación, por eso es acusado de pansexualismo, se centra solo en lo sexual, por eso habla de un recubrimiento. 2. Fondo mínimo pero real: en la génesis de la sexualidad hay un montaje hereditario, el 1° momento de reflejos, equipamiento biológico. Montaje inicial necesario para sobre apuntalar lo otro. Psicología del lactante, el psicoanálisis lo necesita recuperar, queda cubierto por lo sexual. Laplanche quiere recuperar ese 1° momento. 3. Niño mítico – Niño real: el niño real es el de la auto conservación, con un montaje hereditario necesario, lo que no tiene el niño real no es la hipótesis, la teoría. El psicoanálisis pierde la idea del niño real, el niño mítico del psicoanálisis sin desprenderlo del niño real para pensar la sexualidad, para poder explicar el psicoanálisis. Niño mítico como verdad histórica que postula el psicoanalista, es la inferencia, no es la observación. 4. La observación en psicoanálisis: del lado de la psico directa del niño, en el niño real el psicoanálisis se pierde de esa observación, la observación no es una práctica del psicoanálisis por el niño mítico. Laplanche quiere recuperarla, observación indirecta, se lo conoce por sus manifestaciones, una vez producido. En Freud hay un recubrimiento, olvida al niño real, fondo mínimo y desprende la idea del niño mítico, que en algún momento va a suceder, Laplanche discute al niño mítico, quiere una estructuración del niño real. Opone al niño verdadero del psicoanálisis al niño real de la psicología, el niño de la verdad material no podría ser otro que aquel de la conjunción del niño real de la psicología y el niño verdadero del psicoanálisis. El psicoanálisis procede por hipótesis, conjeturas o representación, pero lo propio del psicoanálisis es proponerse por objeto al sujeto humano en tanto es el mismo auto hipotético, auto conjetural, auto representante. No hay que buscar la diferencia entre una observación psicoanalítica y una observación psicológica en el hecho de que una sea indirecta, la psicoanalítica y la otra no. Ambas son de análisis indirectos porque no hay observación que merezca ese nombre si se priva de hipótesis, verificadas solo de manera indirecta. La observación psicoanalítica es doblemente indirecta: como toda tentativa de saber y de conocer (en tanto teoría) y porque su objeto es el mismo indirecto, porque es teoría y el objeto es indirecto también. Objeto indirecto que lo conocemos por sus manifestaciones, por ejemplo, el trauma en dos tiempos, se lo conoce una vez producido, por sus efectos. Los tiempos míticos no son solo construcciones, son movimientos reales de estructuración del sujeto psíquico. SEGUNDA PARTE. Abordajes metapsicológicos. 3. Aportes de la metapsicología freudiana. Pulsión y sexualidad infantil. Nociones fundamentales en los tiempos de estructuración psíquica: apuntalamiento, zona erógena, autoerotismo. Fases de la libido. La pulsión de saber. Investigación Sexual infantil. Conflictiva Edípica. Doble tiempo de la elección de objeto. Periodo de latencia. Formación Reactiva y Sublimación. Freud – “La vivencia de satisfacción” (1895). El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo una acción especifica capaz de cancelar un estímulo. Esto sobreviene con ayuda de un auxilio ajeno. Si el individuo auxiliador ha operado el trabajo de acción especifica en el mundo exterior en lugar del individuo desvalido, esto es capaz de consumar la cancelación del estímulo endógeno. El todo constituye entonces una vivencia de satisfacción, que tiene consecuencias para el desarrollo de las funciones del individuo. Freud -- “Ensayo II: La sexualidad infantil” en Tres ensayos para una Teoría Sexual (1989). Freud habla de una amnesia infantil que cubre los primeros años de la infancia, esas impresiones que hemos olvidado dejan las más profundas huellas en la vida anímica y pasan a ser determinantes para todo desarrollo posterior. Hay una amnesia semejante a la que observamos en los neuróticos respecto de vivencias posteriores y cuya esencia consiste en un mero apartamiento de la conciencia, represión. El individuo posee huellas mnémicas que se han sustraído a su asequibilidad consciente y que ahora, mediante una ligazón asociativa, arrastran hacia si aquello sobre lo cual actúan, desde la conciencia, las fuerzas repulsoras de la represión. Fases de la seducción infantil: 1º autoerótica, 2º amor de objeto. El periodo de latencia sexual de la infancia y sus rupturas: El neonato trae consigo gérmenes de mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto lapso, pero después sufren una progresiva sofocación. Durante este periodo de latencia total o parcial se edifican los poderes anímicos que se presentaran como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual. Mediante la sublimación hay una desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas, y su orientación hacia metas nuevas. Las mociones sexuales de estos años infantiles serian inaplicables, pues las funciones de la reproducción están diferidas, lo cual constituye el carácter principal del periodo de latencia, serian en si perversas, partirían de zonas erógenas y se sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo solo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas anímicas contrarias, mociones reactivas, que construyen para la eficaz sofocación de ese displacer los diques anímicos: asco, vergüenza y moral. Las exteriorizaciones dela sexualidad infantil, que se han sustraído de la sublimación. EL CHUPETEO: exteriorización sexual infantil, esta práctica sexual se destaca por el hecho de que la pulsión no está dirigida a otra persona, se satisface en el cuerpo propio, es autoerótica. El niño chupeteador se rige por la búsqueda de placer, ya vivenciado y ahora recordado. Al comienzo la satisfacción de la zona erógena se asoció con la satisfacción de la necesidad de alimentarse, el quehacer sexual se apuntala primero en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y solo más tarde se independiza de ella. Hay tres caracteres esenciales en una exteriorización sexual infantil: esta nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la vida, todavía no conoce un objeto sexual, pues es autoerótica, y su meta sexual se encuentra bajo el imperio de una zona erógena. La meta sexual de la sexualidad infantil: La propiedad erógena tiene la capacidad de desplazamiento, el niño chupeteador busca por su cuerpo y escoge algún sector de él para mamárselo, cuando tropieza con uno de los sectores predestinados (pezones, genitales) desde luego ese será el predilecto. La meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena que se ha escogido. Para que se cree una necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes. La necesidad de repetir la satisfacción se trasluce por un peculiar sentimiento de tensión, que posee el carácter de displacer, y una sensación de estímulo condicionada centralmente y proyectada a la zona erógena periférica. La meta sexual procuraría sustituir la sensación de estímulo proyectada sobre la zona erógena, por aquel estimulo externo que la cancela al provocar la sensación de satisfacción. Tres fases de la masturbación infantil: la primera corresponde al periodo de lactancia, la segunda al breve florecimiento de la práctica sexual hacia el 4º año de vida y la tercera responde al onanismo de la pubertad. Después del periodo de lactancia, antes del cuarto año, la pulsión sexual suele despertar de nueva en la zona genital y durar un lapso, hasta que una nueva sofocación la detiene o proseguir sin interrupción. Esta segunda activación sexual infantil deja tras si las más profundas inconscientes huellas en la memoria, determinan el desarrollo de su carácter si permaneces sana, y la sintomatología de su neurosis si enferma después de la pubertad. Retorno de la masturbación de la lactancia: causas internas y externas son decisivas para la reaparición de la vida sexual, en las ocasiones externas se sitúa la influencia de la seducción, que trata prematuramente al niño como objeto sexual, circunstancias que le dejan una fuerte impresión, de igual manera le enseña a conocer la satisfacción de las zonas genitales, el despertar sexual se puede dar de igual manera sin seducción, por causas internas. Complejo de castración y envidia del pene: para el varoncito es cosa natural suponer que todas las personas tienen un genital como el suyo, este supuesto de que todos los seres humanos poseen idéntico genital masculino es la primera teoría sexual infantil. Fases de desarrollo de la organización sexual: la vida sexual infantil es esencialmente autoerótica, su objeto se encuentra en el cuerpo propio, y sus pulsiones parciales singulares aspiran a conseguir placer cada una por su cuenta, desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo lo constituye la vida sexual del adulto normal, en ella la consecución de placer se ha puesto al servicio de la función de reproducción, y las pulsiones parciales bajo el primado de una única zona erógena, han formado una organización en un objeto ajeno. Organizaciones pregenitales: pregenitales son las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico. Una primera organización sexual pregenital es la oral, la actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. La meta sexual consiste en la incorporación del objeto, el chupeteo es un resto de esa fase hipotética, en ella la actividad sexual, separada de la nutrición, ha resignado el objeto ajeno a cambio de uno situado en el propio cuerpo. Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico – anal, división entre pasivo y activo. La actividad es producida por la pulsión de apoderamiento a través de la musculatura del cuerpo y como órgano de meta sexual pasiva se constituye ante toda la mucosa erógena del intestino. En esta fase ya son pesquisables la polaridad sexual y el objeto ajeno. La unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no es establecida en la infancia, la instauración de ese primado al servicio de la reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización sexual. Los dos tiempos de la elección del objeto: La primera se inicia entre los dos y cinco años el periodo de latencia lo detiene o lo hace retroceder, se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación de la vida sexual. Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía, o se conservan tal cual o sufren una renovación en la época de la pubertad, son inaplicables a consecuencia de la represión que se sitúa entre ambas fases. La elección de objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y empezar de nuevo como corriente sensual. Fuentes de la sexualidad infantil: la excitación nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos orgánicos, b) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como expresión de algunas pulsiones. Liga a sexualidad con la idea de genitalidad, pregenital diferente a la sexualidad adulta de masculino – femenino. Considera a esta sexualidad infantil por las pulsiones parciales (anárquicas, desordenadas), el fin es la satisfacción, autoerótica. Como se ve en el chupeteo donde hay una exteriorización infantil, por apuntalamiento, autoerótica, zona erógena. La pulsión tiene un fin, una meta y un objeto, allí se ve la pulsión que no tiene como fin la conservación sino la satisfacción. Órgano diferente a la zona erógena. Apuntalamiento: al comienzo la satisfacción de la zona erógena se asoció a la satisfacción de la necesidad de alimentarse. Característica de la sexualidad, fase (organización genital infantil) como base para la organización, como camino a la pulsión, primacía de una zona erógena, hay una pulsión, modo de relación de objeto. Esta zona erógena se va activando en un apuntalamiento, la zona privilegiada es lo que cambia. Apuntalamiento de una zona particular, incorporación que define el modo de relación con el objeto, placer ligado a lo sexual, autoerótico. Doble tiempo de la elección de objeto: 1° periodo de latencia donde no hay organización sexual, tiempo de sexualidad latente y 2° la pubertad, genital FM. Pulsión de saber: no es una pulsión elemental, surge entre los 3 y 5 años por investigación sexual infantil, ¿de dónde vienen los niños?, el pensar infantil, pulsión sublimada del apoderamiento, producción intelectual infantil, intereses prácticos (teorías sexuales infantiles). Diferencia entre los sexos, relación parental, lo que está en juego es su amor, castración / envidia del pene. De allí surgen entonces las teorías sexuales infantiles que implican un trabajo psíquico, desconfianza hacia los padres, complejo nuclear de las neurosis: complejo de Edipo. Se comienzan a construir teorías sádicas en base a la desconfianza de los padres, sacan sus elementos de la pulsión de saber, construcción de teorías como pensamiento autónomo del niño. Freud--Sobre las teorías sexuales infantiles (1908). La existencia de dos sexos es el hecho básico como punto de partida para las investigaciones de los niños sobre los problemas sexuales. El niño pasa a ocuparse del primer problema de la vida y se pregunta: ¿de dónde vienen los niños?, hay una pulsión autónoma de investigar, pero ante esto recibe una respuesta evasiva o una reprimenda por su apetito de saber, a partir de ese engaño alimentan desconfianza hacia los adultos. La 1° de estas teorías se anuda al descuido de las diferencias entre los sexos, que es característico del niño, consiste en atribuir a todos los seres humanos aun en las mujeres, un pene como el que el varoncito conoce en su propio cuerpo. El pene es ya en la infancia la zona erógena rectora, el principal objeto sexual autoerótico. Si el varoncito llega a ver los genitales de una hermanita, niega la falta, o piensa que como es pequeña ya le va a crecer. El niño gobernado por la excitación del pene ha sabido procurarse placer estimulándolo con la madre, sus padres lo aterrorizaron con la amenaza que este sería cortado, el efecto de esta es la amenaza de castración, los genitales de la mujer, percibidos luego y concebidos como mutilados, recuerdan aquella amenaza. Una 2° teoría, el pene ha tenido su participación en los procesos la creación del niño, con esa excitación se conectan unas impulsiones que el niño no se sabe interpretar, unos impulsos oscuros a un obrar violento, a penetrar, abrir en algún parte un agujero, pero cuando el niño parece estar así en el mejor camino para postular la existencia de la vagina y atribuirle al pene del padre esa penetración en la madre como aquel acto por el cual se engendra el hijo en el vientre materno, en ese punto la investigación se interrumpe, pues la obstaculiza la teoría de que la madre posee un pene como el varón. Su ignorancia de la vagina posibilita al niño convérsense también de la segunda de sus teorías sexuales, si el hijo crece en el vientre de la madre y es sacado de ahí, ello ocurriría por la única vía posible: la abertura del intestino. Es preciso que el hijo sea evacuado como un excremento, una deposición. Esto no hacía más que activar su erotismo anal. La 3° de las teorías se ofrece a los niños cuando, por alguno de los azares hogareños, son testigos del comercio sexual entre sus padres, llegan a la concepción sádica del coito: ven en el algo que la parte más fuerte le hace a la más débil con violencia y lo comparan con una riña. La teoría sádica del coito es también ella la expresión de uno de los componentes sexuales innatos. Serian estas las más importantes teorías sexuales producidas espontáneamente en los primeros años de la infancia, solo bajo el influjo de los componentes pulsionales sexuales. Freud -- Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910). La lentitud que siempre llamó la atención en su modo de trabajar demuestra ser un síntoma de una inhibición para llevar a cabo sus trabajos, el preanuncio del extrañamiento respecto de la pintura que le sobrevino luego. Es como si un interés ajeno, el del experimentador, primero hubiera reforzado al interés artístico para perjudicar después la obra de arte. Es poco lo que se sabe sobre Leonardo en materia sexual, pero esos escasos datos son significativos. En una época que asistía al combato entre la sensualidad más desenfrenada y un seco ascetismo, Leonardo era ejemplo de una fría desautorización de lo sexual que no esperaríamos en el artista y figurador de la belleza femenina. “El acto del coito y todo lo que se le relaciona es repelente, de suerte que los hombres se extinguirían pronto de no existir una costumbre transmitida de antiguo y no hubiera rostros bonitos y disposiciones sensuales”. Los escritos que nos ha legado evitan todo lo sexual de manera tan decidida que pareciera que Eros, que conserva todo lo vivo, no fuese un material digno del esfuerzo de saber del investigador. Es notorio cuán a menudo grandes artistas se complacen en desfogar su fantasía en figuraciones eróticas y aún burdamente obscenas; de Leonardo solo poseemos algunos dibujos anatómicos sobre los genitales internos de la mujer, la ubicación del feto en el seno materno, etc. Es dudoso que Leonardo haya abrazado a una mujer en arrebato amoroso, tampoco se tiene noticia de un vínculo anímico íntimo con una mujer. Fue objeto junto con otros jóvenes de una denuncia por prácticas homosexuales prohibidas. Se puede dar por muy probable que esos tiernos vínculos de Leonardo con los jóvenes que compartían su vida, según acostumbraban hacerlo en esa época los discípulos, no desembocaron en un quehacer sexual. Esta peculiar vida sexual y afectiva puede armonizarse de una sola manera con la doble naturaleza de Leonardo en su calidad de artista e investigador. Solmi sobre Leonardo: “pero el ansia inextinguible de conocer todo cuanto lo rodeaba y averiguar con fría reflexión el secreto más profundo de todo lo perfecto y acabado, había condenado a la obra de Leonardo a permanecer siempre inconclusa”. Leonardo había dicho una vez “uno no tiene derecho a amar u odiar algo si no se ha procurado un conocimiento radical de su naturaleza”, y otra vez dijo “un gran amor brota de un gran conocimiento del objeto amado, y si conoces poco a este, poco o aun nada podrás amarlo”. Lo que aseveran estas manifestaciones es falso y Leonardo lo sabía tan bien como nosotros. No es cierto que los hombres antes de amar u odiar aguardan hasta haber estudiado y discernido en su esencia el asunto sobre el que recaerán tales afectos; más bien aman de manera impulsiva, siguiendo motivos de sentimiento que nada tienen que ver con el conocimiento. Leonardo sólo pudo haber querido decir que lo común en los seres humanos no es el amor justo e inobjetable; debería amarse suspendiendo el afecto, sometiendo este al trabajo del pensar y consintiéndolo únicamente luego de que hubiera pasado por la prueba del pensar. Lo que quiere decirnos es que en él así ocurre; sería deseable que los demás se comportaran con el amor y el odio como él mismo lo hace. Y en Leonardo parece hacer sido así. Sus afectos eran domeñados, sometidos a la pulsión de investigar; no amaba u odiaba, sino que se preguntaba por qué debía amar u odiar, y qué significaba ello; de ese modo tuvo que parecer a primera vista indiferente hacia el bien y el mal, hacia lo bello y lo feo. En realidad, Leonardo no era desapasionado, estaba desprovisto de fuerza pulsionante. No había hecho sino mudar la pasión en esfuerzo de saber; se consagraba a la investigación con la tenacidad, la constancia, el ahondamiento que derivan de la pasión, y en la cima del trabajo intelectual dejaba que estallara el afecto largamente retenido, que fluyera con libertad. Las trasposiciones de la fuerza pulsional psíquica en diversas formas del quehacer acaso sean tan imposibles de lograr sin pérdida como la de las fuerzas físicas. El ejemplo de Leonardo enseña qué diversidad de otras cosas cabe rastrear en tales procesos. Uno ha investigado en lugar de actuar, de crear. Quien vislumbró la grandiosidad de a trabazón universal y empezó a ver sus leyes necesarias, es fácil que pierda su propio yo. Su esfuerzo de saber permaneció circunscrito al mundo exterior, algo lo mantenía alejado de la exploración de la vida anímica de los seres humanos. En un cuadro le interesaba sobre todo un problema, y tras este veía aflorar otros innumerables, como se había habituado a hacerlo en la investigación de la naturaleza, una actividad infinita, inacabable. Tras los más agotadores empeños por expresar en su obra todo cuanto en sus pensamientos se le anudaba, se veía forzado a dejarla inconclusa o declararla imperfecta. Cuando en una persona hallamos plasmada de manera hiperintensa una pulsión única, como en Leonardo el apetito de saber, tenemos por probableque esa pulsión se haya manifestado ya en la primera infancia de esa persona, y consolidara su soberanía por obra de unas impresiones de la vida infantil; y además suponemos que originariamente se atrajo como refuerzo unas fuerzas pulsionales sexuales, de suerte que más tarde pudo subrogar un fragmento de la vida sexual. Un Este archivo fue descargado de https://filadd.com FILADD.COM hombre así investigará con la misma devoción apasionada con que otro dota a su amor, y podría investigar en lugar de amar. No sólo respecto d la pulsión de investigar, sino en la mayoría de los casos de particular intensidad de una pulsión nos atreveríamos a inferir un refuerzo sexual de ella. La mayoría de los seres humanos consigue guiar hacia su actividad profesional porciones muy considerables de sus fuerzas pulsionales sexuales. Y la pulsión sexual es particularmente idónea para prestar esas contribuciones, pues está dotada de la aptitud para la sublimación; o sea que es capaz de permutar su meta inmediata por otras, que pueden ser más estimadas y no sexuales. Consideramos demostrado ese proceso cuando la historia infantil –o sea la historia del desarrollo anímico- de una persona muestra que en su niñez esa pulsión hiperpotente estuvo al servicio de intereses sexuales. Hallamos otra confirmación cuando en la vida sexual de la madurez se evidencia un llamativo agotamiento, como si ahora un fragmento del quehacer sexual estuviera sustituido por el quehacer de la pulsión hiperpotente. Muchos niños atraviesan hacia su tercer año de vida por un periodo que puede designarse como el de la investigación sexual infantil. El apetito de saber es despertado por la impresión de una importante vivencia en que el niño ve una amenaza para sus intereses egoístas. El niño rehúsa creencia a las noticias que se le dan, y desde ese acto de incredulidad data su autonomía espiritual; a menudo se siente en seria oposición con los adultos y nunca les perdonará que le hayan escatimado la verdad en esa ocasión. Investiga por sus propios caminos, colige la estadía del hijo en el seno materno y, guiado por mociones de su propia sexualidad, se forma opiniones sobre la concepción del hijo por algo que se come, su alumbramiento por el intestino, el papel del padre difícil de averiguar, y ya entonces sospecha la existencia del acto sexual, que le parece algo hostil y violento. Si el periodo de la investigación sexual infantil es clausurado por una oleada de enérgica represión sexual, al ulterior destino de la pulsión de investigar se le abren tres diversas posibilidades derivadas de su temprano enlace con intereses sexuales. La investigación puede compartir el destino de la sexualidad; el apetito de saber permanece desde entonces inhibido, y limitado el libre quehacer de la inteligencia, en particular porque poco tiempo después la educación erige la inhibición religiosa del pensamiento. Este es el tipo de la inhibición neurótica. En un segundo tipo, el desarrollo intelectual es bastante vigoroso para resistir la sacudida que recibe de la represión sexual. Trascurrido algún tiempo luego del sepultamiento de la investigación sexual infantil, cuando la inteligencia se ha fortalecido, la antigua conexión le ofrece memoriosamente su auxilio para sortear la represión sexual y la investigación sexual sofocada regresa de lo inconsciente como compulsión a cavilar, desfigurada y no libre, pero lo bastante potente para sexualizar al pensar mismo y teñir las operaciones intelectuales con el placer y la angustia de los procesos sexuales propiamente dichos. El investigar deviene aquí el quehacer sexual, el sentimiento de la tramitación por medio del pensamiento, de la aclaración, remplaza a la satisfacción sexual. El tercer tipo, más raro y perfecto, en virtud de una particular disposición escapa tanto a la inhibición del pensar como a la compulsión neurótica del pensamiento. También aquí interviene la represión de lo sexual, pero no consigue arrojar a lo inconsciente una pulsión parcial del placer sexual, sino que la libido escapa al destino de la represión sublimándose desde el comienzo mismo en un apetito de saber y sumándose como refuerzo a la vigorosa pulsión de investigar. También aquí el investigar deviene en cierta medida compulsión y sustituto del quehacer sexual, pero le falta el carácter de la neurosis por ser enteramente diversos los procesos psíquicos que están en su base (sublimación en lugar de irrupción desde lo inconsciente); de él está ausente la atadura a los originarios complejos de la investigación sexual infantil y la pulsión puede desplegar libremente su quehacer al servicio del interés intelectual. Empero, dentro de sí da razón de la represión de lo sexual, que lo ha vuelto tan fuerte mediante el subsidio de una libido sublimada, al evitar ocuparse de temas sexuales. A Leonardo lo toma como el paradigma del tercer tipo. En núcleo y el secreto de su ser sería que, tras un quehacer infantil del apetito de saber al servicio de intereses sexuales, consiguió sublimar la mayor parte de su libido como esfuerzo de investigar. Freud -- La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría de la sexualidad) (1923). No está satisfecho con la tesis de que el primado de los genitales no se consuma en la primera infancia, o lo hace sólo de manera muy incompleta. La aproximación de la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más allá, y no se circunscribe a la emergencia de una elección de objeto. Si bien no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones parciales bajo el primado de los genitales, en el apogeo del proceso de desarrollo de la sexualidad infantil el interés por los genitales y el quehacer genital cobran una significatividad dominante. En el carácter principal de esta organización genital infantil hallamos, además, su más importante diferencia de la organización genital definitiva del adulto. Este carácter diferencial consiste en que el sujeto infantil no admite sino un solo órgano genital, el masculino, para ambos sexos. Existe un primado del falo. El niño percibe, desde luego, las diferencias externas entre hombres y mujeres, pero al principio no tiene ocasión de enlazar tales diferencias a una diversidad de sus órganos genitales. Así pues, atribuye a todos los demás seres animados, hombres y animales, órganos genitales análogos a los suyos y llega hasta buscar en los objetos inanimados un miembro igual al que él posee. Esta parte del cuerpo que se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en sensaciones, ocupa en alto grado el interés del niño y de continuo plantea nuevas tareas a su pulsión de investigación. Querría verlo en otras personas para compararlo con el suyo. La fuerza pulsionante que esta parte viril despierta más tarde en la pubertad, se exterioriza en aquella época de la vida, en lo esencial, como esfuerzo de investigación, como curiosidad sexual. En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir que el pene no es un patrimonio común de todos los seres semejantes a él. Es notoria su reacción frente a las primeras impresiones de la falta del pene. Desconocer esa falta, creen ver un miembro a pesar de todo; en un principio creen que “es pequeño y ya crecerá”, luego llegan a la conclusión de que estuvo presente y luego fue removido. La falta de pene es entendida como resultado de una castración, y ahora se le plantea al niño la tarea de habérselas con la referencia de la castración a su propia persona. Sólo puede apreciarse rectamente la significatividad del complejo de castración si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del primado del falo. Es notorio también que el menosprecio por la mujer, horror a ella, disposición a la homosexualidad, derivan del convencimiento final acerca de la falta de pene en la mujer. Pero el niño no generaliza tan rápido lafalta de pene con ser mujer ya es un obstáculo para ello el supuesto de que la falta de pene es consecuencia de la castración a modo de castigo. El niño cree que sólo personas despreciables del sexo femenino, culpables de las mismas mociones prohibidas en que él incurrió, habrían perdido el genital. Pero las personas respetables, como su madre, siguen conservando el pene. Ser mujer no coincide todavía con falta del pene; sólo más tarde cuando aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños, y colige que sólo la mujer puede parir hijos, también la madre perderá el pene y se edificarán complejas teorías destinadas a explicar el trueque del pene a cambio de un hijo. El niño vive en el vientre (intestino) de la madre y es parido por el ano. En este estadio de la organización genital infantil hay por cierto algo masculino, pero no algo femenino; la oposición reza aquí genital masculino o castrado. Sólo con la culminación del desarrollo en la época de la pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, el objeto y la pasividad. Freud – El yo y el ello: “Apartado III El yo y el superyó (ideal del yo)” (1923). El yo es la parte del ello modificada por el influjo del sistema percepción; pero se agrega algo más. Existe un grado en el interior del yo que ha de llamarse ideal-yo o superyó. Esta pieza del yo mantiene un vínculo menos firme con la conciencia. Un objeto perdido se vuelve a erigir en el yo, una investidura de objeto es relevada por una identificación. Tal situación participa en considerable medida en la conformación del yo, y contribuye a producir su carácter. En la fase primitiva oral del individuo es imposible distinguir entre investidura de objeto e identificación. Más tarde, lo único que puede suponerse es que las investiduras de objeto parten del ello, que siente las aspiraciones eróticas como necesidades. El yo, todavía endeble al principio, recibe noticia de las investiduras de objeto, les presta su aquiescencia o busca defenderse de ellas mediante el proceso de la represión. Si tal objeto sexual es resignado, porque parece que debe serlo o porque no hay otro remedio, no es raro que a cambio sobrevenga una alteración del yo que es preciso describir como erección del objeto en el yo. Quizás el yo, mediante esta introyección que es una suerte de regresión al mecanismo de la fase oral, facilite o posibilite la resignación del objeto. Quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello resigna sus objetos. El carácter del yo es una sedimentación de las investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de estas elecciones de objeto. Otro punto de vista es que esta trasposición de una elección erótica de objeto en una alteración del yo es, además, un camino que permite al yo dominar al ello y profundizar sus vínculos con el ello, a costa de una gran docilidad hacia sus vivencias. Cuando el yo cobra los rasgos del objeto, se impone él mismo al ello como objeto de amor, busca repararle su pérdida. La trasposición de libido de objeto en libido narcisista conlleva una resignación de las metas sexuales, y por tanto, una suerte de sublimación. Los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a la edad más temprana, serían universales y duraderos. Esto nos reconduce a la génesis del ideal del yo, pues tras este se esconde la identificación primera y de mayor valencia del individuo: la identificación con el padre de la prehistoria personal. Es una identificación directa e inmediata, y más temprana que cualquier investidura de objeto. Empero, las elecciones de objeto que corresponden a los primeros periodos sexuales y atañen a padre y madre parecen tener su desenlace, si el ciclo es normal, en una identificación de esa clase, reforzando de ese modo la identificación primaria. En el caso del niño varón, simplificado: en época tempranísima desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, que tiene su punto de arranque en el pecho materno y muestra el ejemplo arquetípico de una elección de objeto según el tipo del apuntalamiento; del padre, el varoncito se apodera por identificación. Ambos vínculos marchan un tiempo juntos, hasta que por el refuerzo de los deseos sexuales hacia la madre, y por la percepción de que el padre es un obstáculo para estos deseos, nace el complejo de Edipo. La identificación-padre cobra ahora una tonalidad hostil, se trueca en el deseo de eliminar al padre para sustituirlo junto a la madre. A partir de ahí, la relación con el padre es ambivalente. La actitud ambivalente hacia el padre, y la aspiración de objeto exclusivamente tierna hacia la madre, caracterizan, para el varón, el contenido del complejo de Edipo simple, positivo. Con la demolición del complejo de Edipo tiene que ser resignada la investidura de objeto de la madre. Puede tener dos remplazos: o bien una identificación con la madre, o un refuerzo de la identificación-padre. Análogamente, la actitud edípica de la niña puede desembocar en un refuerzo de su identificación-madre (o en el establecimiento de esa identificación). Averiguamos que la niña pequeña, después que se vio obligada a renunciar al padre como objeto de amor, retoma y destaca su masculinidad y se identifica no con la madre, sino con el padre, esto es, con el objeto perdido. La salida y el desenlace de la situación del Edipo en identificación-padre o identificación-madre parecen depender en ambos sexos de la intensidad relativa de las dos disposiciones sexuales. Este es uno de los modos en que la bisexualidad interviene en los destinos del complejo de Edipo. El otro es que, el complejo de Edipo más completo, que es uno duplicado, positivo y negativo, dependiente de la bisexualidad originaria del niño. Es decir que el niño no posee sólo una actitud ambivalente hacia el padre, y una elección tierna de objeto a favor de la madre, sino que se comporta simultáneamente como una niña: muestra la actitud femenina tierna hacia el padre, y la correspondiente actitud celosa y hostil hacia la madre. A raíz del sepultamiento del complejo de Edipo las cuatro aspiraciones contenidas en él se desmontan y desdoblan de tal manera que de ellas surge una identificación-padre y madre; la identificación-padre retendrá el objeto-madre del complejo positivo y simultáneamente, el objeto-padre del complejo invertido; y lo análogo es válido para la identificación-madre. Así, como resultado más universal de la fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos identificaciones, unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como ideal del yo o superyó. Empero, el superyó no es simplemente un residuo de las primeras elecciones de objeto del ello, sino que tiene también la significatividad de una enérgica formación reactiva frente a ellas. Su vínculo con el yo no se agota en la advertencia “así como el padre debes ser”, sino que comprende también la prohibición “así, como el padre, no te es lícito ser”. Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo empeñado en la represión del complejo de Edipo: debe su génesis únicamente a esto. La represión del complejo de Edipo no ha sido una tarea fácil. Discerniendo en los progenitores, en particular en el padre, el obstáculo para la realización de los deseos del Edipo, el yo infantil se fortaleció para esa operación represiva erigiendo dentro de sí ese mismo obstáculo. En cierta medida toma prestada del padre la fuerza para lograrlo. El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión (por el influjo de la autoridad,la doctrina religiosa, la enseñanza, la lectura), tanto más riguroso devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, como sentimiento inconsciente de culpa, sobre el yo. El superyó es el resultado de dos factores biológicos de suma importancia: el desvalimiento y la dependencia del ser humano durante su prolongada infancia, y el hecho de su complejo de Edipo, que hemos reconducido a la interrupción del desarrollo libidinal por el periodo de latencia y, por tanto, a la acometida en dos tiempos de la vida sexual. La separación del superyó respecto del yo no es algo contingente: subroga los rasgos más significativos del desarrollo del individuo y de la especie, y eterniza la existencia de los factores a que debe su origen. El ideal del yo es la herencia del complejo de Edipo y expresión de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del ello. Mediante su institución, el yo se apodera del complejo de Edipo y simultáneamente se somete, él mismo, al ello. Mientras que el yo es esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó se le enfrenta como abogado del mundo interior, del ello. Conflictos entre el yo y el ideal espejarán la oposición entre lo real y lo psíquico, el mundo exterior y el interior. La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y las operaciones del yo es sentida como sentimiento de culpa. La historia genética del superyó permite comprender que conflictos anteriores del yo con las investiduras de objeto del ello puedan continuarse en conflictos con su heredero, el superyó. Laplanche -- “El orden vital y la génesis de la sexualidad humana” (1987). Lo que en realidad acontece es que los tres ensayos de una teoría sexual no presentan una teoría abstracta de las pulsiones en general, sino que describen una pulsión por excelencia, que es la pulsión sexual. Es la sexualidad la que representa el modelo de toda pulsión y probablemente la única pulsión en el verdadero sentido del término. Freud propone y sostiene una teoría que engloba dos tipos de pulsiones y su vinculación a la sexualidad con uno de ellos, con esa fuerza biológica, que llama Eros, en ese punto donde nuestra tesis parecerá entrar en abierta contradicción con el pensamiento freudiano, pero también donde habrán de surgir, precisamente, las dificultades dentro de la obra misma de Freud. El hilo conductor del texto serán los conceptos de pulsión e instinto: - El instinto, en el lenguaje de Freud, es un comportamiento preformado, cuyo esquema es hereditario y que se repite de acuerdo con modalidades relativamente adaptadas a un determinado tipo de objeto. - La pulsión, tal como nos la presenta Freud en “Pulsiones y destinos de pulsión”, es desglosada según cuatro dimensiones: la presión, el fin, el objeto y la fuente. La presión, comienza diciendo Freud, es el factor motor de la pulsión, “es el monto de fuerza o la medida de exigencia de trabajo que representa”. El punto de vista que en psicoanálisis se denomina económico es muy precisamente el de “una exigencia de trabajo”, si hay un trabajo, si hay modificaciones en el organismo, es porque en la base existe una exigencia, una fuerza. Es sólo este elemento abstracto, a saber, el factor económico, el que habrá de permanecer constante en la derivación que nos hará pasar del instinto a la pulsión. Consideremos ahora el fin. Es el acto hacia el cual tiende la pulsión. En el caso de un instinto preformado, es la serie de actos que conduce a una realización. El único fin último es siempre la satisfacción, definida como el apaciguamiento de una tensión provocada. El objeto representa una especie de punto de vista sintético entre, por una parte, el tipo de actividad, el modo específico de tal o cual acción pulsional y, por la otra, su objeto privilegiado. Este objeto no es necesariamente un objeto inanimado o una cosa, el objeto freudiano no se opone, en su esencia, al ser subjetivo. No se designa con él una “objetivación” de la relación amorosa. La definición de objeto hace que este aparezca como un medio “aquello en lo cual y por medio de lo cual se alcanza el fin”. El objeto de la pulsión puede ser a la vez, un objeto de carácter fantaseado no necesariamente tiene que ser un objeto cognoscente (según la teoría del conocimiento). Finalmente, hacemos referencia a la fuente, considerándola como un proceso somático desconocido pero cognoscible de derecho, que se localiza en una parte del cuerpo de la cual va a partir la pulsión. Desde el punto de vista de estos cuatro elementos, puede existir una analogía entre la pulsión y el instinto. La pulsión sexual se concibe siguiendo el modelo de instinto, de la respuesta a una necesidad natural. Dicha necesidad, en el caso de la sexualidad, aparecería sobre la base de un proceso de maduración, un proceso de origen esencialmente interno dentro del cual el momento fisiológico de la pubertad adquiere un carácter decisivo. La sexualidad tiene en el adulto (en el considerado normal) la apariencia de un instinto, pero no es más que el resultado precario de una evolución histórica que en cada nueva etapa puede bifurcarse por otros caminos para dar nacimiento a las aberraciones más extrañas. Por otro lado, vamos a mencionar los tres caracteres de la sexualidad infantil. Se desarrolla apuntalándose en alguna de las funciones corporales de mayor importancia vital. No conoce aún ningún objeto sexual, ya que es autoerótica. Y su fin está determinado por la actividad de una zona erógena (parcialidad). El término apuntalamiento se entiende como un apoyo sobre el objeto, y en último término, apoyo en la madre. Lo que Freud describe es un fenómeno de apoyo de la pulsión, el hecho de que la sexualidad incipiente se apuntale en otro proceso a la vez similar y profundamente divergente: la pulsión sexual se apuntala sobre una función no sexual, vital o, como lo expresa Freud sobre una función corporal esencial para la vida. Lo que describe como apuntalamiento es en su origen un apoyo de la sexualidad infantil en el instinto, si por instinto se entiende esa función corporal esencial para la vida. En el caso particular que primero analiza Freud, se trata del hambre y la función de alimentación. Es fácil advertir en que ocasión halla por primera vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende siempre de nuevo. Es la actividad inicial y esencial en la vida del niño la que lo ha familiarizado con este placer, la succión del pecho materno. Diremos que los labios del niño se han conducido con una zona erógena, siendo el aflujo de la leche la causante de la sensación de placer. En un principio, la actividad de la zona erógena aparece estrechamente asociada con el hambre. La actividad sexual se apuntala primeramente en una función puesta al servicio de la conservación de la vida y de la que sólo se independiza más tarde. En lo sucesivo, el objeto es abandonado, el fin y la fuente adquieren su autonomía respecto de la alimentación y del aparato digestivo. Con el chupeteo llegamos al segundo “carácter” enunciado más arriba, que constituye a la vez un “momento” vinculado al apuntalamiento que lo precede: el autoerotismo. Entendiendo al autoerotismo como lo esencial por la ausencia de objeto, donde la actividad no se orienta hacia otra persona, sino al propio cuerpo. Cuando la satisfacción sexual, en sus comienzos, estaba aún ligada con la absorción de alimentos la pulsión sexual tenía su objeto sexual fuera de propio cuerpo, en el pecho materno. Este objeto sexual desaparece después, y quizá precisamente en la época en que el niño puede construir la representación total de la persona a la cual pertenecía el órgano productor de la satisfacción. La pulsión sexual se hace en este momento autoerótica. Por lo tanto, el autoerotismo no predomina en un tiempo primordial. Hablando
Compartir