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Final Evolutiva I - Andrea Perez

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Final Psicología Evolutiva I 
Unidad 1: Delimitación teórico-epistemológica. 
Aportes histórico-sociales a la noción de infancia. La mirada psicoanalítica a la 
psicología del desarrollo. Hacia una especificidad de la delimitación disciplinar. 
Aries Philippe- La infancia (1986). 
La actitud de los adultos frente al niño ha cambiado. En la antigüedad romana 
se lo posaba en el suelo, correspondía al padre elevarlo del suelo. Si el padre 
no lo elevaba el niño era abandonado. La vida le era dada dos veces, primero 
por la madre y segundo por el padre cuando lo elevaba. Se sabe que la historia 
de la familia del niño y de la anticoncepción había una correlación entre tres 
factores: la elevatio del niño, la práctica muy difundida de la adopción y la 
existencia del infanticidio. La sexualidad aparece separada de la procreación. 
La elección de un heredero es voluntaria. Esta situación cambió a lo largo de 
los siglos II y III, aparece un modelo distinto de familia y niño. A partir de ese 
momento el matrimonio asume una dimensión psicológica y moral que no tenía 
la roma antigua, se extiende más allá de la vida a la muerte. La unión de los 
dos cuerpos se hace sagrada, al igual que los hijos que son producto de ella. 
Los vínculos naturales carnales y sanguíneos son más importantes que las 
decisiones de la voluntad. Se había superado una etapa notable. Pero el 
matrimonio que prevalecía era un matrimonio monogámico. Para que se 
convierta en la familia occidental como hoy se presenta se debe añadir la 
indisolubilidad, esta consagraba una evolución en el sentido del reforzamiento 
de los lazos biológicos naturales en perjuicio de las intervenciones de la 
voluntad consciente. Aquí la procreación ya no estaba separada de la 
sexualidad: el coito se había convertido en acto de placer, pero también de 
fecundación. Los nacimientos suponían verdadera riqueza. El hijo se convierte 
en un producto indispensable, en cuanto que es insustituible. Los lazos 
sanguíneos adquieren un valor extraordinario, hacen falta hijos porque hay que 
construir una reserva, la fidelidad más segura es la de la sangre. Para los 
varones, el primogénito garantiza la continuidad del apellido. Las hembras 
constituyen una importante moneda de intercambio en las estrategias para 
extender y reforzar alianzas. Esto tiene como consecuencia la revalorización de 
la fecundidad: una familia poderosa era necesariamente una numerosa. 
Revalorización ambigua del niño: el infanticidio se penaliza, los niños están 
tutelados por la ley. El aborto también. Si bien la fecundidad es bienvenida y 
venerada, no todo nacimiento era bienvenido (p.e niños deformes o inválidos). 
Las conclusiones de Manson demuestran que ha habido una evolución del 
sentimiento, un descubrimiento de la infancia. El bautismo deja de ser colectivo 
y pasa a ser individual y debe ocurrir lo antes posible tras el nacimiento, la 
iglesia aquí demuestra la importancia que le daba al niño. Otro punto es que 
durante mucho tiempo no existió en ningún sector de la sociedad, una 
vestimenta infantil. A partir del siglo XVI en las clases altas el niño va a tener su 
propia vestimenta. También en las clases superiores aparece el afecto de 
mimar, en el siglo XVII ya había malcriados. Para malcriar había que tener 
hacia él un sentimiento de ternura fuerte extremadamente, y también en 
necesario que la sociedad haya tomado conciencia de los límites que, en bien 
del muchacho, debe observar la ternura. Toda la historia de la infancia desde el 
XVIII hasta nuestros días está constituida por un sentimiento bifronte: de un 
lado, solicitud y ternura, y del otro, solicitud, pero con severidad: la educación. 
La dosificación de ternura y severidad. Los estudiosos de la infancia 
descubrieron en el siglo XIX que las amenazas, los castigos corporales, eran 
inútiles y enseñaron a seguir las indicaciones de la naturaleza infantil, a no 
oponerse a ella sino más bien a utilizarla. La muerte infantil, que mucho tiempo 
fue provocada y más tarde aceptada, ha llegado a ser absolutamente 
intolerable. El hombre occidental ha experimentado en el siglo XVIII y XIX una 
revolución de la afectividad que lo hace diferente: sus sentimientos se 
concentran más en el hijo. Su finalidad es una familia feliz y el futuro bienestar 
de sus hijos. Hay un límite de la sensibilidad que se ha superado demasiado 
recientemente y demasiado a fondo para que sea posible una vuelta atrás. 
Pero existe el riesgo de que, en la sociedad de mañana, el puesto del niño no 
sea el que ocupaba en el siglo XIX: es posible que se destrone al rey y que el 
niño no siga concentrando en él todo el amor y la esperanza del mundo. 
Freud – El interés por el psicoanálisis (1913). 
El nombre de psicoanálisis implica algo más que desagregar unos fenómenos 
compuestos en sus elementos simples; consiste en reconducir una formación 
psíquica a otras que la precedieron en el tiempo y desde las cuales se ha 
desarrollado. Así, se vio llevado a perseguir procesos de desarrollo. Primero 
descubrió la génesis de ciertos síntomas neuróticos, y en su ulterior progreso 
se vio precisado a abordar otras formaciones psíquicas y a realizar con 
respecto a ellas el trabajo de una psicología genética. El psicoanálisis tuvo que 
derivar la vida anímica del adulto de la del niño. Ha rastreado la continuidad 
entre la psique infantil y la del adulto, pero también notó las trasmudaciones y 
los reordenamientos que sobrevienen en ese camino. La mayoría tenemos una 
laguna en la memoria de nuestros primeros años infantiles. El psicoanálisis ha 
llenado esa laguna. A medida que se profundizaba en la vida anímica infantil se 
obtenían notables hallazgos. Así se corroboró la significatividad que para toda 
la posterior orientación de un hombre poseen las impresiones de su niñez, en 
particular las de su primera infancia. Pero se tropezaba con una paradoja 
psicológica: que justamente esas impresiones, las más significativas entre 
todas, no se conservaran en la memoria de los años posteriores. Los 
numerosos enigmas de la vida amorosa de los adultos sólo se solucionan 
cuando se ponen de relieve los factores infantiles en el amor. Las primeras 
vivencias infantiles no le sobrevienen al individuo sólo como unas 
contingencias, sino que también corresponden a los primeros quehaceres de la 
disposición constitucional congénita. De las formaciones anímicas infantiles 
nada sucumbe en el adulto a pesar de todo el desarrollo posterior. Todos los 
deseos, mociones pulsionales, modos de reaccionar y actitudes del niño son 
pesquisables todavía presentes en el hombre maduro, y bajo constelaciones 
apropiadas pueden salir a la luz nuevamente. Prueba de esta aseveración es 
que el sueño de los hombres normales revive noche tras noche el carácter 
infantil de estos y reconduce su entera vida anímica a un estadio infantil. Este 
mismo regreso al infantilismo psíquico (regresión) se pone de relieve en las 
neurosis y psicosis, cuyas peculiaridades pueden ser descritas en buena parte 
como arcaísmos psíquicos. En la intensidad que los restos infantiles hayan 
conservado en la vida anímica vemos la medida de la predisposición a 
enfermar. Lo que en el material psíquico de un ser humano permaneció infantil, 
reprimido, desalojado, como inviable, constituye el núcleo de su inconsciente, y 
creemos poder perseguir, en la biografía de nuestros enfermos, cómo eso 
inconsciente está al acecho para pasar al quehacer práctico y aprovecha las 
oportunidades cuando las formaciones psíquicas más tardías y elevadas no 
consiguen sobreponerse a las dificultades del mundo real. La tesis “la 
ontogénesis es una repetición de la filogénesis” tiene que ser también aplicable 
a la vida anímica, lo cual dio nacimiento a una nueva ampliación del interés 
psicoanalítico. 
Freud – El desarrollo de la función sexual (1940). 
 Critica la idea de sexualidad popular: 1) hay personaspara quienes sólo 
individuos del propio sexo y sus genitales poseen atracción. 2) Ciertas 
personas cuyas apetencias se comportan en un todo como si fueran sexuales, 
prescinden de las partes genésicas o de su empleo normal (“perversos”). 3) 
Muchos niños considerados degenerados muestran muy tempranamente un 
interés por sus genitales y por los signos de excitación de estos. El 
psicoanálisis contradijo todas las opiniones populares sobre sexualidad, sus 
principales resultados son: A) la vida sexual se inicia enseguida después del 
nacimiento con nítidas exteriorizaciones. B) es necesario distinguir entre los 
conceptos de “sexual” y “genital”. El primero es más extenso, e incluye 
actividades que no tienen nada que ver con los genitales. C) la vida sexual 
incluye la función de la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo, función 
que es puesta con posterioridad (nachtraglich) al servicio de la reproducción. 
Es frecuente que ambas funciones no lleguen a superponerse por completo. A 
temprana edad el niño da señales de una actividad corporal sexual a la que se 
conectan fenómenos psíquicos que hallamos más tarde en la vida amorosa 
adulta (fijación, celos, etc.). Estos fenómenos responden a un desarrollo acorde 
a ley, tienen un acrecentamiento regular, alcanzado un punto culminante hacia 
el final del quinto año de vida, a lo que sigue un período de reposo (latencia). 
En el curso de este se detiene el progreso, mucho es desaprendido e 
involuciona. Transcurrido este período, la vida sexual vuelve a aflorar con la 
pubertad. Tropezamos con una acometida en dos tiempos de la vida sexual. No 
es indiferente que los eventos de esta época temprana de la sexualidad sean 
víctima de la amnesia infantil. Este archivo fue descargado de https://filadd.com 
 FILADD.COM El primer órgano que aparece como zona erógena y propone al 
alma una exigencia libidinosa es, a partir del nacimiento, la boca. Al comienzo, 
toda actividad anímica se acomoda de manera de procurar satisfacción a la 
necesidad de esa zona. Ella sirve en primer término a la autoconservación por 
vía del alimento, pero muy temprano, en el chupeteo se evidencia una 
necesidad de satisfacción que, si bien tiene por punto de partida la recepción 
de alimento y es incitada por esta, aspira a una ganancia de placer 
independiente de la nutrición, y por eso puede ser llamada sexual. Durante la 
fase oral ya entran unos impulsos sádicos aislados. Ello ocurre en medida 
mucho más vasta en la segunda fase (sádico-anal) porque aquí la satisfacción 
es buscada en la agresión y en la función excretoria. Anota bajo el rótulo de la 
libido las aspiraciones agresivas en la concepción de que el sadismo es una 
mezcla pulsional de aspiraciones puramente libidinosas con otras destructivas 
puras, una mezcla que desde entonces no se cancela más. Con la fase fálica y 
en su transcurso, la sexualidad de la primera infancia alcanza su apogeo y se 
aproxima al sepultamiento. Desde entonces, varoncito y niña tendrán destinos 
separados. Ambos empezaron por poner su actividad intelectual al servicio de 
la investigación sexual, y ambos parten de la premisa de la presencia universal 
del pene. Pero ahora los caminos se divorcian. El varoncito entra en la fase 
edípica, inicia el quehacer manual con el pene, junto a unas fantasías 
simultáneas sobre algún quehacer sexual de este pene en relación con la 
madre, hasta que el efecto conjugado de una amenaza de castración y la visión 
de la falta de pene en la mujer le hacen experimentar el máximo trauma de su 
vida, iniciador per período de latencia con sus consecuencias. La niña, tras el 
intento de emparejarse al varón, vivencia el discernimiento de su falta de pene 
o de su inferioridad clitorídea, con consecuencias para el desarrollo del 
carácter. Estas tres fases se superponen entre sí, coexisten juntas. En las 
fases tempranas, las diversas pulsiones parciales parten con recíproca 
independencia a la consecución de placer. En la fase fálica se tienen los 
comienzos de una organización que subordina las otras aspiraciones al 
primado de los genitales y significa el principio del ordenamiento de la 
aspiración general de placer dentro de la función sexual. La organización plena 
sólo se alcanza en la pubertad, en una cuarta fase (genital). Así queda 
establecido un estado en que: 1) se conservan muchas investiduras libidinales 
tempranas; 2) otras son acogidas dentro de la función sexual como unos actos 
preparatorios, de apoyo, cuya satisfacción da por resultado el “placer previo”, y 
3) otras aspiraciones son excluidas de la organización y son por completo 
sofocadas (reprimidas) o bien experimentan una aplicación diversa dentro del 
yo, forman rasgos de carácter, padecen sublimaciones con desplazamiento de 
meta. Este proceso no siempre se consuma de manera impecable. Las 
inhibiciones en su desarrollo se presentan como las múltiples perturbaciones 
de la vida sexual. En tales casos han preexistido fijaciones de la libido a 
estados de fases más tempranas, cuya aspiración es designada “perversión”. 
Las constelaciones se complican por el hecho de que en general no es que los 
procesos requeridos para producir el desenlace normal se consumen o estén 
ausentes a secas, sino que se consuman de manera parcial, de suerte que la 
plasmación final depende de las relaciones cuantitativas. En tal caso se 
alcanza la organización genital, pero debilitada en los sectores de libido que no 
acompañaron ese desarrollo y permanecieron fijados a objetos y metas 
pregenitales. Ese debilitamiento se muestra en la inclinación de la libido a 
retroceder hasta las investiduras pregenitales anteriores (regresión) en caso de 
no satisfacción genital o de dificultades objetivas. Los fenómenos normales y 
anormales que observamos (la fenomenología) demandan ser descritos desde 
el punto de vista de la dinámica y la economía (distribución cuantitativa de 
libido); y la etiología de las perturbaciones por nosotros estudiadas se halla en 
la historia de desarrollo, o sea, en la primera infancia del individuo. 
Laplanche – Fundamento y originario histórico: psicoanálisis y psicología 
(1987). 
Un fundamento del psicoanálisis sólo puede ser buscado en cierta historia, la 
historia de la aparición del sujeto psicoanalítico, aparición que debe ser situada 
por relación a una historia más vasta, pero, ella, no psicoanalítica: la historia 
infantil. Habla de un “terreno minado”: los términos como tales son 
sospechosos (historia, desarrollo, génesis, origen), cada una puede ser tomada 
por el buen lado o por el malo. Desarrollo: implica que algo se desenrolla, que 
potencialidades ya presentes se despliegan, y ello en un orden 
predeterminado: desarrollo significa sucesión de etapas, de estadios. No hay 
razón para rechazar esta noción, a condición de que no excluya mutaciones, 
reorganizaciones, reestrenos; un desarrollo no implica necesariamente una 
continuidad: puede ser dialéctico. Se puede tomar como sujeto del desarrollo a 
subconjuntos: el tipo más frecuente será aquel que incluya, en la unidad de 
partida, a la madre o al ambiente, si nos referimos a un desarrollo de la relación 
hijo-madre. Existe sin duda un punto de vista del desarrollo y una psicología del 
desarrollo. Se trataría de volver a darle su lugar que no es psicoanalítico. 
Otorgarle su lugar es al mismo tiempo situar en otra parte al psicoanálisis. 
Génesis: surgimiento. Elige tomar la psicología genética como sinónimo de 
psicología del desarrollo: un dominio que no es directamente aquel del 
psicoanálisis incluso si es psicoanálisis interviene allí. Es importante darle un 
sentido más fuerte a este inter-venir: el psicoanálisis interviene en el desarrollo, 
el inconsciente en lo genético. “Génesis del inconsciente” significa el 
advenimiento, el surgimiento de este. Historia: el psicoanálisis, en la medida en 
que adopta un punto de vista histórico,debe hacer suyos estos dos aspectos 
correlativos: lo acontecial, el trauma, los acontecimientos de la infancia siguen 
siendo un polo indispensable de nuestra referencia; pero intentamos también 
poner en evidencia, en situaciones más universales, algo que se asemejaría a 
lo arqueológico: no sólo el marco en el cual se inscribe tal o cual 
acontecimiento, no sólo en el fondo sobre el cual los acontecimientos vienen a 
recortarse, sino lo que permite a un acontecimiento existir, lo que le confiere su 
especificidad psicoanalítica. El fundamento del psicoanálisis no puede evitar 
referirse a una historia, debe ser, en ese sentido, histórico o genético; pero esto 
en el sentido de una génesis de lo originario y no en el sentido estrecho de la 
psicología genética. El fundamento del psicoanálisis no está en el aire; 
rehusamos la facilidad vehiculizada por la idea de mito, toda remisión a tiempos 
“míticos”. Al mismo tiempo, el fundamento del psicoanálisis debe diferenciarse 
de una psicología del desarrollo, lo que sólo se consigue si se marca la 
especificidad de su objeto, es decir, el inconsciente y la sexualidad. Todo el 
movimiento del ser humano consiste en rehabitar o reinvestir la vida psíquica 
en su conjunto con motivaciones sexuales en gran parte inconscientes. La 
sexualidad viene a vicariar (reemplazar) una autoconservación parcialmente 
faltante en el hombre. El vicariato se produce pedazo por pedazo y de manera 
progresiva: el desarrollo sexual del niño no pasa bruscamente y de una vez por 
todas a relevar, a sostener todo su desarrollo psicológico. El vicariato no es 
sólo un proceso temporal sino que vale también en la simultaneidad: a cada 
movimiento, en cada situación, las motivaciones sexuales inconscientes vienen 
a infiltrar, a inyectar, a dar coherencia a una autoconservación más o menos 
insuficiente. Es el sujeto humano mismo el que nos induce a error porque ha 
cambiado los cimientos de su edificio. Creer que el psicoanálisis puede 
intervenir en todo, es pretender que él es todo y actuar para que, como saber 
general, intente realizar esa pretensión. Desmontar esas pretensiones del 
psicoanálisis necesita algún desarrollo, y en primer lugar, mostrar que la 
situación no es totalmente la misma según que se hable del adulto, del niño o 
aun, de la relación adulto-niño. Diversos procederes discutibles se proponen 
que se complementan. El primero consiste en pretender extender los 
resultados adquiridos por el método psicoanalítico a una psicología general del 
adulto. Es esta una tendencia universal del movimiento freudiano: el aparato 
del alma es descripto como aparato psíquico en general, y a partir de este y 
sus partes se propondrá una explicación general de los comportamientos y 
acciones humanas (por ejemplo la escuela norteamericana postfreudiana). 
Pero muchas otras escuelas van hacia el mismo resultado: los kleinianos no 
proceden de otro modo cuando piensan que no existe otra psicología que el 
psicoanálisis. Los conceptos extraídos del análisis, de la situación o de la 
observación psicoanalítica, aun incluso del psicoanálisis extracura, pueden 
provenir tanto del adulto como del niño y el adulto: siempre hay una 
retroproyección o retro-inyección. Estamos siempre en presencia de, a la vez, 
corrimiento entre el niño psicoanalítico y el niño observado, y bastardeo de los 
conceptos psicoanalíticos para intentar hacerlos coincidir con el lactante 
observado. Hay a propósito del niño una ilusión científica fundamental. El 
descubrimiento psicoanalítico es el del inconsciente y de la sexualidad. Lo que 
el psicoanálisis en situación puede descubrir es cierto estado, son estadios, 
cierta génesis, que de manera específica corresponden al sector propiamente 
psicoanalítico. La ilusión de los psicoanalistas consiste en creer que pueden 
redescubrir esas situaciones, no como estadios de la sexualidad infantil, sino 
como evolución de la relación generalizada del niño con su mundo. pero cada 
vez que la sexualidad pretende que ella es todo (aquí, que los estadios de la 
sexualidad infantil son el todo de la relación del individuo con su ambiente) es 
que ella no es ya nada. Estamos entonces en una confusión consentida por los 
psicoanalistas y por los psicólogos que aceptan utilizar parcialmente nociones y 
secuencias extraídas de una perspectiva psicoanalítica sobre el desarrollo de la 
sexualidad humana como si se estuvieran refiriendo a la misma cosa de que 
tratan ellos cuando hablan de la constitución del objeto o de la adquisición de 
relaciones lógicas. No es sólo confusión de conceptos, sino superposición de 
fases y de evoluciones. Toda la evolución es colocada a la sombra de una 
descripción freudiana que se aplicaba a la emergencia de la sexualidad. Pero, 
correlativamente, a este imperio freudiano sobre el desarrollo, el freudismo es 
completamente vaciado de su sustancia porque toda la evolución es 
desexualizada. 
Unidad 2: La Psicología Evolutiva en el siglo XX: marcos de referencia 
teóricos. Objeto y método de estudio 
Revisión crítica del concepto evolutivo en Psicología. Psicología del desarrollo 
y Psicoanálisis. Los aportes de la psicología genética. La noción de “niño” en 
psicoanálisis. Los métodos de abordaje. El método clínico crítico. La 
observación psicoanalítica. La perspectiva diacrónica y sincrónica. 
Castorina - Alcances del método de exploración critica en Psicología 
Genética (1984). 
Indagación clínica como interrogación para determinar el funcionamiento 
cognoscitivo, la actividad constructora del niño en situación de aprendizaje. En 
la práctica de la psicología genética se basa en la elaboración de hipótesis y 
verificación por medio del interrogatorio en los niños, interacción entre 
preguntas y respuestas. La indagación clínica constituyo una innovación 
metodológica en el panorama de una psicología del desarrollo. El método 
clínico en la exploración de creencias infantiles: en el momento inicial el 
examen clínico se basaba en la conversación, comprueba sus hipótesis con las 
reacciones provocadas por la conversación, esta tiene una dirección, las 
respuestas de los niños orientadas por las preguntas del examinador para 
verificar las hipótesis, la direccionalidad es la centración en las respuestas 
infantiles. La dialéctica del interrogatorio era descubrir la originalidad del 
pensamiento y sistematizarlo poniéndolo a prueba. De las creencias infantiles a 
las organizaciones sensorio-motrices: intenta indagar la progresiva 
coordinación de las acciones del niño en forma de sistemas, que son las 
estructuras cognoscitivas, que es el grupo práctico de desplazamientos. Se 
preparan situaciones experimentales con la finalidad de establecer el modo en 
que las acciones llegabas a constituirse en tales sistemas, por medio de 
indicadores comportamentales, como es el caso de la búsqueda sistemática del 
objeto desaparecido. La actividad del niño sensorio motriz es preverbal, así que 
el dialogo verbal será sustituido por una serie de observaciones. Para 
demostrar sus hipótesis el investigador participa activamente en estas 
situaciones experimentales con el niño por medio de la observación. El objeto 
permanente, ese objeto independiente de la acción propia es una verdadera 
conquista de la organización del mundo y empieza a constituirse de los 9 a 10 
meses de vida. Los niños descubren, gracias a una creciente coordinación de 
movimientos y percepción, que los objetos empiezan a ser permanentes, 
continúan existiendo a pesar de que no los perciba con la vista, pudiendo 
reencontrarlos. Hay una sistematicidad y rigor de la experimentación en cuatro 
momentos: primero hay una observación de conductas espontaneas, luego hay 
una introducción de nuevas variables para confirmar la hipótesis inicial, en 
tercer lugar, aparecen dudas acerca de la generalización (si no hay 
modificación) y por último el investigador plantea unasituación experimental. 
La indagación de las estructuras operativas: las preocupaciones teóricas se 
orientan a invariantes conceptuales referidas a cantidades físicas (objeto 
permanente, periodo sensorio motriz), se indagan los sistemas de acciones 
para la indagación de estructuras operativas (conservación) que son las 
transformaciones, vinculo de la acción del niño sobre el material, la utilización 
de objetos cuya manipulación produzca transformaciones que pudieran llegar a 
ser compuestas inferencialmente por el niño, se abandona el interrogatorio 
verbal y se utiliza un procedimiento mixto. Una vez que se efectúa una 
transformación con el material se hacen tres tipos diferentes de preguntas: de 
exploración, de justificación y de control o contraargumentación. La 
contraargumentación busca la coherencia o contradicción a través del uso de la 
misma, el interrogador plantea al niño una discusión con el propósito de saber 
si sus adquisiciones son estables, cual es el grado de equilibrio de sus 
acciones ante el problema, equilibrio de la sistematización de sus acciones. En 
el método clínico – crítico en la investigación de nociones operatorias la 
interacción es inseparable de la formulación de hipótesis, la 
contraargumentación sirve para conocer el equilibrio de las acciones frente el 
problema. Las transformaciones son los problemas operatorios. La 
instrumentación clínica de las pruebas operatorias: diseñada para indagar la 
estructuración del pensamiento infantil, instrumentos de diagnóstico, se debe 
tener en cuenta al sujeto clínico con su modalidad de pensamiento, 
sistematicidad en el interrogatorio, hipótesis y verificación en el acto. Hay una 
contradicción en el método clínico: al no tomar en cuenta el nivel estructural del 
niño y el equilibrio de sus acciones con el material, guiándose solo por las 
respuestas del interrogatorio para verificar sus hipótesis, se convierte en 
cuestionario. Interrogatorio clínico como un instrumento de investigación para 
establecer los conocimientos operatorios, nivel estructural comunes en todos 
los niños, el interrogatorio tiene una dirección que es el sujeto epistémico de la 
construcción del conocimiento, en cambio las pruebas operatorias se orientan a 
un sujeto clínico, un individuo determinado por su propia historia cognoscitiva. 
La indagación epistemológica es la caracterización individual del 
funcionamiento intelectual del niño, en la determinación de la movilidad de su 
pensamiento, posibilidades de cambio. Formas de conocimiento que se forman 
mediante un proceso constructivo por equilibraciones, las investigaciones 
genéticas los métodos son para demostrar la parte deformante, constructivista 
de los procesos de asimilación y acomodación en los diferentes niveles de 
desarrollo. 
Ducrot y Todorov: “Sincronía y diacronía” (1972). 
Un fenómeno en el lenguaje se considera sincrónico cuando todos los 
elementos y factores que pone en juego pertenecen a un solo momento de una 
misma lengua (o estado). Diacrónico es cuando hace intervenir elementos y 
factores que pertenecen a estados de desarrollo diferentes. En rigor no existe 
un hecho puramente sincrónico; pero es posible hacer abstracción cuando se 
explica o describe un hecho. La reflexión lingüística tardo mucho en distinguir 
claramente los puntos de vista sincrónico y diacrónico. La falta de una 
distinción neta en los enfoques comparatistas entre sincronía y diacronías 
muestra también en la manera que tratan el problema de la clasificación de las 
lenguas. Esta puede ser histórica, genética (mismo origen) o topológica 
(características semejantes desde el punto de vista fónico gramatical o 
semántico). Los comparatistas, no obstante, admiten que una clasificación 
genética seria al mismo tiempo una tipología. Saussure es sin duda, el primero 
que reivindico explícitamente la autonomía de la investigación sincrónica. Para 
ello utiliza diferentes argumentos: 
1- Es Posible definir a las relaciones sincrónicas sin recurrir en modo 
alguno a la historia. Por ejemplo, un saussureano solo admite una 
relación de derivación entre 2 términos cuando el paso del uno al otro se 
produce según un procedimiento general en la lengua estudiada. Lo que 
establece la relación sincrónica es su integración en la organización de 
conjunto, en el sistema de la lengua. 
2- 2- Las relaciones sincrónicas no solo pueden establecerse fuera de toda 
consideración diacrónica, sino que, además, pueden entrar en conflicto 
con las relaciones diacrónicas. 
3- 3- Aunque es cierto que los cambios fonéticos suelen modificar la 
expresión de las relaciones gramaticales, solo lo hacen de manera 
indirecta y accidental, sin proponerse como objeto esa modificación. La 
investigación sincrónica debe hacerse fuera de toda consideración 
diacrónica. 
Freud – El esclarecimiento sexual del niño (1907) 
Freud no entiende por qué no se quiere proporcionar a los niños 
esclarecimiento sobre los hechos de la vida genésica. Cita a Multatuli: “En 
general, es sano mantener limpia la fantasía de los niños, pero esa pureza 
no se preserva mediante la ignorancia. Mientras más se le oculte algo, tanto 
más malcriarán la verdad. Uno por curiosidad car sobre el rastro de cosas a 
las que poco o ningún interés habría concedido si le hubieran sido 
comunicadas sin mucha ceremonia. Es imposible preservar esa ignorancia: 
el niño entra en contacto con otros, caen en sus manos libros que los hacen 
meditar, y los mismos tapujos con que sus padres tratan lo que empero él 
habría comprendido no hacen sino atizarle el ansia de saber más. Y esta 
ansia satisfecha sólo en parte, sólo en secreto, exacerba el corazón y 
corrompe la fantasía; el niño ya peca y los padres todavía creen que él no 
sabe qué es pecado.” No es sino la vulgar mojigatería y la propia mala 
conciencia en asuntos sexuales lo que mueve a los adultos a usar de esos 
“tapujos” con los niños, es posible que influya también algo de ignorancia 
teórica: se cree que la pulsión sexual falta en los niños, y sólo se instala en 
ellos en la pubertad, con la maduración de los órganos genésicos. En 
realidad, el recién nacido trae consigo al mundo una sexualidad, ciertas 
sensaciones sexuales acompañan su desarrollo desde la lactancia hasta la 
niñez. Los órganos de la reproducción propiamente dichos no son las 
únicas partes del cuerpo que procuran sensaciones sexuales placenteras, y 
la naturaleza ha estatuido con todo rigor las cosas para que durante la 
infancia sean inevitables aun las estimulaciones de los genitales. Se 
designa como período de autoerotismo a esta época de la vida en que, por 
la excitación de diversas partes de la piel (zonas erógenas), por el quehacer 
de ciertas pulsiones biológicas y como coexcitación sobrevenida a raíz de 
muchos estados afectivos, es producido un cierto monto de placer 
indudablemente sexual. La pubertad no hace sino procurar el primado de 
los genitales entre todas las otras zonas y fuentes dispensadoras de placer, 
constriñendo así al erotismo a entrar al servicio de la función reproductora. 
Mucho antes de alcanzar la pubertad el niño es capaz de la mayoría de las 
operaciones psíquicas de la vida amorosa, y harto a menudo sucede 
también que esos estados anímicos se abran paso hasta las sensaciones 
corporales de la excitación sexual. Largo tiempo antes de la pubertad el 
niño es un ser completo en el orden del amor, exceptuada la aptitud para la 
reproducción; y es lícito entonces sostener que con aquellos tapujos sólo se 
consigue escatimarle la facultad para el dominio intelectual de unas 
operaciones para las que está psíquicamente preparado y respecto de las 
cuales tiene el acomodamiento somático. El segundo gran problema que 
atarea el pensar de los niños es el origen de los hijos. Las respuestas 
usuales en la crianza de los niños menoscaban su honesta pulsión de 
investigar, y casi siempre tienen comoefecto conmover por primera vez su 
confianza en sus progenitores; a partir de ese momento, en la mayoría de 
los casos, empiezan a desconfiar d los adultos y a mantenerles secretos 
sus intereses más íntimos. Pienso que no existe fundamento alguno para 
rehusar a los niños el esclarecimiento que pide su apetito de saber. Cuando 
los niños no reciben los esclarecimientos en demanda de los cuales han 
acudido a los mayores, se siguen martirizando en secreto con el problema y 
arriban a soluciones en que lo correcto vislumbrado se mezcla de la manera 
más asombrosa con inexactitudes grotescas, o se cuchichean cosas en 
que, a raíz de la conciencia de culpa del joven investigador, se imprime a la 
vida sexual el sello de lo cruel y lo asqueroso. La curiosidad del niño nunca 
alcanzará un alto grado si en cada estadio del aprendizaje halla la 
satisfacción correspondiente. El esclarecimiento sobre las relaciones 
específicamente humanas de la vida sexual y la indicación de su significado 
social debería darse al finalizar la escuela elemental, no después de los 10 
años. El momento temporal de la confirmación sería el apropiado para 
exponer al niño, esclarecido ya sobre todo lo corporal, los deberes éticos 
anudados al ejercicio de la pulsión. 
Laplanche -- “Hacer su lugar a la psicología del niño” (1987) 
No le importa la psico del desarrollo, es psicoanalista. Discusión entre lo 
real y lo mítico del niño, dice que el psicoanálisis está perdiendo al niño real, 
al de la vida cotidiana porque se centra más en el niño mítico, lo que no 
sucedió en la realidad, pero tiene sus efectos, comprobable con sus efectos, 
existe un trabajo psíquico. Niño mítico (lo teórico) diferente al niño real 
(tiene que haber sucedido), hay un montaje hereditario, 1° vivencia de 
satisfacción, en la sexualidad, por ejemplo, va desde la auto conservación al 
autoerotismo. En lo real estaría la eficacia. 1. Recubrimiento de la auto 
conservación por la sexualidad, discusión con Green: 1° dualidad pasional, 
necesidades ligadas a las pulsiones lloicas, autoerotismo ligado a la zona 
erógena (satisfacción de la pulsión parcial en el cuerpo propio), constituidas 
por apuntalamiento (marca la pulsión). Sobre una necesidad inicial se 
apuntala algo que no es del orden de la necesidad, ya forma parte de la 
satisfacción de esa parte del cuerpo, el autoerotismo en sí. Freud olvida la 
auto conservación, por eso es acusado de pansexualismo, se centra solo en 
lo sexual, por eso habla de un recubrimiento. 2. Fondo mínimo pero real: en 
la génesis de la sexualidad hay un montaje hereditario, el 1° momento de 
reflejos, equipamiento biológico. Montaje inicial necesario para sobre 
apuntalar lo otro. Psicología del lactante, el psicoanálisis lo necesita 
recuperar, queda cubierto por lo sexual. Laplanche quiere recuperar ese 1° 
momento. 3. Niño mítico – Niño real: el niño real es el de la auto 
conservación, con un montaje hereditario necesario, lo que no tiene el niño 
real no es la hipótesis, la teoría. El psicoanálisis pierde la idea del niño real, 
el niño mítico del psicoanálisis sin desprenderlo del niño real para pensar la 
sexualidad, para poder explicar el psicoanálisis. Niño mítico como verdad 
histórica que postula el psicoanalista, es la inferencia, no es la observación. 
4. La observación en psicoanálisis: del lado de la psico directa del niño, en 
el niño real el psicoanálisis se pierde de esa observación, la observación no 
es una práctica del psicoanálisis por el niño mítico. Laplanche quiere 
recuperarla, observación indirecta, se lo conoce por sus manifestaciones, 
una vez producido. En Freud hay un recubrimiento, olvida al niño real, fondo 
mínimo y desprende la idea del niño mítico, que en algún momento va a 
suceder, Laplanche discute al niño mítico, quiere una estructuración del 
niño real. Opone al niño verdadero del psicoanálisis al niño real de la 
psicología, el niño de la verdad material no podría ser otro que aquel de la 
conjunción del niño real de la psicología y el niño verdadero del 
psicoanálisis. El psicoanálisis procede por hipótesis, conjeturas o 
representación, pero lo propio del psicoanálisis es proponerse por objeto al 
sujeto humano en tanto es el mismo auto hipotético, auto conjetural, auto 
representante. No hay que buscar la diferencia entre una observación 
psicoanalítica y una observación psicológica en el hecho de que una sea 
indirecta, la psicoanalítica y la otra no. Ambas son de análisis indirectos 
porque no hay observación que merezca ese nombre si se priva de 
hipótesis, verificadas solo de manera indirecta. La observación 
psicoanalítica es doblemente indirecta: como toda tentativa de saber y de 
conocer (en tanto teoría) y porque su objeto es el mismo indirecto, porque 
es teoría y el objeto es indirecto también. Objeto indirecto que lo conocemos 
por sus manifestaciones, por ejemplo, el trauma en dos tiempos, se lo 
conoce una vez producido, por sus efectos. Los tiempos míticos no son solo 
construcciones, son movimientos reales de estructuración del sujeto 
psíquico. 
SEGUNDA PARTE. Abordajes metapsicológicos. 
3. Aportes de la metapsicología freudiana. Pulsión y sexualidad 
infantil. 
Nociones fundamentales en los tiempos de estructuración psíquica: 
apuntalamiento, zona erógena, autoerotismo. Fases de la libido. La pulsión 
de saber. Investigación Sexual infantil. Conflictiva Edípica. Doble tiempo de 
la elección de objeto. Periodo de latencia. Formación Reactiva y 
Sublimación. 
Freud – “La vivencia de satisfacción” (1895). 
El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo una acción 
especifica capaz de cancelar un estímulo. Esto sobreviene con ayuda de un 
auxilio ajeno. Si el individuo auxiliador ha operado el trabajo de acción 
especifica en el mundo exterior en lugar del individuo desvalido, esto es 
capaz de consumar la cancelación del estímulo endógeno. El todo 
constituye entonces una vivencia de satisfacción, que tiene consecuencias 
para el desarrollo de las funciones del individuo. 
Freud -- “Ensayo II: La sexualidad infantil” en Tres ensayos para una 
Teoría Sexual (1989). 
Freud habla de una amnesia infantil que cubre los primeros años de la 
infancia, esas impresiones que hemos olvidado dejan las más profundas 
huellas en la vida anímica y pasan a ser determinantes para todo desarrollo 
posterior. Hay una amnesia semejante a la que observamos en los 
neuróticos respecto de vivencias posteriores y cuya esencia consiste en un 
mero apartamiento de la conciencia, represión. El individuo posee huellas 
mnémicas que se han sustraído a su asequibilidad consciente y que ahora, 
mediante una ligazón asociativa, arrastran hacia si aquello sobre lo cual 
actúan, desde la conciencia, las fuerzas repulsoras de la represión. Fases 
de la seducción infantil: 1º autoerótica, 2º amor de objeto. El periodo de 
latencia sexual de la infancia y sus rupturas: El neonato trae consigo 
gérmenes de mociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto 
lapso, pero después sufren una progresiva sofocación. Durante este periodo 
de latencia total o parcial se edifican los poderes anímicos que se 
presentaran como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual. Mediante 
la sublimación hay una desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de 
sus metas, y su orientación hacia metas nuevas. Las mociones sexuales de 
estos años infantiles serian inaplicables, pues las funciones de la 
reproducción están diferidas, lo cual constituye el carácter principal del 
periodo de latencia, serian en si perversas, partirían de zonas erógenas y se 
sustentarían en pulsiones que dada la dirección del desarrollo del individuo 
solo provocarían sensaciones de displacer. Por eso suscitan fuerzas 
anímicas contrarias, mociones reactivas, que construyen para la eficaz 
sofocación de ese displacer los diques anímicos: asco, vergüenza y moral. 
Las exteriorizaciones dela sexualidad infantil, que se han sustraído de la 
sublimación. EL CHUPETEO: exteriorización sexual infantil, esta práctica 
sexual se destaca por el hecho de que la pulsión no está dirigida a otra 
persona, se satisface en el cuerpo propio, es autoerótica. El niño 
chupeteador se rige por la búsqueda de placer, ya vivenciado y ahora 
recordado. Al comienzo la satisfacción de la zona erógena se asoció con la 
satisfacción de la necesidad de alimentarse, el quehacer sexual se apuntala 
primero en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y 
solo más tarde se independiza de ella. Hay tres caracteres esenciales en 
una exteriorización sexual infantil: esta nace apuntalándose en una de las 
funciones corporales importantes para la vida, todavía no conoce un objeto 
sexual, pues es autoerótica, y su meta sexual se encuentra bajo el imperio 
de una zona erógena. La meta sexual de la sexualidad infantil: La propiedad 
erógena tiene la capacidad de desplazamiento, el niño chupeteador busca 
por su cuerpo y escoge algún sector de él para mamárselo, cuando tropieza 
con uno de los sectores predestinados (pezones, genitales) desde luego 
ese será el predilecto. La meta sexual de la pulsión infantil consiste en 
producir la satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona 
erógena que se ha escogido. Para que se cree una necesidad de repetirla, 
esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes. La necesidad de 
repetir la satisfacción se trasluce por un peculiar sentimiento de tensión, que 
posee el carácter de displacer, y una sensación de estímulo condicionada 
centralmente y proyectada a la zona erógena periférica. La meta sexual 
procuraría sustituir la sensación de estímulo proyectada sobre la zona 
erógena, por aquel estimulo externo que la cancela al provocar la sensación 
de satisfacción. Tres fases de la masturbación infantil: la primera 
corresponde al periodo de lactancia, la segunda al breve florecimiento de la 
práctica sexual hacia el 4º año de vida y la tercera responde al onanismo de 
la pubertad. Después del periodo de lactancia, antes del cuarto año, la 
pulsión sexual suele despertar de nueva en la zona genital y durar un lapso, 
hasta que una nueva sofocación la detiene o proseguir sin interrupción. Esta 
segunda activación sexual infantil deja tras si las más profundas 
inconscientes huellas en la memoria, determinan el desarrollo de su 
carácter si permaneces sana, y la sintomatología de su neurosis si enferma 
después de la pubertad. Retorno de la masturbación de la lactancia: causas 
internas y externas son decisivas para la reaparición de la vida sexual, en 
las ocasiones externas se sitúa la influencia de la seducción, que trata 
prematuramente al niño como objeto sexual, circunstancias que le dejan 
una fuerte impresión, de igual manera le enseña a conocer la satisfacción 
de las zonas genitales, el despertar sexual se puede dar de igual manera 
sin seducción, por causas internas. Complejo de castración y envidia del 
pene: para el varoncito es cosa natural suponer que todas las personas 
tienen un genital como el suyo, este supuesto de que todos los seres 
humanos poseen idéntico genital masculino es la primera teoría sexual 
infantil. Fases de desarrollo de la organización sexual: la vida sexual infantil 
es esencialmente autoerótica, su objeto se encuentra en el cuerpo propio, y 
sus pulsiones parciales singulares aspiran a conseguir placer cada una por 
su cuenta, desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo lo 
constituye la vida sexual del adulto normal, en ella la consecución de placer 
se ha puesto al servicio de la función de reproducción, y las pulsiones 
parciales bajo el primado de una única zona erógena, han formado una 
organización en un objeto ajeno. Organizaciones pregenitales: pregenitales 
son las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía 
no han alcanzado su papel hegemónico. Una primera organización sexual 
pregenital es la oral, la actividad sexual no se ha separado todavía de la 
nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. La meta sexual 
consiste en la incorporación del objeto, el chupeteo es un resto de esa fase 
hipotética, en ella la actividad sexual, separada de la nutrición, ha resignado 
el objeto ajeno a cambio de uno situado en el propio cuerpo. Una segunda 
fase pregenital es la de la organización sádico – anal, división entre pasivo y 
activo. La actividad es producida por la pulsión de apoderamiento a través 
de la musculatura del cuerpo y como órgano de meta sexual pasiva se 
constituye ante toda la mucosa erógena del intestino. En esta fase ya son 
pesquisables la polaridad sexual y el objeto ajeno. La unificación de las 
pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no es 
establecida en la infancia, la instauración de ese primado al servicio de la 
reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización sexual. 
Los dos tiempos de la elección del objeto: La primera se inicia entre los dos 
y cinco años el periodo de latencia lo detiene o lo hace retroceder, se 
caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda 
sobreviene con la pubertad y determina la conformación de la vida sexual. 
Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una 
época tardía, o se conservan tal cual o sufren una renovación en la época 
de la pubertad, son inaplicables a consecuencia de la represión que se sitúa 
entre ambas fases. La elección de objeto de la época de la pubertad tiene 
que renunciar a los objetos infantiles y empezar de nuevo como corriente 
sensual. Fuentes de la sexualidad infantil: la excitación nace: a) como calco 
de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos orgánicos, b) por 
una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como 
expresión de algunas pulsiones. Liga a sexualidad con la idea de 
genitalidad, pregenital diferente a la sexualidad adulta de masculino – 
femenino. Considera a esta sexualidad infantil por las pulsiones parciales 
(anárquicas, desordenadas), el fin es la satisfacción, autoerótica. Como se 
ve en el chupeteo donde hay una exteriorización infantil, por 
apuntalamiento, autoerótica, zona erógena. La pulsión tiene un fin, una 
meta y un objeto, allí se ve la pulsión que no tiene como fin la conservación 
sino la satisfacción. Órgano diferente a la zona erógena. Apuntalamiento: al 
comienzo la satisfacción de la zona erógena se asoció a la satisfacción de 
la necesidad de alimentarse. Característica de la sexualidad, fase 
(organización genital infantil) como base para la organización, como camino 
a la pulsión, primacía de una zona erógena, hay una pulsión, modo de 
relación de objeto. Esta zona erógena se va activando en un 
apuntalamiento, la zona privilegiada es lo que cambia. Apuntalamiento de 
una zona particular, incorporación que define el modo de relación con el 
objeto, placer ligado a lo sexual, autoerótico. Doble tiempo de la elección de 
objeto: 1° periodo de latencia donde no hay organización sexual, tiempo de 
sexualidad latente y 2° la pubertad, genital FM. Pulsión de saber: no es una 
pulsión elemental, surge entre los 3 y 5 años por investigación sexual 
infantil, ¿de dónde vienen los niños?, el pensar infantil, pulsión sublimada 
del apoderamiento, producción intelectual infantil, intereses prácticos 
(teorías sexuales infantiles). Diferencia entre los sexos, relación parental, lo 
que está en juego es su amor, castración / envidia del pene. De allí surgen 
entonces las teorías sexuales infantiles que implican un trabajo psíquico, 
desconfianza hacia los padres, complejo nuclear de las neurosis: complejo 
de Edipo. Se comienzan a construir teorías sádicas en base a la 
desconfianza de los padres, sacan sus elementos de la pulsión de saber, 
construcción de teorías como pensamiento autónomo del niño. 
Freud--Sobre las teorías sexuales infantiles (1908). 
La existencia de dos sexos es el hecho básico como punto de partida para 
las investigaciones de los niños sobre los problemas sexuales. El niño pasa 
a ocuparse del primer problema de la vida y se pregunta: ¿de dónde vienen 
los niños?, hay una pulsión autónoma de investigar, pero ante esto recibe 
una respuesta evasiva o una reprimenda por su apetito de saber, a partir de 
ese engaño alimentan desconfianza hacia los adultos. La 1° de estas 
teorías se anuda al descuido de las diferencias entre los sexos, que es 
característico del niño, consiste en atribuir a todos los seres humanos aun 
en las mujeres, un pene como el que el varoncito conoce en su propio 
cuerpo. El pene es ya en la infancia la zona erógena rectora, el principal 
objeto sexual autoerótico. Si el varoncito llega a ver los genitales de una 
hermanita, niega la falta, o piensa que como es pequeña ya le va a crecer. 
El niño gobernado por la excitación del pene ha sabido procurarse placer 
estimulándolo con la madre, sus padres lo aterrorizaron con la amenaza 
que este sería cortado, el efecto de esta es la amenaza de castración, los 
genitales de la mujer, percibidos luego y concebidos como mutilados, 
recuerdan aquella amenaza. Una 2° teoría, el pene ha tenido su 
participación en los procesos la creación del niño, con esa excitación se 
conectan unas impulsiones que el niño no se sabe interpretar, unos 
impulsos oscuros a un obrar violento, a penetrar, abrir en algún parte un 
agujero, pero cuando el niño parece estar así en el mejor camino para 
postular la existencia de la vagina y atribuirle al pene del padre esa 
penetración en la madre como aquel acto por el cual se engendra el hijo en 
el vientre materno, en ese punto la investigación se interrumpe, pues la 
obstaculiza la teoría de que la madre posee un pene como el varón. Su 
ignorancia de la vagina posibilita al niño convérsense también de la 
segunda de sus teorías sexuales, si el hijo crece en el vientre de la madre y 
es sacado de ahí, ello ocurriría por la única vía posible: la abertura del 
intestino. Es preciso que el hijo sea evacuado como un excremento, una 
deposición. Esto no hacía más que activar su erotismo anal. La 3° de las 
teorías se ofrece a los niños cuando, por alguno de los azares hogareños, 
son testigos del comercio sexual entre sus padres, llegan a la concepción 
sádica del coito: ven en el algo que la parte más fuerte le hace a la más 
débil con violencia y lo comparan con una riña. La teoría sádica del coito es 
también ella la expresión de uno de los componentes sexuales innatos. 
Serian estas las más importantes teorías sexuales producidas 
espontáneamente en los primeros años de la infancia, solo bajo el influjo de 
los componentes pulsionales sexuales. 
Freud -- Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci (1910). 
La lentitud que siempre llamó la atención en su modo de trabajar demuestra 
ser un síntoma de una inhibición para llevar a cabo sus trabajos, el 
preanuncio del extrañamiento respecto de la pintura que le sobrevino luego. 
Es como si un interés ajeno, el del experimentador, primero hubiera 
reforzado al interés artístico para perjudicar después la obra de arte. Es 
poco lo que se sabe sobre Leonardo en materia sexual, pero esos escasos 
datos son significativos. En una época que asistía al combato entre la 
sensualidad más desenfrenada y un seco ascetismo, Leonardo era ejemplo 
de una fría desautorización de lo sexual que no esperaríamos en el artista y 
figurador de la belleza femenina. “El acto del coito y todo lo que se le 
relaciona es repelente, de suerte que los hombres se extinguirían pronto de 
no existir una costumbre transmitida de antiguo y no hubiera rostros bonitos 
y disposiciones sensuales”. Los escritos que nos ha legado evitan todo lo 
sexual de manera tan decidida que pareciera que Eros, que conserva todo 
lo vivo, no fuese un material digno del esfuerzo de saber del investigador. 
Es notorio cuán a menudo grandes artistas se complacen en desfogar su 
fantasía en figuraciones eróticas y aún burdamente obscenas; de Leonardo 
solo poseemos algunos dibujos anatómicos sobre los genitales internos de 
la mujer, la ubicación del feto en el seno materno, etc. Es dudoso que 
Leonardo haya abrazado a una mujer en arrebato amoroso, tampoco se 
tiene noticia de un vínculo anímico íntimo con una mujer. Fue objeto junto 
con otros jóvenes de una denuncia por prácticas homosexuales prohibidas. 
Se puede dar por muy probable que esos tiernos vínculos de Leonardo con 
los jóvenes que compartían su vida, según acostumbraban hacerlo en esa 
época los discípulos, no desembocaron en un quehacer sexual. Esta 
peculiar vida sexual y afectiva puede armonizarse de una sola manera con 
la doble naturaleza de Leonardo en su calidad de artista e investigador. 
Solmi sobre Leonardo: “pero el ansia inextinguible de conocer todo cuanto 
lo rodeaba y averiguar con fría reflexión el secreto más profundo de todo lo 
perfecto y acabado, había condenado a la obra de Leonardo a permanecer 
siempre inconclusa”. Leonardo había dicho una vez “uno no tiene derecho a 
amar u odiar algo si no se ha procurado un conocimiento radical de su 
naturaleza”, y otra vez dijo “un gran amor brota de un gran conocimiento del 
objeto amado, y si conoces poco a este, poco o aun nada podrás amarlo”. 
Lo que aseveran estas manifestaciones es falso y Leonardo lo sabía tan 
bien como nosotros. No es cierto que los hombres antes de amar u odiar 
aguardan hasta haber estudiado y discernido en su esencia el asunto sobre 
el que recaerán tales afectos; más bien aman de manera impulsiva, 
siguiendo motivos de sentimiento que nada tienen que ver con el 
conocimiento. Leonardo sólo pudo haber querido decir que lo común en los 
seres humanos no es el amor justo e inobjetable; debería amarse 
suspendiendo el afecto, sometiendo este al trabajo del pensar y 
consintiéndolo únicamente luego de que hubiera pasado por la prueba del 
pensar. Lo que quiere decirnos es que en él así ocurre; sería deseable que 
los demás se comportaran con el amor y el odio como él mismo lo hace. Y 
en Leonardo parece hacer sido así. Sus afectos eran domeñados, 
sometidos a la pulsión de investigar; no amaba u odiaba, sino que se 
preguntaba por qué debía amar u odiar, y qué significaba ello; de ese modo 
tuvo que parecer a primera vista indiferente hacia el bien y el mal, hacia lo 
bello y lo feo. En realidad, Leonardo no era desapasionado, estaba 
desprovisto de fuerza pulsionante. No había hecho sino mudar la pasión en 
esfuerzo de saber; se consagraba a la investigación con la tenacidad, la 
constancia, el ahondamiento que derivan de la pasión, y en la cima del 
trabajo intelectual dejaba que estallara el afecto largamente retenido, que 
fluyera con libertad. Las trasposiciones de la fuerza pulsional psíquica en 
diversas formas del quehacer acaso sean tan imposibles de lograr sin 
pérdida como la de las fuerzas físicas. El ejemplo de Leonardo enseña qué 
diversidad de otras cosas cabe rastrear en tales procesos. Uno ha 
investigado en lugar de actuar, de crear. Quien vislumbró la grandiosidad de 
a trabazón universal y empezó a ver sus leyes necesarias, es fácil que 
pierda su propio yo. Su esfuerzo de saber permaneció circunscrito al mundo 
exterior, algo lo mantenía alejado de la exploración de la vida anímica de los 
seres humanos. En un cuadro le interesaba sobre todo un problema, y tras 
este veía aflorar otros innumerables, como se había habituado a hacerlo en 
la investigación de la naturaleza, una actividad infinita, inacabable. Tras los 
más agotadores empeños por expresar en su obra todo cuanto en sus 
pensamientos se le anudaba, se veía forzado a dejarla inconclusa o 
declararla imperfecta. Cuando en una persona hallamos plasmada de 
manera hiperintensa una pulsión única, como en Leonardo el apetito de 
saber, tenemos por probableque esa pulsión se haya manifestado ya en la 
primera infancia de esa persona, y consolidara su soberanía por obra de 
unas impresiones de la vida infantil; y además suponemos que 
originariamente se atrajo como refuerzo unas fuerzas pulsionales sexuales, 
de suerte que más tarde pudo subrogar un fragmento de la vida sexual. Un 
Este archivo fue descargado de https://filadd.com FILADD.COM hombre así 
investigará con la misma devoción apasionada con que otro dota a su amor, 
y podría investigar en lugar de amar. No sólo respecto d la pulsión de 
investigar, sino en la mayoría de los casos de particular intensidad de una 
pulsión nos atreveríamos a inferir un refuerzo sexual de ella. La mayoría de 
los seres humanos consigue guiar hacia su actividad profesional porciones 
muy considerables de sus fuerzas pulsionales sexuales. Y la pulsión sexual 
es particularmente idónea para prestar esas contribuciones, pues está 
dotada de la aptitud para la sublimación; o sea que es capaz de permutar su 
meta inmediata por otras, que pueden ser más estimadas y no sexuales. 
Consideramos demostrado ese proceso cuando la historia infantil –o sea la 
historia del desarrollo anímico- de una persona muestra que en su niñez 
esa pulsión hiperpotente estuvo al servicio de intereses sexuales. Hallamos 
otra confirmación cuando en la vida sexual de la madurez se evidencia un 
llamativo agotamiento, como si ahora un fragmento del quehacer sexual 
estuviera sustituido por el quehacer de la pulsión hiperpotente. Muchos 
niños atraviesan hacia su tercer año de vida por un periodo que puede 
designarse como el de la investigación sexual infantil. El apetito de saber es 
despertado por la impresión de una importante vivencia en que el niño ve 
una amenaza para sus intereses egoístas. El niño rehúsa creencia a las 
noticias que se le dan, y desde ese acto de incredulidad data su autonomía 
espiritual; a menudo se siente en seria oposición con los adultos y nunca les 
perdonará que le hayan escatimado la verdad en esa ocasión. Investiga por 
sus propios caminos, colige la estadía del hijo en el seno materno y, guiado 
por mociones de su propia sexualidad, se forma opiniones sobre la 
concepción del hijo por algo que se come, su alumbramiento por el 
intestino, el papel del padre difícil de averiguar, y ya entonces sospecha la 
existencia del acto sexual, que le parece algo hostil y violento. Si el periodo 
de la investigación sexual infantil es clausurado por una oleada de enérgica 
represión sexual, al ulterior destino de la pulsión de investigar se le abren 
tres diversas posibilidades derivadas de su temprano enlace con intereses 
sexuales. La investigación puede compartir el destino de la sexualidad; el 
apetito de saber permanece desde entonces inhibido, y limitado el libre 
quehacer de la inteligencia, en particular porque poco tiempo después la 
educación erige la inhibición religiosa del pensamiento. Este es el tipo de la 
inhibición neurótica. En un segundo tipo, el desarrollo intelectual es 
bastante vigoroso para resistir la sacudida que recibe de la represión 
sexual. Trascurrido algún tiempo luego del sepultamiento de la investigación 
sexual infantil, cuando la inteligencia se ha fortalecido, la antigua conexión 
le ofrece memoriosamente su auxilio para sortear la represión sexual y la 
investigación sexual sofocada regresa de lo inconsciente como compulsión 
a cavilar, desfigurada y no libre, pero lo bastante potente para sexualizar al 
pensar mismo y teñir las operaciones intelectuales con el placer y la 
angustia de los procesos sexuales propiamente dichos. El investigar 
deviene aquí el quehacer sexual, el sentimiento de la tramitación por medio 
del pensamiento, de la aclaración, remplaza a la satisfacción sexual. El 
tercer tipo, más raro y perfecto, en virtud de una particular disposición 
escapa tanto a la inhibición del pensar como a la compulsión neurótica del 
pensamiento. También aquí interviene la represión de lo sexual, pero no 
consigue arrojar a lo inconsciente una pulsión parcial del placer sexual, sino 
que la libido escapa al destino de la represión sublimándose desde el 
comienzo mismo en un apetito de saber y sumándose como refuerzo a la 
vigorosa pulsión de investigar. También aquí el investigar deviene en cierta 
medida compulsión y sustituto del quehacer sexual, pero le falta el carácter 
de la neurosis por ser enteramente diversos los procesos psíquicos que 
están en su base (sublimación en lugar de irrupción desde lo inconsciente); 
de él está ausente la atadura a los originarios complejos de la investigación 
sexual infantil y la pulsión puede desplegar libremente su quehacer al 
servicio del interés intelectual. Empero, dentro de sí da razón de la 
represión de lo sexual, que lo ha vuelto tan fuerte mediante el subsidio de 
una libido sublimada, al evitar ocuparse de temas sexuales. A Leonardo lo 
toma como el paradigma del tercer tipo. En núcleo y el secreto de su ser 
sería que, tras un quehacer infantil del apetito de saber al servicio de 
intereses sexuales, consiguió sublimar la mayor parte de su libido como 
esfuerzo de investigar. 
Freud -- La organización genital infantil (Una interpolación en la teoría 
de la sexualidad) (1923). 
No está satisfecho con la tesis de que el primado de los genitales no se 
consuma en la primera infancia, o lo hace sólo de manera muy incompleta. 
La aproximación de la vida sexual infantil a la del adulto llega mucho más 
allá, y no se circunscribe a la emergencia de una elección de objeto. Si bien 
no se alcanza una verdadera unificación de las pulsiones parciales bajo el 
primado de los genitales, en el apogeo del proceso de desarrollo de la 
sexualidad infantil el interés por los genitales y el quehacer genital cobran 
una significatividad dominante. En el carácter principal de esta organización 
genital infantil hallamos, además, su más importante diferencia de la 
organización genital definitiva del adulto. Este carácter diferencial consiste 
en que el sujeto infantil no admite sino un solo órgano genital, el masculino, 
para ambos sexos. Existe un primado del falo. El niño percibe, desde luego, 
las diferencias externas entre hombres y mujeres, pero al principio no tiene 
ocasión de enlazar tales diferencias a una diversidad de sus órganos 
genitales. Así pues, atribuye a todos los demás seres animados, hombres y 
animales, órganos genitales análogos a los suyos y llega hasta buscar en 
los objetos inanimados un miembro igual al que él posee. Esta parte del 
cuerpo que se excita con facilidad, parte cambiante y tan rica en 
sensaciones, ocupa en alto grado el interés del niño y de continuo plantea 
nuevas tareas a su pulsión de investigación. Querría verlo en otras 
personas para compararlo con el suyo. La fuerza pulsionante que esta parte 
viril despierta más tarde en la pubertad, se exterioriza en aquella época de 
la vida, en lo esencial, como esfuerzo de investigación, como curiosidad 
sexual. En el curso de estas indagaciones el niño llega a descubrir que el 
pene no es un patrimonio común de todos los seres semejantes a él. Es 
notoria su reacción frente a las primeras impresiones de la falta del pene. 
Desconocer esa falta, creen ver un miembro a pesar de todo; en un 
principio creen que “es pequeño y ya crecerá”, luego llegan a la conclusión 
de que estuvo presente y luego fue removido. La falta de pene es entendida 
como resultado de una castración, y ahora se le plantea al niño la tarea de 
habérselas con la referencia de la castración a su propia persona. Sólo 
puede apreciarse rectamente la significatividad del complejo de castración 
si a la vez se toma en cuenta su génesis en la fase del primado del falo. Es 
notorio también que el menosprecio por la mujer, horror a ella, disposición a 
la homosexualidad, derivan del convencimiento final acerca de la falta de 
pene en la mujer. Pero el niño no generaliza tan rápido lafalta de pene con 
ser mujer ya es un obstáculo para ello el supuesto de que la falta de pene 
es consecuencia de la castración a modo de castigo. El niño cree que sólo 
personas despreciables del sexo femenino, culpables de las mismas 
mociones prohibidas en que él incurrió, habrían perdido el genital. Pero las 
personas respetables, como su madre, siguen conservando el pene. Ser 
mujer no coincide todavía con falta del pene; sólo más tarde cuando aborda 
los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños, y colige que sólo 
la mujer puede parir hijos, también la madre perderá el pene y se edificarán 
complejas teorías destinadas a explicar el trueque del pene a cambio de un 
hijo. El niño vive en el vientre (intestino) de la madre y es parido por el ano. 
En este estadio de la organización genital infantil hay por cierto algo 
masculino, pero no algo femenino; la oposición reza aquí genital masculino 
o castrado. Sólo con la culminación del desarrollo en la época de la 
pubertad, la polaridad sexual coincide con masculino y femenino. Lo 
masculino reúne el sujeto, la actividad y la posesión del pene; lo femenino, 
el objeto y la pasividad. 
Freud – El yo y el ello: “Apartado III El yo y el superyó (ideal del yo)” 
(1923). 
El yo es la parte del ello modificada por el influjo del sistema percepción; 
pero se agrega algo más. Existe un grado en el interior del yo que ha de 
llamarse ideal-yo o superyó. Esta pieza del yo mantiene un vínculo menos 
firme con la conciencia. Un objeto perdido se vuelve a erigir en el yo, una 
investidura de objeto es relevada por una identificación. Tal situación 
participa en considerable medida en la conformación del yo, y contribuye a 
producir su carácter. En la fase primitiva oral del individuo es imposible 
distinguir entre investidura de objeto e identificación. Más tarde, lo único que 
puede suponerse es que las investiduras de objeto parten del ello, que 
siente las aspiraciones eróticas como necesidades. El yo, todavía endeble 
al principio, recibe noticia de las investiduras de objeto, les presta su 
aquiescencia o busca defenderse de ellas mediante el proceso de la 
represión. Si tal objeto sexual es resignado, porque parece que debe serlo o 
porque no hay otro remedio, no es raro que a cambio sobrevenga una 
alteración del yo que es preciso describir como erección del objeto en el yo. 
Quizás el yo, mediante esta introyección que es una suerte de regresión al 
mecanismo de la fase oral, facilite o posibilite la resignación del objeto. 
Quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello 
resigna sus objetos. El carácter del yo es una sedimentación de las 
investiduras de objeto resignadas, contiene la historia de estas elecciones 
de objeto. Otro punto de vista es que esta trasposición de una elección 
erótica de objeto en una alteración del yo es, además, un camino que 
permite al yo dominar al ello y profundizar sus vínculos con el ello, a costa 
de una gran docilidad hacia sus vivencias. Cuando el yo cobra los rasgos 
del objeto, se impone él mismo al ello como objeto de amor, busca repararle 
su pérdida. La trasposición de libido de objeto en libido narcisista conlleva 
una resignación de las metas sexuales, y por tanto, una suerte de 
sublimación. Los efectos de las primeras identificaciones, las producidas a 
la edad más temprana, serían universales y duraderos. Esto nos reconduce 
a la génesis del ideal del yo, pues tras este se esconde la identificación 
primera y de mayor valencia del individuo: la identificación con el padre de 
la prehistoria personal. Es una identificación directa e inmediata, y más 
temprana que cualquier investidura de objeto. Empero, las elecciones de 
objeto que corresponden a los primeros periodos sexuales y atañen a padre 
y madre parecen tener su desenlace, si el ciclo es normal, en una 
identificación de esa clase, reforzando de ese modo la identificación 
primaria. En el caso del niño varón, simplificado: en época tempranísima 
desarrolla una investidura de objeto hacia la madre, que tiene su punto de 
arranque en el pecho materno y muestra el ejemplo arquetípico de una 
elección de objeto según el tipo del apuntalamiento; del padre, el varoncito 
se apodera por identificación. Ambos vínculos marchan un tiempo juntos, 
hasta que por el refuerzo de los deseos sexuales hacia la madre, y por la 
percepción de que el padre es un obstáculo para estos deseos, nace el 
complejo de Edipo. La identificación-padre cobra ahora una tonalidad hostil, 
se trueca en el deseo de eliminar al padre para sustituirlo junto a la madre. 
A partir de ahí, la relación con el padre es ambivalente. La actitud 
ambivalente hacia el padre, y la aspiración de objeto exclusivamente tierna 
hacia la madre, caracterizan, para el varón, el contenido del complejo de 
Edipo simple, positivo. Con la demolición del complejo de Edipo tiene que 
ser resignada la investidura de objeto de la madre. Puede tener dos 
remplazos: o bien una identificación con la madre, o un refuerzo de la 
identificación-padre. Análogamente, la actitud edípica de la niña puede 
desembocar en un refuerzo de su identificación-madre (o en el 
establecimiento de esa identificación). Averiguamos que la niña pequeña, 
después que se vio obligada a renunciar al padre como objeto de amor, 
retoma y destaca su masculinidad y se identifica no con la madre, sino con 
el padre, esto es, con el objeto perdido. La salida y el desenlace de la 
situación del Edipo en identificación-padre o identificación-madre parecen 
depender en ambos sexos de la intensidad relativa de las dos disposiciones 
sexuales. Este es uno de los modos en que la bisexualidad interviene en los 
destinos del complejo de Edipo. El otro es que, el complejo de Edipo más 
completo, que es uno duplicado, positivo y negativo, dependiente de la 
bisexualidad originaria del niño. Es decir que el niño no posee sólo una 
actitud ambivalente hacia el padre, y una elección tierna de objeto a favor 
de la madre, sino que se comporta simultáneamente como una niña: 
muestra la actitud femenina tierna hacia el padre, y la correspondiente 
actitud celosa y hostil hacia la madre. A raíz del sepultamiento del complejo 
de Edipo las cuatro aspiraciones contenidas en él se desmontan y 
desdoblan de tal manera que de ellas surge una identificación-padre y 
madre; la identificación-padre retendrá el objeto-madre del complejo positivo 
y simultáneamente, el objeto-padre del complejo invertido; y lo análogo es 
válido para la identificación-madre. Así, como resultado más universal de la 
fase sexual gobernada por el complejo de Edipo, se puede suponer una 
sedimentación en el yo, que consiste en el establecimiento de estas dos 
identificaciones, unificadas de alguna manera entre sí. Esta alteración del 
yo recibe su posición especial: se enfrenta al otro contenido del yo como 
ideal del yo o superyó. Empero, el superyó no es simplemente un residuo 
de las primeras elecciones de objeto del ello, sino que tiene también la 
significatividad de una enérgica formación reactiva frente a ellas. Su vínculo 
con el yo no se agota en la advertencia “así como el padre debes ser”, sino 
que comprende también la prohibición “así, como el padre, no te es lícito 
ser”. Esta doble faz del ideal del yo deriva del hecho de que estuvo 
empeñado en la represión del complejo de Edipo: debe su génesis 
únicamente a esto. La represión del complejo de Edipo no ha sido una tarea 
fácil. Discerniendo en los progenitores, en particular en el padre, el 
obstáculo para la realización de los deseos del Edipo, el yo infantil se 
fortaleció para esa operación represiva erigiendo dentro de sí ese mismo 
obstáculo. En cierta medida toma prestada del padre la fuerza para lograrlo. 
El superyó conservará el carácter del padre, y cuanto más intenso fue el 
complejo de Edipo y más rápido se produjo su represión (por el influjo de la 
autoridad,la doctrina religiosa, la enseñanza, la lectura), tanto más riguroso 
devendrá después el imperio del superyó como conciencia moral, como 
sentimiento inconsciente de culpa, sobre el yo. El superyó es el resultado de 
dos factores biológicos de suma importancia: el desvalimiento y la 
dependencia del ser humano durante su prolongada infancia, y el hecho de 
su complejo de Edipo, que hemos reconducido a la interrupción del 
desarrollo libidinal por el periodo de latencia y, por tanto, a la acometida en 
dos tiempos de la vida sexual. La separación del superyó respecto del yo no 
es algo contingente: subroga los rasgos más significativos del desarrollo del 
individuo y de la especie, y eterniza la existencia de los factores a que debe 
su origen. El ideal del yo es la herencia del complejo de Edipo y expresión 
de las más potentes mociones y los más importantes destinos libidinales del 
ello. Mediante su institución, el yo se apodera del complejo de Edipo y 
simultáneamente se somete, él mismo, al ello. Mientras que el yo es 
esencialmente representante del mundo exterior, de la realidad, el superyó 
se le enfrenta como abogado del mundo interior, del ello. Conflictos entre el 
yo y el ideal espejarán la oposición entre lo real y lo psíquico, el mundo 
exterior y el interior. La tensión entre las exigencias de la conciencia moral y 
las operaciones del yo es sentida como sentimiento de culpa. La historia 
genética del superyó permite comprender que conflictos anteriores del yo 
con las investiduras de objeto del ello puedan continuarse en conflictos con 
su heredero, el superyó. 
Laplanche -- “El orden vital y la génesis de la sexualidad humana” 
(1987). 
Lo que en realidad acontece es que los tres ensayos de una teoría sexual 
no presentan una teoría abstracta de las pulsiones en general, sino que 
describen una pulsión por excelencia, que es la pulsión sexual. Es la 
sexualidad la que representa el modelo de toda pulsión y probablemente la 
única pulsión en el verdadero sentido del término. Freud propone y sostiene 
una teoría que engloba dos tipos de pulsiones y su vinculación a la 
sexualidad con uno de ellos, con esa fuerza biológica, que llama Eros, en 
ese punto donde nuestra tesis parecerá entrar en abierta contradicción con 
el pensamiento freudiano, pero también donde habrán de surgir, 
precisamente, las dificultades dentro de la obra misma de Freud. El hilo 
conductor del texto serán los conceptos de pulsión e instinto: - El instinto, en 
el lenguaje de Freud, es un comportamiento preformado, cuyo esquema es 
hereditario y que se repite de acuerdo con modalidades relativamente 
adaptadas a un determinado tipo de objeto. - La pulsión, tal como nos la 
presenta Freud en “Pulsiones y destinos de pulsión”, es desglosada según 
cuatro dimensiones: la presión, el fin, el objeto y la fuente. La presión, 
comienza diciendo Freud, es el factor motor de la pulsión, “es el monto de 
fuerza o la medida de exigencia de trabajo que representa”. El punto de 
vista que en psicoanálisis se denomina económico es muy precisamente el 
de “una exigencia de trabajo”, si hay un trabajo, si hay modificaciones en el 
organismo, es porque en la base existe una exigencia, una fuerza. Es sólo 
este elemento abstracto, a saber, el factor económico, el que habrá de 
permanecer constante en la derivación que nos hará pasar del instinto a la 
pulsión. Consideremos ahora el fin. Es el acto hacia el cual tiende la 
pulsión. En el caso de un instinto preformado, es la serie de actos que 
conduce a una realización. El único fin último es siempre la satisfacción, 
definida como el apaciguamiento de una tensión provocada. El objeto 
representa una especie de punto de vista sintético entre, por una parte, el 
tipo de actividad, el modo específico de tal o cual acción pulsional y, por la 
otra, su objeto privilegiado. Este objeto no es necesariamente un objeto 
inanimado o una cosa, el objeto freudiano no se opone, en su esencia, al 
ser subjetivo. No se designa con él una “objetivación” de la relación 
amorosa. La definición de objeto hace que este aparezca como un medio 
“aquello en lo cual y por medio de lo cual se alcanza el fin”. El objeto de la 
pulsión puede ser a la vez, un objeto de carácter fantaseado no 
necesariamente tiene que ser un objeto cognoscente (según la teoría del 
conocimiento). Finalmente, hacemos referencia a la fuente, considerándola 
como un proceso somático desconocido pero cognoscible de derecho, que 
se localiza en una parte del cuerpo de la cual va a partir la pulsión. Desde el 
punto de vista de estos cuatro elementos, puede existir una analogía entre 
la pulsión y el instinto. La pulsión sexual se concibe siguiendo el modelo de 
instinto, de la respuesta a una necesidad natural. Dicha necesidad, en el 
caso de la sexualidad, aparecería sobre la base de un proceso de 
maduración, un proceso de origen esencialmente interno dentro del cual el 
momento fisiológico de la pubertad adquiere un carácter decisivo. La 
sexualidad tiene en el adulto (en el considerado normal) la apariencia de un 
instinto, pero no es más que el resultado precario de una evolución histórica 
que en cada nueva etapa puede bifurcarse por otros caminos para dar 
nacimiento a las aberraciones más extrañas. Por otro lado, vamos a 
mencionar los tres caracteres de la sexualidad infantil. Se desarrolla 
apuntalándose en alguna de las funciones corporales de mayor importancia 
vital. No conoce aún ningún objeto sexual, ya que es autoerótica. Y su fin 
está determinado por la actividad de una zona erógena (parcialidad). El 
término apuntalamiento se entiende como un apoyo sobre el objeto, y en 
último término, apoyo en la madre. Lo que Freud describe es un fenómeno 
de apoyo de la pulsión, el hecho de que la sexualidad incipiente se apuntale 
en otro proceso a la vez similar y profundamente divergente: la pulsión 
sexual se apuntala sobre una función no sexual, vital o, como lo expresa 
Freud sobre una función corporal esencial para la vida. Lo que describe 
como apuntalamiento es en su origen un apoyo de la sexualidad infantil en 
el instinto, si por instinto se entiende esa función corporal esencial para la 
vida. En el caso particular que primero analiza Freud, se trata del hambre y 
la función de alimentación. Es fácil advertir en que ocasión halla por primera 
vez el niño este placer, hacia el cual, una vez hallado, tiende siempre de 
nuevo. Es la actividad inicial y esencial en la vida del niño la que lo ha 
familiarizado con este placer, la succión del pecho materno. Diremos que 
los labios del niño se han conducido con una zona erógena, siendo el aflujo 
de la leche la causante de la sensación de placer. En un principio, la 
actividad de la zona erógena aparece estrechamente asociada con el 
hambre. La actividad sexual se apuntala primeramente en una función 
puesta al servicio de la conservación de la vida y de la que sólo se 
independiza más tarde. En lo sucesivo, el objeto es abandonado, el fin y la 
fuente adquieren su autonomía respecto de la alimentación y del aparato 
digestivo. Con el chupeteo llegamos al segundo “carácter” enunciado más 
arriba, que constituye a la vez un “momento” vinculado al apuntalamiento 
que lo precede: el autoerotismo. Entendiendo al autoerotismo como lo 
esencial por la ausencia de objeto, donde la actividad no se orienta hacia 
otra persona, sino al propio cuerpo. Cuando la satisfacción sexual, en sus 
comienzos, estaba aún ligada con la absorción de alimentos la pulsión 
sexual tenía su objeto sexual fuera de propio cuerpo, en el pecho materno. 
Este objeto sexual desaparece después, y quizá precisamente en la época 
en que el niño puede construir la representación total de la persona a la cual 
pertenecía el órgano productor de la satisfacción. La pulsión sexual se hace 
en este momento autoerótica. Por lo tanto, el autoerotismo no predomina en 
un tiempo primordial. Hablando

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