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Beneficios de la actividad física y la nutrición en la menopausia

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Beneficios de la actividad física y la nutrición en la menopausia.
1. Introducción
Durante la vida, el ser humano transita por diferentes etapas. En las mujeres, una de ellas es la Menopausia, una fase biológica inevitable, que sucede al finalizar el período de fertilidad, momento en el cual ocurren múltiples transformaciones fisiológicas, psicosociales, entre otras, las cuales a su vez, determinan nuevos requerimientos y recomendaciones (Shils, Olson, Shike & Ross, 2002). 
La mayor tasa de longevidad en la población mundial, demuestra que cada vez son mayores los porcentajes de personas mayores de 50 años en las cifras de la población general y según las estimaciones del Instituto Nacional de España (INE, 2020), más del 50% de la población española se encuentra conformada por mujeres y exactamente 17,4% de ellas pertenece al rango etario de 45-55 años, es decir, que se encuentran atravesando el período de la menopausia (Sanz, 2001; INE, 2020). Llegar a esa edad con una calidad de vida saludable, depende de múltiples factores determinantes en la vida de las personas, entre los que se destacan la herencia genética y los estilos de vida, relacionados principalmente con la alimentación y la actividad física (Shils et al., 2002).
Actualmente, son múltiples los estudios y trabajos que manifiestan los efectos preventivos y de protección que son otorgados por la actividad física y una alimentación saludable durante toda la vida y concretamente durante la menopausia, principalmente en cuanto a la reducción de sintomatología común de esta etapa y prevención de afecciones asociadas y contrariamente, el sedentarismo y la alimentación poco saludables han sido vinculados con mayores probabilidades de desarrollar enfermedades crónicas no transmisibles (ECNT), así como neurodegenerativas y mentales (Brown, 2007).
A pesar de estos hallazgos, resulta fundamental mencionar, que en los últimos años ha habido una modificación muy importante en cuanto a la alimentación en nuestra región, observándose cambios significativos en el patrón alimentario, con el paulatino incremento del consumo de alimentos ultraprocesados, con mayor proporción de grasas saturadas, azúcares, sodio y densidad energética (Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, 2016). Del mismo modo, se debe destacar que la mayor oferta de aparatos y tecnología son elementos que han proporcionado un mayor confort, ahorro de tiempo y comodidad en las personas, pero sujeto a ello, realizan cada vez menor cantidad de ejercicio o actividad física, que supone un gasto de energía, lo cual ha impactado directamente sobre el peso de la población, con el inevitable aumento de las tasas de ECNT (Brown, 2007). De acuerdo a las afirmaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2010), el sedentarismo es considerada la causa que ocasiona el 6% de las defunciones a nivel global y se estima que más de la mitad de la población no cumple con las recomendaciones de actividad física diaria para el aprovechamiento de sus efectos beneficiosos. La inactividad física influye en la salud de todas las personas, pero principalmente, en aquellas que padecen ECNT y las que atraviesan etapas críticas, como la menopausia (OMS, 2010). 
Es por lo anteriormente mencionado y por la prevalencia de mujeres en etapa menopáusica, que resulta importante determinar los beneficios de la actividad física y una adecuada nutrición como estrategia o medida de intervención que colabore con la reducción de los síntomas clínicos más importantes del cuadro, así como en la prevención de patologías asociadas, por lo cual se consideró apropiado, motivador y de gran utilidad para toda la comunidad educativa y de la salud analizar en el presente Trabajo de Fin de Grado (TFG) los beneficios que imparte la actividad física y una nutrición saludable en mujeres que se encuentran en período de la menopausia
2. Marco Teórico
2.1. Climaterio femenino y menopausia
Se denomina climaterio femenino a la etapa fisiológica en la vida de las mujeres, que se caracteriza por la reducción en la actividad de los ovarios, órganos reproductores femeninos, con consecuentes alteraciones endócrinas, en donde se halla principalmente una marcada disminución en la producción de estrógenos y se manifiestan en forma paulatina, con trastornos menstruales, amenorrea y fin de la etapa de fertilidad. Conforma el pasaje de la etapa reproductiva hacia otra etapa donde culmina el período de reproducción de la mujer y como tal, es considerada un período de transformación para todas ellas (Lugones, Quintana y Cruz, 1997; Asaduroglu, 2011). 
Resulta un proceso natural, que se desarrolla entre la madurez sexual y la senectud, con marcadas transformaciones biológicas y psicosociales (Asaduroglu, 2011).
No existe una edad determinada para el inicio de dicha etapa, sin embargo, con las primeras irregularidades de los ciclos menstruales, se puede manifestar su comienzo. Además, en este momento de la vida de las mujeres pueden desarrollarse varios cambios de adaptación, entre los que se destacan incremento de peso, problemas vasomotores y de circulación sanguínea, cambio en la distribución de vello corpóreo, alteraciones del estado anímico, entre otros (Magán, López & Aguilera, 2016).
De ese modo, la menopausia ocurre en el transcurso del climaterio y conforma un evento más dentro de esta etapa. La misma corresponde al momento de la última menarca y se ratifica cuando la amenorrea se presenta por un año en forma continua, sin otro motivo fisiológico que pudiese ocasionar la ausencia del período menstrual (Asaduroglu, 2011).
La menopausia biológica se presenta en forma espontánea y la edad de inicio varía en cada mujer. Puede suceder en el período de 35 a 55 años, pero la edad promedio ronda entre 45 y 56 años. Además, la menopausia también puede deberse a “causa iatrogénica”, debido a la extirpación ovárica, tratamientos con radioterapias o quimioterapias y puede presentarse en forma “precoz”, cuando inicia antes de los 40 años y se distingue también la menopausia “temprana”, cuando ésta comienza entre 40 y 45 años. Por otra parte, se diferencia la menopausia “tardía”, cuando ésta inicia luego de los 52 años de edad (Navarro y Artílez, 1996; Magán, López & Aguilera, 2016). 
Su inicio, además, se encuentra relacionado con múltiples agentes, tales como la herencia genética, etnia y raza, estilos de vida, métodos anticonceptivos empleados, entre otros (Lugones, Quintana y Cruz, 1997).
Asimismo, durante el climaterio, se denomina “perimenopausia” al tiempo comprendido entre dos años previos a la menopausia, donde algunos síntomas pueden comenzar a desarrollarse y el primer año posterior a la última menstruación y la misma comprende diferentes fases, según Vilaplana, (2016) y la OMS (2016): 
· Premenopausia: período previo a la menopausia. Se considera el período de 2-8 años anteriores al último período menstrual y es caracterizada por ciclos menstruales irregulares y la presencia de síntomas vasomotores.
· Menopausia: fin de la ovulación y períodos menstruales y precisamente es considerada luego de un año desde la última menstruación.
· Posmenopausia: período posterior a la menopausia, luego de transcurrido un año sin período menstrual y en donde los síntomas se vuelven más marcados, debido a la reducción de estrógenos y a partir de la cual se eleva el riesgo para algunas afecciones, como las enfermedades cardiovasculares (ECV) y óseas.
Figura 1. Fases del climaterio en la mujer. Fuente de Pérez, Larrea y Salvador (2020).
2.2 Fisiología de la menopausia
Este período se encuentra caracterizado por la reducción de la actividad de los órganos reproductores femeninos, generado por la debilidad folicular, lo que ocasiona disminución y posterior disipación del proceso ovulatorio así como de folículos ováricos para dar respuesta a las gonadotropinas. Este proceso se encuentra vinculado con la ausencia de producción de estrógenos y progesterona (Mishra & Mishra, 2011). 
La función de las gónadas así como su duración, se encuentra determinadodesde la vida intraútero. En la pubertad, los folículos maduran secuencialmente, aproximadamente uno cada 28 días, dando lugar a los ovocitos, que si no son fertilizados, degeneran, ocasionando el desprendimiento de la pared del endometrio uterino y la menstruación. Durante la maduración, los folículos producen estrógenos y progesterona. Tiempo antes de la maduración del último folículo (aproximadamente a los 40 años), las mujeres empezarán a desarrollar irregularidades menstruales, causado por la menor producción de estrógenos, lo que da inicio a la etapa del climaterio, momento que se caracteriza por la ausencia de proceso ovulatorio, con el crecimiento de un folículo que no madura completamente y comienza a involucionar, lo que produce trastornos menstruales e insuficiencia del cuerpo lúteo (Araya, Urrutia & Cabieses, 2006).
Rojas, Lopera, Cardona, Vargas y Hormaza (2014) sostienen que en esta etapa, las concentraciones de estrógenos se encuentran muy disminuidas y por el contrario las hormonas folículo estimulante (FSH) y luteneizante (LH) se encuentran incrementadas. Tal es así, que la relación FSH/LH se altera y valores de FSH por encima de 40 UI/L son asociados con limitación en la actividad de los ovarios. A partir de las alteraciones hormonales, pueden desarrollarse otras afecciones asociadas.
Los estrógenos conforman hormonas que derivan del colesterol y se los puede encontrar como “estrona, estradiol y estrol”. Su función es fundamental en la fisiología femenina y entre sus actividades, se destacan: control del eje hipotalámico-hipofisiario-gonadal, elaboración de factores de crecimiento vinculados con el desarrollo del endometrio uterino, estimulación del desarrollo folicular, promoción de la elaboración de prostaglandinas ováricas asociadas con el proceso de ovulación, formación del cuerpo lúteo en el período premenstrual, promoción del desarrollo de características sexuales secundarias y se vincula estrechamente con la nutrición y los procesos fisiológicos generales del tejido óseo, la composición corporal y el metabolismo de los lípidos, las cuales son descriptas a continuación (Ballesteros & Guirado, 2012):
En el tejido óseo, los estrógenos poseen un efecto muy importante en cuanto al crecimiento de los huesos durante la pubertad, exactamente intervienen en el cierre de las epífisis óseas y su reducción en el climaterio se vincula con el desarrollo de osteoporosis, principalmente. Esto se debe a la elevada sensibilidad ósea al efecto de la hormona paratiroides, la cual eleva la resorción ósea y a su vez, la calcemia, lo que a largo plazo puede producir osteoporosis. Este efecto es aún más grave en mujeres que consumen grandes proporciones de fibra alimentaria (más de 30g/día), ya que la misma inhibe la absorción cálcica y puede aumentar la excreción fecal de estrógenos. Es por este motivo, que resulta vital monitorear el consumo de calcio y fibra y la realización de actividad física en mujeres en edad reproductiva, para el aprovechamiento del estímulo de los estrógenos de otorgar mayor densidad al tejido óseo (Liñán, 2004). 
Luego de la menopausia, resulta fundamental asegurar el adecuado aporte de calcio, ya sea a través de los alimentos o con suplementos, los cuales serán efectivos en la prevención de afección ósea si son acompañados por la administración de estrógenos exógenos (Asaduroglu, 2011).
En la composición corporal, los estrógenos elevan las proporciones de proteínas circulantes, como globulina fijadora de tiroxina, angiotensina y proteína fijadora de aldosterona. Ello explicaría que alrededor de 65% de mujeres manifiestan inflamación preovulatoria y premenstrual. Por otra parte, los estrógenos y la retención de líquidos promueven la síntesis de aldosterona, lo cual genera mayor retención de líquidos. A su vez, es común que exista distensión abdominal, molestias en el tejido mamario, alteraciones cutáneas y migrañas, lo cual conforma el “síndrome premenstrual”.
La actividad estrogénica sobre el metabolismo lipídico y el sistema circulatorio, se relaciona con el rol de protección de estas hormonas ante la arterioesclerosis. Ha sido evidenciado que los estrógenos incrementan las concentraciones de lipoproteínas de alta densidad (HDL) y por el contrario, reducen las lipoproteínas de baja densidad (LDL). Considerando que las cantidades elevadas de colesterol conforman un factor de riesgo para patologías coronarias y que se vincula con el aumento de las lipoproteínas LDL, la mujer en etapa menopáusica debe controlar sus valores de lípidos sanguíneos, ya que no cuenta con la protección estrogénica (Asaduroglu, 2011; Ballesteros & Guirado, 2012).
Por otro lado, los estrógenos exógenos son administrados como anticonceptivos hormonales y no se han dilucidado los efectos secundarios que podrían desarrollar sobre la nutrición en la mujer (Ballesteros & Guirado, 2012). 
2.3. Patologías asociadas al climaterio y menopausia
Durante la premenopausia se hacen visibles algunos cambios hormonales que dan origen a síntomas comunes de esta etapa. Estos síntomas pueden presentarse a corto, medio o largo plazo y una vez finalizada esta fase y ya iniciada la menopausia, si los hábitos de vida de las mujeres resultan poco saludables, las probabilidades de desarrollar otras patologías son mayores, tales como ECNT, entre las cuales se destacan dislipemia, hipertensión arterial, diabetes, obesidad, entre otros, los cuales pueden decantar en mayores inconvenientes y efectos perjudiciales para la salud (Leiblum, Bachmann, Kemmann, Colburn y Swartzman, 1983).
Los signos y síntomas característicos del climaterio y menopausia son amenorrea, síntomas vasomotores, del metabolismo y emocionales principalmente y su dimensión varía según las particularidades de cada mujer.
Los síntomas a corto plazo son los más característicos de la menopausia y afectan entre un 75% y 85% de las mujeres en este período (Guzón, Tánago y Alfonso, 2016).
Entre ellos se destacan trastornos menstruales, episodios de sofocos y sensación de calores intensos, cambios en el estado de ánimo, con irritabilidad, ansiedad, angustia, desconcentración y dificultades en el aprendizaje, sequedad de piel y tejido mucoso, alteraciones en el sueño y reducción del deseo sexual, entre otros, los cuales se describen a continuación (Couto & Nápoles, 2014):
Síntomas vasomotores: son frecuentes los sofocos y la sensación de calor intenso. Los sofocos resultan en episodios que suelen acompañarse con sudor. Suelen concentrarse en el tren superior y su duración es variable (OMS, 1981). 
Los síntomas vasomotores se ocasionan debido a trastornos fisiológicos, como la vasodilatación cutánea, aumento de temperatura corporal, ruborización de la piel y además, pueden acompañarse de mareos, alteraciones de pulso y de frecuencia coronaria. Estos episodios pueden aparecer y desaparecer en cualquier momento y son padecidos aproximadamente por el 75% de mujeres menopáusicas. Los sofocones, además, suelen acompañarse de sensación de quemadura en cara, cuello y torso y a su vez, algunas mujeres manifiestan síntomas menos intensos, como fatiga, debilidad, entre otros. Además, los sudores pueden desencadenarse por el aumento de temperatura corporal, un mecanismo de defensa del organismo para regular la homeostasis interna y esto puede deberse a un desequilibrio en las funciones del Sistema nervioso central (SNC), relacionados con la regulación de la temperatura corporal y los vasos sanguíneos (Navarro, 2005; Barcia, 2011; Hernández & Valdés, 2014).
A su vez, algunas mujeres han referido que los síntomas vasomotores desaparecen al poco tiempo y otras, que los mismos perduran por un largo período, por lo que su duración va a depender de cada mujer y sus características particulares (Artiles, Manzano y Navarro, 2002; Freeman, Sammel y Sander, 2014).
Salud Mental: suelen aparecer algunos trastornos mentales, como depresión, perdida de interés, trastornos del sueño, fatiga, desconcentración, entre otros (OMS, 2020).
Aunque hay datos contradictorios entre la relaciónde la depresión y la menopausia, se cree que los cambios hormonales que existen en esta etapa provocan una debilidad emocional, que junto a los acontecimientos estresantes (alteración del papel familiar, cambios en la red de apoyo social, pérdidas afectivas, envejecimiento, aparición de enfermedades, cambios psicológicos propios de la edad, etc) que suelen ocurrir en este periodo de la vida, pueden estar relacionados con la depresión (Sordia, 2011).
Atrofia Urogenital: las mamas, útero, trompas de Falopio, ovarios, vagina y uretra tienen receptores específicos para los estrógenos, por lo que manifiestan cambios vinculados con la alteración en las concentraciones de estas hormonas, los cuales suelen ser más perceptuales y sintomáticos en el área urogenital (Leiblum et al., 1983).
Los síntomas más comunes que afectan a la vulva y a la vagina son sequedad, picazón vaginal y disminución del flujo vaginal según la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO, 2015).
Al conformar los estrógenos, un factor de crecimiento del aparato genitourinario femenino, al reducir su producción se evidencian importantes transformaciones en el aspecto de los órganos vagina, vejiga y uretra, fundamentalmente. Se evidencian alteraciones en el epitelio plano estratificado que recubre la vagina y ausencia de estimulación de las glándulas de la zona. La reducción del deseo sexual se encuentra vinculado con los cambios producidos en el tejido vaginal y uretral, principalmente en cuanto a su resecamiento, lo que dificulta por lo general la acción coital. También suele manifestarse incontinencia urinaria, poliuria, urgencia urinaria y cistitis (Liñán, 2004).
Por otro lado, a largo plazo o posmenopausia, existe mayor riesgo de sufrir osteoporosis, así como afecciones cardiovasculares, ECNT y patologías neurodegenerativas. Las disminuidas concentraciones estrogénicas han sido vinculadas con varias afecciones, como ateroesclerosis, degeneración muscular, algunos tipos de cáncer e incluso enfermedades neurodegenerativas, como el Alzheimer. Asimismo, los síntomas emocionales atraviesan todos los cambios ocurridos en este período e incluyen irritabilidad, ansiedad, amnesia, depresión, entre otros (Couto & Nápoles, 2014; Romero, 2015).
En cuanto a las ECNT, las ECV son consideradas una de las primeras causas de defunciones a nivel mundial y entre personas mayores de 50 años. En España, según la OMS (2015), la enfermedad coronaria (EC) es la patología que más defunciones ocasiona. Su origen puede deberse a múltiples factores, principalmente asociados con las transformaciones vinculadas al envejecimiento y a las alteraciones hormonales en las mujeres menopáusicas. Asimismo, la genética, patologías coexistentes, como obesidad, diabetes II, dislipemias, síndrome metabólico, entre otros, así como hábitos poco saludables como el tabaquismo y el sedentarismo, son los agentes mayormente asociados con estas afecciones (Lizarzaburu, 2013; SEGO, 2015). 
A continuación, se detallan los factores del síndrome metabólico, vinculados con el desarrollo de ECV:
Obesidad: conforma una ECNT, multicausal, la cual se caracteriza por exceso de peso y tejido graso, vinculado principalmente a los hábitos de vida, como la alimentación poco saludable y el sedentarismo, principalmente. Puede ocasionar graves problemas en la salud si no se controla y aumentar las probabilidades de desarrollar otras patologías y elevar el riesgo de mortalidad de las personas que la padecen. Conforma la alteración nutricional-metabólica de mayor antigüedad y puede desarrollarse debido a una interacción compleja entre los factores genéticos y ambientales (Hernán, 2002; Sánchez-Ortega, Sánchez y García, 2014). 
	Durante el período menopáusico, suele producirse un aumento de peso y grasa corporal, la cual se localiza generalmente en la región central y es éste tipo de grasa la que se relaciona con insulinoresistencia (IR) y mayor riesgo de desarrollar afecciones vinculadas, como diabetes II, hipertensión, dislipemias, etc (Kennedy, 1997; Argente, 2014).
Dislipemia: es la alteración en la concentración de lípidos sanguíneos y su desarrollo se vincula con la genética y con hábitos de vida poco saludables, principalmente. También se encuentra relacionado con el consumo de sustancias nocivas, tales como tabaco y alcohol. Estos factores, sumado a la ausencia de estrógenos del período menopáusico, podrían promover el desarrollo de una afección de gravedad (Llapur, González, Alfonso y Olivares, 2013; Flote, Frydenberg y Ursin 2015; Sánchez-Medina, 2019). 
Hipertensión arterial: ocurre cuando la presión arterial sistólica (PAS) se encuentra en valores mayores a 140 mm/Hg y la presión arterial diastólica (PAD) supera los 90 mm/Hg y de ese modo, las arterias y arteriolas sufren el impacto de las altas presiones sanguíneas, lo que puede desembocar en accidentes cerebrovasculares (trombosis con infartos o hemorragias, ictus, miocardiopatías e infartos agudos de miocardio) por afectación de las arterias coronarias o insuficiencia cardiaca (Valero y Soriano, 2009; Moratalla, 2017).
Diabetes: conforma otra ECNT y se caracteriza por inactividad del páncreas o actividad en niveles muy por debajo de lo necesario y por tanto, no se produce la insulina que el organismo requiere. También puede ocurrir que el organismo no puede emplear adecuadamente la insulina que el páncreas segrega (Guerrero, 2005).
Exactamente, la Federación Internacional de Diabetes (IDF, 2020) distingue tres tipos de diabetes:
· Tipo I: patología auto inmunitaria, en donde el sistema inmune agrede las células pancreáticas, las cuales producen muy poca insulina o directamente dejan de elaborarla.
· Tipo II: es el tipo más frecuente de diabetes y se caracteriza porque el organismo no puede responder a la acción de la insulina, cuadro patológico denominado “Resistencia a la insulina”. Generalmente se asocia con obesidad y hábitos de vida poco saludables.
· Gestacional: es diagnosticada en el embarazo.
Para el año 2000, las estimaciones de diabetes eran de 151 millones de personas en el mundo. En el año 2009, esas cifras habían aumentado exponencialmente a 285 millones de personas, es decir, casi 90%. Actualmente se estiman unas 463 millones de personas con diabetes alrededor del mundo y existen trabajos que manifiestan que esta enfermedad ya afecta a 1,1 millones de jóvenes menores de 20 años. Por otro lado, en el 2010 se proyectaban para el año 2025, 438 millones de personas con diabetes. Actualmente, en el año 2020, esa estimación ya ha sido ampliamente superada y para el 2030 se espera un total de 578 millones de personas diabéticas alrededor del mundo y 700 millones para 2040 (IDF, 2020).
Figura 2. Estimación de personas con diabetes para el año 2045. Recuperado de IDF (2020)
Sistema Osteomuscular: se considera a la osteoporosis como la afectación osteológica con mayor frecuencia en el período de la menopausia. Se caracteriza por una disminución en la densidad mineral ósea (DMO) y alteraciones en la estructura de los huesos. De esta forma, el tejido óseo incrementa su porosidad y aumenta el número y tamaño de las cavidades internas. A su vez, la SEGO (2004) manifiesta que la reducción de estrógenos, propios de la menopausia, promueven una mayor reducción de la masa ósea, por lo que el debilitamiento de los huesos, ocasiona mayor riesgo a las fracturas (Jama, 2001; Sociedad Española de Reumatología, 2015).
Función Hepática: existen numerosos cambios fisiológicos y bioquímicos en la menopausia que pueden afectar la función del hígado e intervenir en el desarrollo de la enfermedad hepática. La reducción de los niveles de estrógenos junto con los efectos bioquímicos propios de la vejez, promueven un mayor riesgo de daños hepáticos, con desarrollo de enfermedades como esteatosis hepática no alcohólica, carcinoma hepatocelular, fibrosis, insuficiencia hepática, hígado graso, entre otras (Martino et al., 2004).
2.4. Actividad física y salud
La actividad física (AF) se define como “cualquier movimientocorporal llevado a cabo por los músculos que implique un gasto de energía, superior al gasto energético basal (GEB) y se considera un agente fundamental para la salud de las personas” (Real Academia Española, 2020). A su vez, conforma una herramienta de utilidad en la prevención de ECNT (OMS, 2018). 
Diversos estudios sostienen que la actividad física determina la calidad de vida de las personas y los beneficios que otorga son múltiples, entre los cuales se destacan: mantenimiento de la fuerza muscular, coordinación, equilibrio, optimización del autoestima, protección ante múltiples afecciones, como ECNT y afecciones óseas y también disminución de síntomas mentales. Además, reduce el riesgo de caídas en adultos mayores y por ende, evita el riesgo de fracturas (López y Fernández, 1995; Andrade y Pizzarro, 2007).
La OMS (2010) establece una serie de recomendaciones para la realización de actividad física para la población en general entre 18 y 64 años, las cuales se detallan a continuación:
· 150 minutos a la semana de actividades aeróbicas de intensidad moderada o 75 minutos a la semana de actividades aeróbicas de gran intensidad, en forma fraccionada en períodos de 10 minutos, como mínimo.
· Para la obtención de mayores beneficios, el tiempo de realización puede incrementarse hasta 300 minutos por semana de actividades aeróbicas de intensidad moderada o 150 minutos por semana de actividades aeróbicas de gran intensidad o una combinación semejante entre ambos tipos de actividades.
· A su vez, se recomienda la realización de dos o más días a la semana de actividades de fuerza muscular.
Estas recomendaciones exponen sugerencias genéricas para prevenir ciertas enfermedades, pero hoy en día se sugiere que las diferentes actividades sean recomendadas en forma individualizada, según las características, requerimientos y posibilidades de cada persona. 
2.4.1. Actividad Física y Menopausia
La actividad física ha sido vinculada estrechamente con la reducción de síntomas en el período de la menopausia, principalmente sobre los síntomas vasomotores, la salud emocional y los síntomas urogenitales, así como con la reducción de riesgo de desarrollar enfermedades, como ECNT y la pérdida mineral ósea, a través de diversos mecanismos, que se detallan a continuación:
Síntomas vasomotores: como ya se ha explicado anteriormente, las mujeres en esta etapa, debido a los cambios endocrinos, sufren modificaciones en el sistema vasomotor, con aparición de sudoraciones y sofocos. Existen suposiciones de que las concentraciones de endorfina en el hipotálamo disminuyen con la menor segregación de estrógenos, mejorando la liberación de norepinefrina y serotonina. La actividad física podría tener un efecto similar a la hormona tiroestimulante (TSH) en cuanto a la reducción de síntomas vasomotores, con incremento en la producción de β-endorfina hipotalámica y periférica. Además, la evidencia sugiere que como respuesta al aumento de endorfinas, la frecuencia y amplitud de la hormona LH disminuye, lo que regularía la concentración de la de hormona liberadora de gonadotropina. 
La investigación de Heitkamp, Huber y Scheib (1996) denominada “Endorfina y adrenocorticotropina después del ejercicio incremental y maratón corriendo respuestas femeninas” demuestra que las mujeres activas físicamente presentan concentraciones basales incrementadas de β-endorfinas, en comparación con aquellas mujeres sedentarias, por lo que se estima que a través de estos mecanismos, la actividad física podría ayudar a estabilizar el centro de termorregulación y disminuir la aparición de sofocos. Así es que, entre las recomendaciones según la literatura científica para disminuir la sintomatología vasomotora, se encuentran las actividades físicas aeróbicas de intensidad moderada, con un consumo de aproximadamente 60% del volumen de oxígeno máximo (VO2 máx), conformando este tipo de actividades, las más eficaces para reducir esta sintomatología (Bortz, 1981; Reid, Hoff, Yen & Li, 1981; Raglin y Wilson, 1996). 
Osteoporosis: la pérdida de masa ósea preocupa al sector sanitario debido al aumento en la longevidad de las poblaciones, en donde la misma para las mujeres en la actualidad es de 80 años, lo que sugiere que vivirán alrededor de 30 años en etapa posmenopáusica.
Su aparición se relaciona con las alteraciones hormonales, déficit dietarios de calcio y el sedentarismo. La osteoporosis puede manifestarse con dolores en la región lumbar, reducción de talla, atrofia de la columna vertebral y fracturas.
Diferentes autores sugieren que la causa más importante para esta afección es la inactividad física y aunque no exista cura para tal afectación, existen herramientas de tratamiento para disminuir el desgaste óseo y por tanto, optimizar su estructura y funcionalidad. Entre esas herramientas se puede citar la realización de actividad física en forma regular, la cual colabora en la atenuación de la disminución de masa ósea propia del deterioro en el envejecimiento (Gómez-Cabello, Ara, González-Agüero, Casajus y Vicente-Rodríguez, 2012).
Se ha observado menor pérdida de tejido óseo en personas con osteoporosis luego de tratamientos con actividad física. De igual manera, en un estudio realizado se observó que el brazo de un jugador de tenis poseía 28% más masa ósea que el brazo contrario, el cual no fue sometido a la realización de actividad física. También existen estudios que manifiestan que personas sanas que permanecieron postrados alrededor de 4-30 horas en la semana, demostraron reducción de 1% de tejido óseo semanal y al momento de retomar las actividades físicas que tradicionalmente realizaban, la masa ósea perdida fue recuperada en poco tiempo. Entonces se cree que la reducción de masa magra y la carencia de una actividad que realice tracción, carga e impacto en el tejido óseo, se encuentra vinculado con el desarrollo de osteoporosis. (Valdivia & Saavedra, 1997; Padial, Chirosa & Chirosa, 2000; Gómez-Cabello et al., 2012).
Se considera a la actividad física como una herramienta de terapia carente de riesgos y de alta eficacia en cuanto a la prevención de esta afección, sin mencionar los múltiples beneficios que posee esta práctica y que no se detallan en esta ocasión.
Por otro lado, el género femenino ha demostrado requerir fuerzas de tracción para lograr un adecuado remodelado del tejido óseo y disminuir las probabilidades de osteoporosis. Para prevenir esta afección se necesita una sobrecarga central en todo el soporte óseo del cuerpo en proporciones mayores a lo normal (Scarfó, 2001).
Ha sido demostrado que la realización de actividad física con fuerzas mecánicas actúan sobre los osteoblastos y colaboran en la formación de tejido óseo nuevo adaptado a esas fuerzas. Las actividades de fuerza conforman una estrategia altamente segura y efectiva para el incremento y optimización de la densidad mineral del tejido óseo. Asimismo, la realización regular de cualquier tipo de actividad corporal, incrementa las proporciones de tejido óseo y se estima que estos beneficios se vinculan con las contracciones musculares, la gravedad y el estrés mecánico al cual se encuentra subordinado el tejido en cuestión. Por otro lado, diferentes investigaciones realizadas en mujeres con menopausia, han demostrado que al realizar entrenamiento de fuerza, la DMO se mantuvo e incluso la misma incrementó en 1% (Nelson et al., 1994; Kerr, Morton, Dick y Prince, 1996).
Por lo mencionado anteriormente, las recomendaciones de actividad física para las mujeres en etapa menopáusica con riesgo de osteoporosis radican en (Weineck, 2001):
· Un máximo incremento de tejido óseo se logra mediante estimulaciones generadas por el peso y la fuerza.
· Los esfuerzos físicos actúan directamente en las áreas del cuerpo sometidas al peso.
· El tejido óseo puede ser fortalecido con la realización de actividad física en forma regular, por un período de tiempo amplio y óptimo a la capacidad de carga particular.
· Un incremento del tejido magro logrado con la realización de actividad física puededisminuir al interrumpir la actividad física realizada.
· Para aquellos pacientes que nunca han realizado actividad física, incorporar pequeños esfuerzos resulta suficiente para optimizar la estructura ósea o mantener el tejido óseo existente e impedir mayores pérdidas.
Por ello, la actividad física debe enmarcarse en la realización de ejercicios de fuerza muscular y bajo impacto, con una frecuencia de 2-3 veces por semana, iniciando con actividades de intensidad moderada (40% 1 repetición máxima [RM]), la cual podrá incrementarse en forma paulatina, según las características de cada persona, hasta lograr una carga de 80-85% de 1RM, aproximadamente. Las actividades recomendadas deben ser de intensidad moderada-alta y de duración intermedia, por lo tanto, actividades como natación, bicicleta o caminatas no estarían recomendadas en mujeres en esta etapa, al no encontrarse asociadas con procesos de anabolismo que eleven la funcionalidad y capacidad celular del tejido óseo y muscular (Saavedra, 2008). Las contracciones musculares que se producen durante las actividades de fuerza generan tensiones que colaboran en el remodelado óseo, por lo cual aumentan la densidad mineral de ese tejido. Por eso, deportistas que requieren mayor fuerza en sus actividades, poseen una mayor densidad mineral del tejido óseo en comparación con otros deportistas que no emplean fuerza en sus movimientos, como nadadores por ejemplo (Carratalá & Pablos, 2002; Marín, Marín, & Marín, 2009; ACSM, 2014).
Para mejorar la fuerza así como la densidad mineral del tejido óseo y por ende prevenir afectaciones óseas, se recomienda una realización de actividad física de dos veces semanales como mínimo en mujeres en etapa menopáusica (Carratalá & Pablos, 2002).
Como conclusión, los autores aquí citados demuestran la efectividad de la actividad física sobre el mantenimiento y optimización de la densidad mineral del tejido óseo, teniendo en cuenta que los autores coinciden que para la prevención de afecciones óseas, la actividad con mayores beneficios evidenciados es la actividad que entrena la fuerza muscular, la cual debe realizarse con una planificación previa y correctamente fiscalizado por profesionales de la actividad física adaptada y profesionales de la salud en forma interdisciplinaria.
ECNT: el sedentarismo se encuentra vinculado con un peor estado nutricional y de salud a nivel general en mujeres menopáusicas y a su vez, con un mayor riesgo de patologías cardiovasculares y otras ECNT, como obesidad, diabetes tipo II, dislipemias, hipertensión arterial, etc y contrariamente la realización de actividad física conforma una herramienta efectiva y de gran utilidad en la optimización del estado nutricional, principalmente relacionado con la regularización de peso corporal, 	Índice de Masa Corporal (IMC), circunferencia de cintura (CC), niveles séricos lipídicos, entre otros parámetros y por ende, con la prevención de este tipo de enfermedades y por lo tanto se recomienda su realización como medida no farmacológica de prevención durante la menopausia (Meléndez, 2000).
La obesidad, el exceso de peso y tejido graso suelen ser los factores desencadenantes de otras ECNT, es por ello que la actividad física conforma un pilar fundamental en el tratamiento de este tipo de afecciones.
Para el tratamiento de la obesidad, el consumo de energía debe ser mayor que la aportada por la ingesta de alimentos, con el fin de lograr un déficit calórico. La actividad física conforma una herramienta económica y efectiva para lograrlo pero hay que tener en cuenta que es un trabajo en conjunto con una adecuada alimentación (Novials, 2006).
A su vez, son conocidos los efectos beneficiosos que le son atribuidos a la actividad física en cuanto a la prevención de diabetes II y como herramienta básica para tratarla. Entre los beneficios asociados con esta patología, la actividad física colabora en la disminución de IR, mejora de la captación de glucosa en tejido muscular, optimización de la actividad de las lipoproteínas, así como el perfil de lípidos, con incremento de las lipoproteínas HDL y disminución de LDL y triglicéridos (Novials, 2006; Cordero, Masiá y Galve, 2014). 
Por otro lado, existen múltiples trabajos que afirman que la realización de actividad física en forma regular, proporciona beneficios para todo el organismo, incluido el sistema cardiovascular, principalmente debido a transformaciones de factores vinculados, tales como la regulación de la presión arterial y una reducción en el endurecimiento del tejido endotelial, así como en los procesos oxidativos, propios del envejecimiento de los diferentes órganos. Algunos autores manifiestan que las actividades físicas de tipo aeróbicas pueden lograr una disminución de 5-10 mm/Hg la PAS y 4-8 mm/Hg la PAD, así como el trabajo muscular, en torno a 2 mm/Hg y 3 mm/Hg respectivamente (Fernández et al., 2002; Palacios, 2004; Marcos, 2004; Pescatello et al., 2004; Serra, 2006; Ghadieh y Saab, 2015).
Asimismo, los cambios fisiológicos y bioquímicos en la menopausia pueden llegar a afectar la función de órganos como el hígado y desarrollar ciertas enfermedades, con incapacidad para oxidar ácidos grasos e incrementar la actividad de lipogénesis, lo cual puede ocasionar la acumulación de grasa en el hígado y su inflamación. Este cuadro podría ser prevenido con la realización de cualquier práctica de actividad física (Brady, 2007).
Los autores recomiendan en mujeres menopáusicas con ECNT, una realización de actividad física con una frecuencia mínima de 3 veces semanales, con una duración entre 30-60 minutos, a un ritmo constante y moderado, con consumo aproximado de 40-60% VO2 máx.. Se recomiendan las actividades aeróbicas de bajo impacto, para evitar el daño articular, como consecuencia del alto estrés osteoarticular producido por el peso corporal. Entre las actividades que poseen estas características se encuentran natación, bicicleta, caminatas, entre otros (Fernández et al., 2002; Palacios, 2004; ACSM, 2014; Saavedra, 2008).
A su vez, otras recomendaciones se centran en actividades combinadas de fuerza y aeróbicas, las cuales han demostrado promover efectos positivos en el gasto energético y las actividades de fuerza deben involucrar grande grupos musculares, con actividades dinámicas, con pesas y circuitos de máquinas, alrededor de 2 o 3 veces por semana, con una carga aproximada de 30-40% de 1RM destinadas a ejercitar el tren superior y de 50-60 % para actividades destinadas a ejercitar el tren inferior. Sin embargo, la seguridad de las actividades isométricas continúa siendo estudiada, por lo que al momento de su recomendación, debe ser supervisada por profesionales aptos para tal fin (Varela et al., 2013; ACSM, 2014; Del Valle Soto et al., 2015).
Salud mental: alrededor del 25% de las personas pueden sufrir en algún momento de su vida trastornos mentales, como depresión, angustia, etc, lo cual resulta más marcado en la etapa de la menopausia. Se ha demostrado en varios estudios científicos, que la actividad física resulta eficaz para la ansiedad y la depresión, aumentando la autoestima y mejorando el estrés psicosocial. Algunos agentes relacionados con la optimización de algunos trastornos emocionales fueron identificados por Casajús y Vicente-Rodríguez (2011), quienes hallaron beneficios en el SNC, con una optimización en el flujo sanguíneo y en los procesos de oxidación que acompañan a la actividad física. A su vez, los niveles de norepinefrina se observan incrementados durante la realización de actividad física, lo cual resulta en un beneficio, porque las concentraciones bajas de esta hormona pueden determinar estados de depresión. También, mejora la imagen corporal, con síntomas de alivio y distracción.
Las recomendaciones de actividad física que nos demuestra la literatura científica actual en relación a la mejora de síntomas emocionales se enmarcan en la realización de actividades físicas que asocien el cuerpo y la mente, tales como actividades de meditación, yoga, etc (Márquez, 1995; Moya-Albioly Salvador, 2001; Palasuwan, Margaritis, Soogarun, y Rousseau, 2011).
Atrofia urogenital: dentro de esta patología, se hará mayor hincapié en la salud del suelo pélvico, ya que es uno de los más dañados por la atrofia urogenital. Esta patología puede desarrollarse debido a diferentes causas, como la menopausia, el parto y la vejez. El suelo pélvico conforma un área muscular no expuesto al movimiento corporal natural, por lo que si no hay una actividad física o ejercicios programados y específicos se irá debilitando en forma paulatina (Manella, 2013).
Las recomendaciones actuales según la literatura científica para esta afección son las actividades de tipo hipopresivos y ejercicios de Kejel, los cuales al no resultar invasivos y no presentar contraindicaciones, se pueden realizar una vez al día. Se ha demostrado que la realización regular de estos ejercicios sirve para mejorar esta patología, como para evitarla a largo plazo (Caballero et al., 2011)
Exactamente, estas actividades consisten en (Bo, 2006):
· Ejercicios Hipopresivos: modalidad originada en los años 80´, la cual ejercita el abdomen y el suelo pelviano con la finalidad de disminuir la presión intrabdominal.
· Ejercicios de Kegel: ejercicios destinados a elevar la fuerza contráctil de los músculos del periné. 
A modo de cierre de esta apartado y con la evaluación de la información aquí detallada, se pueden distinguir dos tipos de actividad física recomendadas para mujeres en etapa menopáusica:
1) Destinada a mejorar el tejido magro y prevenir la reducción de la densidad mineral del tejido óseo y la aparición de afecciones como osteoporosis (actividades de fuerza muscular).
2) Actividades aeróbicas, destinadas a contrarrestar patologías vinculadas con las ECNT.
Es por eso, que las actividades deben ser previamente planificadas, dinámicas, motivadoras y deben practicarse en forma paulatina.
Este tipo de actividades complementan los tratamientos con medicamentos e incluso existen casos en donde la terapia no farmacológica termina reemplazando a la terapia farmacológica en forma total (Vázquez & Baena, 2003).
Luego de analizar los efectos de la actividad física en la salud, se debe tener en cuenta un factor que será determinante para poder aprovecharlos. Este factor es la nutrición. Sin unos buenos hábitos alimenticios, los beneficios que nos aporta la actividad física no serán tan eficaces. Por lo tanto, la actividad física y la nutrición deben integrarse para poder aprovechar los efectos de ambos factores en cuanto a la disminución de sintomatología, prevención de patologías y la optimización del estado de salud general de las mujeres en etapa menopáusica.
2.5. Nutrición y salud
Una correcta nutrición resulta vital para obtener energía en el ser humano. La misma se define como un “conjunto de procesos mediante los cuales las personas ingieren, absorben, trasforman y utilizan los nutrientes de los alimentos, con la finalidad de obtener energía, formar estructuras y repararlas, así como regular procesos biológicos (Ministerio de Salud, 2001; Soriano, 2006).
Para lograr una adecuada nutrición, es importante tener en cuenta los hábitos alimenticios de cada persona, los cuales fueron definidos por la Organización de las Naciones Unidas (FAO, 2014) como un conjunto de hábitos que determinan la forma de selección, preparación y consumo de los alimentos y que a la vez se encuentran influenciados por la disponibilidad y acceso a los mismos, así como el nivel de educación. A su vez, se debe tener en cuenta, que no todo el mundo tiene los conocimientos suficientes para una buena alimentación, por ello resulta una herramienta útil y eficaz la educación alimentario-nutricional con el fin de mejorar la nutrición y alimentación de las personas (Jones y Bartlett, 2007).
2.5.1. Macronutrientes
Son aquellos nutrientes necesarios en mayor cantidad y son los que proveen energía al organismo para sus funciones y la materia para formar y compensar las estructuras del cuerpo, promoviendo el desarrollo, así como la regularización de procesos metabólicos y hormonales. Entre ellos se encuentran los Hidratos de carbono, Proteínas y Lípidos (Gil, 2005).
Hidratos de carbono: conformados por carbono, hidrógeno y oxígeno, los cuales se combinan para dar lugar a la molécula base de carbono de azúcar.
Pueden distinguirse monosacáridos, oligosacáridos y polisacáridos, en función de los átomos que conforman cada molécula. 
Cumplen funciones imprescindibles en el organismo, entre las cuales se destacan: componen la fuente primaria de energía corporal, conformando el principal nutriente para el SNC, protegen y resguardan el tejido magro del organismo y promueven la utilización de las grasas y la reducción del glucógeno, causando la producción de glucosa a través de aminoácidos de las proteínas y evitando de esa manera el proceso de cetosis.
Proteínas: conformadas por aminoácidos. También poseen átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno, pero se diferencian por poseer nitrógeno en su estructura.
Las células del organismo se encuentran conformadas por millones de proteínas y entre sus funciones principales: conforman gran parte de las estructuras corporales (sangre, órganos, tejido muscular, entre otros) y se encuentran involucradas en la formación de tejidos, así como en los procesos metabólicos y hormonales.
Lípidos: conformados por los mismos átomos que los hidratos de carbono, pero con diferentes enlaces y cantidad de los mismos. Se pueden distinguir tres tipos:
· Simples: su elemento principal son los triglicéridos y entre ellos se encuentran los ácidos grasos de cadena saturadas, insaturadas y trans.
· Compuestos: su elemento principal son triglicéridos combinados con otros elementos.
· Derivados: conforman el resultado de la combinación de los lípidos simples y complejos. Entre ellos, se destaca el colesterol.
Entre las funciones principales de los lípidos se encuentran: otorgan una elevada cantidad de energía, la cual se aprovecha en forma inmediata, pueden ser transportados y almacenados con facilidad, protege los órganos y provee aislamiento térmico y es un tejido transportador de vitaminas. Además suprime la sensación de hambre (Peralta, 2017).
2.5.2. Necesidades de energía 
La alimentación de las personas se encuentra vinculada con múltiples factores, entre los cuales se destacan la disponibilidad alimentaria, la educación, los ingresos, la religión, costumbres, entre otros, así como los requerimientos energéticos de cada persona en forma individual, para garantizar un equilibrio, el cual se encuentra asociado con características particulares: edad, sexo, talla, actividad corporal, etc (Krause, 2017).
La siguiente tabla establece los requerimientos energéticos medios para adultos sanos:
	
	Edad (años)
	Requerimiento energético total en calorías (kcal)
	Mujeres y hombres
	30-39
50-59
70-79
	2000-2600 
2000-2500 
1800-2300 
Tabla 1. Requerimientos de energía para adultos sanos
.Fuente: Modificada de European Food Safety Authority, (2013).
2.6. Tratamiento nutricional en la Menopausia
Una vez iniciada la menopausia y debido a las alteraciones hormonales, las mujeres pueden desarrollar mayor facilidad en la ganancia de peso, así como mayor riesgo cardiovascular y óseo. Es por ello, que el manejo nutricional deberá tener en cuenta estos aspectos, principalmente.
Se recomienda realizar un ajuste del aporte energético total, según requerimientos particulares, IMC y gasto calórico diario. Asimismo, es recomendable disminuir el aporte de grasas, fundamentalmente de tipo saturadas. También se debe limitar el consumo en exceso de sodio, fibra y proteínas e incrementar el aporte de calcio y vitamina D. Finalmente se recomienda evitar las sustancias nocivas como el alcohol y tabaco (Vilaplana, 2016).
2.6.1. Características principales de una alimentación adecuada durante la Menopausia
Una alimentación completa y adecuada en la etapa de la menopausia debe incluir todos los grupos de alimentos en cantidades necesarias para cada mujer, según sus característicasparticulares, en relación a su estilo de vida, necesidades de energía y nutrientes esenciales.
Con la alimentación se busca garantizar un óptimo estado de salud y colaborar en la prevención de afecciones vinculadas con esta etapa vital.
A partir de la menopausia los requerimientos energéticos disminuyen 5% por década, por lo que el valor energético total diario es menor. Por otro lado, al incrementar el porcentaje de grasa corporal, es fundamental controlar la ingesta de grasas y azúcares simples.
Para mujeres españolas entre 40-50 años, las recomendaciones diarias de energía radican en 1950 calorías para mujeres sedentarias, 2200 calorías para mujeres con realización de actividad física moderada y 2600 calorías para aquellas mujeres muy activas físicamente (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Los nutrientes deben distribuirse de la siguiente manera, a modo general, en ausencia de afecciones:
· 50-60% carbohidratos complejos. Con una Ingesta Recomendada (IR) de 130 g/día. Asimismo, la fibra alimentaria se recomienda en proporciones de 25 g/día en mujeres de 45-50 años y 21 g/día, para mujeres de 51-60 años.
· 30-35% grasas (con reducción de grasas saturadas e incremento de grasas insaturadas, principalmente provenientes de fuentes alimentarias saludables, como aceite de oliva, frutos secos, entre otros).
Los ácidos grasos omega-6 se recomiendan en proporciones de 12 g/diarios para mujeres entre 45-50 años, 11 g/diarios para mujeres de 51-60 años y por otro lado los omega-3 son recomendados en proporciones de 1.1 g/diarios en mujeres de 45-60 años.
· 10-15% proteínas, con una recomendación de 0,80 g/kg/día o 46 g/diarios de proteína para mujeres de 45–60 años.
· Azúcares de rápida absorción no deben superar 10% del valor energético total, sobre todo en aquellas pacientes con diabetes (Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética [FESNAD], 2010).
Se recomienda una distribución alimentaria de 5 comidas livianas al día: tres principales y dos colaciones, para asegurar el mantenimiento del metabolismo en actividad, reducir riesgo de hipoglucemias, así como emociones vinculadas a las comidas.
Las frutas y vegetales deben encontrarse en la dieta en forma diaria para asegurar la cantidad suficiente de micronutrientes y fibra.
Además, resulta vital la incorporación de alimentos ricos en calcio y vitamina D, debido a las mayores probabilidades de padecer osteoporosis en esta etapa.
La hidratación también conforma un pilar fundamental para una correcta nutrición. Se recomienda ingerir al menos 2 litros de agua potable diarios, siendo este requerimiento mayor en épocas estivales y durante la realización de actividad física (FESNAD, 2010; de la Fuente & Carrasco, 2011).
2.6.2. Nutrientes críticos durante esta etapa
Existen alimentos que contienen nutrientes esenciales y que resultan críticos en esta etapa y los mismos benefician la salud y ayudan en la protección y prevención de ciertas deficiencias y enfermedades en esta etapa. Los mismos se detallan a continuación (FESNAD, 2007):
Calcio: previamente a la menopausia sus necesidades son de 1000 mg diarios y luego de esa etapa, estos valores ascienden a 1500 mg diarios.
La Sociedad Española de Reumatología (2012) sugiere una ingesta de 1200 mg luego de la edad de 50 años y 1500 mg luego de los 65 años de edad.
Entre los alimentos fuente de este mineral se encuentran lácteos y derivados, pero también se halla en otros alimentos, aunque en cantidades menores y con una disponibilidad biológica menor, como por ejemplo en acelgas, espinacas y cereales integrales, los cuales debido a su contenido en oxalatos y fitatos, disminuyen la absorción de calcio (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Vitamina D: vital por su acción de fijación de calcio al tejido óseo y la prevención de osteoporosis. Se concentra en alimentos lácteos, huevos y pescados, principalmente. También puede obtenerse por fotoexposición solar.
Las recomendaciones de esta vitamina para mujeres en período menopáusico son 400-600 UI diarios (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Zinc: elemento fundamental para la funcionalidad reproductora, así como para el mantenimiento del sistema inmunitario y de prevención ante infecciones, principalmente en el sistema urinario, comunes en esta etapa. También se relaciona con la prevención de procesos oxidativos y promueve la formación ósea, evitando su resorción, entre otras funciones.
Sus necesidades rondan los 15 mg diarios y puede encontrarse en alimentos como semillas, frutos secos, salvado y germen de trigo, entre otros (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Magnesio: fundamental para la formación ósea, colabora en la fijación de otros minerales como calcio y fósforo. A su vez, se encuentra involucrado en los procesos hormonales y en la transmisión del impulso nervioso.
Durante esta etapa, resulta muy importante para las actividades celulares, principalmente de las células miocardíacas. También se relaciona con la prevención de patologías óseas, debido a su actividad de estabilización del calcio.
Los requerimientos de magnesio se encuentran en 330 mg/día hasta los 50 años y 30 mg/día a partir de los 50 años. Se puede hallar en alimentos tales como leguminosas, vegetales, frutas, frutos secos, cereales integrales, entre otros (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Vitaminas del complejo B: vitaminas vitales para todos los procesos metabólicos, principalmente relacionados con la obtención de energía, la producción de glóbulos rojos y en la producción de ADN (de la Fuente & Carrasco, 2011).
En este grupo, se encuentran:
· Vitamina B1 o Tiamina: imprescindible para el metabolismo de los glúcidos, la actividad normal del sistema nervioso y la metabolización del oxígeno. Se encuentra en alimentos variados, tales como carnes, lácteos, cereales integrales, levadura de cerveza, entre otros. El requerimiento de esta vitamina se encuentra entre 0.8-1.1 mg diarios (Asaduroglu, 2011).
· Vitamina B2 o Riboflavina: vital para la obtención de energía a partir de los nutrientes de los alimentos, ya que se encuentra relacionada con la asimilación de macronutrientes. Se encuentra presente en alimentos como carnes, lácteos, huevos, cereales, levadura seca y vegetales, principalmente. Se recomienda una ingesta de 1.1 mg diarios (Asaduroglu, 2011).
· Vitamina B6 o Piridoxina: fundamental para el desarrollo, proliferación y preservación celular. Su papel es esencial para la asimilación de la vitamina B12 y la producción de ácido clorhídrico. Colabora en el metabolismo de macronutrientes y en la elaboración de anticuerpos y glóbulos rojos. También promueve la síntesis de glucosa a partir del glucógeno hepático y muscular. Su presencia es vital para la síntesis de ADN y ARN y además, mantiene el equilibrio electrolítico, para garantizar el correcto funcionamiento nervioso y muscular (Asaduroglu, 2011).
Su consumo se encuentra relacionado con la disminución de síntomas durante la menopausia y su déficit se ha vinculado con síntomas emocionales intensos, como depresión, angustia e irritabilidad (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Puede hallarse en alimentos como carnes, huevos, lácteos, cereales integrales, levadura seca, legumbres, frutos secos, entre otros.
Su recomendación es de 1.3 mg/día para mujeres de 19 a 50 años y 1.5 mg/día para mujeres de más de 50 años (de la Fuente & Carrasco, 2011).
· Vitamina B9 o Ácido fólico: asociada con la funcionalidad de la médula ósea y favorece la recuperación celular. La deficiencia de esta vitamina ha sido relacionada con insomnio, fatiga y pérdida de apetito.
Se encuentra en alimentos tales como vísceras, carnes, huevos y vegetales, principalmente y su recomendación es de 400 mcg diarios (de la Fuente & Carrasco, 2011).
· Vitamina B12 o Cobalamina: imprescindible para el funcionamiento del sistema nervioso y el sistema digestivo, así como para la producción de glóbulos rojos y médula ósea. Además, se encuentra involucrada en la metabolización de macronutrientes.
En relación a la menopausia, transforma la homocisteína (molécula inflamatoria promotorade afectaciones degenerativas, como las enfermedades óseas) en metionina, aminoácido antioxidante y desintoxicante.
Con el envejecimiento, la capacidad de extraer esta vitamina de los alimentos disminuye, por lo que son comunes las deficiencias, lo cual puede promover la degeneración cognitiva, con pérdida de memoria y concentración, así como con fatiga y debilidad y mayor probabilidad de desarrollar ECV. 
Los alimentos fuente de esta vitamina son carnes, huevos, lácteos y vísceras, principalmente, por lo que aquellas mujeres que son veganas, antes y luego de la menopausia deben asesorarse para incluir esta vitamina mediante suplementos nutricionales o alimentos fortificados. A su vez, la vitamina C puede disminuir la absorción de la vitamina B12, por lo que se recomienda consumir alimentos fuente de estas vitaminas distanciadas. Las recomendaciones de esta vitamina se sitúan en 2,4 mcg diarios (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Vitamina C: vital para el mantenimiento del colágeno, proteína relacionada con el tejido conectivo del organismo. Sus necesidades se encuentran incrementadas con la edad, debido a los requerimientos de regeneración de colágeno. 
Durante la menopausia, al encontrarse reducidos los estrógenos, se observan mayores arrugas en la piel y menor densidad ósea, por lo que el rol de esta vitamina resulta primordial durante este período, debido a sus virtudes antioxidantes y como promotora de la formación y protección del tejido óseo. También colabora en la absorción de hierro alimentario en el organismo y como el organismo no puede elaborarla, conforma un nutriente esencial, que debe incorporarse a través de la dieta. Se puede hallar en alimentos de origen vegetal, como frutas y verduras de hoja. Se recomienda una ingesta de vitamina C de 60 mg diarios (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Vitamina A: involucrada en el desarrollo y recuperación de tejidos, como huesos, dientes y sangre. También estimula el sistema inmunitario, incrementando la actividad de anticuerpos y células de defensa.
En la alimentación la podemos hallar de dos maneras: preformada, en alimentos de origen animal (carnes, huevos, lácteos, entre otros) y como provitamina, en alimentos de origen vegetal, cuya forma más conocida es el Betacaroteno (frutas y vegetales de la gama de color amarillo, naranja y rojo, principalmente).
Sus requerimientos rondan los 800 mg diarios (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Vitamina E: conforma un potente antioxidante ante actividades de oxidación celular. Su función es fundamental para la elaboración de glóbulos rojos y colabora en la utilización de vitamina K. Se encuentra involucrada en procesos de dilatación arterial, para evitar procesos de coagulación o trombosis.
Es posible hallarla en alimentos de origen vegetal, como aceites, frutos secos, semillas y vegetales de hojas verdes, entre otros y sus requerimientos son de 12 mg por día (de la Fuente & Carrasco, 2011).
Omega 3: ácido graso de tipo insaturado, el cual es considerado esencial para el organismo y solo puede ser provisto a través de los alimentos (Jenkins y Josse, 2008). Nutricionalmente, se ha demostrado que este tipo de grasas, optimiza el perfil lipídico en el organismo, regulariza la presión sanguínea, mejora la elasticidad del tejido endotelial y previene afecciones cardiovasculares (Jones y Bartlett, 2007).
Fibra: imprescindible para la salud intestinal, así como para la prevención de ECNT, principalmente diabetes tipo II, ECV, obesidad, cáncer, entre otros (Mora y Conde, 2010).
Fitoestrógenos e isoflavonas: aquí ocupa un papel protagónico la soja, alimento ampliamente estudiado por sus altas concentraciones de estos compuestos bioactivos, los cuales han sido asociados con posibles efectos similares a los estrógenos hormonales en cuanto a la disminución de síntomas durante la menopausia. Sin embargo, su papel continúa en estudio (Schinca y Marques-Lopes, 2012; SEGO, 2019; Asociación Española para el Estudio de la Menopausia [AEEM], 2019)
A su vez, esta leguminosa posee una importante proporción de proteínas (alrededor de 40 g cada 100 g de soja), así como grasas (aproximadamente 20 g cada 100 g de legumbre). Además, es rica en fibra, vitaminas del grupo B y omega-3.
Se han llevado a cabo diferentes estudios que han analizado el efecto de estos compuestos en mujeres de edad menopáusica y se ha llegado a la conclusión que estos componentes disminuyen las alteraciones comunes de esta etapa, principalmente los síntomas vasomotores, la resorción ósea y las probabilidades de desarrollar ECNT. Sin embargo, para que los beneficios de la soja puedan aprovecharse completamente en este período, se recomienda la incorporación de esta legumbre desde edades tempranas (de la Fuente & Carrasco, 2011).
2.7. Principales estudios científicos sobre la posible influencia de la actividad física y la nutrición en la Menopausia
La evidencia de los últimos años ha confirmado la existencia de una relación estrecha entre la realización de actividad física y una adecuada nutrición en la disminución de sintomatología relacionada con la menopausia, así como la prevención de patologías asociadas con dicho ciclo vital.
Existen investigaciones que afirman que la realización de actividad física, al menos 1 hora por día de intensidad moderada, ha sido asociada con menor aparición de síntomas vasomotores, así como con una mayor ingesta de nutrientes críticos y alimentos funcionales, como por ejemplo proteínas, ácidos grasos insaturados, fibra, magnesio, zinc, potasio, vitaminas del complejo B y vitamina E, asociado con un mejor estado de salud a nivel general, principalmente en cuanto al mantenimiento del peso corporal normal y la prevención de otras ECNT, como obesidad y el desarrollo de síndrome metabólico, principalmente vinculado con una mejor sensibilidad a la insulina como mecanismo de acción. Asimismo se ha vinculado el consumo de alimentos enriquecidos en vitaminas y minerales, con una mayor ingesta de hidratos de carbono complejos, fibra y proteínas (Lopez, 2013; Huang y Liu, 2014; American Diabetes Association, 2015; Pínzon y Celemin, 2015; Rico, Santano, Cobos, Sánchez, Gil y Calderón, 2017; Úbeda, Basagoti, Alonso-Aperte y Varela-Moreiras, 2017) y en forma opuesta, la inactividad física y el sedentarismo en esta población se ha relacionado con menor consumo de fibra y alimentos con antioxidantes, así como con un alto consumo de grasas saturadas y alimentos azucarados, patrón relacionado con mayores procesos inflamatorios y ECNT (Ribeiro, Alves, Lima & Oliveira, 2015).
Sayón-Orea (2015) y Papavagelis (2018) manifiestan que la dieta mediterránea conforma un patrón alimentario de excelencia para las mujeres menopáusicas, debido a sus componentes alimentarios, los cuales se encuentran asociados con la prevención de ECNT, así como con la reducción de síntomas asociados a la menopausia y el desarrollo de otras afectaciones comunes en esta etapa. Esta alimentación se caracteriza por un consumo alto de alimentos de origen vegetal, ricos en fibras, hidratos de carbono complejos y ácidos grasos insaturados y limitado consumo de grasas saturadas y productos azucarados.
Por otra parte, un reciente meta análisis publicado en la revista Menopause ha manifestado que la suplementación con isoflavonas y fitoestrógenos conduce a la reducción de la periodicidad e intensidad de síntomas vasomotores, así como a una mejor calidad de vida en cuanto a la disminución de enfermedades óseas y salud coronaria. Sin embargo, no existe una recomendación de ingesta diaria de estos componentes bioactivos así como tampoco umbrales asociados con daños o efectos colaterales por su alta ingesta, por lo que los autores recomiendan incorporar estos elementos en la dieta diaria como otra herramienta de tratamiento para reducir malestares típicos de la menopausia. Del mismo modo, algunas sociedades y organismos científicos, tales como la SEGO y la AEEM, recomiendan la inclusión a la alimentación diaria de alimentos con soja y sus derivados, como estrategia de tratamiento que puedemejorar la sintomatología usual de esta etapa (Taku, Melby & Kurzer, 2010; Li, Liu & Bai, 2010; Schinca y Marques-Lopes, 2012; Taku, Melby, Kronenberg, Kurzer & Messina, 2012).
Asimismo, Salazar (2012) manifiesta en su trabajo que 48% de mujeres menopáusicas que formaron parte de su trabajo refirieron realizar actividades físicas aeróbicas y con pesas, lo cual determinó menor incidencia en ECNT, principalmente ECV y aparición de osteoporosis, contrariamente a lo hallado en los trabajos de López-Alegría y Soarez (2011), Khalfa et al., (2015) y Carvalho et al., (2018) quienes determinaron que las mujeres menopáusicas que refirieron ser sedentarias demostraron mayor peso corporal, IMC y CC, así como manifestaron mayor frecuencia de síntomas asociados, principalmente fatiga, sofocones y dolores óseos, en relación con las mujeres que refirieron ser físicamente activas.
Por otro lado, Gwendoline (2017) determinó en su trabajo que la realización de actividad física de tipo aeróbica mejoró notablemente la calidad de vida de mujeres menopáusicas, con una disminución marcada de riesgo cardiovascular, concentraciones de colesterolemia y lipoproteínas LDL, así como los valores de presión arterial sistólica y diastólica y el peso corporal, concluyendo que la actividad física posee un efecto positivo estrecho en relación a la reducción de ECV y optimización de calidad de vida en esta población. Asimismo, Mansikkamäki et al., (2012) y Bailey (2016) comprobaron que mujeres menopáusicas sedentarias, que realizaron un tratamiento con incorporación de actividad física aeróbica semanal, refirieron haber reducido los episodios de sudoraciones intensas así como los sofocones diurnos y nocturnos. De igual modo, los estudios que analizaron la relación de la actividad física y los síntomas emocionales en mujeres menopáusicas, demostraron que los mismos disminuyeron, principalmente la ansiedad, la depresión, el estrés y la angustia y mejoraron aquellos relacionados con el autoestima y la vitalidad (Villaverde et al., 2012; Kim, Cho, Ahn, Yim & Park, 2014; Bernard et al., 2015; Jorge et al., 2016; Dąbrowska, Dąbrowska-Galas, Rutkowska & Michalsk, 2016; Hu et al., 2017). 
Debido a ello, son múltiples los autores que recomiendan como terapia en el período menopáusico, la realización de cambios en el patrón alimentario, así como la incorporación de actividad física en forma regular para mejorar la sintomatología asociada con este período de la vida, así como normalizar las medidas antropométricas y prevenir la aparición de otras afectaciones (Mendes et al., 2012; Colpani, Oppermann, & Spritzer, 2013; Jouyandeh et al., 2013; Azambuja, Farinha, Rossi, Spohr & Santos, 2015; Cancico, 2019). 
En consecuencia a todo lo expuesto, es posible determinar una relación directa entre la realización de actividad física y la optimización de la nutrición y alimentación con disminución de sintomatología, afecciones relacionadas y mejor calidad de vida en mujeres en etapa menopáusica.
3. Objetivos
3.1. Objetivo general
· Comprobar si la realización de actividad física y una buena nutrición se relacionan con la prevención de patologías asociadas en la etapa de la menopausia. 
3.2. Objetivos específicos
· Determinar qué tipo de actividad física se vincula con mayores beneficios en la prevención de afecciones en mujeres durante la etapa menopáusica.
· Establecer las recomendaciones de actividad física para prevenir afecciones en mujeres menopáusicas.
· Determinar qué características alimentarias y nutricionales ofrecen mayores beneficios en cuanto a prevención de patologías en la menopausia.
· Identificar la existencia de alimentos y nutrientes críticos en esta etapa que colaboren en la prevención de patologías.
4. Método
El estudio consiste en una revisión bibliográfica de la literatura científica disponible, fundamentalmente de los últimos diez años (2010-2020) sobre los beneficios de la actividad física y la nutrición en mujeres durante la menopausia, centrándonos en revisiones sistemáticas y a su vez, se incluyeron revisiones bibliográficas similares al presente trabajo, con los cuales se hizo posible contrastar la información aquí hallada.
4.1 Palabras clave
Las palabras clave o descriptores empleadas para llevar a cabo la búsqueda bibliográfica se detallan a continuación:
	Tabla 2. Palabras claves.
	
	Inglés
	Castellano
	“physical activity”
	“actividad física”
	“nutrition”
“alimentation”
“woman”
“women”
	“nutrición”
“alimentación”
“mujer”
“mujeres”
	“premenopause”
	"premenopausia"
	“menopause”
“posmenopause”
	"menopausia"
“posmenopausia”
Fuente: elaboración propia
4.2 Bases de datos
Para la realización de este trabajo se llevó a cabo una extensa búsqueda en las siguientes bases de datos: PubMed y la Biblioteca Virtual de la universidad de Isabel I, a través de la cual se ha tenido acceso a las siguientes bases de datos: Academic Search Complete, Academic Search Index, MEDLINE, Complementary Index, Directory of Open Access Journals, Science Citation Index, Sportdiscus, Scopus, Scielo, Research Starters, Business Source Index y TDX.
4.3 Estrategia de búsqueda
La revisión bibliográfica fue realizada entre Marzo y Abril del año 2020.
Se conformaron tres frases de búsqueda empleando los operadores booleanos AND, para la obtención de todos los resultados específicos independientemente del orden y de su posición relativa, ya que es un booleano de presencia y OR, operador de alternativas, con el que es posible hallar asociaciones entre palabras o sinónimos en la búsqueda, las cuales fueron las siguientes: 
1) En inglés: (physical activity) y en castellano: (actividad física).
2) En inglés: (nutrition OR alimentation) y en castellano: (nutrición O alimentación).
3) En inglés: (physical activity) AND (nutrition OR alimentation) AND (women OR female OR woman OR females) AND (menopause OR premenopause OR posmenopause).
· En español: (actividad física) Y (nutrición O alimentación) Y (mujeres O mujer O mujer O mujeres) Y (menopausia O premenopausia O posmenopausia).
A continuación se refleja el número de publicaciones encontradas en cada una de las bases de datos:
· PubMed: 52
· Academic Search Complete: 131
· Academic Search Index: 130
· MEDLINE: 80
· Complementary Index: 47
· Sportdiscus: 17
· Directory of Open Access Journals: 16
· Science Citation Index: 11
· Scopus: 7
· Research Starters: 4
· Business Source Index: 3
· Sielo: 3
· TDX: 1
4.4 Criterios de inclusión y exclusión 
Tabla 3. Criterios de inclusión y exclusión de la selección de artículos
	
Inclusión
	Exclusión
	Fecha de publicación a partir del año 2010 en adelante.
Artículos “Free Full Text” o texto completo.
Artículos en idiomas inglés y español.
Estudios realizados en mujeres en etapa menopáusica.
Estudios que investigaron los efectos de la actividad física y la nutrición en mujeres menopáusicas.
	Fecha de publicación anterior al año 2010.
Artículos sin condición “Free Full Text” o texto completo.
Artículos en otros idiomas, diferentes al inglés y español.
Estudios realizados en grupos etarios diferentes al estudiado en este TFG.
Estudios realizados en mujeres con otros cuadros, diferentes a la menopausia.
Estudios que investigaron otros temas diferentes a la de los efectos de la actividad física y la nutrición en mujeres menopáusicas
Fuente: elaboración propia
4.5 Diagrama de flujo
Se elaboró un Diagrama de Flujo o Flow Chart para esquematizar el proceso de elección de los artículos seleccionados y de los excluidos y se presenta a continuación, en la Figura 3.
Figura 3. Diagrama de flujo del proceso de búsqueda y selección de artículos del presente TFG.
5. Resultados
Una vez que los artículos estuvieron seleccionados, se llevó a cabo el análisis y lectura profunda y crítica de cada uno, extrayendo de ese modo la información más relevante para la elaboración del presente proyecto, a través de la realización de una ficha resumen con la información más importante de cada artículo, los cualesse detallan a continuación: 
Tabla 4. Resultados obtenidos acerca de la realización de actividad física y su relación con la menopausia.
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Aparicio et al., 2017
Dabrowska et al., 2016
	77 191 mujeres perimenopáusicas de edad promedio de 52.6 ± 4.5 años.
80 mujeres de 40-65 años.
 
	AF fue evaluada por el acelerómetro y se utilizó el índice de Blatt-Kupper para evaluar la sintomatología en el grupo de intervención, el cual realizó actividad física aeróbica moderada 3 veces en la semana. 
Aleatorizadas en 3 veces por semana, 60 minutos de ejercicios de calentamiento, caminatas, estiramientos, fortalecimiento y enfriamiento y grupo control. Duración: 12 semanas.
	Disminución de síntomas emocionales (nervios, fatiga, depresión).
Reducción de artralgia.
No se halló asociación con síntomas vasomotores.
Mejor calidad de vida.
Mayor vitalidad y mejor salud mental.
Tabla 4. (Continuación). Resultados obtenidos acerca de la realización de actividad física y su relación con la menopausia
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Diniz et al., 2015
Diniz et al., 2017
	77 62 mujeres menopáusicas (61,2 ± 7,6 años).
38 mujeres menopáusicas (60 ± 6,5 años).
	AF fue evaluada por el acelerómetro. La muestra se dividió en dos grupos según su práctica semanal de AF moderada-vigorosa: físicamente activo (≥150 minutos) e insuficientemente activo (<150 minutos).
La muestra se dividió en dos grupos: entrenamiento combinado de fuerza y aeróbica y grupo control durante 16 semanas. 
La absorciometría de rayos X estimó la grasa corporal y masa magra total. Se evaluó el perfil metabólico: triacilglicerol y lipoproteínas.
	El grupo físicamente activo demostró mayor incremento de masa magra corporal total. 
Disminución de síntomas vasomotores y depresión.
Disminución de masa grasa y concentración de Triglicéridos.
Incremento de masa magra y concentracion de lipoproteínas HDL.
Tabla 4. (Continuación). Resultados obtenidos acerca de la realización de actividad física y su relación con la menopausia
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Felipe et al., 2020
Sternfeld et al., 2014
	102 mujeres, de 50 a 79 años, posmenopáusicas. 
248 mujeres posmenopáusicas.
 
	La AF se midió mediante acelerómetro. La calidad de vida se evaluó utilizando una versión brasileña validada del cuestionario SF-36. La muestra se dividió en tres grupos: AF ligera, moderada y moderada + vigorosa (en forma semanal).
Aleatorizadas en dos grupos. La intervención de ejercicio consistió en un entrenamiento aeróbico individual tres veces por semana durante 12 semanas y grupo control.
	La actividad física ligera y moderada fueron las que se asociaron más significativamente con mejor calidad de vida (salud mental y menores dolores articulares).
Disminución de síntomas vasomotores, insomnio y depresión. Mejor calidad de sueño.
Tabla 4. (Continuación). Resultados obtenidos acerca de la realización de actividad física y su relación con la menopausia
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Van Gemert et al., 2015
Waller et al., 2017
	77 189 mujeres sanas, inactivas y posmenopáusicas entre 50-69 años, con IMC >25 kg/m2.
87 mujeres posmenopáusicas.
	En forma aleatoria, fueron asignadas a una intervención de ejercicio aeróbico y de fuerza (150 min /semana) o un grupo de control. Duración: 1 año
Las participantes fueron aleatorizadas en dos grupos: de intervención con sesiones de entrenamiento de resistencia acuática durante 4 meses y grupo control. Duración 12 meses
	Reducción de peso, IMC y grasa corporal.
Reducción de masa grasa.
Mayor resistencia a la actividad física, principalmente para caminatas.
 
Tabla 5. Resultados obtenidos acerca de la nutrición y su relación con la menopausia.
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Brahe et al., 2015
Bajerska et al., 2018
Dostal et al., 2016
	77 58 mujeres con IMC>30 kg/m2 posmenopáusicas.
44 mujeres posmenopáusicas con IMC aumentado.
237 mujeres posmenopáusicas sanas.
	Aleatorizadas a una intervención con una ingesta diaria de L. paracasei, mucílago de linaza (10 g) o grupo control. Duración: 6 semanas.
Aleatorizadas en dos grupos: dieta mediterránea moderada en grasas o dieta centroeuropea (moderada en carbohidratos y alta en fibra). Duración: 16 semanas.
Aleatorizadas a grupo de intervención mediante la ingesta de té verde descafeinado (1315 mg de catequinas totales/día) o un placebo. Duración: 12 meses
	Ambas intervenciones demostraron mejorar la sensibilidad a la insulina, menor IR y optimización del peso de las mujeres que fueron intervenidas.
La ingesta de grasas monoinsaturadas, fibra y carbohidratos complejos se asociaron con reducción de peso, CC y grasa corporal.
Se asoció la ingesta de catequinas con reducción de peso corporal, IMC y CC, pero no se asoció con optimización de las concentraciones hormonales.
Tabla 5. (Continuación). Resultados obtenidos acerca de la nutrición y su relación con la menopausia
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Ilich et al., 2019
König et al., 2018
Lappe et al., 2013
	135 mujeres caucásicas con IMC aumentado y posmenopáusicas.
131 mujeres posmenopáusicas osteopénicas.
70 mujeres posmenopáusicas.
	Fueron reclutadas para un estudio de pérdida de peso con restricción de energía con productos lácteos bajos en grasa o Ca + vitamina D suplementados o grupo control. Duración: 6 meses.
Aleatorizadas para la administración oral diaria de 12 g de péptido de colágeno y grupo control.
Aleatorizados para recibir diariamente genisteína (30 mg / día), vitamina D3, vitamina K1 y ácidos grasos poliinsaturados (1 g de ácidos grasos poliinsaturados. Duración: 6 meses
	El grupo que consumió lácteos demostró mayor reducción de peso, IMC y grasa corporal, mientras que el grupo que recibió la suplementación preservó más la DMO.
Aumento significativo de la DMO de fémur y columna vertebral. Mayor formación ósea y menor resorción.
Mantenimiento de DMO y disminución de eventos adversos (osteoporosis y fracturas). 
Tabla 5. (Continuación). Resultados obtenidos acerca de la nutrición y su relación con la menopausia
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Morales-Fernández et al., 2016
Nhung et al., 2016
Pearce y Tremellen, 2016
	96 mujeres posmenopáusicas (de 46 a 79 años) de IMC aumentado.
60 mujeres vietnamitas posmenopáusicas (45-65 años).
1146 mujeres premenopáusicas.
	Se proporcionó a cada participante un programa de intervención personalizado: estilo de vida saludable con dieta mediterránea. Después de tres meses, los parámetros fueron reevaluados.
Aleatorizadas en intervención y placebo. A los sujetos del grupo intervención se les asignó una ingesta diaria de 6 cápsulas que contenían 50 mg de salvado de arroz germinado. Duración: 6 meses.
Las mujeres fueron evaluadas en cuanto a sus hábitos alimentarios mediante un cuestionario de frecuencia de alimentos auto informado
durante 12 años.
	
Mejor perfil lipídico.
Disminución de sobrepeso y obesidad.
Disminución de lipoproteínas LDL, factor de necrosis tumoral (TNF), riesgo de ECV y otras afecciones.
El consumo de antioxidantes se asoció con retraso de la menopausia y reducción de síntomas en forma significativa.
Tabla 5. (Continuación). Resultados obtenidos acerca de la nutrición y su relación con la menopausia
	Autor y año
	
Muestra
	Protocolo
	Principales resultados
	Rathnayakel, Roopasingam y Dibley, 2014
Seimon et al., 2019
Shen et al., 2018
	100 mujeres premenopáusicas entre 30 y 45 años de sectores urbano y rural.
101 mujeres posmenopáusicas

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