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Revista Mosaico, v.3, n.2, p.151-168, jul./dez. 2010 143 EL ESTADO-NACIÓN Y LAS LITERATURAS NACIONALES: SUS PRONTERAS Y LÍMITES* Horst Nitschack** D o ss iê Resumo: as emergentes Literaturas nacionais contribuíram, durante o processo de formação dos estados-nações europeus, para a criação de um espaço público. Este era indispensável para a integração de diferentes atores e comunidades culturais dentro de suas fronteiras, como também para o diálogo com outros Estados-nações. No entanto, a consolidação da instituição da “literatura nacional” se tornou um instrumento de exclusão e separação dentro e fora. Palavras-chave: Literaturas nacionais europeias. Espaço público. Exclusão. Inclusão. THE NATION STATE AND NATIONAL LITERATURE: BORDERS AND BOUNDARIES Abstract: during the formation of the European nation-states, emerging national literatures contributed towards creating a public space. This was vital for the integration of the differ- ent agents and cultural communities within their borders, but also for dialogue with other nation-states. However, the consolidation of the institution of ‘national literature’ became an instrument of exclusion and separation both inside and outside. Keywords: European national literatures. Public space. Exclusion. Inclusion. A pesar de que la idea de globalización entraña de manera aguzada la imagen de la transgresión de lo nacional, probablemente contamos con pocos momentos históricos en los que se hayan creado tantas nuevas fronteras nacionales como en la última década, cierto, principalmente, si miramos al mapa europeo. Menciono esta paradoja para tomarla como punto de partida de algunas reflexiones que quisiera exponer hoy con respecto a la relación entre estados nacionales y culturas nacionales, o, dicho de manera más precisa, entre estados nacionales y literaturas nacionales. A partir de este marco general, me acercaré a la cuestión de las relaciones entre literaturas nacionales y sus límites y fronteras, discutiéndolas observaciones sobre la situación de las literaturas latinoamericanas. El concepto de literaturas nacionales surgió junto con la idea de estado nacional en el trans- curso del siglo XVIII y fue uno de los resultados y consecuencias del pensamiento ilustrado. En este Revista Mosaico, v.3, n.2, p.151-168, jul./dez. 2010 144 contexto, como sabemos, la formación de estados nacionales apareció como el prerrequisito para la introducción de la República y de una organización democrática de la sociedad. Al mismo tiempo, el concepto de literatura nacional se constituyó como un apoyo ideológico importante para las burguesías europeas en el proceso de su liberación de la aristocracia y de la iglesia. Así, la identidad entre estado nacional y cultura nacional fue tomada por obvia. Esta identidad implicó que todo territorio que se distinguía por una cultura declarada como cultura nacional debería ser integrada dentro de los límites del estado nacional y, viceversa, todo territorio ocupado por el estado nacional debería pertenecer a una cultura considerada nacional. Las fronteras del estado se transformaron, de esta manera, casi automáticamente, en fronteras culturales. La primera tarea, tarea primordial de la literatura nacional, fue unificar la diversidad cultural, étnica y social dentro de las fronteras nacionales, ayudando así a presentar a ésta como una unidad. La segunda tarea consistió en marcar nítidamente las diferencias con respecto a las otras culturas na- cionales, especialmente las vecinas. Sin embargo, vale la pena recalcar, que no se trataba solamente de sustancializar como diferencias ciertos rasgos sino diferentes sí diferenciables que se toparon en los límites establecidos por los estados nacionales, confirmando de esta manera las fronteras. Se trataba, más allá de lo anterior, que estas diferencias debían ser significadas y semantizadas. Ahora bien, no es difícil imaginar que tales tareas – garantizar su unidad interna y marcar las diferencias con los otros estados nacionales – debían producir conflictos y tensiones entre los intereses de la propia literatura nacional y los del respectivo estado nacional. Veamos lo relativo a la primera tarea mencionada, la de unificación interna. El estado nacional, a pesar de su necesidad de legitimarse culturalmente, no ha representado ni hacia dentro ni hacia afuera de manera automática los intereses culturales de los diversos grupos que forman la nación, sino que normalmente ha representado los intereses políticos y económicos del grupo dominante del estado- nación. Los intereses de estos grupos raramente coinciden con los ‘intereses culturales’ propios de una literatura nacional, de los cuales uno de los más importantes es el de formar y defender el espacio público. Un prerrequisito de su propio desarrollo. Es este espacio público, el que garantiza la posibilidad de un diálogo entre los diversos grupos dentro del territorio nacional. En él se expresan las opiniones, convicciones y tradiciones más distintas, y éste debe ser protegido contra cualquier limitación o censura. Sabemos por la historia, cuántas veces la manutención del espacio público entró en choque con los intereses del estado nacional. Pero sabemos también que una literatura que renuncia a defender este espacio público traiciona sus propios fundamentos. Solamente en la medida en que la literatura reacciona a las voces múltiples que se articulan en el espacio público, solamente en la medida en la cual ella se relaciona a estas voces múltiples con la variedad de sus discursos literarios, en prosa o poesía, comedia, sátira o drama, solamente cuando ella anima a todos grupos de la sociedad a manifestarse en este espacio, solamente en este momento ella se confirma a sí misma como literatura. Frecuentemente en el pasado las literaturas nacionales no cumplieron con esta tarea de garantizar el espacio público y se perjudicaron, de este modo, a sí mismas Lo mismo vale para su segunda tarea: marcar las fronteras con las otras culturas y literaturas nacionales. En este contexto no se produjeron tensiones y conflictos menos dramáticos entre literatu- ras nacionales y el estado nacional como en el caso de la preservación y defensa del espacio público. También en este caso la literatura se encontró desafiada en un área elemental de su derecho a ser. Un desafío, no obstante, al que con frecuencia la respuesta fue también la connivencia con las orientaciones marcadas por los estados nacionales. Las fronteras marcan diferencias. Sin embargo, es evidente que las fronteras pueden ser instaladas en cualquier parte y, consecuentemente, que las diferencias se dejan estipular arbitrariamente. Lo que importa es siempre la semantización de la diferencia con el otro, con lo ajeno, con el más allá de las fronteras. Esta semantización o significación de la diferencia es un acto cultural de primer orden que lleva consigo las consecuencias políticas más decisivas. Así, cualquier colonialismo ha dependido del hecho de que el otro fue culturalmente definido como un ser a ser colonizado. No es vano recordar en este punto, y para subrayar el ángulo de la connivencia entre estado nación y literatura, no es vano recordar, decía, que a partir del momento en que como consecuencia de la secularización la religión cristiana perdió la legitimidad para discriminar entre civilizados y no civilizados, las literaturas nacionales se encargaron de esta tarea. No hay duda que a partir de un cierto momento, estas literaturas nacionales Revista Mosaico, v.3, n.2, p.151-168, jul./dez. 2010 145 europeas asumieron – salvo pocas excepciones – con gran agrado esta función. Contribuyeron con sus semantizaciones de las diferencias a fortalecer tendencias chauvinistas entre las naciones europeas y comportamientos de colonizadores hacia las etnias de otros continentes. No se articularon muchas voces que criticaron tales actitudes y si lo hicieron corrieron el riesgo de encontrarse excluidasdel canon de literatura nacional. La tarea de la semantización de las diferencias debía ser complementada por la semantización de la propia frontera. A pesar de que las fronteras son construcciones, ellas no son completamente arbitrarias. Se utilizan marcas geográficas, eventos históricos o diferencias étnicas para construir con ellos fronteras, es decir, para significarlos como fronteras. Si el Rin es un río alemán o una frontera alemana, si la Cordillera forma la frontera entre dos países como es el caso entre Chile y Argentina o es la columna vertebral de un país, como en el caso del Perú y de Ecuador, no depende de los hechos naturales sino de circunstancias de poder y del pasado histórico-político y de la semantización cultural a la cual estos hechos fueron sometidos. A pesar de que esta semantización cultural depende mucho de las constelaciones de poder, ella, no obstante, dispone de una potencialidad extraordinaria que consiste en su contribución a la permeabilidad de las fronteras políticas y económicas. Las fronteras culturales nunca son tan herméticas como las fronteras políticas o económicas, porque nunca se dejan definir tan rigurosamente como las últimas. Así las artes, y entre ellas la literatura, pueden convertirse en un medio privilegiado para facilitar el tránsito fronterizo entre diferentes culturas nacionales. Ellas posibilitan un flujo cultural a través de recepciones, adaptaciones, transformaciones, traducciones y otras actividades culturales que establecen lazos entre culturas nacionales diferentes. Fronteras culturales – o mejor espacios fronterizos entre las culturas – tienen un carácter muy distinto de las fronteras estatales. Son espacios en los cuales se producen las diferencias y donde éstas son susceptibles de ser experimentadas como desafío o amenaza, como estímulo para la creatividad o como material de adaptación o transformación. Estas regiones fronterizas obedecen a una historia de larga duración, no como las fronteras estatales que están mucho más sometidas a modificaciones a corto plazo. Estas regiones fronterizas culturales al mismo tiempo que evidencian un sólido sustrato, revelan una mayor permeabilidad y menor hermetismo que las fronteras estatales, estas últimas más recientes y con menor consistencia histórica. Esta aparente paradoja, entre solidez y permeabilidad se resuelve en la medida en que se considere que este sustrato en las regiones fronterizas culturales ha sido él mismo constituido por medio de prácticas sociales de intercambio, adaptación y de trans- formaciones. Si el poder estatal las controla y les quita su permeabilidad destruye su potencialidad creativa, resultado del hecho de que en estas regiones lo diferente produce controversias y entra en un ‘différand’ (Lyotard). Las controversias culturales solamente producen conflictos violentos, si instituciones que dispo- nen de poder los cargan políticamente. Fronteras lingüísticas, por ejemplo, se convierten solamente en zonas de conflicto si agentes poderosos con intenciones políticas las funcionalizan para sus intereses. El ejemplo de Suiza, de un lado, y el de la rivalidad entre Francia y Alemania hasta el final de la Segunda Guerra, del otro, lo muestran claramente. La historia alemana ofrece también un buen ejemplo para la fragilidad de las fronteras estatales en comparación con fronteras culturales: la división del imperio alemán en un sinnúmero de estados pequeños no tuvo consecuencias negativas para el desarrollo de la cultura alemana que experimentaba precisamente en está época un auge creativo. La formación de fronteras políticas y económicas no produce necesariamente fronteras cultu- rales que se reflejen en la historia literaria. Es sólo en el transcurso del siglo XIX que se produce la identificación entre cultura y nación. No queda ninguna duda de quién estaba interesado en una tal identificación: los estados nacionales. En el camino de obtener esta identificación, y en vista de su propia fragilidad, ellos descubrieron rápidamente el valor del apoyo que significaba la literatura para producir una identidad nacional entre sus ciudadanos. Los estados nacionales recién nacidos tenían que equiparse con una historia, necesitaban mitos y héroes, tenían que presentarse como el resultado necesario de la historia universal. El material y las estrategias de argumentación se encontraron en la literatura. Y la literatura, transformada en literatura nacional, se sintió tan adulada por poder asumir una tarea tan importante y por encontrase equipada por el estado con academias y bibliotecas, que se olvidó fácilmente de sus obligaciones más honrosas que eran proteger y estimular el espacio público dentro de la nación e intensificar el intercambio fronterizo con las otras naciones. Revista Mosaico, v.3, n.2, p.151-168, jul./dez. 2010 146 Ahora bien, encontramos el caso contrario en el mismo ámbito de la falta de coincidencia entre estados nacionales y fronteras regionales culturales. Ya no el del surgimiento de una multitud de es- tados que deja incólume la unidad cultural regional, sino al contrario, la existencia de un estado que contiene en su interior diferentes fronteras regionales culturales. Se trata, en la historia de la región de lengua alemana, de la monarquía austro-húngara. Aquí las cosas parecen más complicadas: mientras unos citan este estado multiétnico como ejemplo de creatividad cultural y se refieren a autores como Joseph Roth, Hofmannsthal, Musil, Rilke y por supuesto también Kafka, Canetti y Celan, es decir todos autores de lengua alemana, otros nos recuerdan que los húngaros, checos, eslavos, serbios, croatas y otros solicitaron su propio estado nacional como espacio donde cultivar su propia cultura. A pesar de algunas excepciones se produjo en el transcurso del siglo XIX en Europa una lógica fatal: cultura existe casi exclusivamente como cultura nacional y, en consecuencia, se necesita un estado nacional para el libre desarrollo de la cultura. Así, la instalación de las fronteras no encuentra solamente una legitimación política sino también cultural. Aún más, los intereses políticos y económicos usan potencialidades culturales – o retomando a Bourdieu – usan el capital cultural para su realización. Esta conexión entre política y cultura tendrá – quiero formularlo como hipótesis – consecuencias fatales para el concepto de la cultura y consecuentemente también para el concepto de literatura na- cional, en relación con el cual todas las tendencias que no se someten a esta idea de literatura nacional corren el riesgo de ser excluidas. Por supuesto esta identidad de las fronteras políticas con las fronteras culturales garantiza una cierta estabilidad a las primeras que aprovechan de la historia de larga duración de las últimas. Las guerras se transforman de pronto en guerras nacionales que ahora encuentran un respaldo en la po- blación que las guerras antes no podían encontrar. No se lucha más por el príncipe, sino por el propio pueblo, por la nación y todo el pasado (imaginario) que ésta incorpora. Del otro lado – para tratar no solamente de la guerra, sino también de la paz – los autores y poetas no son más escritores que escriben en su lengua, francés, español o alemán, sino que ellos se transforman – inclusive retroacti- vamente como en el caso de Shakespeare o de Schiller y Goethe, pero también Montaigne o Voltaire – en autores nacionales. Este proceso que resultó con certeza favorable para la formación de los estados nacionales, que lo fuera también para las literaturas, es por lo menos cuestionable. Uno de los motivos para la duda se afirma en el hecho de que fronteras estatales y fronteras culturales tienen estructuras y funciones no comparables: las fronteras estatales tienen un carácter de limitación y prohibición, – por lo menos las fronteras de los estados nacionales clásicos. Ellas ofre- cen la posibilidad de controlar rígidamente cualquier tránsito fronterizo, tanto de personas comode mercancías. Ellas pueden ser cerradas herméticamente si los estados lo deciden para garantizar su soberanía y establecer su poder. Ellas marcan exactamente los territorios nacionales. Las fronteras culturales por el contrario, no cuentan con límites precisos, ellas fluyen. Muchas veces se trata de transiciones graduales, indefinidas. En la medida en que los estados se esfuerzan para transformar sus fronteras políticas en fronteras culturales tienen que instalarlas artificialmente, estimular divisiones que son consecuencias de decisiones políticas y no de la historia cultural. Las culturas y aun más literaturas nacionales se forman, en el transcurso del siglo XIX, a través de procesos de selección y de exclusión. Una literatura nacional ideal requiere homogeneidad. Las diferencias hacia el interior tienen que ser suprimidas o eliminadas, diferencias hacia el exterior se acen- túan. Las regiones fronterizas culturales tienen que someterse a la lógica del estado y de sus fronteras. Tales procedimientos de exclusión, me parece, pueden ser también percibidos en las historias literarias de las naciones latinoamericanas. En el siglo XIX, las tradiciones precolombinas no resultaban muy útiles – al contrario de las literaturas nacionales europeas, a las que les gustaba referirse al me- dioevo como época de su fundación. Lo mismo vale para la tradiciones orales indígenas. Tradiciones culturales que transgredieron las fronteras nacionales (p.e. las culturas quechua de los Andes o la cultura Guaraní en la región del Brasil y del Paraguay) fueron reprimidas y divididas por fronteras nacionales. No obstante, existen diferencias que me gustaría proponer. A diferencia de la burguesía europea para la cual la cultura era un medio importante para independizarse de la aristocracia y de la iglesia, las oligarquías latinoamericanas no necesitaban tanto de una literatura nacional para la legitimación de su poder. A pesar de que los estados nacionales en América Latina se definieron como repúblicas, Revista Mosaico, v.3, n.2, p.151-168, jul./dez. 2010 147 la formación de un espacio público no fue un proyecto preferencial, muy por el contrario, las oligar- quías nacionales debieron considerarlo como una amenaza. Es una de las razones por las cuales las literaturas nacionales en América Latina en el momento de su surgimiento no desarrollaron un poder integrativo como fue el caso de la primera época de las literaturas europeas. Tampoco resultaba tan necesario marcar las diferencias con las literaturas nacionales vecinas. En el siglo XIX las literaturas nacionales en este continente se encontraban principalmente concentradas en las grandes ciudades, en general en las capitales, de modo que las distancias con las literaturas vecinas fueran marcadas bastante claramente. Hacia afuera la diferencia debía ser marcada ante todo contra las literaturas europeas. Hacia adentro no contra la aristocracia sino contra la barbarie. Contra ella, el espacio nacional debía presentarse como espacio armónico, como un “Edén” sin diferencias internas, hacia fuera protegida por la “blanca montaña majestuosa”, que le “dio por baluarte el señor.”1 Si miramos las literaturas nacionales europeas y su desarrollo desde el siglo XVIII se podría formular la tesis provocadora y al mismo tiempo paradójica: las literaturas nacionales permanecen instituciones creadoras mientras no se encuentran tomadas a cargo por un estado nacional, o en otras palabras, mientras el estado nacional no controla y censura su espacio público. A partir del momento en el cual la literatura se identifica con el estado nacional y se hace cargo de las tareas de in- y exclusión que deben garantizar la unidad de este estado, esta literatura se convierte en una institución restrictiva formando cánones literarios que reproducen y fortalecen fronteras estatales. Cierto es que a partir del momento en que una literatura nacional produce tales efectos, nacen nuevos corrientes y movimientos literarios en el espacio literario nacional – al inicio excluidos de las literaturas nacionales, más tarde en general integrados por ellas – y se forman, transgrediendo las fronteras, redes transnacionales que no respetan las fronteras establecidas por la literatura nacional. Antes de terminar quisiera referirme a un ejemplo para recordarles la red literaria que enlaza las literaturas nacionales chilena y alemana, o mejor dicho de lengua alemana. No se trata de una red que tenga gran importancia para ambas literaturas, pero es un ejemplo de que aún entre países tan lejanos, las historias literarias se cruzan y que exactamente en el momento en que literaturas nacionales como instituciones buscan cerrar fronteras se produce otra dinámica que las transgrede. Parece que en la medida en que las fronteras se hacen impermeables, cada espacio o región cultural produce fuerzas que las hacen de nuevo permeables y producen efectos de trasgresión. Así el proceso de recepción y las influencias, los viajes, las migraciones, el exilio no deben ser considerados como algo secundario a la formación de las literaturas nacionales sino como algo constitutivo y elemental. Así llegamos final- mente a una concepción de literatura nacional que significa un cambio de perspectiva de dimensión copernicana: en el centro no se encuentra más nuestra literatura nacional al rededor de la cual las otras giran – ello corresponde a la ilusión óptica que el sol gira alrededor de la tierra. Se trata de formar un concepto de literatura que parte de la idea de una red de literaturas nacionales en la cual todos están en movimiento sin centro definido. Estas literaturas producen contra los intereses del estado nación sus propias dinámicas que perforan y niegan fronteras siempre cuando haya seres humanos los que en calidad de viajeros y refugiados, perseguidos y aventureros, investigadores y científicos cruzan las fronteras, cruzan las fronteras por necesidad o por placer, por curiosidad o por motivos profesionales. La literatura nacional – en el mejor de los casos – se convierte en una institución – en la cual el ‘capital literario’, que flota a través del mundo, encuentra las condiciones de una realización creadora. Pero retomemos el ejemplo avisado: la red entre las literaturas nacionales chilenas y alemanas. Empecemos con la propia formación del la literatura nacional chilena y el autor que aportó probablemente la contribución más decisiva: Andrés Bello. Ya su biografía es un ejemplo de lo difícil que son las atribuciones nacionales, pues tenemos dos literaturas nacionales que lo reclaman para sí. Pero cuando A. Bello llegó en 1829 a Chile, no estaba llegando de Venezuela, sino de Londres, donde vivió casi 20 años en el exilio. En Londres se encontró con un libro prohibido en 1808 por Napoleón, quien había mandado destruir la primera edición. Este libro fue editado de nuevo en Londres en 1813 por su propia autora. Se trata de De l’Allemagne de Mme de Staël. Es un estudio sobre la literatura y cultura alemana, pero ante de todo – era lo que interesaba a Mme de Staël – sobre una nueva forma de espacio público que había surgido en Alemania, el que rompió con las limitaciones impuestas por la cultura aristocrática, y que – al mismo tiempo – constituía un obstáculo para el imperialismo napoleónico. El libro contiene bastantes errores sobre la historia Revista Mosaico, v.3, n.2, p.151-168, jul./dez. 2010 148 literaria alemana en concreto, sin embargo presenta un concepto impresionante de la importancia de literatura en el proceso de formación de una nación independiente. Andrés Bello publicará partes de la introducción de este libro en su revista La Biblioteca Americana (1823) (presentación y traducción por García del Río). Esta lectura del libro de Mme de Staël no fue olvidada por A. Bello después de su llegada en Santiago. Algunos artículos en El Araucano lo demuestran (NITSCHACK, 2003, p. 135-172). De l’Allemagne de Mme de Stael es un buen ejemplo decómo la literatura transgrede diferentes fronteras: la autora francesa escribe sobre literatura alemana, publica en Londres (forzada por la cen- sura napoleónica) y partes selectas se traducen al español y serán publicadas en la revista que prepara las nuevas literaturas americanas. Permítanme un gran salto temporal para mi segundo ejemplo, un salto a la próxima dictadura incomparablemente más feroz que la napoleónica: me refiero al tiempo del socialismo nacional alemán, el que en el nombre de la cultura nacional quemaba miles de libros antes de dedicarse a quehaceres mucho más terribles. Intelectuales y escritores de lengua alemana fueron expulsados en nombre de la cultura ale- mana de su propio país y buscaron refugio en todas partes del mundo. Algunos también en Santiago de Chile. Es aquí, donde entre 1943 y 1946 dos intelectuales alemanes editarán una de las revistas de exilio más importantes y la distribuyeron en el mundo no ocupado por el fascismo. La revista se lla- maba Deutsche Blätter, ‘Hojas Alemanas’. Publican en esta revista autores que a partir de la dictadura fascista no podían más ser publicados en Alemania: Thomas Mann, Stefan Zweig, Paul Zech y otros (NITSCHACK, 2010). Ustedes adivinarán a dónde nos lleva el próximo salto temporal: a los años del exilio chileno. Lo que escriben cientos de autores en el exterior, en Alemania, entre otros Antonio Skármeta, Roberto Ampuero, Omar Saavedra Santis, es ¿Literatura nacional chilena? ¿Literatura alemana? Cuando años más tarde estos autores regresan a Chile, después de estadías prolongadas en los países los más dife- rentes, ¿continúan escribiendo literatura nacional chilena como antes? (NITSCHACK, 2010, p. 231-40). Las literaturas nacionales, si logran guardar algo de su brillo utópico que les era propio en el momento de su surgimiento – en una Europa anterior de los estados nacionales del siglo XIX – las literaturas nacionales deberíamos imaginárnoslas – en el caso más ventajoso – como grandes espacios de encuentro, donde los sujetos nómades (Rosi Braidotti), que existieron desde siempre, se encuentran con los sujetos sedentarios, (ellos también tienen que hacer parte de nuestras culturas), y donde ambos narran y escriben y encuentran su público y sus lectores. Walter Benjamin describe en su ensayo sobre El Narrador los dos arquetipos de narradores: de un lado el marinero, el viajero, el aventurero. Ellos viven transgrediendo las fronteras espaciales, nos cuentan del mundo más allá de nuestras propias fronteras. Del otro lado, el campesino, el sedentario que guarda las memorias del lugar, el que transgrede las fronteras temporales para retornar al pasado y preservar su memoria. Estos dos arquetipos de narradores constituyen – o deberían constituir – las literaturas nacionales, garantizando que ninguna de estas literaturas se quede aislada de la otra, sino que mantengan un diálogo ininterrumpido, un diálogo que tal vez podría ser descrito como literatura universal (Weltliteratur). Este trabajo con las fronteras es, me parece, una potencialidad del propio medio de la literatura. Es la potencialidad de semantizar y significar las fronteras de modo que las transforme en espacios creativos y contribuya a que las diferencias no sean motivo de amenaza. Una potencialidad que debe ser preservada del riesgo de desaparición, riesgo que aparece, como he argumentado a lo largo de esta presentación, cuando la literatura nacional se deja atrapar prioritariamente por su función de guardiana del estado nacional. Nota 1 Alusión al himno nacional de Chile. Referências NITSCHACK, Horst. Die Rezeption Mme de Staëls in Spanien und Hispanoamerika. In: SCHÖNING, Udo; SEEMANN, Frank (Eds.). Madame de Staël und die Internationalität der europäischen Romantik. Göttingen: Wallstein Verlag, 2003. Revista Mosaico, v.3, n.2, p.151-168, jul./dez. 2010 149 NITSCHACK, Horst. Las ‘Deutsche Blätter’ (Hojas Alemanas) en Chile (1943-1946): una revista alemana del exilio en los márgenes de la historia literaria. Revista Chilena de Literatura, Sección Miscelánea, abr. 2010. Disponível em: <www.revi- staliteratura.uchile.cl>. NITSCHACK, Horst. El sujeto del exilio. In: SANHUEZA, Carlos; PINEDO, Javier (Eds.). La patria interrumpida. Latino- americanos en el exilio. Siglo XVII-XX, LOM-Inst. de Estudios Humanísticos Abate Molina, Santiago, 2010. * Recebido em: 25.06.2010. Aprovado em: 28. 07.2010. ** Coordinador del doctorado en Estudios Latinoamericanos Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad de Chile, Santiago de Chile.
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