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La exploración elemental de estas cualidades senso- riales puede hacerse de modo sencillo. El sentido de la postura se puede evaluar pidiendo al individuo que, man- teniendo los ojos cerrados, reproduzca con una pierna la posición exacta de la pierna contraria. Otra opción es que imite con el dedo índice la postura de esa extremidad infe- rior. El sentido del movimiento puede explorarse median- te movimientos pasivos o activos, valorando el mínimo desplazamiento angular de la articulación apreciado por el sujeto como desviación de ésta. El umbral de desplaza- miento depende de la articulación de que se trate y de la velocidad del movimiento. Es mucho menor en las articu- laciones proximales (hombro, cadera) que en las distales (dedos). En éstas se perciben desplazamientos de menos de 0.3°, mientras que en las primeras el umbral está en alrededor de 1°. La exploración del sentido de resistencia o fuerza puede hacerse valorando el peso de un objeto que se sostiene o levanta, si bien es difícilmente separable de la sensación de presión cutánea, ya que ambas interaccio- nan y se complementan. Es bien conocido que la capaci- dad de valorar el peso de un objeto puesto en la palma de la mano aumenta mucho al sopesarlo moviendo ésta, acción con la que se suma la información sensorial de los receptores cutáneos, estimulados por la presión, y la de los propioceptores descritos a continuación. Propioceptores Las articulaciones están inervadas por diferentes tipos de fibras mecanorreceptoras, que proporcionan informa- ción al SNC sobre los desplazamientos que tienen lugar en las diversas estructuras de la articulación durante los movi- mientos de ésta. Los receptores articulares tipo 1 son los llamados órganos tendinosos de Golgi. Además de su papel en el control de la tensión del músculo durante la contracción (véase Capítulo 6), los órganos tendinosos, localizados en los ligamentos, son receptores de adapta- ción lenta y registran la posición de la articulación, así como, en menor medida, su desplazamiento. Los recepto- res articulares tipo 2 son también mecanorreceptores de adaptación lenta, con la estructura de las terminaciones de Ruffini, y se localizan en la cápsula articular. Son capaces de señalar no sólo la posición de la articulación a través del componente estático (tónico) de su descarga, sino también la velocidad del movimiento, codificada en la descarga fásica del receptor (Fig. 5.13). Finalmente, los receptores articulares tipo 3 son corpúsculos de Paccini, presentes en escasa cantidad en la cápsula articular. Por sus caracterís- ticas de adaptación muy rápida, estos receptores contribu- yen a señalar solamente la presencia de movimientos veloces, con independencia de su dirección e intensidad. Todos estos tipos de receptores poseen fibras mielínicas gruesas (tipo A � o ) y conducen a velocidades altas. Además, las articulaciones están inervadas por abundantes fibras A-� y C. Gran parte de estas fibras, sin embargo, comienzan a disparar solamente con movimientos extre- mos de la articulación (hiperextensiones o hiperflexiones, rotaciones forzadas), por lo que se las considera implica- das en el dolor articular más que en la detección de des- plazamientos articulares inocuos. Los receptores musculares también contribuyen, jun- to con los mecanorreceptores articulares, a generar sensa- ciones de posición y movimiento del cuerpo. El mensaje de los husos musculares, que informa sobre el grado de elongación del músculo para la regulación del tono muscu- lar, es utilizado por el SNC para completar su información sobre el movimiento articular. Éste excita a los husos de los diferentes músculos que se insertan en la articulación, haciéndolos disparar de modo proporcional al desplaza- miento y contribuyendo con ello a la compleja informa- ción sensorial que procesa el SNC para obtener una imagen precisa de la situación espacial de la articulación en cada instante (Fig. 5.13). EL DOLOR La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor ha definido éste como «una sensorial y emocional displa- centera, asociada a un daño tisular real o potencial, o des- crita en términos de daño tisular». Aunque la sensación dolorosa puede considerarse una modalidad sensorial más, incluida dentro de la sensibilidad somática y visceral, la complejidad del conjunto de la experiencia dolorosa y la trascendencia que posee desde un punto de vista médico justifica su estudio separado. Dimensiones del dolor La definición arriba expuesta implica la existencia de dos elementos en la experiencia dolorosa, que son mutua- mente necesarios para que ésta ocurra: 1) una percepción sensorial asociada con la lesión tisular potencial o real, y 2) un sentimiento emocional displacentero que acompaña a la primera. En tal sentido, se han distinguido tres dimen- siones en la experiencia dolorosa: 1) sensorio-discrimina- tiva, referida a los aspectos de localización, características espaciotemporales, cualidad e intensidad de la sensación; 2) cognitiva-evaluativa, que comprende la percepción y la apreciación del significado de lo que está ocurriendo, y 3) afectiva-emocional, referida a los sentimientos evocados por dicho conocimiento en relación con el deseo de evitar el daño. Estos tres componentes no pueden considerarse separados o resultantes unos de otros; como muestra el esquema de la Figura 5.14, existe una interdependencia entre ellos, de manera que la estimulación nociceptora genera simultáneamente sensaciones nociceptivas, alarma y activación del sistema nervioso autónomo, así como reacciones motoras; todas ellas contribuyen al significado de la experiencia y a su valoración emocional, interaccio- nando entre sí, de modo que, por ejemplo, el proceso cognitivo puede aumentar la reacción de alarma o la eva- luación cognitiva del proceso ser modificada por la reac- ción afectiva. S I S T E M A S E N S O R I A L ( S E N S I B I L I D A D S O M Á T I C A Y V I S C E R A L ) 85
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