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Director de la serie: Esteban Vernik La Serie Teoría Social reúne obras que son muestras del estado latente de la modernidad. Si la historia del pensamiento social y humanístico delineó un conjunto de textos clásicos sobre el legado modernista, a su sombra restan aún por recuperarse contribuciones incisivas que conservan viva la inquietud sobre los fundamentos de nuestro presente. Max Weber y Karl Marx Karl Löwith Traducción de Cecilia Abdo Ferez Introducción de Esteban Vernik Posfacio de Luis F. Aguilar Villanueva Introducción a la ciencia de la moral Georg Simmel Traducción de Lionel Lewkow Prefacio de Daniel Chernilo Posfacio de Esteban Vernik La cantidad estética Georg Simmel Traducción de Cecilia Diaz Isenrath Prefacio de Esteban Vernik Los empleados Siegfried Kracauer Traducción y notas de Miguel Vedda Introducción de Ingrid Belke Prólogo de Walter Benjamin Posfacio de Miguel Vedda La fotografía y otros ensayos El ornamento de la masa 1 Siegfried Kracauer Traducción de Laura S. Carugati Prólogo de Christian Ferrer Posfacio de Karsten Witte Título original en alemán: Max Weber Gesamtausgabe, I/13, Hochschulwesen und Wissenschaftspolitik, Schriften und Reden 1895-1920, herausgegeben von M. Rainer Lepsius und Wolfang Schluchter in Zusammenarbeit mit Heide- Marie Lauterer und Anne Munding, J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), Tübingen, 2016. © De la traducción del alemán y las notas: Fernando Artavia Araya © De la presentación: Esteban Vernik © Del prefacio: Eduardo Weisz © Del posfacio: Álvaro Morcillo y Lisa Janotta © De la traducción del posfacio: Martin Vallejo Rodríguez Corrección: Marta Beltrán Bahón Director de la serie: Esteban Vernik Diseño de colección: Sylvia Sans Primera edición: mayo de 2023, Barcelona Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. http://www.gedisa.com eISBN: 978-84-19406-09-5 Preimpresión: Editor Service, S.L. Diagonal 299, entresuelo 1ª www.editorservice.net Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma. http://www.gedisa.com http://www.editorservice.net Índice Presentación. Max Weber y las universidades Bibliografía Prefacio. La universidad de Max Weber, nuestras universidades Las «condiciones externas» del trabajo académico El «Althoff System» y los nombramientos en las universidades alemanas Las universidades nacionales en Argentina Bibliografía Universidad y política El «caso Bernhard» Sobre el «caso Bernhard» El «caso Bernhard» y el profesor Harnack El «caso Bernhard» y el profesor Delbrück Mensaje de felicitación a Gustav Schmoller La así llamada «libertad de cátedra» en las universidades alemanas Socialdemócratas en la enseñanza académica Sobre la libertad de cátedra en las universidades alemanas La libertad de cátedra de las universidades Sobre el Congreso de Profesores Universitarios El profesor Ehrenberg La selección para la profesión académica La Sociedad Alemana de Sociología Sobre el affaire Dr. Ruge I Sobre el affaire Dr. Ruge II Informe de la Sociedad Alemana de Sociología Una opinión sobre la cuestión de la universidad Congreso Alemán de Profesores Universitarios Sobre el discurso en el Congreso Alemán de Profesores Universitarios en Dresde Sobre el «sistema Althoff» La administración educativa prusiana Sobre el «sistema Althoff» El «sistema Althoff» Una vez más las declaraciones Otra vez el «sistema Althoff» Las universidades norteamericanas y sus divergentes disposiciones respecto a las alemanas Una universidad católica en Salzburgo El Gymnasium y la nueva época Disturbios en la Universidad de Múnich Nota del traductor Posfacio. ¿Qué opinaría Max Weber sobre los órdenes que regulan la ciencia alemana hoy en día? Weber como iniciador de la política científica Lógica de proyecto y empleo de duración determinada: la doble hélice de la práctica científica ¿A qué tipo de personas favorece el orden científico actual? La ciencia como escaparate de productividad El tipo académico en el orden competitivo: competir para merecer la financiación por terceros ¿Quo vadis, erudición académica? Ahora es el momento de fijar el rumbo. ¿Qué tipo de ciencia queremos? Bibliografía Presentación. Max Weber y las universidades Esteban Vernik¹ I. Si he logrado éxito en mi carrera académica, que no aspiré ni pedí, esto me deja indiferente y en particular no me da la respuesta a la pregunta sobre si esta carrera es la actividad más apropiada para mí. Carta de Max Weber a Lujo Brentano, 1897 (Marianne Weber, 1995: 239). Cualquiera que haya pasado por una carrera universitaria, que haya vivenciado las relaciones pedagógicas que se suscitan tanto en el aula como fuera de ella, las potencialidades de la socialidad entre estudiantes, docentes y profesores, advertirá el valor de las inquietudes y convicciones de Max Weber respecto a las universidades. Un breve recorrido por su experiencia universitaria nos muestra el siguiente itinerario. Weber inicia sus estudios universitarios en 1882, cuando ingresa a la carrera de derecho en la Universidad de Heidelberg. Cursa las materias de derecho, historia económica, filosofía e historia de la Antigüedad tardía. Durante este primer período fuera del hogar paterno, en el residencial distrito berlinés de Charlottenburg, Weber estrechará relaciones con su primo Otto Baumgarten, en ese momento estudiante de teología en la misma facultad, con quien posteriormente compartirá distintas iniciativas teológico- políticas. En este primer contacto con un ámbito universitario, Weber se incorpora a una asociación estudiantil con uniforme: la Hermandad de duelistas «Alemannia». La vida en esta fraternidad a la que Weber perteneció entre 1882 y 1884 incluía, entre otros hábitos, compartir canciones y borracheras, el uso en ocasiones de trajes de gala y, también, como culto al honor viril, la práctica de duelos de esgrima. De uno de estos ritos de paso, Weber conservó de por vida una cicatriz en la mejilla. Después de cursar el primer año en la Universidad de Heidelberg, Weber realiza en 1883 el servicio militar en el territorio de Alsacia, anexado desde hacía solo doce años al Segundo Imperio Alemán. Será la primera de sus tres estancias militares en esa región, en el extremo colindante con Francia, al otro lado del Rin. En la capital de Alsacia, Max Weber asiste ocasionalmente a la Universidad de Estrasburgo, y sostiene importantes conversaciones formativas sobre ciencia y política con su tío, Hermann Baumgarten, profesor de historia de las ideas de esa universidad, quien, al igual que el padre de Weber, era de convicciones a la vez liberales y nacionalistas y estaba comprometido con la gestión del Reich. En 1885, Weber vuelve a los territorios anexados para continuar su entrenamiento como oficial del ejército, que posteriormente completa en 1888, alcanzando el grado de capitán de reserva. Entre ambas estancias militares en Alsacia, Weber continúa sus estudios de derecho, pero ahora en la Universidad de Berlín. Finalmente, en 1886, completa sus estudios de grado en la Universidad de Gotinga. Seguidamente, vuelve a instalarse en Berlín, donde trabaja como pasante sin sueldo en un despacho de derecho, y estudia Derecho comercial e Historia rural antigua. Sus estudios de posgrado en la universidad berlinesa siguen una línea ascendente y en muy poco tiempo alcanza la condición de profesor. En 1889, defiende su tesis doctoral, Acerca de la historia de las sociedades comerciales en la Edad Media. Según fuentes sudeuropeas, un trabajo a mitad de camino entre la historia jurídica y la historia económica; dos años después, defiende su segunda tesis, de habilitación, La historia agraria de Roma y su significación para el derecho público y privado, con la cual es nombrado Privatdozent en Derecho romano, germano y comercial por la Universidad de Berlín, quedando en condiciones de asumirla condición de catedrático. Su carrera como docente se inicia al año siguiente de su habilitación, cuando Weber es designado profesor interino de Derecho comercial en la Universidad de Berlín, sustituyendo así a su director de tesis de doctorado, el destacado mercantilista Levin Goldschmidt. Comienza entonces, en 1892, una fulgurante actividad como profesor que sin embargo quedará trunca apenas cinco años después. De ese puesto en Berlín, pasará a la Universidad de Friburgo en 1894, donde será nombrado profesor de Economía política (Nationalökonomie), y en mayo de 1895 ofrecerá su célebre Lección inaugural. Esta es la universidad donde más tiempo Weber dictó clases, y fueron solo ¡dos años y medio! En diciembre de 1896, Weber es propuesto por la Facultad de Filosofía de la Universidad de Heidelberg para suceder nada menos que a Karl Knies, uno de los máximos líderes de la Escuela alemana de economía histórica. Weber vuelve a la ciudad en la que había iniciado sus estudios. Asume la cátedra en enero de 1897 y comienza a dictar Economía política teórica general (Kaessler, 2014: 455). Algunos años después, Weber dedicará un artículo a ajustar cuentas teóricas con su antecesor de cátedra (Weber, 1992a). Weber era consciente de su vertiginoso ascenso académico, tal como se advierte en la carta que utilizamos como epígrafe de esta sección. Sin embargo, solo dos años después de asumir su cátedra en Heidelberg, un grave estado de postración nerviosa, un colapso en su vida anímica, lo obligará a declinar el puesto. Primero solicitará licencia por enfermedad, hasta que dos años después, en 1899, agotadas ya las correspondientes instancias burocráticas, debe rescindir su puesto de profesor, con tan solo treinta y cinco años. Tras su larga enfermedad y al poco tiempo de recuperarse, Weber realiza en 1904 un importante viaje de trece semanas por Estados Unidos. Y entre los múltiples motivos de indagación del viaje, que suscitarán su reflexión posterior durante el resto de su vida, se cuentan las varias universidades que se interesó en visitar y en las cuales estrechó fructíferos lazos con sus colegas, tales como la Universidad de Atlanta, la de Boston, la de Columbia o la John Hopkins University. Weber volverá a dar clases universitarias en 1918, después de más de dos décadas sin estar al frente de un aula. En ese año, del fin de la Gran Guerra, Weber acepta una cátedra de economía en la Universidad de Viena, e imparte un curso de verano sobre Sociología de la religión. Finalmente, en su último año de vida, da sus últimas clases en la Universidad de Múnich al asumir la cátedra de su viejo maestro, Lujo Brentano; otra vez, al igual que en Heidelberg, veintidós años antes, Weber sucede a un «socialista de cátedra», cofundador de la Asociación de Política Social, y un referente principal de la Escuela alemana de economía histórica. Así, al inicio de su último semestre de clases, el del verano de 1920, Max Weber dicta el curso, de una hora cuatro veces por semana, «Doctrina general del Estado y política (Sociología del Estado)», ante una audiencia de más de quinientas personas, y ofrece dos conferencias de dos horas: una sobre «El socialismo», y otra sobre «Obras científicas sociológicas» (Kaube, 2020: 419). En síntesis, Max Weber inicia en Berlín una acelerada y muy exitosa carrera académica que culmina en Múnich, la cual será de muy corta duración. Accede en forma muy rápida a los más altos puestos del sistema universitario alemán, pero durante toda su vida solo alcanza a desempeñarse regularmente como profesor ¡tan solo durante siete años! Como en otros aspectos medulares propios a la vida de una nación, Weber se involucró personalmente en el referido a la universidad. Fue muy crítico respecto a la situación general de la educación superior en la era guillermina, la falta de libertad de cátedra y las formas irregulares de reclutamiento y promoción de los profesores universitarios. Entre sus manifestaciones más resonantes, destacan su protesta contra la situación marginal a la que el establishment universitario había condenado a Georg Simmel («si eres judío, lasciate ogni speranza») (Weber, 1992b: 190), y la defensa de su discípulo Robert Michels, quien por su condición de miembro del Partido socialdemócrata se vio imposibilitado para acceder a una cátedra en Alemania, pero a la cual sí tuvo acceso en Turín, Italia (Weber, 2016). Hacia el final de su recorrido, en una mirada retrospectiva a la situación general de la universidad y a su propia experiencia, Weber resumirá en una expresión la condición universitaria, su escalafón jerárquico, el accionar de sus burocracias enquistadas en la toma de decisiones y el arribismo de tantos mediocres «complacientes», condiciones que a día de hoy no han perdido actualidad: «... la vida académica es, por tanto, un puro azar» (Weber, 1992b: 190). 1. Universidad de Buenos Aires y Universidad Nacional de la Patagonia Austral, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Instituto de Investigaciones Gino Germani. II. El incomprensible retraso en mi nombramiento… Weber, sobre la burocracia universitaria.² Durante los largos años de docente en la Universidad de Heidelberg en condición de «inactivo» (Weber rescindió su cargo, y consiguientemente su sueldo), que son en los que aparecen la mayoría de las intervenciones recogidas en este libro, desde su crisis nerviosa hasta que volvió a dar clases, Weber se siguió identificando como profesor e investigador. Prosiguió por sus propios medios realizando investigaciones científicas: luego de La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904/05) realiza una investigación sobre las condiciones de trabajo de los obreros industriales en una planta textil (1908/09) y continúa sus estudios comparativos sociorreligiosos sobre China, India y Palestina, publicando casi todos sus resultados en el Archiv für Sozialwissenschaft und Sozialpolitik. Al mismo tiempo, intervino con pasión y perspectiva en los debates sobre la universidad alemana a través de la prensa, tanto en periódicos importantes, como el Frankfurter Zeitung, o en diversos órganos más reducidos, así como por medio de sus participaciones en el Congreso Alemán de Profesores Universitarios o en los congresos de la Sociedad Alemana de Sociología. Entre 1909 y hasta poco antes de la Primera Guerra Mundial, Max Weber se comprometió con la Sociedad Alemana de Sociología (Deutsche Gesellschaft für Soziologie), de la que fue uno de sus fundadores, junto a Georg Simmel, Hermann Beck y Ferdinand Tönnies, y fue un activo animador de sus congresos de 1910 y 1912, a los que asisten también, entre otros, Ernst Troeltsch, Werner Sombart y Robert Michels. Según Otthein Rammstedt, la razón por la cual Max Weber se pasa de la Asociación de Política Social —en la cual participa desde muy joven y en la cual, no obstante, seguirá participando por el resto de su vida— a la Sociedad Alemana de Sociología, en cuanto lugar institucional preferente para comunicar los desarrollos de su trabajo, es la cuestión de la Wertfreiheit (Rammstedt, 1988: 265). Esa máxima weberiana de «no hacer juicios de valor» en el trabajo científico no era posible practicarla en la Asociación de Política Social que había fundado Gustav von Schmoller en 1873, mientras que sí era factible institucionalizarla en la nueva Sociedad, en cuyo estatuto figuraba, explícitamente, el rechazo de los juicios de valor y de las exposiciones de fines prácticos, de carácter político, ético, religioso o estético. Precisamente, el principio de Wertfreiheit de Weber —que también puede rastrearse con anterioridad en Simmel— (Simmel, 2022: 475), como también el de Lehrfreiheit, son dos claves de buena parte de las intervenciones de este libro. Ambos conceptos resultan problemáticos en su traducción a otras lenguas.³ Sobre el segundo, optamos por libertad de cátedra, por ser el que más se asemeja a su uso corriente en los medios universitarios, aunque más literalmente podría ser libertad de enseñanza.Pero el primero es el que ha llevado a más dificultades de interpretación. Una posibilidad acertada puede ser entenderlo como suspensión del juicio de valor (Abellán, 2010: 10). En cambio, cuando se lo consideró como neutralidad valorativa, surgieron serios problemas de incomprensión; más adelante me referiré a uno de ellos. Para Weber, esta noción es un ideal que se asocia a la «honestidad intelectual», y separa tajantemente los momentos de la ciencia de los de la política. Debo insistir en que soy capaz de presentar conexiones científicas sin juicios de valor y solo me enorgullece aquella parte de mi actividad docente en la que fui fiel a este ideal.⁴ Weber procuró mantenerse fiel a este ideal. En 1917 reescribe sobre esta cuestión en lo que resulta una comunicación interna para su discusión en la Asociación de Política Social antes de la guerra, y que publica en la prestigiosa revista Logos, siendo esta pieza —a pesar de su mala comprensión durante décadas— una de las más fundamentales de su legado (Weber, 2010). Este principio, como se aprecia en las intervenciones de este libro, le sirvió a Weber para, en relación con la libertad de cátedra, provocar con la idea de que la universidad podría enriquecerse con la contribución de socialistas y comunistas si estos se adherían al postulado de Wertfreiheit en la investigación y la docencia. El problema del acceso a la vida académica, de la selección de aspirantes a la carrera docente y de investigación —como un lugar seguro, con un sustento estable, en el cual poder desenvolver la vocación— se presentaba como un hecho crucial para cualquiera que después de terminar sus estudios universitarios estuviese dispuesto a consagrarse a las tareas de la ciencia. Así se expresa ante los estudiantes en su conferencia de Múnich de noviembre de 1917. Y, como sabe cualquiera que alguna vez haya aspirado a vivir de o para la universidad, hasta el día de hoy la cuestión sigue siendo igual de problemática, partiendo del hecho de que, en general, los puestos disponibles en las universidades y las instituciones científicas suelen ser muy escasos respecto a la cantidad de personas dispuestas a ocuparlos. Ciertamente, la selección para la carrera académica es el motivo principal de muchas de las intervenciones aquí recogidas. Así, Weber se pronuncia en contra —o más bien denuncia— casos de ingreso a las universidades que considera favores políticos o prebendas. Tal es el caso Bernhard, cuya pertenencia a la universidad constituye, según Weber, una prebenda del Gobierno «en el sentido pecuniario o del prestigio social».⁵ Weber señala la existencia entre los profesores de caciques, que en base a «relaciones personales» realizan «todo tipo de pequeñas concesiones, como el tomar en consideración la intercesión para sus protegidos». Quien en virtud de relaciones personales acostumbra actuar como patrón para sus protegidos personales, pierde con ello el peso moral que le corresponde como especialista y partícipe de los poderes administrativos.⁷ El caso Bernhard, al que se refiere en reiteradas ocasiones, es para Weber un síntoma de un sistema. El sistema Althoff, en alusión al consejero para asuntos universitarios del Ministerio de Educación prusiano, construido a partir de un entramado de constantes «relaciones personales». Un sistema de relaciones personales, de confidencias con algunos académicos, y con algunos políticos, que mantenía en forma discrecional el propio consejero Althoff. Así, el sistema rozó alguna vez a la propia situación de Weber; tal fue la ocasión en que el consejero ministerial se acercó a su padre, quien, como diputado, se encontraba en la comisión de presupuesto universitario, y le propuso un privilegio para su hijo, lo cual lo espantó y lo llevó a renunciar a la comisión. Dado que yo era Privatdozent en Derecho, a mi padre y a mí nos extrañó, como debe ahora extrañarle a otros, que el consejero privado Althoff aludiera ya en ese entonces a una eventual cátedra de economía política para mí. La razón de esto fue, como se supo más tarde, que varios académicos (a quienes yo no conocía personalmente) habían llamado la atención de Althoff sobre mi persona, debido a que mis trabajos se hallaban en una zona fronteriza entre ambas disciplinas.⁸ Encontramos en estos escritos a un Weber en acción, que acepta siempre las polémicas, obsesivo en su empeño por llegar a través de la verdad («libre de ilusiones») a los resortes más ocultos del poder. Resulta conmovedora su sinceridad en relación a este episodio, referido a cuando Weber pasaba de la condición de Privatdozent en Berlín, Prusia, bajo la órbita de Althoff, a obtener su cátedra de «Economía política» en la Universidad de Friburgo, en el Estado de Baden-Wurtenberg. El sistema Althoff, tal cual Weber lo describe, es un sistema de «componendas» que, «entre las nuevas generaciones de académicos, permite ascender a un tipo humano que se siente “criatura” de los funcionarios ministeriales que en ese momento están en el poder». Ante tal sistema de intransparencias generalizado que regía el ingreso de los nuevos cuadros de enseñanza e investigación a la universidad, para Weber la cuestión clave en la selección de los aspirantes consistía en el deber de separar las relaciones personales y los problemas objetivos. El lema es de total actualidad. Por otro lado, en su insistencia en el caso Bernhard, como expresión del Sistema Althoff, Weber señala que tales síntomas «desacreditan profundamente la reputación de los profesores a ojos del estudiantado».¹ Lo cual indica que, para Weber, el estudiantado es un actor de la universidad que merece ser respetado y escuchado. Weber es un profesor que discute con la generación joven de la universidad, que cree que esa conversación puede estar cargada de sabiduría, de experiencia pasada y futuro por venir. Y la productividad de esta actitud también es de suma actualidad. Un ejemplo de ese diálogo con los estudiantes, no obstante a las diferencias de convicciones que conviene marcar, es el que mantuvo con los jóvenes Ernst Toller y Otto Neurath, quienes lucharon en las calles de Múnich hasta izar un pabellón rojo en mayo de 1919, y a quienes Weber defendió en juicio sumario una vez concluida la represión del ejército. 2. Pág. 193 de la presente edición. 3. Este es uno de los motivos que llevaron a la realización de esta edición, luego que algunos de sus capítulos habían sido ya volcados al castellano en 1990, pero a través de una traducción indirecta, basada en la versión al inglés de Edward Shils, en 1973. Tal edición, a cargo del profesor colombiano Gonzalo Cataño, es cuidadosa, como lo son otras presentaciones que realizó de los escritos weberianos; no obstante, para el caso de Wertfreiheit, se ofrece como traducción «neutralidad ética». 4. Pág. 110 de la presente edición. 5. Pág. 59 de la presente edición. 6. Ibid., 64. 7. Id. 8. Ibid., 199. 9. Ibid., 210. 10. Ibid., 65. III. La ciencia no debe ser considerada nunca como algo ya descubierto, sino como algo que jamás podrá descubrirse por entero y que, por tanto, deber ser, incesantemente, objeto de investigación. Wilhelm von Humboldt (Humboldt, 1959: 211). Entre los documentos fundacionales de la Universidad de Berlín, uno que lleva la rúbrica de W. v. Humboldt estipulaba que, bajo el concepto de «establecimiento científico superior», se privilegia un espacio en el que se desenvuelve «la idea pura de la ciencia» y cuyos principios imperantes son «la soledad y la libertad» (Humboldt, 1959: 209). Se creaba la «universidad estatal» como espacio natural desde donde desarrollar un pensamiento libre, de características inéditas, pero en nada indiferente a las transformaciones del Estado y de la sociedad de su tiempo. La creación de la Universidad de Berlín en 1810 implicó la instauración de un modelo que rápidamente se expande reformando al conjunto de las universidades alemanas, constituyendo un sistema bastante uniforme. El esfuerzo por situar a la universidad en el plano de las ideas motorizóun proceso por el cual la universidad pasa a instaurarse no solo como sede de la enseñanza, sino también de la ciencia (Ringer, 1995: 38). Este modelo que conoció Weber de profesores que deben a la vez enseñar e investigar, más allá de las evidentes diferencias sociohistóricas, es el que rige actualmente en muchos de los sistemas universitarios de nuestros países. Los Estados crean universidades públicas, y conforman su planta de docentes, debiendo seleccionarlos según sus méritos tanto en docencia como en investigación. Refiriéndose al caso argentino, Eduardo Weisz, en el prefacio de esta edición, parte de las reflexiones de Weber sobre la universidad alemana de su tiempo, para seguidamente aplicar sus conceptos a nuestras universidades. Luego de revisar aspectos nodales de estas intervenciones, de las que extrae motivos de plena vigencia para pensar los problemas actuales, presenta el caso —que bien conoce por su propia trayectoria— de la Universidad de Buenos Aires. En su análisis de las posiciones de Weber sobre la universidad, parte del contenido de las célebres conferencias de Múnich, de noviembre de 1917 y enero de 1919, que Weber imparte, a pedido de una organización política estudiantil, sobre la ciencia y la política como trabajos espirituales. En tales ocasiones, Weber despliega aspectos cruciales de su teoría que aplica al lugar de la universidad, el periodismo y la política en las sociedades modernas. Su audiencia juvenil, que en gran medida recién volvía de las trincheras de la guerra, y algunos de ellos se aprestaban para la toma revolucionaria del poder, quedó hondamente impresionada con las palabras de Weber, especialmente en la primera de esas conferencias. En la segunda, ya en el invierno rojo de 1919, en las inmediaciones de lo que sería la lucha contra el ejército en las calles de Múnich y la efímera República Soviética de Baviera,¹¹ su alocución fue para muchos decepcionante; «la juventud ya se había apartado de él» (Hennis, 2016: 190) ante su denodada búsqueda de una verdad sin concesiones ni ilusiones, que no se privaba de manifestarles a los jóvenes estudiantes que la suya era una revolución «carnavalesca» de efectos narcóticos. El ensayo de Weisz no llega a exponer este último aspecto del diálogo de Weber con los estudiantes, pero sí se detiene en otro episodio de gran trascendencia respecto a las relaciones de poder en la universidad y a su autonomía respecto a los poderes de los aparatos políticos y religiosos. Casi del todo contemporánea al del invierno revolucionario de Weber en Múnich, por otra parte, fue la gran movilización estudiantil que después de la toma del rectorado marchó por las calles de Córdoba, Argentina, y que se conoce como la Reforma Universitaria de 1918, cuya trascendencia tuvo —y aún hoy tiene— efectos para pensar los problemas de la universidad tratados por Weber. Con consignas antiimperialistas y latinoamericanistas, este movimiento de inspiración secular, que impactó en varias de las grandes arenas culturales de América Latina, se alzó en la Universidad de Córdoba en contra de las presiones en la designación de los profesores que ejercían los sectores clericales. Como resultado de su gesta prolongada de protestas, huelgas, toma del rectorado y enfrentamiento en las calles con los grupos de los estudiantes de la derecha católica y con la represión del ejército, se alzaron con la victoria al conseguir finalmente sancionar la autonomía de la universidad, el cogobierno universitario por parte de docentes, estudiantes y graduados, así como el concurso público por oposición como única forma de ingreso a la carrera docente. Y estas medidas determinantes fueron sancionadas e incorporadas en 1994 a la Constitución Nacional (art. 75, inciso 19), por lo cual, hasta hoy, el concurso público debe ser el modo de ingreso a la carrera docente en todas las universidades nacionales. Claro que, como el prefacio analiza, surgieron desde entonces múltiples estrategias que buscaron neutralizar tal normativa. Aun así, el concurso no es un método infalible, sino que, como Weber advertiría, la selección de las y los concursantes no deja de estar condicionada, en forma no menor, por el peso que ejercen sobre algunos profesores y profesoras «las relaciones personales» por encima de «los factores objetivos». Y, de igual modo, por el peso de los aparatos políticos y la perspectiva de los business que con tanta frecuencia pueden observarse en muchas de nuestras universidades, forma a través de la cual las burocracias imponen su dominación. Podrá entonces considerarse a los concursos como un «ideal a realizar» que deberá acompañarse de una acción militante en favor de su transparencia y objetivación. La gran movilización de los estudiantes reformistas cordobeses no tuvo contacto por esos años con las ideas de Weber; sí lo tuvo con algunas de las de Simmel. En 1923, el filósofo Carlos Astrada, una de las usinas ideológicas de la Reforma de 1918, traduce y edita por la Universidad de Córdoba «El conflicto de la cultura moderna», la conferencia que había dado Simmel en Berlín en 1918. En cambio, sí tuvo contacto con las ideas weberianas otro grupo de estudiantes perteneciente a otra generación, la primera que ingresó a la Carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (fundada en 1957), los cuales plantearon desde allí la transformación radical del mundo, en consonancia con el estallido de la Revolución Cubana. Así, en los primeros años sesenta, se produce un conflicto entre los estudiantes radicalizados y la dirección de la carrera de sociología, que se había fundado bajo las banderas de la modernización funcionalista. La teoría de Weber que entonces se les ofrecía a los estudiantes seguía en gran medida la distorsión que al respecto había modelado su primer traductor al inglés, Talcott Parsons. Como en muchos otros países de América Latina y del mundo —incluida una parte importante de la academia alemana—, la imagen de Weber que por aquella época se trasmitía era la de un correcto sociólogo liberal, demasiado parecido al estructural funcionalismo, y opuesto a Marx. Era una hipóstasis, como también lo era la desnaturalización que se hacía del principio weberiano de Wertfreiheit, traducido como «neutralidad valorativa». No resulta pues casual la reacción en aquella época de Roberto Carri, el más prolífico integrante de las «Cátedras Nacionales», quien en 1968 denuncia «el ideal de “neutralidad valorativa” como una “coartada” al servicio de los poderosos».¹² En la historia trágica de esos jóvenes sociólogos militantes, se recuerda a las Cátedras Nacionales como una innovadora experiencia de lectura política de la teoría social en clave nacional-popular antiimperialista, y a Carri como un emblema de esa lucha revolucionaria y uno de los primeros sociólogos desaparecidos, que terminó cruelmente en un campo de concentración de la última dictadura militar. Hoy vivimos otros tiempos, sin el horizonte cercano de la revolución social al encuentro de nuestras vidas, y sin la hegemonía del estructural- funcionalismo sobre el legado de Max Weber. Especialmente a partir de 2020, año del centenario de su muerte, con la finalización en Alemania de la edición íntegra de su obra en 47 volúmenes, la Max Weber Gesamtausgabe, se descubren y discuten nuevas perspectivas para la interpretación del pensamiento weberiano. Un fenómeno contemporáneo que suscita diversos usos de su teoría, tanto a la derecha como a la izquierda —y que sin dudas habría escandalizado a Weber— es el que Álvaro Morcillo Laiz y Lisa Janotta analizan en el posfacio de esta compilación. En su ensayo, se sirven de las críticas que Weber realiza acerca del sistema universitario y científico de su tiempo para aplicar sus conceptos a la situación actual en Alemania. Cuesta imaginar que la descripción que ofrecen corresponda a ese país y, sin embargo, resulta evidente la irrupción, con pocas resistencias hasta ahora exitosas, del capitalismo neoliberal ejerciendo su dominio sobre el sistema universitario y científico.La precariedad laboral en las universidades y los llamados centros de investigación no universitarios (entre los que figuran centros tan reputados como el Max-Planck-Institute) […] significa que la cuota de contratos temporales en la ciencia está en torno al 77 % (si se incluye a quienes no tienen doctorado, 92 %).¹³ Si sabíamos ya de las dificultades por obtener un puesto universitario en el cual desenvolver su actividad para tantas y tantos jóvenes graduados de ese país que, pese a obtener la máxima acreditación en sus estudios, se ven mayoritariamente obligados a migrar hacia distintas ciudades de Alemania o probar suerte desplazándose a Estados Unidos u otro país en el extranjero, la situación parece empeorar en los últimos años con la sanción de las nuevas leyes ultraneoliberales. Tal es el caso de las leyes de «contratos temporales» para la ciencia, que se les impone a las nuevas camadas de jóvenes académicos. Estos carecen ya de un marco de estabilidad laboral, del ingreso a una carrera docente y científica desde donde desarrollar sus propios proyectos. De este modo, «casi todos los científicos están continuamente pendientes de la siguiente extensión de su contrato, objetivo para el cual llevarse bien con los superiores es esencial». Y así —como habría dicho Weber— los «caciques» de la universidad y la ciencia, los titulares de cátedra y los investigadores sénior, «se benefician de tener a su disposición una fuerza laboral altamente cualificada, flexible y sumisa».¹⁴ Weber pudo haber usado estas dos últimas cualidades respecto a la mano de obra migrante de origen polaca o rusa que encontraba su sustento en las haciendas de los terratenientes prusianos de fines del siglo xix y, por ello, prestaba especial atención en su análisis al tipo legal de constitución de «las condiciones de trabajo» (Arbeitsverfassung). Surge pues, la pregunta de qué habría dicho para el caso actual de quienes, siguiendo a su vocación, inician una carrera académica en Alemania. ¿Pueden seguir su «vocación interior» y dedicarse a su «pasión» académica, o les exige el orden competitivo de la universidad «emprendedora» del presente unas aptitudes completamente distintas y dedicar su tiempo a algo que no es lo que pensaban? ¿Cómo les afecta el que solo cuente aquello que se presta a una métrica homogeneizadora: el número de publicaciones, el impact factor, la cifra de patentes, las citas de Google Scholar o el volumen de fondos de terceros? En otras palabras, ¿se puede perseguir una vocación científica, ser un profesional de la ciencia, en el mundo de la audit culture?¹⁵ El «tipo académico» que forja el actual sistema científico-universitario alemán, a través de normativas como la de los «contratos temporales» para la ciencia, y en general un «orden competitivo» en el que triunfan, no aquellos que disponen de «ideas valiosas para la ciencia», como habría querido Weber, ni los más dotados para la enseñanza, sino aquellos que más publicaciones hayan realizado (no importa si tales publicaciones son «maquiladas en serie», o si los trabajos realmente están terminados: «el interés por publicar es mayor a la búsqueda desinteresada del conocimiento»),¹ los que más veces fueron citados o los que más financiamiento hayan conseguido. Todas ellas tareas que, lejos de estar guiadas por criterios inherentes a la ciencia, son las de quien es capaz de gestionarse a sí mismo como un self-emprendedor, capaz de hacer de su vida y su vocación una empresa, «el empresario de su propia fuerza de trabajo» (Bröckling, 2015: 24). Weber en su tiempo ya advertía acerca de la generalización de trabajos e investigaciones que se realizaban no por su utilidad objetiva, sino por las oportunidades de ascenso académico que brindan a quienes las realizan. ¡Qué lejos quedan las condiciones para el desarrollo de la ciencia imaginadas por Humboldt y otros al momento de la creación de la Universidad de Berlín! Frente a los aires neoliberales que llegan desde las universidades de los países capitalistas más desarrollados, es de esperar que las críticas de Weber compiladas en este libro a la intransparencia de las universidades de su tiempo, y al sinsentido de ciertas prácticas de los científicos que nada tienen que ver con la ciencia, contribuyan a los debates que merecen darse por una mayor plenitud de la vida de y en nuestras universidades. 11. La Bayerische Räterepublik duró del 7 abril al 3 de mayo, tras del asesinato de Kurt Eisner el 21 de febrero, a quien Weber caracterizó como un «político carismático». 12. Citado en Blois, J. P. (2023: 204). 13. Pág. 244 de la presente edición. 14. Ibid., pág. 246. 15. Ibid., 250. 16. Ibid., 256. Bibliografía Abellán, J. (2010). «Nota sobre la presente edición», en Max Weber, Por qué no hacer juicios de valor en la sociología y en la economía, (El sentido de «no hacer juicio de valor» en la sociología y en la economía), ed. y trad. Joaquín Abellán, Alianza Editorial, Madrid. Blois, J. P. (2023). «Controversias alrededor de la filantropía científica estadounidense entre los sociólogos argentinos (1950-1970)», Estudios sociológicos de El Colegio de México, 41 (especial), págs. 185-214. Bröckling, U. (2015). El self emprendedor. Sociología de una forma de subjetivación, trad. Karl Böhmer, Editorial de la Universidad Álvaro Hurtado, Santiago de Chile. Cataño, G. (1990). «Nota introductoria» a Max Weber, El poder el Estado y la dignidad de la vocación académica, trad. Yolanda Ramírez Prado y Gonzalo Cataño, en Revista Colombiana de Educación, nº 21, Universidad Pedagógica Nacional. Hennis, W. (2016). «Max Weber como educador», en Álvaro Morcillo Laiz y Eduardo Weisz (eds.), Max Weber en Iberoamérica. Nuevas interpretaciones, estudios empíricos y recepción, trad. Pedro Piedras Monroy, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México. Humboldt, W. v. 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La universidad de Max Weber, nuestras universidades Eduardo Weisz¹⁷ El 7 de noviembre de 1917, en Múnich, Max Weber se dirigía a los y las estudiantes que lo habían invitado a hablar sobre la vocación y profesión del científico. Esta célebre conferencia, luego publicada en 1919, fue convocada bajo el título «Wissenschaft als Beruf», y es uno de los textos más conocidos del autor alemán, y uno en el que nos encontramos con algunas de sus reflexiones más agudas sobre la Modernidad, saturadas de su perspectivatrágica.¹⁸ Sin embargo, no es ese el aspecto que aquí importa. Como es sabido, Weber había analizado el término Beruf en su análisis sobre la vinculación entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Introducido por Lutero en su traducción de la Biblia, Beruf articula un aspecto religioso con uno absolutamente mundano, y es en torno a este último que comienza la conferencia, analizando las «condiciones externas» en las que el científico realiza su labor. Si bien no es el único, el lugar fundamental en el que el o la científica realiza su trabajo es la universidad. De ahí que en la primera parte de la conferencia muniquesa, al centrarse en las condiciones externas, Weber se dedique exclusivamente a la carrera académica, a los avatares que permiten que quien se dedica a la ciencia obtenga un puesto estable en la universidad. El contexto político en el que Weber brinda su disertación, y su interés en llegar a los y las estudiantes, da sin duda a la conferencia un tono particular y especialmente irónico y ácido, también en lo que hace a las condiciones que permiten el desarrollo de una carrera profesional en las universidades. Pero cada uno de los aspectos enfatizados, aunque sucintamente, en Múnich tiene su respaldo en las copiosas intervenciones de Weber agrupadas en el volumen 13 de la primera sección de la Max Weber Gesamtausgabe. Lo que en noviembre de 1917 Weber apenas mencionaba bajo la forma de una enumeración de dificultades y peculiaridades del trabajo en las universidades, puede encontrarse en sus reacciones frente a situaciones concretas en esta compilación de escritos que abarca el período que va de 1895 a 1920. Es sin duda llamativa su activa participación en asuntos universitarios en un período en el que, formalmente y de hecho, mayormente se mantuvo ajeno a cualquier universidad: debido a su salud mental y a su deseo Weber estuvo fuera de las universidades entre 1898 y 1919.¹ Las «condiciones externas» del trabajo académico En la enumeración con la que Weber comienza su disertación en Múnich, se plantean problemas de la actividad del docente que tienen una gran actualidad. La universidad qua institución concentra ciertos nudos problemáticos que tienen un carácter relativamente universal, es decir, están presentes en la Alemania de Weber no menos que en la Argentina del presente. De hecho, esa universalidad es la que le permite a Weber cotejar en su conferencia ciertos aspectos de la problemática docente alemana con la de las universidades en los Estados Unidos. A mi juicio, y creo que eso subyace al planteo weberiano, uno de los aspectos centrales de esa problemática es que la investigación y la docencia es un trabajo, es decir, una prestación por la que el investigador o la docente espera cobrar un salario, tener garantizada cierta estabilidad —presente y futura—, aparte del acceso a capitales simbólicos, sociales y políticos que también componen lo que está en juego para quienes se desempeñan en las universidades. El Tenured Professor en Estados Unidos, el catedrático y el profesor titular en España, el Ordinarius en Alemania, o el profesor regular en Argentina, más allá de las diferencias, comparten el haber arribado a un puesto que brinda estabilidad, prestigio, poder en la Universidad, y en el caso de las grandes potencias, frecuentemente también un nivel de ingresos relativamente alto.² Acceder a estas posiciones es, en general, condición necesaria para poder desarrollarse como investigador o investigadora, y un camino en el que necesariamente la oferta de aspirantes excede en mucho la cantidad de cargos disponibles. El acceso a este bien escaso es imposible de resolver sin contradicciones. Al ser la universidad una institución central de la vida moderna, está inevitablemente atravesada por lo político y por la política, en sus formas más excelsas y también en las más oscuras, y hace que las condiciones externas del científico, y las de los y las docentes universitarios en general, estén atravesadas por intereses, pujas políticas, cosmovisiones, valores. Weber tenía total claridad sobre estas dificultades. Buena parte de los problemas con los que Weber confronta en sus intervenciones en torno a problemas universitarios están invocados, sintéticamente, al comienzo de la conferencia de Múnich (cfr. Weber, 1992: 71-80). Plantea allí las dificultades de quien se iniciaba en una carrera académica en Alemania, pues, una vez aprobada su Habilitation,²¹ se desempeña como Privatdozent, y por lo tanto, sin ingresos fijos. Esto supone, como expone Weber, un aspecto restrictivo fuertemente plutocrático. Pero la Habilitation en sí implica varios aspectos conflictivos. ¿Se aprueba de acuerdo a cualidades intrínsecas del trabajo del aspirante, a sus méritos, o solo en el número que la universidad necesita? El segundo criterio, el que —señala Weber— más frecuentemente se adopta, limita la cantidad de Privatdozenten, y aumenta consecuentemente las posibilidades de quienes ya lo son, de ser promovidos a Ordinarius. Por otro lado, señala, los profesores tienden a favorecer la habilitación de sus discípulos. A estos condicionantes Weber suma el de la discriminación religiosa y — aunque esta no es mencionada en la conferencia muniquesa— la política: en contra de ambas se pronunció muy enfáticamente. En una institución tan politizada la libertad de cátedra constituye un foco de conflictividad inevitable. Si en general la discriminación religiosa ocupa hoy un lugar menor que en el ámbito cultural alemán en época de Weber, la centrada en diferencias políticas e ideológicas sigue siendo indudablemente determinante.²² El paso del Privatdozent a Ordinarius, el que abre la posibilidad de dedicar la vida a la investigación y la docencia en la universidad, dependía —y lo sigue haciendo— en Alemania tanto de la institución universitaria como del ministerio competente de la provincia (Land) en la que se halla la universidad. Con tantas mediaciones, este paso decisivo depende sobre todo del azar, realzaba Weber frente a sus estudiantes. Un paso que abre un abismo que, en la conferencia, Weber compara con la que separa a los propietarios de los medios de producción de sus obreros: el catedrático se siente dueño del proyecto, dispone de los medios de investigación, mientras que sus asistentes no tienen ninguna independencia y llevan, dice, una «existencia proletaroide». El Ordinarius, por otro lado, también es quien define el programa y qué clases se reservará para sí.²³ Se trata en definitiva de cargos altamente disputados, y en el que el acceso a los mismos debe necesariamente estar atravesado, al menos parcialmente, por la búsqueda de excelencia académica. El problema se enmarca entonces en que, por un lado, como dice Weber, «se cumple naturalmente que la obtención de un cargo de profesor también hoy es normalmente un buen negocio pecuniario» (2016, 79), a lo que deberíamos agregar los otros aspectos —no inmediatamente económicos— en lo que es un buen negocio.²⁴ Por otro lado, el ingreso a la docencia debe estar guiado porque «todas las concesiones de las facultades a puntos de vista no objetivos y en particular toda desviación del principio de incorporar toda la mano de obra altamente calificada posible, lo pagan en última instancia esas mismas facultades con el debilitamiento de su autoridad moral» (2016, 81).²⁵ En torno a estos dos núcleos, universalizables a toda universidad, giran gran parte de las discusiones que Weber va a mantener a lo largo de su vida como intelectual y, en mayor o menor medida, ligada a la vida universitaria. Por eso, enfatiza, «la obligación más elemental de la decencia académica es que a quien le sea ofrecida una cátedra por parte del Ministerio, antes que cualquier otra cosa y antes de decidirse, se cerciore si cuenta con la confianza científica de la Facultad o al menos de aquellos colegas más destacados en su temática y con quienes deberá trabajar» (2016, 78-79). Estas afirmaciones fueron hechas en el marco de una dura discusión en torno al ingresocomo Ordinario de un economista berlinés, Ludwig Bernhard, que Weber denunció públicamente, y sobre la cual volveré. Los numerosos debates en los que encontramos a Weber involucrado tienen un marco muy específico y permanentemente explicitado por él, el «Althoff System», como él mismo denominó al funcionamiento de las universidades en esa etapa. El ingreso a la docencia como Privatdozent, y la promoción a Ordinarius, llevaban claramente la marca de Friedrich Althoff, un político que durante 25 años mantuvo bajo su égida al sistema universitario alemán. El «Althoff System» y los nombramientos en las universidades alemanas Wilhelm von Humboldt (1767-1835) fue sin duda el fundador de la universidad moderna en Alemania. En 1810, recibe el encargo del rey de Prusia de desarrollar un modelo universitario —integrando la investigación y la docencia—, que se plasmará en la Universidad de Berlín, hoy Humboldt-Universität. Luego de ese proceso fundacional, quien modelaría ulteriormente el sistema universitario sería Friedrich Althoff (1839-1908). «Fue probablemente el representante más prominente del liberalismo burocrático prusiano [...] —en palabras de W. H. Dawson— “el más preparado pero también el más dictatorial Ministro de Educación que Prusia tuvo alguna vez”. Althoff dominó la administración estatal de la educación superior en Prusia entre 1882 y 1907» (vom Broche, 1988: 1). Sería Weber quien acuñaría el sintagma «Sistema Althoff» para referirse a una construcción político-universitaria que «impulsó el desarrollo de la ciencia y de la academia alemana a un lugar dominante en el mundo, racionalizó las universidades y las subordinó en mayor medida a la política estatal o ministerial por medio de un rígido control de los nombramientos profesionales [...] y defendió la tradición prusiana de una fuerte administración personal [...] por medio de la cual Althoff sistemáticamente manipuló o desplazó el propio aparato burocrático que había ayudado a crear» (ibid.). No se trató de un sistema conceptual elaborado por Althoff, con lineamientos precisos llevados a cabo por una burocracia, sino más bien un abordaje que tomó consistencia a lo largo de una política pública llevada a cabo durante muchos años. Sin embargo, como analiza Vereeck, terminó siendo «un conjunto coherente de innovaciones institucionales» (1993, 71). De hecho, ya en 1882 Althoff había manifestado que su ideal sería «la burocratización de las universidades» (cit. en Leube, 1993: 168). Para Mommsen y Schluchter, con Althoff comenzó una transformación de las universidades en «grandes empresas científicas». Un desarrollo que se intensificó «mediante las intervenciones de la burocracia estatal en la autonomía de la educación superior» (cfr. Weber 1992, 75n). Es justamente este aspecto, la injerencia arbitraria de la política en la vida universitaria y específicamente en los nombramientos de profesores, al que Weber opondría los mayores reparos. Es el caso, ya mencionado, del nombramiento de Ludwig Bernhard en 1908, que motivó varios artículos de Weber en los diarios. Bernhard, quien a través de sus padres tenía llegada directa al Ministerio de Educación (Kultusministerium) prusiano, había obtenido su cargo en la Universidad de Berlín sin tener consenso de la docencia de esa universidad, violentando de ese modo la autonomía de esta.² El principio ya mencionado de Weber, el de incorporar profesores buscando la mayor calificación posible, encontraba naturalmente severos obstáculos en el funcionamiento real del «Althoff System», hegemonizado por las relaciones personales. Estas, articulando gobierno, ministerios, parlamento, partidos políticos, el empresariado y la prensa, se complementaba con una red de confidentes en la comunidad científica, que proveían a Althoff de toda la información sobre el desempeño de cada profesor e investigador, lo cual influía fuertemente en los nombramientos (cfr. Vereeck, 83). Fritz Ringer, en su canónico estudio sobre los catedráticos alemanes, califica los métodos de Althoff directamente como autocráticos. «Estaba bastante dispuesto a ignorar las recomendaciones del claustro de profesores al cubrir un cargo docente vacante». Sin embargo, agrega, la mirada imperante en la época de Althoff era que este, «pese a sus fallas, sabía frecuentemente mejor que los profesores qué era bueno para la universidad. [...] la mano dura del ministro podía ser en algunas ocasiones beneficiosa para la vitalidad académica» (Ringer, 1969: 51). Como señala Prisching, el «sistema», por lo tanto, parece haber sido exitoso en cuanto a promover la investigación pero corrompiendo moralmente a gran cantidad de profesores (1993, 40). Este doble aspecto del sistema era claramente percibido por Weber, quien veía que Althoff había logrado «brillantes éxitos objetivos» (2016, 300), y que en cuanto al manejo del personal docente, había obtenido en general muy buenos resultados (cfr. 2016, 312). Sin embargo, esto no le impedía denunciar la manipulación y la falta de transparencia sobre la cual construía su sistema, en desmedro de la autonomía universitaria en cuanto a designaciones que él propugnaba (Schluchter, 2016: 16-17). Por otro lado, Weber había experimentado en su persona la manipulación de Althoff, y no se privó de hacerlo público. Poco antes de obtener su cargo ordinario en Friburgo, en 1895, Althoff le había ofrecido al padre de Weber, parlamentario prusiano y miembro de la Comisión de Presupuesto, que a cambio de una mejora en el presupuesto universitario conseguiría que su hijo Max, quien aún era Privatdozent, obtuviera una cátedra en una universidad prusiana. El padre de Weber rechazó tajantemente la propuesta de Althoff, y su cátedra en Friburgo, así como la que obtuvo después en Heidelberg, fueron en universidades ajenas a la injerencia directa de Althoff, ya que no pertenecían al Land de Prusia (cfr. Weber, 2016: 300-301). Las universidades nacionales en Argentina Si los problemas a los que refiere Weber en torno a las universidades alemanas son la expresión particular de una tensión que está presente en cualquier universidad (en síntesis: para un escenario en el que siempre la oferta de cargos es considerablemente menor que la de los y las interesadas en obtener un puesto estable, y con él a sus beneficios materiales, políticos y simbólicos), quiero terminar este breve artículo con algunas reflexiones sobre la forma que esta tensión toma en las universidades nacionales en la Argentina. Estas fueron adquiriendo su forma actual a partir de una poderosa lucha estudiantil en el año 1918, conocida como la Reforma Universitaria. Aspectos nodales de ese potente movimiento tienen relación directa con el problema que aquí interesa. La Reforma, con base en la ciudad de Córdoba, y fuertemente motorizada por la resistencia de los estudiantes a la fuerte influencia del clero en la vida universitaria, tuvo entre sus principios fundamentales tres puntos programáticos determinantes para lo que aquí trato: la autonomía de las universidades, el cogobierno y los concursos de oposición para la selección del plantel docente (cfr. Tünnermann, 2008: 83- 84). A diferencia de lo que ocurre en Alemania, en época de Weber pero también en la actualidad, la autonomía de las universidades nacionales alcanzó en la Argentina, producto de esas luchas, rango constitucional (Art. 75, Inc. 19). En lo que aquí importa, esto significa que la selección del plantel docente es un atributo de cada universidad y una instancia en la que formalmente no tiene injerencia poder alguno por fuera de los organismos de gobierno de la universidad. Estos, tal como se postulara en la Reforma de 1918, son instancias colegiadas de cogobierno, lo que significa que están conformadas por representantes electos en cada uno de los claustros: docentes, graduados y estudiantes. En este marco, cada universidad tiene sus particularidades. Pero al menos formalmente, esta relativización no debe soslayarse, el movimiento de la Reforma excluyó toda injerencia de poderes ajenos a launiversidad, una aspiración reiteradamente sostenida por Weber. También en la estela del movimiento de 1918, el ingreso a la docencia debe ser a través de concurso público, mediante el cual un jurado constituido por especialistas —que necesariamente deben incluir uno o una de otras universidades— define, en base a los antecedentes y a la exposición del aspirante, quién ocupará ese cargo. Como señala el Estatuto de la Universidad de Buenos Aires: «Que los antecedentes, la versación de los candidatos y su capacidad como docentes y como investigadores, solo sean juzgados por jurados de autoridad e imparcialidad indiscutibles...» (art. 37). Este juicio, a la vez, debe, según dicho Estatuto, garantizar «[l]a exclusión y la imposibilidad de toda discriminación ideológica o política y de todo favoritismo localista» (art. 37), un principio por el que, como señalé, Weber bregó permanentemente. De este modo, la gesta de 1918, continuada en diferentes instancias —en un derrotero condicionado por los sucesivos golpes de Estado en la Argentina del siglo xx—, dio lugar a una normativa que responde a los principales problemas advertidos por Weber y que, acordemente, postula un criterio puramente determinado por la excelencia académica a la hora de seleccionar quiénes acceden a los cargos y a sus múltiples beneficios. Sin embargo, sobre la base de esa normativa se han creado mecanismos — en algunos casos inevitables, en la mayoría de los casos buscados— que relativizan, cuando no anulan, los criterios emanados de ese conjunto de normas, vaciándolas de contenido. Quiero referirme brevemente a algunos de esos mecanismos, haciendo foco en la Universidad de Buenos Aires debido a mi propia trayectoria en ella. Un primer aspecto a señalar tiene que ver con algo ya mencionado: la UBA contempla tres tipos de dedicación: exclusiva, semiexclusiva y parcial (art. 27 del Estatuto). La carga horaria y el salario en el segundo caso son la mitad que en la exclusiva, y en la parcial, la cuarta parte. Este último caso, la dedicación parcial, «se reserva para quienes, por la índole de su profesión, desarrollan sus investigaciones y su práctica profesional fuera de la Universidad» (art. 30). Hasta aquí, el Estatuto. Si bien en el último censo docente de la UBA (2011) no figura esta información, surge del inmediatamente anterior, de 2004, que solo un 8,4 % de los y las docentes tenían dedicación exclusiva, es decir, recibían un salario completo. No obstante, en 2011, el 66 % de los profesores declaraba dedicarse solo a la actividad docente. De estos dos datos surge que una parte muy pequeña puede abocarse a la docencia e investigación en su universidad; mucho mayor es el porcentaje de quienes deben trabajar en distintas universidades, también en escuela media, para alcanzar un salario que les permita vivir. En la UBA, por lo tanto, menos de un 10 % puede dedicarse plenamente a la docencia e investigación.²⁷ Por otro lado, las condiciones estipuladas por el Estatuto para el ingreso, los concursos, involucran en realidad, según el censo de 2011, solo al 33 % del plantel. El 67 % restante ocupa su puesto en forma interina, formalmente a la espera de que se realice el concurso. La categoría de interino, solo una vez mencionada, y de paso, en el Estatuto, es sin embargo la de la mayoría de los y las docentes. Estos ingresaron a la docencia de los modos más diversos, que van desde la amistad o militancia en común con alguien con capacidad de designar docentes interinos, hasta, en algunos casos, «concursos» informales, muchas veces sin mayor auditoría. Y lejos de ser temporaria, en la gran mayoría de los casos el «interinato» se extiende indefinidamente, muchas veces por décadas. Esto supone en principio una precarización laboral del docente —depende de la renovación anual de su contrato—, a la vez que, para los profesores, un claro recorte a sus derechos políticos en la universidad, aspecto nodal que ahora retomaré. Quiero señalar que, abstractamente, aun en un sistema de concursos ideal, es inevitable que se interpongan distintos sesgos en el proceso de la selección de un docente. El jurado de un concurso, por más que uno de sus miembros deba ser ajeno a la UBA, suele estar vinculado con las y los aspirantes por múltiples lazos, ya que por definición comparten un área de expertise. Se cruzan en congresos, cuando no en los pasillos de las facultades, publican en las mismas revistas. El concurso más perfecto está atravesado por estas cuestiones que hacen que su infalibilidad sea una ilusión, o, a lo sumo, un ideal que defender.²⁸ Sin embargo, no es ese el problema central de los concursos en la UBA. Si una de las herencias de la Reforma de 1918 es el cogobierno de los claustros, en su Estatuto la UBA otorga una descomunal hegemonía a los profesores regulares (concursados): 18 sobre 28 en el máximo órgano de gobierno de la UBA, el Consejo Superior, y 8 sobre 16 en el organismo que dirige cada Facultad, el Consejo Directivo.² Según el censo de 2011, las y los profesores constituyen el 23 % del plantel docente, al resto se los denomina auxiliares. Pero solo el 50 % de esas profesoras y profesores son regulares. Es decir, que los profesores regulares, de enorme preminencia en los órganos de dirección, constituyen aproximadamente el 12 % del plantel docente. En la UBA, el 88 % restante ejerce su ciudadanía —siempre y cuando se hayan graduado en la UBA— diluidos en el vastísimo y heterogéneo claustro de graduados, es decir, de individuos que no tienen ningún vínculo presente con la universidad.³ La principal trampa de este sistema es que los concursos se realizan —y sus jurados se definen— a instancias de los Consejos Directivos y deben ser aprobados por el Consejo Superior, ambos dominados por ese 12 % al que hice referencia, con sobrerrepresentación de quienes ocupan los cargos más altos entre los profesores regulares. El poder concentrado de esos profesores y profesoras define con total arbitrariedad qué concursos se realizarán y con qué jurados, por lo tanto, quiénes podrán ingresar a ese círculo áulico de profesores y, consecuentemente, definir con su voto sobre los próximos concursos. Horacio González, un enorme profesor de la UBA y otras universidades nacionales, recientemente fallecido, lo resumía así: «El sistema infernal de la universidad es que el concurso habilita un voto hacia aquel que llama a concurso. Es el modo circular que tiene la universidad. Llamás a concurso, generás un voto, que vota al que llama a concurso. Es el nido de víboras de la universidad» (cit. en Molina, 2021: 186). Las circunstancias, los intereses, los poderes que enfrentó Max Weber en sus intervenciones sobre política universitaria son en parte diferentes a los nuestros. Sin embargo, la extraordinaria actualidad de sus alegatos es expresión de problemas estructurales que atraviesan las universidades. Sus repuestas deben ser un insumo para la lucha por universidades que no cercenen oportunidades para quienes quieren hacer carrera en ellas, que garanticen mecanismos para alcanzar la mayor excelencia académica a la vez que estén al servicio de las grandes mayorías a quienes, en general, les está vedada su inserción en las mismas. 17. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. 18. No es necesario ahondar aquí en el lugar decisivo que ocupan las universidades en la sociedad moderna. De ahí que es un motivo de alegría la traducción de esta selección de escritos de Weber sobre la política universitaria, de gran relevancia para quienes buscan profundizar los complejos problemas que involucra esta institución. Por eso quiero agradecer calurosamente a los profesores Esteban Vernik y Fernando Artavia por la invitación a formar parte de este volumen. 19. Al sentirse incapacitado para seguir con sus clases, Weber presenta su renuncia a la Universidad de Heidelberg en 1898, pero por pedido de esta, acepta que se le mantenga el cargo de Ordinarius hasta octubre de 1903. 20. Al respecto, existen importantes diferencias salariales entrelos distintos países, también entre los de mayor desarrollo. En Argentina, y específicamente en la Universidad de Buenos Aires, hay otra mediación necesaria, y es que la gran mayoría de los y las profesoras regulares lo son a tiempo parcial, por lo que sus salarios por la universidad son solo una parte, frecuentemente menor, de sus ingresos, aunque sí vía de acceso a los otros capitales en juego. Volveré sobre este aspecto infra. 21. Habilitation, o venia legendi, es la aprobación de una tesis posdoctoral que, en tiempos de Weber —hoy es menos estricto—, era el único camino que habilitaba a iniciar la carrera académica. 22. Este es uno de los aspectos más presentes en sus intervenciones sobre las universidades: la proscripción política o religiosa que impedía la designación de importantes académicos. Weber defiende vehementemente la libertad de cátedra, y, como desarrolla en varios textos metodológicos, la independencia entre juicios de valor y juicios científicos, base por la cual la universidad no tiene derecho a tomar en consideración la posición axiológica de un candidato. Más allá de sus convicciones, sus intervenciones también estuvieron motivadas por la cercanía a dos damnificados por dicha proscripción. Por un lado, Georg Simmel, quien por ser judío tuvo enormes dificultades para conseguir un nombramiento como Ordinarius. Por otro, Robert Michels, que por sus posiciones políticas socialdemócratas no se le permitió hacer la Habilitation, debiendo migrar para hacerla en Italia. 23. Aunque esta problemática, la selección, es la que me ocupará aquí, no quiero dejar de señalar que Weber también destaca otros aspectos problemáticos de la docencia universitaria, por ejemplo la desatención a los méritos pedagógicos de un docente en su selección. Es decir, la no separación entre el sabio y el profesor, que son cosas bien distintas. En efecto, en la Argentina al menos, en la selección de los y las profesoras tienen un peso casi excluyente los antecedentes ligados a la producción científica, perjudicando a quienes deberán asistir a clases de docentes que carecen de toda capacitación, cuando no también de talento, para la enseñanza. 24. Manfred Prisching describe claramente lo que estaba en juego en un cargo ordinario: «La posición del profesor universitario a fines del siglo xix se caracterizaba por su alta reputación social [...], con un ingreso relativamente alto, con acceso a una sociedad “mejor”, con títulos y honores de primera clase [...] eran los representantes de la academia, de la actividad humana que supuestamente mejoraba éticamente al individuo y diseñaba un futuro mejor para todos. [...] los profesores compartían un fuerte sentimiento estamental asociado a la confianza en sí mismos, a veces con egotismo y la sensación de superioridad, con vanidad y poca autocrítica» (1993, 42). Recojo esta descripción porque permite entender las disputas en torno a un puesto de Ordinarius. 25. Weber explicaba contundentemente que, en lo que atañe a los nombramientos docentes, «la ciencia exige la selección más brutal» (2016, 186). 26. También, en 1909, Weber se expresaría vehementemente en contra del nombramiento de Richard Ehrenberg en la Universidad de Leipzig, dado que esta había sido motorizada por la gran industria —Siemens entre otras— interfiriendo, también aquí, en la autonomía de las universidades. 27. No quiero dejar de mencionar otro aspecto en el que la UBA se ha alejado por completo de su normativa estatutaria: los así llamados docentes ad-honorem. Varias centenas de docentes, en muchos casos con cursos a cargo, trabajan en la UBA sin retribución económica alguna. Naturalmente, en consonancia con lo que planteo en este artículo, aceptan esa condición con la esperanza de poder integrarse por esa vía en una carrera de puertas tan estrechas. 28. Probablemente, la defensa weberiana de un ingreso a la docencia determinado meramente por criterios científicos haya tenido ese carácter, el de un ideal al que aspirar. 29. Esto se ve agravado porque según el Estatuto, art. 107, por lo menos la mitad de los representantes del claustro de profesores tiene que ser Profesor titular o titular plenario, lo cual acota aún más el número de quiénes toman realmente las decisiones en la UBA. 30. En el marco abierto por la Reforma de 1918, muchas universidades nacionales tienen lo que se denomina Claustro Único, es decir, que incluye a todo el plantel docente y no solamente al reducido grupo de profesores regulares. Esto supone, naturalmente, un grado de democratización enormemente mayor y obstaculiza, parcialmente al menos, la constitución de camarillas aferradas al poder de la universidad. Bibliografía Leube, K. R. (1993). «How Much State University Education in a Free Society? Some Remarks on the “Althoff System”», en Journal of Economic Studies, vol. 20, Issue 4/5, ISSN: 0144-3585, págs. 167-176. Molina, M. (comp.) (2021). Gonzalianas. Conversaciones sin apuro, Colihue, Buenos Aires. Piedras Monroy, P. 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(1988). «Von der Wissenschaftsverwaltung zur Wissenschaftspolitik. Friedrich Althoff (19. 2. 1839-20. 10. 1908)», en Berichte zur Wissenschaftsgeschichte, 11, ISSN:1522-2365, págs. 1-26. Weber, M. (1992). «Wissenschaft als Beruf», en Max Weber Gesamtausgabe, I, 17, Mohr-Siebeck, Tubinga, págs. 71-111. — (2016). Max Weber Gesamtausgabe, I, 13, Mohr-Siebeck, Tubinga. Universidad y política El «caso Bernhard» ³¹ Las actuales discusiones en la prensa sobre el muy sonado caso Bernhard no agotan de ninguna manera el interés de este acontecimiento. Ciertamente, es un escándalo que el Gobierno (mejor dicho, el ministro, actuando por iniciativa totalmente personal, lo cual significa en realidad una iniciativa directamente influida) le haya impuesto un profesor a la universidad más concurrida de Alemania, y que los especialistas en la materia, que forman parte de los académicos más prestigiosos del país, se hayan enterado del hecho a través de la prensa o de la visita del nuevo colega. Tal escándalo es lo suficientemente típico. Pero algunas otras circunstancias son quizás aún más típicas. Primero, la conducta del tan súbitamente ascendido. En la época en que el autor de estas líneas era tan joven como lo es hoy el señor Bernhard,³² valía como la obligación más elemental del decoro académico el que alguien a quien el ministerio había ofrecido una cátedra, antes que cualquier otra cosa y antes de decidirse, debía cerciorarse de que poseía la confianza científica de la facultad o por lo menos de aquellos de los más destacados colegas con quienes habría de trabajar, indiferentemente de si temía que mediante la obtención de ese puesto pudiesen surgir dificultades (así fueran solo de naturaleza moral). Quien solo por «aprovechar la coyuntura» ignorara aquellas reglas obvias con tal de «progresar» académicamente quedaba sujeto al mismo juicio y trato de parte de sus colegas que el reservado para aquellas personas que profesionalmente especulan con «cátedras de castigo»³³ confesionales o políticas. Habiendo constatado que el señor Bernhard no consideró necesario observaraquellas reglas, los siguientes comentarios no atañen a su persona. Pero más importante es que este tipo de actitud ha avanzado abiertamente entre una parte de la nueva generación de académicos, y que además el Gobierno de Prusia cría directamente este tipo de «comerciantes», como se les llama en el medio académico. En la actualidad hay cátedras que son utilizadas regularmente como «estaciones» para el aprovisionamiento de tales elementos. En lo que refiere a la propia Universidad de Berlín, por supuesto la obtención de una cátedra allí cuenta todavía hoy generalmente como un buen negocio en términos pecuniarios. Ha quedado atrás, sin embargo, la época en que se le consideraba un alto honor científico. Ciertamente, nos complace ver aún hoy en Berlín a verdaderos líderes científicos en muchas de las disciplinas, a la vez que a personalidades absolutamente independientes. Sin embargo, al parecer crece allí más rápido que en otras partes el número de mediocres «complacientes», y quienes justamente son buscados por su complacencia. Y ahí entra la gente del tipo del señor Bernhard, es decir, gente para la cual, desde el punto de vista del gobierno, su pertenencia a la universidad es considerada esencialmente como una prebenda, en el sentido pecuniario o del prestigio social. Ahora, desde el punto de vista de las universidades provinciales, resulta hasta cierto punto grato que en ellas se siga manteniendo así un número mayor de académicos destacados. Esto en comparación a como sería el caso si para la posesión de las cátedras de Berlín se procediera únicamente de acuerdo a criterios científicos. Desde el punto de vista de la Universidad de Berlín, sin embargo, estas cosas pueden naturalmente juzgarse de otra manera. Pero es una extraña ironía que en una época donde ha crecido el número de estudiantes en muchas de las facultades de Berlín se haya pretendido, con mayor o menor éxito, limitar el número de cátedras. Además, una facultad creó un estatuto especial que restringe la habilitación de profesores de otras instituciones de educación superior, y luego utilizó este obstáculo con el fin de excluir a un reconocido académico del puesto de Privatdozent,³⁴ y ello contra el voto de los especialistas en la materia. Digo que es una extraña ironía que esa misma universidad deba ahora consentir el que sus cátedras sean utilizadas como prebendas, justo cuando algún ministerio tiene la necesidad de que se realicen investigaciones políticamente deseables por parte de un joven capaz.³⁵ Toda concesión por parte de las facultades a puntos de vista no objetivos y, en especial, todo desvío del principio según el cual deberían hacerse con los académicos más cualificados que sea posible, terminan pagándolo las mismas facultades con el debilitamiento de su autoridad moral. Y por supuesto las consecuencias de esto se evidencian no solo en casos como el presente. Aun así, pese a toda su inmadurez académica, el señor Bernhard ha escrito un importante libro en su campo, que al menos a mí me resulta muy impresionante por la singularidad de su método. Pero todo el mundo sabe que en el campo de la doctrina económica, por ejemplo, esperan ante las puertas de la facultad por lo menos otras dos personas cuyos diversos «méritos» se remontan, en el caso de uno de ellos, hasta la «Era Stumm».³ También su «coyuntura» puede llegarles seguramente tarde o temprano. Parece del todo improbable que hombres como Adolf Wagner³⁷ y Schmoller,³⁸ alguna vez personalidades importantes y científicamente únicas, encuentren sucesores. Y algo parecido ocurre en las otras universidades prusianas. En la actualidad ninguna de ellas tiene que ver ya con la generosidad del señor Althoff, ³ pese a todo lo cuestionable de su «sistema». Como conductores de sus destinos se sirven más bien, y seguramente por largo tiempo, de businessmen personalmente amistosos, pero terriblemente subalternos y mezquinos. Es decir, gente a través de cuya influencia se produce constantemente una «coyuntura» para el acenso de los comerciantes académicos que les son propicios, en completa concordancia con aquella ley según la cual una mediocridad dentro de una facultad siempre conlleva otras. Particularmente al cuerpo docente de Berlín la única elección que le quedará en «casos» similares al presente será sobre la forma de poner buena cara al mal tiempo. Ya no pueden oponer una resistencia verdadera y de peso, ya sea en la opinión pública o en el gobierno, a consecuencia del en parte autoculpable debilitamiento de su autoridad moral. Y vinculado a esto, una parte cada vez mayor de sus miembros tampoco quiere cambiar tal situación. Obviamente debe reconocerse que, como en todas las universidades, también en la de Berlín es posible encontrar aún hoy personalidades íntegras que continúan la noble tradición de la solidaridad académica y la independencia profesional ante las autoridades. Pero todo el mundo sabe que el número de dichas personalidades no va en aumento. A esto se añade que para el profesorado de Berlín el Ministerio de Educación se encuentra lamentablemente demasiado cerca. Ha venido arraigando cada vez más el disparate de que los profesores «provinciales» de Prusia se dirijan con ruegos y reclamos a los colegas influyentes de Berlín (o a quienes así se considera) para que intercedan por ellos en las «altas» esferas. Estos puestos de poder en virtud de relaciones personales con el ministerio, tal y como se han desarrollado en mayor o menor medida en todas las áreas, han resultado con frecuencia útiles en manos de académicos íntegros e importantes de Berlín. Sin embargo, incluso en la sincera aspiración por la objetividad existe siempre el riesgo de que los sentimientos subjetivos se presenten ahí donde un gran patronazgo se concentra en las manos de un individuo. Pero hoy las circunstancias empiezan a cambiar fundamentalmente. La influencia basada en dichas relaciones personales, incluso cuando se halle en manos de académicos importantes, representa tan solo un precario poder aparente. No solo se frustran recíprocamente en sus objetivos las diversas influencias personales —parece que en el presente caso la conducta de un conocido teólogo en el peculiar tratamiento de los verdaderos especialistas no fue del todo imparcial—,⁴ sino que cuando se trata de personalidades menos importantes adquiere el gobierno un medio muy efectivo para lograr sus propios fines mediante la explotación de la vanidad de estas. Y cuanto más sea poblada la Universidad de Berlín por businessmen más se desarrollarán las cosas en el sentido de que el gobierno muy gustosamente proveerá a aquellos profesores con quienes en interés propio mantiene constantes «relaciones personales» con todo tipo de pequeñas concesiones, como el tomar en consideración la intercesión para sus protegidos y similares. Y aunque inoficial, será fácticamente reconocido como institución el patronazgo de los profesores de Berlín frente a los de «provincia». Pero justo por esta razón en aquellas cuestiones importantes donde la voz del especialista como tal y la autoridad de la facultad como tal deberían tener peso, nada significará ninguna de ellas. Quien en virtud de relaciones personales acostumbra a actuar como patrón para sus protegidos personales, pierde con ello el peso moral que le corresponde como especialista y partícipe de los poderes administrativos. El desarrollo del profesorado de Berlín en la dirección antes indicada parece prácticamente imparable. Por supuesto, esto amenaza gravemente el sentimiento de solidaridad académico. Seguramente permanece en la memoria de todos nosotros la prepotencia con la que ciertos círculos de Berlín creyeron sermonear a algunos profesores universitarios que intentaron discutir sobre cuestiones comunes a todas las universidades. Nadie ha puesto en duda, incluso sin aquellos amistosos sermones, que, según la naturaleza de las cosas, la esfera de influencia de una organización universitaria interlocal,⁴¹ independientemente de sobre cuál base pudiera erigirse, tiene desde el
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