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Director	de	la	serie:	Esteban	Vernik
La	Serie	Teoría	Social	reúne	obras	que	son	muestras	del	estado	latente	de	la
modernidad.	Si	la	historia	del	pensamiento	social	y	humanístico	delineó	un
conjunto	de	textos	clásicos	sobre	el	legado	modernista,	a	su	sombra	restan
aún	por	recuperarse	contribuciones	incisivas	que	conservan	viva	la
inquietud	sobre	los	fundamentos	de	nuestro	presente.
Max	Weber	y	Karl	Marx
Karl	Löwith
Traducción	de	Cecilia	Abdo	Ferez
Introducción	de	Esteban	Vernik
Posfacio	de	Luis	F.	Aguilar	Villanueva
Introducción	a	la	ciencia	de	la	moral
Georg	Simmel
Traducción	de	Lionel	Lewkow
Prefacio	de	Daniel	Chernilo
Posfacio	de	Esteban	Vernik
La	cantidad	estética
Georg	Simmel
Traducción	de	Cecilia	Diaz	Isenrath
Prefacio	de	Esteban	Vernik
Los	empleados
Siegfried	Kracauer
Traducción	y	notas	de	Miguel	Vedda
Introducción	de	Ingrid	Belke
Prólogo	de	Walter	Benjamin
Posfacio	de	Miguel	Vedda
La	fotografía	y	otros	ensayos
El	ornamento	de	la	masa	1
Siegfried	Kracauer
Traducción	de	Laura	S.	Carugati
Prólogo	de	Christian	Ferrer
Posfacio	de	Karsten	Witte
Título	original	en	alemán:
Max	Weber	Gesamtausgabe,	I/13,	Hochschulwesen	und
Wissenschaftspolitik,	Schriften	und	Reden	1895-1920,	herausgegeben	von
M.	Rainer	Lepsius	und	Wolfang	Schluchter	in	Zusammenarbeit	mit	Heide-
Marie	Lauterer	und	Anne	Munding,	J.C.B.	Mohr	(Paul	Siebeck),	Tübingen,
2016.
©	De	la	traducción	del	alemán	y	las	notas:	Fernando	Artavia	Araya
©	De	la	presentación:	Esteban	Vernik
©	Del	prefacio:	Eduardo	Weisz
©	Del	posfacio:	Álvaro	Morcillo	y	Lisa	Janotta
©	De	la	traducción	del	posfacio:
Martin	Vallejo	Rodríguez
Corrección:	Marta	Beltrán	Bahón
Director	de	la	serie:	Esteban	Vernik
Diseño	de	colección:	Sylvia	Sans
Primera	edición:	mayo	de	2023,	Barcelona
Derechos	reservados	para	todas	las	ediciones	en	castellano
©	Editorial	Gedisa,	S.A.
http://www.gedisa.com
eISBN:	978-84-19406-09-5
Preimpresión:	Editor	Service,	S.L.
Diagonal	299,	entresuelo	1ª
www.editorservice.net
Queda	prohibida	la	reproducción	total	o	parcial	por	cualquier	medio	de
impresión,	en	forma	idéntica,	extractada	o	modificada,	en	castellano	o	en
cualquier	otro	idioma.
http://www.gedisa.com
http://www.editorservice.net
Índice
Presentación.	Max	Weber	y	las	universidades
Bibliografía
Prefacio.	La	universidad	de	Max	Weber,	nuestras	universidades
Las	«condiciones	externas»	del	trabajo	académico
El	«Althoff	System»	y	los	nombramientos	en	las	universidades	alemanas
Las	universidades	nacionales	en	Argentina
Bibliografía
Universidad	y	política
El	«caso	Bernhard»
Sobre	el	«caso	Bernhard»
El	«caso	Bernhard»	y	el	profesor	Harnack
El	«caso	Bernhard»	y	el	profesor	Delbrück
Mensaje	de	felicitación	a	Gustav	Schmoller
La	así	llamada	«libertad	de	cátedra»	en	las	universidades	alemanas
Socialdemócratas	en	la	enseñanza	académica
Sobre	la	libertad	de	cátedra	en	las	universidades	alemanas
La	libertad	de	cátedra	de	las	universidades
Sobre	el	Congreso	de	Profesores	Universitarios
El	profesor	Ehrenberg
La	selección	para	la	profesión	académica
La	Sociedad	Alemana	de	Sociología
Sobre	el	affaire	Dr.	Ruge	I
Sobre	el	affaire	Dr.	Ruge	II
Informe	de	la	Sociedad	Alemana	de	Sociología
Una	opinión	sobre	la	cuestión	de	la	universidad
Congreso	Alemán	de	Profesores	Universitarios
Sobre	el	discurso	en	el	Congreso	Alemán	de	Profesores	Universitarios	en
Dresde
Sobre	el	«sistema	Althoff»
La	administración	educativa	prusiana
Sobre	el	«sistema	Althoff»
El	«sistema	Althoff»
Una	vez	más	las	declaraciones
Otra	vez	el	«sistema	Althoff»
Las	universidades	norteamericanas	y	sus	divergentes	disposiciones	respecto
a	las	alemanas
Una	universidad	católica	en	Salzburgo
El	Gymnasium	y	la	nueva	época
Disturbios	en	la	Universidad	de	Múnich
Nota	del	traductor
Posfacio.	¿Qué	opinaría	Max	Weber	sobre	los	órdenes	que
regulan	la	ciencia	alemana	hoy	en	día?
Weber	como	iniciador	de	la	política	científica
Lógica	de	proyecto	y	empleo	de	duración	determinada:	la	doble	hélice	de	la
práctica	científica
¿A	qué	tipo	de	personas	favorece	el	orden	científico	actual?
La	ciencia	como	escaparate	de	productividad
El	tipo	académico	en	el	orden	competitivo:	competir	para	merecer	la
financiación	por	terceros
¿Quo	vadis,	erudición	académica?
Ahora	es	el	momento	de	fijar	el	rumbo.	¿Qué	tipo	de	ciencia	queremos?
Bibliografía
Presentación.
Max	Weber	y	
las	universidades
Esteban	Vernik¹
I.
Si	he	logrado	éxito	en	mi	carrera	académica,	que	no	aspiré	ni	pedí,	esto	me
deja	indiferente	y	en	particular	no	me	da	la	respuesta	a	la	pregunta	sobre	si
esta	carrera	es	la	actividad	más	apropiada	para	mí.
Carta	de	Max	Weber	a	Lujo	Brentano,	1897	(Marianne	Weber,	1995:	239).
Cualquiera	que	haya	pasado	por	una	carrera	universitaria,	que	haya
vivenciado	las	relaciones	pedagógicas	que	se	suscitan	tanto	en	el	aula	como
fuera	de	ella,	las	potencialidades	de	la	socialidad	entre	estudiantes,	docentes
y	profesores,	advertirá	el	valor	de	las	inquietudes	y	convicciones	de	Max
Weber	respecto	a	las	universidades.	Un	breve	recorrido	por	su	experiencia
universitaria	nos	muestra	el	siguiente	itinerario.
Weber	inicia	sus	estudios	universitarios	en	1882,	cuando	ingresa	a	la	carrera
de	derecho	en	la	Universidad	de	Heidelberg.	Cursa	las	materias	de	derecho,
historia	económica,	filosofía	e	historia	de	la	Antigüedad	tardía.	Durante	este
primer	período	fuera	del	hogar	paterno,	en	el	residencial	distrito	berlinés	de
Charlottenburg,	Weber	estrechará	relaciones	con	su	primo	Otto
Baumgarten,	en	ese	momento	estudiante	de	teología	en	la	misma	facultad,
con	quien	posteriormente	compartirá	distintas	iniciativas	teológico-
políticas.	En	este	primer	contacto	con	un	ámbito	universitario,	Weber	se
incorpora	a	una	asociación	estudiantil	con	uniforme:	la	Hermandad	de
duelistas	«Alemannia».	La	vida	en	esta	fraternidad	a	la	que	Weber
perteneció	entre	1882	y	1884	incluía,	entre	otros	hábitos,	compartir
canciones	y	borracheras,	el	uso	en	ocasiones	de	trajes	de	gala	y,	también,
como	culto	al	honor	viril,	la	práctica	de	duelos	de	esgrima.	De	uno	de	estos
ritos	de	paso,	Weber	conservó	de	por	vida	una	cicatriz	en	la	mejilla.
Después	de	cursar	el	primer	año	en	la	Universidad	de	Heidelberg,	Weber
realiza	en	1883	el	servicio	militar	en	el	territorio	de	Alsacia,	anexado	desde
hacía	solo	doce	años	al	Segundo	Imperio	Alemán.	Será	la	primera	de	sus
tres	estancias	militares	en	esa	región,	en	el	extremo	colindante	con	Francia,
al	otro	lado	del	Rin.	En	la	capital	de	Alsacia,	Max	Weber	asiste
ocasionalmente	a	la	Universidad	de	Estrasburgo,	y	sostiene	importantes
conversaciones	formativas	sobre	ciencia	y	política	con	su	tío,	Hermann
Baumgarten,	profesor	de	historia	de	las	ideas	de	esa	universidad,	quien,	al
igual	que	el	padre	de	Weber,	era	de	convicciones	a	la	vez	liberales	y
nacionalistas	y	estaba	comprometido	con	la	gestión	del	Reich.	En	1885,
Weber	vuelve	a	los	territorios	anexados	para	continuar	su	entrenamiento
como	oficial	del	ejército,	que	posteriormente	completa	en	1888,	alcanzando
el	grado	de	capitán	de	reserva.
Entre	ambas	estancias	militares	en	Alsacia,	Weber	continúa	sus	estudios	de
derecho,	pero	ahora	en	la	Universidad	de	Berlín.	Finalmente,	en	1886,
completa	sus	estudios	de	grado	en	la	Universidad	de	Gotinga.
Seguidamente,	vuelve	a	instalarse	en	Berlín,	donde	trabaja	como	pasante
sin	sueldo	en	un	despacho	de	derecho,	y	estudia	Derecho	comercial	e
Historia	rural	antigua.	Sus	estudios	de	posgrado	en	la	universidad	berlinesa
siguen	una	línea	ascendente	y	en	muy	poco	tiempo	alcanza	la	condición	de
profesor.	En	1889,	defiende	su	tesis	doctoral,	Acerca	de	la	historia	de	las
sociedades	comerciales	en	la	Edad	Media.	Según	fuentes	sudeuropeas,	un
trabajo	a	mitad	de	camino	entre	la	historia	jurídica	y	la	historia	económica;
dos	años	después,	defiende	su	segunda	tesis,	de	habilitación,	La	historia
agraria	de	Roma	y	su	significación	para	el	derecho	público	y	privado,	con	la
cual	es	nombrado	Privatdozent	en	Derecho	romano,	germano	y	comercial
por	la	Universidad	de	Berlín,	quedando	en	condiciones	de	asumirla
condición	de	catedrático.	Su	carrera	como	docente	se	inicia	al	año	siguiente
de	su	habilitación,	cuando	Weber	es	designado	profesor	interino	de	Derecho
comercial	en	la	Universidad	de	Berlín,	sustituyendo	así	a	su	director	de	tesis
de	doctorado,	el	destacado	mercantilista	Levin	Goldschmidt.	Comienza
entonces,	en	1892,	una	fulgurante	actividad	como	profesor	que	sin	embargo
quedará	trunca	apenas	cinco	años	después.
De	ese	puesto	en	Berlín,	pasará	a	la	Universidad	de	Friburgo	en	1894,
donde	será	nombrado	profesor	de	Economía	política	(Nationalökonomie),	y
en	mayo	de	1895	ofrecerá	su	célebre	Lección	inaugural.	Esta	es	la
universidad	donde	más	tiempo	Weber	dictó	clases,	y	fueron	solo	¡dos	años	y
medio!
En	diciembre	de	1896,	Weber	es	propuesto	por	la	Facultad	de	Filosofía	de	la
Universidad	de	Heidelberg	para	suceder	nada	menos	que	a	Karl	Knies,	uno
de	los	máximos	líderes	de	la	Escuela	alemana	de	economía	histórica.	Weber
vuelve	a	la	ciudad	en	la	que	había	iniciado	sus	estudios.	Asume	la	cátedra	en
enero	de	1897	y	comienza	a	dictar	Economía	política	teórica	general
(Kaessler,	2014:	455).	Algunos	años	después,	Weber	dedicará	un	artículo	a
ajustar	cuentas	teóricas	con	su	antecesor	de	cátedra	(Weber,	1992a).
Weber	era	consciente	de	su	vertiginoso	ascenso	académico,	tal	como	se
advierte	en	la	carta	que	utilizamos	como	epígrafe	de	esta	sección.	Sin
embargo,	solo	dos	años	después	de	asumir	su	cátedra	en	Heidelberg,	un
grave	estado	de	postración	nerviosa,	un	colapso	en	su	vida	anímica,	lo
obligará	a	declinar	el	puesto.	Primero	solicitará	licencia	por	enfermedad,
hasta	que	dos	años	después,	en	1899,	agotadas	ya	las	correspondientes
instancias	burocráticas,	debe	rescindir	su	puesto	de	profesor,	con	tan	solo
treinta	y	cinco	años.
Tras	su	larga	enfermedad	y	al	poco	tiempo	de	recuperarse,	Weber	realiza	en
1904	un	importante	viaje	de	trece	semanas	por	Estados	Unidos.	Y	entre	los
múltiples	motivos	de	indagación	del	viaje,	que	suscitarán	su	reflexión
posterior	durante	el	resto	de	su	vida,	se	cuentan	las	varias	universidades
que	se	interesó	en	visitar	y	en	las	cuales	estrechó	fructíferos	lazos	con	sus
colegas,	tales	como	la	Universidad	de	Atlanta,	la	de	Boston,	la	de	Columbia
o	la	John	Hopkins	University.
Weber	volverá	a	dar	clases	universitarias	en	1918,	después	de	más	de	dos
décadas	sin	estar	al	frente	de	un	aula.	En	ese	año,	del	fin	de	la	Gran	Guerra,
Weber	acepta	una	cátedra	de	economía	en	la	Universidad	de	Viena,	e
imparte	un	curso	de	verano	sobre	Sociología	de	la	religión.
Finalmente,	en	su	último	año	de	vida,	da	sus	últimas	clases	en	la
Universidad	de	Múnich	al	asumir	la	cátedra	de	su	viejo	maestro,	Lujo
Brentano;	otra	vez,	al	igual	que	en	Heidelberg,	veintidós	años	antes,	Weber
sucede	a	un	«socialista	de	cátedra»,	cofundador	de	la	Asociación	de	Política
Social,	y	un	referente	principal	de	la	Escuela	alemana	de	economía
histórica.	Así,	al	inicio	de	su	último	semestre	de	clases,	el	del	verano	de
1920,	Max	Weber	dicta	el	curso,	de	una	hora	cuatro	veces	por	semana,
«Doctrina	general	del	Estado	y	política	(Sociología	del	Estado)»,	ante	una
audiencia	de	más	de	quinientas	personas,	y	ofrece	dos	conferencias	de	dos
horas:	una	sobre	«El	socialismo»,	y	otra	sobre	«Obras	científicas
sociológicas»	(Kaube,	2020:	419).
En	síntesis,	Max	Weber	inicia	en	Berlín	una	acelerada	y	muy	exitosa
carrera	académica	que	culmina	en	Múnich,	la	cual	será	de	muy	corta
duración.	Accede	en	forma	muy	rápida	a	los	más	altos	puestos	del	sistema
universitario	alemán,	pero	durante	toda	su	vida	solo	alcanza	a
desempeñarse	regularmente	como	profesor	¡tan	solo	durante	siete	años!
Como	en	otros	aspectos	medulares	propios	a	la	vida	de	una	nación,	Weber
se	involucró	personalmente	en	el	referido	a	la	universidad.	Fue	muy	crítico
respecto	a	la	situación	general	de	la	educación	superior	en	la	era
guillermina,	la	falta	de	libertad	de	cátedra	y	las	formas	irregulares	de
reclutamiento	y	promoción	de	los	profesores	universitarios.
Entre	sus	manifestaciones	más	resonantes,	destacan	su	protesta	contra	la
situación	marginal	a	la	que	el	establishment	universitario	había	condenado
a	Georg	Simmel	(«si	eres	judío,	lasciate	ogni	speranza»)	(Weber,	1992b:
190),	y	la	defensa	de	su	discípulo	Robert	Michels,	quien	por	su	condición	de
miembro	del	Partido	socialdemócrata	se	vio	imposibilitado	para	acceder	a
una	cátedra	en	Alemania,	pero	a	la	cual	sí	tuvo	acceso	en	Turín,	Italia
(Weber,	2016).
Hacia	el	final	de	su	recorrido,	en	una	mirada	retrospectiva	a	la	situación
general	de	la	universidad	y	a	su	propia	experiencia,	Weber	resumirá	en	una
expresión	la	condición	universitaria,	su	escalafón	jerárquico,	el	accionar	de
sus	burocracias	enquistadas	en	la	toma	de	decisiones	y	el	arribismo	de
tantos	mediocres	«complacientes»,	condiciones	que	a	día	de	hoy	no	han
perdido	actualidad:
«...	la	vida	académica	es,	por	tanto,	un	puro	azar»	(Weber,	1992b:	190).
1.	Universidad	de	Buenos	Aires	y	Universidad	Nacional	de	la	Patagonia	Austral,
Consejo	Nacional	de	Investigaciones	Científicas	y	Técnicas,	Instituto	de
Investigaciones	Gino	Germani.
II.
El	incomprensible	retraso	en	mi	nombramiento…
Weber,	sobre	la	burocracia	universitaria.²
Durante	los	largos	años	de	docente	en	la	Universidad	de	Heidelberg	en
condición	de	«inactivo»	(Weber	rescindió	su	cargo,	y	consiguientemente	su
sueldo),	que	son	en	los	que	aparecen	la	mayoría	de	las	intervenciones
recogidas	en	este	libro,	desde	su	crisis	nerviosa	hasta	que	volvió	a	dar	clases,
Weber	se	siguió	identificando	como	profesor	e	investigador.	Prosiguió	por
sus	propios	medios	realizando	investigaciones	científicas:	luego	de	La	ética
protestante	y	el	espíritu	del	capitalismo	(1904/05)	realiza	una	investigación
sobre	las	condiciones	de	trabajo	de	los	obreros	industriales	en	una	planta
textil	(1908/09)	y	continúa	sus	estudios	comparativos	sociorreligiosos	sobre
China,	India	y	Palestina,	publicando	casi	todos	sus	resultados	en	el	Archiv
für	Sozialwissenschaft	und	Sozialpolitik.	Al	mismo	tiempo,	intervino	con
pasión	y	perspectiva	en	los	debates	sobre	la	universidad	alemana	a	través	de
la	prensa,	tanto	en	periódicos	importantes,	como	el	Frankfurter	Zeitung,	o
en	diversos	órganos	más	reducidos,	así	como	por	medio	de	sus
participaciones	en	el	Congreso	Alemán	de	Profesores	Universitarios	o	en	los
congresos	de	la	Sociedad	Alemana	de	Sociología.
Entre	1909	y	hasta	poco	antes	de	la	Primera	Guerra	Mundial,
Max	Weber	se	comprometió	con	la	Sociedad	Alemana	de
Sociología	(Deutsche	Gesellschaft	für	Soziologie),	de	la	que	fue
uno	de	sus	fundadores,	junto	a	Georg	Simmel,	Hermann	Beck	y
Ferdinand	Tönnies,	y	fue	un	activo	animador	de	sus	congresos	de
1910	y	1912,	a	los	que	asisten	también,	entre	otros,	Ernst
Troeltsch,	Werner	Sombart	y	Robert	Michels.	Según	Otthein
Rammstedt,	la	razón	por	la	cual	Max	Weber	se	pasa	de	la
Asociación	de	Política	Social	—en	la	cual	participa	desde	muy
joven	y	en	la	cual,	no	obstante,	seguirá	participando	por	el	resto
de	su	vida—	a	la	Sociedad	Alemana	de	Sociología,	en	cuanto	lugar
institucional	preferente	para	comunicar	los	desarrollos	de	su
trabajo,	es	la	cuestión	de	la	Wertfreiheit	(Rammstedt,	1988:	265).
Esa	máxima	weberiana	de	«no	hacer	juicios	de	valor»	en	el
trabajo	científico	no	era	posible	practicarla	en	la	Asociación	de
Política	Social	que	había	fundado	Gustav	von	Schmoller	en	1873,
mientras	que	sí	era	factible	institucionalizarla	en	la	nueva
Sociedad,	en	cuyo	estatuto	figuraba,	explícitamente,	el	rechazo	de
los	juicios	de	valor	y	de	las	exposiciones	de	fines	prácticos,	de
carácter	político,	ético,	religioso	o	estético.
Precisamente,	el	principio	de	Wertfreiheit	de	Weber	—que	también	puede
rastrearse	con	anterioridad	en	Simmel—	(Simmel,	2022:	475),	como
también	el	de	Lehrfreiheit,	son	dos	claves	de	buena	parte	de	las
intervenciones	de	este	libro.	Ambos	conceptos	resultan	problemáticos	en	su
traducción	a	otras	lenguas.³	Sobre	el	segundo,	optamos	por	libertad	de
cátedra,	por	ser	el	que	más	se	asemeja	a	su	uso	corriente	en	los	medios
universitarios,	aunque	más	literalmente	podría	ser	libertad	de	enseñanza.Pero	el	primero	es	el	que	ha	llevado	a	más	dificultades	de	interpretación.
Una	posibilidad	acertada	puede	ser	entenderlo	como	suspensión	del	juicio
de	valor	(Abellán,	2010:	10).	En	cambio,	cuando	se	lo	consideró	como
neutralidad	valorativa,	surgieron	serios	problemas	de	incomprensión;	más
adelante	me	referiré	a	uno	de	ellos.	Para	Weber,	esta	noción	es	un	ideal	que
se	asocia	a	la	«honestidad	intelectual»,	y	separa	tajantemente	los	momentos
de	la	ciencia	de	los	de	la	política.
Debo	insistir	en	que	soy	capaz	de	presentar	conexiones	científicas	sin	juicios
de	valor	y	solo	me	enorgullece	aquella	parte	de	mi	actividad	docente	en	la
que	fui	fiel	a	este	ideal.⁴
Weber	procuró	mantenerse	fiel	a	este	ideal.	En	1917	reescribe	sobre	esta
cuestión	en	lo	que	resulta	una	comunicación	interna	para	su	discusión	en	la
Asociación	de	Política	Social	antes	de	la	guerra,	y	que	publica	en	la
prestigiosa	revista	Logos,	siendo	esta	pieza	—a	pesar	de	su	mala
comprensión	durante	décadas—	una	de	las	más	fundamentales	de	su	legado
(Weber,	2010).	Este	principio,	como	se	aprecia	en	las	intervenciones	de	este
libro,	le	sirvió	a	Weber	para,	en	relación	con	la	libertad	de	cátedra,
provocar	con	la	idea	de	que	la	universidad	podría	enriquecerse	con	la
contribución	de	socialistas	y	comunistas	si	estos	se	adherían	al	postulado	de
Wertfreiheit	en	la	investigación	y	la	docencia.
El	problema	del	acceso	a	la	vida	académica,	de	la	selección	de	aspirantes	a
la	carrera	docente	y	de	investigación	—como	un	lugar	seguro,	con	un
sustento	estable,	en	el	cual	poder	desenvolver	la	vocación—	se	presentaba
como	un	hecho	crucial	para	cualquiera	que	después	de	terminar	sus
estudios	universitarios	estuviese	dispuesto	a	consagrarse	a	las	tareas	de	la
ciencia.	Así	se	expresa	ante	los	estudiantes	en	su	conferencia	de	Múnich	de
noviembre	de	1917.	Y,	como	sabe	cualquiera	que	alguna	vez	haya	aspirado	a
vivir	de	o	para	la	universidad,	hasta	el	día	de	hoy	la	cuestión	sigue	siendo
igual	de	problemática,	partiendo	del	hecho	de	que,	en	general,	los	puestos
disponibles	en	las	universidades	y	las	instituciones	científicas	suelen	ser	muy
escasos	respecto	a	la	cantidad	de	personas	dispuestas	a	ocuparlos.
Ciertamente,	la	selección	para	la	carrera	académica	es	el	motivo	principal
de	muchas	de	las	intervenciones	aquí	recogidas.	Así,	Weber	se	pronuncia	en
contra	—o	más	bien	denuncia—	casos	de	ingreso	a	las	universidades	que
considera	favores	políticos	o	prebendas.	Tal	es	el	caso	Bernhard,	cuya
pertenencia	a	la	universidad	constituye,	según	Weber,	una	prebenda	del
Gobierno	«en	el	sentido	pecuniario	o	del	prestigio	social».⁵	Weber	señala	la
existencia	entre	los	profesores	de	caciques,	que	en	base	a	«relaciones
personales»	realizan	«todo	tipo	de	pequeñas	concesiones,	como	el	tomar	en
consideración	la	intercesión	para	sus	protegidos».
Quien	en	virtud	de	relaciones	personales	acostumbra	actuar	como	patrón
para	sus	protegidos	personales,	pierde	con	ello	el	peso	moral	que	le
corresponde	como	especialista	y	partícipe	de	los	poderes	administrativos.⁷
El	caso	Bernhard,	al	que	se	refiere	en	reiteradas	ocasiones,	es	para	Weber
un	síntoma	de	un	sistema.	El	sistema	Althoff,	en	alusión	al	consejero	para
asuntos	universitarios	del	Ministerio	de	Educación	prusiano,	construido	a
partir	de	un	entramado	de	constantes	«relaciones	personales».	Un	sistema
de	relaciones	personales,	de	confidencias	con	algunos	académicos,	y	con
algunos	políticos,	que	mantenía	en	forma	discrecional	el	propio	consejero
Althoff.	Así,	el	sistema	rozó	alguna	vez	a	la	propia	situación	de	Weber;	tal
fue	la	ocasión	en	que	el	consejero	ministerial	se	acercó	a	su	padre,	quien,
como	diputado,	se	encontraba	en	la	comisión	de	presupuesto	universitario,	y
le	propuso	un	privilegio	para	su	hijo,	lo	cual	lo	espantó	y	lo	llevó	a
renunciar	a	la	comisión.
Dado	que	yo	era	Privatdozent	en	Derecho,	a	mi	padre	y	a	mí	nos	extrañó,
como	debe	ahora	extrañarle	a	otros,	que	el	consejero	privado	Althoff
aludiera	ya	en	ese	entonces	a	una	eventual	cátedra	de	economía	política
para	mí.	La	razón	de	esto	fue,	como	se	supo	más	tarde,	que	varios
académicos	(a	quienes	yo	no	conocía	personalmente)	habían	llamado	la
atención	de	Althoff	sobre	mi	persona,	debido	a	que	mis	trabajos	se	hallaban
en	una	zona	fronteriza	entre	ambas	disciplinas.⁸
Encontramos	en	estos	escritos	a	un	Weber	en	acción,	que	acepta	siempre	las
polémicas,	obsesivo	en	su	empeño	por	llegar	a	través	de	la	verdad	(«libre	de
ilusiones»)	a	los	resortes	más	ocultos	del	poder.	Resulta	conmovedora	su
sinceridad	en	relación	a	este	episodio,	referido	a	cuando	Weber	pasaba	de	la
condición	de	Privatdozent	en	Berlín,	Prusia,	bajo	la	órbita	de	Althoff,	a
obtener	su	cátedra	de	«Economía	política»	en	la	Universidad	de	Friburgo,
en	el	Estado	de	Baden-Wurtenberg.	El	sistema	Althoff,	tal	cual	Weber	lo
describe,	es	un	sistema	de	«componendas»	que,	«entre	las	nuevas
generaciones	de	académicos,	permite	ascender	a	un	tipo	humano	que	se
siente	“criatura”	de	los	funcionarios	ministeriales	que	en	ese	momento	están
en	el	poder».
Ante	tal	sistema	de	intransparencias	generalizado	que	regía	el	ingreso	de	los
nuevos	cuadros	de	enseñanza	e	investigación	a	la	universidad,	para	Weber
la	cuestión	clave	en	la	selección	de	los	aspirantes	consistía	en	el	deber	de
separar	las	relaciones	personales	y	los	problemas	objetivos.	El	lema	es	de
total	actualidad.	Por	otro	lado,	en	su	insistencia	en	el	caso	Bernhard,	como
expresión	del	Sistema	Althoff,	Weber	señala	que	tales	síntomas
«desacreditan	profundamente	la	reputación	de	los	profesores	a	ojos	del
estudiantado».¹ 	Lo	cual	indica	que,	para	Weber,	el	estudiantado	es	un	actor
de	la	universidad	que	merece	ser	respetado	y	escuchado.	Weber	es	un
profesor	que	discute	con	la	generación	joven	de	la	universidad,	que	cree	que
esa	conversación	puede	estar	cargada	de	sabiduría,	de	experiencia	pasada	y
futuro	por	venir.	Y	la	productividad	de	esta	actitud	también	es	de	suma
actualidad.	Un	ejemplo	de	ese	diálogo	con	los	estudiantes,	no	obstante	a	las
diferencias	de	convicciones	que	conviene	marcar,	es	el	que	mantuvo	con	los
jóvenes	Ernst	Toller	y	Otto	Neurath,	quienes	lucharon	en	las	calles	de
Múnich	hasta	izar	un	pabellón	rojo	en	mayo	de	1919,	y	a	quienes	Weber
defendió	en	juicio	sumario	una	vez	concluida	la	represión	del	ejército.
2.	Pág.	193	de	la	presente	edición.
3.	Este	es	uno	de	los	motivos	que	llevaron	a	la	realización	de	esta	edición,	luego
que	algunos	de	sus	capítulos	habían	sido	ya	volcados	al	castellano	en	1990,	pero
a	través	de	una	traducción	indirecta,	basada	en	la	versión	al	inglés	de	Edward
Shils,	en	1973.	Tal	edición,	a	cargo	del	profesor	colombiano	Gonzalo	Cataño,	es
cuidadosa,	como	lo	son	otras	presentaciones	que	realizó	de	los	escritos
weberianos;	no	obstante,	para	el	caso	de	Wertfreiheit,	se	ofrece	como	traducción
«neutralidad	ética».
4.	Pág.	110	de	la	presente	edición.
5.	Pág.	59	de	la	presente	edición.
6.	Ibid.,	64.
7.	Id.
8.	Ibid.,	199.
9.	Ibid.,	210.
10.	Ibid.,	65.
III.
La	ciencia	no	debe	ser	considerada	nunca	como	algo	ya	descubierto,	sino
como	algo	que	jamás	podrá	descubrirse	por	entero	y	que,	por	tanto,	deber	ser,
incesantemente,	objeto	de	investigación.
Wilhelm	von	Humboldt
(Humboldt,	1959:	211).
Entre	los	documentos	fundacionales	de	la	Universidad	de	Berlín,	uno	que
lleva	la	rúbrica	de	W.	v.	Humboldt	estipulaba	que,	bajo	el	concepto	de
«establecimiento	científico	superior»,	se	privilegia	un	espacio	en	el	que	se
desenvuelve	«la	idea	pura	de	la	ciencia»	y	cuyos	principios	imperantes	son
«la	soledad	y	la	libertad»	(Humboldt,	1959:	209).	Se	creaba	la	«universidad
estatal»	como	espacio	natural	desde	donde	desarrollar	un	pensamiento
libre,	de	características	inéditas,	pero	en	nada	indiferente	a	las
transformaciones	del	Estado	y	de	la	sociedad	de	su	tiempo.	La	creación	de
la	Universidad	de	Berlín	en	1810	implicó	la	instauración	de	un	modelo	que
rápidamente	se	expande	reformando	al	conjunto	de	las	universidades
alemanas,	constituyendo	un	sistema	bastante	uniforme.	El	esfuerzo	por
situar	a	la	universidad	en	el	plano	de	las	ideas	motorizóun	proceso	por	el
cual	la	universidad	pasa	a	instaurarse	no	solo	como	sede	de	la	enseñanza,
sino	también	de	la	ciencia	(Ringer,	1995:	38).
Este	modelo	que	conoció	Weber	de	profesores	que	deben	a	la	vez	enseñar	e
investigar,	más	allá	de	las	evidentes	diferencias	sociohistóricas,	es	el	que	rige
actualmente	en	muchos	de	los	sistemas	universitarios	de	nuestros	países.
Los	Estados	crean	universidades	públicas,	y	conforman	su	planta	de
docentes,	debiendo	seleccionarlos	según	sus	méritos	tanto	en	docencia	como
en	investigación.	Refiriéndose	al	caso	argentino,	Eduardo	Weisz,	en	el
prefacio	de	esta	edición,	parte	de	las	reflexiones	de	Weber	sobre	la
universidad	alemana	de	su	tiempo,	para	seguidamente	aplicar	sus	conceptos
a	nuestras	universidades.	Luego	de	revisar	aspectos	nodales	de	estas
intervenciones,	de	las	que	extrae	motivos	de	plena	vigencia	para	pensar	los
problemas	actuales,	presenta	el	caso	—que	bien	conoce	por	su	propia
trayectoria—	de	la	Universidad	de	Buenos	Aires.	En	su	análisis	de	las
posiciones	de	Weber	sobre	la	universidad,	parte	del	contenido	de	las
célebres	conferencias	de	Múnich,	de	noviembre	de	1917	y	enero	de	1919,
que	Weber	imparte,	a	pedido	de	una	organización	política	estudiantil,	sobre
la	ciencia	y	la	política	como	trabajos	espirituales.	En	tales	ocasiones,	Weber
despliega	aspectos	cruciales	de	su	teoría	que	aplica	al	lugar	de	la
universidad,	el	periodismo	y	la	política	en	las	sociedades	modernas.	Su
audiencia	juvenil,	que	en	gran	medida	recién	volvía	de	las	trincheras	de	la
guerra,	y	algunos	de	ellos	se	aprestaban	para	la	toma	revolucionaria	del
poder,	quedó	hondamente	impresionada	con	las	palabras	de	Weber,
especialmente	en	la	primera	de	esas	conferencias.	En	la	segunda,	ya	en	el
invierno	rojo	de	1919,	en	las	inmediaciones	de	lo	que	sería	la	lucha	contra	el
ejército	en	las	calles	de	Múnich	y	la	efímera	República	Soviética	de
Baviera,¹¹	su	alocución	fue	para	muchos	decepcionante;	«la	juventud	ya	se
había	apartado	de	él»	(Hennis,	2016:	190)	ante	su	denodada	búsqueda	de
una	verdad	sin	concesiones	ni	ilusiones,	que	no	se	privaba	de	manifestarles
a	los	jóvenes	estudiantes	que	la	suya	era	una	revolución	«carnavalesca»	de
efectos	narcóticos.	El	ensayo	de	Weisz	no	llega	a	exponer	este	último	aspecto
del	diálogo	de	Weber	con	los	estudiantes,	pero	sí	se	detiene	en	otro	episodio
de	gran	trascendencia	respecto	a	las	relaciones	de	poder	en	la	universidad	y
a	su	autonomía	respecto	a	los	poderes	de	los	aparatos	políticos	y	religiosos.
Casi	del	todo	contemporánea	al	del	invierno	revolucionario	de	Weber	en
Múnich,	por	otra	parte,	fue	la	gran	movilización	estudiantil	que	después	de
la	toma	del	rectorado	marchó	por	las	calles	de	Córdoba,	Argentina,	y	que	se
conoce	como	la	Reforma	Universitaria	de	1918,	cuya	trascendencia	tuvo	—y
aún	hoy	tiene—	efectos	para	pensar	los	problemas	de	la	universidad
tratados	por	Weber.	Con	consignas	antiimperialistas	y	latinoamericanistas,
este	movimiento	de	inspiración	secular,	que	impactó	en	varias	de	las
grandes	arenas	culturales	de	América	Latina,	se	alzó	en	la	Universidad	de
Córdoba	en	contra	de	las	presiones	en	la	designación	de	los	profesores	que
ejercían	los	sectores	clericales.	Como	resultado	de	su	gesta	prolongada	de
protestas,	huelgas,	toma	del	rectorado	y	enfrentamiento	en	las	calles	con	los
grupos	de	los	estudiantes	de	la	derecha	católica	y	con	la	represión	del
ejército,	se	alzaron	con	la	victoria	al	conseguir	finalmente	sancionar	la
autonomía	de	la	universidad,	el	cogobierno	universitario	por	parte	de
docentes,	estudiantes	y	graduados,	así	como	el	concurso	público	por
oposición	como	única	forma	de	ingreso	a	la	carrera	docente.	Y	estas
medidas	determinantes	fueron	sancionadas	e	incorporadas	en	1994	a	la
Constitución	Nacional	(art.	75,	inciso	19),	por	lo	cual,	hasta	hoy,	el	concurso
público	debe	ser	el	modo	de	ingreso	a	la	carrera	docente	en	todas	las
universidades	nacionales.	Claro	que,	como	el	prefacio	analiza,	surgieron
desde	entonces	múltiples	estrategias	que	buscaron	neutralizar	tal
normativa.	Aun	así,	el	concurso	no	es	un	método	infalible,	sino	que,	como
Weber	advertiría,	la	selección	de	las	y	los	concursantes	no	deja	de	estar
condicionada,	en	forma	no	menor,	por	el	peso	que	ejercen	sobre	algunos
profesores	y	profesoras	«las	relaciones	personales»	por	encima	de	«los
factores	objetivos».	Y,	de	igual	modo,	por	el	peso	de	los	aparatos	políticos	y
la	perspectiva	de	los	business	que	con	tanta	frecuencia	pueden	observarse
en	muchas	de	nuestras	universidades,	forma	a	través	de	la	cual	las
burocracias	imponen	su	dominación.	Podrá	entonces	considerarse	a	los
concursos	como	un	«ideal	a	realizar»	que	deberá	acompañarse	de	una
acción	militante	en	favor	de	su	transparencia	y	objetivación.
La	gran	movilización	de	los	estudiantes	reformistas	cordobeses	no	tuvo
contacto	por	esos	años	con	las	ideas	de	Weber;	sí	lo	tuvo	con	algunas	de	las
de	Simmel.	En	1923,	el	filósofo	Carlos	Astrada,	una	de	las	usinas	ideológicas
de	la	Reforma	de	1918,	traduce	y	edita	por	la	Universidad	de	Córdoba	«El
conflicto	de	la	cultura	moderna»,	la	conferencia	que	había	dado	Simmel	en
Berlín	en	1918.	En	cambio,	sí	tuvo	contacto	con	las	ideas	weberianas	otro
grupo	de	estudiantes	perteneciente	a	otra	generación,	la	primera	que
ingresó	a	la	Carrera	de	Sociología	de	la	Universidad	de	Buenos	Aires
(fundada	en	1957),	los	cuales	plantearon	desde	allí	la	transformación	radical
del	mundo,	en	consonancia	con	el	estallido	de	la	Revolución	Cubana.	Así,	en
los	primeros	años	sesenta,	se	produce	un	conflicto	entre	los	estudiantes
radicalizados	y	la	dirección	de	la	carrera	de	sociología,	que	se	había
fundado	bajo	las	banderas	de	la	modernización	funcionalista.	La	teoría	de
Weber	que	entonces	se	les	ofrecía	a	los	estudiantes	seguía	en	gran	medida	la
distorsión	que	al	respecto	había	modelado	su	primer	traductor	al	inglés,
Talcott	Parsons.	Como	en	muchos	otros	países	de	América	Latina	y	del
mundo	—incluida	una	parte	importante	de	la	academia	alemana—,	la
imagen	de	Weber	que	por	aquella	época	se	trasmitía	era	la	de	un	correcto
sociólogo	liberal,	demasiado	parecido	al	estructural	funcionalismo,	y
opuesto	a	Marx.	Era	una	hipóstasis,	como	también	lo	era	la
desnaturalización	que	se	hacía	del	principio	weberiano	de	Wertfreiheit,
traducido	como	«neutralidad	valorativa».	No	resulta	pues	casual	la	reacción
en	aquella	época	de	Roberto	Carri,	el	más	prolífico	integrante	de	las
«Cátedras	Nacionales»,	quien	en	1968	denuncia	«el	ideal	de	“neutralidad
valorativa”	como	una	“coartada”	al	servicio	de	los	poderosos».¹²	En	la
historia	trágica	de	esos	jóvenes	sociólogos	militantes,	se	recuerda	a	las
Cátedras	Nacionales	como	una	innovadora	experiencia	de	lectura	política
de	la	teoría	social	en	clave	nacional-popular	antiimperialista,	y	a	Carri
como	un	emblema	de	esa	lucha	revolucionaria	y	uno	de	los	primeros
sociólogos	desaparecidos,	que	terminó	cruelmente	en	un	campo	de
concentración	de	la	última	dictadura	militar.
Hoy	vivimos	otros	tiempos,	sin	el	horizonte	cercano	de	la	revolución	social
al	encuentro	de	nuestras	vidas,	y	sin	la	hegemonía	del	estructural-
funcionalismo	sobre	el	legado	de	Max	Weber.	Especialmente	a	partir	de
2020,	año	del	centenario	de	su	muerte,	con	la	finalización	en	Alemania	de	la
edición	íntegra	de	su	obra	en	47	volúmenes,	la	Max	Weber	Gesamtausgabe,
se	descubren	y	discuten	nuevas	perspectivas	para	la	interpretación	del
pensamiento	weberiano.	Un	fenómeno	contemporáneo	que	suscita	diversos
usos	de	su	teoría,	tanto	a	la	derecha	como	a	la	izquierda	—y	que	sin	dudas
habría	escandalizado	a	Weber—	es	el	que	Álvaro	Morcillo	Laiz	y	Lisa
Janotta	analizan	en	el	posfacio	de	esta	compilación.	En	su	ensayo,	se	sirven
de	las	críticas	que	Weber	realiza	acerca	del	sistema	universitario	y	científico
de	su	tiempo	para	aplicar	sus	conceptos	a	la	situación	actual	en	Alemania.
Cuesta	imaginar	que	la	descripción	que	ofrecen	corresponda	a	ese	país	y,	sin
embargo,	resulta	evidente	la	irrupción,	con	pocas	resistencias	hasta	ahora
exitosas,	del	capitalismo	neoliberal	ejerciendo	su	dominio	sobre	el	sistema
universitario	y	científico.La	precariedad	laboral	en	las	universidades	y	los	llamados	centros	de
investigación	no	universitarios	(entre	los	que	figuran	centros	tan	reputados
como	el	Max-Planck-Institute)	[…]	significa	que	la	cuota	de	contratos
temporales	en	la	ciencia	está	en	torno	al	77	%	(si	se	incluye	a	quienes	no
tienen	doctorado,	92	%).¹³
Si	sabíamos	ya	de	las	dificultades	por	obtener	un	puesto	universitario	en	el
cual	desenvolver	su	actividad	para	tantas	y	tantos	jóvenes	graduados	de	ese
país	que,	pese	a	obtener	la	máxima	acreditación	en	sus	estudios,	se	ven
mayoritariamente	obligados	a	migrar	hacia	distintas	ciudades	de	Alemania
o	probar	suerte	desplazándose	a	Estados	Unidos	u	otro	país	en	el	extranjero,
la	situación	parece	empeorar	en	los	últimos	años	con	la	sanción	de	las
nuevas	leyes	ultraneoliberales.	Tal	es	el	caso	de	las	leyes	de	«contratos
temporales»	para	la	ciencia,	que	se	les	impone	a	las	nuevas	camadas	de
jóvenes	académicos.	Estos	carecen	ya	de	un	marco	de	estabilidad	laboral,
del	ingreso	a	una	carrera	docente	y	científica	desde	donde	desarrollar	sus
propios	proyectos.	De	este	modo,	«casi	todos	los	científicos	están
continuamente	pendientes	de	la	siguiente	extensión	de	su	contrato,	objetivo
para	el	cual	llevarse	bien	con	los	superiores	es	esencial».	Y	así	—como
habría	dicho	Weber—	los	«caciques»	de	la	universidad	y	la	ciencia,	los
titulares	de	cátedra	y	los	investigadores	sénior,	«se	benefician	de	tener	a	su
disposición	una	fuerza	laboral	altamente	cualificada,	flexible	y	sumisa».¹⁴
Weber	pudo	haber	usado	estas	dos	últimas	cualidades	respecto	a	la	mano	de
obra	migrante	de	origen	polaca	o	rusa	que	encontraba	su	sustento	en	las
haciendas	de	los	terratenientes	prusianos	de	fines	del	siglo	xix	y,	por	ello,
prestaba	especial	atención	en	su	análisis	al	tipo	legal	de	constitución	de	«las
condiciones	de	trabajo»	(Arbeitsverfassung).	Surge	pues,	la	pregunta	de	qué
habría	dicho	para	el	caso	actual	de	quienes,	siguiendo	a	su	vocación,	inician
una	carrera	académica	en	Alemania.
¿Pueden	seguir	su	«vocación	interior»	y	dedicarse	a	su	«pasión»	académica,
o	les	exige	el	orden	competitivo	de	la	universidad	«emprendedora»	del
presente	unas	aptitudes	completamente	distintas	y	dedicar	su	tiempo	a	algo
que	no	es	lo	que	pensaban?	¿Cómo	les	afecta	el	que	solo	cuente	aquello	que
se	presta	a	una	métrica	homogeneizadora:	el	número	de	publicaciones,	el
impact	factor,	la	cifra	de	patentes,	las	citas	de	Google	Scholar	o	el	volumen
de	fondos	de	terceros?	En	otras	palabras,	¿se	puede	perseguir	una	vocación
científica,	ser	un	profesional	de	la	ciencia,	en	el	mundo	de	la	audit	culture?¹⁵
El	«tipo	académico»	que	forja	el	actual	sistema	científico-universitario
alemán,	a	través	de	normativas	como	la	de	los	«contratos	temporales»	para
la	ciencia,	y	en	general	un	«orden	competitivo»	en	el	que	triunfan,	no
aquellos	que	disponen	de	«ideas	valiosas	para	la	ciencia»,	como	habría
querido	Weber,	ni	los	más	dotados	para	la	enseñanza,	sino	aquellos	que	más
publicaciones	hayan	realizado	(no	importa	si	tales	publicaciones	son
«maquiladas	en	serie»,	o	si	los	trabajos	realmente	están	terminados:	«el
interés	por	publicar	es	mayor	a	la	búsqueda	desinteresada	del
conocimiento»),¹ 	los	que	más	veces	fueron	citados	o	los	que	más
financiamiento	hayan	conseguido.	Todas	ellas	tareas	que,	lejos	de	estar
guiadas	por	criterios	inherentes	a	la	ciencia,	son	las	de	quien	es	capaz	de
gestionarse	a	sí	mismo	como	un	self-emprendedor,	capaz	de	hacer	de	su	vida
y	su	vocación	una	empresa,	«el	empresario	de	su	propia	fuerza	de	trabajo»
(Bröckling,	2015:	24).
Weber	en	su	tiempo	ya	advertía	acerca	de	la	generalización	de	trabajos	e
investigaciones	que	se	realizaban	no	por	su	utilidad	objetiva,	sino	por	las
oportunidades	de	ascenso	académico	que	brindan	a	quienes	las	realizan.
¡Qué	lejos	quedan	las	condiciones	para	el	desarrollo	de	la	ciencia
imaginadas	por	Humboldt	y	otros	al	momento	de	la	creación	de	la
Universidad	de	Berlín!
Frente	a	los	aires	neoliberales	que	llegan	desde	las	universidades	de	los
países	capitalistas	más	desarrollados,	es	de	esperar	que	las	críticas	de	Weber
compiladas	en	este	libro	a	la	intransparencia	de	las	universidades	de	su
tiempo,	y	al	sinsentido	de	ciertas	prácticas	de	los	científicos	que	nada	tienen
que	ver	con	la	ciencia,	contribuyan	a	los	debates	que	merecen	darse	por	una
mayor	plenitud	de	la	vida	de	y	en	nuestras	universidades.
11.	La	Bayerische	Räterepublik	duró	del	7	abril	al	3	de	mayo,	tras	del	asesinato
de	Kurt	Eisner	el	21	de	febrero,	a	quien	Weber	caracterizó	como	un	«político
carismático».
12.	Citado	en	Blois,	J.	P.	(2023:	204).
13.	Pág.	244	de	la	presente	edición.
14.	Ibid.,	pág.	246.
15.	Ibid.,	250.
16.	Ibid.,	256.
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Prefacio.	La	universidad
de	Max	Weber,
nuestras	universidades
Eduardo	Weisz¹⁷
El	7	de	noviembre	de	1917,	en	Múnich,	Max	Weber	se	dirigía	a	los	y	las
estudiantes	que	lo	habían	invitado	a	hablar	sobre	la	vocación	y	profesión	del
científico.	Esta	célebre	conferencia,	luego	publicada	en	1919,	fue	convocada
bajo	el	título	«Wissenschaft	als	Beruf»,	y	es	uno	de	los	textos	más	conocidos
del	autor	alemán,	y	uno	en	el	que	nos	encontramos	con	algunas	de	sus
reflexiones	más	agudas	sobre	la	Modernidad,	saturadas	de	su	perspectivatrágica.¹⁸	Sin	embargo,	no	es	ese	el	aspecto	que	aquí	importa.
Como	es	sabido,	Weber	había	analizado	el	término	Beruf	en	su	análisis
sobre	la	vinculación	entre	la	ética	protestante	y	el	espíritu	del	capitalismo.
Introducido	por	Lutero	en	su	traducción	de	la	Biblia,	Beruf	articula	un
aspecto	religioso	con	uno	absolutamente	mundano,	y	es	en	torno	a	este
último	que	comienza	la	conferencia,	analizando	las	«condiciones	externas»
en	las	que	el	científico	realiza	su	labor.	Si	bien	no	es	el	único,	el	lugar
fundamental	en	el	que	el	o	la	científica	realiza	su	trabajo	es	la	universidad.
De	ahí	que	en	la	primera	parte	de	la	conferencia	muniquesa,	al	centrarse	en
las	condiciones	externas,	Weber	se	dedique	exclusivamente	a	la	carrera
académica,	a	los	avatares	que	permiten	que	quien	se	dedica	a	la	ciencia
obtenga	un	puesto	estable	en	la	universidad.
El	contexto	político	en	el	que	Weber	brinda	su	disertación,	y	su	interés	en
llegar	a	los	y	las	estudiantes,	da	sin	duda	a	la	conferencia	un	tono	particular
y	especialmente	irónico	y	ácido,	también	en	lo	que	hace	a	las	condiciones
que	permiten	el	desarrollo	de	una	carrera	profesional	en	las	universidades.
Pero	cada	uno	de	los	aspectos	enfatizados,	aunque	sucintamente,	en	Múnich
tiene	su	respaldo	en	las	copiosas	intervenciones	de	Weber	agrupadas	en	el
volumen	13	de	la	primera	sección	de	la	Max	Weber	Gesamtausgabe.	Lo	que
en	noviembre	de	1917	Weber	apenas	mencionaba	bajo	la	forma	de	una
enumeración	de	dificultades	y	peculiaridades	del	trabajo	en	las
universidades,	puede	encontrarse	en	sus	reacciones	frente	a	situaciones
concretas	en	esta	compilación	de	escritos	que	abarca	el	período	que	va	de
1895	a	1920.	Es	sin	duda	llamativa	su	activa	participación	en	asuntos
universitarios	en	un	período	en	el	que,	formalmente	y	de	hecho,
mayormente	se	mantuvo	ajeno	a	cualquier	universidad:	debido	a	su	salud
mental	y	a	su	deseo	Weber	estuvo	fuera	de	las	universidades	entre	1898	y
1919.¹
Las	«condiciones	externas»
del	trabajo	académico
En	la	enumeración	con	la	que	Weber	comienza	su	disertación	en	Múnich,	se
plantean	problemas	de	la	actividad	del	docente	que	tienen	una	gran
actualidad.	La	universidad	qua	institución	concentra	ciertos	nudos
problemáticos	que	tienen	un	carácter	relativamente	universal,	es	decir,
están	presentes	en	la	Alemania	de	Weber	no	menos	que	en	la	Argentina	del
presente.	De	hecho,	esa	universalidad	es	la	que	le	permite	a	Weber	cotejar
en	su	conferencia	ciertos	aspectos	de	la	problemática	docente	alemana	con
la	de	las	universidades	en	los	Estados	Unidos.	A	mi	juicio,	y	creo	que	eso
subyace	al	planteo	weberiano,	uno	de	los	aspectos	centrales	de	esa
problemática	es	que	la	investigación	y	la	docencia	es	un	trabajo,	es	decir,
una	prestación	por	la	que	el	investigador	o	la	docente	espera	cobrar	un
salario,	tener	garantizada	cierta	estabilidad	—presente	y	futura—,	aparte
del	acceso	a	capitales	simbólicos,	sociales	y	políticos	que	también	componen
lo	que	está	en	juego	para	quienes	se	desempeñan	en	las	universidades.	El
Tenured	Professor	en	Estados	Unidos,	el	catedrático	y	el	profesor	titular	en
España,	el	Ordinarius	en	Alemania,	o	el	profesor	regular	en	Argentina,	más
allá	de	las	diferencias,	comparten	el	haber	arribado	a	un	puesto	que	brinda
estabilidad,	prestigio,	poder	en	la	Universidad,	y	en	el	caso	de	las	grandes
potencias,	frecuentemente	también	un	nivel	de	ingresos	relativamente	alto.²
Acceder	a	estas	posiciones	es,	en	general,	condición	necesaria	para	poder
desarrollarse	como	investigador	o	investigadora,	y	un	camino	en	el	que
necesariamente	la	oferta	de	aspirantes	excede	en	mucho	la	cantidad	de
cargos	disponibles.	El	acceso	a	este	bien	escaso	es	imposible	de	resolver	sin
contradicciones.	Al	ser	la	universidad	una	institución	central	de	la	vida
moderna,	está	inevitablemente	atravesada	por	lo	político	y	por	la	política,
en	sus	formas	más	excelsas	y	también	en	las	más	oscuras,	y	hace	que	las
condiciones	externas	del	científico,	y	las	de	los	y	las	docentes	universitarios
en	general,	estén	atravesadas	por	intereses,	pujas	políticas,	cosmovisiones,
valores.	Weber	tenía	total	claridad	sobre	estas	dificultades.
Buena	parte	de	los	problemas	con	los	que	Weber	confronta	en	sus
intervenciones	en	torno	a	problemas	universitarios	están	invocados,
sintéticamente,	al	comienzo	de	la	conferencia	de	Múnich	(cfr.	Weber,	1992:
71-80).
Plantea	allí	las	dificultades	de	quien	se	iniciaba	en	una	carrera	académica
en	Alemania,	pues,	una	vez	aprobada	su	Habilitation,²¹	se	desempeña	como
Privatdozent,	y	por	lo	tanto,	sin	ingresos	fijos.	Esto	supone,	como	expone
Weber,	un	aspecto	restrictivo	fuertemente	plutocrático.	Pero	la	Habilitation
en	sí	implica	varios	aspectos	conflictivos.	¿Se	aprueba	de	acuerdo	a
cualidades	intrínsecas	del	trabajo	del	aspirante,	a	sus	méritos,	o	solo	en	el
número	que	la	universidad	necesita?	El	segundo	criterio,	el	que	—señala
Weber—	más	frecuentemente	se	adopta,	limita	la	cantidad	de
Privatdozenten,	y	aumenta	consecuentemente	las	posibilidades	de	quienes
ya	lo	son,	de	ser	promovidos	a	Ordinarius.	Por	otro	lado,	señala,	los
profesores	tienden	a	favorecer	la	habilitación	de	sus	discípulos.
A	estos	condicionantes	Weber	suma	el	de	la	discriminación	religiosa	y	—
aunque	esta	no	es	mencionada	en	la	conferencia	muniquesa—	la	política:	en
contra	de	ambas	se	pronunció	muy	enfáticamente.	En	una	institución	tan
politizada	la	libertad	de	cátedra	constituye	un	foco	de	conflictividad
inevitable.	Si	en	general	la	discriminación	religiosa	ocupa	hoy	un	lugar
menor	que	en	el	ámbito	cultural	alemán	en	época	de	Weber,	la	centrada	en
diferencias	políticas	e	ideológicas	sigue	siendo	indudablemente
determinante.²²
El	paso	del	Privatdozent	a	Ordinarius,	el	que	abre	la	posibilidad	de	dedicar
la	vida	a	la	investigación	y	la	docencia	en	la	universidad,	dependía	—y	lo
sigue	haciendo—	en	Alemania	tanto	de	la	institución	universitaria	como	del
ministerio	competente	de	la	provincia	(Land)	en	la	que	se	halla	la
universidad.	Con	tantas	mediaciones,	este	paso	decisivo	depende	sobre	todo
del	azar,	realzaba	Weber	frente	a	sus	estudiantes.	Un	paso	que	abre	un
abismo	que,	en	la	conferencia,	Weber	compara	con	la	que	separa	a	los
propietarios	de	los	medios	de	producción	de	sus	obreros:	el	catedrático	se
siente	dueño	del	proyecto,	dispone	de	los	medios	de	investigación,	mientras
que	sus	asistentes	no	tienen	ninguna	independencia	y	llevan,	dice,	una
«existencia	proletaroide».	El	Ordinarius,	por	otro	lado,	también	es	quien
define	el	programa	y	qué	clases	se	reservará	para	sí.²³
Se	trata	en	definitiva	de	cargos	altamente	disputados,	y	en	el	que	el	acceso	a
los	mismos	debe	necesariamente	estar	atravesado,	al	menos	parcialmente,
por	la	búsqueda	de	excelencia	académica.	El	problema	se	enmarca	entonces
en	que,	por	un	lado,	como	dice	Weber,	«se	cumple	naturalmente	que	la
obtención	de	un	cargo	de	profesor	también	hoy	es	normalmente	un	buen
negocio	pecuniario»	(2016,	79),	a	lo	que	deberíamos	agregar	los	otros
aspectos	—no	inmediatamente	económicos—	en	lo	que	es	un	buen	negocio.²⁴
Por	otro	lado,	el	ingreso	a	la	docencia	debe	estar	guiado	porque	«todas	las
concesiones	de	las	facultades	a	puntos	de	vista	no	objetivos	y	en	particular
toda	desviación	del	principio	de	incorporar	toda	la	mano	de	obra	altamente
calificada	posible,	lo	pagan	en	última	instancia	esas	mismas	facultades	con
el	debilitamiento	de	su	autoridad	moral»	(2016,	81).²⁵	En	torno	a	estos	dos
núcleos,	universalizables	a	toda	universidad,	giran	gran	parte	de	las
discusiones	que	Weber	va	a	mantener	a	lo	largo	de	su	vida	como	intelectual
y,	en	mayor	o	menor	medida,	ligada	a	la	vida	universitaria.	Por	eso,
enfatiza,	«la	obligación	más	elemental	de	la	decencia	académica	es	que	a
quien	le	sea	ofrecida	una	cátedra	por	parte	del	Ministerio,	antes	que
cualquier	otra	cosa	y	antes	de	decidirse,	se	cerciore	si	cuenta	con	la
confianza	científica	de	la	Facultad	o	al	menos	de	aquellos	colegas	más
destacados	en	su	temática	y	con	quienes	deberá	trabajar»	(2016,	78-79).
Estas	afirmaciones	fueron	hechas	en	el	marco	de	una	dura	discusión	en
torno	al	ingresocomo	Ordinario	de	un	economista	berlinés,	Ludwig
Bernhard,	que	Weber	denunció	públicamente,	y	sobre	la	cual	volveré.
Los	numerosos	debates	en	los	que	encontramos	a	Weber	involucrado	tienen
un	marco	muy	específico	y	permanentemente	explicitado	por	él,	el	«Althoff
System»,	como	él	mismo	denominó	al	funcionamiento	de	las	universidades
en	esa	etapa.	El	ingreso	a	la	docencia	como	Privatdozent,	y	la	promoción	a
Ordinarius,	llevaban	claramente	la	marca	de	Friedrich	Althoff,	un	político
que	durante	25	años	mantuvo	bajo	su	égida	al	sistema	universitario	alemán.
El	«Althoff	System»	y	los	nombramientos	en	las	universidades	alemanas
Wilhelm	von	Humboldt	(1767-1835)	fue	sin	duda	el	fundador	de	la
universidad	moderna	en	Alemania.	En	1810,	recibe	el	encargo	del	rey	de
Prusia	de	desarrollar	un	modelo	universitario	—integrando	la	investigación
y	la	docencia—,	que	se	plasmará	en	la	Universidad	de	Berlín,	hoy
Humboldt-Universität.	Luego	de	ese	proceso	fundacional,	quien	modelaría
ulteriormente	el	sistema	universitario	sería	Friedrich	Althoff	(1839-1908).
«Fue	probablemente	el	representante	más	prominente	del	liberalismo
burocrático	prusiano	[...]	—en	palabras	de	W.	H.	Dawson—	“el	más
preparado	pero	también	el	más	dictatorial	Ministro	de	Educación	que
Prusia	tuvo	alguna	vez”.	Althoff	dominó	la	administración	estatal	de	la
educación	superior	en	Prusia	entre	1882	y	1907»	(vom	Broche,	1988:	1).
Sería	Weber	quien	acuñaría	el	sintagma	«Sistema	Althoff»	para	referirse	a
una	construcción	político-universitaria	que	«impulsó	el	desarrollo	de	la
ciencia	y	de	la	academia	alemana	a	un	lugar	dominante	en	el	mundo,
racionalizó	las	universidades	y	las	subordinó	en	mayor	medida	a	la	política
estatal	o	ministerial	por	medio	de	un	rígido	control	de	los	nombramientos
profesionales	[...]	y	defendió	la	tradición	prusiana	de	una	fuerte
administración	personal	[...]	por	medio	de	la	cual	Althoff	sistemáticamente
manipuló	o	desplazó	el	propio	aparato	burocrático	que	había	ayudado	a
crear»	(ibid.).
No	se	trató	de	un	sistema	conceptual	elaborado	por	Althoff,	con
lineamientos	precisos	llevados	a	cabo	por	una	burocracia,	sino	más	bien	un
abordaje	que	tomó	consistencia	a	lo	largo	de	una	política	pública	llevada	a
cabo	durante	muchos	años.	Sin	embargo,	como	analiza	Vereeck,	terminó
siendo	«un	conjunto	coherente	de	innovaciones	institucionales»	(1993,	71).
De	hecho,	ya	en	1882	Althoff	había	manifestado	que	su	ideal	sería	«la
burocratización	de	las	universidades»	(cit.	en	Leube,	1993:	168).
Para	Mommsen	y	Schluchter,	con	Althoff	comenzó	una	transformación	de
las	universidades	en	«grandes	empresas	científicas».	Un	desarrollo	que	se
intensificó	«mediante	las	intervenciones	de	la	burocracia	estatal	en	la
autonomía	de	la	educación	superior»	(cfr.	Weber	1992,	75n).	Es	justamente
este	aspecto,	la	injerencia	arbitraria	de	la	política	en	la	vida	universitaria	y
específicamente	en	los	nombramientos	de	profesores,	al	que	Weber
opondría	los	mayores	reparos.	Es	el	caso,	ya	mencionado,	del
nombramiento	de	Ludwig	Bernhard	en	1908,	que	motivó	varios	artículos	de
Weber	en	los	diarios.	Bernhard,	quien	a	través	de	sus	padres	tenía	llegada
directa	al	Ministerio	de	Educación	(Kultusministerium)	prusiano,	había
obtenido	su	cargo	en	la	Universidad	de	Berlín	sin	tener	consenso	de	la
docencia	de	esa	universidad,	violentando	de	ese	modo	la	autonomía	de
esta.²
El	principio	ya	mencionado	de	Weber,	el	de	incorporar	profesores	buscando
la	mayor	calificación	posible,	encontraba	naturalmente	severos	obstáculos
en	el	funcionamiento	real	del	«Althoff	System»,	hegemonizado	por	las
relaciones	personales.	Estas,	articulando	gobierno,	ministerios,	parlamento,
partidos	políticos,	el	empresariado	y	la	prensa,	se	complementaba	con	una
red	de	confidentes	en	la	comunidad	científica,	que	proveían	a	Althoff	de
toda	la	información	sobre	el	desempeño	de	cada	profesor	e	investigador,	lo
cual	influía	fuertemente	en	los	nombramientos	(cfr.	Vereeck,	83).	Fritz
Ringer,	en	su	canónico	estudio	sobre	los	catedráticos	alemanes,	califica	los
métodos	de	Althoff	directamente	como	autocráticos.	«Estaba	bastante
dispuesto	a	ignorar	las	recomendaciones	del	claustro	de	profesores	al	cubrir
un	cargo	docente	vacante».	Sin	embargo,	agrega,	la	mirada	imperante	en	la
época	de	Althoff	era	que	este,	«pese	a	sus	fallas,	sabía	frecuentemente	mejor
que	los	profesores	qué	era	bueno	para	la	universidad.	[...]	la	mano	dura	del
ministro	podía	ser	en	algunas	ocasiones	beneficiosa	para	la	vitalidad
académica»	(Ringer,	1969:	51).	Como	señala	Prisching,	el	«sistema»,	por	lo
tanto,	parece	haber	sido	exitoso	en	cuanto	a	promover	la	investigación	pero
corrompiendo	moralmente	a	gran	cantidad	de	profesores	(1993,	40).
Este	doble	aspecto	del	sistema	era	claramente	percibido	por	Weber,	quien
veía	que	Althoff	había	logrado	«brillantes	éxitos	objetivos»	(2016,	300),	y
que	en	cuanto	al	manejo	del	personal	docente,	había	obtenido	en	general
muy	buenos	resultados	(cfr.	2016,	312).	Sin	embargo,	esto	no	le	impedía
denunciar	la	manipulación	y	la	falta	de	transparencia	sobre	la	cual
construía	su	sistema,	en	desmedro	de	la	autonomía	universitaria	en	cuanto	a
designaciones	que	él	propugnaba	(Schluchter,	2016:	16-17).
Por	otro	lado,	Weber	había	experimentado	en	su	persona	la	manipulación
de	Althoff,	y	no	se	privó	de	hacerlo	público.	Poco	antes	de	obtener	su	cargo
ordinario	en	Friburgo,	en	1895,	Althoff	le	había	ofrecido	al	padre	de	Weber,
parlamentario	prusiano	y	miembro	de	la	Comisión	de	Presupuesto,	que	a
cambio	de	una	mejora	en	el	presupuesto	universitario	conseguiría	que	su
hijo	Max,	quien	aún	era	Privatdozent,	obtuviera	una	cátedra	en	una
universidad	prusiana.	El	padre	de	Weber	rechazó	tajantemente	la
propuesta	de	Althoff,	y	su	cátedra	en	Friburgo,	así	como	la	que	obtuvo
después	en	Heidelberg,	fueron	en	universidades	ajenas	a	la	injerencia
directa	de	Althoff,	ya	que	no	pertenecían	al	Land	de	Prusia	(cfr.	Weber,
2016:	300-301).
Las	universidades	nacionales	en	Argentina
Si	los	problemas	a	los	que	refiere	Weber	en	torno	a	las	universidades
alemanas	son	la	expresión	particular	de	una	tensión	que	está	presente	en
cualquier	universidad	(en	síntesis:	para	un	escenario	en	el	que	siempre	la
oferta	de	cargos	es	considerablemente	menor	que	la	de	los	y	las	interesadas
en	obtener	un	puesto	estable,	y	con	él	a	sus	beneficios	materiales,	políticos	y
simbólicos),	quiero	terminar	este	breve	artículo	con	algunas	reflexiones
sobre	la	forma	que	esta	tensión	toma	en	las	universidades	nacionales	en	la
Argentina.
Estas	fueron	adquiriendo	su	forma	actual	a	partir	de	una	poderosa	lucha
estudiantil	en	el	año	1918,	conocida	como	la	Reforma	Universitaria.
Aspectos	nodales	de	ese	potente	movimiento	tienen	relación	directa	con	el
problema	que	aquí	interesa.	La	Reforma,	con	base	en	la	ciudad	de	Córdoba,
y	fuertemente	motorizada	por	la	resistencia	de	los	estudiantes	a	la	fuerte
influencia	del	clero	en	la	vida	universitaria,	tuvo	entre	sus	principios
fundamentales	tres	puntos	programáticos	determinantes	para	lo	que	aquí
trato:	la	autonomía	de	las	universidades,	el	cogobierno	y	los	concursos	de
oposición	para	la	selección	del	plantel	docente	(cfr.	Tünnermann,	2008:	83-
84).
A	diferencia	de	lo	que	ocurre	en	Alemania,	en	época	de	Weber	pero	también
en	la	actualidad,	la	autonomía	de	las	universidades	nacionales	alcanzó	en	la
Argentina,	producto	de	esas	luchas,	rango	constitucional	(Art.	75,	Inc.	19).
En	lo	que	aquí	importa,	esto	significa	que	la	selección	del	plantel	docente	es
un	atributo	de	cada	universidad	y	una	instancia	en	la	que	formalmente	no
tiene	injerencia	poder	alguno	por	fuera	de	los	organismos	de	gobierno	de	la
universidad.	Estos,	tal	como	se	postulara	en	la	Reforma	de	1918,	son
instancias	colegiadas	de	cogobierno,	lo	que	significa	que	están	conformadas
por	representantes	electos	en	cada	uno	de	los	claustros:	docentes,	graduados
y	estudiantes.	En	este	marco,	cada	universidad	tiene	sus	particularidades.
Pero	al	menos	formalmente,	esta	relativización	no	debe	soslayarse,	el
movimiento	de	la	Reforma	excluyó	toda	injerencia	de	poderes	ajenos	a	launiversidad,	una	aspiración	reiteradamente	sostenida	por	Weber.
También	en	la	estela	del	movimiento	de	1918,	el	ingreso	a	la	docencia	debe
ser	a	través	de	concurso	público,	mediante	el	cual	un	jurado	constituido	por
especialistas	—que	necesariamente	deben	incluir	uno	o	una	de	otras
universidades—	define,	en	base	a	los	antecedentes	y	a	la	exposición	del
aspirante,	quién	ocupará	ese	cargo.	Como	señala	el	Estatuto	de	la
Universidad	de	Buenos	Aires:	«Que	los	antecedentes,	la	versación	de	los
candidatos	y	su	capacidad	como	docentes	y	como	investigadores,	solo	sean
juzgados	por	jurados	de	autoridad	e	imparcialidad	indiscutibles...»	(art.	37).
Este	juicio,	a	la	vez,	debe,	según	dicho	Estatuto,	garantizar	«[l]a	exclusión	y
la	imposibilidad	de	toda	discriminación	ideológica	o	política	y	de	todo
favoritismo	localista»	(art.	37),	un	principio	por	el	que,	como	señalé,	Weber
bregó	permanentemente.
De	este	modo,	la	gesta	de	1918,	continuada	en	diferentes	instancias	—en	un
derrotero	condicionado	por	los	sucesivos	golpes	de	Estado	en	la	Argentina
del	siglo	xx—,	dio	lugar	a	una	normativa	que	responde	a	los	principales
problemas	advertidos	por	Weber	y	que,	acordemente,	postula	un	criterio
puramente	determinado	por	la	excelencia	académica	a	la	hora	de
seleccionar	quiénes	acceden	a	los	cargos	y	a	sus	múltiples	beneficios.
Sin	embargo,	sobre	la	base	de	esa	normativa	se	han	creado	mecanismos	—
en	algunos	casos	inevitables,	en	la	mayoría	de	los	casos	buscados—	que
relativizan,	cuando	no	anulan,	los	criterios	emanados	de	ese	conjunto	de
normas,	vaciándolas	de	contenido.	Quiero	referirme	brevemente	a	algunos
de	esos	mecanismos,	haciendo	foco	en	la	Universidad	de	Buenos	Aires
debido	a	mi	propia	trayectoria	en	ella.
Un	primer	aspecto	a	señalar	tiene	que	ver	con	algo	ya	mencionado:	la	UBA
contempla	tres	tipos	de	dedicación:	exclusiva,	semiexclusiva	y	parcial	(art.
27	del	Estatuto).	La	carga	horaria	y	el	salario	en	el	segundo	caso	son	la
mitad	que	en	la	exclusiva,	y	en	la	parcial,	la	cuarta	parte.	Este	último	caso,
la	dedicación	parcial,	«se	reserva	para	quienes,	por	la	índole	de	su
profesión,	desarrollan	sus	investigaciones	y	su	práctica	profesional	fuera	de
la	Universidad»	(art.	30).	Hasta	aquí,	el	Estatuto.	Si	bien	en	el	último	censo
docente	de	la	UBA	(2011)	no	figura	esta	información,	surge	del
inmediatamente	anterior,	de	2004,	que	solo	un	8,4	%	de	los	y	las	docentes
tenían	dedicación	exclusiva,	es	decir,	recibían	un	salario	completo.	No
obstante,	en	2011,	el	66	%	de	los	profesores	declaraba	dedicarse	solo	a	la
actividad	docente.	De	estos	dos	datos	surge	que	una	parte	muy	pequeña
puede	abocarse	a	la	docencia	e	investigación	en	su	universidad;	mucho
mayor	es	el	porcentaje	de	quienes	deben	trabajar	en	distintas	universidades,
también	en	escuela	media,	para	alcanzar	un	salario	que	les	permita	vivir.	En
la	UBA,	por	lo	tanto,	menos	de	un	10	%	puede	dedicarse	plenamente	a	la
docencia	e	investigación.²⁷
Por	otro	lado,	las	condiciones	estipuladas	por	el	Estatuto	para	el	ingreso,	los
concursos,	involucran	en	realidad,	según	el	censo	de	2011,	solo	al	33	%	del
plantel.	El	67	%	restante	ocupa	su	puesto	en	forma	interina,	formalmente	a
la	espera	de	que	se	realice	el	concurso.	La	categoría	de	interino,	solo	una	vez
mencionada,	y	de	paso,	en	el	Estatuto,	es	sin	embargo	la	de	la	mayoría	de
los	y	las	docentes.	Estos	ingresaron	a	la	docencia	de	los	modos	más	diversos,
que	van	desde	la	amistad	o	militancia	en	común	con	alguien	con	capacidad
de	designar	docentes	interinos,	hasta,	en	algunos	casos,	«concursos»
informales,	muchas	veces	sin	mayor	auditoría.	Y	lejos	de	ser	temporaria,	en
la	gran	mayoría	de	los	casos	el	«interinato»	se	extiende	indefinidamente,
muchas	veces	por	décadas.	Esto	supone	en	principio	una	precarización
laboral	del	docente	—depende	de	la	renovación	anual	de	su	contrato—,	a	la
vez	que,	para	los	profesores,	un	claro	recorte	a	sus	derechos	políticos	en	la
universidad,	aspecto	nodal	que	ahora	retomaré.
Quiero	señalar	que,	abstractamente,	aun	en	un	sistema	de	concursos	ideal,
es	inevitable	que	se	interpongan	distintos	sesgos	en	el	proceso	de	la	selección
de	un	docente.	El	jurado	de	un	concurso,	por	más	que	uno	de	sus	miembros
deba	ser	ajeno	a	la	UBA,	suele	estar	vinculado	con	las	y	los	aspirantes	por
múltiples	lazos,	ya	que	por	definición	comparten	un	área	de	expertise.	Se
cruzan	en	congresos,	cuando	no	en	los	pasillos	de	las	facultades,	publican	en
las	mismas	revistas.	El	concurso	más	perfecto	está	atravesado	por	estas
cuestiones	que	hacen	que	su	infalibilidad	sea	una	ilusión,	o,	a	lo	sumo,	un
ideal	que	defender.²⁸
Sin	embargo,	no	es	ese	el	problema	central	de	los	concursos	en	la	UBA.	Si
una	de	las	herencias	de	la	Reforma	de	1918	es	el	cogobierno	de	los	claustros,
en	su	Estatuto	la	UBA	otorga	una	descomunal	hegemonía	a	los	profesores
regulares	(concursados):	18	sobre	28	en	el	máximo	órgano	de	gobierno	de	la
UBA,	el	Consejo	Superior,	y	8	sobre	16	en	el	organismo	que	dirige	cada
Facultad,	el	Consejo	Directivo.²
Según	el	censo	de	2011,	las	y	los	profesores	constituyen	el	23	%	del	plantel
docente,	al	resto	se	los	denomina	auxiliares.	Pero	solo	el	50	%	de	esas
profesoras	y	profesores	son	regulares.	Es	decir,	que	los	profesores	regulares,
de	enorme	preminencia	en	los	órganos	de	dirección,	constituyen
aproximadamente	el	12	%	del	plantel	docente.	En	la	UBA,	el	88	%	restante
ejerce	su	ciudadanía	—siempre	y	cuando	se	hayan	graduado	en	la	UBA—
diluidos	en	el	vastísimo	y	heterogéneo	claustro	de	graduados,	es	decir,	de
individuos	que	no	tienen	ningún	vínculo	presente	con	la	universidad.³
La	principal	trampa	de	este	sistema	es	que	los	concursos	se	realizan	—y	sus
jurados	se	definen—	a	instancias	de	los	Consejos	Directivos	y	deben	ser
aprobados	por	el	Consejo	Superior,	ambos	dominados	por	ese	12	%	al	que
hice	referencia,	con	sobrerrepresentación	de	quienes	ocupan	los	cargos	más
altos	entre	los	profesores	regulares.	El	poder	concentrado	de	esos	profesores
y	profesoras	define	con	total	arbitrariedad	qué	concursos	se	realizarán	y
con	qué	jurados,	por	lo	tanto,	quiénes	podrán	ingresar	a	ese	círculo	áulico
de	profesores	y,	consecuentemente,	definir	con	su	voto	sobre	los	próximos
concursos.
Horacio	González,	un	enorme	profesor	de	la	UBA	y	otras	universidades
nacionales,	recientemente	fallecido,	lo	resumía	así:	«El	sistema	infernal	de	la
universidad	es	que	el	concurso	habilita	un	voto	hacia	aquel	que	llama	a
concurso.	Es	el	modo	circular	que	tiene	la	universidad.	Llamás	a	concurso,
generás	un	voto,	que	vota	al	que	llama	a	concurso.	Es	el	nido	de	víboras	de
la	universidad»	(cit.	en	Molina,	2021:	186).
Las	circunstancias,	los	intereses,	los	poderes	que	enfrentó	Max	Weber	en	sus
intervenciones	sobre	política	universitaria	son	en	parte	diferentes	a	los
nuestros.	Sin	embargo,	la	extraordinaria	actualidad	de	sus	alegatos	es
expresión	de	problemas	estructurales	que	atraviesan	las	universidades.	Sus
repuestas	deben	ser	un	insumo	para	la	lucha	por	universidades	que	no
cercenen	oportunidades	para	quienes	quieren	hacer	carrera	en	ellas,	que
garanticen	mecanismos	para	alcanzar	la	mayor	excelencia	académica	a	la
vez	que	estén	al	servicio	de	las	grandes	mayorías	a	quienes,	en	general,	les
está	vedada	su	inserción	en	las	mismas.
17.	Facultad	de	Ciencias	Sociales,	Universidad	de	Buenos	Aires.
18.	No	es	necesario	ahondar	aquí	en	el	lugar	decisivo	que	ocupan	las
universidades	en	la	sociedad	moderna.	De	ahí	que	es	un	motivo	de	alegría	la
traducción	de	esta	selección	de	escritos	de	Weber	sobre	la	política	universitaria,
de	gran	relevancia	para	quienes	buscan	profundizar	los	complejos	problemas	que
involucra	esta	institución.	Por	eso	quiero	agradecer	calurosamente	a	los
profesores	Esteban	Vernik	y	Fernando	Artavia	por	la	invitación	a	formar	parte	de
este	volumen.
19.	Al	sentirse	incapacitado	para	seguir	con	sus	clases,	Weber	presenta	su
renuncia	a	la	Universidad	de	Heidelberg	en	1898,	pero	por	pedido	de	esta,	acepta
que	se	le	mantenga	el	cargo	de	Ordinarius	hasta	octubre	de	1903.
20.	Al	respecto,	existen	importantes	diferencias	salariales	entrelos	distintos
países,	también	entre	los	de	mayor	desarrollo.	En	Argentina,	y	específicamente
en	la	Universidad	de	Buenos	Aires,	hay	otra	mediación	necesaria,	y	es	que	la
gran	mayoría	de	los	y	las	profesoras	regulares	lo	son	a	tiempo	parcial,	por	lo	que
sus	salarios	por	la	universidad	son	solo	una	parte,	frecuentemente	menor,	de	sus
ingresos,	aunque	sí	vía	de	acceso	a	los	otros	capitales	en	juego.	Volveré	sobre
este	aspecto	infra.
21.	Habilitation,	o	venia	legendi,	es	la	aprobación	de	una	tesis	posdoctoral	que,
en	tiempos	de	Weber	—hoy	es	menos	estricto—,	era	el	único	camino	que
habilitaba	a	iniciar	la	carrera	académica.
22.	Este	es	uno	de	los	aspectos	más	presentes	en	sus	intervenciones	sobre	las
universidades:	la	proscripción	política	o	religiosa	que	impedía	la	designación	de
importantes	académicos.	Weber	defiende	vehementemente	la	libertad	de	cátedra,
y,	como	desarrolla	en	varios	textos	metodológicos,	la	independencia	entre	juicios
de	valor	y	juicios	científicos,	base	por	la	cual	la	universidad	no	tiene	derecho	a
tomar	en	consideración	la	posición	axiológica	de	un	candidato.	Más	allá	de	sus
convicciones,	sus	intervenciones	también	estuvieron	motivadas	por	la	cercanía	a
dos	damnificados	por	dicha	proscripción.	Por	un	lado,	Georg	Simmel,	quien	por
ser	judío	tuvo	enormes	dificultades	para	conseguir	un	nombramiento	como
Ordinarius.	Por	otro,	Robert	Michels,	que	por	sus	posiciones	políticas
socialdemócratas	no	se	le	permitió	hacer	la	Habilitation,	debiendo	migrar	para
hacerla	en	Italia.
23.	Aunque	esta	problemática,	la	selección,	es	la	que	me	ocupará	aquí,	no	quiero
dejar	de	señalar	que	Weber	también	destaca	otros	aspectos	problemáticos	de	la
docencia	universitaria,	por	ejemplo	la	desatención	a	los	méritos	pedagógicos	de
un	docente	en	su	selección.	Es	decir,	la	no	separación	entre	el	sabio	y	el	profesor,
que	son	cosas	bien	distintas.	En	efecto,	en	la	Argentina	al	menos,	en	la	selección
de	los	y	las	profesoras	tienen	un	peso	casi	excluyente	los	antecedentes	ligados	a
la	producción	científica,	perjudicando	a	quienes	deberán	asistir	a	clases	de
docentes	que	carecen	de	toda	capacitación,	cuando	no	también	de	talento,	para	la
enseñanza.
24.	Manfred	Prisching	describe	claramente	lo	que	estaba	en	juego	en	un	cargo
ordinario:	«La	posición	del	profesor	universitario	a	fines	del	siglo
xix
se	caracterizaba	por	su	alta	reputación	social	[...],	con	un	ingreso
relativamente	alto,	con	acceso	a	una	sociedad	“mejor”,	con	títulos	y	honores
de	primera	clase	[...]	eran	los	representantes	de	la	academia,	de	la	actividad
humana	que	supuestamente	mejoraba	éticamente	al	individuo	y	diseñaba
un	futuro	mejor	para	todos.	[...]	los	profesores	compartían	un	fuerte
sentimiento	estamental	asociado	a	la	confianza	en	sí	mismos,	a	veces	con
egotismo	y	la	sensación	de	superioridad,	con	vanidad	y	poca	autocrítica»
(1993,	42).	Recojo	esta	descripción	porque	permite	entender	las	disputas	en
torno	a	un	puesto	de	Ordinarius.
25.	Weber	explicaba	contundentemente	que,	en	lo	que	atañe	a	los
nombramientos	docentes,	«la	ciencia	exige	la	selección	más	brutal»	(2016,	186).
26.	También,	en	1909,	Weber	se	expresaría	vehementemente	en	contra	del
nombramiento	de	Richard	Ehrenberg	en	la	Universidad	de	Leipzig,	dado	que
esta	había	sido	motorizada	por	la	gran	industria	—Siemens	entre	otras—
interfiriendo,	también	aquí,	en	la	autonomía	de	las	universidades.
27.	No	quiero	dejar	de	mencionar	otro	aspecto	en	el	que	la	UBA	se	ha	alejado
por	completo	de	su	normativa	estatutaria:	los	así	llamados	docentes	ad-honorem.
Varias	centenas	de	docentes,	en	muchos	casos	con	cursos	a	cargo,	trabajan	en	la
UBA	sin	retribución	económica	alguna.	Naturalmente,	en	consonancia	con	lo
que	planteo	en	este	artículo,	aceptan	esa	condición	con	la	esperanza	de	poder
integrarse	por	esa	vía	en	una	carrera	de	puertas	tan	estrechas.
28.	Probablemente,	la	defensa	weberiana	de	un	ingreso	a	la	docencia
determinado	meramente	por	criterios	científicos	haya	tenido	ese	carácter,	el	de
un	ideal	al	que	aspirar.
29.	Esto	se	ve	agravado	porque	según	el	Estatuto,	art.	107,	por	lo	menos	la	mitad
de	los	representantes	del	claustro	de	profesores	tiene	que	ser	Profesor	titular	o
titular	plenario,	lo	cual	acota	aún	más	el	número	de	quiénes	toman	realmente	las
decisiones	en	la	UBA.
30.	En	el	marco	abierto	por	la	Reforma	de	1918,	muchas	universidades
nacionales	tienen	lo	que	se	denomina	Claustro	Único,	es	decir,	que	incluye	a
todo	el	plantel	docente	y	no	solamente	al	reducido	grupo	de	profesores	regulares.
Esto	supone,	naturalmente,	un	grado	de	democratización	enormemente	mayor	y
obstaculiza,	parcialmente	al	menos,	la	constitución	de	camarillas	aferradas	al
poder	de	la	universidad.
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Universidad	y	política
El	«caso	Bernhard»
³¹
Las	actuales	discusiones	en	la	prensa	sobre	el	muy	sonado	caso	Bernhard	no
agotan	de	ninguna	manera	el	interés	de	este	acontecimiento.	Ciertamente,	es
un	escándalo	que	el	Gobierno	(mejor	dicho,	el	ministro,	actuando	por
iniciativa	totalmente	personal,	lo	cual	significa	en	realidad	una	iniciativa
directamente	influida)	le	haya	impuesto	un	profesor	a	la	universidad	más
concurrida	de	Alemania,	y	que	los	especialistas	en	la	materia,	que	forman
parte	de	los	académicos	más	prestigiosos	del	país,	se	hayan	enterado	del
hecho	a	través	de	la	prensa	o	de	la	visita	del	nuevo	colega.	Tal	escándalo	es
lo	suficientemente	típico.	Pero	algunas	otras	circunstancias	son	quizás	aún
más	típicas.	Primero,	la	conducta	del	tan	súbitamente	ascendido.	En	la
época	en	que	el	autor	de	estas	líneas	era	tan	joven	como	lo	es	hoy	el	señor
Bernhard,³²	valía	como	la	obligación	más	elemental	del	decoro	académico	el
que	alguien	a	quien	el	ministerio	había	ofrecido	una	cátedra,	antes	que
cualquier	otra	cosa	y	antes	de	decidirse,	debía	cerciorarse	de	que	poseía	la
confianza	científica	de	la	facultad	o	por	lo	menos	de	aquellos	de	los	más
destacados	colegas	con	quienes	habría	de	trabajar,	indiferentemente	de	si
temía	que	mediante	la	obtención	de	ese	puesto	pudiesen	surgir	dificultades
(así	fueran	solo	de	naturaleza	moral).	Quien	solo	por	«aprovechar	la
coyuntura»	ignorara	aquellas	reglas	obvias	con	tal	de	«progresar»
académicamente	quedaba	sujeto	al	mismo	juicio	y	trato	de	parte	de	sus
colegas	que	el	reservado	para	aquellas	personas	que	profesionalmente
especulan	con	«cátedras	de	castigo»³³	confesionales	o	políticas.	Habiendo
constatado	que	el	señor	Bernhard	no	consideró	necesario	observaraquellas
reglas,	los	siguientes	comentarios	no	atañen	a	su	persona.	Pero	más
importante	es	que	este	tipo	de	actitud	ha	avanzado	abiertamente	entre	una
parte	de	la	nueva	generación	de	académicos,	y	que	además	el	Gobierno	de
Prusia	cría	directamente	este	tipo	de	«comerciantes»,	como	se	les	llama	en	el
medio	académico.	En	la	actualidad	hay	cátedras	que	son	utilizadas
regularmente	como	«estaciones»	para	el	aprovisionamiento	de	tales
elementos.
En	lo	que	refiere	a	la	propia	Universidad	de	Berlín,	por	supuesto	la
obtención	de	una	cátedra	allí	cuenta	todavía	hoy	generalmente	como	un
buen	negocio	en	términos	pecuniarios.	Ha	quedado	atrás,	sin	embargo,	la
época	en	que	se	le	consideraba	un	alto	honor	científico.	Ciertamente,	nos
complace	ver	aún	hoy	en	Berlín	a	verdaderos	líderes	científicos	en	muchas
de	las	disciplinas,	a	la	vez	que	a	personalidades	absolutamente
independientes.	Sin	embargo,	al	parecer	crece	allí	más	rápido	que	en	otras
partes	el	número	de	mediocres	«complacientes»,	y	quienes	justamente	son
buscados	por	su	complacencia.	Y	ahí	entra	la	gente	del	tipo	del	señor
Bernhard,	es	decir,	gente	para	la	cual,	desde	el	punto	de	vista	del	gobierno,
su	pertenencia	a	la	universidad	es	considerada	esencialmente	como	una
prebenda,	en	el	sentido	pecuniario	o	del	prestigio	social.	Ahora,	desde	el
punto	de	vista	de	las	universidades	provinciales,	resulta	hasta	cierto	punto
grato	que	en	ellas	se	siga	manteniendo	así	un	número	mayor	de	académicos
destacados.	Esto	en	comparación	a	como	sería	el	caso	si	para	la	posesión	de
las	cátedras	de	Berlín	se	procediera	únicamente	de	acuerdo	a	criterios
científicos.	Desde	el	punto	de	vista	de	la	Universidad	de	Berlín,	sin	embargo,
estas	cosas	pueden	naturalmente	juzgarse	de	otra	manera.	Pero	es	una
extraña	ironía	que	en	una	época	donde	ha	crecido	el	número	de	estudiantes
en	muchas	de	las	facultades	de	Berlín	se	haya	pretendido,	con	mayor	o
menor	éxito,	limitar	el	número	de	cátedras.	Además,	una	facultad	creó	un
estatuto	especial	que	restringe	la	habilitación	de	profesores	de	otras
instituciones	de	educación	superior,	y	luego	utilizó	este	obstáculo	con	el	fin
de	excluir	a	un	reconocido	académico	del	puesto	de	Privatdozent,³⁴	y	ello
contra	el	voto	de	los	especialistas	en	la	materia.	Digo	que	es	una	extraña
ironía	que	esa	misma	universidad	deba	ahora	consentir	el	que	sus	cátedras
sean	utilizadas	como	prebendas,	justo	cuando	algún	ministerio	tiene	la
necesidad	de	que	se	realicen	investigaciones	políticamente	deseables	por
parte	de	un	joven	capaz.³⁵	Toda	concesión	por	parte	de	las	facultades	a
puntos	de	vista	no	objetivos	y,	en	especial,	todo	desvío	del	principio	según	el
cual	deberían	hacerse	con	los	académicos	más	cualificados	que	sea	posible,
terminan	pagándolo	las	mismas	facultades	con	el	debilitamiento	de	su
autoridad	moral.	Y	por	supuesto	las	consecuencias	de	esto	se	evidencian	no
solo	en	casos	como	el	presente.	Aun	así,	pese	a	toda	su	inmadurez
académica,	el	señor	Bernhard	ha	escrito	un	importante	libro	en	su	campo,
que	al	menos	a	mí	me	resulta	muy	impresionante	por	la	singularidad	de	su
método.	Pero	todo	el	mundo	sabe	que	en	el	campo	de	la	doctrina	económica,
por	ejemplo,	esperan	ante	las	puertas	de	la	facultad	por	lo	menos	otras	dos
personas	cuyos	diversos	«méritos»	se	remontan,	en	el	caso	de	uno	de	ellos,
hasta	la	«Era	Stumm».³ 	También	su	«coyuntura»	puede	llegarles
seguramente	tarde	o	temprano.	Parece	del	todo	improbable	que	hombres
como	Adolf	Wagner³⁷	y	Schmoller,³⁸	alguna	vez	personalidades	importantes
y	científicamente	únicas,	encuentren	sucesores.	Y	algo	parecido	ocurre	en
las	otras	universidades	prusianas.	En	la	actualidad	ninguna	de	ellas	tiene
que	ver	ya	con	la	generosidad	del	señor	Althoff,	³ 	pese	a	todo	lo
cuestionable	de	su	«sistema».	Como	conductores	de	sus	destinos	se	sirven
más	bien,	y	seguramente	por	largo	tiempo,	de	businessmen	personalmente
amistosos,	pero	terriblemente	subalternos	y	mezquinos.	Es	decir,	gente	a
través	de	cuya	influencia	se	produce	constantemente	una	«coyuntura»	para
el	acenso	de	los	comerciantes	académicos	que	les	son	propicios,	en	completa
concordancia	con	aquella	ley	según	la	cual	una	mediocridad	dentro	de	una
facultad	siempre	conlleva	otras.	Particularmente	al	cuerpo	docente	de
Berlín	la	única	elección	que	le	quedará	en	«casos»	similares	al	presente	será
sobre	la	forma	de	poner	buena	cara	al	mal	tiempo.	Ya	no	pueden	oponer
una	resistencia	verdadera	y	de	peso,	ya	sea	en	la	opinión	pública	o	en	el
gobierno,	a	consecuencia	del	en	parte	autoculpable	debilitamiento	de	su
autoridad	moral.	Y	vinculado	a	esto,	una	parte	cada	vez	mayor	de	sus
miembros	tampoco	quiere	cambiar	tal	situación.
Obviamente	debe	reconocerse	que,	como	en	todas	las	universidades,
también	en	la	de	Berlín	es	posible	encontrar	aún	hoy	personalidades
íntegras	que	continúan	la	noble	tradición	de	la	solidaridad	académica	y	la
independencia	profesional	ante	las	autoridades.	Pero	todo	el	mundo	sabe
que	el	número	de	dichas	personalidades	no	va	en	aumento.	A	esto	se	añade
que	para	el	profesorado	de	Berlín	el	Ministerio	de	Educación	se	encuentra
lamentablemente	demasiado	cerca.	Ha	venido	arraigando	cada	vez	más	el
disparate	de	que	los	profesores	«provinciales»	de	Prusia	se	dirijan	con
ruegos	y	reclamos	a	los	colegas	influyentes	de	Berlín	(o	a	quienes	así	se
considera)	para	que	intercedan	por	ellos	en	las	«altas»	esferas.	Estos	puestos
de	poder	en	virtud	de	relaciones	personales	con	el	ministerio,	tal	y	como	se
han	desarrollado	en	mayor	o	menor	medida	en	todas	las	áreas,	han
resultado	con	frecuencia	útiles	en	manos	de	académicos	íntegros	e
importantes	de	Berlín.	Sin	embargo,	incluso	en	la	sincera	aspiración	por	la
objetividad	existe	siempre	el	riesgo	de	que	los	sentimientos	subjetivos	se
presenten	ahí	donde	un	gran	patronazgo	se	concentra	en	las	manos	de	un
individuo.	Pero	hoy	las	circunstancias	empiezan	a	cambiar
fundamentalmente.	La	influencia	basada	en	dichas	relaciones	personales,
incluso	cuando	se	halle	en	manos	de	académicos	importantes,	representa	tan
solo	un	precario	poder	aparente.	No	solo	se	frustran	recíprocamente	en	sus
objetivos	las	diversas	influencias	personales	—parece	que	en	el	presente
caso	la	conducta	de	un	conocido	teólogo	en	el	peculiar	tratamiento	de	los
verdaderos	especialistas	no	fue	del	todo	imparcial—,⁴ 	sino	que	cuando	se
trata	de	personalidades	menos	importantes	adquiere	el	gobierno	un	medio
muy	efectivo	para	lograr	sus	propios	fines	mediante	la	explotación	de	la
vanidad	de	estas.	Y	cuanto	más	sea	poblada	la	Universidad	de	Berlín	por
businessmen	más	se	desarrollarán	las	cosas	en	el	sentido	de	que	el	gobierno
muy	gustosamente	proveerá	a	aquellos	profesores	con	quienes	en	interés
propio	mantiene	constantes	«relaciones	personales»	con	todo	tipo	de
pequeñas	concesiones,	como	el	tomar	en	consideración	la	intercesión	para
sus	protegidos	y	similares.	Y	aunque	inoficial,	será	fácticamente	reconocido
como	institución	el	patronazgo	de	los	profesores	de	Berlín	frente	a	los	de
«provincia».	Pero	justo	por	esta	razón	en	aquellas	cuestiones	importantes
donde	la	voz	del	especialista	como	tal	y	la	autoridad	de	la	facultad	como	tal
deberían	tener	peso,	nada	significará	ninguna	de	ellas.	Quien	en	virtud	de
relaciones	personales	acostumbra	a	actuar	como	patrón	para	sus	protegidos
personales,	pierde	con	ello	el	peso	moral	que	le	corresponde	como
especialista	y	partícipe	de	los	poderes	administrativos.	El	desarrollo	del
profesorado	de	Berlín	en	la	dirección	antes	indicada	parece	prácticamente
imparable.	Por	supuesto,	esto	amenaza	gravemente	el	sentimiento	de
solidaridad	académico.	Seguramente	permanece	en	la	memoria	de	todos
nosotros	la	prepotencia	con	la	que	ciertos	círculos	de	Berlín	creyeron
sermonear	a	algunos	profesores	universitarios	que	intentaron	discutir	sobre
cuestiones	comunes	a	todas	las	universidades.	Nadie	ha	puesto	en	duda,
incluso	sin	aquellos	amistosos	sermones,	que,	según	la	naturaleza	de	las
cosas,	la	esfera	de	influencia	de	una	organización	universitaria	interlocal,⁴¹
independientemente	de	sobre	cuál	base	pudiera	erigirse,	tiene	desde	el

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