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El propio valor químico de un alimento, que en prin- cipio es cuantificable y pareciera ser algo propio del ali- mento, tiene en realidad dos componentes: – un componente intrínseco (propio del alimento), que es su composición. – un componente extrínseco (ajeno al alimento), que es la cantidad consumida de ese alimento. La composición de un alimento puede medirse, aun- que hasta ahora sin la precisión y la plenitud deseables (pues puede llegar a tener unos 100 nutrimentos diferen- tes), o puede estimarse a partir de tablas. La cantidad con- sumida del alimento también puede medirse, pero sólo a posteriori y en una persona y momento dados, ya que obviamente es una variable personal, temporal y circuns- tancial y carece de sentido por sí misma si no se conside- ra la dieta en su totalidad. Un alimento puede no ingerirse siquiera o ingerirse en muy diferentes cantidades, y de ello y de su composición dependerá su aporte en cada circuns- tancia; así, la composición por sí sola puede resultar enga- ñosa, como ocurre por ejemplo con las semillas de los cereales que contienen cantidades aparentemente modes- tas de hierro y proteínas, pero que se consumen en tal can- tidad que se convierten en las fuentes principales de hierro y proteínas en la mayoría de las dietas humanas. En resumen, todo alimento tiene cierto “valor nutriti- vo” que depende sólo en parte del alimento mismo; este valor tiene un componente químico, un componente sen- sorial y un componente sociocultural, y sólo se conoce a posteriori para cada persona, cada día y cada circunstan- cia, de tal suerte que no es correcto llamar valor nutritivo a la composición del alimento, ni mucho menos aspirar a establecerlo a priori. GUISOS Y DERIVADOS INDUSTRIALES La ingestión de alimentos aislados, así como la inges- tión de alimentos en su estado natural, son hoy en día prác- ticas poco frecuentes o que representan una fracción menor de la ingestión cotidiana, ya que se limitan a algu- nas frutas o verduras consumidas como “colación” entre las comidas principales. Lo común, por lo contrario, es que se combinen dos o más alimentos (a veces decenas de ellos), se les someta a por lo menos un tratamiento culina- rio y se les agreguen condimentos (ingredientes empleados en cantidades pequeñas por razones de sabor, aroma, tex- tura o color, independientemente de que aporten nutrimen- tos o no) para obtener así lo que se conoce como “platos”, “platillos”, “guisos” o “preparaciones”. Algunos son sim- ples (tortilla de nixtamal, pan blanco, arroz hervido, por ejemplo), pero otros, como la paella, los moles mexicanos o ciertos pasteles, son muy complejos, pues combinan numerosos alimentos y condimentos y se les somete a varios procesos a lo largo de horas o hasta días. En el terreno de la preparación culinaria las posibili- dades son casi infinitas si se consideran el número y la cantidad de alimentos que se puedan combinar, el núme- ro, tipo y cantidades de los condimentos que se pueden agregar en diferentes momentos y el tipo, número y dura- ción de las posibles operaciones culinarias, así como el orden o secuencia de todo ello. Cocinar es un arte —alcan- za a veces la jerarquía de las bellas artes—, un ejercicio creativo limitado sólo por la imaginación de quien lo ejer- ce, en el que el panorama está abierto y en el que, como en todas las artes, hay más por inventar que lo inventado hasta hoy, si bien se necesita experiencia, destreza técni- ca, recursos adecuados, materiales de suficiente calidad y, por supuesto, inspiración. El arte culinario permite nutrir- se y cumplir así una meta biológica central, pero mucho más que eso, permite obsequiar los sentidos y lograr un sano contacto social. Como ocurre en otras artes, la sen- cillez no se contrapone con el valor, sino que bien pueden ir de la mano. Sentir hambre y buscar denodadamente satisfacerla son rasgos biológicos innatos necesarios para sobrevivir, pero no menos innatas y necesarias son las preferencias sensoriales que orientan en la elección de los alimentos. Más allá de la supervivencia, el disfrute sensorial estimu- la de tal manera la esfera psíquica del ser humano que aca- ba por volverse deseo y propósito fundamentales. El dominio del fuego hace ochenta ó cien mil años debió permitir a nuestra especie su uso sistemático para, entre otros fines, cocer sus alimentos y hacerlos así más atractivos, y para volver comestibles semillas que crudas no lo son por su dureza, mal sabor y difícil digestión. Nacía entonces una incipiente tecnología culinaria a la que se sumarían más tarde la alfarería y el uso de la piedra para cortar y moler. Sin embargo, el gran “detonador” del desarrollo culi- nario debió ser la conquista de la agricultura y el conse- cuente surgimiento de la civilización hace unos diez mil años, ya que entonces el ser humano se vio expuesto a una abundancia inesperada que había que conservar para dar- le sentido y que estimulaba su inclinación a experimentar y crear. Gradualmente, la experimentación y la casualidad generaron avances tan cruciales como la molienda de gra- nos para obtener harinas de dúctil aplicación, la fermen- tación de frutas, semillas y leche para obtener vinos, cerveza y quesos y leches ácidas, la desecación de carnes —y donde el clima lo propiciaba su refrigeración y con- gelación— que permitió conservarlas. La separación de la mantequilla de la leche y de la grasa de animales como el cerdo y la obtención de aceites al prensar ciertas semillas brindó al ser humano la posibilidad de satisfacer su apeti- to natural por los triglicéridos de los que hoy en día abu- sa con frecuencia. Interminable y tal vez ocioso sería listar los avances de la tecnología culinaria. A menudo fueron avances de tipo local celosamente guardados en secreto y disfrutados sólo por los grupos dominantes, como fue el caso de la extracción de la sal de minas o del mar, la extracción de la sacarosa a partir de la caña de azúcar o de la remolacha, la fabricación de pan con levadura y la preservación de fru- tas mediante la adición de azúcar, etc. 786 F I S I O L O G Í A D E L S I S T E M A D I G E S T I V O
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