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94 Q Escritos psicopatológicos. Fragmentos E. Kraepelin Paranoia (Lección 15) Señores: En el análisis de los síntomas de la locura la atención de los autores se vio sobre todo atraída por los delirios y las alucinaciones, que con fre- cuencia coexisten en estados psíquicos diferen- tes. Incluso, para algunas afecciones bien deter- minadas, se ha tomado la forma del delirio como signo patognomónico: delirio de grandeza, deli- rio de insignificancia, delirio de culpabilidad, de persecución, etc.; y son estos delirios los que sir- ven también para clasificar ciertas psicopatías. Sin embargo, en ni opinión, la naturaleza del delirio es de poca ayuda para el alienista encargado de formular el diagnóstico de un síndrome mórbido. ¿Acaso no pueden los deseos, los temores, reves- tir un aspecto idéntico en el transcurso de mani- festaciones mentales muy distintas? Pero las múl- tiples especies de modalidades clínicas están, a pesar de ello, lejos de carecer de toda influencia en lo que respecta al aspecto que tomará el deli- rio, y en el curso de esta clase vamos a intentar estudiar más de cerca algunas formas del delirio en enfermedades netamente caracterizadas. El primero de los enfermos del que les voy a hablar es un hombre de 62 años, un hombre de ciudad. Entra aquí con aire de dignidad y, por el modo elegante en que se sienta aunque sus ropas estén un poco raídas, da la impresión de ser un hombre de mundo, con su barba bien cuidada y sus lentes. En un principio se puso de mal humor ante la idea de tener que hablar delante de tanta gente joven; pero es cosa de un instante, y pronto comienza un discurso que no acaba nunca. En su juventud fue a América, donde después de mil vicisitudes llegó a establecerse en Quito, logrando hacerse como comerciante de una pequeña fortu- na. Vuelve entonces, hace de esto 21 años, a su país natal, no sin perder sumas considerables en la liquidación de su negocio. A pesar de todo vi- vió de su capital, pasando su tiempo agradable- mente en el bar, leyendo los diarios, jugando al billar o yendo de paseo. Además se dedicaba a profundizar sobre toda una serie de proyectos de los cuales esperaba sacar provecho y gloria. Así fue que presentó a un jefe de oficina de un minis- terio un mapa, donde él había situado un montón de territorios deshabitados, cuya ocupación iría en beneficio de Alemania. Eran en África y en Nue- va Guinea; por sobre todo estaba la isla de Galá- pagos, que Ecuador abandonaría sin inconvenien- tes, y adquiriría mucha importancia tras la aper- tura del canal de Panamá. Poco tiempo después, el ministro iba a Berlín y nacía la política colo- nial alemana. Por lo demás, su instigador no ha- bía recibido ningún beneficio por ello. Siquiera había obtenido la recompensa que otros países le hubieran concedido. Por otra parte investiga- ba sobre la manera de aclimatar cacaos y árboles de China en nuestras colonias. Asimismo encon- tró un nuevo procedimiento de remachado de vías férreas, con el que se suprimían las sacudi- das del tren y se hacía imposible los descarrila- mientos; en fin, tenía ganado el derecho como para obtener muchas buenas posiciones, tales como la de cónsul en Quito, pero siempre se le hacía una zancadilla. Arguyendo como razón que él no quería re- bajarse, terminaba poco a poco por comerse su fortuna. El Estado –dice– no fue honesto con él, pero no se atormenta; para un hombre de su valía, que habla tres lenguas, que conoce el mundo en- tero, no es difícil encontrar un empleo digno de él. En los últimos tiempos cayó casi en la miseria; no pudo cobrar a sus deudores de América; como no tenía ya ningún dinero debió recurrir a présta- mos para los cuales exhibía a modo de garantía ingresos que el futuro le tenía reservado, los cua- les ciertamente habrían de restablecer su fortuna. Con el pretexto de darle un empleo se lo condu- jo a un asilo para crónicos. Allí trabajó en las oficinas de la administración hasta el día en que se dio cuenta de que no se le pagaba en razón de los servicios que prestaba. Así es que intentó in- gresar a otro establecimiento; fue entonces que con un falso pretexto, se lo condujo a la clínica en la que se halla detenido –dice– contra toda justi- cia. He ahí, agrega con amargura a modo de con- clusión, la manera en que su patria le retribuye. El enfermo desarrolla con tranquilidad y sin conmoverse todo este relato, que en sus trazos principales responde efectivamente a la realidad. Lo que llama la atención desde las primeras fra- ses es el contento de sí mismo, la pedantería con que se jacta de su inteligencia y de su capacidad, tanto más cuanto que su instrucción es muy co- mún, de lo cual puede uno darse cuenta fácil- mente. Que él sea el iniciador de la política colo- nial alemana es un hecho que toma por lo más natural del mundo. A pesar de sus fracasos coti- dianos, a pesar de haber perdido su fortuna, está persuadido de que su actividad le valdrá, un día, honores y dinero. Y si le muestro cuán lejos está la realidad de sus deseos, objeta: “Nadie es profe- ta en su tierra. He sido demasiado inteligente para estos señores”. Para luego decir, gesticulando con presunción: “¿Qué es lo que quiere? Las faldas!”. No sin antes protestar airadamente empieza a contar que una mujer a quien dio el sobrenombre de Bulldogg, hija del cónsul inglés en Quito, vie- ne persiguiéndolo desde hace veintitrés o veinti- cuatro años con proyectos de matrimonio. Ella se las arregla para que él vaya de fracaso en fracaso. Incluso en América, donde en los últimos tiempos las cosas no le salían nunca como quería; utilizan- do una llave maestra le fueron robados centenares de restos de pájaros, únicamente por maldad. En todas partes notaba las trampas de Bulldogg y de sus cómplices. “Algo tiene que haber en todo esto para que nada me salga bien”. Esta americana media loca lo siguió hasta la región donde él habi- ta y se introdujo entre el vecindario; tendría la audacia de vestirse de hombre y, para obligarlo a casarse con ella, le impedía encontrar empleo o in- tentaba reducirlo a la miseria. Llena de sutilezas inven- taba mil subterfugios para aproximársele. Pero –conti- núa– no es sin embargo por medio de tantas chicanas que se llega a ganar el corazón de un hombre. El sería quizás hoy el individuo más rico de California si la Bulldogg no se hubiese inmiscuido. Y también ella es responsable de su encierro en el asilo. “Quién podría ser si no?”. En su casa, vaya donde vaya la encontraba. Los agujeros de sus zapatos, las manchas de su ropa sólo podían provenir de la Bulldogg. El enfermo escucha con aire de entendido, e incrédulo, todos los argumentos que se inten- ta oponérsele; pero éstos siquiera rozan su con- vicción y él permanece siempre igualmente in- quebrantable. Enseguida nos damos cuenta de que no toma en serio los puntos de que le ha- blamos, está convencido de que no representan nuestra verdadera opinión. Las ideas de persecución y la estima excesiva de su persona constituyen los síntomas esenciales que presenta este hombre. Por otra parte, su com- prensión, su memoria, el conjunto de su com- portamiento son de lo más normales. Las ideas de persecución nos parecen patognomómicas del delirio. A pesar de que estén plenamente en contradicción con todo sentido común, el enfer- mo no siente la necesidad de darles bases más sólidas y las mantiene tenazmente. Existen des- de hace veintitrés años, al parecer, bajo la mis- ma forma, y todos los acontecimientos de la vida diaria son interpretados en el sentido del delirio. Para nuestro sujeto, la menor contrariedad, y últi- mamente aún su derivación a la clínica, en vez de ser el resultado del curso normal de las cosas, sonproducto de la intervención de determinada persona o de sus acólitos. En cierto modo ve el mundo entero a través de su delirio y las perse- cuciones que sufre se vuelven cada día más in- verosímiles. En todo encuentra a la Bulldogg al- rededor suyo, y nosotros mismos no tardaremos en compartir la misma suerte que toda la gente que resistió a sus deseos. Las alucinaciones sensoriales, hasta donde se puede abrir juicio no tienen parte alguna en el de- sarrollo de su delirio. Una vez, a decir verdad, cuan- do pasaba frente a una casa, percibió detrás de las persianas de una boutique un soldado voluntario que le apuntaba con su fusil; en ese mismo instan- te alguien le gritó: “¿No ve que tiran sobre usted?”. Advertido por segunda vez, y al trastabillar, pier- de su sombrero. Fue entonces que constató, a nivel del lado izquierdo de la sien un raspón recubierto de sangre. Justo detrás de él estaba quien vivía en esa casa, un abogado que figuraba entre sus ene- migos; cuchillo en mano, éste último le gritó que le tenía marcado por haberse acercado demasiado a su mujer. Según explica el enfermo, quería re- emplazar rápidamente el sombrero atravesado por una bala y desfigurar a cuchillazos el rostro del cadáver con que esperaba encontrarse. ¿Se trata aquí de alucinaciones o de interpreta- ciones delirantes? Por cierto que es difícil pronun- ciarse. Con frecuencia, debo señalárselos, son pu- ras invenciones que se instalan en el paciente a título de recuerdos como hechos realmente ocurri- dos. No se notan en este sujeto otras alucinaciones sensoriales. Frecuentemente sus ideas persecuto- rias se relacionan por el contrario con cualquier tipo de incidentes, interpretados de modo total- mente especial, tal como pudieron observarlo en el asunto de los agujeros de los zapatos, la deriva- ción a la clínica y el fracaso de sus proyectos. Observamos en la particular disposición a delirar de nuestro enfermo una gran flaqueza de juicio. Mismo cuando se toma uno la labor de ha- cerle entender toda la absurdidad de su delirio, él no llega a rendirse a la evidencia. En lo que con- cierne por ejemplo a la hija del cónsul de Quito, que lo persigue desde hace veinte años con su amor de modo tan singular, que se disfraza de hombre, que llama en su ayuda a todo tipo de cómplices, nos responde: “No sabe usted lo que una mujer refinada es capaz de inventar”. La alta estima de sí es otra prueba de esta flaqueza de juicio. Un fracaso no reduce sus pretensiones. Eva- lúa en muy caro precio un trabajo mecánico que consiste en recopiar lentamente unas páginas de escritura o dibujos de la mayor simplicidad; pero es incapaz de hacer una copia que exija alguna reflexión. Si consideramos su existencia anterior en su conjunto y la despreocupación con que gastó hasta su último centavo, quedamos fijados sobre su inferioridad mental y sobre la imposibi- lidad en que se encuentra para conducir por su lado su conducta. Rechazaba creer que su capital estuviese agotado y que vivía de préstamos; per- suadía a la gente de que obtendría mucho dinero en algún tiempo más, y finalmente llegó hasta a pedir varias jóvenes en matrimonio. Fueron co- sas de este orden que motivaron la necesidad de su primera internación en un establecimiento para alienados, pues con anterioridad no había toda- vía atraído hacia él de modo franco la atención de las personas que vivían en su entorno. Sobre todo es esta última particularidad que tiene un gran valor para mí. No se manifiesta nin- gún trastorno en el terreno de la emotividad, ni de la voluntad. Se nota quizá cierta susceptibilidad cuando uno discute con el sujeto sus ideas deli- rantes o su supuesta superioridad. El resto del tiem- po no está alegre, ni triste, ni apático. Encara los acontecimientos y a la gente con la mayor natura- lidad. Lee los diarios y libros; se da ocupaciones, hace dibujos y planos, observa los diversos inci- dentes cotidianos; charla con los médicos, busca hacerse nuevas relaciones, se enoja cuando le so- brevienen contrariedades y le agrada la considera- ción con que se lo trata; en una palabra: su con- ducta es irreprochable. No hay Befehlsautomatie, negativismo ni manierismo. Tampoco impulsivi- dad. Nuestro sujeto no tiene la sensación de obe- decer a las voces interiores que tan frecuentemen- te vemos influir en los actos de estos enfermos. Cuando lo vemos actuar por impulso, es por el lado del delirio que hay que buscar la causa. Esta singular afección, en la cual la autofilia y las ideas de persecución se desarrollan con la mayor lentitud, sin que la voluntad o la emotivi- dad sean trastornadas, se denomina “paranoia”. En esta enfermedad se instala un “sistema” que es producido a la vez por un delirio o por una mane- ra especial de interpretarlo todo por medio del delirio. Se instaba una manera de ver las cosas to- talmente particular, que el enfermo adapta a cada acontecimiento cuya impresión le toca vivir. Su ritmo es esencialmente crónico y lento. Los pa- cientes comienzan por tener sospechas, las que pronto se tornan en certezas, para dar lugar final- mente a una inquebrantable convicción. Las ideas delirantes se injertan en hechos que son sometidos a una interpretación patológica. No se constatan jamás alucinaciones sensitivas, salvo excepcionalmente; pero de tanto en tanto se perciben errores en la memoria. Como estos enfermos no llaman dema- siado la atención, su afección puede prolongarse durante largos años sin que se la perciba y sólo raramente se los halla en los asilos. Por lo demás, están en condiciones de ejercer una profesión que les permita vivir. No cabe en absoluto esperar la curación de una entidad mórbida que reposa sobre una modi- ficación completa del organismo psíquico1. Por lo general, al cabo de unos diez años aparece, como en el presente caso, un relajamiento demencial bastante pronunciado. El tratamiento en el asilo es difícil que lo acepten debido a esta misma autofilia, y luchan obstinadamente por conquistar su liber- tad, a menos que la progresión de la demencia haya paralizado toda su energía. Este sujeto, por ejemplo, apeló a los diarios y escribió numerosas cartas a efecto de obtener su salida. He aquí un sastre de 42 años quien, también él, se encarnizó con el reclamo objetivo. Será útil para ustedes como otro tipo de paranoia. Hace sie- te años quebró y tuvo enredos con el abogado de algunos de sus acreedores. Se instaló entonces en otra ciudad, pero allí no le fue mejor y se endeudó. Hace cuatro años la casa donde vivía cambió de propietario y se vio obligado a mudarse. El nuevo dueño quiso embargarle una parte del mobiliario para resarcirse de los alquileres caídos, para lo cual se hizo presente un agente de justicia produciéndo- se una viva discusión; a fin de cuentas nuestro enfermo dejó encerrados al agente del juzgado y a sus ayudantes en tanto que iba a hacer su reclamo ante la justicia. Fue acusado y condenado por pri- vación ilegal de la libertad. Un diario humorístico publicó un artículo so- bre estos entuertos donde se relataba el inciden- te bajo el título de “Embargo”. Se añadía que el acusado guardaba un odio profundo por el agen- te de Justicia, quien sin embargo había sido con frecuencia su huésped; el paciente se irritó pro- fundamente, y su cólera aumentó aún más cuan- do vio que una rectificación que había enviado al diario no había sido publicada íntegramente. Entonces dirigió al director una carta bastante amarga; para lograr una respuesta amenazaba con acudir a los tribunales y con que llegaría incluso hasta la Cámara de Apelación si fuese necesa- rio. Pero en otro artículo la palabra “maestro- sastre” apareció impresa de modo llamativo. El enfermo se puso furioso y se decidióa presen- tar una demanda por difamación contra el di- rector, reclamando daños y perjuicios por el des- crédito que se le había ocasionado y finalmente una rectificación por difamación. Los tribunales no aceptaron ninguna de sus conclusiones. Nuestro hombre no se dio por ven- cido; puso en movimiento todos los medios ima- ginables: para comenzar, recurrió a los tribuna- les correccionales, luego al Tribunal de primera instancia, a la justicia criminal y a la Cámara de Apelación. Después solicitó la revisión del proce- dimiento, envió peticiones al Ministerio de Justi- cia, al de las Cortes, al Gran Duque, al Emperador, a los tribunales administrativos y al gobierno. Tam- bién tenía intenciones de hacer llegar una nueva petición al Consejo Federal y al canciller del Reichstag, a éste último en su carácter de responsa- ble de la puesta en ejecución de las leyes del impe- rio. Al final recusa a los jueces y a los tribunales y lleva su demanda a la Corte Suprema. Quiere abrir un proceso disciplinario contra el Procura- dor en el ámbito del Gran Ducado y lanzar un grito de alarma al público en general en defensa de los intereses de la honestidad. Casi siempre redacta sus reclamos por la no- che; la cantidad es considerable: muy largos, con- tienen sin cesar las mismas incoherencias. Su estilo tiene pretensiones jurídicas. De modo cons- tante comienzan con “en cuanto a”. Enumera en esos reclamos “las pruebas”, y concluye con “los motivos”. A lo largo de los renglones se pueden encontrar citas de artículos del código, compren- didas a medias o interpretadas de manera ab- surda. Su escritura con frecuencia es precipita- da y traduce la excitación del autor; de un ex- tremo al otro, e incluso en medio de las frases se puede observar la presencia de signos de exclamación y de interrogación. Los postcriptum están subrayados dos o tres veces en lápiz rojo o azul y los márgenes están cubiertos de seña- lamientos, a tal punto que no quedan espacios en blanco sobre el papel. Buen número de es- tas peticiones fueron escritas al dorso de las respuestas de las autoridades. A consecuencia de sus continuos reclamos el enfermo fue proscripto, pero se agarra de donde puede; hoy, por mandato del tribunal, tengo que entregar un informe médico-legal en relación a su caso. Entretanto, los negocios en su sastrería continuaron; logró administrarla aun- que, a decir verdad, con bastante dificultad. Haciendo abstracción de sus peticiones sus clien- tes no notan nada de su afección. Demos ahora lo palabra al paciente. Pode- mos constatar que él se da cuenta de su situación y que no confunde los hechos del pasado. Cuen- ta sus altercados con la justicia con la mayor vo- lubilidad y encuentra en ello cierta satisfacción. Ninguna observación que se le haga le produce embarazo; va acumulando detalles sobre deta- lles, párrafos y más párrafos. Al cabo de cierto tiempo, se agrega a esta cansadora proliferación una tendencia a saltar de una idea a otra y a uti- lizar siempre los mismos giros gramaticales en sus frases. El abogado que lo había demandado es la causa única de todas sus desgracias, y ello a pesar de que hace actualmente seis años que no tiene relación. Cuando quiso iniciar su proceso contra el director del diario, nos dice, el secreta- rio del Juzgado, que tenía conocimiento de sus anteriores aventuras judiciales, buscó la manera de disuadirlo pero fue en vano. ¿Acaso no es eso una prueba segura de que el abogado había prevenido al secretario del juzga- do en su contra? Todos los contratiempos que se produjeron luego parten de allí. Si el secretario hubiese conducido el trámite como debía haberlo hecho, él hubiese podido llevar más lejos el asun- to. El procurador se hace una idea equivocada, y los jueces del tribunal de primera instancia, por deferencia respecto de su colega, no consintieron en volver sobre lo que había sido ya decidido. “Estaban en liga los unos con los otros”. Motivo por el cual hubiese debido llevar este caso excep- cional ante otra jurisdicción. Así es que el camino de la justicia le es cerrado de “modo sistemático”. Se trata de una “alianza secreta”, una “cosa de fran- cmasonería”, dado que él está prevenido de que su enemigo es francmasón. La alta finanza judía en su totalidad juega un rol en esta historia y el diario que escribió en su contra está sostenido por los judíos. Ese “delincuente de abogado” se asoció a esta “prensa de bandidos”, “a este judío presidiario”, “a las sutilezas de los jue- ces”, “a toda esta jauría de la justicia”. Así es como él llama a los dos abogados designados por el Tribunal; es imposible para él ponerse de acuerdo con alguno de éstos. Se pelea con ellos apenas no hacen lo que exige. Por fin, la incapacidad de su tutor, que no entiende nada de las cosas de la justicia, también viene en ayuda del abogado perseguidor. A todos estos sinsabores judiciales atribuye un único y el mismo origen. Poco a poco incrimi- na a varias personas, que agrupa en una asocia- ción que trabaja en su contra. En realidad están ustedes aquí en presencia de un fenómeno real, pero visto e interpretado de manera especial. Nosotros podemos concebir muy claramente cómo se desarrolla este particular modo de ver el mun- do; de la misma manera entendemos la enorme influencia que ejerce sobre la conducta del en- fermo. Éste es absolutamente ineducable. No se podría conseguir hacerle entender nada de nada. No quiere reconocer que haya podido equivo- carse o que haya exagerado la importancia de los hechos. En cuanto abordo el tema se vuelve desconfiado; si lo contradigo, pronto piensa que también voy a sostener a sus adversarios. Algunas de la líneas que caracterizan el cua- dro son: las ideas de persecución, que están refe- ridas a un punto bien determinado y que adquie- re cada vez mayor extensión; ningún razonamien- to sería susceptible de infringirlo. Esto nos de- muestra que tenemos que vérnoslas con un deli- rio profundamente enraizado en el individuo psí- quico, donde ha alcanzado a formar un sistema. Además existe en nuestro paciente un indudable empobrecimiento intelectual que se traduce en la monotonía y la pobreza ideativa y sobre todo en la poca influencia que las más sensatas obje- ciones tienen sobre él, su memoria general es fiel. Mas un examen en profundidad nos ense- ña que no está intacta. En lo emocional observamos que su opinión de sí mismo es de lo más exagerada. Se muestra como pareciendo superior; le gusta darse brillo con sus conocimientos jurídicos, y a pesar de sus continuos fracasos, espera con total confianza que su affaire termine exitosamente. El temor de importunar a los altos funciona- rios no lo detiene jamás; considera que su caso es de la mayor importancia. “Como ciudadano ale- mán, como padre de familia, como hombre de negocios”, “su sentimiento del derecho” tiene más valor que todas las decisiones de los jueces. De una susceptibilidad exagerada, cuando se le anun- cia un dictamen contrario a sus intereses llega a las más groseras injurias. Los testigos son falsos, los jueces corruptos. Habla del “veneno de la fuente judicial y religiosa”; luego agrega con toda sinceri- dad que jamás se salió del “marco del decoro”. Su estúpida conducta de estos últimos años salta inmediatamente a la vista. Redujo a los su- yos a la más profunda miseria, pero acusa de ello a sus adversarios y a la justicia que desplegó todas sus fuerzas para alcanzar ese fin. Reclama daños y perjuicios cada vez mayores. No com- prende que para él en este momento lo mejor sería permanecer tranquilo, y trabajar para ganarse la vida. Por el contrario, se siente totalmente presto para llevar más lejos su asunto: buscar qué cami- no le queda abiertopara triunfar en su derecho, y esto incluso a pesar de que nuestro informe médico-legal deba serle desfavorable. Esta odisea muestra la vida de los alienados querulantes. De todo punto de vista nos recuerda la observación de nuestro enfermo precedente en sus líneas principales. Se trata del mismo hábito que consiste en encarar los hechos cotidianos a través de una interpretación delirante; está pre- sente el mismo empobrecimiento mental, primero poco notorio, pero que lentamente avanza. En su conjunto es la misma subordinación de la conduc- ta al delirio, en tanto que la memoria y la activi- dad psíquica se hallan muy poco modificadas. Tam- bién en los dos enfermos se trata de estados incu- rables, como lo prueba la marcha ulterior de la afección. Agreguemos que durante largos años los cambios que sobrevinieron fueron insignifican- tes2. El delirio de querulancia representa enton- ces tan simplemente una variedad ligeramente diferente de la paranoia. La afección comúnmente comienza promediando la edad media de la vida, cuando el sujeto viene de ser víctima de una injusticia imaginaria o a veces efectiva. Es en tor- no de ésta última que se desarrolla todo el conjun- to complejo y confuso de representaciones mentales y de actos delirantes. Los querulantes no son siempre querellantes; fuera del deli- rio, se comportan incluso frecuentemente como gente suave y tranquila. La insignifican- cia de las causas extrínsecas prueba que la enfermedad, tal es así de la paranoia, abreva, en sus más sólidas raíces, en un estado de predisposición mórbida. Representa un fenó- meno degenerativo; esta hipótesis se ve con- firmada por la lentitud de su desarrollo, por la cronicidad, la incurabilidad del mal, y la escasa importancia a las influencias objetivas que la engendran. 1. Desde hace diez años, el enfermo continúa su lucha contra los pretendidos daños que le hizo la justicia por todos los medios. También se ocupa de su negocio “con muchas deudas a pesar de todo”, dice con amargura. 2. Desde hace nueve años el enfermo se encuentra en un asilo de crónicos sin que su estado se haya modificado en lo más mínimo. Continúa buscando un empleo adecuado y quejándose, haciendo inventos y tomando parte en concursos.