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BIBLIOGRAFIA Santos Lepera- Folquer-fusionado

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TUCUMÁN 
 
 
 
CONSEJO NACIONAL DE INVERSIONES 
 
 
COLECCIÓN DE HISTORIAS TEMÁTICAS DE TUCUMÁN 
 
 
 
 TOMO: 
 
LAS COMUNIDADES RELIGIOSAS ENTRE LA POLÍTICA Y LA 
SOCIEDAD (SIGLOS XIX Y XX) 
 
 
 
 INFORME FINAL 
 
 
 
Abril, 2017 
 
 
 
 
 
 
 
 
COORDINADORAS 
 
DRA. LUCÍA SANTOS LEPERA- DRA. CYNTHIA FOLQUER 
 
 
 
 
 
 II 
INDICE GENERAL DEL INFORME 
 
 
 
1. Introducción General del Informe 
 
2. Índice del Tomo 
 
3. Capítulos I al VI 
 
4. Anexos 
 
5. Fuentes y Bibliografía 
 III 
 
1. INTRODUCCIÓN GENERAL DEL INFORME 
 
La presente investigación se enmarca en el proyecto editorial de Historias 
Temáticas de Tucumán auspiciadas por el Ente Provincial Bicentenario de Tucumán, 
creado mediante ley provincial n° 7649 para la organización del Bicentenario de la 
Declaración de la Independencia Argentina. La colección consta de 13 Tomos de 
Historias Temáticas sobre temas diversos (política, economía, cultura y sociedad, 
movimiento obrero, comunidades religiosas, educación, etc.) y cuenta con la dirección 
de la Dra. María Celia Bravo (CONICET-UNT). 
El objetivo general del tomo LAS COMUNIDADES RELIGIOSAS ENTRE LA 
POLÍTICA Y LA SOCIEDAD (SIGLOS XIX Y XX) es analizar las distintas comunidades 
religiosas establecidas en la provincia de Tucumán a partir de una mirada de largo 
plazo. Se propone atender principalmente la trayectoria de la Iglesia católica en razón 
de su extendida presencia institucional y su influencia en el espacio público y en la 
dinámica política. En segundo lugar, se estudia el derrotero de las comunidades 
religiosas que se instauraron a principios del siglo XX, bajo el influjo del proceso 
inmigratorio, tales como la comunidad judía, ortodoxa, anglicana entre otras. El 
abordaje de las distintas iglesias se lleva a cabo desde una doble perspectiva de análisis: 
1) su dinámica institucional: estructuras organizativas, funcionamiento y actores 
religiosos; 2) su interacción con el Estado provincial y sus formas de mediación con la 
sociedad. 
Los objetivos específicos son: 
-. Analizar la organización eclesiástica del período prerrevolucionario y el impacto que 
causó la ruptura del orden colonial en el sistema de unanimidad religiosa católica. En 
ese marco, examinar la participación de los actores religiosos en el proceso de 
revolución e independencia. Estudiar el lugar de la religión católica en el orden pos 
independiente, atendiendo la relación de los representantes eclesiásticos con los nuevos 
gobiernos provinciales. 
-. Estudiar el rol de la Iglesia católica en la construcción del Estado-Nación, 
puntualizando los aspectos que priorizaron una colaboración y los que llevaron a 
situaciones de conflictividad (leyes laicas). Indagar las tensiones entre el ideario liberal 
y católico de las elites políticas provinciales. Analizar la creación de la Diócesis de 
Tucumán en 1896 y la transformación del mapa eclesiástico. 
-. Reconstruir el crecimiento institucional de la Iglesia católica en la década de 1930 
plasmado en la expansión de la red parroquial y en la fundación de la Acción Católica 
(1931). En ese marco, señalar sus antecedentes y los cambios que conllevó esa nueva 
asociación en el movimiento laico. Analizar la relación de la jerarquía católica y el 
gobierno peronista atendiendo a problemáticas propias de la institución eclesiástica y su 
vinculación con la dinámica política y social. Atender las trayectorias diferentes del 
laicado y el clero diocesano, los cuales generaron vínculos disímiles con el peronismo. 
-. Estudiar la recepción del Concilio Vaticano II en la iglesia tucumana. Analizar la 
acción social de los curas párrocos en el marco de la crisis azucarera y el cierre de 
ingenios en 1966. Examinar la conformación del Movimiento de Sacerdotes para el 
 IV 
Tercer Mundo. Analizar los vínculos entre las asociaciones de laicos y las 
organizaciones armadas. Indagar el derrotero del Movimiento Rural de Acción Católica. 
-. Reconstruir los vínculos de la jerarquía católica y el gobierno militar entre 1976 y 
1983. En ese marco, analizar los conflictos y rupturas que atravesaron a la institución 
durante la dictadura militar. Estudiar los avatares de la jerarquía en la etapa post 
autoritaria, especialmente las tensiones surgidas en torno al divorcio vincular y al 
Congreso Pedagógico de 1984. Indagar la relación de la Iglesia y el gobierno de Carlos 
Menem, atendiendo el impacto generado por la reforma constitucional de 1994 (al 
instaurar un mismo estatus legal para todas las religiones). 
-. Abordar el estudio de las distintas comunidades religiosas que integran la mesa de 
diálogo interreligioso (Iglesia Ortodoxa, Maronita, Judíos sefardíes y ashkenazíes, 
musulmanes, cristianos reformados -Hermanos libres, metodistas, anglicanos-). Indagar 
su instauración en la provincia de Tucumán, sus vínculos con el proceso inmigratorio de 
principios del siglo XX y su rol como “refugios de etnicidad”. Examinar sus distintas 
formas de organización y trayectorias institucionales. 
 En lo que respecta al alcance, la presente investigación y la publicación de sus 
resultados en un volumen de la colección Historias Temáticas fueron declaradas de 
interés público por el Ente Provincial Bicentenario de Tucumán. En efecto, la 
publicación está destinada a un público académico pero también a lectores no 
especializados que se interesen por la historia religiosa de la provincia. Asimismo, se 
busca que el libro pueda servir como herramienta para docentes de los niveles medio y 
superior que dicten asignaturas relacionadas con la temática. La investigación busca 
llenar un vacío historiográfico al combinar una mirada de los problemas religiosos en el 
largo plazo que integra las distintas iglesias presentes en el escenario provincial. 
En el Plan de Actividades enviado oportunamente se detallaron las siguientes 
tareas, desarrolladas durante el período referido. 
1. Consulta y análisis de la bibliografía y las fuentes primarias (escritas y orales) 
2. Confección del índice general de la obra. 
3. Escritura y cotejo de las fuentes. 
4. Redacción de los capítulos y elaboracion de mapas y cuadros 
5. Confección y presentación del manuscrito definitivo. 
 
En tal sentido, el presente informe fue organizado en cinco apartados: 1-
Introducción general, 2- Indice, 3- Contenidos correspondientes a los seis capítulos, 4- 
texto completo del tomo y 5- Fuentes y Bibliografía. 
 V 
2- INDICE 
 
CAPITULO I 
EL PROBLEMA RELIGIOSO DURANTE EL ORDEN 
POSINDEPENDENTISTA (1810-1853) 
 
Cynthia Folquer- Sara Amenta 
 
1. La jurisdicción eclesiástica de San Miguel de Tucumán 
2. Formas de evangelización: mestizaje cultural y sometimiento indígena 
3. Revolución e independencia: la participación del clero en el campo realista e 
insurgente. 
4. El gobierno en la provincia de Tucumán y la iglesia: acercamientos y tensiones. 
 
CAPITULO II 
LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO 
PROVINCIAL: ENTRE LA COLABORACIÓN Y EL CONFLICTO (1853-1920) 
 
Cynthia Folquer- Esteban Abalo 
 
1. Iglesia y Estado provincial: organización constitucional. 
1.1. Clero y política: el caso de los hermanos del Campo. 
2. La Vicaría Foránea de Tucumán durante el Obispado de Fray Buenaventura Rizo 
Patrón (1863-1884). 
2.1. Los conflictos en torno al Registro Civil y la ley de educación 
2.2. Los aportes del Estado provincial para la Iglesia católica: el presupuesto de culto 
3. La creación de la Diócesis de Tucumán y el obispado de Padilla y Bárcena 
3.1. Catolicismo social y cuestión obrera 
3.2. El 1º Sínodo Diocesano, las visitas ad limina y las nuevas de parroquias. 
3.3. Asociaciones laicales y formas de vida religiosa: el protagonismo femenino 
4. A modo de cierre: El breve obispado de Bernabé Piedrabuena 
 
CAPITULO III 
LA IGLESIA CATÓLICA ENTRE LA CONSOLIDACIÓN INSTITUCIONAL Y 
LA POLITIZACIÓN (1930-1955)Lucía Santos Lepera 
 
1. La construcción del poder obispal y la centralización de la Iglesia 
2. El catolicismo en debate. La Iglesia entre los gobiernos radicales y el golpe de Estado 
de 1943 
 2.1. La cuestión social mirada desde arriba: el Secretariado Económico-Social de la AC 
3. Entre el nacionalismo y el peronismo: tiempos convulsionados de una Iglesia 
lacerada 
4. Los primeros años peronistas: una relación de “cordial colaboración” 
 VI 
5. El camino al desencanto: los católicos y el golpe de Estado de 1955 
 
CAPÍTULO IV 
LAS FRACTURAS EN EL MUNDO CATÓLICO: RELIGIÓN Y 
RADICALIZACIÓN POLÍTICA (1955-1976) 
 
Lucía Santos Lepera- Cynthia Folquer 
1. Las batallas de una Iglesia triunfante: entre la disputa laica-libre y la reinstauración de 
la enseñanza religiosa obligatoria 
2. El Concilio Vaticano II y su impacto en la Iglesia tucumana 
3. La Iglesia católica y el golpe de Onganía 
4. Entre misas y barricadas: La acción social de los curas y la crisis azucarera. La 
conformación del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (1968-1973) 
5. Entre la militancia católica y la radicalización política: las trayectorias del laicado 
6. A modo de epílogo: entre el regreso de Perón, la violencia política y la disgregación 
del MSTM 
 
CAPÍTULO V 
DE LA DICTADURA A LA RECUPERACIÓN DEMOCRÁTICA: LA 
RELACIÓN IGLESIA-ESTADO (1976-2001) 
 
Lucía Santos Lepera – Esteban Abalo 
 
1. La Iglesia católica y la dictadura militar 
1.1. El Operativo Independencia y el terrorismo de Estado: hacia el “disciplinamiento” 
de la institución eclesiástica 
1.2 Los años de plomo: de la legitimación al distanciamiento 
2. Los nuevos frentes de conflicto en la etapa post autoritaria 
2.1. La agenda democrática: el pasado reciente, la ley de divorcio y el Congreso 
pedagógico 
3. Las disputas al interior de la Iglesia: la conflictiva relación entre el Arzobispo y el 
clero 
4. La Iglesia católica frente a las políticas neoliberales: el compromiso social del clero y 
el laicado. 
 
CAPITULO VI 
LA DIVERSIDAD RELIGIOSA: ENTRE LA INTOLERANCIA Y EL DIÁLOGO 
Cynthia Folquer 
 
1. Presencia de Judíos en Tucumán: de la colonia a la gran inmigración 
1.2. Constitución de la Comunidad Judía en Tucumán y los primeros rituales religiosos 
ashkenazíes y sefaradíes 
1.3. La comunidad organizada: la Kehilá 
1.4. El sionismo en Tucumán 
 VII 
1.5 La fusión de entidades judías y las fiestas religiosas 
1.6 Los judíos y la dictadura 
1.7. La tradición Jabad Lubavitch 
2. Los Cristianos Reformados: anglicanos, metodistas, luteranos 
2.1. El aluvión inmigratorio 
2.2. Los agentes bíblicos 
2.3. La Iglesia de los Hermanos Libres 
2.4. La Iglesia Metodista 
2.5. La Iglesia Anglicana en Argentina y el NOA 
3. Iglesia Ortodoxa de Antioquia 
4. La Iglesia católica Maronita 
5. El Islam 
 
Anexos 
Anexo 1 
Parroquias 
Anexo 2 
Asociaciones Laicales 
 
Mapas 
Mapa Nº1: Curatos del actual territorio de Tucumán Siglos XVI-XVII 
Mapa Nº2: Curatos del actual territorio de Tucumán Siglos XVI-XVIII 
Mapa Nº3: Mapa de los curatos en el territorio de la actual Provincia de Tucumán en 
1867. 
Mapa Nº4: Creación de Parroquias durante el Obispado de Padilla y Bárcena (1901-
1916) 
 
Cuadros 
Cuadro Nº1: Curatos o Parroquias en el actual territorio de la Provincia de Tucumán 
hacia 1780 
Cuadro Nº2: Cofradías y asociaciones católicas en Tucumán (siglo XVIII a principios 
del siglo XIX) 
Cuadro Nº3 Creación de parroquias durante el Obispado de Padilla y Bárcena 
Cuadro Nº4: Cofradías y asociaciones católicas en Tucumán (siglo XIX a principios del 
siglo XX) 
Cuadro Nº5: Congregaciones religiosas femeninas existentes en Tucumán fines de siglo 
XIX 
 
Figuras 
Figura Nº1: Huérfanas y religiosas en el Asilo de las hermanas Dominicas. 
Figura Nº2: Fr. Ángel María Boisdron y la Asociación de la Beata Imelda 
Figura Nº3: 30 años del Estado de Israel 
Figura Nº4: Aniversario de la sociedad de damas ortodoxas 
Figura Nº 5: Jóvenes musulmanes oran durante el ramadán 
 1 
Capítulos del Tomo 
 
INTRODUCCION 
 
LAS COMUNIDADES RELIGIOSAS ENTRE LA POLÍTICA Y LA SOCIEDAD 
(SIGLOS XIX Y XX) 
 
 El lector tiene en sus manos un libro que analiza el surgimiento y trayectoria de 
los diversos grupos religiosos en Tucumán a lo largo de los siglos XIX y XX. Entre 
estos, el catolicismo presenta un mayor desarrollo en el arco temporal y, en 
consecuencia, una profunda incidencia en el tejido social y cultural. Por esta razón, 
nuestra investigación histórica refleja esa preeminencia. Sin embargo, el relato 
propuesto señala el primer mestizaje cultural entre el catolicismo hispano y la 
cosmovisión indígena que se produjo desde los albores de la conquista y que alcanzó 
gran visibilidad en la región del NOA. Asimismo, desde principios del siglo XX se puso 
de manifiesto el inicio de la diversificación del campo religioso producto del aluvión 
inmigratorio. De ese modo, arribaron las comunidades judía, musulmana, católica 
ortodoxa, maronita y las iglesias herederas de la Reforma (Hermanos Libres, Metodistas 
y Anglicanos). La complejidad del campo religioso en nuestra provincia abre un sinfín 
de líneas de investigación que convierten a este libro en un punto de partida. Busca 
ensayar, por lo tanto, una mirada de larga duración, centrada en la historia de la Iglesia 
católica en Tucumán sin soslayar la presencia de otras confesiones. 
El texto propone un abordaje de las instituciones religiosas en tanto 
organizaciones complejas y heterogéneas, cuyos actores entablaron relaciones 
atravesadas por conflictos, desencuentros y rupturas. Lejos de una visión monolítica y 
homogénea, en esta obra emergen las voces disonantes y las prácticas inéditas que 
rompieron los discursos hegemónicos. Los hombres y mujeres creyentes que 
protagonizaron esta historia reflejaron una singularidad imposible de ser reducida al 
relato dominante que proclama cada institución. Muchos de ellos pusieron de manifiesto 
las disidencias, la discontinuidad y las prácticas que subvirtieron las normas impuestas. 
Esta mirada que pondera la subjetividad de los actores se vuelve una tarea ineludible del 
trabajo historiográfico, tal como fue señalado por Michel de Certau. 
Este libro asume distintas perspectivas. En lo que respecta a la Iglesia católica, 
analiza las políticas institucionales desplegadas por la jerarquía eclesiástica, su 
interrelación con el laicado y el clero diocesano, e incorpora la presencia de las distintas 
congregaciones religiosas. Esta mirada a la multiplicidad de actores eclesiales permitió 
vislumbrar los diferentes modos en que estos intervinieron en la dinámica política y 
social. Uno de los temas que vertebra el estudio son las transformaciones de la relación 
entre la Iglesia y el Estado a lo largo de dos siglos. En ese sentido, el derrotero de la 
institución eclesiástica se volvió indisociable de los avatares de la historia política y 
social tucumana. Por su parte, la historia de la población no católica está íntimamente 
relacionada al fenómeno inmigratorio. A pesar de las normativas cosmopolitas de las 
constituciones nacional y provincial, las minorías religiosas experimentaron las 
 2 
resistencias a su integración en una sociedad que se referenciaba en la matriz cultural 
católica. 
Esta investigación se nutre de las producciones historiográficas de las últimas 
dos décadas las cuales renovaron profundamente los estudios sobre la Iglesia católica y 
las minorías religiosas. Tales estudios complejizaron la mirada sobre esas instituciones 
desde perspectivas que integraron la historia política, social y cultural y devolvieron una 
imagen menos monolítica de sus fisonomías y formas de funcionamiento. En particular, 
hemos recurrido a los estudios realizados en Tucumán sobre esta temática, los que 
sustentan en gran medida este recorrido de doscientos años. Nuestro objetivo fue, por un 
lado, sistematizar los avances de investigaciónrealizados y, por otro, dejar planteadas 
nuevas líneas a futuro a partir de la revisión de fuentes inéditas y testimonios orales. En 
ese sentido, este libro es una muestra de la amplia gama de fuentes que son un camino 
de acceso a la historia religiosa de Tucumán. Los Archivos del Arzobispado, Obispado 
de Concepción y Archivo Secreto Vaticano fueron fundamentales en este proceso de 
investigación. Allí se encuentran cartas, informes, memorias, mapas, publicaciones 
oficiales, estadísticas, fotografías, entre otros, que componen un rico corpus 
documental, complementado con los fondos del Archivo Histórico de la Provincia y la 
prensa escrita local, principalmente el diario La Gaceta. Finalmente, los testimonios 
orales nos introdujeron en los recuerdos personales, historias de pequeña escala que nos 
permitieron captar aspectos de la vida cotidiana, sentimientos y creencias de los 
protagonistas de la historia reciente. La historia oral incluye lo subjetivo como una 
dimensión fundamental de la comprensión del proceso histórico. 
Esta obra se estructura en seis capítulos. Los cinco primeros recorren la historia 
de la Iglesia católica desde los inicios del siglo XIX hasta finales del siglo XX. La 
periodización establecida se atiene a los procesos políticos y a los cambios en la 
institución eclesial. De ese modo, el capítulo 1 abarca el período comprendido entre 
1810 y 1853 signado por la participación de los actores eclesiásticos en las guerras de 
independencia y en las disputas por la definición del modelo de organización nacional. 
El capítulo 2 se abre con el período constitucional iniciado en 1853 y cierra en 1928 con 
la finalización del obispado de Bernabé Piedrabuena. En esta etapa la Iglesia buscó 
definir sus áreas de competencia frente a la conformación del Estado provincial y 
Nacional. La creación del Obispado de Tucumán en 1897 y la gestión del primer obispo 
titular Pablo Padilla y Bárcena sentaron las bases de la Iglesia en la provincia. El tercer 
capítulo (1930-1955) analiza el período de consolidación institucional y fortalecimiento 
de la autoridad obispal durante la gestión de Agustin Barrere y avanza en desentrañar la 
compleja relación establecida con el gobierno peronista. El capítulo 4 (1955-1976) se 
centra en uno de los períodos más convulsionados de la historia de la Iglesia, en la que 
el impacto del Concilio Vaticano II se conjugó con la crisis de la agroindustria 
azucarera para acelerar los tiempos de la radicalización política y la fractura al interior 
de la institución. La trayectoria de la Iglesia católica durante la última dictadura militar, 
el retorno de la democracia y los desafíos que impuso a la agenda católica es abordada 
en el capítulo 5 (1976-2001). Finalmente, el sexto y último capítulo pone en escena la 
diversidad religiosa y el lento proceso de diálogo interreligioso iniciado con los 
postulados del Concilio Vaticano II. El relato se organiza desde una perspectiva 
 3 
cronológica según como fueron estableciéndose en la provincia las diversas 
confesiones. En ese sentido, se abordan las comunidades judía, las iglesias reformadas 
(Hermanos Libres, Metodista y Anglicana), la Iglesia católica ortodoxa, la de rito 
maronita y los musulmanes. En virtud de estas consideraciones, el amplio recorrido que 
este libro propone no pretende ser exhaustivo como tampoco desconoce los aspectos 
que aguardan ser analizados con el fin de contribuir a un conocimiento mas acabado del 
campo religioso en Tucumán. 
En la elaboración de este trabajo se sumaron Sara Amenta y Esteban Abalo, 
investigadores del Instituto de Investigaciones Históricas “Prof. Manuel García 
Soriano” de la UNSTA, quienes también se desempeñaron como co-autores de algunos 
capítulos. Agradecemos su predisposición al diálogo y su colaboración para que llevar a 
buen término esta empresa. No queremos dejar de reconocer la ayuda brindada por los 
pasantes designados para este proyecto, especialmente a Luciano Mónaco y Nicolás 
Díaz Cisneros, quienes nos asistieron en la búsqueda de fuentes documentales. 
Colaboraron con orientaciones y nos facilitaron bibliografía: Iris Schkolnik, Victoria 
Cohen Imach, Claudia Touris, Leandro Lichtmajer, Silvia Nassif, Norma Ben Altabef, 
Raul Feller, Juan Manuel Alurralde, Mariana Zossi, Soledad Aráoz, Elisa Solis. Los 
testimonios orales ocuparon un lugar importante en el desarrollo de este trayecto de 
investigación. Agradecemos la apertura y la confianza de quienes nos brindaron sus 
recuerdos y buscaron para nosotras en sus archivos personales documentos y fotografías 
que enriquecieron nuestro estudio. Finalmente, la iniciativa de las autoridades del Ente 
Provincial del Bicentenario fue fundamental para impulsar este proyecto editorial y el 
Consejo Federal de Investigaciones para materializarlo. María Celia Bravo nos brindó 
su confianza y la oportunidad de asumir este desafío que esperamos multiplique el 
interés por el estudio de la historia de las comunidades religiosas en nuestra provincia. 
 
 
 
 Lucía Santos Lepera 
Instituto Superior de Estudios Sociales (UNT-CONICET) 
Cynthia Folquer 
Instituto de Investigaciones Históricas “Prof. Manuel García Soriano”-UNSTA 
 
 
 
 4 
 
 
CAPITULO I 
EL PROBLEMA RELIGIOSO DURANTE 
EL ORDEN POSINDEPENDENTISTA (1810-1853) 
 
Cynthia Folquer- Sara Amenta 
Instituto de Investigaciones Históricas “Prof. Manuel García Soriano”-UNSTA 
 
 
Abordar la historia religiosa en el orden pos independentista exige una breve 
mirada a lo acontecido durante el régimen colonial. El choque cultural acontecido con la 
llegada de los españoles y el subsiguiente proceso de aculturación indígena, produjo un 
mestizaje religioso entre el catolicismo hispano y las creencias americanas. Con el 
arribo de los primeros misioneros pertenecientes a las órdenes religiosas y al clero 
secular, a los que se sumaron los laicos que participaron de la conquista, se inició un 
proceso intenso de trasplante del catolicismo hispánico, en el marco del régimen de 
patronato regio propio de las coronas ibéricas. El sistema de patronato tuvo su origen en 
la imposibilidad del papado de llevar adelante la empresa de la evangelización, por ello 
a través de la Bula Inter Caetera de 1493 y la Universalis Ecclesiae de 1508, cedió a la 
Corona de Castilla las tierras americanas y le otorgó el derecho de presentación de 
eclesiásticos, la erección de Iglesias con la única autorización del monarca y el 
usufructo de los diezmos y rentas eclesiásticas para el sostenimiento de su misión. La 
Iglesia en América nacía profundamente ligada a la monarquía española. 
 Luego de las llamadas Guerras Calchaquíes (1560-1667) que se desarrollaron en 
el noroeste argentino, el sometimiento indígena se logró mediante el régimen de 
encomiendas, para luego dar lugar a la creación y desarrollo de instituciones de 
gobierno civil y eclesiástico. Las encomiendas de indios fueron el germen de los futuros 
pueblos y ciudades y a partir de ellos se fueron organizando los curatos eclesiásticos y 
las diócesis, que se comenzaron a desarrollar en el siglo XVII. A ese proceso se sumó 
también el sistema de reducciones jesuíticas como lo veremos más adelante. 
 El siglo XVIII para la corona española, estuvo marcado por la llegada al poder 
de la dinastía de los Borbones y las reformas que llevaron a cabo para centralizar la 
administración en las colonias. Estas repercutieron en Tucumán y la región del NOA, 
sobre todo con la ejecución del decreto de expulsión de los jesuitas, que dio lugar a la 
venta de sus propiedades y la reconfiguración de la tenencia de la tierra en el territorio 
de la actual provincia de Tucumán. 
 Mas tarde en los albores del siglo XIX, la participación del clero regular y 
secular en el proceso revolucionario y en la declaración de la independencia, fue 
fundamental porque en ese momento los sacerdotes constituían junto con los abogados 
el sector letrado de la comunidad. Muchos de estos letrados se habían formado en lasuniversidades jesuíticas de Córdoba o Chuquisaca y habían estudiado las doctrinas de 
Francisco Suárez respecto al origen de soberanía en el pueblo y la justificación del 
tiranicidio en el caso de que los gobernantes no fueran justos. 
 5 
 Durante el proceso revolucionario, la respuesta del clero no fue unánime, 
adheridos a la causa patriótica se enfrentaron con quienes mantenían la fidelidad al 
monarca español, unos comprometidos como intermediarios de las nuevas ideas 
republicanas y otros denunciando la “herejía” de los patriotas, como el caso del cura 
Laguna de Trancas. 
 Acabado el período de anarquía y revolución posterior a la declaración de la 
independencia del Río de la Plata, se inició el proceso de organización del estado 
nacional y provincial, a la vez que se fue conformando la institución eclesiástica en la 
República Argentina. La Iglesia creció así a la par del Estado, en tensión por la 
delimitación de las áreas de influencia, debido a que las nuevas autoridades 
republicanas –nacionales y provinciales- se interpretaron herederas del derecho al 
patronato sobre la iglesia, consolidado desde la época colonial. 
 En los inicios de la organización del estado provincial, en la década de 1830, 
durante el gobernador Alejandro Heredia, se vivió una resignificación del rol de los 
sacerdotes planteado por el estado naciente, en el contexto del debate sobre los derechos 
parroquiales. Sin embargo se observa una continuidad en la concepción regalista de la 
relación Iglesia-Estado, ya que las nuevas autoridades reclamaban para si mismas el 
Derecho de Patronato heredado, interviniendo en los asuntos eclesiásticos. Se concebía 
a la institución como parte de ese Estado y se esperaba de ella que sea funcional a la 
consolidación y la estabilidad del nuevo gobierno. 
 
 1.La jurisdicción eclesiástica de San Miguel de Tucumán siglos XIX a XIX 
 
 En 1543, Diego de Rojas partió del Perú a Tucumán en una expedición cuyo 
objetivo fue fundar una serie de ciudades que intentarían unir las costas del Pacífico con 
las del Atlántico. Tras sucederse una serie de conquistadores, en 1565 Diego de 
Villarroel fundó San Miguel de Tucumán en el antiguo sitio de Ibatín. En 1685 el 
capitán Miguel de Salas y Valdés -por orden del gobernador Fernando de Mendoza y 
Mate de Luna- trasladó la ciudad al sitio de La Toma para que no quedara al margen del 
camino principal que unía a esta región con el asiento minero de Potosí. Otras de las 
razones fueron las contínuas inundaciones y al ataques de los indios. La importancia de 
su ubicación obedecía a su posición intermedia en el camino que unía el Alto Perú́, con 
las regiones de Chile y de Buenos Aires. Los primeros pobladores se proveyeron de 
fuerza de trabajo de las poblaciones indígenas y de materias primas que posibilitaron el 
desarrollo de una actividad artesanal la cual daría renombre a San Miguel: la fabricación 
de carretas y muebles. 
 La gobernación del Tucumán creada en 1563, incluía en su vasta jurisdicción la 
totalidad de las provincias del actual noroeste argentino, desde Jujuy hasta Córdoba. 
Esta circunscripción subsistió hasta las reformas borbónicas, cuando fue dividida en dos 
intendencias Salta del Tucumán y Córdoba el Tucumán. En el aspecto judicial las 
ciudades cabeceras que conformaban la gobernación, dependían de la Audiencia de 
Charcas, la distancia explica que la mayor parte de los pleitos se dirimieran en los 
cabildos locales. 
 6 
 La primera organización eclesiástica de esta región del noroeste argentino 
dependió del Obispado de Charchas en el Alto Perú, hasta que se creó la Diócesis del 
Tucumán en 1570, que comprendía en el siglo XVI las actuales provincias argentinas de 
Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba. La ciudad 
Santiago del Estero fue la primera sede del obispado siendo su primer Obispo el 
dominico Fray Francisco de Victoria. A fines del siglo XVII el traslado de la sede 
episcopal desde Santiago del Estero hacia la ciudad de Córdoba, tornó cada vez más 
esporádica la presencia del obispo, lo que provocó la solicitud de nuevos deslindes que 
redujeran las vastas dimensiones de cada circunscripción. Así fue que se crearon 
vicarías foráneas, regidas por un vicario, quien ejercía autoridad como delegado del 
obispo diocesano y debía dedicarse al cuidado pastoral de su feligresía y al gobierno de 
esa porción de iglesia local. En la ciudad de San Miguel se estableció la Iglesia Matriz 
cabecera del curato Rectoral, en el año 1565, cuando se fundaba la primera ciudad de 
San Miguel en Ibatín. Creada la Diócesis con sede de obispado en Santiago del Estero, 
Tucumán pasó a ser sede de la vicario foránea. El vicario foráneo ejercía al mismo 
tiempo el cargo de juez eclesiástico y de cura rector de la iglesia matriz (Calvente, 
2013:56). 
 Durante la dominación hispánica no hubo en América una fuerza de coacción 
interna eficaz por lo que la Corona procuró controlar sus territorios a través del 
entramado administrativo eclesiástico. Las estructuras administrativas y jurisdiccionales 
de la Iglesia llenaron -no sin dificultades- los vacíos que el poder, a pesar de sus 
esfuerzos, en especial durante el siglo XVIII, no pudo cubrir en las periferias. La iglesia 
articulaba a los habitantes de la diócesis a través de la red de parroquias, una extensa 
malla que cubría la casi totalidad del territorio bajo su control y que las autoridades 
civiles supieron utilizar gracias a las amplias posibilidades que les brindaba el ejercicio 
del real patronato. 
 En el Río de la Plata, las instituciones eclesiásticas se perfilan como una 
presencia más tangible y concreta que las autoridades civiles (Di Stefano y Zanatta, 
2009). El espacio dominado fue dividido en parroquias o curatos para un mejor 
adoctrinamiento y control eclesiástico y civil de la feligresía. 
 La ocupación del territorio así como la atención espiritual de la jurisdicción de 
San Miguel estuvo claramente condicionada desde el siglo XVI por la inquietante 
presencia de los pueblos indígenas de los Valles Calchaquíes y de la región chaqueña. 
La ocupación fue, en principio, lenta y más nominal que efectiva (López, 2003: 36) 
hasta que, tras ciento treinta años de resistencia de los calchaquíes, los europeos 
lograron invadir las tierras altas y procedieron al extrañamiento de sus pueblos 
originarios, quedando aún latente el problema de las poblaciones chaqueñas del norte, 
contra las cuales se delinearía toda una política que caracterizaría al siglo XVIII 
tucumano y condicionaría la labor de la Iglesia y la vida de la jurisdicción. 
 Luego del curato Rectoral de San Miguel de Tucumán, se fueron fundando otros 
curatos o parroquias rurales. El siguiente cuadro permite visualizar el surgimiento de 
estas circunscripciones. 
 
 7 
Cuadro Nº 1: Curatos o Parroquias en el actual territorio de la Provincia de 
Tucumán hacia 1780 
Fecha de 
creación 
Curatos /Parroquias Desmenbramiento/División 
1565/1570 Rectoral / Iglesia Matriz N.S. de 
la Encarnación 
 
1628 (ha.) Chicligasta / Iglesia “N.S. de la 
Candelaria” 
 
1628 (ha.) Choromoros / Iglesia de San 
Joaquín de Trancas 
Desaparece en 1783 cuando se divide en el 
de Trancas y Burruyacu 
1746 Marapa. División del Curato de Catamarca 
1780 Curato de Rio Chico (Marapa) 
1780 Monteros 
1780 (ha.) Leales / capilla de los Juárez 
1783 Burruyacu / Nuestra Sra. del 
Rosario 
División del Curato de Choromoros 
1783 Trancas División del Curato de Choromoros 
1813 La Victoria División del Curato de la Matriz 
1829 Graneros / Inmaculada 
Concepción 
División del Curato de Rio Chico 
 
Fuente: Archivo Arzobispado de Tucumán (AAT) Elaboración Sara G. Amenta. 
 
Esta delimitación –curatos Rectoral, Choromoros, Chicligasta y Marapa- es la que 
encontró́ el obispo de Córdoba del Tucumán, Miguel de Argandoña en su visita de 1760 
(Bruno V, 1969: 417). 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 8 
Figura Nº1 y Nº 2 : Mapas de los curatos de Tucumán siglos XVIal XVIII 
 
S. XVI-XVIII 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Elaboración: Rubén Fernández 
 
S. XVIII 
 9 
 El mismo prelado, dos años antes debido a las demandas de una feligresía en 
crecimiento, había tomado la decisión de que se emprendieran nuevas fundaciones de 
capillas, que sirvieran de vice parroquias para una mejor administración de los 
sacramentos en los diferentes curatos (Dip, 1953: 171). 
 La creación del virreinato del Río de la Plata (1767) y el libre comercio 
intensificaron el tráfico mercantil entre la región alto peruana y Buenos Aires 
redundando en el crecimiento del Tucumán (Tío Vallejo, 2001:112). 
 Burruyacu había pertenecido al curato de Choromoros, hasta 1783 en que el 
obispo San Alberto ordenó a miembros reconocidos del vecindario que informaran 
acerca de la pertinencia de trazar la definitiva división de los curatos Rectoral y de 
Trancas. Los vecinos aconsejaron no solo proceder al definitivo señalamiento de los 
limites sino también desmembrar a Trancas para formar dos nuevos curatos: el de 
Burruyacu y el de Rosario de la Frontera -en la jurisdicción de Salta. 
 La ocupación de tierras tras la ribera oriental del río Salí́ provocó la instalación 
de pequeños núcleos de población y con ello el deslinde de una nueva circunscripción, 
el curato de Los Juárez. 
 Lo cierto es que a fines del siglo XVIII, un informe del obispo Ángel Mariano 
Moscoso señala que la jurisdicción de San Miguel se componía de las parroquias de 
Chicligasta o Nuestra Señora de La Candelaria; el antiguo Choromoros, ahora llamado 
San Joaquín de las Trancas; el antiguo curato de Marapa se había transformado en vice 
parroquia de la parroquia de Río Chico; el curato de Nuestra Señora del Rosario de 
Monteros, desmembrado de Río Chico; el curato de Nuestra Señora del Rosario de 
Burruyacú (Bruno VI, 1970: 495-496). No se menciona el curato de Los Juárez que se 
habría fundado hacia la década de 1780, según Lizondo Borda, cuando los tres 
primitivos curatos se transforman en seis (Lizondo Borda, 1942: 34). Esta era la 
estructura de la vicaría foránea de San Miguel de Tucumán a fines del siglo XVIII y 
principios del XIX. 
 En el trazado de las nuevas divisiones incidió el crecimiento de la actividad 
mercantil y la necesidad de organizar a los fieles cada vez más numerosos, libres, 
encomendados o esclavos, y sujetarlos al control del gobierno civil en el ámbito 
político-territorial que también era parroquial. 
 En el proceso de organización de las circunscripciones eclesiásticas, la creación 
de la diócesis de Salta en 1806, desprendiéndose del Obispado de Córdoba, hizo que la 
vicaría foránea de Tucumán pasara a depender de ese nuevo obispado. 
 En el escenario de la Batalla de Tucumán de 1812, por iniciativa del Gral. 
Manuel Belgrano, tuvo lugar la creación del curato de La Victoria como 
desprendimiento del Curato Rectoral, en abril de 1813. Este desmembramiento duró 
hasta 1828 en que el cura de la Matriz, José Colombres solicitó su reunificación, habrá a 
1834 cuando por decisión de la Sala de Representantes se restituyó la parroquia de La 
Victoria (Dip, 1983: 9-11) 
 Los curatos o parroquias por lo general eran presididos por los sacerdotes del 
clero secular. William Taylor (1999) es quizá quien mejor ha analizado este rol de los 
sacerdotes como intermediarios sociales, en su análisis sobre el clero en el México del 
siglo XVIII. Afirma que el sacerdote debía gobernar a sus súbditos tanto en las materias 
 10 
espirituales como en las temporales. Una de las más efectivas armas para cumplir con 
este propósito, era el impartir los sacramentos. En el bautismo, la comunión, la 
confesión y la unción de los enfermos, el cura hacía uso de su rol de juez, médico de 
almas y maestro. Asimismo, la palabra que llegaba a la feligresía a través del sermón de 
cada celebración, era una herramienta poderosa por su capacidad de influencia. 
 Los sacerdotes seculares fueron unos de los principales engranajes en la 
sociedad colonial, a través de la palabra ejercieron una gran influencia sobre la 
feligresía. Ocuparon un lugar de privilegio, siendo al mismo tiempo guías espirituales, 
intelectuales y hombres insertos en el mundo y la sociedad. El clero formaba parte del 
entramado social y familiar, la formación intelectual y educativa fue fundamental para 
alcanzar el sacerdocio. Los clérigos debían estar instruidos y los estudios superiores, 
además de brindarles formación, les otorgaban reputación y amistades que luego serían 
muy valiosas. El sacerdote constituyó una de las columnas del edificio social y una 
opción profesional prestigiosa. Además, el acceso a ciertos beneficios eclesiásticos, 
como parroquias redituables, canonjías o el episcopado, solía comportar el goce de 
rentas respetables y de una posición altamente valorada socialmente. Ingresar al estado 
clerical era el anhelo de muchos jóvenes, muchas veces estimulados por sus familias (Di 
Stéfano, 2009) 
 El clérigo estaba estratégicamente colocado para representar las exigencias del 
poder civil frente a los fieles, para interpretar sus obligaciones y para interceder por 
ellos ante las autoridades superiores. Los curas eran los guardianes del orden público y 
moral y los encargados de curar el espíritu. Las formas de actuación de los sacerdotes 
pueden tomarse como la de unos intermediarios especializados que contaban con 
conocimientos y experiencias que sus feligreses no tenían. 
 Toscano (1906: 482-486) nos da noticias de los sacerdotes que se desempeñaron 
en Tucumán. En 1700 se encontraba al frente de la parroquia Rectoral, el Dr. Mateo 
Gómez de Avila. Hacia mediados del siglo XVIII ejercía ese cargo Bartolomé Bello, 
luego fue cura y vicario Felipe Martínez de Iriarte, quien reedificó a sus expensas la 
iglesia matriz y tomó parte como capellán en el cuerpo del ejército formado en 
Tucumán para batir a los indios del Chaco en 1736. Le sucedió a Martínez de Iriarte, el 
Dr. Miguel Gerónimo Sánchez de la Madrid y luego el Dr. Pedro Bazán. Hacia fines del 
siglo XVIII como cura al Dr. José Santos de Pino, quien no tuvo buenas relaciones con 
el Cabildo de Tucumán. 
 
 3. Evangelización: mestizaje cultural y sometimiento indígena 
 
 El proceso de conquista, control del territorio y organización parroquial implicó 
en los siglos XVI y XVII el trasplante de las instituciones hispánicas a América, siendo 
las esferas eclesiástica y civil dos caras de un mismo proceso de dominación. 
 La llegada de los misioneros a esta región del Tucumán estuvo asociada desde 
los inicios al proceso de conquista y colonización y su actuación fue ambigua, 
asumiendo posturas de crítica al proceso de conquista por un lado y por el otro 
mimetizándose con el conquistador y asumiendo las mismas prácticas de sometimiento 
indígena. A través de las relaciones que establecieron con el mundo indígena –cargadas 
 11 
de violencia algunas- se fue realizando un proceso de mestizaje cultural y religioso. 
Podemos afirmar que el choque entre las culturas ancestrales americanas y la española 
produjo una cultura mestiza, como bien explica Serge Gruzinski (2007) que pervive 
hasta el presente, en donde las creencias amerindias conviven con las cristianas, 
formando una nueva matriz cultural. 
 La evangelización implicó así en muchos casos, la aplicación del método de 
“tábula rasa”, desconociendo toda una cosmovisión indígena rica en mediaciones 
religiosas y divinidades de la naturaleza, la que era considerada por los españoles una 
“idolatría”. 
 Como afirma Judith Faberman (2004: 163-186) en el Tucumán colonial, región 
fronteriza del imperio español, las campañas de extirpación de idolatrías estuvieron 
ausentes y el Santo Oficio se redujo a un comisariado receptor de denuncias de muy 
escasa actuación. Fueron los tribunales civiles, con sede en los cabildos, los que se 
ocuparon de perseguir las prácticas de hechicería que eran interpretadas como idolatría, 
iniciando procesos criminales. La mayor actividad en este aspecto se desarrollódesde 
fines del siglo XVII hasta 1770. Los expedientes estudiados por Faberman, 
provenientes de las ciudades de Córdoba, Santiago del Estero y San Miguel de 
Tucumán, reflejan una persecución discreta y tardía, similar a la inquisitorial por su 
forma y a la extirpadora por la calidad étnica de los acusados. En general los acusados 
eran indios o negros y predominantemente mujeres, dedicadas al servicio doméstico de 
españoles, por lo general viudas o solteras. En San Miguel de Tucumán las supuestas 
hechiceras provenían de pueblos indios y se expresaban en quechua. Quienes oficiaban 
de jueces, fiscales y defensores en los procesos contra hechiceros eran laicos, 
encomenderos o mercaderes sin formación jurídica y que compartían con los indios y 
negros la misma fe en la eficacia de la magia. Sus alegatos carentes de argumentaciones 
profesionales poco sofisticados, recogen la vulgata de la demonología española, en 
particular del pacto diabólico (Faberman, 2002: 67-104). 
 Uno de los procesos estudiados por Faberman que sucedió en San Miguel de 
Tucumán, es el caso de la india Luisa González en 16881. 
 El proceso contra Luisa González es el único de los estudiados que fue iniciado 
por la justicia eclesiástica. La querellante, Laurencia de Figueroa, afirmaba que esta 
india de la encomienda de su marido había maleficiado a su hijo, afectado por una 
dolorosa enfermedad. Doña Laurencia exigía al cura rector de San Miguel que se 
obligara a Luisa a declarar “la fuerza del encanto y con lo que se puede desatar” y 
solicitaba un castigo para la india. Un testigo, el adivino Pablo -indio también- había 
identificado a Luisa como la autora del daño. El provisor eclesiástico trasladó la causa 
al brazo secular, recomendando “proceder en ella sólo al efecto y fin de la corrección y 
castigo paternal del delito”. Aunque el expediente está incompleto y se desconoce la 
sentencia, es posible inferir que el cambio de justicia no fue beneficioso para la acusada. 
La justicia eclesiástica y la ejercida por las audiencias se mostraron por lo general más 
benevolentes hacia los reos que los rústicos tribunales locales. A pesar que el cura rector 
 
1 Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán (AHT) Serie Judicial, I,9, 1688. Este proceso ha sido 
magníficamente ilustrado por el artista tucumano, Isaías Nougues, quien nos permite conectar con la india 
juzgada dándole vida a través de sus dibujos. 
 12 
solicitó que no se ejecutaran tormentos, Luisa González, apenas reconoció su inocencia, 
fue sentenciada al potro. 2 Se le agregaron otras acusaciones como la de haber 
consumido a los pobladores de Aconquija y Gastona por lo que sus vecinos habían 
intentado matarla o verla presa. La acusada negó en varias oportunidades a lo largo del 
proceso su inocencia, pero nadie se apiadó de su desgracia. En este caso no solo es la 
denunciante una española sino que revela conflictos horizontales entre otros indígenas 
que también la condenan. Todos coinciden en que Luisa es una hechicera famosa dentro 
de su comunidad y pueblos vecinos. El indio Pablo es el testigo calve en su condena, 
siendo reconocido como adivino, descubridor de hechiceros y médico de hechizos. Los 
españoles involucrados en el juicio creían en las habilidades del adivino y la 
persecución de los hechiceros no fue solamente una obsesión de los españoles sino 
también de los caciques y de el conjunto de los pobladores. También como en otros 
casos, desde el pueblo de indios se utilizó la justicia española para dirimir conflictos 
internos. Es importante recordar aquí que vencidas las rebeliones Calchaquíes de 1630-
1643 y 1657-1664, tuvo lugar una feroz política estatal de desarraigo redistribución en 
encomiendas de las poblaciones resistentes. Así el paisaje social y étnico de la india 
procesada había sido violentamente transformado y los pueblos aglutinaban gentes de 
diversos orígenes geográficos y culturales, lo que provocó conflictos interétnicos y 
acusaciones de hechicería entre diferentes grupos. 
 Los casos de hechicería fueron frecuentes en el mundo colonial y emergía con 
fuerza la violencia religiosa, social y étnica que se canalizaba a través de maleficios por 
parte de quienes eran sometidos a la marginalidad. La represión incluía tormentos para 
obtener confesiones y delaciones. Se consideraba grave cualquier delito de heterodoxia 
ya que la legitimidad del orden colonial se dirimía en el terreno religioso, por ello la 
heterodoxia socavaba las bases del orden social. Con todo, las instancias de control y 
represión fueron raquíticas en el actual territorio argentino y serán abolidas en el 
Asamblea de 1813. 
 
 5. El accionar de las órdenes religiosas en la jurisdicción de San Miguel de 
Tucumán. 
 
 Las familias religiosas surgidas en la edad media (franciscanos, dominicos, 
mercedarios) estuvieron presentes desde los momentos fundacionales de las ciudades de 
la región del Tucumán y fueron los agentes principales de incorporación de la población 
indígena a la sociedad y economía coloniales. En la primera fundación de San Miguel 
de Tucumán en Ibatín ya encontramos los conventos de mercedarios, franciscanos y 
jesuitas, los que tuvieron que sufrir los avatares que supuso la instalación en ese 
primitivo paraje, trasladando sus conventos al nuevo emplazamiento de San Miguel en 
el paraje de La Toma. 
 Desde los inicios de la presencia franciscana en América, los religiosos tuvieron 
la costumbre de abrir un aula en sus conventos o residencias, para dedicarse a la 
 
2 El “potro” era el modo de tortura que implicaba atar de pies y manos a una superficie conectada a un 
torno, al girar, el torno tiraba de las extremidades en sentidos diferentes, usualmente dislocándolas pero 
también pudiendo llegar a desmembrar. 
 13 
enseñanza de las primeras letras, conformando así las primeras e incipientes escuelas 
primarias. Desde la fundación de San Miguel de Tucumán en el antiguo Ibatín, los 
franciscanos contaron con esa aula para enseñanza desde 1566. 
 En los albores de la revolución de Mayo, la única escuela con la que contaba la 
ciudad era todavía la de los franciscanos (Ramos, 1910; Ben Altabef, 2011: 253-313). 
Entre los alumnos que asistieron a la escuela de San Francisco encontramos a los 
presidentes de la Republica Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca, el autor de las 
Bases de la Constitución Argentina, Juan Bautista Alberdi; el guerrero de la 
Independencia Gregorio Aráoz de La Madrid, los obispos José Eusebio Colombres y 
Agustín José Molina, al gobernador Alejandro Heredia y al fundador de la Universidad 
de Tucumán Dr. Juan B. Terán. En este mismo convento, en 1839 se estableció el 
estudio de filosofía, teología y derecho, proveyendo con ese fin a este convento del 
número necesario de religiosos graduados en la Universidad de Córdoba (Cano, 1972: 
23-24). 
 Entre los franciscanos se destacó San Francisco Solano quien llegó al Perú en 
1589 y desde allí se encaminó al Tucumán con otros frailes. Su misión principal la 
realizó en la doctrina de Esteco que contaba con unos 40 encomenderos y numerosos 
poblados de parcialidades Lule y Tonocotés (Facciano, 2012: 61-66). Fue cura 
doctrinante en las rancherías de Sotoconio y Magdalena, en donde aprendió las lenguas 
indígenas para poder evangelizar, inició la costumbre de acompañar con su violín las 
antiguas procesiones denominadas “misachicos”, valiéndose de este instrumento para 
atraer a los indígenas (Cano,1972: 6-7) quienes lo tenían por mago y hechicero. En 
1592 fue nombrado Custodio de San Jorge del Tucumán y desde ese servicio se dedicó 
a visitar los conventos de franciscanos diseminados por todo el territorio y en cada lugar 
evangelizó y defendió a los indígenas de los encomenderos. Llevó una vida de 
austeridad y pobreza predicando contra la codicia y la soberbia de los conquistadores. 
En 1595 fue enviado al Perú en donde fallecióen 1610. Fue canonizado en 1726, 
reconociendo la iglesia en este franciscano un modelo a imitar en la evangelización del 
nuevo mundo. Hasta hoy en una zona cercana a la parroquia de Trancas, cada año una 
multitud se reúne en torno al “pozo de San Francisco” para celebrar la memoria de este 
misionero itinerante. 
 Los mercedarios ejercieron también su ministerio en la ciudad de San Miguel, 
desde sus inicios en Ibatín y luego en el actual emplazamiento, en diversas doctrinas de 
indios que les fueran confiadas. Los mercedarios tuvieron a su cargo la doctrina de 
Chicligasta. Tucumán, dos años después de su definitivo traslado, celebraba 
oficialmente en 1687 las fiestas de la Virgen de la Merced, como lo consignan las actas 
capitulares de septiembre de 1796 al proclamarla como Protectora.3 
 La llegada de los Jesuitas fue resultado de la iniciativa del primer Obispo de la 
Diócesis del Tucumán, Francisco de Victoria, quien en 1584 solicitó al Provincial del 
Perú, el envío de los primeros jesuitas a la diócesis del Tucumán (Cabrera, 1935: 332), 
los llegaron a Santiago del Estero en noviembre de 1585, siendo nombrado Comisario 
de las tierras de Tucumán, el padre Angulo. 
 
3 Actas capitulares de Tucumán, tomo I, pp. 353-354, 30-IX-687 y XI de 1796; vol. IX, pp. 384-386 en 
Archivo General de Tucumán sección administrativa, vol. 13, p. 134. 
 14 
 Fundaron un colegio al recibir la donación del Deán Francisco de Salcedo en 
1613, el que permaneció hasta 1767 año de la expulsión de la Compañía. Además del 
colegio fundaron reducciones para pueblos indígenas y organizaron estancias de 
producción agropecuaria para el sostenimiento de la misión. Se dedicaron al cultivo de 
la caña de azúcar, a la elaboración de azúcar, de aguardiente y miel. Cuando se trasladó 
la ciudad de Ibatín a La Toma, los jesuitas ocuparon el solar de la esquina noroeste de la 
plaza principal de la ciudad hasta su expulsión, solar donde hoy se encuentra el 
convento franciscano y la iglesia. La Compañía de Jesús se ocupaba de la labor 
evangélica, de organizar sus misiones y reducciones, de la educación y de administrar 
sus estancias y potreros, siendo los mayores propietarios de la jurisdicción (López, 
2003). Accedieron a la propiedad gracias a una serie de estrategias de acumulación de 
inmuebles y al rédito obtenido por las ventas de su producción ganadera y artesanal que 
colocaban en los mercados locales y regionales. La Compañía contaba con dos grandes 
unidades productivas, la del colegio de San Miguel o de Santa María Magdalena que se 
articulaba con la Hacienda de Lules y la estancia San Ignacio de La Cocha perteneciente 
al colegio de Santiago del Estero, además de otras estancias, potreros, molinos y 
ganado. 
 A través de mercedes, donaciones, compras, trueques y pleitos los jesuitas 
lograron poseer más de cuatrocientas mil hectáreas ubicadas en el piedemonte, la 
llanura y los valles. El complejo sistema de explotación jesuítico generaba excedentes 
que sumados a los donativos piadosos permitía contar con dinero líquido, que era 
invertido en la compra de mano de obra esclava o la contratación de peones para 
diferentes trabajos. 
 Los jesuitas fueron los misioneros más activos de la jurisdicción, en las zonas 
próximas a la frontera, en los espacios recién ganados y en los viejos curatos donde 
además de misionar secundaban a los párrocos (Lizondo Borda, 1942: 147). 
 Los misioneros comenzaron a estudiar las lenguas indígenas y a reunir a los 
catecúmenos en poblados estables para iniciarlos en la fe cristiana. Aplicando las 
disposiciones de los Concilios de Lima de la segunda mitad del siglo XVI, se dispuso 
que algunas entradas a poblados de indios las hicieran los sacerdotes para salvarlos de la 
codicia de los encomenderos. Se elaboraron catecismos en lengua quechua, manuales de 
confesores y sermonarios para sistematizar la enseñanza de la doctrina cristiana. 
En San José de Lules, tuvo una destacada presencia el jesuita Antonio Machoni quien 
fue autor de Arte y vocabulario de la lengua Lule y Tonocoté (1732). En Tafí del Valle, 
crearon una estancia para el criado de ganado y la elaboración de quesos, a la vez que se 
estableció una presencia permanente para la evangelización indígena. 
 La acción de los misioneros se vivió no sin tensiones en un mundo colonial que 
se estructuraba en torno a la encomienda y al servicio personal indígena. Las guerras 
calchaquíes y los constantes ataques de las tribus chaqueñas sobre las incipientes 
fundaciones del siglo XVII, expresaron la resistencia indígena al dominio español en la 
región del Tucumán. 
 Con la llegada al poder de la dinastía borbónica a la corona española a principios 
del siglo XVIII, se iniciaron una serie de reformas que repercutieron en las colonias 
americanas. La voluntad de los reformadores de imponer la soberanía del Rey y 
 15 
aumentar la recaudación fiscal motivó una serie de medidas que pretendieron vulnerar 
el poder de la corporación eclesiástica y en especial a la Compañía de Jesús. 
 En 1767 por decisión real se había procedido a la captura y expulsión de los 
miembros de la Compañía de los territorios hispánicos. Los bienes embargados fueron 
entregados a una Junta de Temporalidades, lo cual supuso todo un movimiento en la 
propiedad de las tierras, sin precedentes en la jurisdicción. La expulsión favoreció́ la 
proliferación de conflictos entre las distintas facciones de la elite, entre la autoridades 
civiles y eclesiásticas, además de ampliar el ámbito de la administración vecinal ya que 
la Junta de Temporalidades estuvo conformada por los vecinos destacados de San 
Miguel quienes fueron los principales adquirientes de los bienes. 
 La expulsión de la Compañía supuso restar a la circunscripción buena parte de 
sus pastores, aquellos que surcaban el área rural y que en gran medida compensaban con 
su accionar la notable escasez de curas. Se intentaría llenar ese vacío con las otras 
órdenes presentes desde la fundación de la ciudad y, principalmente, con la llegada de la 
Orden de Santo Domingo que asumiría parte de la terea que realizaban los jesuitas. 
 Si bien los dominicos llegaron al Tucumán en la expedición de Núñez de Prado, 
su instalación en San Miguel se concretó recién en 1781 a instancias del cabildo, que en 
1769 había propuesto una fundación dominica porque la expulsión de la Compañía de 
Jesús había generado la falta de educadores y medios para educar a los hijos de la 
ciudad. Con la nueva fundación se pretendía, además fomentar la religión y la devoción 
al Santísimo Rosario procurando que reviviera la antigua cofradía que habían 
administrado los expulsos, cuyo colegio y otras instituciones se solicitaba para la nueva 
fundación. 
 En 1780 por dos reales cédulas Carlos III ordenaba la instalación de los 
dominicos en San Miguel y el traspaso de la estancia de San José de Lules y todas sus 
dependencias. Al año siguiente la Orden de los Predicadores tomó posesión de dicha 
propiedad y fundaron el Colegio de Misioneros de San José́ de Lules. Luego se 
establecieron en San Miguel en el antiguo convento de los franciscanos, ya que estos se 
trasladaron al ex convento jesuítico (González, 1997). 
 La labor desarrollada por los dominicos alternó entre las misiones rurales y la 
tarea docente de primeras letras y estudios de latinidad, sumándose a partir de 1802 los 
estudios superiores con la apertura de la primera cátedra de filosofía. 
 
 6. Asociaciones laicales y devociones: las cofradías y terceras órdenes 
 
 En América Latina, durante el período colonial, se desarroló una gama de 
asociaciones laicales tales como las terceras órdenes, cofradías y hermandades, que 
canalizaban los deseos de participación social, la experiencia religiosa y los anhelos de 
realizar un camino de crecimiento espiritual, constituyéndose en espacios para la 
expresión devocional y el culto a los santos. A su vez, estas hermandades fortalecían los 
lazosde solidaridad y aseguraban una atención especial en la enfermedad y en la muerte 
de sus miembros, funcionando como asociaciones de “socorros mutuos”, desarrollando, 
además, actividades caritativas dirigidas hacia los más pobres. 
 16 
 En Tucumán hacia 1612, tenemos noticia de la existencia de una primera 
cofradía dedicada a la Virgen del Rosario. Los datos de esta asociación se encuentran en 
un testamento de Juan Espinosa, quien menciona a la cofradía del Rosario afirmando 
que el cumplía la función de mayordomo (Páez de la Torre, Terán, Viola, 1993: 176). 
 Por otra parte según consta en el archivo del Arzobispado de Tucumán, existían 
hacia fines de siglo XVIII: la Cofradía de la Virgen de las Mercedes creada en 1744, 
asociada al convento de la orden mercedaria. También existía la Cofradía del Carmen 
fundada en 1783, que pertenecía al Curato Rectoral. Con la llegada de los dominicos, la 
Cofradía del Rosario y la imagen del Virgen de eta advocación, pasaron a depender del 
Convento Santo Domingo en 1791. Por lo que se refiere a la primera mitad del siglo 
XIX, se fundan la Cofradía de los Benitos, en el Convento de San Francisco en 1826 y 
la Cofradía de las Animas de la capilla del Señor de la Paciencia en 1853. Ambas se 
dedicaban a conseguir fondos para sostener el culto, costear el rezo de novenas y la 
celebración de misas por los cofrades difuntos, como así también para cubrir los gastos 
de los enterratorios de los miembros de la cofradía4. 
 En torno a las órdenes religiosas de Franciscanos, Dominicos y Mercedarios se 
constituyeron las Terceras Ordenes o Hermandades Seglares, desde principios de siglo 
XIX, como por ejemplo la Tercera Orden Seglar Dominica que data de 1807. 
 En este breve cuadro indicamos las principales asociaciones laicales de la 
jursidicciónd de San Miguel de Tucumán en la bisagra de los siglos XVIII y XIX. 
 
Cuadro Nº2: Cofradías y asociaciones católicas en Tucumán (siglo XVIII a 
principios del siglo XIX) 
 
Fecha de 
Fundaci
ón 
Nombre 
 
Institución de Referencia 
1744/188
2 
Cofradía de N.S. de las Mercedes (Mi) (desde 1744) Convento de 
la Merced y (refundada en 
1882) Parroquia la 
Victoria 
1783 Cofradía N.S. del Carmen (Mi) Curato Rectoral 
1791 Cofradía del Rosario (Mi) Jesuitas/ Convento Santo 
Domingo 
1807 Tercera Orden Seglar Dominicana (Mi) Convento Santo Domingo 
 Tercera Orden Seglar Franciscana (Mi) Convento San Francisco 
 Tercera Orden Seglar Mercedaria (Mi) Convento de la Merced 
1827 Cofradía de los Benitos (M) Convento San Francisco 
1853 Cofradía de Animas (F) Iglesia del Señor de la 
Paciencia 
M=masculina /MI= mixtas/ F= Femenina 
 
4 Legajo Cofradía de Los Benitos y Legajo Cofradía de las Ánimas. (AAT). 
 17 
Fuente: Archivo Arzobispado de Tucumán. Caja: Asociaciones laicales 
 
 7. Revolución e independencia: la participación del clero entre realistas e 
insurgentes. 
 
 Durante el proceso de revolución e independencia de las primeras décadas del 
siglo XIX, el territorio rioplatense se vio envuelto en una serie de cambios que tuvieron 
alto impacto en la sociedad y San Miguel de Tucumán tuvo su lugar protagónico por 
haberse realizado en la ciudad la batalla contra los realistas del 24 de septiembre de 
1812 y por ser sede del posterior congreso en que se declaró la independencia de las 
Provincias Unidas del Río de la Plata en 1816. 
 En este contexto fue cambiando el rol de los sacerdotes, su modo de relacionarse 
con feligresía y vinculación con la vida política (Guerra Orozco, 2011). A partir de 
entonces los sacerdotes cobraron una especial relevancia en la arena política, en el 
periodismo, la literatura, los ejércitos, las legislaturas provinciales y los congresos 
constituyentes. En un contexto donde la mayoría de la población era analfabeta, los 
clérigos se erigieron como los letrados capaces de ejercer los nuevos roles de 
representación política. Los sacerdotes intermediarios de Dios ante los hombres tenían 
la misión de administrar los sacramentos, en particular la eucaristía y la confesión, a 
través de los cuales la feligresía tenía acceso a la información, a la circulación de ideas, 
llevando a cabo una acción docente (Di Stefano, 2001; 2003). 
 Dentro de una sociedad donde los vaivenes políticos y la guerra marcaban 
cambios inmediatos, la religión de la mano de los sacerdotes, emergía como ligada a las 
costumbres y a la tradición y se mostraba como una continuidad necesaria frente a los 
cambios vertiginosos que se producían. 
 En este sentido, la palabra se dotó de una importancia cada vez mayor y los 
sacerdotes hicieron de los sermones, una de las formas más efectivas a través de las 
cuales lograron influir en la sociedad. En un contexto en donde la alfabetización era un 
privilegio de pocos, los sermones se convirtieron en una de las formas más efectivas a 
través de las cuales los intelectuales lograron influir en la sociedad. Estos sermones, 
tenían una especial importancia y cumplían funciones que en las sociedades de hoy es 
difícil de imaginar. 
 Mayo de 1810 provocó un cambio que trajo aparejada la cada vez mayor 
participación de los sacerdotes en los espacios políticos. Cuando fue cambiando la 
estrecha unión entre Iglesia-monarquía-sociedad, los espacios propios eclesiásticos 
como el púlpito y el confesionario, fueron de alguna manera, apropiados por la 
revolución y los nuevos gobiernos. En las sucesivas fases de ruptura del vínculo 
colonial y de construcción de una entidad política nueva, la religión contribuyó a la 
creación del caudal simbólico que confirió el fundamento ideal a la revolución en 
marcha (Di Stefano, 2003: 202) 
 La acción docente que los sacerdotes ejercían desde el púlpito, desde los 
primeros años de la conquista, se fue profundizando aún más a partir del estallido 
revolucionario iniciado en 1808. El púlpito se transformó en una herramienta para 
 18 
manifestar o no la filiación con la causa revolucionaria y para mostrar al auditorio las 
bondades o no de unirse a ella. 
 Para comprender el rol de los sacerdotes dentro del entramado social, es clave 
pensar cómo se construyeron los espacios y los liderazgos y cómo el papel de la Iglesia 
–y por ende del clero tanto regular como secular- cambió a partir de la revolución de 
mayo de 1810. 
 Los sacerdotes ejercieron la representación política en muchas de las provincias 
ya que poseían títulos académicos y prestigio social que los posicionaba en un lugar de 
preponderancia y los habilitaba para el ejercicio del poder político. En una sociedad 
como la tucumana, donde los niveles de alfabetización eran bajísimos, los sacerdotes 
pertenecían al reducido círculo intelectualmente superior. Los estudios en Córdoba o en 
Charcas/Chuquisaca, les permitían conectarse con ciertos grupos universitarios de fuerte 
impronta en los movimientos independentistas. Entre los eclesiásticos más ilustrados en 
el Tucumán de la bisagra de los siglos XVIII y XIX, encontramos al jesuita Diego León 
Villafañe, José Agustín Molina, Pedro Miguel Aráoz, José Ignacio Thames y Miguel 
Martin Laguna. 
 La Orden de expulsión de los jesuitas en 1767 de los dominios de la corona 
española, se cumplió con rigor también en San Miguel de Tucumán. Entre los 
expulsados, estaba un tucumano, el padre Diego León de Villafañe, quien pertenecía a 
las familias más viejas y acaudaladas. Alternaba la tarea apostólica con la atención de su 
finca, "El Chorrillo de Santa Bárbara", luego conocida como "Santa Bárbara". 
 Partió al destierro y residió en Italia pero seguía manteniendo activa 
correspondencia con americanos como el Deán Gregorio Funes y su hermano Ambrosio 
Funes, sus antiguos amigos de Córdoba. Cuando en 1799 pudo volver al país vivió un 
tiempo en Córdoba, en casa de los Funes y luego regresó a Tucumán, en donde estuvo 
en contacto con sus sobrinos los doctores José Agustín Molina y Manuel Felipe Molina. 
El prestigio y arraigo de Villafañe pesaron para que le permitieranestablecerse otra vez 
en su ciudad natal, pues la orden de expulsión seguía vigente. 
 Entre 1800 y en 1808 Villafañe partió a Chile a lomo de mula, con el propósito 
de misionar entre los araucanos. Pero no fue autorizado para ingresar al país vecino y 
tuvo que volverse a "Chorrillo de Santa Bárbara". 
 Adhirió a la Revolución de Mayo y escribió un relato y un poema de homenaje a 
la Batalla de Tucumán. Mantuvo una copiosa correspondencia con los hermanos Funes 
y con el padre Gaspar Juárez. Editó varios libros, folletos y opúsculos, algunos en latín. 
A pesar de que ya tenía 78 años, en 1819, con el apoyo del general José de San Martín y 
del gobierno central, cruzó a caballo la cordillera y otra vez trató de entrar en el país 
araucano, sin conseguirlo. Regresó a Tucumán, donde falleció el 22 de marzo de 1830 a 
la edad de 88 años (Páez de la Torre, 2007). 
 Hacia 1816, San Miguel de Tucumán era una ciudad pequeña que tenía 
aproximadamente 5.000 habitantes y contaba solo con la plaza principal a cuyo 
alrededor se encontraba la Iglesia Matriz, el Cabildo, la iglesia de San Francisco y las 
casas de los principales vecinos de la ciudad, las que para nada eran ostentosas (Jaimes 
Freyre, 2007). 
 19 
 En este contexto es que se eligieron los dos diputados por la provincia de 
Tucumán al Congreso de 1816, siendo elegidos José Ignacio Thames y Pedro Miguel 
Aráoz, ambos presbíteros. 
 José Ignacio Thames, había nacido en Tucumán en 1762, se formó en la 
Universidad de Córdoba, doctorándose en teología en 1784. Ejerció su ministerio en 
Tucumán hasta que en 1798 fue designado cura párroco del El Alto, en la actual 
provincia de Catamarca. Luego fue ascendido a canónico de la catedral de Salta en 
1813. La revolución de mayo lo encontró entre sus adeptos y en 1815 ejerció presidente 
de la Junta que votó los diputados en Salta para enviar al Congreso de 1816. Al mismo 
tiempo fue elegido por Tucumán como diputado junto a otro presbítero coetáneo suyo, 
Pedro Miguel Araoz. En el Congreso, Thames formó parte de varias comisiones, llegó a 
presidir la asamblea y firmó el acta de independencia de 9 de julio de 1816. Fue uno de 
los que propuso una monarquía inca como forma de gobierno, expresando la necesidad 
de restituir el poder a quienes e había despojado con violencia. 
 En 1818 con el Congreso ya instalado en Buenos Aires, fue elegido 
vicepresidente de este organismo. Luego renunció y retornó a Salta a ocupar su puesto 
de canónigo de la catedral y regresó a Tucumán donde ejerció como diputado en la Sala 
de Representantes en 1821. Entre 1824 y 1825 lo encontramos en El Alto (Catamarca) 
donde ejerció nuevamente como párroco. Falleció en Tucumán en 1832. 
 El segundo diputado por Tucumán, el sacerdote Pedro Miguel Aráoz nació en 
San Miguel de Tucumán en 1759 y fue enviado por sus padres a Buenos Aires para que 
estudiase en el Colegio San Carlos. Posteriormente se marchó a Córdoba donde se 
doctoró en teología. De regreso a Buenos Aires fue profesor hasta 1787 en el colegio 
San Carlos. 
 De vuelta a su San Miguel natal, fue párroco de la Iglesia Matriz donde 
pronunció una oración fúnebre por los caídos en la primera invasión inglesa. En 1812 
integró, conjuntamente con su sobrino Bernabé Aráoz la comisión de vecinos que 
entrevistó, primero a Balcarce y luego a Manuel Belgrano, para convencerlos que se 
estacionaran con el Ejército del Norte en Tucumán y libraran combate contra los 
realistas. Consecuentemente participó, junto a sus sobrinos Bernabé Araoz y Gregorio 
Aráoz de Lamadrid y otros miembros de su familia en la Batalla de Tucumán y 
Belgrano lo distinguió nombrándolo capellán de la milicia criolla. 
 Fue integrante del Congreso General Constituyente hasta 1818, regresando a su 
ciudad natal. Posteriormente Aráoz participó activamente en los hechos que dieron 
origen a la fugaz República de Tucumán cuya presidencia ejerció su sobrino Bernabé. 
También dirigió el periódico El Tucumano Imparcial primer periódico de la provincia. 
En representación de su provincia firmó el tratado de Vinará en 1821, sin poder lograr 
concluir la guerra con la provincia de Santiago del Estero. Fue presidente de la Sala de 
Representantes en 1824 y 1826, falleciendo en Tucumán en 1832 (Páez de la Torre, 
Peña de Bascary, 2012: 67-70). 
 Aráoz y Thames fueron dos de los trece clérigos comprometidos con la 
revolución que firmaron la Declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816. No 
sin razón Juan Martín de Pueyrredón afirmaba que el de Tucumán fue un congreso de 
doctores en leyes y en teología. 
 20 
 Otro sacerdote de gran protagonismo en este período fue José Agustín Molina, 
tucumano, nacido en 1773, hijo de José́ Molina y de Josefa Villafañe, hermana del 
reconocido jesuita tucumano Diego León Villafañe, sobre quien nos referimos más 
arriba. 
 Al igual que sus comprovincianos, José́ Agustín inició sus primeras letras en 
Tucumán y fue enviado a Córdoba donde asistió́ al Colegio de Monserrat y luego a la 
Universidad en la misma ciudad, entre 1786 y 1795. Allí́ se doctoró en Leyes e inició su 
formación sacerdotal. 
 Molina fue nombrado vicario foráneo de San Miguel de Tucumán por el Deán 
Funes en 1806 y también juez de diezmos y comisario de cruzada. Cuando estalló la 
revolución y las noticias llegaron a Tucumán, participó del Cabildo de junio, donde el 
26 se decidió́ apoyar la causa revolucionaria y enviar a Manuel Felipe Molina, hermano 
de Agustín, como diputado a la Junta Grande. 
 José́ Agustín, además de ejercer sus funciones religiosas, fue una figura de 
importancia en la vida política tucumana. Durante la Batalla de Tucumán fue un gran 
colaborador junto a Pedro Miguel Aráoz. Molina fue el encargado de oficiar la misa 
luego del triunfo de la Batalla y allí́ resaltó la importancia de la unión entre la Virgen y 
la Patria. Llegó a ser prosecretario del Congreso de Tucumán en 1816 y colaboró con 
Fray Cayetano Rodríguez en el periódico del El Redactor. Luego fue elegido diputado 
a la Sala de Representantes, la que presidió en dos oportunidades. En 1825 influyó en la 
sanción de la ley que determinaba que la religión católica apostólica romana era la única 
permitida en la jurisdicción de Tucumán, con exclusión expresa de otro culto (Cutolo 
IV, 1975: 596) 
 En 1834, el Papa Gregorio XVI lo instituyó Vicario Apostólico de la diócesis de 
Salta y luego fue designado Obispo de Camaco “in partibus” en 1836. Falleció en 
Tucumán en 1838. 
 Otro sacerdote protagonista de la vida política tucumana de este período, fue 
José Eusebio Colombres. Su huella en la historia quedó ligada a la industria azucarera 
por ser él quien introdujo el primer trapiche en San Miguel de Tucumán e instaló 
nuevamente el cultivo de la caña, actividad que ya habían iniciado los jesuitas muchos 
años antes. Sin embargo, su actuación política fue igualmente destacable. Nacido en 
1778, hijo de José Colombres y Thames oriundo de Asturias y de María Ignacia 
Córdoba, tucumana, realizó sus estudios en Córdoba. En 1803 se ordenó sacerdote y ese 
mismo año se graduó como doctor en Derecho Canónico y Sagrada Teología en la 
Universidad de Córdoba. 
 Al poco tiempo de recibir el sacerdocio, fue enviado como párroco a Piedras 
Blancas, en Catamarca. En 1816 fue elegido diputado por Catamarca al Congreso que se 
celebraba en Tucumán y luego de declarada la independencia regresó a su parroquia. 
Hacia 1821 lo encontramos en San Miguel de Tucumán fundando el primer trapiche de 
fabricación de azúcar en su casa del actual parque 9 de julio. Adquirió gran prestigio en 
la defensa de la ciudad frente a la invasión de Facundo Quiroga, quien tomó San Miguel 
luego de derrotar al gobernador de Tucumán, Gregorio Aráoz de Lamadrid, en octubre 
de 1826. 
 Luego fue ministro de gobierno del gobernador Bernabé Piedrabuena (1838-
 21 
1840) y fue propuesto por éste a la Sala de Representantes de la Provincia, para 
declararlo “Ciudadano Benemérito” premiando el importante servicio que había hecho 
al aclimatarla caña de azúcar y propagar su cultivo. Formo parte de la “Liga del Norte” 
contra Rosas, cuya aventura dramática culminó con la decapitación de su jefe, el doctor 
Marco Avellaneda. Colombres debió exiliarse en Bolivia y actuó en el curato de Libi 
Libi en las cercanías de Tupiza, donde permaneció hasta la caída de Rosas. Regresó a 
Tucumán gracias al indulto de Celedonio Gutiérrez en 1843 y se dedicó a cultivar la 
caña de azúcar. 
 Hacia 1853 ejercía como Vicario Foráneo de Tucumán y al vencer el 25 de 
diciembre de 1853, José María del Campo al gobernador Gutiérrez, fue desterrado. 
Emigró a Salta donde años más tarde fue nombrado Canónigo Magistral y Vicario 
Apostólico de la diócesis, cargo que desempeñó hasta 1858. Mientras ocupaba el 
vicariato de la diócesis de Salta en 1857, fue propuesto a la Santa Sede para Obispo 
titular de aquella, por el gobierno de la Confederación presidido por Urquiza. Fue 
Preconizado Obispo de Salta por el Papa Pío IX, en 1858, pero no recibió la 
consagración pues antes de llegar la bula falleció en la ciudad de Tucumán, el 11 de 
febrero de 1859 (Cutolo II, 1969: 308-309). 
 Durante el proceso revolucionario, la respuesta del clero no fue unánime, 
adheridos a la causa patriótica se enfrentaron con quienes mantenían la fidelidad al 
monarca español, unos comprometidos como intermediarios de las nuevas ideas 
republicanas y otros denunciando la “herejía” de los patriotas, como el caso del cura 
Laguna de Trancas. En este apartado seguimos los aportes de los estudios sobre la 
Iglesia de Trancas de Sara Amenta (2000) y la investigación sobre la azarosa vida del 
presbítero Laguna de Elena Perilli (2011). 
 Miguel Martín Laguna había nacido en 1762, sus padres fueron el comerciante 
Miguel de Laguna y Ontiveros, oriundo de España y de la criolla Francisca Bazán y 
Esteves. Esta familia perteneció a la elite local y tuvo un intenso protagonismo en la 
vida pública de Tucumán, siendo los dueños del solar donde se declaró la 
Independencia en 1816 (Bascary, 1999). 
 Entre sus hermanos encontramos a Juan Venancio quien fue alcalde del curato 
de Monteros, teniente del Regimiento de Milicias de Caballería, capitán al producirse la 
Revolución de Mayo, alcalde de primer voto, diputado por Trancas, intendente de 
policía, juez de alzadas y por unos días gobernador. Se casó con María Águeda Aráoz, 
hermana del primer gobernador de Tucumán, Bernabé Aráoz, familia que pertenecía al 
entramado de la elite provincial. Otro de sus hermanos fue el doctor en leyes Nicolás 
Valerio, síndico y procurador de la ciudad. En 1809 era partidario de no acatar la Junta 
Central de Sevilla y en 1810 cuando se reunión el Cabildo de Tucumán para tratar los 
sucesos de Buenos Aires, sostuvo que no debía definirse la forma de gobierno hasta 
tanto la ciudad, villas y lugares de la jurisdicción se reuniesen y pronunciasen, 
revelando así una nueva comprensión de la soberanía popular, federalista y republicana. 
En 1813 fue asesor del gobierno de Salta y diputado por Tucumán en la Asamblea en la 
que defendió la tesis federal en base al esquema de la Constitución de los Estados 
Unidos. Fue miembro del Cabildo en 1815, cuando se sancionó el Estatuto Provisional 
 22 
y ratificó la elección del Director Supremo. En 1820 fue designado diputado al 
Congreso Nacional luego juez de alzada y gobernador en 1823-1827. 
 En esta familia de patriotas adheridos a la causa revolucionaria se encontraba 
paradójicamente el presbítero realista Miguel Martín Laguna. Esta familia puso de 
manifiesto las diferencias ideológicas que se sucedieron al interior de un mismo grupo 
familiar con respecto a los cambios que trajo el movimiento de mayo. En Tucumán las 
nuevas ideas no fueron aceptadas en forma unánime. Cuando había que entregar el 
dinero recaudado para la corona a las nuevas autoridades, el recaudador del impuesto 
del tabaco y naipes, Pedro Antonio de Zavalía y Andía, viudo de la hermana del cura 
Laguna, se negaba a cederos porque consideraba que pertenecía al rey. Así muchos 
españoles continuaron fieles al rey aunque convivían en la misma casa con patriotas. 
Contrastaba en esta familia el doctor Nicolás Valerio quien manifestó muy 
tempranamente sus ideas independentistas con la actitud del presbítero Miguel Martín 
quien era simpatizante de Fernando VII y opositor a la causa revolucionaria. 
 Su familia había dotado al sacerdote con bienes raíces y fincas para costear sus 
estudios en Córdoba y Charcas, lo que expresaba la situación de preponderancia social y 
económica de la familia, ya que destinar un hijo a la carrera eclesiástica implicaba 
grandes gastos debido a que los centros de formación se encontraban lejos de Tucumán. 
Miguel Laguna se ordenó sacerdote en la ciudad de Charcas en 1786. Se presentó en el 
concurso para la cátedra de Filosofía en el Colegio San Carlos de Buenos Aires, pero no 
tuvo éxito por lo que retornó a Tucumán en donde ejerció como cura y vicario del 
Beneficio de Trancas durante más de tres décadas. Hacia 1795 ya se desempeñaba como 
cura y vicario en la Villa de San Joaquín de Trancas, cargo que ocupó hasta el día de su 
muerte en 1829. La parroquia de Trancas era una de las más extensas e importantes de 
la provincia. La condición de cura de parroquia rural implicaba beneficios económicos 
considerables ya que tenía acceso al control de la mano de obra de la feligresía y el 
usufructo de bienes y derechos parroquiales que permitían a los párrocos acrecentar sus 
riquezas. 
 Producida la revolución de mayo, las autoridades solicitaron a los curas rurales 
que estimulasen a sus feligreses a contribuir con las necesidades de la guerra. Los curas 
de Leales, Burruyacu, Monteros y Río Chico, realizaron donativos para la expedición 
auxiliadora a cargo de Francisco Ortiz de Ocampo. Reunieron 2.053 pesos, sin que haya 
mención del curato de Trancas (Freyre, 1909). En la guerra de la independencia este 
curato fue escenario de las luchas armadas, allí acamparon los ejércitos y se 
abastecieron, ya que era la ruta obligada al Alto Perú. En Trancas, Manuel Belgrano 
recibió el mando del Ejército del Norte y allí acampó con sus fuerzas el general realista 
Pío Tristán. Laguna se alistó en este ejército y después de la victoria patriota del 24 de 
septiembre de 1812 lo encontramos entre los prisioneros de Belgrano. Laguna predicó 
entre las tropas realistas sobre las herejías de los patriotas a quienes nombró el apelativo 
de “impiadosos”, lo que habría perjudicado a la causa revolucionaria en las provincias 
del Norte. Se les hacía creer que los que morían por el Rey eran mártires de la religión. 
y volaban al cielo. 
 Colaboró con los realistas enviando a sus feligreses como baqueanos, su 
proceder produjo indignación en el General Belgrano quien expresó su repudio en notas 
 23 
al Gobierno General. Luego de alejarse de la parroquia por un tiempo, retornó y trabajó 
en ella, siendo en 1823 electo diputado por Trancas a la Sala de Representantes. 
 En 1824, el Gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz fue fusilado contra el muro 
sur de la Iglesia de Trancas y su pariente político el cura Laguna labró el acta de 
defunción, lo confesó y recibió la carta testamento escrita por Aráoz. 
 Fue un decidido crítico de las ideas milenaristas del jesuita expulso Lacunza, y 
escribió una refutación a su obra. Realizó un Comentario sobre el Apocalipsis y una 
Historia Civil y Política de Tucumán que tiene el mérito de ser la primera historia de la 
Provincia, escrita por un tucumano. El libro incluye descripciones sobre flora y fauna 
tucumana, producción agrícola, noticias sobre la alimentación y comidas tradicionales. 
También dedicó algunos capítulos a las luchas entre indígenas y españoles por la 
supremacía en el territorio. Laguna demostró su erudición dando cuenta del 
conocimiento de la obra de los jesuitas Lozano, Charlevoix, Dobrizhoffer, Machoni y 
Muriel. Citó en sus textos a Garcilaso de la Vega, Xarque y al Deán Funes. Expresó su 
admiración por los conquistadores

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