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PSICOLOGIA PROFUNDA. 
 
UNIDAD I: ORIGINALIDAD DEL DESCUBRIMIENTO FREUDIANO. 
 
Una dificultad del psicoanálisis. (1917). 
Desde el comienzo mismo quiero decir que no me refiero a una dificultad intelectual, algo que impidiera 
al receptor (oyente o lector) entender el psicoanálisis, sino a una dificultad afectiva: algo por lo cual el 
psicoanálisis se enajena los sentimientos del receptor disuadiéndolo de prestarle interés o creencia. 
Quien no pueda dispensar suficiente simpatía a una causa tampoco la comprenderá muy fácilmente. 
En el psicoanálisis se ha plasmado algo así como una teoría conocida bajo el nombre de teoría de la 
libido. Según es notorio, el psicoanálisis se ocupa de esclarecer y eliminar las perturbaciones llamadas 
neuróticas. Para resolver este problema se debía hallar un punto de abordaje, y se resolvió buscarlo 
en la vida pulsional del alma 
La concepción popular divide entre hambre y amor como subrogantes de las pulsiones: de las que 
pujan por conservar al individuo y de las que aspiran a su reproducción. Adhiriendo a esta sugerente 
separación, nosotros distinguimos también en el psicoanálisis entre las pulsiones de autoconservación 
o yoicas y las pulsiones sexuales, y llamamos libido —apetencia sexual—a la fuerza con que la pulsión 
sexual emerge en la vida anímica. 
Averiguamos que, para entender las neurosis, las pulsiones sexuales son —y con mucho— las de mayor 
valor; que las neurosis constituyen por así decir las enfermedades específicas de la pulsión sexual. 
Llegamos a saber que de la cantidad de la libido y de la posibilidad de satisfacerla y descargarla 
mediante esa satisfacción depende que un ser humano contraiga o no una neurosis; que la forma en 
que se contrae la enfermedad es comandada por la manera en que el individuo ha transitado la vía de 
desarrollo de la función sexual, o (en nuestra terminología) por las fijaciones que su libido ha 
experimentado en el curso de su desarrollo. 
Nuestro empeño terapéutico obtuvo su mayor éxito en cierta clase de neurosis que surgen del conflicto 
entre las pulsiones yoicas y las sexuales. En efecto, en los seres humanos sucede que los reclamos de 
las pulsiones sexuales, reclamos que por cierto desbordan el ámbito del individuo, aparezcan ante el 
yo como unos peligros que amenazan su autoconservación o su autorrespeto. Entonces el yo se pone 
a la defensiva, deniega a las pulsiones sexuales la satisfacción deseada y las constriñe a los rodeos de 
una satisfacción sustitutiva, rodeos que se dan a conocer como síntomas neuróticos. La terapia 
psicoanalítica consigue entonces someter el proceso represivo {proceso de desalojo} a una revisión y 
guiar el conflicto hacia un mejor desenlace, conciliable con la salud. 
En el curso del trabajo terapéutico tenemos que preocuparnos por la distribución de la libido en el 
enfermo; pesquisamos aquellas representaciones-objeto a las cuales su libido está ligada, y la 
liberamos a fin de ponérsela a disposición del yo. Nos vimos precisados a suponer que al comienzo 
del desarrollo individual toda libido (todo querer alcanzar erótico, toda capacidad de amor) se anuda 
a la persona propia; en nuestra terminología: inviste al yo propio. 
Sólo más tarde acontece, por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes necesidades vitales, 
que la libido desborda desde el yo sobre los objetos exteriores; únicamente entonces estamos en 
condiciones de discernir las pulsiones libidinosas como tales y distinguirlas de las pulsiones yoicas. La 
libido puede volver a desasirse de estos objetos y retirarse al interior 
del yo. Al estado en que el yo retiene junto a sí a la libido lo llamamos narcisismo. 
Atribuimos entonces al individuo un progreso cuando pasa del narcisismo al amor de objeto. Pero cierto 
monto de libido permanece siempre junto al yo, cierta medida de narcisismo persiste aun en el más 
desarrollado amor del objeto. La libido de objeto fue primero libido yoica y puede volver a transponerse 
en libido yoica. 
El narcisismo universal, el amor propio de la humanidad, ha recibido hasta hoy tres graves afrentas de 
la investigación científica: 
a. El hombre creyó primero, en los comienzos de su investigación, que su morada, la Tierra, se 
encontraba en reposo en el centro del universo. la posición central de la Tierra era para él una garantía 
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de su papel dominante en el universo y le parecía que armonizaba bien con su inclinación a sentirse el 
amo de este mundo. Asociamos el aniquilamiento de esta ilusión narcisista con el nombre y la obra de 
Nicolás Copérnico en el siglo xvi. Esta es su primera afrenta, la cosmológica. 
b. En el curso de su desarrollo cultural, el hombre se erigió en el amo de sus semejantes animales. 
Mas no conforme con este predominio, empezó a interponer un abismo entre ellos y su propio ser. Los 
declaró carentes de razón y se atribuyó a sí mismo un alma inmortal, pretendiendo un elevado linaje 
divino que le permitió desgarrar su lazo de comunidad con el mundo animal. Cosa notable: esa 
arrogancia es ajena al niño pequeño, así como al primitivo y al hombre primordial. Todos sabemos que 
fueron los estudios de Charles Darwin, de sus colaboradores y precursores, los que hace poco más de 
medio siglo pusieron término a esa arrogancia. El hombre no es nada diverso del animal, no es mejor 
que él; ha surgido del reino animal y es pariente próximo de algunas especies, más lejano de otras. 
Esta es la segunda afrenta, la biológica, al narcisismo humano. 
c. Sin duda que la más sentida fue la tercera afrenta, la psicológica. El hombre, aunque degradado ahí 
afuera, se siente soberano en su propia alma. El se ha creado en algún lugar del núcleo de su yo un 
órgano de vigilancia que examina sus propias mociones y acciones para determinar si armonizan con 
sus exigencias. Si no lo hacen, son inhibidas y relegadas sin miramientos. Su percepción interna, la 
conciencia, anoticia al yo de toda clase de procesos significativos que se desarrollan dentro de la fábrica 
anímica; y la voluntad, guiada por tales noticias, ejecuta lo que el yo ordena, modifica lo que querría 
consumarse de manera autónoma. Pero el yo se siente seguro de que sus noticias son completas y 
confiables, y seguro también de la viabilidad de sus órdenes. Ahora bien: en ciertas enfermedades no 
es así; entre ellas, justamente, en las neurosis estudiadas por nosotros. El yo se siente incómodo, 
tropieza con límites a su poder en su propia casa, el alma. De pronto afloran pensamientos que no se 
sabe de dónde vienen; tampoco se puede hacer nada para expulsarlos. Y estos huéspedes extraños 
hasta parecen más poderosos que los sometidos al yo. 
El yo se dice que eso es una enfermedad, una invasión ajena, y redobla su vigilancia; pero no puede 
comprender por qué se siente paralizado de una manera tan rara. El psicoanálisis se consagra a 
esclarecer esos ominosos {unheimlich} casos patológicos, emprende largas y cuidadosas indagaciones, 
se procura conceptos auxiliares y construcciones científicas, y por fin puede decir al yo: «No estás 
poseído por nada ajeno; es una parte de tu propia vida anímica la que se ha sustraído de tu 
conocimiento y del imperio de tu voluntad. Por eso tu defensa es tan endeble; luchas con una parte 
de tu fuerza contra la otra parte. Me veo obligado a decir que la culpa reside en ti mismo. Has 
sobrestimado tu poder al creer que podrías hacer lo que quisieras con tus pulsiones anímicas. Entonces 
ellas se han sublevado y han emprendido sus propios, oscuros, caminos a fin de sustraerse de la 
sofocación. Y no te has enterado del modo en que lo consiguieron ni de los caminos que transitaron; 
sólo ha llegado a tu conocimiento el resultado de ese trabajo, el síntoma. Lo anímico en ti no coincide 
con lo consiente para ti; que algo ocurra en tu alma y que además te enteres de ello no son dos cosas 
idénticas. De ordinario, lo admito, el servicio que trasmite noticias a tu conciencia basta para tus 
necesidades. en todos los casos esas noticias de tu concienciason incompletas y a menudo 
sospechosas; también sucede hartas veces que sólo llegas a conocer los acontecimientos cuando ya 
se consumaron y no los puedes cambiar. 
Entra en ti, en lo profundo de ti, y aprende primero a conocerte; luego comprenderás por qué debiste 
enfermar y acaso evitarás enfermarte». Así instruiría el psicoanálisis al yo. Ahora bien, esos dos 
esclarecimientos; que la vida pulsional de la sexualidad en nosotros no puede domeñarse plenamente, 
y que los procesos anímicos son en sí inconscientes, volviéndose accesibles y sometiéndose al yo sólo 
a través de una percepción incompleta y sospechosa, equivalen a aseverar que el yo es el amo en su 
propia casa. Ambos, reunidos, representan la tercera afrenta al amor propio, que yo llamaría 
psicológica. 
No cabe asombrarse, pues, de que el yo no otorgue su favor al psicoanálisis y se obstine en rehusarle 
su crédito. para la ciencia y para la vida, significaría el supuesto de unos procesos anímicos 
inconscientes. Apresurémonos a agregar, empero, que no fue el psicoanálisis el primero en darlo. Cabe 
citar como predecesores a renombrados filósofos, sobre todo al gran pensador Schopenhauer. 
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Las resistencias contra el psicoanálisis. (1925). 
Como objeto de estudio la reacción anímica frente a lo nuevo. El psicoanálisis, en su origen, tuvo una 
intencionalidad Que un lactante se refugie llorando en brazos de su niñera a la vista de un rostro 
extraño; que un hombre piadoso reciba la nueva estación con una plegaria, y salude los primeros frutos 
del año con una bendición; he ahí situaciones cuya diversidad es evidente. 
Sería erróneo, empero, desconocer lo que esas situaciones tienen en común. En todas se trata del 
mismo displacer: en el niño encuentra una expresión elemental, en la persona piadosa es conjurado 
mediante un artificio, en el campesino se erige en el motivo de una decisión. Ahora bien, la fuente de 
ese displacer es el reclamo que lo nuevo dirige a la vida anímica; el gasto psíquico que exige, la 
inseguridad que conlleva y que se intensifica hasta la expectativa angustiada. 
Sería muy interesante tomar puramente terapéutica; se proponía crear un nuevo tratamiento eficaz 
para las enfermedades neuróticas. Al final pretendió haber colocado sobre una nueva base toda nuestra 
concepción de la vida anímica. 
Tras ser ignorado por completo durante un decenio, de pronto pasó a ser objeto del interés más 
universal. No entraremos a considerar aquí las formas en que se expresó la resistencia al psicoanálisis. 
Baste con señalar que la lucha en torno de esta innovación no ha terminado todavía. 
Nuestro interés habrá de dirigirse aquí, solamente, a considerar en particular la motivación de la 
resistencia al psicoanálisis. 
El abordaje clínico se ve precisado a situar las neurosis en la proximidad de las intoxicaciones o de 
enfermedades como la de Basedow. Se trata de estados que se producen por el exceso o la carencia 
relativa de determinadas sustancias muy activas. 
Si alguien consiguiera aislar y presentar la o las sustancias hipotéticas pertinentes para las neurosis, 
su descubrimiento no debería temer objeción de parte de los médicos. Sólo que provisionalmente 
ningún camino nos lleva a ello. Por ahora no tenemos más remedio que partir del cuadro sintomático 
de las neurosis, que, en el caso de la histeria, por ejemplo, se compone de perturbaciones corporales 
y anímicas. Ahora bien, los experimentos de Charcot, así como las observaciones clínicas de Breuer, 
enseñaron que también los síntomas corporales de la histeria son psicógenos, vale decir, sedimentos 
de procesos anímicos trascurridos. 
El psicoanálisis hizo suyo este nuevo conocimiento, y empezó a preguntarse por la naturaleza de esos 
procesos psíquicos que dejaban tan insólitas secuelas. Pero esta orientación de las investigaciones no 
coincidía con las ideas dominantes en la generación contemporánea de médicos. Estos habían sido 
educados en el respeto exclusivo por los factores anatómicos, físicos y químicos. No estaban 
preparados para la apreciación de lo psíquico, y por eso le mostraron indiferencia y antipatía. Dudaban, 
era evidente, de que las cosas psíquicas admitiesen un tratamiento exacto y científico. Les parecieron 
nebulosas, fantásticas, místicas; y simplemente denegaron creencia a los asombrosos fenómenos que 
la investigación habría podido tomar como punto de partida. Juzgaron a los síntomas de las neurosis 
histéricas como resultado de la simulación, y a los fenómenos del hipnotismo, como un fraude. 
En ese período materialista —o, mejor, mecanicista—, la medicina hizo grandiosos progresos, pero 
también exhibió un miope desconocimiento de lo supremo y más difícil entre los problemas de la vida. 
Dada esa actitud hacia lo psíquico, es concebible que los médicos no hallaran simpático el psicoanálisis. 
Pero a cambio, se creería, la nueva doctrina habría debido recibir tanto más fácilmente la aquiescencia 
de los filósofos. Es que ellos sí estaban habituados a admitir conceptos abstractos. 
Pero ahí surgió otro obstáculo. Lo psíquico de los filósofos no era lo psíquico del psicoanálisis. En su 
gran mayoría, ellos llaman psíquico sólo a lo que es un fenómeno de conciencia. 
A todo lo otro que acaso suceda en el «alma», esa alma tan difícil de aprehender, lo destronan 
y lo sitúan entre las precondiciones orgánicas o los procesos paralelos de lo psíquico. Dicho más 
estrictamente: el alma no tiene otro contenido que los fenómenos de conciencia; y por ende tampoco 
la ciencia del alma, la psicología, tiene otro objeto. 
¿Qué puede decir entonces el filósofo? Dice, desde luego, que algo anímico inconsciente es un 
disparate. No ha prestado atención a la hipnosis, no se ha empeñado en interpretar sueños —más bien 
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los considera, lo mismo que el médico, productos sin sentido de la actividad mental rebajada durante 
el dormir. 
Así pues, la posición del psicoanálisis, intermedia entre medicina y filosofía, sólo le deparó desventajas. 
El médico lo considera un sistema especulativo y no quiere creer que descansa, como cualquier otra 
ciencia natural, en una elaboración paciente y empeñosa de hechos del mundo de la percepción; el 
filósofo, que lo mide con el rasero de su propio sistema, construido en forma artificiosa, halla que parte 
de premisas imposibles y le reprocha que sus conceptos básicos (todavía en desarrollo) carecen de 
claridad y precisión. 
Según la teoría psicoanalítica, los síntomas de las neurosis son satisfacciones sustitutivas, desfiguradas, 
de fuerzas pulsionales sexuales a las que, por obra de resistencias interiores, se les denegó una 
satisfacción directa. Más tarde, intentó demostrar que esos mismos componentes sexuales, 
susceptibles de desviarse de sus metas inmediatas y de dirigirse a otras, aportan las más importantes 
contribuciones a los logros culturales del individuo y de la comunidad. Se arrojaron sobre el 
psicoanálisis como si hubiera cometido un atentado contra la dignidad del género humano. Le 
reprocharon «pansexualismo», a pesar de que la doctrina psicoanalítica de las pulsiones siempre había 
sido rigurosamente dualista- y nunca había dejado de reconocer, junto a las pulsiones sexuales, otras 
a las que atribuía, justamente, la fuerza para sofocarlas. La oposición se designó, primero, «pulsiones 
sexuales y pulsiones de autoconservación»; en un giro posterior de la teoría, reza «Eros y pulsión de 
muerte o de destrucción». Fue tildada de degradación de los bienes supremos de la cultura, y se 
proclamó con insistencia que el ser humano tenía otros intereses que los meramente sexuales. 
La cultura humana se sostiene sobre dos pilares; el gobierno de las fuerzas de la naturaleza y la 
limitación de nuestras pulsiones. 
Entre los componentes pulsionales sujetos a ese servicio, las pulsiones sexuales —en el sentido 
estrecho— se destacan por su intensidad y su carácter cerril. ¡Guay de que se las libere!; el trono sería 
derribado, y pisoteada la soberana. La sociedad lo sabe. . . y no quiereque se hable de ello. 
Pero la sociedad no quiere saber nada de que se descubran estas constelaciones, porque en más de 
un sentido tiene mala conciencia. En primer lugar, ha entronizado un elevado ideal de eticidad —y 
eticidad es limitación de las pulsiones—, cuyo cumplimiento exige a todos sus miembros, y no se 
preocupa de lo pesada que pueda resultarle al individuo la carga de esa obediencia. 
Pero no es tan rica ni se encuentra tan bien organizada como para resarcir al individuo en una medida 
acorde a la extensión de su renuncia de lo pulsional. Por tanto, queda librado a él hallar los caminos 
que le permitan procurarse una compensación suficiente a cambio del sacrificio impuesto, a fin de 
preservar su equilibrio anímico. Exigencias pulsionales insatisfechas hacen que sienta como una presión 
permanente los reclamos de la cultura. 
El psicoanálisis descubre los puntos débiles de este sistema, y aconseja modificarlo. Propone aflojar la 
severidad de la represión de las pulsiones. 
A consecuencia de esta crítica, se sintió al psicoanálisis como «enemigo de la cultura» y se lo proscribió 
como «peligro social». Mas esta resistencia no será eterna. El psicoanálisis puso fin a los cuentos de 
hadas sobre el carácter asexual de la infancia; demostró que en el niño pequeño, desde el comienzo 
de la vida, se registran intereses y prácticas sexuales; para después, a partir de la pubertad, entrar al 
servicio de la función de reproducción. Discernió que la vida sexual de la primera infancia culmina en 
el llamado complejo de Edipo, la ligazón afectiva con el progenitor del sexo opuesto y la actitud de 
rivalidad hacia el del mismo sexo. 
De hecho —sostuvo el psicoanálisis—, todo individuo ha recorrido esta fase, pero luego reprimió y 
olvidó su contenido con enérgico esfuerzo {Anstrengung}. El horror al incesto y una potente conciencia 
de culpa eran los relictos de esta prehistoria individual. Quizás había ocurrido exactamente lo mismo 
en la prehistoria general de la especie humana. 
No estaba permitido mentarle al adulto justamente esa prehistoria, que más tarde le pareció tan 
deshonrosa; empezó a enfurecerse cuando el psicoanálisis quiso descorrer el velo de la amnesia de su 
infancia. 
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Por tanto, las intensas resistencias al psicoanálisis no eran de naturaleza intelectual, sino que brotaban 
de fuentes afectivas. 
Así se explicaban su apasionamiento y su desprecio por la lógica. La situación obedeció a una fórmula 
simple: los seres humanos, como masa, se comportaron hacia el psicoanálisis exactamente como lo 
hacían los individuos neuróticos a quienes se trataba por sus dolencias. 
CARPETA 
En primer lugar para comprender la teoría psicoanalítica se debe ubicar a Freud en el ethos cultural de 
la época. Del término Ethos proviene la palabra “ética”, la cual se traduce en “costumbre”. Por ello es 
que los griegos, con este término, se referían al modo de ser de una cultura en un momento 
determinado. El ethos de la gracia clásica define al hombre en función a la política (ser humano como 
animal político y ciudadano perteneciente a una polis, separado de todo aquello no humano conocido 
como barbaros). 
Volviendo al principio, es imposible entender a Freud si no se analiza su contexto y el imaginario social 
(conjunto de representaciones de una colectividad): la primera guerra mundial, por ejemplo, fue un 
estimulo para Freud para crear el concepto de pulsión de muerte, sumado a las contribuciones de su 
enfermedad mortal. 
Freud nace el primero de mayo de 1856 y escribe sus primeros textos en 1893, aunque sus obras más 
importantes se le atribuyen a partir de 1900 hasta su posterior muerte en 1939. Sus obras y sus teorías 
son consideradas de gran importancia hasta en la actualidad por su influencia acerca de los estudias 
sobre el conocimiento del hombre en sí mismo, ya que por ejemplo, hoy en día un ser humano no 
podría considerarse desprovisto de inconsciente. Cualquier ser humano entendería que hay parte de 
su psiquis que no maneja. Además, su influencia llego hasta tal punto que los conceptos freudianos 
están involucrados en el habla social cotidiana (es común escuchar hablar sobre los lapsus, el complejo 
de Edipo, del trauma, etc.). y es que nadie antes que Freud había logrado incorporar tales temas en 
términos científicos, temas que hasta ese momento estaban excluidos de la reflexión. 
Todas las teorías posteriores, aun así aquellas catalogadas como anti-psicoanalistas, no han podido 
excluir los planteos de Freud, ya sea porque parten de ellos o porque se les oponen. 
Los estudios realizados por Freud no solo afectaron a las disciplinas psicológicas, sino que más bien a 
las ciencias humanas en general, ya sea la sociología, las ciencias naturales, la antropología, etc. 
Refiriéndose un poco la historia de la psicología se entiende que hacia 1873/9 surge el primer 
laboratorio de psicología experimental de la mano de Wundt. Allí, el acuña el método de las ciencias 
naturales (cuyas bases se hallan en la física), sobre un objeto que hasta entonces no era considerado 
como tal. 
Desde el siglo XV, con Galileo y Newton, hasta el siglo XX las ciencias exactas eran las predominantes, 
lo que caracterizo al llamado modernismo. El método adecuado en esta época era el experimental, es 
decir, aquel aplicado en una situación artificial con los fines de observar un fenómeno repetidas veces 
y llegar a una misma conclusión. 
Por lo tanto, la psicología surge en este contexto epistemológico, como psicología experimental, 
teniendo como objeto a la consciencia y sus funciones, cuya función más básica es la sensación que 
consiste en el registro de los datos sensoriales. Las diversas sensaciones se unifican en la percepción. 
Wundt en primera instancia, comenzó por estudiar las sensaciones táctiles, es decir, la estimulación 
mínima necesaria para percibir un estimulo. Es por ello que la psicología fue llamada también como 
psicofísica. 
Otros psicólogos importantes de la época fueron Fechner, Von Ehrenfels, Pretano, a quienes se le 
atribuyen descubrimientos tales como el umbral sensorial, el tiempo de reacción, etc., que aun hoy 
tienen vigencia. 
Todo esto resume el contexto epistémico en el cual surge Freud. Freud se forma como medio bajo los 
paradigmas de la fisiología y la psicología experimental. Nace en Friburgo, perteneciente a una región 
llamada Moravia, de la actual república Checa. Años más tarde por motivos laborales del padre se 
mudan a Viena (capital de Austria). 
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Lo curioso es que Freud desarrolla una teoría opuesta a la concepción de su época, por lo que es 
considerado como un autor revolucionario por su trascendencia del ethos cultural de la época que se 
regía por parámetros racionales, cientificismo experimental, observación, etc. 
Sin embargo, el arte de la época, conocido como romanticismo, ya había empezado un movimiento de 
las ideas estéticas ligadas a la razón de la mano del primer autor literario romántico Goethe; y es en 
ellas donde se encuentran los primeros antecedentes del psicoanálisis. 
Por lo tanto la producción freudiana se asemeja más a la concepción romántica mas que a la moderna, 
con objetivos de dejar atrás las ideas racionales, el método experimental y al objeto de la conciencia. 
En verdad, el psicoanálisis no fue reconocido como una disciplina perteneciente a la psicología, ya que 
no se adhiere ni a su método, ni a su objeto. Aunque de fondo sea una teoría psicología, se encuentra 
fuera de las consideraciones de las teorías de esta ciencia. Es por ello que entonces el psicoanálisis es 
tomado como una disciplina autónoma con su propio método y objeto, así como también lo es, por 
ejemplo, la psiquiatría. 
El romanticismo buscaba oponerse a la deshumanización del racionalismo y propone contemplar la 
naturaleza de forma subjetiva. Por el contrario, se opone a este el positivismo instaurado por augusto 
Comte., cuyos métodos de estudio plagaron todas las ciencias hasta la psiquiatría que debía considerar 
a las enfermedadesmentales a partir de una degeneración del sistema nervioso, es decir, en origen 
organogenetico. Si resulta en una enfermedad rara que no se puede tratar, se procede al encierro del 
paciente en manicomios y cárceles para apartar estos sujetos riesgosos del resto de la sociedad. 
Por otro lado, sin embargo, la filosofía de la época tenía una índole irracional. Uno de sus principales 
teóricos fue schopenhaver quien hablo principalmente de la voluntad del ser humano, de su pasión, 
del instinto, deseo, es decir, de todo aquello que lo mueve. Nietzsche fue otro de los grandes teóricos 
filosóficos y fue tildado como iconoclasta, es decir, que fue capaz de derrocar los ideales más 
importantes de la humanidad, por ejemplo cuando afirma diciendo “Dios ha muerto”(no refiriéndose 
al dios religioso sino al dios de la razón). “Dios ha muerto, los hombres lo hemos matado” (es la propia 
humanidad que pone fin a esta concepción). Es por esto que se le atribuye a Nietzsche haber 
derrumbado la cosmovisión moderna iniciada años atrás con Descartes en el siglo XVI hasta el siglo 
XIX. El principal planteo de Descartes fue que en lo único de lo cual se puede tener certeza en este 
mundo es el pensamiento, por lo que de lo único que no se puede dudar es la razón. 
Schopenhaver y Nietzsche plantean que la razón poco refleja lo típicamente humano, es decir, que la 
conciencia y la razón no son el total de nuestro psiquismo. Freud sobre esto dirá luego que el hombre 
no puede conocer acabadamente sus deseos a partir de los fenómenos conscientes. 
La teoría de Freud produce en términos científicos una revolución, y culturalmente una resistencia. La 
resistencia fue a nivel biológico (Freud plantea que las causas de las enfermedades no son orgánicas, 
sino mas bien psíquicas e inconscientes), en lo filosófico (ya que a diferencia de los filósofos modernos 
Freud concibe a la conciencia como una parte de la totalidad psíquica), a nivel popular en general 
(provoca una herida en el narcicismo humano, y Freud dice “el yo ya no es amo en su propia casa). 
Descartes dice: “pienso, por lo tanto soy”, lo que se traduce para la psicología como “soy consciente, 
por lo tanto soy”. Pero Freud ya no vincula al ser con la consciencia y de ello dirá: “pienso donde no 
soy y soy donde no pienso”. 
En 1893 se localizan los primeros textos de Freud acerca de la histeria y el sufrimiento de los histéricos. 
El termino histeria proviene de “histero” que significa útero (esto se debe a que se atribuía los síntomas 
a una migración de las dolencias del útero). Los síntomas mas característicos de la histeria son de tipo 
somático. 
La histeria es descripta por primera vez en el XVI y se dice que es un síntoma patognomónico (pato= 
pathos= sufrimiento; gnomónico= gnomos= ley, norma). Por lo tanto, la histeria posee síntomas que 
son norma o ley de dicho trastorno (afecciones corporales tales como parálisis, parafasias, 
contracciones, etc.). 
Antes del siglo XVI las histéricas inmersas en una época medieval teocéntrica, eran consideradas como 
poseídas por el diablo y como forma de resolución la sociedad procedía a quemarlas en la hoguera con 
objetivos de purificar el alma al separarla del cuerpo por medio de la muerte. 
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Ya hacia la época moderna se intenta encontrar una explicación racional para esta afección y la primer 
teoría planteada fue la de F.Mesmer, quien ubicaba a la histeria dentro del fluido animal (todo animal 
tiene un liquido que le proporciona vida al ser, y si este liquido se acaba se produce la muerte, pero 
en el caso de que ese liquido solo se bloqueada, daba lugar a una enfermedad). Por lo tanto, la histeria 
se debía a un bloqueo en el útero, cuya obstrucción era desplazada o migraba a otras partes del 
cuerpo. El tratamiento a dicha enfermedad tenía por fin restablecer el flujo del líquido y Mesmer fue 
conocido por inventar la famosa “cubeta de Mesmer”. Esta cubeta utilizaba el magnetismo para volver 
a colocar el útero en su lugar: ubicaban a la paciente dentro de una cubeta que tenía cierta cantidad 
de agujeros que coincidían con distintas partes del cuerpo; alrededor de la cubeta se encontraban 
personas tomadas de la mano que transmitían la energía hacia los imanes que luego ejercían su efecto 
sobre el enfermo. Sorprendentemente, luego de este proceso, la enferma sufría una crisis histérica allí 
dentro y luego salía aparentemente curada. Sin embargo, esta práctica fue muy polémica y fue 
abandonada por considerarse de carácter brujo. 
Años más tarde, en el siglo XVIII y XIX, la psiquiatría intenta ubicar a la histeria dentro de las 
enfermedades mentales, pero se encontraron con un obstáculo: la histeria no parecía ser una 
enfermedad orgánica ya que no poseía un sustrato anatómico dañado o deficiente que pudiera 
explicarla; los síntomas no respondían a una organización biológica del cuerpo y por lo tanto no podía 
localizarse la lesión. Si se tuviera una parálisis motora normal, debería poderse localizar la lesión en el 
sistema nervioso; pero era muy común que las histéricas llegaran, por ejemplo, con una parálisis en el 
brazo pero extrañamente la movilidad de la mano se encontraba intacta, cosa que anatómicamente 
sería imposible. La solución de los psiquiatras fue creer que las histéricas no eran más que simuladoras 
que buscaban atención especial. Como la histeria no podía ser catalogada como una enfermedad, no 
había un tratamiento para su cura. Sin embargo, como las histéricas seguían concurriendo al psiquiatra, 
estos debieron buscar tratamientos aparente que las dejen satisfechas y procedieron con una 
pseudoterapia como la hidroterapia, la magnetoterapia, caminatas, placebos (falsos medicamentos 
como pastillas de pan). Y para la sorpresa de todos, estos tratamientos tenían resultados positivos, 
contribuyendo a las confirmaciones de los psiquiatras de que la histeria era una simple simulación. Si 
estos métodos no surtían efecto, se proponía que buscaran marido, así podrían tener a alguien que las 
atendiera y por su parte ellas tendrían un hogar y una familia que atender y en la cual pensar dejando 
de lado sus intereses; además se le sumaba el goce sexual que la vida matrimonial ofrecía. 
Freud, aun siendo medico, no desprecio ni desestimo a las histéricas, todo lo contrario, decide 
escucharlas y termina por suponer que en realidad las causas de la misma eran psíquicas y no puras 
simulaciones. Este intento de entender a la histeria representa los comienzos del psicoanálisis con 
objetivo de entender y encontrar un tratamiento a esta enfermedad. Para ello, en primera instancia se 
basa en las concepciones del médico J.M.Charcot y J.Breuer, quienes brindan los primeros esbozos de 
la histeria contraria a las creencias de la época. 
 
Charcot. (1893). 
Desde octubre de 1885 hasta febrero de 1886, Freud trabajó en la Salpétriére de París como alumno 
de Jean-Martin Charcot (1825-1893). Este período fue un punto de viraje en su carrera, pues en él su 
interés pasó de la neuropatología a la psicopatología —de la ciencia física a la psicología—. 
J.M.Charcot, fue designado médecin des hópitaux, y procuró enseguida ingresar en uno de aquellos 
departamentos de la Salpétriére, que albergaban a las enfermas nerviosas; y una vez que lo hubo 
conseguido, permaneció allí, sin usar del derecho que en Francia permite al médecin des hópitaux 
cambiar, en turnos regulares, de hospital y de departamento, y por tanto de especialidad. Disponer de 
un gran material de enfermos nerviosos crónicos le permitió emplear su singular talento. 
Acerca de su manera de trabajar nos refería esto: solía mirar una y otra vez las cosas que no conocía, 
reforzaba día tras día la impresión que ellas le causaban, hasta que de pronto se le abría el 
entendimiento, ^ Se le oía decir que la máxima satisfacción que un hombre puede tener es ver algo 
nuevo, o sea, discernirlo como nuevo, y volvía siempre, en puntualizaciones una y otra vez repetidas, 
sobre lo difícil y meritorio de ese «ver». Se preguntaba por quéen la medicina los hombres sólo veían 
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aquello que ya habían aprendido a ver. Y Charcot nunca cesó de abogar por los derechos del trabajo 
puramente clínico, que consiste en ver y ordenar, contra los desbordes de la medicina teórica. Durante 
muchos años dictó Charcot la cátedra de anatomía patológica en París; y sin tener puesto alguno, 
como un quehacer colateral, desarrollaba sus trabajos y sus conferencias de neuropatología, que 
pronto le dieron fama también en el exterior. Charcot hizo la primera comprobación de esta índole 
antes que pudiera disponer de un departamento hospitalario. Mientras era estudiante, el azar lo puso 
frente a una doméstica que padecía de unos curiosos temblores y por su torpeza no conseguía empleo. 
Charcot discernió su estado como el de una paralysie chorciforme, ya descrita por Duchenne, pero 
cuyo fundamento se ignoraba. La anatomía patológica tiene a su cargo dos órdenes de contribuciones 
a la neuropatología: además de probar la alteración patológica, debe establecer su localización; y todos 
sabemos que en los últimos dos decenios la segunda parte de esa tarea ha despertado el mayor interés 
y experimentado grandísimo avance. También en esta tarea Charcot prestó una colaboración 
sobresaliente. 
Y en verdad, Charcot deja un grupo de discípulos cuya calidad intelectual y los logros que ya han 
obtenido garantizan que el cultivo de la neuropatología en París no descenderá tan pronto de la altura 
hasta la cual Charcot la había elevado. Las horas que pasaba en las salas de sus enfermos eran de 
compañía y de intercambio de ideas con todo su personal médico; jamás se recluyó allí: hasta el más 
joven de los externos tenía oportunidad de verlo trabajar y le estaba permitido importunarlo. 
En 1882 o 1883, las condiciones de vida y de trabajo de Charcot cobraron su plasmación definitiva. Se 
había llegado a entender que la obra de este hombre formaba parte de la «gloire» nacional, con tanto 
celo custodiada tras la infortunada guerra de 1870-71. El gobierno, a cuyo frente estaba Gambetta, 
viejo amigo de Charcot, creó para él una cátedra de neuropatología en la facultad, a cambio de la cual 
pudo renunciar a la de anatomía patológica, y una clínica, junto con institutos científicos, anexos, en 
la Salpétriére. «Le service de Monsieur Charcot» comprendía ahora, además de las antiguas 
dependencias asignadas a enfermas crónicas, varias salas clínicas donde también eran atendidos 
varones, un gigantesco consultorio ambulatorio (la «consultation externe»), un laboratorio histológico. 
Charcot estaba en el apogeo de la vida cuando pusieron a su disposición esa abundancia de medios 
para la docencia y la investigación. Era un trabajador infatigable; yo creo que siempre fue el más 
laborioso de toda la escuela. 
Muchas veces se le ha reprochado su terapia, que por su abundancia de prescripciones no podía menos 
que ofender a una mentalidad racionalista. Pero él se limitaba a continuar con los métodos usuales en 
su época y lugar. Como maestro, Charcot era directamente cautivante; cada una de sus conferencias 
era una pequeña obra de arte por su edificio y su articulación, de tan acabada forma y tan persuasiva 
que durante todo el día no conseguía uno quitarse del oído la palabra por él dicha, ni de la mente lo 
que había demostrado. Rara vez presentaba un solo enferiBo; casi siempre era una serie de ellos, o 
unos correlativos que comparaba entre sí. 
Más o menos por la época en que se erigía su clínica y Charcot renunciaba a la cátedra de anatomía 
patológica, se consumaba en sus inclinaciones científicas un cambio al que debemos lo mejor de sus 
trabajos, y fue que declaró bastante completa por el momento la doctrina de las enfermedades 
nerviosas orgánicas, y empezó a consagrar su interés casi exclusivamente a la histeria, que así pasó a 
ocupar de golpe el centro de la atención general. Esta, la más enigmática de las enfermedades 
nerviosas, para cuya apreciación los médicos no habían hallado todavía el punto de vista adecuado. 
Las enfermas de entonces estaban seguras de encontrar; ya no serían necesariamente unas 
simuladoras, pues Charcot, con todo el peso de su autoridad, sostenía el carácter auténtico y objetivo 
de los fenómenos histéricos. Si yo me encuentro con un ser humano que muestra todos los signos de 
un afecto doloroso, puesto que llora, grita, rabia, mi razonamiento no puede menos que llevarme a 
conjeturar en él un proceso anímico cuya exteriorización justificada serían aquellos fenómenos 
corporales. Mientras que la persona sana podría comunicar la impresión que la aflige, la histérica 
respondería que no la conoce, y de tal suerte quedaría planteado el problema: ¿a qué se debe que el 
histérico caiga presa de un afecto sobre cuyo ocasionamiento afirma no saber nada? el enfermo se 
encuentra en un particular estado anímico en que ya no todas sus impresiones ni sus recuerdos se 
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mantienen cohesionados en una entramadura única, y en que cierto recuerdo puede exteriorizar su 
afecto mediante fenómenos corporales sin que el grupo de los otros procesos anímicos, el yo, sepa la 
razón de ello ni pueda intervenir para impedirlo. En efecto, la Edad Media había escogido esta solución, 
declarando que la posesión por un demonio era la causa de los fenómenos histéricos. 
Charcot no tomó este camino hacia el esclarecimiento de la histeria. Trató a la histeria como a cualquier 
otro tema de la neuropatología, proporcionó la descripción completa de sus fenómenos, demostró en 
estos una ley y una regla, enseñó a reconocer los síntomas que posibilitaban diagnosticar la histeria. 
Se estudiaron la situación y frecuencia de las llamadas «zonas histerógenas», su vínculo con los 
ataques, etc. Y sobre la base de todas estas noticias acerca de la manifestación de la histeria se hizo 
una serie de sorprendentes descubrimientos; se halló histeria en el sexo masculino, en particular entre 
los varones de la clase obrera. Y del mayor alcance fueron, sin duda, las investigaciones sobre las 
afecciones nerviosas sobrevenidas tras graves traumas, las «neurosis traumáticas» cuya concepción 
hoy todavía se discute y respecto de las cuales Charcot sustentó con éxito su relación con la histeria. 
Charcot propuso para ella una fórmula simple: la herencia cuenta como única causa; de acuerdo con 
ello, la histeria es una forma de la degeneración. 
Empeñado en el estudio de las parálisis histéricas que se generan después de traumas, se le ocurrió 
reproducirlas artificialmente luego de haberlas diferenciado con esmero de las parálisis orgánicas. Para 
ello se valió de pacientes histéricos a quienes ponía en estado de sonambulismo mediante hipnosis. 
Consiguió demostrar, con un razonamiento sin lagunas, que esas parálisis eran consecuencia de 
representaciones que en momentos de particular predisposición habían gobernado el cerebro del 
enfermo. Y esta magnífica pieza de investigación clínica fue retomada después por su propio discípulo 
Pierre Janet, así como por Breuer y otros. Que Charcot se ocupara de los fenómenos hipnóticos en 
histéricos redundó en el máximo beneficio para este ámbito significativo. No obstante, este tema 
psicológico puro no era conciliable con el tratamiento exclusivamente nosográfico que recibió en la 
escuela de la Salpétriére. La limitación del estudio de la hipnosis a los histéricos, el distingo entre 
hipnotismo grande y pequeño, la formulación de los tres estadios de la «gran hipnosis» y su 
singularización mediante fenómenos somáticos, todo ello perdió en la estima de los contemporáneos 
cuando Bernheim, discípulo de Liébeault, comenzó a edificar la doctrina del hipnotismo sobre una base 
psicológica más amplia y a hacer de la sugestión el núcleo de la hipnosis. 
 
CARPETA 
 El encuentro de Freud con Charcot fue de gran singularidad, ya que produce grandes cambios 
cualitativos respecto a las consideraciones sobre la histeria. Charcot fue el primero con intenciones de 
establecer una etiología fija de la misma. 
Ninguna persona habíamarcado tanto a Freud como Charcot, aunque mas tarde su teoría de la histeria 
fue marcadamente distinta a la suya. 
Charcot a finales del siglo XIX trabajaba en el hospital “la Salpetriere”, conocido como la ciudad de los 
locos. Allí comienza una observación clínica muy rigurosa sobre los pacientes histéricos, lo cual llama 
plenamente la atención de Freud. Freud lo describe a Charcot como un vidente, cuyas cualidades iban 
en contra de las observaciones típicas de la época, como ser las consideraciones de Foucault acerca 
de que la medicina era una ciencia del mirar, de una observación sistemática y rigurosa. Freud toma 
de Charcot esta cuestión de la observación mas allá de lo que simplemente se ve: “Charcot solía mirar 
una y otra vez las cosas hasta que de pronto se le abría el entendimiento”. Este método supone poner 
en duda las teorías que hasta ese momento eran vigentes. Según Charcot, la teoría es buena y 
necesaria, pero ella no debe impedir que las cosas sean como son; entonces el fenómeno clínico debe 
siempre estar sobre la teoría. Esto es lo que guía la observación de Freud por la preocupación clínica. 
Freud destaca importantes lecciones clínicas de Charcot donde exponía a los enfermos histéricos (hay 
un importante cuadro que retrata a una histérica real, la preferida de Charcot, expuesta frente a una 
clase para demostrar la técnica de la hipnosis). 
Freud se traslada a parís en el año 1885/6, con motivos de cultivarse con Charcot. 
 10 
Charcot se encuentra en una especie de transición de las teorías de la época. En primer lugar, refuta 
la idea de que la histeria es una simulación, argumentando que no podría serlo ya que en la hipnosis 
los síntomas se mantienen. Pese a este avance, el método con el cual se las trataba seguía siendo 
anatómico clínico, pero hay que rescatar que se habla de una posible causa funcional y no 
estrictamente anatómica. El sigue sosteniendo una postura localizacionista a favor de la frenología 
(diagrama de la localización de las diversas funciones y de las alteraciones en caso de lesiones). 
Charcot plantea desarrollar una formula etiológica de la histeria y la compone de dos factores: por un 
lado la causa y por el otro el agente provocador que opera como desencadenante del desarrollo de la 
enfermedad (también conocido como “ocacionamiento”). Por lo tanto, según Charcot, siguiendo con 
las ideologías de la época, la causa está determinada por la herencia (causa somática, biológica); y si 
la causa es la herencia no podría hallarse un tratamiento eficaz para ella. A este respecto, Freud dirá 
que Charcot se limita a proponer un formula muy simple en la cual su causa única es la herencia 
neuropatía. 
Lo que si Charcot introduce como novedad es que en la mayoría de los casos, el agente provocador 
de la histeria es un trauma, al cual entiende como un factor de naturaleza física que impacta en el 
cuerpo de una persona y que ocasiona un problema. Se trata entonces de un trauma mecánico, como 
la caída de una escalera, un golpe, un accidente, etc., que tiene que haber sido grave, pero no en el 
sentido de la lesión, sino en cuanto a la percepción de una amenaza a la integridad de la persona, lo 
que hace que el trauma quede asociado en el individuo como un peligro mortal. Este trauma, luego 
acabara por repercutir en distintas partes del cuerpo, zonas del cuerpo privilegiadas para la posterior 
aparición de síntomas histéricos. A estas zonas Charcot las denomino como “zonas histerogenas”. 
Es por todo esto que Charcot designo a la enfermedad en cuestión como histeria traumática. 
Etiología de la histeria traumática según Charcot: herencia + factor provocador, es decir, trauma físico, 
acompañado de una sensación de peligro mortal. 
Si bien Charcot reconoce que este último factor es de índole psíquica, no le atribuirá demasiada 
importancia. 
A partir de las observaciones de diversos pacientes histéricos, acabara por clasificarlos según sean 
grandes ataques histéricos o pequeños ataques histéricos. Además, logro identificar cuatro fases 
previas antes de llegar a los grandes ataques: la primera fase la define como epileptoide donde se 
hallan una serie de movimientos tónicos (las mujeres se encogían en las camas), seguida por una fase 
de grandes movimientos o fase de clounismo donde aparecen contorciones y gritos, luego una fase 
conocida como la de las actitudes pasionales donde aparecen acciones de suplicas y alucinaciones, y 
por último el periodo o fase terminal donde todos estos síntomas concluyen en un estado de confusión 
mental. 
Charcot procedía a la metodología hipnótica ya utilizada por jame quien consideraba que los enfermos 
eran fácilmente sugestionables verbalmente. Pero si bien apela a este método, no lo hace con una 
finalidad terapéutica, es decir, no persigue la curación de la enfermedad debido a que como su origen 
ultimo esta en causas orgánicas y hereditarias, es imposible curarlas. Con la hipnosis, Charcot solo 
pretende demostrar o comprobar la veracidad de los síntomas histéricos. Además bajo la sugestión 
hipnótica inducia a los pacientes verbalmente para que aparecieran por ejemplo nuevos síntomas que 
solo duraban durante la sugestión. Por último, con ella se proponía explicar la causa traumática de la 
misma ya que cuando la paciente caía hipnotizada, Charcot le inducia la idea de que había sufrido un 
accidente, por ejemplo de auto, y que por consiguiente ya no podría mover la pierna y efectivamente 
en el estado de conciencia alterado la movilidad de la pierna se hallaba obstruida. Esto demostraba 
como un trauma mecánico podía variar según el accidenta. Cuando la paciente despertaba estos 
nuevos síntomas desaparecían, mientras que los preexistentes continuaban sin poder ser tratados. 
Según Freud, Charcot sobreestimo demasiado la herencia, lo cual advierte en el último párrafo de este 
texto. 
Aportes de Charcot: 
-rechazo el carácter simulado de la histeria. 
-Considero a los varones también capaces de padecer esta enfermedad. 
 11 
-Desarrolla la histeria traumática con síntomas en las zonas histerogenas y propone una formula 
etiológica. 
-Emplea la hipnosis para comprobar su tesis, pero no como un tratamiento. 
-Descubre las diferentes fases previas del gran ataque histérico. 
-Sienta las bases para las concepciones sobre la histeria de Breuer y Freud quienes más adelante darán 
un salto cualitativo en este tema. 
 
Señorita Anna O. 
La señorita Anna O., de 21 años cuando contrajo la enfermedad(1880), parece tener un moderado 
lastre neuropático a juzgar por algunas psicosis sobrevenidas en su familia extensa; los padres son 
sanos, pero nerviosos. Ella fue siempre sana antes, sin mostrar nerviosismo alguno en su período de 
desarrollo; tiene inteligencia sobresaliente, un poder de combinación asombrosamente agudo e 
intuición penetrante. 
Entre los rasgos más esenciales del carácter se contaba una bondad compasiva; el cuidado y el amparo 
que brindó a algunos pobres y enfermos le prestaron a ella misma señalados servicios en su 
enfermedad, pues por esa vía podía satisfacer una intensa pulsión. El elemento sexual estaba 
asombrosamente no desarrollado; no había conocido el amor, y en las masivas alucinaciones de su 
enfermedad no afloró nunca ese elemento de la vida anímica. Esta muchacha de desbordante vitalidad 
espiritual llevaba una vida en extremo monótona, y es probable que el modo en que ella se la 
embellecía resultara decisivo para su enfermedad. 
Cultivaba sistemáticamente el soñar diurno, al que llamaba su «teatro privado». Esa actividad trascurría 
junto a los quehaceres hogareños, que ella cumplía de manera intachable. 
El ciclo de la enfermedad se descompone en varias fases bien separadas; ellas son: 
A. Incubación latente. Desde mediados de julio de 1880 hasta el 10 de diciembre, más o menos. 
B. Contracción manifiesta de la enfermedad; una psicosis peculiar, parafasia, strabismus convergeits, 
perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura. 
C. Un período de sonambulismopersistente, que luego alterna con estados más normales; continuación 
de una serie de síntomas duraderos hasta diciembre de 1881. 
D. Progresiva involución de esos estados y fenómenos hasta junio de 1882. 
En julio de 1880, el padre de la paciente, a quien ella amaba con pasión, contrajo un absceso de 
peripleuritis que no sanó y a consecuencia del cual murió en abril de 1881. 
Durante los primeros meses de esa enfermedad, Anna se consagró al cuidado del enfermo con toda la 
energía de su ser, y a nadie sorprendió que se debilitara mucho. Nadie, quizá tampoco la propia 
paciente, sabía lo que le estaba sucediendo; pero poco a poco empeoró tanto su estado de debilidad, 
anemia, asco ante los alimentos, que para su máximo dolor la alejaron del cuidado del enfermo. 
En rápida sucesión se desarrollaron una serie de graves perturbaciones, en apariencia totalmente 
nuevas. Dolores en el sector posterior izquierdo de la cabeza; strabismus convergens (diplopia), que 
las emociones agravaban mucho; queja de ver inclinarse las paredes (afección del obliqutis). 
Perturbaciones visuales de difícil análisis; paresia de los músculos anteriores del cuello. Contractura y 
anestesia de la extremidad superior derecha y, pasado algún tiempo, de la inferior de ese mismo lado. 
Tampoco las articulaciones del hombro de ambos lados quedaron por completo rígidas. El máximo de 
la contractura afectaba a los músculos del brazo. 
En ese estado empecé a tratar a la enferma, y pronto pude convencerme de estar ante una grave 
alteración psíquica. Existían dos estados de conciencia enteramente separados; alternaban entre sí 
muy a menudo' y sin transición, y fueron divorciándose cada vez más en el curso de la enfermedad. 
En uno de ellos conocía a su contorno, estaba triste y angustiada pero relativamente normal; en el 
otro alucinaba, se «portaba mal», vale decir insultaba, arrojaba las almohadas a la gente. 
En momentos de claridad total, se quejaba de las profundas tinieblas que invadían su cabeza, de que 
no podía pensar, se volvía ciega y sorda, tenía dos yo, el suyo real y uno malo que la constreñía a un 
comportamiento díscolo, etc. 
 12 
Después, simultánea a la formación de las contracturas sobrevino una profunda desorganización 
funcional del lenguaje. Primero se observó que le faltaban palabras, y poco a poco esto cobró 
incremento. Luego, su lenguaje perdió toda gramática, toda sintaxis, la conjugación íntegra del verbo. 
Durante dos semanas enteras cayó en total mutismo. Yo sabía que algo la había afrentado 
{mortificado} mucho y se había decidido a no decir nada. Cuando lo hube colegido y la compelí a 
hablar acerca de ello, desapareció la inhibición. Esto coincidió en el tiempo con el retorno de la 
movilidad en las extremidades del lado izquierdo, en marzo de 1881; la parafasia cedió, pero ahora 
sólo hablaba en inglés. Sólo en momentos de gran angustia el lenguaje se le denegaba por completo 
o mezclaba entre sí los más diversos idiomas. Entonces cedió también el estrabismo, que por último 
aparecía únicamente en caso de emoción violenta; volvió a mover la cabeza. El 1" de abril abandonó 
la cama por primera vez. 
Pero el 5 de abril murió su padre, endiosado por ella, y a quien en el curso de su propia enfermedad 
sólo había visto por breve tiempo y raras veces. Era el más grave trauma psíquico que pudiera afectarla. 
Continuaron la contractura del brazo y la pierna del lado derecho, así como la anestesia, no profunda, 
de esos miembros. Subsistió un alto grado de estrechamiento del campo visual. 
Muy penosa le resultaba la presencia de algunos parientes cercanos, y ese «instinto negativo» fue en 
aumento. Sólo a mí me conocía siempre. 
Ahora sólo hablaba en inglés y no entendía lo que se le decía en alemán. Pero leía en francés e italiano. 
Empezó a escribir de nuevo, pero de una manera curiosa; escribía con la mano izquierda ágil, pero en 
letras de imprenta del tipo «Antigua». 
Se rehusaba por completo a comer; pero permitió que yo la alimentara, de suerte que su nutrición fue 
en rápido aumento. Después que se le suministraba comida, nunca omitía lavarse la boca. 
La somnolencia a la siesta y el sopor profundo hacia el atardecer perduraban. Desdichadamente debí 
partir de viaje esa misma tarde, y cuando regresé varios días después hallé muy empeorada a la 
enferma. Se había abstenido totalmente de comer durante ese tiempo. 
A la siesta, somnolencia; hacia el atardecer, la hipnosis profunda para la cual ella había hallado la 
designación técnica de «clouds» («nubes»). 
Era en extremo llamativa esa oposición entre la enferma diurna enajenada, asediada por alucinaciones, 
y la muchacha con plena claridad espiritual por las noches. A pesar de esta euforia nocturna, su estado 
psíquico siguió empeorando cada vez más; sobrevinieron intensos impulsos suicidas, que volvieron 
imposible que siguiera residiendo en un tercer piso. Por eso se la trasladó contra su voluntad a una 
casa de campo de las cercanías de Viena. 
Ya señalé que en todo el ciclo anterior diariamente aquejaba a la enferma una somnolencia a las 
siestas, que hacia el atardecer se convertía en sueño profundo {«clouds»). (Es muy verosímil derivar 
esta periodicidad simplemente de las circunstancias que rodearon su cuidado del padre, al que se había 
consagrado durante meses. Por la noche velaba junto al lecho del enfermo, o permanecía en su cama 
despierta hasta la mañana, al acecho y llena de angustia; a la siesta se recostaba para reposar algún 
tiempo, como casi siempre suele hacerlo una persona en su situación. 
Por otra parte, se había reparado en que durante sus ausencias diurnas evidentemente forjaba siempre 
alguna situación o historia, de cuya trama daban noticia ciertas palabras murmuradas. 
Las historias, siempre tristes, eran en parte muy lindas, su punto de partida o su argumento era la 
situación de una muchacha sentada ante el lecho de un enfermo y presa de angustia. 
Momentos después de terminado el relato, despertaba, manifiestamente tranquilizada. Si en la hipnosis 
del anochecer no podía referirme la historia, le faltaba aquella calma y al día siguiente era preciso que 
refiriera dos historias para producir esa tranquilidad. 
Lo esencial del fenómeno descrito permaneció constante a lo largo del medio año de observación que 
restaba. 
Tras la muerte de su padre, las historias se volvieron desde luego más trágicas aún. 
En el campo, donde yo no podía visitar a la enferma diariamente, el asunto se desarrolló del siguiente 
modo: Yo acudía al anochecer, cuando la sabía dentro de su hipnosis, y le quitaba todo el acopio de 
 13 
fantasmas {Phantasme] que ella había acumulado desde mi última visita. Esto debía ser exhaustivo si 
se quería obtener éxito. Entonces ella quedaba completamente tranquila. 
Ella sabía que tras la declaración perdería toda su testarudez y «energía»; y cuando (a raíz de un 
intervalo más largo) ya estaba de mal humor, rehusaba «conversar» y yo debía arrancarle las palabras 
esforzándola, y con ruegos y algunos artificios, como empezar yo mismo pronunciando una fórmula 
inicial estereotipada de sus historias. 
Las noches en que no se había conseguido el sosiego por declaración era preciso recurrir al coral. 
El sonambulismo persistente no reapareció; en cambio, prosiguió la alternancia de los dos estados de 
conciencia. 
Su estado mejoró en líneas generales; se podía alimentarla; la paresia por contractura de la pierna 
cedió sustancialmente; también cobró el debido aprecio y gran afecto por el médico que la visitaba, mi 
amigo el doctor B. De gran ayuda fue un perro de Terranova que le habían dado. 
La prueba más nítida del efecto estimulador patógeno que sobre ella ejercían los complejos de 
representación producidos en las ausencias, su «condition seconde», así como de su trámite mediante 
la declaración en estado de hipnosis, la recibí a mi regreso de un viaje de vacaciones de varias semanas. 
En ese intervalo no se emprendió ninguna «talking cure», pues no había caso de que la enferma 
refirierasus historias a alguien que no fuera yo, ni siquiera al doctor B., con quien había simpatizado 
cordialmente. La encontré en un triste estado moral. 
Cuando en el otoño la paciente regresó a la ciudad (a una vivienda distinta de aquella en que había 
enfermado), su estado tanto físico como mental era tolerable, pues muy pocas vivencias, en verdad 
sólo las más profundas, eran procesadas patológicamente como estímulos psíquicos. 
Primero me desilusioné. En diciembre su estado psíquico desmejoró sustancialmente. 
A fines de diciembre, para las Navidades, estuvo particularmente intranquila y en los atardeceres de 
toda esa semana no relataba nada nuevo. 
Así se renovaron su separación del padre, su caída en cama, y a partir de ahí su estado se aclaró y 
sistematizó de una manera muy curiosa. Los dos estados de conciencia se sucedían alternados, y 
siempre así: desde la mañana, y a medida que avanzaba el día, las ausencias (es decir, el afloramiento 
de la «condition seconde») se volvían cada vez más frecuentes, para subsistir ellas solas hacia el 
atardecer. Sólo la conciencia de que el padre había muerto parecía quedarle, no obstante, las más de 
las veces. El retraslado al año anterior se produjo con tanta intensidad que en su nueva vivienda 
alucinaba su dormitorio anterior. 
Ahora bien, ese retraslado al período pasado no se producía de una manera general e indeterminada, 
sino que revivía día por día el invierno anterior. En cuanto a esto, yo habría podido conjeturarlo 
meramente, si no fuera porque en la hipnosis del atardecer ella formulaba en palabras lo que la había 
excitado ese mismo día de 1881. Era muy interesante ver los efectos de repercusión que en el primer 
estado, más normal, ejercían los estímulos psíquicos revividos del estado segundo. Ocurrió que una 
mañana la enferma me dijo sonriendo que no sabía qué tenía, pues estaba enojada conmigo; gracias 
al diario íntimo supe de qué se trataba, y esto se corroboró en la hipnosis del atardecer: en 1881, ese 
mismo anochecer, yo había causado mucho enojo a la paciente. 
La primera vez que por una declaración casual, no provocada, en la hipnosis del anochecer desapareció 
un síntoma que ya llevaba largo tiempo, quedé muy sorprendido. En el verano hubo un período de 
intenso calor, y la paciente sufrió mucho a causa de la sed; entonces, y sin que pudiera indicar razón 
alguna, de pronto se le volvió imposible beber. Tomaba en su mano el ansiado vaso de agua, pero tan 
pronto lo tocaban sus labios, lo arrojaba. 
Cuando esa situación llevaba ya unas seis semanas, se puso a razonar en estado de hipnosis acerca 
de su dama de compañía inglesa, a quien no amaba, y refirió entonces con todos los signos de la 
repugnancia cómo había ido a su habitación, y ahí vio a su perrito, ese asqueroso animal, beber de un 
vaso; ella no dijo nada pues quería ser cortés. Tras dar todavía enérgica expresión a ese enojo que se 
le había quedado atascado, pidió de beber, tomó sin inhibición una gran cantidad de agua y despertó 
de la hipnosis con el vaso en los labios. Con ello la perturbación desaparecía para siempre. 
 14 
A partir de estas experiencias —que los fenómenos histéricos se disipaban en esta enferma tan pronto 
como en la hipnosis reproducía el suceso que había ocasionado al síntoma—, a partir de allí, pues, se 
desarrolló un procedimiento técnico-terapéutico que no dejaba nada cjue desear en materia de 
consecuencia lógica y de realización sistemática. Cada síntoma de este enredado cuadro clínico fue 
abordado por sí; el conjunto de las ocasiones a raíz de las cuales había emergido fueron relatadas en 
secuencia inversa, comenzando desde el día anterior a aquel en que la paciente cayó en cama y yendo 
hacia atrás hasta el ocasionamiento de su primera emergencia;, hecho esto, el síntoma quedaba 
eliminado para siempre. 
Así se «removieron por vía de relato» [«Wcgerzdhlcii»} las paresias por contractura y anestesias, las 
diversas perturbaciones de la visión y la audición, neuralgias, tos, temblores, etc., y por último también 
las perturbaciones del lenguaje. Pero como en la hipnosis del anochecer se iba demasiado despacio, 
pues la enfermedad estaba exigida y se dispersaba por la «declaración» de las otras dos series, y 
además los recuerdos necesitaban su tiempo para desplegarse con su vividez plena, se instituyó el 
siguiente procedimiento; yo acudía a ella por la mañana, la hipnotizaba (eran procedimientos 
hipnóticos muy simples, descubiertos por vía empírica) y le inquiría, concentrados los pensamientos de 
ella en el síntoma en cuestión, por las oportunidades en que había surgido. Entonces la paciente 
designaba, en rápida secuencia y con palabras claves, esos ocasionamientos. También aquí se 
observaba de manera regular que, «apalabrado» un síntoma, emergía con renovada intensidad 
mientras se lo relataba. Así, en el análisis del no-oír, la enferma se volvió tan sorda que a veces debí 
entenderme con ella por escrito.'' Por regla general, la ocasión primera había sido algún terror que 
vivenció mientras cuidaba a su padre, algún descuido de ella, etc. 
No siempre el recordar se conseguía con facilidad, y muchas veces la enferma debió hacer violentos 
esfuerzos. Así, en cierta oportunidad la marcha del proceso se detuvo durante un tiempo porque un 
recuerdo no quería aflorar; se trataba de una alucinación que causaba mucho terror a la enferma: 
había visto a su padre, a quien cuidaba, con una calavera. 
No lamento demasiado que lo incompleto de mis notas me impida aquí reconducir cada rasgo histérico 
a sus ocasionamientos. 
La paciente lo hizo en todos los casos, con la excepción antes mencionada, y, según ya lo he descrito, 
cada síntoma desaparecía tras el relato de la primera ocasión. De esta manera llegó a su término la 
histeria íntegra. 
Dejó entonces Viena para efectuar un viaje, pero hizo falta más tiempo todavía para que recuperara 
por completo su equilibrio psíquico. A partir de ese momento gozó de una salud perfecta. 
 
CARPETA 
Este es el caso que mejor ilustra las ideas de Breuer. Con el demuestra la escisión de los estados 
psíquicos, en conciencia y lo que él llama estado hipnoide (causa a partir de la cual se instalan los 
síntomas histéricos producto de la relación de ese estado hipnoide y un trauma psíquico que dará lugar 
a síntomas patológicos). 
Anna O es una paciente que Breuer atiende desde 1880 hasta junio de 1882. Tenía la edad de 21 años 
y su verdadero nombre era Berta Papenjain. Era descripta como una joven agradecida, exitosa, la 
menor de las hermanas y la más consentida por su padre y una relación poco estrecha con su madre. 
En junio de 1880 se produce el primer ataque histérico junto a la cama donde yacía el padre enfermo. 
Sin embargo, seguido de este ataque, la enferma permanece en un estado latente por un lapso de 5 
meses, cuando recién allí Breuer comienza a atenderla. El era un medico clínico que en principio atendió 
a Ann O por una supuesta tos nerviosa que le producía un gran agotamiento y cansancio físico. Es por 
ello que Breuer, en primera instancia solo presenta a Anna O como una paciente con múltiples síntomas 
físicos y psíquicos tales como fluctuaciones del humor y alucinaciones. 
Durante el proceso, se observo que Anna O poseía dos estados de conciencia: uno normal que 
acontecía durante el día y otro de enajenación o hipnótico que daba lugar por la tarde/noche. 
En primera instancia, Breuer tiende a relacionar los problemas de la paciente con el cuidado intenso 
de su padre enfermo. Pero para indagar más sobre el tema, somete a Anna al método hipnótico 
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(favorecido por la gran facilidad de Anna a sumergirse en este estado), con la aplicación del método 
catártico. Debido a la naturaleza de sus síntomas se trataba de una muchacha de gran inteligencia y 
dotes culturales, pero que sin embargo, para sorpresa de Breuer, tenía poco desarrolla el plano sexual. 
Esta inhibición era suplantada por las constantes alucinaciones que Anna presentaba, en lo que ella 
llamaba comosu teatro lleno de ensoñaciones. 
Hacia Abril de 1881 el padre de la paciente fallece y se pone fin a los cuidados del enfermo, y es en 
este momento cuando aparecen los primeros síntomas de debilidad, asco a los alimentos y una tos 
nerviosa realmente agotadora. A esto le siguió un estrabismo convergente, desviación de la mirada, 
padecimiento de los músculos del cuello, fuertes dolores de cabeza, sensación de que las paredes se 
venían sobre ella, etc. 
A partir de estos síntomas Breuer distingue dos estados de conciencia en Anna: uno relativamente 
normal con cierta depresión y otro alterado con presencia de alucinaciones y ataques de ira, en los 
cuales solía arrojar todo elemento que se le cruzaba. 
Por lo general, a la siesta, Anna se sometía a un estado de somnolencia que duraba hasta después de 
una hora de la puesta de sol, y después, cuando se despertaba manifestaba una queja que por lo 
general la expresaba con el término “martirizar”. 
Además, se agregaba una desorganización funcional del lenguaje como la falta de palabras, perdida 
de gramática y sintaxis, que termino por concluir en el mutismo. Este mutismo según Breuer, era el 
sustituto de un trauma que le hace contar en el estado hipnótico y para su sorpresa, a medida que en 
este estado se relata este suceso, el mutismo va cediendo. Sin embargo, comienza un síntoma poco 
típico que consistía en que Anna hablaba solo en ingles y comprendía en alemán. Más tarde, también 
aparece la contractura en el brazo y un estado de ensimismamiento, al mismo tiempo que continuaba 
hablando en ingles pero que ya no comprendía el alemán y solo leía en francés y en italiano. Por último, 
se rehusaba a comer y el mismo Breuer debía alimentarla. 
En medio del tratamiento Breuer debió viajar, y en este periodo Anna empeora notablemente. En su 
retorno, Breuer propone evocarse en la hipnosis para producir una catarsis que le conduzca al recuerdo 
de los episodios traumáticos que eran origen de sus síntomas. Por medio de la hipnosis y por 
consiguiente, por medio de la palabra (a lo que Anna denominaba como talking cure), se descubrió la 
etiología de una diversidad de síntomas: 
-Hidrofobia: en un verano muy caluroso, la paciente tiene el recuerdo de haber sufrido mucho de sed, 
hecho que contribuyo a la imposibilidad de tomar agua, asociado a otro suceso particular en que Anna 
recuerda ver a un perro tomar de su vaso de agua. Luego de relatadas estas cuestiones, Anna despierta 
con un vaso en la mano. 
Con esto Breuer descubrió que por medio del relato, se lograba la remoción de los síntomas. Solo 
bastaba preguntar en el estado hipnoide sobre el primer momento en que este síntoma había aflorado, 
lo que permitía la reactualización de los estados afectivos vivenciados en el acontecimiento traumático. 
-Parálisis del brazo: estando dormida al lado del lecho del padre enfermo, Anna se duerme sobre su 
brazo y alucina que una serpiente se acercaba hacia su padre queriendo morderlo, por lo que ella trata 
de ahuyentarla pero su brazo no le respondía. Allí fue cuando vio sus dedos transformados en 
serpientes y sus uñas en calaveras. Cuando la serpiente se había ido, quiso con todas sus fuerzas rezar 
pero no puedo hablar, solo se le ocurrió un verso en ingles. Esto dio lugar a la parafasia que consistía 
hablar en ingles. 
Con esto queda demostrado que los síntomas no eran arbitrios, sino fuertemente determinados 
(determinismo) por la situación traumática. 
-Estrabismo convergente: estando sentada junto a su padre con los ojos llorosos, este le pregunta qué 
hora era pero ella no pudo ver claro. 
-Toz nerviosa: le sobrevino cuidando al enfermo (con lo cual queda demostrado que el nudo patógeno 
residía en el cuidado del enfermo, lo que le provocaba una fuerte angustia), cuando escucha una 
música bailable proveniente de la casa vecina que despertó su deseo de estar allí, pero a la vez su 
autoreproche, por lo cual reacciono ante ello con una tos nerviosa. Seguido de ello, cada vez que Anna 
escuchaba música, tocia. 
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Además, Breuer concluye que la familia de Anna tenía antecedentes de enfermedades nerviosas, y no 
solo ello, sino también que en la estructura familiar, se llevaba una vida monótona que hizo que el 
deseo sexual de la joven deba desplazarse a la fantasía. 
Si bien Anna nunca fue totalmente curada, varios de sus síntomas disminuyeron o desaparecieron. 
 
Sobre los mecanismos psíquicos de los fenómenos histéricos-1893. 
Investigamos, en las más diversas formas y síntomas de la histeria, su ocasionamiento: el proceso en 
virtud del cual el fenómeno en cuestión se produjo la primera vez, hecho este que suele remontarse 
muy atrás en el tiempo. En la gran mayoría de los casos no se consigue aclarar ese punto inicial 
mediante el simple examen clínico, esto se debe en parte a que suele tratarse de vivencias que al 
enfermo le resulta desagradable comentar, pero, principalmente, a que en realidad no las recuerda, y 
no vislumbra el nexo causal entre el proceso ocasionador y el fenómeno patológico. Casi siempre es 
preciso hipnotizar a los enfermos para despertarles los recuerdos de aquel tiempo en que el síntoma 
afloro por primera vez, asi se consigue evidenciar el mencionado nexo de la manera mas nítida posible. 
En el aspecto teorico, en el caso de la histeria traumatica es evidente que fue el accidente el que 
provoco el síndrome. Y se puede decir que los síntomas de la histeria cuyas causas son idiopáticas, 
mantienen con el trauma ocasionador un nexo estricto. 
La desproporción entre los años que dura el síntoma histérico y su ocasionamiento único es la misma 
que estamos habituados a ver de una manera regular en la neurosis traumatica; con arta frecuencia 
son sucesos de la infancia los que han producido para todos los años subsiguientes un fenómeno 
patológico mas o menos grave. 
El nexo suele ser tan claro que es visible como el suceso ocasionador produjo justamente este 
fenómeno y no otro. Este ultimo, entonces, esta determinado de manera nítida por su ocacionamiento. 
En otros casos el nexo no es tan simple; solo consiste en un vinculo por asi decir simbolico entre el 
ocacionamiento y el fenómeno patológico. Y en otros, un determinismo de esa índole no se ofrece al 
entendimiento de primera intención; entre ellos se cuentan justamente los síntomas histéricos típicos. 
Tales observaciones parecen demostrarnos la analogía patógena entre la histeria corriente y la neurosis 
traumatica, y justificar una extensión del concepto de “histeria traumatica”. En el caso de la neurosis 
traumatica, la causa eficiente de la enfermedad no es la infima lecion corporal; lo es, en cambio, el 
afecto de horror: el trauma psíquico. Es preciso aquí designar trauma psíquico: una vivencia que suscite 
los afectos penosos del horror, la angustia, la vergüenza, el dolor psíquico; y, desde luego, de la 
sensibilidad de la persona afectada dependerá que la vivencia se haga valer como trauma. 
No es raro que en la histeria corriente hallemos, en lugar de un gran trauma, varios traumas parciales, 
unas ocasiones agrupadas que sólo en su sumación pudieron exteriorizar efecto traumático y forman 
una trama en la medida en que constituyen los capítulos de una historia de padecimiento. En otros 
casos, en cambio, son circunstancias al parecer indiferentes en sí mismas las que por su conjugación 
con el suceso de genuina eficacia, o con un momento temporal, particularmente sensible, han adquirido 
la dignidad de traumas, que de otro modo no les correspondería, pero que conservan desde entonces. 
El trauma, como agente provocador, desencadenaría al síntoma, el cual subsistiría luego, ya devenido 
autónomo. Antes bien, debemos aseverar que el trauma psíquico, o bien el recuerdo de él, obra al 
modo de un cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que ser considerado 
como de eficacia presente. 
Descubrimos, en efecto, que los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar 
cuando se conseguía despertar conplena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, 
convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso 
de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto. Un recordar no acompañado de 
afecto es casi siempre totalmente ineficaz; el decurso del proceso psíquico originario tiene que ser 
repetido con la mayor vividez posible. En tal caso, cuando los fenómenos respectivos son de 
estimulación, como convulsiones, neuralgias, alucinaciones, ellos afloran una vez más con intensidad 
total y luego desaparecen para siempre. Deficiencias funcionales, parálisis y anestesias, desaparecen 
de igual modo, desde luego sin que sea nítida su agudización momentánea. 
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Tenemos derecho a concluir de estas observaciones que el proceso ocasionador produce efectos de 
algún modo durante años todavía, no indirectamente por mediación de una cadena de eslabones 
causales intermedios, sino de manera inmediata como causa desencadenante, al modo en que un dolor 
psíquico recordado en la conciencia despierta suscita en un momento posterior la secreción lacrimal: 
el histérico padece por la mayor parte de reminiscencias (entendiendo a la reminiscencias como 
fragmentos olvidados que no pueden acceder a la consciencia pero producen efectos). 
El empalidecimiento o pérdida de afectividad de un recuerdo depende de varios factores. Lo que sobre 
todo importa es si frente al suceso afectante se reaccionó enérgicamente o no. Por «reacción» 
entendemos aquí toda la serie de reflejos voluntarios e involuntarios en que se descargan los afectos: 
desde el llanto hasta la venganza. Si esta reacción se produce en la escala suficiente, desaparece 
buena parte del afecto. Si la reacción es sofocada, el afecto permanece conectado con el recuerdo. Un 
ultraje devuelto, aunque sólo sea de palabra, es recordado de otro modo que un ultraje que fue preciso 
tragarse. La reacción del dañado frente al trauma sólo tiene en verdad un efecto plenamente 
«catártico» si es una reacción adecuada, corno la venganza. Pero el ser humano encuentra en el 
lenguaje un sustituto de a acción; con su auxilio el afecto puede ser «abreaccionado» casi de igual 
modo. Cuando no se produce esa reacción de obra, de palabra, o mediante el llanto en los casos más 
leves, el recuerdo del hecho conserva en principio su tinte afectivo. La «abreacción» no es, empero, el 
único modo de tramitación de que dispone el mecanismo psíquico normal de la persona sana cuando 
ha experimentado un trauma psíquico. Su recuerdo, aunque no se lo abreaccione, entra en el gran 
complejo de la asociación, seinserta junto a otras vivencias que acaso lo contradicen, es rectificado 
por otras representaciones. 
A esto se suma esa universal borradura de las impresiones, ese empalidecimiento de los 
recuerdos que llamamos «olvido», y que desgasta sobre todo a las representaciones ya 
ineficaces afectivamente. 
Ahora bien, de nuestras observaciones se sigue que los recuerdos que han devenido ocasionamientos 
de fenómenos histéricos se han conservado durante largo tiempo con asombrosa frescura y con su 
plena afectividad. Aquí debemos mencionar otro hecho llamativo, que hemos de valorizar luego: los 
enfermos no disponen de estos recuerdos como disponen del resto de su vida. Al contrario, estas 
vivencias están completamente ausentes de la memoria de los enfermos en su estado psíquico habitual, 
o están ahí presentes sólo de una manera en extremo sumaria. Unicamente si se indaga a los enfermos 
en estado de hipnosis, esos recuerdos acuden con la vividez intacta de unos acontecimientos frescos. 
Se demuestra que esos recuerdos corresponden a traumas que no han sido suficientemente 
«abreaccionados», y a poco que ahondemos en las razones que impidieron esto último descubriremos 
al menos dos series de condiciones bajo las cuales es interceptada la reacción frente al trauma. 
En el primer grupo incluimos los casos en que los enfermos no han reaccionado frente a traumas 
psíquicos porque la naturaleza misma del trauma excluía una reacción (como por ejemplo la pérdida, 
que se presentó irreparable, de una persona amada), o porque circunstancias sociales la 
imposibilitaron, o porque se trataba de cosas que el enfermo quería olvidar y por eso adrede las 
reprimió (desalojó) de su pensar conciente, las inhibió y sofocó. A esas cosas penosas, justamente, se 
las halla luego en la hipnosis como base de fenómenos histéricos. (Aquí aparece por primera vez el 
termino reprimir, con el sentido que luego tendrá en el psicoanálisis. En algunas de sus apariciones el 
verbo reprimir va acompañado de la palabra “intencionalmente”. Freud explica que el acto de la 
represión es introducido por un empeño voluntario, cuyo motivo es posible señalar. Asi pues, la palabra 
intencionalmente no hace sino indicar la existencia de un motivo, y no implica que haya intención 
consciente). 
La segunda serie de condiciones no están comandadas por el contenido de los recuerdos, sino por los 
estados psíquicos en que sobrevinieron las vivencias en cuestión: en la hipnosis, uno halla como 
ocasionamiento de síntomas histéricos también representaciones que, sin ser significativas en sí 
mismas, deben su conservación a la circunstancia de haberse generado en afectos graves y 
paralizantes, como el terror, o directamente en estados psíquicos anormales, como ser un estado del 
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soñar despierto o de autohipnosis. Aquí fue la naturaleza de esos estados lo que imposibilitó reaccionar 
frente a lo que sucedía. 
Ambas clases de condiciones pueden desde luego conjugarse, y de hecho lo hacen a menudo. 
Ahora bien, ambos grupos de condiciones tienen en común que los traumas psíquicos no tramitados 
por vía de reacción no lo son tampoco mediante procesamiento asociativo. En el primer grupo es el 
designio del enfermo el que quiere olvidar las vivencias penosas y excluirlas en lo posible de la 
asociación; en el segundo, ese procesamiento asociativo no se produce por falta de un vasto enlace 
asociativo entre el estado de conciencia normal y el patológico en que se generaron aquellas 
representaciones. Enseguida tendremos ocasión de considerar con más detalle estas constelaciones. 
Cabe decir, pues, que las representaciones devenidas patógenas se conservan tan frescas y con tanto 
vigor afectivo porque les es denegado el desgaste normal por abreacción y por reproducción en estados 
de asociación desinhibida. 
Nos vimos precisados a hablar de unos estados anormales de conciencia en que se generan esas 
representaciones patógenas, y a destacar el hecho de que el recuerdo del trauma psíquico eficiente no 
se halla en la memoria normal del enfermo, sino en la memoria del hipnotizado. Pues bien; mientras 
más nos ocupábamos de estos fenómenos, más seguro se volvía nuestro convencimiento de que 
aquella escisión de la conciencia, tan llamativa como doble consciencia los casos clásicos consabidos, 
existe de manera rudimentaria en toda histeria; entonces, la inclinación a disociar y, con ello, al 
surgimiento de estados anormales de conciencia, que resumiremos bajo el nombre de «hipnoides», 
sería el fenómeno básico de esta neurosis. 
Por eso, en la tesis de Breuer, base y condición de la histeria es la existencia de estados hipnoides. 
Estos últimos, a pesar de su diversidad, coinciden entre sí y con la hipnosis en un punto: las 
representaciones que en ellos afloran son muy intensas, pero tienen bloqueado el comercio asociativo 
con el restante contenido de la conciencia. 
Sí tales estados hipnoides existen antes que se contraiga la enfermedad manifiesta, ofrecen el terreno 
sobre el cual el afecto instalará al recuerdo patógeno junto con los fenómenos somáticos que son su 
consecuencia. Este comportamiento corresponde a la histeria de predisposición. Pero de nuestras 
observaciones se sigue que un trauma grave (como el de la neurosis traumática), una sofocación 
trabajosa (p. ej., del afecto sexual), pueden producir una escisión de grupos de representaciones