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1 PSICOLOGIA PROFUNDA. UNIDAD I: ORIGINALIDAD DEL DESCUBRIMIENTO FREUDIANO. Una dificultad del psicoanálisis. (1917). Desde el comienzo mismo quiero decir que no me refiero a una dificultad intelectual, algo que impidiera al receptor (oyente o lector) entender el psicoanálisis, sino a una dificultad afectiva: algo por lo cual el psicoanálisis se enajena los sentimientos del receptor disuadiéndolo de prestarle interés o creencia. Quien no pueda dispensar suficiente simpatía a una causa tampoco la comprenderá muy fácilmente. En el psicoanálisis se ha plasmado algo así como una teoría conocida bajo el nombre de teoría de la libido. Según es notorio, el psicoanálisis se ocupa de esclarecer y eliminar las perturbaciones llamadas neuróticas. Para resolver este problema se debía hallar un punto de abordaje, y se resolvió buscarlo en la vida pulsional del alma La concepción popular divide entre hambre y amor como subrogantes de las pulsiones: de las que pujan por conservar al individuo y de las que aspiran a su reproducción. Adhiriendo a esta sugerente separación, nosotros distinguimos también en el psicoanálisis entre las pulsiones de autoconservación o yoicas y las pulsiones sexuales, y llamamos libido —apetencia sexual—a la fuerza con que la pulsión sexual emerge en la vida anímica. Averiguamos que, para entender las neurosis, las pulsiones sexuales son —y con mucho— las de mayor valor; que las neurosis constituyen por así decir las enfermedades específicas de la pulsión sexual. Llegamos a saber que de la cantidad de la libido y de la posibilidad de satisfacerla y descargarla mediante esa satisfacción depende que un ser humano contraiga o no una neurosis; que la forma en que se contrae la enfermedad es comandada por la manera en que el individuo ha transitado la vía de desarrollo de la función sexual, o (en nuestra terminología) por las fijaciones que su libido ha experimentado en el curso de su desarrollo. Nuestro empeño terapéutico obtuvo su mayor éxito en cierta clase de neurosis que surgen del conflicto entre las pulsiones yoicas y las sexuales. En efecto, en los seres humanos sucede que los reclamos de las pulsiones sexuales, reclamos que por cierto desbordan el ámbito del individuo, aparezcan ante el yo como unos peligros que amenazan su autoconservación o su autorrespeto. Entonces el yo se pone a la defensiva, deniega a las pulsiones sexuales la satisfacción deseada y las constriñe a los rodeos de una satisfacción sustitutiva, rodeos que se dan a conocer como síntomas neuróticos. La terapia psicoanalítica consigue entonces someter el proceso represivo {proceso de desalojo} a una revisión y guiar el conflicto hacia un mejor desenlace, conciliable con la salud. En el curso del trabajo terapéutico tenemos que preocuparnos por la distribución de la libido en el enfermo; pesquisamos aquellas representaciones-objeto a las cuales su libido está ligada, y la liberamos a fin de ponérsela a disposición del yo. Nos vimos precisados a suponer que al comienzo del desarrollo individual toda libido (todo querer alcanzar erótico, toda capacidad de amor) se anuda a la persona propia; en nuestra terminología: inviste al yo propio. Sólo más tarde acontece, por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes necesidades vitales, que la libido desborda desde el yo sobre los objetos exteriores; únicamente entonces estamos en condiciones de discernir las pulsiones libidinosas como tales y distinguirlas de las pulsiones yoicas. La libido puede volver a desasirse de estos objetos y retirarse al interior del yo. Al estado en que el yo retiene junto a sí a la libido lo llamamos narcisismo. Atribuimos entonces al individuo un progreso cuando pasa del narcisismo al amor de objeto. Pero cierto monto de libido permanece siempre junto al yo, cierta medida de narcisismo persiste aun en el más desarrollado amor del objeto. La libido de objeto fue primero libido yoica y puede volver a transponerse en libido yoica. El narcisismo universal, el amor propio de la humanidad, ha recibido hasta hoy tres graves afrentas de la investigación científica: a. El hombre creyó primero, en los comienzos de su investigación, que su morada, la Tierra, se encontraba en reposo en el centro del universo. la posición central de la Tierra era para él una garantía 2 de su papel dominante en el universo y le parecía que armonizaba bien con su inclinación a sentirse el amo de este mundo. Asociamos el aniquilamiento de esta ilusión narcisista con el nombre y la obra de Nicolás Copérnico en el siglo xvi. Esta es su primera afrenta, la cosmológica. b. En el curso de su desarrollo cultural, el hombre se erigió en el amo de sus semejantes animales. Mas no conforme con este predominio, empezó a interponer un abismo entre ellos y su propio ser. Los declaró carentes de razón y se atribuyó a sí mismo un alma inmortal, pretendiendo un elevado linaje divino que le permitió desgarrar su lazo de comunidad con el mundo animal. Cosa notable: esa arrogancia es ajena al niño pequeño, así como al primitivo y al hombre primordial. Todos sabemos que fueron los estudios de Charles Darwin, de sus colaboradores y precursores, los que hace poco más de medio siglo pusieron término a esa arrogancia. El hombre no es nada diverso del animal, no es mejor que él; ha surgido del reino animal y es pariente próximo de algunas especies, más lejano de otras. Esta es la segunda afrenta, la biológica, al narcisismo humano. c. Sin duda que la más sentida fue la tercera afrenta, la psicológica. El hombre, aunque degradado ahí afuera, se siente soberano en su propia alma. El se ha creado en algún lugar del núcleo de su yo un órgano de vigilancia que examina sus propias mociones y acciones para determinar si armonizan con sus exigencias. Si no lo hacen, son inhibidas y relegadas sin miramientos. Su percepción interna, la conciencia, anoticia al yo de toda clase de procesos significativos que se desarrollan dentro de la fábrica anímica; y la voluntad, guiada por tales noticias, ejecuta lo que el yo ordena, modifica lo que querría consumarse de manera autónoma. Pero el yo se siente seguro de que sus noticias son completas y confiables, y seguro también de la viabilidad de sus órdenes. Ahora bien: en ciertas enfermedades no es así; entre ellas, justamente, en las neurosis estudiadas por nosotros. El yo se siente incómodo, tropieza con límites a su poder en su propia casa, el alma. De pronto afloran pensamientos que no se sabe de dónde vienen; tampoco se puede hacer nada para expulsarlos. Y estos huéspedes extraños hasta parecen más poderosos que los sometidos al yo. El yo se dice que eso es una enfermedad, una invasión ajena, y redobla su vigilancia; pero no puede comprender por qué se siente paralizado de una manera tan rara. El psicoanálisis se consagra a esclarecer esos ominosos {unheimlich} casos patológicos, emprende largas y cuidadosas indagaciones, se procura conceptos auxiliares y construcciones científicas, y por fin puede decir al yo: «No estás poseído por nada ajeno; es una parte de tu propia vida anímica la que se ha sustraído de tu conocimiento y del imperio de tu voluntad. Por eso tu defensa es tan endeble; luchas con una parte de tu fuerza contra la otra parte. Me veo obligado a decir que la culpa reside en ti mismo. Has sobrestimado tu poder al creer que podrías hacer lo que quisieras con tus pulsiones anímicas. Entonces ellas se han sublevado y han emprendido sus propios, oscuros, caminos a fin de sustraerse de la sofocación. Y no te has enterado del modo en que lo consiguieron ni de los caminos que transitaron; sólo ha llegado a tu conocimiento el resultado de ese trabajo, el síntoma. Lo anímico en ti no coincide con lo consiente para ti; que algo ocurra en tu alma y que además te enteres de ello no son dos cosas idénticas. De ordinario, lo admito, el servicio que trasmite noticias a tu conciencia basta para tus necesidades. en todos los casos esas noticias de tu concienciason incompletas y a menudo sospechosas; también sucede hartas veces que sólo llegas a conocer los acontecimientos cuando ya se consumaron y no los puedes cambiar. Entra en ti, en lo profundo de ti, y aprende primero a conocerte; luego comprenderás por qué debiste enfermar y acaso evitarás enfermarte». Así instruiría el psicoanálisis al yo. Ahora bien, esos dos esclarecimientos; que la vida pulsional de la sexualidad en nosotros no puede domeñarse plenamente, y que los procesos anímicos son en sí inconscientes, volviéndose accesibles y sometiéndose al yo sólo a través de una percepción incompleta y sospechosa, equivalen a aseverar que el yo es el amo en su propia casa. Ambos, reunidos, representan la tercera afrenta al amor propio, que yo llamaría psicológica. No cabe asombrarse, pues, de que el yo no otorgue su favor al psicoanálisis y se obstine en rehusarle su crédito. para la ciencia y para la vida, significaría el supuesto de unos procesos anímicos inconscientes. Apresurémonos a agregar, empero, que no fue el psicoanálisis el primero en darlo. Cabe citar como predecesores a renombrados filósofos, sobre todo al gran pensador Schopenhauer. 3 Las resistencias contra el psicoanálisis. (1925). Como objeto de estudio la reacción anímica frente a lo nuevo. El psicoanálisis, en su origen, tuvo una intencionalidad Que un lactante se refugie llorando en brazos de su niñera a la vista de un rostro extraño; que un hombre piadoso reciba la nueva estación con una plegaria, y salude los primeros frutos del año con una bendición; he ahí situaciones cuya diversidad es evidente. Sería erróneo, empero, desconocer lo que esas situaciones tienen en común. En todas se trata del mismo displacer: en el niño encuentra una expresión elemental, en la persona piadosa es conjurado mediante un artificio, en el campesino se erige en el motivo de una decisión. Ahora bien, la fuente de ese displacer es el reclamo que lo nuevo dirige a la vida anímica; el gasto psíquico que exige, la inseguridad que conlleva y que se intensifica hasta la expectativa angustiada. Sería muy interesante tomar puramente terapéutica; se proponía crear un nuevo tratamiento eficaz para las enfermedades neuróticas. Al final pretendió haber colocado sobre una nueva base toda nuestra concepción de la vida anímica. Tras ser ignorado por completo durante un decenio, de pronto pasó a ser objeto del interés más universal. No entraremos a considerar aquí las formas en que se expresó la resistencia al psicoanálisis. Baste con señalar que la lucha en torno de esta innovación no ha terminado todavía. Nuestro interés habrá de dirigirse aquí, solamente, a considerar en particular la motivación de la resistencia al psicoanálisis. El abordaje clínico se ve precisado a situar las neurosis en la proximidad de las intoxicaciones o de enfermedades como la de Basedow. Se trata de estados que se producen por el exceso o la carencia relativa de determinadas sustancias muy activas. Si alguien consiguiera aislar y presentar la o las sustancias hipotéticas pertinentes para las neurosis, su descubrimiento no debería temer objeción de parte de los médicos. Sólo que provisionalmente ningún camino nos lleva a ello. Por ahora no tenemos más remedio que partir del cuadro sintomático de las neurosis, que, en el caso de la histeria, por ejemplo, se compone de perturbaciones corporales y anímicas. Ahora bien, los experimentos de Charcot, así como las observaciones clínicas de Breuer, enseñaron que también los síntomas corporales de la histeria son psicógenos, vale decir, sedimentos de procesos anímicos trascurridos. El psicoanálisis hizo suyo este nuevo conocimiento, y empezó a preguntarse por la naturaleza de esos procesos psíquicos que dejaban tan insólitas secuelas. Pero esta orientación de las investigaciones no coincidía con las ideas dominantes en la generación contemporánea de médicos. Estos habían sido educados en el respeto exclusivo por los factores anatómicos, físicos y químicos. No estaban preparados para la apreciación de lo psíquico, y por eso le mostraron indiferencia y antipatía. Dudaban, era evidente, de que las cosas psíquicas admitiesen un tratamiento exacto y científico. Les parecieron nebulosas, fantásticas, místicas; y simplemente denegaron creencia a los asombrosos fenómenos que la investigación habría podido tomar como punto de partida. Juzgaron a los síntomas de las neurosis histéricas como resultado de la simulación, y a los fenómenos del hipnotismo, como un fraude. En ese período materialista —o, mejor, mecanicista—, la medicina hizo grandiosos progresos, pero también exhibió un miope desconocimiento de lo supremo y más difícil entre los problemas de la vida. Dada esa actitud hacia lo psíquico, es concebible que los médicos no hallaran simpático el psicoanálisis. Pero a cambio, se creería, la nueva doctrina habría debido recibir tanto más fácilmente la aquiescencia de los filósofos. Es que ellos sí estaban habituados a admitir conceptos abstractos. Pero ahí surgió otro obstáculo. Lo psíquico de los filósofos no era lo psíquico del psicoanálisis. En su gran mayoría, ellos llaman psíquico sólo a lo que es un fenómeno de conciencia. A todo lo otro que acaso suceda en el «alma», esa alma tan difícil de aprehender, lo destronan y lo sitúan entre las precondiciones orgánicas o los procesos paralelos de lo psíquico. Dicho más estrictamente: el alma no tiene otro contenido que los fenómenos de conciencia; y por ende tampoco la ciencia del alma, la psicología, tiene otro objeto. ¿Qué puede decir entonces el filósofo? Dice, desde luego, que algo anímico inconsciente es un disparate. No ha prestado atención a la hipnosis, no se ha empeñado en interpretar sueños —más bien 4 los considera, lo mismo que el médico, productos sin sentido de la actividad mental rebajada durante el dormir. Así pues, la posición del psicoanálisis, intermedia entre medicina y filosofía, sólo le deparó desventajas. El médico lo considera un sistema especulativo y no quiere creer que descansa, como cualquier otra ciencia natural, en una elaboración paciente y empeñosa de hechos del mundo de la percepción; el filósofo, que lo mide con el rasero de su propio sistema, construido en forma artificiosa, halla que parte de premisas imposibles y le reprocha que sus conceptos básicos (todavía en desarrollo) carecen de claridad y precisión. Según la teoría psicoanalítica, los síntomas de las neurosis son satisfacciones sustitutivas, desfiguradas, de fuerzas pulsionales sexuales a las que, por obra de resistencias interiores, se les denegó una satisfacción directa. Más tarde, intentó demostrar que esos mismos componentes sexuales, susceptibles de desviarse de sus metas inmediatas y de dirigirse a otras, aportan las más importantes contribuciones a los logros culturales del individuo y de la comunidad. Se arrojaron sobre el psicoanálisis como si hubiera cometido un atentado contra la dignidad del género humano. Le reprocharon «pansexualismo», a pesar de que la doctrina psicoanalítica de las pulsiones siempre había sido rigurosamente dualista- y nunca había dejado de reconocer, junto a las pulsiones sexuales, otras a las que atribuía, justamente, la fuerza para sofocarlas. La oposición se designó, primero, «pulsiones sexuales y pulsiones de autoconservación»; en un giro posterior de la teoría, reza «Eros y pulsión de muerte o de destrucción». Fue tildada de degradación de los bienes supremos de la cultura, y se proclamó con insistencia que el ser humano tenía otros intereses que los meramente sexuales. La cultura humana se sostiene sobre dos pilares; el gobierno de las fuerzas de la naturaleza y la limitación de nuestras pulsiones. Entre los componentes pulsionales sujetos a ese servicio, las pulsiones sexuales —en el sentido estrecho— se destacan por su intensidad y su carácter cerril. ¡Guay de que se las libere!; el trono sería derribado, y pisoteada la soberana. La sociedad lo sabe. . . y no quiereque se hable de ello. Pero la sociedad no quiere saber nada de que se descubran estas constelaciones, porque en más de un sentido tiene mala conciencia. En primer lugar, ha entronizado un elevado ideal de eticidad —y eticidad es limitación de las pulsiones—, cuyo cumplimiento exige a todos sus miembros, y no se preocupa de lo pesada que pueda resultarle al individuo la carga de esa obediencia. Pero no es tan rica ni se encuentra tan bien organizada como para resarcir al individuo en una medida acorde a la extensión de su renuncia de lo pulsional. Por tanto, queda librado a él hallar los caminos que le permitan procurarse una compensación suficiente a cambio del sacrificio impuesto, a fin de preservar su equilibrio anímico. Exigencias pulsionales insatisfechas hacen que sienta como una presión permanente los reclamos de la cultura. El psicoanálisis descubre los puntos débiles de este sistema, y aconseja modificarlo. Propone aflojar la severidad de la represión de las pulsiones. A consecuencia de esta crítica, se sintió al psicoanálisis como «enemigo de la cultura» y se lo proscribió como «peligro social». Mas esta resistencia no será eterna. El psicoanálisis puso fin a los cuentos de hadas sobre el carácter asexual de la infancia; demostró que en el niño pequeño, desde el comienzo de la vida, se registran intereses y prácticas sexuales; para después, a partir de la pubertad, entrar al servicio de la función de reproducción. Discernió que la vida sexual de la primera infancia culmina en el llamado complejo de Edipo, la ligazón afectiva con el progenitor del sexo opuesto y la actitud de rivalidad hacia el del mismo sexo. De hecho —sostuvo el psicoanálisis—, todo individuo ha recorrido esta fase, pero luego reprimió y olvidó su contenido con enérgico esfuerzo {Anstrengung}. El horror al incesto y una potente conciencia de culpa eran los relictos de esta prehistoria individual. Quizás había ocurrido exactamente lo mismo en la prehistoria general de la especie humana. No estaba permitido mentarle al adulto justamente esa prehistoria, que más tarde le pareció tan deshonrosa; empezó a enfurecerse cuando el psicoanálisis quiso descorrer el velo de la amnesia de su infancia. 5 Por tanto, las intensas resistencias al psicoanálisis no eran de naturaleza intelectual, sino que brotaban de fuentes afectivas. Así se explicaban su apasionamiento y su desprecio por la lógica. La situación obedeció a una fórmula simple: los seres humanos, como masa, se comportaron hacia el psicoanálisis exactamente como lo hacían los individuos neuróticos a quienes se trataba por sus dolencias. CARPETA En primer lugar para comprender la teoría psicoanalítica se debe ubicar a Freud en el ethos cultural de la época. Del término Ethos proviene la palabra “ética”, la cual se traduce en “costumbre”. Por ello es que los griegos, con este término, se referían al modo de ser de una cultura en un momento determinado. El ethos de la gracia clásica define al hombre en función a la política (ser humano como animal político y ciudadano perteneciente a una polis, separado de todo aquello no humano conocido como barbaros). Volviendo al principio, es imposible entender a Freud si no se analiza su contexto y el imaginario social (conjunto de representaciones de una colectividad): la primera guerra mundial, por ejemplo, fue un estimulo para Freud para crear el concepto de pulsión de muerte, sumado a las contribuciones de su enfermedad mortal. Freud nace el primero de mayo de 1856 y escribe sus primeros textos en 1893, aunque sus obras más importantes se le atribuyen a partir de 1900 hasta su posterior muerte en 1939. Sus obras y sus teorías son consideradas de gran importancia hasta en la actualidad por su influencia acerca de los estudias sobre el conocimiento del hombre en sí mismo, ya que por ejemplo, hoy en día un ser humano no podría considerarse desprovisto de inconsciente. Cualquier ser humano entendería que hay parte de su psiquis que no maneja. Además, su influencia llego hasta tal punto que los conceptos freudianos están involucrados en el habla social cotidiana (es común escuchar hablar sobre los lapsus, el complejo de Edipo, del trauma, etc.). y es que nadie antes que Freud había logrado incorporar tales temas en términos científicos, temas que hasta ese momento estaban excluidos de la reflexión. Todas las teorías posteriores, aun así aquellas catalogadas como anti-psicoanalistas, no han podido excluir los planteos de Freud, ya sea porque parten de ellos o porque se les oponen. Los estudios realizados por Freud no solo afectaron a las disciplinas psicológicas, sino que más bien a las ciencias humanas en general, ya sea la sociología, las ciencias naturales, la antropología, etc. Refiriéndose un poco la historia de la psicología se entiende que hacia 1873/9 surge el primer laboratorio de psicología experimental de la mano de Wundt. Allí, el acuña el método de las ciencias naturales (cuyas bases se hallan en la física), sobre un objeto que hasta entonces no era considerado como tal. Desde el siglo XV, con Galileo y Newton, hasta el siglo XX las ciencias exactas eran las predominantes, lo que caracterizo al llamado modernismo. El método adecuado en esta época era el experimental, es decir, aquel aplicado en una situación artificial con los fines de observar un fenómeno repetidas veces y llegar a una misma conclusión. Por lo tanto, la psicología surge en este contexto epistemológico, como psicología experimental, teniendo como objeto a la consciencia y sus funciones, cuya función más básica es la sensación que consiste en el registro de los datos sensoriales. Las diversas sensaciones se unifican en la percepción. Wundt en primera instancia, comenzó por estudiar las sensaciones táctiles, es decir, la estimulación mínima necesaria para percibir un estimulo. Es por ello que la psicología fue llamada también como psicofísica. Otros psicólogos importantes de la época fueron Fechner, Von Ehrenfels, Pretano, a quienes se le atribuyen descubrimientos tales como el umbral sensorial, el tiempo de reacción, etc., que aun hoy tienen vigencia. Todo esto resume el contexto epistémico en el cual surge Freud. Freud se forma como medio bajo los paradigmas de la fisiología y la psicología experimental. Nace en Friburgo, perteneciente a una región llamada Moravia, de la actual república Checa. Años más tarde por motivos laborales del padre se mudan a Viena (capital de Austria). 6 Lo curioso es que Freud desarrolla una teoría opuesta a la concepción de su época, por lo que es considerado como un autor revolucionario por su trascendencia del ethos cultural de la época que se regía por parámetros racionales, cientificismo experimental, observación, etc. Sin embargo, el arte de la época, conocido como romanticismo, ya había empezado un movimiento de las ideas estéticas ligadas a la razón de la mano del primer autor literario romántico Goethe; y es en ellas donde se encuentran los primeros antecedentes del psicoanálisis. Por lo tanto la producción freudiana se asemeja más a la concepción romántica mas que a la moderna, con objetivos de dejar atrás las ideas racionales, el método experimental y al objeto de la conciencia. En verdad, el psicoanálisis no fue reconocido como una disciplina perteneciente a la psicología, ya que no se adhiere ni a su método, ni a su objeto. Aunque de fondo sea una teoría psicología, se encuentra fuera de las consideraciones de las teorías de esta ciencia. Es por ello que entonces el psicoanálisis es tomado como una disciplina autónoma con su propio método y objeto, así como también lo es, por ejemplo, la psiquiatría. El romanticismo buscaba oponerse a la deshumanización del racionalismo y propone contemplar la naturaleza de forma subjetiva. Por el contrario, se opone a este el positivismo instaurado por augusto Comte., cuyos métodos de estudio plagaron todas las ciencias hasta la psiquiatría que debía considerar a las enfermedadesmentales a partir de una degeneración del sistema nervioso, es decir, en origen organogenetico. Si resulta en una enfermedad rara que no se puede tratar, se procede al encierro del paciente en manicomios y cárceles para apartar estos sujetos riesgosos del resto de la sociedad. Por otro lado, sin embargo, la filosofía de la época tenía una índole irracional. Uno de sus principales teóricos fue schopenhaver quien hablo principalmente de la voluntad del ser humano, de su pasión, del instinto, deseo, es decir, de todo aquello que lo mueve. Nietzsche fue otro de los grandes teóricos filosóficos y fue tildado como iconoclasta, es decir, que fue capaz de derrocar los ideales más importantes de la humanidad, por ejemplo cuando afirma diciendo “Dios ha muerto”(no refiriéndose al dios religioso sino al dios de la razón). “Dios ha muerto, los hombres lo hemos matado” (es la propia humanidad que pone fin a esta concepción). Es por esto que se le atribuye a Nietzsche haber derrumbado la cosmovisión moderna iniciada años atrás con Descartes en el siglo XVI hasta el siglo XIX. El principal planteo de Descartes fue que en lo único de lo cual se puede tener certeza en este mundo es el pensamiento, por lo que de lo único que no se puede dudar es la razón. Schopenhaver y Nietzsche plantean que la razón poco refleja lo típicamente humano, es decir, que la conciencia y la razón no son el total de nuestro psiquismo. Freud sobre esto dirá luego que el hombre no puede conocer acabadamente sus deseos a partir de los fenómenos conscientes. La teoría de Freud produce en términos científicos una revolución, y culturalmente una resistencia. La resistencia fue a nivel biológico (Freud plantea que las causas de las enfermedades no son orgánicas, sino mas bien psíquicas e inconscientes), en lo filosófico (ya que a diferencia de los filósofos modernos Freud concibe a la conciencia como una parte de la totalidad psíquica), a nivel popular en general (provoca una herida en el narcicismo humano, y Freud dice “el yo ya no es amo en su propia casa). Descartes dice: “pienso, por lo tanto soy”, lo que se traduce para la psicología como “soy consciente, por lo tanto soy”. Pero Freud ya no vincula al ser con la consciencia y de ello dirá: “pienso donde no soy y soy donde no pienso”. En 1893 se localizan los primeros textos de Freud acerca de la histeria y el sufrimiento de los histéricos. El termino histeria proviene de “histero” que significa útero (esto se debe a que se atribuía los síntomas a una migración de las dolencias del útero). Los síntomas mas característicos de la histeria son de tipo somático. La histeria es descripta por primera vez en el XVI y se dice que es un síntoma patognomónico (pato= pathos= sufrimiento; gnomónico= gnomos= ley, norma). Por lo tanto, la histeria posee síntomas que son norma o ley de dicho trastorno (afecciones corporales tales como parálisis, parafasias, contracciones, etc.). Antes del siglo XVI las histéricas inmersas en una época medieval teocéntrica, eran consideradas como poseídas por el diablo y como forma de resolución la sociedad procedía a quemarlas en la hoguera con objetivos de purificar el alma al separarla del cuerpo por medio de la muerte. 7 Ya hacia la época moderna se intenta encontrar una explicación racional para esta afección y la primer teoría planteada fue la de F.Mesmer, quien ubicaba a la histeria dentro del fluido animal (todo animal tiene un liquido que le proporciona vida al ser, y si este liquido se acaba se produce la muerte, pero en el caso de que ese liquido solo se bloqueada, daba lugar a una enfermedad). Por lo tanto, la histeria se debía a un bloqueo en el útero, cuya obstrucción era desplazada o migraba a otras partes del cuerpo. El tratamiento a dicha enfermedad tenía por fin restablecer el flujo del líquido y Mesmer fue conocido por inventar la famosa “cubeta de Mesmer”. Esta cubeta utilizaba el magnetismo para volver a colocar el útero en su lugar: ubicaban a la paciente dentro de una cubeta que tenía cierta cantidad de agujeros que coincidían con distintas partes del cuerpo; alrededor de la cubeta se encontraban personas tomadas de la mano que transmitían la energía hacia los imanes que luego ejercían su efecto sobre el enfermo. Sorprendentemente, luego de este proceso, la enferma sufría una crisis histérica allí dentro y luego salía aparentemente curada. Sin embargo, esta práctica fue muy polémica y fue abandonada por considerarse de carácter brujo. Años más tarde, en el siglo XVIII y XIX, la psiquiatría intenta ubicar a la histeria dentro de las enfermedades mentales, pero se encontraron con un obstáculo: la histeria no parecía ser una enfermedad orgánica ya que no poseía un sustrato anatómico dañado o deficiente que pudiera explicarla; los síntomas no respondían a una organización biológica del cuerpo y por lo tanto no podía localizarse la lesión. Si se tuviera una parálisis motora normal, debería poderse localizar la lesión en el sistema nervioso; pero era muy común que las histéricas llegaran, por ejemplo, con una parálisis en el brazo pero extrañamente la movilidad de la mano se encontraba intacta, cosa que anatómicamente sería imposible. La solución de los psiquiatras fue creer que las histéricas no eran más que simuladoras que buscaban atención especial. Como la histeria no podía ser catalogada como una enfermedad, no había un tratamiento para su cura. Sin embargo, como las histéricas seguían concurriendo al psiquiatra, estos debieron buscar tratamientos aparente que las dejen satisfechas y procedieron con una pseudoterapia como la hidroterapia, la magnetoterapia, caminatas, placebos (falsos medicamentos como pastillas de pan). Y para la sorpresa de todos, estos tratamientos tenían resultados positivos, contribuyendo a las confirmaciones de los psiquiatras de que la histeria era una simple simulación. Si estos métodos no surtían efecto, se proponía que buscaran marido, así podrían tener a alguien que las atendiera y por su parte ellas tendrían un hogar y una familia que atender y en la cual pensar dejando de lado sus intereses; además se le sumaba el goce sexual que la vida matrimonial ofrecía. Freud, aun siendo medico, no desprecio ni desestimo a las histéricas, todo lo contrario, decide escucharlas y termina por suponer que en realidad las causas de la misma eran psíquicas y no puras simulaciones. Este intento de entender a la histeria representa los comienzos del psicoanálisis con objetivo de entender y encontrar un tratamiento a esta enfermedad. Para ello, en primera instancia se basa en las concepciones del médico J.M.Charcot y J.Breuer, quienes brindan los primeros esbozos de la histeria contraria a las creencias de la época. Charcot. (1893). Desde octubre de 1885 hasta febrero de 1886, Freud trabajó en la Salpétriére de París como alumno de Jean-Martin Charcot (1825-1893). Este período fue un punto de viraje en su carrera, pues en él su interés pasó de la neuropatología a la psicopatología —de la ciencia física a la psicología—. J.M.Charcot, fue designado médecin des hópitaux, y procuró enseguida ingresar en uno de aquellos departamentos de la Salpétriére, que albergaban a las enfermas nerviosas; y una vez que lo hubo conseguido, permaneció allí, sin usar del derecho que en Francia permite al médecin des hópitaux cambiar, en turnos regulares, de hospital y de departamento, y por tanto de especialidad. Disponer de un gran material de enfermos nerviosos crónicos le permitió emplear su singular talento. Acerca de su manera de trabajar nos refería esto: solía mirar una y otra vez las cosas que no conocía, reforzaba día tras día la impresión que ellas le causaban, hasta que de pronto se le abría el entendimiento, ^ Se le oía decir que la máxima satisfacción que un hombre puede tener es ver algo nuevo, o sea, discernirlo como nuevo, y volvía siempre, en puntualizaciones una y otra vez repetidas, sobre lo difícil y meritorio de ese «ver». Se preguntaba por quéen la medicina los hombres sólo veían 8 aquello que ya habían aprendido a ver. Y Charcot nunca cesó de abogar por los derechos del trabajo puramente clínico, que consiste en ver y ordenar, contra los desbordes de la medicina teórica. Durante muchos años dictó Charcot la cátedra de anatomía patológica en París; y sin tener puesto alguno, como un quehacer colateral, desarrollaba sus trabajos y sus conferencias de neuropatología, que pronto le dieron fama también en el exterior. Charcot hizo la primera comprobación de esta índole antes que pudiera disponer de un departamento hospitalario. Mientras era estudiante, el azar lo puso frente a una doméstica que padecía de unos curiosos temblores y por su torpeza no conseguía empleo. Charcot discernió su estado como el de una paralysie chorciforme, ya descrita por Duchenne, pero cuyo fundamento se ignoraba. La anatomía patológica tiene a su cargo dos órdenes de contribuciones a la neuropatología: además de probar la alteración patológica, debe establecer su localización; y todos sabemos que en los últimos dos decenios la segunda parte de esa tarea ha despertado el mayor interés y experimentado grandísimo avance. También en esta tarea Charcot prestó una colaboración sobresaliente. Y en verdad, Charcot deja un grupo de discípulos cuya calidad intelectual y los logros que ya han obtenido garantizan que el cultivo de la neuropatología en París no descenderá tan pronto de la altura hasta la cual Charcot la había elevado. Las horas que pasaba en las salas de sus enfermos eran de compañía y de intercambio de ideas con todo su personal médico; jamás se recluyó allí: hasta el más joven de los externos tenía oportunidad de verlo trabajar y le estaba permitido importunarlo. En 1882 o 1883, las condiciones de vida y de trabajo de Charcot cobraron su plasmación definitiva. Se había llegado a entender que la obra de este hombre formaba parte de la «gloire» nacional, con tanto celo custodiada tras la infortunada guerra de 1870-71. El gobierno, a cuyo frente estaba Gambetta, viejo amigo de Charcot, creó para él una cátedra de neuropatología en la facultad, a cambio de la cual pudo renunciar a la de anatomía patológica, y una clínica, junto con institutos científicos, anexos, en la Salpétriére. «Le service de Monsieur Charcot» comprendía ahora, además de las antiguas dependencias asignadas a enfermas crónicas, varias salas clínicas donde también eran atendidos varones, un gigantesco consultorio ambulatorio (la «consultation externe»), un laboratorio histológico. Charcot estaba en el apogeo de la vida cuando pusieron a su disposición esa abundancia de medios para la docencia y la investigación. Era un trabajador infatigable; yo creo que siempre fue el más laborioso de toda la escuela. Muchas veces se le ha reprochado su terapia, que por su abundancia de prescripciones no podía menos que ofender a una mentalidad racionalista. Pero él se limitaba a continuar con los métodos usuales en su época y lugar. Como maestro, Charcot era directamente cautivante; cada una de sus conferencias era una pequeña obra de arte por su edificio y su articulación, de tan acabada forma y tan persuasiva que durante todo el día no conseguía uno quitarse del oído la palabra por él dicha, ni de la mente lo que había demostrado. Rara vez presentaba un solo enferiBo; casi siempre era una serie de ellos, o unos correlativos que comparaba entre sí. Más o menos por la época en que se erigía su clínica y Charcot renunciaba a la cátedra de anatomía patológica, se consumaba en sus inclinaciones científicas un cambio al que debemos lo mejor de sus trabajos, y fue que declaró bastante completa por el momento la doctrina de las enfermedades nerviosas orgánicas, y empezó a consagrar su interés casi exclusivamente a la histeria, que así pasó a ocupar de golpe el centro de la atención general. Esta, la más enigmática de las enfermedades nerviosas, para cuya apreciación los médicos no habían hallado todavía el punto de vista adecuado. Las enfermas de entonces estaban seguras de encontrar; ya no serían necesariamente unas simuladoras, pues Charcot, con todo el peso de su autoridad, sostenía el carácter auténtico y objetivo de los fenómenos histéricos. Si yo me encuentro con un ser humano que muestra todos los signos de un afecto doloroso, puesto que llora, grita, rabia, mi razonamiento no puede menos que llevarme a conjeturar en él un proceso anímico cuya exteriorización justificada serían aquellos fenómenos corporales. Mientras que la persona sana podría comunicar la impresión que la aflige, la histérica respondería que no la conoce, y de tal suerte quedaría planteado el problema: ¿a qué se debe que el histérico caiga presa de un afecto sobre cuyo ocasionamiento afirma no saber nada? el enfermo se encuentra en un particular estado anímico en que ya no todas sus impresiones ni sus recuerdos se 9 mantienen cohesionados en una entramadura única, y en que cierto recuerdo puede exteriorizar su afecto mediante fenómenos corporales sin que el grupo de los otros procesos anímicos, el yo, sepa la razón de ello ni pueda intervenir para impedirlo. En efecto, la Edad Media había escogido esta solución, declarando que la posesión por un demonio era la causa de los fenómenos histéricos. Charcot no tomó este camino hacia el esclarecimiento de la histeria. Trató a la histeria como a cualquier otro tema de la neuropatología, proporcionó la descripción completa de sus fenómenos, demostró en estos una ley y una regla, enseñó a reconocer los síntomas que posibilitaban diagnosticar la histeria. Se estudiaron la situación y frecuencia de las llamadas «zonas histerógenas», su vínculo con los ataques, etc. Y sobre la base de todas estas noticias acerca de la manifestación de la histeria se hizo una serie de sorprendentes descubrimientos; se halló histeria en el sexo masculino, en particular entre los varones de la clase obrera. Y del mayor alcance fueron, sin duda, las investigaciones sobre las afecciones nerviosas sobrevenidas tras graves traumas, las «neurosis traumáticas» cuya concepción hoy todavía se discute y respecto de las cuales Charcot sustentó con éxito su relación con la histeria. Charcot propuso para ella una fórmula simple: la herencia cuenta como única causa; de acuerdo con ello, la histeria es una forma de la degeneración. Empeñado en el estudio de las parálisis histéricas que se generan después de traumas, se le ocurrió reproducirlas artificialmente luego de haberlas diferenciado con esmero de las parálisis orgánicas. Para ello se valió de pacientes histéricos a quienes ponía en estado de sonambulismo mediante hipnosis. Consiguió demostrar, con un razonamiento sin lagunas, que esas parálisis eran consecuencia de representaciones que en momentos de particular predisposición habían gobernado el cerebro del enfermo. Y esta magnífica pieza de investigación clínica fue retomada después por su propio discípulo Pierre Janet, así como por Breuer y otros. Que Charcot se ocupara de los fenómenos hipnóticos en histéricos redundó en el máximo beneficio para este ámbito significativo. No obstante, este tema psicológico puro no era conciliable con el tratamiento exclusivamente nosográfico que recibió en la escuela de la Salpétriére. La limitación del estudio de la hipnosis a los histéricos, el distingo entre hipnotismo grande y pequeño, la formulación de los tres estadios de la «gran hipnosis» y su singularización mediante fenómenos somáticos, todo ello perdió en la estima de los contemporáneos cuando Bernheim, discípulo de Liébeault, comenzó a edificar la doctrina del hipnotismo sobre una base psicológica más amplia y a hacer de la sugestión el núcleo de la hipnosis. CARPETA El encuentro de Freud con Charcot fue de gran singularidad, ya que produce grandes cambios cualitativos respecto a las consideraciones sobre la histeria. Charcot fue el primero con intenciones de establecer una etiología fija de la misma. Ninguna persona habíamarcado tanto a Freud como Charcot, aunque mas tarde su teoría de la histeria fue marcadamente distinta a la suya. Charcot a finales del siglo XIX trabajaba en el hospital “la Salpetriere”, conocido como la ciudad de los locos. Allí comienza una observación clínica muy rigurosa sobre los pacientes histéricos, lo cual llama plenamente la atención de Freud. Freud lo describe a Charcot como un vidente, cuyas cualidades iban en contra de las observaciones típicas de la época, como ser las consideraciones de Foucault acerca de que la medicina era una ciencia del mirar, de una observación sistemática y rigurosa. Freud toma de Charcot esta cuestión de la observación mas allá de lo que simplemente se ve: “Charcot solía mirar una y otra vez las cosas hasta que de pronto se le abría el entendimiento”. Este método supone poner en duda las teorías que hasta ese momento eran vigentes. Según Charcot, la teoría es buena y necesaria, pero ella no debe impedir que las cosas sean como son; entonces el fenómeno clínico debe siempre estar sobre la teoría. Esto es lo que guía la observación de Freud por la preocupación clínica. Freud destaca importantes lecciones clínicas de Charcot donde exponía a los enfermos histéricos (hay un importante cuadro que retrata a una histérica real, la preferida de Charcot, expuesta frente a una clase para demostrar la técnica de la hipnosis). Freud se traslada a parís en el año 1885/6, con motivos de cultivarse con Charcot. 10 Charcot se encuentra en una especie de transición de las teorías de la época. En primer lugar, refuta la idea de que la histeria es una simulación, argumentando que no podría serlo ya que en la hipnosis los síntomas se mantienen. Pese a este avance, el método con el cual se las trataba seguía siendo anatómico clínico, pero hay que rescatar que se habla de una posible causa funcional y no estrictamente anatómica. El sigue sosteniendo una postura localizacionista a favor de la frenología (diagrama de la localización de las diversas funciones y de las alteraciones en caso de lesiones). Charcot plantea desarrollar una formula etiológica de la histeria y la compone de dos factores: por un lado la causa y por el otro el agente provocador que opera como desencadenante del desarrollo de la enfermedad (también conocido como “ocacionamiento”). Por lo tanto, según Charcot, siguiendo con las ideologías de la época, la causa está determinada por la herencia (causa somática, biológica); y si la causa es la herencia no podría hallarse un tratamiento eficaz para ella. A este respecto, Freud dirá que Charcot se limita a proponer un formula muy simple en la cual su causa única es la herencia neuropatía. Lo que si Charcot introduce como novedad es que en la mayoría de los casos, el agente provocador de la histeria es un trauma, al cual entiende como un factor de naturaleza física que impacta en el cuerpo de una persona y que ocasiona un problema. Se trata entonces de un trauma mecánico, como la caída de una escalera, un golpe, un accidente, etc., que tiene que haber sido grave, pero no en el sentido de la lesión, sino en cuanto a la percepción de una amenaza a la integridad de la persona, lo que hace que el trauma quede asociado en el individuo como un peligro mortal. Este trauma, luego acabara por repercutir en distintas partes del cuerpo, zonas del cuerpo privilegiadas para la posterior aparición de síntomas histéricos. A estas zonas Charcot las denomino como “zonas histerogenas”. Es por todo esto que Charcot designo a la enfermedad en cuestión como histeria traumática. Etiología de la histeria traumática según Charcot: herencia + factor provocador, es decir, trauma físico, acompañado de una sensación de peligro mortal. Si bien Charcot reconoce que este último factor es de índole psíquica, no le atribuirá demasiada importancia. A partir de las observaciones de diversos pacientes histéricos, acabara por clasificarlos según sean grandes ataques histéricos o pequeños ataques histéricos. Además, logro identificar cuatro fases previas antes de llegar a los grandes ataques: la primera fase la define como epileptoide donde se hallan una serie de movimientos tónicos (las mujeres se encogían en las camas), seguida por una fase de grandes movimientos o fase de clounismo donde aparecen contorciones y gritos, luego una fase conocida como la de las actitudes pasionales donde aparecen acciones de suplicas y alucinaciones, y por último el periodo o fase terminal donde todos estos síntomas concluyen en un estado de confusión mental. Charcot procedía a la metodología hipnótica ya utilizada por jame quien consideraba que los enfermos eran fácilmente sugestionables verbalmente. Pero si bien apela a este método, no lo hace con una finalidad terapéutica, es decir, no persigue la curación de la enfermedad debido a que como su origen ultimo esta en causas orgánicas y hereditarias, es imposible curarlas. Con la hipnosis, Charcot solo pretende demostrar o comprobar la veracidad de los síntomas histéricos. Además bajo la sugestión hipnótica inducia a los pacientes verbalmente para que aparecieran por ejemplo nuevos síntomas que solo duraban durante la sugestión. Por último, con ella se proponía explicar la causa traumática de la misma ya que cuando la paciente caía hipnotizada, Charcot le inducia la idea de que había sufrido un accidente, por ejemplo de auto, y que por consiguiente ya no podría mover la pierna y efectivamente en el estado de conciencia alterado la movilidad de la pierna se hallaba obstruida. Esto demostraba como un trauma mecánico podía variar según el accidenta. Cuando la paciente despertaba estos nuevos síntomas desaparecían, mientras que los preexistentes continuaban sin poder ser tratados. Según Freud, Charcot sobreestimo demasiado la herencia, lo cual advierte en el último párrafo de este texto. Aportes de Charcot: -rechazo el carácter simulado de la histeria. -Considero a los varones también capaces de padecer esta enfermedad. 11 -Desarrolla la histeria traumática con síntomas en las zonas histerogenas y propone una formula etiológica. -Emplea la hipnosis para comprobar su tesis, pero no como un tratamiento. -Descubre las diferentes fases previas del gran ataque histérico. -Sienta las bases para las concepciones sobre la histeria de Breuer y Freud quienes más adelante darán un salto cualitativo en este tema. Señorita Anna O. La señorita Anna O., de 21 años cuando contrajo la enfermedad(1880), parece tener un moderado lastre neuropático a juzgar por algunas psicosis sobrevenidas en su familia extensa; los padres son sanos, pero nerviosos. Ella fue siempre sana antes, sin mostrar nerviosismo alguno en su período de desarrollo; tiene inteligencia sobresaliente, un poder de combinación asombrosamente agudo e intuición penetrante. Entre los rasgos más esenciales del carácter se contaba una bondad compasiva; el cuidado y el amparo que brindó a algunos pobres y enfermos le prestaron a ella misma señalados servicios en su enfermedad, pues por esa vía podía satisfacer una intensa pulsión. El elemento sexual estaba asombrosamente no desarrollado; no había conocido el amor, y en las masivas alucinaciones de su enfermedad no afloró nunca ese elemento de la vida anímica. Esta muchacha de desbordante vitalidad espiritual llevaba una vida en extremo monótona, y es probable que el modo en que ella se la embellecía resultara decisivo para su enfermedad. Cultivaba sistemáticamente el soñar diurno, al que llamaba su «teatro privado». Esa actividad trascurría junto a los quehaceres hogareños, que ella cumplía de manera intachable. El ciclo de la enfermedad se descompone en varias fases bien separadas; ellas son: A. Incubación latente. Desde mediados de julio de 1880 hasta el 10 de diciembre, más o menos. B. Contracción manifiesta de la enfermedad; una psicosis peculiar, parafasia, strabismus convergeits, perturbaciones graves de la visión, parálisis por contractura. C. Un período de sonambulismopersistente, que luego alterna con estados más normales; continuación de una serie de síntomas duraderos hasta diciembre de 1881. D. Progresiva involución de esos estados y fenómenos hasta junio de 1882. En julio de 1880, el padre de la paciente, a quien ella amaba con pasión, contrajo un absceso de peripleuritis que no sanó y a consecuencia del cual murió en abril de 1881. Durante los primeros meses de esa enfermedad, Anna se consagró al cuidado del enfermo con toda la energía de su ser, y a nadie sorprendió que se debilitara mucho. Nadie, quizá tampoco la propia paciente, sabía lo que le estaba sucediendo; pero poco a poco empeoró tanto su estado de debilidad, anemia, asco ante los alimentos, que para su máximo dolor la alejaron del cuidado del enfermo. En rápida sucesión se desarrollaron una serie de graves perturbaciones, en apariencia totalmente nuevas. Dolores en el sector posterior izquierdo de la cabeza; strabismus convergens (diplopia), que las emociones agravaban mucho; queja de ver inclinarse las paredes (afección del obliqutis). Perturbaciones visuales de difícil análisis; paresia de los músculos anteriores del cuello. Contractura y anestesia de la extremidad superior derecha y, pasado algún tiempo, de la inferior de ese mismo lado. Tampoco las articulaciones del hombro de ambos lados quedaron por completo rígidas. El máximo de la contractura afectaba a los músculos del brazo. En ese estado empecé a tratar a la enferma, y pronto pude convencerme de estar ante una grave alteración psíquica. Existían dos estados de conciencia enteramente separados; alternaban entre sí muy a menudo' y sin transición, y fueron divorciándose cada vez más en el curso de la enfermedad. En uno de ellos conocía a su contorno, estaba triste y angustiada pero relativamente normal; en el otro alucinaba, se «portaba mal», vale decir insultaba, arrojaba las almohadas a la gente. En momentos de claridad total, se quejaba de las profundas tinieblas que invadían su cabeza, de que no podía pensar, se volvía ciega y sorda, tenía dos yo, el suyo real y uno malo que la constreñía a un comportamiento díscolo, etc. 12 Después, simultánea a la formación de las contracturas sobrevino una profunda desorganización funcional del lenguaje. Primero se observó que le faltaban palabras, y poco a poco esto cobró incremento. Luego, su lenguaje perdió toda gramática, toda sintaxis, la conjugación íntegra del verbo. Durante dos semanas enteras cayó en total mutismo. Yo sabía que algo la había afrentado {mortificado} mucho y se había decidido a no decir nada. Cuando lo hube colegido y la compelí a hablar acerca de ello, desapareció la inhibición. Esto coincidió en el tiempo con el retorno de la movilidad en las extremidades del lado izquierdo, en marzo de 1881; la parafasia cedió, pero ahora sólo hablaba en inglés. Sólo en momentos de gran angustia el lenguaje se le denegaba por completo o mezclaba entre sí los más diversos idiomas. Entonces cedió también el estrabismo, que por último aparecía únicamente en caso de emoción violenta; volvió a mover la cabeza. El 1" de abril abandonó la cama por primera vez. Pero el 5 de abril murió su padre, endiosado por ella, y a quien en el curso de su propia enfermedad sólo había visto por breve tiempo y raras veces. Era el más grave trauma psíquico que pudiera afectarla. Continuaron la contractura del brazo y la pierna del lado derecho, así como la anestesia, no profunda, de esos miembros. Subsistió un alto grado de estrechamiento del campo visual. Muy penosa le resultaba la presencia de algunos parientes cercanos, y ese «instinto negativo» fue en aumento. Sólo a mí me conocía siempre. Ahora sólo hablaba en inglés y no entendía lo que se le decía en alemán. Pero leía en francés e italiano. Empezó a escribir de nuevo, pero de una manera curiosa; escribía con la mano izquierda ágil, pero en letras de imprenta del tipo «Antigua». Se rehusaba por completo a comer; pero permitió que yo la alimentara, de suerte que su nutrición fue en rápido aumento. Después que se le suministraba comida, nunca omitía lavarse la boca. La somnolencia a la siesta y el sopor profundo hacia el atardecer perduraban. Desdichadamente debí partir de viaje esa misma tarde, y cuando regresé varios días después hallé muy empeorada a la enferma. Se había abstenido totalmente de comer durante ese tiempo. A la siesta, somnolencia; hacia el atardecer, la hipnosis profunda para la cual ella había hallado la designación técnica de «clouds» («nubes»). Era en extremo llamativa esa oposición entre la enferma diurna enajenada, asediada por alucinaciones, y la muchacha con plena claridad espiritual por las noches. A pesar de esta euforia nocturna, su estado psíquico siguió empeorando cada vez más; sobrevinieron intensos impulsos suicidas, que volvieron imposible que siguiera residiendo en un tercer piso. Por eso se la trasladó contra su voluntad a una casa de campo de las cercanías de Viena. Ya señalé que en todo el ciclo anterior diariamente aquejaba a la enferma una somnolencia a las siestas, que hacia el atardecer se convertía en sueño profundo {«clouds»). (Es muy verosímil derivar esta periodicidad simplemente de las circunstancias que rodearon su cuidado del padre, al que se había consagrado durante meses. Por la noche velaba junto al lecho del enfermo, o permanecía en su cama despierta hasta la mañana, al acecho y llena de angustia; a la siesta se recostaba para reposar algún tiempo, como casi siempre suele hacerlo una persona en su situación. Por otra parte, se había reparado en que durante sus ausencias diurnas evidentemente forjaba siempre alguna situación o historia, de cuya trama daban noticia ciertas palabras murmuradas. Las historias, siempre tristes, eran en parte muy lindas, su punto de partida o su argumento era la situación de una muchacha sentada ante el lecho de un enfermo y presa de angustia. Momentos después de terminado el relato, despertaba, manifiestamente tranquilizada. Si en la hipnosis del anochecer no podía referirme la historia, le faltaba aquella calma y al día siguiente era preciso que refiriera dos historias para producir esa tranquilidad. Lo esencial del fenómeno descrito permaneció constante a lo largo del medio año de observación que restaba. Tras la muerte de su padre, las historias se volvieron desde luego más trágicas aún. En el campo, donde yo no podía visitar a la enferma diariamente, el asunto se desarrolló del siguiente modo: Yo acudía al anochecer, cuando la sabía dentro de su hipnosis, y le quitaba todo el acopio de 13 fantasmas {Phantasme] que ella había acumulado desde mi última visita. Esto debía ser exhaustivo si se quería obtener éxito. Entonces ella quedaba completamente tranquila. Ella sabía que tras la declaración perdería toda su testarudez y «energía»; y cuando (a raíz de un intervalo más largo) ya estaba de mal humor, rehusaba «conversar» y yo debía arrancarle las palabras esforzándola, y con ruegos y algunos artificios, como empezar yo mismo pronunciando una fórmula inicial estereotipada de sus historias. Las noches en que no se había conseguido el sosiego por declaración era preciso recurrir al coral. El sonambulismo persistente no reapareció; en cambio, prosiguió la alternancia de los dos estados de conciencia. Su estado mejoró en líneas generales; se podía alimentarla; la paresia por contractura de la pierna cedió sustancialmente; también cobró el debido aprecio y gran afecto por el médico que la visitaba, mi amigo el doctor B. De gran ayuda fue un perro de Terranova que le habían dado. La prueba más nítida del efecto estimulador patógeno que sobre ella ejercían los complejos de representación producidos en las ausencias, su «condition seconde», así como de su trámite mediante la declaración en estado de hipnosis, la recibí a mi regreso de un viaje de vacaciones de varias semanas. En ese intervalo no se emprendió ninguna «talking cure», pues no había caso de que la enferma refirierasus historias a alguien que no fuera yo, ni siquiera al doctor B., con quien había simpatizado cordialmente. La encontré en un triste estado moral. Cuando en el otoño la paciente regresó a la ciudad (a una vivienda distinta de aquella en que había enfermado), su estado tanto físico como mental era tolerable, pues muy pocas vivencias, en verdad sólo las más profundas, eran procesadas patológicamente como estímulos psíquicos. Primero me desilusioné. En diciembre su estado psíquico desmejoró sustancialmente. A fines de diciembre, para las Navidades, estuvo particularmente intranquila y en los atardeceres de toda esa semana no relataba nada nuevo. Así se renovaron su separación del padre, su caída en cama, y a partir de ahí su estado se aclaró y sistematizó de una manera muy curiosa. Los dos estados de conciencia se sucedían alternados, y siempre así: desde la mañana, y a medida que avanzaba el día, las ausencias (es decir, el afloramiento de la «condition seconde») se volvían cada vez más frecuentes, para subsistir ellas solas hacia el atardecer. Sólo la conciencia de que el padre había muerto parecía quedarle, no obstante, las más de las veces. El retraslado al año anterior se produjo con tanta intensidad que en su nueva vivienda alucinaba su dormitorio anterior. Ahora bien, ese retraslado al período pasado no se producía de una manera general e indeterminada, sino que revivía día por día el invierno anterior. En cuanto a esto, yo habría podido conjeturarlo meramente, si no fuera porque en la hipnosis del atardecer ella formulaba en palabras lo que la había excitado ese mismo día de 1881. Era muy interesante ver los efectos de repercusión que en el primer estado, más normal, ejercían los estímulos psíquicos revividos del estado segundo. Ocurrió que una mañana la enferma me dijo sonriendo que no sabía qué tenía, pues estaba enojada conmigo; gracias al diario íntimo supe de qué se trataba, y esto se corroboró en la hipnosis del atardecer: en 1881, ese mismo anochecer, yo había causado mucho enojo a la paciente. La primera vez que por una declaración casual, no provocada, en la hipnosis del anochecer desapareció un síntoma que ya llevaba largo tiempo, quedé muy sorprendido. En el verano hubo un período de intenso calor, y la paciente sufrió mucho a causa de la sed; entonces, y sin que pudiera indicar razón alguna, de pronto se le volvió imposible beber. Tomaba en su mano el ansiado vaso de agua, pero tan pronto lo tocaban sus labios, lo arrojaba. Cuando esa situación llevaba ya unas seis semanas, se puso a razonar en estado de hipnosis acerca de su dama de compañía inglesa, a quien no amaba, y refirió entonces con todos los signos de la repugnancia cómo había ido a su habitación, y ahí vio a su perrito, ese asqueroso animal, beber de un vaso; ella no dijo nada pues quería ser cortés. Tras dar todavía enérgica expresión a ese enojo que se le había quedado atascado, pidió de beber, tomó sin inhibición una gran cantidad de agua y despertó de la hipnosis con el vaso en los labios. Con ello la perturbación desaparecía para siempre. 14 A partir de estas experiencias —que los fenómenos histéricos se disipaban en esta enferma tan pronto como en la hipnosis reproducía el suceso que había ocasionado al síntoma—, a partir de allí, pues, se desarrolló un procedimiento técnico-terapéutico que no dejaba nada cjue desear en materia de consecuencia lógica y de realización sistemática. Cada síntoma de este enredado cuadro clínico fue abordado por sí; el conjunto de las ocasiones a raíz de las cuales había emergido fueron relatadas en secuencia inversa, comenzando desde el día anterior a aquel en que la paciente cayó en cama y yendo hacia atrás hasta el ocasionamiento de su primera emergencia;, hecho esto, el síntoma quedaba eliminado para siempre. Así se «removieron por vía de relato» [«Wcgerzdhlcii»} las paresias por contractura y anestesias, las diversas perturbaciones de la visión y la audición, neuralgias, tos, temblores, etc., y por último también las perturbaciones del lenguaje. Pero como en la hipnosis del anochecer se iba demasiado despacio, pues la enfermedad estaba exigida y se dispersaba por la «declaración» de las otras dos series, y además los recuerdos necesitaban su tiempo para desplegarse con su vividez plena, se instituyó el siguiente procedimiento; yo acudía a ella por la mañana, la hipnotizaba (eran procedimientos hipnóticos muy simples, descubiertos por vía empírica) y le inquiría, concentrados los pensamientos de ella en el síntoma en cuestión, por las oportunidades en que había surgido. Entonces la paciente designaba, en rápida secuencia y con palabras claves, esos ocasionamientos. También aquí se observaba de manera regular que, «apalabrado» un síntoma, emergía con renovada intensidad mientras se lo relataba. Así, en el análisis del no-oír, la enferma se volvió tan sorda que a veces debí entenderme con ella por escrito.'' Por regla general, la ocasión primera había sido algún terror que vivenció mientras cuidaba a su padre, algún descuido de ella, etc. No siempre el recordar se conseguía con facilidad, y muchas veces la enferma debió hacer violentos esfuerzos. Así, en cierta oportunidad la marcha del proceso se detuvo durante un tiempo porque un recuerdo no quería aflorar; se trataba de una alucinación que causaba mucho terror a la enferma: había visto a su padre, a quien cuidaba, con una calavera. No lamento demasiado que lo incompleto de mis notas me impida aquí reconducir cada rasgo histérico a sus ocasionamientos. La paciente lo hizo en todos los casos, con la excepción antes mencionada, y, según ya lo he descrito, cada síntoma desaparecía tras el relato de la primera ocasión. De esta manera llegó a su término la histeria íntegra. Dejó entonces Viena para efectuar un viaje, pero hizo falta más tiempo todavía para que recuperara por completo su equilibrio psíquico. A partir de ese momento gozó de una salud perfecta. CARPETA Este es el caso que mejor ilustra las ideas de Breuer. Con el demuestra la escisión de los estados psíquicos, en conciencia y lo que él llama estado hipnoide (causa a partir de la cual se instalan los síntomas histéricos producto de la relación de ese estado hipnoide y un trauma psíquico que dará lugar a síntomas patológicos). Anna O es una paciente que Breuer atiende desde 1880 hasta junio de 1882. Tenía la edad de 21 años y su verdadero nombre era Berta Papenjain. Era descripta como una joven agradecida, exitosa, la menor de las hermanas y la más consentida por su padre y una relación poco estrecha con su madre. En junio de 1880 se produce el primer ataque histérico junto a la cama donde yacía el padre enfermo. Sin embargo, seguido de este ataque, la enferma permanece en un estado latente por un lapso de 5 meses, cuando recién allí Breuer comienza a atenderla. El era un medico clínico que en principio atendió a Ann O por una supuesta tos nerviosa que le producía un gran agotamiento y cansancio físico. Es por ello que Breuer, en primera instancia solo presenta a Anna O como una paciente con múltiples síntomas físicos y psíquicos tales como fluctuaciones del humor y alucinaciones. Durante el proceso, se observo que Anna O poseía dos estados de conciencia: uno normal que acontecía durante el día y otro de enajenación o hipnótico que daba lugar por la tarde/noche. En primera instancia, Breuer tiende a relacionar los problemas de la paciente con el cuidado intenso de su padre enfermo. Pero para indagar más sobre el tema, somete a Anna al método hipnótico 15 (favorecido por la gran facilidad de Anna a sumergirse en este estado), con la aplicación del método catártico. Debido a la naturaleza de sus síntomas se trataba de una muchacha de gran inteligencia y dotes culturales, pero que sin embargo, para sorpresa de Breuer, tenía poco desarrolla el plano sexual. Esta inhibición era suplantada por las constantes alucinaciones que Anna presentaba, en lo que ella llamaba comosu teatro lleno de ensoñaciones. Hacia Abril de 1881 el padre de la paciente fallece y se pone fin a los cuidados del enfermo, y es en este momento cuando aparecen los primeros síntomas de debilidad, asco a los alimentos y una tos nerviosa realmente agotadora. A esto le siguió un estrabismo convergente, desviación de la mirada, padecimiento de los músculos del cuello, fuertes dolores de cabeza, sensación de que las paredes se venían sobre ella, etc. A partir de estos síntomas Breuer distingue dos estados de conciencia en Anna: uno relativamente normal con cierta depresión y otro alterado con presencia de alucinaciones y ataques de ira, en los cuales solía arrojar todo elemento que se le cruzaba. Por lo general, a la siesta, Anna se sometía a un estado de somnolencia que duraba hasta después de una hora de la puesta de sol, y después, cuando se despertaba manifestaba una queja que por lo general la expresaba con el término “martirizar”. Además, se agregaba una desorganización funcional del lenguaje como la falta de palabras, perdida de gramática y sintaxis, que termino por concluir en el mutismo. Este mutismo según Breuer, era el sustituto de un trauma que le hace contar en el estado hipnótico y para su sorpresa, a medida que en este estado se relata este suceso, el mutismo va cediendo. Sin embargo, comienza un síntoma poco típico que consistía en que Anna hablaba solo en ingles y comprendía en alemán. Más tarde, también aparece la contractura en el brazo y un estado de ensimismamiento, al mismo tiempo que continuaba hablando en ingles pero que ya no comprendía el alemán y solo leía en francés y en italiano. Por último, se rehusaba a comer y el mismo Breuer debía alimentarla. En medio del tratamiento Breuer debió viajar, y en este periodo Anna empeora notablemente. En su retorno, Breuer propone evocarse en la hipnosis para producir una catarsis que le conduzca al recuerdo de los episodios traumáticos que eran origen de sus síntomas. Por medio de la hipnosis y por consiguiente, por medio de la palabra (a lo que Anna denominaba como talking cure), se descubrió la etiología de una diversidad de síntomas: -Hidrofobia: en un verano muy caluroso, la paciente tiene el recuerdo de haber sufrido mucho de sed, hecho que contribuyo a la imposibilidad de tomar agua, asociado a otro suceso particular en que Anna recuerda ver a un perro tomar de su vaso de agua. Luego de relatadas estas cuestiones, Anna despierta con un vaso en la mano. Con esto Breuer descubrió que por medio del relato, se lograba la remoción de los síntomas. Solo bastaba preguntar en el estado hipnoide sobre el primer momento en que este síntoma había aflorado, lo que permitía la reactualización de los estados afectivos vivenciados en el acontecimiento traumático. -Parálisis del brazo: estando dormida al lado del lecho del padre enfermo, Anna se duerme sobre su brazo y alucina que una serpiente se acercaba hacia su padre queriendo morderlo, por lo que ella trata de ahuyentarla pero su brazo no le respondía. Allí fue cuando vio sus dedos transformados en serpientes y sus uñas en calaveras. Cuando la serpiente se había ido, quiso con todas sus fuerzas rezar pero no puedo hablar, solo se le ocurrió un verso en ingles. Esto dio lugar a la parafasia que consistía hablar en ingles. Con esto queda demostrado que los síntomas no eran arbitrios, sino fuertemente determinados (determinismo) por la situación traumática. -Estrabismo convergente: estando sentada junto a su padre con los ojos llorosos, este le pregunta qué hora era pero ella no pudo ver claro. -Toz nerviosa: le sobrevino cuidando al enfermo (con lo cual queda demostrado que el nudo patógeno residía en el cuidado del enfermo, lo que le provocaba una fuerte angustia), cuando escucha una música bailable proveniente de la casa vecina que despertó su deseo de estar allí, pero a la vez su autoreproche, por lo cual reacciono ante ello con una tos nerviosa. Seguido de ello, cada vez que Anna escuchaba música, tocia. 16 Además, Breuer concluye que la familia de Anna tenía antecedentes de enfermedades nerviosas, y no solo ello, sino también que en la estructura familiar, se llevaba una vida monótona que hizo que el deseo sexual de la joven deba desplazarse a la fantasía. Si bien Anna nunca fue totalmente curada, varios de sus síntomas disminuyeron o desaparecieron. Sobre los mecanismos psíquicos de los fenómenos histéricos-1893. Investigamos, en las más diversas formas y síntomas de la histeria, su ocasionamiento: el proceso en virtud del cual el fenómeno en cuestión se produjo la primera vez, hecho este que suele remontarse muy atrás en el tiempo. En la gran mayoría de los casos no se consigue aclarar ese punto inicial mediante el simple examen clínico, esto se debe en parte a que suele tratarse de vivencias que al enfermo le resulta desagradable comentar, pero, principalmente, a que en realidad no las recuerda, y no vislumbra el nexo causal entre el proceso ocasionador y el fenómeno patológico. Casi siempre es preciso hipnotizar a los enfermos para despertarles los recuerdos de aquel tiempo en que el síntoma afloro por primera vez, asi se consigue evidenciar el mencionado nexo de la manera mas nítida posible. En el aspecto teorico, en el caso de la histeria traumatica es evidente que fue el accidente el que provoco el síndrome. Y se puede decir que los síntomas de la histeria cuyas causas son idiopáticas, mantienen con el trauma ocasionador un nexo estricto. La desproporción entre los años que dura el síntoma histérico y su ocasionamiento único es la misma que estamos habituados a ver de una manera regular en la neurosis traumatica; con arta frecuencia son sucesos de la infancia los que han producido para todos los años subsiguientes un fenómeno patológico mas o menos grave. El nexo suele ser tan claro que es visible como el suceso ocasionador produjo justamente este fenómeno y no otro. Este ultimo, entonces, esta determinado de manera nítida por su ocacionamiento. En otros casos el nexo no es tan simple; solo consiste en un vinculo por asi decir simbolico entre el ocacionamiento y el fenómeno patológico. Y en otros, un determinismo de esa índole no se ofrece al entendimiento de primera intención; entre ellos se cuentan justamente los síntomas histéricos típicos. Tales observaciones parecen demostrarnos la analogía patógena entre la histeria corriente y la neurosis traumatica, y justificar una extensión del concepto de “histeria traumatica”. En el caso de la neurosis traumatica, la causa eficiente de la enfermedad no es la infima lecion corporal; lo es, en cambio, el afecto de horror: el trauma psíquico. Es preciso aquí designar trauma psíquico: una vivencia que suscite los afectos penosos del horror, la angustia, la vergüenza, el dolor psíquico; y, desde luego, de la sensibilidad de la persona afectada dependerá que la vivencia se haga valer como trauma. No es raro que en la histeria corriente hallemos, en lugar de un gran trauma, varios traumas parciales, unas ocasiones agrupadas que sólo en su sumación pudieron exteriorizar efecto traumático y forman una trama en la medida en que constituyen los capítulos de una historia de padecimiento. En otros casos, en cambio, son circunstancias al parecer indiferentes en sí mismas las que por su conjugación con el suceso de genuina eficacia, o con un momento temporal, particularmente sensible, han adquirido la dignidad de traumas, que de otro modo no les correspondería, pero que conservan desde entonces. El trauma, como agente provocador, desencadenaría al síntoma, el cual subsistiría luego, ya devenido autónomo. Antes bien, debemos aseverar que el trauma psíquico, o bien el recuerdo de él, obra al modo de un cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que ser considerado como de eficacia presente. Descubrimos, en efecto, que los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se conseguía despertar conplena luminosidad el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto. Un recordar no acompañado de afecto es casi siempre totalmente ineficaz; el decurso del proceso psíquico originario tiene que ser repetido con la mayor vividez posible. En tal caso, cuando los fenómenos respectivos son de estimulación, como convulsiones, neuralgias, alucinaciones, ellos afloran una vez más con intensidad total y luego desaparecen para siempre. Deficiencias funcionales, parálisis y anestesias, desaparecen de igual modo, desde luego sin que sea nítida su agudización momentánea. 17 Tenemos derecho a concluir de estas observaciones que el proceso ocasionador produce efectos de algún modo durante años todavía, no indirectamente por mediación de una cadena de eslabones causales intermedios, sino de manera inmediata como causa desencadenante, al modo en que un dolor psíquico recordado en la conciencia despierta suscita en un momento posterior la secreción lacrimal: el histérico padece por la mayor parte de reminiscencias (entendiendo a la reminiscencias como fragmentos olvidados que no pueden acceder a la consciencia pero producen efectos). El empalidecimiento o pérdida de afectividad de un recuerdo depende de varios factores. Lo que sobre todo importa es si frente al suceso afectante se reaccionó enérgicamente o no. Por «reacción» entendemos aquí toda la serie de reflejos voluntarios e involuntarios en que se descargan los afectos: desde el llanto hasta la venganza. Si esta reacción se produce en la escala suficiente, desaparece buena parte del afecto. Si la reacción es sofocada, el afecto permanece conectado con el recuerdo. Un ultraje devuelto, aunque sólo sea de palabra, es recordado de otro modo que un ultraje que fue preciso tragarse. La reacción del dañado frente al trauma sólo tiene en verdad un efecto plenamente «catártico» si es una reacción adecuada, corno la venganza. Pero el ser humano encuentra en el lenguaje un sustituto de a acción; con su auxilio el afecto puede ser «abreaccionado» casi de igual modo. Cuando no se produce esa reacción de obra, de palabra, o mediante el llanto en los casos más leves, el recuerdo del hecho conserva en principio su tinte afectivo. La «abreacción» no es, empero, el único modo de tramitación de que dispone el mecanismo psíquico normal de la persona sana cuando ha experimentado un trauma psíquico. Su recuerdo, aunque no se lo abreaccione, entra en el gran complejo de la asociación, seinserta junto a otras vivencias que acaso lo contradicen, es rectificado por otras representaciones. A esto se suma esa universal borradura de las impresiones, ese empalidecimiento de los recuerdos que llamamos «olvido», y que desgasta sobre todo a las representaciones ya ineficaces afectivamente. Ahora bien, de nuestras observaciones se sigue que los recuerdos que han devenido ocasionamientos de fenómenos histéricos se han conservado durante largo tiempo con asombrosa frescura y con su plena afectividad. Aquí debemos mencionar otro hecho llamativo, que hemos de valorizar luego: los enfermos no disponen de estos recuerdos como disponen del resto de su vida. Al contrario, estas vivencias están completamente ausentes de la memoria de los enfermos en su estado psíquico habitual, o están ahí presentes sólo de una manera en extremo sumaria. Unicamente si se indaga a los enfermos en estado de hipnosis, esos recuerdos acuden con la vividez intacta de unos acontecimientos frescos. Se demuestra que esos recuerdos corresponden a traumas que no han sido suficientemente «abreaccionados», y a poco que ahondemos en las razones que impidieron esto último descubriremos al menos dos series de condiciones bajo las cuales es interceptada la reacción frente al trauma. En el primer grupo incluimos los casos en que los enfermos no han reaccionado frente a traumas psíquicos porque la naturaleza misma del trauma excluía una reacción (como por ejemplo la pérdida, que se presentó irreparable, de una persona amada), o porque circunstancias sociales la imposibilitaron, o porque se trataba de cosas que el enfermo quería olvidar y por eso adrede las reprimió (desalojó) de su pensar conciente, las inhibió y sofocó. A esas cosas penosas, justamente, se las halla luego en la hipnosis como base de fenómenos histéricos. (Aquí aparece por primera vez el termino reprimir, con el sentido que luego tendrá en el psicoanálisis. En algunas de sus apariciones el verbo reprimir va acompañado de la palabra “intencionalmente”. Freud explica que el acto de la represión es introducido por un empeño voluntario, cuyo motivo es posible señalar. Asi pues, la palabra intencionalmente no hace sino indicar la existencia de un motivo, y no implica que haya intención consciente). La segunda serie de condiciones no están comandadas por el contenido de los recuerdos, sino por los estados psíquicos en que sobrevinieron las vivencias en cuestión: en la hipnosis, uno halla como ocasionamiento de síntomas histéricos también representaciones que, sin ser significativas en sí mismas, deben su conservación a la circunstancia de haberse generado en afectos graves y paralizantes, como el terror, o directamente en estados psíquicos anormales, como ser un estado del 18 soñar despierto o de autohipnosis. Aquí fue la naturaleza de esos estados lo que imposibilitó reaccionar frente a lo que sucedía. Ambas clases de condiciones pueden desde luego conjugarse, y de hecho lo hacen a menudo. Ahora bien, ambos grupos de condiciones tienen en común que los traumas psíquicos no tramitados por vía de reacción no lo son tampoco mediante procesamiento asociativo. En el primer grupo es el designio del enfermo el que quiere olvidar las vivencias penosas y excluirlas en lo posible de la asociación; en el segundo, ese procesamiento asociativo no se produce por falta de un vasto enlace asociativo entre el estado de conciencia normal y el patológico en que se generaron aquellas representaciones. Enseguida tendremos ocasión de considerar con más detalle estas constelaciones. Cabe decir, pues, que las representaciones devenidas patógenas se conservan tan frescas y con tanto vigor afectivo porque les es denegado el desgaste normal por abreacción y por reproducción en estados de asociación desinhibida. Nos vimos precisados a hablar de unos estados anormales de conciencia en que se generan esas representaciones patógenas, y a destacar el hecho de que el recuerdo del trauma psíquico eficiente no se halla en la memoria normal del enfermo, sino en la memoria del hipnotizado. Pues bien; mientras más nos ocupábamos de estos fenómenos, más seguro se volvía nuestro convencimiento de que aquella escisión de la conciencia, tan llamativa como doble consciencia los casos clásicos consabidos, existe de manera rudimentaria en toda histeria; entonces, la inclinación a disociar y, con ello, al surgimiento de estados anormales de conciencia, que resumiremos bajo el nombre de «hipnoides», sería el fenómeno básico de esta neurosis. Por eso, en la tesis de Breuer, base y condición de la histeria es la existencia de estados hipnoides. Estos últimos, a pesar de su diversidad, coinciden entre sí y con la hipnosis en un punto: las representaciones que en ellos afloran son muy intensas, pero tienen bloqueado el comercio asociativo con el restante contenido de la conciencia. Sí tales estados hipnoides existen antes que se contraiga la enfermedad manifiesta, ofrecen el terreno sobre el cual el afecto instalará al recuerdo patógeno junto con los fenómenos somáticos que son su consecuencia. Este comportamiento corresponde a la histeria de predisposición. Pero de nuestras observaciones se sigue que un trauma grave (como el de la neurosis traumática), una sofocación trabajosa (p. ej., del afecto sexual), pueden producir una escisión de grupos de representaciones