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Aries Philippe - El Niño Y La Vida Familiar En El Antiguo Regimen

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PHILIPPE ARIÉS
EL NIÑO 
Y LA VIDA FAMILIAR 
EN EL 
ANTIGUO RÉGIMEN
Versión castellana 
de
N aty G arcía G uadilla 
revisada por la Editorial
taurus
PRÓLOGO A LA NUEVA E D IC IÓ N } FRANCESA
Dicen que los árboles no dejan ver el bosque, pero el período 
más interesante de la investigación sigue siendo el momento en 
que el historiador comienza a tener una visión de conjunto, 
cuando todavía no se ha disipado la bruma que cubre los hori­
zontes lejanos, de suerte que no se ha distanciado de los detalles 
de los documentos en bruto y que éstos conservan aún toda su 
lozanía.- Su mayor mérito no es quizás tanto el de defender 
una tesis como el de comunicar a sus lectores la satisfacción. 
de su hallazgo; el de sensibilizarlos, como lo ha sido él .mismo, 
a los colores y a los senderos de lo desconocido. Pero el his­
toriador tiene, además, la ambición de organizar todos estos 
detalles concretos en una estructura abstracta y, afortunada­
mente, le sigue costando trabajo librarse del revoltillo de impre­
siones que excitaron su búsqueda aventurera, poco diestro que 
es todavía a doblegarlas a la necesaria álgebra de una .teoría. 
Más adelante, cuando va a reeditarse el libro, el tiempo ha 
transcurrido y se ha llevado consigo la emoción del primer con­
tacto; pero, a cambio, ha traído una compensación: el bosque.se 
ve mejor. Hoy, después de los debates contemporáneos • sobre 
el niño, la familia, la juventud y después del uso que se ha 
hecho de mi libro. Puedo ver*mejor, es decir, de manera más 
tajante y simplificada, las tesis inspiradas por un largo diálogo 
con las cosas, tesis que resumiré a continuación, reduciéndolas 
a dos.
La primera se refiere’ principalmente a nuestra * antigua: sc> 
ciedad tradicional. He afirmado que dicha sociedad ;no. podía 
representarse bien al niño, y menos todavía al adolescente. La
duración de la infancia se reducía al período de su mayor fra­
gilidad, cuando la cría del hombre no podía valerse por sí misma; 
en cuanto podía desenvolverse físicamente, se le mezclaba rápi­
damente con los adultos, con quienes compartía sus trabajos 
y juegos. El bebé se convertía en seguida en un hombre joven 
sin pasar por las etapas de la juventud, las cuales probable­
mente existían antes de la Edad Media y que se han vuelto 
esenciales hoy día en las sociedades desarrolladas.
La transmisión de valores y conocimientos, y en general la 
socialización del niño, no estaba garantizada por la familia, ni 
controlada por ella. Al niño se le separaba en seguida de sus 
padres, y puede decirse que la educación, durante muchos si­
glos, fue obra del aprendizaje, gracias a la convivencia del niño 
o del joven con los adultos, con quienes aprendía lo necesario 
ayudando a'los mayores a hacerlo.
La presencia del niño en lá familia y en la sociedad era 
tan breve e insignificante que no había tiempo ni ocasiones 
para que su recuerdo se grabara en la memoria y en la sensi­
bilidad de la gente.
Sin embargo existía un sentimiento superficial del niño 
— que yo he denominado el «mimoseo» (mignotage)— reservado 
a los primeros años cuando el niño era una cosita graciosa. La 
gente se divertía con él como si fuera un animalillo, un monito 
impúdico. Si el niño moría entonces, como ocurría frecuente­
mente, había quien se afligía, pero por regla general no se daba 
mucha importancia al asunto: otro le reemplazaría en seguida. 
El niño no salía de una especie de anonimato.
Si superaba los primeros riesgos, si sobrevivía al período del 
«mimoseo», solía suceder que el niño vivía fuera de su familia. 
Familia constituida por la pareja y los hijos que permane­
cían en el hogar. Yo no creo que la familia amplia (de varías 
generaciones o de varios grupos colaterales) haya existido fuera 
de la imaginación de moralistas tales como Alberti en la Floren­
cia del siglo xv, o de sociólogos tradicionalistas franceses del 
siglo xix, salvo en ciertas épocas de inseguridad cuando el linaje 
debía reemplazar, bajo ciertas condiciones económico-jurídicas, 
al poder público claudicante. (Por ejemplo, en ciertas regiones 
mediterráneas, quizás allí en donde el derecho de mejorar a 
uno de los hijos favorecía la cohabitación.)
Esta antigua familia tenía como misión profunda la conser­
vación de bienes, la práctica de un oficio común, la mutua
ayuda cotidiana en un mundo en donde un hombre y aun más 
una mujer aislados no podían sobrevivir, y en los casos de 
crisis, la protección del honor y de las vidas. La familia no 
tenía una función afectiva, lo que no significa que el amor, 
faltara siempre; al contrario, suele manifestarse a veces desde 
los esponsales, y en general, después del matrimonió, creado y 
sustentado por la vida común, como en el caso del duque de San 
Simón. Pero, y esto es lo que importa, el sentimiento entre, es­
posos, entre padres e hijos, no era indispensable para la existen­
cia-, ni para el equilibrio de la familia: tanto mejor si venía 
por añadidura.
Las relaciones afectivas y las comunicaciones sociales se 
consolidaban pues fuera de la familia, en un «círculo» denso y 
muy afectuoso, integrado por vecinos, amigos, amos, y criados, 
niños y ancianos, mujeres y hombres, en donde el afectó no 
era fruto de la obligación, y en el que se diluían las familias 
conyugales. Los historiadores franceses denominan hoy «socia­
bilidad» esta propensión de las comunicaciones tradicionales a 
las reuniones, a las visitas, a las fiestas. Así es como yo percibo 
nuestras sociedades antiguas, diferentes al mismo tiempo de 
las que hoy nos describen los etnólogos y de nuestras sociedades 
industriales.
Mi primera proposición es un ensayo interpretativo de las 
sociedades tradicionales, la segunda pretende demostrar el nuevo 
espacio ocupado por el niño y la familia en nuestras sociedades 
industriales.
A. partir de cierto período (más adelante trataré el problema 
obsesivo de su origen), y en todo caso a fines del siglo x v ii 
de forma definitiva se produjo una transformación considerable 
en la situación de las costumbres que acabo de analizar, que 
se puede captar a través de dos métodos de análisis diferentes. 
La escuela sustituyó_al_apren.dizaie_como medio de educación. 
~Lo~qug~~Si'gnífica que cesó la cohabitación-del—niño—cc¡n los 
adultos ~v~~por eIftr~céso'~el aprendizaje de la vida por contacto 
directo._con_el.los. A pesar de muchas reticencias y "retrasos, él 
niño fue separado de los adultos y mantenido aparte, en una 
especie de cuarentena, antes de dejarle suelto en el mundo, 
Esta cuarentena es la escuela, el colegio. Comienza entonces un
largo período de reclusión de los niños (así como los locos, los 
pobres y las prostitutas) que no dejará de progresar hasta nues­
tros días, y que se llama escolarización.
Este hechcude-separar a los niños —y de hacerlos entrar en 
razón— , debe - interpretarse como u n . aspecto más- de - la • gran 
moralización _deZlos^.homb£es_jcealiza.da„-.poO[Qs_mormaddfes 
^tóHcos_o_protestantes, de la Iglesia, de la ■ magistratura.o . del 
Estado. Pero ello no hubiera sido posible en la práctica sin 
la complicidad sentimental de las familias, y ésta es la segunda 
manera de abordar el fenómeno y sobre la que rdeseo insistir. 
La familia se ha convertido en un lugar de afecto necesario 
entre esposos y entre padres e hijos, lo que antes ncnerar-Este 
afecto se manifiesta principalmente a través de la importancia 
que se da, en'adelante, a la'educación.--Ya'rió*rse trata de esta­
blecer a sus hijos'únicamente'en función' Be la~ fortuna y del 
honor. Surge un sentimiento'completamente nuevo: los padres 
se interesan por los estudios de sus hijos y los siguen con una 
solicitud propia de los siglos xix y xx, pero desconocida antes. 
Jean Racine escribía a su hijo Louis sobre sus profesores como 
un padre de hoy (o de ayer, de un ayer muy próximo).
La familia comienza entonces a organizarse en tomo al niño, 
el cual sale de su antiguo anonimato y adquiere tal importancia 
que ya no es posible, sin una gran aflicción, perderle,reemplazar­
le o reproducirle muchas veces y conviene limitar su número 
para ocuparse mejor de él. No tiene nada de extraordinario el 
que esta revolución escolar y sentimental se acompañe a la larga 
de un maltusianismo demográfico, de una reducción voluntaria 
de nacimientos sensible a partir del siglo xvm /T odo esto es 
coherente (quizás demasiado para el ojo receloso de P. Veyne).
La consecuencia (que desborda, el período tratado en este 
libro, pero que ya desarrollé en otra parte) es la polarización 
de la vida social del siglo xix en tomo a . la f ^ i l i & .yJQ aj^o- 
fesión, ŷ la desaparición (salyo en. la Provenza de M. Agulhon 
y M.^ovelle)~del3"3ntígt 13 sncialiilirlnrl
Un libro tiene su propia' vida. Rápidamente se le va de las 
manos al autor para pertenecer a un público que no es siempre 
el que él ha previsto.
. Al parecer, las dos proposiciones que yo acabo de exponer 
no se dirigían exactamente al mismo publico.
La segunda, que parecía referirse a la explicación inmediata 
del presente, en seguida fue explotada por los sicólogos y so­
ciólogos, particularmente en los Estados Unidos; en donde las 
ciencias, del hombre se preocuparQiuantes„qiie_en__otros lugares 
por las crisis de la juventud. Crisis éstas que ponían en evidencia 
l i dificultad, e incluso la repulsa de losHoyenes a~ p^sar ai 
*es!ad5~aHulto.HEn efecToTmls análisis sugerían que’~e^á^slfua^ 
ción podía ser la consecuencia del aislamiento. prolongado de 
los jóvenes dentro de .la. familia y en la escuela. Dichas crisis 
demostraban también que el sentimiento de la familia y la 
escolarización intensiva de la juventud,.eran un.mismo fenó­
meno y un fenómeno reciente,- qUe se puede fechar aproxima­
damente, y que antes la familia apenas se echaba de ver dentro 
de un espacio social mucho más denso y afectivo.
Así han orientado mi libro los sociólogos, sicólogos e incluso 
pediatras, remolcándome a sus resultados y, mientras en los 
Estados Unidos los periodistas me llamaban French Sociologist, 
para un gran semanario parisino me convertí un día en un 
¡sociólogó americano!... - ;
En un principio esta acogida me produjo u n a . sensación 
contradictoria, pues en Francia me ■ habían hecho algunos re­
proches en, nombre de la sicología moderna: «negligencia de 
los intereses de la sicología moderna», dijo A. B esaron, «de­
masiada concesión al fijismo de la sicología tradicional», afirmó 
J. L. Flandrin !, y es verdad que yo siempre he tenido dificul­
tades para evitar los antiguos vocablos equívocos, y hoy en día 
anticuados hasta el ridículo, pero de tanto arraigo en la cultura 
moralista y humanista que fue la mía.
Estas críticas antiguas sobre el buen uso de la sicología me­
recen reflexión y hoy diría lo siguiente:
Se puede tratar de hacer la historia del comportamiento; 
es decir, una historia sicológica, sin ser uno mismo sicólogo 
o sicoanalista, manteniéndose a distancia de las teorías del vo­
cabulario e incluso de los métodos de la sicología, moderna y 
sin embargo interesar a esos mismos sicólogos en su propio 
campo. Si uno nace historiador, se vuelve uno sicólogo a su
1 A. B esan^on, «Histoire et psychanalyse», Anuales ESC„ 19, 1964, 
p. 242, n.° 2; J. L. F la n d rin , «Enfance et société», Annates E S C 19, 1964, 
pp. 322-329.
manera, que sin duda no es la de los sicólogos modernos, pero 
se asemeja a ella y la complementa. En este caso, el historiador 
y el sicólogo coinciden, no siempre a nivel de los métodos, que 
pueden ser diferentes, sino a nivel del sujeto, del modo de 
plantear el tema, o, como se dice hoy día,'de la problemática.
La trayectoria inversa, que va de la sicología a la historia, 
es igualmente posible, como lo prueba el éxito de A. Besanjon. 
Este itinerario presenta sin embargo algunos riesgos de los que 
M. Sorano no ha .podido librarse totalmente, a pesár de tantos 
hallazgos y comparaciones acertadas. La crítica que me hacía 
A. Besangon, especificaba bastante bien que «el niño no es sola­
mente el .traje,, los juegos, la escuela, ni incluso el-sentimiento 
de la infancia (es decir, las modalidades históricas,, empírica­
mente aprehensibles), es una persona, un desarrollo, una his­
toria, qué los sicólogos tratan de reconstituir», es decir «un 
término de comparación». Una excelente historiadora del si­
glo xv i, N . Z. Davis 2, ha buscado este término de comparación 
en el modelo construido por los sico-sociólogos según la expe­
riencia que éstos tienen del mundo contemporáneo. Claro es 
que la tentación de los sicólogos de evadirse fuera de su mundo 
para comprobar sus teorías es grande y sin ninguna duda enri- 
quecedora, aunque , en nuestras sociedades tradicionales eso las 
lleve o a Lutero o a los últimos «salvajes». Si bien el método ha 
dado buenos resultados a los etnólogos, las sociedades tradiciona­
les me parecen más recalcitrantes. Conduce este método a inter­
pretar demasiado fácilmente las relaciones de Charles Perrault y 
de su hijo en el lenguaje moderno del padre abusivo y del hijo 
mimado, lo cual no agrega nada a la comprensión de. nuestro 
mundo de hoy, ya que no se aportan datos nuevos, ni a la 
del mundo antiguo porque existe anacronismo, y el anacronismo 
falsea la comparación. Sin embargo, la fobia por el anacronis­
mo (¿el defecto de los historiadores?) no constituye ni un recha­
zo de la comparación, ni una indiferencia por el mundo contem­
poráneo: pues nosotros sabemos perfectamente que lo primero 
que captamos en el pasado son las diferencias,, y después las 
similitudes con la época en que vivimos.
^ 2 N . Z . D avis , «The reasons of misrule: youth groups and charivaris 
on sixteenth century France», Past and Present, 50, feb. 1971, pp. 41-75.
Mi segunda proposición casi obtuvo la unanimidad, pero 
los historiadores acogieron la primera (la ausencia del sentimien­
to de la infancia en la Edad Media) con mayor reserva.
Con todo, se puede afirmar hoy día que las grandes líneas 
han sido aceptadas. Los historiadores demógrafos han recono­
cido la indiferencia tardía con respecto a los niños, los histo­
riadores de mentalidades han notado la poca frecuencia de 
alusiones a los niños y a su muerte en los diarios de familia 
como el del sayalero de Lille, editado por A . Lottin. Como a 
J. Bouchard. les ha_sojprendido la ausencia de función de so- 
cialización de la fam ilia3.. Cas investigaciones-de-M_ÁguLhoá 
fian subrayado la- importancia de la «sociabilidad)>_ en las comu- 
nidades rurales y urbanas-deLAntiguo Régimen.
Pero las críticas son más instructivas que las aprobaciones 
o las concordancias. Voy a retener dos, una de J. L. Flandrin y 
la otra de N. Z. Davis.
J. L. Flandrin4 me_ha reprochado una preocupación dema­
siado grande, «obsesiona!», por el origen, lo que me inclina a 
denunciar comcTTnnovación absoluta lo que es más bien un 
cambio de naturaleza. El reproche es justificado. Es un defecto 
difícil de evitar cuando, como yo lo hago siempre en mis inves­
tigaciones, se procede por vía regresiva, ya que introduce con 
toda ingenuidad el sentido de cambio que no es en realidad 
innovación absoluta sino, l a mayoría de las veces,, recodifica­
ción. El ejemplo de J. L. Flandrin es bueno: si el arte medieval 
representaba al niño como un hombre reducido, en miniatura, 
«eso — afirma— no interesa a la existencia, sino a la naturaleza 
del sentimiento de lFüñfancia». .El niño era,~"pües.~~diferente 
del homb^7Ipj«)0-SÓlo~por él tamaño, yja .iu erza , mientras que 
J os otros__rasgos, seguí an._siendo .semejantes. Sería . interesante 
comparajL.al.niño-con-eLenanQ, el cual ocupa una posición im­
portante en la tipología medieval. El niño es un enano, pero 
un enano que estaba seguro de no quedarse enano, salvo en 
caso de hechicería. En compensación ¿no sería el enano un niño 
condenado a no crecer, e incluso a volverse en seguida un viejo 
arrugado?
J J. B o u c h a r d , Un village immobile, 1972.
4 T> L. F lan d r in , «Enfance et société», op. cit.
T.a otra crítica, de N. Z. Davis, se halla en su. excelentetra­
bajo, titulado: «The reason of misrule; youth groups and cha­
rivaris in sixteenth century France» s. .
Su argumento es poco más o menos el ■ siguiente: r ¿cómo 
,hs~=.pbdido yo afirmar que lar-sociedad tradicional ponía a los 
niños**y} a Q ŝ jóvenes .con los adultos) no ocupándome. del con- 
’cepfSae j uverílucCcu ando la jQVBfffud jugaba en-las comunida­
des rurales, e. incluso urbanas, un papel permanente de organi­
zación de fiestas y juegos, de control de matrimonios y relaciones 
sexuales, sancionado por. las cencerradas? M. Agulhon, por . su 
parte, ,en su .excelente libro sobre penitentes y francmasones, 
ha dedicado un capítulo a las sociedades juveniles, las cuales 
interesan cada día más a los historiadores contemporáneos atraí­
dos por las culturas populares.
El problema planteado por N. Z. Davis no se me ha pasado 
por alto. Reconozco que, en este libro, lo he descartado pere­
zosamente, reduciendo-al estado de .«vestigios» unas costumbres 
folklóricas cuya amplitud e importancia han demostrado N. Z. 
Davis, M. Agulhon y otros.
A decir verdad, no debía de tener la conciencia tranquila 
pues volví a tratar este problema en las primeras páginas de 
una breve historia sobre la educación en Francia 6. Admití que, 
antes de la Edad Media y en las zonas de cultura rural y oral, 
había una organización comunal por clases de edad con j ritos 
de paso, conforme al modelo de los etnólogos. En esas~ ¥oci.eda-. 
des¡ cada edad -tenía, su función, la educación""e~ra .transmitida. 
"por Ia3i5icx3ciónr7y defitro~de la clase de edad, mediante _Ja 
participaciórTe'ñ los servÍcíos^OF~ella "garantizados.
Se'Tñe'^ermnirá^~ab7ií~üri—paréntesis ~para citar la frase de 
un joven arqueólogo amigo mío. Estábamos visitando las exca­
vaciones de Malia, en Creta, hablando sin orden ni concierto de 
Janroy, Homero, Duby, de las estructuras por clases de edad 
propias de los etnólogos, de su reaparición en la Alta Edad 
Media, cuando mi amigo me dijo poco más o menos lo siguiente: 
en nuestras antiguas civilizaciones, nunca percibimos esas es­
tructuras etnográficas en pie, en plena madurez, sino siempre 
en estado de supervivencias, tanto en la Grecia homérica como
5 N. Z. Davis, op. cit.
6 P h . A rie s , «Problémes de l'Éducation», en La France et tes Fran- 
( ais, París, La Piéiade, 1972. (Obra escrita entre 1967 y 1970 y publicada 
en 1972.)
en las canciones de gesta. Tenía razón. Tenemos que convenir 
enjque p e t a m o s proyectando demasiado fielmente en nuestras 
sociedades tradicionales las estructuras, hoy descubiertas por los 
etnólogos, de los «salvajes» contemporáneos.
Mas cerremos el paréntesis y aceptemos la hipótesis de una 
sociedad-origen en la muy Alta Edad Media, la cual presentaría 
los caracteres etnográficos o folklóricos corrientemente admi­
tidos.
En esta .sociedad se produce^,quizás .en .la época del feuda­
lismo y del ..forraleciiñiéñto- dé las antiguas circunscripciones 
territoriales,...una, modificación que concierne. a. la...educación; ■ 
"es”decir, la Transmisión .del.jaber y de los valores, y que será 
'"en aHelántéJ a partir 'de la Edad Media, garantizada .por eí.apren-...
' dizaje.̂ Eh efecto, la práctica del aprendizaje es“ iñcómpatible 
~con el sistema de clases de edad, o, cuando menos, tiende a 
destruirle a medida que se generaliza. Es preciso que yo insista 
en la importancia que hay que dar al aprendizaje, el cual obliga 
a los niños a vivir en medio de los adultos quienes les enseñan 
así el tacto («savoir faire») y la cortesía («savoir-vivre»). La 
mezcla de ‘edades que ello ocasiona, parece ser uno de los rasgos 
predominantes de nuestra sociedad, desde mediados de la Edad 
Media hasta el siglo xvm . En tales condiciones, las clasifica-.., 
ciones tradicionales por edades jao podían sino enredarse y per- 
"3er su carácter necesario.
Ahora bien, no cabe duda de que estas clasificaciones han 
persistido para, vigilar-la sexualidad y para la organización de 
fiestas y todos sabemos la importancia que tenían las fiestas en 
la vida cotidiana de nuestras, antiguas sociedades^
¿Cómo compaginar la persistencia de lo que era ciertamente 
mucho más que «vestigios»; con la exportación precoz de los 
niños a las casas ajenas para entrar en aprendizaje?
¿No estamos dejándonos engañar, a pesar de los argumentos 
contrarios de N. Z. Davis, por la ambigüedad del vocablo juven­
tud? Incluso en latín, aún cercano, no facilitaba la discrimi­
nación. Nerón tenía veinticinco años cuando Tácito dijo de él: 
certe finitam Neronis pueritiam et robur juventae adesse. Robur 
juventae: es la fuerza del hombre joven, no es la adolescencia.
¿Qué edad tenían los abates de la juventud y sus compañe­
ros? La edad de Nerón a la muerte de Burras, la edad de Condé 
en Rocroy, la edad de la guerra o de su simulación: la
bravata7. En efecto, esas sociedades juveniles eran sociedades 
de solteros, en una época en la que la gente de las clases popu­
lares se casaba a menudo tarde/ Existía entonces una oposición 
entre el casado y el no casado, entre el que tenía casa pro­
pia y el que no la tenía y debía dormir , en casa de los demás, 
.entre el menos inestable y el menos estable.
Es preciso, pues, admitir la existencia de sociedades de jó­
venes, pero en el sentido de sociedades de solteros. La «juven­
tud» de los solteros del Antiguo Régimen no implicaba ni los 
caracteres que diferenciaban, tanto en la Antigüedad como en 
las sociedades etnográficas, al efebo del hombre maduro, a 
Arístogiton de Harmodius a, ni los que oponen hoy día a los ado­
lescentes con los adultos.
Si yo tuviera que concebir hoy día este libro, me abstendría 
mejor de la tentación del origen absoluto, del punto cero, pero 
las grandes líneas seguirían siendo las mismas, tínicamente to­
maría en consideración los datos nuevos, e insistiría más en la 
Edad_Media y en su otoño tan fecundo.
En primer íugar, llamaría la atención sobre un fenómeno 
muy importante y que empieza a ser mejor conocido: ^ p e r ­
sistencia hasta finales del siglo, xvii- delinfanticidio -tolerado. 
No se trata de una práctica admitida como lo era el abandono 
de niños en Roma. El infanticidio era uñ crimen castigado seve­
ramente .,J^o_j^staj^^seJpr^tic^a_eñ secreto, quizás frecuen­
temente, disimulado en forrna ̂ de accidente; losJñiños, morían 
;rraturalmeríteTHhogadós...eñ~la_cama de sus ,padres.con“qüiéñé's 
Hormían y no se hacia nada para vigilarlos o par_a_s al varios.
T .'T .T íIiñ3rin ha analizado esta práctica oculta en una con­
ferencia de la Société du xvn* siécle 9. Este autor ha demostrado 
que la disminución de la mortalidad infantil observada en el 
siglo xviTT río-puede-explfcarae por razones médicas e higiénicas;
7 Un sobrino de Mazarino, Paolo Mancini, tenía apenas 15 años cuan­
do murió valerosamente aníe las murallas de París, a finales de La 
Fronda. Ver G. D e t h a n t , Mazarin et ses antis, París, 1968.
* Me refiero al famoso grupo del museo de Nápoles.
9 Ver J. L. F l a n d r i n , Le sexe et VOccident. Evolution des attiludes 
et des comportements, París, Seuil, 1981, pp. 172-175.
cesó sólo el dejar morir o el ayudar a morir a los niños a los 
que ri£> se 'dese^bal^ñieryar.
ErTlá^lñisma serie de conferencias de la Société d u x v ii ' 
siécle, el P. Gy ha confirmado la interpretación de J. L. Flan­
drin citando pasajes de los Rituales postridentinos en los cuales 
'los obispos prohíben, con una vehemencia aue-merece reflexión, 
acostar a los niños en la cama de sus padres,' donde córi~~mucha 
fí-ecuencia.perecían ahogados.
Si el ayudar a la naturaleza a eliminar seres tan poco dota­
dos de un ente suficiente era un hecho que no se declaraba, 
tampoco era considerado~como algo vergonzoso. Formaba' 
parfe~~d¿ las cosas moralmente neutras, condenadas por la ética 
de la IgIesiá~v~dsLEstado, pero que se practicaban en secreto, 
en una semiconciencia, en elllm ite de la voluntad,-del olvido 
o de 1 ¿"Torpeza.
La vida del niño se consideraba, pues, con la misma ambi­
güedad que la delfeto hoy día, con la diferencia de que el 
infanticidio se ocultaba en el silencio y el aborto se reivindica 
en voz alta, pero ésa es toda la diferencia entre una civilización 
del secreto y una civilización de la exhibición. Llegará una 
época, el siglo xvii, en la que la comadrona, a bruja blanca 
recuperada por los Poderes, tendrá por misión proteger al niño; 
cuando los padres, mejor informados por los reformadores, sen­
sibilizados a la muerte, se tornarán más vigilantes y querrán 
conservar a sus hijos cueste lo que cueste.
Eso es exactamente lo contrario de la evolución que se efec­
túa ante nuestros ojos hacia la libertad del aborto. Se ha pasado 
de un infanticidio secretamente admitido a un respeto cada vez 
más exigente de la vida del .niño.
Si la vida física del niño contaba todavía tan poco, en una 
sociedad unánimemente cristiana, se podría esperar una mayor 
atención por su vida .futura-después-jje la muerte. Y así llegamos 
a 3a apasionante historia del bautismoTMe la edad apropiada 
para el bautismo, oM^mcxio—de ^administración de este sacra­
mento, la cual lamento no haber tratado en mi libro y que 
espero interese a. algún joven investigador. Esta historia del bau­
tismo permitiría comprender la actitud ante la vida y la infancia 
en épocas remotas, pobres en documentos, no tanto para con-
firmar o modificar la fecha del origen de un ciclo, como para 
demostrar I¿ transformación, en el transcurso jáe un polimorfis­
mo continuo, de las mentalidades arcaicas de forma sofrenada, 
mediante una serie de pequeños cambios. La historia del bautis­
mo me parece un buen ejemplo de este • tipo de evolución en 
espiral.
. Propondré a los investigadores que reflexionen sobre la si­
guiente hipótesis;
En una sociedad unánimemente cristiana, como lo eran las 
sociedades medievales, todo hombre, toda mujer, tenían que estar 
bautizados, y lo estaban en ‘efecto, pero ¿cuándo y cómo habían 
sido bautizados? Se saca la impresión (sujeta a confirmación) 
de que hacia mediados de la Edad Media, los adultos no siempre 
manifestaban mucha prisa en bautizar rápidamente a sus hijos 
y se olvidaban de hacerlo en circunstancias graves. En una 
sociedad unánimemente cristiana, la gente se comportaba casi 
como los indiferentes -de nuestras sociedades laicas. Me figuro 
que las cosas debían de ocurrir así: los bautizos se celebraban 
en fechas fijas, dos veces al año, la víspera de Pascua y la de 
Pentecostés. No existían todavía ni registro de catolicidad ni cer­
tificados; nada obligaba a los individuos sino su propia concien­
cia, la presión de la opinión y el temor a una autoridad remota, 
negligente y desarmada. Se bautizaba a los niños cuando se 
quería y los retrasos de varios años eran frecuentes. Los bap­
tisterios de los siglos xi y xu son, por otra parte, grandes tinas 
parecidas a las bañeras en las cuales aún se sumergía a los niños 
que ya no debían de ser tan pequeños. Son tinas profundas 
donde los pintores vidrieros zambullen a Clodoveo para su bau­
tismo o a San Juan para su suplicio: pequeñas bañeras rectan­
gulares en forma de sarcófago.
Si el niño moría en el intervalo de los bautizos colectivos, 
la gente no se conmovía mucho.
Lo cierto es que los ^J^ásíicgis_jnñdÍ£vaIss_ssinquietaron 
por esta mentalidad_y__niultipUcaron Í£s lugares delcüHct-CÓn, el 
fin de permitir a los sacerdotes acudir rápidamente a J a . cabe- 
xK ^ |.jíe^a parturienta. Sé ej'érció'sobre" las familias una presión, 
de los Mendicantes eñ particular, cada vez más fuerte para obli­
garlas a admitir el sacramento del bautismo lo antes posible 
después del nacimiento. Se renunció así a los bautismos colec­
tivos que imponían un plazo demasiado largo, y la regla, seguida 
por la costumbre, fue la de bautizar al niño recién nacido. La
inmersión fue reemplazada por el rito actual de la aspersión. 
(Hubo probablemente un rito intermedio que combinaba la in­
mersión y la aspersión.) Por último, eran las comadronas quienes 
debían bautizar a los niños que nacían con dificultades, usque 
in útero.
Más adelante, a partir del siglo xvi, los registros de cato­
licidad permitieron a los visitadores diocesanos, por ejemplo, el 
control de la administración del bautismo (control que no existía 
antes). Pero la partida debía de haberse ganado ya en las sen­
sibilidades, proEJafclemente desde el siglo xiv. Siglo que me 
parece ser el período crucial de esta historia del bautismo. Fue 
entonces cuando los niños se volvieron más numerosos en el 
nuevo folklore.de los Miracles Notre Dame, el cual me ha servi­
do para mi capítulo «El descubrimiento de la infancia».
En esta esfera de lo sobrenatural, es preciso conceder, una 
mención especial a un tipo de milagros que, supongo, debe 
aparecer en ese momento, si no después: la resurrección de los 
niños muertos sin el bautismo^ pero solamente el tiempo indis­
pensable para^üd^FT^^ el sacramento. J. Toussaert10 relata 
un milagro de est^ti^6^de^'ó~perihghe, el 11 de marzo de 1479. 
Más bien se trataba de un milagro original, inesperado, extraordi­
nario, ya que no se conocían todavía muchos casos como éste. 
Sin embargo, durante los siglos xvi y xvn, estos milagros se 
vuelven banales; existen santuarios especializados en esta clase 
de prodigios que ya no asombran a nadie. Se les conocía con el 
bonito nombre de santuarios «de tregua»-. M. Bemos ha anali­
zado sutilmente este fenómeno a propósito de un milagro en 
la iglesia de la Anunciada, en Aix-en-Provence, el primer domin­
go de Cuaresma de 1558. El milagro-no era el de la tregua, 
fenómeno común en esta iglesia donde se tenía la costumbre 
de depositar los cadáveres de los niños en el altar y esperar a 
que apareciesen los signos frecuentes de una reanimación para 
bautizarlos. Lo que sorprendía y conmovía era el que uno de 
los cirios sé encendiera de forma_sobrenatural durante la tregua: 
era esto lo verdaderamente extraordinario, y no la tregua11.
Eri~r479, la costumbre no había debilitado aún el asombro: 
probablemente no se estaba muy alejado del origen de la de­
voción,
10 T- T o u ssa e r t , Le Sentiment religieux en Flandre á la fin du Mayen 
Age, París, 1963.
11 M. Berno.s, «Réflexion su r u n miracle», Anudes du Midi, 82, 1970,
Al parecer, bajo la presión de las tendencias reformadoras 
de la Iglesia, se comienza a descubrir el alma de los niños antes 
que su cuerpo. Pero cuando la voluntad de los íitteratl fue acep­
tada, se convirtió en folklore, y el niño comenzó su carrera 
popular como protagonista de un nuevo folklore religioso.
Otro hecho retendrá nuestra atención en este siglo xiv, cuya 
importancia no he resaltado suficientemente en mi li'bro. Se 
trata de las tumbas. Dije ya algo sobre este tema en el capítulo 
«El descubrimiento de la infancia». Las investigaciones re­
cientes sobre la actitud ante la muerte me permiten ser hoy 
más preciso.
• Entre las innumerables inscripciones funerarias de los cuatro 
primeros siglos de nuestra era que atraen en todas partes al 
visitante romano, muchas se refieren á niños, a niños de meses. 
Los afligidos padres han erigido ese monumento en memoria 
de su muy amado hijo, muerto a tantos meses o a tantos años 
(tal año, tal mes, tal día). En Roma, en Galia o en Renania, 
se encuentran numerosas esculturas que reúnen en un mismo 
monumento las imágenes de la pareja y de los hijos. Después, 
a partir de los siglos [ v y vi ̂ aproximadamente, desaparecen la 
familia y el niño de fes representaciones y de las inscripciones 
'funerarias^ Cuando reapareció el uso del retrato, en los si­
glos x i y x i i , las tumbas eran ya individuales, marido y mujer 
separados, y claro está, no había tumbas esculpidas para los 
niños. En Fontevrault, las tumbas de los reyes Plantagenet están 
claramente separadas.
La costumbre de reunir a ambos esposos, algunas veces a los 
tres (el marido y sus dos mujeres sucesivas), se vuelve más fre­
cuente en el siglo xiv, cuando aparecen también, aunque son 
aún escasas, las tumbas con rostros de niños. El paralelo no esfortuito. En el capítulo «El descubrimiento de la infancia», ya 
cité los retratos de 1378, de los principitos de Amiens, más éstos 
eran hijos de la realeza.
En la iglesia de Taverny se pueden ver dos losas murales con 
rostros e inscripciones. Se trata de las tumbas de los hijos de la 
familia Montmorency. La que se conserva mejor es la de Charles 
de Montmorency, quien murió en 1369. Se representa al niño 
fajado, envuelto en pañales, lo cual no era frecuente en esa
época. La inscripción, bastante pretenciosa, dice lo siguiente: 
Hic manet inclusus adolescens et puerulus/de Montmorency 
Karolus tomba jacet istafanno mille C. ter paradisii sensii iter/ 
ac sexagésimo novem simul addas in illojgaudeat in christo 
tempore perpetuo. Carlos tenía un hermanastro, Juan, muerto 
en 1352. Subsiste su tumba, pero los relieves de alabastro, 
demasiado frágiles, han desaparecido ya, de tal forma que no se 
puede saber cómo estaba representado el niño — quizás envuelto 
igualmente en sus pañales— . Su epitafio en francés es más 
sencillo: «Aquí yace Jehan de Montmorenci, hijo del noble y po­
deroso Charles, señor de Montmorenci, que falleció en el año 
de gracia de 1352, el 29 de julio».
En ambos casos hay un retrato, y el epitafio indica el nombre 
y título del padre, la fecha de la muerte, pero no menciona el 
nombre de la madre, ni la edad de la criatura, aunque sabemos 
que en el siglo Xiv en general se especificaba ya la edad del 
difunto.
En el siglo xv menudean las tumbas de hijos y padres re­
unidos, o las de los hijos solos, y en el siglo xvi son ya banales, 
como lo he demostrado siguiendo el repertorio de Gaignéres. 
Pero estas tumbas labradas estaban reservadas a las familias' de 
cierta importancia social (aunque las losas lisas fueran ya objeto 
de una fabricación de artesanía en serie). Más frecuentes eran 
los «cuadros» murales pequeños, reducidos a una inscripción, 
algunas veces con una pequeña ilustración piadosa. Ahora bien, 
algunos de estos epitafios sencillos se refieren a niños y su estilo 
está directamente irispirado_.de la epigrafía latina antigua. Se 
repite el tema del dolor de los padres por el hijo perdido a 
corta edad.
Veamos qué dice una tumba de 1471, de Santa María in 
Campitelli de Roman: Petro Albertonio adolescentulo/cujus 
annos ingenium excedebat [niño notable por su precocidad, 
un pequeño prodigio] Gregorius et Alteria parentes/único et dul- 
cissimo [muy llorado por ser hijo único: en 1471] posuerejqui 
vixit annos iv M. III/O bitt MCCCCLXXI.
Volvamos al tema del niño envuelto en sus mantillas.
Sólo a partir del siglo xvii se ha reproducido con agrado
al niño concreto en la desnudez del putto Antes se le repre­
sentaba en mantillas o con faldón. Sabido es, por otra parte, que 
desde la Edad Media se representaba el alma bajo los rasgos de 
un niño desnudo.
Ahora bien, existen algunos casos raros y curiosos en los 
que el alma también está envuelta en pañales. En una Asunción 
de la Virgen de principios del siglo xv, que se halla en Santa 
María in Trastevere, enJRoma, el alma de la Virgen es un niño 
en pañales que Cristo/carga én sus brazos.
En una tumba de 1590, q[ue se encuentra en el Museo de 
Luxemburgo, se puedeSüer— a' un niño en pañales a quien dos 
ángeles están subiendo al cielo. No se trata, sin embargo, del 
retrato de una criatura muerta; no. La reseña nos indica que 
el difunto es un hombre de diecinueve años, por lo que el niño 
en pañales no puede ser más que su alma.
Esta representación no es frecuente, pero conocimos por lo 
menos un caso más antiguo, y es posible que exista una tradi­
ción iconográfica. El Museo de Viena (Austria) conserva un 
marfil bizantino de finales del siglo x en el cual el alma de la 
Virgen está igualmente figurada bajo la forma de un niño en 
mantillas. Esta representación del alma bienaventurada bajo la 
imagen de un niño, la mayoría de las veces idealizado y desnudo, 
algunas veces realista y en pañales, debe ser puesta en paralelo 
con_lp. que. .se dijo anteriormente acerca del infanticidio y del 
bautismo^
En efecto, entre los espiritualistas medievales que iniciaron 
esta imaginería, el alma del elegido gozaba de la misma inocen­
cia envidiable que la del niño bautizado, en u n a . época en la 
que, sin embargo, en la práctica común, el niño era una cosa 
divertida, pero por la que se tenía poco afecto.
Lo extraño es constatar que el alma dejará de ser figurada 
por un niño en el siglo xvn, cuando éste será representado en 
adelante por sí mismo, época en la que se volverán más frecuen­
tes los retratos de niños vivos y muertos.
En el Museo Arqueológico de Senlis se conserva un curioso 
monumento funerario que muestra la inversión de la situación 
a finales del siglo xvii, ya que está consagrado a la memoria 
de la esposa de Fierre Puget, fallecida en Senlis en 1673, como 
consecuencia de una cesárea. Esta mujer es elevada al cielo en
u N iño desnudo que representa el am o r o u n ángel principalm ente.
medio de nubes, en posición orante, que es también la expresión 
de la renunciación, y el niño que ha deseado ella salvar aparece 
desnudo tendiéndole con una mano la palma del martirio, mien­
tras que con la otra enarbola una banderola que lleva la si­
guiente inscripción:; Meruisti. El niño ha ̂salido aquí del anonT’ 
mato lEstá demasiado personificad o'" cómo "para significar un 
mocío de ser del más allá; y por otra parte, el alma está dema­
siado vinculada a los rasgos propios del individuo como para 
poder ser evocada bajo los caracteres impersonales de una ale­
goría. En adelante, las relaciones entre los muertos y los vivos 
son tales que en el hogar, y ya no solamente en la iglesia y sobre 
las tumbas, se desea recordar y conservar su memoria.
En el museo Magnien de Dijon, existe una pintura., atribuida 
a Hyacinthe Rigaud, que representa un jovencito y una niñita 
los cuales parece que estuvieran vivos; y a su lado, el retrato, 
encuadrado en un medallón, de una mujer de cierta edad, de 
luto, que parece que estuviera muerta. Ahora bien, sin duda 
alguna la mujer del medallón estaba viva, pero se consideraba 
como una muerta, como lo evocaba el retrato casi funerario; y, 
en cambio, ella había hecho pintar el retrato de sus hijos, muer­
tos realmente, con todas las apariencias de la vida.
Ha sido a fines del siglo xvm y durante el siglo xvm cuan­
do yo he situado, a partir de fuentes francesas principalmente, 
la retirada de la familia de la calle, de la plaza, de la vida colec­
tiva y su .reclusión dentro de una casa mejor defendida contra 
los intrusos, mejor preparada para la intimidad. Esta nueva 
organización del espacio privado fue posible gracias a la inde­
pendencia de las habitaciones que comunicaban entre ellas por 
un pasillo (en lugar de dar las unas en las otras, en hilera) y 
mediante su especialización funcional (salón, comedor, dormi­
torio...). Un interesante artículo de R. A. Goldthwaite. demuestra 
que en Florencia se observa desde el siglo xv una tendencia a 
crear un espacio privado para la vida familiar, bastante análoga, 
a pesar de algunas diferencias 14. El autor apoya su argumenta­
ción en un análisis de los palacios florentinos, de su apariencia
14 Richard A. G o l d t h w a i t e , «The Florentine palace as domestic 
architecture», Amer. Hist. R e v 77, oct. 1972, pp. 977-1012.
exterior y de lo que se conoce sobre su organización interior. 
Se trata, pues, de familias patricias.
El palacio de los siglos xm y xiv se caracterizaba principal­
mente por la torre, para la defensa, y por la galería cubierta 
(loggia) que daba a la calle, en donde los padres, amigos y 
clientes se reunían para asistir y participar en la vida pública 
del barrio y de la ciudad. No había, pues, solución de continui­
dad entre la vida pública y la vida familiar, una prolongaba la 
otra, salvo en caso de crisis, cuando el grupo amenazado se 
refugiaba en la torre.
■_ A excepción jde Ja_torre, y de Ja Joggia,_ el_j¡¡alacio..apenas., se 
distinguí ¿"del..vecindario..urbano.La planta baja que daba a la 
calle se componía de soportales, los cuales se continuaban de 
una casa a otra: la entrada de las tiendas era contigua a la 
entrada del palacio y a sus escaleras. El interior carecía igual­
mente de unidad, y su espacio no coincidía con el de la familia: 
los cuartos atribuidos a la familia principal se prolongaban hasta 
la casa de al lado, mientras que los inquilinos ocupaban las 
partes centrales.
En el siglo...xv,..el palacio, cambió de ..plano, .de aspecto._y_ 
de sentido. En primerjugar, se con vir tió_en. un a unidad arqui^. 
tectónica, .en~ürT_edificio separado*'efe su .entorno. Desaparecie­
ron las tiendas y se fueron los inquilinos. El espacio así liberado 
se reservó para la familia, para una familia poco extendida.
Se cerraron, o suprimieron, las loggia o galerías cubiertas.
El palacio atestiguaba mejor que antes el poderío de una familia, 
pero dejó de abrirse al exterior. La vida cotidiana se concentró 
dentro de un cuadrilátero tosco, alrededor del cortile, protegido 
de los ruidos e indiscreciones de la calle.
«El palacio — escribe R, Goldthwaite— pertenecía a un
nuevo mundo de “privacy”, para el uso de un grupo relativa­
mente reducido». En efecto, el número de habitaciones no era 
excesivo: en el palacio Strozzi, sólo estaba habitado un piso y 
no había más de una docena de habitaciones. Verdad es que 
todas las habitaciones estaban dispuestas en hilera, sin pasillo 
o espacio central de comunicación, lo que impedía el aislamiento 
y el respeto de una verdadera intimidad, que se logrará con la 
arquitectura del siglo xviii.
13 D. H e r l i h y , «Vieillir á Florence au Quattrocento», Anuales ESC , 
24, nov.-dic. 1969, p. 1340.
Por otra parte, sabemos que lá familia florentina del Quattro- 
cento (siglo xv)} no era numerosa15. El palacio florentino no 
contenía el mundillo de servidores y criados tan habitual en las 
grandes familias de Francia e Inglaterra de los siglos xv y xvi, 
e igualmente en las de la Italia barroca del siglo xvn. En dicho 
palacio nunca había más de dos o tres sirvientes, a los cuales 
no siempre se conservaba durante mucho tiempo.
El modelo florentino es, pues, diferente del que yo presenté. 
Podríamos compararlo con el de nuestro siglo xvili, por el tama­
ño de la familia, la exclusión del servicio doméstico, si la priva* 
tización no se acompañara de una búsqueda de espacio todavía 
poco compatible con la intimidad.
La originalidad florentina reside en la combinación de inti­
midad y de vastedad, aspecto bien analizado por R. Goldthwaite. 
Esos palacios «estaban evidentemente concebidos para atribuir 
a una familia de pequeñas dimensiones un espacio privado, un 
espacio propio, pero extraordinariamente vasto, que supera de 
lejos el de las habitaciones en las que realmente se vivía. En 
realidad, la mejor manera de mostrar la novedad de ese palacio, 
consiste en definirla como una expansión del espacio privado a 
partir del núcleo constituido por un apartamento de medianas 
dimensiones».
No se, sabe a ciencia cierta cómo se usaban las habitaciones, 
suponiendo que tuvieran un destino concreto. Quizás el studiolo, 
precursor de nuestro gabinete, fue en esa sociedad humanista 
ía primera forma de especialización del espacio privado. No 
obstante, esas habitaciones desprovistas de funciones precisas, 
pero dedicadas a la vida privada, comenzaron a ser decoradas 
con objetos pequeños, parecidos a nuestros objetos artísticos 
(bibelots). Se tiene realmente la misma impresión de apego por 
el bienestar privado ante las Natividades de la Virgen, ya sean 
flamencas, francesas, alemanas o italianas, ante todas las repre­
sentaciones de interior del siglo xv, cuando el pintor se com­
placía en plasmar los objetos preciosos o familiares.
Es normal_que en un espacio que se ha vuelto tan ^privado, 
se ‘ tíésarralíeIun_IsSfímíentp nuevo entre los miembros de la 
famiHa;:y,.especialme.n^lenT¿e ía madrejr_e]_hijo: el sentimiento 
familiar,..«esa cultura— afirma R. Goídthwaíte™ "estáTcéntrada 
en las mujeres y los niños, con-un interés renovaSo por Ia~edü- 
''í^1orr-denestos~úÍtimos y una notable elevación.del estatuto de 
l a mujer... No “se~puéde explicar de otra manera la fascinación,
casi obsesión, por los niños y por la relación madre-hijo, que 
es quizás el único tema verdaderamente esencial del Renacimien­
to, con sus putti, sus niños y sus adolescentes^ sus niadonas' 
secularizadas, sus retratos de mujeres».
Sí el palacio del Renacimiento, a pesar de sus vastas dimen­
siones, estaba reservado a la familia nuclear, replegada detrás 
d e sus muros macizos, el palacio barroco, como lo' indica R. Gold- 
thwaite, facilita el desplazamiento del personal doméstico y de 
la clientela, y se asemeja al modelo clásico de la mansión (casti­
llo, casa solariega, hotel particular o cortijo) de los siglos xvi 
y x v i i , antes d e la distribución en apartamentos independientes 
propia del siglo xvm.
El episodio florentino del siglo xv es importante y sugestivo. 
Ya había notado y comentado en mi libro la frecuencia, „desde, 
"el siglo XV y 'durante el siglo xvi, de signos de réconocLmi entolde, 
la. inf anci¿7~tarito éñ la imaginería j^omo en la. educación.,(con- el 
colegio), pero R. Goldthwaite ha localizado en, el.palacio floren­
tino una relación muy precisa éntre el comienzo del sentimiento. 
de la familia y una organización particular del espacio. Lo 
cuál nos lleva ¿‘‘ampliar sus conclusiones y "¿ suponer una rela­
ción análoga entre la búsqueda de intimidad familiar y personal, 
y todas las representaciones de interiores, desde la miniatura del 
siglo xiv, hasta las pinturas de la escuela holandesa.
El expediente está lejos de cerrarse. La historia de la familia 
está en sus comienzos y ahora es cuando comienza a incitar la 
investigación. Después de un largo silencio, esta historia avanza 
en diversas direcciones. Sus vías han sido preparadas por la 
historia demográfica. {Ojalá no sufra la misma inflación! El 
período más estudiado actualmente abarca del siglo xvi al xvm. 
La escuela de Cambridge, con P. Laslett y E. A. Wrigley, desea 
saber a qué atenerse con respecto a la composición de la familia, 
extendida o conyugalló, lo que ha originado algunas reacciones
16 Coloquio de 1969 celebrado en Cambridge: «Household and Family 
in Past time». Completaré la bibliografía con las siguientes obras: 
I. P i n c h b e c k y M. H e w i t t » Children in English Society, t. I, Londres/ 
Toronto, 1969; K. A. L o k r i d g e , A new England town, Nueva York, 1970; 
I- D e m o s , A little Commonwealth, Nueva York, 1970; D . H u n t , Parents
en F rancia ; de aprobación en lo que respecta a la Francia del 
Norte, y de reservas en cuanto a la Francia del Mediodía. Los 
historiadores franceses más jóvenes parecen interesarse más bien 
por la formación (J. M. Gouesse) o la disolución (A. Lottin) 
de la pareja. Otros, como el historiador americano E. Shorter, 
se interesan además por los signos que anuncian, a fines del 
siglo xviHj mayor libertad de costumbres. La bibliografía co­
mienza a alargarse: se halla, junto con una recapitulación de 
estos problemas, en tres números de la revista Armales ESC 17.
Esperemos solamente que debido a su éxito la historia de la 
familia no se entierre bajo la abundancia de publicaciones, como 
ha ocurrido con su joven antecesora, la historia demográfica.
La multiplicación de investigaciones sobre los siglos xvii 
y xvm, facilitada por la existencia de una documentación más 
abundante de lo que se había creído, confirmará o invalidará 
ciertas hipótesis. Sin embargo, corremos el peligro, en un futuro 
que ya se anuncia, de repetir hasta la saciedad los mismos 
temas, con pequeños progresos que no justificarían la amplitud 
de inversiones intelectuales e informáticas.
En cambio, las informaciones más decisivas deberían pro­
venir de la Edad Medía y de la Antigüedad. Esperamos con impa­
ciencia los primeros resultados de las investigaciones de M. Man- 
son sobre los juguetes, lasmuñecas y, en definitiva, sobre la 
infancia durante la Antigüedad. Sería preciso igualmente Inte­
rrogar, mejor que yo lo he tratado de hacer, las fuentes medie­
vales, los inagotables siglos xiv y xv, tan importantes para el 
futuro de nuestra civilización, y retrocediendo, el período esen­
cial de los siglos xi y xir, así como los siglos anteriores.
La historia de las mentalidades es siempre, quiérase o no, 
una historia comparativa y regresiva. Debemos partir de lo que 
sabemos sobre el comportamiento del hombre de hoy, como de 
un modelo al cual comparamos los documentos del pasado siem­
pre que tengamos en cuenta el nuevo modelo, construido con 
los datos del pasado, como segundo origen, y volver al presente 
para modificar la imagen ingenua que teníamos al principio.
En el estado actual de las investigaciones, las relaciones entre 
los siglos xvii-xvin y los siglos xix-xx no se han agotado, pero
and Children in History, N ueva York, 1970; y los artículos de los Armales 
que citamos en la nota siguiente.
17 Armales ESC, 24, n ° 6, 1969 (pp. 1275-1430); 27, n.os 4-5, 1972, 
pp. 799-1233; 27, n.° 6, 1972, pp . 1351-1388.
los pocos progresos reales que se hagan, se obtendrán a costa 
de un estancamiento fatigante. En cambio, el desciframiento de 
los siglos — ¡los milenios!— que precedieron al siglo xvi podría 
aportamos una nueva dimensión. De ahí es de donde hay que 
esperar los progresos definitivos IS.
Maisons-Laffitte, 1973.
18 En este Prólogo, me he lim itado a los tem as de la infancia y de la 
fam ilia, de jando de lado los p roblem as de la educación y de la escuela, 
que han sido ob je to de num erosos traba jo s . P o r ejem plo: P. R i c h é , 
éducation et Culture dans VOccident barbare, P a rís , 1962; G. S y n d e r s , 
La Pédagogie en France aux XVIIe et XVIIIe siecles, París, 1963; H. D e - 
r r é a l , Un missionnaire de la Contre Reforme. Saint Pierre Fourier, Pa­
rís, 1965; P h . A r i é s , «Problém es de l 'éd u c a tio n » , en La France et les 
Frangais, Ene. de La Pléiade, 1972, pp . 869-961. El C oloquio de M arsella, 
o rganizado por R . D u c h é n e y pub licado bajo el títu lo «Le x v u e siécle 
et Téducation», en la revista Marseille, n.° 88, da u n a yisión de conjunto 
sobre este p rob lem a, y contiene una ab u n d an te b ib liografía .
PRIMERA PARTE 
EL SENTIMIENTO DE LA INFANCIA
CAPITULO I 
LAS ED A D ES DE LA VIDA
Un hombre de los- siglos x v i o XVII se asombraría de las 
exigencias que requiere d e ^ ü sa trd s érestado civil" y a la s ”cüales 
nos sometemos de modo natural. Desde que nuestros hijos co- 
miéñzan~a~ háblar7Tes enseñamos su nombre, el de sus padres, 
e igualmente su edad. Nos enorgullece el que Pabíito responda 
debidamente, cuandoJejpreguntan su edad, que tiene dos años 
y”me3io7 En efecto, sentimos la importancia que tiene el que 
PaBIitb no se equivoque: ¿qué sería de él si ya no supiera su 
edad? En la selva africana' la edad es todavía una noción bas­
tante confusa, algo que no es tan importante como para que no 
se pueda olvidar. Mas, en nuestras civilizaciones técnicas, ¿cómo 
olvidar la fecha de nacimiento, cuando en cada viaje debemos 
anotarla en la ficha de policía del hotel; cuando en cada can­
didatura, en cada trámite, en cada formulario que hay que 
rellenar (todos sabemos que son numerosos y que habrá cada 
vez más) es preciso recordarla. Pablito dirá su edad en la escue­
la, luego será Pablo N. de la quinta X, y cuando empiece a tra­
bajar, recibirá con su cartilla de Seguridad Social un número 
de inscripción que duplicará su propio apellido. Al mismo tiem­
po,'y antes que Pablo N., será un número que comenzará por 
el de su sexo, su año de nacimiento y el mes del año. Llegará 
un día en que todos los ciudadanos tendrán su número de ma­
trícula; ése es el objeto de los servicios de identidad. Nuestra 
personalidad "cxvTTsér expresa ahora con más precisión por nues­
tra fecha de nacimiento que por nuestro patronímico, que
podría muy bien, si no desaparecer, al menos reservarse para la 
vida privada, mientras que el número de identidad lo reempla­
zaría para el uso civil, cuya fecha de nacimiento sería uno de 
sus. elementos constitutivos. En la Edad Medía, el nombre propio 
fue considerado__como—uná ..designacióndemasiado - .imprecisa, 
y ~fue necesario completarlo.„con_un apéllicio. a menúdoTun-.nom- 
~bre~de' lu g a rY “resulta que ahora es_ conveniente, agregar una 
"nueva precisión de carácter .numérico, la edad. Pero el nombre 
e incluso -'eT apellido pertenecen a. un ..mundo imaginario —el 
nombre— o tradicional —el apellido— La edad, cantidad men­
surable legalmenté con .una aproximación, de. horas,..compete, a 
otro mundo: el de la exactitud y el de las cifras.. Actualmente, 
..nuestras prácticas _<ie_registro. civil p rqceden a la ..vez ,_de__uno 
v otro mundo.
Con todo, nosotros redactamos documentos que nos com­
prometen seriamente y cuyo texto no exige la anotación de la' 
fecha de nacimiento. Se trata de efectos mercantiles, letras de 
cambio, cheques, o bien de testamentos, es decir, documentos 
muy diferentes unos de otros. Pero todos fueron inventados en 
un pasado ya lejano, antes de que el rigor de la identidad mo­
derna se introdujera en las costumbres. La inscripción de la 
fecha de nacimiento en los registros parroquiales fue impuesta 
a los sacerdotes por Francisco I, y para que esta medida, que 
había sido -ya prescrita por la autoridad conciliar, fuera respe­
tada, fue preciso que la aceptaran las costumbres, reacias du­
rante mucho tiempo al rigor de una contabilidad abstracta. 
Jodos admiten que fue sólo a partir del siglo xvm cuando los 
curas se preocuparon por mantener sus registros con la exacti- 
f&ci7 o conciencia cte" exactitud, que un Estado moderno exige 
a sus 'funcionarios del registro civil. La importancia personal 
de la noción de edad .ha debido afirmarse en la vida a medida 
que los reformadores religiosos y civiles lo imponían en sus do­
cumentos, comenzando por los estratos más instruidos de la so­
ciedad, es decir, en el siglo xvi, los que frecuentaban los cole­
gios de enseñanza. En los legajos de los siglos xvi y xvn que yo 
he consultado para reconstituir. algunos ’ ejemplos de escolari­
dad 2 suele estar anotado, al comienzo del relato, el lugar y la 
fecha de nacimiento del narrador. Incluso a veces la edad es 
objeto de atención particular. Se anota la edad en los retratos
como un signo suplementario de individuación, exactitud y auten­
ticidad. Podemos leer, en numerosos retratos'Hét'siglo”' xvi, ins­
cripciones de este tipo: Aetatis suae 29; de 29 años, con la 
fecha de la pintura ANDNI 1551° (el de Jean Femaguut, pin­
tado por Pourbus, Brujas) 2, En los retratos de personajes ilus­
tres, como los de la corte en general, no aparece esta referencia, 
la cual subsiste, sea en el lienzo o también en el marco an­
tiguo, en los retratos de familia, vinculados a un simbolismo 
familiar. Entre los más antiguos quizá hay que señalar el mag­
nífico retrato de Margarita Van Eyck, que lleva la inscripción 
siguiente: arriba, co(n)iux m(eu)s Joh(ann)es me c{om)plevit 
art(n)o 1 4 3 9 1 7 Junii (¡qué preocupación por la precisiónI: 
«mi esposo me pintó el 17 de junio .de 1439»); y abajo: Aetas 
mea triginta trium an(n)orum, 33 años. Con mucha frecuencia, 
esos retratos del siglo xvi se encuentran en pareja: uno de la 
esposa, el otro del esposo. Ambos llevan la misma fecha inscrita 
y la edad de cada uno de los cónyuges: así, por ejemplo, los dos 
lienzos de Pourbus, Juan Femaguut, y su esposa, Adriana de 
Buc3, llevan la misma inscripción: Armo domini 1551, además, 
para el hombre: Aetatis suae 29, y para la mujer: Aetatis 
suae 19. También, a veces, los retratos del marido y de la mujer 
están reunidos en un mismo lienzo, como los de Van Gindertae- 
len atribuidos a Pourbus, pintados con sus dos hijos pequeños. 
El esposo'tiene una mano en la cadera y apoya la otra en el 
hombro de su mujer. Los dos niños juegan a sus pies.La 
fecha, 1559. Al lado del marido están sus armas y la fecha: 
aetas an. 27; mientras que al lado de la mujer aparecen las 
armas de su familia y la fecha: Aitatis, mee. 20 a. Estos datos 
de filiación toman, a veces, el aspecto de úna verdadera fórmu­
la epigráfica, como sucede con el cuadro de Martin de Vos', 
fechado en 1572, en el que figura Antoine Anselme, regidor de 
Amberes, su mujer y sus dos hijos s. Los cónyuges están senta­
dos a cada extremo de una mesita, el esposo sujeta en su re­
gazo al niño, y la esposa a la niña. En alto, sobre sus cabezas 
y en medio del lienzo, se ve una hermosa placa, cuidadosamente 
decorada, con la siguiente inscripción: cortcordi ae antonii an~
2 Exposición en la Orangerie, Le portrait dans i’art jlamand, París, 
1952, n.° 67, n.° 18.
3 Op. cit., n.”“ 67 y 68.
4 Op. cit., n.° 71.
5 Op. cit., n.° 93. Reproducido en este libro.
selmi et johannae Hooftmans jeliciq: propagini, Martirio de 
Vos pictore, DD natus est Ule ann MDXXXVI die I X febr uxor 
ann MDLV D XVI decembr liberi a Aegidius ann MDLXXV 
X X I Augusti Johanna ann MDLXVI XXVI septembr. Esta ins­
cripción nos sugiere el motivo que inspirá esta epigrafía: pa­
rece tener alguna relación con el sentimiento de la familia y su 
desarrollo~'eii“esá época.
"Esosrefratos de familia fechados son documentos de histo­
ria familiar, como lo serán tres o cuatro siglos más tarde los 
álbumes de fotos. Responden a la misma mentalidad los libros 
de razón, en los que se anotaban, además de las cuentas, los 
acontecimientos domésticos, los nacimientos y las muertes. Se 
produce así una convergencia del interés por la precisión crono­
lógica y del sentimiento familiar. No se trata tanto de las refe­
rencias del. individuo como de las de los miembros de su fa­
milia. Se siente la necesidad de dar a la vida familiar, gracias 
a la cronología, una historia propia. Este curioso interés en 
consignar la fecha no aparece solamente en los retratos, sino 
igualmente en los objetos y en el mobiliario. En el siglo xvn se 
generaliza la costumbre de grabar o pintar una fecha en las 
camas, cofres, baúles, armarios, cucharas, copas de ceremonia, 
etcétera. La fecha es la de una ocasión importante de la histo­
ria familiar, generalmente la boda. En ciertas regiones de Alsa- 
cia, Suiza, Austria, Europa Central, los muebles y particular­
mente los muebles pintados están fechados, e indican también 
el nombre y apellido de sus propietarios, y esto desde el siglo xvn. 
hasta el siglo xix. En el museo de Thoune pude observar, en­
tre otras, la siguiente inscripción en un baúl: Hans Bischof 
— 1709— Elizabeth Misler. A veces, la gente se contentaba con 
inscribir sólo las iniciales de ambos cónyuges a cada lado de la 
fecha, que es la de la boda. Esta costumbre se difundirá am­
pliamente en Francia y no desaparecerá hasta finales del si­
glo xix. Por ejemplo, la inscripción grabada en un mueble des­
cubierta por un investigador del Museo de Artes Populares 6 en 
la Haute-Loire: 1873 LT JV. La consignación de las edades 
o de una fecha en un retrato o en un objeto corresponde al 
mismo sentimiento que tiende a dar mayor consistencia histórica 
a la familia.
6 Musée des Arts et Traditions Populaires, París, Exposición de 1953, 
n,° 778.
Este interés por la inscripción cronológica, aunque subsistió 
hasta mediados del siglo xix, por lo menos en los estratos 
medios, desapareció rápidamente en la ciudad y en la corte, en 
donde enseguida se consideró como una costumbre ingenua y 
provinciana. Desde mediados del siglo xvm, las inscripciones 
tienden a desaparecer de los cuadros (existen aún, pero entre 
los pintores de provincia, o adeptos del provincianismo). El her­
moso mobiliario de época está firmado y, si está fechado, lo 
está discretamente.
A pesar de la importancia que durante el siglo xvi había 
tomado la edad en la epigrafía familiar, subsistían en las cos­
tumbres curiosas supervivencias de la época en que era raro 
y difícil para la gente el recordar su edad. En páginas' anterio­
res decía yo que nuestro Pabíito conocía su edad desde que 
empezaba a hablar. Sancho Panza no sabía con exactitud la 
edad de su hija, a pesar de lo que la quería: «Quince años, dos 
más o menos, pero es tan grande como una lanza, y tan fresca 
como una mañana de abril...» 7. Se trata de un hombre de pue­
blo. En el siglo xvi, e incluso en esos estratos escolarizados en 
donde los hábitos de precisión moderna se observan más tem­
prano, los niños conocen indudablemente su edad; pero una 
extraña norma de urbanidad los obliga a no confesarla explíci­
tamente y a responder con ciertas reservas. Cuando el huma­
nista y pedagogo suizo Thomas Platter relata su vida * indica 
con mucha precisión cuándo y- dónde ha nacido, pero se cree 
en la obligación de envolver el hecho en una prudente pará­
frasis: «Y en primer lugar, no hay nada que. yo pueda garan­
tizar menos que la fecha exacta de mi nacimiento. Cuando tuve 
la idea de averiguarla, se me respondió que yo había venido al 
mundo en 1499, el domingo de la Quincuagésima, exactamente 
cuando tocaban a misa». Extraña combinación de incertidumbre 
y de rigor. En realidad, no hay que tomar esta reserva al pie 
de la letra, ya que se trata de una discreción habitual, vestigio 
de una época en la que era imposible conocer una fecha exacta; 
lo sorprendente es que esta reserva se haya vuelto una regla de 
cortesía, pues así es como había que dar su edad a . un interlo­
cutor. En los diálogos de Cordier9, dos alumnos están hablando
1 Don Quijote de ¡a Mancha, Madrid, Taurus, 1960, II parte, cap. X III, 
p. 475.
8 Vie de Thomas Platter [el Viejo], ed. E. Fick, Lausana, 1895.
9 M athurin Cordier, Les CoUoques, París, 1586.
durante el recreo y se expresan así: «¿Cuántos años tienes? 
—Trece, según he oído decir a mi madre,» Incluso cuando se 
generalíce el uso de la cronología personal, ésta no logrará im­
ponerse como un conocimiento positivo, y no disipará inmediata­
mente la antigua oscuridad de la edad, que subsistirá durante 
algún tiempo en las costumbres del mundo civilizado.
Las «Edades de la vida» ocupan un espacio considerable 
en los tratados seudocientíficos de la Edad Media. Sus autores 
emplean una terminología que nos parece puramente verbal: 
infancia y puerilidad, juventud y adolescencia, vejez y decrepi­
tud, cada uno de estos términos significa un período diferente 
de la vida. Después hemos tomado algunos de ellos para de­
signar nociones abstractas como la puerilidad o la decrepitud, 
pero estos significados no . estaban englobados en las primeras 
acepciones. En efecto, al principio se trataba de una terminolo­
gía culta que se volverá más tarde familiar. Para la mentalidad 
de nuestros antepasados, las «edades», «edades de la vida» 
o «edades del hombre» correspondían a nociones positivas, tan 
conocidas, tan repetidas, tan usuales que pasaron del terreno 
de la ciencia al de la experiencia común. Hoy en día- ya no 
tenemos idea de la importancia de la noción de edad en las 
antiguas representaciones del mundo. La edad del hombre era 
una, categoría científica del mismo. orSehTjqüe~el peso'ó” la ve­
locidad para ..nuestros contemporáneos; pertenecía a un siste­
ma, jle . descripción. y de. explicación física que remonta a los 
filósofos jónicos del siglo v i.an tes.de Jesucristo; sistema que 
los compiladores medievales tomaron de los escritos del Bajo 
Imperio y que inspiró de nuevo en el siglo xvm los primeros 
libros impresos de vulgarización científica. No investigaremos 
aquí su formulación ni el puesto que ocupa en la historia de 
la ciencia; sólo nos interesa comprender aquí hasta qué punto 
esta ciencia se volvió familiar, en qué medida sus conceptos 
pasaron a las mentalidades y lo que representó en la vida co­
tidiana, Entenderemos mejor el problema si hojeamos la edi­
ción de 1556 de Le Grand Propriétaire de toutes choses10. Se
10 Le Grand Propriétaire de toutes choses, trés uíile et profitable 
pour teñir le corps en santé, p o r B. de G la n v il l e , traducido por Jean 
C orbichon, 1556,
trata de una compilación del siglo xm que recogía todos los 
temas de los escritores del Bajo Imperio. Se juzgó oportuna su 
traducción al francés, así como el darle, gracias a la imprenta, 
mayor difusión. Esta ciencia clásicomedieval era aún a me­
diados del siglo xvi objeto de vulgarización. Le Grand Proprié- 
taire de toutes choses es una enciclopedia de todos los cono­
cimientos profanos y sagrados, un Grand-Larousse (pero cuya 
concepción no es analítica), que refleja la unidad esencial de 
la naturaleza y de Dios. Era una física, una metafísica, una 
historia natural, una fisiología y una anatomía humanas, un 
tratado de medicina e higiene, una astronomía, al mismo tiem­
po que una teología. Sus veinte libros tratan de Dios, de los 
ángeles, de los elementos, del hombre y de su cuerpo, de las 
enfermedades, del cielo, del tiempo, de la materia, del aire, 
del agua, del fuego, de las aves, etc. El último libro está de­
dicado a los números y a las medidas. También se podían ha­
llar en ese libro algunas recetas prácticas. Se extraía del con- 
junto de libro_s_una Jdea general, docta, convertida' luego en 
"idea _muy _corri_ente, ja__idea_ _de la unidad fundamental de la 
naturaleza,.,de..la-insolidaridad que existe entre todos los fe­
nómenos de la naturaleza,_ rnseparables de las, manifestaciones 
sobrenaturales... La jdea-de-que-no había oposición, entre -lo na­
tural y lo sobrenatural pertenecía a la vez a las creencias. po­
pulares heredadas del paganismo y a una ciencia tan física.como 
teológica. Yo me inclinaría a 'creer-que‘ esta rigurosa concep­
ción de la unidad de la naturaleza debe ser tenida por res­
ponsable del retraso en el desarrollo científico, mucho más que 
la autoridad de la tradición, de los clásicos de la antigüedad 
o de la Escritura. Sólo actuamos sobre un elemento de la na­
turaleza si admitimos que está suficientemente aislado. A par­
tir de un cierto grado de solidaridad entre los fenómenos ya no 
es posible intervenir sin desencadenar reacciones en cadena, sin 
trastocar el orden del mundo. Ninguna de las categorías del 
^cosmos dispone de autonomía_ süficienteVjio se pu¿de_Jiacer 
nada contra el .determinismo - uni versal ._EJlxmocimknto_jde--la 
naturaleza se. .limita, por lo tanto, al estudio de las relaciones 
que regulan los fenómenos por'una misma causalidad: un co­
nocimiento que puede prevenir pero no modificar’ No le que­
da ofra salida a esta causalidad que la magia" ó él milagro. Una 
misma ley rigurosa regula al mismo tiempo" e l ' movimiento de 
ios planetas, el ciclo vegetativo de las estaciones, las relaciones
entre los elementos, el cuerpo del hombre y sus humores y el 
destino del hombre. Así, la astrología permite conocer las in­
cidencias personales de este determinismo universal; todavía 
a mediados del siglo xvn, la práctica de la astrología estaba
lo suficientemente difundida como para que Moliere, el libre­
pensador, la tomara .como blanco de sus ironías en Les amants 
magnifiques.
La correspondencia de los números aparecía entonces como 
una de las claves de esta solidaridad profunda; el simbolismo 
de los números era algo familiar, se hallaba al mismo tiempo 
en las especulaciones religiosas, en las descripciones de física, 
de historia natural, en las prácticas mágicas.. Por ejemplo, la 
correspondencia entre el número de los elementos, el de los 
temperamentos del hombre, el de las estaciones: el -número 4. 
Difícilmente podemos imaginarnos esta formidables imagen de 
un mundo masivo, del que solamente podríamos percibir algu­
nas correspondencias. La ciencia permitía la formulación de 
correspondencias y la definición de categorías que ellas enla­
zaban. Pero en el transcurso de los siglos estas corresponden­
cias se deslizaron del terreno de la ciencia al del mito popu­
lar. Estas concepciones, nacidas en la Jonia del siglo vi, fue­
ron adoptadas con el tiempo, por la mentalidad común, y todos 
se representaron el mundo de esta forma.-Las categorías de 
la ciencia clásicomedieval se tornaron familiares: los elemen­
tos, los temperamentos, los planetas y su sentido astrológico, 
el simbolismo de los números.
Las edades de la vida eran igualmente una de las maneras 
de concebir la biología humana, en relación con las correspon­
dencias secretas internaturales. Esta noción, que se volvió tan 
popular, probablemente no remonte a las épocas florecientes 
de la ciencia clásica: pertenece a las especulaciones dramáti­
cas del Bajo Imperio, es decir, al siglo vi n. Fulgencio la descu­
brió oculta en la Eneida. Este autor vio en el naufragio de 
Eneas el símbolo del nacimiento del hombre en medio de las 
tempestades de la ciencia e interpretó los cantos II y III como 
la imagen de la infancia ávida de relatos fantásticos, etc. Un 
fresco de Arabia del siglo vm representaba ya las edades de 
la vida í2.
11 C o m p a re t t i , Virgilio nel medioevo, tom o I, pp. 144-155.
u Kuseir Amra, ver V a n M a r l e , Iconographie de l'art profane, 1932, 
tomo 11, pp. 144 ss.
Los textos de la Edad Media sobre este tema abundan. Le 
grand propriétaire de íoutes chases trata de las edades, en su 
VI libro, donde las edades corresponden a los planetas; hay 
siete:
«La primera _edad_es_ la infancia, que fija los dientes, y_esta 
edáH va desde el nacimiento del. niño hasta los siete años; en 
ella, al recién nacido se.le _ llam a_ n ij(infans),)que "esTo"mis- 
jno _ que decir no hablante, porque en esta'edad no puede ha­
blar bien ni formar sus "palabras perfectamente, ya que no tie­
ne todavía _sus_dientes__bien_disp.uestos y consolidados, como 
diceh__J^idgxQ_y_jConstantino.-.Después de la infancia viene’la 
segunda edad...; se la llamaT^í^ríííáry es’ así denominada por­
que en esta edad-el~nmo~és'rToHaví¿~ como la pupila en el 
ojo,' como dice Isidoroj~y‘"esta"edad dura hasta los catorce 
años.».
«Sigue luego la tercera edad, llamada adolescencia, que ter­
mina, según Constantino en su Viático, a los veintiún años, 
pero, según Isidoro, dura hasta los veintiocho años... y se ex­
tiende hasta los treinta o treinta y cinco años. A esta edad se 
la Ijarjia adolescencia porque la persona es lo suficientemente 
grande como para engendrar, ha dicho Isidoro. En esta edad 
los miembros son blandos y aptos para crecer y recibir fuerza 
y vigor gracias al calor natural. Y por ello la persona crece 
en esta edad mientras adquiere el tamaño que le ha otorgado 
la naturaleza.» [El crecimiento, sin embargo, se termina antes 
de los treinta o treinta y cinco años, incluso antes de los vein­
tiocho. Sin duda alguna era aún menos tardío en un época en 
que el trabajo precoz movilizaba antes las reservas del orga­
nismo.]
«Sigue a continuación la juventud, que está en el medio de 
las edades, y, sin embargo, es cuando el individuo posee ma­
yor vigor, y dura esta edad hasta los cuarenta y cinco años, 
según Isidoro, o hasta los cincuenta, según otros. A esta edad 
se la llama juventud por la fuerza que hay en ella para ayu­
darse a sí mismo y a los otros, según Aristóteles. Sigue des­
pués la senectud, según Isidoro, que ocupa el medio entre la 
juventud” y la vejez, e Isidoro la llama seriedad porque la per­
sona en esta edad es seria en costumbres y en modales, y en 
esta edad el individuo no es viejo, pero ha pasado ya la ju­
ventud, como dice Isidoro. Sigue a esta edad la vejez, que 
dura, según unos, hasta los setenta años, y según otros sólo
se termina con la muerte. A la vejez, según Isidoro, se la de­
signa de esta forma porque la gente tiene caprichos, ya que los 
ancianos no tienen tan buen raciocinio como antes y chpchean^ 
en su vejez... La última parte de la vejez se denomina senies j 
en latín, y en francés sólo tiene el nombre de vejez... El an- 
ciano no hace más que toser, escupir y- está lleno de basura 
[estamos todavía lejos del noble anciano de Greuze y del ro­
manticismo] hasta que se convierte en cenizas y polvo con los 
que ha sido creado.»
Hoy día podemos considerar que estajerga era hueca y ver­
bal; sin embargo, tenía un sentido para sus lectores, un sentido 
semejante al de la astrología: evocaba el vínculo que unía el 
destino del hombre al de los planetas. La misma corresponden­
cia sideral inspiró otra periodicidad en relación con los doce 
signos del zodiaco, poniendo así en relación las edades de la 
vida con uno de los temas más populares y más emocionantes 
de la Edad Media, sobre todo del gótico; las escenas del ca­
lendario. Un poema del siglo xiv, reimpreso muchas veces du­
rante los siglos xv y xvi, desarrolla este calendario de las edades:
Les six premiers sns que vit l ’hom m e au monde 
Nous comparons á janvier droitem ent,
Car en ce moys vertu ne forcé habonde 
Ne plus que quant six ans ha ung e n fa n tI3.
O, según la versión del siglo xiv:
Les autres VI ans la font croistre...
Aussi fait février tous les ans 
Q u 'enfin se trait sur le prin tem ps...
Et quand des ans a X V III
II se change en tel deduit 
Q u ’il cuide valoir mille mors 
Et aussi se change li mars 
En beauté et reprend chaiour...
D u mois qui vient aprés septembre 
Q u ’on appelíe mois d ’ottem bre,
Q u 'il a LX ans et non plus
13 Grant Katendrier et compost des ber'giers, ed. de 1500, según 
J. M o r a w s k i , Les douze mois jigurez. Archivurn romanicum, 1926, 
pp. 351 a 363. [Los seis primeros años que el hombre vive en el 
m undo / pueden ser comparados rectam ente al mes de Enero, / ya 
que en dicho mes no abunda la fuerza ni la virtud / como tampoco 
abunda durante los seis primeros años de un niño,]
Lors devient vieillard et chenu 
Et a done luí doit souvenir 
Que le temps le m ene m ourir *.
O también ese poema del siglo xm :
Veez yeí le noís de janvier 
A deux visages le p rem ier14,
Pour ce qu’il regarde a deux temps 
C’est le passé et le venant.
Ainsi l’enfant, q u an t a vescu 
Six ans ne peut guére valoir 
Car il n 'a guére de ssavoir.
Mais Ton doit m ettre bonne cure 
Q u’il prenne nourriture 
Car qui n ’a bon commencement 
A tard a bon deffinem ent...
En octobre-aprés venant 
Doit hom semer le bon froment 
Duquel doit yivre tout li mons;
Ainsi doit faire le preudoms 
Qui est arrivé £ L X ans:
II doit semer aux jeunes gens 
Bonnes paroles par exemple 
iEt faire aumóne, si me semble 15.
La correspondencia de las edades de la vida con los otros 
cuatro: cóhsensus quatur elementoritm, quatuor humorum (los 
temperamentos), quatuor anni temporum et quatuor vitae aeta-
* [Los otros seis años la hacen crecer... / Lo mismo que hace Febre­
ro todos los años / Que se am am anta en la primavera... / / Y hasta los 
dieciocho años / Se le p resentan tantas diversiones / Que él pretende 
fortificar gustos / Y también el mes de Marzo se vuelve herm oso / Y se 
calienta de nuevo... / El mes que sigue a Septiembre / Que se llama 
mes de Octubre / El tiene 60 años y no más /Entonces se vuelve viejo 
y canoso / Y debe, pues, recordar / Que el tiempo le lleva a la muerte.]
14 Representado en los calendarios bajo, la forma de fanus bifrons.
15 J. M o r a w s k i , op. cit. [Vean aquí al mes de Enero / Q ue tiene 
dos caras / Pues está m irando tanto / Al pasado como al futuro. / Asi 
el niño, cuando ha vivido / Seis años, apenas tiene valor / Ya que apenas 
tiene el saber. / Mas se le debe dar un buen trato / Que tenga una buena 
alimentación / Pues quien no comienza bien / Tarda en hacerse hom ­
bre.,, / Cuando llega el mes de Octubre / Debe el hombre sem brar buen 
trigo / Del cual vivirá todo e l mundo; / Así debe hacer el prudente / 
Que ha llegado a los sesenta años: / Debe sembrar entre los jóvenes / 
Buenas palabras por ejemplo / Y dar limosna, creo yo.]
tu m 16 es aún de la misma naturaleza. Hacia 1265, Felipe de 
Novara se refiere a los «IIII temz d’aage d'ome» 17, es decir, 
cuatro períodos de veinte años. Estas especulaciones no cesan 
de repetirse en los textos hasta el siglo xvi 18.
Conviene recordar que toda esta._te.rminología que_hoy en 
día no ¿“pare ce tan huera, traducía nociones-que-en ..aquel tiem- 
po eran científicas, e igualmente correspondía ja_.un .sentimiento 
popular y común de la~ vldáV Aun en este .terreno nos enfren­
tamos con grandes dificultades de interpretación, porque hoy 
día ya no tenemos este sentimiento de la vida: la vida como 
un fenómeno biológico, como una situación en la sociedad, eso 
sí, pero no más. A pesar de eso,’ nosotros' decimos «son cosas 
de la vida» para expresar a la vez nuestra resignación y nues­
tra convicción de que existe, fuera de lo biológico y de lo so­
ciológico, algo que carece de nombre, pero que conmueve* que 
uno busca en los sucesos de los periódicos o de lo cual uno 
dice «está lleno de vida».. La vida se vuelve entonces un dra-
- - -
ma, que libra del aburrimiento cotidiano. Para el hombre de 
"antaño era", al contrario, la continuidad inevitable, cíclica, a ve­
ces humorística o melancólica de las edades de la vida; una 
continuidad inscrita en el orden general y abstracto de las. co­
sas, más que en la experiencia real, pues pocos hombres tenían 
el privilegio, en esas épocas de fortísima mortalidad, de atra­
vesar todas las edades de la vida.
La popularidad de las «edades de la vida» hizo de este 
tema uno de los más frecuentes de la iconografía profana. Se 
las puede, ver en los capiteles historiados del siglo xn, en el 
baptisterio de Parma19. El imaginero ha querido representar 
a la vez la parábola del amo de la vida, la de los obreros de 
la undécima hora y el símbolo de las edades de la vida. En la 
primera escena se ve al amo de la viña que pone la mano en 
la cabeza de un niño, y debajo, un texto especifica la alegoría 
' del niño: prima aetas saeculi: primum humane: infancia. Más 
adelante: hora tertia: puericia secunda aetas, el amo de la viña 
pone su mano en el hombro de un joven que sujeta a un ani­
mal y tiene una podadera en la mano. El obrero de más edad 
descansa al lado de su almocafre: senectus sexta aetas.
16 Regim en sanitatis. schola salernitana, ed. por Arnau de Vilanova.
17 Ch. V. L a n g lo is , La Vie en France au M oyen Age, 1908, p. 184.
. 18 1 5 6 8 .
19 D id ro n , «La Vie hum aine», Annales archéologiques, XV, p. 413,
No obstante, es principalmente en el siglo xiv cuando esta 
iconografía 'precisa sus rasgos esenciales, que continúan casi 
iguales hasta el siglo x v m ; se les reconoce tanto en los capi­
teles del palacio del D ux20 como en un fresco de los ermi­
taños de Padua21. En primer lugar, la edad de los juguetes: 
los niños juegan al caballito de madera, a las muñecas o al mo­
linillo con pájaros atados. Luego, la edad de la escuela: los 
muchachos aprenden a leer o llevan el-libro y el plumier; las 
muchachas aprenden a hilar. Después, las edades del amor o de 
los deportes cortesanos caballerescos: noviazgos, paseos de mu­
chachos y muchachas, el cortejo, las bodas o la caza en el mes 
de mayo de los calendarios. Después, las edades de la guerra 
y de la caballería: un hombre armado. Finalmente, las edades 
sedentarias, las de los hombres de leyes, de ciencia o de estudio; 
el viejo sabio barbudo, vestido a ‘la antigua usanza, .ante su 
pupitre, al amor de la lumbre. Las edades de la vida corres­
ponden no solamente .a etapas biológicas, sino también a fun­
ciones sociales; había, como ya sabemos, hombres de leyes jó­
venes, pero el estudio es en la imaginería un oficio de anciano,
Estos atributos del arte del siglo xiv los volveremos a en­
contrar, casi idénticos, en los grabados de carácter más popular, 
más familiar, y que duran, con muy pocos cambios, desde el 
siglo xvi hasta principios del siglo xix. Se llamaban las Esca­
las de las -edades, porque en ellos figuraban personas que re­
presentaban las edades yuxtapuestas desde el nacimiento hasta 
la muerte, por lo general subiendo por peldaños ascendentes 
a la izquierda y descendentes a la derecha. Bajo el centro de 
esa escala (como si fuera ojo de .puente) se hallaba la muerte 
en forma de esqueleto armado con su guadaña. El tema de las 
edades

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