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PHILIPPE ARIÉS EL NIÑO Y LA VIDA FAMILIAR EN EL ANTIGUO RÉGIMEN Versión castellana de N aty G arcía G uadilla revisada por la Editorial taurus PRÓLOGO A LA NUEVA E D IC IÓ N } FRANCESA Dicen que los árboles no dejan ver el bosque, pero el período más interesante de la investigación sigue siendo el momento en que el historiador comienza a tener una visión de conjunto, cuando todavía no se ha disipado la bruma que cubre los hori zontes lejanos, de suerte que no se ha distanciado de los detalles de los documentos en bruto y que éstos conservan aún toda su lozanía.- Su mayor mérito no es quizás tanto el de defender una tesis como el de comunicar a sus lectores la satisfacción. de su hallazgo; el de sensibilizarlos, como lo ha sido él .mismo, a los colores y a los senderos de lo desconocido. Pero el his toriador tiene, además, la ambición de organizar todos estos detalles concretos en una estructura abstracta y, afortunada mente, le sigue costando trabajo librarse del revoltillo de impre siones que excitaron su búsqueda aventurera, poco diestro que es todavía a doblegarlas a la necesaria álgebra de una .teoría. Más adelante, cuando va a reeditarse el libro, el tiempo ha transcurrido y se ha llevado consigo la emoción del primer con tacto; pero, a cambio, ha traído una compensación: el bosque.se ve mejor. Hoy, después de los debates contemporáneos • sobre el niño, la familia, la juventud y después del uso que se ha hecho de mi libro. Puedo ver*mejor, es decir, de manera más tajante y simplificada, las tesis inspiradas por un largo diálogo con las cosas, tesis que resumiré a continuación, reduciéndolas a dos. La primera se refiere’ principalmente a nuestra * antigua: sc> ciedad tradicional. He afirmado que dicha sociedad ;no. podía representarse bien al niño, y menos todavía al adolescente. La duración de la infancia se reducía al período de su mayor fra gilidad, cuando la cría del hombre no podía valerse por sí misma; en cuanto podía desenvolverse físicamente, se le mezclaba rápi damente con los adultos, con quienes compartía sus trabajos y juegos. El bebé se convertía en seguida en un hombre joven sin pasar por las etapas de la juventud, las cuales probable mente existían antes de la Edad Media y que se han vuelto esenciales hoy día en las sociedades desarrolladas. La transmisión de valores y conocimientos, y en general la socialización del niño, no estaba garantizada por la familia, ni controlada por ella. Al niño se le separaba en seguida de sus padres, y puede decirse que la educación, durante muchos si glos, fue obra del aprendizaje, gracias a la convivencia del niño o del joven con los adultos, con quienes aprendía lo necesario ayudando a'los mayores a hacerlo. La presencia del niño en lá familia y en la sociedad era tan breve e insignificante que no había tiempo ni ocasiones para que su recuerdo se grabara en la memoria y en la sensi bilidad de la gente. Sin embargo existía un sentimiento superficial del niño — que yo he denominado el «mimoseo» (mignotage)— reservado a los primeros años cuando el niño era una cosita graciosa. La gente se divertía con él como si fuera un animalillo, un monito impúdico. Si el niño moría entonces, como ocurría frecuente mente, había quien se afligía, pero por regla general no se daba mucha importancia al asunto: otro le reemplazaría en seguida. El niño no salía de una especie de anonimato. Si superaba los primeros riesgos, si sobrevivía al período del «mimoseo», solía suceder que el niño vivía fuera de su familia. Familia constituida por la pareja y los hijos que permane cían en el hogar. Yo no creo que la familia amplia (de varías generaciones o de varios grupos colaterales) haya existido fuera de la imaginación de moralistas tales como Alberti en la Floren cia del siglo xv, o de sociólogos tradicionalistas franceses del siglo xix, salvo en ciertas épocas de inseguridad cuando el linaje debía reemplazar, bajo ciertas condiciones económico-jurídicas, al poder público claudicante. (Por ejemplo, en ciertas regiones mediterráneas, quizás allí en donde el derecho de mejorar a uno de los hijos favorecía la cohabitación.) Esta antigua familia tenía como misión profunda la conser vación de bienes, la práctica de un oficio común, la mutua ayuda cotidiana en un mundo en donde un hombre y aun más una mujer aislados no podían sobrevivir, y en los casos de crisis, la protección del honor y de las vidas. La familia no tenía una función afectiva, lo que no significa que el amor, faltara siempre; al contrario, suele manifestarse a veces desde los esponsales, y en general, después del matrimonió, creado y sustentado por la vida común, como en el caso del duque de San Simón. Pero, y esto es lo que importa, el sentimiento entre, es posos, entre padres e hijos, no era indispensable para la existen cia-, ni para el equilibrio de la familia: tanto mejor si venía por añadidura. Las relaciones afectivas y las comunicaciones sociales se consolidaban pues fuera de la familia, en un «círculo» denso y muy afectuoso, integrado por vecinos, amigos, amos, y criados, niños y ancianos, mujeres y hombres, en donde el afectó no era fruto de la obligación, y en el que se diluían las familias conyugales. Los historiadores franceses denominan hoy «socia bilidad» esta propensión de las comunicaciones tradicionales a las reuniones, a las visitas, a las fiestas. Así es como yo percibo nuestras sociedades antiguas, diferentes al mismo tiempo de las que hoy nos describen los etnólogos y de nuestras sociedades industriales. Mi primera proposición es un ensayo interpretativo de las sociedades tradicionales, la segunda pretende demostrar el nuevo espacio ocupado por el niño y la familia en nuestras sociedades industriales. A. partir de cierto período (más adelante trataré el problema obsesivo de su origen), y en todo caso a fines del siglo x v ii de forma definitiva se produjo una transformación considerable en la situación de las costumbres que acabo de analizar, que se puede captar a través de dos métodos de análisis diferentes. La escuela sustituyó_al_apren.dizaie_como medio de educación. ~Lo~qug~~Si'gnífica que cesó la cohabitación-del—niño—cc¡n los adultos ~v~~por eIftr~céso'~el aprendizaje de la vida por contacto directo._con_el.los. A pesar de muchas reticencias y "retrasos, él niño fue separado de los adultos y mantenido aparte, en una especie de cuarentena, antes de dejarle suelto en el mundo, Esta cuarentena es la escuela, el colegio. Comienza entonces un largo período de reclusión de los niños (así como los locos, los pobres y las prostitutas) que no dejará de progresar hasta nues tros días, y que se llama escolarización. Este hechcude-separar a los niños —y de hacerlos entrar en razón— , debe - interpretarse como u n . aspecto más- de - la • gran moralización _deZlos^.homb£es_jcealiza.da„-.poO[Qs_mormaddfes ^tóHcos_o_protestantes, de la Iglesia, de la ■ magistratura.o . del Estado. Pero ello no hubiera sido posible en la práctica sin la complicidad sentimental de las familias, y ésta es la segunda manera de abordar el fenómeno y sobre la que rdeseo insistir. La familia se ha convertido en un lugar de afecto necesario entre esposos y entre padres e hijos, lo que antes ncnerar-Este afecto se manifiesta principalmente a través de la importancia que se da, en'adelante, a la'educación.--Ya'rió*rse trata de esta blecer a sus hijos'únicamente'en función' Be la~ fortuna y del honor. Surge un sentimiento'completamente nuevo: los padres se interesan por los estudios de sus hijos y los siguen con una solicitud propia de los siglos xix y xx, pero desconocida antes. Jean Racine escribía a su hijo Louis sobre sus profesores como un padre de hoy (o de ayer, de un ayer muy próximo). La familia comienza entonces a organizarse en tomo al niño, el cual sale de su antiguo anonimato y adquiere tal importancia que ya no es posible, sin una gran aflicción, perderle,reemplazar le o reproducirle muchas veces y conviene limitar su número para ocuparse mejor de él. No tiene nada de extraordinario el que esta revolución escolar y sentimental se acompañe a la larga de un maltusianismo demográfico, de una reducción voluntaria de nacimientos sensible a partir del siglo xvm /T odo esto es coherente (quizás demasiado para el ojo receloso de P. Veyne). La consecuencia (que desborda, el período tratado en este libro, pero que ya desarrollé en otra parte) es la polarización de la vida social del siglo xix en tomo a . la f ^ i l i & .yJQ aj^o- fesión, ŷ la desaparición (salyo en. la Provenza de M. Agulhon y M.^ovelle)~del3"3ntígt 13 sncialiilirlnrl Un libro tiene su propia' vida. Rápidamente se le va de las manos al autor para pertenecer a un público que no es siempre el que él ha previsto. . Al parecer, las dos proposiciones que yo acabo de exponer no se dirigían exactamente al mismo publico. La segunda, que parecía referirse a la explicación inmediata del presente, en seguida fue explotada por los sicólogos y so ciólogos, particularmente en los Estados Unidos; en donde las ciencias, del hombre se preocuparQiuantes„qiie_en__otros lugares por las crisis de la juventud. Crisis éstas que ponían en evidencia l i dificultad, e incluso la repulsa de losHoyenes a~ p^sar ai *es!ad5~aHulto.HEn efecToTmls análisis sugerían que’~e^á^slfua^ ción podía ser la consecuencia del aislamiento. prolongado de los jóvenes dentro de .la. familia y en la escuela. Dichas crisis demostraban también que el sentimiento de la familia y la escolarización intensiva de la juventud,.eran un.mismo fenó meno y un fenómeno reciente,- qUe se puede fechar aproxima damente, y que antes la familia apenas se echaba de ver dentro de un espacio social mucho más denso y afectivo. Así han orientado mi libro los sociólogos, sicólogos e incluso pediatras, remolcándome a sus resultados y, mientras en los Estados Unidos los periodistas me llamaban French Sociologist, para un gran semanario parisino me convertí un día en un ¡sociólogó americano!... - ; En un principio esta acogida me produjo u n a . sensación contradictoria, pues en Francia me ■ habían hecho algunos re proches en, nombre de la sicología moderna: «negligencia de los intereses de la sicología moderna», dijo A. B esaron, «de masiada concesión al fijismo de la sicología tradicional», afirmó J. L. Flandrin !, y es verdad que yo siempre he tenido dificul tades para evitar los antiguos vocablos equívocos, y hoy en día anticuados hasta el ridículo, pero de tanto arraigo en la cultura moralista y humanista que fue la mía. Estas críticas antiguas sobre el buen uso de la sicología me recen reflexión y hoy diría lo siguiente: Se puede tratar de hacer la historia del comportamiento; es decir, una historia sicológica, sin ser uno mismo sicólogo o sicoanalista, manteniéndose a distancia de las teorías del vo cabulario e incluso de los métodos de la sicología, moderna y sin embargo interesar a esos mismos sicólogos en su propio campo. Si uno nace historiador, se vuelve uno sicólogo a su 1 A. B esan^on, «Histoire et psychanalyse», Anuales ESC„ 19, 1964, p. 242, n.° 2; J. L. F la n d rin , «Enfance et société», Annates E S C 19, 1964, pp. 322-329. manera, que sin duda no es la de los sicólogos modernos, pero se asemeja a ella y la complementa. En este caso, el historiador y el sicólogo coinciden, no siempre a nivel de los métodos, que pueden ser diferentes, sino a nivel del sujeto, del modo de plantear el tema, o, como se dice hoy día,'de la problemática. La trayectoria inversa, que va de la sicología a la historia, es igualmente posible, como lo prueba el éxito de A. Besanjon. Este itinerario presenta sin embargo algunos riesgos de los que M. Sorano no ha .podido librarse totalmente, a pesár de tantos hallazgos y comparaciones acertadas. La crítica que me hacía A. Besangon, especificaba bastante bien que «el niño no es sola mente el .traje,, los juegos, la escuela, ni incluso el-sentimiento de la infancia (es decir, las modalidades históricas,, empírica mente aprehensibles), es una persona, un desarrollo, una his toria, qué los sicólogos tratan de reconstituir», es decir «un término de comparación». Una excelente historiadora del si glo xv i, N . Z. Davis 2, ha buscado este término de comparación en el modelo construido por los sico-sociólogos según la expe riencia que éstos tienen del mundo contemporáneo. Claro es que la tentación de los sicólogos de evadirse fuera de su mundo para comprobar sus teorías es grande y sin ninguna duda enri- quecedora, aunque , en nuestras sociedades tradicionales eso las lleve o a Lutero o a los últimos «salvajes». Si bien el método ha dado buenos resultados a los etnólogos, las sociedades tradiciona les me parecen más recalcitrantes. Conduce este método a inter pretar demasiado fácilmente las relaciones de Charles Perrault y de su hijo en el lenguaje moderno del padre abusivo y del hijo mimado, lo cual no agrega nada a la comprensión de. nuestro mundo de hoy, ya que no se aportan datos nuevos, ni a la del mundo antiguo porque existe anacronismo, y el anacronismo falsea la comparación. Sin embargo, la fobia por el anacronis mo (¿el defecto de los historiadores?) no constituye ni un recha zo de la comparación, ni una indiferencia por el mundo contem poráneo: pues nosotros sabemos perfectamente que lo primero que captamos en el pasado son las diferencias,, y después las similitudes con la época en que vivimos. ^ 2 N . Z . D avis , «The reasons of misrule: youth groups and charivaris on sixteenth century France», Past and Present, 50, feb. 1971, pp. 41-75. Mi segunda proposición casi obtuvo la unanimidad, pero los historiadores acogieron la primera (la ausencia del sentimien to de la infancia en la Edad Media) con mayor reserva. Con todo, se puede afirmar hoy día que las grandes líneas han sido aceptadas. Los historiadores demógrafos han recono cido la indiferencia tardía con respecto a los niños, los histo riadores de mentalidades han notado la poca frecuencia de alusiones a los niños y a su muerte en los diarios de familia como el del sayalero de Lille, editado por A . Lottin. Como a J. Bouchard. les ha_sojprendido la ausencia de función de so- cialización de la fam ilia3.. Cas investigaciones-de-M_ÁguLhoá fian subrayado la- importancia de la «sociabilidad)>_ en las comu- nidades rurales y urbanas-deLAntiguo Régimen. Pero las críticas son más instructivas que las aprobaciones o las concordancias. Voy a retener dos, una de J. L. Flandrin y la otra de N. Z. Davis. J. L. Flandrin4 me_ha reprochado una preocupación dema siado grande, «obsesiona!», por el origen, lo que me inclina a denunciar comcTTnnovación absoluta lo que es más bien un cambio de naturaleza. El reproche es justificado. Es un defecto difícil de evitar cuando, como yo lo hago siempre en mis inves tigaciones, se procede por vía regresiva, ya que introduce con toda ingenuidad el sentido de cambio que no es en realidad innovación absoluta sino, l a mayoría de las veces,, recodifica ción. El ejemplo de J. L. Flandrin es bueno: si el arte medieval representaba al niño como un hombre reducido, en miniatura, «eso — afirma— no interesa a la existencia, sino a la naturaleza del sentimiento de lFüñfancia». .El niño era,~"pües.~~diferente del homb^7Ipj«)0-SÓlo~por él tamaño, yja .iu erza , mientras que J os otros__rasgos, seguí an._siendo .semejantes. Sería . interesante comparajL.al.niño-con-eLenanQ, el cual ocupa una posición im portante en la tipología medieval. El niño es un enano, pero un enano que estaba seguro de no quedarse enano, salvo en caso de hechicería. En compensación ¿no sería el enano un niño condenado a no crecer, e incluso a volverse en seguida un viejo arrugado? J J. B o u c h a r d , Un village immobile, 1972. 4 T> L. F lan d r in , «Enfance et société», op. cit. T.a otra crítica, de N. Z. Davis, se halla en su. excelentetra bajo, titulado: «The reason of misrule; youth groups and cha rivaris in sixteenth century France» s. . Su argumento es poco más o menos el ■ siguiente: r ¿cómo ,hs~=.pbdido yo afirmar que lar-sociedad tradicional ponía a los niños**y} a Q ŝ jóvenes .con los adultos) no ocupándome. del con- ’cepfSae j uverílucCcu ando la jQVBfffud jugaba en-las comunida des rurales, e. incluso urbanas, un papel permanente de organi zación de fiestas y juegos, de control de matrimonios y relaciones sexuales, sancionado por. las cencerradas? M. Agulhon, por . su parte, ,en su .excelente libro sobre penitentes y francmasones, ha dedicado un capítulo a las sociedades juveniles, las cuales interesan cada día más a los historiadores contemporáneos atraí dos por las culturas populares. El problema planteado por N. Z. Davis no se me ha pasado por alto. Reconozco que, en este libro, lo he descartado pere zosamente, reduciendo-al estado de .«vestigios» unas costumbres folklóricas cuya amplitud e importancia han demostrado N. Z. Davis, M. Agulhon y otros. A decir verdad, no debía de tener la conciencia tranquila pues volví a tratar este problema en las primeras páginas de una breve historia sobre la educación en Francia 6. Admití que, antes de la Edad Media y en las zonas de cultura rural y oral, había una organización comunal por clases de edad con j ritos de paso, conforme al modelo de los etnólogos. En esas~ ¥oci.eda-. des¡ cada edad -tenía, su función, la educación""e~ra .transmitida. "por Ia3i5icx3ciónr7y defitro~de la clase de edad, mediante _Ja participaciórTe'ñ los servÍcíos^OF~ella "garantizados. Se'Tñe'^ermnirá^~ab7ií~üri—paréntesis ~para citar la frase de un joven arqueólogo amigo mío. Estábamos visitando las exca vaciones de Malia, en Creta, hablando sin orden ni concierto de Janroy, Homero, Duby, de las estructuras por clases de edad propias de los etnólogos, de su reaparición en la Alta Edad Media, cuando mi amigo me dijo poco más o menos lo siguiente: en nuestras antiguas civilizaciones, nunca percibimos esas es tructuras etnográficas en pie, en plena madurez, sino siempre en estado de supervivencias, tanto en la Grecia homérica como 5 N. Z. Davis, op. cit. 6 P h . A rie s , «Problémes de l'Éducation», en La France et tes Fran- ( ais, París, La Piéiade, 1972. (Obra escrita entre 1967 y 1970 y publicada en 1972.) en las canciones de gesta. Tenía razón. Tenemos que convenir enjque p e t a m o s proyectando demasiado fielmente en nuestras sociedades tradicionales las estructuras, hoy descubiertas por los etnólogos, de los «salvajes» contemporáneos. Mas cerremos el paréntesis y aceptemos la hipótesis de una sociedad-origen en la muy Alta Edad Media, la cual presentaría los caracteres etnográficos o folklóricos corrientemente admi tidos. En esta .sociedad se produce^,quizás .en .la época del feuda lismo y del ..forraleciiñiéñto- dé las antiguas circunscripciones territoriales,...una, modificación que concierne. a. la...educación; ■ "es”decir, la Transmisión .del.jaber y de los valores, y que será '"en aHelántéJ a partir 'de la Edad Media, garantizada .por eí.apren-... ' dizaje.̂ Eh efecto, la práctica del aprendizaje es“ iñcómpatible ~con el sistema de clases de edad, o, cuando menos, tiende a destruirle a medida que se generaliza. Es preciso que yo insista en la importancia que hay que dar al aprendizaje, el cual obliga a los niños a vivir en medio de los adultos quienes les enseñan así el tacto («savoir faire») y la cortesía («savoir-vivre»). La mezcla de ‘edades que ello ocasiona, parece ser uno de los rasgos predominantes de nuestra sociedad, desde mediados de la Edad Media hasta el siglo xvm . En tales condiciones, las clasifica-.., ciones tradicionales por edades jao podían sino enredarse y per- "3er su carácter necesario. Ahora bien, no cabe duda de que estas clasificaciones han persistido para, vigilar-la sexualidad y para la organización de fiestas y todos sabemos la importancia que tenían las fiestas en la vida cotidiana de nuestras, antiguas sociedades^ ¿Cómo compaginar la persistencia de lo que era ciertamente mucho más que «vestigios»; con la exportación precoz de los niños a las casas ajenas para entrar en aprendizaje? ¿No estamos dejándonos engañar, a pesar de los argumentos contrarios de N. Z. Davis, por la ambigüedad del vocablo juven tud? Incluso en latín, aún cercano, no facilitaba la discrimi nación. Nerón tenía veinticinco años cuando Tácito dijo de él: certe finitam Neronis pueritiam et robur juventae adesse. Robur juventae: es la fuerza del hombre joven, no es la adolescencia. ¿Qué edad tenían los abates de la juventud y sus compañe ros? La edad de Nerón a la muerte de Burras, la edad de Condé en Rocroy, la edad de la guerra o de su simulación: la bravata7. En efecto, esas sociedades juveniles eran sociedades de solteros, en una época en la que la gente de las clases popu lares se casaba a menudo tarde/ Existía entonces una oposición entre el casado y el no casado, entre el que tenía casa pro pia y el que no la tenía y debía dormir , en casa de los demás, .entre el menos inestable y el menos estable. Es preciso, pues, admitir la existencia de sociedades de jó venes, pero en el sentido de sociedades de solteros. La «juven tud» de los solteros del Antiguo Régimen no implicaba ni los caracteres que diferenciaban, tanto en la Antigüedad como en las sociedades etnográficas, al efebo del hombre maduro, a Arístogiton de Harmodius a, ni los que oponen hoy día a los ado lescentes con los adultos. Si yo tuviera que concebir hoy día este libro, me abstendría mejor de la tentación del origen absoluto, del punto cero, pero las grandes líneas seguirían siendo las mismas, tínicamente to maría en consideración los datos nuevos, e insistiría más en la Edad_Media y en su otoño tan fecundo. En primer íugar, llamaría la atención sobre un fenómeno muy importante y que empieza a ser mejor conocido: ^ p e r sistencia hasta finales del siglo, xvii- delinfanticidio -tolerado. No se trata de una práctica admitida como lo era el abandono de niños en Roma. El infanticidio era uñ crimen castigado seve ramente .,J^o_j^staj^^seJpr^tic^a_eñ secreto, quizás frecuen temente, disimulado en forrna ̂ de accidente; losJñiños, morían ;rraturalmeríteTHhogadós...eñ~la_cama de sus ,padres.con“qüiéñé's Hormían y no se hacia nada para vigilarlos o par_a_s al varios. T .'T .T íIiñ3rin ha analizado esta práctica oculta en una con ferencia de la Société du xvn* siécle 9. Este autor ha demostrado que la disminución de la mortalidad infantil observada en el siglo xviTT río-puede-explfcarae por razones médicas e higiénicas; 7 Un sobrino de Mazarino, Paolo Mancini, tenía apenas 15 años cuan do murió valerosamente aníe las murallas de París, a finales de La Fronda. Ver G. D e t h a n t , Mazarin et ses antis, París, 1968. * Me refiero al famoso grupo del museo de Nápoles. 9 Ver J. L. F l a n d r i n , Le sexe et VOccident. Evolution des attiludes et des comportements, París, Seuil, 1981, pp. 172-175. cesó sólo el dejar morir o el ayudar a morir a los niños a los que ri£> se 'dese^bal^ñieryar. ErTlá^lñisma serie de conferencias de la Société d u x v ii ' siécle, el P. Gy ha confirmado la interpretación de J. L. Flan drin citando pasajes de los Rituales postridentinos en los cuales 'los obispos prohíben, con una vehemencia aue-merece reflexión, acostar a los niños en la cama de sus padres,' donde córi~~mucha fí-ecuencia.perecían ahogados. Si el ayudar a la naturaleza a eliminar seres tan poco dota dos de un ente suficiente era un hecho que no se declaraba, tampoco era considerado~como algo vergonzoso. Formaba' parfe~~d¿ las cosas moralmente neutras, condenadas por la ética de la IgIesiá~v~dsLEstado, pero que se practicaban en secreto, en una semiconciencia, en elllm ite de la voluntad,-del olvido o de 1 ¿"Torpeza. La vida del niño se consideraba, pues, con la misma ambi güedad que la delfeto hoy día, con la diferencia de que el infanticidio se ocultaba en el silencio y el aborto se reivindica en voz alta, pero ésa es toda la diferencia entre una civilización del secreto y una civilización de la exhibición. Llegará una época, el siglo xvii, en la que la comadrona, a bruja blanca recuperada por los Poderes, tendrá por misión proteger al niño; cuando los padres, mejor informados por los reformadores, sen sibilizados a la muerte, se tornarán más vigilantes y querrán conservar a sus hijos cueste lo que cueste. Eso es exactamente lo contrario de la evolución que se efec túa ante nuestros ojos hacia la libertad del aborto. Se ha pasado de un infanticidio secretamente admitido a un respeto cada vez más exigente de la vida del .niño. Si la vida física del niño contaba todavía tan poco, en una sociedad unánimemente cristiana, se podría esperar una mayor atención por su vida .futura-después-jje la muerte. Y así llegamos a 3a apasionante historia del bautismoTMe la edad apropiada para el bautismo, oM^mcxio—de ^administración de este sacra mento, la cual lamento no haber tratado en mi libro y que espero interese a. algún joven investigador. Esta historia del bau tismo permitiría comprender la actitud ante la vida y la infancia en épocas remotas, pobres en documentos, no tanto para con- firmar o modificar la fecha del origen de un ciclo, como para demostrar I¿ transformación, en el transcurso jáe un polimorfis mo continuo, de las mentalidades arcaicas de forma sofrenada, mediante una serie de pequeños cambios. La historia del bautis mo me parece un buen ejemplo de este • tipo de evolución en espiral. . Propondré a los investigadores que reflexionen sobre la si guiente hipótesis; En una sociedad unánimemente cristiana, como lo eran las sociedades medievales, todo hombre, toda mujer, tenían que estar bautizados, y lo estaban en ‘efecto, pero ¿cuándo y cómo habían sido bautizados? Se saca la impresión (sujeta a confirmación) de que hacia mediados de la Edad Media, los adultos no siempre manifestaban mucha prisa en bautizar rápidamente a sus hijos y se olvidaban de hacerlo en circunstancias graves. En una sociedad unánimemente cristiana, la gente se comportaba casi como los indiferentes -de nuestras sociedades laicas. Me figuro que las cosas debían de ocurrir así: los bautizos se celebraban en fechas fijas, dos veces al año, la víspera de Pascua y la de Pentecostés. No existían todavía ni registro de catolicidad ni cer tificados; nada obligaba a los individuos sino su propia concien cia, la presión de la opinión y el temor a una autoridad remota, negligente y desarmada. Se bautizaba a los niños cuando se quería y los retrasos de varios años eran frecuentes. Los bap tisterios de los siglos xi y xu son, por otra parte, grandes tinas parecidas a las bañeras en las cuales aún se sumergía a los niños que ya no debían de ser tan pequeños. Son tinas profundas donde los pintores vidrieros zambullen a Clodoveo para su bau tismo o a San Juan para su suplicio: pequeñas bañeras rectan gulares en forma de sarcófago. Si el niño moría en el intervalo de los bautizos colectivos, la gente no se conmovía mucho. Lo cierto es que los ^J^ásíicgis_jnñdÍ£vaIss_ssinquietaron por esta mentalidad_y__niultipUcaron Í£s lugares delcüHct-CÓn, el fin de permitir a los sacerdotes acudir rápidamente a J a . cabe- xK ^ |.jíe^a parturienta. Sé ej'érció'sobre" las familias una presión, de los Mendicantes eñ particular, cada vez más fuerte para obli garlas a admitir el sacramento del bautismo lo antes posible después del nacimiento. Se renunció así a los bautismos colec tivos que imponían un plazo demasiado largo, y la regla, seguida por la costumbre, fue la de bautizar al niño recién nacido. La inmersión fue reemplazada por el rito actual de la aspersión. (Hubo probablemente un rito intermedio que combinaba la in mersión y la aspersión.) Por último, eran las comadronas quienes debían bautizar a los niños que nacían con dificultades, usque in útero. Más adelante, a partir del siglo xvi, los registros de cato licidad permitieron a los visitadores diocesanos, por ejemplo, el control de la administración del bautismo (control que no existía antes). Pero la partida debía de haberse ganado ya en las sen sibilidades, proEJafclemente desde el siglo xiv. Siglo que me parece ser el período crucial de esta historia del bautismo. Fue entonces cuando los niños se volvieron más numerosos en el nuevo folklore.de los Miracles Notre Dame, el cual me ha servi do para mi capítulo «El descubrimiento de la infancia». En esta esfera de lo sobrenatural, es preciso conceder, una mención especial a un tipo de milagros que, supongo, debe aparecer en ese momento, si no después: la resurrección de los niños muertos sin el bautismo^ pero solamente el tiempo indis pensable para^üd^FT^^ el sacramento. J. Toussaert10 relata un milagro de est^ti^6^de^'ó~perihghe, el 11 de marzo de 1479. Más bien se trataba de un milagro original, inesperado, extraordi nario, ya que no se conocían todavía muchos casos como éste. Sin embargo, durante los siglos xvi y xvn, estos milagros se vuelven banales; existen santuarios especializados en esta clase de prodigios que ya no asombran a nadie. Se les conocía con el bonito nombre de santuarios «de tregua»-. M. Bemos ha anali zado sutilmente este fenómeno a propósito de un milagro en la iglesia de la Anunciada, en Aix-en-Provence, el primer domin go de Cuaresma de 1558. El milagro-no era el de la tregua, fenómeno común en esta iglesia donde se tenía la costumbre de depositar los cadáveres de los niños en el altar y esperar a que apareciesen los signos frecuentes de una reanimación para bautizarlos. Lo que sorprendía y conmovía era el que uno de los cirios sé encendiera de forma_sobrenatural durante la tregua: era esto lo verdaderamente extraordinario, y no la tregua11. Eri~r479, la costumbre no había debilitado aún el asombro: probablemente no se estaba muy alejado del origen de la de voción, 10 T- T o u ssa e r t , Le Sentiment religieux en Flandre á la fin du Mayen Age, París, 1963. 11 M. Berno.s, «Réflexion su r u n miracle», Anudes du Midi, 82, 1970, Al parecer, bajo la presión de las tendencias reformadoras de la Iglesia, se comienza a descubrir el alma de los niños antes que su cuerpo. Pero cuando la voluntad de los íitteratl fue acep tada, se convirtió en folklore, y el niño comenzó su carrera popular como protagonista de un nuevo folklore religioso. Otro hecho retendrá nuestra atención en este siglo xiv, cuya importancia no he resaltado suficientemente en mi li'bro. Se trata de las tumbas. Dije ya algo sobre este tema en el capítulo «El descubrimiento de la infancia». Las investigaciones re cientes sobre la actitud ante la muerte me permiten ser hoy más preciso. • Entre las innumerables inscripciones funerarias de los cuatro primeros siglos de nuestra era que atraen en todas partes al visitante romano, muchas se refieren á niños, a niños de meses. Los afligidos padres han erigido ese monumento en memoria de su muy amado hijo, muerto a tantos meses o a tantos años (tal año, tal mes, tal día). En Roma, en Galia o en Renania, se encuentran numerosas esculturas que reúnen en un mismo monumento las imágenes de la pareja y de los hijos. Después, a partir de los siglos [ v y vi ̂ aproximadamente, desaparecen la familia y el niño de fes representaciones y de las inscripciones 'funerarias^ Cuando reapareció el uso del retrato, en los si glos x i y x i i , las tumbas eran ya individuales, marido y mujer separados, y claro está, no había tumbas esculpidas para los niños. En Fontevrault, las tumbas de los reyes Plantagenet están claramente separadas. La costumbre de reunir a ambos esposos, algunas veces a los tres (el marido y sus dos mujeres sucesivas), se vuelve más fre cuente en el siglo xiv, cuando aparecen también, aunque son aún escasas, las tumbas con rostros de niños. El paralelo no esfortuito. En el capítulo «El descubrimiento de la infancia», ya cité los retratos de 1378, de los principitos de Amiens, más éstos eran hijos de la realeza. En la iglesia de Taverny se pueden ver dos losas murales con rostros e inscripciones. Se trata de las tumbas de los hijos de la familia Montmorency. La que se conserva mejor es la de Charles de Montmorency, quien murió en 1369. Se representa al niño fajado, envuelto en pañales, lo cual no era frecuente en esa época. La inscripción, bastante pretenciosa, dice lo siguiente: Hic manet inclusus adolescens et puerulus/de Montmorency Karolus tomba jacet istafanno mille C. ter paradisii sensii iter/ ac sexagésimo novem simul addas in illojgaudeat in christo tempore perpetuo. Carlos tenía un hermanastro, Juan, muerto en 1352. Subsiste su tumba, pero los relieves de alabastro, demasiado frágiles, han desaparecido ya, de tal forma que no se puede saber cómo estaba representado el niño — quizás envuelto igualmente en sus pañales— . Su epitafio en francés es más sencillo: «Aquí yace Jehan de Montmorenci, hijo del noble y po deroso Charles, señor de Montmorenci, que falleció en el año de gracia de 1352, el 29 de julio». En ambos casos hay un retrato, y el epitafio indica el nombre y título del padre, la fecha de la muerte, pero no menciona el nombre de la madre, ni la edad de la criatura, aunque sabemos que en el siglo Xiv en general se especificaba ya la edad del difunto. En el siglo xv menudean las tumbas de hijos y padres re unidos, o las de los hijos solos, y en el siglo xvi son ya banales, como lo he demostrado siguiendo el repertorio de Gaignéres. Pero estas tumbas labradas estaban reservadas a las familias' de cierta importancia social (aunque las losas lisas fueran ya objeto de una fabricación de artesanía en serie). Más frecuentes eran los «cuadros» murales pequeños, reducidos a una inscripción, algunas veces con una pequeña ilustración piadosa. Ahora bien, algunos de estos epitafios sencillos se refieren a niños y su estilo está directamente irispirado_.de la epigrafía latina antigua. Se repite el tema del dolor de los padres por el hijo perdido a corta edad. Veamos qué dice una tumba de 1471, de Santa María in Campitelli de Roman: Petro Albertonio adolescentulo/cujus annos ingenium excedebat [niño notable por su precocidad, un pequeño prodigio] Gregorius et Alteria parentes/único et dul- cissimo [muy llorado por ser hijo único: en 1471] posuerejqui vixit annos iv M. III/O bitt MCCCCLXXI. Volvamos al tema del niño envuelto en sus mantillas. Sólo a partir del siglo xvii se ha reproducido con agrado al niño concreto en la desnudez del putto Antes se le repre sentaba en mantillas o con faldón. Sabido es, por otra parte, que desde la Edad Media se representaba el alma bajo los rasgos de un niño desnudo. Ahora bien, existen algunos casos raros y curiosos en los que el alma también está envuelta en pañales. En una Asunción de la Virgen de principios del siglo xv, que se halla en Santa María in Trastevere, enJRoma, el alma de la Virgen es un niño en pañales que Cristo/carga én sus brazos. En una tumba de 1590, q[ue se encuentra en el Museo de Luxemburgo, se puedeSüer— a' un niño en pañales a quien dos ángeles están subiendo al cielo. No se trata, sin embargo, del retrato de una criatura muerta; no. La reseña nos indica que el difunto es un hombre de diecinueve años, por lo que el niño en pañales no puede ser más que su alma. Esta representación no es frecuente, pero conocimos por lo menos un caso más antiguo, y es posible que exista una tradi ción iconográfica. El Museo de Viena (Austria) conserva un marfil bizantino de finales del siglo x en el cual el alma de la Virgen está igualmente figurada bajo la forma de un niño en mantillas. Esta representación del alma bienaventurada bajo la imagen de un niño, la mayoría de las veces idealizado y desnudo, algunas veces realista y en pañales, debe ser puesta en paralelo con_lp. que. .se dijo anteriormente acerca del infanticidio y del bautismo^ En efecto, entre los espiritualistas medievales que iniciaron esta imaginería, el alma del elegido gozaba de la misma inocen cia envidiable que la del niño bautizado, en u n a . época en la que, sin embargo, en la práctica común, el niño era una cosa divertida, pero por la que se tenía poco afecto. Lo extraño es constatar que el alma dejará de ser figurada por un niño en el siglo xvn, cuando éste será representado en adelante por sí mismo, época en la que se volverán más frecuen tes los retratos de niños vivos y muertos. En el Museo Arqueológico de Senlis se conserva un curioso monumento funerario que muestra la inversión de la situación a finales del siglo xvii, ya que está consagrado a la memoria de la esposa de Fierre Puget, fallecida en Senlis en 1673, como consecuencia de una cesárea. Esta mujer es elevada al cielo en u N iño desnudo que representa el am o r o u n ángel principalm ente. medio de nubes, en posición orante, que es también la expresión de la renunciación, y el niño que ha deseado ella salvar aparece desnudo tendiéndole con una mano la palma del martirio, mien tras que con la otra enarbola una banderola que lleva la si guiente inscripción:; Meruisti. El niño ha ̂salido aquí del anonT’ mato lEstá demasiado personificad o'" cómo "para significar un mocío de ser del más allá; y por otra parte, el alma está dema siado vinculada a los rasgos propios del individuo como para poder ser evocada bajo los caracteres impersonales de una ale goría. En adelante, las relaciones entre los muertos y los vivos son tales que en el hogar, y ya no solamente en la iglesia y sobre las tumbas, se desea recordar y conservar su memoria. En el museo Magnien de Dijon, existe una pintura., atribuida a Hyacinthe Rigaud, que representa un jovencito y una niñita los cuales parece que estuvieran vivos; y a su lado, el retrato, encuadrado en un medallón, de una mujer de cierta edad, de luto, que parece que estuviera muerta. Ahora bien, sin duda alguna la mujer del medallón estaba viva, pero se consideraba como una muerta, como lo evocaba el retrato casi funerario; y, en cambio, ella había hecho pintar el retrato de sus hijos, muer tos realmente, con todas las apariencias de la vida. Ha sido a fines del siglo xvm y durante el siglo xvm cuan do yo he situado, a partir de fuentes francesas principalmente, la retirada de la familia de la calle, de la plaza, de la vida colec tiva y su .reclusión dentro de una casa mejor defendida contra los intrusos, mejor preparada para la intimidad. Esta nueva organización del espacio privado fue posible gracias a la inde pendencia de las habitaciones que comunicaban entre ellas por un pasillo (en lugar de dar las unas en las otras, en hilera) y mediante su especialización funcional (salón, comedor, dormi torio...). Un interesante artículo de R. A. Goldthwaite. demuestra que en Florencia se observa desde el siglo xv una tendencia a crear un espacio privado para la vida familiar, bastante análoga, a pesar de algunas diferencias 14. El autor apoya su argumenta ción en un análisis de los palacios florentinos, de su apariencia 14 Richard A. G o l d t h w a i t e , «The Florentine palace as domestic architecture», Amer. Hist. R e v 77, oct. 1972, pp. 977-1012. exterior y de lo que se conoce sobre su organización interior. Se trata, pues, de familias patricias. El palacio de los siglos xm y xiv se caracterizaba principal mente por la torre, para la defensa, y por la galería cubierta (loggia) que daba a la calle, en donde los padres, amigos y clientes se reunían para asistir y participar en la vida pública del barrio y de la ciudad. No había, pues, solución de continui dad entre la vida pública y la vida familiar, una prolongaba la otra, salvo en caso de crisis, cuando el grupo amenazado se refugiaba en la torre. ■_ A excepción jde Ja_torre, y de Ja Joggia,_ el_j¡¡alacio..apenas., se distinguí ¿"del..vecindario..urbano.La planta baja que daba a la calle se componía de soportales, los cuales se continuaban de una casa a otra: la entrada de las tiendas era contigua a la entrada del palacio y a sus escaleras. El interior carecía igual mente de unidad, y su espacio no coincidía con el de la familia: los cuartos atribuidos a la familia principal se prolongaban hasta la casa de al lado, mientras que los inquilinos ocupaban las partes centrales. En el siglo...xv,..el palacio, cambió de ..plano, .de aspecto._y_ de sentido. En primerjugar, se con vir tió_en. un a unidad arqui^. tectónica, .en~ürT_edificio separado*'efe su .entorno. Desaparecie ron las tiendas y se fueron los inquilinos. El espacio así liberado se reservó para la familia, para una familia poco extendida. Se cerraron, o suprimieron, las loggia o galerías cubiertas. El palacio atestiguaba mejor que antes el poderío de una familia, pero dejó de abrirse al exterior. La vida cotidiana se concentró dentro de un cuadrilátero tosco, alrededor del cortile, protegido de los ruidos e indiscreciones de la calle. «El palacio — escribe R, Goldthwaite— pertenecía a un nuevo mundo de “privacy”, para el uso de un grupo relativa mente reducido». En efecto, el número de habitaciones no era excesivo: en el palacio Strozzi, sólo estaba habitado un piso y no había más de una docena de habitaciones. Verdad es que todas las habitaciones estaban dispuestas en hilera, sin pasillo o espacio central de comunicación, lo que impedía el aislamiento y el respeto de una verdadera intimidad, que se logrará con la arquitectura del siglo xviii. 13 D. H e r l i h y , «Vieillir á Florence au Quattrocento», Anuales ESC , 24, nov.-dic. 1969, p. 1340. Por otra parte, sabemos que lá familia florentina del Quattro- cento (siglo xv)} no era numerosa15. El palacio florentino no contenía el mundillo de servidores y criados tan habitual en las grandes familias de Francia e Inglaterra de los siglos xv y xvi, e igualmente en las de la Italia barroca del siglo xvn. En dicho palacio nunca había más de dos o tres sirvientes, a los cuales no siempre se conservaba durante mucho tiempo. El modelo florentino es, pues, diferente del que yo presenté. Podríamos compararlo con el de nuestro siglo xvili, por el tama ño de la familia, la exclusión del servicio doméstico, si la priva* tización no se acompañara de una búsqueda de espacio todavía poco compatible con la intimidad. La originalidad florentina reside en la combinación de inti midad y de vastedad, aspecto bien analizado por R. Goldthwaite. Esos palacios «estaban evidentemente concebidos para atribuir a una familia de pequeñas dimensiones un espacio privado, un espacio propio, pero extraordinariamente vasto, que supera de lejos el de las habitaciones en las que realmente se vivía. En realidad, la mejor manera de mostrar la novedad de ese palacio, consiste en definirla como una expansión del espacio privado a partir del núcleo constituido por un apartamento de medianas dimensiones». No se, sabe a ciencia cierta cómo se usaban las habitaciones, suponiendo que tuvieran un destino concreto. Quizás el studiolo, precursor de nuestro gabinete, fue en esa sociedad humanista ía primera forma de especialización del espacio privado. No obstante, esas habitaciones desprovistas de funciones precisas, pero dedicadas a la vida privada, comenzaron a ser decoradas con objetos pequeños, parecidos a nuestros objetos artísticos (bibelots). Se tiene realmente la misma impresión de apego por el bienestar privado ante las Natividades de la Virgen, ya sean flamencas, francesas, alemanas o italianas, ante todas las repre sentaciones de interior del siglo xv, cuando el pintor se com placía en plasmar los objetos preciosos o familiares. Es normal_que en un espacio que se ha vuelto tan ^privado, se ‘ tíésarralíeIun_IsSfímíentp nuevo entre los miembros de la famiHa;:y,.especialme.n^lenT¿e ía madrejr_e]_hijo: el sentimiento familiar,..«esa cultura— afirma R. Goídthwaíte™ "estáTcéntrada en las mujeres y los niños, con-un interés renovaSo por Ia~edü- ''í^1orr-denestos~úÍtimos y una notable elevación.del estatuto de l a mujer... No “se~puéde explicar de otra manera la fascinación, casi obsesión, por los niños y por la relación madre-hijo, que es quizás el único tema verdaderamente esencial del Renacimien to, con sus putti, sus niños y sus adolescentes^ sus niadonas' secularizadas, sus retratos de mujeres». Sí el palacio del Renacimiento, a pesar de sus vastas dimen siones, estaba reservado a la familia nuclear, replegada detrás d e sus muros macizos, el palacio barroco, como lo' indica R. Gold- thwaite, facilita el desplazamiento del personal doméstico y de la clientela, y se asemeja al modelo clásico de la mansión (casti llo, casa solariega, hotel particular o cortijo) de los siglos xvi y x v i i , antes d e la distribución en apartamentos independientes propia del siglo xvm. El episodio florentino del siglo xv es importante y sugestivo. Ya había notado y comentado en mi libro la frecuencia, „desde, "el siglo XV y 'durante el siglo xvi, de signos de réconocLmi entolde, la. inf anci¿7~tarito éñ la imaginería j^omo en la. educación.,(con- el colegio), pero R. Goldthwaite ha localizado en, el.palacio floren tino una relación muy precisa éntre el comienzo del sentimiento. de la familia y una organización particular del espacio. Lo cuál nos lleva ¿‘‘ampliar sus conclusiones y "¿ suponer una rela ción análoga entre la búsqueda de intimidad familiar y personal, y todas las representaciones de interiores, desde la miniatura del siglo xiv, hasta las pinturas de la escuela holandesa. El expediente está lejos de cerrarse. La historia de la familia está en sus comienzos y ahora es cuando comienza a incitar la investigación. Después de un largo silencio, esta historia avanza en diversas direcciones. Sus vías han sido preparadas por la historia demográfica. {Ojalá no sufra la misma inflación! El período más estudiado actualmente abarca del siglo xvi al xvm. La escuela de Cambridge, con P. Laslett y E. A. Wrigley, desea saber a qué atenerse con respecto a la composición de la familia, extendida o conyugalló, lo que ha originado algunas reacciones 16 Coloquio de 1969 celebrado en Cambridge: «Household and Family in Past time». Completaré la bibliografía con las siguientes obras: I. P i n c h b e c k y M. H e w i t t » Children in English Society, t. I, Londres/ Toronto, 1969; K. A. L o k r i d g e , A new England town, Nueva York, 1970; I- D e m o s , A little Commonwealth, Nueva York, 1970; D . H u n t , Parents en F rancia ; de aprobación en lo que respecta a la Francia del Norte, y de reservas en cuanto a la Francia del Mediodía. Los historiadores franceses más jóvenes parecen interesarse más bien por la formación (J. M. Gouesse) o la disolución (A. Lottin) de la pareja. Otros, como el historiador americano E. Shorter, se interesan además por los signos que anuncian, a fines del siglo xviHj mayor libertad de costumbres. La bibliografía co mienza a alargarse: se halla, junto con una recapitulación de estos problemas, en tres números de la revista Armales ESC 17. Esperemos solamente que debido a su éxito la historia de la familia no se entierre bajo la abundancia de publicaciones, como ha ocurrido con su joven antecesora, la historia demográfica. La multiplicación de investigaciones sobre los siglos xvii y xvm, facilitada por la existencia de una documentación más abundante de lo que se había creído, confirmará o invalidará ciertas hipótesis. Sin embargo, corremos el peligro, en un futuro que ya se anuncia, de repetir hasta la saciedad los mismos temas, con pequeños progresos que no justificarían la amplitud de inversiones intelectuales e informáticas. En cambio, las informaciones más decisivas deberían pro venir de la Edad Medía y de la Antigüedad. Esperamos con impa ciencia los primeros resultados de las investigaciones de M. Man- son sobre los juguetes, lasmuñecas y, en definitiva, sobre la infancia durante la Antigüedad. Sería preciso igualmente Inte rrogar, mejor que yo lo he tratado de hacer, las fuentes medie vales, los inagotables siglos xiv y xv, tan importantes para el futuro de nuestra civilización, y retrocediendo, el período esen cial de los siglos xi y xir, así como los siglos anteriores. La historia de las mentalidades es siempre, quiérase o no, una historia comparativa y regresiva. Debemos partir de lo que sabemos sobre el comportamiento del hombre de hoy, como de un modelo al cual comparamos los documentos del pasado siem pre que tengamos en cuenta el nuevo modelo, construido con los datos del pasado, como segundo origen, y volver al presente para modificar la imagen ingenua que teníamos al principio. En el estado actual de las investigaciones, las relaciones entre los siglos xvii-xvin y los siglos xix-xx no se han agotado, pero and Children in History, N ueva York, 1970; y los artículos de los Armales que citamos en la nota siguiente. 17 Armales ESC, 24, n ° 6, 1969 (pp. 1275-1430); 27, n.os 4-5, 1972, pp. 799-1233; 27, n.° 6, 1972, pp . 1351-1388. los pocos progresos reales que se hagan, se obtendrán a costa de un estancamiento fatigante. En cambio, el desciframiento de los siglos — ¡los milenios!— que precedieron al siglo xvi podría aportamos una nueva dimensión. De ahí es de donde hay que esperar los progresos definitivos IS. Maisons-Laffitte, 1973. 18 En este Prólogo, me he lim itado a los tem as de la infancia y de la fam ilia, de jando de lado los p roblem as de la educación y de la escuela, que han sido ob je to de num erosos traba jo s . P o r ejem plo: P. R i c h é , éducation et Culture dans VOccident barbare, P a rís , 1962; G. S y n d e r s , La Pédagogie en France aux XVIIe et XVIIIe siecles, París, 1963; H. D e - r r é a l , Un missionnaire de la Contre Reforme. Saint Pierre Fourier, Pa rís, 1965; P h . A r i é s , «Problém es de l 'éd u c a tio n » , en La France et les Frangais, Ene. de La Pléiade, 1972, pp . 869-961. El C oloquio de M arsella, o rganizado por R . D u c h é n e y pub licado bajo el títu lo «Le x v u e siécle et Téducation», en la revista Marseille, n.° 88, da u n a yisión de conjunto sobre este p rob lem a, y contiene una ab u n d an te b ib liografía . PRIMERA PARTE EL SENTIMIENTO DE LA INFANCIA CAPITULO I LAS ED A D ES DE LA VIDA Un hombre de los- siglos x v i o XVII se asombraría de las exigencias que requiere d e ^ ü sa trd s érestado civil" y a la s ”cüales nos sometemos de modo natural. Desde que nuestros hijos co- miéñzan~a~ háblar7Tes enseñamos su nombre, el de sus padres, e igualmente su edad. Nos enorgullece el que Pabíito responda debidamente, cuandoJejpreguntan su edad, que tiene dos años y”me3io7 En efecto, sentimos la importancia que tiene el que PaBIitb no se equivoque: ¿qué sería de él si ya no supiera su edad? En la selva africana' la edad es todavía una noción bas tante confusa, algo que no es tan importante como para que no se pueda olvidar. Mas, en nuestras civilizaciones técnicas, ¿cómo olvidar la fecha de nacimiento, cuando en cada viaje debemos anotarla en la ficha de policía del hotel; cuando en cada can didatura, en cada trámite, en cada formulario que hay que rellenar (todos sabemos que son numerosos y que habrá cada vez más) es preciso recordarla. Pablito dirá su edad en la escue la, luego será Pablo N. de la quinta X, y cuando empiece a tra bajar, recibirá con su cartilla de Seguridad Social un número de inscripción que duplicará su propio apellido. Al mismo tiem po,'y antes que Pablo N., será un número que comenzará por el de su sexo, su año de nacimiento y el mes del año. Llegará un día en que todos los ciudadanos tendrán su número de ma trícula; ése es el objeto de los servicios de identidad. Nuestra personalidad "cxvTTsér expresa ahora con más precisión por nues tra fecha de nacimiento que por nuestro patronímico, que podría muy bien, si no desaparecer, al menos reservarse para la vida privada, mientras que el número de identidad lo reempla zaría para el uso civil, cuya fecha de nacimiento sería uno de sus. elementos constitutivos. En la Edad Medía, el nombre propio fue considerado__como—uná ..designacióndemasiado - .imprecisa, y ~fue necesario completarlo.„con_un apéllicio. a menúdoTun-.nom- ~bre~de' lu g a rY “resulta que ahora es_ conveniente, agregar una "nueva precisión de carácter .numérico, la edad. Pero el nombre e incluso -'eT apellido pertenecen a. un ..mundo imaginario —el nombre— o tradicional —el apellido— La edad, cantidad men surable legalmenté con .una aproximación, de. horas,..compete, a otro mundo: el de la exactitud y el de las cifras.. Actualmente, ..nuestras prácticas _<ie_registro. civil p rqceden a la ..vez ,_de__uno v otro mundo. Con todo, nosotros redactamos documentos que nos com prometen seriamente y cuyo texto no exige la anotación de la' fecha de nacimiento. Se trata de efectos mercantiles, letras de cambio, cheques, o bien de testamentos, es decir, documentos muy diferentes unos de otros. Pero todos fueron inventados en un pasado ya lejano, antes de que el rigor de la identidad mo derna se introdujera en las costumbres. La inscripción de la fecha de nacimiento en los registros parroquiales fue impuesta a los sacerdotes por Francisco I, y para que esta medida, que había sido -ya prescrita por la autoridad conciliar, fuera respe tada, fue preciso que la aceptaran las costumbres, reacias du rante mucho tiempo al rigor de una contabilidad abstracta. Jodos admiten que fue sólo a partir del siglo xvm cuando los curas se preocuparon por mantener sus registros con la exacti- f&ci7 o conciencia cte" exactitud, que un Estado moderno exige a sus 'funcionarios del registro civil. La importancia personal de la noción de edad .ha debido afirmarse en la vida a medida que los reformadores religiosos y civiles lo imponían en sus do cumentos, comenzando por los estratos más instruidos de la so ciedad, es decir, en el siglo xvi, los que frecuentaban los cole gios de enseñanza. En los legajos de los siglos xvi y xvn que yo he consultado para reconstituir. algunos ’ ejemplos de escolari dad 2 suele estar anotado, al comienzo del relato, el lugar y la fecha de nacimiento del narrador. Incluso a veces la edad es objeto de atención particular. Se anota la edad en los retratos como un signo suplementario de individuación, exactitud y auten ticidad. Podemos leer, en numerosos retratos'Hét'siglo”' xvi, ins cripciones de este tipo: Aetatis suae 29; de 29 años, con la fecha de la pintura ANDNI 1551° (el de Jean Femaguut, pin tado por Pourbus, Brujas) 2, En los retratos de personajes ilus tres, como los de la corte en general, no aparece esta referencia, la cual subsiste, sea en el lienzo o también en el marco an tiguo, en los retratos de familia, vinculados a un simbolismo familiar. Entre los más antiguos quizá hay que señalar el mag nífico retrato de Margarita Van Eyck, que lleva la inscripción siguiente: arriba, co(n)iux m(eu)s Joh(ann)es me c{om)plevit art(n)o 1 4 3 9 1 7 Junii (¡qué preocupación por la precisiónI: «mi esposo me pintó el 17 de junio .de 1439»); y abajo: Aetas mea triginta trium an(n)orum, 33 años. Con mucha frecuencia, esos retratos del siglo xvi se encuentran en pareja: uno de la esposa, el otro del esposo. Ambos llevan la misma fecha inscrita y la edad de cada uno de los cónyuges: así, por ejemplo, los dos lienzos de Pourbus, Juan Femaguut, y su esposa, Adriana de Buc3, llevan la misma inscripción: Armo domini 1551, además, para el hombre: Aetatis suae 29, y para la mujer: Aetatis suae 19. También, a veces, los retratos del marido y de la mujer están reunidos en un mismo lienzo, como los de Van Gindertae- len atribuidos a Pourbus, pintados con sus dos hijos pequeños. El esposo'tiene una mano en la cadera y apoya la otra en el hombro de su mujer. Los dos niños juegan a sus pies.La fecha, 1559. Al lado del marido están sus armas y la fecha: aetas an. 27; mientras que al lado de la mujer aparecen las armas de su familia y la fecha: Aitatis, mee. 20 a. Estos datos de filiación toman, a veces, el aspecto de úna verdadera fórmu la epigráfica, como sucede con el cuadro de Martin de Vos', fechado en 1572, en el que figura Antoine Anselme, regidor de Amberes, su mujer y sus dos hijos s. Los cónyuges están senta dos a cada extremo de una mesita, el esposo sujeta en su re gazo al niño, y la esposa a la niña. En alto, sobre sus cabezas y en medio del lienzo, se ve una hermosa placa, cuidadosamente decorada, con la siguiente inscripción: cortcordi ae antonii an~ 2 Exposición en la Orangerie, Le portrait dans i’art jlamand, París, 1952, n.° 67, n.° 18. 3 Op. cit., n.”“ 67 y 68. 4 Op. cit., n.° 71. 5 Op. cit., n.° 93. Reproducido en este libro. selmi et johannae Hooftmans jeliciq: propagini, Martirio de Vos pictore, DD natus est Ule ann MDXXXVI die I X febr uxor ann MDLV D XVI decembr liberi a Aegidius ann MDLXXV X X I Augusti Johanna ann MDLXVI XXVI septembr. Esta ins cripción nos sugiere el motivo que inspirá esta epigrafía: pa rece tener alguna relación con el sentimiento de la familia y su desarrollo~'eii“esá época. "Esosrefratos de familia fechados son documentos de histo ria familiar, como lo serán tres o cuatro siglos más tarde los álbumes de fotos. Responden a la misma mentalidad los libros de razón, en los que se anotaban, además de las cuentas, los acontecimientos domésticos, los nacimientos y las muertes. Se produce así una convergencia del interés por la precisión crono lógica y del sentimiento familiar. No se trata tanto de las refe rencias del. individuo como de las de los miembros de su fa milia. Se siente la necesidad de dar a la vida familiar, gracias a la cronología, una historia propia. Este curioso interés en consignar la fecha no aparece solamente en los retratos, sino igualmente en los objetos y en el mobiliario. En el siglo xvn se generaliza la costumbre de grabar o pintar una fecha en las camas, cofres, baúles, armarios, cucharas, copas de ceremonia, etcétera. La fecha es la de una ocasión importante de la histo ria familiar, generalmente la boda. En ciertas regiones de Alsa- cia, Suiza, Austria, Europa Central, los muebles y particular mente los muebles pintados están fechados, e indican también el nombre y apellido de sus propietarios, y esto desde el siglo xvn. hasta el siglo xix. En el museo de Thoune pude observar, en tre otras, la siguiente inscripción en un baúl: Hans Bischof — 1709— Elizabeth Misler. A veces, la gente se contentaba con inscribir sólo las iniciales de ambos cónyuges a cada lado de la fecha, que es la de la boda. Esta costumbre se difundirá am pliamente en Francia y no desaparecerá hasta finales del si glo xix. Por ejemplo, la inscripción grabada en un mueble des cubierta por un investigador del Museo de Artes Populares 6 en la Haute-Loire: 1873 LT JV. La consignación de las edades o de una fecha en un retrato o en un objeto corresponde al mismo sentimiento que tiende a dar mayor consistencia histórica a la familia. 6 Musée des Arts et Traditions Populaires, París, Exposición de 1953, n,° 778. Este interés por la inscripción cronológica, aunque subsistió hasta mediados del siglo xix, por lo menos en los estratos medios, desapareció rápidamente en la ciudad y en la corte, en donde enseguida se consideró como una costumbre ingenua y provinciana. Desde mediados del siglo xvm, las inscripciones tienden a desaparecer de los cuadros (existen aún, pero entre los pintores de provincia, o adeptos del provincianismo). El her moso mobiliario de época está firmado y, si está fechado, lo está discretamente. A pesar de la importancia que durante el siglo xvi había tomado la edad en la epigrafía familiar, subsistían en las cos tumbres curiosas supervivencias de la época en que era raro y difícil para la gente el recordar su edad. En páginas' anterio res decía yo que nuestro Pabíito conocía su edad desde que empezaba a hablar. Sancho Panza no sabía con exactitud la edad de su hija, a pesar de lo que la quería: «Quince años, dos más o menos, pero es tan grande como una lanza, y tan fresca como una mañana de abril...» 7. Se trata de un hombre de pue blo. En el siglo xvi, e incluso en esos estratos escolarizados en donde los hábitos de precisión moderna se observan más tem prano, los niños conocen indudablemente su edad; pero una extraña norma de urbanidad los obliga a no confesarla explíci tamente y a responder con ciertas reservas. Cuando el huma nista y pedagogo suizo Thomas Platter relata su vida * indica con mucha precisión cuándo y- dónde ha nacido, pero se cree en la obligación de envolver el hecho en una prudente pará frasis: «Y en primer lugar, no hay nada que. yo pueda garan tizar menos que la fecha exacta de mi nacimiento. Cuando tuve la idea de averiguarla, se me respondió que yo había venido al mundo en 1499, el domingo de la Quincuagésima, exactamente cuando tocaban a misa». Extraña combinación de incertidumbre y de rigor. En realidad, no hay que tomar esta reserva al pie de la letra, ya que se trata de una discreción habitual, vestigio de una época en la que era imposible conocer una fecha exacta; lo sorprendente es que esta reserva se haya vuelto una regla de cortesía, pues así es como había que dar su edad a . un interlo cutor. En los diálogos de Cordier9, dos alumnos están hablando 1 Don Quijote de ¡a Mancha, Madrid, Taurus, 1960, II parte, cap. X III, p. 475. 8 Vie de Thomas Platter [el Viejo], ed. E. Fick, Lausana, 1895. 9 M athurin Cordier, Les CoUoques, París, 1586. durante el recreo y se expresan así: «¿Cuántos años tienes? —Trece, según he oído decir a mi madre,» Incluso cuando se generalíce el uso de la cronología personal, ésta no logrará im ponerse como un conocimiento positivo, y no disipará inmediata mente la antigua oscuridad de la edad, que subsistirá durante algún tiempo en las costumbres del mundo civilizado. Las «Edades de la vida» ocupan un espacio considerable en los tratados seudocientíficos de la Edad Media. Sus autores emplean una terminología que nos parece puramente verbal: infancia y puerilidad, juventud y adolescencia, vejez y decrepi tud, cada uno de estos términos significa un período diferente de la vida. Después hemos tomado algunos de ellos para de signar nociones abstractas como la puerilidad o la decrepitud, pero estos significados no . estaban englobados en las primeras acepciones. En efecto, al principio se trataba de una terminolo gía culta que se volverá más tarde familiar. Para la mentalidad de nuestros antepasados, las «edades», «edades de la vida» o «edades del hombre» correspondían a nociones positivas, tan conocidas, tan repetidas, tan usuales que pasaron del terreno de la ciencia al de la experiencia común. Hoy en día- ya no tenemos idea de la importancia de la noción de edad en las antiguas representaciones del mundo. La edad del hombre era una, categoría científica del mismo. orSehTjqüe~el peso'ó” la ve locidad para ..nuestros contemporáneos; pertenecía a un siste ma, jle . descripción. y de. explicación física que remonta a los filósofos jónicos del siglo v i.an tes.de Jesucristo; sistema que los compiladores medievales tomaron de los escritos del Bajo Imperio y que inspiró de nuevo en el siglo xvm los primeros libros impresos de vulgarización científica. No investigaremos aquí su formulación ni el puesto que ocupa en la historia de la ciencia; sólo nos interesa comprender aquí hasta qué punto esta ciencia se volvió familiar, en qué medida sus conceptos pasaron a las mentalidades y lo que representó en la vida co tidiana, Entenderemos mejor el problema si hojeamos la edi ción de 1556 de Le Grand Propriétaire de toutes choses10. Se 10 Le Grand Propriétaire de toutes choses, trés uíile et profitable pour teñir le corps en santé, p o r B. de G la n v il l e , traducido por Jean C orbichon, 1556, trata de una compilación del siglo xm que recogía todos los temas de los escritores del Bajo Imperio. Se juzgó oportuna su traducción al francés, así como el darle, gracias a la imprenta, mayor difusión. Esta ciencia clásicomedieval era aún a me diados del siglo xvi objeto de vulgarización. Le Grand Proprié- taire de toutes choses es una enciclopedia de todos los cono cimientos profanos y sagrados, un Grand-Larousse (pero cuya concepción no es analítica), que refleja la unidad esencial de la naturaleza y de Dios. Era una física, una metafísica, una historia natural, una fisiología y una anatomía humanas, un tratado de medicina e higiene, una astronomía, al mismo tiem po que una teología. Sus veinte libros tratan de Dios, de los ángeles, de los elementos, del hombre y de su cuerpo, de las enfermedades, del cielo, del tiempo, de la materia, del aire, del agua, del fuego, de las aves, etc. El último libro está de dicado a los números y a las medidas. También se podían ha llar en ese libro algunas recetas prácticas. Se extraía del con- junto de libro_s_una Jdea general, docta, convertida' luego en "idea _muy _corri_ente, ja__idea_ _de la unidad fundamental de la naturaleza,.,de..la-insolidaridad que existe entre todos los fe nómenos de la naturaleza,_ rnseparables de las, manifestaciones sobrenaturales... La jdea-de-que-no había oposición, entre -lo na tural y lo sobrenatural pertenecía a la vez a las creencias. po pulares heredadas del paganismo y a una ciencia tan física.como teológica. Yo me inclinaría a 'creer-que‘ esta rigurosa concep ción de la unidad de la naturaleza debe ser tenida por res ponsable del retraso en el desarrollo científico, mucho más que la autoridad de la tradición, de los clásicos de la antigüedad o de la Escritura. Sólo actuamos sobre un elemento de la na turaleza si admitimos que está suficientemente aislado. A par tir de un cierto grado de solidaridad entre los fenómenos ya no es posible intervenir sin desencadenar reacciones en cadena, sin trastocar el orden del mundo. Ninguna de las categorías del ^cosmos dispone de autonomía_ süficienteVjio se pu¿de_Jiacer nada contra el .determinismo - uni versal ._EJlxmocimknto_jde--la naturaleza se. .limita, por lo tanto, al estudio de las relaciones que regulan los fenómenos por'una misma causalidad: un co nocimiento que puede prevenir pero no modificar’ No le que da ofra salida a esta causalidad que la magia" ó él milagro. Una misma ley rigurosa regula al mismo tiempo" e l ' movimiento de ios planetas, el ciclo vegetativo de las estaciones, las relaciones entre los elementos, el cuerpo del hombre y sus humores y el destino del hombre. Así, la astrología permite conocer las in cidencias personales de este determinismo universal; todavía a mediados del siglo xvn, la práctica de la astrología estaba lo suficientemente difundida como para que Moliere, el libre pensador, la tomara .como blanco de sus ironías en Les amants magnifiques. La correspondencia de los números aparecía entonces como una de las claves de esta solidaridad profunda; el simbolismo de los números era algo familiar, se hallaba al mismo tiempo en las especulaciones religiosas, en las descripciones de física, de historia natural, en las prácticas mágicas.. Por ejemplo, la correspondencia entre el número de los elementos, el de los temperamentos del hombre, el de las estaciones: el -número 4. Difícilmente podemos imaginarnos esta formidables imagen de un mundo masivo, del que solamente podríamos percibir algu nas correspondencias. La ciencia permitía la formulación de correspondencias y la definición de categorías que ellas enla zaban. Pero en el transcurso de los siglos estas corresponden cias se deslizaron del terreno de la ciencia al del mito popu lar. Estas concepciones, nacidas en la Jonia del siglo vi, fue ron adoptadas con el tiempo, por la mentalidad común, y todos se representaron el mundo de esta forma.-Las categorías de la ciencia clásicomedieval se tornaron familiares: los elemen tos, los temperamentos, los planetas y su sentido astrológico, el simbolismo de los números. Las edades de la vida eran igualmente una de las maneras de concebir la biología humana, en relación con las correspon dencias secretas internaturales. Esta noción, que se volvió tan popular, probablemente no remonte a las épocas florecientes de la ciencia clásica: pertenece a las especulaciones dramáti cas del Bajo Imperio, es decir, al siglo vi n. Fulgencio la descu brió oculta en la Eneida. Este autor vio en el naufragio de Eneas el símbolo del nacimiento del hombre en medio de las tempestades de la ciencia e interpretó los cantos II y III como la imagen de la infancia ávida de relatos fantásticos, etc. Un fresco de Arabia del siglo vm representaba ya las edades de la vida í2. 11 C o m p a re t t i , Virgilio nel medioevo, tom o I, pp. 144-155. u Kuseir Amra, ver V a n M a r l e , Iconographie de l'art profane, 1932, tomo 11, pp. 144 ss. Los textos de la Edad Media sobre este tema abundan. Le grand propriétaire de íoutes chases trata de las edades, en su VI libro, donde las edades corresponden a los planetas; hay siete: «La primera _edad_es_ la infancia, que fija los dientes, y_esta edáH va desde el nacimiento del. niño hasta los siete años; en ella, al recién nacido se.le _ llam a_ n ij(infans),)que "esTo"mis- jno _ que decir no hablante, porque en esta'edad no puede ha blar bien ni formar sus "palabras perfectamente, ya que no tie ne todavía _sus_dientes__bien_disp.uestos y consolidados, como diceh__J^idgxQ_y_jConstantino.-.Después de la infancia viene’la segunda edad...; se la llamaT^í^ríííáry es’ así denominada por que en esta edad-el~nmo~és'rToHaví¿~ como la pupila en el ojo,' como dice Isidoroj~y‘"esta"edad dura hasta los catorce años.». «Sigue luego la tercera edad, llamada adolescencia, que ter mina, según Constantino en su Viático, a los veintiún años, pero, según Isidoro, dura hasta los veintiocho años... y se ex tiende hasta los treinta o treinta y cinco años. A esta edad se la Ijarjia adolescencia porque la persona es lo suficientemente grande como para engendrar, ha dicho Isidoro. En esta edad los miembros son blandos y aptos para crecer y recibir fuerza y vigor gracias al calor natural. Y por ello la persona crece en esta edad mientras adquiere el tamaño que le ha otorgado la naturaleza.» [El crecimiento, sin embargo, se termina antes de los treinta o treinta y cinco años, incluso antes de los vein tiocho. Sin duda alguna era aún menos tardío en un época en que el trabajo precoz movilizaba antes las reservas del orga nismo.] «Sigue a continuación la juventud, que está en el medio de las edades, y, sin embargo, es cuando el individuo posee ma yor vigor, y dura esta edad hasta los cuarenta y cinco años, según Isidoro, o hasta los cincuenta, según otros. A esta edad se la llama juventud por la fuerza que hay en ella para ayu darse a sí mismo y a los otros, según Aristóteles. Sigue des pués la senectud, según Isidoro, que ocupa el medio entre la juventud” y la vejez, e Isidoro la llama seriedad porque la per sona en esta edad es seria en costumbres y en modales, y en esta edad el individuo no es viejo, pero ha pasado ya la ju ventud, como dice Isidoro. Sigue a esta edad la vejez, que dura, según unos, hasta los setenta años, y según otros sólo se termina con la muerte. A la vejez, según Isidoro, se la de signa de esta forma porque la gente tiene caprichos, ya que los ancianos no tienen tan buen raciocinio como antes y chpchean^ en su vejez... La última parte de la vejez se denomina senies j en latín, y en francés sólo tiene el nombre de vejez... El an- ciano no hace más que toser, escupir y- está lleno de basura [estamos todavía lejos del noble anciano de Greuze y del ro manticismo] hasta que se convierte en cenizas y polvo con los que ha sido creado.» Hoy día podemos considerar que estajerga era hueca y ver bal; sin embargo, tenía un sentido para sus lectores, un sentido semejante al de la astrología: evocaba el vínculo que unía el destino del hombre al de los planetas. La misma corresponden cia sideral inspiró otra periodicidad en relación con los doce signos del zodiaco, poniendo así en relación las edades de la vida con uno de los temas más populares y más emocionantes de la Edad Media, sobre todo del gótico; las escenas del ca lendario. Un poema del siglo xiv, reimpreso muchas veces du rante los siglos xv y xvi, desarrolla este calendario de las edades: Les six premiers sns que vit l ’hom m e au monde Nous comparons á janvier droitem ent, Car en ce moys vertu ne forcé habonde Ne plus que quant six ans ha ung e n fa n tI3. O, según la versión del siglo xiv: Les autres VI ans la font croistre... Aussi fait février tous les ans Q u 'enfin se trait sur le prin tem ps... Et quand des ans a X V III II se change en tel deduit Q u ’il cuide valoir mille mors Et aussi se change li mars En beauté et reprend chaiour... D u mois qui vient aprés septembre Q u ’on appelíe mois d ’ottem bre, Q u 'il a LX ans et non plus 13 Grant Katendrier et compost des ber'giers, ed. de 1500, según J. M o r a w s k i , Les douze mois jigurez. Archivurn romanicum, 1926, pp. 351 a 363. [Los seis primeros años que el hombre vive en el m undo / pueden ser comparados rectam ente al mes de Enero, / ya que en dicho mes no abunda la fuerza ni la virtud / como tampoco abunda durante los seis primeros años de un niño,] Lors devient vieillard et chenu Et a done luí doit souvenir Que le temps le m ene m ourir *. O también ese poema del siglo xm : Veez yeí le noís de janvier A deux visages le p rem ier14, Pour ce qu’il regarde a deux temps C’est le passé et le venant. Ainsi l’enfant, q u an t a vescu Six ans ne peut guére valoir Car il n 'a guére de ssavoir. Mais Ton doit m ettre bonne cure Q u’il prenne nourriture Car qui n ’a bon commencement A tard a bon deffinem ent... En octobre-aprés venant Doit hom semer le bon froment Duquel doit yivre tout li mons; Ainsi doit faire le preudoms Qui est arrivé £ L X ans: II doit semer aux jeunes gens Bonnes paroles par exemple iEt faire aumóne, si me semble 15. La correspondencia de las edades de la vida con los otros cuatro: cóhsensus quatur elementoritm, quatuor humorum (los temperamentos), quatuor anni temporum et quatuor vitae aeta- * [Los otros seis años la hacen crecer... / Lo mismo que hace Febre ro todos los años / Que se am am anta en la primavera... / / Y hasta los dieciocho años / Se le p resentan tantas diversiones / Que él pretende fortificar gustos / Y también el mes de Marzo se vuelve herm oso / Y se calienta de nuevo... / El mes que sigue a Septiembre / Que se llama mes de Octubre / El tiene 60 años y no más /Entonces se vuelve viejo y canoso / Y debe, pues, recordar / Que el tiempo le lleva a la muerte.] 14 Representado en los calendarios bajo, la forma de fanus bifrons. 15 J. M o r a w s k i , op. cit. [Vean aquí al mes de Enero / Q ue tiene dos caras / Pues está m irando tanto / Al pasado como al futuro. / Asi el niño, cuando ha vivido / Seis años, apenas tiene valor / Ya que apenas tiene el saber. / Mas se le debe dar un buen trato / Que tenga una buena alimentación / Pues quien no comienza bien / Tarda en hacerse hom bre.,, / Cuando llega el mes de Octubre / Debe el hombre sem brar buen trigo / Del cual vivirá todo e l mundo; / Así debe hacer el prudente / Que ha llegado a los sesenta años: / Debe sembrar entre los jóvenes / Buenas palabras por ejemplo / Y dar limosna, creo yo.] tu m 16 es aún de la misma naturaleza. Hacia 1265, Felipe de Novara se refiere a los «IIII temz d’aage d'ome» 17, es decir, cuatro períodos de veinte años. Estas especulaciones no cesan de repetirse en los textos hasta el siglo xvi 18. Conviene recordar que toda esta._te.rminología que_hoy en día no ¿“pare ce tan huera, traducía nociones-que-en ..aquel tiem- po eran científicas, e igualmente correspondía ja_.un .sentimiento popular y común de la~ vldáV Aun en este .terreno nos enfren tamos con grandes dificultades de interpretación, porque hoy día ya no tenemos este sentimiento de la vida: la vida como un fenómeno biológico, como una situación en la sociedad, eso sí, pero no más. A pesar de eso,’ nosotros' decimos «son cosas de la vida» para expresar a la vez nuestra resignación y nues tra convicción de que existe, fuera de lo biológico y de lo so ciológico, algo que carece de nombre, pero que conmueve* que uno busca en los sucesos de los periódicos o de lo cual uno dice «está lleno de vida».. La vida se vuelve entonces un dra- - - - ma, que libra del aburrimiento cotidiano. Para el hombre de "antaño era", al contrario, la continuidad inevitable, cíclica, a ve ces humorística o melancólica de las edades de la vida; una continuidad inscrita en el orden general y abstracto de las. co sas, más que en la experiencia real, pues pocos hombres tenían el privilegio, en esas épocas de fortísima mortalidad, de atra vesar todas las edades de la vida. La popularidad de las «edades de la vida» hizo de este tema uno de los más frecuentes de la iconografía profana. Se las puede, ver en los capiteles historiados del siglo xn, en el baptisterio de Parma19. El imaginero ha querido representar a la vez la parábola del amo de la vida, la de los obreros de la undécima hora y el símbolo de las edades de la vida. En la primera escena se ve al amo de la viña que pone la mano en la cabeza de un niño, y debajo, un texto especifica la alegoría ' del niño: prima aetas saeculi: primum humane: infancia. Más adelante: hora tertia: puericia secunda aetas, el amo de la viña pone su mano en el hombro de un joven que sujeta a un ani mal y tiene una podadera en la mano. El obrero de más edad descansa al lado de su almocafre: senectus sexta aetas. 16 Regim en sanitatis. schola salernitana, ed. por Arnau de Vilanova. 17 Ch. V. L a n g lo is , La Vie en France au M oyen Age, 1908, p. 184. . 18 1 5 6 8 . 19 D id ro n , «La Vie hum aine», Annales archéologiques, XV, p. 413, No obstante, es principalmente en el siglo xiv cuando esta iconografía 'precisa sus rasgos esenciales, que continúan casi iguales hasta el siglo x v m ; se les reconoce tanto en los capi teles del palacio del D ux20 como en un fresco de los ermi taños de Padua21. En primer lugar, la edad de los juguetes: los niños juegan al caballito de madera, a las muñecas o al mo linillo con pájaros atados. Luego, la edad de la escuela: los muchachos aprenden a leer o llevan el-libro y el plumier; las muchachas aprenden a hilar. Después, las edades del amor o de los deportes cortesanos caballerescos: noviazgos, paseos de mu chachos y muchachas, el cortejo, las bodas o la caza en el mes de mayo de los calendarios. Después, las edades de la guerra y de la caballería: un hombre armado. Finalmente, las edades sedentarias, las de los hombres de leyes, de ciencia o de estudio; el viejo sabio barbudo, vestido a ‘la antigua usanza, .ante su pupitre, al amor de la lumbre. Las edades de la vida corres ponden no solamente .a etapas biológicas, sino también a fun ciones sociales; había, como ya sabemos, hombres de leyes jó venes, pero el estudio es en la imaginería un oficio de anciano, Estos atributos del arte del siglo xiv los volveremos a en contrar, casi idénticos, en los grabados de carácter más popular, más familiar, y que duran, con muy pocos cambios, desde el siglo xvi hasta principios del siglo xix. Se llamaban las Esca las de las -edades, porque en ellos figuraban personas que re presentaban las edades yuxtapuestas desde el nacimiento hasta la muerte, por lo general subiendo por peldaños ascendentes a la izquierda y descendentes a la derecha. Bajo el centro de esa escala (como si fuera ojo de .puente) se hallaba la muerte en forma de esqueleto armado con su guadaña. El tema de las edades
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