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Pandemia y rol del equipo de Salud Mental en Atención Primaria de la Salud. Una experiencia del trabajo del psicólogo en la pandemia COVID-19 Silvina Pedernera “Se escribe siempre para dar vida, para liberar la vida allí donde esté presa, para trazar líneas de fuga” Gilles Deleuze En el presente artículo se describe el funcionamiento habitual de un efector del primer nivel de atención (Centro de Salud y Acción Comunitaria) en CABA y las prácticas de Salud Mental en dicha institución. Se detallan las modificaciones surgidas en el trabajo a partir de la pandemia CoVID-19 y se aproximan conceptos y estrategias para comprender y acompañar la situación del equipo de salud. Por último, se enumeran distintas situaciones que promovieron la consulta en salud mental haciendo especial hincapié en el acompañamiento a familiares de personas fallecidas por CoVID y las acciones instrumentadas para sostener este desafío. Se sostiene una posición ético-política donde el trabajador de salud mental es integrante de un equipo de salud que garantiza el derecho a la atención aún en situaciones tan adversas como las vividas en pandemia. Introducción La irrupción del nuevo coronavirus SARS-CoV 2 y la declaración de pandemia por parte de la OMS significó un fuerte e inesperado impacto en la humanidad. Gracias a las nuevas tecnologías vimos, como nunca antes en nuestra historia, los estragos de la enfermedad en el mundo en tiempo real. Antes que el virus llegara a nuestro país nos sorprendimos con imágenes inéditas que nos sumieron en la perplejidad y el desconcierto, imágenes que hoy naturalizamos. La pandemia nos interpela evidenciando nuestra finitud y ubica en un lugar de extrema vulnerabilidad a toda la humanidad al mismo tiempo. Los medios difunden números de infectados y muertos de todo el planeta. Vivenciamos la amenaza de un virus de altísima contagiosidad y baja letalidad, pero como es nuevo, los descubrimientos sobre el mismo se producen al mismo tiempo que su expansión. Al momento de escribir este texto no existe tratamiento efectivo ni vacuna para su prevención. La pandemia altera profundamente la vida cotidiana y desafía los vínculos familiares y sociales, el trabajo, la economía, la relación con el medio natural, entre otras cuestiones. En este contexto, se produjeron tanto modificaciones en la atención en salud como nuevos desafíos para los profesionales de salud mental, entre ellos el acompañamiento telefónico a familiares de personas fallecidas por COVID. Estos cambios y el impacto producido en las prácticas de un efector de salud estatal y específicamente en las de los trabajadores de salud mental, serán los temas, entre otros, a desarrollar en el presente artículo. Trabajo en salud El relato de la experiencia se desarrolla en un Centro de Salud y Acción Comunitaria –en adelante CeSAC– en CABA, en un barrio donde vive una población vulnerada en sus derechos. El CeSAC es la puerta de entrada o el primer nivel de atención en el sistema de salud, de complejidad tecnológica creciente. Está integrado por muchas disciplinas –medicina general, clínica pediátrica, clínica ginecológica, salud mental, enfermería, trabajo social, odontología, fonoaudiología, terapia ocupacional, psicopedagogía, nutrición, kinesiología, antropología, obstetricia, y es sede de la residencia de medicina general, enfermería comunitaria y educación para la salud–. Se realizan consultas ambulatorias y se interconsulta con un hospital de referencia cuando no existen las especialidades o si es necesaria la internación. Trabaja con múltiples problemáticas de la comunidad y tiene un lazo muy fuerte con ella y las organizaciones e instituciones locales. Las prácticas son acordes a la estrategia de Atención Primaria de la Salud –en adelante APS – (OMS, 1978) y a la concepción de salud integral tal como la define la corriente de la Medicina Social / Salud Colectiva Latinoamericana. En dicha corriente, la salud integral es considerada como un proceso en interacción con las prácticas del sector salud y el cuidado de los sujetos. Intenta trascender el modelo médico hegemónico –en adelante MMH– (Menéndez, 1987) y por eso concebir los problemas y las prácticas desde múltiples miradas disciplinarias y también desde otros saberes. El MMH plantea una asistencia centrada exclusivamente en el saber médico, que ejerce un poder que objetiva al sujeto que padece. Esto conlleva un reduccionismo que excluye las dimensiones socio históricas, culturales y subjetivas en la producción de la enfermedad. La práctica de APS se basa en tres pilares fundamentales: la accesibilidad, el trabajo interdisciplinario e intersectorial, y la participación de la comunidad. La accesibilidad al primer nivel de atención garantiza el derecho a la atención en salud de la comunidad ya que el CeSAC es la puerta de entrada al sistema de salud. Se trata de favorecer la oferta de servicios –eliminando trabas geográficas, simbólicas, culturales, económicas y burocráticas– y también, incluir en el análisis los vínculos que la población establece con los profesionales y la institución de salud. Como desarrollamos en otro trabajo (Pedernera, 2014), se sabe cuán preciadas son las prácticas de salud para los sujetos; la accesibilidad es la garantía de su obtención. Un profesional “accesible” es alguien dispuesto a escuchar, atender la problemática del sujeto. Es un referente en la vida cotidiana de la comunidad. La accesibilidad así considerada, no solo es la que permite el ingreso de los sujetos al sistema de salud, sino que es una posición ético-política, en tanto que garantiza el derecho a la salud de la población. La pandemia y el equipo de salud Reorganización del trabajo Cuando el gobierno nacional decretó el Aislamiento Preventivo Social y Obligatorio (ASPO) – una semana después de que la OMS declarara la pandemia– definió un grupo de trabajadores, denominados esenciales, que continuarían con sus tareas, mientras el resto debía permanecer en sus domicilios. Los trabajadores de la salud fueron, obviamente, considerados esenciales. Debido a la declaración de emergencia sanitaria, se planteó como posibilidad la relocalización de profesionales, y se suspendieron todas las licencias –salvo las de los trabajadores que estaban en grupos de riesgo–. En este contexto, el problema fundamental fue que el centro de salud dejó de ser un referente para la comunidad dado que la accesibilidad estaba limitada. Se suspendió toda actividad grupal, territorial y consultas de algunas especialidades. Se ubicó un triage en la puerta del CESAC para diferenciar pacientes febriles de no febriles. Se priorizó la atención de personas con síntomas relacionados con Covid y dengue, aunque se continuó realizando seguimiento de embarazo, acceso a métodos anticonceptivos e interrupción legal del embarazo (ILE), entrega de medicación de crónicos, y de leche, vacunas y urgencias por violencia de género, salud mental, ginecológicas y odontológicas. Cabe consignar que en ese momento la CABA contaba con una gran cantidad de casos de dengue que continuaban en aumento. La aparición de la pandemia generó un cambio radical y constante en la planificación y en la organización del trabajo local y en nuestro sistema de salud. Se sintetizan algunas características que se produjeron en el CeSAC: Reconfiguración de equipos por licencias de profesionales que pertenecen a grupos de riesgo, que poco tiempo después comenzaron a realizar trabajo remoto de seguimiento de pacientes con COVID y de sus contactos estrechos; transformación del espacio físico: creación de consultorios de aislamiento, por ende, sectorización de un espacio “limpio” y otro “sucio”, modificación de la circulación de los pacientes en el interior del CeSAC y apertura de nuevas puertas de entrada; aparición en un CeSAC de equipos de protección personal –en adelante EPP– y el aprendizaje de su uso. Temor al riesgode contagio al no contar con insumos suficientes y/o adecuados; velocidad e intensidad de cambios, escenario excesivamente dinámico, que dificulta la posibilidad de capacitación y reflexión conjunta y al mismo tiempo implica la exigencia de lectura permanente: nuevos protocolos, definición de caso, escritos científicos; demandas incesantes de toda índole por distintas vías –presencial y a distancia: teléfono, redes sociales–; autoexigencia de rápido funcionamiento como equipo –que implica tiempo en la conformación– y simultáneamente atención a distintas problemáticas de la comunidad; trabajo contra la infodemia1. Intensificación de la comunicación por redes, redacción de contenidos claros y pertinentes para la difusión. Construcción de un lugar de información y consulta confiable para la población, promoviendo cuidados comunitarios, y ayudando a generar los comportamientos necesarios para prevenir, enlentecer o frenar la enfermedad de acuerdo con las políticas públicas de salud; comunicación con la comunidad por mensajes de Facebook e Instagram, para sostener el ASPO; y rápida reorganización de las dinámicas intrafamiliares de los profesionales –cuidado de niños, ancianos, etc– teniendo en cuenta que la mayoría somos mujeres. Esta situación generó –y lo sigue haciendo– a los trabajadores de salud un forzamiento o esfuerzo adaptativo inédito que produce síntomas diversos, tanto en el trabajo como por fuera de él. A diferencia de una urgencia, que es aguda y por un corto tiempo, la duración de la pandemia reactualiza una situación traumática constantemente, porque no cesa ni tampoco se sabe cuándo va a terminar. Los trabajadores de Salud Mental en el CeSAC En el CeSAC, los profesionales de salud mental trabajan en equipo con otras disciplinas, lo que significa su participación en acciones integrales de salud. Se interviene en todo el proceso de salud-enfermedad-atención desde la estrategia de APS, que incluye la promoción de la salud y los tres tipos de prevención –primaria, secundaria y terciaria–. El rol del psicólogo en APS es muy versátil, ya que depende de las demandas prioritarias de la comunidad, de la creatividad de los equipos interdisciplinarios y de la relación con organizaciones barriales. Incluye la asistencia clínica, la atención de la demanda de los usuarios, de los compañeros del equipo interdisciplinario y de las instituciones del territorio. Se atiende todo tipo de problemáticas de salud mental haciendo hincapié en la dimensión subjetiva en los procesos del enfermar y utilizando la categoría de sufrimiento psíquico como el padecimiento ligado a procesos socio histórico y que no remite necesariamente a entidades psicopatológicas. Asistimos a niños, adolescentes, adultos, parejas, familias con distintas y variadas problemáticas. Adquirimos una clínica “generalista” –en alusión a la especialidad medicina general– donde trabajamos con diversidad de “problemas”, que en un hospital o segundo nivel de atención atendería un equipo especializado. En general no derivamos a “especialistas” ni a otros niveles de atención porque muchas veces acciones que apelan a la “especificidad o especialización'' o a solicitudes muy estrictas a un encuadre, operan como exclusión a la atención del sufrimiento. Asimismo, asumimos una postura crítica frente a la tendencia a la medicalización, la estigmatización y la manicomialización (Stolkiner & Solitario 2007). Entendemos que las acciones de salud mental en APS pueden evitar la institucionalización de las personas, ya que pueden operar tempranamente con los padecimientos subjetivos y en el mismo territorio, y dar así una respuesta pertinente. La pandemia y los trabajadores de Salud Mental Gestión del CeSAC Se trabajó activamente en la reorganización de la institución desde la gestión del CeSAC, dado que la misma está conformada por un Comité de Gestión de Calidad en la Atención que acompaña a la jefatura del CeSAC en la toma de decisiones. Funciona desde el año 2019 y está conformado por distintas disciplinas siendo un espacio de discusión y participación en las decisiones de gestión. En contexto de pandemia, aumentó la frecuencia de sus reuniones y por ende de la toma de decisiones en función de la excesiva y dinámica transformación de definiciones, protocolos y actividades. Fortalecimiento de la comunicación por redes y confección de contenidos Se trabajó sobre contenidos en redes con recomendaciones para el cuidado de la salud mental sugeridos por organismos internacionales (OPS, 2020), adaptados a la realidad local. Se comunicó, con distintos formatos, la idea de que en este contexto el aislamiento potencia lo colectivo, aunque parezca una paradoja. Se puso especial atención en visibilizar y evitar la violencia que conlleva la estigmatización/segregación de los enfermos y/o profesionales contagiados. Acompañamiento al equipo de salud Se participó en el acompañamiento al equipo de salud. A partir de la evidente vivencia de los profesionales de permanente alerta y el relato de la intensificación de distintos síntomas: olvidos, confusiones, angustia, dificultades para dormir, se interpretó un exceso de dispersión por la hiper atención permanente –aunque suene paradójico–. Para pensar en esas vivencias se utilizó el concepto de síndrome de burnout: el “estar quemado” (Maslach y Jackson, 1982, en Zaldúa et. al., 2000): [...] una entidad clínica caracterizada por un estrés crónico, propio de los profesionales de servicios humanos cuya tarea exige una atención intensa y prolongada con personas en situación de necesidad o de dependencia (168, 2000). En el contexto de pandemia, las modificaciones en el trabajo mencionadas anteriormente –los cambios en los equipos, en el espacio físico, en la atención, la demanda y exigencia de actualización permanente, el uso de EPP– sumadas a la evidencia de la enfermedad y la muerte de pacientes y trabajadores, se vuelven nuevos y potentes factores de producción de malestar que incrementan el síndrome de burnout. Se sugirieron “estrategias de afrontamiento”, que sostendrían la implicación de los profesionales sin que eso signifique sobreadaptación –a un escenario excesivamente dinámico–. Estas estrategias se basaron en la promoción del cuidado y sostén del trabajo en equipo, la comunicación clara y oportuna, limitación del exceso de información, el acompañamiento y estímulo a la expresión de preocupaciones, ansiedades, temores, compartir estrategias personales de resolución de conflictos y la oferta de espacios de escucha personales y grupales. Se revisitaron los conceptos: primera ayuda psicosocial (Cohen, H., 2020), apoyo social en catástrofes, e incidente crítico expuestos por la Dra. Silvia Bentolila (2020), trastornos de estrés postraumático (OMS, 2013), para pensar la problemática de la pandemia y la respuesta de los equipos de salud. La construcción de intervenciones posibles está ligada directamente a la observación de las necesidades singulares de salud mental de los sujetos de Consultas en Salud Mental. En el contexto de pandemia COVID-19 el equipo de salud mental nunca dejó de atender de manera presencial urgencias en salud mental, situaciones ligadas a la violencia de género ni interrupciones legales del embarazo. Al mismo tiempo, se asistió de manera virtual o telefónica toda demanda que no entrara en esa categoría. Así, aumentó muchísimo la cantidad de pacientes atendidos. Desde el comienzo de la pandemia la idea de la muerte sobrevoló en todas las consultas. Se produjo la reactivación de duelos detenidos o congelados, relatos de experiencia de muertes cercanas que buscaron ser escuchadas y resignificadas. Se incrementaron los temores a morir más allá del COVID y apareció la ILE como la “muerte” de un bebé. Asimismo, aparecieron multiplicidad de duelos: por la vida conocida, por el porvenir, por la vida social. También, síntomas ligados al repliegue libidinal por elaislamiento: sintomatología orgánica diversa y situaciones de violencia. Como situación repetida significativamente, cabe destacar que el estar en casa, aumentó la disponibilidad de escucha de las madres a los niños o jóvenes, quienes pudieron explicitar situaciones de violencia sufridas en épocas pasadas. También se acompañó vía telefónica a los pacientes infectados en la internación o aislamiento y a sus familias o contactos estrechos. Se escuchó el padecimiento psíquico singular asociado al COVID y las trayectorias, a veces muy complejas, de su atención. Acompañar en procesos de duelo “¿Cómo dicen de volver a la ‘vida normal’, a la ‘nueva normalidad', si en muchas familias falta una persona o dos o más? ¿Cómo sería eso normal?”, dice Martha, una mujer del barrio. Comenzó a llegar al CeSAC información sobre personas que habían perdido a sus seres queridos internados por COVID y en situaciones muy dramáticas. De un momento a otro, todas las fotos de los perfiles de Facebook de los amigos del CeSAC se transforman en una cinta negra. La muerte es un hecho en el barrio. Durante tres semanas solo escuché a personas que lloraban a sus muertos. En el primer nivel de atención no es habitual el acompañamiento en los últimos días de vida o a deudos. Hasta ahora, esta situación se había dado en casos de jóvenes muertos en situaciones de extrema violencia o suicidios. En ese momento no existían protocolos para despedir a los familiares internados en situación de últimos días de vida. Releímos, entonces, sobre cuidados paliativos y nos encontramos con que mucho de lo escrito era muy directivo, prescriptivo, mencionaba el acompañamiento compasivo y el concepto de resiliencia (Instituto Pallium, 2020). Nos resultaba útil pero insuficiente, ya que no llegaba a dimensionar el efecto de masividad de muertes. Entonces, empezamos a cuestionarnos por esta nueva práctica. Las entrevistas con deudos debían ser telefónicas, ya que estaban en aislamiento, la circulación del virus era comunitaria y en aumento permanente, por eso continuaba el ASPO. El acompañamiento con la voz de un desconocido a otro desconocido. ¿Cómo operar cuando nunca estuvo la mirada y tampoco están los cuerpos? ¿Cómo realizar un trabajo de duelo cuando no se ve el cuerpo del fallecido, cuando no hay rituales de despedida? Nos rememora rápidamente a la dictadura y los desaparecidos. Comenzamos por ofrecer la escucha en el CeSAC. Apostamos a la tramitación vía la palabra de la profunda y profusa variedad de sentimientos. Si bien reconocemos la multiplicidad de narrativas sobre la pandemia, no existen narrativas públicas, en los medios de difusión masivos, de relatos de personas que transiten duelos por COVID. Los medios difunden números, pero nunca aparecen familiares que recuerden al fallecido. Esta situación está totalmente invisibilizada. Por esa razón, decidimos hacerla visible a nivel local y explicitamos en las redes sociales del CeSAC la situación de fallecimiento de personas del barrio. En la comunidad conocen a los muertos, nosotros debemos comunicar nuestro saber y manifestar nuestra disponibilidad para el acompañamiento. No todos piden ser escuchados. Sabemos por otras situaciones de muerte, el papel activo que desarrollan los curas del barrio en el sostén espiritual. También, nos enteramos de que existen grupos de oración por WhatsApp. Aparece así, como muy importante, el sostén en redes sociales. Dado que no es posible realizar velatorios ni reuniones porque continúa vigente el distanciamiento social, es fundamental facilitar y acompañar ritos de despedida. El rito mortuorio es una ceremonia social, es celebración en algunas culturas –por ejemplo, en Santiago del Estero realizan comidas con invitaciones a los amigos del fallecido–. Es evidente que la ceremonia del velorio y el entierro involucra al lazo social. Los rituales apelan a un orden simbólico imprescindible para transitar el trabajo intrapsíquico que involucra el duelo. Son significaciones compartidas cultural y socialmente. ¿Cómo se realiza un duelo sin ningún ritual permitido, sin poder abrazar o ser abrazado en una situación de tanta tristeza? Apelamos entonces a la palabra, favoreciendo el relato de lo acontecido y la expresión de sentimientos. Apuntamos al reconocimiento de la invención subjetiva, comunitaria, cultural, escuchamos distintas representaciones sobre la muerte. Acompañamos lo singular de cada situación y estimulamos elaboraciones subjetivas. Fundamentalmente sostenemos la idea de despatologizar el duelo, especialmente, cuestionando ciertos supuestos que plantean que “si no habla ahora, hará un duelo patológico” o que pautan tiempos y etapas esperables para la situación de duelo. Si bien la muerte es un hecho singular y el duelo es un proceso íntimo, intrapsíquico, que comienza con rituales, cuando las muertes son colectivas –como en una pandemia–, se debe pensar en instancias de duelos colectivos sostenidas por un Estado que ampare la situación con políticas públicas que tiendan a la reparación posible. Resulta imprescindible seguir promoviendo desde el Estado políticas de cuidados, potenciando redes solidarias. Políticas públicas que reconozcan la fragilidad de los familiares y evidencien que su pesar singular es una situación que atraviesa a la comunidad en su conjunto. Algunas viñetas clínicas: Clara consulta porque nació muerto su bebé en abril, su parto fue en el contexto de la pandemia. Comenzamos a trabajar en julio, cuando es derivada por su médica de referencia, por su angustia por esta situación y en la segunda sesión telefónica es aislada con sus tres hijas por ser COVID positivo. Su madre y sus hermanos también son COVID positivo. Su padre de 63 años está internado en UTI y fallece en agosto. Relata todo el proceso de la internación de su padre, sus aparentes mejoras, su recepción de plasma. Se muestra esperanzada y también desesperada. Su abuelo paterno había fallecido en mayo. Los dos por COVID y en el mismo lugar. Se le ofrece dialogar por teléfono al día siguiente de la muerte del padre. No quiere hablar y nunca más se comunica. Poco tiempo después, vuelve al CeSAC para solicitar asistencia en salud mental para su hija adolescente. Naila, 19 años, busca medicación crónica para su hermana en el CeSAC y relata que ha fallecido su padre de 53 años, sin comorbilidades, hace dos días. Los profesionales del triage le solicitan su teléfono para que la llamemos desde el equipo de salud mental. Se realiza entrevista por teléfono y muy angustiada relata que su padre, que no tenía ningún problema de salud previo al COVID, comenzó a sentirse sin aire el segundo día de aislamiento en un hotel. Ella se asustó mucho, estaba con sus hermanas menores y su padre en un hotel alejado del barrio donde viven. Se lo llevó el SAME a un hospital cercano al hotel. Pudo comunicarse por teléfono con él unos días. Supuso que lo habrían “puesto boca abajo, intubado” cuando dejó de comunicarse. Ningún profesional la llamó y ella fue al hospital cuando terminó su aislamiento. Fue sola desde el hotel al hospital. Ahí se enteró de que su padre había muerto el día anterior. También relata muy conmocionada cuando tuvo que ir a reconocer el cuerpo en la morgue, “en una bolsa cerrada que así va al ataúd, me pidieron que reconozca el cuerpo, pero no se puede abrir la bolsa roja donde estaba, no pude ver su cara, tuve que suponer que era él por el tamaño del cuerpo en la bolsa”. Dice que lo hizo ella porque temía por la salud de su madre. Pide que hable con su madre y ella deja de comunicarse después de algunas entrevistas. Su madre, Esther, 56 años, además de angustiada se siente muy culpable porque teme haberlo contagiado. Angustiada, llora durante las entrevistas, es la primera vez que habla con un profesional de salud mental. Relata que una semana antes de la muerte de su marido, habían fallecido la hermana de él, una mujer de 70 años, sana y muy activa,que había funcionado como su madre, y el esposo. Comenta que era “un tormento” la idea de darle la noticia de esas muertes. A su cuñada le “habían pasado plasma y ya estaba bien”, mientras estaban en el entierro de su cuñada murió su cuñado. En la familia eran ocho y quedaron cinco. Fueron tres entrevistas: también pide que atienda a sus otras hijas. La muerte de su esposo y sus cuñados se produce cuando todos estaban en aislamiento. “Recuerdo su espalda cuando se iba del hospital, no lo dejaron acompañarme el día que me hisoparon, estaba bien, nunca pensé que esa sería la última vez que lo vería”. Dice tener problemas para dormir, tener pesadillas y despertarse muy angustiada. Se trabaja sobre los sentimientos contradictorios que aparecen en la situación de duelo actual. Un mes después solicita atención su hija de 15 años. Luis, 46 años, solicita atención en junio porque está a cargo de sus hijos y tiene problemas con ellos. Poco tiempo después, se lo llama en repetidas oportunidades y siempre entra el contestador inmediatamente. “Sí, cuando me llamó estaba en terapia intensiva, estuve muy mal, casi no salgo de esa, me pasaron plasma y reviví”. Poco tiempo después comentará que consulta porque está triste por la muerte de su madre, acontecida hace menos de un año. “Cuando se murió estuve muy mal, no quería levantarme de la cama, no tenía ganas de nada”. A los quince días relata que su padre está internado en otra provincia, muy lejos de CABA. Dice que no es por COVID y comenta aliviado que le darán el alta. Cuando es externado, fallece al día siguiente. Sigue en comunicación con entrevistas telefónicas. De la experiencia en estos casos observamos: los deudos deciden sostener pocas entrevistas – entre tres y ocho–. En ellas, destacan el “desahogo” que implica hablar con alguien externo a la familia a quien esa muerte no conmocione. Se reitera la creencia de que hace mal recordar al muerto, que es mejor “pensar en otra cosa”. Aparece la preocupación sobre cómo seguir en un contexto donde está prevista la muerte propia o de otros como un hecho ineludible. Se observa la importancia de la fe como salvoconducto. También, se destaca el descalabro del tiempo, una noción profundamente alterada en general en todas las consultas por el excesivo acontecimiento cotidiano. Se decide, por lo conmocionante que nos resulta a los profesionales este acompañamiento en soledad, promover encuentros por Zoom con colegas para compartir las experiencias, poder reflexionar y pensar colectivamente. Estos encuentros quincenales, a los que asisten cada vez más trabajadores de la salud, nos permiten compartir las ideas y dispositivos creados por colegas que sirven como anticipación. Los profesionales juntos nos sostenemos, construimos un nosotros, dado que el desamparo podría pensarse como una forma del trauma. El cuidado de nosotros y los otros aparece como importante respuesta al desamparo. En la pandemia ha aparecido, como nunca antes, la imperiosa necesidad de prever sus efectos para disminuir el monto de lo traumático. El trauma está indefectiblemente ligado a la historia previa, pero se activa con la irrupción de lo imprevisible y produce conmoción comunitaria. Así, resulta imprescindible organizar respuestas frente al impacto de la pandemia. El paradigma inmunológico asocia la expansión del virus a la guerra –desde las ciencias sociales aún no hemos encontrado otra metáfora que sea mejor– y sabemos que el combate genera cohesión, pero también pánico y parálisis. En este espacio, además de compartir experiencias intentamos articulaciones teóricas que también nos sostengan. ¿Serán nuestros encuentros los rituales que nuestros pacientes no pueden hacer? ¿Operarán como la suplencia posible frente a las privaciones que provoca la pandemia? Consideraciones finales Los trabajadores de salud mental fuimos declarados esenciales en el decreto nacional del ASPO, como todos los trabajadores de salud. Esa mención revela en acto una concepción de salud amplia, no ligada solamente al enfermar orgánico. Si un psicólogo no era necesario, ¿para qué iría a trabajar? Aunque los medios de comunicación mencionen fundamentalmente a los médicos y enfermeros, el equipo de salud no puede trabajar sin todos sus integrantes, sin todas las disciplinas que aportan sus conocimientos específicos. Si bien todas las disciplinas no médicas fueron arrasadas en el comienzo por las directivas del MMH –en algunos CeSAC, los trabajadores de Salud Mental participan en el triage, plan Detectar y entrega de medicamentos o leche–, se pudo hacer un lugar al trabajo disciplinar. Así, pudimos escuchar, pensar y poner palabras allí donde solo había mucha acción en función de normativas a seguir: definiciones de casos, protocolos, usos de EPP. Pudimos pensar que las palabras y la expresión de emociones también son EPP para el equipo de salud. Pudimos generar acompañamiento a colegas, planificación y gestión incluyendo la dimensión subjetiva, pensar contenidos saludables para redes sociales, acompañamiento a personas infectadas y familiares de personas fallecidas, continuar tratamientos y recibir nuevos consultantes. Se sostuvo la accesibilidad para la población con el contacto por redes, telefónico y cuando lo requirieron, de manera presencial. Pudimos encontrar un lugar, muy incómodo –somos vulnerables al virus y al sufrimiento extremo–, pero aun así operar. En definitiva, pudimos trabajar como profesionales de salud mental, ese es y será nuestro compromiso ético con la salud pública. Bibliografía Augsburger, C. (2002) “De la epidemiología psiquiátrica a la epidemiología en salud mental: el sufrimiento psíquico como categoría clave”. Cuadernos Médico Sociales, 81, 61-76. Belmartino, S. ó (1987) Modelo Médico Hegemónico. 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