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CONSIDERACIONES SOBRE LA ETICA PROFESIONAL PARA EL PSICOTERAPEUTA.“PSICOLOGÍA IBEROAMERICANA”, REVISTA DE LA U.I.A. SANTA FE, MÉXICO. Vol. 11, No. 1, Marzo 2003, Págs. 60-70 60 Psicología Iberoamericana (2003) Vol. 1\ No. 1, pp. 60-70 Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta Considerations About Professional Ethics for the Psychotherapist Jorge Francisco Aguirre Sala* Resumen Desde la definición general de ética se deducirán, a través de la definición de ética profesional, las consideraciones éticas para el psicoterapeuta. Pero como el trabajo terapéutico no es ajeno a la diferencia entre una supuesta "neutralidad moral del psicoterapeuta" y la ideología ética del paciente, se estudia la discrepancia de credo religioso y moral entre el psicoanalista y el paciente católico. Dicha desigualdad se revisa en el contexto asimétrico de salud mental que guarda la relación entre ellos, la transferencia, la contratransferencia y el involucramiento mutuo. Además, se d iscierne entre culpa y sentimiento de culpa, para distinguir entre la moralidad del paciente y las razones de su neurosis. Descriptores: ética profesional, neutralidad del terapeuta, credo del paciente, contratransferencia, culpa Abstract From the general defin ition of ethics, and through the definition of professional ethics, the ethical considerations for the psychotherapist will be deduced. But the therapeutic work isn't detached from the difference between an ostensible "moral neutrality of the psychotherapist" and the ethical ideology of the patient; discrepancy of religious and moral creed between the psychoanalyst and the catholic patient is studied. Such inequality rev iews itself in the asymmetric context of mental health that keeps a relationship between them, the transference, the counter-transference and the mutual involvement. Besides, it is discerned between guilt and fault feeling, to distinguish between morality of the patients and the reasons of theirs neurosis . Descriptors: professional ethics, neutrality of psychotherapist, creed of patient, counter-transference, guilt Introducción El título de nuestro trabajo nos obliga desde el inicio a abordar tres referentes, y por lo demás, cada uno puede estudiarse en sí mismo y con un sinnúmero de relaciones con otras instancias. Éstos son: ética, étic~ profesional y psicoterapia. Se presentan con un campo amplísimo de consideración que es necesario acotar, acerquémonos de una en una. l. Si iniciáramos sólo con ética nos vendría a la mente el estudio de tradiciones y costumbres que pre- tenden señalar lo bueno y lo malo, tanto para juzgar con estas nociones los actos, como para orientar o determinar cómo deberían de ser aquellos que todavía no realizamos. Pero las tradiciones y costumbres (realidades a las que hace referencia el término ética por su etimología) que se dan en una comunidad, en un pueblo, en una nación, en una cultura, etc., de hecho constituyen el mundo moral y, en contraste, existe el mundo ético que es la parte de la filosofía encargada de juzgar del bien o del mal, que califica y también que marca un deber ser. Es decir, existe una diferencia entre moralidad y ética. La moralidad es una cuestión de hecho, de lo que sucede en el ámbito humano, mientras la ética aborda las cuestiones de derecho, de lo que debería suceder (pretendidamente · Licenciado en Filosofía por la Universidad Iberoamericana y Especialización en Psicología Terapéutica de la Universidad Iberoamericana - Ciudad de México. Maestro en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Doctor en Filosofía por la Universidad Iberoamericana - Ciudad de México. Profesor Titular en la Universidad de Monterrey, México. Correo electrónico: joaguirre@udem.edu.mx Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta mejor) en vez de lo que sucede. Pero ¿quién dicta lo que debería suceder?, ¿con qué criterios se puede cali- ficar algo como bueno o malo?, ¿con qué criterios se podría establecer el deber de lo que habría de ser? La historia de la filosofía, y de la humanidad entera está llena de estas descripciones morales y de estas pro- puestas éticas. Pero dentro de las muchas cosas que ocurren en las sociedades y en las culturas está la realidad que ahora denominaremos el ejercicio de las profesiones. Dicho ejercicio no está exento de juicio moral (que según la distinción arriba planteada mejor deberíamos decir juicio ético) para elucidar si una acción en el ejercicio de la profesión puede calificarse de "buena" o de "mala". El ejercicio profesional tampoco estáexento de ser orientado, o mejor valdría decir, dirigido por el deber ser que le proponga la ética. Así, una definición general de ética podría rezar: ciencia práctica y normativa que juzga de la bondad y maldad de los actos humanos. 2. Dicho lo anterior, un acercamiento para definir la ética profesional podría ser: ciencia práctica y nor- mativa que juzga de la bondad o maldad de los actos cometidos en el ejercicio profesional. Decimos que es ciencia porque implica un conocimiento que debe ser demostrado con cualquiera de los métodos específicos, argumentación o prueba que la epistemología reconoce y promueve. Afirmamos que es práctica y normativa porque orienta, sugiere, exhorta a ciertas acciones (tanto profesionales como no profesionales) para que éstas resulten buenas. Y finalmente decimos. que juzga de las acciones realizadas en razón de su bondad o maldad, y todo ello implica lo que por bondad o maldad se entienda, según tanto en los contextos habitualmente convenidos, como por las aportaciones del sentido común y sus enriquecimientos con la especulación de diversas doctrinas filosóficas. 3. Así, la ética profesional de la psicología tendrá como tarea una función doble. Por un lado orientar, por no decir normar (con coerción ética y moral, no con coacción jurídica), el quehacer profesional del psicólogo y por otra parte podrá tener a su cargo la evaluación de la acción profesional realizada por el psicólogo en el despliegue de su labor. A) Para la primera tarea la historia nos muestra la realización de múltiples estudios sobre los principios, valores, cánones y códigos profesionales de los psicó- logos. Algunas de est'as ideas se encuentran consigna- das en las reflexiones de los códigos, pues en ellas existe claramente un campo de nociones generales que se aplican para todas las profesiones, así como un campo 61 que se aplica particularmente a la psicología en todas sus ramas y especialidades. De esta manera podríamos encontramos con prin- cipios y valores qlle puedan valer para la psicología en general pero no para alguna de sus ramas en especial. Como por ejemplo algunos de los cánones del código profesional que versa sobre la investigación y experimentación en animales, probablemente poco tendrá que aplicarse al quehacer profesional del psi- coanalista. Podríamos establecer subespecies de la ética pro- fesional del psicólogo para las áreas que constituyen los diferentes tipos de psicología: psicología educativa, psicología industrial, psicología de la" investigación y psicología clínica, por mencionar las principales. B) Para la segunda tarea, una vez cumplida la misión de establecer códigos generales y específicos, se podrán aplicar esos principios, valores y cánones a los casos particulares según la rama o especialización. En este contexto nuestro trabajo pretende abordar algunas consideraciones del caso particular del ejercicio profesional del psicólogo como psicoterapeuta de tratamiento individual. En este último campo también se debe advertir que en la psicología psicoterapéutica existen muchas cuestiones específicas que la ética profesional no debe olvidar, entre otras, por ejemplo: - Las cuestiones relativas al inicio de un tratamiento: tipo de contrato, costos, pagos directos o por terceros. - La evaluación psicodiagnósticay su predicción, para efectos de cambio de contrato, uso de diván, frecuencia de sesiones. - El proceso y el trabajo de elaboración que se da en él: cancelaciones, interrupciones, consentimiento informado, contactos con familiares y con instancias jurídicas, etcétera. - y sobre todo los problemas éticos que pueden darse a partir del manejo de la transferencia y la contratransferencia. Sobre este último punto tratan nuestras considera- ciones, pues cabe destacar la posibilidad de problemas específicos tanto de índole teórica como de la práctica (profesional) como cuando se atiende a pacientes de distinto credo religioso, o con diferencias de credo moral o institucional, como podría ser típicamente un caso mexicano en que el psicoterapeuta pretenda ubicarse en la zona de "la neutralidad" ortodoxa de la ciencia de la psicología y el paciente declare ser cristiano o resulte católico, aunque no sea practicante. 62 Este último problema, la intervención del psicoterapeuta con orientación psicoanalítica -dado el contexto de la transferencia y la contratransferencia, en referencia a la ideología ética del paciente, a su nivel moral de vida y a la neurosis que padece y su pretendida cura, será el asunto que nos ocupe. Método Tal y como corresponde a una temática límite del cam- po de la filosofía como lo es la ética profesional, y en este caso con la profesión de la psicología y particu- larmente con el quehacer del psicoterapeuta, se ha seguido el método cualitativo de revisión e interpre- tación filosófica de ideas en una bibliografía y hemero- grafía amplia y variada. La revisión e interpretación filosófica se ha reali- zado en estricto apego al método de argumentación filosófico, sin que por ello exista un abuso en el uso de la lógica y las expresiones de formalización que en la misma abundan. El criterio lógico de consistencia y validez ha sido aplicado y se considera que es suficiente para el propósito fenomenológico-descriptivo y propositivo de este trabajo. Planteamientos La intervención del psicoterapeuta (de orientación psicoanalítica) en referencia a la ideología ética del paciente, a su nivel moral de vida y a la neurosis que padece y su pretendida cura La teoría psicoanalítica subraya que la moralidad se basa en la identificación con los padres. Considera que la conciencia (entendida como conciencia moral) es lo mismo que el súper-yo y, por lo tanto, los criterios del bien y el mal son las reglas paternas que absorbe el niño, y su respuesta a estas reglas arbitrarias constituyen la fuente de los actos que determinarán su moralidad. Del choque entre las pulsiones y el súper-yo, es decir, de entre los deseos y la ética, de entre sus apetitos y la identificación paterna, proviene la neurosis que eventualmente atenderá el psicoterapeuta. Este choque tiene entonces un elemento de moralidad que provoca "la disfuncionhf1idad" y que el terapeuta deberá a su vez tratar con ética profesional. Y por si esto fuera poco, el terapeuta deberá realizar su trabajo en una posición profesional que se ubica más allá de su propia convicción ética y de la personalidad moral que tiene en su vida. Jorge Francisco Aguirre Sala La teoría de Freud, que por razones de espacio no reproduciremos aquí, aporta los matices del origen y desarrollo de la conciencia, de la culpabilidad, de los criterios personales para considerar lo correcto y lo incorrecto, la génesis y establecimiento de principios ético-operativos en el sujeto como la justicia, el amor, los ideales, los propósitos de vida, etcétera. Rosenbaum (1985, p. 26) nos dice que Freud, interesado en que sus teorías fueran consideradas como una parte de la ciencia y del positivis mo lógico, evitó el campo de la ética. Sentía curiosidad y al mis mo tiempo escepticismo por la obra de James Jackson Putnam, un neurólogo que trabajaba en Boston y que fue uno de (os primeros en practicar el psicoanálisis en Estados Unidos. Le preocupaba que la psicoterapia lle - gara a verse mezclada con la teología. Sin embargo, Putnam creía que era imposible realizar una psicoterapia intensa a menos que se exp lorara la moralidad del paciente. La ética de Freud era simple: perseguir la ver- dad a expensas de la ilusión, sin importar cuán confor- tante fuera esta última. Sin duda alguna Rosenbaum no profundiza cuando escribe este comentario, pues la metapsicología, la reflexiones de Freud sobre la religión y la moralidad juegan un papel esencial en su explicación de la génesis y constitución de las psicopatologías. Sin embargo es cierto lo que Rosenbaum (1985) a su vez toma de Polanyi (1974), pues éste observó en los científicos el deseo moderno de proteger el conocimiento del dogmatismo religioso y de sus excesos. De este modo, nos relata, las afirmaciones científicas llegaron a ser aceptadas porque satisfacían las pasiones mo rales (refiriéndose, claro está, al caso del psicoanálisis y a su descubrimiento de las pulsiones inconscientes). Una vez que se excitaban las pasiones, le daban aún más poder de convencimiento a las afirmaciones científicas. Así, el sistema estaba estructurado de manera invulnerable: cuando se criticaba una verdad científica, la pasión "moral" salía al paso para rebatir la crítica, y si había objeciones basadas en la moralidad, entonces los descubrimientos científicos se alegaban en defensa de la nueva Ciencia. Por esto podemos comprender la pretensión de al- gunos seguidores de Freud: el psicoanálisis separa la moralidad (y en especial la moralidad sexual) de la ética de las relaciones humanas, de manera que la vida psí- quica (y en especial la que corresponde a la sexualidad) no tiene nada que ver con el bien y el mal. Pero... ¿será esto cierto? Drane (1985) considera que los psicoterapeutas, como los filósofos y los sacerdotes, trabajan con un Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta modelo de lo que es deseable y bueno para los seres humanos, de cómo deben comportarse consigo mismos, con los demás y con la sociedad. Y cualquier persona con un poco de sentido común se sumará con nosotros a suscribir tal afirmación. El altruismo, por ejemplo, se considera más sano que el narcisismo, y el pacifismo mejor que la agresión y la hostilidad. Entonces, el psicoterapeuta es un filósofo en el sentido ético. Cuando más porque su intervención sobre la cura, o la salud mental del paciente no puede estar desligada de la calidad de vida y ésta incluye la calidad de vida moral. Pero por si esto fuera poco, el psicoterapeuta además está involucrado en creencias ontológicas y éticas existenciales referentes a su cultura, lugar geográfico e histórico y formación profesional. Y en este tenor, mu- chos atributos éticos son reconocidos y también exigi- dos como esenciales para funcionar como psicoterapeuta. Así, los problemas ético-profesionales que enfrenta el psicoterapeuta tienen dos dimensiones; por una parte la calidad moral y la condición ético-profesional del psicoterapeuta en relación a la objetividad y positividad de la ciencia que sustenta su quehacer. Y en segundo lugar, el trabajo con los problemas éticos que son parte de la etiología de sus pacientes sobre los cuales no sólo hace juicios clínicos, sino también, inevitablemente, juicios éticos (aunque no los manifieste al paciente, claro está) más allá de su perspectiva clínica, pues necesariamente está involucrado en su personal "metapsicología". Para el primer asunto existen los códigos y las normatividades que sobre el derecho de los pacientes se cuestionan los alcances y límites del comportamiento del psicoterapeuta. Aquí hacen presencia los tópicos sobre confidencialidad, consentimiento informado, valoración diagnóstica capaz, etcétera. Pero en la segunda dimensión, debemos considerar a la conciencia moral del paciente como raíz probable de su conflicto, que puede poner al psicoterapeuta en la necesidad del juicioético y lo fuerza a la orientación ética de la vida del paciente, pues la salud mental no es ajena al estado de moralidad, como en tantas ocasiones insistió Fromm (1985) en su Ética y psicoanálisis. Puestas así las cosas, en el trabajo psicoterapéutico existen valores que el terapeuta trata de fomentar en algunos pacientes y muchos de estos valores están estrechamente arraigados en la cosmovisión ética del terapeuta. Menninger (1958, p. 94) lo explicita: [...] lo que cree el psicoanalista, aquello por lo que vive, lo que ama, lo que considera bueno y lo que con 63 sidera malo, llega a ser conocido para el paciente, e influyen enormemente en él, no como sugestión sino como inspiración. No es posible entonces considerar el trabajo psico- terapéutico moderno en la neutralidad y al margen de los valores. Sin embargo hay quienes no piensan así y pretenden que al realizar el tratamiento, los psicote- rapeutas mantengan sus valores en reserva: "(refiriéndose a los psicoterapeutas) se concentrarán únicamente en la realización de una categoría de valores: los valores de la salud" (Hartmann, 1960, p. 55). Fromm Reichmann (1950, p. 17) considera que el terapeuta "debe estar libre de cualquier meta evaluativa mientras trata con los pacientes". Muchos otros autores consideran que los terapeutas no deben dar consejos a sus pacientes, ni compadecerlos, ni siquiera simpatizar con ellos o tomar decisiones por ellos o con ellos, no se debe intentar hacerles felices ni incluir ninguna actitud moral que pueda obstruir el tratamiento. En una palabra: la psicoterapia que proponen es tan anárquica como nihilista y con ello tratan de quedar fuera de cualquier ideología, sin darse cuenta de que esta misma posición es ya tomar una ideología. Sin duda alguna lo extremos no son deseables. Pero también, sin mayor dubitación, los valores de salud en el orden de la psique incluyen las tendencias al crecimiento y la maduración, el desarrollo y la realización personal, y en ello no pueden quedar indi- ferentes los valores personales, como los de la ética y de la religión, la filosofía y la política, por mencionar sólo algunos. Spotnitz (1985, p. 131) considera que "la opinión de que el psicoterapeuta puede y debe mantener una actitud de verdadera neutralidad encuentra pocos partidarios en la actualidad", pues si bien los psicoterapeutas no adoctrinan en ética, sí dotan de una cosmovisión filosófica y moral a sus pacientes cuando les ayudan a adoptar nuevas actitudes hacia sí mismos y hacia los demás, y muchísimo más cuando les auxilian a ensayar y evaluar diversas estrategias para este propósito. Se adiestra en las instituciones a los psicoterapeutas como si su ejercicio profesional, por definición, no tu- viera nada que considerar respecto a la ética y el nivel de calidad moral de sus pacientes. Se aconseja, cuando no se exige, a quien se está formando en los programas para psicoterapeuta, que no intervenga en las creencias éticas, políticas, filosóficas o religiosas del paciente, que sólo se le ubique en algunas de estas categorías para completar la historia clínica, que se le tenga en cuenta para no marginarle y que toda intervención se 64 reduzca a curar el sufrimiento. No aparece más la ética en la psicoterapia que como un elemento de certifica- ción social que garantiza la psicoterapia competente y eventualmente exitosa. Existen en esta postura de pretendida "neutralidad científica" de parte de los psicoterapeutas psicoanalí- ticamente orientados, dos actos de reduccionismo: el primero consiste en reducir la ética y la vida moral del paciente a una de las instancias etiológicas del con- flicto psíquico, sin dar oportunidad a que las orienta- ciones de credo religioso, ético, político, etc., puedan ser un elemento de estrategia y plenitud para la salud mental. Y la otra reducción consiste en considerar a la psicoterapia como una mera instrumentalización ~(ua alcanzar la cura psíquica sin mayor asociación a las dimensiones morales de la psique que pueden con- formar tanto su salud como su patología, pues como lo dice Rilke en uno de sus versos: ahí dónde está lo que mata, también se encuentra lo que cura. Si salvamos ambas reducciones comprenderemos que no hay. forma de evadirse de la responsabilidad ética en el ejercicio profesional de la psicoterapia. El ejercicio profesional, entonces, exige un ejercicio ético: el juzgar en forma racional, lógica y rigurosa, a los valores y hechos de moralidad que presenta la vida clínica del paciente; el intervenir en ellos y también con ellos para buscar la cura, y el reconocer que dada la complejidad asimétrica entre psicoterapeuta y paciente -no sólo en el orden profesional, de salud mental y de posición moral y cosmovisión ética-, se trata de ir más allá de la aplicación de los cánones y normas de cualquier código. Todo exige que los problemas sean tratados con una reflexión filosófica de alto nivel que no sólo cuestionan la moralidad y la patología del paciente, sino la tradición y los principios sobre los cuales operó en el último siglo la psicoterapia. El psicoterapeuta requiere una sólida formación filosófica para ejercer con irreprochable eticidad su profesión. Drane (1985) propone varios niveles para analizar y aprovechar la necesidad de la incursión de la ética en la psicoterapia. En un nivel básico, el existencial, donde se dan los valores contextualizados, se reconoce que la ética está implicada en el diagnóstico, la patología, pero sobre todo en la transferencia y en las metas del tratamiento. Nosotros debemos añadir que también en la contratransferencia. Drane (1985, p. 40) lo reconoce implícitamente cuando afirma: Los conceptos y las categorías mis mos por los cuales se distingue la salud de la enfermedad y la normalidad de la anormalidad son éticos en el sentido de que Jorge Francisco Aguirre Sala e se elige entre ellos y en el sentido de que el propio modelo de diagnóstico lleva en sí mis mo un sistema de evaluación. Un modelo valora la adaptación, otro la productividad, un tercero el máximo incremento de la satisfacción personal. Aunque en esto Drane sigue a Macklin (1973), nosotros notamos que esta intervención evalúa a la psicoterapia, y en general a la psicología, como una ideología. Braunstein (1970), en un texto que se convirtió en clásico dentro de algunos círculos latinoamericanos, denunció, con todo rigor y acierto, que la psicología ha sido manejada como una ideología y que en ello y por ello, agregamos nosotros, es imprescindible su vinculación con la ética más allá de su operatividad de eficiencia. Pero también añadiremos que la ética obedece a principios de índole filosófica, en los cuales se di rimen y se soslayan todas las diferencias ideológicas. Kohlber (1971) Y Piaget (1966) nos enseñan que la distinción entre las deficiencias psicológicas y las deficiencias éticas referidas al diagnóstico de la pa tología y su respectiva asignación de etiología, es sutil. y ¿no es acaso una deficiencia ética, en la formación, en la asimilación de principios morales, lo que da pauta para detonar las psicopatologías? Frente a esta situación creemos que lo mejor que puede hacer el psicoterapeuta es abandonar su pre- tendida posición cientificista de "neutralidad" y re- conocer que posee una cosmovisión ética, que es un sujeto con ideas e ideales éticos y con el deseo de propagar sus valores. Quien se niegue esta autoconciencia, se hala más expuesto a convertirse en un tirano que busca imponer sus creencias, aun a expensas de autoignorarlas. Otra razón para aceptar la necesidad de la inter- vención ética en la intervención psicoterapéutica de las neurosis, estriba en el hecho comprobado por la práctica profesional común de que cualquier modali- dad terapéutica tiene éxito por el aumento de la capa- cidad del paciente al desarrollar su sistema personal de valores y actuar de acuerdo a dicha axiología.El psicoterapeuta tiene entonces la tarea de conocer, reconocer y distinguir las razones éticas de los con- flictos neuróticos y la forma ética de alcanzar la au- tonomía y la mejor calidad de vida, con calidad moral y soporte ético en la vida del paciente. No desconocemos la probable objeción sobre la relatividad de los valores, de los principios éticos y por tanto la apelación a la inutilidad de la ética. Pero consideramos que todos estos alegatos, que bien sabemos '" Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta provienen de los relativistas culturales diseminados entre los situacionistas (ética de situación), emotivistas y sentimentalistas, no hacen blanco alguno en nuestra consideración, porque sólo postulamos la generación autónoma de una axiología y el cumplimiento congruente y consistente de dicha axiología en la vida psíquica, para salvar cualquier escollo moral que le impidiera al paciente ser psíquicamente saludable. Para evitar el relativismo ético (tanto en la forma- ción de los psicoterapeutas como en la expresión de sus códigos), debemos prever que cualquier canon (que norme una conducta profesional ética, un juicio ético o moral, o un código ético), puede ser cuestionado, ser contradicho por otra regla o instrucción, puede entrar en conflicto con tradiciones o posibilidades (por ejemplo, del avance científico-tecnológico) hasta hoy desconocidas. ¿Qué prever para estos casos? La única salida que ha aportado la filosofía y la ética de todos los tiempos es resolver dichas cuestiones en y por principios. Cuando una regla contradice a otra, cuando una realidad enfrenta a un canon establecido, cuando una duda aparece respecto a cierta norma, hay que elucidar qué regla se encuentra más cercana a los principios. La norma más cercana a la evidencia, necesidad, obviedad y universalidad de los principios adquiere, por esta misma cercanía, primacía frente a la contraparte en conflicto. Esto supone, claro está, que los principios proporcionan una base para juzgar reglas y situaciones existenciales. Sin embargo no deseamos caer en la clasificación ideológica de "principalistas", puesto que la ética es algo mucho más sofisticado que la mera aplicación de principios a las conductas. La función de los principios estriba en su auxilio para determinar lo inaceptable en lugar de indicar una receta técnico-operativa. Es decir, los principios nos ayudan a juzgar más y a orientar o normar menos. Por ello los solos principios no bastan, y el principalismo, tan en boga hoy en día en bioética, olvida que se requiere gran sensibilidad y prudencia, mucha creatividad y astucia para obtener una correcta conclusión y una sana aplicación cuando se trata de los casos particulares. La formación ético-profesional del psicoterapeuta parece ser más efectiva cuando se aprenden e interio- rizan principios, que cuando se aplican y memorizan cánones de los códigos. Los estudios de Piaget y Kohl- berg ya referidos dan prueba de ello. Pero de igual modo la moral tradicional exige del profesional un dictamen de conciencia cierto para tomar decisiones. ¿Qué hacer cuando no hay certeza para ejecutar una decisión? La moral tradicional ya preveía estos casos 65 y nos decía: adopte el mal menor, y si no sabe cuál es éste, se debe obrar en cualquier sentido... pues ni si- quiera los psicoterapeutas están obligados a acertar siempre después de haberlo intentado con su mejor esfuerzo. Pero lo importante de los principios es su capacidad formativa. Más que acentuar su extraordinaria cualidad de universalidad, lo que interesa es encarnarlos en la existencia concreta y particular. Esta circunstancia, su capacidad formativa, sobre todo vía introyección, es uno de los fenómenos mejor conocidos por los psicoterapeutas. Pero éste no es el lugar donde he querido tratar lo que llamo la mediación simbólica en la (se)elección de valores (Aguirre 1999). Baste por ahora tomar en cuenta que nos aparece, en el fondo de las cosas, una mayor verdad la sabiduría de la psicología que la de la filosofía, cuando aquélla nos muestra las relaciones entre cosmovisión axiológica y conducta explicadas por las instancias psíquicas (sobre todo las pasionales) que por las reglas, principios y teorías de la razón, muchísimo peor si se trata de "la razón pura". Por lo anterior, Grayson (1985) considera impor- tante que los terapeutas aprendan las contradicciones de las diversas terapias, particularmente las de su pro- pia especialidad. Pues ningún psicoterapeuta está al margen de las influencias científicas, sociales, cultura les, filosóficas y religiosas de diversos géneros ideológicos. Y en particular, no está al margen de esas mismas influencias en la vida que tienen sus pacientes. Pero si volvemos a la discusión sobre la psicoterapia psicoanalíticamente orientada y nos situamos en la ética profesional del psicoterapeuta, descubriremos que el punto más álgido en la práctica clínica estriba en vigilar los sentimientos de contratransferencia que su labor le provoca. Y dicha contratransferencia no es ajena a la introyección de los principios morales que deambulan por el sistema psíquico del psicoterapeuta. Freud consideraba que la religión (en términos amplios, toda la moralidad social) era una neurosis universal. La religión y la moral se basan en el hecho (interpreta el psicoanálisis) de tener protección de un padre. Así, la religiosidad y la moralidad no son sino un sustituto de la racionalidad y la cientificidad. Y muchos de los seguidores de Freud han tomado tal posición como una declaración ideológica y creen que entre más agnósticos, ateos y reaccionarios se muestren, más profesionales son. Y, evidentemente, no es así. Debemos recordar que en la correspondencia de Freud hacia Oskar Pfister, un amigo suyo que era ministro protestante, Freud le dice: "el psicoanálisis no 66 es religioso ni no religioso, sino una herramienta imparcial" (citado en Meng & Freud, E. L., 1964, p. 17). Del mismo tenor es la distinción freudiana que encontramos en una carta que le envía en 1927: "Dejemos claro -le dice Freud a Oskar Pfister- que las opiniones expresadas en mi libro (se refiere a El porvenir de una ilusión) no forman parte de la teoría analítica". Con todo lo dicho anteriormente podemos sospechar de la verdad de la primera afirmación freudiana, mientras que la última la damos por suscrita. Braun (1985) ha estudiado las respuestas protestan- tes, católicas, judías ante este problema y las respuestas de la comunidad de psicoterapeutas y psicoanalistas ante dichas comunidades, con singular objetividad. Por nuestra parte, dado que la mayoría de la población en México se declara católica (o por lo menos dice serio con el adjetivo de "no practicante"), sólo diremos al- gunas palabras con referencia al catolicismo. López Castellón (1972) se vio en la intención de señalar algunas obligaciones a los psicólogos y psico- terapeutas que él mismo adjetivó de "cristianos". Sin explicar, claro está, si se refería a cristianos que ejercen tales profesiones o si se refería a una teoría de la psicología cristiana. Les exigía que deberían considerar al hombre como unidad y conjunto psíquicos, unidad cerrada en sí misma, unidad socia l y unidad trascendente, es decir, tendente a Dios. El universo de los autores católicos que abordaron este problema es inmenso y, evidentemente, no es ho- mogéneo. Destacan en el mundo europeo de la primera parte del siglo xx las consideraciones de Dalbiez, de Liertz, de Maritain y, sobre todo, de A. Vergote de la Universidad Católica de Lovaina. Este último autor, en un libro intitulado El conocimiento del hombre por el psicoanálisis, del que tenemos noticia por López Castellón (1972), critica a Freud el hecho de haber aplicado una interpretación ética y de la religión en los historiales de sus casos clínicos. Considera que [...] la cultura precede al indiv iduo yle anima por su poder de simbolización; en la óptica freudiana no es el individuo el que explica la cu ltura, sino por el contrario, la cultura es la que forja al individuo. Al tratar del malestar de la civilización, dice Freud que las personas quedan prendidas en amplios movimientos que las re- basan, que se desarrollan por encima de ellas y que de- terminan sus destinos. La ética, el arte, la política y la religión forman parte de esos movimientos envolventes (Vergote, según López Castellón, 1972, p. 603). Vergote ofrece entonces las bases de una ética que, teniendo en cuenta el punto de partida freudiano, no Jorge Francisco Aguirre Sala atenta en nada contra los principios de la moral católica, pues admite que el hombre no posee ningún principio innato que le oriente hacia lo bueno. Ahora bien, no es posible, considera, que los elementos constitutivos del ser ético de las personas estén puestos en su historia al azar, sino que deben hallarse integrados en un marco significativo; ahí se podría defender la existencia de un foco de aparición de las leyes éticas denominado la orientación trascendental hacia el bien. Así, coincide con la teoría psicoanalítica, pues el niño en principio es un ser amoral, pero se halla en un proceso de constitución de su personalidad por el cual devendrá con conciencia moral. En este sentido, el complejo de Edipo representa un conflicto de estructuración de las relaciones afectivas del niño. Las relaciones entre niño-padre-madre po- sibilitan los aspectos fundamentales de la maduración psíquica y, en consecuencia, de la constitución y ma- duración moral. De este modo, el conflicto freudiano entre pulsiones y represión externa debe ser desechado, pues el auténtico conflicto es el que se produce en el seno mismo de la libido, por lo que es anterior a la violencia de la prohibición social. (No está demás recordar que antes del conflicto edípico y de la prohi- bición del padre, existe entre el niño y el padre una relación de ternura, la cual facilitará la identificación necesaria para salir del conflicto y transitar por la etapa de latencia.) El conflicto entonces es primordial, anterior en tiempo y natura, al conflicto edípico, pues se da entre el placer y la conservación, entre la pulsión y sus movimientos y la estabilidad. El conflicto, por tanto, exige la síntesis entre el renunciar a una moral de la honradez y las realidades del principio del placer. El yo debe enriquecerse con las estructuras del inconsciente (pues esto es justo lo que constituye la cura; ahí donde es lo inconsciente que devenga consciente), con lo cual pasa de una ética de la represión a una ética de la felicidad y del amor. Los psicoterapeutas saben que la vocación del hombre consiste en conquistar el dominio del inconsciente y sustituir los motivos inconscientes por normas conscientes y libremente admitidas. El psicoterapeuta busca en qué momento y de qué modo apareció en la vida psíquica del sujeto la ley moral y busca ponerla en el plano de la positividad, la autonomía y el carácter racional de la conciencia. López Castellón (1972, p. 606), siguiendo a Vergote, nos muestra la paradoja de que se considere al psicoanálisis como una ética de la liberación de las pulsiones, impregnada de hedonismo utilitarista y libertino. "Nada Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapceuta más lejos de la verdad, nos dice, la aceptación del principio de realidad supone la aceptación de nuestra propia limitación". En ese tenor entendemos que la psicoterapia nos ayuda a reconocer la imposibilidad de alcanzar la perfección y el paraíso perdido en donde se sacia todo deseo. Nos invita a abandonar el ideal perfeccionista del puritanismo, escondido tras el nar- cisismo, y nos exhorta al dominio racional de nosotros mismos en tanto es posible adecuar las pulsiones al principio de realidad sin quedar presos dcl ideal utópico e inaccesible. Si la psicoterapia tiene como propósito suprimir la angustia, la culpabilidad y obviamente, la neurosis que ambas provocan, no por ello tiene como finalidad suprimir la religión. En 1953, cl Papa Pío XII, al dirigir su mensaje ante el Congreso Internacional sobre Psicoterapia y Psi- cología Clínica expresó: "Ciertamente no debemos criticar a la psicología profunda si trata el aspecto psí- quico de los fenómenos religiosos, y se esfuerza por analizarlos y reducirlos a un sistema científico, incluso si esta investigación es nueva" (1953, pp. IO-ll). Debemos advertir que cuando existe -más allá del sentimiento- una culpa verdadera, dicha culpa persiste aunque el sentimiento de angustia y culpabilidad desaparezcan, sea por motivos del tratamiento, por sugestión o por cualquier otra variable independiente. La psicoterapia es muy útil para quitarse de encima sentimientos de culpas ficticias, pero las culpas reales se solucionan por otras vías. El catolicismo, entonces, no tiene como intención curar los "sentimientos" de culpa, sino abolir la culpa verdadera, cause o no ésta los sentimientos corres- pondientes. Salvarse de la culpa es una cosa que tiene que ver con Cristo, el arrepentimiento y la absolución sacerdotal como sacramento. Y muchos son los sacerdotes que relatan casos confesionales entre sus feligreses que se arrepienten de cosas que no son, ni en latus sensu, pecado. Así que tenemos, por un lado, sacerdotes a los que se les solicita perdonar y salvar de pecados que no lo son, y por otro a psicoterapeutas que a veces se empeñan en exentar de sentimientos de culpa a sujetos que los padecen por causas ajenas a su responsabilidad. Por supuesto que no son estos todos los casos, pero sí una buena parte de lo que sucede en ambas prácticas. Además, es ilustrativa la distinción que adopta López Castellón (1972) cuando -sin dar la referencia bibliográfica precisa del artículo de Rahner intitulado Culpa y Perdón- define el pecado y la culpa como un fenómeno teológico por excelencia. Pero al mismo 67 tiempo distingue que ser pecador no es lo mismo que estar neurótico o enfermo. Lo propio del concepto de la culpa, o del mal moral, para ponerlo en términos estrictamente éticos y racionales, es que se cometa u omita un acto sabiendo que se atenta contra el dictamen libre y cierto de la propia conciencia. No hay culpa inconsciente c invo- luntaria en el sentido religioso o ético, ni puede haberla, porque las condiciones de culpabilidad son la libertad y la conciencia. Si el psicoterapeuta trabaja con el sentimiento de culpa o la culpa inconsciente e invo- luntaria, entonces se ocupa de un fenómeno distinto al que ocupa al moralista y al teólogo. Toda culpa moral, ética, teológica, ha de ser una culpa en el saber y en el querer. El psicoterapeuta trabaja con una representación de la culpabilidad, representación inconsciente a nivel noesis. El moralista trabaja sobre la culpabilidad que da origen a la representación en el orden del noema, para decirlo en los términos de la más estricta fenomenología. La culpa tal como la entiende el moralista y el teó- logo no es un estado de psiquismo. Son acción y suceso, no estado ni representación. La acción moralmente culpable es la acción libre, no la inconsciente. De manera tal que los campos de la dimensión teológica y ética no coinciden con los de las dimen- siones psicopatológicas del sentimiento de culpabilidad. Por tanto, no hay razón para repugnar los aportes de la psicoterapia cuando ésta se encuentra en el campo que le corresponde. No podemos dejar de enumerar los casos en que un sujeto ha recibido la absolución sacramental y ésta no ha llevado automáticamente a la desaparición del sentimiento de culpabilidad. De igual manera la desaparición del sentimiento de culpabilidad no exonera a nadie de sus responsabilidades religiosas, morales y legales. El moralista y el teólogo, o más precisamente el sacerdote, no deben incurrir en la tentación de auxiliar a desaparecerla angustia neurótica. Son cosas distintas la salud y el estado de gracia, como lo son diferentes la enfermedad y el pecado. Más de un neurótico se ha salvado y también a más de dos los han canonizado. El lado recalcitrante de la psicoterapia dirá que la culpa real, el pecado real que provoca culturalmente muchas neurosis, es una mera invención de la religión y de la moralidad, que se dan sentimientos de culpa falsos que es necesario atender, porque éstos surgen de culpas falsas imputadas por la Iglesia y la moralidad. La respuesta de la ética más ortodoxa sigue siendo la misma: en religión y en moral no hay culpas falsas, o son culpas verdaderas porque fueron conscientes y 68 libres o simplemente no son culpas, aunque pueda persistir dicho sentimiento. Si un moralista o un sa- cerdote, en la orientación o en la confesión trata con un neurótico que se arrepiente de lo que no debe, debe canalizarlo al psicoterapeuta. La confesión es tera- péutica pero sólo en sentido indirecto, es decir, bien pobre, pues su función no es la de resolver la etiología de las neurosis, aunque puede descubrirla. De igual modo la psicoterapia, de manera indirecta, podría alla- nar el camino para la conversión. Ahora bien, no todo en el sentimiento de culpabili- dad es negativo o falso. Cuando este sentimiento pro- viene de una culpabilidad real, entonces provoca el arrepentimiento, y con él la posibilidad de adoptar nuevas actitudes más positivas que ayuden al trabajo de reparación. Pero desde estas consideraciones de Pío XII y Rahner a la fecha mucho ha llovido y, como en todo y siempre, el grupo universal de católicos no acaba de guardar cierta unidad de opinión respecto al psicoa- nálisis o la psicoterapia psicoanalíticamente orientada. Debemos entonces también mencionar, por el propósito de hacer justicia, que uno de los pensadores católicos más versados en el asunto y cuya autoridad intelectual y moral es destacable, ha considerado la psicoterapia y el psicoanálisis como uno de los signos científicos y teológicos positivos de la evolución del hombre. Sin duda nos referimos al controvertido Pierre Teilhard de Chardin, de quien, como Michael de Certau (y no es casualidad que ambos fueran miembros de la Compañía de Jesús, el primero sui generis, el segundo lacaniano), nos lamentamos no nos hayan ilustrado más sobre las implicaciones éticas de la contratransferencia en la práctica terapéutica. Antes de abordar la práctica terapéutica en el con- texto de los valores que están puestos en la transferencia y la contratransferencia, aportemos algunas de las cifras que Nix (1978) nos proporcionó al estudiar los valores religiosos en los psicoterapeutas norteamericanos, pues el caso de México, según tenemos noticias, apenas va planteándose en los estudios que poco a poco se hacen por Lafarga et al. (1998), pues en la variable."respeto cultural" no se diferencia el pluralismo moral, ético o religioso, y dentro de la variable general, sólo 20.1 % de sus encuestados consideró mencionarlo. Los datos de Nix son más amplios, pues descubrió que 17.7% de los terapeutas de su muestra manifestaron ser ateos, 9.7% agnósticos y 60% poseer algún grado de religiosidad. De éstos, 10.5% se consideraba muy religioso, mientras que 32.3% sólo de manera moderada. El dato interesante es que 16.8% Jorge Francisco Aguirre Sala manifestó que sus creencias religiosas eran una parte importante de su filosofía de la vida y que en general eran mucho menos religiosos que la población de su comunidad y que las personas formadas en otras profesiones. También es de hacer notar que entre las diversas orientaciones y escuelas, excepto el grupo de conductistas, no hubo diferencias significativas. Los conductistas manifestaron menos religiosidad y una actitud más negativa hacia la religión. En todo caso, de todas las corrientes y escuelas psicológicas, seguramente la última que elegiría nues- tro lector para recibir tratamiento sería conductista. Pero es de justicia señalar que en esta técnica sería difícil detectar una problemática ética de contratrans- ferencia. De todos modos los problemas éticos del psicoterapeuta respecto a la contratransferencia es- triban en que éste puede utilizar a sus pacientes para satisfacer necesidades personales en lugar de utilizar sus sentimientos en beneficio de la alianza terapéutica. Los psicoterapeutas pueden caer en una contratransfe- rencia individual que los atrape en su necesidad de omnipotencia, en su narcisismo y su mercantilismo. La omnipotencia, como actitud éticamente defec- tuosa en el psicoterapeuta, se concretiza cuando se hace del sistema de terapia una especie de religión o culto en lugar de un simple método. El narcisismo lleva, por su parte, a que el psicoterapeuta tenga la sensación -poco realista- de superioridad y se alimente con el ejercicio constante de la autoridad que ejerce sobre la vida de los pacientes y manipule a éstos, en su transferencia, a que le tengan admiración, servilismo y un culto ritualístico y neurótico hacia su persona. La parte del mercantilismo puede generar tensión hacia el paciente por lo que se refiere a las diferencias de dinero entre los estatus sociales de ambos, las ganancias y acumulación de bienes que obtiene el psicoterapeuta mercantilista a costa de los honorarios que el paciente paga y que, muchas veces siente, nunca terminará de cubrir. De los tres aspectos anteriores quizá el más difícil de controlar sea el narcisismo, pues en él está involucrada toda la persona del psicoterapeuta. Éste se satisface emocionalmente cuando ayuda a sus pacientes, se siente fuerte, rico, poderoso, pues se ve a sí mismo como capaz de satisfacer a los demás en todo lo que necesitan profunda y realmente. Ello conlleva, además del narcisismo, el deseo del psicoterapeuta de no concluir pronto, quizá nunca, el tratamiento. Pues si bien es agradable el poder de ayudar, no lo es el darse cuenta de que la propia ayuda ya no es necesaria. Los psicoterapeutas no están exentos de calcular que su Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta trabajo profesional es más útil de lo que en verdad resulta. Pero debemos recordar que la finalidad pro- fesional del terapeuta es conseguir que sus pacientes sean emocionalmente capaces, independientes, autó- nomos, que logren satisfacer y dar cumplimiento a sus propias necesidades narcisistas y no a la de sus psicoterapeutas. Como bien ha señalado Wolman (1985, pp. 212-213): "El objetivo de la psicoterapia es hacerla superflua. Un buen psicoterapeuta trabaja de tal manera que su trabajo llega a ser innecesario". Sin duda éste es un duro golpe al "narcisismo pro- fesional" del terapeuta. Wolman (1985, p. 210) nos relata qué responde ante la pregunta más halagadora que hace el paciente para colocar al terapeuta en el narcisismo: En varias ocasiones los pacientes me han preguntado: "Doctor, ¿me quiere usted'?". Mi respuesta -dice Wolman- es inequívoca: "Me interesa su bienestar. Es mi responsabilidad moral hacer todo lo que pueda por ayudarlo, pero no soy un mago ni un ángel. Mi pro fesión es ayudar a la gente, es la forma en que me gano la v ida. Mi tarea es ayudar a la gente y la llevo a cabo concienzudamente. Yo no soy su padre ni su amante. Soy su médico, y haré todo lo que pueda por ayudarlo". Por esto podemos establecer un principio ético que regule la contratransferencia: un buen psicoterapeuta se involucra con el caso de su paciente, sin involucrarse con su personalidad. Atiende los rasgos que le aquejan, otorgando tratamiento integral a la persona del paciente. Conclusiones Al distinguir entre culpa y sentimiento de culpa (y a su vez, entre culpa real-libre y consciente- de culpa ficticia, ya sea por el sentimiento infundado o por la instancia externa de una falsa imputación legal, moral o religiosa), podemos establecer una normatividad profesional para reconocer, tratare intentar evitar la intervención psicoterapéutica inadecuada en la vida moral del paciente. Esta distinción obliga, por impli- cación, a diferenciar entre la moralidad del paciente y las razones de sus neurosis. El psicoterapeuta no es un abogado, tampoco, estricto sensus, un moralista, pero el mundo moral y el mundo legal están presentes en las dimensiones humanas del universo psíquico. Y por ello es necesario ubicar, distinguir y volver a dar unidad a cada objeto de estudio y a cada propósito profesional. Para que el psicoterapeuta tenga una práctica sana debe poseer una práctica ética, pero como señalaba el propio Freud (1980, p. 249), todo ello dentro de los límites de lo razonablemente humano: Detengámonos un momento para asegurar al analista nuestra simpatía sincera por tener que cumplir él con tan difíciles requisitos en el ejercicio de su actividad. y hasta pareciera que analizar sería la tercera de aque llas profesiones "imposibles" en que se puede dar an- ticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y gobernar. No puede pedirse, es evidente, que el futuro analista sea un hombre perfecto antes de empeñarse en el análisis, esto es, que sólo abracen esa profesión personas de tan alto y tan raro acabamiento. Sería una exigencia exagerada pedir al psicotera- peuta la perfección, o un trabajo que lleve a todo tipo de pacientes a la legalidad, la honorabilidad moral y la santidad religiosa. Pero es completamente legítimo pedirle una madurez mínima para ocuparse de indivi- duos trastornados de los nervios y que los ayude con las sensaciones de culpa y de angustia, en especial de aquellas de las que no son culpables. Esta madurez mínima es la que exige y garantiza el cumplimiento del código ético, a pesar de los des fases de las posiciones morales entre paciente y psicotera- peuta y de la presencia de estos des fases en la contra- transferencia. Para finalizar, necesitamos reconocer que este tra- bajo inspirará un estudio más detenido del fenómeno de la contratransferencia y su posible regulación ética, desde el inicial adiestramiento de candidatos a psico- terapia, hasta lo más íntimo de la supervisión avanzada y del abandono de la supervisión. Referencias Aguirre. J. (1999). La irracionalidad simbólica en la (se)elección de valores. En Actas del XIV Congreso Interamericano de Filosofía. México: Asociación Filosófica Mexicana (Compact Disk). Braun, J. (1985). 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