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Consideraciones_Sobre_la_Etica_Profesion

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CONSIDERACIONES SOBRE LA ETICA PROFESIONAL PARA EL PSICOTERAPEUTA.“PSICOLOGÍA IBEROAMERICANA”, REVISTA DE LA U.I.A. SANTA FE, 
MÉXICO. Vol. 11, No. 1, Marzo 2003, Págs. 60-70 
60 Psicología Iberoamericana (2003) Vol. 1\ No. 1, pp. 60-70 
 Consideraciones Sobre la Ética 
Profesional para el Psicoterapeuta 
Considerations About Professional Ethics 
for the Psychotherapist 
Jorge Francisco Aguirre Sala* 
Resumen 
Desde la definición general de ética se deducirán, a través de la definición de ética profesional, las consideraciones éticas para 
el psicoterapeuta. Pero como el trabajo terapéutico no es ajeno a la diferencia entre una supuesta "neutralidad moral del 
psicoterapeuta" y la ideología ética del paciente, se estudia la discrepancia de credo religioso y moral entre el psicoanalista y el 
paciente católico. Dicha desigualdad se revisa en el contexto asimétrico de salud mental que guarda la relación entre ellos, la 
transferencia, la contratransferencia y el involucramiento mutuo. Además, se d iscierne entre culpa y sentimiento de culpa, para 
distinguir entre la moralidad del paciente y las razones de su neurosis. 
Descriptores: ética profesional, neutralidad del terapeuta, credo del paciente, contratransferencia, culpa 
Abstract 
From the general defin ition of ethics, and through the definition of professional ethics, the ethical considerations for the 
psychotherapist will be deduced. But the therapeutic work isn't detached from the difference between an ostensible "moral 
neutrality of the psychotherapist" and the ethical ideology of the patient; discrepancy of religious and moral creed between the 
psychoanalyst and the catholic patient is studied. Such inequality rev iews itself in the asymmetric context of mental health that 
keeps a relationship between them, the transference, the counter-transference and the mutual involvement. Besides, it is 
discerned between guilt and fault feeling, to distinguish between morality of the patients and the reasons of theirs neurosis . 
Descriptors: professional ethics, neutrality of psychotherapist, creed of patient, counter-transference, guilt 
Introducción 
El título de nuestro trabajo nos obliga desde el inicio a 
abordar tres referentes, y por lo demás, cada uno puede 
estudiarse en sí mismo y con un sinnúmero de 
relaciones con otras instancias. Éstos son: ética, étic~ 
profesional y psicoterapia. Se presentan con un campo 
amplísimo de consideración que es necesario acotar, 
acerquémonos de una en una. 
l. Si iniciáramos sólo con ética nos vendría a la 
mente el estudio de tradiciones y costumbres que pre-
tenden señalar lo bueno y lo malo, tanto para juzgar 
con estas nociones los actos, como para orientar o 
determinar cómo deberían de ser aquellos que todavía 
no realizamos. Pero las tradiciones y costumbres 
(realidades a las que hace referencia el término ética 
por su etimología) que se dan en una comunidad, en un 
pueblo, en una nación, en una cultura, etc., de hecho 
constituyen el mundo moral y, en contraste, existe el 
mundo ético que es la parte de la filosofía encargada 
de juzgar del bien o del mal, que califica y también que 
marca un deber ser. Es decir, existe una diferencia 
entre moralidad y ética. La moralidad es una cuestión 
de hecho, de lo que sucede en el ámbito humano, 
mientras la ética aborda las cuestiones de derecho, de 
lo que debería suceder (pretendidamente 
· Licenciado en Filosofía por la Universidad Iberoamericana y Especialización en Psicología Terapéutica de la Universidad Iberoamericana - Ciudad de México. Maestro en 
Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Doctor en Filosofía por la Universidad Iberoamericana - Ciudad de México. Profesor Titular en la Universidad de 
Monterrey, México. Correo electrónico: joaguirre@udem.edu.mx 
 
Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta 
mejor) en vez de lo que sucede. Pero ¿quién dicta lo 
que debería suceder?, ¿con qué criterios se puede cali-
ficar algo como bueno o malo?, ¿con qué criterios se 
podría establecer el deber de lo que habría de ser? La 
historia de la filosofía, y de la humanidad entera está 
llena de estas descripciones morales y de estas pro-
puestas éticas. 
Pero dentro de las muchas cosas que ocurren en las 
sociedades y en las culturas está la realidad que ahora 
denominaremos el ejercicio de las profesiones. Dicho 
ejercicio no está exento de juicio moral (que según la 
distinción arriba planteada mejor deberíamos decir 
juicio ético) para elucidar si una acción en el ejercicio 
de la profesión puede calificarse de "buena" o de 
"mala". El ejercicio profesional tampoco estáexento de 
ser orientado, o mejor valdría decir, dirigido por el 
deber ser que le proponga la ética. 
Así, una definición general de ética podría rezar: 
ciencia práctica y normativa que juzga de la bondad y 
maldad de los actos humanos. 
2. Dicho lo anterior, un acercamiento para definir la 
ética profesional podría ser: ciencia práctica y nor-
mativa que juzga de la bondad o maldad de los actos 
cometidos en el ejercicio profesional. Decimos que es 
ciencia porque implica un conocimiento que debe ser 
demostrado con cualquiera de los métodos específicos, 
argumentación o prueba que la epistemología reconoce 
y promueve. Afirmamos que es práctica y normativa 
porque orienta, sugiere, exhorta a ciertas acciones 
(tanto profesionales como no profesionales) 
para que éstas resulten buenas. Y finalmente decimos. 
que juzga de las acciones realizadas en razón de su 
bondad o maldad, y todo ello implica lo que por 
bondad o maldad se entienda, según tanto en los 
contextos habitualmente convenidos, como por las 
aportaciones del sentido común y sus enriquecimientos 
con la especulación de diversas doctrinas filosóficas. 
3. Así, la ética profesional de la psicología tendrá 
como tarea una función doble. Por un lado orientar, 
por no decir normar (con coerción ética y moral, no 
con coacción jurídica), el quehacer profesional del 
psicólogo y por otra parte podrá tener a su cargo la 
evaluación de la acción profesional realizada por el 
psicólogo en el despliegue de su labor. 
A) Para la primera tarea la historia nos muestra la 
realización de múltiples estudios sobre los principios, 
valores, cánones y códigos profesionales de los psicó-
logos. Algunas de est'as ideas se encuentran consigna-
das en las reflexiones de los códigos, pues en ellas 
existe claramente un campo de nociones generales que 
se aplican para todas las profesiones, así como un 
campo 
61 
que se aplica particularmente a la psicología en todas 
sus ramas y especialidades. 
De esta manera podríamos encontramos con prin-
cipios y valores qlle puedan valer para la psicología en 
general pero no para alguna de sus ramas en especial. 
Como por ejemplo algunos de los cánones del código 
profesional que versa sobre la investigación y 
experimentación en animales, probablemente poco 
tendrá que aplicarse al quehacer profesional del psi-
coanalista. 
Podríamos establecer subespecies de la ética pro-
fesional del psicólogo para las áreas que constituyen los 
diferentes tipos de psicología: psicología educativa, 
psicología industrial, psicología de la" investigación y 
psicología clínica, por mencionar las principales. 
B) Para la segunda tarea, una vez cumplida la misión 
de establecer códigos generales y específicos, se podrán 
aplicar esos principios, valores y cánones a los casos 
particulares según la rama o especialización. 
En este contexto nuestro trabajo pretende abordar 
algunas consideraciones del caso particular del ejercicio 
profesional del psicólogo como psicoterapeuta de 
tratamiento individual. En este último campo también 
se debe advertir que en la psicología psicoterapéutica 
existen muchas cuestiones específicas que la ética 
profesional no debe olvidar, entre otras, por ejemplo: 
- Las cuestiones relativas al inicio de un tratamiento: 
tipo de contrato, costos, pagos directos o por 
terceros. 
- La evaluación psicodiagnósticay su predicción, 
para efectos de cambio de contrato, uso de diván, 
frecuencia de sesiones. 
- El proceso y el trabajo de elaboración que se da en 
él: cancelaciones, interrupciones, consentimiento 
informado, contactos con familiares y con 
instancias jurídicas, etcétera. 
- y sobre todo los problemas éticos que pueden darse 
a partir del manejo de la transferencia y la 
contratransferencia. 
Sobre este último punto tratan nuestras considera-
ciones, pues cabe destacar la posibilidad de problemas 
específicos tanto de índole teórica como de la práctica 
(profesional) como cuando se atiende a pacientes de 
distinto credo religioso, o con diferencias de credo 
moral o institucional, como podría ser típicamente un 
caso mexicano en que el psicoterapeuta pretenda 
ubicarse en la zona de "la neutralidad" ortodoxa de la 
ciencia de la psicología y el paciente declare ser 
cristiano o resulte católico, aunque no sea practicante. 
 
62 
Este último problema, la intervención del 
psicoterapeuta con orientación psicoanalítica -dado el 
contexto de la transferencia y la contratransferencia, en 
referencia a la ideología ética del paciente, a su nivel 
moral de vida y a la neurosis que padece y su 
pretendida cura, será el asunto que nos ocupe. 
Método 
Tal y como corresponde a una temática límite del cam-
po de la filosofía como lo es la ética profesional, y en 
este caso con la profesión de la psicología y particu-
larmente con el quehacer del psicoterapeuta, se ha 
seguido el método cualitativo de revisión e interpre-
tación filosófica de ideas en una bibliografía y hemero-
grafía amplia y variada. 
La revisión e interpretación filosófica se ha reali-
zado en estricto apego al método de argumentación 
filosófico, sin que por ello exista un abuso en el uso de 
la lógica y las expresiones de formalización que en la 
misma abundan. El criterio lógico de consistencia y 
validez ha sido aplicado y se considera que es suficiente 
para el propósito fenomenológico-descriptivo y 
propositivo de este trabajo. 
Planteamientos 
La intervención del psicoterapeuta (de orientación 
psicoanalítica) en referencia a la ideología ética del 
paciente, a su nivel moral de vida y a la neurosis que 
padece y su pretendida cura 
La teoría psicoanalítica subraya que la moralidad se 
basa en la identificación con los padres. Considera que 
la conciencia (entendida como conciencia moral) es lo 
mismo que el súper-yo y, por lo tanto, los criterios del 
bien y el mal son las reglas paternas que absorbe el 
niño, y su respuesta a estas reglas arbitrarias 
constituyen la fuente de los actos que determinarán su 
moralidad. Del choque entre las pulsiones y el 
súper-yo, es decir, de entre los deseos y la ética, de 
entre sus apetitos y la identificación paterna, proviene 
la neurosis que eventualmente atenderá el 
psicoterapeuta. Este choque tiene entonces un elemento 
de moralidad que provoca "la disfuncionhf1idad" y que 
el terapeuta deberá a su vez tratar con ética profesional. 
Y por si esto fuera poco, el terapeuta deberá realizar su 
trabajo en una posición profesional que se ubica más 
allá de su propia convicción ética y de la personalidad 
moral que tiene en su vida. 
Jorge Francisco Aguirre Sala 
La teoría de Freud, que por razones de espacio no 
reproduciremos aquí, aporta los matices del origen y 
desarrollo de la conciencia, de la culpabilidad, de los 
criterios personales para considerar lo correcto y lo 
incorrecto, la génesis y establecimiento de principios 
ético-operativos en el sujeto como la justicia, el amor, 
los ideales, los propósitos de vida, etcétera. 
Rosenbaum (1985, p. 26) nos dice que 
Freud, interesado en que sus teorías fueran consideradas 
como una parte de la ciencia y del positivis mo lógico, 
evitó el campo de la ética. Sentía curiosidad y al mis mo 
tiempo escepticismo por la obra de James Jackson 
Putnam, un neurólogo que trabajaba en Boston y que fue 
uno de (os primeros en practicar el psicoanálisis en 
Estados Unidos. Le preocupaba que la psicoterapia lle -
gara a verse mezclada con la teología. Sin embargo, 
Putnam creía que era imposible realizar una psicoterapia 
intensa a menos que se exp lorara la moralidad del 
paciente. La ética de Freud era simple: perseguir la ver-
dad a expensas de la ilusión, sin importar cuán confor-
tante fuera esta última. 
Sin duda alguna Rosenbaum no profundiza cuando 
escribe este comentario, pues la metapsicología, la 
reflexiones de Freud sobre la religión y la moralidad juegan 
un papel esencial en su explicación de la génesis y 
constitución de las psicopatologías. 
Sin embargo es cierto lo que Rosenbaum (1985) a su vez 
toma de Polanyi (1974), pues éste observó en los científicos 
el deseo moderno de proteger el conocimiento del 
dogmatismo religioso y de sus excesos. De este modo, nos 
relata, las afirmaciones científicas llegaron a ser aceptadas 
porque satisfacían las pasiones mo rales (refiriéndose, claro 
está, al caso del psicoanálisis y a su descubrimiento de las 
pulsiones inconscientes). Una vez que se excitaban las 
pasiones, le daban aún más poder de convencimiento a las 
afirmaciones científicas. Así, el sistema estaba estructurado 
de manera invulnerable: cuando se criticaba una verdad 
científica, la pasión "moral" salía al paso para rebatir la 
crítica, y si había objeciones basadas en la moralidad, 
entonces los descubrimientos científicos se alegaban en 
defensa de la nueva Ciencia. 
Por esto podemos comprender la pretensión de al-
gunos seguidores de Freud: el psicoanálisis separa la 
moralidad (y en especial la moralidad sexual) de la ética 
de las relaciones humanas, de manera que la vida psí-
quica (y en especial la que corresponde a la sexualidad) 
no tiene nada que ver con el bien y el mal. Pero... ¿será 
esto cierto? 
Drane (1985) considera que los psicoterapeutas, 
como los filósofos y los sacerdotes, trabajan con un 
 
Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta 
modelo de lo que es deseable y bueno para los seres 
humanos, de cómo deben comportarse consigo mismos, 
con los demás y con la sociedad. Y cualquier persona 
con un poco de sentido común se sumará con nosotros a 
suscribir tal afirmación. El altruismo, por ejemplo, se 
considera más sano que el narcisismo, y el pacifismo 
mejor que la agresión y la hostilidad. Entonces, el 
psicoterapeuta es un filósofo en el sentido ético. 
Cuando más porque su intervención sobre la cura, o la 
salud mental del paciente no puede estar desligada de la 
calidad de vida y ésta incluye la calidad de vida moral. 
Pero por si esto fuera poco, el psicoterapeuta además 
está involucrado en creencias ontológicas y éticas 
existenciales referentes a su cultura, lugar geográfico e 
histórico y formación profesional. Y en este tenor, mu-
chos atributos éticos son reconocidos y también exigi-
dos como esenciales para funcionar como 
psicoterapeuta. 
Así, los problemas ético-profesionales que enfrenta 
el psicoterapeuta tienen dos dimensiones; por una parte 
la calidad moral y la condición ético-profesional del 
psicoterapeuta en relación a la objetividad y positividad 
de la ciencia que sustenta su quehacer. Y en segundo 
lugar, el trabajo con los problemas éticos que son parte 
de la etiología de sus pacientes sobre los cuales no sólo 
hace juicios clínicos, sino también, inevitablemente, 
juicios éticos (aunque no los manifieste al paciente, 
claro está) más allá de su perspectiva clínica, pues 
necesariamente está involucrado en su personal 
"metapsicología". 
Para el primer asunto existen los códigos y las 
normatividades que sobre el derecho de los pacientes se 
cuestionan los alcances y límites del comportamiento 
del psicoterapeuta. Aquí hacen presencia los tópicos 
sobre confidencialidad, consentimiento informado, 
valoración diagnóstica capaz, etcétera. 
Pero en la segunda dimensión, debemos considerar a 
la conciencia moral del paciente como raíz probable de 
su conflicto, que puede poner al psicoterapeuta en la 
necesidad del juicioético y lo fuerza a la orientación 
ética de la vida del paciente, pues la salud mental no es 
ajena al estado de moralidad, como en tantas ocasiones 
insistió Fromm (1985) en su Ética y psicoanálisis. 
Puestas así las cosas, en el trabajo psicoterapéutico 
existen valores que el terapeuta trata de fomentar en 
algunos pacientes y muchos de estos valores están 
estrechamente arraigados en la cosmovisión ética del 
terapeuta. Menninger (1958, p. 94) lo explicita: 
[...] lo que cree el psicoanalista, aquello por lo que vive, 
lo que ama, lo que considera bueno y lo que con 
63 
sidera malo, llega a ser conocido para el paciente, e 
influyen enormemente en él, no como sugestión sino 
como inspiración. 
No es posible entonces considerar el trabajo psico-
terapéutico moderno en la neutralidad y al margen de 
los valores. Sin embargo hay quienes no piensan así y 
pretenden que al realizar el tratamiento, los psicote-
rapeutas mantengan sus valores en reserva: 
"(refiriéndose a los psicoterapeutas) se concentrarán 
únicamente en la realización de una categoría de 
valores: los valores de la salud" (Hartmann, 1960, p. 
55). Fromm Reichmann (1950, p. 17) considera que el 
terapeuta "debe estar libre de cualquier meta evaluativa 
mientras trata con los pacientes". Muchos otros autores 
consideran que los terapeutas no deben dar consejos a 
sus pacientes, ni compadecerlos, ni siquiera simpatizar 
con ellos o tomar decisiones por ellos o con ellos, no se 
debe intentar hacerles felices ni incluir ninguna actitud 
moral que pueda obstruir el tratamiento. En una palabra: 
la psicoterapia que proponen es tan anárquica como 
nihilista y con ello tratan de quedar fuera de cualquier 
ideología, sin darse cuenta de que esta misma posición 
es ya tomar una ideología. Sin duda alguna lo extremos 
no son deseables. 
Pero también, sin mayor dubitación, los valores de 
salud en el orden de la psique incluyen las tendencias al 
crecimiento y la maduración, el desarrollo y la 
realización personal, y en ello no pueden quedar indi-
ferentes los valores personales, como los de la ética y de 
la religión, la filosofía y la política, por mencionar sólo 
algunos. Spotnitz (1985, p. 131) considera que "la 
opinión de que el psicoterapeuta puede y debe mantener 
una actitud de verdadera neutralidad encuentra pocos 
partidarios en la actualidad", pues si bien los 
psicoterapeutas no adoctrinan en ética, sí dotan de una 
cosmovisión filosófica y moral a sus pacientes cuando 
les ayudan a adoptar nuevas actitudes hacia sí mismos y 
hacia los demás, y muchísimo más cuando les auxilian a 
ensayar y evaluar diversas estrategias para este 
propósito. 
Se adiestra en las instituciones a los psicoterapeutas 
como si su ejercicio profesional, por definición, no tu-
viera nada que considerar respecto a la ética y el nivel 
de calidad moral de sus pacientes. Se aconseja, cuando 
no se exige, a quien se está formando en los programas 
para psicoterapeuta, que no intervenga en las creencias 
éticas, políticas, filosóficas o religiosas del paciente, 
que sólo se le ubique en algunas de estas categorías para 
completar la historia clínica, que se le tenga en cuenta 
para no marginarle y que toda intervención se 
 
64 
reduzca a curar el sufrimiento. No aparece más la ética 
en la psicoterapia que como un elemento de certifica-
ción social que garantiza la psicoterapia competente y 
eventualmente exitosa. 
Existen en esta postura de pretendida "neutralidad 
científica" de parte de los psicoterapeutas psicoanalí-
ticamente orientados, dos actos de reduccionismo: el 
primero consiste en reducir la ética y la vida moral del 
paciente a una de las instancias etiológicas del con-
flicto psíquico, sin dar oportunidad a que las orienta-
ciones de credo religioso, ético, político, etc., puedan 
ser un elemento de estrategia y plenitud para la salud 
mental. Y la otra reducción consiste en considerar a la 
psicoterapia como una mera instrumentalización ~(ua 
alcanzar la cura psíquica sin mayor asociación a las 
dimensiones morales de la psique que pueden con-
formar tanto su salud como su patología, pues como lo 
dice Rilke en uno de sus versos: ahí dónde está lo que 
mata, también se encuentra lo que cura. 
Si salvamos ambas reducciones comprenderemos 
que no hay. forma de evadirse de la responsabilidad 
ética en el ejercicio profesional de la psicoterapia. El 
ejercicio profesional, entonces, exige un ejercicio 
ético: el juzgar en forma racional, lógica y rigurosa, a 
los valores y hechos de moralidad que presenta la vida 
clínica del paciente; el intervenir en ellos y también con 
ellos para buscar la cura, y el reconocer que dada la 
complejidad asimétrica entre psicoterapeuta y paciente 
-no sólo en el orden profesional, de salud mental y de 
posición moral y cosmovisión ética-, se trata de ir más 
allá de la aplicación de los cánones y normas de 
cualquier código. Todo exige que los problemas 
sean tratados con una reflexión filosófica de alto nivel 
que no sólo cuestionan la moralidad y la patología del 
paciente, sino la tradición y los principios sobre los 
cuales operó en el último siglo la psicoterapia. El 
psicoterapeuta requiere una sólida formación filosófica 
para ejercer con irreprochable eticidad su profesión. 
Drane (1985) propone varios niveles para analizar y 
aprovechar la necesidad de la incursión de la ética en la 
psicoterapia. En un nivel básico, el existencial, donde se 
dan los valores contextualizados, se reconoce que la 
ética está implicada en el diagnóstico, la patología, pero 
sobre todo en la transferencia y en las metas del 
tratamiento. Nosotros debemos añadir que también en la 
contratransferencia. Drane (1985, p. 40) lo reconoce 
implícitamente cuando afirma: 
Los conceptos y las categorías mis mos por los cuales se 
distingue la salud de la enfermedad y la normalidad de la 
anormalidad son éticos en el sentido de que 
Jorge Francisco Aguirre Sala e 
se elige entre ellos y en el sentido de que el propio 
modelo de diagnóstico lleva en sí mis mo un sistema de 
evaluación. Un modelo valora la adaptación, otro la 
productividad, un tercero el máximo incremento de la 
satisfacción personal. 
Aunque en esto Drane sigue a Macklin (1973), 
nosotros notamos que esta intervención evalúa a la 
psicoterapia, y en general a la psicología, como 
una ideología. Braunstein (1970), en un texto que 
se convirtió en clásico dentro de algunos círculos 
latinoamericanos, denunció, con todo rigor y acierto, 
que la psicología ha sido manejada como una 
ideología y que en ello y por ello, agregamos 
nosotros, es imprescindible su vinculación con la 
ética más allá de su operatividad de eficiencia. Pero 
también añadiremos que la ética obedece a principios 
de índole filosófica, en los cuales se di rimen y se 
soslayan todas las diferencias ideológicas. 
Kohlber (1971) Y Piaget (1966) nos enseñan que 
la distinción entre las deficiencias psicológicas y las 
deficiencias éticas referidas al diagnóstico de la pa 
tología y su respectiva asignación de etiología, es sutil. 
y ¿no es acaso una deficiencia ética, en la formación, 
en la asimilación de principios morales, lo que 
da pauta para detonar las psicopatologías? 
Frente a esta situación creemos que lo mejor que 
puede hacer el psicoterapeuta es abandonar su pre-
tendida posición cientificista de "neutralidad" y re-
conocer que posee una cosmovisión ética, que es un 
sujeto con ideas e ideales éticos y con el deseo de 
propagar sus valores. Quien se niegue esta 
autoconciencia, se hala más expuesto a convertirse en 
un tirano que busca imponer sus creencias, aun a 
expensas de autoignorarlas. 
Otra razón para aceptar la necesidad de la inter-
vención ética en la intervención psicoterapéutica de 
las neurosis, estriba en el hecho comprobado por la 
práctica profesional común de que cualquier modali-
dad terapéutica tiene éxito por el aumento de la capa-
cidad del paciente al desarrollar su sistema personal 
de valores y actuar de acuerdo a dicha axiología.El 
psicoterapeuta tiene entonces la tarea de conocer, 
reconocer y distinguir las razones éticas de los con-
flictos neuróticos y la forma ética de alcanzar la au-
tonomía y la mejor calidad de vida, con calidad 
moral y soporte ético en la vida del paciente. 
No desconocemos la probable objeción sobre la 
relatividad de los valores, de los principios éticos y 
por tanto la apelación a la inutilidad de la ética. Pero 
consideramos que todos estos alegatos, que bien 
sabemos 
 '" 
Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta 
provienen de los relativistas culturales diseminados 
entre los situacionistas (ética de situación), emotivistas 
y sentimentalistas, no hacen blanco alguno en nuestra 
consideración, porque sólo postulamos la generación 
autónoma de una axiología y el cumplimiento 
congruente y consistente de dicha axiología en la vida 
psíquica, para salvar cualquier escollo moral que le 
impidiera al paciente ser psíquicamente saludable. 
Para evitar el relativismo ético (tanto en la forma-
ción de los psicoterapeutas como en la expresión de sus 
códigos), debemos prever que cualquier canon (que 
norme una conducta profesional ética, un juicio ético o 
moral, o un código ético), puede ser cuestionado, ser 
contradicho por otra regla o instrucción, puede entrar 
en conflicto con tradiciones o posibilidades (por 
ejemplo, del avance científico-tecnológico) hasta hoy 
desconocidas. ¿Qué prever para estos casos? 
La única salida que ha aportado la filosofía y la 
ética de todos los tiempos es resolver dichas cuestiones 
en y por principios. Cuando una regla contradice a otra, 
cuando una realidad enfrenta a un canon establecido, 
cuando una duda aparece respecto a cierta norma, hay 
que elucidar qué regla se encuentra más cercana a los 
principios. La norma más cercana a la evidencia, 
necesidad, obviedad y universalidad de los principios 
adquiere, por esta misma cercanía, primacía frente a la 
contraparte en conflicto. Esto supone, claro está, que 
los principios proporcionan una base para juzgar reglas 
y situaciones existenciales. 
Sin embargo no deseamos caer en la clasificación 
ideológica de "principalistas", puesto que la ética es 
algo mucho más sofisticado que la mera aplicación de 
principios a las conductas. La función de los principios 
estriba en su auxilio para determinar lo inaceptable en 
lugar de indicar una receta técnico-operativa. Es decir, 
los principios nos ayudan a juzgar más y a orientar o 
normar menos. Por ello los solos principios no bastan, y 
el principalismo, tan en boga hoy en día en bioética, 
olvida que se requiere gran sensibilidad y prudencia, 
mucha creatividad y astucia para obtener una correcta 
conclusión y una sana aplicación cuando se trata de los 
casos particulares. 
La formación ético-profesional del psicoterapeuta 
parece ser más efectiva cuando se aprenden e interio-
rizan principios, que cuando se aplican y memorizan 
cánones de los códigos. Los estudios de Piaget y Kohl-
berg ya referidos dan prueba de ello. Pero de igual 
modo la moral tradicional exige del profesional un 
dictamen de conciencia cierto para tomar decisiones. 
¿Qué hacer cuando no hay certeza para ejecutar una 
decisión? La moral tradicional ya preveía estos casos 
65 
y nos decía: adopte el mal menor, y si no sabe cuál es 
éste, se debe obrar en cualquier sentido... pues ni si-
quiera los psicoterapeutas están obligados a acertar 
siempre después de haberlo intentado con su mejor 
esfuerzo. 
Pero lo importante de los principios es su capacidad 
formativa. Más que acentuar su extraordinaria cualidad 
de universalidad, lo que interesa es encarnarlos en la 
existencia concreta y particular. Esta circunstancia, su 
capacidad formativa, sobre todo vía introyección, es 
uno de los fenómenos mejor conocidos por los 
psicoterapeutas. Pero éste no es el lugar donde he 
querido tratar lo que llamo la mediación simbólica en la 
(se)elección de valores (Aguirre 1999). Baste por ahora 
tomar en cuenta que nos aparece, en el fondo de las 
cosas, una mayor verdad la sabiduría de la psicología 
que la de la filosofía, cuando aquélla nos muestra las 
relaciones entre cosmovisión axiológica y conducta 
explicadas por las instancias psíquicas (sobre todo las 
pasionales) que por las reglas, principios y teorías de la 
razón, muchísimo peor si se trata de "la razón pura". 
Por lo anterior, Grayson (1985) considera impor-
tante que los terapeutas aprendan las contradicciones 
de las diversas terapias, particularmente las de su pro-
pia especialidad. Pues ningún psicoterapeuta está al 
margen de las influencias científicas, sociales, cultura 
les, filosóficas y religiosas de diversos géneros 
ideológicos. Y en particular, no está al margen de esas 
mismas influencias en la vida que tienen sus pacientes. 
Pero si volvemos a la discusión sobre la psicoterapia 
psicoanalíticamente orientada y nos situamos en la ética 
profesional del psicoterapeuta, descubriremos que el 
punto más álgido en la práctica clínica estriba en vigilar 
los sentimientos de contratransferencia que su labor le 
provoca. Y dicha contratransferencia no es ajena a la 
introyección de los principios morales que deambulan 
por el sistema psíquico del psicoterapeuta. 
Freud consideraba que la religión (en términos 
amplios, toda la moralidad social) era una neurosis 
universal. La religión y la moral se basan en el hecho 
(interpreta el psicoanálisis) de tener protección de un 
padre. Así, la religiosidad y la moralidad no son sino un 
sustituto de la racionalidad y la cientificidad. Y muchos 
de los seguidores de Freud han tomado tal posición 
como una declaración ideológica y creen que entre más 
agnósticos, ateos y reaccionarios se muestren, más 
profesionales son. Y, evidentemente, no es así. 
Debemos recordar que en la correspondencia de 
Freud hacia Oskar Pfister, un amigo suyo que era 
ministro protestante, Freud le dice: "el psicoanálisis no 
 
66 
es religioso ni no religioso, sino una herramienta 
imparcial" (citado en Meng & Freud, E. L., 1964, p. 17). 
Del mismo tenor es la distinción freudiana que 
encontramos en una carta que le envía en 1927: 
"Dejemos claro -le dice Freud a Oskar Pfister- que las 
opiniones expresadas en mi libro (se refiere a El 
porvenir de una ilusión) no forman parte de la teoría 
analítica". Con todo lo dicho anteriormente podemos 
sospechar de la verdad de la primera afirmación 
freudiana, mientras que la última la damos por suscrita. 
Braun (1985) ha estudiado las respuestas protestan-
tes, católicas, judías ante este problema y las respuestas 
de la comunidad de psicoterapeutas y psicoanalistas ante 
dichas comunidades, con singular objetividad. Por 
nuestra parte, dado que la mayoría de la población en 
México se declara católica (o por lo menos dice serio 
con el adjetivo de "no practicante"), sólo diremos al-
gunas palabras con referencia al catolicismo. 
López Castellón (1972) se vio en la intención de 
señalar algunas obligaciones a los psicólogos y psico-
terapeutas que él mismo adjetivó de "cristianos". Sin 
explicar, claro está, si se refería a cristianos que ejercen 
tales profesiones o si se refería a una teoría de la 
psicología cristiana. Les exigía que deberían considerar 
al hombre como unidad y conjunto psíquicos, unidad 
cerrada en sí misma, unidad socia l y unidad 
trascendente, es decir, tendente a Dios. 
El universo de los autores católicos que abordaron 
este problema es inmenso y, evidentemente, no es ho-
mogéneo. Destacan en el mundo europeo de la primera 
parte del siglo xx las consideraciones de Dalbiez, de 
Liertz, de Maritain y, sobre todo, de A. Vergote de la 
Universidad Católica de Lovaina. Este último autor, en 
un libro intitulado El conocimiento del hombre por el 
psicoanálisis, del que tenemos noticia por López 
Castellón (1972), critica a Freud el hecho de haber 
aplicado una interpretación ética y de la religión en los 
historiales de sus casos clínicos. Considera que 
[...] la cultura precede al indiv iduo yle anima por su 
poder de simbolización; en la óptica freudiana no es el 
individuo el que explica la cu ltura, sino por el contrario, 
la cultura es la que forja al individuo. Al tratar del 
malestar de la civilización, dice Freud que las personas 
quedan prendidas en amplios movimientos que las re-
basan, que se desarrollan por encima de ellas y que de-
terminan sus destinos. La ética, el arte, la política y la 
religión forman parte de esos movimientos envolventes 
(Vergote, según López Castellón, 1972, p. 603). 
Vergote ofrece entonces las bases de una ética que, 
teniendo en cuenta el punto de partida freudiano, no 
Jorge Francisco Aguirre Sala 
atenta en nada contra los principios de la moral católica, 
pues admite que el hombre no posee ningún principio 
innato que le oriente hacia lo bueno. Ahora bien, no es 
posible, considera, que los elementos constitutivos del 
ser ético de las personas estén puestos en su historia al 
azar, sino que deben hallarse integrados en un marco 
significativo; ahí se podría defender la existencia de un 
foco de aparición de las leyes éticas denominado la 
orientación trascendental hacia el bien. Así, coincide 
con la teoría psicoanalítica, pues el niño en principio es 
un ser amoral, pero se halla en un proceso de 
constitución de su personalidad por el cual devendrá 
con conciencia moral. 
En este sentido, el complejo de Edipo representa un 
conflicto de estructuración de las relaciones afectivas 
del niño. Las relaciones entre niño-padre-madre po-
sibilitan los aspectos fundamentales de la maduración 
psíquica y, en consecuencia, de la constitución y ma-
duración moral. De este modo, el conflicto freudiano 
entre pulsiones y represión externa debe ser desechado, 
pues el auténtico conflicto es el que se produce en el 
seno mismo de la libido, por lo que es anterior a la 
violencia de la prohibición social. (No está demás 
recordar que antes del conflicto edípico y de la prohi-
bición del padre, existe entre el niño y el padre una 
relación de ternura, la cual facilitará la identificación 
necesaria para salir del conflicto y transitar por la etapa 
de latencia.) 
El conflicto entonces es primordial, anterior en 
tiempo y natura, al conflicto edípico, pues se da entre el 
placer y la conservación, entre la pulsión y sus 
movimientos y la estabilidad. El conflicto, por tanto, 
exige la síntesis entre el renunciar a una moral de la 
honradez y las realidades del principio del placer. El yo 
debe enriquecerse con las estructuras del inconsciente 
(pues esto es justo lo que constituye la cura; ahí donde 
es lo inconsciente que devenga consciente), con lo cual 
pasa de una ética de la represión a una ética de la 
felicidad y del amor. 
Los psicoterapeutas saben que la vocación del 
hombre consiste en conquistar el dominio del 
inconsciente y sustituir los motivos inconscientes por 
normas conscientes y libremente admitidas. El 
psicoterapeuta busca 
en qué momento y de qué modo apareció en la vida 
psíquica del sujeto la ley moral y busca ponerla en el 
plano de la positividad, la autonomía y el carácter 
racional de la conciencia. 
López Castellón (1972, p. 606), siguiendo a 
Vergote, nos muestra la paradoja de que se considere 
al psicoanálisis como una ética de la liberación de las 
pulsiones, impregnada de hedonismo utilitarista y 
libertino. "Nada 
 
Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapceuta 
más lejos de la verdad, nos dice, la aceptación del 
principio de realidad supone la aceptación de nuestra 
propia limitación". En ese tenor entendemos que la 
psicoterapia nos ayuda a reconocer la imposibilidad de 
alcanzar la perfección y el paraíso perdido en donde se 
sacia todo deseo. Nos invita a abandonar el ideal 
perfeccionista del puritanismo, escondido tras el nar-
cisismo, y nos exhorta al dominio racional de nosotros 
mismos en tanto es posible adecuar las pulsiones al 
principio de realidad sin quedar presos dcl ideal utópico 
e inaccesible. 
Si la psicoterapia tiene como propósito suprimir la 
angustia, la culpabilidad y obviamente, la neurosis que 
ambas provocan, no por ello tiene como finalidad 
suprimir la religión. 
En 1953, cl Papa Pío XII, al dirigir su mensaje ante 
el Congreso Internacional sobre Psicoterapia y Psi-
cología Clínica expresó: "Ciertamente no debemos 
criticar a la psicología profunda si trata el aspecto psí-
quico de los fenómenos religiosos, y se esfuerza por 
analizarlos y reducirlos a un sistema científico, incluso 
si esta investigación es nueva" (1953, pp. IO-ll). 
Debemos advertir que cuando existe -más allá del 
sentimiento- una culpa verdadera, dicha culpa persiste 
aunque el sentimiento de angustia y culpabilidad 
desaparezcan, sea por motivos del tratamiento, por 
sugestión o por cualquier otra variable independiente. 
La psicoterapia es muy útil para quitarse de encima 
sentimientos de culpas ficticias, pero las culpas reales se 
solucionan por otras vías. 
El catolicismo, entonces, no tiene como intención 
curar los "sentimientos" de culpa, sino abolir la culpa 
verdadera, cause o no ésta los sentimientos corres-
pondientes. Salvarse de la culpa es una cosa que tiene 
que ver con Cristo, el arrepentimiento y la absolución 
sacerdotal como sacramento. Y muchos son los 
sacerdotes que relatan casos confesionales entre sus 
feligreses que se arrepienten de cosas que no son, ni en 
latus sensu, pecado. Así que tenemos, por un lado, 
sacerdotes a los que se les solicita perdonar y salvar de 
pecados que no lo son, y por otro a psicoterapeutas que a 
veces se empeñan en exentar de sentimientos de culpa a 
sujetos que los padecen por causas ajenas a su 
responsabilidad. Por supuesto que no son estos todos 
los casos, pero sí una buena parte de lo que sucede en 
ambas prácticas. 
Además, es ilustrativa la distinción que adopta 
López Castellón (1972) cuando -sin dar la referencia 
bibliográfica precisa del artículo de Rahner intitulado 
Culpa y Perdón- define el pecado y la culpa como un 
fenómeno teológico por excelencia. Pero al mismo 
67 
tiempo distingue que ser pecador no es lo mismo que 
estar neurótico o enfermo. 
Lo propio del concepto de la culpa, o del mal moral, 
para ponerlo en términos estrictamente éticos y 
racionales, es que se cometa u omita un acto sabiendo 
que se atenta contra el dictamen libre y cierto de la 
propia conciencia. No hay culpa inconsciente c invo-
luntaria en el sentido religioso o ético, ni puede haberla, 
porque las condiciones de culpabilidad son la libertad y 
la conciencia. Si el psicoterapeuta trabaja con el 
sentimiento de culpa o la culpa inconsciente e invo-
luntaria, entonces se ocupa de un fenómeno distinto al 
que ocupa al moralista y al teólogo. Toda culpa moral, 
ética, teológica, ha de ser una culpa en el saber y en el 
querer. El psicoterapeuta trabaja con una representación 
de la culpabilidad, representación inconsciente a nivel 
noesis. El moralista trabaja sobre la culpabilidad que da 
origen a la representación en el orden del noema, para 
decirlo en los términos de la más estricta 
fenomenología. 
La culpa tal como la entiende el moralista y el teó-
logo no es un estado de psiquismo. Son acción y suceso, 
no estado ni representación. La acción moralmente 
culpable es la acción libre, no la inconsciente. 
De manera tal que los campos de la dimensión 
teológica y ética no coinciden con los de las dimen-
siones psicopatológicas del sentimiento de culpabilidad. 
Por tanto, no hay razón para repugnar los aportes de la 
psicoterapia cuando ésta se encuentra en el campo que 
le corresponde. No podemos dejar de enumerar los 
casos en que un sujeto ha recibido la absolución 
sacramental y ésta no ha llevado automáticamente a la 
desaparición del sentimiento de culpabilidad. De igual 
manera la desaparición del sentimiento de culpabilidad 
no exonera a nadie de sus responsabilidades religiosas, 
morales y legales. 
El moralista y el teólogo, o más precisamente el 
sacerdote, no deben incurrir en la tentación de auxiliar a 
desaparecerla angustia neurótica. Son cosas distintas la 
salud y el estado de gracia, como lo son diferentes la 
enfermedad y el pecado. Más de un neurótico se ha 
salvado y también a más de dos los han canonizado. 
El lado recalcitrante de la psicoterapia dirá que la 
culpa real, el pecado real que provoca culturalmente 
muchas neurosis, es una mera invención de la religión y 
de la moralidad, que se dan sentimientos de culpa falsos 
que es necesario atender, porque éstos surgen de culpas 
falsas imputadas por la Iglesia y la moralidad. La 
respuesta de la ética más ortodoxa sigue siendo la 
misma: en religión y en moral no hay culpas falsas, o 
son culpas verdaderas porque fueron conscientes y 
 
68 
libres o simplemente no son culpas, aunque pueda 
persistir dicho sentimiento. Si un moralista o un sa-
cerdote, en la orientación o en la confesión trata con un 
neurótico que se arrepiente de lo que no debe, debe 
canalizarlo al psicoterapeuta. La confesión es tera-
péutica pero sólo en sentido indirecto, es decir, bien 
pobre, pues su función no es la de resolver la etiología 
de las neurosis, aunque puede descubrirla. De igual 
modo la psicoterapia, de manera indirecta, podría alla-
nar el camino para la conversión. 
Ahora bien, no todo en el sentimiento de culpabili-
dad es negativo o falso. Cuando este sentimiento pro-
viene de una culpabilidad real, entonces provoca el 
arrepentimiento, y con él la posibilidad de adoptar 
nuevas actitudes más positivas que ayuden al trabajo de 
reparación. 
Pero desde estas consideraciones de Pío XII y 
Rahner a la fecha mucho ha llovido y, como en todo y 
siempre, el grupo universal de católicos no acaba de 
guardar cierta unidad de opinión respecto al psicoa-
nálisis o la psicoterapia psicoanalíticamente orientada. 
Debemos entonces también mencionar, por el propósito 
de hacer justicia, que uno de los pensadores católicos 
más versados en el asunto y cuya autoridad intelectual y 
moral es destacable, ha considerado la psicoterapia y el 
psicoanálisis como uno de los signos científicos y 
teológicos positivos de la evolución del hombre. Sin 
duda nos referimos al controvertido Pierre Teilhard de 
Chardin, de quien, como Michael de Certau (y no es 
casualidad que ambos fueran miembros de la Compañía 
de Jesús, el primero sui generis, el segundo lacaniano), 
nos lamentamos no nos hayan ilustrado más sobre las 
implicaciones éticas de la contratransferencia en la 
práctica terapéutica. 
Antes de abordar la práctica terapéutica en el con-
texto de los valores que están puestos en la transferencia 
y la contratransferencia, aportemos algunas de las cifras 
que Nix (1978) nos proporcionó al estudiar los valores 
religiosos en los psicoterapeutas norteamericanos, pues 
el caso de México, según tenemos noticias, apenas va 
planteándose en los estudios que poco a poco se hacen 
por Lafarga et al. (1998), pues en la variable."respeto 
cultural" no se diferencia el pluralismo moral, ético o 
religioso, y dentro de la variable general, sólo 20.1 % de 
sus encuestados consideró mencionarlo. Los datos de 
Nix son más amplios, pues descubrió que 17.7% de los 
terapeutas de su muestra manifestaron ser ateos, 9.7% 
agnósticos y 60% poseer algún grado de religiosidad. 
De éstos, 10.5% se consideraba muy religioso, mientras 
que 32.3% sólo de manera moderada. El dato 
interesante es que 16.8% 
Jorge Francisco Aguirre Sala 
manifestó que sus creencias religiosas eran una parte 
importante de su filosofía de la vida y que en general 
eran mucho menos religiosos que la población de su 
comunidad y que las personas formadas en otras 
profesiones. También es de hacer notar que entre las 
diversas orientaciones y escuelas, excepto el grupo de 
conductistas, no hubo diferencias significativas. Los 
conductistas manifestaron menos religiosidad y una 
actitud más negativa hacia la religión. 
En todo caso, de todas las corrientes y escuelas 
psicológicas, seguramente la última que elegiría nues-
tro lector para recibir tratamiento sería conductista. 
Pero es de justicia señalar que en esta técnica sería 
difícil detectar una problemática ética de contratrans-
ferencia. De todos modos los problemas éticos del 
psicoterapeuta respecto a la contratransferencia es-
triban en que éste puede utilizar a sus pacientes para 
satisfacer necesidades personales en lugar de utilizar 
sus sentimientos en beneficio de la alianza terapéutica. 
Los psicoterapeutas pueden caer en una contratransfe-
rencia individual que los atrape en su necesidad de 
omnipotencia, en su narcisismo y su mercantilismo. 
La omnipotencia, como actitud éticamente defec-
tuosa en el psicoterapeuta, se concretiza cuando se hace 
del sistema de terapia una especie de religión o culto en 
lugar de un simple método. El narcisismo lleva, por su 
parte, a que el psicoterapeuta tenga la sensación -poco 
realista- de superioridad y se alimente con el ejercicio 
constante de la autoridad que ejerce sobre la vida de los 
pacientes y manipule a éstos, en su transferencia, a que 
le tengan admiración, servilismo y un culto ritualístico 
y neurótico hacia su persona. La parte del 
mercantilismo puede generar tensión hacia el paciente 
por lo que se refiere a las diferencias de dinero entre los 
estatus sociales de ambos, las ganancias y acumulación 
de bienes que obtiene el psicoterapeuta mercantilista a 
costa de los honorarios que el paciente paga y que, 
muchas veces siente, nunca terminará de cubrir. 
De los tres aspectos anteriores quizá el más difícil de 
controlar sea el narcisismo, pues en él está involucrada 
toda la persona del psicoterapeuta. Éste se satisface 
emocionalmente cuando ayuda a sus pacientes, se 
siente fuerte, rico, poderoso, pues se ve a sí mismo 
como capaz de satisfacer a los demás en todo lo que 
necesitan profunda y realmente. Ello conlleva, además 
del narcisismo, el deseo del psicoterapeuta de no 
concluir pronto, quizá nunca, el tratamiento. Pues si 
bien es agradable el poder de ayudar, no lo es el darse 
cuenta de que la propia ayuda ya no es necesaria. Los 
psicoterapeutas no están exentos de calcular que su 
 
Consideraciones Sobre la Ética Profesional para el Psicoterapeuta 
trabajo profesional es más útil de lo que en verdad 
resulta. Pero debemos recordar que la finalidad pro-
fesional del terapeuta es conseguir que sus pacientes 
sean emocionalmente capaces, independientes, autó-
nomos, que logren satisfacer y dar cumplimiento a sus 
propias necesidades narcisistas y no a la de sus 
psicoterapeutas. Como bien ha señalado Wolman 
(1985, pp. 212-213): "El objetivo de la psicoterapia es 
hacerla superflua. Un buen psicoterapeuta trabaja de tal 
manera que su trabajo llega a ser innecesario". 
Sin duda éste es un duro golpe al "narcisismo pro-
fesional" del terapeuta. Wolman (1985, p. 210) nos 
relata qué responde ante la pregunta más halagadora 
que hace el paciente para colocar al terapeuta en el 
narcisismo: 
En varias ocasiones los pacientes me han preguntado: 
"Doctor, ¿me quiere usted'?". Mi respuesta -dice 
Wolman- es inequívoca: "Me interesa su bienestar. Es mi 
responsabilidad moral hacer todo lo que pueda por 
ayudarlo, pero no soy un mago ni un ángel. Mi pro fesión 
es ayudar a la gente, es la forma en que me gano la v ida. 
Mi tarea es ayudar a la gente y la llevo a cabo 
concienzudamente. Yo no soy su padre ni su amante. Soy 
su médico, y haré todo lo que pueda por ayudarlo". 
Por esto podemos establecer un principio ético que 
regule la contratransferencia: un buen psicoterapeuta se 
involucra con el caso de su paciente, sin involucrarse 
con su personalidad. Atiende los rasgos que le aquejan, 
otorgando tratamiento integral a la persona del 
paciente. 
Conclusiones 
Al distinguir entre culpa y sentimiento de culpa (y a su 
vez, entre culpa real-libre y consciente- de culpa 
ficticia, ya sea por el sentimiento infundado o por la 
instancia externa de una falsa imputación legal, moral o 
religiosa), podemos establecer una normatividad 
profesional para reconocer, tratare intentar evitar la 
intervención psicoterapéutica inadecuada en la vida 
moral del paciente. Esta distinción obliga, por impli- 
cación, a diferenciar entre la moralidad del paciente y 
las razones de sus neurosis. El psicoterapeuta no es un 
abogado, tampoco, estricto sensus, un moralista, pero 
el mundo moral y el mundo legal están presentes en las 
dimensiones humanas del universo psíquico. Y por ello 
es necesario ubicar, distinguir y volver a dar unidad a 
cada objeto de estudio y a cada propósito profesional. 
Para que el psicoterapeuta tenga una práctica sana 
debe poseer una práctica ética, pero como señalaba el 
propio Freud (1980, p. 249), todo ello dentro de los 
límites de lo razonablemente humano: 
Detengámonos un momento para asegurar al analista 
nuestra simpatía sincera por tener que cumplir él con tan 
difíciles requisitos en el ejercicio de su actividad. y hasta 
pareciera que analizar sería la tercera de aque llas 
profesiones "imposibles" en que se puede dar an-
ticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. 
Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y 
gobernar. No puede pedirse, es evidente, que el futuro 
analista sea un hombre perfecto antes de empeñarse en el 
análisis, esto es, que sólo abracen esa profesión personas 
de tan alto y tan raro acabamiento. 
Sería una exigencia exagerada pedir al psicotera-
peuta la perfección, o un trabajo que lleve a todo 
tipo de pacientes a la legalidad, la honorabilidad moral 
y la santidad religiosa. Pero es completamente legítimo 
pedirle una madurez mínima para ocuparse de indivi-
duos trastornados de los nervios y que los ayude con las 
sensaciones de culpa y de angustia, en especial de 
aquellas de las que no son culpables. 
Esta madurez mínima es la que exige y garantiza el 
cumplimiento del código ético, a pesar de los des fases 
de las posiciones morales entre paciente y psicotera-
peuta y de la presencia de estos des fases en la contra-
transferencia. 
Para finalizar, necesitamos reconocer que este tra-
bajo inspirará un estudio más detenido del fenómeno de 
la contratransferencia y su posible regulación ética, 
desde el inicial adiestramiento de candidatos a psico-
terapia, hasta lo más íntimo de la supervisión avanzada 
y del abandono de la supervisión. 
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