Logo Studenta

Un mundial extraño

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

Un mundial extraño
Los ojos de quien escribe, no pueden evitar desviar su mirada hacia ese mundillo tan repleto de emociones conocido con el nombre de cine. Cada persona que ingresa o egresa de él, despierta en mi persona esa necesidad casi imperante de permitirme disfrutar de alguna película, sin importar lo que mi estómago pudiese recibir al mismo tiempo que, mis otros sentidos, con excepción del tacto, y el olfato siempre cómplice de mi paladar, perciben al ser testigos de la maravilla de turno del séptimo arte que yo esté contemplando. 
La última vez que viví esa bella experiencia, era una noche gobernada por la tensión y miedo. 
¿Se trataba acaso de Halloween?
No, ya había pasado casi un mes de ello.
¿Estaba pronto a algún parcial de alguna materia universitaria?
Tampoco, mucho menos.
Para poder rápidamente evitar toda clase de hipotéticas preguntas, creo necesario poner, a quien me lea, en un contexto lo más entendible posible. Y eso sólo lo podría empezar a lograr comenzando por los datos básicos. Básicamente (valga la redundancia), se trataba de una cinta animada correspondiente a la más afamada de las casas de animación del orbe, y, como suele transcurrir en aquellas ocasiones donde elijo agasajar a mi sobrino antes que a mí mismo-irónicamente- , terminé siendo yo quien más la gozó.
Y eso que, como las otras 46.044.702 almas con las que comparto sangre celeste y blanca, me hallaba invadido por la incertidumbre.
-¿Y si a las 18 horas de mañana ya se habrá acabado todo?
-Ya lo viviste hace 20 años, una fría madrugada de junio que si a vos te calaba los huesos, a los miles de desahuciados que se encontraban desparramados por las calles, y que iban en aumento, los habrá directamente dejado como cadáveres vagabundeantes. Como ahora, podrían deshidratarse del ascendiente calor de fines de noviembre. No habría de qué lamentarse.
En mi cabeza se procesaban distintos escenarios. 
Ya había conocido la tristeza impregnada en el rostro de mi sobrino, cuatro años atrás, cuando solo 2 años. Nadie más que yo podía dar fe de esa sensación de refugiarse en esos grandes almacenes de deleite visual: aquellos tiempos, había ahogado junto a mi amigo Octavio las penas en la segunda entrega de una reconocida saga con superhéroes como protagonistas, que la ya mentada compañía de entretenimiento ha sabido regalar al mundo.
Fue así como me adelanté nuevamente a los hechos, siempre esperando lo peor y no lo mejor. 
Causal o casualmente –elijan ustedes- la amargura que nos había tocado ingerir cuatro días antes, únicamente la había compartido con mi vieja, en la comodidad de su cama matrimonial sin matrimonio con quien gozarla. Mi hermana se encontraba aún en la etapa de negación y/o ira de su duelo por su nueva desilusión amorosa. Y mi sobrino atado a todo lo que su madre tuviera para sentir, atravesar o vivir, como de costumbre.
Mi invitación a disfrutar de una noche de escuálida unión familiar a través del séptimo arte, tenía la real intención de unirnos ante un posible vendaval de tristeza y dolor que podría cubrirnos al atardecer siguiente.
Y vaya si lo supe lograr: nada de todo lo peor que temía que podía ocurrir, ocurrió.
Esa tarde, lejos de que todo se acabase, más bien hizo acabar la paranoia, aflicción y pavor que nos tenía consumidas las mentes desde aquel Black Tuesday. E hizo comenzar el largo camino hacia el Olimpo, que supimos alcanzar, más que conseguir, una ya fervorosa tarde dominical de diciembre a las 15 horas.
Siempre he sentido que este pasado más nunca olvidado mundial, fue muy extraño.
¿Y por qué debería considerarlo como tal, si tuvo la madre de todos los finales felices habidos y por haber?
¿Cómo podría yo calificar de extraño a un certamen donde fue mi nación la señalada para embeberse en la mayor de las glorias?
Es que esa es la cuestión. 
Siempre sentí que lo más común o normal fuese que yo terminase cada junio o julio de cada 4 años, con la cara empapada en lágrimas, y que la alegría era algo que nunca yo, ni las otras 46.044.702 almas con las que comparto sangre celeste y blanca, estaban destinadas a conocer.
Y es por ello, que , como si tratase del mejor canto hecho a la ironía, este fue, con todas las letras, U-N-M-U-N-D-I-A-L-E-X-T-R-A-Ñ-O.
-Si puede ser, no eche hielo a mi bebida. Y perdón si debo aclarar que el pochoclo va azucarado. Nunca salado, eso es como ponerle ananá a la pizza.
-¡No hay problema!
FIN
Pd: espero que la casa de animación mencionada no me inicie ninguna acción legal por haberme ahorrado el trabajo de nombrarla sin su consentimiento
 ;)

Continuar navegando