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�I� �C�o�n�g�r�e�s�o� �I�n�t�e�r�n�a�c�i�o�n�a�l� �d�e� �L�i�t�e�r�a�t�u�r�a� �y� �C�u�l�t�u�r�a� �E�s�p�a�æ�o�l�a�s� �C�o�n�t�e�m�p�o�r�Æ�n�e�a�s�. �U�n�i�v�e�r�s�i�d�a�d� �N�a�c�i�o�n�a�l� �d�e� �L�a� �P�l�a�t�a�.� �F�a�c�u�l�t�a�d� �d�e� �H�u�m�a�n�i�d�a�d�e�s� �y� �C�i�e�n�c�i�a�s� �d�e� �l�a �E�d�u�c�a�c�i�ó�n�.� �C�e�n�t�r�o� �d�e� �E�s�t�u�d�i�o�s� �d�e� �T�e�o�r�í�a� �y� �C�r�í�t�i�c�a� �L�i�t�e�r�a�r�i�a�,� �L�a� �P�l�a�t�a�,� �2�0�0�8�. �L�a� �n�o�v�e�l�a� �g�ó�t�i�c�a�,� �s�u�s� �m�i�t�o�s� �y �l�a� �n�u�e�v�a� �l�i�t�e�r�a�t�u�r�a� �e�s�p�a�æ�o�l�a�. �L�ó�p�e�z� �S�a�n�t�o�s�,� �M�i�r�i�a�m�. �C�i�t�a�: �L�ó�p�e�z� �S�a�n�t�o�s�,� �M�i�r�i�a�m� �(�2�0�0�8�)�.� �L�a� �n�o�v�e�l�a� �g�ó�t�i�c�a�,� �s�u�s� �m�i�t�o�s� �y� �l�a� �n�u�e�v�a �l�i�t�e�r�a�t�u�r�a� �e�s�p�a�æ�o�l�a�.� �I� �C�o�n�g�r�e�s�o� �I�n�t�e�r�n�a�c�i�o�n�a�l� �d�e� �L�i�t�e�r�a�t�u�r�a� �y� �C�u�l�t�u�r�a �E�s�p�a�æ�o�l�a�s� �C�o�n�t�e�m�p�o�r�Æ�n�e�a�s�.� �U�n�i�v�e�r�s�i�d�a�d� �N�a�c�i�o�n�a�l� �d�e� �L�a� �P�l�a�t�a�.� �F�a�c�u�l�t�a�d �d�e� �H�u�m�a�n�i�d�a�d�e�s� �y� �C�i�e�n�c�i�a�s� �d�e� �l�a� �E�d�u�c�a�c�i�ó�n�.� �C�e�n�t�r�o� �d�e� �E�s�t�u�d�i�o�s� �d�e �T�e�o�r�í�a� �y� �C�r�í�t�i�c�a� �L�i�t�e�r�a�r�i�a�,� �L�a� �P�l�a�t�a�. �D�i�r�e�c�c�i�ó�n� �e�s�t�a�b�l�e�:� �h�t�t�p�s�:�/�/�w�w�w�.�a�a�c�a�d�e�m�i�c�a�.�o�r�g�/�0�0�0�-�0�9�5�/�6�3 �A�R�K�:� �h�t�t�p�s�:�/�/�n�2�t�.�n�e�t�/�a�r�k�:�/�1�3�6�8�3�/�e�Q�U�h�/�y�t�x �E�s�t�a� �o�b�r�a� �e�s�t�Æ� �b�a�j�o� �u�n�a� �l�i�c�e�n�c�i�a� �d�e� �C�r�e�a�t�i�v�e� �C�o�m�m�o�n�s�. �P�a�r�a� �v�e�r� �u�n�a� �c�o�p�i�a� �d�e� �e�s�t�a� �l�i�c�e�n�c�i�a�,� �v�i�s�i�t�e �h�t�t�p�:�/�/�c�r�e�a�t�i�v�e�c�o�m�m�o�n�s�.�o�r�g�/�l�i�c�e�n�s�e�s�/�b�y�-�n�c�-�n�d�/�2�.�5�/�a�r�/�. �A�c�t�a� �A�c�a�d�Ø�m�i�c�a� �e�s� �u�n� �p�r�o�y�e�c�t�o� �a�c�a�d�Ø�m�i�c�o� �s�i�n� ß��n�e�s� �d�e� �l�u�c�r�o� �e�n�m�a�r�c�a�d�o� �e�n� �l�a� �i�n�i�c�i�a�t�i�v�a� �d�e� �a�c�c�e�s�o �a�b�i�e�r�t�o�.� �A�c�t�a� �A�c�a�d�Ø�m�i�c�a� �f�u�e� �c�r�e�a�d�o� �p�a�r�a� �f�a�c�i�l�i�t�a�r� �a� �i�n�v�e�s�t�i�g�a�d�o�r�e�s� �d�e� �t�o�d�o� �e�l� �m�u�n�d�o� �e�l� �c�o�m�p�a�r�t�i�r� �s�u �p�r�o�d�u�c�c�i�ó�n� �a�c�a�d�Ø�m�i�c�a�.� �P�a�r�a� �c�r�e�a�r� �u�n� �p�e�rß��l� �g�r�a�t�u�i�t�a�m�e�n�t�e� �o� �a�c�c�e�d�e�r� �a� �o�t�r�o�s� �t�r�a�b�a�j�o�s� �v�i�s�i�t�e�: �h�t�t�p�s�:�/�/�w�w�w�.�a�a�c�a�d�e�m�i�c�a�.�o�r�g�. https://www.aacademica.org/000-095/63 https://n2t.net/ark:/13683/eQUh/ytx http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/ http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/ Este documento está disponible para su consulta y descarga en Memoria Académica, el repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, que procura la reunión, el registro, la difusión y la preservación de la producción científico-académica édita e inédita de los miembros de su comunidad académica. Para más información, visite el sitio www.memoria.fahce.unlp.edu.ar Esta iniciativa está a cargo de BIBHUMA, la Biblioteca de la Facultad, que lleva adelante las tareas de gestión y coordinación para la concre- ción de los objetivos planteados. Para más información, visite el sitio www.bibhuma.fahce.unlp.edu.ar Licenciamiento Esta obra está bajo una licencia Atribución-No comercial-Sin obras derivadas 2.5 Argentina de Creative Commons. Para ver una copia breve de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/. Para ver la licencia completa en código legal, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/ar/legalcode. O envíe una carta a Creative Commons, 559 Nathan Abbott Way, Stanford, California 94305, USA. 1 al 3 de octubre de 2008. López Santos, Miriam I° Congreso Internacional de Literatura y Cultura Espaæolas ContemporÆneas Cita sugerida López Santos, M. (2008) La novela gótica, sus mitos y la nueva literatura espaæola [En línea]. I° Congreso Internacional de Literatura y Cultura Espaæolas ContemporÆneas, 1 al 3 de octubre de 2008, La Plata. Los siglos XX y XXI. Disponible en: http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.329/e v.329.pdf La novela gótica, sus mitos y la nueva literatura espaæola ��������������� � � ��� ����� ����������������� ���� ���������� ��� �� ������ ���� ��� ������� ������ � �������������� �!�"#"�$���"�%�����#��������&��#&���"'�(���) ��������� ���� ��� Universidad de Le�n miriam.lopez@unileon.es Resumen La novela g�tica, subg�nero nacido en la sombra de la Inglaterra de las Luces qued� confinada, por mor de la cr�tica, a unas circunstancias espacio temporales concretas (apenas las dos �ltimas d�cadas del siglo XVIII) que vinieron a limitar o minar su trascendencia. El paso de los siglos y la pluma de escritores geniales reaviv� elementos, intuiciones o universos eminentemente g�ticos. Hoy, en los albores del siglo XXI la reci�n publicada colecci�n de relatos Frankenstein y Dr�cula, resucita, no por muertos, dos de los mitos que vieron la luz en medio de aquella ya lejana oscuridad. Escritores espa�oles de la talla de Ra�l Guerra Garrido, Espido Freire, Jos� Mar�a Merino o Gustavo Mart�n Garzo, entre otros, revisan bajo una nueva mirada, estos mitos, los dotan de nuevas particularidades y les confieren desconocidos valores. La exposici�n se centrar� en analizar estos relatos rastreando los elementos del goticismo primitivo que a�n perviven en ellos. De este modo podremos encontrar las claves que vendr�n a determinar alguno de los v�nculos o “el di�logo” que se establece entre el pasado y el presente perpetuando de este modo dicha tradici�n literaria. Palabras clave: novela g�tica – Frankenstein – Dr�cula – nueva literatura espa�ola – canon Como un ir y venir, como en un eterno retorno, la literatura recupera figuras, elementos, mitos que traspasan las fronteras que los vieron florecer, que trascienden al tiempo, como en una lucha contra la dictadura del mismo, y acaban por alcanzar la categor�a de t�picos, asentarse en nuestras conciencias y anclarse en el ideario colectivo. En nuestro personal convencimiento, afirmar�amos, bas�ndonos en la reflexi�n anterior, que, si existi� un movimiento capaz de regalar a la literatura una formidable cosecha, una extraordinaria colecci�n de mitos que no han perdido vigencia con el transcurso de los siglos, ese fue sin duda el de la novela g�tica2. 1 El presente trabajo se centrar� en analizar una colecci�n de relatos de reciente publicaci�n Dr�cula y Frankenstein rastreando los elementos del goticismo primitivo que a�n perviven en ellos. De este modo podremos encontrar las claves que vendr�n a determinar alguno de los v�nculos o “el di�logo” que se establece entre el pasado y el presente perpetuando de este modo dicha tradici�n literaria de lo g�tico. 2 Es cierto que la novela g�tica tom� estos mitos de las fuentes orales m�s primitivas fonrmando parte, por ello, de la herencia permanente de la humanidad, como sostuviera Lovecraft (1989: 15), para quien el fantasma que se aparece y exige que sean enterrados sus huesos, el amante que regresa del m�s all� para llevarse con �l a su esposa viva, el demonio de la muerte o el hombre lobo no son sino herederos de toda una rica tradici�n medieval. Sin embargo, tambi�n es cierto que bajo la pluma de los narradores g�ticos adquirieron renovadas propiedades y sufrieron un impulso que los ���������������� ���� �� ����� �������������� ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%��������������� La novela g�tica surgi� a la sombra de la Inglaterra del Siglo de las Luces, de su neoclasicismo ilustrado, de su desproporcionado culto a la raz�n3, cuando el rechazo a lo sobrenatural, en la vida cotidiana, llev� aparejado, en su propio nacimiento, una f�rrea condena de su uso literario y est�tico. Como movimiento transgresor que fue, la novela g�tica, que transitaba por los laberintos m�s inh�spitos e insospechados de la conciencia humana, hab�a conocido en ese pa�s, y por extensi�n en una gran parte de Europa, un per�odo realmente dorado. Venerada, en principio, por un p�blico que devoraba sus producciones, acus� desde muy temprano, sin embargo, el desprestigio de la cr�tica, que cuestionaba su valor literario y que reprochaba sus carencias as� como su excesiva dependencia de la f�rmula. Qued� confinada, por ello, a unas circunstancias espacio temporales concretas que vinieron a minarla en su prestigio, a condicionar su desarrollo y a prefigurar al mismo tiempo su trascendencia posterior4. El g�nero se agot�; su h�lito vital dur� apenas tres d�cadas, pero no agoniz� del todo; en sus entra�as, como cantos de nuevo ave f�nix, se forjaron subg�neros in�ditos que a�n hoy en d�a siguen gozando de plena actualidad y que le superar�an en p�blico, en vigor y en calidad literaria: el relato polic�aco5 o la literatura fant�stica6. caracteriz� definitivamente, tal y como los entendemos en nuestros d�as. 3 Podemos afirmar que la novela g�tica naci� por un c�mulo de circunstancias, contradictorias en ocasiones, aunque curiosamente unidas de manera indisoluble: sociales, pol�ticas, hist�ricas y evidentemente literarias. Este poligenismo causal determin� su nacimiento, pero tambi�n su configuraci�n, como fruto indiscutible de un espacio, Inglaterra, y de un per�odo, El Siglo de las Luces. Pues, como ya apuntara Coleridge (1936: 196), este movimiento literario fue “ingl�s en su origen, ingl�s en sus materiales e ingl�s por readopci�n”. 4 Chandler se hace eco en “el simple arte de matar”, como se�ala Noumbissi (2001:102), de los l�mites difusos que presentan estos g�neros y de las trabas a las que han tenido que enfrentarse para superar su condici�n de paraliteratura; por ello se�ala que no existen “formas vitales e importantes del arte” sino que solo existe el arte, para continuar afirmando que estos g�neros son dificultosos, aunque cualquier g�nero literario debe lidiar con problemas inherentes al mismo. La novela policiaca habr�a heredado, del mismo modo, de la novela g�tica la problem�tica y la marginaci�n m�s all� de las estructuras narrativas. 5 El investigador Fereydoum Hoveyda fue el primero en sostener, desde el inicio de sus estudios, que la novela polic�aca, como relato construido a partir de acontecimientos fant�sticos, tiene un claro precedente en la novela g�tica (Hoveyda, 1967). Trabajos m�s actuales como el que corresponde al profesor Daniel Ferreras (2003), contin�an la l�nea marcada por Fereydoum Hoveyda y apuntan m�s lejos al afirmar que no solo la novela g�tica sino todo el g�nero conocido como “fant�stico puro” podr�a explicarse y entenderse en t�rminos de la novela polic�aca. De hecho, los textos fundadores de la novela polic�aca (Balzac, Gaboriau y Poe) fueron redactados por escritores de formaci�n “g�tica” y en una perspectiva h�brida, como Los cr�menes de la calle Morgue de Poe, obra catalogable en los dos g�neros (de hecho, las adaptaciones cinematogr�ficas encaran este texto fundador seg�n una est�tica claramente terror�fica), como bien ha demostrado Varma en el ep�logo a The Gothic Flame (1956). 6 Desde el comienzo de los estudios sistem�ticos del g�nero fant�stico con el formalista Tzvetan Todorov (1982), se ha venido sosteniendo que el inicio de la literatura fant�stica, entendida esta como la dependencia directa de “la idea de realidad que tiene el lector” (Roas, 2002: 47), se encuentra ���������������� ���� �� ����� �������������� ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%��������������� Podemos afirmar que llegar�a m�s lejos a�n, pues de su imperante rechazo al mundo circundante prendi� la chispa que avivar�a la llama del que seg�n la cr�tica ha sido el movimiento art�stico m�s exacerbado e hiperb�lico: el Romanticismo. Y si la novela g�tica fue, en efecto, y como confirman Victor Sage y Richard Davenport-Hines, la punta de lanza literaria de la incipiente sensibilidad rom�ntica, Frankenstein y Dr�cula, hijos y herederos de aquella oscuridad, pero emblemas de la nueva b�squeda de libertades y del deseo de inmortalidad al mismo tiempo, se configuraron como mitos imperecederos, siempre susceptibles, por su enorme versatilidad, de generar nuevas lecturas en lugar de agotarse. Pues estos mitos, que no son sino la codificaci�n de los temores producidos por la Ilustraci�n trasformados en monstruos, consiguen hablarnos de conflictos contempor�neos al mostrar lo peor y lo mejor de nuestro tiempo7. Y he aqu� el secreto de su �xito y supervivencia a lo largo de los siglos, la capacidad de transformaci�n y adaptaci�n al presente, no s�lo en las lecturas, sino a trav�s de continuas reelaboraciones. La reci�n publicada colecci�n de relatos Frankenstein y Dr�cula, revisa estos mitos bajo la mirada de algunos de los escritores espa�oles m�s en boga, que los dotan de nuevas particularidades y les confieren desconocidos valores, fundamentalmente porque, al contrario que en las novela de Bram Stoker y de Mary Shelley, los monstruos toman aqu� la palabra para relatar todas sus ansias y sus insatisfacciones8. Y as� descubrimos a un Dr�cula escondido en la sombra (Men�ndez Salm�n) que “acumula el cansancio infinito de su condena” (Cerrada, 2008: 141), rechaza su inmortalidad (Carmen Posadas) y, asqueado del mundo, busca incansable, de la mano de Jos� Mar�a Merino, un digno relevo; o a un renovado Frankenstein que no duda en considerarse a s� mismo, en “Segunda resurrecci�n” de Lola Beccaria, “un superhombre, adelantado a mi tiempo, incomprendido por mis indudablemente en la novela g�tica (y en El castillo de Otranto, 1763), por pertenecer esta a un per�odo en el que la raz�n hab�a prescindido en la vida cotidiana de prodigios, supersticiones o seres extraordinarios, lo que abrir�a el paso a su empleo en la literatura desde una nueva perspectiva de transgresi�n. 7 Los monstruos que nos encontramos en las p�ginas de estos relatos responden, del mismo modo, a una tendencia en alza, en los �ltimos a�os, en el marco de la literatura fant�stica: la presentaci�n de monstruos y seres excepcionales y se�ala David Roas (2008: 51) los siguientes: “(“Mi hermana Elba”, 1980, de Cristina Fern�ndez Cubas; “El increible hombre inapetente”, 1982, de Jos� Ferrer-Bermejo; “El cliptodermo”y “MI mam� me mima”, 1988, de Laura Freixas)”. 8 Aqu� los monstruos representan al ser humano corriente y como expone David Roas nos encontramos con un “retrato del individuo contempor�neo como un ser perdido, aislado, desarraigado, incapaz de adaptarse al mundo, tan descentrado como la realidad que le ha tocado vivir […] Son seres que buscan una identidad que no se puede alcanzar, pues se hace evidente que esta es siempre cambiante, provisional. Personajes que, perdidos en ese mar de signos indescifrables que es la realidad, tratan infructuosamente de acomodarla a sus ideas y deseos […]” (Roas, 2008: 49). ���������������� ���� �� ����� �������������� ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%��������������� cobardes semejantes, tan faltos de horizontes como mediocres y mezquinos” (Cerrada, 2008: 73). Una pregunta surge, sin embargo, en estos momentos: ¿qu� ser�a de estos mitos en los albores del siglo XXI si no los envolviera el conjunto de elementos que les dieron la vida? o dicho de otro modo, ¿qu� conservan estos seres infestos que a�n recorren nuestras conciencias y nuestras pesadillas diarias y que son la representaci�n palmaria de las angustias que envuelven al nuevo hombre de un ideario g�tico primigenio? En efecto, no solo en la aparici�n de los mitos reconocemos el legado de la novela g�tica; los narradores apoyan su composici�n en el respeto a una l�gica narrativa, entendiendo por esta el conjunto de elementos recurrentes que configuran su estructura y que delimitan sus fronteras con respecto a movimientos cercanos; suspense, terror y tendencia al exceso subsisten en estos relatos remitiendo a un m�s que palpable sustrato g�tico. La percepci�n de esta literatura g�tica implicaba una manera de leer y estructurar el relato atenta a una consideraci�n compleja y global de la realidad, algo mucho m�s misterioso, inquietante y perturbador de lo que pudiera parecer a simple vista (Barella, 1994: 11). Parte, como apuntara David Roas (2001: 17), de una obligada ruptura del orden establecido, de una trasgresi�n de nuestra realidad cotidiana9. Los personajes de aquellas novelas se encontraban, a su paso, con una serie de seres o situaciones extra�as e inexplicables que transgred�an y pon�an en jaque aquella realidad objetiva. En torno al elemento que provoca la transgresi�n se organiza cada uno de los relatos que ahora analizaremos; as�, el monstruo del bosque que persigue a la ni�a en “El lago”, de Espido Freire o la presencia inmutable y asediante del Maestro en “Vampiros en Weimar”, de Ricardo Men�ndez Salm�n, se revelan como elementos que no solo amenazan la disposici�n de nuestro mundo sino que provocan, del mismo modo, una profunda sensaci�n de angustia y horror en los personajes y por extensi�n en el lector. En efecto, en el marco de la novela g�tica, estos seres son, ante todo y m�s all� de su innegable responsabilidad en la transgresi�n, aut�nticos objetos de terror y como tales son utilizados por los escritores, para conseguir el anhelado efecto de lo sublime10. De 9 La novela g�tica, como subg�nero impulsor y a la vez dependiente del g�nero fant�stico necesita de la obligada ruptura del orden establecido. Este aspecto ha sido estudiado en profundidad en nuestros d�as por David Roas (2001, 2002, 2008) quien sostiene que la irrupci�n de lo sobrenatural en el mundo real y, sobre todo, la imposibilidad de explicarlo de forma razonable es el �nico rasgo definitorio del g�nero fant�stico y a�ade ”La transgresi�n que define a lo fant�stico solo se puede producir en relatos ambientados en nuestro mundo, relatos en los que los narradores se esfuerzan por crear un espacio semejante al del lector” (Roas, 2001:17-18). 10 Fue precisamente el fil�sofo Edmund Burke (2005: 86-87) el primero que, percat�ndose de este hecho, supo ver los efectos del miedo y su contribuci�n a lo sublime cuando afirm�: “No hay pasi�n que robe tan determinantemente a la mente todo su poder de actuar y razonar como el miedo. Pues ���������������� ���� �� ����� �������&������ ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%��������������� hecho, el miedo alcanza de la mano de los g�ticos el estatus de elemento est�tico; se convierte, como se�alara Molina Foix (2003: 25), en “algo m�s que un tema o una actitud, puesto que influye en la forma, el estilo y las relaciones sociales del texto”. El empleo del miedo como mecanismo constitutivo y estructurador se aprecia con claridad en los nuevos relatos y, de esta manera, asistimos atentos a la “inquietud” que sobrevuela el texto y al personaje principal de “La mansi�n del p�ramo” de Lourdes Ventura, a quien la curiosidad puede m�s que el miedo en el momento de adentrarse junto con el lector en los subterr�neos malditos de la casa. La ma�ana se fue oscureciendo poco a poco y a eso del mediod�a una niebla espesa cay� sobre el p�ramo. Me sent� afiebrada y alcanzaba a percibir m�s ruidos de lo normal procedentes de la galer�a que comunicaba con el s�tano. Estaba aterrada, por eso no se de d�nde saqu� fuerzas para llegar hasta la lavander�a y rebuscar en el armario la llave de las termas. (Ad�n, 2008: 179) De la misma manera, en “El relevo” de Merino, nos sentimos part�cipes del terror que sufre el personaje que se debate entre el p�nico que le provoca el contacto con estos seres por su papel de cazavampiros y la extra�a fascinaci�n que sufre ante su presencia y as� se lo refiere el mismo Dr�cula: […] al llegar percibiste inmediatamente la sensaci�n, aquella emanaci�n putrefacta que tan embriagadora y hasta sabrosa te result� en la ni�ez, cuando llegaste a restregar tu cuerpo con el de aquella oveja muerta […] Y es ahora, por fin. Has comprendido qui�n eres, qui�n soy, la trampa que al fin ha hecho que nos encontremos. (Cerrada, 2008: 38-42) La transgresi�n provoca, asimismo, una serie de preguntas y saca a la luz una sucesi�n de enigmas o misterios a los que el protagonista del relato g�tico est� obligado a el miedo, al ser una percepci�n del dolor o de la muerte, act�a de un modo que parece verdadero dolor. Por consiguiente, todo lo que es terrible en lo que respecta a la vista, tambi�n es sublime [...]; es imposible mirar algo que pueda ser peligroso, como insignificante o despreciable [...]. Es el terror la fuente de todo lo sublime”. El miedo se alza, seg�n este fil�sofo, como condici�n indispensable para poder provocar el sentimiento de lo sublime, puesto que recordamos el dolor y la amenaza de muerte m�s vivamente que el placer (Lovecraft, 1989: 9); dicho de otra manera, el miedo no suscitar� la intenci�n deseada en el lector si este no dispone de un verdadero sentimiento de lo sublime. Y, por supuesto, cuanto m�s completa y unificadamente consiga un relato sugerir dicha sensaci�n, m�s perfecto ser� como obra de arte de este g�nero (Lovecraft, 1989: 12). Ann Radcliffe (Clery, 2000: 168), madre del g�nero g�tico, en la misma l�nea de Burke, supo tambi�n desde el principio que la clave de toda novela g�tica estaba en la consecuci�n de este efecto. Deb�a ser el terror, seg�n la propia escritora, el motivo que caracterizase a este tipo de literatura, evitando, por completo, cualquier s�ntoma de repugnancia que m�s que miedo infundara horror. ���������������� ���� �� ����� �������'������ ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%��������������� enfrentarse. Estos misterios se muestran cargados de una enorme complejidad, como explicara Macherey (1978: 40-46), pues cada objeto, cada situaci�n, cada hecho, cada personaje incluso, parecen esconder algo: un pasado oculto, un secreto disperso y fragmentario que guarda relaci�n con los acontecimientos y que supone una b�squeda hermen�utica que constituye el verdadero proceso de la narraci�n (Ramos G�mez, 1988: 34). Desde el comienzo de estos relatos sabemos que hay algo misterioso, ininteligible, terror�fico, detr�s del elemento trasgresor, algo que se manifiesta fundamental, pero que, sin embargo, se nos presenta como desconocido11. As�, la protagonista de “La mansi�n del p�ramo” de Lourdes Ventura deber� descubrir, paso a paso y a su medido tiempo, el secreto que se esconde tras la supuesta maldici�n de la familia, las sucesivas prohibiciones y los extra�os ruidos que provienen de los subterr�neos12. Y puesto que la l�gica narrativa del modo g�tico consiste, sobre todo, en retrasar la revelaci�n �ltima que pondr� fin a la aventura del protagonista y al texto, el relato durar� entonces lo que dure el misterio; cuando la realidad o la explicaci�n se imponen, el relato llega, inexorable, a su fin. Esta t�cnica del suspense es empleada con frecuencia por los nuevos narradores. En “Carta dirigida a las novias de Dr�cula” de Carmen Posadas, el conde, sin abandonar su papel, se pone en la piel de un detective; trata de recuperar los enigmas que rodean a los terribles asesinatos que se han venido cometiendo en Londres a finales del siglo XIX13. La intenci�n sin embargo, y he aqu� la novedad del texto, ya no es solamente delatar sino el hecho de encontrar un ser que se sit�e a la altura de su condici�n: “el enorme privilegio de la vida eterna”, “un colega del mal, un transgresor” (Cerrada, 2008: 64) y acaba por descubrir la identidad del asesino m�s famoso de todos los tiempos (Jack el Destripador). La personalidad cambiante de los personajes como recurso g�tico, esconde una inversi�n de valores que complica el entramado del relato; el que trata de resolver el 11 Se trata de un mundo lleno de trampas, vac�os, incertidumbres y espejismos que Rosalba Campra justific� gracias a lo que ella hab�a denominado, “el paradigma del silencio”; el silencio de personajes y narrador ante los hechos planteados y los vac�os en la casualidad de los acontecimientos vendr�an a justificar las fracturas e interferencias que dificultan el acceso al saber que el lector busca. Vac�os estos que solo podr�an ser cubiertos e interpretados, seg�n este autor, acudiendo a “la autonom�a de las leyes de la ficci�n y cierta regularizaci�n cultural del texto” (Campra, 1991). 12 Las maldiciones que sobrevolaban el relato de los acontecimientos y que sacud�an a sus personajes pueden considerarse motivos recurrentes por estar presentes en los mismos fundadores del g�nero g�tico. Horace Walpole inicia su Castillo de Otranto con la maldici�n que asedia a su se�or y que tiene que ver con el verdadero heredero del propio castillo. 13 Id�ntico esquema encontramos en “La mirada del deseo” de Paula Izquierdo. El relato se estructura en torno al juego detectivesco que se establece entre el doctor Frankenstein y el monstruo: “[…] el monstruo dej� en distintas ocasiones a lo largo de mi persecuci�n, como ya he dicho, rastros para que yo pudiera seguirlo en un juego macabro y sin fin. A veces, perd�a sus huellas y �l se encargaba de que las retomara. Su forma de estimular mi olfato, mi intuici�n y mis fuerzas para continuar las pesquisas para darle caza fue m�s cruel de lo que uno pueda imaginar” (Ad�n, 2008: 52). ���������������� ���� �� ����� �������(������ ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%��������������� misterio es un ser maligno y el asesino es, aparentemente, un respetable escritor de cuentos infantiles (Lewis Carroll), pero el esquema sigue siendo el mismo: la b�squeda de un enigma en medio de un ambiente hostil en el que nada es lo que parece ser. A crear esta ambig�edad y confusi�n contribuye, del mismo modo, la frecuente narraci�n en primera persona y a veces en forma epistolar, presente en todos y cada uno de los relatos. Seg�n se�alara Todorov (1982: 101-103), la utilizaci�n de la primera persona es la �nica caracter�stica fundamental que debiera respetar este tipo de relatos. Al identificarse ambas funciones (narrador y protagonista), en “El pr�ncipe de las tinieblas” de Mart�n Garzo, por ejemplo, encontramos, por un lado, que la historia resulta cre�ble para el lector, que no desconf�a de la veracidad de los acontecimientos contados por quien los ha vivido (bas�ndose en la precisi�n de fechas y lugares con que ilustra la historia: Valladolid a mediados del siglo XX); pero, al mismo tiempo, somos conscientes del enga�o al que nos somete este, pues, a�n conociendo de antemano el devenir de la historia, su papel de narrador “tramposo” le insta a retrasar al m�ximo el esperado desenlace final. Del mismo modo, la complejidad narrativa aparece apoyada tambi�n en una serie de relatos o historias paralelas que se superponen provocando cierta sensaci�n de caos. Estas nuevas narraciones, a pesar de su brevedad, heredan de las novelas g�ticas la estructura de caja china que remite directamente a la esencia misma de la novela g�tica: la b�squeda del exceso. Ra�l Guerra Garrido en “Te proh�bo contarlo” emplea esta t�cnica al alternar historias de diferente �ndole, distantes en el tiempo y en el espacio y que no parecen mantener relaci�n alguna con la trama inicial. Se trata, en realidad, de un intento por mantener y aumentar la tensi�n del discurso narrativo. Esa tendencia al exceso, muy del gusto de los narradores g�ticos, entronca asimismo con la repetici�n casi obsesiva de horrores y situaciones repugnantes, as� como con una compleja y reiterada escenograf�a de elementos terror�ficos. Estos escritores tend�an, por una parte, a adornar sus relatos con todos los horrores del pecado, de la putrefacci�n y de la corrupci�n f�sica, en su pretensi�n de enfrentar al lector con todo aquello que abominaba y le repugnaba14; la intenci�n no era otra sino conseguir neutralizar 14 Las novelas g�ticas sol�an enfrentar al lector a temas prohibidos o temas tab�, logrando que este se identificara con el dolor padecido por los protagonistas. Se trataba normalmente de contenidos condenados y censurados que, frente a lo esperable, no sol�an aparecer, por lo general, expuestos de manera evidente (porque al fin y al cabo “todo lo que tiene que ver con el deseo debe permanecer siempre en la sombra. Lo que no puede nombrarse, eso es el deseo” (Cerrada, 2008: 83), sino que, en la mayor�a de las ocasiones, son tan solo insinuados por sus autores. Uno de estos denominados temas tab� que se recrea en el exceso era el sexo, que encontramos planteado como motivo recurrente, del mismo modo, en “la mirada del deseo”: “Aquella vez fue ella la que se despoj� de la ropa poco a poco, deteni�ndose en cada prenda. Debajo del vestido de seda, floreado t ajustado en la cintura, llevaba una especie de vestidito negro con trasparencias. �l la miraba extasiado desde el ���������������� ���� �� ����� �������)������ ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%��������������� su desagrado mediante la siempre perseguida fascinaci�n. Lo vemos claramente en “La mirada del deseo”, de Paula Izquierdo, narraci�n en la que el capit�n de un barco, refiere al destinatario, en la que cree ser su �ltima noche, las desgracias que por culpa del monstruo sufri� a la largo de su vida el Doctor Frankenstein. El relato de sus incesantes persecuciones alterna con el terror y las continuas, y hasta desproporcionadas podr�amos decir, im�genes expl�citas que sacan a la luz la repugnancia que �l mismo siente ante la presencia de este ser maligno. La descripci�n f�sica que de Renfiel encontramos en “Vampiros en Weimar” de Men�ndez Salm�n, muestra, del mismo modo, esta b�squeda del exceso: “un ser viscoso, sucio, putrefacto […] un f�tido hijo del vampiro. Un torturado. Un esclavo. Un hechizado” (Cerrada, 2008: 15). Ser� el ambiente g�tico, sin embargo, esa escenograf�a espeluznante, sublime y ya t�pica15 a la que con m�s frecuencia se acuda en estos relatos para crear ese efecto deseado. Pero, ¿qu� podr�amos decir de aquel escenario de terror, de aquel tel�n de pesadilla, de aquel artificio terrible y asfixiante que hered� el Romanticismo y sin el que la novela g�tica perder�a sus significaciones primeras? ¿Qu� puede quedar de todo aquello traspasado el umbral del siglo XXI? Narradores como �ngeles Caso, con “La vida era amor”, optan por sacrificar la necesaria verosimilitud del escenario reconocible por el lector, en favor de la fidelidad al modelo cl�sico, en el que imperan los escenarios remotos y los paisajes sublimes a la manera de Radcliffe. La escenograf�a g�tica del exceso se manifiesta en la sala principal de Villa Diodati, donde Mary Shelley, protagonista del relato, engendr� el Frankenstein “la noche en que (en la pretensi�n de jugar impunemente con lo innombrable) lecho, viendo c�mo ella arqueaba la espalda, toc�ndose los pechos, gust�ndose, d�ndose los caprichos que luego compartir�a con �l” (Ad�n, 2008: 59). 15 Ser�a de nuevo Edmund Burke el encargado de determinar y fijar, desde el punto de vista est�tico, las propiedades del espacio g�tico, estableciendo una distancia m�s que considerable con la tradici�n anterior. Habla de un espacio determinado por la intersecci�n de una serie de elementos imprescindibles, sin los cuales, no se podr�a caracterizar cierto texto como perteneciente a este g�nero; inmensidad, infinidad, oscuridad, soledad o brusquedad como elementos constitutivos de lo sublime, determinan el espacio de estas novelas convirti�ndolo, m�s que en espacio referencial, en lo que podr�amos denominar espacio est�tico. Los narradores g�ticos no solo pretenden facilitar al lector la labor de percepci�n de los acontecimientos de la historia, sino que tambi�n intentan hacerles part�cipes de la magnificencia y sublimidad del mismo. Kant, tambi�n en esta misma l�nea, lo calific� de espacio terror�fico, repleto de l�bregas encinas, alamedas sombr�as y secretas, t�tricas sombras, luces tenebrosas, y todo envuelto en una oscuridad espeluznante, fr�a, casi apocal�ptica. Una escenograf�a, antesala de lo que a�os m�s tarde ser�a el paisaje rom�ntico, extrema, cercana a la teatralidad, la misma boca del infierno. Este espacio sublime lo encontramos descrito en el relato Gustavo Mart�n Garzo “El pr�ncipe de las tinieblas” y en el de Lourdes Ventura “La mansi�n del p�ramo”: “la niebla baja envolv�a la noche. Los �rboles del paseo del pr�ncipe, en la oscuridad, ten�an algo de cerrado, de herm�tico. Me pareci� que todos est�bamos prisioneros dentro de una gran jaula de la que no pod�amos escapar” (Cerrada, 2008: 94). Y: “Aqu� la niebla espesa y persistente era portadora de malos presagios […] la negrura de las colinas calcinadas que se alzaban en semic�rculo” (Ad�n, 2008: 165). ���������������� ���� �� ����� �������������� ���������������������� �!�������� ��������������"�����#�$ ���������%���������������