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Colette Soler - Estudios sobre las psicosis qué lugar para el analista, el sujeto psicótico y el trabajo en las psicosis pdf

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LOS ENSAYOS 
Colefte Soler 
ESTUDIOS 
SOBRE lAS PSICOSIS 
MANANTIAL 
Colette Soler 
ESTUDIOS SOBRE 
LAS PSICOSIS 
MANANTIAL 
TITULOS ORIGINALES Y FUENTES 
Actas de l'Ecole de Ja Cause freudlenne: Quelle place pour 
l'analyste? (Nº Xlll, L'expértenee psyehanalytique des psycho-
ses); "/\nticipations de lajln" (Nª XVI, L'entrée en analyse: mo-
ment et enjcux). 
Quarto, Oruselas: Jnnocence paranoiaque et útdignité mélan-
colique; Quellejm pour l'analyste? 
Ornlcar?: Rousseau le symbole (Nª 48, Navarin, Pañs, 1989). 
Conferencias y presentaciones: Le travail de la psychose 
(l3uenos Aires, julio de 1988); Rectifier l'/\ulre (CEREDA, diciem-
bre, de 1988); Perte etfaute dans la mélancolie (Toulousc, enero 
de 1989); I..e sujet psychotíque dans la p sychanalyse (GRAPP, 
junio de 1989); La manie: péché mortcl (IRMA, marzo d e 1990); 
Dcux t,'OCaUons, deux écril'ures (ECF, junio de 1988); Conste· 
llatio11 familia/e d'wi paranoi'aque de génie (octubre de J 988); 
Jean·Jacques Rousseau et les femmes (Bruselas, octubre de 
1989); U11e par une (ECF, n<Nicrnbrc de 1989) 
Tr::td 11cci6n: Irene Agoff 
Impreso en la Argentlna 
Queda hecho el depósito que marca la ley 11. 723 
De la edición en castellano. Ediciones Manantial SRL. 1991 
Uruguay 263. lª piso, of. 16. Buenos Aires. Argentina 
Tel. 372-8029 
ISBN 950-9515-54-X 
Reimpresiones: 1992 y 1993 
Prohibida su reproducción total o parcial 
Derechos reservados 
EDICIONES MANANTIAL 
CLINICA DE LAS PSICOSIS 
¿QUE LUGAR PARA EL ANALISTA? 
Voy a presentarles simplemente un ejemplo. Se trata de la estabi-
lización de una psicosis bajo transferencia. Trataré de aprehender 
la estructura y los componentes de esa estabilización y discernir lo 
que la condiciona en la acción analítica. Es una psicosis revelada 
desde hace doce años, con un automatismo mental marcado. 
Varios episodios delirantes agudos exigieron las respectivas hos-
pitalizaciones y les siguió una intervención medicamentosa conti-
nua, aunque actualmente episódica. Esta mujer, que en sus delirios 
se acoplaba de pronto con la luna en experie¡¡cias orgásticas tota-
les, que en otra ocasión cargó el cielo sobre sus espaldas, etcétera, 
se encuentra hoy, desde el punto de vista pragmático, en una rela-
ción con la realidad bastante restablecida: puede dirigir sus actos, 
vivir sola de una manera relativamente adaptada, y retomar sus es-
tudios, donde su desempeli.o es brillante. Paralelamente, se embar-
có en una tentativa de obra artística sobre la cual, lo que es más, 
escribe. Se comprenderá que no es una persona cualquiera. A su 
inteligencia y cultura añade una posición subjetiva de notable ela-
boración en todos los aspectos, y sumamente favorable al trata-
miento. 
La demanda de análisis se produjo al estallar el primer episodio 
delirante y sobre el filo de este episodio. La paciente se dilige a un 
analista más allá del cual está, para ella, el nombre del analista con 
A mayúscula, el propio Lacan ... La demanda misma está connotada 
por la nota delirante y por una relación eufórica con respecto a ese 
otro único que permanecerá largo tiempo en el horizonte del análi-
sis. Pero se desprende poco a poco otra demanda que, por su parte, 
8 Colette Soler 
es un pedido de socorro. éste patético. ¿De qué quiere ella que la 
curen? No de su delirio, que la sustenta y libera de lo que ella con-
sidera corno su estado nativo, primero, el que vuelve a caérsele en-
cima apenas el chaleco medicamentoso frena el empuje del delirio. 
¿Qué estado es ese del que se quiere curar? Lo dice con claridad. 
Es la vivencia de una falla íntima, más o menos acompañada por 
un acento de desgarradura. evocada como una especie de muerte 
subjetiva: "Yo no existo; floto o duermo. soy una pura ausencia, no 
tengo roles. no tengo funciones, ¿qué soy?" No se trata de la inde-
terminación subjetiva del neurótico; es, dice ella, •que no me han 
dado a luz". Reconozco aquí lo que otro psicótico, J ean-Jacques 
Rousseau, llamaba ·vacío inexplicable", pero también lo que evoca-
ba Schreber como ·asesinato del alma": ese "desorden provocado en 
la articulación más íntima del sentimiento de la vida" instalado, se-
gún Lacan, en el sujeto psicótico por la falla del significante ("De 
una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis"). 
Es una falta, pues hay falta en la psicosis. No la de la castración 
pero .aun así una falta, aquella que Lacan escribe de una manera 
precisa <I>
0
. Hablar aquí de falta puede causar extrañeza. ya que la 
falla significante se traduce en un exceso de goce en lo Real. o sea 
lo contrario de una falta, y este exceso. este exceso mismo, que lla-
ma a la simbolización, a veces se impone en los fenómenos como 
inercia y falta de subjetivación. La inercia es una de las figu ras pri-
marias del goce. figura que la clínica actual suele confundir con la 
así llamada depresión psicótica. 
¿Cómo remedió ella ese estado hasta el delirio? Lo remedió me-
diante una suerte de relación de objeto real, persecutoria, mediante 
un acoplamiento con un Otro único y sustentatorio al que define 
como el Otro que · sabe lo que le hace falta" y se lo impone. De este 
Otro, ella ha sido la ·masa", la ·marioneta", y pasó así de mano en 
mano a través de una serie de vínculos pigmalionescos. Todas las 
figuras que ocuparon este lugar son figuras del saber. universita-
rios o médicos. Ella vivió estas relaciones como una violencia abusi-
va. originariamente mortífera , pues esto empezó al comienzo de su 
vida. Lejos de sentirse en esas relaciones como lo haría una neuró-
tica, o sea como la musa inspiradora del sujeto supuesto saber, se 
vive como el objeto de tormento de este saber gozoso del Otro. Se lo 
podría escribir a. De estas figuras del saber. convocadas, al 
igual que lo hiciera Schreber, como paliativo de la forclusión, ella 
dice: "Ellos hablan de mí y por mí, yo apenas si soy un ser hablante 
pues sólo el otro habla". Efectivamente, uno de sus grandes sínto-
mas es quedar muda y petrificada ante un Otro del que ella está 
- dice- pendiente en todo momento, y del que lo espera todo. De la 
¿Que lugar para el analista? 9 
primera figura de esta serie dice: "Ella era la única e l · · 
dad del universo." n a mmens1-
En ruptura con este equilibrio dado por el acoplami·ento p el pr·me · d. E • a arece i r ep1so .. s sorprendente constatar que en este momento 
se separa de su partenaire único, uno, que encarnaba ara 
ella que_ llamare el saber; en ese momento las voces aiuci-
natonas vienen a sustituir a la voz que se encarnó hasta entonces 
en un otro de su entorno y, en lo real, le dicen lo que ella es lo 
que debe hacer. Llega entonces al análisis Durante t d l · · · l d - . · o a una 1ase m1c1a e este su vida va a oscilar en una palp·ta ·-.. i c1on, en una pul-
sac10n que X:º es la del inconsciente sino la del delirio. En sus fases 
al vacío de una inercia con connotación de-
presiva. Las s1gmficac10nes en su despegue le hacen entonces r"-
mesa y 13:_ arrancan de la muerte subjetiva, en la vertiente a l p , 
erotomamaca y redentora. a \eZ 
0_ qué es llamado el analista tras el estallido de la rimera 
elac1on delirante? Está muy claro. El analista es llamado lu ;ar 
S<:hreber encuentra a Fleschig. Es llamado a suplir con !us 
el vacío súbitamente percibido de la forclusión. La 
d:manda que el analista haga de oráculo y legisle ara 
D1:.e: _Le voy a hacer preguntas y tomaré la respuesta po/ver-
era. decir mejor que en el analista y en esas voces ella no 
_cree, que les cree .. . Mejor aún, que quiere creerles dife-
1 enc1a capital con la neurosis, dice Lacan. Así pues el an r' ta 
llamado a consti tuirse como suplente y hasta como' 
las voces que hablan ele ella y que la dirigen. Dicho ele ot or e 
ella le ofrece al el sitial del perseguidor, el siti;f 
que sabe Y que al nusmo tiempo goza. Si el analista se instala en · ¡ 
sobrevendrá entonces, con toda seguridad, la erotomanía 
o en est:i paciente, el retorno a la casilla ·salida" porque 
part10 de ah.1 ensu vicia. La erotomanía mortífera no inevital-te 
en el tratamiento de los psicóticos. -' 
Intentaré precisar qué maniobra de la transferencia permitió evi-
su Evidentemente yo no operé con la 
que n_o cabida alguna cuando se está ante un goce no re-
p:11111do. Solo se interpreta el goce rep1imido. Aquel que no lo está 
solo. puede elaborarse. Un primer modo de intervención fue un 
lenc10 de y esto cada vez que el analista es solicitado co-
mo. el Otro pnmord1al del oráculo; para decirlo mejor, cada vez que 
es corno saber en lo real. Este silencio, esta negativa a 
sobre ser, tiene la ventaja de dejar el campo a la cons-
del dehno, al que ya me referiré. Esto coloca al analista co-
o un otro Otro, que no hay que confundir con el Otro del Otro. 
10 Colette Soler 
otro que no es el que ella llama la "fiera", el perseguidor. Sin duda, 
no es otra cosa que un testigo. Esto es poco y es mucho, porque un 
testigo es un sujeto al que se supone no saber. no gozar. Y presen-
tar por lo tanto un vacío en el que el sujeto podrá colocar su testi-
monio. Un segundo tipo de intervención corresponde a lo que lla-
maré: orientación del goce. Una, limitativa, que intenta hacer de 
prótesis a la prohibición faltante, consistió en decir no, en poner un 
obstáculo cuando la sujeto parecia cautivada por la tentación de 
dejarse estrangular por el hombre que lo preten-
día. La otra, positiva: yo sostuve su proyecto artístico incitándola a 
considerar que ése era su camino. No vacilemos en reconocer en es-
te caso el empleo de la sugestión. La tercera intervención es la que 
tuvo un alcance decisivo. Provocó un viraje en la relación transfe-
renclal tanto como en la elaboración de la cura. El viraje consistió 
en que, en la cura, nunca más volvió a al analista 
Otro, y en que comenzó a construir su dehno, esto es. también a 
depurarlo y reducirlo. Paralelamente a la desaparición -al menos 
en los últimos cinco años- de los episodios agudos, también la pal-
pitación que describí en su vida, entre el vacio y el despegue del de-
lirio, quedó como nivelada. Yo entiendo que a partir de ese momento 
se entra en la reconstrucción del sujeto, al borde del agujero en lo 
simbólico. No me decidí a esta Intervención problemática. delicada, 
sino tras imponérmelo como deber. y tuvo lugar en varios tiempos. 
Les doy primero el tema y luego el fundamento. En el primer 
tiempo sostuve su negativa a trabajar y su demanda correlativa de 
obtener una pensión. No entré en el concierto de las personas que 
querían hacerla trabajar. Más: apoyé categóricamente con mi apro-
bación la Idea de que era un abuso -subrayo el término- exigirle 
que se ganara la vida. Este punto puede parecer más que espinoso, 
porque tenemos la idea -fundada- de que el análisis debe apuntar 
a negatlvizar el exceso de goce en la psicosis, y de que el pago es 
una cesión de goce. 
Hago constar que esta persona siempre encontró justo pagar su 
análisis, pero •ganarse la vida" era otra cosa para ella, a saber: una 
significación tomada en su delirante con el persegui-
dor, que la equiparaba con un asesinato. Los datos biográficos apo-
yaban esta apreciación. Se hallaba un sobre la 
deuda, pues se habían conjugado una quiebra -extrana- del lado 
paterno y. del lado materno, la idea culpable, a vengar, de haber re-
cibido en demasía. cosa que ella encarna en su ser. Ella. fue 
dada en crianza -si puedo expresarme así- a la tía perjudicada, 
dlce: "Soy una deuda viviente". Nada que ver con la deuda del 
en falta de la neurosis. Al no haber sacrificio simbólico, sólo la vida 
¿Que lugar para el analista? 11 
real podría saldar la cuenta. Precisamente de ella sería apropiado 
decir, según la expresión de Lacan, que el legado viró a la liga. No 
olvido que en otra circunstancia -y debo decir que para mi sorpre-
sa- frené una crisis de pánico suicida que no parecía dejar otra al-
ternativa que una hospitalización Inmediata, con esta simple sen-
tencia relativa a los propósitos de un perseguidor del momento: "El 
no tiene derecho". Efecto de calma que llena de estupefacción. Las 
nociones de abuso y de derecho son de ella. Yo se las tomo, pues 
son portadoras de la significación de un límite respecto de las pre-
tensiones del Otro sobre su vida, límite cuyo lugar es el mismo que 
lo que en Schreber se llama "Orden del universo". 
La maniobra analítica que intentó y que sostuvo la operatividad 
de esta cura consistió, por un lado, en abstenerme de la respuesta 
en la relación dual se llama al analista a suplir para el su-
Jelo, por medio de su decir, el vacío de la forclusión y a llenar este 
vacío con sus imperativos. Sólo a este precio se evita la erotoma-
nía. En segundo lugar, intervine profiriendo una función de límite 
del Otro, lo que no es posible sino a partir de un lugar ya 
mscnpto en la estructura. Aqui el voluntarismo sería inútil. Esta 
intervención no está en verdad fundada. Es un decir en el que el 
analista se hace guardián de los límites del goce, sin los cuales, co-
mo lo dice ella en todos los tonos, lo que hay es el horror absoluto. 
El analista no puede hacerlo sino sosteniendo la única función que 
queda: hacer de límite al goce, esto es, la de significante ideal, úni-
co elemento simbólico que, a falta de la ley paterna, puede consti-
tuir una barrera al goce. El analis ta, cuando se sirve de este signi-
ficante como lo hice yo, se lo toma al psicótico mismo; el analista 
no hace olra cosa que apuntalar la posición del propio sujeto, que 
no tiene más solución que tomar él mismo a su cargo la regulación 
del goce. La paciente misma formula: "Estoy obligada a hacerme 
mi propia Es lo que hace Schreber cuando toma a su cargo el 
Orden del universo, lo que hace Rousseau, el Reformador, cuando 
quiere poner orden en la sociedad desordenada. Esta alternancia 
de las intervenciones del analista entre un silencio testigo y un 
apuntalamiento del límite es otra cosa que la vacilación calculada 
de la neutralidad benévola. Es lo que yo llamaré la vacilación de la 
implicación forzosa del analista. Implicación forzosa -si no quiere 
ser el otro perseguidor- entre la posición de testigo que oye y no 
puede más, y el significante ideal que viene a suplir lo que Lacan 
escribe Po en su esquema I. Es indudable que a partir de aquí esta 
pacíente subsume al analista. al que ella distingue cuidadosamen-
te de mi persona, bajo este significante, y llegado el caso lo dirá ca-
si en forma C.'Cplícita. · 
12 Colette Soler 
Ahora quis iera terminar diciendo algunas cosas muy rápidas, 
pues no tengo tiempo para desplegar el caso. Doce años de análisis 
son muchos y sólo quisiera darles una idea de aquello en que cul-
minó este análisis después de esa intervención: una estabilización, 
precaria ciertamente. pero sin embargo patente. La pregunta en 
una estabilización es la siguiente: ¿en qué se convierte el goce de-
masiado real que se encontraba a la entrada de la cura? Yo s itúo 
es a es tabilización entre tres términos. Primero. la ficción del delirio; 
segundo, la fijación del goce. y tercero. la fJXión, con x. del ser. 
El delirio que la paciente acota al final tiene dos vertientes. Una 
construye el mito del desorden o de la falla original, que después de 
elaboraciones múltiples ella llama "los dos pilares de su exis tencia" 
o, si u sted lo prefiere - dice- . "los dos abismos de mi exis tencia". 
Por un lado, la Idea de que su madre, de la que quedó huérfana en 
su más tierna edad, fue asesinada por el primer perseguidor; por el 
otro, la idea de que, en lo que concierne a su padre, hay una culpa 
enorme y original que la transformó a ella misma en una deuda vi-
viente. Es ta elaboración delirante merecerla por si sola una vasta 
exposición. Observamos aqu1 los datos de la biografia infantil. coor-
dinados con los apellidos de diferentes linajes que se intrincan en 
esas dos convicciones finales de los dos abismos. 
¿Cuál es el efecto de esta cons trucción del delirio? Un efecto de 
tranquilización manifiesta. Correla tivamente, la pacien te sesostie-
ne en un acoplamiento paralelo al que tuviera con la fiera de origen. 
Es acoplamiento doble. con el analista y con un hombre, que es 
preciso escribir con H mayúscula. Lo formula de muchas maneras: 
él es "el Angel", e l puro opuesto al Imperio de lo peor. Dice que ella 
misma no participa en este significante sino por procuración, pues-
to que es una mujer; sólo un hombre y el analista pueden partici-
par en él. El acoplamiento con este hombre tiene un efecto de fija-
ción del goce en una cena•; es una escena donde se come, y s u lazo 
con este hombre, de múltiples características, tiene un pivote ina-
movible desde hace años: el de que se come de man era ritualizacla 
un día fijo. Por lo demás, no hay ninguna duda sobre la dominancia 
de la pulsión oral. El a real es un "a" para comer; todas sus imáge-
nes de goce lo confirman y ella misma es el pasto último del otro. 
Se le añade un cultivo de la imagen de la criatura que ella se afana 
• En el original, cene: comida tomada por Jesús con los apóstoles la vís-
pera de la Pas ión, ceremonia del Jueves Santo. La autora añade que se tra-
ta de cene <'.O n c, para marcar Ja diferencia y el juego con scerie, "escena·. 
que es homófono. [N. de T.J 
¿Que lugar para el analista? 13 
s ustentar en el campo escóplco. Lo cual se advier te además so-
d su persona; ella encuen tra sus soportes en una serie de figuras 
e estrellato Y de celebridad. Pa so por alto esta faceta imaginaria 
I:'°r último, lo que yo llamo fix1ón de goce. Se trata de 
fbra plasUca, que implica una eyección del Otro, A mayúscula tan -
º como del ?lro a min úscula . En su dominio plástico, la 
s.e afana liberarse de toda la inercia formal que pudiera transmi-
tirse. ¿Que Es no_table cómo lo dice; esto concierne a su ser: iº ?usco metáfora plasUca pura. el a u torretrato puls lonal" e in-
c ustve el retrato sin la mirada", procuran do decir con todas s us 
que lo es una letra plástica que fije una par-
e de s 1:1 goce. Yo s1tuana esto en el esquema I de Laca n alrededor 
del aguJer? de lo simbólico, como las cria turas que son para Schre-
ber cnatmas de la palabra . Para ella, son las criaturas plásti-
cas. 1odos estos elementos podrtan ser trasladados a l esquema I. 
Ji. palabr.'.3-s como conclusión. Es ta estabilización ps icótica es 
rágil, pues esta ligada a la función de la presencia y ello 
a pesar de la artís tica: presencia de ese hombre, y pre-
sencia del analista. Lo que equivale a decir que esta es tabilización 
no promete ningún fin de anális is. 
/ EL TRABAJO DE lA PSICOSIS 
Freud, al descifrar a Schreber, reconoció en el d elirio una tenta-
tiva de curación que nosotros confundimos - dice- con la enfer-
medad. De ahí la necesidad de dis ti nguir. en el propio seno de la 
psicos is , entre los fenómenos primarios de la enfermedad y las 
elaboraciones que se les añaden. y mediante las c1:-1ales el sujeto 
responde a esos fenómenos que padece. 
Decir "trabajo de la psicos is·· como se dice "trabajo ele Ja trans-
feren cia" en el caso ele la neuros is, implica también marcar una dife-
rencia fundamen tal entre neurosis y psicosis. Esta diferencia es la 
consecuencia de otra: entre Ja represión, mecanismo de lenguaje 
que Freud reconoció en el fundamento del s íntoma neurótico, y Ja 
forclusión, p romovida por Lacan como la causa significante de 
la ps icosis. Mienlras que el trab<.'\iO de la transferencia s upone el 
vinculo libidinal con un Otro hecho objeto, en el trabajo del deli1io 
es el propio sujeto quien toma a su cargo, solitariamente. no el re-
torno de Jo reprimido sino los "retornos en lo real" que lo abruman. 
Mientras que no hay autoanálisis del neurótico, el delirio sí es una 
autoelaboración en la que se manifiesta con tocia claridad lo que La-
can denomina "eficacia del sujeto". El delirio no es, evidentemente, 
su única manifestación: que se hable de prepsicosis antes del de-
sencadenamiento y ele eventuales estabilizaciones después, indica 
suficientemente que la forclusión es susceptible de ser compensada 
en s us efectos, con formas que no se reducen exclusivamente a la 
elaboración delirante. 
El problema para el psicoanalista es saber s i este trabajo de la 
psicosis puede inser tarse en el discurso analítico; y. en caso afir-
/ 
1 Cl Colette Soler 
111a Uvo, cómo. Indudablemente, es tamos seguros de la pertinencia 
de nuestras pautas estructu rales concernientes a la psicosis - has-
ta los ps iquia tras es tán empezando a considerarlas- , y sabemos 
que los psicoanalis tas formados en la enseñanza de La.can no se 
niegan a afrontar la ps icosis; pero aún se necesita saber mediante 
qué operación. Para ser más precisos: ¿puede tener el acto analítico 
incidencia causal sobre el autolratamiento de lo real, como la hay 
en el trabajo de la transferencia? Y, por lo menos. ¿hay una afini-
dad entre la mira, los efectos de aquél y los propios objetivos del 
tratamiento analítico? Dicho de otra manera, ¿hay al menos una 
simpatía entre la ética del bien decir. y la ética del sujeto psicótico? 
Primero necesito marcar la frontera entre la enfermedad propia-
mente dicha y las tenta tivas de solución, entre el psicótico "mártir 
del inconsciente", como dice La.can. y el psicótico eventualmente 
trabajador. Llam arlo "mártir del inconsciente" es otra manera de 
designar el retorno en lo real de lo que fue forcluido de lo simbólico 
y que se impone al sujeto, para su tormento y perplejidad, en fenó-
menos que los psiquiatras clásicos ya solían reconocer aunque sin 
comprender su estructura. 
Aprehendemos la lógica de es te retorno en lo real si advertimos 
que hay una solidaridad entre la eficacia del Nombre-del-Padre, la 
conslitución de lo s imbólico, en el sentido de la cadena significante, 
y una limitación de goce que Freud percibió con las nociones de ob-
jeto perdido y. sobre todo, de castración. Asimismo. la forclusión es 
solidaria del s ignificante en lo real - lo que no quiere decir ú nica-
mente el significante en lo percibido alucinatorio. sino de modo más 
amplio el s ignificante surgiendo solo, fuera de la cadena del senti-
do- y de emergencias correlativas de goce. En este sentido. el hecho 
de que Lacan planteara, con la noción de forclusión, la causalidad 
significante de la ps icosis - que además implica de por s í una res-
ponsabilidad del sujeto- no impide que la psicosis siga s iendo para 
nosotros lo que era ya para Freud: u na enfermedad de la libido. 
Desde ese momento. el trabajo de la psicosis será siempre para 
el sujeto una manera de tratar los retornos en lo real, de operar 
conversiones; manera que civilíza al goce haciéndolo soportable. Así 
como podemos realizar la clínica diferencial de los retornos en lo 
real según que se trate de paranoia , esquizofrenia o manía, pode-
mos diferenciar también las mencionadas soluciones. 
Las mejor observables son las que echan mano a un simbólico de 
suplencia consis tente en construir una ficción, distinta de la ficción 
c.:dipica. y en conducirla has ta un punto de estabilización; obtenido 
(·s tc mediante lo que Lacan consideró en una época como una me-
El trabajo de la p s icosis 17 
táfora de suplencia: la metáfora delirante. ¿Qué hace Schreber sino 
construir una versión de la pareja original. dis tinta de la versión 
en la que el goce en exceso encuentra un sentido y una 
leg1t1mac1ón en el fantasma de procreación de una humanidad fu-
tura? inventa y sustenta, por su sola decis ión, un "orden 
del uruverso curativo de los desórdenes del goce cuya experiencia 
y. el Nombre-del-Padre forcluido no promueve la 
fahca, aparece una s ignificación de suplencia: ser la 
mujer d.e Dios, con la ventaja de que el goce desde ahora consentido 
sobre la imagen del cuerpo, y con la diferencia de que la 
s1gnlficac1ón de castración de goce queda excluida en beneficio de 
un _de la r:lación con Dios, marchando a la infinitud. Unica 
restncc1on: esa infinitud no es actualizada - no todavía- sino apla-
zada al infinito. 
En muchos casos funciona la misma solución consistente en ta-
par la cosa n_iediante una ficción colgada de un s ignificante ideal, 
pero no requiere por fuerza la inventiva delirante .del sujeto. Creo 
que, por ejemplo. esta solución brinda la clave de muchas sedacio-
nes o de muchas fases "libres" de la melancolia. Casi siempre se las 
presenta enigmáticas, debido a s u carác ter súbito y también 
a su pero, en la mayoría de los casos , un enfoque 
revela que estos virajes inesperados son efectos de la re-
gencia de una s ignificación Ideal, s ignificación que vuel-
ve a dar al Sujeto la posibilidad de desliza rse bajo el s ignificante 
que daba sostén a su mundo. Salvo que entonces. en general no es 
resultad_o de un del jeto - hace ya tiempo que los ps iquia-
la res1s tenc1a del s ujeto melan cólico a la elabora-
c1on- , smo, frecuentemente, el efecto de una tyché, de un en-
cuentro que vien: a corregir el de la pérdida desencadenante. En 
estos_ .el SUJeto no inventa s ino que toma prestado del Otro 
- casi s1: mpre materno- un significante que le permite, al menos 
por un tiempo, tapar, mediante un ser de pura conformidad el ser 
Inmundo que él tiene la certeza de ser. ' 
a la cosa por lo simbólico es también la senda de ciertas 
subhmac10nes creacionistas. La promoción del pa dre es una de 
ellas, Y Lacan lo decía en su Seminario La ética. Se comprende en-
tonces que estas sublimaciones se vean particularmente solicitadas 
en la como lo prueban tantos nombres conocidos: Joyce, 
Nerval. Rousseau, Van Gogh, etcétera. No todas las subli-
son del mismo tipo, pero las que proceden por la cons-
trucc1on de un nuevo simbólico cumplen una función homogénea a 
lo que es el deli.rio para Schreber. Consideremos a Jean-Jacques 
Rousseau, por ejemplo, quien va fo1jando sus ficciones sucesivas. 
18 Colecte Soler 
Pensador político, primero -desde el primer Discurso hasta El con-
trato social-, después novelista del amor con La nueva Eloísa. luego 
educador con el Emilio y finalmente Pygmalión de sí mismo con sus 
Confesiones. En todos los casos, a la vez crítico e innovador, Rous-
seau rectifica los ideales y los renueva, trata el desorden del mundo 
-de la sociedad, las costumbres, el individuo-, se encarga de la 
rectitud del orden social, de la pareja sexual y del individuo, para 
conjurar el goce nocivo y pervertido del hombre civilizado. Esta em-
presa culmina en el Emilio, que lo convierte casi en padre del hom-
bre nuevo y que por este hecho, sin duda, lo precipita en el delirio 
efectivo. 
EX!sten otros tipos de soluciones que no recurren a lo simbólico 
sino que proceden a una operación real sobre lo real del goce no 
apresado en las redes del lenguaje. Así sucede con la obra - pictóri-
ca, por ejemplo- que no se sirve del verbo sino que da a luz, ex 
nihilo, un objeto nuevo, sin precedentes - por eso la obra está siem-
pre fechada- , en el que se deposita un goce que de este modo se 
transforma has ta volverse "estético", como se dice, mientras que el 
objeto producido se impone como real. 
Aquí es donde nos topamos con la paradoja Joyce, quien lleva a 
cabo esta operación con la literatura misma. Siendo el arte que más 
incluido está en el registro de lo simbólico, Joyce logra hacerlo pa-
sar a lo real, o sea al "fuera del sentido". Una proeza, sin duda. La 
diferencia con toda la demás literatura es perceptible. Joyce no rec-
tifica al Otro del sentido como Rousseau: lo asesina. En este aspec-
to sus Epifanías son paradigmáticas. Esas breves frases sacadas 
del contexto que podría darles significación, esos fragmentos de dis-
cursos en los que el sinsentido reluce, dan fe de una operación que 
no carece de afinidad con la de Wolfson. Se opera con el lenguaje de 
tal modo que el Otro queda evacuado, y se procede a una verdadera 
forclusión del sentido, forclusión que es al mismo tiempo una letri-
ficación del significante mediante la cual éste se transforma en áto-
mo de goce ... real. 
En la misma línea de tratamiento de lo real por lo real, tenemos 
los pasajes al acto auto - y hétero- mutiladores. Son totalmente 
antinómicos a la sublimación creacionista, pero sin embargo no la 
excluyen. Consideremos a Van Gogh, quien, a punto de alumbrar 
una de esas obras maestras que nos maravillan. corta en carne viva 
su cuerpo y su Imagen, que él disimetriza para convertirse en el 
hombre de Ja oreja cortada. Esta oreja menos, como en muchos 
otros atentados de la psicosis -véase especialmente el Niño del Lo-
bo de Rosine y Robert Lefort- realiza en acto, a título casi de su-
El trabajo de la psicosis 19 
plencia, el efecto capital de lo simbólico, esto es, su efecto de nega-
tivización del ser viviente. Del daño causado en acto al cuerpo pro-
pio o también a la imagen del semejante, de la agresión muliladora 
hasta el suicidio o el asesinato, la mulilación real emerge en pro-
porción a la falta de eficacia de la castración. y ello hasta el punto 
de adquirir a veces un alcance diagnóstico. 
Lo ilustraré con un caso ejemplar en el que llegué a conocer. an-
tes de que apareciesen de manera evidente para todos, los signos 
patognomónicos de su psicosis. Se trata de una mujer. Durante 
cerca de diez años había estado en manos de médicos a causa de 
una grave enfermedad llamada saturnismo, que le hizo rozar la 
muerte en repelidas ocasiones y le dejó secuelas importantes. Inte-
rrogada durante años, jamás soltó una palabra sobre la causa, cau-
sa que reveló un día - para su propia sorpresa- en una nueva con-
sulla : ingería plomo, obtenido por raspado de alambres eléctricos. 
De sus auto-atentados sólo puede decir una cosa, repetida como 
un leitmotiv: "quelia morir". ¿Desde cuándo? Desde que tenia diez 
o sea desde la muerte de su madre, enferma de cáncer hacia 
ya cinco. Antes de los cinco años - dice-, era el paraíso; y de él le 
queda un único recuerdo en el que se ve enroscada en el regazo de 
su madre. Podría hablarse aquí de reacción melancólica si no fuera 
que en el discurso de esta persona falta radicalmente cualquier ma-
tiz de tristeza, cualquier sentimiento de pérdida y más aún de cul-
pabilidad, en provecho de la afirmación, repcUda sin el menor afec-
to aparente, de una pura voluntad de muerte. Se descubre Juego, 
más allá de los atentados contra su vida, reales pero fracasados, un 
impulso al asesinato que fue, en definitiva, más eficaz. 
A los ocho años se le ocurrió la idea de suministrar a su madre 
enferma algún medicamento definilivo. Casada muchos años des-
pués, vierte somníferos, subrepticiamente, en el café de su marido. 
Enfermera de profesión, interviene en la muerte de un anciano en-
fermo al que administra -a sabiendas- una dosis excesiva. En el 
momento de la entrevista sabe que su hijo está amenazado; un día 
mató con veneno al gato que esle hijo adoraba. Aclara que fue un 
impulso súbito e ine.'Xplicable, pues dice: ·yo quería a ese gato". En-
tonces, ¿por qué? Sólo puede responder: "lo vi". Luego: "era o él o 
yo". Más tarde agregará: "él o mi hijo". Vemos intervenir en acto 
una suerte de forl-da de la vida y la muerte del sujeto y de sus obje-
tos. Lo que aquí importa no es tanto el carácter irreprimible del ac-
to, que también aparecería en ciertos pasajes al acto de la neurosis, 
sobre todo la obsesiva, sino el hecho de que el sujeto no sólo no 
puede dar cuenta de él. sino que ni siquiera se considera responsa-
ble. Como indiferente a su gravedad, sólo puede enumerarlos, sin 
20 Colette Soler 
problematizarlos nunca y teniéndolos por ajenos a ella misma. Esta 
persona se encuentra habitada por una necesidad casi presubjetiva 
de negativlzar el ser-ahí. y más precisamente de perder un objeto 
que está como en exceso. Pues cuando el objeto no es llamado a 
complementar la falta fálica, cuando es únicamente el doble espe-
cular del sujeto, funciona en exclusión y deviene para él sinónimo 
de muerte. Se entiende que un objeto así, un objeto que, lejos de 
fundar un lazo social. lo ataca, deja poco espacio para el psicoana-
lista. 
Los diversos tratamientos de lo real que acabo de distinguir -porlo simbólico, por lo real de la obra o del acto- no son equivalentes, 
desde luego. a los ojos del psicoanalista: el último casi lo excluye y 
el segundo lo vuelve s uperfluo. 
En efecto, el acto negatMzador se estrella a la vez con los limites 
de la legalidad , como tratamiento que al Otro social le es imposible 
soportar, y con sus límites propios. a l no tener otro futuro que su 
repetición. En cuanto a las producciones del arte que alcanzan un 
bien-inventar, ellas no contradicen el imperativo de elaboración del 
análisis pero, contrariamente al bien decir, que se despliega en el 
entre-dos decir del analizante y del intérprete y como producto del 
lazo analillco, estas obras se realizan en soledad y vuelven super-
fluo al analista. Queda aún el bien-pensar de las elaboraciones sim-
bólicas que logran compensar la carencia de la significación fálica, 
y a su respecto habrá que plantearse qué papel causal puede cum-
plir en ellas el anallsta. 
En todos los casos hay una cosa segura: si el analista acoge la 
singularidad del sujeto psicótico -como de cualquier otro sujeto- , 
no lo hace como agente del orden, y la sugestión no es su instru-
mento. Sin embargo. si está preparado para escuchar y soportar a 
aquel que no es esclavo de la ley fálica, aún tendrá que medir los 
riesgos que asume en cada caso, para sí mismo y para algunos 
otros. 
RECTIFICAR AL OTRO 
E1 libro de Rosine y Robert Lefort, Las estructuras de lapstcosts,1 
yuxtapone al relato de una cura minuciosamente anotada un traba-
jo de matematización de dicha cura, trabajo que es posterior y que 
en cierto modo recubre y fractu ra un tanto su marcha. En un pri-
mer momento, leyéndolo de un tirón y sin detenerme en las peque-
ñas etapas de la teorización. pude advertir que se trataba de una 
gran marcha. Sabemos en qué culmina: culmina cuando el pequeño 
Roberto adquiere figura humana. Al fmal. está humanizado. Puede 
Insertarse más o menos en un lazo social. ¿de dónde partió? 
Todo empieza en el Lazareto. El término posee siniestras resonan-
cias de exclusión, de segregación, de reparto de esos seres que son 
los desechos del discurso. Aquí no estamos en el limbo, y este Laza-
reto, al llegar Roberto, pasa a ser incluso un Infierno. Es un sitio 
un mundo de miedos, gritos, mocos, pipí y caca, un 
umverso de golpes y trasudor. Imagínenlo ilustrado por Jéróme 
Bosch, más bien que meditado por Dante: podria ser grandioso. 
Cuánto admiro a la que avanza por este lugar provista de su solo 
deseo de analizar: Rosine Lefort. Avanza. por lo demás, y le rindo 
homenaje, sin esa onza de obscenidad que estos sitios podrian con-
vocar. ¿No se advierte acaso cuán desesperada habña parecido su 
empresa? En cualquier caso. de ninguna forma razonable, si llama-
mos razonable a aquello que responde a las empresas del sentido 
común. Esta empresa resulta por ello más tilanesca aún. Es verdad 
al leer este libro de un tirón, se percibe que el universo de 
rmasmas en que vive el pequeño Roberto es atravesado, gracias a la 
llegada de esta analista, por un intenso soplo. Más precisamente, 
/ \ 
EL SUJETO PSICOTICO EN EL PSICOANALISIS 
primer encuentro entre el psicoanálisis y la psicosis respondió 
111 l<'cuadamente a lo que sof1aba el Presidente Schreber, autor de 
A/¡ •morias de un neurópata: en 1903, su libro se dirigia a la ciencia 
clc·I futuro. y en 1911, Freud, el hombre de un saber nuevo, se inte-
' Psaba en su caso. 
Es indudable que la demostración ele Schreber tiene como desti-
11. il ario a un oyente virtual; pero esto no la convierte en demanda 
1 l1· análisis. El desciframiento del texto por Freud tampoco constitu-
y1: un análisis, sólo una demanda ele saber; y la inteqxetación, en 
c•til::is circunstancias, sólo tiene efectos sobre el propio descifrador: 
lo Instruye. 
El asunto sería determinar s i la configu ración ele este primer en-
1·11cntro es contingente o, por el contrario. necesaria; es decir. im-
p11csta por la forma en que se estructuran los hechos ele la psicosis. 
A fin de hacerme entender, recordaré algunas ele nuestras pre-
111lsas. 
Y en primer lugar que, cuando hablamos de "hechos de la psico-
11ls", consideramos, junto con Lacan, que difieren de los hechos de 
l,1 neurosis y no sólo por su inlensiclacl, por el más o el menos. sino 
por su estructura. Pues los hechos están estructura-
dos. Si ahora tuviese que definir concisamente la estructura. esco-
la siguiente fórmula: la estructura es el efecto de lenguaje. 
Adviertan que esta fórmula no es equivalente a aquella otra, céle-
l>rc. sin duda la más conocida de la enseñanza de Lacan. que dice: 
"d inconsciente está estructurado como un lenguaje". Esta plantea-
1 m la tesis más simple, más económica, para explicar el hecho de 
46 Coletle Soler l 
que el síntoma se descifra - lo cual no podña realizarse fuera del 
lenguaje- y que, a l descifrarse, cambia. Pero decir ·estructurado 
como un lenguaje" no significa que sea sólo lenguaje, pues, de ori-
gen freudia no, el síntoma es ... una manera de gozar. Una versión, 
patológica s i se quiere, del goce sexual. 
Pero ¿qué quiere decir aquí goce? Pues me han dicho que en 
otras lenguas. especialmente en inglés, el término es dificil de en-
tender. Lo clerlo es que no es n i placer, ní satisfacción, ni lust ni 
befriedigung, s ino en rigor esa satisfacción paradójica que se enlaza 
al sin toma a despecho del displacer y cuya fuerza cualquier psicoa-
nalista comprueba todos los días. Es sabido que esta satisfacción 
no deja nunca de Implicar una de esas pulsiones que se ha llamado 
"parciales". Así pues, goce es la palabra que designa ante todo la 
satisfacción correlativa de la perversión. original tanto como poli-
morfa, de los instintos para el ser hablante -afirmada por Freud ya 
en 1905- , pero ta mbién la cautivación por el más a llá del placer, 
cuyas mismas paradojas requirieron la invención de la no menos 
paradójica pulslón de muerte, la cruz de las doctrinas posfreu-
dianas. 
Porque, precisamente. está la estructura; o sea , el efecto del len-
guaje sobre lo que no es el lenguaje sino el ser viviente, que padece 
de él, al que él hace sujeto, lo cual Implica un efecto sobre el goce 
primario del viviente. ¿Hay a todo esto un solo, no digo psicoanalis-
ta, sino educador, que no sepa que el gran problema de su tarea 
imposible es obtener, meramente por el discurso, la regulación del 
goce del cuerpo llamado "propio", precisamente para volverlo un po-
co menos Impropio respecto del lazo social? Si seguimos la lógica de 
este hilo doctrinario, tendrá que ser posible deslindar un mecanis-
mo de lenguaje específico para cada entidad clínica y distinguir sus 
efectos diferenciales a nivel del sujeto y de su goce. Hagamos la 
prueba con la psicosis. El mecanismo que Freud individualizó res-
pecto de la neurosis es la represión, que implica una sustracción de 
satisfacción pulsional. Lacan, instruido por Saussure y Jakobson. 
supo reconocer aquí un mecanismo significante de sustitución me-
tafórica: un significante expulsa a otro, y esta es la estructura de la 
represión. Este otro no es un significante cualqtúera, sino, digamos , 
el del trauma sexual. sea el que fuere; expulsado, de todos modos 
sigue estando presente - latente- en la metonimia de las asociacio-
nes del paciente. y es efectivamente coITelativo de un efecto de pér-
dida que bien podemos denominar: castración de goce. Desde aquí, 
la forclusión se define diferencialmente. No es la presencia en otra 
parte del significante reprimido, sino la falta radical de un signifi-
cante; no una sustitución, sino una falla, un simple agujero. Tam-
\ 
El sujeto p sicótico e n el psicoanálisis 47 
I '' 11 o recae sobre un significante cualquiera, sino electlvamente so-
l 111 · 1·l s ignifican te del Nombre-del-Padre. y el defecto simbólico trae 
1p. 11 c.• jado un defecto de sus efectos a n ivel del goce, y fundamental-
1111 11le un defecto del efecto castración. Esta es la tesis de base y, 
1 11.1it·squiera que sean sus complementos y modificacionesulterio-
'' ·1 . podemos inten tar ponerla a prueba. 
Advertimos entonces que la psicosis permite j ustipreciar, como 
• 11 1u·galivo, el efecto de la función del Nombre-del-Padre. 
fl,1rtiré inicialmente de los fenómenos y en particular de aquel 
11111 dato clínico que Lacan denominó "el sentimiento de la vida". El 
111..to psicótico testimonia, a este respecto, más bien un defecto. En 
1 1 ps icosis nunca falta la constatación de un sentimiento de la 
1111w1le. Sin necesidad de mayores desarrollos, permitanme poner 
1 11 ncrie el ·asesinato de a lma* schreberiano - mediante el cual 
11'111 cber designa un atentado cometido contra su vida y hasta con-
t 1, 1 11 u raza- con la desvitalización y el dolor de existir del melancó-
llrn y también con la mecanización esquizofrénica. Pero, paralela-
11 w11te, los mismos sujetos no deja n de padecer fenómenos de exce-
1'111 de goce. Exceso significa aquí, a la vez, un demasiado en el senti-
do de un insoportable, y una atipla en las formas o en la locallza-
1 11111 del goce. Schreber lo ilustra: se sien te Invadido por un goce 
qc w dista mucho de localiza rse en su órgano peniano; incluso es 
11·lamente lo contrario; este goce invade todo su cuerpo salvo su 
111 1w, primero en una forma deletérea, impuesta y destructiva, y 
1111 1:0 en la forma de una voluptuosidad consentida y cultivada. Los 
1 1•.os expuestos esta tarde nos proporcionarían muchos otros ejem-
1 •l11•1. Por un lado, entonces, la instancia de la muerte; por el otro. el 
I''"" no regulado, aparecen en la superficie mls ma de los fenóme-
1111•1. Vemos yuxtaponerse así, sin dialéctica, fenómenos de negaUvi-
11'16n y de positivización de la vida. Por contraste aparecen, mejor 
11111 que en la neurosis y gracias a la mediación paterna, el menos-
' 11 ¡toce de la castración y la posibilidad de una compensación de 
1'• 11 e· hallada en la llamada "relación de objeto", que se articulan en 
l1111na conjunta. Aquello que la neurosis dialecllza, la psicosis lo 
e wlta, y esto en fenómenos contrastados de mortificación y goce 
1 l1•1.1·nírenados. De ahí la cuestión de los efectos de la forclusión so-
l 111 • la posible · relación de objeto". Cuestión esencial, pues se trata 
• ¡, . 11aber qué lazo puede anudar un analista con un sujeto psicótico. 
l ,a noción de relación de objeto es conceptualmente confusa, 
p1 wfl lo que abarca a la vez la relación del sujeto con el Otro de la 
1111hll¡ra y del lenguaje, la relación del semejante con el semejante 
q 11 c.• encuentra su mattiz en el estadio del espejo- y la relación con 
48 Cole tte Soler / 
el objeto al que se llamó primero parcial y que Lacan subvirtió con 
su objeto a. Ahora bien, se trata de saber dónde puede colocarse el 
psicoanalísta en la estructura para un sujeto ps icótico. 
En este punto tenemos una tesis de Freud que es fuerte y que no 
neces ariamente debemos barrer demasiado rápido en nombre del 
tiempo que pasa y del progreso de la ciencia. La tes is de Freud es 
que, fundamentalmente. el psicoanalista no puede hacer nada por 
el sujeto ps icótico. ¿Por qué? En resumen, su respuesta es la s i-
guiente: el ps icoanálisis supone la transferencia. el amor de tra ns-
ferencia -que además no es por fuerza lo que se cree- , y. o bien el 
sujeto ps icótico no tiene otro objeto que él mismo -<:olocación nar-
cisista de la libido, decía Freud, designando en esta forma el autis-
mo del fa moso "no amo má s que a mí mismo·, que vacía al mundo 
de sus objetos y no deja ningún espacio para el psicoanalista-, o 
bien, cuando h ay una restauración de la relación de objeto, és ta se 
efectúa según el modo de Ja persecución, como sucede en Schreber 
con Fleschlg. Freud, no demasiado optimista, ve tan sólo el paso de 
Caribdis a Escila del "no amo más que a mí mismo" de la catástrofe 
libidinal, al "él me odia" del delirio de persecución. 
Pero lo cierto es que hoy los psicoanalistas aceptan psicóticos, y 
para curas a veces prolongadas. Lo primero que debemos plantear-
nos es s i esto puede causar un daño. No está excluido, pues sabe-
mos que el encuentro mal indicado con la interpretación puede de-
sen cadenar el episodio psicótico. 
También está probado que en la actualidad los sujetos psicóticos 
se dirigen al psicoanalista y a menu do de un modo espontáneo. 
convencidos de que les hace falta un analista y hasta de que es su 
último recurso. Sabemos desde hace tiempo que en la ps icosis hay 
un destinatarlo. El paranoico apela al Procurador de la República 
para demandar reparación o justificación; Schreber quiere enseñar 
a los científicos del futuro. Rousseau confia en la posteridad y J oy-
ce pretende ocupar a los joyceanos durante siglos. etcétera. Hay. 
por lo tanto. un destinatario, pero ¿qué le pedimos a un destinata-
rio para que haga posible el psicoanálisis? Pues bien. yo diría que él 
tiene que dar ocasión a Ja interpretación, y no es és te el caso de to-
dos . Sobre este pun to creo que J acques Lacan era freudianamente 
rigoris ta : lo que cons tituye a la transferencia, y por Jo tanto condi-
ciona al ps icoanális is , es el lazo entre el intérprete y el suje to. Pero 
el lazo huma no no es sólo eso; hay otro aspecto. imaginario, la rela-
ción del semeja nte con el semejante, el lazo del yo con el yo, que sin 
duda dis ta mucho de ser secundario pero que difiere del lazo entre 
el sujeto y el intérprete. Por otra parte, este es el modo en que en-
tendí h ace un ralo el testimonio ele nuestra colega, cuando dljo que 
El si.yeto psicótico en el p s icoaná lisis 49 
111 • •"1 il ::lba establecer una relación con la parte "no loca· de su pa-
' I• 11 1t-. ¿Qué es esa parte no loca sino la parte en que ella es nues-
11 °1 en que la identificación recíproca se hace posible? 
1 '' lu·cho, esta dimensión puede hallarse preservada en la ps icosis; 
111 :.chreber. por ejemplo. donde la dimensión Imaginarla permane-
• • 1111 ,tcla , pero también en muchos casos de esquizofrenia. La rela-
1 111 11 se extiende muy lejos. Lacan lo señalaba ya en el 
·• 111l11ano I; incluye el amor, la amis tad, la llamada al testigo, Ja 
• 11111ldencia. en los que además no falta una participación real de Ja 
1111 hlón. 
1 A:Jos de mi la idea de minimizar este regis tro de la experiencia; 
"'º que un psicoanálisis apunta a otra cosa: el ps icoanális is con-
' lt •111c a un sujeto -no a un yo- y más precisamente por el sesgo de 
11 J)<l labra. en la cual la interpretación apunta, más allá de los 
• 1111r1clados del yo, a "la enunciación inconsciente" del s ujeto e in-
f 1 l11Nc.:camente al goce reprimido que en ella retorna. Ahora bien, Ja 
111wralividad de la interpretación es solidaria del mecanismo ele la re-
1111 •11f(m. El sujeto sólo está abierto a Ja interpretación cuando se 
• 11111plc la condición de que esté presente Ja doble suposición de sa-
l 11•1' Inconsciente y de su sujeto. En este sentido, el ps icoanálisis ex-
' l 11yc al sujeto que no está ya en la transferencia, la cual es prime-
' 1111cnte relación con el saber supues to en el inconsciente. antes de 
t¡ 111· se advierta -oh sorpresa- que a aquel que interpreta , yo lo 
11110. En el psicoanálisis. la relación s ignificante de interpretación 
1•11Hlicion a la relación libidinal de objeto. Podemos situar esta es-
l 11wtura en el grafo de las relaciones del sujeto con el Otro de lapa-
11111,1. El vector de la interpretación va del Otro intérprete al sujeto 
111. dlzante, mientras que el vector del amor de transferen cia va del 
11jl'lo al Otro. 
interpretación 
amor de transferencia 
Pues bien, en la psicosis no se realiza esta condición. ¿Qué es de 
1' lfcc?a de la libido transferencial en este caso? O bien se repliega 
11 1 rl lst1camente sobre el sujeto, poniendo término a la relación, o 
l 1lrn la psicótica la supone procediendo del Otro y yendo ha-
• In el sujeto. Schreber sigue siendo el primer ejemplo. ¿Quién es 
' il •lelo? Schreber mismo, y en cambio es Dios el que lo quiere para 
• 11 persecución o su satisfacción. En es te aspecto Ja estructura de 
111 t'l'Olomaníaes la misma que Ja de Ja persecución. En Ja erotoma-
11 111, entidad clínica muy conocida por todos los ps iquiatras clásicos 
50 Colette Soler 
y a la que Clérambault dedicó magníficos estudios, el sujeto está 
seguro de que el Otro lo ama, incluso a pesar de algunas contra-
pruebas eventuales, mientras que en la persecución está seguro de 
que lo odia. El rasgo común es la presuposición de que la libido vie-
ne del Otro y que el sujeto ocupa el lugar del objeto al que se dirige 
la voluntad de goce de este Otro. Así pues, primera inversión de la 
estructura de la transferencia. Pero hay otra, correlativa. ¿Quién 
interpreta?: Schreber, y en cambio es Dios el que habla. el que ofre-
ce a la interpretación los mensajes de las voces o los signos de lo 
real. Reaparece aquí la solidaridad entre "ser intérprete" y "ser obje-
to", pero en una estructura invertida donde quien descifra es el su-
jeto y el interpretado es el Otro. 
¿Qué lugar le queda entonces al analista, dado que su lugar no 
depende de su mero querer y ni siquiera de su exclusiva maniobra, 
sino de puestos ofrecidos como posibles por la estructura? 
Distíngo tres de estas posibilidades: 
- O bien el analista será como el dios de Schreber, el Otro de la 
voluntad de goce que toma al sujeto por objeto, en forma de perse-
cución o de erotomanía. 
- O bien quedará ubicado bajo el signiflcante del Ideal, que en la 
paranoia desempeña un papel tan importante. Consideremos nue-
vamente el dios de Schreber: no es uno, por más que sea único; se 
desdobla como lo hace el s ignificante, a veces hasta se multiplica, 
pero para reducirse finalmente a los dos nombres de Ormuz y Ari-
mán. Por un lado, el dios idealizado que respeta el orden del univer-
so, y el Ideal ocupa entonces el lugar de la ley inconsciente que fa-
lla; por el otro, el dios malo y desordenado. Schreber apela perma-
nentemente al uno contra el otro, así como un paranoico menos 
inspirado apelaría al Procurador de la República contra su vecino 
de piso. El analista puede ser también ese otro de recurso, pero hay 
que agregar qu e el suj eto mismo es el primero que se pos tula como 
garante del orden, que se aloj a bajo este significante del ideal, y en 
este aspecto el analista idealizado no será sino su doblete simbóli-
co, en una suerte de identificación al revés. 
Queda un tercer lugar, el del semejante, el del testigo, el del que 
escucha , que toma nota, que supuestamente comprende y se apia-
da. Es el lugar del bálsamo al que el sujeto psicótíco es tan sensible 
como cualquiera, pero lugar del que está excluida la posibilidad de 
que se modifique al sujeto. 
Lo que modifica al sujeto es la interpretación; ahora bien, ésta 
emana de él. Schreber. en efecto, durante el enorme trabajo de su 
delirio reinterpreta al Otro- , alcanza durante un tiempo la es-
tabilización, deteniendo una nueva significación delirante. Pasar de 
El sujeto psicótico en el psicoanálisis 51 
"perseguido de Dios" a "mujer de Dios" es cabalmente una tentativa 
lograda de .curación, cosa que Freud seúaló: y ello porque el s enti-
miento de la muerte se aleja y el goce se limita con esta significanti-
zación del objeto que él es. Y justamente, ¿qué es un delirio sino un 
proceso de significantización, por reducido que sea, mediante el 
cual el sujeto logra elaborar y fijar una forma de goce aceptable pa-
ra él? 
Así pues, fmalmente, ¿qué puede hacer el psicoanalista? Induda-
blemente, el psicoanalista presta su significante, su nombre de psi-
coanalista, y también su presencia, o sea su capacidad para sopor-
tar la transferencia delirante. Pero esto no es todo: de él se espera 
una maniobra. Quizás es siempre azarosa, pero sólo estará bien 
orientada cuando el analista tenga cierta idea de la estructura en la 
que él mismo está ubicado. El analista no puede operar esta manio-
bra sino desde el lugar del Otro, que es el partenaire de las elabora-
ciones espontáneas del sujeto. Así pues, él mismo será interpretado 
en todas sus pa labras y en todas sus intervenciones; será incluso vi-
gilado, asignado a un lugar. Pero desde ahí, siguiendo el hilo de la 
problemática singular del sujeto, a veces podrá maniobrar a fin de 
orientar la construcción persecutoria o las exigencias erotomaníacas 
por las sendas de lo soportable. En todos los casos, por más diver-
sas que sean sus maniobras, jamás podrán apuntar a otra cosa que 
a diferir la. inminencia del encuentro fatídico y aniquilante del suje-
to, mediante la interposición de una elaboración simbólica en el ca-
so de la persecución, o mediante el retraso de la realización en el 
caso de la erotomanía. 
Ahora bien, en este punto el fenómeno esquizofrénico constituye 
un obstáculo insalvable. Si el esquizofrénico se define, según lo in-
dicara Lacan. por el hecho de que en él lo simbólico es real - y 
Freud lo advirtió cuando dijo que el esquizofrénico trata las pala-
bras como cosas- , entonces las asociaciones del sujeto, vertigino-
sas a veces , no forman una cadena significante del sentido; sus sig-
nificantes no reprimen nada y permanecen faltos de influjo sobre el 
goce anómalo que invade su cuerpo. Sin embargo, curiosamente, la 
literatura ana lítica presenta muchos más casos de esquizofrénicos 
que de paranoicos. ¿Habrá que concluir que se los toma simple-
mente en las mallas del lazo con el semejante, sin reducir por ello 
los hechos de la psicosis? 
Pero volvamos a la maniobra analítica. Cuando es posible, ¿a 
qué apunta? 
Al operar con los sujetos neuróticos o eventualmente perversos el 
psicoanális is es a la vez revelación y elaboración de un goce repri-
mido, lo que para nosotros quiere decir ya metaforizado - no todo, 
52 Colette Soler 
por supuesto- . Este movimiento va acompañado de una declina-
ción y hasta de una reducción de las identificaciones correlativas a 
las represiones. La cura irá, pues, del símbolo a la revelación del 
plus de goce que en él se anuda. Ahora bien, si el sujeto psicótico 
es presa de fenómenos de goce que surgen por fuera del desfiladero 
de la cadena significante, a "cielo abierto", dice Freud, "en lo real", 
dice Lacan, se tratará más bien de obtener un influjo de lo simbóli-
co sobre este real, con el efecto de negativización consiguiente. En 
lo fundamental, el goce no va a ser revelado en la arquitectura sig-
nificante del síntoma, pues es patente: tendrá que ser, más bien, 
refrenado. El movimiento irá entonces de lo real en exceso hacia el 
símbolo, lo que justificaría el término de contrapsicoanálisis del 
psicótico, de no ser que Lacan utilizó este término en otro contexto. 
Señalo, para concluir, que hay otras soluciones de la ps icosis 
además de las que pasan por la elaboración simbólica, pero estas 
soluciones dejan de lado al psicoanalista. Son en particular las de 
la sublimación y la obra, y también las tentatíva s que s e sirven del 
acto, como por ejemplo las mutilaciones del cuerpo, que casi s iem-
pre se orientan a una negativización real del goce demasiado real. 
Una última acotación sobre el más allá de la preocupación tera-
péutica. Es indudable que la psicosis interesa al ps icoanalista y que 
éste se instruye con ella. Por otra parte, eso es lo que intentamos 
hoy: tomar al psicótico como objeto de nuestro cuestionamien to y 
someter nuestra práctica a su prueba hasta el punto en que esta 
práctica renuncie. En este sentido, Schreber tuvo éxito. Tuvo éxito, 
como pretendía, al constituirse en un caso excepcional que marca 
una falta en el saber analítico. 
LA MANIA: PECADO MORTAL 
"P . ecado mortal" es la definición de la manía que se deduce de 
las pocas líneas que Lacan le dedica en Televisión. Curioso título 
para una reunión que es, y quiere ser, del tiempo de la ciencia. 
El debate que aquí desarrollamos, entre psiquiatría y psicoanáli-
s is, no es reciente. Empezó con Freud, cuando se planteó la cues-
tión de aplicar el ps icoanális is a lo que constituía el objeto de la 
psiquiatría, a saber: la locura. Para el inventor del psicoanális is 
que se ocupaba deSchreber, lo que estaba en juego era demostrar 
ni mundo la fuerza y coherencia de la nueva teoría. Freud aboga: 
por la potencia de la doctrina analítica y, también, por la impoten-
cia de la terapéutica analítica en materia de psicosis. Para nosotros 
es una ocasión más de verificar cuán disociado estaba a sus ojos el 
va lor del psicoanálisis de su poder terapéutico. Freud ganó su 
npuesta. Traigo como prueba el último manual de psiquiatría, pu-
blicado a comienzos de este mismo año 1990: Compendio de psi-
quiatría clínica del adulto, bajo la dirección de Deniker, Lampériére 
y Guyotat. El espíritu que anima a un manual es, por definición, 
menos el de investigación que el de balance. Pues bien, comproba-
mos que en este texto aparecen inventariadas y resumidas las tesis 
de Freud tanto sobre la paranoia como sobre la llamada psicosis 
maníaco-depresiva. 
Muy distinto es el nódulo del debate que mantuvo Lacan con los 
psiquiatras de su tiempo. "Sobre la causalidad psíquica", texto de 
1946 en el que discute el órgano-dinamismo de Henrt Ey, lo mues-
tra a las claras. En ese entonces se trataba de considerar a la locu-
ra, por invalidante que sea con respecto a los lazos sociales, no co-

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