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)((1,(	
FISIOLOGÍA 
7 c	 1 O
DEL
DI) DERECHO
POR EL
DR. S. STRICKER
PROFESOR DE PÁTOLOGIA. EN LA UNIVERSIDAD DE VIENA
TRADUCCIÓN DEL ¡LUAN
POR
p . DORADO
A N r:	 !NA
MADRID
LIBRERiA DE VICTORIANO SUÁREZ
48 PRECIADOS — 48
1896
 
 
...~..111•111mor
4.1111~1~MINV
MADRID 1896.—Imp. de G. Juste, Pizarro, 15.
INTRODUCCIÓN
Supuesto que con el presente escrito penetro
en un campo que hasta ahora ha permanecido
virgen runbetretenes), me parece conveniente
exponer desde luego, á la vez que el plan de la
materia, un croquis de los problemas más im-
portantes que pienso tratar.
Yo creo que la idea del derecho se desarrolla
en el hombre teniendo como fuente dos órdenes
ó series de experiencias. Una de estas series
proviene de los movimientos voluntarios (arbi -
trarios,
Pero las relaciones que la voluntad mantie-
ne con los músculos constituyen á la vez la
fuente primera de la conciencia de la fuerza.
En pocas palabras, pues, para mi, la idea del
derecho surge, por vía de evolución, de la idea
de la fuerza.
6	 INTRODUCCIÓN
Sírvome aquí de la voz evolución (Enhri-
cklung) en el mismo sentido que á esta palabra
se le da en zoología, cuando se dice: «El em-
brión animal surge, por vía de evolución, del
óvulo materno.» Jamás surge un animal de
sólo este óvulo. Para que el animal se forme,
necesita el óvulo ser fecundado; de la unión de
dos gérmenes de diferente clase resulta el nue-
vo individuo. Y así como nunca se originaría
un embrión del óvulo no fecundado, tampoco
de la pura y exclusiva idea de la fuerza se ori-
ginará nunca la idea del derecho. Para que esta
última se produzca, es necesario añadir á nues-
tra conciencia de la fuerza una segunda y di-
versa experiencia. La cual consiste en que tam-
bién los demás hombres posean fuerza y se ha-
llen en situación de impedir_el desplegamiento
de nuestra fuerza propia.
Las ideas de la propia fuerza y de la fuerza
de los demás hombres constituyen, pues, por
decirlo así, los gérmenes de la idea del derecho.
Pero se necesita además que concurran condi-
ciones favorables para que la unión de ambos
gérmenes llegue á madurez. Estas condiciones
están en el comercio social y en la propensión
nuestra á vivir dentro del mismo. Comercio
que solamente es posible porque los hombres
se hacen recíprocas concesiones; y estas conce-
siones recíprocas, singularmente los contratos
INTRODUCCIÓN	 7
y conveníos al efecto celebrados, son los que
han transformado la conciencia de la fuerza en
conciencia del derecho.
Si bien es cierto que la balanza simboliza la,
justicia, lo es asimismo que ella sola no consti-
tuye un perfecto símbolo del derecho. En la
idea del derecho tiene que hallarse necesaria-
mente contenida la idea de la fuerza. _Yo aque-
lla idea (le la fuera que se quiere significar
con la espada de la justicia. La espada indica
que la justicia, no sólo pesa el derecho, sino
que también lo protege. Por el contrario, la
fuerza que reside en la misma idea del dere-
cho es el soporte ó substratum, de la acción de
pesar (Ingung). La balanza por sí sola no nos
representa más que una forma sin contenido.
Cuando se quiere realmente pesar, hay que de-
positar algo en los platillos de la balanza. Y 7o
que la justicia pesa es la fuerza, ó dicho con
más exactitud, la parte de fuerza delernrinrida
ó definida por el conti•ato.
Tales son, brevemente resumidas, las afir-
maciones que acerca de la génesis del derecho
habrán de ser desarrolladas en el curso del pre-
sente trabajo. "Ali argumentación respecto del
particular estriba en el reconocimiento de cier-
tos fenómenos de nuestra propia conciencia.
¿Dónde, sino en la conciencia, hemos de bus-
car el origen del derecho? Ya la expresión, sea-
8
	
INTRODUCCIÓN
timiento del derecho, que se usa frecuentemen-
te por el pueblo, se refiere á esta fuente; pues
el sentimiento implica conciencia ( Wissen).
Decir: yo siento dolo», significa tanto como de-
cir: se que siento do lo». Claro está que al ha-
blar del sentimiento del derecho no se pretende
que en el sabe» ó conciencia que este sentimien-
to implica vaya incluida la variedad de los
conocimientos que los juristas tienen. Hombres
que no han recibido enseñanza alguna perte-
neciente á las ciencias jurídicas, pueden tener
un sentimiento del derecho muy delicado. Más
bien hay que referirse aquí á un conocimiento
que es patrimonio de todos los hombres norma-
les y que radica en la estructura ó constitución
misma de su conciencia. Por lo demás, según
infiero de lo que dice David Hume (1), ya en
su tiempo se disputaba sobre si la Moral—en
cuya palabra comprendía también Hume, el
cual tomó parte en la discusión, la idea gene-
ral de la justicia—proviene de la razón ó del
sentimiento. Por fin, desde Kant en adelante,
la idea general del derecho se ha considerado
como una derivación de la razón, por lo que se
emplea desde entonces la denominación de de-
recho racional. Paréceme, por lo tanto, conve-
(1) 	 sobre los 1.-;riwiptios de 7a 15torol. Traducción
alemana de Masaryii. Viena, Karl Konegen, 1b85.
INTRODUCCIÓN	 9
niente comenzar mi trabajo acerca de la géne-
sis de la idea del derecho con un tratado relativo
á aquellos fenómenos de conciencia que sirven
de soporte y base á larazón y al sentimiento. Ese
tratado, que lleva por título La razón y el sen-
timiento, y que sirve como de introducción,
contiene una serie de afirmaciones cuya prue-
ba se comienza á ciar con el presente libro. No
obstante, la mayoría de las tesis y principios
que en el tratado á que me refiero se sientan,
no son del todo nuevos. En una serie de escri-
tos, publicados anteriormente, he defendido ya
las mismas doctrinas, y por tanto, no pretendo
ahora presentarlas como cosa nueva á la cabe-
za de esta monografia. Por lo demás, en cuan-
to á la disposición y organización de las mate-
rias y en cuanto á su apreciación, algo nuevo se
hallará en este tratado. Utilizo justamente mis
antiguas ideas para construir un nuevo mo-
delo, ó mejor dicho, para presentarlas en una
disposición nueva, gracias á la cual puedan
fijarse con alguna seguridad los contornos de
la noción del derecho.
De las restantes materias tratadas en el
presente trabajo, las cuales son accesorias á
mis ojos, únicamente quiero mencionar aquí la
sección consagrada á la liforql insanity. Esta
sección debe justificarme ante los médicos mis
10	 INTRODUCCIÓN
colegas de la intrusión que realizo, yo profesor
de patología, en un terreno al parecer tan ale-
jado de mis estudios. La litoral insanity es un
estado patológico cuyo examen pertenece á mi
profesión. Ahora bien; no he hecho yo este exa-
men de la locura moral de un modo completo y
acabado, ni siquiera de un modo suficiente; no
he hecho más que tratar el asunto á la luz de un
nuevo criterio. Mas para conseguirlo, ha sido
preciso hacer todo el trabajo que representa el
contenido del presente libro. Y si en el título
del mismo no he hecho indicación de semejante
circunstancia, se debe, por un lado, á la máxi-
ma: A potiori frt denominatio, y por otro, á la
historia del origen del escrito. Pues, en efecto,
lo que en realidad me ha determinado á publi-
carlo han sido algunos aplazamientos de dere-
cho internacional que se han producido ante
mis ojos. La causa verdadera de la contienda
que precedió al aplazamiento estaba histórica-
mente tan clara como el día; de una y otra parte
se había discutido bona fide por la razón y el de-
recho. Pero ¿de qué lado estaban éstos? Tal
pregunta me apremiaba, y en vano me he es-
forzado muchos años por contestarla desde un
punto de vista general de historia natural. La
circunstancia de tenerme que ocupar, por vir-
tud de mi profesión misma, en cuestiones de
psicología para aprovecharme de la solución
INTRODUCCIÓN	 1 1
que se les dé en interés de la patología, me ha
ido llevando gradualmente á la posesión de las
ideas á que doy expresión en este trabajo.
Hasta el momento de hallarse concluida la
obra, es muy poco lo que he podido conocer so-
bre la historia del asunto en que me ocupo. Las
cuestiones que discuto no han sidojamás trata-
das con el criterio con que yo las trato. En los
escritos de Darwin pueden encontrarse cierta-
mente indicaciones sobre que la evolución de
la idea del derecho puede ser explicada por los
cultivadores de la historia natural. Durante el
año 1883 han llegado á mi conocimiento dos
obras, que no han dejado de ejercer influjo so-
bre la que yo ahora presento al público. Fue-
ron estas obras el ya citado trabajo de David
Hume, que aun cuando data de 1751, yo no co-
nocí hasta que en 1883 apareció una traduc-
ción alemana del mismo, y un libro de von
Ihering (1). Hume dice acerca del particular
que el único origen de la justicia debe buscarse
en la utilidad, á la cual se encamina la socie-
dad (2). Ahora, hasta donde yo puedo com-
(1) El fin en el Derecho (Der Zwech im Recht!, dos tornos.
Leipzig, Breitkopf y Hártel, 1883.
(2) Vide obra citada, pág. 14. Sobre la justicia (Ueber die Ge-
rechtigheit). Los hombres competentes dec;dirán si esta idea ex-
puesta por lIume lo había sido ya antes por Hugo Grocio.
12	 INTRODUCCIÓN
prender, paréceme que Ihering—según presu-
mo, sin conocer la obra citada—ha venido á pa-
rar á análogos resultados. Ihering llama á su
teoría teleológico-social, y en pocas palabras es
la siguiente: «El fin de todas las reglas mora-
les es la conservación y perfeccionamiento
(Bestehen vnd Wohlfalirt) de la sociedad. Es la
conocida máxima ÁS'alus populi suprema lex esto,
que Cicerón expone en su De legibus, III, como
reguladora de la autoridad política (1).
Yo llevaré la indagación científica relativa
al fin á una sección especial, al lenguaje. Aquí
sólo pretendo tomar en consideración los resul-
tados de los trabajos de Hume y Ihering, en
cuanto ambos hacen derivar la idea del derecho
del comercio social entre los hombres. En la
posición que adopto, puedo aceptar como bue-
nas estas concepciones; pero entiendo que las
mismas no agotan el conocimiento de la génesis
de la idea del derecho y que todavía necesitan
algún mayor desarrollo. Con respecto á tales
concepciones, me encuentro en la posición en
que se encontraba aquel campesino á quien un
habitante de la ciudad habia expuesto la teoría
del sol. «El fruto del cereal—decía el habitante
de la ciudad—se desarrolla gracias al sol». «Es
muy verdad—replicó el campesino,—pero no
(1) Vide oh. cit., pág. IYA.
INTRODUCCIÓN	 13
debe usted echar en olvido la semilla que se
deposita en la tierra».
También yo reconozco que la sociedad es
lo que hace madurar la idea del derecho. Pero
añado que es preciso que haya algo sobre que
pueda obrar el comercio social. Y este algo lo
ofrecen las experiencias sobre nuestra propia
impulsión volitiva, esto es, sobre nuestra pro-
pia fuerza, y sobre la fuerza de los demás hom-
bres.
La circunstancia de colocar como base de
toda mi teoría un momento fisiológico, á saber:
la relación entre la representación de la volun-
tad y los órganos del querer, es lo que me ha
determinado á publicar este escrito bajo el tí-
tulo de Fisiología del derecho. Por lo demás, la
teoría que formulo creo que debo denominarla
teoría de la asociación.
r
CAPÍTULO PRIMERO
L A RAZÓN Y E L SENTIMIENTO
SECCION PRIMERA
La sucesión y la coexistencia
de las representaciones (I).
Entiéndese por recuerdo la reproducción (reevo-
cación) de representaciones que han estado ya pre-
sentes en la conciencia por lo menos una vez. Todo
hombre normal posee un cierto caudal ó depósito
de representaciones pasadas.
Este depósito lo he comparado yo con la fuerza
ó potencia (trabajo) que reside en los cuerpos com-
bustibles, por ejemplo, en el carbón. Al depósito
de trabajo que se halla en el carbón lo llaman los
físicos energía potencial, razón por la que he adop-
(1) La seccin I no contiene nada nuevo, excepto las conclusio-
nes; e.tá tomada de mis publicaciones anteriores, y lo único que
bazo es resumir la doctrina en forma un tanto nueva, al intento de
dar á conocer al lector, con la mayor brevedad posible, los funda-
mentos sobre que descansa la teoría que luego ha de ser ex-
puesta.
16	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
tado yo la expresión equivalente de saber _poten-
cial (1).
Mi saber potencial presenta aquel depósito á las
experiencias, y de él puede alimentarse siempre mi
potencia recordatriz.
Cuando el carbón se ha inflamado y ha dado lu-
gar á que el calor se manifieste de una manera sen-
sible, al trabajo que de él va procediendo se le de-
signa con el nombre de fuerza viva. De un modo
análogo, á las representaciones que van surgiendo
del fondo del saber potencial las he llamado yo sa-
ber vivo.
He dicho también que la lengua alemana señala
esta distinción de una manera apreciable. Ich kann
Franzüsisch (Yo se francos), significa tanto como que
yo tengo en mi saber potencial el tesoro de la len-
gua, mas no que todo este tesoro esté vivo en mí
en el instante en que hablo. De otro lado, cuando
digo Ich weiss, 9Vas ich spreche (sé lo que digo), indico
de un modo concreto y limitado mi saber vivo, es
decir, únicamente aquel saber que está vivo en mí
en el instante en que hablo. Vemos, pues, aquí una
indicación de la diferencia entre el poder (saber po-
tencial) y 'el saber ( Wissen) en estricto sentido.
Pero el saber vivo no depende exclusivamente
del saber potencial. Al saber vivo ó actual pertenece
todo cuanto se halla contenido en mí en forma de
representación en un momento dado. Así, cuando
contemplo un paisaje nuevo (para mí), tengo del tal
(1) Y. Stricker: Estudios sobre la conciencia (Studien íiber da:
Betousstsein). Viena, Braumillier, 1879.
e
io-le
1')F LA
FISIOLOGÍA DEL DERECHO 'Y
	
f›,
paisaje una representación que no deriva la/1'1'T
cuerdo; y, sin embargo, esta representación es una
parte de mi saber actual.
Este saber actual ó vivo aliméntase, por tanto,
de dos fuentes, cuyos productos coinciden ó se jun-
tan á menudo. Cuando veo á un hombre á quien ya
conocía, me le represento justamente como un ob-
jeto observado. Pero al mismo tiempo se despierta
en mí la imagen de este hombre nacida del saber
potencial. Entonces me doy cuenta (le que conozco
en el momento presente al hombre de antes y de
que su imagen surge en mí del saber potencial.
Tornemos á la comparacion. Así como las fuer-
zas insidentes en el depósito de carbón pueden ser
despertadas para diferentes usos, pues el carbón in-
flamado sirve para calentar y para dar luz, así tam-
bién los diferentes elementos ó partes del saber po-
tencial pueden ser traidos al saber vivo mediante
adecuados estimulantes. Pero no podemos llevar la
comparación tan lejós, que hayamos de decir que
el saber potencial, de un modo análogo á lo que
acontece con el carbón frío, se haga completamente
inactivo. Más bien, si la comparación ha de ser uti-
lizable para lo que en adelante expondremos, debe-
mos decir, con lo que la imagen quedará completa,
que tudo el depósito de carbón se encuentra en un
estado de inflamación débil, y que esta inflamación
contribuye algo á la debilidad general.
Esta debilidad general, referida á la activi-
dad psíquica, constituye un elemento de la con-
ciencia en cada momento. Ella es la que sirve de
base á lo que denominamos la ,propia conciencia
92
18	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 ,r111
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5
.p 810
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(Selbstber •usstsein). Si queremos llevar más adelante
aún la comparación, debemos decir que el punto
luminoso se ha de concebir en continua oscilación
("Wanderung), ó por lo menos en constante cambio
("Wedsel). Para fundar este juicio, ruego al lector
que tranquilamente, colocado en una posición hori-
zontal, cierre los ojos é intente representarse cual-
quier objeto del mundo exterior, por ejemplo, un
caballo. Cuando se procura tener fija por largo tiem-
po en el saber vivo la imagen de un caballo, se ad-
vierte desde luego que la tal imagen se hace con-
fusa, después se borra, nuevamente revive y nueva-
mente desaparece: e decir, resulta que no se halla
uno en situación de mantener continuamente en el
saber -vivo una y la misma imagen recordada, sien-
do preciso estar repetida y sucesivamentedesper-
tando la imagen que quiero representarme durante
un largo período de tiempo.
Todavía más fugitivos que los recuerdos de ob-
jetos vistos, son los recuerdos de palabras y de so-
nidos, cuando tales recuerdos son posibles. Si quie-
ro representarme la palabra caballo por un tiem-
po mayor del que se emplea en la pronunciación
ordinaria de ella, tengo que llevar la palabra á la
representación y hacer que en cada sonido particu-
lar, en cada sílaba, se detenga esa representa-
ción; y aun este retardo me cansa muy luego: así,
por ejemplo, no puedo conservar de un modo per-
manente una C en el saber vivo. Si quiero que no
se desvanezca la representación, tengo por fuerza
que estar llamando repetidamente la C al saber
vivo: tengo, pues, que repetir la representación de
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 19
la c, ó mejor dicho, tengo que estar pronunciando
en silencio y unas después de otras muchas C (lo
propio que sucede con los pensamientos) (1).
Y ya que he comparado aquella parte de la con-
ciencia que momentáneamente se halla viva en
nosotros con la parte encendida y brillante del de-
pósito de carbón, he de añadir que no puede estar
continuamente ardiendo un mismo sitio, sino que
la llama, por regla general, va de una parte á otra,
pudiendo á lo más, por excepción, perseverar dis-
continuamente en un mismo punto; lo que vale tan-
to corno decir que si se mantiene en un solo lugar,
ha de conservarse en, él como 2cna luz que oscila agitada
por el viento.
Lo que está acumulado en nuestra conciencia, lo
divido en dos grupos, en uno de los cuales incluyo
las representaciones de palabras, y en el otro todas
las demás representaciones.
No trato ahora de la naturaleza de las represen-
taciones de palabras; ya he dicho bastante sobre el
particular en otra ocasión (2), y para la inteligencia
del presente escrito no es de necesidad absoluta, re-
petir la doctrina entonces expuesta. Bastará con
que haga notar en este sitio que las palabras son
para nosotros signos, y que para que estos signos
se entiendan, es preciso que se enlacen con ellos
otras distintas representaciones. Mientras desconoz-
(1) Suplico al lector que, para imitar la tentativa, cierre los ojos
y contenga el aliento.
(2) Stricker: Estudios sobre, las representaciones do palabras
(Sludien itiber die Sprachvorstellungen), Viena, Braurnüller, 1890.
20	 FISIOLOGIA DEL DERECHO
co la cosa á que la palabra se refiere, no puedo sa-
ber cuál es el significado de esta última.
Ahora, el enlace de que se trata es de dos espe-
cies. De un lado, se puede unir la representación de
una palabra con la representación de un objeto de-
terminado cualquiera, como ocurre, v. gr., en los
nombres propios. En el instante que surge en mí la
representación de la palabra Viena, pasando del sa-
ber potencial al saber vivo ó actual, se despierta
también en mí con más ó menos fuerza la imagen
de esta ciudad.
Semejante unión de la palabra con la imagen
puede ser diferente en los diferentes hombres. Por
ejemplo, yo no puedo unir interiormente con el
nombre de una ciudad que no he visto la misma
imagen que un habitante de dicha ciudad. Así tam-
bién con las palabras padre, madre, se unirán dis-
tintas imágenes, según las diversas familias.
Todavía no se ha hecho en este sentido un exa-
men de todo nuestro tesoro ó caudal de palabras.
Yo mismo me he ocupado repetidamente de este
asunto y he hecho acerca de él algunas 6bserva-
ciones. Pero estas particularidades no tienen im-
portancia para el fin del presente escrito. Sin em-
bargo, todavía cabe perfectamente observar aquí
que no siempre enlazamos imágenes (el recuerdo
de las cosas vistas) con las palabras; también enla-
zamos con ellas cosas oidas, tocadas, interiormente
sentidas, en suma, todo cuanto, en cualquier mo-
mento y forma, hemos percibido á consecuencia de
una excitación nerviosa.
Frente á las uniones 6 enlaces simples que aea-
411
se
lo
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 21
bamos de mencionar, existen otros enlaces múlti-
ples, ideales ó de concepto (befirifflicke). Si me re-
presento la palabra caballo sin artículo, se enlazan
con ella alternativamente, ó como puedo muy bien
decir, tí porfía (im Wettstreite) (1), las imágenes de
los diferentes caballos que he visto, ó más bien, de
aquellos caballos, los cuales han dejado en mí una
impresión más viva. He dicho á porfía, porque las
imágenes luchan entre sí. Tan luego como una de
ellas aparece en el proscenio del saber vivo, no tie-
ne más remedio que retirarse la que anteriormente
ocupaba ese puesto. De esta especie de unión, y
sólo de e' la, es de donde nace lo que llamamos ver-
balmente (sprachlich) nociones concretas.
Una noción concreta (2) es, por consiguiente,
una representación de palabra que se halla enlazada
con muchas impresiones sensitivas verificadas en
momentos varios. De aquí que las nociones concre-
tas tienen forzosamente que cambiar, según el gé-
nero de vida y según el lugar donde los hombres
vivan. Un habitante de los Alpes centrales se for-
mará una noción muy diferente del territorio que
un habitante del desierto; un due,rio de caballos de
regalo tendrá otra idea del caballo que un mozo de
labor, en cuanto en el primero se enlazan á porfía
(1) Esta expresión es usual en la fisiología de los sentidos. Don-
de yo primero la ví empleada fué en un escrito de Panum.
(2) En sentido verbal, he dicho antes, con lo que he querido
significar que las cambiantes imágenes pueden también enlaz , r-
C se con la visión de un objeto. Cuando yo veo un caballo, tanto pue-
do enlazar con esta imagen las imágenes de otros caballos que
haya vista anteriormente, como la palabra «caballo»,
22	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
con la palabra caballo las diversas formas y movi-
mientos de los caballos de caballeriza que el dueño
de que se trata ha observado diariamente, á en el
curso de su vida; y en el segundo, en cambio, se
enlazan con aquella palabra las imágenes de la bes-
tia de tiro y carga.
Pero, ¿le dónde derivan todas las especies de
uniones ó enlaces? La contestación es muy sencilla.
Las uniones se sedimentan y consolidan en nosotros en
el mismo orden en que se han introducido en nuestro
interior. Si al niño se le va amaestrando gradual-
mente para que ponga un nombre á un objeto cual-
quiera que se le presenta delante, se ve que enlaza
de cierta manera la palabra y la imagen; de suerte
que cuando surge en él la primera, recuerda en se-
guida la segunda, y al contrario.
Puede, naturalmente, suceder, y esto no sólo en
los niños, sino también en los adultos, que el enla-
ce sea forzoso, y que á la vista del objeto no se pue-
da recordar el nombre del mismo; ó por el contra-
rio, que al oir la palabra no se recuerde la imagen
enlazada con ella y no se sepa, por tanto, lo que la
palabra significa.
De un modo análogo se verifican también los en-
laces ideales ó de concepto. Se le muestra al niño
por vez primera un caballo pintado, dándole á co-
nocer la palabra con que se designa el objeto cuya
es aquella imagen; inmediatamente después se le
muestra un caballo vivo y se enlaza la nueva ima-
gen con la misma palabra diciéndole que lo que
ahora ve es también un caballo; se repite la misma
enseñanza mostrándole ahora caballos de tiro y car-
4
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 23
ga, luego caballos de regalo, más tarde caballos de
diferentes colores, con lo cual se consigue enlazar
con una misma palabra imágenes diversas. En el
momento en que aparece la palabra, se despiertan
esas diferentes imágenes. Pero nunca pueden sur-
gir en nosotros simultáneamente imágenes que no
han sido simultáneamente observadas. Yo puedo
perfectamente enlazar con la imagen de un caballo
la imagen del conjunto de caballos de un regimien-
to de caballería, con tal de que lo haya visto alguna
vez (desde una altura, por ejemplo); pero no puedo
formar una sola imagen de co ¡junto con las de los
diferentes caballos que haya visto en los distintos
tiempos. Estas últimas imágenes no pueden venir al
saber vivo sino sucesivamente y á porfía. La noción
caballo tampoco se agota con la imagen colectivade un regimiento de caballería; á esa noción perte-
necen necesariamente las imágenes que surgen á
porfía, esto es, los múltiples y variables recuerdos
de objetos que yo he observado en distintas ocasio-
nes y momentos.
El enlace de las palabras con las representacio-
nes que, como decimos, indican la significación de
las mismas, puede llamarse también asociación. Pero
el concepto asociación de las representaciones es
mucho más amplio, y hay que referirlo en primer
término al enlace de las múltiples representaciones
que nos formamos de cosas del mundo exterior. A
mí me ha parecido que la expresión más oportuna
para designar las representaciones asociadas era la
de complexo, que es como las he llamado, y ahora
me parece que puedo emplear esta misma expre-
24	 HSIOLOGi A DEL DERECHO
Sión, mejorada, llamando á las tales representacio-
nes complexo fundamental (Gí rzozdcomples) (1). Cuan-
do observo directamente un objeto cualquiera del
mundo exterior, por ejemplo, uno de los espectado-
res de un teatro lleno ó uno de los transeuntes de
una calle muy frecuentada, introduzco en mi inte-
rior una imagen que de una sola vez se me aparece
asociada, multiformemente, imagen que denomino
complexo fundamental, en oposición al mero com-
plexo, el cual no lo introduzco en mi interior si-
multáneamente y corno un todo, sino que lo he en-
lazado y asociado en mi representación.
Pongamos un ejemplo. Una persona me cuenta
que un momento hace le ha pedido limosna en la
calle un señor atildado, de buena apariencia y ele-
gantemente vestido. El que me cuenta esto ha reci-
bido dentro de sí como complexo fundamental la
imagen de conjunto del mendigo decentemente ves-
tido; por el contrario, yo, al escuchar el relato, ten-
go necesidad de construir dentro de mí el complexo
con ayuda de las imágenes que en mí van desper-
tando las palabras que escucho.
Lo diré de otro modo. Cuando observamos direc-
tamente el inundo exterior y adquirirnos noticias
de él directamente, depositamos en nuestro interior
esas observaciones como complexo fundamental.
Por las noticias indirectas que adquirimos de ese
mundo exterior (como sucede con todas las que ad-
(1) V. S trieker: Estudios sobre la asociación de las representa-
ciones (SVudien	 du Association der Vorstel; ungen), Viena,
rn ifller l 1885.
ristotoGíA DEL DERECHO	 25
quirimos por comunicación verbal de nuestros se-
mejantes), formamos un complexo secundario, un
mero complexo.
Por tanto, en lo que se refiere á las experiencias
directas, el complexo fundamental que ha sido de-
positado en nuestro interior nos ofrece imágenes
potenciales del mundo exterior. Tan pronto como
la imagen potencial pasa al saber vivo, se convierte
también ella en imagen viva.
Estas imágenes son más ó menos fieles, según
los distintos individuos. O lo que es lo mismo: los
diversos elementos de un complexo fundamental
son depositados en su interior por los distintos
hombres con desigual intensidad.
Así es que en unos individuos se borra antes tal
parte ó miembro del complexo, y en otros tal otro;
razón por la que no reproducen exactamente lo mis-
mo la imagen recibida.
Pero, por regla general, los diversos hombres no
pueden menos de formar del mismo objeto análogo
complexo fundamental, y las experiencias, ó lo que
es igual, la totalidad de los complexos depositados
en el interior de los individuos, tienen por fuerza
que ser análogas en cuantos pertenecen á la misma
clase social, en todos aquellos que hacen vida co-
mún en un territorio determinado y comercian y se
relacionan unos con otros en varios respectos, aun
cuando no en to as y cada una de las cosas.
Ahora, la admisión de la analogía del depó-
sito interior de los complexos en los hombres des-
empeña un papel muy importante en el presente
trabajo, razón por la que me parece indispensable
2G	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
fundamentarla con el más riguroso razonamiento.
Semejante fundamentación habrá de consistir en
n análisis ú examen sobre el origen de la lógica,
examen que, á no ser por lo dicho, no cabría en este
sitio, donde se trata de la esencia de la razón.
SECCION II
Sobre la esencia de la lógica.
(PRIMERA PARTE)
En otro escrito ya citado (1) he dicho que gene-
ralmente se profesan opiniones erróneas acerca de
la esencia y valor de la lógica. Y puesto que una
vez más me ocupo de esta fundamental cuestión,
voy á tratarla con distinto criterio y á introducir en
su estudio algunos nuevos puntos de vista.
Cuando veo un caballo, generalmente se me
viene á la memoria la palabra «caballo»; sé, por con-
siguiente, cómo se llama es' e animal. Si alguien me
preguntase (alguien que no hubiera visto hasta
entonces ningún caballo) qué motivos me determi-
naban á llamar caballo al animal que teníamos de-
lante, fácil me sería contestarle de un modo conve-
niente con arreglo á las enseñanzas de la zoología.
Diríale lo siguiente: Como las extremidades de
este animal no tienen más que una sola uña, es
claro que se trata de un solípedo; y después le
mostraría que el animal que estábamos viendo no
(1) Estudios sobre la asociación de las representaciones;
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 27
tenía ninguno de los caracteres diferenciales de los
restantes solípedos, y sí justamente los del caballo,
por lo que tenía que ser un caballo. Así podría con-
testar si fuese preguntado. Pero cuando veo el ca-
ballo y me viene á las mientes el nombre específico
que le corresponde, no me doy cuenta de que lo que
hago sea la consecuencia de un razonamiento lógi-
co. Veo el animal, é inmediatamente se me ocurre
el nombre que le es propio. Y á quien quisiera decir
que en mí tiene lugar un razonamiento lógico, sólo
que yo no lo advierto, no me doy cuenta de él, le
contestaría que en la ciencia (Wissenschaft) no
pueden tener puesto más circunstancias ni situa-
ciones que aquellas do las cuales se sabe algo (man
etivas WEIS). El afirmar que en mi conciencia existe
algo de lo cual yo nada sé y los demás tampoco, es
una afirmación que, á mi juicio, cae fuera de la
ciencia.
Por lo demás, acaso no haya nadie que crea que
cuando vemos un caballo tenemos necesidad de ha-
cer ante todo un razonamiento lógico para encon-
trar el nombre que le conviene. Aun los hombres
profanos á la zoología, aun los niños de dos años,
saben dar su nombre correspondiente á un caballo
cuando lo ven. He creído, sin embargo, necesario
examinar aquí este punto, porque en lo sucesivo he
de referirme con suma frecuencia á él, y he estima-
do por demás importante ponerme de acuerdo desde
luego con el lector sobre un hecho sencillo y en
asunto donde el resultado no era para nadie du-
doso.
Exclarezcamos aun más este simple hecho, mi-
28	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
rémoslo bajo otros aspectos, investiguemos cómo
es que se me viene á las mientes el nombre de un
animal en el momento en que lo veo. Ya he resuelto
esta cuestión (sección 1, pág. 22). He dicho que de-
positamos en nosotros la imagen del caballo y en-
lazada con ella la representación de la correspon-
diente palabra. Este enlace se halla depositado en el
saber potencial. Cuando la imagen es provocada,
surge juntamente con ella la palabra, y cuando es
reclamada la palabra, surge unida con ella la ima-
gen. Este enlace es una asociación, he dicho tam-
bién, si bien la palabra asociación no suele aplicar-
se á este caso.
Al enlace de las represenlaciones es á lo que se
debe, por consecuencia, el que yo sepa dar su nom-
bre correspondiente á ciertos objetos del mundo ex-
terior en el momento en que se presentan ante mi
vista. Y la ocasión del enlace no está en otra cosa
sino en la simultaneidad con que observo, por un
lado el objeto, y por otro la palabra. Si tuviera yo
un perpetuo acompañante que tantas veces como
veo un caballo me pronunciara al oído una determi-
nada palabra, pero que no fuera la adecuada para
nombrar el caballo, en tal caso esta palabra y la
imagen del caballo se enlazarían, á no dudarlo, y
siempre que recordase la una surgiría en mí espon-
táneamente el recuerdo de la otra. De este modo
nos es muy fácilenlazar con la representación del
caballo cualquier representación verbal arbitraria,
de suerte que la una provoque la otra. Se puede,
por lo tanto, demostrar experimentalmente que la
evocación de la palabra--independientemente de
FISIOLOGÍA DEL LERECHO	 29
todo razonamiento lógico—depende única y exclu-
sivamente del enlace psíquico.
Y claro está que lo mismo exactamente puede
decirse del caso contrario á que ya hemos hecho re-
ferencia, ó sea la evocación de la imagen que está
enlazada con el nombre dado á la misma. Cuando
oigo ó leo la palabra «caballo» y enlazo con ella la
representación del animal designado por este nom-
bre, no habrá nadie probablemente á quien se le ocu-
rra afirmar que yo me he servido al efecto de nin-
gún razonamiento lógico.
Pues si así fuera, siempre que pronuncio, leo ó
pienso una palabra, tendría necesidad de hacer un
especial razonamiento lógico para entenderla. Por
consecuencia, lo mismo en este caso que en el ante-
rior, del enlace psíquico es de lo que depende la
evocación ó llamamiento (147achrufen).
Avancemos un paso más. Ya he dicho (pág. 24)
que cuando veo un objeto, todos los caracteres que
en el mismo he observado los deposito en mi inte-
rior como un complexo fundamental.
Al complexo fundamental que denomino caballo
pertenece la representación de la cabeza, del torso,
de los pies, de la cola, del color, etc., del mismo,
todo lo cual se llama caracteres. Ahora, cuando se
provoca en mi interior una parte de este complexo,
v. gr., cuando se me muestra la cabeza de un ca-
ballo, inmediatamente surge en mí el recuerdo de
todo el complexo fundamental, é igualmente, la pa-
labra que sirve para designarlo. ¿Tiene esto lugar,
pregunto nuevamente, á consecuencia de un razo-
30	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
namiento lógico? Cuando veo la cabeza de un caba-
llo, ¿me viene á la mente la imagen de todo el ca-
ballo en virtud de algún razonamiento lógico que
haga yo interiormente? Tengo que dar la misma
contestación que he dado anteriormente respecto
al enlace de la palabra con la imagen, ó sea que no
tengo conciencia de hacer semejante razonamiento.
Además de que no se ve por qué la cabeza de un
caballo—que en mi representación es una parte del
complexo fundamental—no haya de tener la misma
fu( rza provocadora que la palabra «caballo», con
tanta mayor razón, cuanto que esta última, según
demostraré, se halla enlazada con el complexo fun-
damental más débilmente que lo están entre sí las
diversas partes del complexo. I1Te lleva á afirmar
esta diversa fuerza de los enlaces la siguiente consi-
deración.
Como ya he dicho, puedo conservar la imagen
del caballo y olvidar la palabra con que éste se
nombra. Lo cual hace, como es sabido, que á veces
no nos vengan á la mente las palabras más fáciles.
Es seguramente menos verosímil que yo pudiera
representarme un caballo acéfalo, sin recordar que
los caballos tienen cabeza y que el que yo me re-
presento carece de ella, que no el que por un
accidente cualquiera no me acordase de la pala-.
bra «caballo», ó que esta palabra no me viniera á las
mientes.
Si, pues, se concede que «la palabra y la ima-
gen» se evocan recíprocamente á causa del enlace
que entre ellas existe, ¿cómo será posible poner en
duda que las partes de un complexo fundamental-
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 31
más firmemente unidas entre sí que lo están la ima-
gen y la palabra—se evocan también las unas á las
otras, justamente á causa del enlace que entre las
mismas se da?
Lo mismo tengo que decir con relación á aquellos
complexos que he construido artificialmente, mer-
ced á noticias que me han sido comunicadas por
medio de la palabra. Cuando leo una novela, cons_
truyo complexos artificiales de las figuras, de los
locales y sitios, de las acciones que en la novela se
describen. Ahora, algunas veces ocurre que la vis-
ta de un hombre me recuerda súbitamente alguna
de las figuras que he construido á consecuencia de
la lectura. Así, por ejemplo, una figura que he' en
contrado en la calle me ha recordado con frecuencia
á Sancho Panza.
Lo mismo que me sucede en la vida diaria me
sucede también en la enseñanza y en la ciencia. Me
llama al microscopio un discípulo porque no sabe lo
que significa el objeto que tiene de'ante. Voy allá,
miro en el microscopio, y en el momento que dirijo
por el mismo la mirada me viene á las mientes—á
lo menos cuando se trata de ciertos objetos—la co-
rrespondiente palabra.
Todo cuanto hasta ahora he notado acerca de la
recíproca ev,cación de las representaciones enlaza-
das no se refiere más que á aquellos objetos del mun-
do exterior con los que nos hallamos muy familia-
rizados, y en los que, por lo mismo, una parte del
32	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
complexo provoca inmediatamente la representa-
ción total y la correspondiente palabra. Apenas se
pondrá ya en duda, después de lo dicho, el que en
estos casos no hay precisión de ningún razonamien-
to lógico para llamar por su nombre al objeto. Pero
hay también casos en que no somos capaces de dar
inmediatamente el nombre adecuado á las imágenes
que observamos. Estos casos son aquellos en que se
presenta dudosa la determinación científica, el diag-
nóstico.
Interroguémonos ahora cuál sea la naturaleza
de esta nuestra duda, y procuremos dar la contesta-
ción con ayuda de un ejemplo. Yo me encuentro
diariamente á un hombre, en el que advierto tal y
tal otro carácter, que despiertan en mí el comple-
xo y el nombre «zapatero». Si veo después nueva-
mente á este hombre y las nuevas observaciones
que hago en él convienen igualmente con mi com-
plexo «zapatero»; si estas observaciones son tam-
bién aptas para despertar ó evocar en mí todo el
complexo, es claro que entonces no se me ofrecerá
dudoso el diagnóstico. Pero si, por el contrario, en
un nuevo encuentro con el hombre de que se trata
observo en él algo que me recuerda al «guarnicio-
nero», en este caso no me quedaré ya satisfecho con
enlazar la imagen de este hombre con mi concepto
ó noción «zapatero», sino que comenzaré á dudar.
Cuando en adelante piense en dicho hombre, enla-
zaré con él, ya la noción «guarnicionero», ya la de
«zapatero». Las dos representaciones de palabras
son evocadas &porfía (im IFettstreile). Ahora, esta
porfia y la circunstancia de no dejarnos satisfechos
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 33
ninguno de los nuevos enlaces, es lo que constituye
la esencia de la duda.
Tratemos de poner en claro ahora, con ayuda de
otro ejemplo tomado á la vida diaria, cuál sea el
modo corno la duda se resuelve. Mi portamonedas
se me ha perdido. ¿Dónde puede estar? A porfía se
agolpan á mi mente los recuerdos de los lugares en
donde acostumbro guardarlo. Pero ninguno de los
recuerdos evocados me deja satisfecho. Entonces
me ocurre pensar si por esta vez no lo habré guar-
dado en ninguno de los referidos lugares. Mis pes-
quisas en éstos serán, pues, inútiles. Pero también
podría ser que hubiera yo guardado el portamonedas
en uno de los repetidos lugares y que me lo hubie-
sen robado. En este caso se haría uso de la lógica.
Pero todas las reglas de la lógica no conducen á re-
sultado alguno. Entonces hago de repente una nue-
va observación. Veo un traje que he tenido puesto
poco antes, le tomo en las manos y encuentro en él
el portamonedas. ¿Han sido los razonamientos lógi-
cos lo que me ha servido para el hallazgo, ó ha sido
la vista del traje y el consiguiente recuerdo de ha-
ber guardado en él el portamonedas? -Yo no soy
conscio de haber hecho un razonamiento encadena-
do, puesto que la idea ha surgido en mí de repente,
en el momento de haber visto el traje. Por el con-
trario, el enlace de la imagen del vestido con el re-
cuerdo de haber guardado en un bolsillo del mismo
el portamonedas, es un hecho positivo y cierto.
¿Cómo, pues, he de abandonar la experiencia segu-
ra, de que las representaciones asociadas se evocan
recíprocamente, ante la hipótesis de que llego á
31	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
conseguir el recuerdo por medio de un razonamien-
to del cual no temo conciencia alguna?
También en esto de la duda meacontece en la
ciencia exactamente lo mismo que en la vida pr_c-
tica. Cuando me encuentro perplejo en el diagnós-
tico—ora en el museo, ora al microscopio, ya á la
cabecera del enfermo,—tengo que procurar hacer
nuevas observaciones, observaciones que hablan
resueltamente en favor de alguno de los completos
posibles. Jamás me ha llevado á adoptar una reso-
lución en caso de duda la fuerza de las reglas lógi-
cas. Sin embargo, en esta materia nos suelen enga-
ñar las exposiciones verbales. En nuestra concien-
cia existe el complexo total, entero, mientras que
en la exposición verbal del mismo se nos presenta
desmenuzado en partes. El zoólogo que pretende ha-
cerme la determinación científica de una mariposa
que yo desconozco, en forma lógica, tiene dentro de
sí una imagen total de esta mariposa; pero no puede
transportar de una sola vez (1) esta imagen en su
totalidad de su conciencia á la mía. Tiene que par-
tirla en pedazos, dar á conocer cada pedazo por me-
dio de palabras, y ordenar las palabras conforme á
las reglas del lenguaje.
La exposición verbal no nos da, por consiguiera
te, una imagen fiel del contenido de la conciencia
en cada caso; solamente nos muestra este contenido
en partes separadas.
Ahora ya me parece que he llegado al momento
(1) A no ser por wdio de rotogratbs ó (le representaciones
TA_AsUn.s.
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 35
culminante del asunto, por cuanto la lógica, como
doctrina, no se ha ocupado más que de los resul-
tados del fraccionamiento verbal de los complexos.
Los lógicos de profesión parece que no se han he-
cho cargo de que en nuestra conciencia existen
complexos totales. Les ha sucedido lo mismo que á
los turistas que no hubiesen visto jamás un palacio
y á quienes les entrara el deseo de trasladar á San
Petersburgo los elementos constituyentes de un pa-
lacio veneciano. Así que adquiriesen conocimiento
del gran valor de la cosa que iba á ser trasportada,
comenzarían á ensayar con la mayor exactitud po-
sible los planos de los referidos elementos. Los ce-
losos viajeros publicarían por el largo viaje los re-
sultados de su investigación; además habría luego
necesidad de un largo trabajo para llevar al ánimo
de los habitantes de aquel trayecto la convicción
de que los palacios son conjuntos arquitectónicos
cuyo conocimiento no es posible conseguirlo por la
palpación de sus elementos ó partes.
Para aclarar más el asunto, elijamos un caso en
el cual yo no dude, pero en que los demás hombres
que oyen mis manifestaciones duden y me den oca-
sión para aducir las pruebas de la verdad.
Asisto á una sesión oficial donde se lee un docu-
mento ó proposición, acerca de los cuales tenemos
que adoptar un acuerdo, según lo prescribe la ley.
Escucho la lectura, y en el mismo momento, exci-
tado por algunas palabras de las que acabo de oir,
se suscita en mí el recuerdo de una antigua orde-
nanza que por acaso he leído pocos días antes.
Esta evocación del recuerdo es tan repentina como
36	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
la evocación de la imagen y del nombre de un hom-
bre "1 escuchar una voz ó al oir pasos. Ni en el uno
ri a el otro caso tengo conciencia de hacer razona-
-rito lógico alguno. En el uno y en el otro caso
-ae creo seguro en mi opinión, pero en ambos puedo
e- uivocarme. Escucho en la sesión la proposición,
,'ite la ordenanza dicha, no se me cree, se consulta
la colección legislativa y resulta que mi observación
no concue la con la realidad. El texto de la orde-
nanza es completamente distinto de lo que yo me
figuraba. Ahora bien: ¿cuál era lo falso, mi lógica
ó mi enlace? Mi enlace, indudablemente. No había
yo advertido bien el sentido de la ordenanza; en lu-
gar de las palabras adecuadas he evocado de mi sa-
ber potencial otras diferentes. Mi enlace estaba,
pues, hecho equivocadamente.
Ciertos hombres que en la vida práctica ó en la
ciencia olvidan hechos, ó lo que es igual, que no
los evocan en tiempo oportuno, ó que en su caso no
evocan cuando deben los recuerdos de las observa-
ciones realizadas con anterioridad, ó finalmente, que
han observado imperfectamente el mundo exterior,
son inducidos á cometer errores lógicos, y en los
conflictos con ese mundo exterior ní siquiera queda
á salvo la estricta observancia de las reglas de la
lógica. Por otra parte, sabemos que hay muchísi-
mos hombres que no han oido ni leido jamás nada
acerca de las reglas de la lógica, y sin embargo,
proceden lógicamente. Yo pienso de una manera
lógica justamente cuando las representaciones vie-
nen á mi saber vivo enlazadas de la misma manera
que las he ido depositando en mi interior, de la
∎ !
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 37
misma manera que las he ido observando. El mundo
exterior se halla dispuesto lógicamente, ó mejor
dicho, el orden de las cosas en el mundo exterior,
sólo en cuanto con él se relaciona nuestro pensa-
miento, es el arquetipo de nuestra lógica. Cuando
todos los hombres depositen en su interior el mis-
mo orden de relaciones, las mismas circunstancias
externas, las mismas propiedades tocantes al mun-
do exterior, claro está que todos se inspiran en el
mismo arquetipo lógico.
El comercio humano ofrece una cantidad inago-
table de pruebas en favor de esta concepción.
Ahora bien: cuando expreso, mediante el len-
guaje, mi manera de representarme el mundo exte-
rior, me veo obligado—según ya he discutido suli -
eientemente—á dividir en partes los complexos. A
su vez, el que escucha construye con estas partes ó
fragmentos nuevos complexos. Cuanto estos nue -
vos complexos coinciden con el orden de sus expe-
riencias, entonces concuerda conmigo y declara mis
opiniones como racionales y lógicas; en el caso con-
trario, me contradice y considera que mi exposición
no es lógica.
Por consecuencia, cada uno de nosotros tiene
por lógicos los pensamientos de los demás, cuando
sus propias experiencias concuerdan con las de es-
tos otros.
Mas puede suceder que dos ó más personas de-
cl aren racionales y lógicos un juicio ó una acción,
y luego venga a demostrarse que ese juicio no se ar-
moniza con los datos y circunstancias del mundo
exterior, por lo que tales personas se vean obliga-
38	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
das á reconocer que se han equivocado. De donde
resulta que el criterio .?1ltimo acerca de la exactitud de
las cosas y relaciones depositadas en nuestro interior
(Einlagerungen) y la lógica de nuestras acciones se ha-
llan siempre constituidos, en cuanto se refieren á los
datos y circunstancias del mundo exterior, por la con-
formidad de aquéllas con dichos datos y circunstancias
del mundo exterior.
Hasta ahora no he hablado más que de aquellos
contenidos de nuestra conciencia que surgen 6 se
despiertan en nosotros de improviso. Todos los lec-
tores estarán seguramente de acuerdo conmigo en
que en semejantes casos no somos conscios de ha-
cer razonamiento lógico alguno; y creo además ha-
ber demostrado suficientemente que el suponer que
en los casos de que se trata realicemos un razona-
miento lógico, pero, sin embargo, no nos demos
cuenta de él 	 es tan anticientífico como innece-
sario. Pero con todo esto no está aún demostrado
que en determinadas circunstancias no pensemos
conforme á las reglas de la lógica. Estas circuns-
tancias pueden presentarse, v. gr., cuando nos dis-
ponemos á estudiar seria y profundamente proble-
más científicos. Será, por tanto, preciso un examen
más detenido pará comunicar también al lector mi
manera de ver acerca de esta importantísima forma
del trabajo mental.
Este fin no lo podemos alcanzar sino por vías
indirectas. Ahora, de una parte de estas vías indi-
rectas voy á ocuparme en una sección especial.
FISIOI OGÍA DEL DERECHO	 39
SECCIÓN III
Sobre la voluntad libre y la liberación
de las representaciones.
Cuando reflexiono sobre algún- problema sin que
me estorben ni distraigan percepciones externas,
van pasando por mi saber vivo series y series de
representaciones, que sin duda alguna proceden
del saber potencial, en el que nuevamente vuelven
á caer luego las tales representaciones.
Ahora bien, aquí vamos á ocuparnosante todo
de las causas que dan origen á que las representa-
ciones sean evocadas, ó para decirlo en los térmi-
nos que la ciencia emplea, de la liberación (A g/13M-
suny) de las representaciones. Preguntar quién
qué cosa produce esa liberación, tanto significa co-
mo preguntar quién ó qué cosa las libra de la es-
clavitud en que las tiene el saber potencial y las
lleva al saber vivo?
Mas, como me propongo discutir esta liberación
en el campo de la fisiología, paréceme conveniente
exponer antes algunas observaciones acerca de la
libre voluntad. Pues, en efecto, la voluntad libre, ri-
gurosamente considerada, se refiere á una actividad
muscular. Decir que puedo hacer y hablar lo que
me plazca, no significa más que contraigo á mi
completo arbitrio los músculos con los cuales ha-
blo y con los que muevo mis manos ú otra cual-
quiera parte de mi cuerpo. Mas es una cosa clara
que los músculos, para contraerse, necesitan antes
recibir un impulso.
40	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
Ahora, por lo que concierne á los movimientos
voluntarios Ovillhii.rlichen), este impulso tiene que
partir de la sede de la conciencia, ó lo que es lo
mismo, el impulso tiene que ser conscio. Pues
cuando se contrae un músculo de mi cuerpo sin
que preceda á esta contracción ningún acto cons-
ciente, entonces digo que el movimiento se ha pro-
ducido sin que intervenga mi voluntad.
Pero cuando se dice que el impulso ha de ser
conscio, se quiere significar tanto como que debe ir
precedido de algún saber vivo, ú sea de alguna re-
presentación.
Por consiguiente, para poder hablar y obrar por
voluntad libre, necesito hallarme en situación de
provocar libremente aquellas representaciones que
han de preceder á la acción de los músculos. El
problema relativo á. la naturaleza de la voluntad li-
bre está, pues, íntimamente enlazado con el de la
liberación de las representaciones. Ahora, mi ex-
posición ó teoría fisiolóflica en torno á la liberación
de las representaciones abarcará en p.incipio toda
clase de problemas subordinados, y por tanto, com-
prenderá también el de los actos hijos del arbitrio;
podía, en consecuencia, no ocuparme de la cues-
tión relativa fi. la esencia de la voluntad libre, sin
temor á, las objeciones que contra la teoría que voy
á exponer se formularan. Y podía hacerlo de esta
manera con tanto mayor motivo, cuanto que ya en
otro trabajo anteriormente publicado (1) he tratado
el asunto con detenimiento,-apoyando mi argu-men-
(1) Esludio.e sobre la conciencia.
FISTOLOGfA DEL DERECHO	 41.
tación con pruebas. Pero como en el presente escri-
to deseo manifestar mis opiniones acerca de la mo-
ral, y como además de vez en cuando me veo obli-
gado á entremezclar algunas observaciones tocan-
tes á la voluntad en sentido ético, me parece con-
veniente exponer aquí una vez más la teoría de la
voluntad libre; advirtiendo que pretendo presen-
tarla como algo nuevo, al menos en cuanto á la for-
ma de la argumentación.
Examinemos ante todo cuál es el modo como se
suceden las representaciones. Por regla general, las
unas evocan á las otras. En esto no se concede poder
alguno á la voluntad. Si oigo la voz de mi enemigo,
inmediatamente surge también en mi interior la
representación de su figura, aun en el caso en que
de buen grado me quisiera ahorrar tal recuerdo. Si
recibo una carta en que se me participa alguna co-
sa, verdaderamente desagradable, no puedo alejar
de mí por algún tiempo las representaciones que se
enlazan con la nueva que me han dado á. conocer.
Yo me resisto, hago lo que puedo por desasirme de
tal pensamiento, busco distracción; pero inútilmen-
te, porque las representaciones del suceso des-
agradable no me abandonan un momento.
Mi voluntad, por tanto, no puede impedir que
las representaciones, que están enlazadas unas con
otras, dejen de evocarse recíprocamente. De otro la-
do, la voluntad es absolutamente impotente en to-
dos aquellos casos en los cuales carecernos de toda
experiencia, ó ésta se halla poco firme, ó está mal
enlazada. Yo-me representaría de buen grado, v. gr.,
cómo se ve en el interior de la tierra, pero no pue-
12	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
do hacerlo porque me falta la necesaria expe-
riencia.
El candidato que va á examinarse y que ha es-
tudiado lo necesario, al cual no le falta la experien-
cia, podría ciertamente contestar muy bien á las
preguntas que se le dirijan; pero en aquel momen-
to, ó no le ocurre absolutamente contestación algu-
na, ó la que da es por completo inadecuada, por
haber hecho los enlaces de manera defectuosa. Por
tanto, cuando la evocación de las representaciones
se hace con arreglo á los enlaces, se halla en depen-
dencia estrecha de éstos. Mas tampoco tiene poder
alguno la voluntad sobre aquellas representaciones
que surgen en mí independientemente de todo en-
lace, sobre aquellas representaciones que brotan de
improviso, sin estar enlazadas con pensamientos
anteriores. No tendría sentido alguno la afirmación
de que yo he querido aquello que me ha ocurrido
de improviso, aquello que no tenía relación ningu-
na con el contenido actual de mi pensamiento.
Pero si mi pretendida voluntad libre no ejerce
influjo, ni sobre las representaciones que son provo-
cadas gracias á, sus enlaces, ni sobre aquellas otras
que son provocadas sin enlace aparente; si es, por
otra parte, cierto que no hay posibilidad de movi-
miento voluntario sin que preceda al mismo una
representación , resulta que cuando se afirma la
existencia de la referida voluntad libre, se afirma
un absurdo. ¿A qué obedece, sin embargo, que ob-
servemos en nosotros la existencia de una voluntad
libre que ejerce imperio sobre los movimientos
musculares, y, por consecuencia, sobre la palabra y
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 43
los demás movimientos del cuerpo? Voy á procurar
explicarlo por medio de una imagen.
Construyamos en nuestro espíritu el esquema
de un hombre. En este esquema ó modelo deben
:_,-,11arse colocadas todas las cosas y partes exacta-
mente lo mismo que en el hombre real. Las impre-
siones del mundo exterior deben obrar sobre la red
nerviosa de la periferia.; esas impresiones deben ser
trasmitidas al cerebro, y precisamente á la corteza
cerebral; pasar luego á alguna de las vías de las
mil clases de ramificaciones de los filamentos ner-
viosos, y por fin, afectar á algun nervio muscular y
producir un movimiento. Pero á nuestro esqu-ma
debe faltarle una cosa, que es la conciencia. Por esa
razón hay que añadir al mismo otra propiedad que
compense la falta. Todo este sistema ramificado de
filamentos nerviosos de la corteza cerebral nos lo
figuramos como un sistema de hilos eléctricos, la
excitación nerviosa producida la miramos como
una corriente eléctrica, y en ciertos puntos de en-
lace ó centros de esta red tiene que ser suplida la
dirección por aquel aparato que vemos en las lám-
paras eléctricas. Mora decimos: la diferencia entre
el hombre real y nuestro modelo consiste en que
en el primero, en los puntos de enlace ó centros re-
feridos brilla la conciencia, mientras que en el se-
gundo lo que brilla es la luz de una lámpara.
Supongamos que nos encontramos ante el mode-
lo dicho como observadores. El sistema nervioso
tiene que presentarse desplegado ante nuestra vis-
ta, de manera que lo podamos observar fácilmente.
De la sucesión de las corrientes no advertimos nada
J 44	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
sino cuando vienen á producir sus efectos en una
lámpara y cuando todas estas corrientes son de
duración muy breve, de manera que produzcan mo-
mentáneas vibraciones ó relampagueos de la mis-
ma. Lo que sí debíamos poder observar en el es-
quema eran las contracciones musculares. Ahora
bien; observando el funcionamiento de este modelo
por un período largo de tiempo, nos resulta que á
cada contracción muscular precede el relampagueo
de una determinada lámpara. Mientras no conocié-
ramos ninguna otra causa de la contracción, nos
sentiríamos inclinados á convertir el post hoc que
se repite con regularidad en un propter hoc, y á su-
poner que la causa de la contracciónse halla en la
lámpara, cosa que no conviene coa la realidad. Lo
mismo la contracción del músculo que el enrojeci-
miento de la lámpara son funciones de la corriente.
Esto es lo que sucede en el esquema. En el caso
de que se trata no se daría lugar más que á suponer
una relación causal entre la llama y la contracción.
En el hombre real sucede otra cosa.
En una de mis anteriores publicaciones (1) he
demostrado que la causa y el efecto llegamos á co-
nocerlos única y exclusivamente cuando adquiri-
mos conciencia de una relación existente entre la
representación mental y la actividad muscular; y
he hecho ver que la palabra «causa» no significa más
que una traslación de la voluntad al mundo exterior.
La representación mía que precede al movimiento
(1) Estudios sobre las representaciones del movimiento (Stu-
dien übe • die Bewegungstorstellungen). Viena, Braumiiller, 1883.
FISIOLOGÍA DEL DERECHO
muscular es para mí el único arquetipo de causa y
efecto. -V cuando presencio algún fenómeno del
mundo exterior y pregunto por su causa, no hago
más que imitar este arquetipo, este conocimiento
que tengo de la voluntad, de la cual dependen to-
dos mis movimientos corporales libres (1).
Si ahora se tiene en cuenta que de todo el decur-
so de la excitación nerviosa no recibimos en la con-
ciencia nada más que aquella parte precisamente
que provoca lo que llamamos representación y que-
rer, y que á esta representación y querer sigue la
contracción muscular y la acción, se comprenderá
por qué considerarnos á la representación dicha
como causa de esta acción.
Si todavía hay alguno que afirme que «él cree
aún en la libertad de la voluntad», le contestaré
diciendo—apoyándome en la analogía referida—que
tal afirmación no proviene sino de la pura y aislada
experiencia subjetiva. Le diré además que la afir-
mación corresponde á una determinada interpreta-
ción de un fenómeno equívoco; mientras que, por el
contrario, mi argumentación es una argumentación
necesaria é inequívoca.
Me contento en este lugar con la indicación de
que no tenemos poder para hacer depender de nues-
tra voluntad libre la evocación de las representacio-
nes, y paso á tratar de las circunstancias ó condi-
(1) En los citados Estudios puede verse más ampliamente fun-
damentado lo que aqui no puedo sino indicar.
46	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
ciones en las que las representaciones son de hecho
liberadas (1).
Las representaciones, é implícitamente los ac-
tos que con las mismas se hallan en relación, pue-
den ser liberados de dos diferentes maneras. En
primer término, por virtud de un estímulo exterior,
y entiendo por estímulos exteriores todo cuanto
existe fuera de la corteza del cerebro y excita los
nervios, por ejemplo, los dolores que padecen los
diferentes órganos. Por regla general, cuando estí-
mulos exteriores provocan las representaciones y
los actos, me doy cuenta de estos últimos, soy cons-
ejo de ellos.
Por tanto, cuando yo tomo, v. gr., el alimento,
realizando este acto con entera espontaneidad en
apariencia, tengo, sin embargo, conciencia de que
este alimento ha obrado sobre mi órgano de la vis-
ta, ó sobre el del olfato, ó sobre ambos á la vez.
En seguiado lugar, los estímulos psíquicos pue-
den ser internos, es decir, que tienen su origen den-
tro de la corteza cerebral. Estos estímulos pueden
ser de dos especies. El estímulo que ha obrado en
un punto Z de la corteza puede terminar en otro
punto X de la misma corteza, y este punto Xpuede
ser á la vez excitado desde otro punto 31: ó lo que
es igual, una representación puede liberar á otras.
Pondré un ejemplo. Yo he leido un libro en donde
se describe una comarca. Cuando dejo el libro de la
mano, me represento esta comarca; es decir, que el
(1) Me ocupo de esta materia especialmente por respeto á la
última sección de este libro, en la cual procuro caracterizar el ver-
dadero delincuente por locura moral.
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 47
recuerdo trae á mi saber vivo el complexo que inte-
riormente he formado poco hace de esa comarca.
Pero con este mero complexo se enlaza la repre-
sentación de un hombre á quien he visto en seme-
jante comarca. A su vez, con la representación de
este hombre se enlaza la representación de la rela-
ción en que yo me hallo con él. Y así va siguiendo
la cadena, hasta que me alejo del contenido del li-
bro; como se dice de ordinario, me he dejado llevar
en alas de mi pensamiento. Si bien es cierto que el
estímulo originario para esta cadena de pensamien-
tos viene del mundo exterior, en nuestro caso del
libro leido, puede, sin embargo, hablarse muy bien
de estímulos interiores, en cuanto que cada una de
las vías nerviosas es excitada por otra próxima, y
á menudo es difícil retroceder gradualmente en esta
cadena hasta dar con su anillo originario en el mun-
do exterior.
Hay una segunda forma de estímulos interiores,
que dependen de la circulación de la sangre, de la
cualidad de ésta, de la velocidad del torrente circu-
latorio, ó sea de la cantidad de sangre que circula
en una unidad de tiempo por una d, terminada zona
de la corteza cerebral y de otras circunstancias aná-
logas, todas las cuales podemos designarlas bajo la
denominación común de quimismo interno. Este qui-
mismo interno, ó, en otras palabras, los cambios
de materia que se verifican en una zona determina-
da de la corteza cerebral, pueden ser tan rápidos
que sirvan de estímulo para provocar representa-
ciones efectivas, y por consiguiente repentinas, y en
re l nrin con otra alwma.
FISIOLOGÍA DEL DEREcno
Las tres formas de estímulos que acabamos de
exponer pueden cooperar á un mismo resultado de
diferentes maneras. Voy á explicar algo más de cer-
ca tal cooperación, exponiendo algunas considera-
ciones sobre la circulación de la sangre.
Los ataques repentinos de pérdida de la con-
ciencia, como los envenenamientos por nicotina que
sobrevienen á veces á los fumadores de cie=rtas pun-
tas de cigarro muy cargadas de esta sustancia,
son con muchísima probabilidad el resultado de
una fuerte astricción de los vasos sanguíneos de la
corteza cerebral. Las observaciones hechas, me-
diante experimentos de vivisección, sobre los efec-
tos de la nicotina, así como también la palidez ca-
davérica y la frialdad dé la cara que acompafr'n á
tales desmayos, autorizan para suponer con bastan •
tes visos de verosimilitud, que los vasos sanguí-
neos de la corteza cerebral se han. restringido, y que
esta corteza suspende por completo su actividad
psíquica á consecuencia de la falta de sangre. Tan
pronto como se nota el primer vestigio de la read-
quisición del color rojo por la piel de la cara, señal
segura de que los vasos se han dilatado de nuevo,
se restablece también la conciencia, según he teni-
do ocasión de observar yo mismo algunas veces.
Forman la antítesis del estado de que acabamos
de hablar, aquellas formas impetuosas de excitación
que advertimos en los casos de cólera. y en algunos
accesos de furor de los locos, en los cuales se les
pone á los sujetos sumamente encendido el color de
la cara, por lo que sus vasos sanguíneos se dilatan,
sin duda alguna, y se aumenta en ellos la circula-
FISIOLOGÍA DEL DERECHO
ción de la sangre. Nuevo fundamento para la con-
getura de que la congestión de la piel de la cara
implica una congestión correlativa de la corteza ce-
rebral.
Sabemos también que los vasos sanguíneos es-
tán provistos de nervios, y que toda zona, por pe-
queña que sea, del cuerpo humano, puede llenarse
de sangre á consecuencia (le una excitación de de-
terminados nervios varales. Con semejantes con-
gestiones de una parte circunscrita del cuerpo, se
enlazan también ciertos estados de mayor irritabi-
lidad, y se enlaza un quimismo que, al desarrollar-
se, da origen á nuevos productos químicos, los
cuales obran á su vez como nuevos estímulos.
Ahora, esto mismo ocurre también, en cuanto á
las representaciones se refiere, con determinados
puntos del cerebro. Un punto congestionado hasta
cierto grado liberará las representaciones que se
hallen enlazadas con él más fácilmente,y por lo
tanto, con mayor frecuencia que otros puntos me-
nos ricos en sangre, y por consiguiente, menos ex-
citables. Todavía hay que añadir otro momen-
to. Con los nuevos productos químicos que ex-
citan la función de la sust;Incia del - cerebro, se
crean estímulos que dilatan los vasos sanguíneos de
una zona determinada. Esta extensión de los vasos
puede prolongar la función. Mis ojos, por ejemplo,
se inyectan de sangre cuando leo de noche. Pero
este efecto no desaparece inmediatamente que dejo
de leer ó que alejo la luz. Un incesante trabajo á la
luz artificial puede producir -u p a congestión Ferina-
riente de les ojos y de su aparato protector. Y aquí
4
50	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
se cierra el círculo: les efectos de la luz que hieren
el ojo, funcionando de estimulante exterior, dilatan
los vasos sanguíneos, y los vasos sanguíneos, una
vez dilatados, aumentan por su parte la irritabilidad
del ojo y producen nuevos estimulantes, que proce-
den del cambio de la materia. Análogos fenómenos
hemos observado en diferentes partes del cuerpo,
y tanto los experimentos de vivisección como las
experiencias realizadas sobre el hombre viviente,
nos autorizan para creer que hechos semejantes se
verifican también en la corteza del cerebro.
Procuraré explicar estos hechos.
Cuando alguno ha sufrido una grave pérdida, y
á consecuencia de la misma se ha excitado muy vi-
vamente un pequeño círculo de representaciones,
ocurre, por regla general, que estas representacio-
nes se estén repitiendo con frecuencia durante largo
tiempo. A veces es inútil llevar á estas personas
á un trabajo serio, ó querer sustraerlas del círculo
de la representación dominante por medio de algu-
na impresión exterior. Tales personas declaran que
no pueden trabajar en serio, ó que no pueden pres-
tar atención á las impresiones exteriores que se les
presentan, porque siempre tienen ante la mente la
desgracia sufrida: en otros términos, la represen-
tación de que se trata surge á menudo, de pronto y
sin conexión con otra cosa alguna presente, per-
turbando el curso normal de los pensamientos que
dicen relación al trabajo serio aludido.
Este análisis da una base científica á la tan ge-
neral'zada opinión ser) •ún la cual las grav es desgra-
cias que afligen á los hombres pueden traer consigo
1.3
1P'S
ate 1,
prito
e,
:os
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 51
perturbaciones en su espíritu. Cierto que no está
completamente probado que las dichas desgracias
basten por sí solas para producir esas perturbacio-
nes. Parece que sólo obran en este sentido cuando
existe en el sujeto una predisposición hereditaria á
las enfermedades mentales. Mas ahora no vamos á
ocuparnos de las condiciones mediante las cuales
se produce esta predisposición. Bástenos con indi-
car que determinadas excitaciones venidas de fuera
pueden dar origen á ciertas representaciones indi-
cadoras de estados morbosos, estados morbosos con
los que tiene lugar la evocación persistente, repen-
tina y desconcertada de las representaciones.
Análogos efectos se producen en todo el círculo
de la representación Novocada por causa exterior
cuando adquiere cierta viveza. La conocida frase:
«no se me quita tal cosa de la cabeza», expresa j u s-
tamente el carácter predominante de tales repre-
sentaciones. El que en todos estos casos se trate,
como yo sospecho, realmente de congestiones cir-
cunscritas, ó se trate en algunas circunstancias de
cambios de otra índole, por ejemplo, de modifica-
caciones que experimente en su más fina estructura
el aparato nervioso merced á esas representaciones
tan vivas, el que se trate de una ó de otra cosa in-
fluye muy poco en el progreso de los problemas psi-
cológicos.
Debemos tener en cuenta además las diferen-
cias individuales. Hay hombres en los cuales pue-
den ser tan vivas las representaciones provocadas
por una causa exterior, que les priven del dominio
de sí mismos. Algunos individuos—sobre todo en
52	 FISIOLOCIA DEL DERECHO
la plenitud de su vida—que toman en serio su vo-
cación, se hallan, por regla general, en aptitud de
ahogar, con el trabajo que su profesión les propor-
ciona, el predominio de ciertas representaciones
ajenas tí la profesión. Por otra parte, h :ay hombres
que son turbados en su profesión por frívolos moti-
vos exteriores, porque les oprimen con demasiada
frecuencia las representaciones que en ellos han sido
despertadas; hombres estos á quienes se les ocurre
á menudo a'go extraño, mientras se hallan des-
empeñando su cargo ú oficio; hombres de quienes
tengo que suponer—en vista de mi experiencia corno
profesor—que no son aptos para trabajos serios; hom-
bres, en fin, de quienes sospecho que nos revelan—
aunque sólo por modo de indicios --una situación
cerebral que pertenece á alguno de los tipos ya in-
dicados de perturbaciones psíquicas.
SECCIÓN IV
Sobre la marcha del pensamiento especulativo.
No es el estimulante la condición única para el
pensamiento. Si alguno es excitado á. que reflexione
sobre problemas relativos á la teoría de la electri-
cdad y carece de toda experiencia sobre la materia,
la excitación no producirá efecto. Esta sólo puede
servir para despertar elementos que se hallen en el
saber potencial. Y tales elementos tienen que refe-
rirse forzosamente al asunto de que se trate. Si yo
me propongo reflexionar acerca de un problema to-
cante á la electricidad y me viene á la mente en
FISIOLOGÍA DEL DEREC,II0
aquel momento una melodía ó se despierta en mí el
recuerdo de una pérdida sensible, el pensamiento
regular y serio sufre una perturbación.
Voy ahora á tratar de hacer sensible por medio
de una imagen el fenómeno tal y como yo lo he ha-
llado en mí pensando seriamente. Pero ante todo
ruego al lector que mientras no haya analizado yo
de cerca el asunto, acepte mi comparación y las ob-
servaciones relativas á la misma., como la enuncia-
ción de un nuevo hecho que tiene que ser demos-
trado.
Supongamos que un gran espacio de ter reno se
halla cubierto por muchísimas piezas pequeñas y
semejantes formando mosáico, por ejemplo, por fi-
chas de dominó. Cada pieza tiene en su superficie
inferior un fragmento de una imagen; pero debien-
do contemplarlas el observador por el lado opuesto,
todas le parecen perfectamente iguales, como acon-
tece con las fichas del dominó. Además, los frag-
mentos de las figuras deben estar distribuidos de
tal manera, que si se alza un número determinado
de fi has, entre todas ellas vengan á componer la,
imagen. Supongamos también que la distribución
sea tal, que los fragmentos de cada una de las imá-
genes estén distribuidos siempre en un cierto cir-
cuito, ó que si algunos pedazos están más aparta-
dos que los otros, puedan á lo menos reunirse con
sus compañeros mediante hilos ó señales apropósi-
to. Ahora, si algun individuo penetra en este cam-
po para componer una imagen, se verá obligado á
levantar una serie de fichas, volverlas á soltar, le-
vantarlas de nuevo y así sucesivamente, hasta que
54	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
consiga dar con dos piezas que casen entre sí. Su-
pongamos ahora que se va á hacer la busca á con-
secuencia de una cierta excitación. He levantado
por acaso una ficha, veo en ella un fragmento del
mapa del país, y podría ahora ya buscar las fichas
correspondientes para completar con la que ya ten-
go el mapa referido. Claro es que para lograr este
fin, tengo que levantar una tras otra las fichas de la
serie y confrontarlas entre sí. Es, por otra parte,
evidente que en las hipótesis que he hecho acerca
de la distribución de las•imágenes, las probabilida-
des de buen éxito aumentan cuando con cierta per-
sistencia me contraigo á aquella zona de la cual ha
partido la primera excitación, y, por el contrario,
que las probabilidades disminuyen cuando levanto
piezas que proceden de zonas muy apartadas entre
sí y que no tienen signo que indique que pertene-
cen á una misma imagen.
Ahora bien: yo he observado las diferentes for-
mas del pensamiento especulativo, y he encontrado
siempre que la imagen de que acabo de servirme le
cuadra exactamente. Hereflexionado, á veces no
sin nig-un buen éxito, sobre problemas de fisiología
y de filosofía, y he observado que en mí no ocurre
nada más que la evocación de elementos del saber
potencial, los cuales permanecen infructuosos en
toda ocasión mientras no logro traer al saber vivo
los elementos que casan (que son los adecuados). In-
mediatamente que llega este momento experimento
cierta satisfacción; retengo las partes en el saber
vivo, las reproduzco una y otra vez, y cuando á ca-
da nueva repetición me satisfacen, entonces creo
FISIOLOGiA DEL DERECHO	 55
que he conseguido un fin con la reflexión. Digo que
lo creo, porque no puede en realidad ser así.
Al siguiente día puede ocurrírseme de nuevo el
mismo asunto; pero entonces ya tengo una nueva
experiencia, en virtud de la cual me parece que
aquellos elementos no casan entre sí.
No se termina aquí el análisis. Mas no voy aho-
ra á demostrar cómo se pone de manifiesto esta ver-
dad, sino únicamente cómo se produce (verláult)
mi pensamiento.
Pero se preguntará: ¿,no han de apoyarse las
grandes creaciones del espíritu humano sobre otra
cesa más que sobre tales tanteos de ciego? Estas
creaciones ¿habrán de depender tan sólo de que en
el cerebro de un hombre se evoquen ó despierten
ciertas experiencias que parezca que casan entre sí?
Confieso que por espacio de muchos años me ha
parecido que mi pensamiento especulativo no era
otra cosa que un ciego que andaba á tientas. No lo
he dicho, porque creo que lo que hallo dentro de
mí no tiene interés para la psicología; me parece
que mis facult:des espirituales son más limitadas
que las de los demás investigadores. A veces me
ha sucedido lo que á un niño de la escuela, que
muerde la pluma porque no sabe cómo debe escri-
bir. Constantemente me están ocurriendo tesis y
principios verbalmente ordenados; pero los dejo á
menudo á un lado, y no he podido por eso llegar á
percibir ningl5n orden lógico en las cosas que me
ocurren.
Hay una cosa que siempre me está preocupando.
Creo que los demás hombres resuelven los proble-
56	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
mas inmediatamente que se proponen con orden ló-
gico semejante fin, y que en seguida proceden á ex-
poner en la forma conveniente el resultado de sus
indagaciones. Pero en mí no puedo encontrar pen-
samientos ordenados y dispuestos conforme á las
reglas de la lógica. Y cuando me propongo seguir
estas reglas, no lo consigo. La fuerza que me hago
al efecto me perturba y distrae. Yo, para resolver
las cuestiones, no tengo más remedio que hacer ob-
servaciones nuevas, ó dejar que las ideas ó princi-
pios organizados en mi interior vayan siendo evo-
cados sin violencia, sin constreñimiento alguno.
A pesar de todo, por el continuado empleo de
mi modo de trabajar, he llegado á adquirir la con-
vicción de que mi método de investigación filosó-
fica no es un tanteo de ciego. Desde luego, he de re-
cordar que hace ya muchos años tengo adquirido el
hábito de prepararme para tratar por escrito las
cuestiones graves, y singularmente las filosóficas.
No me es posible andar pasando en breve espacio
de tiempo desde un género de trabajo á otro, como
puede hacerlo el artífice. Antes de ponerme á ha-
cer un trabajo filosófico serio, tengo que prescindir
por algunos días de todo otro trabajo y ocuparme
en cosas indiferentes, con el fin de poder verme li-
bre de las representaciones que por el momento
me dominen. Durante los días de reposo comienzo
á hacer la transición, pensando á ratos y á ratos
no en el problema filosófico de que se trate y le-
yendo ú observando algo que se refiera al mismo.
Yo había inventado para mi uso particular la fra-
se de que el pensamiento tenía que asentarse an-
FISIOLOGÍA DEL DERECHO	 57
tes de comenzar el trabajo, lo mismo que el sedi-
mento de ciertos líquidos. Además, aplazaba tales
trabajos para la época de las mayores vacaciones es-
colares, y una vez que los había comenzado, me ais-
laba de todo comercio exterior que pudiera distraer-
me. Mis primeros trabajos filosóficos han nacido
en los Alpes, y la mayor parte al aire libre, en si-
tios poquísimo frecuentados, que yo buscaba para
ejercitar mi actividad. Cuando se trataba de cuestio-
nes muy graves me solía echar por el suelo, y por re-
gla general, me levantaba cuando dentro de mí ha-
bía visto enlazados ciertos principios de un modo
satisfactorio.
¿Qué significan todos estos actos preparatorios?
En circunstancias determinadas, estos actos son
los que preceden al sueño. En otras ocasiones,
cuando me echo y evito toda causa exterior de ex-
citación, me duermo.
Pero en los casos de que trato, en los que me
proponía hacer un importante trabajo interno, no
me dormía; antes bien, estaba muy despierto. Mien-
tras que días y semanas antes venía rechazando in-
mediatamente todo pensamiento que no se refiriese
al asunto que iba á, tratar; mientras que lo había ve-
nido haciendo con las palabras y tesis ó principios
que tenían r&ación con la materia; mientras procu-
raba eliminar, echándome en el suelo, hasta la pe-
queñísima actividad cerebral que es necesaria para
mantenerse uno en pie, ayudaba y favorecía todo lo
posible la reproducción de las representaciones do-
minantes. Me hallaba, pues—para emplear el mismo
simil de antes,—en la situación de un hombre que
58	 FISIOLOGÍA DEL DERECHO
tuviera que construir una figura con fichas de do-
minó y para quien todas las piezas que contuvieran
fragmentos de la figura se hubiesen señalado de
una manera especial, v. 1.r., de rojo, mientras que
las demás piezas fueran negras.
Retlexiónese, ahora que yo no puedo llegar en
modo alguno á la resolución de semejantes proble-
mas sino por la evocación de representaciones que
se encuentren en mi saber potencial; reflexiónese
además que el círculo de las representaciones que
pueden contribuir á esta resolución es relativamen-
te limitado, y en tal caso, ya no se podrá, llamar á
mi trabajo un tanteo de ciego. Pero podrá objetarse
que existen también meras palabras, principios
que no están organizados sino verbalmente, princi-
pios que he adquirido aprendiéndolos. Ahora, ¿de
qué manera pueden contribuir estos elementos á la
solución de un problema importante?
Voy á procurar dar contestación á esta pre-
gunta.
Supongamos que la palabra despierte otras re-
presentaciones en el orden que las he depositado
en mi interior. Pero yo he introducido esta palabra
rectamente, es decir, de u anera que corresponda al
mundo exterior. En la teoría de la lengua he leido
y oido decir «el pié del caballo», no «el caballo del
pié». No se me ha puesto corno ejemplo la tesis «la
casa se apoya sobre el tejado», sino «el tejado se
apoya sobre la casa». Las tesis ó principios, por
consiguiente, si no «funcionan» mal algunas fibras
nerviosas, no pueden presentárseme de otro modo
que lógicamente ordenados.
FISIOLOGÍA DELDERECII0	 59
Y lo que se dice del mundo exterior, se dice tam-
bién del interior, ó sea de aquellos principios ó te-
sis que se elaboran en mi propia conciencia en vir-
tud de las observaciones que he hecho precedente-
mente. Decir que los principios estén lógicamente
ordenados, significa tanto corno decir que corres-
ponden á las relaciones reales. Por tanto, cuando
son evocados tales principios vienen á mi sater
vivo las imágenes de las relaciones reales. Lo único
que me queda por hacer es agrupar estas imágenes
en nuevos completos.
Pero, ¿quién hace la adecuación ó adaptación?
se preguntará. ¿No anda aquí de por medio, des-
pués de todo, la lógica? Es posible, contestaré yo;
mas de ninguna manera es necesaria semejante
hipótesis. lie dicho repetidamente que la única,
cosa que regula la adecuación es la satisfacción in-
terna. Si en mi interior se despierta primero la
imagen de una casa y después la imagen del vuelo,
no me satisfago en combinar ambas imágenes y
formar con ellas el siguiente principio ó tesis: da
casa vuela». Y no me satisfago, porque el tal prin-
cipio no responde al orden interior de mis experien-
cias. Cuando uno de los que se llaman espiritistas
me dice que La evocado el espíritu de uno

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