Logo Studenta

Lacan, J Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ALEMANA 
DE UN PRIMER VOLUMEN DE LOS 
ESCR ITO S1
El sentido del sentido (the meaning ofmeaning): sobre eso se planteó 
la pregunta. Señalaría que, como habitualmente, la pregunta se plan­
teaba por tener ya la respuesta, si no se tratase ahí simplemente de un 
juego de manos universitario.
El sentido del sentido en mi práctica se capta (Begriff) por el hecho 
de que se fuga: que hay que entender como de un tonel, no como un 
escaparse.
Es por el hecho de que se fuga (en el sentido: tonel) por lo que un discur­
so toma su sentido, esto es: porque sus efectos son imposibles de calcular.
El colmo del sentido, es palpable que es el enigma.
Para mí, que no me exceptúo de mi susodicha regla, por la respues­
ta, que he hallado en mi practica, planteo ia pregunta del signo al signo: 
cómo se señala que un signo es signo.
El signo del signo, dice la respuesta que hace pre-texto a la pre­
gunta, es que cualquier signo puede desempeñar, tan bien como la 
suya, la función de cualquier otro signo, precisamente porque puede 
sustituirlo. Pues el signo no tiene alcance sino porque debe ser des­
cifrado.
Sin duda hace falta que la sucesión de los signos tome un sentido a 
través del desciframiento. Pero no porque una dicho-mensión le dé a la 
otra su término ella misma entrega su estructura.
Hemos dicho lo que vale la vara del sentido. Desembocar allí no le 
impide hacer agujero. Un mensaje descifrado puede seguir siendo un 
enigma.
579
JACQUES LACAN
El relieve de cada operación -una de ellas activa, la otra sufrida- 
sigue siendo distinto.
El analista se define por esa experiencia. Las formaciones del incons­
ciente, como yo las llamo, demuestran su estructura porque son desci­
frables. Freud distingue la especificidad del grupo: sueños, lapsus y 
chistes, del modo, el mismo, con el que opera con ellos.
Es verdad que Freud se detiene cuando descubre el sentido sexual 
de la estructura. De lo que en su obra no se tiene sino sospecha, no 
obstante formulada, es de que del sexo el test solo tiende al hecho del 
sentido, pues en ninguna parte, bajo ningún signo, se inscribe el sexo 
por medio de una proporción.
Sin embargo, es con todo derecho que de esa proporción sexual la 
inscripción podría ser exigida: porque el trabajo le es reconocido, al 
inconsciente, del ciframiento, o sea, de lo que deshace el desciframiento.
Puede pasar por más elevado en la estructura cifrar que contar. 
El embrollo, pues, está hecho exactamente para eso, comienza con la 
ambigüedad de la palabra cifra.
La cifra funda el orden del signo.
Pero por otra parte hasta 4, hasta 5, quizá ¡leguemos hasta 6 como 
máximo, los números, que son de lo real aunque cifrado, los números tie­
nen un sentido, el cual sentido denuncia su función de goce sexual. Este 
sentido no tiene nada que ver con su función de real, pero da una idea 
aproximada de lo que puede dar cuenta de la entrada de algo real en el 
mundo del "ser" hablante (siendo claro que su ser le viene de la palabra). 
Sospechemos que la palabra ¡¡ene'la misma dicho-mensión gracias a la 
cual el único real que no puede inscribirse en ella es la proporción sexual.
Digo: sospechemos, respecto de las personas, como se dice, cuyo 
estatuto está tan ligado a lo jurídico, en primer lugar, al semblante de 
saber, incluso a la ciencia, que se instituye efectivamente a partir de lo 
real, que no pueden ni siquiera abordar el pensamiento de que sea con 
la inaccesibilidad de una proporción como se encadena la intrusión de 
esta parte al menos del resto de lo real.
Esto en un "ser" viviente del cual lo menos que se puede decir es 
que se distingue de los demás por el hecho de habitar el lenguaje, como 
lo dice un alemán que me honro en conocer, como se dice de alguien 
para denotar que se ha vuelto un conocido. Este ser se distingue por esa 
morada, la que es fofa, en el "sentido" de que lo hace rebajarse a dicho
580
r
:___ ÍNTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ALEMANA...
ser, hacia toda clase de conceptos, esto es, de toneles, unos más fútiles 
•que los otros.
Esta futilidad la aplico, sí, incluso a la ciencia, de la cual es evidente 
que solo progresa por la vía de tapar los agujeros. Que siempre lo con­
siga es lo que la hace segura. Mediante lo cual no tiene ninguna especie 
de sentido. No diré lo mismo de lo que ella produce, que curiosamente 
es la misma cosa que aquello que sale por la fuga de la cual la hiancia de 
la proporción sexual es responsable: esto es, lo que anoto como el objeto 
(a), a leer a minúscula.
Para mi "amigo" Heidegger, evocado más arriba por el respeto que 
le tengo, que consienta en detenerse un instante -voto que emito de 
manera puramente gratuita, pues bien sé que no podría hacerlo-, dete­
nerse, digo, sobre la idea de que la metafísica no fue nunca nada y no 
podría prolongarse más que ocupándose de taponar el agujero de la 
política. Es su fuerza.
Que la política no alcance la cima de la futilidad, es precisamente allí 
donde se afirma la sensatez, la que hace la ley: no tengo que subrayarlo, 
dirigiéndome como lo hago al público alemán, que tradicionalmente 
añadió allí el sentido llamado de la crítica. Sin que sea vano recordar 
aquí adonde lo condujo eso hacia 1933.
Es inútil hablar de lo que articulo con el discurso universitario, 
puesto que especula con lo insensato en tanto tal y, en ese sentido, lo 
mejor que puede producir es el chiste, el que sin embargo le da miedo.
Este miedo es legítimo, si pensamos en el que aplasta contra el piso a 
los analistas, es decir, a los hablantes que se encuentran sujetados a ese 
discurso analítico, del que no podemos sino sorprendernos de que haya 
advenido en unos seres -hablo de los hablantes-, quienes, en resumi­
das cuentas, no han podido imaginarse su mundo sino suponiéndolo 
embrutecido, o sea, la idea que tienen desde no hace tanto tiempo del 
animal que no habla.
No les busquemos excusas. Su ser mismo es una de ellas. Pues tie­
nen el beneficio de ese destino nuevo: el de que, para ser, les haga falta 
ex-sistir. Incolocables en ninguno de los discursos precedentes, haría 
falta que, respecto de estos, aquellos ex-sistieran, mientras se creen 
obligados a tomar apoyo en el sentido de esos discursos para proferir 
aquel con el cual el suyo se contenta, con justa razón, por ser más fugaz, 
lo que acentúa esa fugacidad.
581
JACQUES LACAN
Todo los vuelve sin embargo a la solidez del apoyo que tienen en el 
signo: aunque más no sea el síntoma con que el que tienen que ver y 
que, con el signo, hace un nudo gordo, un nudo tal que un Marx lo per­
cibió, aun ateniéndose al discurso político. Apenas me atrevo a decirlo, 
porque el freudomarxismo es el embrollo sin salida.
Nada les enseña, ni siquiera que Freud fuese médico y que el médi­
co, como la enamorada, es corto de vista, y que es por lo tanto a otra 
parte adonde deben ir para tener su genio: especialmente para hacer­
se sujeto, no de un machaqueo, sino de un discurso, de un discurso 
sin precedentes gracias al cual ocurre que las enamoradas se vuelven 
geniales al encontrarse en él, ¿qué digo?, al haberlo inventado mucho 
antes de que Freud lo estableciera, sin que, para el amor, por lo demás, 
les sirviera de nada: es patente.
Yo, que sería el único, si algunos no me seguían en esto, en hacerme 
sujeto de ese discurso, voy una vez más a demostrar por qué unos ana­
listas se embarazan con él sin recurso.
Cuando el recurso es el inconsciente: el descubrimiento por Freud 
de que el inconsciente trabaja sin pensar en ello, ni calcular, ni juzgar 
tampoco, y que sin embargo ahí está el fruto: un saber que solo se trata 
de descifrar, ya que consiste en un airamiento.
¿Para qué sirve ese ciframiento?, diría yo para retenerlos, abun­
dando en la manía, planteada por otros discursos, de la utilidad (decir 
"manía de lo útil" no niega lo útil). El paso no se da por ese recurso, 
que sin embargo nos recuerda que, fuera de lo que sirve, hay el gozar. 
Que en el ciframiento está el goce, sexual ciertamente, está desarrolla­do en el decir de Freud, y lo suficiente como para concluir que lo que 
este implica es que es eso lo que hace obstáculo a la proporción sexual 
establecida, por lo tanto a que jamás pueda escribirse esa proporción: 
quiero decir que el lenguaje jamás deja, de esta, otra huella que un 
zigzag infinito.
Claro está, entre los seres, que sexuados lo son (aunque el sexo no se 
inscriba sino por la no proporción), hay encuentros.
Hay buena suerte.2 Es más, no hay sino eso: ¡el azar! Los "seres" 
hablantes son felices, felices por naturaleza, es incluso todo lo que les 
queda de ella. ¿No podrían llegar a serlo un poco más por el discurso 
analítico? He aquí la pregunta de la que -siempre la misma cantinela- 
no hablaría si la respuesta no existiera ya.
582
INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ALEMANA...
En términos más precisos, la experiencia de un análisis hace entrega 
a aquel que llamo el analizante -¡ah! qué éxito tuve con esta palabra 
entre los pretendidos ortodoxos, y cómo por eso confesaban con ello 
que su deseo, en el análisis, era no estar para nada allí-, hace entrega al 
analizante, digo pues, del sentido de sus síntomas. Pues bien, planteo 
que estas experiencias no podrían sumarse. Freud lo dijo antes que yo: 
todo en un análisis ha de ser recogido -donde se ve que el analista no 
puede zafar de esta dependencia-, ha de ser recogido como si nada 
hubiera quedado establecido en otro lado. Esto solamente quiere decir 
que la fugá del tonel ha de ser siempre reabierta.
Pero es también este el caso de la ciencia (y Freud no lo entendía de 
otro modo, corto de vista).
Pues la cuestión comienza a partir de lo siguiente: hay tipos de sín­
toma, hay una clínica. Solo ocurre que esa clínica es anterior al discurso 
analítico, y si este aporta una luz, es seguro pero no cierto. Ahora bien, 
necesitamos la certeza, porque solo ella puede transmitirse, al demos­
trarse. Es la exigencia de la cual la historia muestra, para nuestro estu­
por, que fue formulada mucho antes de que la ciencia respondiera a 
ella, y que aun cuando la respuesta fue bien diferente del camino abier­
to que la exigencia había producido, la condición de la que partía: que 
su certeza fuera transmisible, fue satisfecha.
Nos equivocaríamos si nos fiáramos de no hacer más que aplazar 
eso; aunque fuese con la reserva de a la buena de Dios.
Pues hace mucho tiempo que jpinión dio pruebas de
verdadera, sin que no obstante hiciera ciencia (cf. el Menón, en el que es 
de eso de lo que se trata).
Que los tipos clínicos responden a la estructura es algo que puede 
escribirse ya, aunque no sin fluctuación. Solo es cierto y transmisible 
del discurso histérico. Es incluso en lo cual se manifiesta en él algo real 
próximo al discurso científico. Se observará que he hablado de lo real, 
y no de la naturaleza.
Por donde indico que aquello que responde a la misma estructura 
no tiene forzosamente el mismo sentido. Por eso no hay análisis sino 
de lo particular: no es en absoluto de un sentido único de donde una 
misma estructura procede, menos aún cuando esta alcanza al discurso.
No hay sentido común del histérico, y aquello por lo que en ellos o 
en ellas juega la identificación es la estructura y no el sentido, tal como
583
JACQUES LACAN
se lee bien por el hecho de que recae sobre el deseo, es decir, sobre la 
falta tomada como objeto, y no sobre la causa de la falta. (Cf. el sueño 
de la bella carnicera -en la Traumdeutung-, convertido por mis cuidados 
en algo ejemplar. No prodigo los ejemplos, pero cuando me meto con 
ellos, los elevo a paradigma.)
Los sujetos de un tipo no tienen pues utilidad para los otros del 
mismo tipo. Y es concebible que un obsesivo no pueda dar el más míni­
mo sentido al discurso de otro obsesivo. Precisamente de ahí parten 
las guerras de religión: si es cierto que, en lo que se refiere a la religión 
(pues es el único rasgo por el cual las religiones hacen clase, por lo 
demás insuficiente), hay obsesión en juego.
De ahí precisamente resulta que no hay comunicación en el análisis 
sino por una vía que transciende al sentido, la que procede de la supo­
sición de un sujeto al saber inconsciente, es decir, al ciframíento. Es lo 
que articulé: sujeto supuesto saber.
Por ello la transferencia es amor, un sentimiento que adquiere allí 
una forma tan nueva que introduce en él la subversión, no porque sea 
menos ilusoria, sino porque se procura un partenaire que tiene posibili­
dad de responder, no es el caso en las otras formas. Vuelvo a poner en 
juego la buena suerte, salvo que, esta posibilidad, esta vez viene de mí 
y yo debo proporcionarla.
Insisto: es el amor el que se dirige al saber. No el deseo: porque en 
lo que concierne al Wisstrieb, aunque tenga el cuño de Freud, está claro 
.que no lo hay en lo más mínimo. La cosa llega hasta tal punto que se 
funda la pasión mayor en el ser hablante, que no es el amor, ni el odio, 
sino la ignorancia. Esto lo palpo todos los días.
Que los analistas, digamos aquellos que solo por plantearse como 
tales asumen su tarea, lo concedo por ese único hecho: realmente, que 
los analistas, lo digo pues con pleno sentido, me sigan o no, no hayan 
comprendido aún que lo que hace entrada en la matriz del discurso no 
es el sentido sino el signo es algo que da la idea que conviene de esa 
pasión de la ignorancia.
Antes de que el ser imbécil tomara la delantera, otros sin embar­
go, nada tontos, enunciaban el oráculo que este no revela ni esconde: 
OT||iccívei, hace signo.
Era en los tiempos de antes de Sócrates, que no es responsable, 
aunque fuera histérico, de lo que siguió: el largo rodeo aristotélico. De
584
INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ALEMANA...
w
donde Freud, al escuchar a los socráticos que mencioné, volvió a los de 
antes de Sócrates, a sus ojos los únicos capaces de dar testimonio de lo 
que él encontraba.
No porque el sentido de su interpretación haya tenido efectos los ana­
listas están en lo verdadero, puesto que, aun cuando fuera justa, sus efec­
tos son incalculables. Ella no testimonia ningún saber, pues si se lo toma 
según su definición clásica, el saberse asegura con una posible previsión.
Lo que los analistas tienen que saber es que hay un saber que no 
calcula, pero que no por ello trabaja menos para el goce.
¿Qué es lo que del trabajo del inconsciente no puede escribirse? Es 
ahí donde se revela una estructura que pertenece efectivamente al len­
guaje, si su función es permitir el ciframiento. Es el sentido con el que 
la lingüística fundó su objeto al aislarlo: con el nombre de significante.
Es el único punto mediante el cual el discurso analítico tiene que 
colgarse sobre la ciencia, pero si el inconsciente testimonia un real que 
le sea propio, esa es, al revés, nuestra posibilidad de elucidar cómo el 
lenguaje vehicula en el número el real con el que la ciencia se elabora.
Lo que no cesa de escribirse se sostiene mediante un juego de pala­
bras que lalengua mía ha conservado de otra, y no sin razón, la certeza 
de la que da testimonio en el pensamiento el modo de la necesidad.
¿Cómo no considerar que la contingencia o lo que cesa de no escribirse, 
no sea aquello por donde se demuestre la imposibilidad, o lo que no cesa de 
no escribirse? Y que desde allí un real se atestigüe que, por no estar mejor 
fundado, sea transmisible por la fuga a la que responde todo discurso.
7 de octubre de 1973
Nota
1. Traducción de Graciela Esperanza y Guy Trobas. Revisión de Graciela 
Esperanza y Guy Trobas. Colaboración de Antoni Vicens
2. Al escribir bon heur (buena fortuna/suerte) en lugar de bonheur (felicidad), 
Lacan no solamente pone el acento sobre la suerte, la buena fortuna (heur), sino 
que, al colocar esta escritura luego del término "encuentro", enfatiza, a partir 
de la homofonía con bon heurt (buen toque), la vertiente de una felicidad posi­
ble en el azar de los encuentros a pesar de la imposibilidad de la proporción 
sexual. Véase la nota n° 3 de "Nota italiana", pág. 331, en este mismo volumen. 
[N.delosT.]
585

Continuar navegando