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Winnicott, D W La angustia asociada con la inseguridad

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La angustia asociada con la inseguridad (1) - 1 9 5 2 – 
 
(1) Leído ante la Sociedad Psicoanalítica Británica, el 5 de noviembre de 1952. 
 
Seguidamente voy a leerles mi comentario a la cuestión suscitada por el doctor C. E Rycroft en su escrito 
titulado «Algunas observaciones sobre un caso de vértigo» (Rycroft, 1953). En su escrito, Rycroft hace dos 
afirmaciones que me gustaría comentar. Se trata de las siguientes: 
“En mi trabajo anterior hablaba con cierto detalle de las implicaciones teóricas de la 
capacidad (del paciente) para alucinar objetos y al mismo tiempo darse cuenta de su 
carácter ilusorio. Aquí sólo deseo mencionar que ello demuestra muy claramente tanto la 
profundidad de su regresión a una etapa anterior a la firme instauración de la prueba de la 
realidad, como el estado incompleto de la regresión, ya que parte de su yo siguió siendo 
capaz de poner a prueba la realidad y de contribuir activamente al análisis”. 
La otra afirmación: 
«El vértigo es una sensación que se manifiesta cuando el sentido del equilibrio se ve 
amenazado. Para el adulto es una sensación que, generalmente, aunque no siempre, va 
asociada con las amenazas que se ciernen sobre el mantenimiento de la postura erecta, 
habiendo, por tanto, una tendencia a pensar en el vértigo exclusivamente en términos de 
tales angustias relativamente maduras como son el temor a caerse, el miedo a las alturas, 
olvidándose que los niños, mucho antes de poder ponerse en pie, experimentan amenazas a 
su equilibrio y que algunas de sus primeras actividades, como el aferrarse a algo o agarrar 
algún objeto, representan intentos para mantener la seguridad de sentirse apoyados por la 
madre. A medida que el pequeño aprende a arrastrarse y luego a andar, la función de 
apoyo de la madre va trasladándose crecientemente al suelo; ésta debe ser una de las 
principales razones de que inconscientemente se equipare la tierra a la madre y de que los 
trastornos neuróticos del equilibrio se remonten tan a menudo a conflictos relacionados 
con la dependencia de la madre». 
 
A mí me parece que sería útil desarrollar esta idea, la de la función materna de proporcionar un 
sentimiento de seguridad, y me gustaría que el doctor Rycroft preparase otro escrito sobre el tema, al 
cual, como es evidente, ha prestado atención ya que nos remite a Alice Balint, Hermann y Schilder. 
Convendría tener en cuenta que aquí existe una relación de vital importancia entre el bebé y la madre, 
que, sin embargo, no constituye una derivación de la experiencia instintiva, ni una relación objetal 
suscitada por la experiencia de un instinto, sino que antecede a ésta al mismo tiempo que se desarrolla 
concurrentemente con ella, mezclándose las dos. 
No estamos lejos de la conocida observación en el sentido de que la más precoz de las angustias es la que se 
asocia al sentirse sostenido de un modo inseguro. 
Los analistas, incluyendo aquellos que ven en el bebé un ser humano desde el nacimiento, hablan a 
menudo como si la vida del pequeño empezase junto con la experiencia instintiva oral la aparición de la 
relación objetal propia de la experiencia instintiva. No obstante, todos sabemos que un niño tiene la 
capacidad para sentirse muy mal como consecuencia del fracaso de algo que pertenece por entero a otro 
campo, es decir, el de los cuidados infantiles. El énfasis de la señorita Freud sobre las técnicas del cuidado 
infantil nos lleva a esta misma cuestión. Cuando menos ésta es mi opinión. Me parece que existe la urgente 
necesidad de que insistamos en el análisis del significado de la angustia cuando su causa reside en un fallo de 
la técnica de cuidado infantil; por ejemplo, la falta del apoyo vivo y continuado propio del ejercicio de la 
maternidad. 
Sabemos que este tema puede hacernos retroceder hasta el mismísimo momento del parto, es decir, 
hasta el momento en que el feto está dispuesto a ser parido: más o menos en la trigesimosexta semana de 
vida intrauterino. 
La pregunta que deseo hacer es ésta: ¿Puede decirse algo sobre esta angustia, o es simplemente algo 
físico, sin más? El caso de Rycroft parece que, a primera vista, apoyaría la opinión de que esta angustia 
precoz es simplemente cuestión de canales semicirculares y fisiología. Sin embargo, nos queda espacio 
suficiente para suponer que tal vez pudieran descubrirse más cosas. El hecho del vértigo fisiológico es 
indisputable y, sin embargo (como sucede en los mareos en la mar), lo fisiológico puede ser explotado en 
ciertas circunstancias. ¿Cuáles, de hecho, son tales circunstancias? 
En vez de responder sencillamente a esta pregunta prefiero dar una respuesta parcial. 
A mi modo de ver, hay ciertos tipos de angustia de la primera infancia que se ven impedidos por los 
buenos cuidados. Es tos tipos pueden ser estudiados con provecho. Creo que todos los estados que un 
buen cuidado infantil evita, se agrupan naturalmente bajo la palabra “locura” cuando se presentan en 
un adulto. 
Un ejemplo sencillo nos lo daría el estado de no integración. Con un buen cuidado infantil este estado es 
el natural, sin que nadie se preocupe por ello. El buen cuidado produce un estado de cosas en el que la 
integración empieza a convertirse en un hecho y existe ya una persona. En la medida en que esto sea 
cierto, también lo es que la ausencia de cuidados conduce a la desintegración y no al retorno a la no 
integración. La desintegración es percibido como una amenaza porque (por definición) hay alguien que 
siente la amenaza. Asimismo es una defensa. 
Los tres tipos principales de angustia resultantes del fracaso de la técnica del cuidado infantil son: la no 
integración, que si falta de retransforma en un sentimiento de desintegración; la relación entre la psique 
y el soma, que se transforma en un sentimiento de despersonalización y, finalmente, el sentimiento de 
que el centro de gravedad de lo consciente se desplaza desde el núcleo a la cáscara que lo envuelve, desde 
el individuo al cuidado, a la técnica. 
Con el objeto de que esta última idea quede clara debo examinar el estado de cosas existente en este 
estado precoz de la vida humana. 
Empecemos con la relación bicorporal (Rickman, 1951) y, partiendo de ella, retrocedamos a la relación 
objetal cuya naturaleza sigue siendo la de una relación bicorporal, pero el objeto es parcial. 
¿Qué es lo que precede a esto? A veces damos vagamente por sentado que con anterioridad a la relación 
bicorporal existe una relación unicorporal; pero esto es una equivocación, y muy evidente si 
examinamos el asunto de cerca. La capacidad para sostener una relación unicorporal sigue a la de una 
relación bicorporal, a través de la introyección del objeto. (Implícitamente existe un mundo externo 
para el cual la relación es de carácter negativo.) 
¿Qué es entonces lo que precede a la primera relación de objeto? Por lo que a mí se refiere, he sostenido 
una prolongada lucha con este problema. Empezó cuando (hace unos diez años) me encontré a mí mismo 
diciendo ante esta Sociedad, con cierta excitación y acaloramiento, lo siguiente: «No existe nada que, 
pueda ser denominado "bebé"» Me sentí alarmado al oírme pronunciar estas palabras y traté de 
justificarme señalando que si me muestran ustedes un bebé ciertamente me mostrarán también a 
alguien que cuida del mismo, o, cuando menos, un cochecito de niños que acapara la vista y los oídos de 
alguien. Lo que vemos es una «pareja de crianza», por decirlo así. 
Hoy, de manera menos extrema, diría que con anterioridad a las relaciones objetales el estado de cosas 
es como sigue: la unidad no la constituye el individuo sino la organización ambiental-individual. El 
centro de gravedad del ser no empieza en el individuo, sino que se halla en la organización total. 
Mediante un cuidado satisfactorio, la técnica, el sostenimiento y el control general, la cáscara se ve 
absorbida gradualmente y el núcleo -que durante todo el rato nos ha dado laimpresión de ser un bebé 
humano- puede empezar a ser un individuo. El principio es potencialmente terrible debido a las 
angustias que he mencionado y debido al estado paranoide que sigue muy de cerca a la primera 
integración, así como a los primeros momentos instintivos, llevando al bebé, tal como hacen, un 
significado completamente nuevo de las relaciones objetales. La técnica satisfactoria del cuidado infantil 
neutraliza las persecuciones externas e impide los sentimientos de desintegración y de pérdida del 
contacto entre la psique y el soma. 
Dicho de otro modo, sin una técnica satisfactoria de cuidados infantiles, al nuevo ser humano no se le 
ofrece ninguna oportunidad. Con la citada técnica el centro de gravedad del ser en la organización 
ambiente-individuo puede alojarse en el centro, en el núcleo más que en la cáscara. El ser humano que 
ahora estará desarrollando una entidad partiendo del centro puede quedar localizado en el cuerpo del 
bebé, pudiendo asi empezar a crear un mundo externo al mismo tiempo que adquiere una membrana 
limítrofe , y un interior. De acuerdo con esta teoría, al principio no existía un mundo externo, aunque 
nosotros en tanto observadores, pudiéramos ver a un pequeño dentro de un medio. Lo engañoso que esto 
puede ser queda demostrado por el hecho de que a menudo creemos ver un pequeño cuando a través del 
análisis nos enteramos mas tarde de que hubiéramos debido ver un medio que falsamente se 
desarrollaba hasta convertirse en un ser humano, escondiendo dentro de sí un individuo en potencia. 
Sin apartarme de esta línea dogmática deseo hacer un comentario sobre la condición clínica que 
popularmente se denomina «histeria». El término “neurosis” viene casi a cubrir el mismo terreno. 
Es normal que el pequeño sienta angustia si se produce un fallo en la técnica de los cuidados infantiles. 
Al principio de todo, el pequeño, sin embargo, entraría en un estado de no integración, o perdería 
contacto con el cuerpo, o pasaría a ser la cápsula en lugar del contenido, sin dolor. 
Inherente al crecimiento, entonces, se encuentra el dolor, la angustia referente al fracaso en el cuidado 
del infante. En estado de salud el medio (cuya dirección es asumida por la madre o la niñera) sufre un 
desajuste gradual tras empezar con una adaptación casi perfecta. 
Existe un estado de cosas en el cual se teme enloquecer, es decir, se teme una ausencia de angustia ante 
la regresión a un estado no integrado, a una falta del sentimiento de vivir en el cuerpo, etc. Lo que se 
teme es que no haya angustia, es decir, que haya una regresión de la que sea imposible volver. 
La consecuencia de esto es una repetida puesta a prueba de la capacidad para la angustia y un alivio 
temporal siempre que se sienta angustia, cuanto más fuerte mejor (Balint, 1955). 
El análisis del histérico (en el sentido popular) es el análisis de la locura que es temida pero no alcanzada 
sin la provisión de un nuevo ejemplo de cuidados infantiles, unos cuidados mejores en el análisis que 
durante la infancia del paciente. Pero, les ruego que tomen nota, el análisis llega, debe llegar, a la locura, 
aunque el diagnóstico siga siendo de neurosis y no de psicosis. 
¿Estaría de acuerdo el doctor Rycroft en que este paciente podría tanto recordar sus primeras 
experiencias infantiles de vértigo fisiológico como además explorar estos recuerdos como defensa contra 
las angustias asociadas con el fracaso de la técnica de cuidados infantiles, angustias que al paciente 
(aunque no está loco) le parecerían amenazas de locura?.

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