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Amor, locura y violencia en el siglo XXI Silvia Ons 3 Capítulo 2 Pasiones Hay una afirmación de Lacan –muy conocida por los psicoanalistas– y comprobaba en la clínica: el hombre puede ser un estrago para una mujer. La no equivalencia entre los sexos se revela en esta diferencia: una mujer es un síntoma para un hombre, mientras que un hombre para una mujer es algo peor que un síntoma; es una aflicción, incluso un estrago. (1) Pero, ante todo: ¿en qué sentido una mujer puede ser un síntoma y cuál sería la diferencia con el estrago? Hace mucho tiempo escuché a un lego cuestionar la frase popular “Lo conozco como si lo hubiese parido”, alegando que no es la madre quien mejor conoce a un hombre sino su mujer. Pensé en la aguda intuición de esta observación al recordar que Lacan afirma que una mujer es la verdad de un hombre, y dice con ello “mujer” y no “madre”: Pero que la mujer sea la verdad del hombre, esa vieja historia proverbial cuando se trata de comprender algo, el busquen a la mujer [cherchez la femme], a la que se le da naturalmente una interpretación policial, podría ser algo muy distinto, a saber, que para obtener la verdad de un hombre, se haría bien sabiendo cuál es su mujer. Quiero decir su esposa, llegado el caso, ¿y por qué no? Solo en este lugar tiene sentido lo que un día alguien de mi entorno llamó la pesa-persona. Para pesar a una persona, nada como pesar a su mujer. Cuando se trata de una mujer, no es lo mismo, porque la mujer tiene una gran libertad con respecto al semblante. Ella llegará a dar peso incluso a un hombre que no tiene ninguno. (2) Analicemos tales afirmaciones. Respecto del hombre, algo de su verdad se expresa en la mujer, que pasa a ocupar el lugar extraterritorial del síntoma en 21 su carácter íntimo y ajeno. Respecto de la mujer, cabe la pregunta acerca de la razón que da Lacan para explicar la diferencia: ¿es que su libertad respecto del semblante hace que este pueda cambiar según el hombre elegido como partenaire? De manera muy despreciativa se dice “Como la mujer varía, loco está el que se fía”; quizás tal variabilidad hace menos localizable el síntoma y, en este sentido, que un hombre pueda serlo para ella; es posible que la repetición competa más al lado macho. Es que la repetición consuena con la mismidad y esta no es afín a una mujer en la medida en que ella siempre encarna la diferencia, (3) aun con ella misma. En sintonía con Lacan, dice Friedrich Nietzsche: Lo que en la mujer infunde respeto y, con bastante frecuencia temor, es su naturaleza, la cual es más natural que la del hombre, su elasticidad genuina y astuta, como de animal de presa, su garra de tigre bajo el guante, su ingenuidad en el egoísmo, su ineducabilidad y su interno salvajismo, el carácter inaprensible, amplio, errabundo de sus apetitos y virtudes… Lo que pese a todo el miedo hace tener compasión de ese peligroso y bello gato que es la mujer es el hecho de que aparezca más doliente, más vulnerable, más necesitada de amor y más condenada al desengaño que ningún otro animal. (4) La evocación a la naturaleza, cuando se intenta definir al ser femenino, nos recuerda el célebre Fragmento 123 de Heráclito: “La naturaleza suele ocultarse” (5) y, en este sentido, que ella sea “más natural” la hace afín al semblante y a lo que con él se escabulle. Remitiéndose a la célebre interrogación de Nietzsche –“¿Es tal vez la verdad una mujer que tiene razones para no dejar ver sus razones?”–, Silvio Maresca afirma que el pudor es la esencia de la verdad, de la verdad-mujer, es decir, de la auténtica verdad. (6) Y que ese pudor es la forma de ser de la verdad, su proceder. La verdad está imbuida de aidós y exige –ya que es pudorosa– que también la relación con ella lo sea. La verdad, pues, demanda ser tratada como una mujer noble. EL HOMBRE COMO ESTRAGO Si advertimos que el estrago tiene un carácter de destrucción, devastación, 22 ruina, entendemos la razón por la cual sería peor que un síntoma, en la medida en que el síntoma está localizado, acotado a diferencia de lo vasto de aquel. (7) Y aunque hay síntomas que pueden arruinar una vida, no todos tienen el carácter demoledor del estrago. Los hechos de violencia dirigidos al ser femenino actualizan día a día esta fórmula, pero aun sin llegar a tales casos extremos, la devastación que puede provocar en ellas el amor basta para ejemplificarla. Claro que conviene distinguir la aflicción del estrago. Si la aflicción remite a pesar, pena, dolor, pesadumbre, tristeza, congoja, amargura, desazón, cuita, duelo, consternación, tribulación, abatimiento, desolación, desconsuelo, desesperación, sufrimiento, mortificación, tormento, tortura, quebranto, agonía, ahogo, sinsabor, carga, contrariedad, el estrago es mucho más extenso, ya que habla de ruina, de destrucción e incluso es usado en ocasión de delitos. Fue Lacan, mucho más que Freud, quien, adentrándose en la singularidad del goce femenino, advirtió los efectos que puede llegar a tener el partenaire en sus vidas. Hay distintas figuras de la aflicción, hay distintas modalidades del estrago y hay también posibles maneras de atravesarlos. Sabemos de los profundos cambios vinculados con el lugar de las mujeres en el mundo, que marcan, entre la mitad del siglo pasado y el actual, un desarrollo sin precedentes en la historia: su inserción en el mundo laboral, la separación de la sexualidad de la maternidad con la aparición de los anticonceptivos, su participación en ámbitos públicos y universitarios, y ni qué decir de su acceso a la investidura presidencial, inimaginable otrora. Sin embargo, la condición femenina padece desde siempre una segregación a veces discreta y otras, abiertamente declarada, como reflejo de la imposible integración de la feminidad en el espíritu humano. Las mujeres se destacan, no hay duda, pero cabe pensar si en su goce son en realidad tan modernas; de hecho, la necesidad de amor sigue vigente y difícilmente algún lugar en lo social alcance para suplirlo. Cabe analizar la razón por la que ese anhelo puede conducir a la aflicción y, en los casos más severos, al estrago. Cabe también indagar en la culpa por acceder a lugares antes vedados y a la búsqueda del consecuente castigo. (8) AMOR Y AFLICCIÓN Freud hizo recaer en la maternidad el desenlace de una feminidad normal que acepta la sustitución del niño por el pene. El descubrimiento de la 23 castración es un punto de viraje en el desarrollo de la niña: “Se siente gravemente perjudicada, a menudo expresa que le gustaría ‘tener también algo así’, y entonces cae presa de la envidia del pene, que deja huellas imborrables en su desarrollo”. (9) Desde aquí se dibujan los desenlaces posibles: la inhibición sexual o neurosis, la alteración del carácter en el sentido de un complejo de masculinidad y la feminidad normal. Las tres orientaciones propuestas por Freud plantean la hegemonía inevitable de la libido masculina: en el primer caso, la niña renuncia a su sexualidad fálica al compararse con el varón (mejor dotado); en el segundo, esa sexualidad se afirma empecinadamente; en el tercero, será el niño quien herede el lugar del pene. (10) Así, la maternidad se dibuja como el camino normal compensatorio de la castración. Si transformarse en madre es la mejor solución que encontraría la posición femenina, es porque Freud pensó dicha solución en términos de tener… el falo. El hombre, en este sentido, sería el portador sobre quien recae la envidia, quien le daría a ella el ansiado niño, sustituto del pene faltante. Sin embargo, si nos detenemos en la conferencia “La feminidad”, notamos que, antes de describir esta “solución”, se refiere al enigma de lo femenino que ha hecho cavilar a los hombres de todos los tiempos. (11) Dicho de otro modo: si el ser madre fuera la respuesta capaz de obturar aquello que la mujer desea, la feminidad no aparecería como enigma. Sabido es, por otra parte, que Freud se preguntó por el deseo de una mujer a pesar de las orientaciones fálicas dibujadas. A fines de 1924, tratando de resolver algunosenigmas planteados por Abraham sobre la sensibilidad del clítoris y de la vagina, confesó que sobre el tema no sabía absolutamente nada. (12) En 1928 reiteró este desconocimiento cuando le confesó a Jones que “todo lo que sabemos del desarrollo temprano femenino me parece insatisfactorio e inseguro”. (13) Finalmente, a Marie Bonaparte le dirigió la famosa pregunta Was will das weib? [¿Qué quiere la mujer?]. (14) La maternidad se presenta, entonces, como la solución por el sesgo del “tener”, mientras que el enigma femenino es lo que resta de ese tener. Por un lado, afirmó que el deseo del pene sería quizás el deseo femenino por excelencia pero, por el otro, la vida sexual de la mujer tenía para él algo de “continente negro” como sitio misterioso y hierático afín con lo oculto y con el misterio. Lacan vio allí lo que no se deja apresar en términos del goce masculino, y ubicó el goce femenino como nunca había sido descripto en la literatura psicoanalítica. La literatura psicoanalítica clásica se centró en la temática de la envidia 24 fálica, siguiendo el lugar prevalente que Freud le otorga en sus escritos sobre la feminidad. Fue Lacan quien profundizó en la temática del amor yendo más allá de la angustia de castración. (15) Menos se ha hablado acerca de su relevancia en Freud, imposible de circunscribir al deseo de pene, aun en su derivación en deseo de un hijo. Sin embargo, fue él quien ubicó el temor a su pérdida como equivalente a la angustia de castración en la mujer y así trazó el límite entre el complejo de castración, que se equipara en ella a la envidia fálica, y la angustia de castración, que se corresponde con la falta de amor. Importa destacar la diferencia, pues en un caso se trata de un objeto, ya que Freud siempre marcó la “objetalidad” del pene y del niño, mientras que el otro concierne al amor: Y precisamente, en el caso de la mujer, parece que la situación de peligro de la pérdida de objeto siguiera siendo la más eficaz. Respecto de la condición de angustia válida para ella, tenemos derecho a introducir esta pequeña modificación: más que de la ausencia o de la pérdida real del objeto, se trata de la pérdida del amor de parte del objeto. (16) Tal distinción se manifiesta como esencial: la pendiente fálica se orienta hacia el objeto; la femenina, hacia el amor. Las equivalencias simbólicas descritas por Freud –“pene, niño, excremento, regalo, dinero”–, funcionan como objetos cuyo símbolo, “el pequeño”, representa el valor fálico de cada uno de ellos. (17) Así, la maternidad se encamina hacia esa línea sustitutiva en la lógica del tener; quizás por ello antes se decía que una mujer embarazada estaba “de compras”. Si el fetichismo es típico del varón, y no de la mujer, cuya característica es más bien la erotomanía, para muchos autores es el hijo quien puede ocupar el lugar del fetiche erotizado. Sin embargo, el “tener” no llega a recubrir la angustia ante la pérdida de amor, ya que en este caso Freud plantea que no se trata de un objeto sino, en términos lacanianos, de un “signo de un sujeto”. ¿Qué es el amor? Vale aquí remitirnos a las palabras de Kierkegaard (18) antes mencionadas, cuando afirma que es tan difícil definir su esencia como definir el ser, y entonces podemos advertir que el amor y lo femenino se aproximan, en tanto cercanos a un irrepresentable. En sus primeros trabajos sobre las neurosis actuales, Freud plantea cuestiones interesantes relativas al tema de la angustia en la mujer, pero bajo un sesgo diferente al del amor. Es importante recordar que en la neurosis de 25 angustia, la excitación somática acumulada no se elabora psíquicamente; de ahí la angustia. Cuando esa excitación se tramita psíquicamente, se convierte en libido. Así como la pulsión sexual se sitúa en el límite entre lo psíquico y lo somático, la libido designa su aspecto psíquico, por ello la libido es “la manifestación dinámica, en la vida psíquica, de la pulsión sexual”. Una insuficiencia de “libido psíquica” hace que la tensión se mantenga en el plano somático donde se traduce como angustia. (19) Freud dirá: “En la mujer se establece más rápido y es más difícil de eliminar la enajenación [Entfremdung] entre lo somático y lo psíquico en el decurso de la excitación sexual”. (20) La angustia femenina abrevaría así en esa hiancia que no se sutura, brecha siempre abierta, consecuencia de lo que el creador del psicoanálisis denomina “déficit de afecto sexual de libido psíquica”. (21) Si para Freud la libido es siempre masculina, el extrañamiento femenino indica que la fuente de angustia abreva en el no todo fálico. Se infiere que el amor intentaría suplir esa hendidura, y que la enajenación amorosa en la mujer recubre otra más primordial. Siempre recuerdo a una paciente que atendí en mis primeros años como analista: una señora humilde pero conocedora de textos de divulgación del psicoanálisis que me dijo con absoluta convicción que Freud se había equivocado al decir que las mujeres se angustiaban por no tener relaciones sexuales, ya que ella se angustiaba… luego de consumarlas. Es el vacío que se abre y que requiere de esas palabras de amor montadas sobre el silencio de un goce que no las identifica. Seguramente por ello, Freud equiparó la hondura femenina con un desierto imposible de ser poblado, (22) y Lacan afirmó que en ellas el amor no puede darse sin el decir, ya que ese decir bordea lo que no tiene nombre. (23) Vayamos ahora a lo que Lacan considera acerca del goce genital masculino. La tumescencia y detumescencia peneana signan ese placer que se consuma al llegar al límite. Petite mort [pequeña muerte] dicen los franceses para aludir al momento refractario posterior a tal culminación. Esa función evanescente, en la que el máximo goce coincide con su fin, se revela mucho más directamente en el orgasmo del varón. En efecto, se trata de un momento en el que sale a la luz la distancia entre el goce masculino y el femenino, de ahí el lamento de muchas mujeres acerca del dormir de algunos compañeros luego del coito. En el acto sexual, los cuerpos se abrazan al unísono, para luego separarse, revelándose heterogéneos. Lacan ubica el desfallecimiento fálico como esencial en la experiencia masculina y como aquello que hace 26 comparar ese goce con la pequeña muerte, localizando en esa deflación la castración presente en el encuentro entre los cuerpos: La subjetividad se focaliza en la caída del falo. Esta caída existe también en el orgasmo que se realiza normalmente. La detumescencia en la copulación merece nuestra atención porque pone de relieve una de las dimensiones de la castración. El hecho de que el falo sea más significativo en la vivencia humana por su posibilidad de ser objeto caído que por su presencia, he aquí lo que designa la posibilidad del lugar de la castración en la historia del deseo. (24) La castración no será pensada al modo freudiano como una amenaza de parte del padre; lejos de ser algo temido como posibilidad, se localiza a nivel del cuerpo en tanto caída de la turgencia fálica. El verbo “acabar” expresa la cercanía del orgasmo con el fin que, al igual que el “consumar”, indica que algo se realiza encontrando un límite. Si un hombre eventualmente puede llegar a ser un estrago es por tener ella –a diferencia de él– un goce que no se consuma al modo de una caída. Así, su demanda de amor tiende al infinito, por ser demanda de palabra que nombre aquello sin nombre que la atraviesa. En definitiva: su goce no la identifica y su pretensión por lograrlo puede ser inagotable por lo imposible de dar representación a lo irrepresentable; de manera que ya no se trata del hombre mismo como estrago sino de esperar demasiado de él. Si bien esa espera podría compararse con lo que la hija espera de su madre –la analogía se justificaría en la medida en que Lacan también habla del “estrago materno”–, cabe de todos modos precisar una diferencia. Se sabe que la demanda de falo recae tanto en la madre como en el hombre y que el hijo puede a veces calmar tal insistencia. Decía hace tiempoOscar Masotta que todo hijo que camina es “el salame de su madre”. Y, si bien es cierto que esa petición puede hacer de una relación una aflicción, antes nos referimos a otra dimensión que no pasa por el “tener” sino por el “ser hablada” y que se aleja, en este sentido, del plano de la simple reivindicación. Claro que este “ser hablada” puede adquirir, en determinados casos, un grosor que no podría asimilarse a la palabra de amor; tal configuración es la que permite entender la razón por la cual ciertas mujeres no se separan del hombre golpeador tan fácilmente como cabría esperar. Se dirá que es una locura, ya que los golpes son opuestos al amor, pero algunas mujeres 27 experimentan en ellos la prueba de ser únicas para él. El hombre violento es, en general, aquel que les habla, que las nombra, que las separa de la familia, quien se presenta, en suma, como el Otro absoluto en la época del Otro que no existe. Generalmente paranoicos, avizoran como tales el inconsciente del otro y sus raíces culpables; tal captación es la que genera dependencia: él sabe algo sobre mí. En un mundo en el que las mujeres han logrado tanta independencia, el hecho de que algunas se sometan al golpeador invita a una reflexión. Si bien los casos descriptos por Freud tienen aún vigencia, encontramos en la clínica cuadros inéditos que reflejan el malestar actual en una cultura que no es la de principios del siglo pasado, en la que se descubrió el psicoanálisis. La decadencia de antiguos valores, los cambios vinculados con las constelaciones familiares, la declinación del padre, el estado actual del capitalismo, los avances tecnológicos, etc. inciden en las estructuras clínicas. Muchas veces se presentan sujetos que han perdido la brújula, esa que daban los ideales, el padre y los caminos que parecían certeros. Algunas mujeres encuentran en el golpeador su relevo. 1- Lacan, J., El seminario, libro 23: El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 99. 2- Lacan, J., El seminario, libro 18: De un discurso que no fuera del semblante, Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 34. 3- “El hombre sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma, como lo es para él” (Lacan, J., “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”, en Escritos 2, México, Siglo XXI, 1984, p. 711). 4- Nietzsche, F., Más allá del bien y del mal, Madrid, Alianza, 1980, §239. 5- Mondolfo, R., Heráclito. Textos y problemas de su interpretación, México, Siglo XXI, 1966. 6- Maresca, S., “Aidós”, en J. Yunis (comp.), Actualidad de la desvergüenza, Santa Fe, UNL, 2005, pp. 42-65; disponible en <www.elsigma.com>, última consulta: 08/09/2015. 7- Miller, J.-A., “El partenaire síntoma”, en Los cursos psicoanalíticos de J.-A. Miller, Buenos Aires, Paidós, 2008, caps. XIII y XVI. 8- En este sentido, no es casual que Freud encuentre la fantasía “pegan a un niño” en mujeres con un fuerte complejo de masculinidad. Véase Freud, S., “Pegan a un niño”, en Obras completas, t. XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 1976. 9- Freud, S., “Conferencia 33. La feminidad”, en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, Obras completas, t. XXII, Buenos Aires, Amorrortu, 1989, p. 116. 10- Ibíd., p. 117. 11- Ibíd., p. 105. 12- Citado por Gay, P., Freud. Una vida de nuestro tiempo, Buenos Aires, Paidós, 1996, p. 558. 28 13- Ibíd. 14- Jones, E., Vida y obra de Sigmund Freud, t. II, Buenos Aires, Horné, 1976, p. 439. 15- Lacan, J., El seminario, libro 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006, pp. 53-65. 16- Freud, S., “Inhibición, síntoma y angustia”, en Obras completas, t. XX, Buenos Aires, Amorrortu, 1987, p. 135. 17- Freud, S., “Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal”, en Obras completas, t. XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 1976. 18- Kierkegaard, S., Las obras del amor, ob. cit. 19- Freud, S., “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”, en “Manuscrito E”, Obras completas, t. I, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 233 y 236. 20- Freud, S., “Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de ‘neurosis de angustia’”, en Obras completas, t. III, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, p. 110. 21- Freud, S., “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”, ob. cit., p. 232. 22- “En ningún momento del trabajo psicoanalítico se sufre más de un sentimiento opresivo, de que los repetidos esfuerzos han sido vanos y se sospecha que se ha estado ‘predicando en el desierto’ que cuando se intenta persuadir a una mujer de que abandone su deseo de un pene porque es irrealizable” (Freud, S., “Análisis terminable e interminable”, en Obras completas, t. XXIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1989). 23- Lacan, J., “Les non-dupes errent”, clase del 1º de febrero de 1974, inédita. 24- Lacan, J., “La lógica del fantasma”, El seminario, 14, clase del 1º de marzo de 1967, inédita. 29 Portadilla 2. Pasiones
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