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La transición adolescente

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La transición 
adolescente 
Peter Blos 
ASAPPIA 
Amorrortu editores 
The adolescenf passage. Developmental issues, Peter Blos 
© Peter Bios, 1979 
Traducción, Leandro Wolfson 
Unica edición en castellano autorizada por el autor y debida-
mente protegida en todos Jos países. Queda hecho el depósito 
que previene la ley n° 11.723. © Todos los derechos de la edi-
ción en castellano reservados por la Asociación Argentina de 
Psiquiatría y Psicología de la Infancia y de la Adolescencia 
lASAPPIA). 
La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica 
o modificada por cualquier medio mecánico o electrónico, 
incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de alma-
cenamiento y recuperación de información, no autorizada por 
los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización 
debe ser prevíarp.ente solicitada. 
Industria argentina. Made in Argentina. 
ISBN 84-610-4059-7 
Impreso en los Talleres Gráficos Didot S.A., Icalma 2001, B~­
nos Aires, en abril de 1981") 
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Tirada de esta edición: 3.000 ejemplares. 
A la memoria de mi padre, médico y filósofo. 
(1~1~ 
Indice general 
x Dos poemas 
1 Palabras preliminares 
3 Primera parte. La influencia mutua del adoles-
cente y su entorno 
5 
11 
21 
32 
45 
57 
Introducción 
l. Realidad y ficción de la brecha generacional 
2. Reflexiones sobre la juventud moderna: la agresión 
reconsiderada 
3. Prolongación de la adolescencia en el varón. Formu-
lación de un síndrome y sus consecuencias terapéuticas 
4. Asesoramiento psicológico para estudiantes universi-
tarios 
J5.1La imago parental escindida en las relaciones sociales 
del adolescente: una indagación de psicología social 
83 Segunda parte. Las etapas normativas de la 
adolescencia en el hombre y la mujer 
85 
89 
99 
Introducción 
6. Organización pulsional preadolescente 
7. La.etaoa inicial de la adolescencia en el v:uón 
(l%:]\ 118· 8) E~ segundo proceso de individuación de la adoles-¡
5
, 
cenc1a 
141 
158 
9. Formación del carácter en la adblescencia 
10. El analista de niños contempla los comienzos de la 
adolescencia 
177 Tercera parte. Acting out y delincuencia 
179 Introducción 
183 11. Factores preedípi<:os en la etiología dt• la delincuen-
cia femenina 
203 Posfacio (1976) 
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( t%<)o9 
228 
248 
255 
257 
(1114) 261 
302 
327 
341 
343 
347 
eí2J El concepto de acttiaéió,n, (acting out) en relación 
con el proceso adolesPimte' , . 
13. La concreción adó~escefite. Contribución a la teoría 
de la delincuencia · ' ·' : 
14. El niño sobrevalorado 
Cuarta parte·: Enfoque evolutivo de la forma-
ción de la estructura psíquica 
Introducción 
r15:' La genealogía del ideal del yo 
16. La epigénesis de la neurosis adulta 
17. ¿Cuándo y cómo termina la adolescencia? Criterios 
estructurales para establecer la conclusión de la adoles-
cencia 
Quinta parte. La imagen corporal: su relación 
con el funcionamiento normal y patológico 
Introducción 
18. Comentarios acerca de las consecuencias psicológi-
cas de la·criptorquidia: un estudio clínico 
379 Sexta parte. Resumen: Contribuciones a la teo-
ría psiCoanalítica de la adolescencia 
381 
383 
403 
Introducción 
19. Modificaciones en el modelo psicoanalítico clásico 
de la adolescencia 
Referencias bibliográficas 
• 1 '. ' ~ ' 
Cuando tenía catorce años iba caminando 
por la calle oscurecida 
con un muchacho a quien había desvestido torpemente. 
Como yo, el pobre chico estaba incómodo 
pero miró. 
Espero, dijo, 
mirándome de soslayo, 
que no aguardarás nada más de eso ... 
Apartó la vista 
y todos lo supieron. 
Yo sangré y sangré y sangré. 
Era como una negra habitación 
y resplandecientes carbones rojos. 
Yo finjo que todos ellos son reales. 
Cuando acabó el verano nunca había ningún lugar. 
En el otoño yací entre quebradizas hojas. 
En Navidad fui a un departamento nuevo 
y a una cama con flores azules 
y él se quejó de mi edad 
como todos ellos. 
Y fui al museo 
y a un montón de doctores. 
Y mi madre dijo lo mismo que 
el hombre malo 
pero, al igual que él, 
ella jamás me llevó realmente 
lloraAdo en s11s brazos. 
X 
J essica R., dieciséis años 
.r 
Intrusión 
Incrustadas en el pensamiento 
demasiado montañoso para ser quebrado a golpes de pico 
las explicaciones lógicas tratan de abrirse camino 
a través de una mente con infinitas obstrucciones 
empujadas por un perpetuo dolor 
hecho de abatimiento, desánimo y desesperación 
de desconocidas propuestas futuras 
que aguardan pacientemente ser liberadas. 
de una batahola de ensordecedora confusión 
sólo para ser negadas al precio de sufrir 
piadosamente a los pies de dios 
ser liberadas en un movimiento de avance 
arrastradas por mareas de la fortuna 
ignoradas por los malignos demonios siempre listos 
para castrar la magnificencia de un segundo advenimiento 
John B., dieciséis años 
Palabras preliminares 
La psicología de la adolescencia despertó mi interés en los 
inicios de mi vida profesional, pero no fue el campo hacia el 
cual se dirigieron mis primeros intereses científicos, ni tampoco 
el campo en que yo suponía que habría de trabajar. 
Comencé como estudiante de biología, y obtuve el doctora-
do de esta disciplina en la Universidad de Viena, en 1934. No 
obstante, mi dedicación a la biología sufrió un desafío cuando 
me vinculé con el psicoanálisis, que infundió la vida de las 
emociones humanas al estudio del organismo, su estructura, 
función y evolución. La práctica del psicoanálisis, y en parti-
cular del análisis de niños, puso orden y disciplina en la 
confluencia de las dos ciencias. Hice, pues, del psicoanálisis mi 
profesión; el análisis de adolescentes pasó a ser mi interés fun-
damental y mi principal campo de investigación. 
Rememorando los comienzos de mi labor psicoanalítica, 
quiero dejar consignada aquí la influencia personal que August 
Aichhorn ejerció en mi vida profesional. En la década de 1920 
este hombre notable había adquirido fama internacional por 
su trabajo con delincuentes. Su intelección psicoanalitica del 
comportamiento delictivo y su técnica de rehabilitación y so-
cialización del adolescente asocial abrieron un ámbito entera-
mente nuevo para el tratamiento y la teoría, basado en la psi-
cología psicoanalítica. Mi vinculación con este dinámico inno-
vador y gran maestro dejó en mi espíritu una huella indeleble. 
Mi identificación inmediata con él determinó, gradual pero 
firmemente, mi interés por la adolescencia y mi dedicación a la 
terapia de los adolescentes. A medida que trascurrió el tiem-
po, estas prímitivas influencias generaron empeños más especí-
ficos en mis estudios sobre los adolescentes, relacionados y 
orientados por oportunidades felices que se presentaron en mi 
camino. Las sensibilidades, predisposiciones y aptitudes perso-
nales cumplieron un papel decisivo en la elección temática de 
mis proyectos de investigación. 
Este volumen reúne el fruto de esas investigaciones. Su fuer-
za propulsora ha sido mantenida, a lo largo de varias décadas, 
merced a mi fervor por ampliar y profundizar la comprensión 
del proceso del adolescente. 
Holderness, New Hampshire, 1° de enero de 1978. 
Primera parte. La influencia mutua 
del adolescente y su entorno 
1 
Esta nota preliminar no tiene por objeto resumir el conteni-
do de los cinco capítulos a los que sirve de introducción. Es, an-
te todo, un intento de reflejar conceptos oásicos que extraje de 
mi labor clínica y que, a lo largo del tiempo, han condicionado 
mi manera de observar el comportamiento humano y de con-
templar su naturaleza y desarrollo. Así pues, las siguientes 
puntufilizaciones deben considerarse como una tentativa de 
evqcar la corriente esencial de opinión y de ideas que ha dado 
<t• ura fisonomía particular a todos los problemas clínicos estu-
diado~;' ·por mí. He traducido en términos conceptuales las 
impresjones clínicas que cada vez me resultaban más convin-
centes, por ser esta la forma más confiablede verificar su vali-
dez teórica y su utilidad práctica. 
El organismo humano emerge del útero equipado con deter-
minadas capacidades biológicas de regulación que requieren 
un entorno próvidente para su funcionamiento y crecimiento 
adecuados. L~ supervivencia depende del apoyo que reciban 
necesidades biológicas y de contacto humano, de naturaleza 
tanto física como emocional, y que se sintetizan en la reciproci-
dad de la conducta vincular. Las variantes constitucionales del 
organismo en m.ateria de adaptabilidad, así como la presencia 
empática de la persona que brinda los cuidados maternos du-
rante el progreso madurativo del bebé, determinan un 
equilibrio óptimo. Desde el comienzo de la vida el organismo 
humano es un animal social. Con la interiorización del entor.: 
no, facilitada por la maduración del sensorio y personalizada 
por las facultades receptivas y expresivas de un ser afectivo y 
conciente de sí, tiene lugar en su debido momento una declina-
ción de la dependencia total respecto del entorno. El avance 
hacia la etapa de la autonomía se funda en la formación de la 
estructura psíquica; este proceso representa la trasformación 
de las influencias vivenciales -introducidas discriminadamen-
te en la vida del niño por su entorno, y a las que aquel responde 
de manera selectiva- en una realidad interior dotada de un 
orden legal propio. Aludimos a este principio de organización 
de la mente en términos de "instituciones" o "sistemas", los 
cuales comprenden el ello, el yo, el superyó y el ideal del yo. 
El organismo humano no puede, entonces, lograr o de-
sarrollar una presencia psíquica sin interferencias sistemáticas 
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del mundo exterior. El distingo entre un mundo exterior y un 
mundo interior -en cuanto entidades delimitadas, separa-
das- sólo evoluciona lentamente en el tercer año de vida. 
Suele sostenerse que el logro de la individuación, la interioriza-
ción y la estructura psíquica resguarda automáticamente, por 
sí solo, el funcionamiento óptimo del organismo psíquico. ~a­
mos fácilmente por sentado el papel del entorno. Debe constde-
rarse, empero, que las permanentes interferencias procedentes 
de este último -y que en parte emanan de la solicitación del • 
niño- son estímulos indispensables para promover el creci-
miento y sostener la vida anímica. En su activación recíproca, 
estas excitaciones aferentes y eferentes mueven al pequeño a 
hacer elecciones y practicar evitaciones, aunque estas no son 
concientes ni deliberadas. El proceso recíproco de "ajuste" es-
tablece entre el self y su entorno una pauta de interacción que 
poco a poco va conformando la individualidad y la singulari-
dad personal. Este proceso de armonización existe siempre pre-
cariamente entre las alternativas críticas de la total dependen-
cia del objeto y la autosuficiencia narcisista. En este hecho ve-
mos la intrínseca y precaria limitación de la autonomía indivi-
dual a la que suele denominarse "condición humana". 
La experiencia nos dice que el efecto inexorable de las 
influencias ambientales -de los nutrientes sociales y senso-
riales, si se prefiere- se vuelve a lo largo de la vida un requisi-
to imprescindible para el mantenimiento de un funcionamienc 
to organísmico (o sea, somático y psíquico) óptimo. Al afirmar 
que el entorno ejerce un influjo esencial, perpetuo y, en ver-
dad, nutriente sobre el individuo, no sólo me refiero al am-
biente humano sino también al ambiente abstracto que opera a 
través de las instituciones sociales, las simbolizaciones compar-
tidas, los sistemas de valores y las normas sociales. Su conteni-
do, modo de uso y complejidad, desde el punto de vista comu-
nitario y personal, están en flujo constante, independiente-
mente de que los veamos desde una perspectiva histórica o in-
dividual. La autonomía psíquica y la madurez emocional se 
logran merced al uso selectivo que hacen el niño y el adolescen-
te de sus particulares elementos ambientales y constitucionales 
dados, que con el tiempo configuran pautas adaptativas pecu-
liares. Sea cual fuese la pauta adaptativa en un nivel cual-
quiera, ella es escogida y organizada activamente (aunque no 
necesariamente de manera conciente y deliberada) por el niño 
en crecimiento a fin de proteger su integridad psíquica, su sen-
sación de bienestar, y mantener intacto su cuerpo y alerta y 
sensible su mente. 
Es inevitable que toda vez que perturbaciones emocionales 
impidan el uso nutriente del ambiente, se vean afectados en 
grado critico el funcionamiento y desarrollo normales. La ca-
pacidad del organismo psíquico para utilizar los elementos am 
bientales dados en un proceso anabólico (vale decir, integniti-
vo) apunta a una analogía biológica, a saber, la ingestión de 
sustancias que conservan la vida y su conversión en tejido vivo. 
Si este proceso opera bien en todas sus etapas, puede conside-
rárselo el indicador fundamental y garantizador de la normali-
dad y la salud, según lo demuestran notoriamente los periodos 
de rápido y vigoroso desarrollo y adaptación (p. ej., la niñez 
temprana y la adolescencia). Por supuesto, aquí se da por des-
contado que existe siquiera en pequeña medida el "ambiente 
facilitador" o la "madre suficientemente buena" de Winnicott. 
Una vez definido el punto de vista básico de los cinco capítu-
los que siguen, debemos examinar su importancia para la ado"· 
lescencia. En los términos más simples, podemos decir que con 
el advenimiento de la maduración sexual se tornan no sólo fac-
tibles sino imperiosos los saltos cognitivos a niveles superiores y 
nuevas aptitudes físicas, un desprendimiento de las dependen-
cias infantiles de la familia en busca de un medio social más 
amplio. El ambiente del niño y el niño mismo se vuelven más. 
complejos a medida que pasan los años y a, medida que en-
cuentran un mundo, en permanente expansión, de fuerzas in-
teractuantes que se provocan, se rechazan y se neutralizan mu-
tuamente. Entre la gama de influencias que constituyen la 
matriz familiar de la cual emerge cada individuo adolescente 
puede siempre descubrirse un conjunto de vivencias prototipi-
cas singularmente consecuentes. La posibilidad de combinar 
estas influencias en una totalidad unitaria decisiva, a la que 
suele titularse "identidad y carácter", dependerá del grado de 
integración y diferenciación de que sea capaz el yo adolescen-
te. El hito del "yo" y el "no-yo", establecido en la niñez 
temprana, abarca en la adolescencia una gama infinita de al-
ternativas físicas y psíquicas. 
No es que el adolescente carezca de preparación para el ale-
jamiento emocional de su matriz familiar. Anteriores disrup-
ciones en su desarrollo lo llevaron, por etapas, a una creciente 
dependencia de yoes auxiliares. Teniendo en cuenta el factor 
temporal de estas trasformaciones psíquicas, parecería que el 
ritmo de cambio es lento, o, en otras palabras, que para su 
completamiento se requiere un lapso prolongado. Al menos tal 
parece ser el caso en el mundo occidental contemporáneo, a di-
ferencia de lo que ocurre en las llamadas sociedades primitivas, 
donde los ritos de iniciación expulsan al adolescente, con la ra-
pidez de un parto, hacia la posadolescencia y la participación 
en la comunidad. No importa en qué dirección avance la ado-
lescencia, pronto podemos observar que el nuevo entotno del 
adolescente, más vasto y de hecho menos familiar, hereda fun-
ciones y significados que antaño pertenecieron a la matriz fa-
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miliar de la niñez, y que en la adolescencia son sometidos a mo-
dificación por rechazo parcial o absoluto, transitorio o perma-
nente -proceso al que denomino aquí "la modulación 
idiosincrásica y la selectividad crítica" del adolescente-. Sólo 
utilizando un entorno social más amplio, como continuación, 
rechazo o revisión de las pautas familiares habituales, adquiere 
el adolescentepautas propias estables, duraderas, acordes con 
su yo, y se convierte en adulto. 
Los comentarios que hemos hecho hasta ahora sientan las 
bases conceptuales generales de la primera parte de esta obra. 
Hagamos breve referencia a los problemas de que se ocupa. El 
primer capítulo de esta parte introduce, en vasta escala, una 
variante del antiguo tema de la separación y polarización entre 
las generaciones. En las décadas de 1950 y 1960 se produjo, 
dentro de un sector norteamericano predominantemente cons-
tituido por personas blanc~s de clase media, un desquicio endé-
mico de los procesos normativos de desarrollo adolescente. Me 
impresionó en esos días la línea divisoria que estaba trazando 
la juventud entre ella y sus mayores -"los de más de 
treinta"-, exigiendo que la generación de los adultos, la de los 
padres, se hiciera a un lado y admitiera su futilidad en el nuevo 
mundo bravío. La insistencia de los jóvenes en que la vieja ge-
neración se declarase perimida y renunciara a sus privilegios 
por considerarlos anacrónicos, desplazó la responsabilidad de 
los adolescentes por su independencia a la generación de los 
padres, en calidad de garantizadores de la libertad juvenil y de 
la condición de adulto. Esta actitud delataba que la involucra-
ción de estos jóvenes con su familia seguía siendo intensa y no 
había menguado; "dependencia negativa" podía ser un buen 
rótulo para ella. Terminé por reconocer en este malestar una 
lucha en pro de la autonomía llevada a cabo por jóvenes inca-
paces de lograrla sin el apoyo y la servicial ayuda de la genera-
ción de sus padres. 
En este fenómeno de la época podemos ver un reflejo de una 
crisis política y de pensamiento universal, que en sus peores as-
pectos morales se sintetiza. en la guerra de Vietnam, y en los 
mejores, en el Movimiento por los Derechos Civiles. En este 
sentido, no debemos pasar por alto que el blanco y culto joven 
alienado de quien aquí hablamos era el producto marginal o 
cabal del estilo hiperracional de crianza implantado en la dé-
cada del cincuenta, y elaborado e influido por la mentalidad 
de la "sociedad opulenta". 
A este primer capítulo sobre la emancipación adolescente de 
las dependencias familiares merced a la identificación con las 
realidades más vastas y urgentes de la época le siguen investi-
gaciones de problemas más limitados, y de sus consecuencias 
te6rkas. Cada una de ellas es un ladrillo para la construcción 
de una teoría comprehensiva de la adolescencia; en su conjun-
to, conforman las líneas de desarrollo de la adolescencia nor-
~al, y, ~n el campo de la patología, ofrecen puntos de referen-
Cia teóncos que pueden contribuir a restringir y hacer más ri-
gurosas las afirmaciones y predicciones. En la evaluación de la 
conducta y los estados emocionales del adolescente el clínico se 
ve asediado siempre por diversas incertidumbr~s. Conside-
rarlos ~sp~ctos . r~ormales del proceso adolescente o, por el 
c~ntrano, Identificarlos como signos patológicos, le plantea un 
dilema para resolver el cual siente mucho la necesidad de con-
tar con los criterios diferenciadores provenientes de la investi-
gación. La prosecución de este objetivo recorre como un hilo 
rojo todas las investigaciones de las que informamos en este vo-
lumen. 
La .inestabilidad y vulnerabilidad psíquicas del adolescente 
son bien conocidas. Esta labilidad hace posible que un de-
sarrollo anori?a.l se torne permanente, pero también que se su-
peren pote?c1ah~~des anómalas anteriores ya sea compensan-
do su mflu]O debilitador o aislando sus penosas interferencias. 
En. los ú~timos ti~mpos s~ ha encuadrado estas clases de ajuste 
baJO el titulo de mecamsmos de confrontación"'. Los residuos 
de la historia inf.antil de la formación de la estructura psíquica 
permanecen activos en todos los estadios de desarrollo subsi-
guientes y adquieren, en verdad, una urgencia extrema duran-
te la adolescencia, cuando las alteraciones estructurales abren 
cai?ino hacia la adultez. La elucidación de este proceso re-
q.mere una ~escripción dinámica y genética de las dependen-
c~as gener~cwnales y de los movimientos de ruptura -emo-
cwnal, social, de pensamiento- que caracterizan al proceso 
adolescente. 
Se sabe.desde siempre que los adolescentes participan inten-
s~ Y apaswnadamente en su ambiente global, y en las rela-
CI~nes co? .sus pares en particular. En este aspecto, la teoría 
psic~a?~htica de la adolescencia ha tendido a poner de relieve 
~as viC.lsltudes del hallazgo de objeto fuera de la familia. En las 
mvestigacio~es psi,coanalíticas propiamente dichas, los proble-
~as de la psiColog1a de grupo han constituido un tema tangen-
~Ial. He tratado de ampliar estos estudios en mi capítulo "La 
Imago parental escindida en las relaciones sociales del ado-
lescente". Lo que en .este sentido me importaba era el papel 
que cumplen las relacwnes con los pares como función del en-
torno, y el empleo singular que el adolescente hace de ellas. 
Como. he estudiado estos procesos dentro de un encuadre psico-
analítico, resulta lógico que mis observaciones y conclusiones 
sean nítidamente distintas -a causa de la metodología utiliza-
da- de las del estudio habitual del comportamiento grupal. 
Ambos enfoques (la indagación intrapsíquica del individuo y la 
9 
" 
mdagación psicológica de este como parte ~e un .grupo) .se 
complementan bien entre sí. En lo t~cante ~mi prop10 tra.ba]O, 
por extrapolación he hecho inferencias pertl~entes para ciertas 
clases de conducta grupal. Esta argumentación lleva a la pro-
puesta de que la involucración sociocéntrica del adoles~e~te en 
las relaciones con los pares no sólo contiene metas de libido de 
objeto, sino que representa, ad.emá~, ~n esfuerzo por .ll.ega~ a 
una conciliación con los restos mtenonzados de la esclSlón m-
fantil preambivalente en objetos "buenos:· y "malos". ~a tarea 
evolutiva que se ex;terioriza en es~as particulares ,relacwnes de 
objeto del adolescente es de cambw estructural mas que de gra-
tificación de la libido de objeto. 
l. Realidad y ficción 
de la brecha generacional* 
De tiempo en tiempo, aparecen en nuestra lengua nuevas 
expresiones que adquieren, insidiosamente, vida propia, se ge-
neralizan en demasía y pasan a ser excesivamente utilizadas. 
En este proceso llegan a servir como rótulos convenientes y 
explicaciones fáciles de todo lo que sea similar; en suma, 
quedan desgajadas de su contexto de origen. Expresan entonces 
ora más, ora menos de lo que se pretendió que expresaran 
cuando por vez primera brotaron de algún hablante creativo. 
Una de esas expresiones es "brecha generacional": va en vías de 
adquirir el estatuto de verdad y realidad eternas, semejante al 
de un astro recién descubierto en el espacio exterior. La brecha 
generacional es un memorable fenómeno que despierta nuestra 
curiosidad analítica. A fin de asignar a esta nueva expresión su 
marco de referencia apropiado, la deslindaré de otra frase usa-
da como sinónimo: el "conflicto generacional". 
La creación de un conflicto entre las generaciones y su poste-
rior resolución es la tarea normativa de la adolescencia. Su im-
portancia para la continuidad cultural es evidente. Sin este 
conflicto, no habría reestructuración psíquica adolescente. Es-
ta afirmación no contradice el hecho obvio de que el comporta-
miento adolescente contrasta, universal y radicalmente, con el 
de los años precedentes de la niñez. No debemos olvidar, ver-
bigracia, que la maduración sexual o pubertad progresa en for-
ma independiente del desarrollo psicológico. Es por esta razón 
que toda clase de pulsiones y necesidades infantiles pueden 
hallar expresión y gratificación en la actividad genital. Nuestra 
labor clínica nos ha permitido averiguar que la conducta se-
xual genital es un indicador muy poco confiable para evaluar 
la madurez psicosexual: no existe correlación directa entre la 
actividad genital per se y la genitalidad como etapa del de-
sarrollo. El énfasis actual en la libertad sexual (o sea, genital) 
de acciónme mueve a destacar esta diferencia desde el comien-
zo, pues puede sostenerse, con sólidos fundamentos clínicos, 
que la conducta adultomorfa precoz como tal, y en especial la 
• Conferencia del Premio a los Servicios Ilustres, pronunciada en Miami, F1o-
rida, el4 de mayo de 1969, en la reunión anual de la American Society forAdo-
lescent Psychiatry. Publicada originalmente en S.C. Feinstein, P. Giovacchini y 
A.A. Miller, eds., Adolescent Psychiatry, Nueva York: Basic Books, 1971, vol. 
1, pá~. 5-13. 
JI 
conducta sexual, a menudo impide el desarrollo progresivo en 
lugar de promoverlo. Quiero decir que este d~sarrollo pr?gresi-
vo sólo puede ser evaluado si se lo conceptuahza en térmmos de 
cambios internos y de desplazamientos internos de investidu-
ras. Estos procesos internos no son necesariamente advertibles 
en lo exterior por el observador casual o por el ambiente; no 
obstante, intrapsíquicamente tienen lugar disloques revolu-
cionarios que remplazan a los antiguos regímenes por otros 
nuevos. La intensidad de los signos visibles -el "ruido 
público", digamos- rara vez nos informa de manera segura 
sobre el tipo de acomodamiento psíquico que el adolescente es-
tá iniciando o consolidando. 
Difícilmente ocurran en las secretas honduras del alma cam-
bios psíquicos revolucionarios sin originar excesos e~ la ac~ión 
y el pensamiento, manifestaciones turbulentas, Ideas I~o­
noclásticas, tipos especiales de conducta de grupo y de est~l~s 
sociales. Se ha considerado que todos estos fenómenos son tlpi-
cos de la transición de la niñez a la adultez. 
Trascribiré a continuación un pasaje escrito algún tiempo 
atrás por Aristóteles, un agudo observador de la naturaleza hu-
mana. En su Retórica dice acerca de la adolescencia: 
"Los jóvenes tienen fuertes pasiones, y suelen satisfacerlas de 
manera indiscriminada. De los deseos corporales, el sexual es el 
que más los arrebata y en el que evidencian la falta de auto-
control. Son mudables y volubles en sus deseos, que mientras 
duran son violentos, pero pasan rápidamente [ ... ] en su mal ge-
nio con frecuencia exponen lo mejor que poseen, pues su alto 
aprecio por el honor hace que no soporten ser menospreciados 
y que se indignen si imaginan que se los trata injustamente. Pe-
ro si bien aman el honor, aman aún más la victoria; pues los jó-
venes anhelan ser superiores a los demás, y la victoria es una de 
las formas de esta superioridad. Su vida no trascurre en el re-
cuerdo sino en la expectativa, ya que la expectativa apunta al 
futuro, el recuerdo al pasado, y los jóvenes tienen un largo fu-
turo delante de ellos y un breve pasado detrás. [ ... ] Su arrebato 
y su predisposición a la esperanza los vuelve más corajudos que 
los hombres de más edad: el arrebato hace a un lado los temo-
res, y la esperanza crea confianza; no podemos sentir temor si a 
la vez sentimos cólera, y toda expectativa de que algo bueno 
sobrevendrá nos torna confiados. [ ... ] Tienen exaltadas ideas, 
porque la vida aún no los ha humillado ni les ha enseñado su~ 
necesarias limitaciones; además, su predisposición a la espe-
ranza les hace sentirse equiparados con las cosas magnas, y esto 
implica tener ideas exaltadas. Preferirán siempre participar en 
acciones nobles que en acciones útiles, ya que su vida está go-
bernada más por el sentido moral que por el razonamiento, y 
·~ 
·~ 
1 
mientras que el razonamiento nos lleva a escoger lo útil, la 
bondad moral nos lleva a escoger lo noble. Quieren más que los 
hombres mayores a sus amigos, allegados y compañeros, por-
que les gusta pasar sus días en compañía de otros. Todos sus 
e;rores apuntari en _la misma dirección: cometen excesos y ac-
tu~n con vehemencia. Aman demasiado y odian demasiado, y 
asi con todo. Creen que lo saben todo, y se sienten muy seguros 
de ello; este es, en verdad, el motivo de que todo lo hagan con 
exceso. Si dañan a otros es porque quieren rebajarlos, no pro-
vocarles un daño real [ ... ] Adoran la diversión y por consi-
guiente el gracioso ingenio, que es la insolencia bien educada" 
[págs. 323-25]. 
Esta descripción da testimonio de la· uniformidad de las eta-
pas ~e desarrollo, que están cronológicamente reguladas y de-
termma?as por procesos biológicos de maduración, propios de 
la especie. En contraste con ello, las formas en que los procesos 
psicobiológicos se traducen en expresiones psicosociales han 
cambiado amplia e interminablemente a lo largo de los tiem-
pos históricos. El conflicto generacional es esencial para el cre-
cimiento del self y de la civilización. 
Podemos afirmar con certeza que este conflicto es tan anti-
guo como las generaciones mismas; y no podría ser de otro mo-
do, porque la inmadurez física y emocional del niño determina 
su dependencia de la familia (nuclear o extensa) y, consecuen-
temente, establece los modelos esenciales de relaciones de obje-
to. Las instituciones psíquicas (yo, superyó, ideal del yo) se ori-
ginan en la interiorización de las relaciones de objeto y, de 
hecho, son una manifestación de estos orígenes cuando se ins-
taura la individuación adolescente. En ese momento los 
conflictos suscitados por las adaptaciones regresivas y progresi-
vas enfrentan al niño en proceso de maduración sexual con de-
safíos. y alternativas abrumadores. Allí radica el conflicto entre 
las generaciones. En lo fundamental, es generado por .una des-
vinculación emocional respecto de lo antiguo y un acercamien-
to a lo nuevo, que sólo puede alcanzarse a través de la gradual 
elaboración de una solución transaccional o trasformación: la 
estructura psíquica no se modifica, pero en cambio se alteran 
radicalmente las interacciones entre las instituciones psíquicas. 
El superyó sigue existiendo y funcionando, pero la influencia 
crítica del yo y su creciente autonomía alteran el absolutismo 
superyoi~o y modifican su cualidad así como su influjo en la 
personalidad. Estos logros del desarrollo estabilizan la autoes-
tima en consonancia con la condición física del individuo su 
capacidad cognitiva y un sistema de valores que trasciend~ la 
ética familiar buscando una base más amplia para su concre-
ción en la sociedad y en la humanidad. 
13 
,, 
i 
El conflicto generacional ha sido conceptualizado en torno 
de diversos puntos nodales de diferenciación psíqui_ca: An?a 
Freud (1958) habla del aflojamiento de los lazos obJetal~s m-
fantiles, y Erikson (1956), de la crisis de identidad; por mipa~­
te describo eso mismo en términos del segundo proceso de mdl-
viduación de la adolescencia (véase el capitulo 8). Todas estas 
formulaciones tienen un supuesto básico común: sólo a través 
del conflicto·puede alcanzarse la madurez. Podríamos dar un 
paso más y sostener que el ~onflicto en el des~rrollo nunca apa-
rece sin un correlato afectivo, como la tensión, en general, .Y 
más específicamente la angustia y la depresió~. _La tolerancia 
frenté a estos afectos dolorosos no puede adqmnrse en la ado-
lescencia así como nada se consigue si se corre a comprar un 
extinguidor de incendios cuand~ la casa y~ está envuelta en lla-
mas. Nuestra concepción genética nos diCe que la etapa para 
adquirir dicha tolerancia es el período de latencia. Es en esta 
etapa donde tantas perturbaciones adolescentes son quemadas 
en el bendito olvido. 
Antes de proseguir debo definir la postura desde la cu~ con-
templo al joven malquistado y hostil. El hecho de que vivamos 
en medio de una revolución social no es en absoluto obra de la 
juventud, aun cuando esta sea la port~?ora ?el i~pulso para 
poner en práctica el cambio. A la hostlhdad JUveml_ debe, yux-
taponérsele la mentalidad adulta. Gran parte de la hlosoha ac-
tual de los adultos me recuerda al doctor Pangloss, el personaje 
de Voltaire. Pangloss, el omnisciente tutor de Cándido, envía a 
su brillante e inquisitivo pupilo a viajar por un mundo ?e ~u­
dosa calidad humana. A las inteligentes preguntas de Candido 
acerca de los muchos absurdos de la conducta del hombre, 
Pangloss replica una y otra vez, con la perenne sofisteríay ver-
bosidad que dieron origen a su nombre, que el.mun~? en ~ue 
vivimos, pese a todas las apariencias en contrano, es el meJOr 
de los mundos posibles". 
1 
1 
Es deplorable que sólo a través de la violencia pueda sacarse 
de su letargo y mover al cambio a las insti~uci?~es respons~?les 
de la sociedad. A mi juicio, este hecho no JUstifica que l_os JOV~­
nes se arroguen el exaltado privilegio de acudir a la vwlencm 
cada vez que algo los disgusta o incomoda. Aprecio cabalmente 
el lugar que ha de asignársele a la viole.ncia en l_a desesperada 
búsqueda de una salida frente al mansm~ so~I~l de nue.stra 
época. Sé que estos problem~s no de?en _simphhcars~ atnb_u-
yéndolos a la brecha generacwnal. ~as bwn es al reves: los JÓ-
venes que creen en la brecha generac~onal ~bo~dan estas vastas 
cuestiones sociales, y su sentido de distanciamwnto personal Y 
discontinuidad cultural queda imbuido así de una ideología 
viable y de un marco de referencia emocional. 
Para continuar con mi tema, debo reducirlo a proporciones 
manipulables y prescindir de la dudosa valentía consistente en 
avanzar a campo traviesa bajo el fuego cruzado de disciplinas 
como la sociología, la educación, la teoría política y la historia, 
~odas las cuales ponen su grano de arena para comprender a la 
JUVentud actual. No soy Lord Raglan ni estoy ansioso por vol-
ver a combatir en una nueva batalla de Balaklava. Todo cuan-
to hago es apuntar mis observaciones clínicas relacionadas con 
el p_r~blema de la_brecha generacional. No pretendo que mi ex-
posi.ción sea pertmente para la revuelta juvenil actual en su 
conJunto; ella se centra en una sola forma de desarrollo adoles-
cente anómalo, que a todos nos es familiar. Unas pocas viñetas 
clínicas aclararán esto. 
Tuve hace poco-una charla con un muchacho de diecisiete 
años, es~udiante del primer año universitario, que había sido 
suspendido luego de participar en la ocupación de un edificio 
con manifestaciones de protesta y actos vandálicos. Me explicó 
que la universidad "separaba la emoción de la acción", dando 
en su lugar "acción y pensamiento". Había esperado que le 
brindase "algo así como un sentido, una significación". No lo 
recibió. A continuación pasó a describirme con gran detalle la 
interminable serie de recriminaciones entre "nosotros" ,. 
"ellos". Lo interrumpí recordándole la conversación telefónica 
en que habíamos acordado vernos. Le había dicho entonces 
que yo sabí~ qu~ su madre sugirió que él hablase conmit?;o, pero 
q~erí,~ avenguar por qué motivo él deseaba verme: y él respon-
dió: Tengo un problema de comunicación con mi padre''. 
Cuando ahora le traje a la memoria esta charla telefónica, me 
c~n.tó que le había escrito una carta a su padre desde el colegio. 
pidiéndole "que me dejara vivir. que no discutiéramos más, y 
comprendiera que yo tengo que hacer lo que hago". En est'e 
punto, le dije: "Ya veo ... Tú pro\·ienes de una familia en la 
que hay mucha intimidad", tras lo cual sus ojos se empañaron 
y ,r~plicó: "Sí, mi madre siempre me decía que yo tengo un es~ 
pmtu muy bueno, que tengo un libro en germen en mi 
cabeza". Este muchacho esperaba recibir de ~la universidad 
"sentido y significación .. como una continuación directa del 
apoyo d~ los padres: en otras palabras. deseaba que la universi-
dad lo hberase de la sen·idumbre de su infancia. así como ha-
bía deseado que su padre le ahorrase las agonías del conflicto 
generacional. En su hogar. la \"ida le había sido presentada en 
l~s té:minos más amables. pero ya había dejado de ser su pro-
pia vida. El \·erse obligado a abandonar la universidad le daba 
un st·~IIimiento de libertad. independencia e identidad que le 
pernut ta soportar pasajeramente su sentimiento de culpa. en~ 
gendrado por su estallido de agresión v de destructh·idad de-
senfn•Jwda. · 
15 
Una chica universitaria relataba su exquisi.to sen~imiento de 
exaltación mientras participaba en una mamfestaci~n de pro-
testa. La gran decepción se produjo cuando las autondades de-
cidieron no expulsar a los estudiantes rebeldes. Luego de.con-
tarme esto, la muchacha exlamó: "¡Quisiera que~~ hubier~n 
expulsado! Odio la facultad". Cuando le preg~nte ~I .~o podia 
dejarla por propia voluntad, me frenó ensegu~da diCwndome: 
"¡Oh, no! Eso sería una desilusión para mi madre. Jamás 
podría hacerlo". . 
Una muchacha de diecinueve años debió abandon~r sus es-
tudios universitarios a causa de síntomas .~e angusti~; Se es-
tableció en un vecindario conocido como mdeseable con .su 
novio quien gozaba a sus ojos del mérito de ser de clase ?aJa. 
Ella, ~u e provenía de una "buena" familia d~ ~lase media,. s~ 
sentía un ser excepcional entre sus pares por VIV~r c.on su n?v10, 
ello le daba una sensación de madurez, supenondad e mde-
pendencia. A través de su novio p~só a .formar parte de un ~ru: 
po de extremistas a quienes ella Idealizaba como los he.rmco, 
protagonistas de la creación de un nuevo orden mundia~, o, 
más bien, del repudio --ya que no la.destru~ción- del antiguo 
orden mundial en que había sido cnada. Sm emba~go, nunca 
pudo confiar plenamente en la sinceridad de ellos m en. la suya 
propia. Actuar como extremista le ofrecía la o~ortu,?I?a~. de 
ser belicosa y hostil, y esto la hacía sentuse bie~ Y 
"auténtica". Los irregulares hábitos laborales de su noviO la 
complacían porque de ese modo ella podía gozar d~ su compa-
ñia constante. Aceptaba el dinero de sus padres, ~m pensarlo 
dos veces, desde luego. Tras una ardua tarea anahtiCa, el,la pu-
do reconocer que sentía repulsión por el acto se~ual, al.cual se 
sometía debido a su temor al abandono y a s~ mcapaci.dad de 
estar sola. Durante toda su niñez y adolescencia, esta c~ICa sólo 
había tenido una amiga: su madre. Un poderoso Impulso 
regresivo hacia la madre preedípica fue contrarrestado por el 
desplazamiento y el sometimiento heterosexuales. La apa~e~te 
emancipación ocultaba la perpetuación de la dependencia m-
fantil. d bl 
Estos tres adolescentes provenían de hogares e.gente an-
ca de clase media adinerada, donde la vida giraba en torn? de 
lo; niños. Las familias como estas siempre hacen las cosas )un-
tos comparten libremente sus mutuos sentimientos y anahz~n 
sus' problemas de manera racional. Los padres, con frecuen~Ia 
peiigrosamente, se amoldan a las necesidad.es de s~s hi)OS 
mucho después todavía de que estos hayan depdo atras .la m-
fancia a lo largo de toda su adolescencia .. No toleran bwn la 
ira a~gustia 0 culpa de esos hijos. La ten~Ión, el fracaso o la 
de;ilusión, de los que ningún niño se v~ hbrado,. son pronta-
mente neutralizados mediante una cornente contmua de estí-
mulo y aliento. Podría pensarse que una estima tan abundante 
durará toda la vida; a menudo ocurre exactamente lo contra-
rio. Esto se debe a que en la adolescencia el self ilusorio alimen-
tado por los padres a lo largo de los años de la latencia es final-
mente rechazado, en un empeño por lograr una definición más 
adecuada de uno mismo. 
Los actos de rebeldía o de independencia, desde la desobe-
dienCia civil hasta la libertad sexual, son con frecuencia resul-
tado de rupturas violentas de las dependencias, más que seña-
les madurativas de la elaboración o resolución del conflicto. 
Los tres adolescentes a que nos hemos referido rechazaron a sus 
familias por considerar que estaban irremediablemente a 
contramano de la época, que carecían de toda comprensión de 
las motivaciones de sus hijos y eran incapaces dé decirles algo 
significativo. Estos jóvenes sentían agudamente la brecha ge-
neracional. En lo subjetivo, se utiliza esta brecha como un me-
canismo de distanciamiento, merced al cual los conflictos inte-
riores y el desapego emocional son remplazados por separa-
ciones espaciales e ideológicas. El resultado es una detención 
en el nivel adolescente, a causa de la evitación del conflicto; se 
pierde así la maduración a que da lugar la resolución del 
conflicto. Pero no todos los adolescentes que sostienen la exis-
tencia de una brecha generacional están evitando el conflicto;muchos deben adoptar esta postura para seguir siendo parte 
del grupo que estiman; aceptan el código del grupo sólo con re-
servas internas y una actitud contemporizadora .. 
Ya insinué antes que los hijos de estos hogares de clase media 
por lo general liberales o progresistas cargan el peso de lazos fa-
miliares que es difícil alterar de modo gradual. Estos lazos 
afectivos hallan permanente expresión, desde la niñez tempra-
na hasta la pubertad, en una intimidad demostrativa y en la 
pronta gratificación de las necesidades. Este tipo de crianza, a 
menudo recomendada por los psicólogos o por la opinión popu-
larizada y mal entendida de los especialistas, obstaculiza el 
normal desarrollo de la latencia. Los avances del yo, caracte-
rísticos de esta etapa, nunca se desprenden lo suficiente de las 
relaciones de objeto y en consecuencia nunca adquieren una 
a.utonomía esencial. En otras palabras, las relaciones objetales 
no son resignadas y remplazadas por identificaciones -no al 
menos en medida tal que la acometida de las pulsiones pubera-
les no fuera tan devastadora o desorganizadora-. Esos niños 
carecen totalmente de preparación para abordar la regresión 
normativa adolescente porque viven con un temor mortal a 
quedar sumidos en la regresión. No tienen otra opción que la 
ruptura total con el pasado, el autoexilio espacial y el absolutis-
mo opositor. Las drogas y la libertad sexual adquieren una im-
portante función en este "impase" del desarrollo, al impedir la 
17 
disolución regresiva de la personalidad. La incapacidad para 
hacer esta regresión hace que no puedan rectificarse los rema-
nentes infantiles del desarrollo defectuoso, y torna incompleto 
el proceso adolescente. El sentimiento de una .bre~ha ge?e:a-
cional y de una alienación representa la concwnc1a subjetiva 
de dicho impase como un abismo infranqueable. 
Irónicamente, este callejón sin salida se ha convertido ~ntre 
los jóvenes en una marca de distinción. No hace much~ Enk.H. 
Erikson me comentaba acerca de una charla que hab1a temdo 
con un estudiante que lo detuvo en los patios de Harvard, y que 
después de prepararlo convenientemente le declaró que estaba 
en busca de su identidad. Erikson le preguntó: "¿Se está usted 
quejando o jactando?': Hoy vemos a muchísimos jóvenes que 
portan su crisis de identidad como un emblem~ d~ honor, ~ue 
les conferiría inmunidad diplomática en el terntono extranJero 
de sus mayores. Esto me lleva a otro aspecto de la brecha gene-
racional, a saber, la contribución de la sociedad adulta y sus 
instituciones a la erosión de los vínculos entre las generaciones. 
El verano pasado visité en su casa de campo a un viejo ami-
go, cuyo hijo de dieciséis años pensaba en términos de la 
brecha generacional. El muchacho me saludó cordialmente, 
pero yo hice a un lado sus saludos con una mueca de disgusto Y 
le dije: "Yo no hablo con nadie que tenga menos de treint.a 
años". Su respuesta fue rápida: "¡Ah, de modo que estás envi-
dioso de nosotros!': Esta pequeña anécdota sirve para ilustrar-
nos acerca de los motivos que, según suponen los jóvenes, go-
biernan las actitudes de los adultos hacia ellos. Es innegable 
que hay en esto gran parte de verdad. La obsesión del adulto 
norteamericano por la juventud, la explotación comercial de 
los estilos de indumentaria que los jóvenes han creado, la popu-
larización y mercantilización de lo "suyo", despoja a los jóve-
nes de su legítimo monopolio. 
Los adultos miran fascinados a los jóvenes, prontos a imi-
tarlos -marginalmente, por supuesto- con el fin de evitar el 
envejecimiento. Uno puede observar el efecto recíproco del jo-
ven alienado y el adulto desasosegado: el actor ostentoso y el 
espectador ambivalente. Existe en los jóvenes una compulsiva 
necesidad de despertar la atención del mundo adulto, del or-
den establecido, en todas sus formas. Y a la inversa, en el adul-
to de mentalidad "juvenil" hay un compulsivo deseo de · 
mostrar comprensión frente a los jóvenes aceptando sus más 
disparatadas demandas y sus desaires. La situación más des-
concertante se presenta cuando algún joven rebelde que cree 
en la brecha generacional se encuentra con un adulto de men-
talidad realmente abierta y dispuesto al diálogo. Tan pronto 
como surge una discrepancia, el totalitarismo juvenil se afirma 
en esta alternativa: o se está a favor de los jóvenes o se está en 
c~ntra de ellos. Con su exagerado deseo de simpatizar, al ave-
mrse a esta dicotomía el adulto elude el conflicto generacional 
C:ada vez que confraterniza con el adolescente, borra las cues~ 
twnes generacionales, intrínsecas y esenciales, y transa. Los jó-
v~nes ~erc~ben esta actitud del adulto que se dice comprensivo 
e .1guahtano como una renuncia a la vez bienvenida y decep-
cwnante: En todo cas~, .e~la evita a jóvenes y viejos la agonía 
del c~nfhcto Y. de las dlvlswnes emocionales. Pero dicha déten-
~e pnva a .los JÓvenes de su legítimo territorio, demarcado por 
1mpugna~10nes mutuas -el territorio en que el adolescente de-
be co~sohdar su self dividido en el camino hacia la madurez 
emocwnal-. 
L~ que el ad~lescen~e quiere es que el adulto estereotipado 
admita su eqmvocac1ón, su egoísmo y su incompetencia 
¡Cuántas veces hemos escuchado en nuestro consultorio a u~ 
adolescente ~e~cargar su rabia contra los padres diciendo: "¡Si 
tan sólo ~dm1t1eran que están equivocados!"! Por supuesto to-
do ~sto hene validez únicamente para aquellos jóvenes qu~ ex-
p~nme~tan una brecha generacional, lo cual por definición in-
dlCa su ~~~apacidad ~e experimentar el conflicto generacional. 
~sta d~hmc1ón restnnge el uso de la expresión "brecha genera-
cwnal , porqu.e a~scribe a ella ciertas precondiciones evoluti-
vas Y por con~1gmente le confiere significado psicológico. 
Mucho escnb~n hoy en día sobre la juventud adultos que só-
lo pueden aprec.~ar los efectos visionarios, reformistas y libera-
dores, que ella tlene en la sociedad. Esa apoteosis de idolatría 
de los JÓVenes es una cuestión sumamente personal y tales 
~bra~os entusiastas ocultan, como en la mayoría de la~ genera-
hzaclOnes, los elementos contradictorios y heterogéneos ope-
rante~. Contemplando el problema como yo lo hago, 0 sea psi-
cológlCament~, no puedo ser un cabal apologista y admi;ador 
~e tod~s. los h?eradores e iconoclastas juveniles. Tampoco ha 
sido ~I mtención abarcar en esta exposición la situación total 
~e la Ju_ventud de nuestros días; más bien, he dirigido mi em e-
no ~acia u~a de~inición de .los té~minos, y, en consecuenJa, 
hacia la delineación de un tlpo psiCológico. Este tipo -"el jo-
ven que cree en la brecha generacional"- constituye sin lu-
~ar a d~das, ~na minoría: pero, ¿acaso nuestra profesiÓn no se 
d
a d~d1eado siempre a las minorías y a las formas inadaptadas 
e vida? 
.oe~tro ?e las definiciones que he expuesto, es posible resu-
mir mi. tesis. Cuando se establece la brecha generacional como 
mecamsmo prolongado de distanciamiento, en términos de un 
desa~ego total del individuo respecto de su contexto original el 
crnfhcto. gene~acional resulta débil, carente de estructura v'de 
e abor~c1ón. SI, en cambio, se afirma este conflicto que a~túa 
con miras a la individuación y la diferenciación, la' brecha ge-
19 
neracional. en cuanto estilo de vida, no encu~n~ra terreno fé~­
til en el cual crecer y sostenerse. En tales condtcwnes, es transi-
toria\' tiende a su autoeliminación. Los extremos de ambas ~a­
tegorÍas son fácilmente reconociblt;s. mientras que los estad10s 
intermedios~ que contienen ingredtentes de a~?as, ,s~elen ca~­
gar de dudas e incertidumbres nuestra \·aloracwn ch.mca. Defi-
nir los extremos a fin de reconocer lo que se aproxtma a ellos 
puede ser proYechoso. Sólo mediant~ .este laborioso proceso de 
evaluación podremos calibrar la uhhdad ~ue le prestamos al 
adolescente que cree en la brecha ge~eracwnal. ~oda ve~ que 
seamos capaces de descifrar el mensaJe que su acc,tón contiene, 
podremos alentar la razonable esperanza de que el com~renda 
lo que nosotros le decimos. 
2.Reflexiones sobre la juventud 
moderna* 
La agresión reconsiderada 
El alarmante aumento de la agresión adolescente en todos 
los sectores de la vida, independientemente de la clase social, 
nos obliga a reconsiderar aspectos bien conocidos de la teoría 
psicoanalítica a fin de determinar su particular pertinencia pa-
ra nuestra comprensión de esta clase de conducta adolescente. 
Quizá la entenderemos mejor si centramos nuestra atención en 
los destinos de la pulsión agresiva. Esta pulsión aparece con to-
da su intensidad en la adolescencia bajo múltiples y cambian-
tes formas, que van de la mentalización a la acción o, más pre-
cisamente, del sueño y la fantasía al asesinato y el suicidio. 
La agresión manifiesta del adolescente ha atraído el interés 
del psicoanalista desde mucho tiempo atrás. Su operación, en 
términos de sus determinantes endógenos y exógenos, conti-
núa siendo objeto de nuestra curiosidad científica. En la com-
parativamente breve historia del psicoanálisis, la primitiva y 
duradera fascinación con los destinos de la libido ha llevado la 
delantera. La indagación de esta pulsión·permitió discernir el 
conflicto sexuál, que sin duda tuvo particular virulencia en el 
clima moral de la época victoriana. Lo que engendró a la nueva 
ciencia del psicoanálisis fue la sincronía de la era de la repre-
sión sexual con la existencia de un genio como Freud. 
Sea como fuere, lo cierto es que sólo a desgano y lentamente 
la preocupación por los destinos de la libido cedió lugar a una 
inquietud cada vez más profunda por las vicisitudes de la pul-
sión agresiva. En muchos aspectos, el problema de la agresión 
('Ontinúa siendo oscuro y enigmático, al par que las manifesta-
dones clínicas de la pulsión agresiva atraen nuestra atención 
de manera persistente y creciente. Muchos tabúes sexuales del 
rnundo occidental se han debilitado o parecen haber desapare-
,.ido por completo. Si tomamos al pie de la letra la conducta y 
lus palabras del adolescente, su angustia conciente y sus senti-
rnit·ntos de culpa en relación con la sexualidad (autoerótica y 
lll'll·roscxual) han declinado notablemente. No obstante, como 
analistas pronto descubriremos que la culpa y la angustia.vin-
l'llladas a la sexualidad no desaparecieron, sino que simple-
• DI!K·urso presidencial pronunciado en la reunión de la American Asso-
t•l•llon for Child Psychoanalysis realizada en Hershey, Pennsylvania, el 4 de 
nlnll el•· 1!170. Publicado originalmente en Psychosocial Processes: Issues in 
ChUt/ Mrntal Health, vol. 2, n° 1, pá~. 11-21, 1971. 
ll 
mente han sido desalojadas de la conciencia en virtud de que la 
sexualidad infantil y adolescente cuenta con la aprobación y el 
aliento de los especialistas, los padres y los pares. 
No está desvinculada de la llamada "revolución sexual" la 
impresión que tenemos (a partir del diván y de la ob~ervación 
directa) de que la pulsión agresiva persigue sus prop1as metas· 
independientes como resultado de una mezcla insuf.ic~ente 
entre libido y agresión. En los puntos extremos se sltua la 
violencia, apoyada por toda suerte de ideologías y razones, y la 
pasividad que es dable apreciar en el estilo de vida de los "hip-
pies". En uno y otro caso, la agresión se vuelve contra uno mis-
mo, contra el objeto o contra el ambiente no humano, ind~can­
do un desequilibrio o desmezcla fatal entre las dos pulswnes 
básicas. 
Debo confesar que en mis escritos anteriores atribuí un papel 
demasiado grande en la formación del conflicto adolescente a 
los impulsos libidinales, relegando la pulsión agresiva casi 
exclusivamente a una función defensiva. Con posterioridad he 
corregido este descuido: mi actual modelo teórico de la adoles-
cencia descansa en la teoría de las dos pulsiones. La labor clíni-
ca me ha convencido de que en la pubertad (o sea, en la madu-
ración sexual) se intensifican en igual medida las pulsiones 
agresivas y libidinales. Sigue constituyendo un interrogante si 
la intensificación de las pulsiones que observamos con tanta 
claridad en la adolescencia no obedece a una desmezcla de pul-
siones, más que a meros cambios cuantitativos. Además, debe 
recordarse que la pulsión agresiva, en su forma primaria no 
atenuada, es cualitativamente diferente de la agresión emple-
ada con fines defensivos. Esta difere.ncia obedece a que para 
asumir una función defensiva la pulsión agresiva debe primero 
ser modificada y adaptada a los intereses del yo. 
Gran parte de la actual agresión acorde con el yo, aun cuan-
do parezca patognomónica a ojos de muchos observadores, de-
be ser evaluada por el psicoanalista de acuerdo con su función. 
La agresión es, sin duda, un medio que permite al individuo 
injerirse en el ambiente a fin de moldearlo de modo de salva-
guardar apropiadamente su integridad psíquica, su autoestima 
y su integración social. Las técnicas y políticas de la conducta 
aloplástica deben aprenderse en cada estadio de desarrollo. En 
la adolescencia mucho más que antes, deben hallarse modelos 
útiles que tras~iendan los límites de la familia, en el medio 
inás amplio de la sociedad global. Esta formulación destaca el 
hecho de que todo investigador de la agresión adolescente debe 
entrar, marginal pero implícitamente, en ·los dominios de la 
psicología de grupo, la sociología y la ciencia política. Debe-
mos admitir que la mayoría de los psicoanalistas no se mueven 
con soltura o con conor.imiento del terreno en tales territorios. 
22 
Mis especulaciones han alcanzado un punto en que debo de-
limitar el ámbito desde el cual contemplo el problema de la 
agresión adolescente. Ese ámbito es constreñido y específico, y 
no puede amoldarse a la totalidad de los fenómenos agresivos 
de la adolescencia. No tengo dudas de que la actual inquietud 
adolescente es sintomática de anacronismos o colapsos sociales 
e institucionales: en relación con el desarrollo adolescente, el 
ambiente ha perdido algunas de sus funciones esenciales. Cada 
vez que "algo está podrido en el estado de Dinamarca", la ju-
ventud ha sido siempre el más sensible indicador. Con su con-
ducta inadaptada el adolescente nos está manifestando el 
caprichoso desorden de las funciones societales al que se suele 
llamar "anomia". El adolescente expresa este estado de cosas, 
aunque es incapaz de dar expresión a la verdadera naturaleza 
de su causa o a las medidas necesarias para la regeneración de 
la sociedad. Empero, para el joven deben existir causas básicas 
y remedios definitivos; así pues, los infiere de la realidad y de 
la ficción, con el urgente propósito de armonizar su self con el 
entorno. De este proceso surge una amalgama de innovaciones 
constructivas, que a menudo alternan con coléricos desplantes 
de iconoclastas. Una de estas tendencias, o ambas, urge a la ac-
ción o bien hace su obra en silencio sin exteriorizaciones tumul-
tuosas visibles. También en este caso, la diferencia depende del 
medio social y del estilo predominante de crianza de los niños. 
En los últim9s tiempos se ha vuelto evidente que las manifes-
taciones por la paz o contra el servicio militar obligatorio, así 
como las revueltas universitarias, no son sino los signos decla-
rados de una revolución social moldeada por el hecho trágico 
de que sólo la violencia, la destrucción y el terror parecen traer 
a la conciencia actitudes, condiciones y costumbres sociales 
que ya no resultan tolerables. El fenómeno social de la violen-
cia juvenil (en especial la de los negros) no pertenece en forma 
exclusiva a la órbita de nuestra especialidad profesional; las ur-
nas y los tribunales de justicia ejercerán sobre él el efecto más 
constructivo y duradero. Estos comentarios quieren trasmitir 
mi convicción de que la turbulencia y la violencia adolescentes 
tienen vastas implicaciones sociales, con respecto a las cuales el 
aporte directo del psicoanálisis es limitado. En lo que sigue, 
restringiré mis especulaciones a aquellos aspectos de la agre: 
sión adolescente que pueden ser iluminados mediante la obser-
vación y la intelecciónpsicoanalíticas. 
Con el fin de exponer mi tesis, debo volver al problema del 
dpsarrollo adolescente. Un principio aceptado de la teoría psi-
(•oanalítica de la adolescencia ha sido que el avance hacia la ge-
nitalidad saca a la luz los antecedentes pulsionales de la niñez y 
~us relaciones objetales predominantes. Entre las relaciones ob-
jPlalcs infantiles reactivadas por la maduración sexual, duran-
23 
1 
1 1 
te mucho tiempo cumplió un papel cardinal el vínculo edípico 
positiYO; sólo más tarde y en forma gradual, hallaron un l~gar 
de singular importancia en la teoría de. la adol.escencia el, 
complejo de Edipo negativo y las relaciOnes ob]etales pre-
edípicas. 
Hemos llegado a admitir que el desarrollo adolescente 
progresiYo procede siempre por vías regresivas; en otras pa-
labras, que la genitalidad sólo se alcanza por el ro~eo de ~n ne-
xo de inYestiduras con posturas pulsionales pregemtales, mclu-
,·endo, desde luego, sus respectivas relaciones de objeto p~eedí­
picas v edípicas. En esta regresión forzosa, sin la cual es !~po­
sible álcanzar la madurez emocional, radica el más ommoso 
peligro a la integridad de la organización psíquica. Se ded';lce 
esta importante consecuencia: la intensificación de la puls1ón 
sexual (pregenital y genital) en la pubertad n~ re?resenta P?r si 
misma· la fuente exclusiva de los peligros ps1qmcos conocidos 
como angustia edípica y culpa sexual. La singularidad del de-
sarrollo adolescente se destaca plenamente cuando tenemos en 
~uenta que. a diferencia de todos los otros períodos anteriores a 
la pubertad. ese desarrollo progresivo depende de -y ~n ver-
dad está determinado por- la regresión, su tolerancia y su 
empleo en pro de la reestructuración psíquic~. . 
Las ,·astas consecuencias de esta formulación necesitan ser 
elaboradas. Comenzaré, tras algunas vacilaciones, con un 
enunciado rotundo, porque él nos llevará sin demora in medias 
res. Normalmente, el avance hacia la genitalidad es acor.de con 
el vo y cuenta con el apoyo social de los pares y la sanciÓn del 
m~d~l~ parental respecto de la unión sexual y la paternidad o 
maternidad. En ese camino, los obstáculos están dados por las 
fijaciones pulsionales y la angustia superyoica. Estos impedi-
mentos que se yerguen en el sendero de desarrollo son aspectos 
universales de la condición humana; tanto la enfermedad co-
mo la salud proceden de ellos. Del éxito que tenga la regresión 
adolescente -a la que Anna Freud (1958) llamó "la segunda 
posibilidad"- como reparación y restauración ?epende, en úl-
tima instancia, que una u otra de estas alternativas sea el lega-
do de la adolescencia. 
La regresión, en cuanto componente forzoso del proc~so 
adolescente, constituye inevitablemente una fuente de conflic-
to, angustia y culpa. Como en cua~quier otro .esta~~ de emer-
gencia psíquica (o sea, cualquier mterferenc1a cnbca. con la 
homeostasis psíquica), también aquí se recurre a med1~as de 
defensa. Estos acomodamientos autoplásticos y alopláshc9s a 
un estado de emergencia suelen presentarse en una mezcla de 
diversas combinaciones. Dicho de otro·modo, pueden darse co-
mo cambio interno y como acting out. En términos generales, 
cabe sostener que la regresión a la pregenitalidad Y a sus res-
pectivas relaciones de objeto siempre posee un carácter desa-
corde con el yo; tiende a disminuir la autoestima, a no ser que 
alcance el estado de la megalomanía infantil. Tenemos amplia 
evidencia clínica del movimiento regresivo en la intensifica-
ción del narcisismo de la adolescencia, el cual provee un asilo y 
refugio cada vez que el proceso adolescente fracasa estrepitosa-
mente, o bien es visitado como efímero lugar de descanso. En 
uno y otro caso, la regresión adolescente representa un peligro, 
que adquiere dimensiones catastróficas cuando el impulso 
regresivo a la fusión con el objeto se vuelve demasiado fuerte y 
el yo-realidad no puede contrarrestarlo. En tal situación la ani-
quilación de la individualidad llega a su punto culminante y se 
torna inminente la disolución de la estructura psíquica; el co-
lapso del examen de realidad es siempre una elocuente adver-
tencia. Por su propia índole, la regresión es ilimitada e intermi-
nable, en tanto que el progreso sólo es asegurado por la cre-
ciente delimitación del self. En su derrotero final, la regresión 
da paso a la megalomanía y al narcisismo primario, mientras 
que el progreso desemboca en una afirmación del principio de 
realidad y en la aceptación de la muerte. No hay que 
asombrarse de que los adolescentes cavilen en torno de la 
muerte más que las personas de mayor o de menor edad. 
Cuando postulé que la regresión es un aspecto forzoso del de-
sarrollo adolescente, tenía presente una función dinámica es-
pecífica que es inherente a dicha regresión. La mejor forma de 
describirla es esta: la regresión hace operar al yo evoluciona-
do, dotado de las capacidades propias del período posterior a la 
latencia, sobre los conflictos, la angustia y la culpa infantiles 
que el débil y limitado yo de años anteriores era incapaz de re-
solver, neutralizar o despojar de su carácter nocivo. Esas tareas 
han pasado a ser el mandato del yo adolescente. A la inversa, 
puede afirmarse que sólo un yo capaz de hacer frente a esas ta-
reas tiene las propiedades de lo que cabe denominar "yo ado-
lescente". 
Apenas he insinuado aún las vicisitudes de la agresión en la 
regresión adolescente. En términos teleológicos, la regresión 
adolescente apunta a resolver las dependencias infantiles .por-
que estas son inconciliables con las relaciones objetales adultas 
v la autonomía del yo. Sumamente característico de las rela-
dones objetales infantiles es su ambivalencia, o sea, su natura-
lt•za afectiva intrínsecamente antitética, que afirma la depen-
' lt ·ncia del objeto tanto en términos de agresión como de libido. 
El temor a la pérdida del amor y la angustia de castración pro-
vocan una tenue mezcla de ambas. Bajo la influencia de la 
re •).!;n•sión adolescente, esta fusión se anula parcialmente, y la 
arrrbivalencia primaria -que incluye el amor incondicional 
(po)>csividad total) y el odio irreconciliable (destructividad to-
25 
tal)- invade las relaciones del a~olescent~. con los obje~os, los 
símbolos, las representaciones y el self. El adolesce~lte mtra~­
sigente" de Anna Freud (1958) utiliza una defensa bier: conoci-
da, que puede empero ser considerada como un ?envado de 
una lucha de ambivalencia que enraíza en las pnmeras rela-
ciones objetales y en el anhelo de domini? total; los polos 
opuestos de esta ambivalencia pueden asumu duran~e la ado-
lescencia proporciones delirantes sin que ello constituya una 
indicación de psicosis. . . . 
Los estudios sobre la niñez nos han permitido avenguar que 
la mezcla de pulsiones en relación con un mismo obje~o puede 
ser eludida dividiendo al objeto, o simplemente escogiendo un 
objeto parcial para amar y otro para od~ar, uno par~ poseerlo Y , 
otro para destruirlo. Esta solución arcaica del confhcto de am-
bivalencia durante la adolescencia tiene el efecto (a menos que 
sea transitorio) de primitivizar en forma permanente las .rela-
ciones objetales. Como siempre, el nivel de desarrollo pul~wnal 
es desviado hacia el yo en términos de los intereses y actitudes 
de este; aparece en este caso en la necesidad de o~jetos de amor 
y odio en el mundo exterior. Si la desmezcla pulswnal y la. am-
bivalencia primaria son duraderas, esta pos~u~a en ~aten.a de 
conducta, de ideas y de moral se torna ngida e mflexible. 
Habrá de ser descartado todo aquel que no se adecue a este mo-
delo, porque no puede tol~ra~s~ nin?una ne?.esidad ,personal 
del objeto, o sea, ninguna mdividuahdad en el otro . 
Es posible comprobar que la fácil exteriori~a~ión del bebé ?e 
pecho y del que da los primeros pasos se co~tmua en la convic-
ción que tiene el niño acerca de que la agresión de sus padres es 
igual a la suya, vale decir, ilimit~da. El niñ~ control~ su t~mor 
del progenitor persecutorio mediante represión, sublimaciÓn~mezcla de las pulsiones. Análogamente, el adolesce~te esperara 
tal vez una represalia persecutoria del mund~ extenor, y lu.cha 
para librarse de ella con un sentido ?~ reahdad extraordma-
riamente menoscabado. Un cuadro chmco como este prueba, a 
mi entender, que el yo adolescente no estaba en ?ondi~io.nes de 
hacer frente a la regresión. En tales circunstancias, asistimos a 
una adolescencia incompleta, o, lo que es peor, abortada. 
A esta altura ya debe resultar claro qu~ la regresión: tal ~o­
mo la concibo en este contexto, no es de mdole defensiva smo 
que cumple una función adaptativa. Un yo adolescente se~á 
capaz de cumplir la tarea regresiva si puede tolerar la angustia 
resultante de la regresión pulsional y del yo. Y esto sólo es po-
sible si permanece lo suficientemente ligado a la reali?a~ como 
para impedir que la regresión alcance la etapa de mdifere~­
ciación. Si no está preparado para dicha tarea, por fuerza evi-
tará la resolución regresiva de los conflictos infantiles y, conco-
mitantemente, n<;> podrá consumar el desapego emocional de 
los lazos familiares y de las fantasías y simbolismos infantiles, 
que sobrevivirán entonces como enclaves dentro del concepto 
de realidad. Estas batallas por desasirse de los primeros la-
zos objetales se libran normalmente en la escena psíquica entre 
las representaciones del self y del objeto. Por supuesto, tal esce-
nificación únicamente es posible merced al uso de la regresión 
como mediadora. Cuando la regresión tiene que evitarse, el 
proceso interno se juega sobre el tablado de las realidades efec-
tivas actuales, y en ese caso el adolescente exterioriza y concre-
ta lo que es incapaz de vivenciar y tolerar interiormente como 
conflicto, angustia, culpa y depresión. . 
Si al adolescente le es imposible conciliar e integrar, merced 
a la resolución del conflicto -o simplemente "soltándose"-, 
las necesidades y deseos anacrónicos del período infantil, ten-
derá a reafirmar su libertad de las dependencias de la niñez por 
medio de la acción y la imitación. Ya que no puede entablar 
contacto, regresivamente, con su mundo infantil, desplaza el 
drama interior al tablado público. La consecuente desmezcla 
de las pulsiones aumenta la intensidad de la acción v de la emo-
ción; la resolución del conflicto queda como tarea ~xterna, sólo 
consumable mediante cambios exteriores logrados por medio 
de un obrar enérgico o bien voluntariamente ofrecidos. Esta 
lucha con el ambiente demora o impide la restauración de la 
mezcla de pulsiones, y lo que es más importante, perjudica la 
concertación de una alianza entre las pulsiones libidinales y 
agresivas -condición previa para el logro de la genitalidad-. 
En el plano moral o superyoico, las posturas pulsionales irre-
sueltas e inconciliables -infantiles y puberales, dependientes y 
autónomas- se presentan bajo la apariencia de elementos ab-
solutos y opuestos: el bien contra el mal, lo nuevo contra lo 
viejo, lo hermoso contra lo feo, el compromiso contra la transi-
gencia, la libertad contra la tiranía. 
Se ha vuelto una observación corriente que el adolescente 
mayor de clase media, al toparse con los angustiantes y depre-
sivos estados de ánimo de la adolescencia normal, descubre en 
los menesterosos y desposeídos un reflejo de la desilusión que él 
mismo experimenta con respecto a su propia vida, y, en parti-
cular, a las idealizaciones de sus años precedentes. La adoles-
cencia ha sido siempre un estado de expatriación y de aliena-
ción. En busca de una nueva matriz social de la que puedan lle-
~ar a ser parte integrante, muchos adolescentes se vuelven ha-
da grupos combativos foráneos, sin advertir que sus a menudo 
lt·~ítimos reclamos y provocaciones realistas no son en su caso 
sino una pantalla para mantener fuera de la visión y el contac-
to a sus conflictos interiores. 
Es, desde luego, la función social de la adolescencia abrazar 
1111u ideología, impregnarla de la singularidad de una vida in-
27 
1 
1' 
di vi dual particular, y trasformarla en las mani~estaciones so-
ciales y caracterológicas del hombre moral. Aqm, empero, me 
estoy refiriendo a los atajos que toma el adolesc~~te cuando 
trata de eludir la regresión; lo seducen entonces facilmente las 
causas o grupos sociales que definen para él lo bueno y 1? malo, 
y él hace suyos los agravios sufridos por esta gente. Precisame~­
te esta tendencia de identificación defensiva es lo que ha movi-
do al militante negro a excluir, como compañero en esta lucha, 
al joven blanco de clase media: . . . 
Si uno comete actos de agresión y vwlenc1a pero es miembro 
de un grupo que aprueba la acción, ello tiende a_neu~~alizar su 
culpa individual: la vindicación grupal supera sm dificultades 
los dictados del superyó. Sé de muchos adolescentes ~u~ usan 
al grupo como mampara protectora contra los senhmwn.tos 
de culpa, santificando así la agresión en nombre de un bie? 
supremo. Digamos, entre paréntesis, que esta defensa es. u m-
versal; opera tanto en el orden establecido como entre ~u~en~s 
están contra él. En verdad, ninguna sociedad puede existir ~m 
aquella. Podemos describirla como el aprovechan.liento social 
de la agresión por prescripción y ritualización de ciertas mo~a­
lidades definidas y aprobadas de esta, con lo cual se neutraliza 
la culpa individual. . 
Para redondear mi tesis debo pasar ahora a la conceptualiza-
ción que hace el adolescente de su ambiente: Este se destaca, 
en agudo relieve, como el blanco de su agresión. No obstan:e, 
distintos adolescentes lo definen de diferente manera Y con ter-
minos muy característicos. · 
Hay que establecer como fundamen~al ~ste ?echo on~ogené­
tico sobre el ambiente: la estructura psiqmca tiene su ongen en 
la interacción incesante entre el individuo y su entorno huma-
no y no humano, y necesita ser apuntalada por ella. Dicho de 
otro modo es el reflejo de las influencias ambientales, luego de 
que estas han sido selectivamente interiorizadas, i~tegradas Y 
organizadas en un patrón duradero que se suele designa~ con el 
nombre de "personalidad". Como un proceso metabólico que 
sostiene y extiende la vida, esa interacción depende de ~a re-
ciprocidad de la función: opera como un sistema de realimen-
tación. En esta definición damos por sentado que el entorno 
proporciona aquellos ingredientes o nutrientes indisp~ns~bles 
para que el organismo psíquico ~uman? tenga u_n crecimiento 
y desarrollo sólidos. Entre estos mgred1en~es ~e mcluy~n t~m­
bién la plétora de estímulos externos cuantitativa y cualitativa-
mente suministrados por el medio cultural según el sexo, la 
edad, el lugar y la época. Estos estímu~os com~lementan las 
predisposiciones madurativas y las cana_hzan h_acia una es~ruc­
ttira y contenido apropiados, vale decu, hacia sus funcwn~s 
personales y sociales. Toda vez que el entorno cae por debaJO 
•• 
de cierto nivel de complementariedad, adquiere un carácter 
nocivo y el organismo psíquico que él envuelve sufre un daño. 
Winnicott (1965) ha introducido el feliz concepto de "am-
biente facilitador" para designar el hecho de que el desarrollo 
humano sólo puede producirse si el organismo cuenta con fuen-
tes externas de experiencias específicas de cada fase. Este hecho 
es obvio en el caso de la niñez, pero con relación a la juventud, 
ni los psicoanalistas, ni los educadores, ni los hombres de Esta-
do le han prestado seria consideración. Y esta negligencia ha 
preservado como estructuras carentes de vida muchas institu-
ciones sociales perimidas o ineficaces. 
Es de todos conocido que durante la niñez adquiere singular 
importancia la particular naturaleza del entorno -especial-
mente en lo que hace a las relaciones objetales y al sentido de 
seguridad física-. Mi propósito es ampliar aquí este concepto 
hasta abarcar el período adolescente, en el cual la envoltura de 
la familia y el vecindario se despliegan y penetran en el ámbito 
más amplio de la sociedad, sus instituciones e historia, su pasa-
do, presente y futuro. Si el entorno carece de las condicionesesenciales que permiten la articulación de las potencialidades y 
aspiraciones de los jóvenes con respecto a algo que realmente 
importa -y que importa en una escala mayor que la de cual-
quier preocupación individual-, se verán críticamente perju-
dicadas las interacciones mutuamente beneficiosas enti"e el 
adolescente y su ambiente. La apatía y el caos, la rebelión y la 
violencia, la alienación y la hostilidad, son las consecuencias 
sintomáticas de un mal funcionamiento del proceso social me-
tabólico, cuya sana actividad es esencial para mantener con-
certados de manera productiva al organismo que crece y su en-
torno. 
El empeño del adolescente por cambiar su ambiente es un 
afán de establecer armonía y congruencia entre las estructuras 
psíquicas y ambientales, para que se soporten una a la otra. 
Tengo la impresión de que la actual desorganización de las 
Pstructuras sociales y la cínica corrupción de los ideales profe-
sados por la comunidad en el caso de ciertas figuras públicas 
actúan como agentes psicológicos nocivos para la consolidación 
de la adolescencia tardía. A la inversa, todo lo defectuoso u ob-
soleto que presentan las estructuras de las instituciones sociales 
aparece expuesto en la conducta de muchos adolescentes. Una 
dt'sviación o inmadurez yoica que dentro de la estructura fami-
liar permanecía oculta e inadvertida se verá en la adolescencia 
fácilmente influida o arrebatada por tendencias y oportunida-
dt•s que ofrece el ambiente, buenas o malas, productivas o inú-
t ill's. Todo niño adolescente espera expectante, por así decirlo, 
hat't'r las paces con los asuntos inconclusos de su niñez cuando 
iu~resa en el tablado social más amplio. Sostengo que la regre-
--
sión adolescente específica de la fase, en caso de no encontrar 
un adecuado apoyo social o una oportunidad razonable para 
un progreso evolutivo sostenido, llevará al adolescente a adop-
tar una raison d'étre por vía de la polarización respecto del 
mundo que antecedió a su propia individualidad floreciente. 
Para quienes arriban a esta etapa con capitales insuficiencias 
yoicas, el grupo de pares se convierte en heredero directo de la 
descartada envoltura familiar, sin cumplir, empero, esa fun-
ción positiva para el desarrollo que han mantenido en gran me-
dida y por doquier las formaciones grupales juveniles. 
Una última reflexión sobre este tema: el efecto positivo del 
"ambiente facilitador", que depende de los requisitos normati-
vos del desarrollo adolescente, presupone que el niño ya ha in-
teriorizado, antes de llegar a la adolescencia, aquellos aspectos 
del ambiente que durante este último período jamás podrán 
pasar a formar parte de aquel. En otras palabras, si el adoles-
cente tiene expectativas o demandas inadecuadas para su edad, 
nuevamente se producirá una disrupción entre el organismo y 
el ambiente. Se llegará a este callejón sin salida cuando los 
logros esenciales del proceso de individuación queden deplo-
rablemente incompletos (véase el capítulo 8). Se supone que to-
da suerte de expectativas infantiles han de cumplirse en el en-
torno de manera constante y atemporal si son activadas por el 
estado de necesidad y de deseo del niño. La sociedad -o su 
institución representativa- se trasforma en el progenitor idea-
lizado, y torna emocionalmente perimido y vano al progeni-
tor real. 
En casos de esta índole solemos observar que el confHcto edí-
pico ha sido débil y su resolución incompleta. El progenitor fo-
menta este resultado cuando trata de ahorrarle al niño la an-
gustia conflictiva de la fase edípica y calma la desilusión que 
este siente por su insuficiencia y pequeñez con profusas afirma-
ciones acerca de su perfección y promesas de su grandeza futu-
ra (véase el capítulo 14). Tales gratificaciones narcisistas suelen 
demorar el ingreso en el período de latencia, o lo tornan imita-
tivo v deficiente. 
En el caso del varón, por ejemplo, observamos en forma retros-
pectiva que ha contado con un monto insuficiente de agresión 
en relación con el padre edípico. En consecuencia, la resolución 
del conflicto edípico por medio de la identificación careció de 
vigor e independencia. Dicho de otro modo, el complejo de 
Edipo negativo siguió siendo el conflicto central de su depen-
dencia objetal hasta la adolescencia tardía. Esta excesiva e in-
mitigada conducta agresiva hasta la adolescencia tardía es, en 
muchos casos, una defensa contra deseos pasivos o contra la ho-
mosexualidad. Esta situación no excluye la posibilidad de que 
una demorada erupción <;!el conflicto de ambivalencia respecto 
del pa~~e edípico libere al niño, al menos parcialmente, de la 
detencwn ~e su des.arrollo psicosexual. En suma, si hay una 
cuot~ excesiva de cmdados y dependencias nutrientes preedípi-
c?s vmculados al padre .e,dípico, el self no consigue afirmarse y 
tiene l,ugar una regreswn a la constelación edípica pasiva. 
!endra que lanzarse una embestida contra alguna autoridad 
mterna o externa a fin de afianzarse mejor, tardíamente en el 
plan? edí~ico positivo y, en forma concomitante, cons~lidar 
una Identidad masculina, por poco firme que esta sea. 
Los adolescentes que ~e ven trabados en este impase siguen, 
por lo general, dos cammos alternativos: uno lleva a retraerse 
e.n un "exilio" de co~te personal, dentro de una regresión narci-
s~~ta, a me~udo au~Ista; el otro reafirma la necesidad de pose-
swn del obJeto mediante la conquista violenta resistiéndose de 
ese modo a la fusión regresiva. El comport~miento agresivo 
~roteg~ a este tipo d~ a?ole~centes. de recaer en las dependencias 
mf~nhles; sus extenonzacwnes henden una cuerda salvadora 
haci~ el mu~do de objetos que está a su alcance. De estos dos 
cammos, Y siempre y cuando existan las condiciones previas y 
e~~mentos .antecedentes que hemos analizado, el de la interac-
CI~n agresiva con el ambiente augura una solución adaptativa 
mas favorable ... una vez pasada la tormenta. Sin embargo si 
se da fre~te a esta cuestión una respuesta demasiado apresu~a­
da, pod~Ia soslayarse el núcleo del problema, que no radica ni 
en la psiCología del individuo ni en los malestares sociales de 
nuestra época, sino en sus interacciones y expectativas mu-
tu~mente anacrónicas. Un enfoque verdaderamente organís-
mico del comportamiento humano debe considerar a individuo 
Y entorno como sistema unitario. No hay etapa de la vida hu-
mana en ~ue esto se exprese más dramáticamente que en la 
adolescencia, con su turbulencia agresiva. 
31 
3. Prolongación de la adolescencia 
en el varón* 
Formulación de un síndrome 
y sus consecuencias terapéuticas 
Al analizar la adolescencia surge una tentación difícil de re-
sistir: la de centrarse en los aspectos de la formación de la per-
sonalidad significativos para la crisis de desarrollo ert su totali-
dad y típicos de los adolescentes en general, varones y mujeres. 
El deseo de conferir unidad y orden a esta fase madurativa, 
que tan tormentosamente pone punto final a la niñez, llevó a 
soslayar las diferencias sustantivas entre las diversas modalida-
des de adaptación que los adolescentes manifiestan durante es-
te período, así como las diferencias que separan a los adoles-
centes masculinos de los femeninos. Este comentario parece 
particularmente pertinente en la etapa actual de investiga-
ciones sobre la adolescencia, cuando ya han sido bastante bien 
comprendidos los cambios dinámicos y estructurales del proce-. 
so adolescente típico. Parece ser que el cuadro clínico de la 
adolescencia es mucho más rico de lo que nos hicieron presumir 
nuestras formulaciones teóricas. Nuestras diversas tentativas' 
de clasificación del ajuste adolescente (normal y anormal) han 
sido hasta ahora notablemente infructuosas; pienso que este· 
decepcionante resultado obedece a la escasez de estudios clíni-
cos que deliberadamente se limiten a elucidar un fragmento es-
pecífico del proceso adolescente total. Esas tentativas de clasi-
ficación se tornan más inútiles cuanto más se concentran en las 
diferencias sustanciales

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