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ÍNDICE 1. Caracterización de la intervención clínica en modificación de conduc ta............................................................................................................................. 11 Marino Pérez Alvarez 2. La situación actual de la terapia de conducta................................................... 37 Miguel A. Vallfjo Pareja 3. La evaluación psicológica en la terapia de conducta....................................... 81 Antonio Godoy 4. Habilidades terapéuticas..................................................................................... 113 Aurora Gavino 5. Psicofármacos y Terapia de Conducta: encuentros y desencuentros............ 139 J.M. Farré Martí 6. Fobias específicas.................................................................................................. 199 Arturo Bados López 7. Trastorno de ansiedad generalizada.................................................................. 265 Arturo Bados López 8. Fobia social............................................................................................................ 335 Vicente E. Caballo - Isabel C. Salazar - Laura Garrido - Ma Jesús Irurtia 9. Trastorno de angustia y agorafobia................................................................... 403 Marta Isabel Díaz García - Ma Isabel Comeche Moreno 10. Trastorno obsesivo-compulsivo.......................................................................... 463 Juan A. Cruzado Rodríguez 11. Trastorno de estrés postraumático..................................................................... 539 Blanca Mas Hesse 12. Depresión............................................................................................................... 605 Miguel A. Vallejo Pareja - Ma Isabel Comeche Moreno 13. Terapia de pareja................................................................................................. 683 José Cáceres Carrasco 14. Disfunciones sexuales........................................................................................... 733 Francisco J. Labrador - Alfonso Roa Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) — 10 — CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA 1 Marino Pérez Álvarez Universidad, de Oviedo Este capítulo se despliega en cuatro apartados. Primeramente, se reco noce el panorama heterogéneo de la modificación de conducta, en cuan to a sus enfoques y formas de aplicación. A continuación, se introduce un esquema que permite ver de modo comparable esta heterogeneidad de enfoques y formas. Después, se hace una caracterización según las clases de operaciones terapéuticas. Finalmente, se caracteriza la modificación de conducta en relación con las demás terapias psicológicas. 1. RECONOCIENDO UN PANORAMA HETEROGÉNEO Al caracterizar la intervención clínica en Modificación de Conducta (MC) se ha de reconocer, de entrada, un panorama heterogéneo. Esta he terogeneidad tiene, al menos, dos aspectos: uno debido a la variedad en la lógica conceptual y el otro dado por la variedad en la logística de su aplica ción. La variedad lógica se refiere a la pluralidad de concepciones que confor man la MC que, como ocurre en los distintos campos de la psicología, no se ofrece precisamente como algo homogéneo. Dentro de esta variedad cabe percibir una línea por la que se reparten en dos las distintas concepcio nes y tendencias. De un lado, se situaría un enfoque cognitivo y de otro un enfoque contextual (González Pardo y Pérez Alvarez, 2008, cap. 13; Pérez Álvarez, 1996a). El enfoque cognitivo incluye una pluralidad de modelos y doctrinas que, de una u otra manera, tienen en común un cierto género representacional. Este género representacional puede estar tejido como esquemas mentales, creencias, estructuras cognitivas, procesamiento de información, narrativas y, en fin, constructos varios. Se trata de algún modo de representación men — 13 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Ángel Vallejo Pareja (Coordinador) tal de la realidad o del mundo, de la que dependería la conducta y, en su caso, los problemas psicológicos. Siendo así, el cambio psicológico se orien ta al cambio del sistema representacional supuesto, como condición para la modificación de la conducta. Aunque en el panorama actual existe una variedad de modelos de terapias cognitivas (Caro, 2011), habría que dis tinguir entre aquellos iniciales que se avinieron con la tradición de la MC y que, de hecho, han propiciado la tendencia cognitivo-conductual, y otros posteriores que, sin dejar de valerse de las técnicas cognitivo-conductuales, su tendencia es constructivista (Pérez Alvarez, 1996a). Así pues, el enfoque cognitivo cuenta en la actualidad con dos tendencias: la cognitivo-conduc- tual y la constructivista. La tendencia cognitivo-conductual sigue siendo el enfoque cognitivo de referencia, con sus tres modalidades: la reestructura ción cognitiva, el afrontamiento de situaciones, y la solución de problemas (Labrador, 2008). El enfoque contextual constituye lo que podría ser la tradición más pro pia de la MC, con su análisis de las condiciones ambientales como determi nantes de la conducta y, por tanto, de los problemas psicológicos. En este sentido, el cambio psicológico se cifra propiamente como modificación de la conducta resultante de algún cambio del contexto, incluyendo que tal cambio venga promovido por la propia conducta del sujeto en considera ción. En general, las distintas técnicas de MC se pueden ordenar según el aspecto más señalado de su forma de intervención. Así, se distinguen for mas de intervención con base en la exposición, con base en el manejo di recto de contingencias y con base en el control verbal o manejo indirecto de contingencias, distinción que se retomará en la sección siguiente. Por su parte, la variedad logística se refiere a las distintas maneras que adopta el clínico en la aplicación de la terapia, según su experiencia, su estilo, las características del cliente y demás circunstancias. La praxis clí nica impone un proceder variable, donde cuenta tanto el saber-qué hacer como el saber-cómo hacerlo. Baste reconocer, que es característico de la MC el uso flexible de las técnicas, conforme al caso, como ya señalara Labrador (1986) a propósito de su discusión del integracionismo. La MC cubre todos los problemas psicológicos dentro de su lógica de análisis de la función que toda conducta (normal o problemática) tiene en las circunstancias actua les, de acuerdo con la historia de aprendizaje. Reconocida esta heterogeneidad (lógica y logística), se ha de decir que la intervención clínica consiste en la doble tarea de la evaluación y propiamente del tratamiento. La evaluación cuenta a su vez con una di versidad de métodos e instrumentos. Aunque, en principio, la evaluación — 14 — precede y ha de dar pie al tratamiento, en calidad de diagnóstico, viene a ser en realidad una tarea continua del proceso terapéutico, como valora ción de la eficacia y eventual reajuste de la intervención. Por lo demás, la evaluación no deja de ser ella misma una forma de intervención (con sus efectos terapéuticos, más o menos duraderos). Así pues, la evaluación y el tratamiento están en la práctica clínica más fundidos que lo que a veces dan a entender los textos. A pesar de toda esta heterogeneidad, cabe ofrecer una caracterización de la intervención clínica que se atiene a la distinta lógica conceptual y re tiene el correspondiente aire de familia de la variada logística con que esa lógica se desenvuelve en la práctica. Se propone a este propósito el esque ma A-B-C. 2. INTRODUCCIÓN DEL ESQUEMA A-B-C El esquema A-B-C es utilizado tanto por parte del enfoque cognitivo como del enfoque contextual. Aun cuando su uso es distinto en uno y otro enfoque, el que figure en ambos lo convierte en pertinente para una carac terización conjunta. En todo caso, se tiene un A-B-C del enfoquecognitivo y un A-B-C del enfoque contextual de la terapia de conducta. El A-B-C del enfoque cognitivo de la terapia de conducta. El A-B-C del enfo que cognitivo presenta la siguiente caracterización del análisis psicológico y, por tanto, de la intervención clínica. A son los acontecimientos de la vida que están relacionados con determinadas consecuencias emocionales y con ductuales que definen un problema o trastorno psicológico, aquí represen tado por C. Ahora bien, la relación entre A y C está mediada por B, que son las creencias (beliefs), las imágenes y los pensamientos que se tiene sobre los acontecimientos y demás circunstancias de la vida (A). Si estas mediaciones cognitivas (B) tienen un signo negativo (irracional, catastrófico, autoderro- tista), entonces traen probablemente consecuencias problemáticas como ansiedad, pánico, depresión y, en general, toda suerte de trastornos psicoló gicos (C). La Tabla 1 reexpone este esquema. El esquema A-B-C del enfoque cognitivo fue propuesto por Albert Ellis a principios de la década de 1960 como modelo de la terapia racio- nal-emotiva. La terapia racional-emotiva, actualmente redenominada tera pia racional emotivo-conductual, ha seguido desarrollando el esquema hasta convertirlo en todo un modelo terapéutico (Lega, Caballo y Ellis, 1997). Así mismo, es adoptado formalmente como modelo por la terapia cogniti va de Beck en su extensión a trastornos psicóticos (Beck, Rector, Stolar y Grant, 2010). 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) — 15 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo 1 Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) A B C Acontecimiento Creencias ConsecuenciasSituación Ideas Emociones y Circunstancia Pensamientos Conductas Evento activador Interpretaciones Evaluaciones Imágenes Tabla 1. Esquema A-B-C del enfoque cognitivo De acuerdo con este esquema, el análisis psicológico o evaluación con- ductual empieza por determinar el problema en términos conductuales (lo que se hace o deja de hacer) y de las reacciones emocionales. El clínico trata de relacionar estos problemas con acontecimientos y circunstancias actuales y pasadas de la vida del cliente (situación ansiógena, pérdida de algo significativo, fracaso, rechazo, síntomas psicóticos). Sin embargo, el principal interés, y la mayor dificultad, están en identificar las creencias y pensamientos derivados de estos posibles antecedentes y, en definitiva, re sultantes en las consecuencias problemáticas en cuestión. A este respecto, además de la entrevista, el clínico puede disponer de cuestionarios, escalas, y auto-registros que averiguan posibles relaciones entre situaciones, pensa mientos, emociones, y acciones. El contenido de esta mediación cognitiva depende de la modalidad cognitivo-conductual en uso. Así, por ejemplo, la terapia racional emotivo-conductual de Ellis se empeña en descubrir creencias irracionales, la terapia cognitiva de Beck se interesa en esquemas cognitivos y distorsiones en el procesamiento de información, el entrenamiento auto-ins- truccional de Meichembaun repara sobre todo en lo que uno se dice a sí mis mo y, en fin, la terapia cognitivo-conductual del pánico de Clark pone el acento en la interpretación de sensaciones corporales. El proceder de acuerdo con este esquema supone una relación colabo radora entre el terapeuta y el cliente. Esta colaboración tiene un cierto as pecto educativo, semejante de alguna manera a la formación de la investiga ción científica. El terapeuta propone al cliente una nueva concepción de su problema (la determinación de C por B, que no siempre es fácil de asumir), y le compromete a ponerla en práctica. En este sentido, se ha de advertir una labor de teorización convincente por parte del terapeuta, a menudo quizá en forma de discusión o debate entre ambos, y la correspondiente dis posición de confianza por parte del cliente como para experimentar la vida a través del nuevo cristal cognitivo. De hecho, el esquema A-B-C empleado por la terapia racional emotivo-conductual incluye la D de discusión y la E de experimentación y también de afectos de la discusión (cognitivos, emocio — 16 — nales y conductuales). La D y la E más que etapas añadidas, son momentos inscritos en el propio esquema A-B-C. En general, la D sugiere «discusión» como palabra que resume toda una labor retórica (si se prefiere, el aspecto cognitivo) y la E sugiere «expe rimentación» como referencia a la puesta en práctica de la nueva visión de las cosas (si se prefiere, el aspecto conductual). Todo ello, discusión y expe rimentación, supondrían nuevas consecuencias y, en definitiva, un «mejor esquema» de vida. El aspecto cognitivo puede consistir en el análisis de la evidencia empírica que sostiene una creencia, la revisión de las palabras con que se describen las situaciones, la reatribución causal, la exploración de respuestas alternativas, la anticipación imaginada de las consecuencias, el uso auto-regulatorio del lenguaje y, en fin, la adopción de otra interpreta ción o valoración de las cosas. Por su parte, el aspecto conductual se resuelve frecuentemente en el ensayo de conducta, la exposición en vivo, la realiza ción de tareas-para-casa, la programación de actividades, el entrenamiento de habilidades y, en fin, la realización de experimentos conductuales. El A-B-C del enfoque contextual de la terapia de conducta. El A-B-C del enfoque contextual presenta otra lógica y otro proceder. En este esquema, B es la con ducta (behavior), Cson las consecuencias producidas por tal conducta en cali dad de reforzadores de la misma, y A son los antecedentes en cuyas condiciones ocurre la conducta. Se ha de advertir que la conducta puede tener más de una consecuencia, es decir, que puede tener varios reforzadores que la mantienen. Técnicamente, se hablaría de programas de refonamiento concurrentes, como suele ser el caso en las conductas de interés clínico. Por su lado, los antecedentes se especifican de varias maneras, según su función. En concreto, el análisis de la conducta distingue cuatro condiciones antecedentes principales. Una: situaciones definidas por su aspecto evocador de respuestas emo cionales cuya función se denomina estímulo condicionado. Aunque se suele pre sentar en términos del condicionamiento clásico (cuyo esquema sería E-R), permítase decir sin aportar la argumentación, que en la perspectiva de este trabajo se conceptualizaría desde el punto de vista de la conducta operante. Dos: situaciones definidas por el control de estímulo cuya función se denomi na estímulo discriminativo (Ed). Se ha de añadir que el Ed puede depender de otro estímulo de segundo orden (denominado técnicamente discriminación condicional) y aún éste puede depender, a su vez, de otro denominado con trol contextual. Tres: situaciones definidas por su papel en alterar las funciones discriminativas y reforzantes de los estímulos presentes, lo que se llama técni camente operaciones de establecimiento. Cuatro: situaciones definidas por el con trol del lenguaje sobre la conducta. Se ha de reparar en que la conducta en 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) — 17 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) cuestión puede ser tanto la «conducta motora» (no-verbal) como la conducta verbal, de manera que en este caso se trataría del control verbal sobre la pro pia conducta verbal. En general, este control verbal, se identifica en términos de conducta gobernada por reglas, una distinción que es pareja de la conducta moldeada por contingencias. La Tabla 2 reexpone este esquema. A B C Estímulo condicionado Conducta Reforzador . ..1 Estímulo discriminativo verbal y no-verbal Reforzador . ..2 (discriminación condicional; Reforzador . ..n control contextual) Extinción Operaciones de establecimiento Control verbal Tabla 2. Esquema A-B-C del enfoque contextualEl esquema A-B-C del enfoque contextual está más ejercitado en la práctica que representado como tal modelo. Sin embargo, y a pesar de su simplicidad esquemática, puede verse su vigencia en el análisis de la con ducta en el contexto de la vida cotidiana donde, por ejemplo, una clase de conducta, se relaciona con cuatro reforzadores y seis condiciones antece dentes (Mattaini, 1996). De todos modos, su forma esquemática mínima se encuentra más usualmente en la fórmula Ed: C -> R, a partir de la que se re gistran las diversas relaciones contingenciales (Pearce y Epling, 1995). Esta fórmula se leería así: en presencia de cierto estímulo discriminativo (Ed), determinada conducta (C) probablemente venga seguida de tal reforzador (R). Lo importante es apreciar que estos tres términos constituyen una uni dad funcional, de manera que tanto las condiciones antecedentes como las consecuentes forman parte de la estructura de la conducta. Esta unidad se denomina contingencia de tres términos. La conceptualización de los problemas psicológicos se atiene al análisis funcional señalado. Este análisis funcional describe los problemas psicológi cos en términos conductuales y especifica sus condiciones. De esta manera, los problemas tienen que ver con alguno de estos dos grandes aspectos de la función operatoria de la conducta: o bien los problemas consisten en las clases de conducta disponibles o bien consisten en su regulación inapropia da. Respecto a los problemas relativos a la clase de conductas disponibles, pueden tratarse de repertorios conductuales que resulten inadecuados para uno mismo, por deficientes o excesivos o que sean perturbadores para otros. Respecto a los problemas relativos a la regulación inapropiada de la — 18 — 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) conducta, puede tratarse de un control débil, demasiado fuerte o inadecua do por parte de las condiciones discriminativas, de las consecuencias o de las reglas. De acuerdo con esta conceptualización, Hayes, Follette y Follette (1995) definen una amplia variedad de disfunciones conductuales (en con creto, dieciocho), que cubren prácticamente todos los problemas psicológi cos, por lo demás, sin incurrir en las clasificaciones psicopatológicas. La evaluación conductual es propiamente el análisis funcional de la conducta. Se lleva a cabo mediante la entrevista clínica dirigida a especifi car relaciones funcionales, la observación directa, a través de auto-registros dispuestos a propósito, la exposición a o presentación de situaciones, así como se vale también de escalas, cuestionarios y diarios. Se añadiría que la evaluación conductual del lenguaje dado en la relación terapéutica se ha de llevar en el propio proceso interactivo, donde el clínico es entonces un ob servador-participante. Por ello se hace imprescindible el manejo continuo de criterios funcionales. Una vez definido el problema en términos funcionales, queda plan teado el cambio como intervención en las condiciones (A y C) de las que depende la conducta (B). Este cambio de las condiciones antecedentes y consecuentes puede venir practicado tanto por terceros, que controlan el contexto en el que se da la conducta de la persona en consideración, como por la persona misma que auto-controla las condiciones de su propia con ducta. Cabe también contemplar situaciones intermedias en las que el cam bio esté negociado por los participantes de una relación sea, por ejemplo, la misma relación clínica o una relación del contexto extra-clínico. En general, dicho también en modo esquemático, se diferencian tres formas de intervención, a saber: intervenciones con base en la exposición, in tervenciones con base en el manejo directo de contingencias, e interven ciones con base en el control verbal o manejo indirecto de contingencias (Hayes, Follette y Follette, 1995; Pérez Álvarez, 1996a). Las intervenciones con base en la exposición consisten en la exposición del sujeto ante ciertas situaciones evitadas o en la presentación de determinados estímulos, cuyas técnicas clásicas son la exposición prolongada y la desensibi lización sistemática. Aunque en esta forma de intervención sigue siendo muy importante el lenguaje (explicaciones, reglas, persuasión) y no falta el reforza miento contingente, lo que se pondera es la relación A-B, definida como con trol excesivo por parte de los estímulos condicionados antecedentes (el E-R, de sabor pavloviano). Las intervenciones con base en el manejo directo de contingen cias consisten en la disposición de alguna condición discriminativa y reforzante (valiéndose de varias técnicas como el control de estímulo, el moldeamiento — 19 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) o sistemas de organización de contingencias). Aunque se define por el mane jo directo de condiciones antecedentes y consecuentes, el «control verbal» no deja de estar funcionando así como, incluso, cierta forma de «exposición». Por su parte, las intervenciones con base en el control verbal consisten en el uso del lenguaje como principal instrumento terapéutico. En este sentido, se pondera el «manejo indirecto» que está implicado, sobre todo, cuando se trata de reglas que definen contingencias y/o instruyen acerca de cómo com portarse. Pero el lenguaje puede constituir él mismo un contexto en el que se da la conducta-problema, de manera que el propio lenguaje (como instru mento terapéutico) modifique entonces el lenguaje dado como contexto social verbal (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999; véase también Pérez Alvarez, 1996b). Por lo demás, cuando el clínico convierte la relación terapéutica en un con texto natural (representativo de la vida cotidiana), en el que se presente el problema (y no meramente se hable de él), la conducta verbal establece equi valencias funcionales con las situaciones extra-clínicas. En estas condiciones terapéuticas, como hace la psicoterapia analítica funcional (Kohlenberg y Tsai, 2008), la conducta verbal tanto supone un «manejo indirecto» de contingen cias (relativas a la vida cotidiana), como está sometida al «manejo directo» de las contingencias que funcionan en la sesión de terapia. Es interesante añadir ahora que esta modalidad de intervención con base en el lenguaje ha estado tradicionalmente mal entendida si es que no descuidada, por parte de la MC, lo que resulta curioso, pues se trata de la conducta más frecuente en la terapia. Lo que se requiere al respecto es su consideración como tal conducta, esto es, su análisis funcional. En este sen tido, el analista de la conducta precisa de criterios y, en definitiva, de una taxonomía que le permita establecer unidades significativas de la conducta verbal. A este respecto, se cuenta desde 1957 con la obra básica de Skinner titulada justamente Conducta Verbal, tan importante como ignorada hasta ahora, incluso, por los mismos terapeutas de conducta. No obstante, el aná lisis de la conducta verbal está cobrando su vigor en textos de aprendizaje (Catania, 1992; Pierce y Epling, 1995), así como en textos clínicos (Lucia no, 1996; Pérez Álvarez, 1996a; 1996b). 3. OPERACIONES TERAPÉUTICAS QUE DEFINEN LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN LA MC Una vez presentada la MC en su esquema básico, se puede considerar ahora la intervención clínica según las operaciones que realiza el terapeuta. Naturalmente, se trata de una definición genérica de clases de operaciones que se resuelven en un sinfín de actos. La cuestión es reconocer las figuras — 20 — que se dan de hecho en la práctica. Las operaciones no se refieren, por tan to, a las representaciones teóricas que tiene el terapeuta de los presuntos procesos del cambio que intenta, sino a las prácticas efectivas que realiza. Pero tampoco se refieren a las técnicas, sino a una categorización lógica del proceder técnico. En este sentido, se van a distinguir seis tipos de ope raciones terapéuticas que,en todo caso, se dan en la práctica de un modo intrincado y sin que necesariamente estén formuladas así. 1. Observación de la conducta. Aunque en principio no supone una interven ción, la observación no deja de ser una operación del terapeuta. Forma parte de la evaluación y en este sentido es una tarea inicial, especialmente, cuando se trata de establecer una línea-base o punto de partida del funcionamiento de la persona en una situación determinada. Sin embargo, la observación es igual mente una tarea continuada en el curso de la terapia, en cuyo caso se podría hablar de observación-participante. Se excusa decir que el mayor interés de la observación es el establecimiento de relaciones funcionales y no meramente el registro de tasas de conducta. Como es conocido, la observación puede tener su incidencia sobre la conducta observada, suponiendo entonces una cierta in tervención. 2. Presentación de estímulos. La presentación de estímulos es, igualmen te, una tarea de evaluación. Alude aquí, en concreto, a la exposición de al gún reactivo para determinar la respuesta. La presentación puede ir desde los ítems propios de un test, hasta las confrontaciones con ciertos asuntos indagados en una entrevista y situaciones sociales que comprometen una actuación. Dicho esto, nada quita para que tales presentaciones supongan también una suerte de intervención con incidencia terapéutica. 3. Disposición de condiciones antecedentes. Se incluyen aquí operaciones que intervienen en alguna circunstancia en cuya presencia se da la conducta. Con siderando el esquema A-B-C del enfoque contextual, son operaciones relativas a condiciones antecedentes (A). La disposición de las condiciones anteceden tes tiene a su vez varias formas según la función modificada. La forma de refe rencia es la disposición de alguna función discriminativa denominada control de estímulo. De todos modos, el control discriminativo está inserto en la disposición de condiciones consecuentes, por lo que se inscribiría también en tal categoría de operaciones. Por lo demás, el control discriminativo puede consistir en un control verbal, con lo que se remitiría a la disposición de funciones verbales. Otra forma de disposición de condiciones antecedentes tiene que ver con la función de estímulo condicionado. Concierne particularmente a las for mas de intervención con base en la exposición, fuera en vivo o en imagen. De este modo, el terapeuta dispone una situación ante la que se expone el 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) — 21 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) sujeto o un arreglo estimular que le presenta. En cualquier caso, no les faltan a estas formas de intervención en las condiciones antecedentes sus efectos consecuentes, sea reforzadores dispensados por el terapeuta, o sea, el efecto reforzante intrínseco a la realización conductual, con lo que, en todo caso, se cierra la triple relación contingencial. 4. Disposición de condiciones consecuentes. Se refieren a las operaciones que suponen un arreglo de las consecuencias de la conducta. Es decir, con sisten propiamente en el manejo de contingencias, el cual incluye (como se dijo) el control antecedente. La disposición de condiciones consecuentes tiene sus peculiaridades según los contextos de aplicación. A este respecto, se distinguen tres contextos: el de la sesión clínica, el de un ámbito institu cional, y el de la vida cotidiana. El contexto de la sesión clínica viene dado por la propia relación terapéutica. En este sentido, las contingencias manejables están provistas por el terapeuta. Pueden ser tan artificiosas como un «sistema de puntos» y tan naturales que coincidan con la relación interpersonal. Se ha de añadir que la sesión clínica puede contener ensayos de conducta y otros ejercicios prácticos (incluyendo la exposición en vivo «fuera de la clínica»). En todo caso, el terapeuta forma parte de las contingencias de reforzamiento. Dicho esto, merece resaltar que la rela ción terapéutica puede convertirse en un contexto natural, representativo de la «vida real», en el que se presenten los problemas (y no sólo se hable de ellos) y se dé el proceso terapéutico o «experiencia correctora» (que, a menudo, tiene un carácter interpersonal). Es de señalar que, entre las mayores innovaciones de la terapia de conducta de “tercera generación”, figura la consideración de la relación terapéutica como un contexto social representativo de la vida. Así, se citarían el proceso interpersonal en la terapia cognitiva promovido por Safran y Segal (1991/1994), la terapia de conducta dialéctica (Linehan, 2001) y la psicote rapia analítica funcional (Kohlenberg y Tsai, 2008). En concreto, la psicoterapia analítica funcional destaca la importancia del reforzamiento natural de las con ductas de mejoría del cliente en la terapia por parte del terapeuta. A este res pecto, proporciona una serie de reglas para un reforzamiento natural y eficaz, que todo terapeuta cognitivo-conductual debiera observar (Kohlenberg y Tsai, 2008; Pérez Álvarez, 1996b). El contexto institucional se refiere aquí a los ámbitos educativos y psiquiá tricos en los que se ha desarrollado tradicionalmente el análisis aplicado de la conducta. Se trata de un contexto diseñado conforme a un sistema de con tingencias (en orden a determinados objetivos conductuales). Se incluyen las comunidades terapéuticas. Es de destacar el uso actual de disposición de con diciones consecuentes en la forma de vales de incentivos para el tratamiento — 22 — 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) de las adicciones (García-Rodríguez, Secades-Villa, García-Fernández, 2009; Secades-Villa, García-Rodríguez, Alvarez-Rodríguez y cois., 2007). El contexto cotidiano se refiere a las circunstancias diarias del cliente, que también pueden ser dispuestas en orden a determinados cambios de su conducta. Aquí, la disposición de estos cambios del ambiente cotidiano puede estar mediada por el propio cliente (asumiendo el auto-control) o por otras personas que participen en la terapia (como, por ejemplo, algún familiar). Estos cambios pueden consistir tanto en arreglos en la estructura espacial o temporal de la vida cotidiana, como en el trato interpersonal. En esta línea, se ha de hacer referencia a las intervenciones comunitarias, donde se trata de reorganizar un conjunto de condiciones, desde medio ambientales hasta políticas, que cubren toda una comunidad (Biglan, 1996; Mattaini, 1996). Ni que decir tiene que la disposición de condiciones consecuentes es solidaria de la disposición de funciones verbales, así como de las condicio nes motivacionales. 5. Disposición defunciones motivacionales. Se refiere, dicho técnicamente, a las operaciones de establecimiento. Se trata de operaciones que alteran la fun ción de los reforzadores y de los estímulos discriminativos y, en definitiva, de todas las relaciones de la contingencia de tres términos. Entre los ejem plos de estas operaciones figuran la saciedad, la privación, las variaciones de los programas de reforzamiento en curso, así como otras de carácter verbal, que se retomarán después por razones expositivas (aunque quizá fuera más propio presentarlas aquí). Se consideran también «operaciones de establecimiento» ciertos acontecimientos de la vida como el éxito, el fra caso, la pérdida, la emergencia y todas aquellas circunstancias que alteran la relación habitual con las cosas. En particular, cabría concebir la depresión como una circunstancia de este tipo (Daugher y Hackbert, 1994; Kanter, Busch, y Rusch, 2011). 6. Disposición de funciones verbales. El lenguaje en la terapia no es sólo un instrumento por medio del cual se habla del mundo, de uno mismo e, in cluso, de la presunta estructura cognitiva o «mundo interior». El lenguaje es también un objetivo de la terapia.En definitiva, el lenguaje es tanto un medio como un objetivo del cambio psicológico. En este sentido, se van a distinguir cuatro tipos principales de operaciones verbales dadas en la terapia. El primer tipo se puede denominar operaciones verbales consistentes en re glas que gobiernan la conducta no-verbal. Se trata aquí de las funciones verbales por las que se especifican las contingencias y/o las conductas. Lo caracterís — 23 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) tico de la especificación de contingencias es la descripción de las circunstan cias de una manera que facilita el contacto con la realidad. Se aclaran las si tuaciones y se define el funcionamiento de las cosas, de modo que uno sabe mejor a atenerse. Por su parte, lo característico de la especificación de la conducta es la prescripción de la conducta requerida o conveniente para una situación. Se instruye acerca de la conducta, de modo que uno sabe mejor cómo hacer. Serían ejemplos de reglas relativas a la conducta no-verbal el propio análisis funcional de la conducta (en la medida en que especifica relaciones entre eventos), los contratos conductuales, las instrucciones que acompañan a cualquier otra técnica, el entrenamiento auto-instruccional y, en general, el consejo, la información y demás contacto indirecto con las contingencias. El segundo tipo serían operaciones verbales que establecen funciones moti- vacionales. Vienen a ser una versión verbal de las operaciones de estable cimiento, ya señaladas. Lo característico es que mediante el lenguaje se puede alterar la función motivante tanto del reforzador como del discri- minativo. En realidad, estas operaciones verbales vienen a ser una variante de las operaciones anteriormente presentadas como reglas (descriptivas y prescriptivas) que gobiernan la conducta no-verbal, cuyo matiz es la alte ración motivacional que suponen y, de ahí, que se proponga su denomina ción como reglas motivacionales. Serían ejemplos la advertencia y la promesa, en la medida en que aumentan la fuerza del reforzador y del discriminativo de contingencias vigentes. Así, la advertencia «hielo-en-la-carretera» puede hacer al conductor más sensible a las señales de tráfico y al resultado de la conducción. Estas reglas vendrían a establecer funciones motivadoras incre mentadas, del modo que la privación o una emergencia potencian determi nados reforzadores (de otra manera desapercibidos o menos apreciados). Por supuesto, caben también reglas de este tipo que rebajan la fuerza del reforzador y de los discriminativos correlacionados como, valga por caso, la prescripción de no pretender el coito en los ejercicios iniciales de la terapia sexual, cuyo rebajamiento de la «motivación» permite precisamente un me jor funcionamiento. El tercer tipo serían operaciones verbales que reparan en la propia conducta verbal. En efecto, el lenguaje es a menudo objeto de reparo y de reparación por parte del propio hablante (y ya no se diga cuando se escribe). En tera pia, no se trata únicamente de aclarar lo que se quiere decir o de subrayar algo, sino también de especificar las implicaciones de lo que se dice y, en su caso, de modificar o ajustar el significado. Por ello, prácticamente, to das las psicoterapias tienen sus «operaciones lingüísticas». Las operaciones verbales, en este sentido de la modificación de conducta, se pueden identi — 24 — ficar como reglas autoclíticas, por reutilizar la noción de «autoclítica» intro ducida por Skinner para sugerir la conducta verbal que repara en otra clase de conducta verbal del propio hablante. Serían ejemplos la revisión de los «tendría que» o «deberías» llevados por la terapia racional emotivo-conductual, la «exploración de significados idiosincrásicos» tendentes a determinar el sentido de expresiones usuales (qué quiere decir «no tengo salida») practi cados por la terapia cognitiva de Beck, y, en fin, el cuidado puesto en el pro pio decir con vistas a matizar su sentido o a especificar un efecto particular y como auto-control. El cuarto tipo serían operaciones verbales consistentes en la alteración de reglas. Si las anteriores operaciones son distintas clases de reglas, se tra ta ahora de reglas que alteran el funcionamiento de reglas establecidas. Vienen a ser una variante de las reglas autoclíticas, pero merecen su distin ción. El caso aquí es que estas «reglas establecidas» constituyen el sentido común y, por tanto, son el trasfondo con que se cuenta. La cuestión está en que el lenguaje no es meramente algo que se usa, sino que nos habita y conforma, es decir, que nos habitúa y da la forma a las creencias en las que estamos. Cuando la terapia requiere remover creencias en que se arraigan cier tos problemas, lo primero que se encuentra es la dificultad en percibir esa estructura (pre) lingüística, precisamente, por ser el contexto en el que se da el problema, por demás, proveniente de una práctica social culturalmente establecida. Si la dificultad está ya en reconocer este trasfondo de esquemas, creencias, contexto, reglas o contingencias (como quiera que se formule), tanto más difícil será su reestructuración. Desde luego, no ha de pensarse que bastará la información o la prescripción. En todo caso, cabe destacar cier tas intervenciones en este sentido. Un proceder se podría identificar como diálogo socrático, aunque cada terapeuta lo llevaría a su manera. El punto sería una discusión que fuera moldeando una nueva concepción de las cosas valiéndose de los materiales generados por el propio interlocutor y, en su caso, pro-puestos por el tera peuta. Ciertamente, el diálogo socrático puede ser visto en este contexto como una forma de moldeamiento (Pérez Alvarez, 1993). Por su lado, el debate llevado en la terapia racional emotivo-conductual puede adoptar el esti lo socrático (Lega, Caballo y Ellis, 1997), así como también se reconoce el método socrático en la terapia cognitiva de Beck (Beck, Rush, Shawy Emery, 1979/1983). En general, el diálogo socrático parece terapéuticamente tan correcto que apenas hay terapia que no se reconozca en él, desde el psicoa nálisis hasta la psicoterapia constructivista, pasando por la terapia cognitiva. 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) L — 25 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) Permítase decir, sin entrar ahora en los argumentos debidos, que quizá sea precisamente la modificación de conducta la psicagogía que más correctamente se aviene con el diálogo socrático. A este respecto, se vería el diálogo socrático como la construcción del conocimiento mediante aproximaciones sucesi vas sabiamente moldeadas, esto es, disponiendo condiciones antecedentes y consecuentes en forma sistemática. Otro proceder se encontraría en el uso de la paradoja, cuya característi ca es precisamente descolocar y reestructurar el sentido común o contexto en el que se inscribe un problema. La paradoja tiene un amplio uso en te rapia de conducta, como se aprecia en el texto editado por Ascher (1989), pero aun se destacaría a este respecto la terapia de aceptación y compromiso desarrollada por Hayes (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999; Wilson y Luciano, 2002), así como la intención paradójica de la logoterapia que, por lo demás, admite una explicación cabal desde el punto de vista del aprendizaje (Pérez Álvarez, 1996a). Finalmente, otro proceder vendría dado por el uso de la metáfora. La metáfora hace ver una cosa que pudiera ser difícil de captar, a través de su semejanza con otra que se ofrece con toda su nitidez en el aspecto relevante y que funciona, por tanto, como vehículo que permite establecer una simi litud. Así, por ejemplo, una metáfora puede ayudar a ver de otra manera un problema y de este modo recontextualizar su sentido. Esto sugiere que una metáfora tanto puede clarificar una situación (facilitando el contactocon las contingencias vigentes), como recontextualizarla (alterando las reglas establecidas). El uso de metáforas en MC está especialmente reconocido en la terapia de conducta dialéctica y en la terapia de aceptación y compromiso (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999; Wilson y Luciano, 2002) y, con seguridad, ejercido en la práctica, formando parte del saber terapéutico. La Tabla 3 reexpone las operaciones terapéuticas anteriormente pre sentadas. Esta presentación de las operaciones terapéuticas que se ha hecho des de el enfoque contextual (tomando la lógica del análisis de la conducta), tiene un alcance crítico y, a la vez, reconstructivo del enfoque cognitivo. En efecto, aparte de que el enfoque cognitivo se nutre en la práctica de técnicas de por sí conductuales, lo que se diría ahora es que las técnicas propiamen te cognitivas son, en rigor, «operaciones que disponen funciones verbales», las cuales dan cuenta de lo que de hecho se hace cuando se hace «terapia cognitiva» (Hayes y Hayes, 1992; Zettle y Hayes, 1982;). Así, por ejemplo, puede verse cómo la terapia cognitiva de Beck es eficaz por lo que tiene en realidad de activación conductual (Pérez Álvarez, 2007). — 26 — 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) 1. Observación de la conducta2. Presentación de estímulos3. Disposición de condiciones antecedentesTécnicas de exposición Control de estímulo4. Disposición de condiciones consecuentesContexto de la sesión clínica Contexto institucional Contexto cotidiano5. Disposición de funciones motivacionalesOperaciones de establecimiento6. Disposición defunciones verbalesReglas que gobiernan la conducta no-verbalReglas motivacionalesReglas autoclíticasReglas que alteran otras reglasDiálogo socráticoParadojaMetáfora Tabla 3. Operaciones terapéuticas que caracterizan la intervención clínica en la MC 4. CARACTERIZACIÓN DE LA MODIFICACIÓN DE CONDUCTA EN RELACIÓN CON OTRAS TERAPIAS La modificación de conducta se puede caracterizar como una terapia breve, directiva, activa, centrada en el problema, orientada al presente, que supone una relación colaboradora y en la que el cliente puede ser un in dividuo, una pareja, una familia, un grupo o una comunidad. Ahora bien, estas características son dimensionales de modo que su posición en ellas es más gradual que discreta y, en todo caso, relativa con respecto a las otras terapias. Se revisan a continuación estas dimensiones, donde se apreciará la cantidad de matices que todavía sería preciso incorporar. Breve-Larga. En general, se consideran terapias breves las que llevan me nos de treinta sesiones, siendo en torno a quince el punto de referencia. Las terapias de larga duración remiten a más de cien sesiones, contándose a veces por centenares y años. Esta referencia de larga duración viene dada por la terapia psicoanalítica (el psicoanálisis de corte clásico). Dicho esto, se ha de añadir que de cuarenta a noventa sesiones no se consideraría una terapia de larga duración (lo que apenas llevaría un año a razón de dos sesiones por semana), si bien puede ser una duración larga de una terapia de suyo breve. El ejemplo de terapia breve en este sentido viene dado por la MC (conside rando tanto el enfoque cognitivo como el contextual), al ser prácticamente la primera alternativa al psicoanálisis (cuando éste era dominante hasta la década de 1950), lo que ha servido como referencia para las nuevas terapias — 27 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) que se han ido desarrollando. Así, son terapias breves, además de la MC, la te rapia estratégica (terapia familiar sistèmica y comunicacional, con su versión, además de «terapia breve»), la terapia existencial (incluyendo la logoterapia, la psicoterapia existencial de Yalom y el análisis transaccional) y la terapia ex- periencial (siguiendo la tradición de la terapia centrada en la persona). Sin embargo, se ha de matizar ahora que hay ciertas terapias dentro de la propia MC que pueden resultar de larga duración, como la terapia cognitiva de los trastornos de personalidad, la psicoterapia analítica funcional y la terapia de conducta dialéctica (cuyas aplicaciones suponen «relaciones terapéuticas inten sas») . Igualmente, se ha de matizar que el psicoanálisis, en su adaptación al «mer cado terapéutico» y, en particular, al sistema americano de seguros, ha desarro llado psicoterapias que sin perder su inspiración psicoanalítica pueden ser, sin embargo, breves, cuyo nombre general es psicoterapia psicoanalítica (que no se ha de confundir con la terapia psicoanalítica antes citada), dentro de la cual fi gura incluso una versión autodenominada «psicoterapia (psicoanalítica) breve». Es más, esta psicoterapia breve de inspiración psicoanalítica ha quedado como el nombre genérico de «psicoterapia breve», según una suerte de «marca comer cial» (psicoanálisis) que da nombre al género de las psicoterapias breves (prácti camente, todas las otras), lo que además de afortunado no deja de ser irónico. En cuanto a la duración y frecuencia de las sesiones de la MC, se puede decir lo siguiente. La sesión suele durar entre una y dos horas. Las prime ras quizá son más largas, para después estabilizarse en torno a una hora. Nada quita, sin embargo, para que las sesiones puedan ser aun más largas (por ejemplo, cuando se dispone una exposición en vivo o se incluye algún nuevo participante) o más cortas (por ejemplo, una sesión informativa o centrada en un punto particular). La frecuencia suele ser de una vez por semana, si bien al comienzo pudieran ser dos y posteriormente hacerse más espaciadas. En general, la terapia tiene un curso abierto dentro de su hori zonte, en el sentido de que no se sabe exactamente cuánto puede durar y cómo va a fluir la ayuda prestada. Así mismo, dentro de cada sesión, el tera peuta puede seguir una agenda (planeada por él o incluso negociada con el cliente) o proceder según un orden abierto. Sin embargo, hay programas terapéuticos que tienen prácticamente estandarizada la aplicación en cuan to al número, duración y pauta de las sesiones como, por ejemplo, la terapia sexual o la terapia cognitiva de la depresión. En todo caso, conviene que el terapeuta y el cliente establezcan los objetivos de la terapia por anticipado, sin perjuicio de su renegociación. Cabría, incluso, que la terapia en su con junto fuera objeto de un «contrato» en el que se fijan tanto los objetivos a «tratar» como los aspectos formales relativos a las sesiones, los honorarios y la colaboración del cliente. [Por cierto, el contrato de la terapia (y no me — 28 — ramente el uso de contratos conductuales dentro de ella) es una modalidad establecida en la psicoterapia psicoanalítica breve.] Directiva-Permisiva. En general, son terapias directivas aquéllas en las que el terapeuta adopta un papel activo en la dirección de la terapia. El contra punto permisivo lo daría una actitud no-directiva figurada cual espejo que refleja lo que pone el cliente (sin intervenir en su espontaneidad). El modelo de terapia permisiva lo daría precisamente la terapia no-directiva de Rogers. Por su lado, el papel directivo del terapeuta toma diversas formas. Un papel directivo toma la forma de la interpretación del «material» presenta do por el cliente. La interpretación es la técnica analítica por excelencia, si bien el psicoanálisis se vale igualmente de otras actividades terapéuticas como la acla ración y la confrontación. (Por supuesto, otras terapias no dejan de hacer inter pretaciones a su manera.) Otra pauta directiva se identifica en un cierto papel edu cativo consistente en dotar al cliente con una nueva explicación y terminología (en definitiva, interpretación). Aquí, el terapeuta puede proceder de un modo explícito (como hace el análisis transaccional) o implícito pero, en todo caso, las distintas terapias terminan por adoctrinar según su propia sofisticación psicológica. Finalmente, otro papel directivo tiene la forma de una intervención práctica de varias maneras, tales como «observador-participante» (por ejemplo, la «expe riencia emocional correctora» de la psicoterapia psicoanalítica o la «provocación de crisis» de la terapia familiar estructural), como «director teatral» (por ejemplo, la representación de papeles de la terapia gestálüca o la experiencial) y como «entrenador» en el aprendizaje de repertorios conductuales más adecuados (por ejemplo, la exposición, el modelado o el ensayo de conducta de la MC). Activa-Pasiva. Esta dimensión está correlacionada con la anterior, puesto que una terapia directiva parece suponer una implicación activa del cliente, mientras que una permisiva sugiere más bien un sujeto pasivo. Sin embargo, hay terapias en las que el terapeuta puede ser activo (por ejemplo, la interpretación psicoa nalítica) y el cliente pasivo, al fiar la «curación» al insight. En general, las terapias que confían el cambio al insight, al «reencuadre» del sistema comunicacional o a la información, están contando con un sujeto pasivo, por más que invoquen la ac tividad de procesos mentales. Por su parte, efectivamente, las terapias permisivas sugieren un sujeto pasivo al modo botánico (crecimiento personal, espontanei dad creadora, auto-congruencia). De todos modos, puesto que cierta actividad es ineludible aun en el supuesto del proceso terapéutico pasivo, la cuestión es diferenciar terapias activas en el sentido de que implican al cliente en hacer algo, respecto de aquéllas que suponen que algo ocurre en ellos. Orientada al problema-Orientada a la personalidad. En general, las terapias orientadas al problema toman como objetivo resolver el problema presen tado, sin suponer que fueran necesarios otros cambios «estructurales». En 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) — 29 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) principio, la MC junto con buena parte de la terapia estratégica, serían ejem plos de este tipo. Por su lado, las terapias orientadas a la personalidad, no consideran resuelto el problema si no se dan otros cambios que consideran más básicos como puedan ser el autoconocimiento psicoanalítico, el creci miento personal, la toma de responsabilidad o la reestructuración cognitiva. En efecto, habría que reconocer en las terapias de reestructuración cognitiva una orientación a «problemas generalizados» más que a «problemas circuns critos», según la distinción de Brewin (1996), lo que también se podría decir de la terapia contextual y de la terapia de conducta dialéctica, aun cuando no tie nen inspiraciones en la personalidad. Por su parte, la terapia estratégica tiene también su orientación al cambio estructural, en este caso, de la familia. Así que, si bien los enfoques dinámicos (psicoanalíticos, experienciales y existen- ciales) tienen una clara orientación a la personalidad (en el sentido de pre tender un cambio estructural general), la MC y la terapia estratégica serían ejemplos mixtos, aunque quizá más orientados al problema. Presente-Pasado. Las terapias difieren también según su focalización tem poral. Así, la terapia psicoanalítica como en general todas las psicoterapias de inspiración psicoanalítica siguen el hilo de los «síntomas» presentados aquí-ahora hasta dar con el ovillo situado allí-entonces, cuyo descubrimiento desenredaría el problema actual. Por su parte, la terapia gestáltica sería un ejemplo de concentración en el presente, así como en general las experien ciales. La terapia estratégica sitúa también su intervención en el presente. La MC está igualmente orientada al presente, si bien su lógica con base en el aprendizaje supone más un cambio diacrònico paso a paso (cara al futuro) que sincrónico espontáneo (gestáltico, experiencial o comunicacional). Relación colaboradora-Relación autoritaria. Probablemente, todas las tera pias se declaren en favor de una relación colaboradora. Sin embargo, esta colaboración en algunas terapias quizá se diluya en sus extremos, bien como relación autoritaria (impositiva), bien como relación de igualdad (fingi da) . Aquí, se entiende por relación colaboradora la participación activa del cliente en una labor terapéutica dirigida por el clínico, como profesional experto en el que confía. El prototipo de relación colaboradora en este sen tido se encuentra en la terapia cognitiva de Beck que, de alguna manera, viene a definir la relación requerida en la MC. De todos modos, habría que introducir matices como, por ejemplo, el estilo autoritario de la terapia ra cional emotivo-conductual (al menos, según la lleva Ellis). La relación autoritaria en un sentido impositivo se encuentra en la te rapia psicoanalítica establecida por Freud, por más que llevada con todo el poder de la persuasión. La terapia estratégica tiene también formas autorita rias como, por ejemplo, sus prescripciones, los «engaños benevolentes», las — 30 — paradojas contra la resistencia y los «trucos» para impresionar al cliente. Curiosamente, la terapia estratégica familiar en su matrimonio con el cons tructivismo, ofrece por el contrario el mayor ejemplo de relación de igual dad, en la que el terapeuta se hace el ignorante y se declara al cliente como experto, (lo que sin duda es un fingimiento si es que no una pérdida de los papeles). Una relación al modo de Rogers sería otro ejemplo de relación colaboradora diluida en un «encuentro personal» (ni autoritario ni tampo co colaborador). Todas las unidades problemáticas-No todas. El cliente de una terapia psi cológica puede ser un individuo, una pareja, una familia, un grupo o toda una comunidad, denominados aquí «unidades problemáticas». Puede que también la terapia aborde el problema valiéndose de varias unidades. Las personas de estas unidades pueden ser «internos» de una institución o ex ternos. En general, todas las terapias se muestran aptas para entender y atender cualquier unidad problemática. Más en particular, probablemente, no haya terapia que no tenga una versión de aplicación individual, familiar y de grupo. Sin embargo, si se repara en la lógica de la terapia y en su trayectoria, se vería que muchas de ellas son aptas más bien para una unidad problemática, por no decir ineptas para las otras. Así, las psicoterapias de la tradición psicoanalí- tica son de suyo individuales y por lo mismo (por su mirada intra-psíquica) lo son también las terapias experienciales y las cognitivas, aunque trabajen con varias personas a la vez. (Por el hecho de tomar una aspirina en grupo, no por ello es una terapia grupal). En cambio, la terapia estratégica toma como unidad la familia, en cuanto que sistema, y no en vano se denomina también terapia familiar o sistèmica. La terapia familiar sistèmica tiene también una afinidad contextual, por la que transita del individuo a la comunidad más coherentemente que los enfoques psicodinámicos y cognitivos. Por su parte, la terapia existencial de Yalom sería uno de los ejemplos más coherentes de terapia individual y de grupo (Pérez Álvarez, 1996a). Pues bien, la MC puede proponerse como una terapia coherente con las diversas unidades problemáticas señaladas. En particular, sería el enfo que contextual lo que vertebraría una intervención cabal en cualquiera de las unidades consideradas. La Tabla 4 reexpone las características de la MC en relación con otras terapias. Se excusa decir que esta caracterización tiene muchos matices, al gunos de los cuales se han apuntado anteriormente. La consideración de todos ellos terminaría por ofrecer un cuadro demasiado complejo como para que tuviera interés expositivo. Así que, tómese la Tabla 4 más como una cortesía que como una tesis. 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) — 31 — Tabla 4. Características de la Modificación de Conducta en relacióncon otras Terapias Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) 1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) 5. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Ascher, L. M. (1989) Therapeutic paradox. Nueva York: Guilford Press. Beck, A. T., Rector, N. A., Stolar, N. y Grant, P. (2010). Esquizofrenia. Teoría cognitiva, investigación y terapia. Barcelona: Paidós. Beck, A. T., Rush, A. J., Shaw, B. F. y Emery, G. (1979/1983) Terapia cognitiva de la depresión. Bilbao: DDB. Biglan, A. (1996) Changing cultural practices: a contextual framework for intervention research. Reno, NV: Context Press. Brewin, C. R. (1996) Theoretical foundations of cognitive-behavior therapy for anxiety and depression. Annual Review of Psychology, 47:33-57. Catania, A. C. (1992) Learning (3aedición). Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall. Caro, I. (2011). Hacia una práctica eficaz de las psicoterapias cognitivas. Modelos y técni cas principales. Bilbao: DDB. Dougher, M. H. y Hackberg, L. 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Ofrece una actualización de sus fundamentos, teoría y ejem plos clínicos. Sirve tanto para conocer la lógica de la terapia cognitiva como para una perspectiva psicológica de la esquizofrenia. Caro, I. (2011). Hacia una práctica eficaz de las psicoterapias cognitivas. Modelos y técni cas principales. Bilbao: DDB. Excelente actualización de la evolución y panorama actual de las terapias cognitivas, con especial énfasis en el procedimiento práctico y evaluación de resultados. — 34 — /. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez) Kanter,J. W., Busch, A. M. y Rusch, L. A. (2011). Activación conductual. Refuerzos posi tivos ante la depresión. Madrid: Alianza Editorial. Expone la nueva terapia de activación conductual para la depresión. Utiliza el esquema A-B-C en su doble versión cognitiva y conductual. Contrasta con el modelo de Beck y cois, antes comentado. Pérez Álvarez, M. (1996) La psicoterapia desde el punto de vista conductista. Madrid: Biblioteca Nueva. Expone la teoría y la práctica de dos terapias innovadoras dentro de la te rapia de conducta, como son la psicoterapia analítica funcional y la terapia contextual. Ambas son ejemplos de formas de intervención con base en el control verbal. Wilson, B. E. y Luciano, M. C. (2002). Terapia de aceptación y compromiso (ACT). Un tratamiento conductual orientado a valores. Pirámide. Excelente exposición de los fundamentos, teoría y aplicaciones de la ACT, en una perspectiva eminentemente clínica práctica. 1. PREGUNTAS DE AUTO-COMPROBACIÓN 1) El enfoque cognitivo se caracteriza por la consideración de la conducta en fun ción de las representaciones mentales. 2) El enfoque contextual se caracteriza por la consideración de la conducta en función de las circunstancias ambientales. 3) El A-B-C del enfoque cognitivo supone una cierta causación de las cogniciones sobre las emociones y las conductas. 4) En el A-B-C del enfoque cognitivo, C son las cogniciones. 5) El A-B-C del enfoque contextual supone que la conducta depende de condi ciones antecedentes y consecuentes. 6) En el A-B-C del enfoque contextual, C son las consecuencias problemáticas. 7) La técnica de exposición es un ejemplo de operación consistente en la disposi ción de condiciones consecuentes. 8) Las operaciones de establecimiento son un ejemplo de reglas que alteran otras reglas establecidas. 9) La modificación de conducta se puede considerar una terapia breve, directiva y activa. 10) La modificación de conducta es apta como terapia individual pero impropia como terapia grupal y comunitaria. Las respuestas (verdadero, o falso) a las preguntas se encuentran en el anexo final del texto. — 35 — LA SITUACIÓN ACTUAL DELA TERAPIA DE CONDUCTA 2 Miguel A. Vallejo Pareja U.N.E.D. 1. INTRODUCCIÓN La terapia de conducta, más conocida en los últimos años como terapia cognitivo conductual, es el resultado del desarrollo del conoci miento científico desde sus orígenes:tiempo que va desde los comienzos del siglo XX de la mano de John B. Watson, padre del conductismo, al momento actual, la segunda década del siglo XXI. Desde las aplicacio nes pioneras de la modificación de conducta hasta el momento actual en el que se habla de las denominadas terapias de conducta de 3a ge neración, la terapia de conducta se ha visto enriquecida en sus funda mentos teóricos y empíricos. Cabe señalar que, en mi opinión, dicho enriquecimiento no tiene un carácter revolucionario. No ha habido en este tiempo aportaciones teóricas y/o empíricas que hayan cuestionado de forma radical los fundamentos de la terapia de conducta. Sí ha habi do, por el contrario, aportaciones que han destacado algunos aspectos como más relevantes, bien en razón de puntos de vista singulares -por ejemplo, la importancia de lo cognitivo que Beck se encargó de hacer va ler, aunque lo cognitivo, por así llamarlo, ya formaba parte de la terapia de conducta- o el modo en que con el tiempo el análisis funcional de la conducta y la referencia al individuo y su contexto particular, fue deján dose perder en favor de la normalización y del grupo, volviendo en los momentos presentes a ser rescatado por acercamientos como la terapia de conducta dialéctica, por citar otro ejemplo. El paso del tiempo que nos trae a la situación actual de la terapia de con ducta es un ejemplo de diversas inconsistencias, propias de la condición hu mana a la que no es ajeno el psicólogo y el científico. Sólo destacaré dos. La primera es la que confunde el descubrimiento individual con el científico. Al gunos autores y personas consideraron un gran hallazgo el que la terapia de — 39 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) conducta se fijara en lo cognitivo, como elemento fundamental del ser huma no. La terapia de conducta nunca dejó de fijarse en lo cognitivo. Forma parte del comportamiento como elemento de respuesta y del medio ambiente, como antecedente y/o consecuencia, de la conducta, incluso desde el conductismo mediacional como constructo que media (esquemas) la relación concreta entre un determinado contexto (medio ambiente) y la respuesta. Eysenck (1993) ya se encargó de reseñar que denominar a la terapia de conducta, como cognitivo conductual era superfluo, pues lo cognitivo forma parte de la conducta, ¿qué decir de formulaciones como terapia cognitivo conductual biológico social, a la que sólo le falta añadir, en tono de broma, de la rama humanista de los santos de los últimos días? Por tanto, reclamar como revolucionario lo que forma par te de la propia naturaleza de la disciplina en cuestión, sólo debe explicarse por desconocimiento de sus fundamentos. Si lo que viene a decirse es que lo cogni tivo es tan importante como para constituir la causa del comportamiento, esto es aceptable sólo cuando haya datos que señalen que lo que precede a determi nado comportamiento es un determinado pensamiento o actividad cognitiva concreta. El genérico de que el pensamiento causa la acción sólo es cierto, la misma formulación lo señala, cuando se da esa condición antecedente. Con fundir contenido: cognitivo, con forma de respuesta, o elemento antecedente o consecuente, es salirse del marco y relacionar peras con balones. El segundo aspecto que quiero traer aquí es el que confunde la teoría con la práctica o mejor el decir y el hacer. También pueden ponerse mu chos ejemplos al respecto. Me referiré sólo a uno. Ningún terapeuta de con ducta que se precie dirá que el miedo, la ansiedad o el estrés no tengan un valor adaptativo, sin embargo y siendo así, los mensajes que se envían a los pacientes y a la sociedad son: técnicas de control del estrés, reducción del malestar, combatir la ansiedad, etc. Lo que decimos es que el estrés es malo, también la ansiedad, la angustia el malestar y cualquier otra condición des agradable. Esto plantea una incongruencia obvia entre los fundamentos y la práctica de la terapia de conducta y altera de forma nada despreciable la intervención terapéutica, pues no es lo mismo decirle al paciente que debe adaptarse a una condición adversa y buscar medios para que afecte lo me nos posible a su vida, que decirle, si quiera implícitamente, que es posible controlarla y hacerla desaparecer. No es lo mismo prometerle que él puede ser capaz de sobrellevar el malestar que prometerle la felicidad. 2. LA FORTALEZA DE LA TERAPIA COGNITIVO CONDUCTUAL (TCC) Las siglas TCC (terapia cognitivo conductual), o CBT (cognitive beha vior therapy), en inglés, son un referente de eficacia en ámbitos muy diversos de la salud. Así es reconocido no sólo por los psicólogos, sino por toda la — 40 — comunidad científica: médicos de diversas especialidades y psiquiatras singu larmente. Esto es debido al cúmulo de resultados que se sustentan en traba jos controlados con las convenientes garantías científicas. Por ello es habitual señalar que es el abordaje de elección en trastornos de gran relevancia e in cidencia como trastornos de ansiedad o depresión, así como en otros más indefinidos y complejos, como la fibromialgia. Además, la TCC no sólo se ha mostrado eficaz en el abordaje de los principales trastornos sino que frecuen temente es más eficiente que los tratamientos alternativos farmacológicos, en razón de las limitaciones de éstos, así como de sus efectos secundarios agrava dos en ocasiones por la interacciones entre diversos fármacos. Uno de los elementos que sustentan esta positiva condición de la TCC está en sus orígenes: el interés por el uso de una metodología experimental, por demostrar lo que se dice, por evaluar de forma rigurosa los efectos de la terapia, por establecer de forma clara y reproducible los programas de tratamiento, etc., etc. En consecuencia, se cuenta con programas que esta blecen unos criterios de eficacia mensurables y que pueden ser aplicados de forma protocolizada. Es natural que dadas esas condiciones el progreso científico permita mejorar de modo progresivo y acumulativo las interven ciones haciéndolas más eficientes. Un ejemplo de la eficacia y eficiencia de la TCC ha sido puesto de mani fiesto en el Reino Unido1 en el que se ha establecido un programa que pre tende ofrecer en 2013, tratamiento psicológico a los pacientes con ansiedad y depresión en el Sistema Nacional de Salud, debido a las ventajas que el trata miento psicológico aporta frente al tratamiento psicofarmacológico. 3. ÁREAS SUSCEPTIBLES DE MEJORA Es evidente que toda actividad científica es susceptible de mejora. También la TCC tiene, a pesar de lo señalado más arriba, motivos para me jorar sus recursos terapéuticos. Es conocido que no todas las personas se benefician del mismo modo de las terapias bien establecidas. Adaptar los tratamientos a esos casos: problemas graves o crónicos, trastornos comple jos como los trastornos de personalidad, problemas con diverso grado de comorbilidad, etc., es imprescindible y requiere de un esfuerzo especial. Otro aspecto clave es el fundamento teórico de los tratamientos y la justificación de estos analizando el proceso terapéutico. Dicho de forma más sencilla, conocer cómo trabajan los tratamientos. Para ello es preciso partir de modelos psicopatológicos que vengan ligados a tratamientos con 2. LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA TERAPIA DE CONDUCTA (Miguel A. Vallejo Pareja) 1 http://cep.lse.ac.uk/research/mentalhealth/default.asp#members — 41 — http://cep.lse.ac.uk/research/mentalhealth/default.asp%23members Manual de Terapia de Conducta. Tomo I Miguel Ángel Vallejo Pareja (Coordinador) cretos y a cambios susceptibles de comprobar que efectivamente ejercen su acción sobre lo que proponen. Veamos el caso de la terapia cognitiva de la depresión. Si el modelo de depresión parte de que los pensamientos distorsionados y los errores cognitivos son fundamentales en la génesis y mantenimiento de dicho trastorno, resultaría preciso constatar que dichos pensamientos debencambiar durante el proceso terapéutico y su cambio debe correlacionar con la mejora clínica e ítem más que sólo mediante tera pia cognitiva se den esos cambios. Los datos que tenemos al respecto no son favorables a que la terapia cognitiva opere como se postula. Es más, parece que las distorsiones cognitivas son un síntoma más de la depresión que el elemento central que prometía ser. Hay un interés evidente por sustentar y fundamentar teóricamente los tratamientos, pero es esta una tarea un tanto descuidada. No obstante, hay ámbitos en los que, por ejemplo, sí parece haber una relación entre cambios cognitivos y mejoras clínicas en la fobia social, aunque también se alcancen esos cambios sin terapia cognitiva, mediante técnicas de exposición. Estos resultados muestran un desconocimiento sobre cómo operan los tratamien tos, a pesar de que funcionen bien. Es necesario conocer qué variables del proceso terapéutico y del paciente median de forma efectiva la eficacia de la terapia. Un ejemplo en este sentido son las investigaciones que ligan la interpretación errónea de las sensaciones corporales con el trastorno de pá nico (Clark, 1999) y cómo esto se relaciona directamente con los resultados del uso de la exposición. La obtención de datos que sustenten la eficacia de un tratamiento no es suficiente para que éste se integre de forma efectiva en el cuerpo de co nocimiento científico, en nuestro caso de la TCC. Un ejemplo de tratamien to psicológico efectivo y sin fundamentación conocida es el EMDR. Puede decirse, del mismo modo, que una parte nada desdeñable de los psicofár- macos tampoco se hayan justificados teóricamente, sino por los efectos que tienen y que pueden ser beneficiosos, a tenor de los síntomas del trastorno (González y Pérez, 2007). La experimentación y el pragmatismo pueden llevar a lugares insospechados, según reza el adagio del farmacólogo y que bien puede extenderse a cualquier otro clínico o científico: buscando una aguja en el pajar encontré a la hija del granjero. 3.1. Cómo mejorar la TCC Desde finales del siglo pasado a la actualidad se han producido nota bles aportaciones que pueden contribuir a mejorar la TCC. Aunque dichas aportaciones no han surgido de forma organizada, sí tienen elementos en — 42 — común que ha hecho que, a posteriori, se las caracterice con la etiqueta de terapias de conducta de 3a generación (Hayes y cois., 2006). Con indepen dencia de lo acertado o no del término sí es cierto que se da una coinciden cia entre ellas en su planteamiento, fundamentación, técnicas terapéuticas e, incluso, el tipo de trastornos o problemas para el que son aplicadas. Di chos acercamientos forman parte de la TCC, se sustentan en los fundamen tos teóricos y empíricos de la TCC y, como es natural, tienen más afinidad con ciertos planteamientos teóricos y modos de hacer que con otros. Por ejemplo, se encuentran más cercanos al uso de técnicas conductuales, por ejemplo la exposición, que al de técnicas cognitivas, sin que esto suponga un rechazo a ellas, como se verá más adelante. Los elementos característi cos de estas terapias son: 1. Dar más importancia a la experimentación, a la práctica de la con ducta, que a su interpretación y al uso de instrucciones. Un predo minio del aprendizaje por contingencias, frente al aprendizaje por reglas. 2. Considerar las funciones de las conductas por encima de las con ductas en sí. Esto, como el resto de las características, no es nuevo en TCC, pero sí ha sido desatendido, por mor de establecer proto colos más basados en aspectos descriptivos (topográficos) que fun cionales. Naturalmente las conductas en concreto son accidentales, no, sin embargo, sus funciones que permanecen y pueden ser logra das por una amplia variedad de ellas. 3. Importancia del contexto y en consecuencia del análisis funcional e individual. Aquí, de nuevo, se trata de incidir en algo que está en los fundamentos de la TCC pero que es parcialmente desatendido. Esto tiene su importancia a la hora de explicar por qué los trata mientos fracasan con determinadas personas o cómo los problemas crónicos o graves presentan más dificultades. 4. Buscar un sustento teórico general a los trastornos y a la interven ción. Este es el caso de la formación del trastorno experiencial por evitación, con independencia de nosologías y consensos. 5. Destacar el papel de las emociones y de su experimentación. Reco nociendo la importancia de que la persona sienta de forma natural y normal sus sensaciones y emociones, con independencia de su va lencia, y no sea sustituida o hurtada esa experiencia por su recon- ceptualización o racionalización. 6. Poniendo al lenguaje y a la racionalización en un segundo lugar, de modo que no se convierta en el punto de referencia principal, al menos en lo que tiene que ver con los procesos emocionales. Ser 2. LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA TERAPIA DE CONDUCTA (Miguel A. Vallejo Pareja) — 43 — Manual de Terapia de Conducta. Tomo 1 Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador) capaz de separar el lenguaje de su función simbólica para que no suponga una interferencia adicional. 7. Destacar la importancia de la relación terapéutica y considerar ésta como un elemento clave de la terapia, partiendo de que la interac ción con el paciente es un contexto más que está al servicio del tra tamiento. 8. Adoptar una postura más educativa que correctiva en la terapia, un enfoque más permisivo que autoritario. No se trata de decirle al pa ciente qué tiene que hacer o pensar sino entender el contexto en que se producen los problemas y procurar un cambio contextual. Como queda señalado los puntos que se recogen más arriba no tienen un sentido revolucionario, si por ello se considera el que sean ajenos a la tradición y fundamento de la TC, sin embargo sí ocurre que han sido me nos tenidos en cuenta y, ocasionalmente ignorados, por lo que su reconsi deración sí es un hecho novedoso. Entre las diversas iniciativas que han retomado estas consideracio nes y que pueden incluirse dentro de este grupo de las llamadas terapias de 3a generación, están: la terapia de aceptación y compromiso (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999; y Wilson y Luciano, 2002), la activación conduc- tual (Jacobson, 1994), la terapia cognitiva de la depresión basada en el mindfulness (Segal, Williams y Teasdale, 2001), la terapia de conducta dialéctica (Linehan, 1993), la psicoterapia analítico funcional (Kohlen berg y Tsai, 1991), la terapia metacognitiva (Wells, 2000), el sistema de análisis cognitivo conductual de psicoterapia (McCullogh, 2000), la te rapia conductual integrada de pareja (Chistensen yjacobson, 2000), y la terapia breve relacional (Safran y Muran, 2000). Aún cuando el criterio para incluir unas u otras terapias dentro de este grupo es variable (ver Hayes y cois. 2006) compartirían en diversa medida los puntos señala dos más arriba. Cabe señalar que alguna de ellas, ACT, por ejemplo, se considera distinta de la terapia cognitivo conductual, reclamando un lu gar propio fundamentado en la investigación básica: la teoría del marco relacional y el análisis funcional de la conducta gobernada por reglas (Hayes y cois. 1986). Sin embargo, este papel singular es cuestionado por quienes piensan que se trata de modificaciones sobre la terapia cog nitivo conductual (Hofmann y Asmundson, 2008). Posiblemente se trate de un aspecto más terminológico y que pretende una cierta notoriedad y diferenciación. Algo similar ya ocurrió con la terapia cognitiva en re lación con la terapia de conducta. Algunos autores prefieren hablar de técnicas cognitivas, técnicas de restructuración cognitiva, frente a tera pia cognitiva. Naturalmente Beck, prefiere utilizar el término terapia — 44 — cognitiva, si bien su planteamiento encaja correctamente en la terapia de conducta, tanto desde la perspectiva teórica como desde la evalua ción y el tratamiento. 3.2. Principales nuevos desarrollos terapéuticos A continuación