Logo Studenta

Manual de terapia de conducta (Tomo I) Miguel Ángel Vallejo Pareja

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

ÍNDICE
1. Caracterización de la intervención clínica en modificación de conduc­
ta............................................................................................................................. 11
Marino Pérez Alvarez
2. La situación actual de la terapia de conducta................................................... 37
Miguel A. Vallfjo Pareja
3. La evaluación psicológica en la terapia de conducta....................................... 81
Antonio Godoy
4. Habilidades terapéuticas..................................................................................... 113
Aurora Gavino
5. Psicofármacos y Terapia de Conducta: encuentros y desencuentros............ 139
J.M. Farré Martí
6. Fobias específicas.................................................................................................. 199
Arturo Bados López
7. Trastorno de ansiedad generalizada.................................................................. 265
Arturo Bados López
8. Fobia social............................................................................................................ 335
Vicente E. Caballo - Isabel C. Salazar - Laura Garrido - Ma Jesús Irurtia
9. Trastorno de angustia y agorafobia................................................................... 403
Marta Isabel Díaz García - Ma Isabel Comeche Moreno
10. Trastorno obsesivo-compulsivo.......................................................................... 463
Juan A. Cruzado Rodríguez
11. Trastorno de estrés postraumático..................................................................... 539
Blanca Mas Hesse
12. Depresión............................................................................................................... 605
Miguel A. Vallejo Pareja - Ma Isabel Comeche Moreno
13. Terapia de pareja................................................................................................. 683
José Cáceres Carrasco
14. Disfunciones sexuales........................................................................................... 733
Francisco J. Labrador - Alfonso Roa
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
— 10 —
CARACTERIZACIÓN
DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA
1
Marino Pérez Álvarez
Universidad, de Oviedo
Este capítulo se despliega en cuatro apartados. Primeramente, se reco­
noce el panorama heterogéneo de la modificación de conducta, en cuan­
to a sus enfoques y formas de aplicación. A continuación, se introduce un 
esquema que permite ver de modo comparable esta heterogeneidad de 
enfoques y formas. Después, se hace una caracterización según las clases 
de operaciones terapéuticas. Finalmente, se caracteriza la modificación de 
conducta en relación con las demás terapias psicológicas.
1. RECONOCIENDO UN PANORAMA HETEROGÉNEO
Al caracterizar la intervención clínica en Modificación de Conducta 
(MC) se ha de reconocer, de entrada, un panorama heterogéneo. Esta he­
terogeneidad tiene, al menos, dos aspectos: uno debido a la variedad en la 
lógica conceptual y el otro dado por la variedad en la logística de su aplica­
ción.
La variedad lógica se refiere a la pluralidad de concepciones que confor­
man la MC que, como ocurre en los distintos campos de la psicología, no se 
ofrece precisamente como algo homogéneo. Dentro de esta variedad cabe 
percibir una línea por la que se reparten en dos las distintas concepcio­
nes y tendencias. De un lado, se situaría un enfoque cognitivo y de otro un 
enfoque contextual (González Pardo y Pérez Alvarez, 2008, cap. 13; Pérez 
Álvarez, 1996a).
El enfoque cognitivo incluye una pluralidad de modelos y doctrinas que, 
de una u otra manera, tienen en común un cierto género representacional. 
Este género representacional puede estar tejido como esquemas mentales, 
creencias, estructuras cognitivas, procesamiento de información, narrativas 
y, en fin, constructos varios. Se trata de algún modo de representación men­
— 13 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Ángel Vallejo Pareja (Coordinador)
tal de la realidad o del mundo, de la que dependería la conducta y, en su 
caso, los problemas psicológicos. Siendo así, el cambio psicológico se orien­
ta al cambio del sistema representacional supuesto, como condición para 
la modificación de la conducta. Aunque en el panorama actual existe una 
variedad de modelos de terapias cognitivas (Caro, 2011), habría que dis­
tinguir entre aquellos iniciales que se avinieron con la tradición de la MC 
y que, de hecho, han propiciado la tendencia cognitivo-conductual, y otros 
posteriores que, sin dejar de valerse de las técnicas cognitivo-conductuales, 
su tendencia es constructivista (Pérez Alvarez, 1996a). Así pues, el enfoque 
cognitivo cuenta en la actualidad con dos tendencias: la cognitivo-conduc- 
tual y la constructivista. La tendencia cognitivo-conductual sigue siendo el 
enfoque cognitivo de referencia, con sus tres modalidades: la reestructura­
ción cognitiva, el afrontamiento de situaciones, y la solución de problemas 
(Labrador, 2008).
El enfoque contextual constituye lo que podría ser la tradición más pro­
pia de la MC, con su análisis de las condiciones ambientales como determi­
nantes de la conducta y, por tanto, de los problemas psicológicos. En este 
sentido, el cambio psicológico se cifra propiamente como modificación de 
la conducta resultante de algún cambio del contexto, incluyendo que tal 
cambio venga promovido por la propia conducta del sujeto en considera­
ción. En general, las distintas técnicas de MC se pueden ordenar según el 
aspecto más señalado de su forma de intervención. Así, se distinguen for­
mas de intervención con base en la exposición, con base en el manejo di­
recto de contingencias y con base en el control verbal o manejo indirecto 
de contingencias, distinción que se retomará en la sección siguiente.
Por su parte, la variedad logística se refiere a las distintas maneras que 
adopta el clínico en la aplicación de la terapia, según su experiencia, su 
estilo, las características del cliente y demás circunstancias. La praxis clí­
nica impone un proceder variable, donde cuenta tanto el saber-qué hacer 
como el saber-cómo hacerlo. Baste reconocer, que es característico de la MC 
el uso flexible de las técnicas, conforme al caso, como ya señalara Labrador 
(1986) a propósito de su discusión del integracionismo. La MC cubre todos 
los problemas psicológicos dentro de su lógica de análisis de la función que 
toda conducta (normal o problemática) tiene en las circunstancias actua­
les, de acuerdo con la historia de aprendizaje.
Reconocida esta heterogeneidad (lógica y logística), se ha de decir 
que la intervención clínica consiste en la doble tarea de la evaluación y 
propiamente del tratamiento. La evaluación cuenta a su vez con una di­
versidad de métodos e instrumentos. Aunque, en principio, la evaluación
— 14 —
precede y ha de dar pie al tratamiento, en calidad de diagnóstico, viene a 
ser en realidad una tarea continua del proceso terapéutico, como valora­
ción de la eficacia y eventual reajuste de la intervención. Por lo demás, la 
evaluación no deja de ser ella misma una forma de intervención (con sus 
efectos terapéuticos, más o menos duraderos). Así pues, la evaluación y el 
tratamiento están en la práctica clínica más fundidos que lo que a veces 
dan a entender los textos.
A pesar de toda esta heterogeneidad, cabe ofrecer una caracterización 
de la intervención clínica que se atiene a la distinta lógica conceptual y re­
tiene el correspondiente aire de familia de la variada logística con que esa 
lógica se desenvuelve en la práctica. Se propone a este propósito el esque­
ma A-B-C.
2. INTRODUCCIÓN DEL ESQUEMA A-B-C
El esquema A-B-C es utilizado tanto por parte del enfoque cognitivo 
como del enfoque contextual. Aun cuando su uso es distinto en uno y otro 
enfoque, el que figure en ambos lo convierte en pertinente para una carac­
terización conjunta. En todo caso, se tiene un A-B-C del enfoquecognitivo y 
un A-B-C del enfoque contextual de la terapia de conducta.
El A-B-C del enfoque cognitivo de la terapia de conducta. El A-B-C del enfo­
que cognitivo presenta la siguiente caracterización del análisis psicológico 
y, por tanto, de la intervención clínica. A son los acontecimientos de la vida 
que están relacionados con determinadas consecuencias emocionales y con­
ductuales que definen un problema o trastorno psicológico, aquí represen­
tado por C. Ahora bien, la relación entre A y C está mediada por B, que son 
las creencias (beliefs), las imágenes y los pensamientos que se tiene sobre los 
acontecimientos y demás circunstancias de la vida (A). Si estas mediaciones 
cognitivas (B) tienen un signo negativo (irracional, catastrófico, autoderro- 
tista), entonces traen probablemente consecuencias problemáticas como 
ansiedad, pánico, depresión y, en general, toda suerte de trastornos psicoló­
gicos (C). La Tabla 1 reexpone este esquema.
El esquema A-B-C del enfoque cognitivo fue propuesto por Albert 
Ellis a principios de la década de 1960 como modelo de la terapia racio- 
nal-emotiva. La terapia racional-emotiva, actualmente redenominada tera­
pia racional emotivo-conductual, ha seguido desarrollando el esquema hasta 
convertirlo en todo un modelo terapéutico (Lega, Caballo y Ellis, 1997). 
Así mismo, es adoptado formalmente como modelo por la terapia cogniti­
va de Beck en su extensión a trastornos psicóticos (Beck, Rector, Stolar y 
Grant, 2010).
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
— 15 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo 1
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
A B C
Acontecimiento Creencias ConsecuenciasSituación Ideas Emociones y
Circunstancia Pensamientos Conductas
Evento activador Interpretaciones
Evaluaciones
Imágenes
Tabla 1. Esquema A-B-C del enfoque cognitivo
De acuerdo con este esquema, el análisis psicológico o evaluación con- 
ductual empieza por determinar el problema en términos conductuales (lo 
que se hace o deja de hacer) y de las reacciones emocionales. El clínico 
trata de relacionar estos problemas con acontecimientos y circunstancias 
actuales y pasadas de la vida del cliente (situación ansiógena, pérdida de 
algo significativo, fracaso, rechazo, síntomas psicóticos). Sin embargo, el 
principal interés, y la mayor dificultad, están en identificar las creencias y 
pensamientos derivados de estos posibles antecedentes y, en definitiva, re­
sultantes en las consecuencias problemáticas en cuestión. A este respecto, 
además de la entrevista, el clínico puede disponer de cuestionarios, escalas, 
y auto-registros que averiguan posibles relaciones entre situaciones, pensa­
mientos, emociones, y acciones. El contenido de esta mediación cognitiva 
depende de la modalidad cognitivo-conductual en uso. Así, por ejemplo, la 
terapia racional emotivo-conductual de Ellis se empeña en descubrir creencias 
irracionales, la terapia cognitiva de Beck se interesa en esquemas cognitivos 
y distorsiones en el procesamiento de información, el entrenamiento auto-ins- 
truccional de Meichembaun repara sobre todo en lo que uno se dice a sí mis­
mo y, en fin, la terapia cognitivo-conductual del pánico de Clark pone el acento 
en la interpretación de sensaciones corporales.
El proceder de acuerdo con este esquema supone una relación colabo­
radora entre el terapeuta y el cliente. Esta colaboración tiene un cierto as­
pecto educativo, semejante de alguna manera a la formación de la investiga­
ción científica. El terapeuta propone al cliente una nueva concepción de su 
problema (la determinación de C por B, que no siempre es fácil de asumir), 
y le compromete a ponerla en práctica. En este sentido, se ha de advertir 
una labor de teorización convincente por parte del terapeuta, a menudo 
quizá en forma de discusión o debate entre ambos, y la correspondiente dis­
posición de confianza por parte del cliente como para experimentar la vida 
a través del nuevo cristal cognitivo. De hecho, el esquema A-B-C empleado 
por la terapia racional emotivo-conductual incluye la D de discusión y la E de 
experimentación y también de afectos de la discusión (cognitivos, emocio­
— 16 —
nales y conductuales). La D y la E más que etapas añadidas, son momentos 
inscritos en el propio esquema A-B-C.
En general, la D sugiere «discusión» como palabra que resume toda 
una labor retórica (si se prefiere, el aspecto cognitivo) y la E sugiere «expe­
rimentación» como referencia a la puesta en práctica de la nueva visión de 
las cosas (si se prefiere, el aspecto conductual). Todo ello, discusión y expe­
rimentación, supondrían nuevas consecuencias y, en definitiva, un «mejor 
esquema» de vida. El aspecto cognitivo puede consistir en el análisis de la 
evidencia empírica que sostiene una creencia, la revisión de las palabras 
con que se describen las situaciones, la reatribución causal, la exploración 
de respuestas alternativas, la anticipación imaginada de las consecuencias, 
el uso auto-regulatorio del lenguaje y, en fin, la adopción de otra interpreta­
ción o valoración de las cosas. Por su parte, el aspecto conductual se resuelve 
frecuentemente en el ensayo de conducta, la exposición en vivo, la realiza­
ción de tareas-para-casa, la programación de actividades, el entrenamiento 
de habilidades y, en fin, la realización de experimentos conductuales.
El A-B-C del enfoque contextual de la terapia de conducta. El A-B-C del enfoque 
contextual presenta otra lógica y otro proceder. En este esquema, B es la con­
ducta (behavior), Cson las consecuencias producidas por tal conducta en cali­
dad de reforzadores de la misma, y A son los antecedentes en cuyas condiciones 
ocurre la conducta. Se ha de advertir que la conducta puede tener más de una 
consecuencia, es decir, que puede tener varios reforzadores que la mantienen. 
Técnicamente, se hablaría de programas de refonamiento concurrentes, como suele 
ser el caso en las conductas de interés clínico. Por su lado, los antecedentes se 
especifican de varias maneras, según su función. En concreto, el análisis de la 
conducta distingue cuatro condiciones antecedentes principales.
Una: situaciones definidas por su aspecto evocador de respuestas emo­
cionales cuya función se denomina estímulo condicionado. Aunque se suele pre­
sentar en términos del condicionamiento clásico (cuyo esquema sería E-R), 
permítase decir sin aportar la argumentación, que en la perspectiva de este 
trabajo se conceptualizaría desde el punto de vista de la conducta operante. 
Dos: situaciones definidas por el control de estímulo cuya función se denomi­
na estímulo discriminativo (Ed). Se ha de añadir que el Ed puede depender de 
otro estímulo de segundo orden (denominado técnicamente discriminación 
condicional) y aún éste puede depender, a su vez, de otro denominado con­
trol contextual. Tres: situaciones definidas por su papel en alterar las funciones 
discriminativas y reforzantes de los estímulos presentes, lo que se llama técni­
camente operaciones de establecimiento. Cuatro: situaciones definidas por el con­
trol del lenguaje sobre la conducta. Se ha de reparar en que la conducta en
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
— 17 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
cuestión puede ser tanto la «conducta motora» (no-verbal) como la conducta 
verbal, de manera que en este caso se trataría del control verbal sobre la pro­
pia conducta verbal. En general, este control verbal, se identifica en términos 
de conducta gobernada por reglas, una distinción que es pareja de la conducta 
moldeada por contingencias. La Tabla 2 reexpone este esquema.
A B C
Estímulo condicionado Conducta Reforzador . ..1
Estímulo discriminativo verbal y no-verbal Reforzador . ..2
(discriminación condicional; Reforzador . ..n
control contextual) Extinción
Operaciones de
establecimiento
Control verbal
Tabla 2. Esquema A-B-C del enfoque contextualEl esquema A-B-C del enfoque contextual está más ejercitado en la 
práctica que representado como tal modelo. Sin embargo, y a pesar de su 
simplicidad esquemática, puede verse su vigencia en el análisis de la con­
ducta en el contexto de la vida cotidiana donde, por ejemplo, una clase de 
conducta, se relaciona con cuatro reforzadores y seis condiciones antece­
dentes (Mattaini, 1996). De todos modos, su forma esquemática mínima se 
encuentra más usualmente en la fórmula Ed: C -> R, a partir de la que se re­
gistran las diversas relaciones contingenciales (Pearce y Epling, 1995). Esta 
fórmula se leería así: en presencia de cierto estímulo discriminativo (Ed), 
determinada conducta (C) probablemente venga seguida de tal reforzador 
(R). Lo importante es apreciar que estos tres términos constituyen una uni­
dad funcional, de manera que tanto las condiciones antecedentes como las 
consecuentes forman parte de la estructura de la conducta. Esta unidad se 
denomina contingencia de tres términos.
La conceptualización de los problemas psicológicos se atiene al análisis 
funcional señalado. Este análisis funcional describe los problemas psicológi­
cos en términos conductuales y especifica sus condiciones. De esta manera, 
los problemas tienen que ver con alguno de estos dos grandes aspectos de 
la función operatoria de la conducta: o bien los problemas consisten en las 
clases de conducta disponibles o bien consisten en su regulación inapropia­
da. Respecto a los problemas relativos a la clase de conductas disponibles, 
pueden tratarse de repertorios conductuales que resulten inadecuados 
para uno mismo, por deficientes o excesivos o que sean perturbadores para 
otros. Respecto a los problemas relativos a la regulación inapropiada de la
— 18 —
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
conducta, puede tratarse de un control débil, demasiado fuerte o inadecua­
do por parte de las condiciones discriminativas, de las consecuencias o de 
las reglas. De acuerdo con esta conceptualización, Hayes, Follette y Follette 
(1995) definen una amplia variedad de disfunciones conductuales (en con­
creto, dieciocho), que cubren prácticamente todos los problemas psicológi­
cos, por lo demás, sin incurrir en las clasificaciones psicopatológicas.
La evaluación conductual es propiamente el análisis funcional de la 
conducta. Se lleva a cabo mediante la entrevista clínica dirigida a especifi­
car relaciones funcionales, la observación directa, a través de auto-registros 
dispuestos a propósito, la exposición a o presentación de situaciones, así 
como se vale también de escalas, cuestionarios y diarios. Se añadiría que la 
evaluación conductual del lenguaje dado en la relación terapéutica se ha de 
llevar en el propio proceso interactivo, donde el clínico es entonces un ob­
servador-participante. Por ello se hace imprescindible el manejo continuo 
de criterios funcionales.
Una vez definido el problema en términos funcionales, queda plan­
teado el cambio como intervención en las condiciones (A y C) de las que 
depende la conducta (B). Este cambio de las condiciones antecedentes y 
consecuentes puede venir practicado tanto por terceros, que controlan el 
contexto en el que se da la conducta de la persona en consideración, como 
por la persona misma que auto-controla las condiciones de su propia con­
ducta. Cabe también contemplar situaciones intermedias en las que el cam­
bio esté negociado por los participantes de una relación sea, por ejemplo, 
la misma relación clínica o una relación del contexto extra-clínico.
En general, dicho también en modo esquemático, se diferencian tres 
formas de intervención, a saber: intervenciones con base en la exposición, in­
tervenciones con base en el manejo directo de contingencias, e interven­
ciones con base en el control verbal o manejo indirecto de contingencias 
(Hayes, Follette y Follette, 1995; Pérez Álvarez, 1996a).
Las intervenciones con base en la exposición consisten en la exposición del 
sujeto ante ciertas situaciones evitadas o en la presentación de determinados 
estímulos, cuyas técnicas clásicas son la exposición prolongada y la desensibi­
lización sistemática. Aunque en esta forma de intervención sigue siendo muy 
importante el lenguaje (explicaciones, reglas, persuasión) y no falta el reforza­
miento contingente, lo que se pondera es la relación A-B, definida como con­
trol excesivo por parte de los estímulos condicionados antecedentes (el E-R, 
de sabor pavloviano). Las intervenciones con base en el manejo directo de contingen­
cias consisten en la disposición de alguna condición discriminativa y reforzante 
(valiéndose de varias técnicas como el control de estímulo, el moldeamiento
— 19 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
o sistemas de organización de contingencias). Aunque se define por el mane­
jo directo de condiciones antecedentes y consecuentes, el «control verbal» no 
deja de estar funcionando así como, incluso, cierta forma de «exposición».
Por su parte, las intervenciones con base en el control verbal consisten en el 
uso del lenguaje como principal instrumento terapéutico. En este sentido, 
se pondera el «manejo indirecto» que está implicado, sobre todo, cuando se 
trata de reglas que definen contingencias y/o instruyen acerca de cómo com­
portarse. Pero el lenguaje puede constituir él mismo un contexto en el que se 
da la conducta-problema, de manera que el propio lenguaje (como instru­
mento terapéutico) modifique entonces el lenguaje dado como contexto social 
verbal (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999; véase también Pérez Alvarez, 1996b). 
Por lo demás, cuando el clínico convierte la relación terapéutica en un con­
texto natural (representativo de la vida cotidiana), en el que se presente el 
problema (y no meramente se hable de él), la conducta verbal establece equi­
valencias funcionales con las situaciones extra-clínicas. En estas condiciones 
terapéuticas, como hace la psicoterapia analítica funcional (Kohlenberg y Tsai, 
2008), la conducta verbal tanto supone un «manejo indirecto» de contingen­
cias (relativas a la vida cotidiana), como está sometida al «manejo directo» de 
las contingencias que funcionan en la sesión de terapia.
Es interesante añadir ahora que esta modalidad de intervención con 
base en el lenguaje ha estado tradicionalmente mal entendida si es que no 
descuidada, por parte de la MC, lo que resulta curioso, pues se trata de la 
conducta más frecuente en la terapia. Lo que se requiere al respecto es su 
consideración como tal conducta, esto es, su análisis funcional. En este sen­
tido, el analista de la conducta precisa de criterios y, en definitiva, de una 
taxonomía que le permita establecer unidades significativas de la conducta 
verbal. A este respecto, se cuenta desde 1957 con la obra básica de Skinner 
titulada justamente Conducta Verbal, tan importante como ignorada hasta 
ahora, incluso, por los mismos terapeutas de conducta. No obstante, el aná­
lisis de la conducta verbal está cobrando su vigor en textos de aprendizaje 
(Catania, 1992; Pierce y Epling, 1995), así como en textos clínicos (Lucia­
no, 1996; Pérez Álvarez, 1996a; 1996b).
3. OPERACIONES TERAPÉUTICAS QUE DEFINEN LA
INTERVENCIÓN CLÍNICA EN LA MC
Una vez presentada la MC en su esquema básico, se puede considerar 
ahora la intervención clínica según las operaciones que realiza el terapeuta. 
Naturalmente, se trata de una definición genérica de clases de operaciones 
que se resuelven en un sinfín de actos. La cuestión es reconocer las figuras
— 20 —
que se dan de hecho en la práctica. Las operaciones no se refieren, por tan­
to, a las representaciones teóricas que tiene el terapeuta de los presuntos 
procesos del cambio que intenta, sino a las prácticas efectivas que realiza. 
Pero tampoco se refieren a las técnicas, sino a una categorización lógica 
del proceder técnico. En este sentido, se van a distinguir seis tipos de ope­
raciones terapéuticas que,en todo caso, se dan en la práctica de un modo 
intrincado y sin que necesariamente estén formuladas así.
1. Observación de la conducta. Aunque en principio no supone una interven­
ción, la observación no deja de ser una operación del terapeuta. Forma parte 
de la evaluación y en este sentido es una tarea inicial, especialmente, cuando se 
trata de establecer una línea-base o punto de partida del funcionamiento de la 
persona en una situación determinada. Sin embargo, la observación es igual­
mente una tarea continuada en el curso de la terapia, en cuyo caso se podría 
hablar de observación-participante. Se excusa decir que el mayor interés de la 
observación es el establecimiento de relaciones funcionales y no meramente el 
registro de tasas de conducta. Como es conocido, la observación puede tener 
su incidencia sobre la conducta observada, suponiendo entonces una cierta in­
tervención.
2. Presentación de estímulos. La presentación de estímulos es, igualmen­
te, una tarea de evaluación. Alude aquí, en concreto, a la exposición de al­
gún reactivo para determinar la respuesta. La presentación puede ir desde 
los ítems propios de un test, hasta las confrontaciones con ciertos asuntos 
indagados en una entrevista y situaciones sociales que comprometen una 
actuación. Dicho esto, nada quita para que tales presentaciones supongan 
también una suerte de intervención con incidencia terapéutica.
3. Disposición de condiciones antecedentes. Se incluyen aquí operaciones que 
intervienen en alguna circunstancia en cuya presencia se da la conducta. Con­
siderando el esquema A-B-C del enfoque contextual, son operaciones relativas 
a condiciones antecedentes (A). La disposición de las condiciones anteceden­
tes tiene a su vez varias formas según la función modificada. La forma de refe­
rencia es la disposición de alguna función discriminativa denominada control de 
estímulo. De todos modos, el control discriminativo está inserto en la disposición 
de condiciones consecuentes, por lo que se inscribiría también en tal categoría 
de operaciones. Por lo demás, el control discriminativo puede consistir en un 
control verbal, con lo que se remitiría a la disposición de funciones verbales.
Otra forma de disposición de condiciones antecedentes tiene que ver 
con la función de estímulo condicionado. Concierne particularmente a las for­
mas de intervención con base en la exposición, fuera en vivo o en imagen. 
De este modo, el terapeuta dispone una situación ante la que se expone el
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
— 21 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
sujeto o un arreglo estimular que le presenta. En cualquier caso, no les faltan 
a estas formas de intervención en las condiciones antecedentes sus efectos 
consecuentes, sea reforzadores dispensados por el terapeuta, o sea, el efecto 
reforzante intrínseco a la realización conductual, con lo que, en todo caso, se 
cierra la triple relación contingencial.
4. Disposición de condiciones consecuentes. Se refieren a las operaciones 
que suponen un arreglo de las consecuencias de la conducta. Es decir, con­
sisten propiamente en el manejo de contingencias, el cual incluye (como se 
dijo) el control antecedente. La disposición de condiciones consecuentes 
tiene sus peculiaridades según los contextos de aplicación. A este respecto, 
se distinguen tres contextos: el de la sesión clínica, el de un ámbito institu­
cional, y el de la vida cotidiana.
El contexto de la sesión clínica viene dado por la propia relación terapéutica. 
En este sentido, las contingencias manejables están provistas por el terapeuta. 
Pueden ser tan artificiosas como un «sistema de puntos» y tan naturales que 
coincidan con la relación interpersonal. Se ha de añadir que la sesión clínica 
puede contener ensayos de conducta y otros ejercicios prácticos (incluyendo la 
exposición en vivo «fuera de la clínica»). En todo caso, el terapeuta forma parte 
de las contingencias de reforzamiento. Dicho esto, merece resaltar que la rela­
ción terapéutica puede convertirse en un contexto natural, representativo de la 
«vida real», en el que se presenten los problemas (y no sólo se hable de ellos) y 
se dé el proceso terapéutico o «experiencia correctora» (que, a menudo, tiene 
un carácter interpersonal). Es de señalar que, entre las mayores innovaciones 
de la terapia de conducta de “tercera generación”, figura la consideración de 
la relación terapéutica como un contexto social representativo de la vida. Así, 
se citarían el proceso interpersonal en la terapia cognitiva promovido por Safran y 
Segal (1991/1994), la terapia de conducta dialéctica (Linehan, 2001) y la psicote­
rapia analítica funcional (Kohlenberg y Tsai, 2008). En concreto, la psicoterapia 
analítica funcional destaca la importancia del reforzamiento natural de las con­
ductas de mejoría del cliente en la terapia por parte del terapeuta. A este res­
pecto, proporciona una serie de reglas para un reforzamiento natural y eficaz, 
que todo terapeuta cognitivo-conductual debiera observar (Kohlenberg y Tsai, 
2008; Pérez Álvarez, 1996b).
El contexto institucional se refiere aquí a los ámbitos educativos y psiquiá­
tricos en los que se ha desarrollado tradicionalmente el análisis aplicado de 
la conducta. Se trata de un contexto diseñado conforme a un sistema de con­
tingencias (en orden a determinados objetivos conductuales). Se incluyen las 
comunidades terapéuticas. Es de destacar el uso actual de disposición de con­
diciones consecuentes en la forma de vales de incentivos para el tratamiento
— 22 —
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
de las adicciones (García-Rodríguez, Secades-Villa, García-Fernández, 2009; 
Secades-Villa, García-Rodríguez, Alvarez-Rodríguez y cois., 2007).
El contexto cotidiano se refiere a las circunstancias diarias del cliente, 
que también pueden ser dispuestas en orden a determinados cambios de 
su conducta. Aquí, la disposición de estos cambios del ambiente cotidiano 
puede estar mediada por el propio cliente (asumiendo el auto-control) o 
por otras personas que participen en la terapia (como, por ejemplo, algún 
familiar). Estos cambios pueden consistir tanto en arreglos en la estructura 
espacial o temporal de la vida cotidiana, como en el trato interpersonal. 
En esta línea, se ha de hacer referencia a las intervenciones comunitarias, 
donde se trata de reorganizar un conjunto de condiciones, desde medio­
ambientales hasta políticas, que cubren toda una comunidad (Biglan, 1996; 
Mattaini, 1996).
Ni que decir tiene que la disposición de condiciones consecuentes es 
solidaria de la disposición de funciones verbales, así como de las condicio­
nes motivacionales.
5. Disposición defunciones motivacionales. Se refiere, dicho técnicamente, 
a las operaciones de establecimiento. Se trata de operaciones que alteran la fun­
ción de los reforzadores y de los estímulos discriminativos y, en definitiva, 
de todas las relaciones de la contingencia de tres términos. Entre los ejem­
plos de estas operaciones figuran la saciedad, la privación, las variaciones 
de los programas de reforzamiento en curso, así como otras de carácter 
verbal, que se retomarán después por razones expositivas (aunque quizá 
fuera más propio presentarlas aquí). Se consideran también «operaciones 
de establecimiento» ciertos acontecimientos de la vida como el éxito, el fra­
caso, la pérdida, la emergencia y todas aquellas circunstancias que alteran la 
relación habitual con las cosas. En particular, cabría concebir la depresión 
como una circunstancia de este tipo (Daugher y Hackbert, 1994; Kanter, 
Busch, y Rusch, 2011).
6. Disposición de funciones verbales. El lenguaje en la terapia no es sólo un 
instrumento por medio del cual se habla del mundo, de uno mismo e, in­
cluso, de la presunta estructura cognitiva o «mundo interior». El lenguaje es 
también un objetivo de la terapia.En definitiva, el lenguaje es tanto un medio 
como un objetivo del cambio psicológico. En este sentido, se van a distinguir 
cuatro tipos principales de operaciones verbales dadas en la terapia.
El primer tipo se puede denominar operaciones verbales consistentes en re­
glas que gobiernan la conducta no-verbal. Se trata aquí de las funciones verbales 
por las que se especifican las contingencias y/o las conductas. Lo caracterís­
— 23 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
tico de la especificación de contingencias es la descripción de las circunstan­
cias de una manera que facilita el contacto con la realidad. Se aclaran las si­
tuaciones y se define el funcionamiento de las cosas, de modo que uno sabe 
mejor a atenerse. Por su parte, lo característico de la especificación de la 
conducta es la prescripción de la conducta requerida o conveniente para una 
situación. Se instruye acerca de la conducta, de modo que uno sabe mejor 
cómo hacer. Serían ejemplos de reglas relativas a la conducta no-verbal el 
propio análisis funcional de la conducta (en la medida en que especifica 
relaciones entre eventos), los contratos conductuales, las instrucciones que 
acompañan a cualquier otra técnica, el entrenamiento auto-instruccional 
y, en general, el consejo, la información y demás contacto indirecto con las 
contingencias.
El segundo tipo serían operaciones verbales que establecen funciones moti- 
vacionales. Vienen a ser una versión verbal de las operaciones de estable­
cimiento, ya señaladas. Lo característico es que mediante el lenguaje se 
puede alterar la función motivante tanto del reforzador como del discri- 
minativo. En realidad, estas operaciones verbales vienen a ser una variante 
de las operaciones anteriormente presentadas como reglas (descriptivas y 
prescriptivas) que gobiernan la conducta no-verbal, cuyo matiz es la alte­
ración motivacional que suponen y, de ahí, que se proponga su denomina­
ción como reglas motivacionales. Serían ejemplos la advertencia y la promesa, 
en la medida en que aumentan la fuerza del reforzador y del discriminativo 
de contingencias vigentes. Así, la advertencia «hielo-en-la-carretera» puede 
hacer al conductor más sensible a las señales de tráfico y al resultado de la 
conducción. Estas reglas vendrían a establecer funciones motivadoras incre­
mentadas, del modo que la privación o una emergencia potencian determi­
nados reforzadores (de otra manera desapercibidos o menos apreciados). 
Por supuesto, caben también reglas de este tipo que rebajan la fuerza del 
reforzador y de los discriminativos correlacionados como, valga por caso, la 
prescripción de no pretender el coito en los ejercicios iniciales de la terapia 
sexual, cuyo rebajamiento de la «motivación» permite precisamente un me­
jor funcionamiento.
El tercer tipo serían operaciones verbales que reparan en la propia conducta 
verbal. En efecto, el lenguaje es a menudo objeto de reparo y de reparación 
por parte del propio hablante (y ya no se diga cuando se escribe). En tera­
pia, no se trata únicamente de aclarar lo que se quiere decir o de subrayar 
algo, sino también de especificar las implicaciones de lo que se dice y, en 
su caso, de modificar o ajustar el significado. Por ello, prácticamente, to­
das las psicoterapias tienen sus «operaciones lingüísticas». Las operaciones 
verbales, en este sentido de la modificación de conducta, se pueden identi­
— 24 —
ficar como reglas autoclíticas, por reutilizar la noción de «autoclítica» intro­
ducida por Skinner para sugerir la conducta verbal que repara en otra clase 
de conducta verbal del propio hablante. Serían ejemplos la revisión de los 
«tendría que» o «deberías» llevados por la terapia racional emotivo-conductual, 
la «exploración de significados idiosincrásicos» tendentes a determinar el 
sentido de expresiones usuales (qué quiere decir «no tengo salida») practi­
cados por la terapia cognitiva de Beck, y, en fin, el cuidado puesto en el pro­
pio decir con vistas a matizar su sentido o a especificar un efecto particular 
y como auto-control.
El cuarto tipo serían operaciones verbales consistentes en la alteración de 
reglas. Si las anteriores operaciones son distintas clases de reglas, se tra­
ta ahora de reglas que alteran el funcionamiento de reglas establecidas. 
Vienen a ser una variante de las reglas autoclíticas, pero merecen su distin­
ción. El caso aquí es que estas «reglas establecidas» constituyen el sentido 
común y, por tanto, son el trasfondo con que se cuenta. La cuestión está 
en que el lenguaje no es meramente algo que se usa, sino que nos habita 
y conforma, es decir, que nos habitúa y da la forma a las creencias en las 
que estamos.
Cuando la terapia requiere remover creencias en que se arraigan cier­
tos problemas, lo primero que se encuentra es la dificultad en percibir esa 
estructura (pre) lingüística, precisamente, por ser el contexto en el que se da 
el problema, por demás, proveniente de una práctica social culturalmente 
establecida. Si la dificultad está ya en reconocer este trasfondo de esquemas, 
creencias, contexto, reglas o contingencias (como quiera que se formule), 
tanto más difícil será su reestructuración. Desde luego, no ha de pensarse 
que bastará la información o la prescripción. En todo caso, cabe destacar cier­
tas intervenciones en este sentido.
Un proceder se podría identificar como diálogo socrático, aunque cada 
terapeuta lo llevaría a su manera. El punto sería una discusión que fuera 
moldeando una nueva concepción de las cosas valiéndose de los materiales 
generados por el propio interlocutor y, en su caso, pro-puestos por el tera­
peuta. Ciertamente, el diálogo socrático puede ser visto en este contexto 
como una forma de moldeamiento (Pérez Alvarez, 1993). Por su lado, el 
debate llevado en la terapia racional emotivo-conductual puede adoptar el esti­
lo socrático (Lega, Caballo y Ellis, 1997), así como también se reconoce el 
método socrático en la terapia cognitiva de Beck (Beck, Rush, Shawy Emery, 
1979/1983). En general, el diálogo socrático parece terapéuticamente tan 
correcto que apenas hay terapia que no se reconozca en él, desde el psicoa­
nálisis hasta la psicoterapia constructivista, pasando por la terapia cognitiva.
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
L
— 25 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
Permítase decir, sin entrar ahora en los argumentos debidos, que quizá sea 
precisamente la modificación de conducta la psicagogía que más correctamente 
se aviene con el diálogo socrático. A este respecto, se vería el diálogo socrático 
como la construcción del conocimiento mediante aproximaciones sucesi­
vas sabiamente moldeadas, esto es, disponiendo condiciones antecedentes 
y consecuentes en forma sistemática.
Otro proceder se encontraría en el uso de la paradoja, cuya característi­
ca es precisamente descolocar y reestructurar el sentido común o contexto 
en el que se inscribe un problema. La paradoja tiene un amplio uso en te­
rapia de conducta, como se aprecia en el texto editado por Ascher (1989), 
pero aun se destacaría a este respecto la terapia de aceptación y compromiso 
desarrollada por Hayes (Hayes, Strosahl y Wilson, 1999; Wilson y Luciano, 
2002), así como la intención paradójica de la logoterapia que, por lo demás, 
admite una explicación cabal desde el punto de vista del aprendizaje (Pérez 
Álvarez, 1996a).
Finalmente, otro proceder vendría dado por el uso de la metáfora. La 
metáfora hace ver una cosa que pudiera ser difícil de captar, a través de su 
semejanza con otra que se ofrece con toda su nitidez en el aspecto relevante 
y que funciona, por tanto, como vehículo que permite establecer una simi­
litud. Así, por ejemplo, una metáfora puede ayudar a ver de otra manera un 
problema y de este modo recontextualizar su sentido. Esto sugiere que una 
metáfora tanto puede clarificar una situación (facilitando el contactocon 
las contingencias vigentes), como recontextualizarla (alterando las reglas 
establecidas). El uso de metáforas en MC está especialmente reconocido en 
la terapia de conducta dialéctica y en la terapia de aceptación y compromiso (Hayes, 
Strosahl y Wilson, 1999; Wilson y Luciano, 2002) y, con seguridad, ejercido 
en la práctica, formando parte del saber terapéutico.
La Tabla 3 reexpone las operaciones terapéuticas anteriormente pre­
sentadas.
Esta presentación de las operaciones terapéuticas que se ha hecho des­
de el enfoque contextual (tomando la lógica del análisis de la conducta), 
tiene un alcance crítico y, a la vez, reconstructivo del enfoque cognitivo. En 
efecto, aparte de que el enfoque cognitivo se nutre en la práctica de técnicas 
de por sí conductuales, lo que se diría ahora es que las técnicas propiamen­
te cognitivas son, en rigor, «operaciones que disponen funciones verbales», 
las cuales dan cuenta de lo que de hecho se hace cuando se hace «terapia 
cognitiva» (Hayes y Hayes, 1992; Zettle y Hayes, 1982;). Así, por ejemplo, 
puede verse cómo la terapia cognitiva de Beck es eficaz por lo que tiene en 
realidad de activación conductual (Pérez Álvarez, 2007).
— 26 —
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
1. Observación de la conducta2. Presentación de estímulos3. Disposición de condiciones antecedentesTécnicas de exposición Control de estímulo4. Disposición de condiciones consecuentesContexto de la sesión clínica Contexto institucional Contexto cotidiano5. Disposición de funciones motivacionalesOperaciones de establecimiento6. Disposición defunciones verbalesReglas que gobiernan la conducta no-verbalReglas motivacionalesReglas autoclíticasReglas que alteran otras reglasDiálogo socráticoParadojaMetáfora
Tabla 3. Operaciones terapéuticas que caracterizan la intervención clínica en la MC
4. CARACTERIZACIÓN DE LA MODIFICACIÓN DE CONDUCTA EN
RELACIÓN CON OTRAS TERAPIAS
La modificación de conducta se puede caracterizar como una terapia 
breve, directiva, activa, centrada en el problema, orientada al presente, que 
supone una relación colaboradora y en la que el cliente puede ser un in­
dividuo, una pareja, una familia, un grupo o una comunidad. Ahora bien, 
estas características son dimensionales de modo que su posición en ellas es 
más gradual que discreta y, en todo caso, relativa con respecto a las otras 
terapias. Se revisan a continuación estas dimensiones, donde se apreciará la 
cantidad de matices que todavía sería preciso incorporar.
Breve-Larga. En general, se consideran terapias breves las que llevan me­
nos de treinta sesiones, siendo en torno a quince el punto de referencia. Las 
terapias de larga duración remiten a más de cien sesiones, contándose a veces 
por centenares y años. Esta referencia de larga duración viene dada por la 
terapia psicoanalítica (el psicoanálisis de corte clásico). Dicho esto, se ha de 
añadir que de cuarenta a noventa sesiones no se consideraría una terapia de 
larga duración (lo que apenas llevaría un año a razón de dos sesiones por 
semana), si bien puede ser una duración larga de una terapia de suyo breve. 
El ejemplo de terapia breve en este sentido viene dado por la MC (conside­
rando tanto el enfoque cognitivo como el contextual), al ser prácticamente 
la primera alternativa al psicoanálisis (cuando éste era dominante hasta la 
década de 1950), lo que ha servido como referencia para las nuevas terapias
— 27 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
que se han ido desarrollando. Así, son terapias breves, además de la MC, la te­
rapia estratégica (terapia familiar sistèmica y comunicacional, con su versión, 
además de «terapia breve»), la terapia existencial (incluyendo la logoterapia, 
la psicoterapia existencial de Yalom y el análisis transaccional) y la terapia ex- 
periencial (siguiendo la tradición de la terapia centrada en la persona).
Sin embargo, se ha de matizar ahora que hay ciertas terapias dentro de la 
propia MC que pueden resultar de larga duración, como la terapia cognitiva de 
los trastornos de personalidad, la psicoterapia analítica funcional y la terapia de 
conducta dialéctica (cuyas aplicaciones suponen «relaciones terapéuticas inten­
sas») . Igualmente, se ha de matizar que el psicoanálisis, en su adaptación al «mer­
cado terapéutico» y, en particular, al sistema americano de seguros, ha desarro­
llado psicoterapias que sin perder su inspiración psicoanalítica pueden ser, sin 
embargo, breves, cuyo nombre general es psicoterapia psicoanalítica (que no se 
ha de confundir con la terapia psicoanalítica antes citada), dentro de la cual fi­
gura incluso una versión autodenominada «psicoterapia (psicoanalítica) breve». 
Es más, esta psicoterapia breve de inspiración psicoanalítica ha quedado como el 
nombre genérico de «psicoterapia breve», según una suerte de «marca comer­
cial» (psicoanálisis) que da nombre al género de las psicoterapias breves (prácti­
camente, todas las otras), lo que además de afortunado no deja de ser irónico.
En cuanto a la duración y frecuencia de las sesiones de la MC, se puede 
decir lo siguiente. La sesión suele durar entre una y dos horas. Las prime­
ras quizá son más largas, para después estabilizarse en torno a una hora. 
Nada quita, sin embargo, para que las sesiones puedan ser aun más largas 
(por ejemplo, cuando se dispone una exposición en vivo o se incluye algún 
nuevo participante) o más cortas (por ejemplo, una sesión informativa o 
centrada en un punto particular). La frecuencia suele ser de una vez por 
semana, si bien al comienzo pudieran ser dos y posteriormente hacerse más 
espaciadas. En general, la terapia tiene un curso abierto dentro de su hori­
zonte, en el sentido de que no se sabe exactamente cuánto puede durar y 
cómo va a fluir la ayuda prestada. Así mismo, dentro de cada sesión, el tera­
peuta puede seguir una agenda (planeada por él o incluso negociada con 
el cliente) o proceder según un orden abierto. Sin embargo, hay programas 
terapéuticos que tienen prácticamente estandarizada la aplicación en cuan­
to al número, duración y pauta de las sesiones como, por ejemplo, la terapia 
sexual o la terapia cognitiva de la depresión. En todo caso, conviene que el 
terapeuta y el cliente establezcan los objetivos de la terapia por anticipado, 
sin perjuicio de su renegociación. Cabría, incluso, que la terapia en su con­
junto fuera objeto de un «contrato» en el que se fijan tanto los objetivos a 
«tratar» como los aspectos formales relativos a las sesiones, los honorarios y 
la colaboración del cliente. [Por cierto, el contrato de la terapia (y no me­
— 28 —
ramente el uso de contratos conductuales dentro de ella) es una modalidad 
establecida en la psicoterapia psicoanalítica breve.]
Directiva-Permisiva. En general, son terapias directivas aquéllas en las que 
el terapeuta adopta un papel activo en la dirección de la terapia. El contra­
punto permisivo lo daría una actitud no-directiva figurada cual espejo que 
refleja lo que pone el cliente (sin intervenir en su espontaneidad). El modelo 
de terapia permisiva lo daría precisamente la terapia no-directiva de Rogers. 
Por su lado, el papel directivo del terapeuta toma diversas formas.
Un papel directivo toma la forma de la interpretación del «material» presenta­
do por el cliente. La interpretación es la técnica analítica por excelencia, si bien 
el psicoanálisis se vale igualmente de otras actividades terapéuticas como la acla­
ración y la confrontación. (Por supuesto, otras terapias no dejan de hacer inter­
pretaciones a su manera.) Otra pauta directiva se identifica en un cierto papel edu­
cativo consistente en dotar al cliente con una nueva explicación y terminología 
(en definitiva, interpretación). Aquí, el terapeuta puede proceder de un modo 
explícito (como hace el análisis transaccional) o implícito pero, en todo caso, las 
distintas terapias terminan por adoctrinar según su propia sofisticación psicoló­gica. Finalmente, otro papel directivo tiene la forma de una intervención práctica 
de varias maneras, tales como «observador-participante» (por ejemplo, la «expe­
riencia emocional correctora» de la psicoterapia psicoanalítica o la «provocación 
de crisis» de la terapia familiar estructural), como «director teatral» (por ejemplo, 
la representación de papeles de la terapia gestálüca o la experiencial) y como 
«entrenador» en el aprendizaje de repertorios conductuales más adecuados (por 
ejemplo, la exposición, el modelado o el ensayo de conducta de la MC).
Activa-Pasiva. Esta dimensión está correlacionada con la anterior, puesto que 
una terapia directiva parece suponer una implicación activa del cliente, mientras 
que una permisiva sugiere más bien un sujeto pasivo. Sin embargo, hay terapias 
en las que el terapeuta puede ser activo (por ejemplo, la interpretación psicoa­
nalítica) y el cliente pasivo, al fiar la «curación» al insight. En general, las terapias 
que confían el cambio al insight, al «reencuadre» del sistema comunicacional o a 
la información, están contando con un sujeto pasivo, por más que invoquen la ac­
tividad de procesos mentales. Por su parte, efectivamente, las terapias permisivas 
sugieren un sujeto pasivo al modo botánico (crecimiento personal, espontanei­
dad creadora, auto-congruencia). De todos modos, puesto que cierta actividad 
es ineludible aun en el supuesto del proceso terapéutico pasivo, la cuestión es 
diferenciar terapias activas en el sentido de que implican al cliente en hacer algo, 
respecto de aquéllas que suponen que algo ocurre en ellos.
Orientada al problema-Orientada a la personalidad. En general, las terapias 
orientadas al problema toman como objetivo resolver el problema presen­
tado, sin suponer que fueran necesarios otros cambios «estructurales». En
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
— 29 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
principio, la MC junto con buena parte de la terapia estratégica, serían ejem­
plos de este tipo. Por su lado, las terapias orientadas a la personalidad, no 
consideran resuelto el problema si no se dan otros cambios que consideran 
más básicos como puedan ser el autoconocimiento psicoanalítico, el creci­
miento personal, la toma de responsabilidad o la reestructuración cognitiva. 
En efecto, habría que reconocer en las terapias de reestructuración cognitiva 
una orientación a «problemas generalizados» más que a «problemas circuns­
critos», según la distinción de Brewin (1996), lo que también se podría decir 
de la terapia contextual y de la terapia de conducta dialéctica, aun cuando no tie­
nen inspiraciones en la personalidad. Por su parte, la terapia estratégica tiene 
también su orientación al cambio estructural, en este caso, de la familia. Así 
que, si bien los enfoques dinámicos (psicoanalíticos, experienciales y existen- 
ciales) tienen una clara orientación a la personalidad (en el sentido de pre­
tender un cambio estructural general), la MC y la terapia estratégica serían 
ejemplos mixtos, aunque quizá más orientados al problema.
Presente-Pasado. Las terapias difieren también según su focalización tem­
poral. Así, la terapia psicoanalítica como en general todas las psicoterapias 
de inspiración psicoanalítica siguen el hilo de los «síntomas» presentados 
aquí-ahora hasta dar con el ovillo situado allí-entonces, cuyo descubrimiento 
desenredaría el problema actual. Por su parte, la terapia gestáltica sería un 
ejemplo de concentración en el presente, así como en general las experien­
ciales. La terapia estratégica sitúa también su intervención en el presente. La 
MC está igualmente orientada al presente, si bien su lógica con base en el 
aprendizaje supone más un cambio diacrònico paso a paso (cara al futuro) 
que sincrónico espontáneo (gestáltico, experiencial o comunicacional).
Relación colaboradora-Relación autoritaria. Probablemente, todas las tera­
pias se declaren en favor de una relación colaboradora. Sin embargo, esta 
colaboración en algunas terapias quizá se diluya en sus extremos, bien como 
relación autoritaria (impositiva), bien como relación de igualdad (fingi­
da) . Aquí, se entiende por relación colaboradora la participación activa del 
cliente en una labor terapéutica dirigida por el clínico, como profesional 
experto en el que confía. El prototipo de relación colaboradora en este sen­
tido se encuentra en la terapia cognitiva de Beck que, de alguna manera, 
viene a definir la relación requerida en la MC. De todos modos, habría que 
introducir matices como, por ejemplo, el estilo autoritario de la terapia ra­
cional emotivo-conductual (al menos, según la lleva Ellis).
La relación autoritaria en un sentido impositivo se encuentra en la te­
rapia psicoanalítica establecida por Freud, por más que llevada con todo el 
poder de la persuasión. La terapia estratégica tiene también formas autorita­
rias como, por ejemplo, sus prescripciones, los «engaños benevolentes», las
— 30 —
paradojas contra la resistencia y los «trucos» para impresionar al cliente. 
Curiosamente, la terapia estratégica familiar en su matrimonio con el cons­
tructivismo, ofrece por el contrario el mayor ejemplo de relación de igual­
dad, en la que el terapeuta se hace el ignorante y se declara al cliente como 
experto, (lo que sin duda es un fingimiento si es que no una pérdida de los 
papeles). Una relación al modo de Rogers sería otro ejemplo de relación 
colaboradora diluida en un «encuentro personal» (ni autoritario ni tampo­
co colaborador).
Todas las unidades problemáticas-No todas. El cliente de una terapia psi­
cológica puede ser un individuo, una pareja, una familia, un grupo o toda 
una comunidad, denominados aquí «unidades problemáticas». Puede que 
también la terapia aborde el problema valiéndose de varias unidades. Las 
personas de estas unidades pueden ser «internos» de una institución o ex­
ternos.
En general, todas las terapias se muestran aptas para entender y atender 
cualquier unidad problemática. Más en particular, probablemente, no haya 
terapia que no tenga una versión de aplicación individual, familiar y de grupo. 
Sin embargo, si se repara en la lógica de la terapia y en su trayectoria, se vería 
que muchas de ellas son aptas más bien para una unidad problemática, por 
no decir ineptas para las otras. Así, las psicoterapias de la tradición psicoanalí- 
tica son de suyo individuales y por lo mismo (por su mirada intra-psíquica) lo 
son también las terapias experienciales y las cognitivas, aunque trabajen con 
varias personas a la vez. (Por el hecho de tomar una aspirina en grupo, no 
por ello es una terapia grupal). En cambio, la terapia estratégica toma como 
unidad la familia, en cuanto que sistema, y no en vano se denomina también 
terapia familiar o sistèmica. La terapia familiar sistèmica tiene también una 
afinidad contextual, por la que transita del individuo a la comunidad más 
coherentemente que los enfoques psicodinámicos y cognitivos. Por su parte, 
la terapia existencial de Yalom sería uno de los ejemplos más coherentes de 
terapia individual y de grupo (Pérez Álvarez, 1996a).
Pues bien, la MC puede proponerse como una terapia coherente con 
las diversas unidades problemáticas señaladas. En particular, sería el enfo­
que contextual lo que vertebraría una intervención cabal en cualquiera de 
las unidades consideradas.
La Tabla 4 reexpone las características de la MC en relación con otras 
terapias. Se excusa decir que esta caracterización tiene muchos matices, al­
gunos de los cuales se han apuntado anteriormente. La consideración de 
todos ellos terminaría por ofrecer un cuadro demasiado complejo como 
para que tuviera interés expositivo. Así que, tómese la Tabla 4 más como 
una cortesía que como una tesis.
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
— 31 —
Tabla 4. Características de la Modificación de Conducta en relacióncon otras Terapias
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I 
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
1. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
5. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Ascher, L. M. (1989) Therapeutic paradox. Nueva York: Guilford Press.
Beck, A. T., Rector, N. A., Stolar, N. y Grant, P. (2010). Esquizofrenia. Teoría cognitiva, 
investigación y terapia. Barcelona: Paidós.
Beck, A. T., Rush, A. J., Shaw, B. F. y Emery, G. (1979/1983) Terapia cognitiva de la 
depresión. Bilbao: DDB.
Biglan, A. (1996) Changing cultural practices: a contextual framework for intervention 
research. Reno, NV: Context Press.
Brewin, C. R. (1996) Theoretical foundations of cognitive-behavior therapy for 
anxiety and depression. Annual Review of Psychology, 47:33-57.
Catania, A. C. (1992) Learning (3aedición). Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall.
Caro, I. (2011). Hacia una práctica eficaz de las psicoterapias cognitivas. Modelos y técni­
cas principales. Bilbao: DDB.
Dougher, M. H. y Hackberg, L. (1994) A behavior-analytic account of depression 
and a case report using acceptance-based procedures. The Behavior Analyst, 
17,321-334.
García-Rodríguez, O., Secades-Villa, R., García-Fernández, G., Sánchez-Hervás, E. y 
Zacarés Romaguera, F. (2009). El Programa de Reforzamiento Comunitario 
(CRA) más terapia de incentivos para el tratamiento de la adicción a la co­
caína en España. Norte de Salud Mental, 34, 7-14.
González Pardo, H. y Pérez Álvarez, M. (2008). La invención de los trastornos mentales. 
¿Escuchando alfármaco o al paciente'? Madrid: Alianza Editorial.
Hayes, S. C. y Hayes, L. J. (1992) Some clinical implications of contextualistic be­
haviorism: the example of cognition. Behavior Therapy, 23, 225-249.
Hayes, S. C., Follette, W. C. y Follette, V. M. (1995) Behavior therapy: a contex­
tual approach. En A.S. Gurman y S.B. Messer (eds.): Essential psychotherapies. 
Theory and practice. NuevaYork: Guilford Press.
Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (1999). Acceptance and commitment thera­
py. New Cork: Guilford.
Kanter,J. W., Busch, A. M. y Rusch, L. A. (2011). Activación conductual. Refuerzos posi­
tivos ante la depresión. Madrid: Alianza Editorial.
Kohlenberg, R. y Tsai, M. (2008). Psicoterapia Analítica Funcional. Creación de relacio­
nes terapéuticas intensas y curativas. Málaga: Servicio de Publicaciones de la 
Universidad de Málaga (Ciencia Biomédica).
Labrador, F. J. (1986). Controversias sobre una posible convergencia entre los dis­
tintos acercamientos terapéuticos o de intervención. Revista Española de Tera­
pia del Comportamiento, 4, 259-302.
Labrador, F. J., ed. (2008). Técnicas de modificación de conducta. Madrid: Pirámide.
Lega, L. I., Caballo, V. E. y Ellis, A. (1997) Teoría y práctica de la terapia racional emoti- 
vo-conductual. Madrid: Siglo XXI.
— 33 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
Linehan, M. M. (2001). Manual del tratamiento de los trastornos de personalidad límite. 
Barcelona: Paidós
Luciano, M. C. (1996) Manual de psicología clínica. Infancia y adolescencia. Valencia: 
Promolibro.
Mattaini, M. A. (1996) Public issues, human behavior, and cultural design. En M.A. 
Mattaini y B.A. Thyer (eds.): Finding solutions to social problems. Behavioral stra­
tegies for change. Washington, DF: APA.
Pérez Alvarez, M. (1993) Técnicas operantes para el desarrollo de conductas. En 
F.J. Labrador, J.A, Cruzado y M.Muñoz (eds.): Manual de técnicas de modifica­
ción y terapia de conducta. Madrid: Pirámide.
Pérez Alvarez, M. (1996a) Tratamientos psicológicos. Madrid: Universitas.
Pérez Alvarez, M. (1996b) La psicoterapia desde el punto de vista conductista. Madrid: 
Biblioteca Nueva.
Pérez Álvarez (2007). La activación conductual y la desmedicalización de la depre­
sión. Papeles del Psicólogo, 28, 97-110.
Pierce, W. D. y Epling, W. F. (1995) Behavior analysis and learning. Englewood, NJ: 
Prentice-Hall.
Safran, J. y Segal, Z. (1991/1994) El proceso interpersonal en la terapia cognitiva. Barce­
lona: Paidós.
Secades Villa, R., García Rodriguez, O., Alvarez Rodríguez, H., Río Rodriguez, A., 
Fernández Hermida, J. R. y Carballo Crespo, J. L. (2007). El Programa de 
Reforzamiento Comunitario más Terapia de Incentivo para el Tratamiento 
de la Adicción a la Cocaína. Adicciones, 19, 51-57.
Wilson, B. E. y Luciano, M. C. (2002). Terapia de aceptación y compromiso (ACT). Un 
tratamiento conductual orientado a valores. Pirámide.
Zettle, R. D. y Hayes, S. C. (1982) Rule-governed behavior: a potential theoretical 
framework for cognitive behavior therapy. En P.C. Kendall (ed.): Advances in 
cognitive behavioral research and therapy (Vol 1). Nueva York: Academic Press.
6. LECTURAS RECOMENDADAS
Beck, A. T., Rector, N. A., Stolar, N. y Grant, P. (2010). Esquizofrenia. Teoría cognitiva, 
investigación y terapia. Barcelona: Paidós.
Se trata de una extensión de la terapia cognitiva de la depresión aplicada la 
esquizofrenia. Ofrece una actualización de sus fundamentos, teoría y ejem­
plos clínicos. Sirve tanto para conocer la lógica de la terapia cognitiva como 
para una perspectiva psicológica de la esquizofrenia.
Caro, I. (2011). Hacia una práctica eficaz de las psicoterapias cognitivas. Modelos y técni­
cas principales. Bilbao: DDB.
Excelente actualización de la evolución y panorama actual de las terapias 
cognitivas, con especial énfasis en el procedimiento práctico y evaluación de 
resultados.
— 34 —
/. CARACTERIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN CLÍNICA
EN MODIFICACIÓN DE CONDUCTA (Marino Pérez Álvarez)
Kanter,J. W., Busch, A. M. y Rusch, L. A. (2011). Activación conductual. Refuerzos posi­
tivos ante la depresión. Madrid: Alianza Editorial.
Expone la nueva terapia de activación conductual para la depresión. Utiliza 
el esquema A-B-C en su doble versión cognitiva y conductual. Contrasta con 
el modelo de Beck y cois, antes comentado.
Pérez Álvarez, M. (1996) La psicoterapia desde el punto de vista conductista. Madrid: 
Biblioteca Nueva.
Expone la teoría y la práctica de dos terapias innovadoras dentro de la te­
rapia de conducta, como son la psicoterapia analítica funcional y la terapia 
contextual. Ambas son ejemplos de formas de intervención con base en el 
control verbal.
Wilson, B. E. y Luciano, M. C. (2002). Terapia de aceptación y compromiso (ACT). Un 
tratamiento conductual orientado a valores. Pirámide.
Excelente exposición de los fundamentos, teoría y aplicaciones de la ACT, 
en una perspectiva eminentemente clínica práctica.
1. PREGUNTAS DE AUTO-COMPROBACIÓN
1) El enfoque cognitivo se caracteriza por la consideración de la conducta en fun­
ción de las representaciones mentales.
2) El enfoque contextual se caracteriza por la consideración de la conducta en 
función de las circunstancias ambientales.
3) El A-B-C del enfoque cognitivo supone una cierta causación de las cogniciones 
sobre las emociones y las conductas.
4) En el A-B-C del enfoque cognitivo, C son las cogniciones.
5) El A-B-C del enfoque contextual supone que la conducta depende de condi­
ciones antecedentes y consecuentes.
6) En el A-B-C del enfoque contextual, C son las consecuencias problemáticas.
7) La técnica de exposición es un ejemplo de operación consistente en la disposi­
ción de condiciones consecuentes.
8) Las operaciones de establecimiento son un ejemplo de reglas que alteran otras 
reglas establecidas.
9) La modificación de conducta se puede considerar una terapia breve, directiva 
y activa.
10) La modificación de conducta es apta como terapia individual pero impropia 
como terapia grupal y comunitaria.
Las respuestas (verdadero, o falso) a las preguntas 
se encuentran en el anexo final del texto.
— 35 —
LA SITUACIÓN ACTUAL 
DELA TERAPIA DE CONDUCTA
2
Miguel A. Vallejo Pareja 
U.N.E.D.
1. INTRODUCCIÓN
La terapia de conducta, más conocida en los últimos años como 
terapia cognitivo conductual, es el resultado del desarrollo del conoci­
miento científico desde sus orígenes:tiempo que va desde los comienzos 
del siglo XX de la mano de John B. Watson, padre del conductismo, al 
momento actual, la segunda década del siglo XXI. Desde las aplicacio­
nes pioneras de la modificación de conducta hasta el momento actual 
en el que se habla de las denominadas terapias de conducta de 3a ge­
neración, la terapia de conducta se ha visto enriquecida en sus funda­
mentos teóricos y empíricos. Cabe señalar que, en mi opinión, dicho 
enriquecimiento no tiene un carácter revolucionario. No ha habido en 
este tiempo aportaciones teóricas y/o empíricas que hayan cuestionado 
de forma radical los fundamentos de la terapia de conducta. Sí ha habi­
do, por el contrario, aportaciones que han destacado algunos aspectos 
como más relevantes, bien en razón de puntos de vista singulares -por 
ejemplo, la importancia de lo cognitivo que Beck se encargó de hacer va­
ler, aunque lo cognitivo, por así llamarlo, ya formaba parte de la terapia 
de conducta- o el modo en que con el tiempo el análisis funcional de la 
conducta y la referencia al individuo y su contexto particular, fue deján­
dose perder en favor de la normalización y del grupo, volviendo en los 
momentos presentes a ser rescatado por acercamientos como la terapia 
de conducta dialéctica, por citar otro ejemplo.
El paso del tiempo que nos trae a la situación actual de la terapia de con­
ducta es un ejemplo de diversas inconsistencias, propias de la condición hu­
mana a la que no es ajeno el psicólogo y el científico. Sólo destacaré dos. La 
primera es la que confunde el descubrimiento individual con el científico. Al­
gunos autores y personas consideraron un gran hallazgo el que la terapia de
— 39 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
conducta se fijara en lo cognitivo, como elemento fundamental del ser huma­
no. La terapia de conducta nunca dejó de fijarse en lo cognitivo. Forma parte 
del comportamiento como elemento de respuesta y del medio ambiente, como 
antecedente y/o consecuencia, de la conducta, incluso desde el conductismo 
mediacional como constructo que media (esquemas) la relación concreta entre 
un determinado contexto (medio ambiente) y la respuesta. Eysenck (1993) ya 
se encargó de reseñar que denominar a la terapia de conducta, como cognitivo 
conductual era superfluo, pues lo cognitivo forma parte de la conducta, ¿qué 
decir de formulaciones como terapia cognitivo conductual biológico social, a la 
que sólo le falta añadir, en tono de broma, de la rama humanista de los santos 
de los últimos días? Por tanto, reclamar como revolucionario lo que forma par­
te de la propia naturaleza de la disciplina en cuestión, sólo debe explicarse por 
desconocimiento de sus fundamentos. Si lo que viene a decirse es que lo cogni­
tivo es tan importante como para constituir la causa del comportamiento, esto 
es aceptable sólo cuando haya datos que señalen que lo que precede a determi­
nado comportamiento es un determinado pensamiento o actividad cognitiva 
concreta. El genérico de que el pensamiento causa la acción sólo es cierto, la 
misma formulación lo señala, cuando se da esa condición antecedente. Con­
fundir contenido: cognitivo, con forma de respuesta, o elemento antecedente 
o consecuente, es salirse del marco y relacionar peras con balones.
El segundo aspecto que quiero traer aquí es el que confunde la teoría 
con la práctica o mejor el decir y el hacer. También pueden ponerse mu­
chos ejemplos al respecto. Me referiré sólo a uno. Ningún terapeuta de con­
ducta que se precie dirá que el miedo, la ansiedad o el estrés no tengan un 
valor adaptativo, sin embargo y siendo así, los mensajes que se envían a los 
pacientes y a la sociedad son: técnicas de control del estrés, reducción del 
malestar, combatir la ansiedad, etc. Lo que decimos es que el estrés es malo, 
también la ansiedad, la angustia el malestar y cualquier otra condición des­
agradable. Esto plantea una incongruencia obvia entre los fundamentos y 
la práctica de la terapia de conducta y altera de forma nada despreciable la 
intervención terapéutica, pues no es lo mismo decirle al paciente que debe 
adaptarse a una condición adversa y buscar medios para que afecte lo me­
nos posible a su vida, que decirle, si quiera implícitamente, que es posible 
controlarla y hacerla desaparecer. No es lo mismo prometerle que él puede 
ser capaz de sobrellevar el malestar que prometerle la felicidad.
2. LA FORTALEZA DE LA TERAPIA COGNITIVO CONDUCTUAL (TCC)
Las siglas TCC (terapia cognitivo conductual), o CBT (cognitive beha­
vior therapy), en inglés, son un referente de eficacia en ámbitos muy diversos 
de la salud. Así es reconocido no sólo por los psicólogos, sino por toda la
— 40 —
comunidad científica: médicos de diversas especialidades y psiquiatras singu­
larmente. Esto es debido al cúmulo de resultados que se sustentan en traba­
jos controlados con las convenientes garantías científicas. Por ello es habitual 
señalar que es el abordaje de elección en trastornos de gran relevancia e in­
cidencia como trastornos de ansiedad o depresión, así como en otros más 
indefinidos y complejos, como la fibromialgia. Además, la TCC no sólo se ha 
mostrado eficaz en el abordaje de los principales trastornos sino que frecuen­
temente es más eficiente que los tratamientos alternativos farmacológicos, en 
razón de las limitaciones de éstos, así como de sus efectos secundarios agrava­
dos en ocasiones por la interacciones entre diversos fármacos.
Uno de los elementos que sustentan esta positiva condición de la TCC 
está en sus orígenes: el interés por el uso de una metodología experimental, 
por demostrar lo que se dice, por evaluar de forma rigurosa los efectos de 
la terapia, por establecer de forma clara y reproducible los programas de 
tratamiento, etc., etc. En consecuencia, se cuenta con programas que esta­
blecen unos criterios de eficacia mensurables y que pueden ser aplicados 
de forma protocolizada. Es natural que dadas esas condiciones el progreso 
científico permita mejorar de modo progresivo y acumulativo las interven­
ciones haciéndolas más eficientes.
Un ejemplo de la eficacia y eficiencia de la TCC ha sido puesto de mani­
fiesto en el Reino Unido1 en el que se ha establecido un programa que pre­
tende ofrecer en 2013, tratamiento psicológico a los pacientes con ansiedad y 
depresión en el Sistema Nacional de Salud, debido a las ventajas que el trata­
miento psicológico aporta frente al tratamiento psicofarmacológico.
3. ÁREAS SUSCEPTIBLES DE MEJORA
Es evidente que toda actividad científica es susceptible de mejora. 
También la TCC tiene, a pesar de lo señalado más arriba, motivos para me­
jorar sus recursos terapéuticos. Es conocido que no todas las personas se 
benefician del mismo modo de las terapias bien establecidas. Adaptar los 
tratamientos a esos casos: problemas graves o crónicos, trastornos comple­
jos como los trastornos de personalidad, problemas con diverso grado de 
comorbilidad, etc., es imprescindible y requiere de un esfuerzo especial.
Otro aspecto clave es el fundamento teórico de los tratamientos y la 
justificación de estos analizando el proceso terapéutico. Dicho de forma 
más sencilla, conocer cómo trabajan los tratamientos. Para ello es preciso 
partir de modelos psicopatológicos que vengan ligados a tratamientos con­
2. LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA TERAPIA DE CONDUCTA
(Miguel A. Vallejo Pareja)
1 http://cep.lse.ac.uk/research/mentalhealth/default.asp#members
— 41 —
http://cep.lse.ac.uk/research/mentalhealth/default.asp%23members
Manual de Terapia de Conducta. Tomo I
Miguel Ángel Vallejo Pareja (Coordinador)
cretos y a cambios susceptibles de comprobar que efectivamente ejercen 
su acción sobre lo que proponen. Veamos el caso de la terapia cognitiva 
de la depresión. Si el modelo de depresión parte de que los pensamientos 
distorsionados y los errores cognitivos son fundamentales en la génesis y 
mantenimiento de dicho trastorno, resultaría preciso constatar que dichos 
pensamientos debencambiar durante el proceso terapéutico y su cambio 
debe correlacionar con la mejora clínica e ítem más que sólo mediante tera­
pia cognitiva se den esos cambios. Los datos que tenemos al respecto no son 
favorables a que la terapia cognitiva opere como se postula. Es más, parece 
que las distorsiones cognitivas son un síntoma más de la depresión que el 
elemento central que prometía ser.
Hay un interés evidente por sustentar y fundamentar teóricamente los 
tratamientos, pero es esta una tarea un tanto descuidada. No obstante, hay 
ámbitos en los que, por ejemplo, sí parece haber una relación entre cambios 
cognitivos y mejoras clínicas en la fobia social, aunque también se alcancen 
esos cambios sin terapia cognitiva, mediante técnicas de exposición. Estos 
resultados muestran un desconocimiento sobre cómo operan los tratamien­
tos, a pesar de que funcionen bien. Es necesario conocer qué variables del 
proceso terapéutico y del paciente median de forma efectiva la eficacia de 
la terapia. Un ejemplo en este sentido son las investigaciones que ligan la 
interpretación errónea de las sensaciones corporales con el trastorno de pá­
nico (Clark, 1999) y cómo esto se relaciona directamente con los resultados 
del uso de la exposición.
La obtención de datos que sustenten la eficacia de un tratamiento no 
es suficiente para que éste se integre de forma efectiva en el cuerpo de co­
nocimiento científico, en nuestro caso de la TCC. Un ejemplo de tratamien­
to psicológico efectivo y sin fundamentación conocida es el EMDR. Puede 
decirse, del mismo modo, que una parte nada desdeñable de los psicofár- 
macos tampoco se hayan justificados teóricamente, sino por los efectos que 
tienen y que pueden ser beneficiosos, a tenor de los síntomas del trastorno 
(González y Pérez, 2007). La experimentación y el pragmatismo pueden 
llevar a lugares insospechados, según reza el adagio del farmacólogo y que 
bien puede extenderse a cualquier otro clínico o científico: buscando una 
aguja en el pajar encontré a la hija del granjero.
3.1. Cómo mejorar la TCC
Desde finales del siglo pasado a la actualidad se han producido nota­
bles aportaciones que pueden contribuir a mejorar la TCC. Aunque dichas 
aportaciones no han surgido de forma organizada, sí tienen elementos en
— 42 —
común que ha hecho que, a posteriori, se las caracterice con la etiqueta de 
terapias de conducta de 3a generación (Hayes y cois., 2006). Con indepen­
dencia de lo acertado o no del término sí es cierto que se da una coinciden­
cia entre ellas en su planteamiento, fundamentación, técnicas terapéuticas 
e, incluso, el tipo de trastornos o problemas para el que son aplicadas. Di­
chos acercamientos forman parte de la TCC, se sustentan en los fundamen­
tos teóricos y empíricos de la TCC y, como es natural, tienen más afinidad 
con ciertos planteamientos teóricos y modos de hacer que con otros. Por 
ejemplo, se encuentran más cercanos al uso de técnicas conductuales, por 
ejemplo la exposición, que al de técnicas cognitivas, sin que esto suponga 
un rechazo a ellas, como se verá más adelante. Los elementos característi­
cos de estas terapias son:
1. Dar más importancia a la experimentación, a la práctica de la con­
ducta, que a su interpretación y al uso de instrucciones. Un predo­
minio del aprendizaje por contingencias, frente al aprendizaje por 
reglas.
2. Considerar las funciones de las conductas por encima de las con­
ductas en sí. Esto, como el resto de las características, no es nuevo 
en TCC, pero sí ha sido desatendido, por mor de establecer proto­
colos más basados en aspectos descriptivos (topográficos) que fun­
cionales. Naturalmente las conductas en concreto son accidentales, 
no, sin embargo, sus funciones que permanecen y pueden ser logra­
das por una amplia variedad de ellas.
3. Importancia del contexto y en consecuencia del análisis funcional 
e individual. Aquí, de nuevo, se trata de incidir en algo que está en 
los fundamentos de la TCC pero que es parcialmente desatendido. 
Esto tiene su importancia a la hora de explicar por qué los trata­
mientos fracasan con determinadas personas o cómo los problemas 
crónicos o graves presentan más dificultades.
4. Buscar un sustento teórico general a los trastornos y a la interven­
ción. Este es el caso de la formación del trastorno experiencial por 
evitación, con independencia de nosologías y consensos.
5. Destacar el papel de las emociones y de su experimentación. Reco­
nociendo la importancia de que la persona sienta de forma natural 
y normal sus sensaciones y emociones, con independencia de su va­
lencia, y no sea sustituida o hurtada esa experiencia por su recon- 
ceptualización o racionalización.
6. Poniendo al lenguaje y a la racionalización en un segundo lugar, 
de modo que no se convierta en el punto de referencia principal, 
al menos en lo que tiene que ver con los procesos emocionales. Ser
2. LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA TERAPIA DE CONDUCTA
(Miguel A. Vallejo Pareja)
— 43 —
Manual de Terapia de Conducta. Tomo 1
Miguel Angel Vallejo Pareja (Coordinador)
capaz de separar el lenguaje de su función simbólica para que no 
suponga una interferencia adicional.
7. Destacar la importancia de la relación terapéutica y considerar ésta 
como un elemento clave de la terapia, partiendo de que la interac­
ción con el paciente es un contexto más que está al servicio del tra­
tamiento.
8. Adoptar una postura más educativa que correctiva en la terapia, un 
enfoque más permisivo que autoritario. No se trata de decirle al pa­
ciente qué tiene que hacer o pensar sino entender el contexto en que 
se producen los problemas y procurar un cambio contextual.
Como queda señalado los puntos que se recogen más arriba no tienen 
un sentido revolucionario, si por ello se considera el que sean ajenos a la 
tradición y fundamento de la TC, sin embargo sí ocurre que han sido me­
nos tenidos en cuenta y, ocasionalmente ignorados, por lo que su reconsi­
deración sí es un hecho novedoso.
Entre las diversas iniciativas que han retomado estas consideracio­
nes y que pueden incluirse dentro de este grupo de las llamadas terapias 
de 3a generación, están: la terapia de aceptación y compromiso (Hayes, 
Strosahl y Wilson, 1999; y Wilson y Luciano, 2002), la activación conduc- 
tual (Jacobson, 1994), la terapia cognitiva de la depresión basada en el 
mindfulness (Segal, Williams y Teasdale, 2001), la terapia de conducta 
dialéctica (Linehan, 1993), la psicoterapia analítico funcional (Kohlen­
berg y Tsai, 1991), la terapia metacognitiva (Wells, 2000), el sistema de 
análisis cognitivo conductual de psicoterapia (McCullogh, 2000), la te­
rapia conductual integrada de pareja (Chistensen yjacobson, 2000), y la 
terapia breve relacional (Safran y Muran, 2000). Aún cuando el criterio 
para incluir unas u otras terapias dentro de este grupo es variable (ver 
Hayes y cois. 2006) compartirían en diversa medida los puntos señala­
dos más arriba. Cabe señalar que alguna de ellas, ACT, por ejemplo, se 
considera distinta de la terapia cognitivo conductual, reclamando un lu­
gar propio fundamentado en la investigación básica: la teoría del marco 
relacional y el análisis funcional de la conducta gobernada por reglas 
(Hayes y cois. 1986). Sin embargo, este papel singular es cuestionado 
por quienes piensan que se trata de modificaciones sobre la terapia cog­
nitivo conductual (Hofmann y Asmundson, 2008). Posiblemente se trate 
de un aspecto más terminológico y que pretende una cierta notoriedad 
y diferenciación. Algo similar ya ocurrió con la terapia cognitiva en re­
lación con la terapia de conducta. Algunos autores prefieren hablar de 
técnicas cognitivas, técnicas de restructuración cognitiva, frente a tera­
pia cognitiva. Naturalmente Beck, prefiere utilizar el término terapia
— 44 —
cognitiva, si bien su planteamiento encaja correctamente en la terapia 
de conducta, tanto desde la perspectiva teórica como desde la evalua­
ción y el tratamiento.
3.2. Principales nuevos desarrollos terapéuticos
A continuación

Más contenidos de este tema