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Notas sobre la Dictadura chilena
y sus efectos sobre la Filosofía
TUILLANG YUING
IDEA/USACH
Doctor en Filosofía
Resumen
La presentación explora algunos puntos de encuentro 
entre la Filosofía y la Dictadura chilena a través de cier-
tos ejes deliberadamente dispersos. El primero de ellos 
testimonia sobre el alicaído panorama que presentaba 
la Filosofía durante los años de la post-dictadura. En un 
segundo momento se trata de mostrar cómo un perfil 
especializado, profesionalizado, propio de la Filosofía 
académica de nuestros días, surge precisamente en el 
marco de una institucionalidad totalitaria que se asentó 
en una estabilidad ganada por fuerza y mantenida por la 
amenaza. Con este fin, se pasa revista a los análisis de 
filósofos chilenos, Cecilia Sanchez, Carlos Ruiz y Willy 
Thayer, para hilvanar distintos aspectos que explican el 
lugar de la Dictadura en la construcción del rostro pro-
fesional de la Filosofía, tal como se presenta en la actual 
universidad neoliberal. Finalmente, atendiendo a una 
sugerencia de Patrice Vermeren, se explora la experien-
cia de filosofías cuyo valor radica, precisamente, en la 
exclusión de la que fueron parte durante la Dictadura. 
Palabras clave: Dictadura - Filosofía - profesionalización 
- universidad - Chile.
Abstract
This presentation explores some points of contact be-
tween philosophy and Chilean’s dictatorship throw 
some disperses axes deliberately disperse. The first one 
shows the gloomy scene that showed philosophy during 
the years of the post-dictatorship. In a second stage will 
try to show how a specialized profile, professionalized, 
own profile of the academic philosophy of our days, 
arises precisely in the context of a totalitarian institu-
tionality that was based on a stability gained by force 
and maintained by the threat. In order to do that, we 
examine the analysis of Chilean philosophers, Cecilia 
Sanchez, Carlos Ruiz y Willy Thayer, to link together dif-
ferent aspects that explains the dictatorship´s place in 
the construction of the professional face of philosophy, 
as it is presented in the current neoliberal university. 
Finally, attending to Patrice Vermeren’s suggestion, 
we explore the experience of philosophies which value 
lies in, precisely, the exclusion of which they were a part 
during the dictatorship.
Key words: Dictatorship - Philosophy - Professionalization 
- University - Chili.
NOTAS SOBRE LA DICTADURA CHILENA Y SUS EFECTOS SOBRE LA FILOSOFÍA · TUILLANG YUING 91
ISSN 0718-9524
LA CAÑADA Nº4 (2013): 90-104
Notas sobre la Dictadura chilena
y sus efectos sobre la Filosofía
TUILLANG YUING
Intentaré montar un ejercicio reflexivo en torno a tres sugerencias dispersas pero no aje-
nas. Tres momentos distantes pero implicados que apuntan al encuentro entre Filosofía 
y Dictadura. Si arribamos con éxito tal vez podamos hacer alguna lectura de conjunto.
1. El primer momento es deliberadamente testimonial y se escribe por tanto en pri-
mera persona. Lo anterior obedece precisamente a un ensayo por marcar distancias con 
aquella suerte de negación de la primera persona de la que ha sido hegemónicamente 
cautiva la escritura profesional y académica. De este modo, este primer momento es 
una pequeña reivindicación del yo que dibuja fragmentos del paisaje en que me inicié 
a la Filosofía, precisamente algunos años después de que Pinochet dejase el poder. Se 
trata de una mirada a lo que fue mi tesis de Licenciatura —una tesis sobre Foucault—, y 
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que tiene que ver con mi ingreso a Filosofía en la Universidad Católica de Valparaíso en 
el año 1993. En aquel entonces, en Chile, y más aún en provincia, se respiraban los ai-
res de lo que se llamó la post-dictadura. Parecía que en ese escenario aún no se tomaba 
recaudo de los golpes y mutilaciones de los cuales había sido objeto la Universidad y con 
ella la Filosofía por más de quince años. Si bien el dictador había dejado la presidencia 
en 1990, su figura fantasmagórica vigilaba el país con comodidad desde el lugar de se-
nador vitalicio. 
Se sabe que, durante la Dictadura, las universidades habían sufrido de constantes 
intervenciones de perfil totalitario: destituciones, reorganizaciones, suplantaciones y 
otros modos de un graduado terrorismo de Estado, habían dado forma a la Universidad 
chilena en la que yo, con 17 años, tendría ocasión de estudiar, nada más y nada menos, 
que Filosofía. 
Quiero dejar en claro que, al menos en esta ocasión, no es mi intención acusar ni 
distribuir culpas. Pero ello tampoco debe limitar mis esfuerzos por mostrar el estado 
famélico y agónico en que a mi ingreso se encontraba la carrera de Filosofía, sobre todo 
si se toma en cuenta el desinterés que envolvía al alumnado, la incapacidad de pensar 
el momento político que se vivía, el silencio aterrador de la exigua producción en torno 
a las heridas abiertas por la desaparición y la tortura; en fin, la distancia abismal entre 
el pensamiento académico inercial —con un grado de mudez, sordera y sonambulismo 
verdaderamente desolador—, y las inquietudes desorientadas y abandonadas de una 
generación de jóvenes que había sufrido una devastación cultural que se había metido 
hasta los huesos.
Creo que, en general —guardo las excepciones para los ofendidos—, se leía poco y 
mal. Inversamente proporcional era nuestro aburrimiento y, muchas veces, nuestras 
ganas de huir de clases. Nada parecía cercano ni familiar: la Filosofía —esa actividad que 
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nuestros profesores habían hecho suya—, hablaba en dialectos oscuros y con mensajes 
poco comprensibles. Nos hablaba de dios, el logos, el ser, la esencia, lo bueno, lo bello y 
la verdad… Y lo hacía principalmente en griego, latín o alemán.
Quizás hoy pueda echarle la culpa a mi internalizada obediencia escolar, pero el 
caso es que terminé de cursar todas las asignaturas con éxito, sin haber leído nunca un 
libro completo, y lo más dramático: sin tener la menor idea de lo que podía significar 
vivir con y de la Filosofía, hacer de ella una actividad laboral, un oficio, o al menos algo 
con sentido.
Y en esas condiciones llegó el momento de hacer la tesis, de ponderar lo aprendido 
en torno a un autor, una pregunta o un tema. Debo confesar que me manejé por tinca-
das e intuiciones primarias. Algunas conversaciones de pasillo me habían soplado de un 
autor a partir del cual se podía hablar de algo así como la resistencia o de como “salirse 
del sistema”. Eso me sonaba interesante, y me recordaba el ímpetu punk que me había 
llevado a elegir estudiar Filosofía cinco años atrás. Hasta ahí todo andaba bien, y un 
compañero me convidó unas fotocopias de algunos diálogos de Foucault de mediados 
de los setenta. Me entusiasmé, y casi sin pensarlo, decidí que insistiría en ese autor para 
hacer mi tesis. Fui entonces a la biblioteca. Había un libro, en ese entonces sólo un libro 
de Foucault; una edición de Las palabras y las cosas.
Este texto de más de 300 páginas no se parecía en nada a las sabrosas fotocopias 
que tenía en casa: era complejo e intensamente aburrido. Tras un rarísimo análisis de 
Las meninas de Velázquez pasaba a un despliegue atosigante de nombres y autores, 
de los cuales apenas conocía alguno. Desistí por un tiempo, decepcionado y frustrado, 
y sólo la porfía y el apoyo de amigos y algunos profesores me ayudaron a encontrarme 
nuevamente con Foucault.
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No puedo entonces no mirar atrás, cuando he desarrollado una tesis doctoral que 
dedica parte importante a Las palabras y las cosas, y preguntarme por esos días, por 
esos encuentros frustradoscon un tema, con un autor, con la Filosofía. ¿Por qué esa 
precariedad cultural de joven estudiante, de escolar provinciano, quinterano, nacido y 
formado en Dictadura, en un aislamiento devastado y barbarizante, llegó finalmente a 
encantarse con esos diálogos sobre el poder, la delincuencia y la locura?
Como sea, en esos primeros intentos, mi contexto y horizonte, estaban sumamen-
te distantes de lo que Foucault había escrito en Francia en los sesenta. No tenía manera 
de comprenderlo: mi formación de estudiante de Filosofía en plena post-dictadura chi-
lena no permitía diálogo.
2. Al contrario de lo que ocurrió durante la Dictadura con gran parte de los estudios 
de Ciencias Sociales, la Filosofía subsistió en la Universidad. Cabe entonces la pregunta 
por el sentido de este “ejercicio tolerado”1 y, por cierto, vigilado. Es decir, más allá de 
pasar revista a la merma sufrida por la Filosofía, compartida desde luego, por el con-
junto de la Universidad y la ciudadanía, nos gustaría demandar por el sentido produc-
tivo de sus agónicos restos bajo la forma de una institucionalidad que aparentaba estar 
robustecida.
¿Por qué esta opción? Porque tal vez resulta muy fácil denunciar los atentados 
que la Dictadura cometió en contra de la Filosofía. No se trata tampoco de negarlos. No 
desconocemos la desaparición, la persecución, la destitución, la exclusión y el hostiga-
miento del que fueron objeto muchos de los profesores. Pero por la misma razón, habría 
que preguntar ¿por qué la Filosofía, en tanto disciplina universitaria y espacio académi-
co, no fue simplemente suprimida?
1 Sánchez, Cecilia, Una disciplina de la 
distancia. Institucionalización universi-
taria de los estudios filosóficos en Chile, 
Santiago de Chile: CERC-CESOG, 1992, 
pp. 195 y ss.
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Insistimos. Hoy, en este escenario civil, sería cómodo asumir el gesto crítico de la 
denuncia y decir que la Dictadura persiguió a la Filosofía, y que eliminó la “verdadera” 
Filosofía, para poner en su lugar a un impostor que simplemente se identifica con el con-
servadurismo. Eso sería sostener que “la Filosofía” es de por sí liberadora, transgresora, 
revolucionaria, y por tanto “naturalmente” opuesta a Pinochet. Así vista, la Filosofía 
sería siempre objeto de persecución por los tiranos, por los dictadores, por los chicos 
malos, esos a quienes sólo les cabría operar negativamente. Quisiéramos establecer 
otro tipo de conjeturas.
En efecto, mucho ha señalado Foucault sobre las relaciones de poder y domina-
ción. Entre esos análisis, uno me parece de interés: aquél que sostiene que para fines 
estratégicos muchas veces tiene más rendimiento ocupar el lugar del aduanero o del 
conserje. Así, la prisión es poderosa no tanto porque tiene el poder de encarcelar a la 
población sino porque administra ciertos protocolos y entonces decide cómo se entra, 
cómo se sale, quién entra y quién sale. Guardando las distancias, nos gustaría avanzar 
en esa dirección; si la Dictadura no exterminó la Filosofía quizás fue porque tal vez era 
también provechoso dominar y administrar su institucionalidad desde los estamentos 
académicos. Es desde ese lugar, desde la universidad, como instancia oficial y legitima-
da del saber, desde donde se podía organizar un cierto perfil para la Filosofía. Desde 
ahí se podía determinar, vía decreto, qué era, cuáles eran sus objetos, sus ámbitos de 
incumbencia, sus interlocutores, sus representantes autorizados, sus expertos y sus 
patrones de evaluación. En fin, establecer un marco para su ejercicio como disciplina.
Desde luego, la Dictadura no partió de cero. Se apoyó en aquel espíritu de supe-
rioridad respecto de lo mundano, que ya en parte habitaba la Filosofía de los años 50, 
aquel período de modernización2 y estructuración rigurosa del campo de estudio, donde 
algunos finiquitaron los vínculos con los problemas sociales en beneficio de la capitanía 2 Cfr., Ibídem, pp. 113 y ss.
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de la Metafísica. Por otra parte, para las autoridades del régimen, también era impor-
tante que la Filosofía cortase todo parecido de familia con la generación de intelectuales 
de los 60, que había hecho de la política el eje de las discusiones teóricas y que, final-
mente, había alimentado las doctrinas de la Unidad Popular. 
Con la amputación de la dimensión política de la Filosofía en las instituciones 
académicas, la Dictadura pudo diseñar el rostro de cierto intelectual de Humanidades: 
aquel que escinde totalmente la disciplina del ejercicio docente, aquel que se mantiene 
lejos de la contingencia en nombre de la experticia y los resultados. En definitiva, aquel 
operario obediente a los mandatos del desarrollo que considera neutralmente sus obje-
tivos. Un personaje que hasta hoy domina algunas instancias donde se juega la puesta 
en forma de la Filosofía y también de otras disciplinas.
Hay algunos elementos que nos permiten esta sugerencia. Primeramente, la se-
paración drástica entre la Licenciatura y la Pedagogía al alero de la re-estructuración de 
la legislación universitaria. Esto agudizó la brecha jerárquica ya existente entre estos 
rangos. A la larga, esto se corresponde con la distancia incuestionada entre el inves-
tigador y el profesor o pedagogo. Cabe preguntar, dice Cecilia Sanchez, “por aquello 
que bajo condiciones políticas semejantes, establece una ‘distinción institucional’ muy 
precisa entre, por una parte, la pedagogía y, por otra, la licenciatura y la investigación”3, 
y que determinó el carácter estrictamente académico de los estudios.
A nuestro juicio, en esta cesura anida la aparición de académicos especialistas en-
trenados para rendir y orbitar en torno a detalles bibliográficos y cifras de logros. Así 
también la Filosofía se procura un rostro: el experto erudito y normativo, que asume 
una radical fragmentación entre la vida pública y el mundo universitario profesional. En 
cierto modo, se trata de un gesto sutil que apunta a la empobrecedora dicotomía entre 
un ejercicio filosófico mundano y otro académico, coincidente con la prioridad que des-
de los sesenta se venía otorgando a la educación productiva a las políticas de desarrollo.3 Ibídem, p. 211.
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En efecto, como bien señala Carlos Ruiz, desde mediados de los sesenta la influen-
cia conjunta de las teorías modernizadoras y desarrollistas fue hilvanando un enfoque 
político de la Educación que privilegia un carácter funcional al crecimiento económico 
por sobre cualquier otra forma de aproximación. En ese sentido, la Educación en todos 
sus niveles debe responder a una planificación que gestiona cada área y disciplina en 
relación a los roles modernos requeridos para la industrialización y el mercado. De este 
modo, ganan protagonismo los discursos economicistas sobre Educación, cuyo sentido 
apunta a distribuir las disciplinas al interior del espectro de la productividad internacio-
nal. Desde luego, esto se radicaliza durante la Dictadura por medio principalmente de 
la privatización.
Pues bien, en el marco de una Educación para la que toda instancia reflexiva es 
una subestimación del trabajo técnico, la Filosofía debe re-ubicarse en lo que Carlos 
Ruiz designa como “una nueva economía de las relaciones de poder al interior de las 
escuelas y las universidades”.4 Así, con la Dictadura, se asiste a un nuevo reparto de las 
experticias y las prioridades del saber, en el que la Filosofía, como instancia crítica sobre 
lo público, pasa a ocupar un espacio mendigado entre áreas de la cultura momificadas, 
un lugar casi ornamental pero de buena conciencia para el sentido común menos urgen-
te. La Filosofía,como ya señalamos, sobrevive a las Ciencias Sociales y en esa medida 
usurpa su lugar, tomando eso sí un rol meramente simbólico que permite mantener el 
orden discursivo de las disciplinas y acceder a ciertos índices de pluralidad. Se trata de 
algo así como un certificado de buena conducta de la gestión educativa que con los años 
se fue sofisticando. De este modo, nuestro actual modelo educativo cumple con tener 
Filosofía como una de las tantas otras de áreas del saber. Cumple además con que sus 
académicos se doctoren, se post-doctoren, publiquen sus relevantes hallazgos y suban 
los índices de la investigación, pagando responsablemente una cuota suntuaria, casi de 
asistencia, pero ineludible para la diversidad y el buen gusto por el saber. 
4 Ruiz, Carlos, De la República al mercado. 
Ideas educacionales y política en Chile, 
Santiago de Chile: LOM, 2010, pp. 83 y ss.
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Y si Carlos Ruiz plantea la pregunta: “¿qué educación puede ser considerada como 
inversión?”5, también podemos atisbar la siguiente: ¿qué lugar toma la Filosofía en una 
Educación considerada como inversión?
Por cierto, en lo que la se hilvana con lo educativo, la Filosofía, como a todo otro 
oficio pedagógico, también ha sido arrebatada de su palabra y se ha rebajado el valor de 
sus decisiones. La voz docente está ausente del distrito de la planificación, poblado de 
sociólogos, psicólogos y economistas. En virtud de esto, el profesor de Filosofía, no es 
más que un operador incapaz de asignarse un lugar y un propósito.
A este respecto, es significativo el diagnóstico de la “Convocatoria para la 
Formulación del Colegio Autónomo de Filosofía en Chile” de 1984, según el cual la 
Filosofía se ha puesto “al servicio de un proyecto global de dominación que —como nue-
va Filosofía implícita a la cual se subordina la estructura de la universidad— ya tiene 
decidido lo que la Filosofía, en sentido profesional, debe ser y poder hacer, mientras 
quiera concedérsele todavía sitio”.6
Desde luego, el marco altamente funcional que ofrece la política educativa a la 
Filosofía, deriva en una profesionalización de las doctrinas más tradicionales de la his-
toria de la Filosofía, bajo una relación instrumental con el saber y con la delimitación 
ordenada de las disciplinas. Por cierto, esto coincide con la inhibición de un estilo crítico 
de reflexión en favor de un canon de conocimientos que, con prepotencia, pasa a usur-
par el lugar y el nombre tanto de la Filosofía como de su oficio, es decir, como cuerpo de 
contenidos y como manera de llevarla a cabo. Son los grandes maestros del pensamien-
to, aquella monumental historia elaborada en base a una decena de nombres, la que 
habla por toda la Filosofía y se consolida como corpus oficial.7 La posibilidad de hacer 
Filosofía en torno a problemas, cede definitivamente lugar a una exposición de doctri-
nas consagradas bajo un nombre propio, el de un filósofo de turno, convertido en sujeto 
trascendental. Una historia de la Filosofía canonizada, pontificada y caricaturizada.
5 Ibídem, p. 95.
6 Citado por Sánchez, Cecilia, op. cit., 
pp. 198-9.
7 Al respecto, José Santos Herceg mues-
tra cómo la constitución de este corpus 
responde al cruce de variables muy aco-
tadas: temáticas prioritarias organizadas 
en torno a autores y dispuestas histórica-
mente. “Uniforme, eurocéntrica y con-
servadora. Un perfil de la enseñanza de la 
filosofía en Chile”, en Revista Cuadernos 
del CEPLA, Nº 19, 2012. http://www.
cuadernoscepla.cl/web/wp-content/
uploads/Edi_19_Texto-7_Jos%C3%A9-
Santos.pdf
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No es desventurado entonces señalar que con la Dictadura tiene lugar un disci-
plinamiento de la Filosofía en el doble sentido del término: como una constitución y 
definición del saber —conformación de un canon curricular—, y como un ejercicio de 
disposición o actitud ante ese mismo saber —metodologías y diseño didáctico de su en-
señanza—, actitud en este caso reverencial y dogmática, pero que luego llegará a ser 
“profesional”, especializada y rigurosamente académica. Este academicismo establece 
un contrato de sentido con una neutralidad científica cuya contracara es, por cierto, una 
opción sesgadamente ideológica.
Por otra parte, con el fin de la gratuidad en la Educación Superior, una matriz 
de costo-beneficio se apodera de las universidades, disponiendo, tanto a estudiantes 
como a académicos, en un escenario gobernado por el pequeño negocio individual y la 
inversión personal. Sobre este punto, cabe señalar cómo la Dictadura devastó las orga-
nizaciones sindicales y toda instancia de articulación profesional, impidiendo a todos 
los docentes, y con ello a los profesores de Filosofía, la reunión y vinculación en torno 
a discusiones de carácter docente, gremial y político. Es lo que Carlos Ruiz señala como 
“el disciplinamiento de los actores sociales del campo”.8 En virtud de lo anterior, gana 
terreno la figura del académico como un empleado en carrera por aventura empresa-
rial que, según los dividendos que genere, puede subir en el escalafón de estabilidad, 
garantías e ingresos. Al respecto, José Santos Herceg señala: “¿Será realmente nece-
sario re-marcar —en el sentido de re-saltar— que el objetivo de esta nueva instituciona-
lidad era introducir la “competencia” como móvil y motor de la actividad académica? 
Las universidades compiten por los alumnos y de esa forma compiten por los aportes 
fiscales, los académicos compiten por los fondos para investigar, los alumnos compiten 
por las becas, etc.”9 Santos Herceg muestra cómo los efectos de esta institucionalidad, 
creada durante la Dictadura, impone sus designios hasta el día de hoy, precisamente, 
bajo los efectos de la desarticulación de la Universidad en el modo de la competencia.
8 Ruiz, Carlos, op. cit., p. 103.
9 Santos Herceg, José. “Filosofía de 
mercado. El filósofo profesional como 
MINI-PYME”, en Paralaje, Revista de 
Filosofía, Nº 7 de 2011, p. 48. http://
paralaje.cl/index.php/paralaje/article/
viewFile/185/137
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Por otra parte, como bien muestra Carlos Ruiz, es sintomático de esta torsión, el 
retiro del discurso centrado en la seguridad nacional en favor del discurso economicista 
que dispone entonces la captura del tema educación dentro de la agenda del Ministerio 
de Hacienda. En definitiva, una lógica inversión-retribución se instala, desarticulando 
todo gesto colectivo y, por tanto, finiquitando toda posición política. Esta lógica rentable 
no deja fuera a la Filosofía, la que sucumbe a la exigencia de competitividad que se mide 
hoy por la cantidad de artículos, y que hace de los investigadores “empleados que ven-
den habilidades y destrezas en un mercado de bienes y servicios”.
En cierta medida, Willy Thayer10 ha dado cuenta de cómo estas tensiones señalan 
una pugna en las significaciones y sentidos que se atribuyen al trabajo filosófico. A partir 
de una lectura del Conflicto de las Facultades de Kant, Thayer muestra el choque entre, 
por una parte, la funcionalidad heterónoma de las instituciones educativas dependien-
tes de propósitos administrativos, políticos e ideológicos, y, por otra, la labor filosófica 
insumisa a finalidades pre-establecidas, y lejana a todo proyecto que implique fijar los 
gestos de la crítica. En este sentido, se comprende que la Filosofía ensaye evadirse de la 
codificación definitiva como disciplina de estudio, o área del saber científico taxativa-
mente establecida. Su valor radica más bien en su indisciplina y en su promesa de inte-
rrogar sobre las condiciones que hacen posible cualquier orden y división disciplinaria. 
De tal modo: “la Facultad de Filosofía noes una especialidad y resulta intraducible en 
un currículum”.11 Y si, como afirma Thayer, la Filosofía “desde dicha interrogación, se 
relaciona política y no técnicamente con el saber”12, la domesticación de su politicidad 
consiste entonces precisamente en hacer de la Filosofía una disciplina y del profesor un 
técnico o funcionario con límites dirigidos. Esta ha sido, a nuestro juicio, la modalidad 
de intervención que la Dictadura implementó desde el Estado y bajo la forma de la in-
tervención universitaria.
10 Thayer, Willy, “Filosofía de la reforma 
y reforma de la filosofía”, Archivos de 
Filosofía, Nº 1, 2006, pp. 116-35.
11 Ibídem, p. 120.
12 Ibídem, p. 119.
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Si bien, como parte de la Universidad, la Filosofía ya era sometida a los criterios 
economicistas, bajo la gestión dictatorial, ella encuentra el escenario propicio para con-
solidarse, sin queja ni reclamo posible, como una especialidad cuyo objeto protagónico 
indiscutible es cierta versión de la historia de la Filosofía, abandonando la especulación 
sin norma en favor del comentario erudito cuasi-filológico y la organización administra-
tiva de textos filosóficos en relación a otros comentaristas, configurando el panorama y 
el modo en que la Filosofía ocupa hoy un lugar entre otras áreas del saber: “La conver-
sión de la Filosofía en investigación positiva del texto filosófico y de su historia, da nece-
sariedad a la constitución de un currículum que acogía estudiantes de Filosofía, futuros 
investigadores y trabajadores del campo en esos estudios”.13
Ahora bien, si en palabras de Kant, se trata de la Facultad Docente, Superior —que 
es en definitiva el dictado monárquico del Estado—, versus, la facultad de Filosofía, en-
tonces se asiste a una suerte de exilio de una facultad respecto de otra. Dada la asimetría 
de fuerzas entre los designios estatales y las tareas de la Filosofía, una Dictadura no pue-
de sino empecinarse en excluir y marginar la Filosofía de sus instituciones. No obstante, 
como segunda operación y como astuto gesto solapado, lo que a nuestro juicio comporta 
la racionalidad dictatorial es la captura de la Filosofía como una disciplina dócil, su trans-
formación en una especialidad académica, con su correspondiente perfil profesional va-
lidado por mezquinos cánones de calidad.
Pero Thayer muestra además que es al interior de la misma actividad filosófica 
donde estas facultades entran en litigio. No es entonces únicamente la Dictadura la que 
actúa sobre la Filosofía de modo totalmente perverso. Su modo de operación toma pun-
tos de apoyo un carácter adversarial que anida en el seno de la misma Filosofía, toda 
vez que ella se pone en forma bajo la forma de un currículum o una especialidad. Para 
Thayer, es el propio Departamento de Filosofía, constituido como organismo técnico y 13 Ibídem, p. 121.
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curricular, el que cancela, o al menos restringe, a la Filosofía entendida como pregunta 
libre por la verdad.
Paulatinamente, se pone en forma la consecuencia quizás más patente de este 
enfoque de la Filosofía: el reinado actual del investigador especializado bajo el modelo 
de la venta de servicios.14 En efecto, para los criterios actuales —al interior de los que la 
Filosofía encuentra evaluación, medición y financiamiento—, el investigador es quien 
se dirige a un corpus textual con protocolos que refinan su validez y le otorgan una es-
tatura de producto: “el análisis, exposición y discusión científica de lo que los grandes 
textos de la tradición filosófica, positivamente organizados, bibliográficamente comen-
tados”.15 Pero esta apuesta demanda, además, la renuncia a la propia historicidad del 
autor, el retiro de sus condicionamientos, la desaparición de todo rastro de materialidad 
contaminante de la justeza y precisión de los dichos. El filósofo especialista debe “trans-
portarse a un presente del texto borrando todo lo que ha ocurrido y ocurre entre aquel 
presente y cualquier otro presente histórico, incluyendo el del propio investigador, el de 
su lengua, sus prejuicios”.16
En virtud de lo anterior, la Filosofía así dibujada demanda la desaparición del yo, y 
el profesional del pensamiento indexado exige entonces el finiquito e incluso la clausura 
de toda conjugación en primera persona. 
Hoy la formación, sobre todo de postgrado, apunta a formar investigadores sin ga-
rantía alguna de un buen desempeño docente. En efecto, algunos jóvenes investigado-
res —cegados por la ilusión inocente del éxito académico glamoroso tipo rockero o golea-
dor estrella—, han sufrido un shock ante una audiencia de pregrado escolarizada, lejana 
de una ilustración a la europea, y que demanda además posiciones y posturas políticas 
de coyuntura. En virtud de este desencuentro, se arruina todo posible diálogo iguali-
tario entre los alumnos y estos super-académicos archi-especializados, condenando 
14 Es también José Santos Herceg quien 
ha ilustrado esta figura bajo la forma de 
una anti-utopía que busca servir de ad-
vertencia sobre un amenazante trabajo 
filosófico “(…) donde toda la decisión 
académica se vuelva exclusivamente 
—estratégica— en vistas de la maximiza-
ción de ganancias y minimización de los 
costos, donde habría que optar entre ser 
un filósofo exitoso en tanto que —hombre 
de negocios— o un fracasado —hidalgo 
harapiento— para usar las categorías de 
Rorty.”; “Filosofía de mercado. El filósofo 
profesional como MINI-PYME”, op. cit, 
p. 48.
15 Ibídem, p. 122.
16 Ibídem, p. 122.
NOTAS SOBRE LA DICTADURA CHILENA Y SUS EFECTOS SOBRE LA FILOSOFÍA · TUILLANG YUING 103
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a los estudiantes al abandono y al sinsentido de su oficio, tal como alguna vez yo lo sentí 
estudiando Filosofía.
3. Para finalizar, me detengo en las últimas líneas de Una disciplina de la distancia, 
donde Cecilia Sánchez plantea una severa querella: “Cabe preguntar asimismo de qué 
modo, en este nuevo contexto, (el de la recompuesta escena democrática), la Filosofía 
se buscará a sí misma; ya sea mediante la reposición de su autonomía y la aceptación de 
nuevas modalidades de trabajo filosófico; o bien ratificando la definición impresa en ella 
desde el régimen militar”.17
En efecto, Sánchez advierte cómo la voluntad para una Filosofía crítica y de inicia-
tivas experimentales ha resurgido en espacios no oficializados por el canon disciplina-
rio. Parece entonces que, pese a la Dictadura, y pese a la Dictadura hoy convertida en 
exigencia de especialización y mandato profesional, el pensamiento puede tomar otros 
caminos.
En ese sentido es provechosa aquella figura del profesor interrumpido a la que 
alude Patrice Vermeren, quien señala que para responder por el sentido del profesor de 
Filosofía en América Latina hoy, hay que tomar noticia de la obra de “estos profesores 
que, por la perturbación de su carrera normal de profesor funcionario en una universi-
dad que estaba fuera de sí, han devenido filósofos a los ojos de la humanidad entera”.18
Vermeren menciona, entre otros, a Roig, a Gianinni y Marchant, como ejemplo 
de filósofos que ante la imposibilidad de asumir el rol de profesor en una universidad 
vigilada y sometida al autoritarismo, no pudieron sino exceder el papel académico y pro-
curarse otras maneras para practicar la Filosofía, transformando el exilio —y podemos 
añadir la exclusión—, en una oportunidad y una exigencia para el pensamiento. De este 
modo, asoma una Filosofía a la que hay que atender, pues en la desventura de su choque 
17 Sánchez, Cecilia, op. cit., p. 213.
18 Conferencia “El profesor en filosofía: 
Desinstituir, desplazar, emancipar el 
pensamiento”, pronunciada el 24 de ju-
lio de 2012, en la Facultadde Filosofía y 
Humanidades de la Universidad de Chile.
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con la Dictadura, indica también el rumbo de la emancipación, socavando las barreras 
tanto de la institución como de cualquier totalitarismo anclado en la prepotencia de lo 
actual como sinónimo de verdadero.
Bibliografía
Ruiz, Carlos, De la República al mercado. Ideas educacionales y política en Chile, Santiago de Chile: LOM, 2010.
Sánchez, Cecilia, Una disciplina de la distancia. Institucionalización universitaria de los estudios filosóficos en 
Chile, Santiago de Chile: CERC-CESOG, 1992.
Santos Herceg, José, “Filosofía de mercado. El filósofo profesional como MINI-PYME”, en Paralaje, Revista de 
Filosofía, Nº 7, 2011.
, “Uniforme, eurocéntrica y conservadora. Un perfil de la enseñanza de la filosofía en Chile”, en Revista 
Cuadernos del CEPLA, Nº 19, 2012.
Thayer, Willy, “Filosofía de la reforma y reforma de la filosofía”, Archivos de Filosofía, Nº 1, 2006.

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