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EL RESPETO HACIA UNO MISMO

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NATHANIEL 
BRANDEN 
Cómo vencerá temor a ¡a (desaprobación de 
los demás, el sentimiento de culpa y la inseguridad 
Paidós 
Digitized by the Internet Archive 
in 2018 with funding from 
Kahle/Austin Foundation 
https://archive.org/details/elrespetohaciaunOOnath 
El respeto hacia uno mismo 
. •• 
> 
* 
Nathaniel Branden 
El respeto 
hacia uno mismo 
Cómo vencer el temor a la desaprobación 
de los demás, el sentimiento de culpa, 
la inseguridad... 
editorial 
PAIDOS 
México — Buenos Aires — Barcelona 
I 
Título original: Honoring the Self. The Psychology of Confidence and Respect 
Publicado en inglés por Bantam Books, Nueva York 
Traducción de Magdalena L. Senestrari de Salvi 
Cubierta de Víctor Viano 
1a edición en México, 1990 
f . . ; 
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del 
«Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o par¬ 
cial de esta obra por cualquier medio o precedimiento, comprendidos la reprografía 
y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler 
o préstamo públicos. 
© 1983 by Nathaniel Branden 
© de todas las ediciones en castellano, 
por acuerdo con Bantam Books, división de Bantam Dell 
Publishing Group, Inc. 
Ediciones Paidós Ibérica, S.A., 
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona, 
Editorial Paidós, SAICF, 
Defensa, 559 - Buenos Aires. 
© de esta edición 
Editorial Paidós Mexicana, S.A. 
Guanajuato 202-302 
Col. Roma 
México, 06700 D.F. 
Tels.: 564-7908 • 564-5607 
ISBN: 968-853-151-0 
Derechos reservados Conforme a la ley 
Impreso en México 
Printed in México 
Indice 
Agradecimientos. 6 
Introducción. 9 
I. La dinámica de la autoestima 
1. La autoestima en la vida humana. 19 
2. La necesidad de tener autoestima... 29 
3. La autoestima y las relaciones padres-hijos. 43 
4. Cómo generar la autoestima positiva. 65 
5. El problema de la culpa. 83 
6. La motivación por el miedo. 95 
7. Autoestima, trabajo y amor. 114 
II. La lucha por la individuación 
8. La evolución hacia la autonomía. 139 
9. El problema de la autoenajenación. 171 
10. El arte de ser. 198 
11. La ansiedad de la muerte. 232 
Bibliografía. 245 
Indice analítico. 250 
Agradecimientos 
Agradezco a mi editor, Jeremy Tarcher, el entusiasmo depo¬ 
sitado en este proyecto desde el comienzo, así como las discusio¬ 
nes que mantuvimos sobre el significado que él atribuía a 
“respetar el sí-mismo”, que siempre me hicieron volver con más 
inspiración a mi mesa de trabajo. 
Debo agradecer profundamente la habilidad de la excelente 
redactora con quien trabajé, Janice Gallagher, cuyas sugeren¬ 
cias, propuestas y férrea voluntad para hacerme superar la 
exasperación —siempre en beneficio del libro— contribuyeron 
en gran medida al resultado final. 
Agradezco a Ken Wilber las esclarecedoras conversaciones 
sostenidas acerca de la perspectiva de la psicología transperso¬ 
nal. 
Y, por último, guardo la mayor gratitud hacia mi esposa, 
Devers, a quien está dedicado este libro: por su constante apoyo 
emocional durante la creación del mismo, por las valiosas 
sugerencias psicológicas y literarias que me ofreció y, por 
encima de todo, porque reúne esa actitud hacia la vida que me 
encanta, admiro y desde siempre he deseado reflejar en mi 
trabajo. 
6 
A Devers Branden 
Introducción 
De todos los juicios que entablamos en la vida, ninguno es 
tan importante como el que entablamos sobre nosotros mismos, 
ya que ese juicio afecta el propio núcleo de nuestra existencia. 
Estamos en el medio de una red casi infinita de relaciones: 
con otras personas, con las cosas, con el universo. Y, sin 
embargo, a las tres de la mañana, cuando estamos solos con 
nosotros mismos, tomamos conciencia de que la más íntima y 
poderosa de las relaciones, aquella que nunca podremos eludir, 
es la relación con nosotros mismos. No existe ningún aspecto 
significativo de nuestro pensamiento, motivación, sentimien¬ 
tos o comportamiento que no se vea afectado por la autoevalua- 
ción. Somos organismos no sólo conscientes, sino conscientes de 
nosotros mismos. Esa es nuestra grandeza y, a veces, nuestra 
carga. 
Nos probamos, evaluamos y cuestionamos de un modo que 
resulta imposible para otras especies. Nos preguntamos: 
¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué propósito 
tengo en la vida? ¿Mi conducta se adecúa a este propósito? ¿Me 
enorgullezco o avergüenzo de mis elecciones y acciones? ¿Estoy 
contento o descontento de ser quien soy? 
Tenemos la capacidad de formulamos estas preguntas y la 
capacidad de huir de ellas. Pero las preguntas siempre están 
ahí, esperando una respuesta, áun cuando preferimos fingir 
que no existen o no nos incumben. Están cuando regresamos al 
hogar al cabo de un día de frenética actividad, cuando volvemos 
a casa de una fiesta, de los brazos de un amante, de una 
campaña política, de una función de caridad, de un encuentro 
religioso. 
9 
Este libro tratará sobre el encuentro humano esencial: la 
relación del “yo” con el “mí”, del yo con el sí-mismo. Los tópicos 
vinculados con este encuentro afectan prácticamente todas las 
experiencias humanas importantes: desde el grado de autoes¬ 
tima que poseemos, hasta el tipo de persona de quien es 
probable que nos enamoremos, pasando por las ambiciones y 
objetivos vitales que posiblemente nos impongamos, el concep¬ 
to más íntimamente personal de lo que significa ser un ser 
humano. 
En cada etapa del camino, afrontaremos algún aspecto de la 
pregunta: ¿se debe respetar o traicionar el sí-mismo? No es que 
identifiquemos el problema necesariamente en estos términos; 
en realidad, rara vez lo hacemos, ya que preferimos desconocer 
la naturaleza de la elección que debemos realizar. Pero en el 
curso natural de nuestro desarrollo, nos enfrentamos inevita¬ 
blemente a una variedad de preguntas que encierran las 
mismas alternativas esenciales: ¿Me pertenezco o pertenezco a 
otros? ¿El propósito primario de mí mismo es la búsqueda de mi 
propia felicidad y del desarrollo de mis propias potencialida¬ 
des, o el cumplimiento de los deseos y expectativas de los 
demás? ¿Vivo de acuerdo con mi propia visión de las cosas o con 
la visión de otros? ¿Me preocupa ante todo mi propia aprobación 
o la aprobación de los demás? ¿Debo confiar principalmente en 
mi propia mente o en las mentes de mis padres o maestros, 
líderes o gurúes? 
Las preguntas de esta naturaleza no sólo son psicológicas, 
sino filosóficas y, más específicamente, éticas. La psicología y 
la ética guardan una íntima interrelación, aunque ni los psicó¬ 
logos ni los moralistas se hayan mostrado jamás dispuestos a 
reconocer la conexión. Este libro está escrito a partir del punto 
de contacto entre ambas disciplinas. 
El modo en que nos relacionamos con nosotros mismos 
afecta el modo en que nos relacionamos con los demás, con el 
mundo que nos rodea, con el universo visible e invisible que 
constituye nuestro contexto esencial; de la mism a forma en que 
el modo de relacionamos con los demás y con el mundo afecta 
la relación que establecemos con nosotros mismos. Pero comen¬ 
zamos con el sí-mismo y concluiremos con el sí-mismo; la razón 
10 
de esta premisa se comprenderá al llegar al final del camino 
que vamos a emprender. 
En un mundo en el que el desprendimiento suele considerar¬ 
se sinónimo de virtud y el egoísmo, sinónimo del mal —y en el 
que el supuesto objetivo de la evolución espiritual es la auto- 
trascendencia—, un libro titulado El respeto hacia uno mismo 
puede parecer extraño, hasta un tanto desorientador. 
Este volumen se basa en el reconocimiento de que la auto¬ 
estima y la autonomía personal constituyen condiciones indis¬ 
pensables del bienestar humano. Su objetivo es la exploración 
y esclarecimiento del significado de estos estados y de las 
condiciones de su realización: principio que marca el rumbo de 
todos los capítulos que siguen. 
En el curso de nuestro análisis, tendremos que examinar el 
significadono sólo de sí-mismo, autoestima y autonomía, sino 
también de ideas como autoconcepto, autorrealización, egoís¬ 
mo, autoalienación, abnegación, autotrascendencia, yo, identi¬ 
dad, individualismo e individuación. Discreparemos con res¬ 
pecto a cierto concepto de las diversas fuerzas de nuestra 
cultura —familiar, educacional, religiosa, ética, social— que 
subvierte la evolución del sí-mismo y de la autoestima y 
fomenta la negación del sí-mismo, la autoalienación y las 
tendencias destructivas de la vida. Me propongo demostrar que 
no es el egoísmo, sino la ausencia del sí-mismo, la raíz de la 
mayoría de nuestros males, que la falta de egoísmo constituye 
el más importante peligro personal, interpersonal y social que 
nos acecha y que lo ha sido durante la mayor parte de nuestra 
historia. 
En pocas palabras, invito al lector a revisar algunas de las 
ideas más generalizadas en nuestra sociedad con respecto al yo, 
el egoísmo, la bondad... y la supervivencia humana. 
Si bien necesitaré el libro entero para desarrollar en profun¬ 
didad lo que quiero decir con "respetar el sí-mismo”, a continua¬ 
ción ofrezco una breve idea de su esencia. 
11 
El primer acto de respetar el sí-mismo es la afirmación de la 
conciencia: la elección de pensar, de ser consciente, de dirigir la 
luz indagadora de la conciencia hacia el mundo exterior y hacia 
nuestro propio ser. Si no logramos realizar este esfuerzo, 
estamos ignorando el sí-mismo en su esencia. 
Respetar el sí-mismo significa estar dispuesto a pensar de 
manera independiente, a vivir de acuerdo con nuestra propia 
mente y a tener el coraje de atender a nuestras propias 
percepciones y juicios. 
Respetar el sí-mismo quiere decir estar dispuesto a saber no 
sólo lo que pensamos, sino también lo que sentimos, lo que 
queremos, necesitamos, deseamos, lo que nos hace sufrir, 
sentir miedo, o lo que nos irrita, y a aceptar nuestro derecho a 
experimentar esta variedad de sentimientos. La actitud con¬ 
traria es la negación, el desapego, la represión: el autorrepudio. 
Respetar el sí-mismo significa conservar una actitud de 
autoaceptación: aceptar lo que somos, sin oprimirnos ni casti¬ 
gamos, sin fingir con respecto a la verdad de nuestro propio ser, 
ya sea con el fin de engañarnos a nosotros mismos o a cualquier 
otra persona. 
Respetar el sí-mismo es vivir de un modo auténtico, hablar 
y actuar de acuerdo con nuestras convicciones y sentimientos 
más íntimos. 
Respetar el sí-mismo significa negarse a aceptar la culpa 
inmerecida y hacer todo lo posible por corregir la culpa que 
podamos haber merecido. 
Respetar el sí-mismo quiere decir hacer respetar nuestro 
derecho a existir, que proviene del conocimiento de que nuestra 
vida nó pertenece a otras personas y de que no estamos aquí, en 
la tierra, para vivir de acuerdo con las expectativas de los 
demás. Para muchas personas, esto representa una responsa¬ 
bilidad aterradora. 
Respetar el sí-mismo es amar nuestra propia vida, amar 
nuestras posibilidades de madurar y de experimentar alegría, 
amar el proceso de descubrir y explorar las potencialidades 
distintivamente humanas que poseemos. 
Así comenzamos a damos cuenta de que respetar el sí- 
mismo significa practicar el egoísmo en el sentido más sublime, 
12 
/ 
noble y menos comprendido de la palabra. Y esto, insisto, 
requiere enorme independencia, coraje e integridad. 
En contraste con el estado de existencia que acabo de 
describir, las dos características más sobresalientes de los 
hombres y mujeres que recurren a la psicoterapia son cierta 
falta de autoestima y una condición de autoalienación. En 
ciertos aspectos cruciales, no se sienten adecuados para la vida 
y sus exigencias y carecen del contacto apropiado con su mundo 
interior, con sus necesidades, sus deseos, sentimientos, pensa¬ 
mientos, valores y potencialidades. Con una conciencia así 
disminuida, se sienten enajenados de su verdadera condición 
humana. Extensas áreas del sí-mismo permanecen ocultas, 
inexpresadas, no vividas. Transitan sonámbulos por su propia 
existencia. 
Sin embargo, este grupo apenas constituye una casta muy 
distinta del resto de la humanidad. En realidad, representa un 
espejo que refleja la situación de la mayoría de los individuos, 
en distintos grados. No existe ningún estudio que sugiera que 
las personas sometidas a terapia estén, en términos generales, 
más preocupadas o desmoralizadas que las que no acuden a 
terapia alguna. Más bien, tienden a diferenciarse por el hecho 
de que eligen afrontar los problemas de escasa autoestima e 
inadecuado contacto con el sí-mismo y, de este modo, nos dan 
la oportunidad de aprender mucho sobre el estado psicológico 
de la población. 
Soy psicoterapeuta, y el contexto en donde escribo lo consti¬ 
tuye ese reducido campo cuando siempre son las tres de la 
mañana, en el que se dejan sentir los efectos prácticos de las 
teorías, las ideologías, el ambiente familiar y social, los siste¬ 
mas educacionales y las estructuras políticas: la experiencia 
privada del ser humano individual que lucha para crear una 
existencia significativa y satisfactoria. 
No obstante, contrariamente a la perspectiva convencional 
de la psicoterapia, que tiende a analizar los aspectos de esta 
lucha en términos de enfermedad o dolencia y a contemplar a 
los seres humanos como marionetas, más o menos indefensas, 
13 
manipuladas por fuerzas ajenas a su control, yo considero este 
empeño potencialmente heroico. Contiene todos los elementos 
del gran mito o el gran drama, desde el comienzo del trayecto 
a la autorrealización que implica liberarse de la fuerza gravi- 
tacional de la madre, el padre y la familia para acceder a las 
aventuras, crisis, ansiedades, ritos, victorias y derrotas que 
son parte del proceso de crecer, continuar hacia las cimas que 
hay que escalar, las profundidades que hay que explorar, los 
adversarios que hay que afrontar en el mundo y en la psique 
misma, además de la terrible y rigorizada incertidumbre con 
respecto al propio final de la historia, sentimiento intrínseco al 
drama desde el principio. 
En muchas ocasiones veremos cómo el reto de respetar el sí- 
mismo apela a las heroicas posibilidades de nuestra naturale¬ 
za: a la voluntad de pensar, de comprender, de permanecer 
leales a nuestro entendimiento, a luchar, a resistir, a perseve¬ 
rar y a conservar una actitud abierta hacia la vida, algunas 
veces frente al temor, la desesperación, la confusión y la 
soledad. 
Que los conceptos de respetar el sí-mismo y la autoestima 
están íntimamente relacionados resulta obvio incluso exami¬ 
nando las mismas palabras. La naturaleza de esta relación se 
analiza en la primera parte. En ella, me remito al rol de la 
autoestima en la vida humana, a las condiciones de las que 
depende una autoestima positiva y a las numerosas maneras 
en que se ve afectada nuestra vida por la naturaleza de la 
apreciación que tenemos de nosotros mismos. 
Casi todos los psicólogos reconocen que existe cierta relación 
entre el grado de autoestima que tiene una persona y el grado 
de bienestar mental de que goza, del mismo modo que existe 
cierta conexión entre el estado de la autoestima de una persona 
y su conducta en el trabajo y en las relaciones humanas. Sin 
embargo, resulta sorprendente lo poco que se ha explorado esta 
área; en cierta forma, se ha descuidado como campo de estudio. 
No puedo dejar de pensar que el tema tratado en este libro ha 
sido postergado durante largo tiempo, y una de mis esperanzas 
14 
es que estos capítulos sirvan de trampolín para que otros 
continúen la investigación. 
Escribí por primera vez sobre este tema en The Psychology 
of Self-Esteem y desarrollé algunos de los temas en The Disown- 
ed Self. Pero ya hace más de una década que se publicaron estos 
libros. El presente trabajo, basado en los estudios que realicé en 
los últimos trece años, constituye un nuevo análisis del rol de 
la autoestima en el desarrollo humano, así como un nuevo 
tratamiento de los temasdel sí-mismo y el mundo, el sí-mismo 
y la sociedad, el sí-mismo y el cosmos. Me he visto obligado a 
volver a algunas de las etapas superadas en los libros anterio¬ 
res. Me he permitido citar o parafrasear material de estos 
libros, sin llenar este trabajo de referencias o comillas innece¬ 
sarias. 
Analizo los dos temas, el respeto al sí-mismo y la autoesti¬ 
ma, desde otro ángulo en la segunda parte, donde trato el 
proceso por medio del cual un individuo puede evolucionar o no 
hacia una mayor autonomía e individuación. En esta sección, 
concentro la atención en el proceso de autorrealización desde 
un punto de vista predominantemente evolucionista a diferen¬ 
cia de la primera parte, en que nos detenemos a analizar, sobre 
todo, el aquí y ahora. En esta segunda parte también abordo el 
problema de la autoalienación. Analizo las formas en que el 
individuo que no llega a ser autónomo —autoalienado— puede 
acceder a una paulatina plenitud, redescubriendo y convirtien¬ 
do en armónicos aspectos del sí-mismo que estaban disociados. 
A lo largo del libro, en una variedad de formas y contextos, 
me ocuparé del proceso de cambio y de lo que nosotros mismos 
podemos hacer para que nos resulte más fácil acceder a niveles 
superiores de autoestima, autonomía y un sentido integrado 
del sí-mismo. 
Resumiendo, los objetivos de este trabajo consisten en: 
demostrar, de modo específico y concreto, lo que significa 
respetar el sí-mismo y mostrar la crucial importancia que esto 
tiene en la vida y en el bienestar humanos; examinar los tipos 
de conducta por medio de las cuales se respeta o traiciona el sí- 
mismo; promover una mejor comprensión del significado de la 
autoestima y su potencia como fuerza para determinar el curso 
15 
de nuestra existencia; explicar de qué depende el alcanzar una 
autoestima positiva; explorar los significados de autonomía e 
individuación y el camino hacia su realización; y mostrar la 
forma de salir del difundido problema de la autoalienación. 
16 
i1 
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. : . . V 
I. LA DINAMICA DE LA AUTOESTIMA 
ñ 
1 
La autoestima en la vida humana 
“El peor de los males que le puede suceder al hombre es que 
llegue a pensar mal de sí mismo”, escribió Goethe. Si bien es 
probable que su intención fuera desafiar ciertas creencias 
religiosas, su frase reconocía una profunda verdad acerca de la 
naturaleza humana. 
La barrera que representa el mayor obstáculo para los 
logros y el éxito no es la falta de talento o habilidad, sino, más 
bien, el hecho de que aquéllos, llegado a cierto punto, se vean 
excluidos del autoconcepto, la propia imagen de quiénes somos 
y qué es apropiado para nosotros. La mayor de las barreras 
para el amor es el secreto temor de no ser digno de ser amado. 
La peor barrera para la felicidad es la indescriptible sensación 
de que la felicidad no es el destino adecuado para nosotros. En 
esto, expresado en términos simples, reside la importancia de 
la autoestima. Así que debemos comenzar por comprender lo 
que significa autoestima. 
Lamentablemente, al igual que ocurre con muchas otras 
palabras en psicología, no existe una definición que cuente con 
el consenso general. Tampoco es correcto suponer que todos 
sabemos lo que quiere decir. Si le preguntáramos a alguien lo 
que significa autoestima, podríamos recibir las siguientes res¬ 
puestas: “Me siento competente, seguro de mí mismo”, o “Me 
gusto”, o “Quiere decir pensar que soy superior a otras perso¬ 
nas”. Las dos primeras respuestas no serían incorrectas, pero 
sí incompletas; la tercera sería absolutamente falsa. 
No todos los que no se sienten competentes en la realización 
de alguna tarea en particular, como pilotar un avión, diseñar 
un programa de ordenador o llevar adelante un negocio, sufren 
19 
necesariamente una impresión de baja autoestima. Pero una 
persona físicamente sana, que se sienta inadecuada para 
afrontar los desafíos normales de la vida, com o ganar su propio 
sustento, padece de escasa autoestima. Tampoco podemos 
afirmar que carezca de una adecuada autoestima el individuo 
que se siente desmerecedor de algún premio u honor especial, 
como el Premio Nobel o el reconocimiento universal, por haber 
grabado una sencilla canción romántica. En cambio, aquel que 
no se siente merecedor de felicidad, que no se siente digno de 
ninguna alegría o recompensa en la vida, sin duda tiene falta 
de autoestima. 
La autoestima es un concepto inherente a una sensación 
fundamental de eficacia y a un sentido fundamental de mérito, 
a la idoneidad y a la dignidad en principio. “Tengo confianza en 
mí mismo para hacer las elecciones y tomar las decisiones que 
guiarán mi vida” es muy diferente, en términos de autoestima, 
de “Me siento muy seguro para afrontar los problemas plantea¬ 
dos por la biología molecular”. “Me siento con derecho a hacer 
valer mis legítimos deseos y necesidades” es muy distinto a 
“Tengo derecho a recibir 10 millones de dólares”. 
Puede comprenderse mejor el concepto de elevada autoesti¬ 
ma como la suma integrada de confianza en sí mismo y respeto 
de sí mismo. La confianza en sí mismo es la conciencia que 
evalúa la eficacia de sus propias operaciones cuando está 
abocada a la tarea de comprender la realidad y desenvolverse 
en ella. ¿Soy competente para discernir? ¿Soy competente para 
elegir? ¿Para señalar el curso de mi vida? ¿Para satisfacer mis 
necesidades? El respeto de sí mismo es el sentimiento de mérito 
personal. ¿Es posible que sea feliz? ¿Que resulte digno de ser 
amado? ¿Que sea tratado con respeto? ¿Que a mis allegados les 
importen mis deseos y necesidades? 
En resumen, la autoestima es una evaluación de mi mente, 
mi conciencia y, en un sentido profundo, de mi persona. No se 
trata de una evaluación de determinados éxitos o fracasos, 
tampoco de determinados conocimientos o habilidades. Es 
decir, puedo estar muy seguro de mí mismo en el nivel funda¬ 
mental, y sin embargo sentirme inseguro de mis capacidades 
en situaciones sociales específicas. De la misma manera, puedo 
20 
desenvolverme bien en el trato social y, aun así, ser inseguro y 
dubitativo en mi interior. 
Más aun, puedo ser amado por todo el mundo y no amarme 
a mí mismo. Puedo ser mundialmente admirado y, sin embar¬ 
go, no admirarme. Pueden considerarme brillante, pero yo 
pensar que soy intelectualmente nulo. 
Puedo ser una persona de grandes éxitos y aun así sentirme 
un fracaso, por no haber cumplido mis propias expectativas. 
Según veremos más adelante al considerar los factores que 
enaltecen o disminuyen la autoestima, el hecho de cumplir las 
propias expectativas es una condición esencial para una alta 
autoestima. Resulta falsa la noción de que la autoestima es 
simplemente una función de cómo nos ven y evalúan los demás. 
En párrafos anteriores, he dicho que la autoestima positiva 
significa sentirse competente para vivir y merecer la felicidad,. 
o, para expresar lo mismo de un modo un tanto diferente, ser 
adecuado para la vida y sus exigencias y desafíos. Sería más 
preciso decir que la autoestima positiva consiste en la disposi¬ 
ción a sentir de este modo, ya que, como ocurre con cualquier 
otro sentimiento o estado, no se experimenta siempre con igual 
intensidad. La autoestima es un encauzamiento hacia el sí- 
mismo. Este representa el esencial fundamento de la concien¬ 
cia, fundamento de todas las experiencias particulares: el único 
concepto crucial que debe comprenderse sobre su función en la 
psicología humana. 
Sentirse competente para vivir significa tener confianza en 
el funcionamiento de la propia mentq. Sentirse merecedor de la 
vida qmere"3écir tener~un^ afirmativa hacia el propio 
derecha de vivir v ser feliz. . 
En contraposición, tener una baja autoestima es sentirse 
inapropiado para la vida, inadecuado, no acerca de un tema o 
conocimiento, sino inadecuado como persona., inadecuado en la 
propia existencia, y responder a los desafíos y alegrías de la 
vida con un sentimiento fundamental de incapacidady desme¬ 
recimiento. 
Por supuesto, podemos preferir j uzgarnos por criterios rela- 
21 
tivamente superficiales como el éxito o fracaso en determina¬ 
das tareas, o nuestra capacidad de obtener amor, admiración o 
aprobación, entre otras cosas. Pero» hacer esto ya significa tener 
la autoestima, como veremos al tratar la 
No obstante lo cual, las personas que más tendemos a 
admirar son, precisamente, aquellas que logran mantenerse 
leales a su propio punto de vista, a pesar de no contar con 
demasiado apoyo, ni con la comprensión o aprobación de los 
demás, debiendo afrontar la hostilidad y la oposición. Cuando 
vemos a personas poseedoras de una seguridad fundamental 
en sí mismas que permanece relativamente intacta ante las 
vicisitudes de la vida, percibimos la presencia de un mérito 
psicológico inusual; no siempre nos damos cuenta de que 
estamos frente a casos de alta autoestima^ 
En el mismo grado en que confiamos en la eficacia de 
nuestra mente, perseveramos al enfrentrarnos con desafíos 
difíciles o complejos, además de que, si reafirmamos y reforza¬ 
mos nuestra sensación de eficacia, tenemos más posibilidades 
de triunfar que de fracasar. La elevada autoestima busca el 
estímulo de objetivos difíciles. En tanto dudamos de la eficacia 
de nuestras mentes, dejamos de perseverar. De este modo, 
reafirmando la autoevaluación negativa, nos será más fácil 
fracasar que triunfar. Es típim dala baia autoestima buscar la 
seguridad de aquello conocido^ que carece de exigencias. 
'"“Consideremos eTcaso de dos personas que trabajan en la 
misma oficina. La primera intenta aprender todo lo concer¬ 
niente al trabajo para el cual ha sido contratada, en constante 
búsqueda de nuevos conocimientos y maneras más efectivas de 
realizar las tareas que se le han encomendado. La segunda se 
preocupa principalmente por no equivocarse para no llamar la 
atención con sus errores; por lo demás, opta por pasar desaper¬ 
cibida con el menor esfuerzo posible; para ella, un trabajo es un 
refugio, no una oportunidad. La primera no se sentirá descon¬ 
certada por el éxito; la segunda quizá confiese sentirse apabu¬ 
llada por su fracaso. 
Si gozamos de una buena autoestima, en vez de sentirnos 
amenazados por ese mismo rasgo en otras personas, sabremos 
un problema con 
22 
valorarlo. Las personas con baja autoestima terminan en 
compañía de las de su especie; el miedo e inseguridad compar¬ 
tidos reafirman la autoevaluación negativa. 
Del mismo modo, si nos sentimos dignos de ser amados y 
merecedores de respeto, trataremos bien a los demás y espera¬ 
remos que nos traten bien. Pero si nos sentimos indignos de 
amor y desmerecedores de respeto y nos tratan con desprecio, 
lo soportaremos y creeremos que es nuestro destino. 
La baja autoestima tiende a generar depresión y ansiedad. 
Si nos sentimos significativamente carentes de eficacia y valor, 
casi con seguridad sentiremos que la existencia es aterradora^ 
- 
e infructuosa. > 
Por otro lado, si bien una buena autoestima es sólo uno de 
los elementos necesarios para alcanzar la felicidad y no garan¬ 
tiza indefectiblemente la felicidad en sí misma, el hecho de 
tener un elevado nivel de confianza en sí mismo v respeto de sí 
mismo se encuentra íntimamente relacionado con la capacidad 
de disfrutar de la vida y hallar fuentes^dfe^satisfacíáón en 
nuestra existencia. 
La alta autoestima representa una poderosa fuerza al 
servicio de la vida.1* 
Es necesario distinguir el concepto de autoestima positiva 
del de orgullo, ya que a menudo se confunden. La autoestima, 
como hemos visto, atañe a la convicción interior de nuestra 
eficacia y valor fundamentales. El orgullo tiene que ver con el 
placer más explícitamente consciente que nos producen los 
logros o acciones específicas que alcanzamos. La autoestima 
positiva está representada por el “puedo*; el orgullo, por el 
“tengo*. Y el orgullo más profimdo que podemos sentir es el que 
proviene de la ^dquisñ^^ trata de un 
valor que no sótdTíardeCga^ 
El orgullo es una ^periencia emcKiioiial positivA, al igual 
que la autoestima. No es un vicio que hay que superar, sino una 
1*. Podrá encontrarse un excelente compendio de algunas de las investi¬ 
gaciones más significativas sobre el modo en que nuestra autoestima afecta 
nuestras relaciones interpersonales en D. E. Hamachek, Encounters with 
Others: Interpersonal Relationships and You. 
23 
virtud que se debe adquirir: una forma de respetar el sí-mismo. 
Sin embargo, si coincidimos con la tendencia que considera a 
los seres humanos indignos por naturaleza (por ejemplo, si 
pensamos en la humanidad en términos de “infelices pecadores 
iguales a los ojos de Dios”), por supuesto, hablaremos del 
“pecado del orgullo” y advertiremos que “el orgullo conduce a la 
perdición”. Pero ésta es una perspectiva que no comparto; en 
realidad, me parece malintencionada y ajena a la vida misma. 
¿Se puede tener un nivel de autoestima exagerado? No, si 
entendemos que estamos hablando de auténtica autoestima, 
una experiencia orgánica genuina, y no de una falsa y desme¬ 
dida autovaloración que tiene como finalidad ocultar una 
deficiencia. 
A nadie se le ocurriría preguntar: “¿Se puede disfrutar de 
buena salud con exageración?” La salud es algo que deseamos 
sin limitaciones. Lo mismo ocurre con la autoestima. 
La genuina autoestima no es competitiva ni comparativa. 
Tampoco se expresa la genuina autoestima a través de la 
autoveneración a expensas de los demás, ni de la intención de 
llegar a ser superior a los demás o de despreciar a otros para 
exaltarse uno mismo. La arrogancia, la petulancia y la sobre¬ 
estimación de nuestras habilidades, lejos de reflejar un elevado 
nivel de autoestima, como suele imaginarse, muestran una 
autoestima inadecuada. 
En los seres humanos, el hecho de alegrarse con la mera 
existencia representa la esencia de una autoestima saludable. 
. _ 1 "■*"•'■ - ■ - ..t 
Se trata ae un estado en el que no se está en conflicto ni con el 
sí-mismo ni con elA)rójimo>> 
_, mOL****** 
Cuando conocemos a una persona, una de las primeras 
impresiones o juicios que solemos formamos tiene que ver con 
la propia valoración de esa persona, aunque generalmente no 
nos damos cuenta de ello. No siempre estamos en lo cierto, por 
supuesto, y muchas veces reconsideramos nuestra opinión 
cuando llegamos a conocerla mejor. Pero, desde el principio, 
casi como los animales, intuimos el nivel de bienestar y confor¬ 
midad con el sí-mismo de quienes nos rodean, el nivel de 
24 
confianza en sí mismo y respeto de sí mismo de nuestro prójimo. 
La forma en que respondemos no sólo depende del nivel de 
autoestima de la otra persona, sino del nuestro propio. 
Debido a que este proceso de evaluación suele ser subcons¬ 
ciente, al menos en gran medida, incluso para los psicoterapeu- 
tas, me sentí impulsado por el desafío de enunciar siquiera 
parte de los criterios evidentes por los que juzgo a una persona 
cuando no conozco los detalles íntimos de su vida. 
Deseoso de comparar mis criterios con los de otros profesio¬ 
nales, solicité respuestas de psicólogos pertenecientes a un 
espectro intelectual bastante amplio: desde psicólogos trans- 
personales a psicólogos humanísticos, psicoanalistas, clínicos 
con orientación hacia la terapia del comportamiento. Descubrí 
una gran coincidencia, si bien cada individuo, inevitablemente, 
enfatizó diferentes rasgos o características. 
La lista que ofrezco a continuación describe una serie de 
comportamientos que suelen identificarse fácilmente y son 
propios de la autoestima positiva. 
1. El rostro, modalidad, forma de hablar y de moverse de 
un individuo proyectan la felicidad de estar vivo, una 
simple fascinación por el hecho de ser. 
2. El individuo es capaz de hablar de logros o traspiés de 
forma directa y honesta. 
3. El individuo se siente cómodo al ofrecer o recibir hala¬ 
gos, expresiones de afecto, aprecio y demostraciones 
similares. 
4. El individuo está abierto a la crítica y notiene problema 
a la hora de reconocer los errores. 
5. Las palabras y movimientos del individuo evidencian 
tranquilidad y espontaneidad. 
6. Existe armonía entre lo que el individuo dice y hace y su 
apariencia, modo de hablar y de moverse. 
7. El individuo exhibe una actitud de apertura y curiosi¬ 
dad frente a nuevas ideas, experiencias y posibilidades 
de la vida. 
25 
8. El individuo es capaz de ver y disfrutar de los aspectos 
humorísticos de la vida, en sí mismo y en los demás. 
9. El individuo proyecta una actitud de flexibilidad al re¬ 
accionar ante situaciones y desafíos, un espíritu de 
inventiva y hasta de diversión. 
10. El individuo muestra un comportamiento asertivo (no 
beligerante). 
11. El individuo conserva una actitud de armonía y digni¬ 
dad incluso en condiciones de estrés. 
Por supuesto, esta lista no pretende ser exhaustiva y no 
todas las personas que tienen una elevada autoestima exhiben 
cada uno de estos rasgos en el mismo grado; no obstante, 
podemos afirmar que la lista refleja algunos de los indicadores 
esenciales por medio de los cuales es posible evaluar cómo se 
siente un individuo consigo mismo. 
Reaccionamos a la suma total de lo que presenta una 
persona. Por ejemplo, alguien de postura relajada y bien 
equilibrada, pero de mirada dura y permanentemente fija, nos 
habla de una historia conflictiva. Nunca un rasgo o caracterís¬ 
tica por sí solo, juzgado fuera de contexto, resulta concluyente. 
Para completar lo expresado anteriormente, existen indica¬ 
dores específicamente físicos del nivel de autoestima de una 
persona (sujetos a las mismas aclaraciones hechas en el párrafo 
anterior con respecto a los indicadores psicológicos).2* Estos 
son: 
1. Ojos despiertos, brillantes, vivaces. 
2. Rostro relajado que exhibe un color natural y una piel 
tersa (salvo casos de enfermedad). 
3. Mentón erguido de manera natural y en armonía con el 
cuerpo. 
2*. Esta lista de indicadores físicos ha sido adaptada de una que me envió 
George Leonard y que prepararon dos colegas suyos, Joel y Susan Kirsch. La 
mayoría de los profesionales con quienes hablé mencionó alguno de los 
indicadores físicos de esta lista. Joel y Susan Kirsch los mencionaron todos. 
26 
4. Mandíbula relajada. 
5. Hombros relajados y erguidos. 
6. Manos relajadas, agraciadas y tranquilas. 
7. Brazos que cuelgan de modo relajado y natural. 
8. Postura relajada, erguida, bien equilibrada. 
9. Andar resuelto (sin ser agresivo ni altivo). 
10. Yoz 171 odulada con intensidad adecuada a la situación y 
pronunciación clara. 
Vemos que el tema de la relajación se repite una y otra vez. 
Esta actitud implica que el individuo no se oculta, ni está en 
conflicto con su interlocutor, mientras que la tensión crónica 
lleva en sí un mensaje de cierta forma de división interna, de 
autonegación o autocondena, cierto aspecto del sí-mismo re¬ 
chazado o muy conflictivo. 
La voz humaría suele ser un indicador profundamente elo¬ 
cuente del nivel de autoestima de un individuo. Las personas 
que tienen una alta autoestima están dispuestas a hacerse 
responsables de lo que dicen; por lo tanto, desean ser oídas, por 
lo que tienden a hablar con claridad^ no innecesariamente en 
voz altacTcIelina mañera agresiva Su modo de hablar resulta 
apropiado. 
Comprender la importancia de la autoestima en la vida 
humana es más fácil que comprender la esencia de ésta. ¿En 
primer lugar, por qué surge la necesidad de tener autoestima? 
Los animales inferiores al ser humano no tienen esta necesi¬ 
dad. ¿Por qué no ocurre lo mismo con nosotros? ¿Qué elementos 
distintivos de nuestra naturaleza dan origen a esta necesidad? 
¿Por qué debemos juzgamos? 
No podremos comprender totalmente el significado de la 
autoestima hasta haber resuelto estos interrogantes. No es 
posible apreciar el criterio según el cual ha de evaluarse la 
autoestima —ni el proceso por el que la creamos o reconstrui¬ 
mos—hasta comprender las raíces de la necesidad, las razones 
que dan lugar a que ésta exista. 
27 
Las razones distan de resultarnos evidentes y, sin embargo, 
en toda la literatura psicológica, ni siquiera he encontrado 
referencias al problema. 
Este es el tema que pasaremos a tratar. 
28 
2 
La necesidad de tener autoestima 
El nivel específico de desarrollo evolutivo que tenemos como 
seres humanos hace que el proceso de autoevaluación sea 
inevitable y de suma importancia para nosotros. De este 
proceso, necesitamos emerger con autoestima positiva. Debido 
a que se ve involucrado el pensamiento y a que éste representa 
un acto de elección, el hecho de lograr una autoestima positiva 
suele convertirse en una batalla de proporciones heroicas. 
En este capítulo justificaré el concepto de lo heroico, así 
como también el concepto de autoestima, explorando nuestra 
habilidad para pensar, nuestra voluntad de hacerlo y las 
consecuencias para nuestra existencia. 
Para todo organismo que la posee, la conciencia es el medio 
de supervivencia básico: la capacidad de tener conciencia del 
medio en cierta forma y en cierto nivel, y de actuar apropiada¬ 
mente. Utilizo el término conciencia en su significado primario: 
el estado de ser consciente de cierto aspecto de la realidad. 
Como toda especie que posee capacidad de tomar conciencia, 
dependemos para la supervivencia de la guía de una forma 
distintiva de conciencia que nos pertenece: nuestra facultad 
conceptual. Para aprender a cultivar alimentos, para construir 
uíi puente, comprender las posibilidades curativas de una 
droga, dirigir un experimento científico, o para comprender las 
enseñanzas de un sabio, siempre necesitamos de un proceso del 
pensamiento. 
Responder adecuadamente a las quejas de un hijo o un 
cónyuge, reconocer que existe una disparidad entre nuestro 
comportamiento y los sentimientos qiié~pfolesamos, aprender 
29 
a sobrellevar el_ dolor y la ira en busca de alivio y no de 
destrucción, siempre requiere un proceso del pensamiento. 
Incluso el hecho de saber abandonar a tiempo los esfuerzos 
conscientes en la resolución de problemas para pasar la tarea 
al subconsciente, de saber interrumpir a tiempo el pensamien¬ 
to consciente, requiere un proceso del pensamiento. 
El problema y el desafío residen en que no estamos progra¬ 
mados para pensar automáticamente, por la simple razón de 
que el pensamiento es una necesidad de toda existencia satis¬ 
factoria. Esto nos lleva al tema principal: la elección de pensar. 
Como expresé anteriormente, utilizar la conciencia de un 
modo adecuado en una situación dada no es ni “instintivo”, ni 
automático. No estamos programados para elegir siempre 
tomar conciencia en vez de ignorar, el conocimiento en lugar de 
la ignorancia, los hechos y no las ilusiones, la verdad en vez de 
la falsedad. El diseño de nuestra naturaleza contiene una 
opción extraordinaria: la de buscar o evitar tomar conciencia, 
buscar o eludir la verdad, concentrar o no nuestra mente. En 
otras palabras, tenemos la opción de modificar los medios que 
están a nuestro alcance para sobrevivir y alcanzar bienestar. 
En este nivel radica la esencia del dilema de respetar el sí- 
mismo: ¿Debemos aferramos a la conciencia o escapar de ella? 
¿Debemos ejercer la responsabilidad de la conciencia o fingir 
que no existe tal responsabilidad? 
En cierto sentido, esta libertad no se adecúa al resto del 
mundo biológico, en el que todo parece suceder de acuerdo con 
patrones y ritmos automáticos. En los seres humanos, tanto la 
vida como la conciencia alcanzan su forma más evolucionada. 
Más allá del modo sensorioperceptual en que la conciencia del 
mundo externo regula el comportamiento —el comportamiento 
humano asciende al modo conceptual, al nivel de las abstraccio¬ 
nes, los principios, el razonamiento explícito, el discurso propo- 
sicional y la conciencia de sí mismo—. 
Hemos llegado al centro de la cuestión: el nivel auto^ ins¬ 
ciente de regulación del organismo. En el nivel de conciencia 
sensorioperceptual que los seres humanoscomparten con los 
animales, la toma de conciencia es el objetivo controlador y 
30 
regulador de un proceso integrador automático, programado 
por la naturaleza. Pero en los niveles superiores de la concien¬ 
cia, en el plano conceptual, la ejercitación de la mente es 
volitiva, lo que significa que es nuestra responsabilidad. 
Activamos y dirigimos el proceso fijando el objetivo —toma 
de conciencia— y ese objetivo actúa como regulador e integra¬ 
dor de nuestra actividad mental (gran parte de lo cual sucede 
—de más está decirlo— en el nivel subconsciente). 
Por ejemplo, me despierto por la mañana, me dirijo a mi 
escritorio y me encuentro frente a un montón de papeles, notas, 
materiales de investigación. Tomo asiento, apenas consciente 
de que mi mente dista mucho de estar concentrada. Echo una 
mirada al trabajo y pienso para mis adentros: "Empecemos”. 
En otras palabras, establezco el objetivo en el que me concen¬ 
traré diciéndome, en efecto: “A trabajar. Veamos en qué estᬠ
bamos, recreemos el contexto, evaluemos lo que exige la situa¬ 
ción y procedamos”. Activo el estado mental apropiado. 
Como ya me extendí sobre este tema en The Psychology of 
Self-Esteem, no es necesario repetir todos los detalles en este 
trabajo. Prefiero limitarme a hacer algunas especificaciones y 
aclaraciones. 
En aquel libro di a entender que la elección de tomar 
conciencia significa la elección de una forma de conciencia muy 
concentrada. De hecho, algunas veces nuestra elección repre¬ 
senta una forma más difusa de tomar conciencia, pero si la 
intención se acerca más a tomar contacto con la realidad que a 
evadirse de ella, describo también este estado de la mente como 
de concentración 
Estar con la mente concentrada no significa emplear cada 
momento de nuestra vigilia en la tarea de resolución de proble- 
1* Los psicólogos junguianos utilizan el concepto de conciencia concentra¬ 
da en un sentido mucho más estrecho que yo y lo identifican con el modo de 
cognición masculino, en contraposición a la conciencia difusa, que identifican 
con el femenino. Deseo aclarar que no es éste el contexto del que parto en este 
libro. Cuando hablo de la elección de concentrarse o no, me refiero a la 
búsqueda de alguna manera de expansión de la conciencia, o a la decisión de 
dejar que la conciencia permanezca en niveles inadecuadamente bajos de 
intensidad y claridad. 
31 
mas. Podemos elegir meditar, por ejemplo, vaciando nuestra 
mente de todo pensamiento para abrirnos a nuevas posibilida¬ 
des de relajación, rejuvenecimiento, creatividad, introspección 
o alguna forma de trascendencia. Puede resultar una actividad 
mental totalmente apropiada; incluso muy deseable en ciertos 
contextos. Existen, además, otras alternativas para la resolu¬ 
ción de problemas, tales como la ilusión creativa o el abandono 
a sensaciones eróticas. En materia de funcionamiento mental, 
el contexto determina la calidad de apropiado. 
La posibilidad de elección en esta área es lo que genera la 
necesidad de autoestima. Y los tipos de elecciones que hacemos 
deternünan la clase de autoestima que poseemos. 
Podemos elegir no sólo evitar el esfuerzo de proponernos 
tomar conciencia en general, sino también evitar líneas espe- 
cíficas del pensamiento que nos desconciertan o lastiman. Si 
percibimos en nuestros amigos, cónyuge o en nosotros mismos, 
cualidades contrarias a nuestros estereotipos,, podemos optar 
por dejar nuestra mente en blanco o enfocar su atención 
rápidamente hacia otro asunto, negándonos a identificar el 
significado o implicaciones de lo observado. Si en medio de una 
discusión, sospechamos, siquiera vagamente, que nos estamos 
dejando llevar por sentimientos no analizados y que mantene¬ 
mos determinada posición por razones ajenas a las que soste¬ 
nemos, razones imposibles de defender frente a un examen 
minucioso, podemos negamos a detenemos en este conoci¬ 
miento, negarnos a integrarlo; podemos dejarlo de lado y 
continuar gritando con justa indignación. Aun comprendiendo 
que el curso de acción tomado se opone radicalmente a la razón, 
podemos esgrimir en silencio: “¿Acaso alguien es dueño de la 
verdad?”, y continuar nuestro camino. 
En estos casos, es posible que estemos haciendo algo más 
qué soslayadla responsabilidad de convertir la toma de con- 
ciencia en nuestro objetivo. Quizás estemos buscando activa¬ 
mente la inconscienci a como meta, o practicando la evasión en 
un contexto en el que, sin lugar a dudas, se necesita tomar 
conciencia. 
Algunas veces, nos evadimos de tomar conciencia mediante 
el expediente de no traducir nuestro pensamiento y conocí- 
32 
miento en acciones, como queriendo decir que en tanto y en 
cuanto “pensemos”, no necesitamos hacer nada: una perspecti¬ 
va imposible de defender con un razonamiento claro. 
Por ejemplo, una mujer se da cuenta de que ha sido injusta 
y cruel con su hija en alguna cuestión. Sabe que le ha causado 
dolor y perplejidad. La mujer analiza su propio comportamien¬ 
to —sus razones y la necesidad de comportarse de un modo 
diferente en el futuro—, pero no hace nada. Es apenas conscien¬ 
te de que no le resulta fácil admitir que se equivocó. “Estoy 
pensando en ello”, se repite una y otra vez. No menciona a su 
hija aquello de lo que es consciente, ni le dice lo que siente: finge 
que la situación entre ambas es normal. No se enfrenta con su 
hija, ni se enfrenta con su propia resistencia al enfrentamiento^ 
sigue esgrimiendo que “continúa pensando”. 
Dado que la ^eyasióri resulta muy importante en lo que 
respecta a la autoestima^ quiero acentuar que es específica¬ 
mente en situaciones en las que se eyita^ tomar^Qnciencia, 
donde percibimos que somos capaces de tomar una mayor 
conciencia v nos negamos a alcanzarla. Si no elegimos pensar 
sobre algún tema que carece de importancia para nuestros 
intereses, necesidades o contexto, no practicamos la evasión. Si 
no pensamos acerca de algún asunto debido a que no sabemos 
cómo empezar o hacia adonde dirigimos, o si no pensamos 
sobre algún tema porque estamos convencidos de que nuestro 
esfuerzo será inútil, es posible que no practiquemos la evasión. 
La elección de pensar resulta verdaderamente heroica en 
aJgjjuaosjcaaQ^ Por ejemplo, ¿qué sucede si elggimos pensar j 
nos topamos con hechos que nos desconciertan? ¿Qué pasa si 
elegimos pensar y nuestro pensamiento nos lleva a conclusio¬ 
nes que amenazan con romper la rutina de nuestras vidas? ¿Y 
si elegimos pensar y nuestras conclusiones nos alejan del curso 
de las creencias de nuestro prójimo? ¿Qué sucede si como con¬ 
secuencia de elegir pensar comenzamos a observar rasgos y 
características de nosotros mismos, que no admiramos? ¿Si 
elegimos pensar y vemos lo que no queremos ver... o lo que otros 
no desean ver? 
Abundan las tentaciones para evitar pensar. Sin embargo, 
esto no invalida el hecho de que pensar constituye nuestro 
33 
medio de supervivencia básico y que debemos 
Tenemos libertad de decisión. 
pensar. 
Si bien la doctrina del determinismo psicológico —que niega 
la libre decisión— tuvo larga y fuerte repercusión en la psico¬ 
logía, nunca contó con firmes fundamentos científicos o filosó¬ 
ficos. Se apoya en una serie de conceptos erróneos, falsas 
conclusiones y contradicciones que analizo en The Psychology 
of Self-Esteem. 
El determinismo psicológico niega la existencia de cual¬ 
quier elemento de libertad o voluntad en la conciencia humana. 
Sostiene que, respecto de nuestras acciones, decisiones, valores 
y conclusiones, somos, en última instancia y esencialmente, 
pasivos; que nos limitamos a reaccionar a presiones internas y 
externas; que estas presiones determinan el curso de nuestras 
acciones y el contenido de nuestras convicciones, del mismo 
modo en que las fuerzas físicas determinan el curso de cada 
partícula de polvo del universo. 
Al margen de otras objeciones que puedan argumentarse, el 
determinismo contiene una contradicción central e insupera¬ 
ble, una contradicción implícitaen cualquier variedad de 
determinismo, sean las fuerzas determinantes alegadas físi¬ 
cas, psicológicas, ambientales o divinas. El punto de vista 
determinista sostiene que, independientemente de que el indi¬ 
viduo piense o no, tome o no conocimiento de los hechos de la 
realidad, dé mayor importancia a los hechos que a los senti¬ 
mientos o a los sentimientos que a los hechos, todo viene 
determinado por fuerzas que exceden a su control; en cualquier 
momento o situación dados* el método de funcionamiento 
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mental del individuo es el producto inevitable de una intermi- 
nable cadena de factores precedentes.. 
No somos ni omniscientes7ni infalibles. Debemos esforzar- 
♦ 
nos para obtener nuestro conocimiento. La mera presencia.de 
una idea en nuestra mente no prueba que sea verdadera: 
muchas ideas falsas pueden ingresar en nuestra conciencia. 
Pero si creemos lo que tenemos que creer, si no somos libres de 
verificar nuestras creencias comparándolas con la realidad 
34 
para constatar!^ o rechazarlas^-—en otras palabras, si las 
acciones y contenido de nuestra mente están determinados por 
factores que pueden o no guardar relación con la razón, la lógica 
y la realidad;—, jamás sabremos si nuestras conclusiones son 
verdaderas o falsas. 
El conocimiento consiste en la correcta identificación de los 
hechos y, a fin de saber a ciencia cierta que los contenidos de 
nuestra mente constituyen conocimientos, a fin de asegurarnos 
de que hemos identificado los hechos correctamente, necesita¬ 
mos un medio de constatar nuestras conclusiones SQiLresp>e.ctaa 
alareajidacLy de verificar que no existan contradicciones. Este 
medio lo constituye el proceso del razonamiento»; es así como 
corroboramos nuestras conclusiones. Pero esta gratificación, 
resulta_posihle sólo si nuestra capacidad para juzgar es libra, o 
sea, incondicional. 
La libre voluntad —en el sentido más amplio del término— 
consiste en la doctrina de que los seres humanos son capaces de 
llevar a cabo acciones que no están determinadas por fuerzas 
ajenas a su control, de que somos capaces de realizar elecciones 
que no necesitan responder a factores precedentes. El concepto 
específico de libre voluntad desarrollado en este libro difiere de 
otras teorías en el sentido de que sitúa nuestra libertad espe¬ 
cíficamente en la elección de desear o evitar tomar con¬ 
ciencia.2* 
La libertad no significa ausencia de causas; debemos tener 
presente este punto. Una elección volitiva no carece de causas. 
Viene provocada por la persona que efectúa la elección, y la 
elección implica una gran cantidad de aspectos: 
2* Se acerca más al concepto de volición propuesto por Ayn Rand, pero 
difiere del suyo en que Rand identifica la elección de concentrarse exclusiva¬ 
mente con la elección de pensar, de emprender un proceso de razonamiento 
explícito, mientras que —según lo explicado anteriormente— mi propio 
enfoque de la elección de concentrarse es bastante más amplio; Atlas Shrug- 
ged, Nueva York, Random House, 1957 (trad. cast.: La rebelión de Atlas, 
Barcelona, Luis de Caralt, 41973); The Virtue of Selfishness, Nueva York, 
NAÍVSignet, 1964 (trad. cast. en: Obras completas, Barcelona, Luis de Caralt, 
21971). 
35 
— Concentración en contraposición a falta de concentra¬ 
ción. 
— Reflexión en contraposición a la falta de reflexión. 
— Toma de conciencia en contraposición a la falta de toma 
de conciencia. 
— Claridad en contraposición a oscuridad o vaguedad. 
— Respeto por la realidad en contraposición a evitación de 
la realidad. 
—Respeto por los hechos en contraposición a negación de los 
hechos. 
— Respeto por la verdad en contraposición a rechazo de la 
verdad. 
— Perseverancia en intentar comprender en contraposición 
a abandono del intento de comprender. 
— Lealtad hacia las convicciones profesadas en las acciones 
en contraposición a deslealtad (lo que representa el as¬ 
pecto de integridad). 
— Honestidad para con el sí-mismo en contraposición a 
deshonestidad. 
— Enfrentamiento con el sí-mismo en contraposición a evi¬ 
tación del sí-mismo. 
— Receptividad hacia los nuevos conocimientos en contra¬ 
posición a estrechez mental. 
—-Buena disposición para ver y corregir los errores en 
contraposición a perseverancia en el error. 
— Interés por la congruencia en contraposición a despreocu¬ 
pación por las contradicciones. 
—- Razón en contraposición a irracionalidad; respeto por la 
lógica, la consistencia, la coherencia y la evidencia en 
contraposición al desinterés. 
Desde el momento en que el niño adquiere la capacidad del 
funcionamiento conceptual y la conciencia de sí mismo, va 
tomando conciencia —de manera implícita, no verbal— de 
cierta responsabilidad por la regulación de la actividad mental. 
La lista mencionada cubre todos los aspectos concernientes a 
esta regulación. 
36 
Si bien la concentración no es sinónimo de razonamiento, 
vemos la importancia que tiene el rol de la razón y la raciona¬ 
lidad. La razón es la facultad y el proceso por medio de los 
cuales los seres humanos integran los datos dados o presentes 
en la conciencia, de acuerdo con la ley de la no contradicción. 
Según esta definición, la libre voluntad se vincula con la 
elección de ser racional o irracional, lo que, en definitiva, 
significa la elección de respetar la realidad o desafiarla. 
Nuestra libertad, sin embargo, no es ni absoluta ni ilimita¬ 
da. Existen muchos factores que pueden facilitar o dificultar el 
ejercicio apropiado de nuestra conciencia. Algunos de estos 
factores pueden ser genéticos, biológicos. Otros están relacio¬ 
nados con el desarrollo. El medio puede apoyar y alentar la 
sana afirmación de la conciencia, pero también puede entorpe¬ 
cerla y socavarla. Consideraremos el rol del medio ambiente 
más adelante. 
Dentro de la misma mente, pueden existir obstrucciones del 
pensamiento. Es posible que las defensas y bloqueos subcons¬ 
cientes nos hagan olvidar incluso la necesidad de pensar sobre 
un tema en particular. La conciencia es un continuo; existe en 
muchos niveles. Y los problemas irresueltos en un nivel pueden 
trastornar las operaciones en otro. Por ejemplo, si bloqueo los 
sentimientos relacionados con mis padres —si interrumpo el 
acceso a estos sentimientos a través de la negación, el despren¬ 
dimiento, la represión— y luego trato de pensar sobre nuestra 
relación, me habré desconectado de tanto material pertinente 
que muy bien puedo llegar a sentirme confundido y desalenta¬ 
do y darme por vencido. 
En pocas palabras, el deseo de ser más consciente no 
garantiza que ios resultados de nuestros esfuerzos sean positi¬ 
vos. Somos libres de probar; jamás existe garantía de éxito. Si 
tuviéramos esta garantía, menos personas evitarían la respon¬ 
sabilidad de pensar. La incertidumbre es intrínseca a la propia 
esencia de nuestra existencia y es esta incertidumbre y libertad 
lo que crea la necesidad de la autoestima. 
La autoestima, según vimos, consiste en la suma integrada 
37 
de confianza en sí mismo y respeto de sí mismo. La necesidad 
de autoestima que tenemos es la necesidad de saber que las 
elecciones que efectuamos se adecúan a la realidad, a nuestra 
vida y bienestar. Se trata de la necesidad que sentimos de saber 
que nos hemos vuelto competentes para vivir. Dado que la 
realidad nos enfrenta continuamente con alternativas, que 
debemos elegir nuestras metas y acciones, que nos vemos 
constantemente obligados a tomar decisiones con respecto a 
nuestras interacciones con el medio, nuestro sentido de la 
eficacia y seguridad necesita la convicción de que nuestro 
método de elegir y tomar decisiones es el correcto; que la 
manera característica que tenemos de usar nuestra conciencia 
es la correcta; que estamos en lo cierto en principio, que nos 
ajustamos a la realidad. 
ha. con fianza en sí mismo es la seguridad en la fiabilidad de 
nuestra mente como herramienta de cognición.La confianza en 
sí mismo no es la convicción de que nunca podemos equivocar¬ 
nos, sino la convicción de que somos capaces de pensar, de 
juzgar, de saber (y de corregir nuestros errores), de que esta¬ 
mos genuinamente comprometidos en percibir y respetar la re¬ 
alidad al máximo de nuestra fuerza volitiva. Dudar de la 
eficacia de nuestro principal medio de supervivencia significa 
paralizarse (en distintos grados) en la realización de los esfuer¬ 
zos para afrontar los desafíos de la vida, entregándose de este 
modo a sentimientos de ansiedad e inevitabilidad. v condenán¬ 
dose, por lo tanto, a experimentar sentimientos de ineptitud 
a la necesidad del respeto de nosotros mismos, a 
medida que maduramos, a medida que vamos tomando con¬ 
ciencia de nuestro poder para elegir las acciones que realiza¬ 
mos, que adquirimos el sentido de ser personas, experimenta¬ 
mos la necesidad de sentir que somos adecuados como perso¬ 
nas, adecuados en nuestra manera característica de actuar, en 
una palabra, que somos aptos. Aprendemos el concepto de los 
adultos; pero la necesidad es inherente a nuestra naturaleza. 
Es posible que un niño no reconozca la relación entre el hecho 
de ser adecuado o apto y el concepto de vida o muerte; el niño 
puede tener conciencia de esto sólo en relación con las altema- 
En cuanto 
38 
tivas representadas por el placer o el sufrimiento, el autodelei- 
te o la autocondena. Ser adecuado como persona significa sen. 
apto para la felicidad:, lo contrario, estar egiúvocadQ-Como 
persona, es estar amenazado por el dolor. Ser valioso como 
persona quiere decir ser digno de alegría; la falta de valor como 
persona implica ser indigno de placer. 
Inherentes a nuestra existencia como seres humanos, en¬ 
contramos preguntas como: ¿En qué clase de entidad intento 
transformarme? ¿Qué principios han de guiar mi vida? ¿Qué 
valores vale la pena perseguir? Defino estos interrogantes 
como “inherentes a nuestra naturaleza”, porque la preocupa¬ 
ción por lo correcto e incorrecto no es sólo el producto del 
condicionamiento social, algo de lo cual trataron de convencer¬ 
nos los conductistas. En las primeras etapas de nuestro desa¬ 
rrollo surge de manera natural cierta inquietud por la morali¬ 
dad o la ética —del mismo modo en que evolucionan nuestras 
demás capacidades intelectuales— y ésta progresa al paso del 
ritmo normal de nuestra maduración.41,60 
No podemos librarnos de la vigencia de valores y juicios de 
valores. Independientemente de que los valores con respecto a 
los cuales nos juzgamos sean conscientes o subconscientes, 
racionales o irracionales, consistentes o contradictorios, positi¬ 
vos para la vida o amenazadores, cada uno de nosotros se juzga 
de acuerdo con alguna norma. Y en la medida en que dejamos 
de satisfacer esa norma, se ve erosionado el respeto que 
sentimos hacia nosotros mismos. 
Pertenecemos a la única especie capaz de discernir lo que 
más nos conviene hacer, para luego terminar haciendo lo 
contrario. Somos la única especie libre de ignorar nuestro 
propio conocimiento o de traicionar sus propios valores. El 
concepto de hipocresía no puede aplicarse a animales inferio¬ 
res, como tampoco la virtud de la integridad. Para llegar a 
comprender la necesidad que tenemos de experimentar el valor 
personal, es esencial que comprendamos este punto. 
Como veremos más adelante, los padres y el medio familiar 
desempeñan un rol significativo en el desarrollo de los valores, 
autoconcepto y autoestima del niño. Y si bien es falso sostener 
que la autoestima de un niño es sólo un reflejo de las aprecia- 
39 
ciones recibidas de los demás, no quiero negar que dichas 
apreciaciones constituyen una parte importante de la expe¬ 
riencia vital del niño, con diversas consecuencias para su 
psicología.2i82 
Todo ser humano necesita el respeto de sí mismo, necesita 
experimentar su valor como persona tanto como la seguridad 
en sí mismo. Debemos actuar para lograr nuestras metas y, 
para actuar, debemos valorarnos como beneficiarios de nues¬ 
tras acciones. Para luchar por nuestra felicidad, debemos 
considerarnos merecedores de felicidad. Si el sentido de mere¬ 
cimiento no está presente, fracasaremos en los actos de autoa- 
firmación que requiere nuestro bienestar. En áreas cruciales 
de la vida nos veremos entorpecidos o paralizados (en diferen¬ 
tes grados), condenados a sentimientos de inadecuación para la 
vida. 
Llegamos a sentimos dignos de vivir haciéndonos competen¬ 
tes para la vida. Si esquivamos la responsabilidad de la refle¬ 
xión y la razón, si damos la espalda a la realidad y a los hechos, 
socavando nuestra capacidad para vivir, no rescataremos el 
sentido de valoración. Si traicionamos nuestra integridad y 
nuestras convicciones morales, si no respetamos nuestras 
propias normas —minando nuestro sentido de la valora¬ 
ción—, lo hacemos por evasión. Negándonos a ver lo que vemos 
y a saber lo que sabemos, cometemos traición a nuestro propio 
juicio (sea correcto o equivocado) y no logramos rescatar el 
sentido de la propia capacidad. 
Este juicio transmitido a nuestro comportamiento mental 
generalmente se vive como una afirmación de nuestra “esen¬ 
cia”. El comportamiento en este nivel de intimidad se vive como 
“quién soy”, como algo casi inseparable del sentido del sí-mismo 
de un individuo. Mientras que resulta relativamente fácil 
percibir el comportamiento externo como una expresión del sí- 
mismo aunque no idéntico al sí-mismo, el comportamiento 
interno —elecciones y operaciones mentales— normalmente es 
intrínseco a la propia experiencia. 
Sin embargo, podemos anular—y, de hecho, lo hacemos— la 
correspondencia entre el sí-mismo y determinadas elecciones y 
operaciones cuando decimos, por ejemplo: “Lamento haber 
40 
elegido ser tan irresponsable en este asunto y estoy decidido a 
actuar de otra manera en el futuro”. 
Continuamente, el sí-mismo evoluciona, va modelándose y 
afecta el modo en que se vive, a través del constante flujo de 
elecciones y decisiones que toma en el transcurso de la vida. Es 
esto lo que hace posible el cambio y el desarrollo. No estamos 
obligados a permanecer prisioneros de los errores del pasado o 
de los incumplimientos de la responsabilidad de una conciencia 
adecuada. 
No caben dudas de que nuestras elecciones tienen conse¬ 
cuencias psicológicas. La forma en que elegimos enfrentarnos 
a la realidad, la verdad y los hechos —nuestra elección de 
honrar o deshonrar nuestras propias percepciones— se regis¬ 
tra en nuestra mente, para bien o para mal, y puede tanto 
confirmar y fortalecer nuestra autoestima, como negarla y 
debilitarla. 
La autoestima es la reputación que adquirimos frente a 
nosotros mismos. 
Por lo antedicho, deducimos que el “sí-mismo” del que 
hablamos es nuestra mente, nuestra mente y su modo caracte¬ 
rístico de operar. Debemos destacar este concepto porque sí- 
mismo es un término que adquiere diferentes significados 
según el contexto. 
Algunas veces, cuando hablamos de “mí mismo”, nos referi¬ 
mos a “mi persona, la totalidad de mi ser, incluyendo mi 
cuerpo”. En un contexto psicológico, sí-mismo se emplea, la 
mayoría de las veces, para significar la totalidad de las carac¬ 
terísticas mentales, habilidades, procesos, creencias, valores y 
actitudes que puedo o no reconocer conscientemente como 
propias. De manera que gran parte del territorio del sí-mismo 
puede ser subconsciente. 
El concepto de mente tiene una aplicación más limitada que 
el de conciencia y se asocia específicamente con la habilidad 
para representar y manipular la realidad de modo simbólico, 
para formar y usar conceptos, para razonar y construir el 
discurso proposicional. La mente designa la conciencia humana 
41 
(o la forma humana de la conciencia), a diferencia de las formas 
de conciencia exhibidas por los animales inferiores al hombre.6 
El yo es el centro unificador de la conciencia, el núcleo 
irreductible de la conciencia del sí-mismo: lo que genera y 
sostiene un sentido delsí-mismo, de la identidad personal. El 
yo no son nuestros pensamientos, sino lo que ejecuta el pensa¬ 
miento; no son nuestros juicios, sino lo que forma dichos juicios; 
no son nuestros sentimientos, sino aquello que reconoce los 
sentimientos; el testigo intrínseco esencial; el contexto esencial 
en que existen todos nuestros sí-mismos menores o subperso¬ 
nalidades. No nos equivocaríamos al referimos a la autoestima 
como estima del yo. Cuando afirmamos que alguien tiene un “yo 
fuerte” o un “yo saludable”, solemos querer decir que esa 
persona goza de una buena autoestima. 
El autoconcepto se refiere a las ideas, creencias e imágenes 
de un individuo sobre sus rasgos y características, obligaciones 
y habilidades, limitaciones y capacidades (reales o imagina¬ 
rios). Así definido, es más amplio que la autoestima: contiene 
a la autoestima como uno de sus componentes. Podemos pensar 
en la autoestima como un círculo encerrado en otro de mayor 
tamaño correspondiente al autoconcepto. También podemos 
considerar la autoestima como el componente evaluador del 
autoconcepto. 
Una de las influencias más poderosas que recibe el desarro¬ 
llo de la autoestima es la educación proveniente de los padres. 
A continuación discutiremos algunos de los aspectos funda¬ 
mentales de la relación padres-hijo que tienden a afectar la 
calidad de la autoestima en evolución. Nos referimos a influen¬ 
cias, no a determinantes. En última instancia, somos nosotros 
mismos quienes generamos el nivel de seguridad en nosotros 
mismos y de respeto de nosotros mismos. Después de haber 
analizado los factores vinculados a la relación con los padres y 
el medio, estaremos preparados para asumir directamente 
nuestro propio rol decisivo para aumentar o disminuir la 
autoestima. 
42 
3 
La autoestima 
y las relaciones padres-hijos 
Todos los organismos dependen de su medio ambiente, en 
diferentes grados, para lograr un buen crecimiento. Si bien los 
seres humanos somos capaces de desarrollarnos en un ambien¬ 
te hostil, nuestra capacidad no es ilimitada y debemos com¬ 
prender los tipos de interacciones que impulsan o anulan la 
formación de la confianza en sí mismo y el respeto de sí mismo. 
Comencemos con una observación general. Todo niño nece¬ 
sita comprender su mundo y cuando esa necesidad se ve 
frustrada una y otra vez, el resultado suele ser la formación de 
un sentido trágico del sí-mismo y de la vida. 
Recuerdo que discutí este tema con la distinguida terapeuta 
familiar Virginia Satir, quien ilustró con lujo de detalles y de 
manera aterradora el tipo de locura con que tantos de nosotros 
crecemos. Imagínese, dijo ella, una escena con un niño y sus 
padres. Viendo una mirada de infelicidad en el rostro de la 
madre, el niño le pregunta: “¿Qué te pasa, mamá? Estás triste . 
La madre le responde con voz tensa, reprimida: ‘No me pasa 
nada. Estoy bien”. El padre acota, furioso: “¡No molestes a tu 
madre!” El niño pasea su mirada entre la madre y el padre, 
perplejo e incapaz de responder al reproche. Comienza a 
lloriquear. Entonces, la madre grita al padre: “jMira lo que has 
conseguido!” 
Analicemos esta escena con detalle. El niño percibe sin 
equivocarse que algo perturba a su madre y reacciona adecua¬ 
damente. La madre interviene invalidando la percepción (co¬ 
rrecta) que el niño tiene de la realidad. Quizá lo haga con el 
deseo de “protegerlo”, quizá porque ni ella misma sabe cómo 
afrontar su infelicidad. Si hubiese dicho algo así como: “Sí, 
43 
mamá está un poco triste ahora; gracias por darte cuenta”, 
habría convalidado la percepción del niño. De haber reconocido 
su propia infelicidad de manera simple y abierta, habría 
reforzado la compasión del niño y le habría enseñado algo 
profundamente importante con respecto a una actitud saluda¬ 
ble hacia el dolor. El padre, quizá por “proteger” a la madre, 
quizá por sentimiento de culpa porque la tristeza de la madre 
tiene que ver con él, regaña al niño, añadiendo una dosis de 
incomprensibilidad a la situación. Si mamá no está triste, ¿por 
qué puede alterarla una simple pregunta? ¿Por qué molestar¬ 
la cualquiera que sea el caso? El hijo, dolorido e impotente, 
comienza a llorar. En este momento, la madre grita al padre, 
afirmando que no está de acuerdo con que le haya reñido. Las 
contradicciones se complican: incongruencias dentro de incon¬ 
gruencias. ¿Cómo puede el niño comprender esta situación? 
El niño puede salir corriendo, en busca de algo que hacer o 
alguien con quien jugar, para poder borrar todo recuerdo del 
incidente lo más rápido posible, reprimiendo sentimientos y 
percepciones. Y si el niño entra en la inconsciencia para escapar 
de la aterradora sensación de sentirse atrapado en una pesadi¬ 
lla, ¿culpamos a su bienintencionados padres por seguir com¬ 
portamientos que hacen que su hijo perciba que ver es peligroso 
y que la seguridad se encuentra en la ceguera? 
Una historia común y corriente, sin villanos. A nadie se le 
ocurriría imaginar que los padres se ven motivados por inten¬ 
ciones destructivas. Pero al elegir negar la simple realidad, dan 
al niño la impresión de que vive en un mundo incomprensible 
en el que no se puede confiar en la percepción y en el que el 
pensamiento resulta fútil. 
Al considerar los múltiples mensajes enviados por los pa¬ 
dres que pueden ejercer un efecto pernicioso en la autoestima 
de un niño, posiblemente los que he encontrado con mayor 
frecuencia en el transcurso de mi experiencia laboral consisten 
en distintas versiones del “No eres lo bastante bueno”. Desafor¬ 
tunadamente, muy pronto en la vida, demasiados de nosotros 
recibimos este mensaje de padres y maestros. Puedes tener 
44 
posibilidades, pero nos resultas inaceptable. Necesitas que te 
enseñen modales. (“Veamos, déjame arreglarte el cabello”, 
“Mira la ropa que te has puesto”, “Sonríe”, “Ven que te acomodo 
un poco”, “Ponte más derecho”, “Baja la voz”, “Cálmate”, “No 
juegues con ese juguete, juega con este otro”, “¿Qué pasa 
contigo?”). Algún día llegarás a ser lo bastante bueno, pero no 
ahora. Llegarás a ser lo bastante bueno siempre y cuando 
trates de cumplir nuestras expectativas. 
Algunas veces, el mensaje “No eres lo bastante bueno”, no se 
transmite a través de la crítica, sino por el excesivo aprecio. Si 
un niño se siente sobreestimado, si sus devotos padres perciben 
sus logros de un modo exagerado (“¡Escucha lo bien que Juan 
toca el piano! ¡Tenemos un Horowitz en la familia!”), el resul¬ 
tado es un sentimiento de invisibilidad psicológica y la sensa¬ 
ción de que no basta con ser quien soy en realidad.28’29,30 
La tragedia de las vidas de muchas personas reside en que 
al aceptar el veredicto de que no son lo bastante buenos, pueden 
pasarse años desviviéndose para obtener el máximo nivel de 
suficiencia. Si consigo realizar un buen matrimonio, seré me¬ 
jor. Si gano tanto dinero al año, seré mejor. Un ascenso más, y 
habré alcanzado mi objetivo. Otra conquista sexual, otra dupli¬ 
cación de mi activo, otra persona que me diga que soy adorable, 
y habré llegado a la meta. Sin embargo, es imposible ganar la 
batalla en estos términos. Perdí la batalla el día en que admití 
que había algo que probar. Puedo liberarme del veredicto 
negativo que agobia mi existencia, simplemente rechazando 
esta premisa. 
Los niños que se sienten amados y aceptados tal como son, 
los niños que no sienten continuamente cuestionado su valor 
básico a los ojos de sus padres, poseen una inapreciable ventaja 
en la formación de una sana autoestima, según testifica elo¬ 
cuentemente el trabajo de Virginia Satir, Haim Ginott y Stan¬ 
ley Coopersmith (por citar sólo tres eminentes especialistas en 
este campo).76,77,28,29,30,14 
Resulta interesante comprobar que los mejores trabajos 
realizados por los psicólogos en general con respecto a la 
45 
autoestima se concentran en el área de las relaciones padres- 
hijos, con especial énfasis en lo que pueden hacer los padres 
para estimular el desarrollo de una buena autoestima.El 
estudio más académico y profundo llevado a cabo en esta área 
es The Antecedents of Self-Esteem, de Stanley Coopersmith. 
Uno de los puntos más interesantes del estudio de Cooper¬ 
smith resulta una conclusión de índole negativa: la autoestima 
de un niño no se relaciona con la posición económica de la 
familia, ni con la educación, el área geográfica del domicilio, la 
clase social, la ocupación del padre, ni el hecho de que la madre 
siempre se encuentre en el hogar. En cuanto a lo positivo, lo que 
resulta significativo es la calidad de la relación existente entre 
el niño y los adultos que son importantes en su vida. 
Coopersmith descubrió cuatro condiciones frecuentemente 
asociadas con la elevada autoestima en los niños: 
1. El niño experimenta una total aceptación de los pensa¬ 
mientos, los sentimientos y el valor de su existencia. 
2. El niño opera en un contexto de límites bien definidos y 
firm es, si bien justos, razonables y negociables; pero no 
goza de ilimitada ‘libertad”. En consecuencia, el niño 
experimenta una sensación de inseguridad y forja una 
base firme para evaluar su comportamiento. Más aun, 
los límites generalmente implican normas elevadas, así 
como también la confianza de que el niño será capaz de 
alcanzarlas, con la consecuencia de que generalmente 
lo logra.1* 
3. El niño siente respeto por su dignidad como ser huma¬ 
no. Los padres se toman en serio las necesidades y 
1*. Haim Ginott también destaca la necesidad de establecer límites para 
que el niño crezca de manera sana y foijando su seguridad, contrariamente 
a lo que promulgan los psicólogos que creen que el niño puede beneficiarse de 
una permisividad sin restricciones.28’29’30 Las investigaciones no apoyan esta 
última suposición. Los límites, siempre que sean razonables, dan al niño un 
sentido de seguridad y estabilidad muy necesario, como indica el estudio de 
Coopersmith. 
46 
deseos del niño; se muestran dispuestos a negociar las 
reglas familiares dentro de límites cuidadosamente 
delineados. En otras palabras, se ejerce la autoridad, no 
el autoritarismo. 
Como expresión de esta misma actitud general, son 
menos proclives a recurrir a la disciplina punitiva (y 
tiende a haber menor necesidad de disciplina punitiva) 
y más proclives a centralizar el énfasis en recompensar 
y reafirmar el comportamiento positivo. 
Los padres demuestran interés por el niño, su vida 
social y académica y, generalmente, están dispuestos a 
conversar con su hijo cuando éste así lo desea. 
4. Los propios padres tienden a disfrutar de un alto nivel 
de autoestima. Teniendo en cuenta que el modo en que 
tratamos a los demás suele reflejar el modo en que nos 
tratamos a nosotros mismos, esta última conclusión no 
ha de resultar sorprendente. 
No obstante, algunos niños emergen de su niñez, transcurri¬ 
da en medios terriblemente opresivos, con su sentido del sí- 
mismo heroicamente intacto y una autoestima elevada. Otros, 
provenientes de medios protectores, en que los padres parecen 
haber nutrido con esmero el sentido del sí-mismo, crecen 
dominados por dudas e inseguridades con respecto a sí mis¬ 
mos.82 
Después de dilucidar cuidadosamente estos antecedentes 
de la autoestima arrojados por sus investigaciones. Cooper- 
smith hace la siguiente observación: “Debemos hacer notar que 
prácticamente no existen patrones de comportamientos o acti¬ 
tudes que sean comunes a todos los padres de niños con elevada 
autoestima”. 
Ni los padres ni los maestros son omnipotentes con respecto 
a la autoestima de un niño, pero tampoco son impotentes. 
Pasemos, entonces, a considerar la naturaleza de la influencia 
que tienen la capacidad de ejercer. 
Suelo decir a los padres: “Tengan cuidado con lo que dicen 
a sus hijos. Quizá coincidan con ustedes”. Antes de tildar a un 
47 
niño de “estúpido”, “ridículo”, “malo” o “un fracaso”, los padres 
deben plantearse la pregunta: “¿Es esto lo que quiero que mi 
hijo piense de sí mismo?” 
Si a un niño se le repite que no debe sentir esto o aquello, lo 
animamos a que niegue y rechace sentimientos o emociones con 
el fin de agradar o apaciguar a sus padres. Expresiones norma¬ 
les de excitación, ira, felicidad, sexualidad, nostalgia y temor 
son contempladas como pecaminosas o desagradables de una u 
otra forma a los ojos de los padres, y el niño puede experimentar 
desprendimiento y rechazo progresivo de su sí-mismo con el fin 
de pertenecer a alguien, de ser amado y de evitar el terror al 
abandono. 
También los padres sobreprotectores pueden coartar la 
autoestima en un niño. Si le están vedados los riesgos y la 
exploración esenciales para todo buen desarrollo, el niño intuye 
que es inadecuado para los desafíos normales de la vida, que 
está inherentemente incapacitado para la supervivencia inde¬ 
pendiente. 
Algunas veces, cuando muere el padre de un niño o los 
padres se divorcian, el niño se siente abandonado y puede 
extraer esta conclusión: “De alguna manera, es culpa mía”. A 
menos que se ayude al niño para que comprenda que la muerte 
o el divorcio no son en modo alguno consecuencia de su compor¬ 
tamiento, una sentencia de “no soy suficiente” puede extender¬ 
se como veneno dentro de la psique del pequeño. 
Para un niño que ha tenido poca o ninguna experiencia en 
lo que se refiere a un trato respetuoso —que le vean, que le 
atiendan, que le escuchen, que se sienta merecedor de confian¬ 
za—, la falta de respeto de sí mismo resulta natural. Nuestra 
tendencia es seguir enviándonos los mismos mensajes que nos 
enviaron alguna vez nuestros padres. 
Hace unos años (1969-1970), pensando e investigando sobre 
los impulsos esenciales de un desarrollo y una autoestima 
saludables, seleccioné una serie de preguntas que luego inves¬ 
tigué intensivamente con un número de pacientes de psicotera¬ 
pia. La lista se redujo a las preguntas que presentamos más 
adelante, las cuales demostraron ser significativas para la 
48 
aparición (o no aparición) de la confianza en sí mismo y el 
respeto de sí mismo.2* 
Las preguntas, de hecho, constituyeron un método para 
retrotraemos a los orígenes infantiles del autoconcepto en 
general y de la autoestima en particular. 
En primera instancia, se pidió a los pacientes que contesta¬ 
ran las preguntas lo mejor que pudieran; luego, se les propuso 
que citaran ejemplos que sustentaran sus respuestas; más 
tarde, que describieran exhaustivamente todas las emociones 
que evocaba el recuerdo de estos ejemplos y, por último, que 
meditaran sobre las conclusiones extraídas de estas experien¬ 
cias de la niñez. 
No partí (ni parto) de la suposición de que todas las conclu¬ 
siones importantes de su infancia las dedujeran basándose en 
las experiencias con sus padres. Simplemente, consideré este 
aspecto una interesante vía de investigación. 
El lector podrá apreciar mejor la importancia de estas 
preguntas si intenta responderlas personalmente. 
1. Cuando usted era niño, la manera de comportarse de 
sus padres y el modo de tratarlo, ¿le daban la impresión 
de que vivía en un mundo racional, predecible, inteligi¬ 
ble? ¿O en un mundo contradictorio, desconcertante, 
imposible de dilucidar? 
2. ¿Le enseñaron la importancia de aprender a pensar y de 
cultivar su inteligencia? ¿Sus padres le proporcionaron 
estímulo intelectual y le transmitieron la idea de que la 
utilización de su mente puede resultar una aventura 
fascinante? 
3. ¿Le estimularon a pensar de forma independiente, a 
2*. Describo algunas de mis experiencias aplicando una versión más 
abreviada de esta lista en Breaking Free. Si bien Breaking Free no refleja 
contundentemente el enfoque con que he estado aplicando la psicoterapia 
durante unos cuantos años, la información generada a partir de trabajar con 
la lista de preguntas continúa siendo valiosa, y además cuenta con el apoyo 
de investigaciones y descubrimientos de otros especialistas. 
49 
desarrollar su facultad crítica? ¿O le animaron a que 
fuera obediente, más que mentalmente activo e inquisi¬ 
dor?

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