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NATHANIEL BRANDEN Cómo vencerá temor a ¡a (desaprobación de los demás, el sentimiento de culpa y la inseguridad Paidós Digitized by the Internet Archive in 2018 with funding from Kahle/Austin Foundation https://archive.org/details/elrespetohaciaunOOnath El respeto hacia uno mismo . •• > * Nathaniel Branden El respeto hacia uno mismo Cómo vencer el temor a la desaprobación de los demás, el sentimiento de culpa, la inseguridad... editorial PAIDOS México — Buenos Aires — Barcelona I Título original: Honoring the Self. The Psychology of Confidence and Respect Publicado en inglés por Bantam Books, Nueva York Traducción de Magdalena L. Senestrari de Salvi Cubierta de Víctor Viano 1a edición en México, 1990 f . . ; Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o par¬ cial de esta obra por cualquier medio o precedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. © 1983 by Nathaniel Branden © de todas las ediciones en castellano, por acuerdo con Bantam Books, división de Bantam Dell Publishing Group, Inc. Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona, Editorial Paidós, SAICF, Defensa, 559 - Buenos Aires. © de esta edición Editorial Paidós Mexicana, S.A. Guanajuato 202-302 Col. Roma México, 06700 D.F. Tels.: 564-7908 • 564-5607 ISBN: 968-853-151-0 Derechos reservados Conforme a la ley Impreso en México Printed in México Indice Agradecimientos. 6 Introducción. 9 I. La dinámica de la autoestima 1. La autoestima en la vida humana. 19 2. La necesidad de tener autoestima... 29 3. La autoestima y las relaciones padres-hijos. 43 4. Cómo generar la autoestima positiva. 65 5. El problema de la culpa. 83 6. La motivación por el miedo. 95 7. Autoestima, trabajo y amor. 114 II. La lucha por la individuación 8. La evolución hacia la autonomía. 139 9. El problema de la autoenajenación. 171 10. El arte de ser. 198 11. La ansiedad de la muerte. 232 Bibliografía. 245 Indice analítico. 250 Agradecimientos Agradezco a mi editor, Jeremy Tarcher, el entusiasmo depo¬ sitado en este proyecto desde el comienzo, así como las discusio¬ nes que mantuvimos sobre el significado que él atribuía a “respetar el sí-mismo”, que siempre me hicieron volver con más inspiración a mi mesa de trabajo. Debo agradecer profundamente la habilidad de la excelente redactora con quien trabajé, Janice Gallagher, cuyas sugeren¬ cias, propuestas y férrea voluntad para hacerme superar la exasperación —siempre en beneficio del libro— contribuyeron en gran medida al resultado final. Agradezco a Ken Wilber las esclarecedoras conversaciones sostenidas acerca de la perspectiva de la psicología transperso¬ nal. Y, por último, guardo la mayor gratitud hacia mi esposa, Devers, a quien está dedicado este libro: por su constante apoyo emocional durante la creación del mismo, por las valiosas sugerencias psicológicas y literarias que me ofreció y, por encima de todo, porque reúne esa actitud hacia la vida que me encanta, admiro y desde siempre he deseado reflejar en mi trabajo. 6 A Devers Branden Introducción De todos los juicios que entablamos en la vida, ninguno es tan importante como el que entablamos sobre nosotros mismos, ya que ese juicio afecta el propio núcleo de nuestra existencia. Estamos en el medio de una red casi infinita de relaciones: con otras personas, con las cosas, con el universo. Y, sin embargo, a las tres de la mañana, cuando estamos solos con nosotros mismos, tomamos conciencia de que la más íntima y poderosa de las relaciones, aquella que nunca podremos eludir, es la relación con nosotros mismos. No existe ningún aspecto significativo de nuestro pensamiento, motivación, sentimien¬ tos o comportamiento que no se vea afectado por la autoevalua- ción. Somos organismos no sólo conscientes, sino conscientes de nosotros mismos. Esa es nuestra grandeza y, a veces, nuestra carga. Nos probamos, evaluamos y cuestionamos de un modo que resulta imposible para otras especies. Nos preguntamos: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué propósito tengo en la vida? ¿Mi conducta se adecúa a este propósito? ¿Me enorgullezco o avergüenzo de mis elecciones y acciones? ¿Estoy contento o descontento de ser quien soy? Tenemos la capacidad de formulamos estas preguntas y la capacidad de huir de ellas. Pero las preguntas siempre están ahí, esperando una respuesta, áun cuando preferimos fingir que no existen o no nos incumben. Están cuando regresamos al hogar al cabo de un día de frenética actividad, cuando volvemos a casa de una fiesta, de los brazos de un amante, de una campaña política, de una función de caridad, de un encuentro religioso. 9 Este libro tratará sobre el encuentro humano esencial: la relación del “yo” con el “mí”, del yo con el sí-mismo. Los tópicos vinculados con este encuentro afectan prácticamente todas las experiencias humanas importantes: desde el grado de autoes¬ tima que poseemos, hasta el tipo de persona de quien es probable que nos enamoremos, pasando por las ambiciones y objetivos vitales que posiblemente nos impongamos, el concep¬ to más íntimamente personal de lo que significa ser un ser humano. En cada etapa del camino, afrontaremos algún aspecto de la pregunta: ¿se debe respetar o traicionar el sí-mismo? No es que identifiquemos el problema necesariamente en estos términos; en realidad, rara vez lo hacemos, ya que preferimos desconocer la naturaleza de la elección que debemos realizar. Pero en el curso natural de nuestro desarrollo, nos enfrentamos inevita¬ blemente a una variedad de preguntas que encierran las mismas alternativas esenciales: ¿Me pertenezco o pertenezco a otros? ¿El propósito primario de mí mismo es la búsqueda de mi propia felicidad y del desarrollo de mis propias potencialida¬ des, o el cumplimiento de los deseos y expectativas de los demás? ¿Vivo de acuerdo con mi propia visión de las cosas o con la visión de otros? ¿Me preocupa ante todo mi propia aprobación o la aprobación de los demás? ¿Debo confiar principalmente en mi propia mente o en las mentes de mis padres o maestros, líderes o gurúes? Las preguntas de esta naturaleza no sólo son psicológicas, sino filosóficas y, más específicamente, éticas. La psicología y la ética guardan una íntima interrelación, aunque ni los psicó¬ logos ni los moralistas se hayan mostrado jamás dispuestos a reconocer la conexión. Este libro está escrito a partir del punto de contacto entre ambas disciplinas. El modo en que nos relacionamos con nosotros mismos afecta el modo en que nos relacionamos con los demás, con el mundo que nos rodea, con el universo visible e invisible que constituye nuestro contexto esencial; de la mism a forma en que el modo de relacionamos con los demás y con el mundo afecta la relación que establecemos con nosotros mismos. Pero comen¬ zamos con el sí-mismo y concluiremos con el sí-mismo; la razón 10 de esta premisa se comprenderá al llegar al final del camino que vamos a emprender. En un mundo en el que el desprendimiento suele considerar¬ se sinónimo de virtud y el egoísmo, sinónimo del mal —y en el que el supuesto objetivo de la evolución espiritual es la auto- trascendencia—, un libro titulado El respeto hacia uno mismo puede parecer extraño, hasta un tanto desorientador. Este volumen se basa en el reconocimiento de que la auto¬ estima y la autonomía personal constituyen condiciones indis¬ pensables del bienestar humano. Su objetivo es la exploración y esclarecimiento del significado de estos estados y de las condiciones de su realización: principio que marca el rumbo de todos los capítulos que siguen. En el curso de nuestro análisis, tendremos que examinar el significadono sólo de sí-mismo, autoestima y autonomía, sino también de ideas como autoconcepto, autorrealización, egoís¬ mo, autoalienación, abnegación, autotrascendencia, yo, identi¬ dad, individualismo e individuación. Discreparemos con res¬ pecto a cierto concepto de las diversas fuerzas de nuestra cultura —familiar, educacional, religiosa, ética, social— que subvierte la evolución del sí-mismo y de la autoestima y fomenta la negación del sí-mismo, la autoalienación y las tendencias destructivas de la vida. Me propongo demostrar que no es el egoísmo, sino la ausencia del sí-mismo, la raíz de la mayoría de nuestros males, que la falta de egoísmo constituye el más importante peligro personal, interpersonal y social que nos acecha y que lo ha sido durante la mayor parte de nuestra historia. En pocas palabras, invito al lector a revisar algunas de las ideas más generalizadas en nuestra sociedad con respecto al yo, el egoísmo, la bondad... y la supervivencia humana. Si bien necesitaré el libro entero para desarrollar en profun¬ didad lo que quiero decir con "respetar el sí-mismo”, a continua¬ ción ofrezco una breve idea de su esencia. 11 El primer acto de respetar el sí-mismo es la afirmación de la conciencia: la elección de pensar, de ser consciente, de dirigir la luz indagadora de la conciencia hacia el mundo exterior y hacia nuestro propio ser. Si no logramos realizar este esfuerzo, estamos ignorando el sí-mismo en su esencia. Respetar el sí-mismo significa estar dispuesto a pensar de manera independiente, a vivir de acuerdo con nuestra propia mente y a tener el coraje de atender a nuestras propias percepciones y juicios. Respetar el sí-mismo quiere decir estar dispuesto a saber no sólo lo que pensamos, sino también lo que sentimos, lo que queremos, necesitamos, deseamos, lo que nos hace sufrir, sentir miedo, o lo que nos irrita, y a aceptar nuestro derecho a experimentar esta variedad de sentimientos. La actitud con¬ traria es la negación, el desapego, la represión: el autorrepudio. Respetar el sí-mismo significa conservar una actitud de autoaceptación: aceptar lo que somos, sin oprimirnos ni casti¬ gamos, sin fingir con respecto a la verdad de nuestro propio ser, ya sea con el fin de engañarnos a nosotros mismos o a cualquier otra persona. Respetar el sí-mismo es vivir de un modo auténtico, hablar y actuar de acuerdo con nuestras convicciones y sentimientos más íntimos. Respetar el sí-mismo significa negarse a aceptar la culpa inmerecida y hacer todo lo posible por corregir la culpa que podamos haber merecido. Respetar el sí-mismo quiere decir hacer respetar nuestro derecho a existir, que proviene del conocimiento de que nuestra vida nó pertenece a otras personas y de que no estamos aquí, en la tierra, para vivir de acuerdo con las expectativas de los demás. Para muchas personas, esto representa una responsa¬ bilidad aterradora. Respetar el sí-mismo es amar nuestra propia vida, amar nuestras posibilidades de madurar y de experimentar alegría, amar el proceso de descubrir y explorar las potencialidades distintivamente humanas que poseemos. Así comenzamos a damos cuenta de que respetar el sí- mismo significa practicar el egoísmo en el sentido más sublime, 12 / noble y menos comprendido de la palabra. Y esto, insisto, requiere enorme independencia, coraje e integridad. En contraste con el estado de existencia que acabo de describir, las dos características más sobresalientes de los hombres y mujeres que recurren a la psicoterapia son cierta falta de autoestima y una condición de autoalienación. En ciertos aspectos cruciales, no se sienten adecuados para la vida y sus exigencias y carecen del contacto apropiado con su mundo interior, con sus necesidades, sus deseos, sentimientos, pensa¬ mientos, valores y potencialidades. Con una conciencia así disminuida, se sienten enajenados de su verdadera condición humana. Extensas áreas del sí-mismo permanecen ocultas, inexpresadas, no vividas. Transitan sonámbulos por su propia existencia. Sin embargo, este grupo apenas constituye una casta muy distinta del resto de la humanidad. En realidad, representa un espejo que refleja la situación de la mayoría de los individuos, en distintos grados. No existe ningún estudio que sugiera que las personas sometidas a terapia estén, en términos generales, más preocupadas o desmoralizadas que las que no acuden a terapia alguna. Más bien, tienden a diferenciarse por el hecho de que eligen afrontar los problemas de escasa autoestima e inadecuado contacto con el sí-mismo y, de este modo, nos dan la oportunidad de aprender mucho sobre el estado psicológico de la población. Soy psicoterapeuta, y el contexto en donde escribo lo consti¬ tuye ese reducido campo cuando siempre son las tres de la mañana, en el que se dejan sentir los efectos prácticos de las teorías, las ideologías, el ambiente familiar y social, los siste¬ mas educacionales y las estructuras políticas: la experiencia privada del ser humano individual que lucha para crear una existencia significativa y satisfactoria. No obstante, contrariamente a la perspectiva convencional de la psicoterapia, que tiende a analizar los aspectos de esta lucha en términos de enfermedad o dolencia y a contemplar a los seres humanos como marionetas, más o menos indefensas, 13 manipuladas por fuerzas ajenas a su control, yo considero este empeño potencialmente heroico. Contiene todos los elementos del gran mito o el gran drama, desde el comienzo del trayecto a la autorrealización que implica liberarse de la fuerza gravi- tacional de la madre, el padre y la familia para acceder a las aventuras, crisis, ansiedades, ritos, victorias y derrotas que son parte del proceso de crecer, continuar hacia las cimas que hay que escalar, las profundidades que hay que explorar, los adversarios que hay que afrontar en el mundo y en la psique misma, además de la terrible y rigorizada incertidumbre con respecto al propio final de la historia, sentimiento intrínseco al drama desde el principio. En muchas ocasiones veremos cómo el reto de respetar el sí- mismo apela a las heroicas posibilidades de nuestra naturale¬ za: a la voluntad de pensar, de comprender, de permanecer leales a nuestro entendimiento, a luchar, a resistir, a perseve¬ rar y a conservar una actitud abierta hacia la vida, algunas veces frente al temor, la desesperación, la confusión y la soledad. Que los conceptos de respetar el sí-mismo y la autoestima están íntimamente relacionados resulta obvio incluso exami¬ nando las mismas palabras. La naturaleza de esta relación se analiza en la primera parte. En ella, me remito al rol de la autoestima en la vida humana, a las condiciones de las que depende una autoestima positiva y a las numerosas maneras en que se ve afectada nuestra vida por la naturaleza de la apreciación que tenemos de nosotros mismos. Casi todos los psicólogos reconocen que existe cierta relación entre el grado de autoestima que tiene una persona y el grado de bienestar mental de que goza, del mismo modo que existe cierta conexión entre el estado de la autoestima de una persona y su conducta en el trabajo y en las relaciones humanas. Sin embargo, resulta sorprendente lo poco que se ha explorado esta área; en cierta forma, se ha descuidado como campo de estudio. No puedo dejar de pensar que el tema tratado en este libro ha sido postergado durante largo tiempo, y una de mis esperanzas 14 es que estos capítulos sirvan de trampolín para que otros continúen la investigación. Escribí por primera vez sobre este tema en The Psychology of Self-Esteem y desarrollé algunos de los temas en The Disown- ed Self. Pero ya hace más de una década que se publicaron estos libros. El presente trabajo, basado en los estudios que realicé en los últimos trece años, constituye un nuevo análisis del rol de la autoestima en el desarrollo humano, así como un nuevo tratamiento de los temasdel sí-mismo y el mundo, el sí-mismo y la sociedad, el sí-mismo y el cosmos. Me he visto obligado a volver a algunas de las etapas superadas en los libros anterio¬ res. Me he permitido citar o parafrasear material de estos libros, sin llenar este trabajo de referencias o comillas innece¬ sarias. Analizo los dos temas, el respeto al sí-mismo y la autoesti¬ ma, desde otro ángulo en la segunda parte, donde trato el proceso por medio del cual un individuo puede evolucionar o no hacia una mayor autonomía e individuación. En esta sección, concentro la atención en el proceso de autorrealización desde un punto de vista predominantemente evolucionista a diferen¬ cia de la primera parte, en que nos detenemos a analizar, sobre todo, el aquí y ahora. En esta segunda parte también abordo el problema de la autoalienación. Analizo las formas en que el individuo que no llega a ser autónomo —autoalienado— puede acceder a una paulatina plenitud, redescubriendo y convirtien¬ do en armónicos aspectos del sí-mismo que estaban disociados. A lo largo del libro, en una variedad de formas y contextos, me ocuparé del proceso de cambio y de lo que nosotros mismos podemos hacer para que nos resulte más fácil acceder a niveles superiores de autoestima, autonomía y un sentido integrado del sí-mismo. Resumiendo, los objetivos de este trabajo consisten en: demostrar, de modo específico y concreto, lo que significa respetar el sí-mismo y mostrar la crucial importancia que esto tiene en la vida y en el bienestar humanos; examinar los tipos de conducta por medio de las cuales se respeta o traiciona el sí- mismo; promover una mejor comprensión del significado de la autoestima y su potencia como fuerza para determinar el curso 15 de nuestra existencia; explicar de qué depende el alcanzar una autoestima positiva; explorar los significados de autonomía e individuación y el camino hacia su realización; y mostrar la forma de salir del difundido problema de la autoalienación. 16 i1 V r. v 4 . i 'i i . : . . V I. LA DINAMICA DE LA AUTOESTIMA ñ 1 La autoestima en la vida humana “El peor de los males que le puede suceder al hombre es que llegue a pensar mal de sí mismo”, escribió Goethe. Si bien es probable que su intención fuera desafiar ciertas creencias religiosas, su frase reconocía una profunda verdad acerca de la naturaleza humana. La barrera que representa el mayor obstáculo para los logros y el éxito no es la falta de talento o habilidad, sino, más bien, el hecho de que aquéllos, llegado a cierto punto, se vean excluidos del autoconcepto, la propia imagen de quiénes somos y qué es apropiado para nosotros. La mayor de las barreras para el amor es el secreto temor de no ser digno de ser amado. La peor barrera para la felicidad es la indescriptible sensación de que la felicidad no es el destino adecuado para nosotros. En esto, expresado en términos simples, reside la importancia de la autoestima. Así que debemos comenzar por comprender lo que significa autoestima. Lamentablemente, al igual que ocurre con muchas otras palabras en psicología, no existe una definición que cuente con el consenso general. Tampoco es correcto suponer que todos sabemos lo que quiere decir. Si le preguntáramos a alguien lo que significa autoestima, podríamos recibir las siguientes res¬ puestas: “Me siento competente, seguro de mí mismo”, o “Me gusto”, o “Quiere decir pensar que soy superior a otras perso¬ nas”. Las dos primeras respuestas no serían incorrectas, pero sí incompletas; la tercera sería absolutamente falsa. No todos los que no se sienten competentes en la realización de alguna tarea en particular, como pilotar un avión, diseñar un programa de ordenador o llevar adelante un negocio, sufren 19 necesariamente una impresión de baja autoestima. Pero una persona físicamente sana, que se sienta inadecuada para afrontar los desafíos normales de la vida, com o ganar su propio sustento, padece de escasa autoestima. Tampoco podemos afirmar que carezca de una adecuada autoestima el individuo que se siente desmerecedor de algún premio u honor especial, como el Premio Nobel o el reconocimiento universal, por haber grabado una sencilla canción romántica. En cambio, aquel que no se siente merecedor de felicidad, que no se siente digno de ninguna alegría o recompensa en la vida, sin duda tiene falta de autoestima. La autoestima es un concepto inherente a una sensación fundamental de eficacia y a un sentido fundamental de mérito, a la idoneidad y a la dignidad en principio. “Tengo confianza en mí mismo para hacer las elecciones y tomar las decisiones que guiarán mi vida” es muy diferente, en términos de autoestima, de “Me siento muy seguro para afrontar los problemas plantea¬ dos por la biología molecular”. “Me siento con derecho a hacer valer mis legítimos deseos y necesidades” es muy distinto a “Tengo derecho a recibir 10 millones de dólares”. Puede comprenderse mejor el concepto de elevada autoesti¬ ma como la suma integrada de confianza en sí mismo y respeto de sí mismo. La confianza en sí mismo es la conciencia que evalúa la eficacia de sus propias operaciones cuando está abocada a la tarea de comprender la realidad y desenvolverse en ella. ¿Soy competente para discernir? ¿Soy competente para elegir? ¿Para señalar el curso de mi vida? ¿Para satisfacer mis necesidades? El respeto de sí mismo es el sentimiento de mérito personal. ¿Es posible que sea feliz? ¿Que resulte digno de ser amado? ¿Que sea tratado con respeto? ¿Que a mis allegados les importen mis deseos y necesidades? En resumen, la autoestima es una evaluación de mi mente, mi conciencia y, en un sentido profundo, de mi persona. No se trata de una evaluación de determinados éxitos o fracasos, tampoco de determinados conocimientos o habilidades. Es decir, puedo estar muy seguro de mí mismo en el nivel funda¬ mental, y sin embargo sentirme inseguro de mis capacidades en situaciones sociales específicas. De la misma manera, puedo 20 desenvolverme bien en el trato social y, aun así, ser inseguro y dubitativo en mi interior. Más aun, puedo ser amado por todo el mundo y no amarme a mí mismo. Puedo ser mundialmente admirado y, sin embar¬ go, no admirarme. Pueden considerarme brillante, pero yo pensar que soy intelectualmente nulo. Puedo ser una persona de grandes éxitos y aun así sentirme un fracaso, por no haber cumplido mis propias expectativas. Según veremos más adelante al considerar los factores que enaltecen o disminuyen la autoestima, el hecho de cumplir las propias expectativas es una condición esencial para una alta autoestima. Resulta falsa la noción de que la autoestima es simplemente una función de cómo nos ven y evalúan los demás. En párrafos anteriores, he dicho que la autoestima positiva significa sentirse competente para vivir y merecer la felicidad,. o, para expresar lo mismo de un modo un tanto diferente, ser adecuado para la vida y sus exigencias y desafíos. Sería más preciso decir que la autoestima positiva consiste en la disposi¬ ción a sentir de este modo, ya que, como ocurre con cualquier otro sentimiento o estado, no se experimenta siempre con igual intensidad. La autoestima es un encauzamiento hacia el sí- mismo. Este representa el esencial fundamento de la concien¬ cia, fundamento de todas las experiencias particulares: el único concepto crucial que debe comprenderse sobre su función en la psicología humana. Sentirse competente para vivir significa tener confianza en el funcionamiento de la propia mentq. Sentirse merecedor de la vida qmere"3écir tener~un^ afirmativa hacia el propio derecha de vivir v ser feliz. . En contraposición, tener una baja autoestima es sentirse inapropiado para la vida, inadecuado, no acerca de un tema o conocimiento, sino inadecuado como persona., inadecuado en la propia existencia, y responder a los desafíos y alegrías de la vida con un sentimiento fundamental de incapacidady desme¬ recimiento. Por supuesto, podemos preferir j uzgarnos por criterios rela- 21 tivamente superficiales como el éxito o fracaso en determina¬ das tareas, o nuestra capacidad de obtener amor, admiración o aprobación, entre otras cosas. Pero» hacer esto ya significa tener la autoestima, como veremos al tratar la No obstante lo cual, las personas que más tendemos a admirar son, precisamente, aquellas que logran mantenerse leales a su propio punto de vista, a pesar de no contar con demasiado apoyo, ni con la comprensión o aprobación de los demás, debiendo afrontar la hostilidad y la oposición. Cuando vemos a personas poseedoras de una seguridad fundamental en sí mismas que permanece relativamente intacta ante las vicisitudes de la vida, percibimos la presencia de un mérito psicológico inusual; no siempre nos damos cuenta de que estamos frente a casos de alta autoestima^ En el mismo grado en que confiamos en la eficacia de nuestra mente, perseveramos al enfrentrarnos con desafíos difíciles o complejos, además de que, si reafirmamos y reforza¬ mos nuestra sensación de eficacia, tenemos más posibilidades de triunfar que de fracasar. La elevada autoestima busca el estímulo de objetivos difíciles. En tanto dudamos de la eficacia de nuestras mentes, dejamos de perseverar. De este modo, reafirmando la autoevaluación negativa, nos será más fácil fracasar que triunfar. Es típim dala baia autoestima buscar la seguridad de aquello conocido^ que carece de exigencias. '"“Consideremos eTcaso de dos personas que trabajan en la misma oficina. La primera intenta aprender todo lo concer¬ niente al trabajo para el cual ha sido contratada, en constante búsqueda de nuevos conocimientos y maneras más efectivas de realizar las tareas que se le han encomendado. La segunda se preocupa principalmente por no equivocarse para no llamar la atención con sus errores; por lo demás, opta por pasar desaper¬ cibida con el menor esfuerzo posible; para ella, un trabajo es un refugio, no una oportunidad. La primera no se sentirá descon¬ certada por el éxito; la segunda quizá confiese sentirse apabu¬ llada por su fracaso. Si gozamos de una buena autoestima, en vez de sentirnos amenazados por ese mismo rasgo en otras personas, sabremos un problema con 22 valorarlo. Las personas con baja autoestima terminan en compañía de las de su especie; el miedo e inseguridad compar¬ tidos reafirman la autoevaluación negativa. Del mismo modo, si nos sentimos dignos de ser amados y merecedores de respeto, trataremos bien a los demás y espera¬ remos que nos traten bien. Pero si nos sentimos indignos de amor y desmerecedores de respeto y nos tratan con desprecio, lo soportaremos y creeremos que es nuestro destino. La baja autoestima tiende a generar depresión y ansiedad. Si nos sentimos significativamente carentes de eficacia y valor, casi con seguridad sentiremos que la existencia es aterradora^ - e infructuosa. > Por otro lado, si bien una buena autoestima es sólo uno de los elementos necesarios para alcanzar la felicidad y no garan¬ tiza indefectiblemente la felicidad en sí misma, el hecho de tener un elevado nivel de confianza en sí mismo v respeto de sí mismo se encuentra íntimamente relacionado con la capacidad de disfrutar de la vida y hallar fuentes^dfe^satisfacíáón en nuestra existencia. La alta autoestima representa una poderosa fuerza al servicio de la vida.1* Es necesario distinguir el concepto de autoestima positiva del de orgullo, ya que a menudo se confunden. La autoestima, como hemos visto, atañe a la convicción interior de nuestra eficacia y valor fundamentales. El orgullo tiene que ver con el placer más explícitamente consciente que nos producen los logros o acciones específicas que alcanzamos. La autoestima positiva está representada por el “puedo*; el orgullo, por el “tengo*. Y el orgullo más profimdo que podemos sentir es el que proviene de la ^dquisñ^^ trata de un valor que no sótdTíardeCga^ El orgullo es una ^periencia emcKiioiial positivA, al igual que la autoestima. No es un vicio que hay que superar, sino una 1*. Podrá encontrarse un excelente compendio de algunas de las investi¬ gaciones más significativas sobre el modo en que nuestra autoestima afecta nuestras relaciones interpersonales en D. E. Hamachek, Encounters with Others: Interpersonal Relationships and You. 23 virtud que se debe adquirir: una forma de respetar el sí-mismo. Sin embargo, si coincidimos con la tendencia que considera a los seres humanos indignos por naturaleza (por ejemplo, si pensamos en la humanidad en términos de “infelices pecadores iguales a los ojos de Dios”), por supuesto, hablaremos del “pecado del orgullo” y advertiremos que “el orgullo conduce a la perdición”. Pero ésta es una perspectiva que no comparto; en realidad, me parece malintencionada y ajena a la vida misma. ¿Se puede tener un nivel de autoestima exagerado? No, si entendemos que estamos hablando de auténtica autoestima, una experiencia orgánica genuina, y no de una falsa y desme¬ dida autovaloración que tiene como finalidad ocultar una deficiencia. A nadie se le ocurriría preguntar: “¿Se puede disfrutar de buena salud con exageración?” La salud es algo que deseamos sin limitaciones. Lo mismo ocurre con la autoestima. La genuina autoestima no es competitiva ni comparativa. Tampoco se expresa la genuina autoestima a través de la autoveneración a expensas de los demás, ni de la intención de llegar a ser superior a los demás o de despreciar a otros para exaltarse uno mismo. La arrogancia, la petulancia y la sobre¬ estimación de nuestras habilidades, lejos de reflejar un elevado nivel de autoestima, como suele imaginarse, muestran una autoestima inadecuada. En los seres humanos, el hecho de alegrarse con la mera existencia representa la esencia de una autoestima saludable. . _ 1 "■*"•'■ - ■ - ..t Se trata ae un estado en el que no se está en conflicto ni con el sí-mismo ni con elA)rójimo>> _, mOL****** Cuando conocemos a una persona, una de las primeras impresiones o juicios que solemos formamos tiene que ver con la propia valoración de esa persona, aunque generalmente no nos damos cuenta de ello. No siempre estamos en lo cierto, por supuesto, y muchas veces reconsideramos nuestra opinión cuando llegamos a conocerla mejor. Pero, desde el principio, casi como los animales, intuimos el nivel de bienestar y confor¬ midad con el sí-mismo de quienes nos rodean, el nivel de 24 confianza en sí mismo y respeto de sí mismo de nuestro prójimo. La forma en que respondemos no sólo depende del nivel de autoestima de la otra persona, sino del nuestro propio. Debido a que este proceso de evaluación suele ser subcons¬ ciente, al menos en gran medida, incluso para los psicoterapeu- tas, me sentí impulsado por el desafío de enunciar siquiera parte de los criterios evidentes por los que juzgo a una persona cuando no conozco los detalles íntimos de su vida. Deseoso de comparar mis criterios con los de otros profesio¬ nales, solicité respuestas de psicólogos pertenecientes a un espectro intelectual bastante amplio: desde psicólogos trans- personales a psicólogos humanísticos, psicoanalistas, clínicos con orientación hacia la terapia del comportamiento. Descubrí una gran coincidencia, si bien cada individuo, inevitablemente, enfatizó diferentes rasgos o características. La lista que ofrezco a continuación describe una serie de comportamientos que suelen identificarse fácilmente y son propios de la autoestima positiva. 1. El rostro, modalidad, forma de hablar y de moverse de un individuo proyectan la felicidad de estar vivo, una simple fascinación por el hecho de ser. 2. El individuo es capaz de hablar de logros o traspiés de forma directa y honesta. 3. El individuo se siente cómodo al ofrecer o recibir hala¬ gos, expresiones de afecto, aprecio y demostraciones similares. 4. El individuo está abierto a la crítica y notiene problema a la hora de reconocer los errores. 5. Las palabras y movimientos del individuo evidencian tranquilidad y espontaneidad. 6. Existe armonía entre lo que el individuo dice y hace y su apariencia, modo de hablar y de moverse. 7. El individuo exhibe una actitud de apertura y curiosi¬ dad frente a nuevas ideas, experiencias y posibilidades de la vida. 25 8. El individuo es capaz de ver y disfrutar de los aspectos humorísticos de la vida, en sí mismo y en los demás. 9. El individuo proyecta una actitud de flexibilidad al re¬ accionar ante situaciones y desafíos, un espíritu de inventiva y hasta de diversión. 10. El individuo muestra un comportamiento asertivo (no beligerante). 11. El individuo conserva una actitud de armonía y digni¬ dad incluso en condiciones de estrés. Por supuesto, esta lista no pretende ser exhaustiva y no todas las personas que tienen una elevada autoestima exhiben cada uno de estos rasgos en el mismo grado; no obstante, podemos afirmar que la lista refleja algunos de los indicadores esenciales por medio de los cuales es posible evaluar cómo se siente un individuo consigo mismo. Reaccionamos a la suma total de lo que presenta una persona. Por ejemplo, alguien de postura relajada y bien equilibrada, pero de mirada dura y permanentemente fija, nos habla de una historia conflictiva. Nunca un rasgo o caracterís¬ tica por sí solo, juzgado fuera de contexto, resulta concluyente. Para completar lo expresado anteriormente, existen indica¬ dores específicamente físicos del nivel de autoestima de una persona (sujetos a las mismas aclaraciones hechas en el párrafo anterior con respecto a los indicadores psicológicos).2* Estos son: 1. Ojos despiertos, brillantes, vivaces. 2. Rostro relajado que exhibe un color natural y una piel tersa (salvo casos de enfermedad). 3. Mentón erguido de manera natural y en armonía con el cuerpo. 2*. Esta lista de indicadores físicos ha sido adaptada de una que me envió George Leonard y que prepararon dos colegas suyos, Joel y Susan Kirsch. La mayoría de los profesionales con quienes hablé mencionó alguno de los indicadores físicos de esta lista. Joel y Susan Kirsch los mencionaron todos. 26 4. Mandíbula relajada. 5. Hombros relajados y erguidos. 6. Manos relajadas, agraciadas y tranquilas. 7. Brazos que cuelgan de modo relajado y natural. 8. Postura relajada, erguida, bien equilibrada. 9. Andar resuelto (sin ser agresivo ni altivo). 10. Yoz 171 odulada con intensidad adecuada a la situación y pronunciación clara. Vemos que el tema de la relajación se repite una y otra vez. Esta actitud implica que el individuo no se oculta, ni está en conflicto con su interlocutor, mientras que la tensión crónica lleva en sí un mensaje de cierta forma de división interna, de autonegación o autocondena, cierto aspecto del sí-mismo re¬ chazado o muy conflictivo. La voz humaría suele ser un indicador profundamente elo¬ cuente del nivel de autoestima de un individuo. Las personas que tienen una alta autoestima están dispuestas a hacerse responsables de lo que dicen; por lo tanto, desean ser oídas, por lo que tienden a hablar con claridad^ no innecesariamente en voz altacTcIelina mañera agresiva Su modo de hablar resulta apropiado. Comprender la importancia de la autoestima en la vida humana es más fácil que comprender la esencia de ésta. ¿En primer lugar, por qué surge la necesidad de tener autoestima? Los animales inferiores al ser humano no tienen esta necesi¬ dad. ¿Por qué no ocurre lo mismo con nosotros? ¿Qué elementos distintivos de nuestra naturaleza dan origen a esta necesidad? ¿Por qué debemos juzgamos? No podremos comprender totalmente el significado de la autoestima hasta haber resuelto estos interrogantes. No es posible apreciar el criterio según el cual ha de evaluarse la autoestima —ni el proceso por el que la creamos o reconstrui¬ mos—hasta comprender las raíces de la necesidad, las razones que dan lugar a que ésta exista. 27 Las razones distan de resultarnos evidentes y, sin embargo, en toda la literatura psicológica, ni siquiera he encontrado referencias al problema. Este es el tema que pasaremos a tratar. 28 2 La necesidad de tener autoestima El nivel específico de desarrollo evolutivo que tenemos como seres humanos hace que el proceso de autoevaluación sea inevitable y de suma importancia para nosotros. De este proceso, necesitamos emerger con autoestima positiva. Debido a que se ve involucrado el pensamiento y a que éste representa un acto de elección, el hecho de lograr una autoestima positiva suele convertirse en una batalla de proporciones heroicas. En este capítulo justificaré el concepto de lo heroico, así como también el concepto de autoestima, explorando nuestra habilidad para pensar, nuestra voluntad de hacerlo y las consecuencias para nuestra existencia. Para todo organismo que la posee, la conciencia es el medio de supervivencia básico: la capacidad de tener conciencia del medio en cierta forma y en cierto nivel, y de actuar apropiada¬ mente. Utilizo el término conciencia en su significado primario: el estado de ser consciente de cierto aspecto de la realidad. Como toda especie que posee capacidad de tomar conciencia, dependemos para la supervivencia de la guía de una forma distintiva de conciencia que nos pertenece: nuestra facultad conceptual. Para aprender a cultivar alimentos, para construir uíi puente, comprender las posibilidades curativas de una droga, dirigir un experimento científico, o para comprender las enseñanzas de un sabio, siempre necesitamos de un proceso del pensamiento. Responder adecuadamente a las quejas de un hijo o un cónyuge, reconocer que existe una disparidad entre nuestro comportamiento y los sentimientos qiié~pfolesamos, aprender 29 a sobrellevar el_ dolor y la ira en busca de alivio y no de destrucción, siempre requiere un proceso del pensamiento. Incluso el hecho de saber abandonar a tiempo los esfuerzos conscientes en la resolución de problemas para pasar la tarea al subconsciente, de saber interrumpir a tiempo el pensamien¬ to consciente, requiere un proceso del pensamiento. El problema y el desafío residen en que no estamos progra¬ mados para pensar automáticamente, por la simple razón de que el pensamiento es una necesidad de toda existencia satis¬ factoria. Esto nos lleva al tema principal: la elección de pensar. Como expresé anteriormente, utilizar la conciencia de un modo adecuado en una situación dada no es ni “instintivo”, ni automático. No estamos programados para elegir siempre tomar conciencia en vez de ignorar, el conocimiento en lugar de la ignorancia, los hechos y no las ilusiones, la verdad en vez de la falsedad. El diseño de nuestra naturaleza contiene una opción extraordinaria: la de buscar o evitar tomar conciencia, buscar o eludir la verdad, concentrar o no nuestra mente. En otras palabras, tenemos la opción de modificar los medios que están a nuestro alcance para sobrevivir y alcanzar bienestar. En este nivel radica la esencia del dilema de respetar el sí- mismo: ¿Debemos aferramos a la conciencia o escapar de ella? ¿Debemos ejercer la responsabilidad de la conciencia o fingir que no existe tal responsabilidad? En cierto sentido, esta libertad no se adecúa al resto del mundo biológico, en el que todo parece suceder de acuerdo con patrones y ritmos automáticos. En los seres humanos, tanto la vida como la conciencia alcanzan su forma más evolucionada. Más allá del modo sensorioperceptual en que la conciencia del mundo externo regula el comportamiento —el comportamiento humano asciende al modo conceptual, al nivel de las abstraccio¬ nes, los principios, el razonamiento explícito, el discurso propo- sicional y la conciencia de sí mismo—. Hemos llegado al centro de la cuestión: el nivel auto^ ins¬ ciente de regulación del organismo. En el nivel de conciencia sensorioperceptual que los seres humanoscomparten con los animales, la toma de conciencia es el objetivo controlador y 30 regulador de un proceso integrador automático, programado por la naturaleza. Pero en los niveles superiores de la concien¬ cia, en el plano conceptual, la ejercitación de la mente es volitiva, lo que significa que es nuestra responsabilidad. Activamos y dirigimos el proceso fijando el objetivo —toma de conciencia— y ese objetivo actúa como regulador e integra¬ dor de nuestra actividad mental (gran parte de lo cual sucede —de más está decirlo— en el nivel subconsciente). Por ejemplo, me despierto por la mañana, me dirijo a mi escritorio y me encuentro frente a un montón de papeles, notas, materiales de investigación. Tomo asiento, apenas consciente de que mi mente dista mucho de estar concentrada. Echo una mirada al trabajo y pienso para mis adentros: "Empecemos”. En otras palabras, establezco el objetivo en el que me concen¬ traré diciéndome, en efecto: “A trabajar. Veamos en qué estᬠbamos, recreemos el contexto, evaluemos lo que exige la situa¬ ción y procedamos”. Activo el estado mental apropiado. Como ya me extendí sobre este tema en The Psychology of Self-Esteem, no es necesario repetir todos los detalles en este trabajo. Prefiero limitarme a hacer algunas especificaciones y aclaraciones. En aquel libro di a entender que la elección de tomar conciencia significa la elección de una forma de conciencia muy concentrada. De hecho, algunas veces nuestra elección repre¬ senta una forma más difusa de tomar conciencia, pero si la intención se acerca más a tomar contacto con la realidad que a evadirse de ella, describo también este estado de la mente como de concentración Estar con la mente concentrada no significa emplear cada momento de nuestra vigilia en la tarea de resolución de proble- 1* Los psicólogos junguianos utilizan el concepto de conciencia concentra¬ da en un sentido mucho más estrecho que yo y lo identifican con el modo de cognición masculino, en contraposición a la conciencia difusa, que identifican con el femenino. Deseo aclarar que no es éste el contexto del que parto en este libro. Cuando hablo de la elección de concentrarse o no, me refiero a la búsqueda de alguna manera de expansión de la conciencia, o a la decisión de dejar que la conciencia permanezca en niveles inadecuadamente bajos de intensidad y claridad. 31 mas. Podemos elegir meditar, por ejemplo, vaciando nuestra mente de todo pensamiento para abrirnos a nuevas posibilida¬ des de relajación, rejuvenecimiento, creatividad, introspección o alguna forma de trascendencia. Puede resultar una actividad mental totalmente apropiada; incluso muy deseable en ciertos contextos. Existen, además, otras alternativas para la resolu¬ ción de problemas, tales como la ilusión creativa o el abandono a sensaciones eróticas. En materia de funcionamiento mental, el contexto determina la calidad de apropiado. La posibilidad de elección en esta área es lo que genera la necesidad de autoestima. Y los tipos de elecciones que hacemos deternünan la clase de autoestima que poseemos. Podemos elegir no sólo evitar el esfuerzo de proponernos tomar conciencia en general, sino también evitar líneas espe- cíficas del pensamiento que nos desconciertan o lastiman. Si percibimos en nuestros amigos, cónyuge o en nosotros mismos, cualidades contrarias a nuestros estereotipos,, podemos optar por dejar nuestra mente en blanco o enfocar su atención rápidamente hacia otro asunto, negándonos a identificar el significado o implicaciones de lo observado. Si en medio de una discusión, sospechamos, siquiera vagamente, que nos estamos dejando llevar por sentimientos no analizados y que mantene¬ mos determinada posición por razones ajenas a las que soste¬ nemos, razones imposibles de defender frente a un examen minucioso, podemos negamos a detenemos en este conoci¬ miento, negarnos a integrarlo; podemos dejarlo de lado y continuar gritando con justa indignación. Aun comprendiendo que el curso de acción tomado se opone radicalmente a la razón, podemos esgrimir en silencio: “¿Acaso alguien es dueño de la verdad?”, y continuar nuestro camino. En estos casos, es posible que estemos haciendo algo más qué soslayadla responsabilidad de convertir la toma de con- ciencia en nuestro objetivo. Quizás estemos buscando activa¬ mente la inconscienci a como meta, o practicando la evasión en un contexto en el que, sin lugar a dudas, se necesita tomar conciencia. Algunas veces, nos evadimos de tomar conciencia mediante el expediente de no traducir nuestro pensamiento y conocí- 32 miento en acciones, como queriendo decir que en tanto y en cuanto “pensemos”, no necesitamos hacer nada: una perspecti¬ va imposible de defender con un razonamiento claro. Por ejemplo, una mujer se da cuenta de que ha sido injusta y cruel con su hija en alguna cuestión. Sabe que le ha causado dolor y perplejidad. La mujer analiza su propio comportamien¬ to —sus razones y la necesidad de comportarse de un modo diferente en el futuro—, pero no hace nada. Es apenas conscien¬ te de que no le resulta fácil admitir que se equivocó. “Estoy pensando en ello”, se repite una y otra vez. No menciona a su hija aquello de lo que es consciente, ni le dice lo que siente: finge que la situación entre ambas es normal. No se enfrenta con su hija, ni se enfrenta con su propia resistencia al enfrentamiento^ sigue esgrimiendo que “continúa pensando”. Dado que la ^eyasióri resulta muy importante en lo que respecta a la autoestima^ quiero acentuar que es específica¬ mente en situaciones en las que se eyita^ tomar^Qnciencia, donde percibimos que somos capaces de tomar una mayor conciencia v nos negamos a alcanzarla. Si no elegimos pensar sobre algún tema que carece de importancia para nuestros intereses, necesidades o contexto, no practicamos la evasión. Si no pensamos acerca de algún asunto debido a que no sabemos cómo empezar o hacia adonde dirigimos, o si no pensamos sobre algún tema porque estamos convencidos de que nuestro esfuerzo será inútil, es posible que no practiquemos la evasión. La elección de pensar resulta verdaderamente heroica en aJgjjuaosjcaaQ^ Por ejemplo, ¿qué sucede si elggimos pensar j nos topamos con hechos que nos desconciertan? ¿Qué pasa si elegimos pensar y nuestro pensamiento nos lleva a conclusio¬ nes que amenazan con romper la rutina de nuestras vidas? ¿Y si elegimos pensar y nuestras conclusiones nos alejan del curso de las creencias de nuestro prójimo? ¿Qué sucede si como con¬ secuencia de elegir pensar comenzamos a observar rasgos y características de nosotros mismos, que no admiramos? ¿Si elegimos pensar y vemos lo que no queremos ver... o lo que otros no desean ver? Abundan las tentaciones para evitar pensar. Sin embargo, esto no invalida el hecho de que pensar constituye nuestro 33 medio de supervivencia básico y que debemos Tenemos libertad de decisión. pensar. Si bien la doctrina del determinismo psicológico —que niega la libre decisión— tuvo larga y fuerte repercusión en la psico¬ logía, nunca contó con firmes fundamentos científicos o filosó¬ ficos. Se apoya en una serie de conceptos erróneos, falsas conclusiones y contradicciones que analizo en The Psychology of Self-Esteem. El determinismo psicológico niega la existencia de cual¬ quier elemento de libertad o voluntad en la conciencia humana. Sostiene que, respecto de nuestras acciones, decisiones, valores y conclusiones, somos, en última instancia y esencialmente, pasivos; que nos limitamos a reaccionar a presiones internas y externas; que estas presiones determinan el curso de nuestras acciones y el contenido de nuestras convicciones, del mismo modo en que las fuerzas físicas determinan el curso de cada partícula de polvo del universo. Al margen de otras objeciones que puedan argumentarse, el determinismo contiene una contradicción central e insupera¬ ble, una contradicción implícitaen cualquier variedad de determinismo, sean las fuerzas determinantes alegadas físi¬ cas, psicológicas, ambientales o divinas. El punto de vista determinista sostiene que, independientemente de que el indi¬ viduo piense o no, tome o no conocimiento de los hechos de la realidad, dé mayor importancia a los hechos que a los senti¬ mientos o a los sentimientos que a los hechos, todo viene determinado por fuerzas que exceden a su control; en cualquier momento o situación dados* el método de funcionamiento . «al li.Mrai l|| ■ *l »«"■'" **'■'1 r ,r.H. _ ' ■* 'IIIWWW ******' ' 1' 1 ' 1 ~~~ ll mental del individuo es el producto inevitable de una intermi- nable cadena de factores precedentes.. No somos ni omniscientes7ni infalibles. Debemos esforzar- ♦ nos para obtener nuestro conocimiento. La mera presencia.de una idea en nuestra mente no prueba que sea verdadera: muchas ideas falsas pueden ingresar en nuestra conciencia. Pero si creemos lo que tenemos que creer, si no somos libres de verificar nuestras creencias comparándolas con la realidad 34 para constatar!^ o rechazarlas^-—en otras palabras, si las acciones y contenido de nuestra mente están determinados por factores que pueden o no guardar relación con la razón, la lógica y la realidad;—, jamás sabremos si nuestras conclusiones son verdaderas o falsas. El conocimiento consiste en la correcta identificación de los hechos y, a fin de saber a ciencia cierta que los contenidos de nuestra mente constituyen conocimientos, a fin de asegurarnos de que hemos identificado los hechos correctamente, necesita¬ mos un medio de constatar nuestras conclusiones SQiLresp>e.ctaa alareajidacLy de verificar que no existan contradicciones. Este medio lo constituye el proceso del razonamiento»; es así como corroboramos nuestras conclusiones. Pero esta gratificación, resulta_posihle sólo si nuestra capacidad para juzgar es libra, o sea, incondicional. La libre voluntad —en el sentido más amplio del término— consiste en la doctrina de que los seres humanos son capaces de llevar a cabo acciones que no están determinadas por fuerzas ajenas a su control, de que somos capaces de realizar elecciones que no necesitan responder a factores precedentes. El concepto específico de libre voluntad desarrollado en este libro difiere de otras teorías en el sentido de que sitúa nuestra libertad espe¬ cíficamente en la elección de desear o evitar tomar con¬ ciencia.2* La libertad no significa ausencia de causas; debemos tener presente este punto. Una elección volitiva no carece de causas. Viene provocada por la persona que efectúa la elección, y la elección implica una gran cantidad de aspectos: 2* Se acerca más al concepto de volición propuesto por Ayn Rand, pero difiere del suyo en que Rand identifica la elección de concentrarse exclusiva¬ mente con la elección de pensar, de emprender un proceso de razonamiento explícito, mientras que —según lo explicado anteriormente— mi propio enfoque de la elección de concentrarse es bastante más amplio; Atlas Shrug- ged, Nueva York, Random House, 1957 (trad. cast.: La rebelión de Atlas, Barcelona, Luis de Caralt, 41973); The Virtue of Selfishness, Nueva York, NAÍVSignet, 1964 (trad. cast. en: Obras completas, Barcelona, Luis de Caralt, 21971). 35 — Concentración en contraposición a falta de concentra¬ ción. — Reflexión en contraposición a la falta de reflexión. — Toma de conciencia en contraposición a la falta de toma de conciencia. — Claridad en contraposición a oscuridad o vaguedad. — Respeto por la realidad en contraposición a evitación de la realidad. —Respeto por los hechos en contraposición a negación de los hechos. — Respeto por la verdad en contraposición a rechazo de la verdad. — Perseverancia en intentar comprender en contraposición a abandono del intento de comprender. — Lealtad hacia las convicciones profesadas en las acciones en contraposición a deslealtad (lo que representa el as¬ pecto de integridad). — Honestidad para con el sí-mismo en contraposición a deshonestidad. — Enfrentamiento con el sí-mismo en contraposición a evi¬ tación del sí-mismo. — Receptividad hacia los nuevos conocimientos en contra¬ posición a estrechez mental. —-Buena disposición para ver y corregir los errores en contraposición a perseverancia en el error. — Interés por la congruencia en contraposición a despreocu¬ pación por las contradicciones. —- Razón en contraposición a irracionalidad; respeto por la lógica, la consistencia, la coherencia y la evidencia en contraposición al desinterés. Desde el momento en que el niño adquiere la capacidad del funcionamiento conceptual y la conciencia de sí mismo, va tomando conciencia —de manera implícita, no verbal— de cierta responsabilidad por la regulación de la actividad mental. La lista mencionada cubre todos los aspectos concernientes a esta regulación. 36 Si bien la concentración no es sinónimo de razonamiento, vemos la importancia que tiene el rol de la razón y la raciona¬ lidad. La razón es la facultad y el proceso por medio de los cuales los seres humanos integran los datos dados o presentes en la conciencia, de acuerdo con la ley de la no contradicción. Según esta definición, la libre voluntad se vincula con la elección de ser racional o irracional, lo que, en definitiva, significa la elección de respetar la realidad o desafiarla. Nuestra libertad, sin embargo, no es ni absoluta ni ilimita¬ da. Existen muchos factores que pueden facilitar o dificultar el ejercicio apropiado de nuestra conciencia. Algunos de estos factores pueden ser genéticos, biológicos. Otros están relacio¬ nados con el desarrollo. El medio puede apoyar y alentar la sana afirmación de la conciencia, pero también puede entorpe¬ cerla y socavarla. Consideraremos el rol del medio ambiente más adelante. Dentro de la misma mente, pueden existir obstrucciones del pensamiento. Es posible que las defensas y bloqueos subcons¬ cientes nos hagan olvidar incluso la necesidad de pensar sobre un tema en particular. La conciencia es un continuo; existe en muchos niveles. Y los problemas irresueltos en un nivel pueden trastornar las operaciones en otro. Por ejemplo, si bloqueo los sentimientos relacionados con mis padres —si interrumpo el acceso a estos sentimientos a través de la negación, el despren¬ dimiento, la represión— y luego trato de pensar sobre nuestra relación, me habré desconectado de tanto material pertinente que muy bien puedo llegar a sentirme confundido y desalenta¬ do y darme por vencido. En pocas palabras, el deseo de ser más consciente no garantiza que ios resultados de nuestros esfuerzos sean positi¬ vos. Somos libres de probar; jamás existe garantía de éxito. Si tuviéramos esta garantía, menos personas evitarían la respon¬ sabilidad de pensar. La incertidumbre es intrínseca a la propia esencia de nuestra existencia y es esta incertidumbre y libertad lo que crea la necesidad de la autoestima. La autoestima, según vimos, consiste en la suma integrada 37 de confianza en sí mismo y respeto de sí mismo. La necesidad de autoestima que tenemos es la necesidad de saber que las elecciones que efectuamos se adecúan a la realidad, a nuestra vida y bienestar. Se trata de la necesidad que sentimos de saber que nos hemos vuelto competentes para vivir. Dado que la realidad nos enfrenta continuamente con alternativas, que debemos elegir nuestras metas y acciones, que nos vemos constantemente obligados a tomar decisiones con respecto a nuestras interacciones con el medio, nuestro sentido de la eficacia y seguridad necesita la convicción de que nuestro método de elegir y tomar decisiones es el correcto; que la manera característica que tenemos de usar nuestra conciencia es la correcta; que estamos en lo cierto en principio, que nos ajustamos a la realidad. ha. con fianza en sí mismo es la seguridad en la fiabilidad de nuestra mente como herramienta de cognición.La confianza en sí mismo no es la convicción de que nunca podemos equivocar¬ nos, sino la convicción de que somos capaces de pensar, de juzgar, de saber (y de corregir nuestros errores), de que esta¬ mos genuinamente comprometidos en percibir y respetar la re¬ alidad al máximo de nuestra fuerza volitiva. Dudar de la eficacia de nuestro principal medio de supervivencia significa paralizarse (en distintos grados) en la realización de los esfuer¬ zos para afrontar los desafíos de la vida, entregándose de este modo a sentimientos de ansiedad e inevitabilidad. v condenán¬ dose, por lo tanto, a experimentar sentimientos de ineptitud a la necesidad del respeto de nosotros mismos, a medida que maduramos, a medida que vamos tomando con¬ ciencia de nuestro poder para elegir las acciones que realiza¬ mos, que adquirimos el sentido de ser personas, experimenta¬ mos la necesidad de sentir que somos adecuados como perso¬ nas, adecuados en nuestra manera característica de actuar, en una palabra, que somos aptos. Aprendemos el concepto de los adultos; pero la necesidad es inherente a nuestra naturaleza. Es posible que un niño no reconozca la relación entre el hecho de ser adecuado o apto y el concepto de vida o muerte; el niño puede tener conciencia de esto sólo en relación con las altema- En cuanto 38 tivas representadas por el placer o el sufrimiento, el autodelei- te o la autocondena. Ser adecuado como persona significa sen. apto para la felicidad:, lo contrario, estar egiúvocadQ-Como persona, es estar amenazado por el dolor. Ser valioso como persona quiere decir ser digno de alegría; la falta de valor como persona implica ser indigno de placer. Inherentes a nuestra existencia como seres humanos, en¬ contramos preguntas como: ¿En qué clase de entidad intento transformarme? ¿Qué principios han de guiar mi vida? ¿Qué valores vale la pena perseguir? Defino estos interrogantes como “inherentes a nuestra naturaleza”, porque la preocupa¬ ción por lo correcto e incorrecto no es sólo el producto del condicionamiento social, algo de lo cual trataron de convencer¬ nos los conductistas. En las primeras etapas de nuestro desa¬ rrollo surge de manera natural cierta inquietud por la morali¬ dad o la ética —del mismo modo en que evolucionan nuestras demás capacidades intelectuales— y ésta progresa al paso del ritmo normal de nuestra maduración.41,60 No podemos librarnos de la vigencia de valores y juicios de valores. Independientemente de que los valores con respecto a los cuales nos juzgamos sean conscientes o subconscientes, racionales o irracionales, consistentes o contradictorios, positi¬ vos para la vida o amenazadores, cada uno de nosotros se juzga de acuerdo con alguna norma. Y en la medida en que dejamos de satisfacer esa norma, se ve erosionado el respeto que sentimos hacia nosotros mismos. Pertenecemos a la única especie capaz de discernir lo que más nos conviene hacer, para luego terminar haciendo lo contrario. Somos la única especie libre de ignorar nuestro propio conocimiento o de traicionar sus propios valores. El concepto de hipocresía no puede aplicarse a animales inferio¬ res, como tampoco la virtud de la integridad. Para llegar a comprender la necesidad que tenemos de experimentar el valor personal, es esencial que comprendamos este punto. Como veremos más adelante, los padres y el medio familiar desempeñan un rol significativo en el desarrollo de los valores, autoconcepto y autoestima del niño. Y si bien es falso sostener que la autoestima de un niño es sólo un reflejo de las aprecia- 39 ciones recibidas de los demás, no quiero negar que dichas apreciaciones constituyen una parte importante de la expe¬ riencia vital del niño, con diversas consecuencias para su psicología.2i82 Todo ser humano necesita el respeto de sí mismo, necesita experimentar su valor como persona tanto como la seguridad en sí mismo. Debemos actuar para lograr nuestras metas y, para actuar, debemos valorarnos como beneficiarios de nues¬ tras acciones. Para luchar por nuestra felicidad, debemos considerarnos merecedores de felicidad. Si el sentido de mere¬ cimiento no está presente, fracasaremos en los actos de autoa- firmación que requiere nuestro bienestar. En áreas cruciales de la vida nos veremos entorpecidos o paralizados (en diferen¬ tes grados), condenados a sentimientos de inadecuación para la vida. Llegamos a sentimos dignos de vivir haciéndonos competen¬ tes para la vida. Si esquivamos la responsabilidad de la refle¬ xión y la razón, si damos la espalda a la realidad y a los hechos, socavando nuestra capacidad para vivir, no rescataremos el sentido de valoración. Si traicionamos nuestra integridad y nuestras convicciones morales, si no respetamos nuestras propias normas —minando nuestro sentido de la valora¬ ción—, lo hacemos por evasión. Negándonos a ver lo que vemos y a saber lo que sabemos, cometemos traición a nuestro propio juicio (sea correcto o equivocado) y no logramos rescatar el sentido de la propia capacidad. Este juicio transmitido a nuestro comportamiento mental generalmente se vive como una afirmación de nuestra “esen¬ cia”. El comportamiento en este nivel de intimidad se vive como “quién soy”, como algo casi inseparable del sentido del sí-mismo de un individuo. Mientras que resulta relativamente fácil percibir el comportamiento externo como una expresión del sí- mismo aunque no idéntico al sí-mismo, el comportamiento interno —elecciones y operaciones mentales— normalmente es intrínseco a la propia experiencia. Sin embargo, podemos anular—y, de hecho, lo hacemos— la correspondencia entre el sí-mismo y determinadas elecciones y operaciones cuando decimos, por ejemplo: “Lamento haber 40 elegido ser tan irresponsable en este asunto y estoy decidido a actuar de otra manera en el futuro”. Continuamente, el sí-mismo evoluciona, va modelándose y afecta el modo en que se vive, a través del constante flujo de elecciones y decisiones que toma en el transcurso de la vida. Es esto lo que hace posible el cambio y el desarrollo. No estamos obligados a permanecer prisioneros de los errores del pasado o de los incumplimientos de la responsabilidad de una conciencia adecuada. No caben dudas de que nuestras elecciones tienen conse¬ cuencias psicológicas. La forma en que elegimos enfrentarnos a la realidad, la verdad y los hechos —nuestra elección de honrar o deshonrar nuestras propias percepciones— se regis¬ tra en nuestra mente, para bien o para mal, y puede tanto confirmar y fortalecer nuestra autoestima, como negarla y debilitarla. La autoestima es la reputación que adquirimos frente a nosotros mismos. Por lo antedicho, deducimos que el “sí-mismo” del que hablamos es nuestra mente, nuestra mente y su modo caracte¬ rístico de operar. Debemos destacar este concepto porque sí- mismo es un término que adquiere diferentes significados según el contexto. Algunas veces, cuando hablamos de “mí mismo”, nos referi¬ mos a “mi persona, la totalidad de mi ser, incluyendo mi cuerpo”. En un contexto psicológico, sí-mismo se emplea, la mayoría de las veces, para significar la totalidad de las carac¬ terísticas mentales, habilidades, procesos, creencias, valores y actitudes que puedo o no reconocer conscientemente como propias. De manera que gran parte del territorio del sí-mismo puede ser subconsciente. El concepto de mente tiene una aplicación más limitada que el de conciencia y se asocia específicamente con la habilidad para representar y manipular la realidad de modo simbólico, para formar y usar conceptos, para razonar y construir el discurso proposicional. La mente designa la conciencia humana 41 (o la forma humana de la conciencia), a diferencia de las formas de conciencia exhibidas por los animales inferiores al hombre.6 El yo es el centro unificador de la conciencia, el núcleo irreductible de la conciencia del sí-mismo: lo que genera y sostiene un sentido delsí-mismo, de la identidad personal. El yo no son nuestros pensamientos, sino lo que ejecuta el pensa¬ miento; no son nuestros juicios, sino lo que forma dichos juicios; no son nuestros sentimientos, sino aquello que reconoce los sentimientos; el testigo intrínseco esencial; el contexto esencial en que existen todos nuestros sí-mismos menores o subperso¬ nalidades. No nos equivocaríamos al referimos a la autoestima como estima del yo. Cuando afirmamos que alguien tiene un “yo fuerte” o un “yo saludable”, solemos querer decir que esa persona goza de una buena autoestima. El autoconcepto se refiere a las ideas, creencias e imágenes de un individuo sobre sus rasgos y características, obligaciones y habilidades, limitaciones y capacidades (reales o imagina¬ rios). Así definido, es más amplio que la autoestima: contiene a la autoestima como uno de sus componentes. Podemos pensar en la autoestima como un círculo encerrado en otro de mayor tamaño correspondiente al autoconcepto. También podemos considerar la autoestima como el componente evaluador del autoconcepto. Una de las influencias más poderosas que recibe el desarro¬ llo de la autoestima es la educación proveniente de los padres. A continuación discutiremos algunos de los aspectos funda¬ mentales de la relación padres-hijo que tienden a afectar la calidad de la autoestima en evolución. Nos referimos a influen¬ cias, no a determinantes. En última instancia, somos nosotros mismos quienes generamos el nivel de seguridad en nosotros mismos y de respeto de nosotros mismos. Después de haber analizado los factores vinculados a la relación con los padres y el medio, estaremos preparados para asumir directamente nuestro propio rol decisivo para aumentar o disminuir la autoestima. 42 3 La autoestima y las relaciones padres-hijos Todos los organismos dependen de su medio ambiente, en diferentes grados, para lograr un buen crecimiento. Si bien los seres humanos somos capaces de desarrollarnos en un ambien¬ te hostil, nuestra capacidad no es ilimitada y debemos com¬ prender los tipos de interacciones que impulsan o anulan la formación de la confianza en sí mismo y el respeto de sí mismo. Comencemos con una observación general. Todo niño nece¬ sita comprender su mundo y cuando esa necesidad se ve frustrada una y otra vez, el resultado suele ser la formación de un sentido trágico del sí-mismo y de la vida. Recuerdo que discutí este tema con la distinguida terapeuta familiar Virginia Satir, quien ilustró con lujo de detalles y de manera aterradora el tipo de locura con que tantos de nosotros crecemos. Imagínese, dijo ella, una escena con un niño y sus padres. Viendo una mirada de infelicidad en el rostro de la madre, el niño le pregunta: “¿Qué te pasa, mamá? Estás triste . La madre le responde con voz tensa, reprimida: ‘No me pasa nada. Estoy bien”. El padre acota, furioso: “¡No molestes a tu madre!” El niño pasea su mirada entre la madre y el padre, perplejo e incapaz de responder al reproche. Comienza a lloriquear. Entonces, la madre grita al padre: “jMira lo que has conseguido!” Analicemos esta escena con detalle. El niño percibe sin equivocarse que algo perturba a su madre y reacciona adecua¬ damente. La madre interviene invalidando la percepción (co¬ rrecta) que el niño tiene de la realidad. Quizá lo haga con el deseo de “protegerlo”, quizá porque ni ella misma sabe cómo afrontar su infelicidad. Si hubiese dicho algo así como: “Sí, 43 mamá está un poco triste ahora; gracias por darte cuenta”, habría convalidado la percepción del niño. De haber reconocido su propia infelicidad de manera simple y abierta, habría reforzado la compasión del niño y le habría enseñado algo profundamente importante con respecto a una actitud saluda¬ ble hacia el dolor. El padre, quizá por “proteger” a la madre, quizá por sentimiento de culpa porque la tristeza de la madre tiene que ver con él, regaña al niño, añadiendo una dosis de incomprensibilidad a la situación. Si mamá no está triste, ¿por qué puede alterarla una simple pregunta? ¿Por qué molestar¬ la cualquiera que sea el caso? El hijo, dolorido e impotente, comienza a llorar. En este momento, la madre grita al padre, afirmando que no está de acuerdo con que le haya reñido. Las contradicciones se complican: incongruencias dentro de incon¬ gruencias. ¿Cómo puede el niño comprender esta situación? El niño puede salir corriendo, en busca de algo que hacer o alguien con quien jugar, para poder borrar todo recuerdo del incidente lo más rápido posible, reprimiendo sentimientos y percepciones. Y si el niño entra en la inconsciencia para escapar de la aterradora sensación de sentirse atrapado en una pesadi¬ lla, ¿culpamos a su bienintencionados padres por seguir com¬ portamientos que hacen que su hijo perciba que ver es peligroso y que la seguridad se encuentra en la ceguera? Una historia común y corriente, sin villanos. A nadie se le ocurriría imaginar que los padres se ven motivados por inten¬ ciones destructivas. Pero al elegir negar la simple realidad, dan al niño la impresión de que vive en un mundo incomprensible en el que no se puede confiar en la percepción y en el que el pensamiento resulta fútil. Al considerar los múltiples mensajes enviados por los pa¬ dres que pueden ejercer un efecto pernicioso en la autoestima de un niño, posiblemente los que he encontrado con mayor frecuencia en el transcurso de mi experiencia laboral consisten en distintas versiones del “No eres lo bastante bueno”. Desafor¬ tunadamente, muy pronto en la vida, demasiados de nosotros recibimos este mensaje de padres y maestros. Puedes tener 44 posibilidades, pero nos resultas inaceptable. Necesitas que te enseñen modales. (“Veamos, déjame arreglarte el cabello”, “Mira la ropa que te has puesto”, “Sonríe”, “Ven que te acomodo un poco”, “Ponte más derecho”, “Baja la voz”, “Cálmate”, “No juegues con ese juguete, juega con este otro”, “¿Qué pasa contigo?”). Algún día llegarás a ser lo bastante bueno, pero no ahora. Llegarás a ser lo bastante bueno siempre y cuando trates de cumplir nuestras expectativas. Algunas veces, el mensaje “No eres lo bastante bueno”, no se transmite a través de la crítica, sino por el excesivo aprecio. Si un niño se siente sobreestimado, si sus devotos padres perciben sus logros de un modo exagerado (“¡Escucha lo bien que Juan toca el piano! ¡Tenemos un Horowitz en la familia!”), el resul¬ tado es un sentimiento de invisibilidad psicológica y la sensa¬ ción de que no basta con ser quien soy en realidad.28’29,30 La tragedia de las vidas de muchas personas reside en que al aceptar el veredicto de que no son lo bastante buenos, pueden pasarse años desviviéndose para obtener el máximo nivel de suficiencia. Si consigo realizar un buen matrimonio, seré me¬ jor. Si gano tanto dinero al año, seré mejor. Un ascenso más, y habré alcanzado mi objetivo. Otra conquista sexual, otra dupli¬ cación de mi activo, otra persona que me diga que soy adorable, y habré llegado a la meta. Sin embargo, es imposible ganar la batalla en estos términos. Perdí la batalla el día en que admití que había algo que probar. Puedo liberarme del veredicto negativo que agobia mi existencia, simplemente rechazando esta premisa. Los niños que se sienten amados y aceptados tal como son, los niños que no sienten continuamente cuestionado su valor básico a los ojos de sus padres, poseen una inapreciable ventaja en la formación de una sana autoestima, según testifica elo¬ cuentemente el trabajo de Virginia Satir, Haim Ginott y Stan¬ ley Coopersmith (por citar sólo tres eminentes especialistas en este campo).76,77,28,29,30,14 Resulta interesante comprobar que los mejores trabajos realizados por los psicólogos en general con respecto a la 45 autoestima se concentran en el área de las relaciones padres- hijos, con especial énfasis en lo que pueden hacer los padres para estimular el desarrollo de una buena autoestima.El estudio más académico y profundo llevado a cabo en esta área es The Antecedents of Self-Esteem, de Stanley Coopersmith. Uno de los puntos más interesantes del estudio de Cooper¬ smith resulta una conclusión de índole negativa: la autoestima de un niño no se relaciona con la posición económica de la familia, ni con la educación, el área geográfica del domicilio, la clase social, la ocupación del padre, ni el hecho de que la madre siempre se encuentre en el hogar. En cuanto a lo positivo, lo que resulta significativo es la calidad de la relación existente entre el niño y los adultos que son importantes en su vida. Coopersmith descubrió cuatro condiciones frecuentemente asociadas con la elevada autoestima en los niños: 1. El niño experimenta una total aceptación de los pensa¬ mientos, los sentimientos y el valor de su existencia. 2. El niño opera en un contexto de límites bien definidos y firm es, si bien justos, razonables y negociables; pero no goza de ilimitada ‘libertad”. En consecuencia, el niño experimenta una sensación de inseguridad y forja una base firme para evaluar su comportamiento. Más aun, los límites generalmente implican normas elevadas, así como también la confianza de que el niño será capaz de alcanzarlas, con la consecuencia de que generalmente lo logra.1* 3. El niño siente respeto por su dignidad como ser huma¬ no. Los padres se toman en serio las necesidades y 1*. Haim Ginott también destaca la necesidad de establecer límites para que el niño crezca de manera sana y foijando su seguridad, contrariamente a lo que promulgan los psicólogos que creen que el niño puede beneficiarse de una permisividad sin restricciones.28’29’30 Las investigaciones no apoyan esta última suposición. Los límites, siempre que sean razonables, dan al niño un sentido de seguridad y estabilidad muy necesario, como indica el estudio de Coopersmith. 46 deseos del niño; se muestran dispuestos a negociar las reglas familiares dentro de límites cuidadosamente delineados. En otras palabras, se ejerce la autoridad, no el autoritarismo. Como expresión de esta misma actitud general, son menos proclives a recurrir a la disciplina punitiva (y tiende a haber menor necesidad de disciplina punitiva) y más proclives a centralizar el énfasis en recompensar y reafirmar el comportamiento positivo. Los padres demuestran interés por el niño, su vida social y académica y, generalmente, están dispuestos a conversar con su hijo cuando éste así lo desea. 4. Los propios padres tienden a disfrutar de un alto nivel de autoestima. Teniendo en cuenta que el modo en que tratamos a los demás suele reflejar el modo en que nos tratamos a nosotros mismos, esta última conclusión no ha de resultar sorprendente. No obstante, algunos niños emergen de su niñez, transcurri¬ da en medios terriblemente opresivos, con su sentido del sí- mismo heroicamente intacto y una autoestima elevada. Otros, provenientes de medios protectores, en que los padres parecen haber nutrido con esmero el sentido del sí-mismo, crecen dominados por dudas e inseguridades con respecto a sí mis¬ mos.82 Después de dilucidar cuidadosamente estos antecedentes de la autoestima arrojados por sus investigaciones. Cooper- smith hace la siguiente observación: “Debemos hacer notar que prácticamente no existen patrones de comportamientos o acti¬ tudes que sean comunes a todos los padres de niños con elevada autoestima”. Ni los padres ni los maestros son omnipotentes con respecto a la autoestima de un niño, pero tampoco son impotentes. Pasemos, entonces, a considerar la naturaleza de la influencia que tienen la capacidad de ejercer. Suelo decir a los padres: “Tengan cuidado con lo que dicen a sus hijos. Quizá coincidan con ustedes”. Antes de tildar a un 47 niño de “estúpido”, “ridículo”, “malo” o “un fracaso”, los padres deben plantearse la pregunta: “¿Es esto lo que quiero que mi hijo piense de sí mismo?” Si a un niño se le repite que no debe sentir esto o aquello, lo animamos a que niegue y rechace sentimientos o emociones con el fin de agradar o apaciguar a sus padres. Expresiones norma¬ les de excitación, ira, felicidad, sexualidad, nostalgia y temor son contempladas como pecaminosas o desagradables de una u otra forma a los ojos de los padres, y el niño puede experimentar desprendimiento y rechazo progresivo de su sí-mismo con el fin de pertenecer a alguien, de ser amado y de evitar el terror al abandono. También los padres sobreprotectores pueden coartar la autoestima en un niño. Si le están vedados los riesgos y la exploración esenciales para todo buen desarrollo, el niño intuye que es inadecuado para los desafíos normales de la vida, que está inherentemente incapacitado para la supervivencia inde¬ pendiente. Algunas veces, cuando muere el padre de un niño o los padres se divorcian, el niño se siente abandonado y puede extraer esta conclusión: “De alguna manera, es culpa mía”. A menos que se ayude al niño para que comprenda que la muerte o el divorcio no son en modo alguno consecuencia de su compor¬ tamiento, una sentencia de “no soy suficiente” puede extender¬ se como veneno dentro de la psique del pequeño. Para un niño que ha tenido poca o ninguna experiencia en lo que se refiere a un trato respetuoso —que le vean, que le atiendan, que le escuchen, que se sienta merecedor de confian¬ za—, la falta de respeto de sí mismo resulta natural. Nuestra tendencia es seguir enviándonos los mismos mensajes que nos enviaron alguna vez nuestros padres. Hace unos años (1969-1970), pensando e investigando sobre los impulsos esenciales de un desarrollo y una autoestima saludables, seleccioné una serie de preguntas que luego inves¬ tigué intensivamente con un número de pacientes de psicotera¬ pia. La lista se redujo a las preguntas que presentamos más adelante, las cuales demostraron ser significativas para la 48 aparición (o no aparición) de la confianza en sí mismo y el respeto de sí mismo.2* Las preguntas, de hecho, constituyeron un método para retrotraemos a los orígenes infantiles del autoconcepto en general y de la autoestima en particular. En primera instancia, se pidió a los pacientes que contesta¬ ran las preguntas lo mejor que pudieran; luego, se les propuso que citaran ejemplos que sustentaran sus respuestas; más tarde, que describieran exhaustivamente todas las emociones que evocaba el recuerdo de estos ejemplos y, por último, que meditaran sobre las conclusiones extraídas de estas experien¬ cias de la niñez. No partí (ni parto) de la suposición de que todas las conclu¬ siones importantes de su infancia las dedujeran basándose en las experiencias con sus padres. Simplemente, consideré este aspecto una interesante vía de investigación. El lector podrá apreciar mejor la importancia de estas preguntas si intenta responderlas personalmente. 1. Cuando usted era niño, la manera de comportarse de sus padres y el modo de tratarlo, ¿le daban la impresión de que vivía en un mundo racional, predecible, inteligi¬ ble? ¿O en un mundo contradictorio, desconcertante, imposible de dilucidar? 2. ¿Le enseñaron la importancia de aprender a pensar y de cultivar su inteligencia? ¿Sus padres le proporcionaron estímulo intelectual y le transmitieron la idea de que la utilización de su mente puede resultar una aventura fascinante? 3. ¿Le estimularon a pensar de forma independiente, a 2*. Describo algunas de mis experiencias aplicando una versión más abreviada de esta lista en Breaking Free. Si bien Breaking Free no refleja contundentemente el enfoque con que he estado aplicando la psicoterapia durante unos cuantos años, la información generada a partir de trabajar con la lista de preguntas continúa siendo valiosa, y además cuenta con el apoyo de investigaciones y descubrimientos de otros especialistas. 49 desarrollar su facultad crítica? ¿O le animaron a que fuera obediente, más que mentalmente activo e inquisi¬ dor?
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