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8 ideas clave Calidad de la práctica educativa Referentes, indicadores y condiciones para mejorar la enseñanza-aprendizaje 2 3 4 Colección Ideas Clave Directores de la colección: Antoni Zabala, Maruja Caruncho Serie Formación y desarrollo profesional del profesorado/Fundamentos de la educación © Federico Malpica Basurto © de esta edición: Editorial GRAÓ, de IRIF, S.L. C/ Hurtado, 29. 08022 Barcelona www.grao.com 1.a edición: enero 2013 ISBN: 978-84-9980-768-3 Diseño: Maria Tortajada Carenys Quedan rigurosamente prohibidas, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción o almacenamiento total o parcial de la presente publicación, incluyendo el diseño de la portada, así como la transmisión de ésta por cualquier medio, tanto si es eléctrico como químico, mecánico, óptico, de grabación o bien de fotocopia, sin la autorización escrita de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com, 917 021 970 / 932 720 447). 5 http://www.grao.com http://www.conlicencia.com A la figura del docente. A los dos maestros (de vocación y profesión) que me han enseñado lo que es importante en la vida: Juventino y Constanza. A Meritxell, por su aliento, apoyo y amor. Contigo, todo es posible. 6 1 • • • • • 2 • • Índice Prólogo, ANTONI ZABALA La calidad en la enseñanza como mejora continua de la práctica educativa Agradecimientos Presentación ¿Es posible determinar si una práctica educativa es más o es menos adecuada? ¿Por qué es más necesario que nunca hablar de la calidad en las aulas? ¿A quiénes pueden serles útiles estas ideas clave sobre calidad de la práctica educativa? 8 preguntas sobre calidad de la práctica educativa y 8 ideas clave para responderlas La calidad de la práctica educativa está determinada por las finalidades del aprendizaje y el conocimiento científico sobre cómo aprendemos ¿Por qué la calidad educativa no puede ser universal? Los referentes necesarios para determinar la calidad de una institución o comunidad educativa (llámese sistema educativo, centro escolar, colegio, escuela, universidad, academia o centro de formación) Los principios psicopedagógicos del aprendizaje (cómo aprendemos) Definición necesaria de la calidad educativa y sus características desde el aula Las características de la calidad pedagógica o calidad de la práctica educativa El aula, alfa y omega de la calidad: factores determinantes de la calidad educativa desde una perspectiva sistémica En la práctica Para saber más La calidad de la práctica educativa obedece a una estrecha relación entre las mochilas docentes y la capacidad institucional para gestionarlas y compartirlas ¿Por qué no se producen mejoras significativas en la mayoría de nuestras aulas? Los impedimentos para las mejoras educativas El recurso más valioso en educación: la mochila docente 7 • • 3 • • • • • • 5 • • • • • 6 4 El peso de la mochila docente en los resultados de aprendizaje El liderazgo pedagógico de directores y enseñantes: cómo gestionar, compartir y desarrollar las mochilas docentes En la práctica Para saber más Un sistema de calidad con sentido educativo es aquel donde la organización y la docencia están al servicio del aprendizaje ¿Cómo se ha implantado la calidad en el sector educativo y formativo, a diferencia de otros sectores profesionales? Breve historia de la calidad en el ámbito educativo y formativo Errores conceptuales resistentes al cambio en la implantación de la calidad educativa Una nueva calidad educativa es posible: cómo aprovechar el camino que ya hemos recorrido En la práctica Para saber más La calidad en el aula supone analizar la práctica educativa ¿Cuáles son los elementos básicos con los cuales podemos analizar los procesos educativos de una manera fundamentada? Dimensiones de análisis en los procesos educativos y sus interrelaciones Criterios básicos de análisis y sus indicadores Condicionantes básicos de la práctica educativa En la práctica Para saber más Cada institución debe establecer una práctica docente alineada con sus finalidades de aprendizaje ¿Cuáles son los procedimientos, metodologías y pasos para medir los procesos educativos y determinar las prácticas educativas adecuadas? El liderazgo pedagógico Modelo de mejora de la práctica educativa Desarrollo de un autodiagnóstico de la práctica educativa para «ver» las aulas Elaboración de un plan estratégico pedagógico como documento rector Desarrollo de hábitos docentes a través de comunidades para la institucionalización de la práctica educativa En la práctica Paras saber más La reflexión compartida y la mejora continua de lo que pasa en las aulas tienen un beneficio directo en la práctica educativa ¿Qué beneficios experimenta una práctica educativa basada en un proceso 8 • • • • • 7 • • • • 8 • • • • • sistemático de reflexión compartida y mejora institucional de los procesos de enseñanza y de aprendizaje? Cumplir la promesa: garantizar los resultados de aprendizaje del alumnado Mejorar los planes, el proceso y los resultados de la formación docente Mejorar la capacidad sistémica para institucionalizar las prácticas educativas adecuadas Mejorar los documentos orgánicos del centro: su alineación con las finalidades del aprendizaje y su utilidad práctica Los tres pilares de la nueva cultura profesional docente: la fundamentación pedagógica, el trabajo colaborativo y la mejora continua en el aula En la práctica Para saber más La mejora continua de los procesos de enseñanza y aprendizaje le otorga sentido a los sistemas de gestión de la calidad ¿Es posible alinear el trabajo en las aulas con los sistemas de gestión de la calidad, la certificación de programas académicos, los modelos de excelencia y la evaluación institucional externa? Fundamentación pedagógica de los planes de formación docente, las acreditaciones de programas, las evaluaciones y las encuestas de satisfacción Modelo conceptual de integración de los procesos educativos y organizativos Desarrollo de los sistemas de gestión de la calidad y la excelencia con sentido educativo Modelo integrado de calidad en la gestión y en la práctica educativa En la práctica Para saber más Impulsar la calidad de la práctica educativa supone un desafío en cuanto al liderazgo pedagógico, el tiempo de dedicación y la cultura institucional ¿Qué esfuerzo real supone, para los docentes y el equipo directivo, la calidad de la práctica educativa? Primer reto: el liderazgo pedagógico necesario Segundo reto: el tiempo de dedicación adecuado Tercer reto: el desarrollo de una cultura docente más profesional Cuarto reto: la participación de toda la comunidad educativa Quinto reto: minimizar la influencia negativa del contexto En la práctica Para saber más 9 A modo de epílogo Por una educación basada en evidencias Glosario Referencias bibliográficas 10 Prólogo La calidad en la enseñanza como mejora continua de la práctica educativa Antoni Zabala Diversidad de alternativas al método tradicional de enseñanza ¿La forma de enseñar que estamos utilizando es la más adecuada? ¿Cuál es el método de enseñanza* más apropiado? ¿Si pretendemos mejorar nuestra práctica educativa, cuáles deben ser los cambios que debemos realizar? ¿Hasta qué punto el modelo transmisivo de enseñanza es válido actualmente? Éstas y otras cuestiones relacionadas con los procesos de enseñanza siguen siendo de extrema actualidad. Al menos desde finales del siglo XIX, y de manera cada vez más extendida, la respuesta se ha dirigido a un cuestionamiento del modelo de enseñanza tradicional. Estrategia de intervención pedagógica entendida como la transmisión de unos conocimientos por parte del profesorado para que éstos sean reproducidos por el alumnado de forma más o menos literal en unas pruebas o exámenes. Con más o menos variaciones, este método de enseñanza sigue siendo el modelo imperante en la mayoría de las aulas de nuestro entorno.A lo largo del siglo XX se han ido sucediendo propuestas alternativas al modelo tradicional. Bajo una concepción centrada en el alumno (paidocentrismo) y la acción (activismo), y desde posiciones distintas según principios ideológicos, filosóficos, sociológicos o psicológicos, se fueron gestando «pedagogías» y corrientes innovadoras, propiciadas por colectivos de docentes y autores representativos como: Dewey, Ferrière, Kilpàtrick, Freinet, Decroly, Makarenko, S. Neill, Montessori, etc. Todos ellos de un modo u otro propusieron sus correspondientes alternativas al método tradicional definiendo en muchos casos estrategias didácticas concretas: proyectos, centros de interés, resolución de problemas, complejos de interés, etc. Así pues, nos encontramos con discursos pedagógicos donde cada una de las propuestas alternativas ha consistido en una negación del modelo tradicional de 11 enseñanza y una búsqueda, cuando no una forma concreta de enseñanza. La pregunta sustancial ante estas propuestas está relacionada con su fundamentación más allá de un rechazo más o menos intuitivo del método tradicional. Sin lugar a dudas cada una de las corrientes alternativas está argumentada, pero desde posiciones y explicaciones que dependen de referentes teóricos distintos y en muchos casos contradictorios. Situación extremadamente difícil para el profesorado que cuestiona el modelo de enseñanza imperante y que tiene que decidir sobre el método que hay que utilizar o los cambios que debe realizar en su práctica educativa. Éste ha sido el camino trazado por la enseñanza a lo largo del siglo pasado, creando en el profesorado, ante distintas opciones algunas de ellas aparentemente contrapuestas, la sensación de que todo vale y, ante la inseguridad, optar por seguir con lo conocido, que por otro lado sigue siendo lo que hace la mayoría del profesorado con el beneplácito implícito de la mayoría de las familias y de la propia sociedad. Asimismo, en el ámbito académico la necesidad de análisis de la actividad educativa se ha realizado mediante la elaboración de distintos paradigmas teóricos para su interpretación, así nos encontramos con marcos teóricos diversos y notablemente diferenciados: el tecnológico, el humanista, el constructivista, el sociocrítico, el dialógico, etc. Algunos desarrollados a partir de teorías psicológicas sobre el aprendizaje y otros de carácter más global desde perspectivas sociológicas. Cada uno de ellos con modelos explicativos del proceso educativo con características propias y criterios interpretativos notablemente diferenciados. Ante la existencia de paradigmas distintos validados por corrientes académicamente bien estructuradas, cualquier opción puede ser y es cuestionada o descalificada desde los otros paradigmas. Consecuentemente, la falta de acuerdo académico facilita la lógica tendencia a refugiarse en lo conocido y, en el caso de mostrar interés por el cambio o la mejora, la dificultad en disponer de un criterio razonado que permita tomar partido por uno u otro paradigma. Éste ha sido el recorrido a lo largo del siglo XX. En la actualidad la pregunta que debemos hacernos es si disponemos de conocimientos suficientes que nos permitan realizar un análisis de la práctica educativa con mayor seguridad y, en concreto, disponer de referentes teóricos que lo fundamenten y puedan ser aceptados por la comunidad educativa y, al mismo tiempo, establecer una sistemática que posibilite la identificación de las mejoras que hay que realizar y unos criterios para su aplicación y desarrollo. Éste es el objetivo del libro que tenemos en nuestras manos. Investigación y desarrollo de procedimientos para el análisis de la práctica educativa 12 Para poder entender el atrevimiento de la propuesta creo interesante repasar brevemente el proceso seguido y los antecedentes que la han propiciado. Desde el nacimiento del Instituto de Recursos e Investigación para la Formación IRIF/Graó, con la creación de la revista Guix en 1977, la intención de todos los que hemos estado participando en el proyecto, de manera más o menos directa, ha sido la de apoyar el intercambio de experiencias innovadoras y facilitar y promover todas aquellas iniciativas que potenciaran la mejora de la enseñanza, entendida ésta como la formación integral de las personas. Es decir, una escuela educadora en contraposición a una enseñanza exclusivamente instructiva y, como consecuencia, la utilización de estrategias didácticas participativas. Éste ha sido el criterio utilizado durante estos años. Una posición de carácter ideológico fundamentada en el pensamiento pedagógico de las grandes corrientes transformadoras surgidas en el siglo XX. Además de la acción editorial de IRIF mediante el sello Graó (actualmente con 14 cabeceras de revistas y más de 700 libros publicados), en el instituto se realizan trabajos de estudio, de desarrollo de investigaciones y proyectos concretos no sólo en la enseñanza formal, sino también en el ámbito de la formación profesional continua para sectores diversos (médicos, maquinistas de tren, directivos, bomberos, comerciales, analistas, etc. ), lo que nos ha llevado a efectuar análisis de necesidades formativas y el diseño de propuestas didácticas que no tenían ni podían seguir los mismos modelos de análisis e intervención pedagógica que los utilizados en la escuela. Seguramente, esta situación nos ha obligado a interpretar el hecho formativo con instrumentos de análisis desligados de los paradigmas y modelos pedagógicos escolares, y profundizar en la búsqueda de modelos interpretativos y de un procedimiento de trabajo específico que permitiera identificar las prácticas docentes más apropiadas para cada una de las necesidades formativas, según las especificidades de cada uno de los perfiles profesionales que son objeto de la formación. Para ello, el procedimiento utilizado ha consistido en identificar, en primer lugar, los objetivos y contendidos de la formación en función del diferencial existente entre aquello que los profesionales conocen o dominan y las competencias necesarias para su desempeño profesional, según el caso: análisis de situaciones complejas, habilidades para la conducción de trenes, conocimiento del código de circulación, estrategias de intervención, diagnóstico de enfermedades, etc. Competencias profesionales según una visión determinada, y no cualquiera, sobre el rol que debe tener el profesional. De tal modo que detrás de cada definición competencial intervienen aspectos objetivables y otros que no lo son tanto por ser objeto de una concepción determinada del papel que el profesional debe cumplir. Es decir, un primer paso que afecta directamente a las preguntas de para qué formar y qué formar, y que son resultado a la vez de un análisis técnico y de otro –que podemos considerar de carácter ideológico– sobre la función que dicho profesional debe tener en la sociedad o en la organización 13 en la que está empleado. Una vez identificados los objetivos y contenidos de la acción formativa, para poder establecer las estrategias formativas más apropiadas, el paso siguiente consiste en recurrir al conocimiento existente sobre cómo las personas adquieren estos contenidos. En función de este conocimiento seremos capaces de establecer una forma de enseñar fundamentada. Como podemos ver existen dos fases claramente diferenciadas, una primera para la toma de decisiones sobre los objetivos y contenidos de la acción formativa, en cuyo marco teórico conviven aspectos objetivables con otros manifiestamente subjetivos. Y una segunda fase sobre la metodología que se va a utilizar –cuándo y cómo enseñar– por medio de la aplicación del conocimiento resultado de las aportaciones científicas sobre cómo las personas aprenden. Referentes teóricos para la selección de los métodos de enseñanza La transferencia de este procedimiento a la educación formal pasa por concretar en la utilización de lo que consideramos como los dos referentes teóricos esenciales. Así pues, para poder valorar la bondad decualquier práctica educativa es necesario atender al primer referente teórico, que corresponde a las finalidades educativas que se atribuyen a la enseñanza, lo que podemos llamar el perfil del egresado, es decir, el conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes deseables para la ciudadanía. Es así como una unidad de intervención pedagógica será más o menos adecuada, en función de la capacidad para la consecución de los propósitos deseados. Como que cada país, cada centro, cada profesor puede y tiene ideas distintas sobre los aprendizajes que debe realizar el alumnado, la metodología que es válida para unos fines puede ser totalmente inaceptable para otros y, consecuentemente, la imposibilidad a priori de la existencia de criterios metodológicos universales. La dificultad de generalización de una decisión sobre este referente teórico viene determinada por la inexistencia de un consenso sobre las características del tipo de ciudadano y ciudadana que se desea formar. Y esto es así porque la decisión en relación con este referente teórico es de carácter claramente ideológico, dado que la definición del tipo de ciudadanía deseable es el resultado de la idea que se tiene sobre cómo debe ser la sociedad. Referente teórico que bebe en las fuentes de la filosofía, la sociología, la prospectiva y la antropología. Esto implica una decisión que puede ser interpretada como opinable, pero que en cualquier caso en una escuela debe ser objeto de un acuerdo explícito por parte de la comunidad educativa del centro. De tal modo que para cada centro una metodología de enseñanza será más o menos apropiada en función de si en ella los objetivos educativos y los contenidos de aprendizaje concuerdan y son 14 • coherentes con las finalidades educativas con las que el centro se ha comprometido ante las familias y la sociedad. La inexistencia de unos fines educativos universales impide establecer criterios generales sobre la idoneidad de una práctica educativa, pero sí permite valorarla según la capacidad para la consecución de unos objetivos educativos determinados. Una vez valorada la idoneidad de los objetivos y contenidos de aprendizaje, el proceso de análisis de la práctica educativa pasa por la revisión del conjunto de actividades de enseñanza y aprendizaje, la secuencia didáctica. En estos momentos es cuando debemos utilizar el conocimiento existente sobre cómo las personas aprenden –el segundo referente teórico–, que en este caso proviene de aquellas ciencias que han estudiado los procesos de aprendizaje: la psicología del aprendizaje, psicología de la educación, y las neurociencias. Referente teórico que, aunque aún no puede dar respuesta de forma concluyente a cómo el aprendizaje se integra en las estructuras personales de conocimiento y actuación, sí permite establecer unos principios y criterios contrastados empíricamente sobre la conveniencia de una u otra actividad de enseñanza, o de uno u otro método de enseñanza. La utilización combinada de los dos referentes teóricos nos permite entender la dificultad para identificar una única metodología alternativa al método tradicional. Al contrario, podemos constatar la imposibilidad de este deseo. La utilización sistemática de los dos referentes teóricos nos permite concluir que el profesorado que pretende educar debe dominar múltiples estrategias didácticas, muchas de ellas provenientes de corrientes y paradigmas distintos y entre las que cabe incluir también el modelo expositivo. Ahora bien, su aplicación no puede estar condicionada por la moda, la aceptación emocional o intuitiva, o la costumbre, sino que depende de las necesidades concretas de aquello que se pretende enseñar y el conocimiento que disponemos sobre cómo las personas lo aprenden. De modelo teórico a la sistematización de los procesos de mejora continua Una vez identificado el modelo teórico para el análisis de la práctica educativa, el problema consiste en cómo convertirlo en un sistema eficaz. Para ello es necesario que el sistema cumpla con las condiciones siguientes: Que permita recoger y sistematizar los criterios de análisis para cada una de las distintas decisiones que hay que tomar sobre la práctica educativa: objetivos, contenidos, secuenciación y temporización, secuencia didáctica, relaciones interactivas, organización social del aula, uso del espacio y del tiempo, organización de los contenidos, utilización de los materiales 15 • • • • curriculares. Que posibilite la explicitación y el acuerdo sobre las intenciones educativas del centro o de la unidad didáctica. Que ofrezca un medio eficiente para la adquisición de la información y su procesamiento. Que permita extraer conclusiones sobre las mejoras realizables a corto, medio y largo plazo. Que posibilite un acompañamiento en el proceso de aplicación de las mejoras. Éstas son las cuestiones que han desencadenado la investigación realizada y que ha dado lugar a los resultados expuestos en este libro. Una investigación notablemente compleja, pero que ha conseguido lo que podemos entender como más importante: la construcción de un sistema que permite identificar y establecer las mejoras que deben producirse en cualquier propuesta formativa a partir de un proceso de análisis fundamentado. Investigación y sistema de mejora de la práctica educativa que no hubieran podido llevarse a cabo sin el rigor y el trabajo de todo el equipo de IRIF, pero especialmente gracias a la competencia, perseverancia y capacidad creativa de Federico Malpica. Tenemos en nuestras manos el desarrollo de unos instrumentos conceptuales y unos recursos que pueden ayudar a superar en buena medida los dilemas del profesorado sobre la metodología que hay que utilizar, identificando asimismo dos de los envites de los profesionales de la educación: la toma de decisiones fundamentadas sobre los fines y la función social de la enseñanza, y la profundización en el conocimiento científico sobre los procesos de enseñanza y aprendizaje. Estos medios nos pueden ayudar a cumplir con el único sentido deseable que debe tener el concepto de calidad en la formación, y especialmente en la escuela, entendida sólo como la mejora continua de los procesos de enseñanza y aprendizaje. 16 Agradecimientos A todas las personas del Instituto de Recursos e Investigación para la Formación (IRIF) en Barcelona, por su compromiso incansable con la mejora de la educación y de la profesión docente. En especial, mi agradecimiento a Francisco Domínguez, Glòria Santaeulària, José Carlos Ángel, Laura Cuadros, Olga Romero y Paula Garrote, además de los colaboradores externos, por toda su ilusión, compromiso e ideas, y por las más de 20.000 horas que compartimos juntos durante la investigación y el desarrollo de los protocolos, procesos y herramientas para la calidad de la práctica educativa. En especial, mi agradecimiento a mi colega y amigo Antoni Zabala, verdadero arquitecto de la pedagogía, por su apertura para enseñar y aprender, por su ejemplo como profesional y como persona, pues su integridad es su mejor lección. Esta obra está impregnada de ideas, experiencias y diálogos que hemos ido construyendo juntos, además de su valiosa aportación en la revisión de esta obra. En este sentido, una mención especial para Ana Elena Schalk, Juventino Malpica y Maruja Caruncho, quienes han dedicado su tiempo a la revisión de la forma y sobre todo del contenido, haciendo también valiosas aportaciones. Mi agradecimiento a la red de entidades implementadoras en siete países, a sus directores y facilitadores, que han creído en la calidad de la práctica educativa y han hecho posible que más de 250 centros educativos, universidades y centros de formación, así como 4.500 docentes que representan a más de 135.000 alumnos y alumnas, hayan podido reflexionar sobre sus procesos de enseñanza y de aprendizaje, además de emprender el camino de la mejora continua desde el aula. En especial, mi agradecimiento a Silvia Benítez, Gabriel Uribe, Carlos Zepeda, Marco Antonio Rojano, Ana Elena Schalk, Pere Canyadelly Albert Gelpí, quienes creyeron inicialmente en este proyecto y han hecho grandes aportaciones al modelo que siguen acompañando. Gracias también a Enric Nebot, Nicolas Notis, Gonzalo de Castro, Bernd Indlekofer y todo el equipo de profesionales de TÜV Rheinland, quienes han hecho posible poner en marcha una certificación internacional de la calidad y mejora continua sobre los procesos de enseñanza y aprendizaje. Mi admiración a todos los equipos directivos y cuerpos docentes de las instituciones educativas y formativas que han decidido emprender el camino de la mejora continua de sus aulas, que han sido valientes a pesar de la adversidad y que han tenido la entereza para sobreponerse a todas las resistencias que les ha presentado esta apasionante aventura. En especial, mi respeto a todos los maestros y maestras, profesores y profesoras, enseñantes y formadores que trabajan cada día con lo más valioso que atesoramos: nuestros niños y niñas, jóvenes y adultos en formación, que son el presente y también el futuro de nuestras sociedades. 17 Presentación Nunca hemos identificado las prácticas educativas excelentes de una manera objetiva y fiable. En lugar de ello, solemos adscribir a sus atributos algún tipo de calidad mística que podemos reconocer y reverenciar, pero no replicar. El gran docente tiene utilidad como héroe pero, irónicamente, nunca como lección. (Ripley, 2010) ¿Es posible determinar si una práctica educativa es más o es menos adecuada? El texto que el lector tiene en sus manos es el resultado de varios años de trabajo, en concreto desde el 2005, cuando comenzamos una investigación en el Instituto de Recursos e Investigación para la Formación (IRIF) para desarrollar apoyos al acompañamiento de la mejora escolar en los centros educativos, realizado por agentes externos. Finalmente, la investigación nos llevó al desarrollo de un nuevo sistema de calidad pedagógica para centros educativos denominado Escalae.1 El desarrollo del modelo teórico y conceptual de este sistema se trabajó en conjunto con Antoni Zabala. Para la experimentación, se creó un equipo de pedagogos en IRIF y en el curso 2006-2007 se experimentó el sistema de calidad de la práctica educativa Escalae con 25 centros, tanto públicos como privados de Cataluña, con una ayuda inicial del AGAUR (agencia de ayuda a la universidad y la investigación del gobierno catalán). En el curso 2007-2008 se experimentó con 65 centros educativos de las unidades QiMC (proyecto de calidad y mejora continua) y UMCE (Unidad de Mejora para los Centros Educativos) del Departamento de Educación Pública de Cataluña, así como colegios privados del área de Barcelona y 13 facultades de universidades públicas y privadas en México. En el curso 2008-2009 se lanzó la primera versión de Escalae y se pretendió atender alrededor de 100 centros educativos tanto en España como en México. Al finalizar el curso 2010-2011, desde el punto de vista conceptual, habíamos desarrollado 16 ámbitos (dimensiones) de calidad en los procesos de enseñanza y aprendizaje, 410 características de calidad y 2.045 indicadores. Desde el punto de vista del trabajo de campo, habíamos implementado más de 200 veces este programa de calidad pedagógica, con la participación de más de 4.200 docentes de todos los niveles educativos (desde infantil hasta la universidad e incluso en la formación profesional), en centros escolares públicos y privados, en 4 países (España, México, Chile y Colombia). Los resultados de esta investigación han sido publicados en la revista Aula de Innovación Educativa (Editorial Graó), en un libro sobre calidad en la formación profesional (Editorial Anaya) y en las memorias del X Congreso Interuniversitario de Organización de Instituciones Educativas celebrado en Barcelona en el mes de diciembre de 2009. 18 Dicho esto, es importante señalar que todo este camino lo comenzamos a partir de una simple pregunta: ¿es posible determinar si una práctica educativa es más o es menos apropiada? Una pregunta que ya había suscitado una obra anterior llamada La práctica educativa: cómo enseñar (Zabala, 1995). El presente texto pretende ser una reinterpretación de este reconocido libro, a la luz de la calidad con un enfoque desde el aula y desde los procesos de enseñanza y aprendizaje. Es importante señalar que dicha pregunta sigue vigente y es clave si queremos mejorar la calidad de nuestras instituciones educativas y formativas, ya que según nos indican los principios de la calidad, sólo podemos mejorar aquello que podemos medir y sólo podemos medir lo que podemos observar. Y he aquí que el primer problema, si entramos en un aula, es: ¿cómo determinar si aquello que observamos es más o es menos adecuado? Toda institución o comunidad educativa (sistema educativo, centro escolar, colegio, escuela, universidad, academia, centro de formación…) aspira a que el cien por cien de sus profesores sean excelentes, pero ¿cuántas instituciones pueden presumir de ello? Es extraño que sea tan difícil reproducir una práctica educativa excelente, y es que el problema no estriba sólo en encontrar dichas prácticas, sino en extenderlas e institucionalizarlas. Muchas instituciones educativas, tanto públicas como privadas, desde la educación infantil hasta la universidad, presentan sus credenciales de calidad a través de certificaciones, acreditaciones y resultados de evaluaciones. Sin embargo, si queremos un primer indicador, claro y observable, podemos afirmar que finalmente la calidad está determinada por el grado de preocupación de los usuarios del servicio educativo (alumnado y familias) al inicio de un curso escolar por el profesor que les será asignado. Es decir, mientras más usuarios se preocupen preguntándose si les tocará un buen profesor, esa institución educativa menos puede presumir de calidad, a pesar de las credenciales que tenga, ya que no está siendo capaz de garantizar los procesos educativos en todas sus aulas, grados y cursos, por más prestigio que ostente. Esto es así porque ¿qué es la calidad educativa sino la coherencia entre aquello que promete una institución educativa a su alumnado sobre lo que aprenderán al terminar su formación (finalidades del aprendizaje), lo que hace ésta (a través de sus docentes y equipo directivo) para garantizar que se cumpla esta promesa en todas las aulas, de todos los cursos y grados (coordinando actividades para cumplirla), y, finalmente, los resultados de aprendizaje obtenidos por dicho alumnado? (véase el cuadro 1). Cuadro 1. Definición de calidad educativa 19 Imaginemos por un momento una institución educativa que pudiera garantizar de manera efectiva a cada uno de sus alumnos y alumnas el perfil de salida prometido, desarrollando unas competencias o capacidades que les permitiesen resolver problemas complejos en diversos contextos interrelacionando su saber, saber hacer y ser de una manera determinada. Imaginemos que, además, esta institución pudiera hacerlo sin tener que seleccionar al alumnado de inicio (al menos no de manera premeditada) y que no tuviera que «prescindir» de ningún alumno durante su formación porque «este sistema no es para ti». ¿No diríamos a ciencia cierta que dicha institución es de calidad? ¿No estaríamos a favor de reconocer su labor y darle el prestigio que se merece? Ahora pensemos ¿cuántas instituciones educativas (escuelas, colegios, institutos, universidades, centros de formación) conocemos así? Con esta pequeña reflexión ya estamos evaluando la verdadera calidad educativa, la calidad de la práctica educativa de una institución en términos de su capacidad para enseñar y que su alumnado aprenda. Aquella calidad que está conectada directamente con aquello que preocupa a los educadores, formadores y usuarios, los procesos educativos y formativos que permiten obtener los resultados de aprendizaje deseados. Si, además, el centro escolar o formativo está bien organizado, entrega la documentación a tiempo, registra sus actividades y sus procedimientos de trabajo, «¡miel sobre hojuelas!». Peroesto ya no es lo prioritario, estos procesos organizativos tienen sentido sólo si contribuyen a garantizar la calidad de la práctica educativa. Y si, además, dicha institución se preocupa por que sus contenidos estén actualizados, si cuenta con acreditaciones de sus programas para asegurar que son pertinentes, ¡mejor que mejor! Pero este tipo de acreditaciones de lo que se enseña sólo tiene sentido si está garantizado el cómo se enseña, es decir, si dichos contenidos pueden ser enseñados y aprendidos en las aulas. Obviamente, en esta imagen un tanto utópica de una institución educativa, 20 aún no hemos considerado todos los condicionantes que recaen sobre nuestros centros escolares y sobre nuestra profesión docente, los cuales muchas veces dificultan o impiden avanzar en esa coherencia entre las finalidades educativas, lo realizado en las aulas y los resultados de aprendizaje obtenidos. Muchas veces los recursos con los que contamos, la cultura organizativa que impera en nuestra institución, las competencias docentes que dominamos o, incluso, el contexto social, económico y político en el que están inmersos nuestros alumnos y alumnas condicionan nuestro trabajo como docentes. Pero aun así, o precisamente porque contamos con todos estos condicionantes en el ejercicio de nuestra profesión, la pregunta inicial sigue teniendo vigencia: ¿es posible determinar si una práctica educativa es más o es menos apropiada? Y si es así, ¿es posible compartirla, ponerla en común, institucionalizarla, es decir, convertirla en un hábito de los docentes que pertenecen a una institución o comunidad educativa? Ciertamente, si queremos ofrecer calidad en nuestras instituciones educativas, es necesario que exista una buena enseñanza en todas las clases de todas las asignaturas y en todos los cursos, por lo que sería importante comenzar por hacernos algunas preguntas como las siguientes: ¿qué es una buena enseñanza? ¿Qué constituye una enseñanza competente? ¿Cómo la identificaremos cuando la veamos? ¿Cómo hacer para mejorar continuamente las competencias de nuestro profesorado y nuestros directivos? Hace casi veinte años, Antoni Zabala había escrito ya, en referencia a este tema, algunas preguntas que siguen siendo válidas: Al igual que el resto de profesionales, todos nosotros sabemos que de las cosas que hacemos, algunas están muy bien hechas, otras son satisfactorias y algunas seguramente se pueden mejorar. El problema radica en la propia valoración. ¿Sabemos realmente qué es lo que hemos hecho muy bien, lo que es satisfactorio y lo que es mejorable? ¿Estamos convencidos de ello? ¿Nuestros compañeros harían la misma valoración? O, por el contrario, ¿aquello que para nosotros está bastante bien para otra persona es discutible, y tal vez de lo que estamos más inseguros es plenamente satisfactorio para otra persona? (Zabala, 1995, p. 11) Si queremos responder a estas preguntas, lo primero que necesitamos es contar con referentes fundamentados que no sean arbitrarios y que puedan ayudarnos a consensuar y calibrar los criterios comunes de una práctica educativa adecuada. Una vez que determinemos su definición y sus criterios, es necesario contar con una visión compartida de lo que es una buena práctica educativa en nuestra institución. Para ello, es necesario, como en cualquier sistema de calidad, calibrar los criterios, observando buenas prácticas educativas varias veces hasta que podamos alinear criterios comunes, y consensuar pesos específicos hasta llegar a un concepto común de la calidad en la enseñanza y en el aprendizaje. Uno de los problemas y, por tanto, de los mayores retos que tenemos en la educación es el de contar con una descripción compartida, clara y específica de lo que debemos llamar una buena enseñanza o práctica educativa. El texto que el lector tiene en sus manos pretende ser una guía, un pequeño 21 manual que permita iluminar el camino hacia la respuesta a esta pregunta primordial si queremos aspirar a una verdadera cultura de la calidad educativa que tenga sentido para quienes se encuentran día a día en las aulas, luchando incesantemente para que su enseñanza influya de manera decisiva en el aprendizaje de sus alumnos y alumnas. ¿Por qué es más necesario que nunca hablar de la calidad en las aulas? Es un hecho que todas las profesiones han venido evolucionando a través de todo el siglo XX por influencia de los sistemas de calidad. Como usuarios nos hemos acostumbrado a pedir que los productos y servicios ofrecidos se nos entreguen con unos estándares según una relación de valor entre el costo y el beneficio aportado. Los educadores no podemos evadirnos de esta realidad ya que en pleno siglo XXI, sólo aquellas profesiones que sean capaces de garantizar altos estándares en su práctica profesional tienen asegurado su futuro. La educación es muy noble, y parece que la sociedad es bastante benévola con nuestra profesión, pues a los usuarios de los servicios educativos y formativos les cuesta exigir el mismo rigor que sí tienen con otros servicios o productos. Tal vez porque entienden la complejidad a la que nos enfrentamos y el gran número de variables que influyen en los procesos educativos. Aun así, cada vez se presiona más a las instituciones educativas, se les pide que enseñen más y mejor, se realizan pruebas que permiten medir sus resultados y, desde hace unos años, existe un constante ruidillo mediático que se encargan de mantener los líderes de opinión y los organismos nacionales e internacionales. Un indicador para conocer el grado de importancia que ha adquirido el conocimiento actualmente es que una de las actividades humanas de las sociedades modernas que más angustia genera y que más cuesta decidir tiene que ver con los estudios. Los padres y madres saben lo que cuesta escoger escuela, y aquellos que se enfrentan a la matriculación universitaria también. ¿Cuánto se tarda en tomar la decisión sobre dónde estudiar? ¿Qué se toma en consideración? ¿Cuánto cuesta estudiar y cuánto el no estudiar o no hacerlo adecuadamente? Pero no sólo a nivel individual se puede observar claramente que la educación es uno de los temas más importantes con los que se enfrenta el hombre moderno, sino que también a nivel colectivo es ciertamente decisivo. ¿Qué le sucede a una sociedad que no sabe educar a sus ciudadanos? ¿Qué elemento suele ser determinante para la competitividad de un país? ¿Por qué la educación casi siempre se acaba manipulando con fines políticos? A partir de estas preguntas podemos observar la importancia que tiene la 22 educación para nuestra sociedad y para las personas que vivimos en ella. Por tanto, cada vez es más obvio y comienza a ser imprescindible que se pueda garantizar una educación de calidad, es decir, que exista una coherencia entre aquellos aprendizajes que se pretenden de los estudiantes cuando acaben su formación, lo que de verdad ocurre en las aulas para cumplir con ello y los resultados de aprendizaje obtenidos. Sin embargo, los sistemas de calidad educativa que se están implementando a nivel internacional no parecen estar siendo lo útiles que deberían. Cabe afirmar que la mayoría de ellos son sistemas que se han trasladado del ámbito de las organizaciones empresariales al sector educativo y, por tanto, están preparados para determinar, revisar y mejorar los procesos organizativos, no así los procesos educativos. Durante la investigación que realizamos, preguntábamos a todos aquellos que habían implementado ISO2 o EFQM3 en la educación o formación si no tenían la impresión de que el sistema de gestión de la calidad acababa por implantarse, pero que cambiaba poco lo que sucedía en las aulas. Y, de hecho, quienes más se quejaban en las instituciones educativas que tenían implantado un sistema de gestión de la calidad eran los docentes, pues afirmaban que entonces estaba todo más ordenado, pero que ellos seguían enseñando como toda la vida, seguían sin saber qué mejorar ni cómo, nos decían que el cambio se había producido fuera del aula, pero no dentro.Nos decían, por ejemplo, que en aquel momento en su institución era importante si el profesor había hecho los registros para la visita fuera de la escuela o si había entregado sus calificaciones a tiempo. Sin embargo, seguían teniendo los mismos problemas en el desempeño de ciertos alumnos o en el tratamiento al alumnado con problemas disciplinares. Esto nos remite a una pregunta importante: ¿tal vez en la educación, la calidad esté llegando a la organización escolar, pero aún no ha llegado del todo a las aulas? Recientemente, se han precipitado informes de la OCDE que apoyan esta tesis, entre ellos los famosos informes PISA.4 Pero el último informe realizado por este organismo, el llamado Informe TALIS (Teaching And Learning International Survey) realizado en el 2009, es la primera encuesta internacional sobre enseñanza y aprendizaje realizada en 23 países y afirma en sus conclusiones las condiciones que deberán existir en los centros para que la calidad llegue a las aulas: Será necesaria la creación de sistemas educativos basados en datos y «ricos en conocimientos», en los que los directores escolares y los profesores actúen como una comunidad profesional y tengan la autoridad para hacerlo, dispongan de la información necesaria para actuar con sabiduría, y tengan acceso a sistemas eficaces de apoyo que les ayuden a implementar los cambios… En otros muchos sectores, el personal accede a su vida profesional con la esperanza de que su práctica se vea transformada por la investigación, pero los modelos de participación en el desarrollo profesional y en la evaluación de los profesores y sus prácticas indican que no es este el caso todavía en la enseñanza. (OCDE, 2009) 23 Estas conclusiones dejan claro que la respuesta a la calidad debe ser desde lo educativo, desde una visión del aula hacia la organización que ayude a definir los referentes, criterios e indicadores de los procesos educativos, como complemento a la mirada más organizativa que nos aportan los sistemas de calidad actuales. Otra razón por la cual es más necesario que nunca hablar de la calidad en las aulas es porque hoy en día, en prácticamente todos los ámbitos profesionales, se ha generalizado el trabajo en equipo. La mayoría de profesiones ya no se pueden entender sin un trabajo colegiado, altamente supervisado, que permita a los profesionales no sólo ser buenos aplicadores, sino, sobre todo, sentirse seguros para comportarse también como estrategas, intentar prácticas nuevas y ser reconocidos por ellas. Dichas comunidades de profesionales ayudan a enfocar la estrategia, emprender nuevos proyectos, resolver problemas rápidamente, transferir buenas prácticas, desarrollar habilidades profesionales, generar investigación, desarrollo e innovación, así como reclutar y entrenar el talento de las personas. Por tanto, si el trabajo en equipo es tan importante, ¿por qué en el ámbito educativo y formativo, generalmente, seguimos trabajando de manera aislada, poco supervisada e individualista? Razones puede haber muchas, pero básicamente a los profesores se nos ha obviado la suficiente atención y el desarrollo como profesionales y, además, los responsables de los centros educativos no se han sentido con la suficiente autoridad moral para exigir unas reglas comunes básicas sobre el trabajo en las aulas, una metodología común de la institución. Se han conformado con velar, en todo caso, por la impartición de los contenidos. Incluso, con respecto a la evaluación, normalmente se ha venido supervisando el qué y el cuándo, pero no el cómo ni el por qué. El resultado es el que todos podemos observar: ansiedad en el ejercicio de nuestra labor dentro de las aulas, instituciones arcaicas, pobres resultados educativos de manera general, frustración por parte de docentes, directivos, estudiantes, familias y sociedad. Parece que esto de «cada maestrillo con su librillo» nos ha hecho mucho más daño del que nos podíamos imaginar, pues no nos ha permitido avanzar, trabajar realmente en equipo, reflexionar de manera conjunta acerca de nuestra práctica profesional, compartirla y crecer juntos. Algunos colegas podrán decir que tienen unas prácticas docentes individuales que les funcionan, y, por tanto, ¿por qué han de compartirlas con otros? ¿Por qué es importante el trabajo en equipo por parte de los docentes? La razón es muy sencilla: la sociedad actual obliga a las instituciones educativas a volver a integrar todos los contenidos para que tengan sentido en conjunto y permitan al estudiante adquirir la capacidad de escoger los contenidos más adecuados ante una situación determinada para resolverla con maestría. Esto tiene una clara consecuencia en los docentes: nos obliga a ponernos de acuerdo, a trabajar en equipo, a abrir nuestras aulas y plantearnos una enseñanza en equipo. Se requiere de ambientes o contextos creados por todo el equipo docente, que sean capaces de generar las condiciones para que este tipo de aprendizaje aflore y se 24 fortalezca. De aquí la grave responsabilidad de los profesionales de la educación de crear ambientes en los que sea posible la educación. Al respecto, como apunta Álvaro Valenzuela (1998): «si estamos persuadidos a que cualquier intento por mejorar la calidad de la educación atienda sólo a elementos puntuales, y no ambientales, está condenado a un mediocre rendimiento». La malentendida «autonomía del profesorado» afecta gravemente la calidad de la práctica educativa, pues resulta en lo que Wagner y Kegan (2006, p. 16) llaman «actos azarosos de excelencia» que nunca pueden conocerse ni aprovecharse. Es decir, prácticas docentes que llegan a ser buenas gracias al carisma o las particularidades de un docente determinado y, por tanto, imposibles de garantizar, reproducir o extender a la práctica docente institucional. En cambio, frente a esta malentendida «autonomía docente» está la colaboración del profesorado, que puede expresarse en forma de comunidades dedicadas a la mejora continua de la práctica educativa, que apoyen la gestión del conocimiento, es decir, que cuiden de socializar el aprendizaje de los docentes a través de una constante reflexión sobre lo que hacen en las aulas y cómo se hace, promoviendo el intercambio de experiencias y la generación de mejoras constantes modelando las prácticas educativas más adecuadas. ¿A quiénes pueden serles útiles estas ideas clave sobre calidad de la práctica educativa? Antes que nada y aprovechando el hilo de la pregunta anterior, éste es un libro para los profesionales de la educación, para los maestros, profesores y educadores de vocación, que desean entender cómo la calidad puede hablarles en su mismo idioma, cómo puede facilitar su trabajo, mejorar su satisfacción y serles realmente útil. Es un libro de calidad dedicado a los docentes y, por tanto, a todo aquello que sucede en las aulas. Sin embargo, si consideramos que el aula también atañe a la institución y, desde un punto de vista sistémico, es parte del cuerpo (el corazón del sistema- escuela), podemos afirmar que estas ideas clave también son útiles para todos aquellos que están comprometidos con la educación y que trabajan en instituciones y comunidades educativas que han implementado un sistema de calidad, que piensan hacerlo o que, simplemente, desean mejorar aquello que realizan y los resultados de aprendizaje que obtienen. En concreto, a los responsables de la calidad (una función que se va generalizando en los centros escolares y formativos), este libro puede ser útil para obtener características, indicadores y parámetros que ayudan a definir los procesos clave de su sistema de gestión de la calidad educativa. Puede ser útil para profundizar en los procesos educativos e incluso, si es posible, redefinir la calidad de su institución educativa para que tenga un enfoque diferente, ya no 25 1. desde la organización hacia el aula, sino más bien desde el aula hacia la organización. Por otro lado, los coordinadores académicos, coordinadores pedagógicos y responsables de los programas formativos, tantoquienes laboran en instituciones educativas como quienes lo hacen en la administración educativa, pueden encontrar en estas ideas clave inspiración para crear un sistema de supervisión efectiva que les permita ofrecer un soporte adecuado a los docentes en su labor educativa, definir las necesidades y formación necesaria para ellos, establecer formas de coordinación, reflexión compartida, mejora y desarrollo curricular que permitan tomar decisiones y actuar dentro de las aulas. Para los equipos directivos en general, las ideas clave de este libro pueden ser aprovechadas como insumos para el desarrollo de planes estratégicos, profundización en el desarrollo de la metodología común de su institución educativa, como documento rector y garantía de una educación única y singular, que permita a su institución diferenciarse del resto. Además de los agentes educativos, estas ideas clave pueden ser muy útiles a los profesionales de la calidad en general, con el fin de adaptar la implantación de los diferentes modelos de calidad a las instituciones educativas. Hemos podido observar diversos intentos de acercar la calidad a la educación, sin embargo, los modelos no han profundizado como es debido en los procesos educativos, ni aceptado que el enfoque adecuado de la calidad educativa debe ser forzosamente desde el aula hacia la organización. Así, por ejemplo, en un sistema de calidad como el desarrollado a partir de la Norma ISO 9001:2008, la «política de calidad» debería considerar las finalidades educativas de la institución, es decir, la promesa que hacen a su alumnado sobre aquello que habrán aprendido al acabar su formación. Las ideas clave desarrolladas en este libro pueden servir de checklist para consultores y asesores en la implantación de sistemas y modelos de calidad, así como para los auditores en la certificación de dichos sistemas en el sector educativo y formativo. Otro colectivo que puede encontrar útiles las ideas clave expuestas en este texto es el de padres y madres de familia, así como los propios estudiantes, usuarios (indirectos o directos) de los servicios proporcionados por las instituciones educativas, que muchas veces se preguntan sobre aquello que pueden o no exigir a sus instituciones. En dicho texto encontrarán algunas claves sobre aquello que garantiza la efectividad de la acción educativa y, por tanto, pueden ser indicadores para una evaluación de los servicios educativos, más allá de las encuestas de satisfacción que generalmente recogen aspectos acientíficos y muchas veces excesivamente subjetivos. Por último, el hecho de que sean ocho las ideas clave de este texto podría estar perfectamente justificado ya que son ocho los principios de la excelencia,5 la base sobre la cual están construidos la mayoría de los sistemas de calidad reconocidos internacionalmente en la actualidad: Orientación hacia los resultados. 26 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. Orientación al usuario. Liderazgo y coherencia con los objetivos. Gestión por procesos y hechos. Desarrollo e implicación de las personas. Aprendizaje, innovación y mejora continuos. Desarrollo de alianzas. Responsabilidad social. Obviamente, la calidad de la práctica educativa podría suscribir perfectamente estos ocho principios, y algunas de las ideas de este texto están alineadas con ellos e, incluso, en la idea clave 3 (pp. 103-137 ) se desarrolla una reinterpretación de dichos principios con un enfoque educativo. Sin embargo, el número de ideas clave planteadas en este libro no encuentra en ello su justificación, sino que han sido pensadas a partir del contenido que valía la pena ser compartido, de la forma de agruparlo y su coherencia con las necesidades expresadas por diferentes agentes educativos con los que he trabajado estos años. 8 preguntas sobre calidad de la práctica educativa y 8 ideas clave para responderlas 1. ¿Existen referentes comunes que nos permitan reflexionar de manera compartida sobre nuestra práctica educativa para identificar y mejorar lo que hacemos en las aulas? Idea clave 1. Sólo es posible la calidad en las aulas a partir de dos referentes comunes, uno de los cuales es propio de cada comunidad educativa y el otro es más universal, de la comunidad científica. Estos referentes permiten a cada institución educativa elaborar sus indicadores de calidad para determinar los procesos educativos más adecuados y mejorarlos continuamente. 2. ¿Por qué nos cuesta tanto a los docentes ponernos de acuerdo e implementar estrategias comunes para la mejora continua de nuestra práctica educativa? Idea clave 2. Los docentes contamos con una «mochila» que contiene unas finalidades educativas concretas que queremos conseguir en nuestro alumnado, unas ideas más o menos implícitas sobre cómo las personas aprenden, así como una serie de herramientas didácticas que hemos ido construyendo de manera personal, a partir de nuestra propia experiencia, es decir, viendo y haciendo. Estas mochilas normalmente son individuales y privadas, por lo que el egoísmo profesional representa el reto más importante que hay que superar 27 para la implementación de estrategias comunes que permitan mejorar lo que hacemos en las aulas. 3. ¿Podemos hablar de calidad educativa si no mejoramos sistemáticamente las prácticas docentes? ¿Hasta dónde llegan las certificaciones de calidad, las acreditaciones de programas y las evaluaciones estandarizadas externas? ¿Cuál es la definición adecuada de calidad educativa? Idea clave 3. La calidad educativa se puede definir como la mejora continua o el refuerzo constante de la coherencia entre aquello que pretendemos de nuestro alumnado cuando acaba su formación (finalidades educativas), lo que hacemos en todas las aulas para garantizar que lo cumplimos (procesos educativos) y, finalmente, los resultados de aprendizaje obtenidos. Ésta no es la lógica de los sistemas de gestión de la calidad y la excelencia actuales (procesos organizativos), tampoco de la acreditación de programas (contenidos de la enseñanza) ni de las evaluaciones estandarizadas externas (resultados académicos). 4. ¿Existen protocolos técnicos de la profesión docente, que sean universales y que estén al alcance de todos los docentes y centros educativos, con los cuales podamos medir y reconocer las prácticas educativas adecuadas? Idea clave 4. Contamos con referentes, criterios e indicadores para determinar si aquello que trabajamos en las aulas se corresponde con lo que pretendemos conseguir en el alumnado, para verificar hasta qué punto la metodología (el cómo enseñar) es compartida y rigurosa, para reconocer si aquello que evaluamos y cómo lo evaluamos se corresponde con los objetivos educativos y, finalmente, para determinar si adecuamos la organización y las competencias docentes en función de la metodología pertinente para cumplir con los objetivos educativos que nos proponemos. 5. ¿Hasta dónde ha de llegar la «libertad de cátedra», el «cada maestrillo con su librillo»? ¿Existe alguna manera para determinar si una práctica es más o es menos apropiada y alinear las prácticas educativas en un centro escolar? Idea clave 5. La libertad para enseñar es inherente a nuestra profesión y aporta riqueza a las aulas, pero no puede ir más allá de la promesa que hace la institución o comunidad educativa al alumnado sobre aquello que sabrán, sabrán hacer y serán cuando acaben su formación. La práctica educativa no puede ser sólo individual, ya que la promesa es colectiva. Cada institución debe establecer una práctica educativa compartida y alineada con las finalidades del aprendizaje, y esto comporta forzosamente ciertas actividades docentes coordinadas que puedan ser medidas y, por supuesto, mejoradas. 28 6. ¿Qué utilidad práctica tiene para nosotros como docentes invertir esfuerzos en mejorar las aulas? ¿Qué cambios podemos experimentar en nuestra satisfacción laboral y en nuestros centros escolares a partir de la utilización de referentes, indicadores y procedimientos para mejorar continuamente los procesos educativos? Idea clave 6. Enseñarno es fácil; el que sabe no por ello sabe enseñar. Nuestra profesión es una de las más complejas que existen. Contar con referentes comunes y protocolos fundamentados sobre cómo realizar nuestra actividad docente es necesario para poder navegar en la complejidad con la que convivimos a diario. Con un horizonte común, es más fácil tomar decisiones acertadas acerca de los proyectos de mejora en las aulas, explicar los procesos que realizamos y los resultados de aprendizaje que estamos obteniendo, así como desarrollar comunidades de mejora docente bien fundamentadas, que nos sirvan de apoyo a nuestra labor. 7. ¿De qué sirven las certificaciones de calidad, las acreditaciones de programas y los resultados de las pruebas estandarizadas si una organización educativa no es capaz de garantizar los resultados de aprendizaje de sus alumnos? Idea clave 7. Los sistemas de gestión de la calidad son útiles en el sector educativo y formativo cuando su enfoque es desde el aula hacia la organización, priorizando los procesos de enseñanza y aprendizaje. De la misma manera, las acreditaciones de programas deben contemplar no sólo los contenidos que hay que enseñar, sino también las metodologías para enseñarlos y aprenderlos. Por último, las pruebas estandarizadas externas son necesarias, pero no suficientes porque la detección de resultados académicos sin explicar los procesos educativos que llevaron a ellos es insuficiente para garantizar que dichos resultados sean cada vez mejores. 8. ¿Qué dificultades afrontan el profesorado y los equipos directivos para implementar la calidad de la práctica educativa? ¿Quién debe liderar el proceso, qué hacer con los escépticos y con quienes adoptan una postura inmovilista? ¿Cómo hacer partícipe a la comunidad educativa? Idea clave 8. Cambiar una práctica educativa es una tarea compleja y requiere el apoyo de toda la comunidad. Es un requisito indispensable para ello contar con un liderazgo pedagógico adecuado por parte de los docentes y el equipo directivo, generar una relativa urgencia por el cambio y una sana presión social que sirva de motivador, contar con una visión compartida de los resultados de los estudiantes y de lo que es una «práctica educativa adecuada», desarrollar la capacidad sistémica para mejorar lo que sucede en las aulas como objetivo primordial y, sobre todo, avanzar paso a paso, a través de pequeños 29 éxitos y retos abordables, de las prácticas más simples a las más complejas. 30 La calidad de la práctica educativa está determinada por las finalidades del aprendizaje y el conocimiento científico sobre cómo aprendemos Sólo es posible la calidad en las aulas a partir de dos referentes comunes, uno de los cuales es propio de cada comunidad educativa y el otro es más universal, de la comunidad científica. Estos referentes permiten a cada institución educativa elaborar sus indicadores de calidad para determinar los procesos educativos más adecuados y mejorarlos continuamente. ¿Por qué la calidad educativa no puede ser universal? A escala internacional, los debates políticos sobre la educación tienden a coincidir en centrar la atención en cómo mejorar los resultados de aprendizaje de los alumnos. Existe una gran coincidencia en afirmar que la verdadera medida de la calidad en un sistema educativo la otorga la calidad de los aprendizajes de los alumnos y, en un horizonte más largo, la de las competencias adquiridas por el conjunto de la población y el grado de equidad con la que se encuentran repartidas. (Pedró, 2010) Cuando comenzamos la investigación mencionada previamente en la presentación de esta obra, el primer paso que realizamos fue buscar criterios de calidad sobre cómo enseñar en las aulas, que fueran universales, que estuvieran al alcance de las instituciones educativas y tuvieran un amplio consenso por parte de la comunidad internacional. Para nuestra sorpresa no encontramos ni uno solo. Nos dimos cuenta de que cada sistema educativo contaba con unos 31 indicadores cuyos referentes eran más o menos arbitrarios, de que los sistemas de calidad habían sido adoptados o adaptados de otros ámbitos ajenos a nuestra profesión y, por tanto, poco hablaban de la práctica educativa. En fin, que al intentar buscar indicadores sobre cómo enseñar, tuvimos dificultades para ubicarlos. Haciendo un símil con la construcción, es como si nos hubiéramos dado cuenta de que las edificaciones se estaban llevando a cabo sin criterios universales sobre cómo construir, sin criterios claros para la realización de los planos técnicos previos a comenzar la obra. Supongo que todos pensamos que es una locura intentar construir una casa sin unos planos técnicos. Entre otras cosas porque no es necesario correr el riesgo de hacerlo así y esperar si finalmente se aguanta o no el edificio. Afortunadamente, en la construcción existen evidencias científicas que permiten, mediante unos criterios y antes de hacer ningún movimiento, saber si una edificación resistirá o no. Al igual que en la construcción, en la educación existen evidencias científicas que explican cómo aprendemos las personas y que permiten determinar, incluso antes de impartir una formación, si ésta «resistirá o no», es decir, si será factible aprender con dicha práctica educativa. Si esto es así, entonces podríamos afirmar que la calidad educativa, entendida como un proceso de mejora continuo, podría ser universal. Sin embargo, aquí nos encontramos con otra dificultad: no todas las instituciones pretenden lo mismo sobre lo que debe aprender su alumnado al término de su formación. Es decir, no todas tienen las mismas finalidades de aprendizaje o lo que también es llamado perfil de salida o perfil del egresado. Incluso en la educación reglada, donde existe un currículo oficial que han de seguir todos los centros escolares, la mayoría tiene matices que se desprenden de su propio ideario, ideología, entorno próximo, situación socioeconómica local, etc. Todos estos factores influyen en la decisión sobre aquello que debe aprenderse y, en consecuencia, cómo debe aprenderse y cómo debe evaluarse. Incluso, influyen sobre las competencias que deben dominar quienes enseñan y la organización de la institución que ofrece dicha enseñanza (cuadro 2). Siguiendo el símil de la construcción, nadie se atrevería a iniciar una construcción sin tener primero claras las finalidades de dicha edificación. Es decir, para qué servirá, qué espacios se requieren, etc. Cuadro 2. Referentes que determinan la calidad pedagógica y los ámbitos en que influyen 32 Fuente: adaptado de Zabala (1995, p. 22) Al igual que en la construcción, en la educación se deben tener claras las finalidades de aprendizaje antes de diseñar e impartir la formación. Es decir, qué se pretende de los participantes cuando acaben su formación o, lo que es lo mismo, qué competencias o capacidades deben dominar (qué deben resolver a partir de su saber, saber hacer y ser) según las necesidades de aprendizaje valoradas. Todo ello nos lleva a pensar que en la educación no es posible hablar de una calidad educativa universal, ya que depende de aquello que quiera conseguir cada institución educativa de su alumnado, cada programa formativo de sus participantes, cada sistema educativo de la formación de sus ciudadanos; pero sí podemos hablar de unos criterios probados empíricamente que pueden ser aplicados en función de aquellos aprendizajes que se pretenden conseguir. Cada institución o comunidad educativa debe construir sus propios indicadores de calidad sobre los procesos educativos en función de dos referentes (cuadro 3): sus propias finalidades de aprendizaje y aquellas evidencias científicas sobre cómo aprendemos las personas. Es decir, en función de las decisiones adoptadas por la institución o comunidad educativa en cuanto al perfil de salida de sus estudiantes, técnicamente ya se pueden comenzar a realizar preguntas sobre la idoneidad de su enseñanza y aprendizaje. Cuadro 3. Características e indicadores de calidad pedagógica en función de los dosreferentes 33 Así, por ejemplo, si una escuela pretende que sus alumnos aprendan a ser solidarios, debemos preguntarnos si se trabajan los objetivos y contenidos que se corresponden con esta finalidad educativa deseada (si queremos que sean solidarios, qué tanto se trabaja la solidaridad en las aulas, como si queremos que aprendan a aprender, qué tanto se trabaja en las aulas, etc.). Una vez analizado este requisito de cumplimiento con el perfil de salida, ya podemos pasar a preguntas acerca de la forma de trabajo en las aulas, es decir: ¿qué evidencias científicas tenemos sobre el aprendizaje de valores como la solidaridad?, ¿cómo se enseñan y cómo se evalúan? Así, determinaríamos, como características de calidad para la práctica educativa de esa escuela, que debería haber actividades secuenciadas y coordinadas en todas las clases de todos los grados para realizar reflexiones sobre la solidaridad, actividades que involucraran las emociones, a partir de situaciones problemáticas que pudieran ser aprovechadas o incluso provocadas. De esta manera, se podrían organizar actividades de trabajo individual, pero donde tuvieran que compartir sus recursos con otros, etc. Además, los docentes y la propia institución educativa deberían dar ejemplo de solidaridad mediante actividades permanentes en el centro escolar. Sin embargo, estas características de la metodología no pueden generalizarse a todas las instituciones educativas, porque no todas tienen entre sus finalidades 34 de aprendizaje que los estudiantes aprendan a ser solidarios. Esta idea es interesante porque nos lleva a afirmar que no existe ninguna metodología pedagógica que sea buena por sí misma. Es decir, que aquellos discursos sobre las bondades absolutas de ciertas corrientes pedagógicas, técnicas didácticas y modelos educativos, así como la crucifixión de ciertas prácticas docentes que se realizan hoy en día, se encuentran en el terreno de la arbitrariedad y son ciertos sólo en función de aquello que pretendemos conseguir en nuestro alumnado. ¿El método del caso es bueno siempre en la universidad? ¿El método Montessori es el mejor? ¿La clase expositiva es intrínsecamente mala? En todos los casos, depende de aquello que pretendamos que aprendan los alumnos en las condiciones y el contexto que les rodean. Si esto es cierto, entonces ¿qué sucede con las pruebas estandarizadas internacionales como el ya mencionado programa PISA? Dichas pruebas son aplicadas a todos los países de la misma manera y, por tanto, no hay adaptación en función de aquello que pretende cada sistema educativo y, menos aún, de aquello que pretende cada institución educativa. Debemos afirmar claramente que los reactivos de PISA también tienen unas finalidades de aprendizaje, un perfil de salida que, a pesar de ser implícito, está muy presente en las pruebas. Es decir, la OCDE tiene una idea de aquello que los estudiantes de los diversos sistemas educativos deben aprender al acabar su formación y, en función de esta idea, ha elaborado sus reactivos. Dichas finalidades pueden no coincidir, por tanto, con aquellas de los diferentes sistemas educativos nacionales o de las diferentes instituciones educativas. Y ¿qué pretende PISA? Está claro que sus finalidades educativas están relacionadas con el desarrollo de ciertas competencias y, por tanto, que los estudiantes sean capaces de resolver problemas en algunos ámbitos de la vida, por cierto, los más tradicionales y académicos: lengua (sólo comprensión lectora), matemáticas (resolución de problemas) y ciencias (comprensión y aplicación de conceptos), pero siempre desde una visión de las competencias enunciadas. Si nos fijamos con cuidado, no encontraremos ni un solo reactivo de PISA que hable de la morfosintaxis de la lengua y, en cambio, sí del análisis de textos. ¿Qué enseñamos en nuestros países, en nuestras escuelas? En todo caso, las pruebas PISA y otras evaluaciones estandarizadas, realizadas por los diferentes sistemas educativos para hacer fotografías de cómo se encuentra la educación en función de unas finalidades educativas, son necesarias, pero no suficientes. Sobre todo porque dichas pruebas se basan en los resultados de aprendizaje de los alumnos bajo unos parámetros determinados, pero no nos ofrecen información sobre el proceso que ha llevado a dichos resultados. Los referentes necesarios para determinar la calidad de una institución o comunidad educativa (llámese sistema educativo, 35 centro escolar, colegio, escuela, universidad, academia o centro de formación) Si nos fijamos en alguna profesión casi tan compleja como la enseñanza, como es la medicina, vemos que en este campo los profesionales consideran la coexistencia de dos vertientes relacionadas en su actividad: la «técnica» y la «artística». De forma que al hacer un análisis de su práctica, estos profesionales pueden afirmar que en aquellas situaciones en las que existe criterio, el médico debe actuar científicamente; pero, en aquellas situaciones en las que no existe criterio, dicho profesional puede actuar basándose en la experiencia elevada a nivel de «arte». Aceptando que en la enseñanza existe una vertiente claramente «artística» (en la que confluyen aspectos ideológicos, estilos personales, motivacionales, etc.), nos podemos plantear si no existe también un conocimiento «técnico» que nos informe con seguridad sobre algunos aspectos de nuestra práctica profesional, de forma que, como los médicos, también en nuestra profesión se pueda plantear que en aquello en que existe criterio nuestra actuación docente debe ser científica y cuando no hay criterio podemos actuar artísticamente. En nuestra profesión se puede plantear que cuando existe criterio nuestra actuación docente debe ser científica y cuando no lo hay podemos actuar artísticamente. Mientras no se generalice una cultura profesional que nos permita actuar de esta manera, seguiremos sin utilizar, en cada una de nuestras actuaciones docentes, referentes contrastados que nos permitan tomar decisiones de manera resuelta sobre aquello que hay que mejorar en relación con la práctica educativa, lo cual nos condena a una actuación desde la arbitrariedad y, por lo tanto, desde una especie de inseguridad permanente sobre nuestras actuaciones profesionales. Es necesario que nos demos cuenta de que la alternativa de «enseñar es un arte y cualquier opción puede ser válida» sólo nos lleva a un callejón sin salida, pues deja en manos de la intuición la responsabilidad de decidir sobre lo que hay que mantener y lo que se tiene que revisar en la práctica docente. El resultado de una falta sistemática de indicadores para analizar nuestra práctica profesional ha llevado a los centros escolares y sistemas educativos enteros, en muchos casos, a la utilización de criterios superficiales que no miden realmente lo que está sucediendo en las aulas, pero que les permiten seguir operando sin una capacidad de conciencia o comprensión mayor. El resultado de una falta sistemática de indicadores para analizar nuestra práctica profesional ha llevado en ocasiones a los centros escolares y sistemas educativos a utilizar criterios que no miden realmente lo que está sucediendo en las aulas. Durante la investigación mencionada en la presentación de este texto, fuimos preguntando a un gran número de responsables de centros educativos y docentes, sobre los indicadores que utilizaban para controlar lo que sucedía en 36 sus aulas, y nos encontramos con que la mayoría de dichos indicadores eran deficientes (cuadro 4, en la página siguiente). Si deseamos obtener unos resultados educativos superiores, debemos comenzar a medir y controlar los procesos de enseñanza y de aprendizaje de manera mucho más específica, acertada, profunda y sistemática en comparación a como lo hemos venido haciendo. Está claro que si deseamos obtener unos resultados educativos superiores, debemos comenzar a medir y controlar los procesos de enseñanza y de aprendizaje de una manera mucho más específica, acertada, profunda y sistemáticaen comparación a como lo hemos venido haciendo, de manera general, hasta el momento. Cuadro 4. Deficiencias encontradas en la definición de indicadores sobre los procesos educativos NIVEL DE DEFICIENCIA DESCRIPCIÓN DEL PROBLEMA Primer nivel Apuntaban a los resultados educativos (número de aprobados, de abandonos, calificaciones, etc.), pero no a los procesos que llevan a dichos resultados. Segundo nivel Hablaban de qué enseñar (acreditación de programas y contenidos), pero no del cómo enseñar y evaluar esos contenidos. Tercer nivel Los indicadores hacían referencia a la organización de las clases (horarios, entregas, documentación, etc.), pero no a lo que se hacía dentro de ellas por parte de los docentes (es decir, a su práctica educativa). En el ámbito de la arquitectura, por ejemplo, queda claro que si queremos poner a trabajar a un grupo de arquitectos en una obra nueva, los debemos poner de acuerdo en la estética común del nuevo edificio (la parte «artística»), independientemente de la estética que le agrade más a cada uno de ellos. Si no lo hacemos, acabarían descalificando la técnica por la estética. A partir de aquí, si todos están de acuerdo con el diseño del edificio, no habrá más discusiones estériles. Todos podrán trabajar bajo las evidencias científicas y los criterios técnicos de la construcción, ser eficientes y cumplir con sus objetivos. En la educación y formación, debemos poner de acuerdo a los responsables y al profesorado sobre las finalidades del aprendizaje (independientemente de las finalidades que cada profesor tenga, es decir su idea del perfil de los estudiantes cuando acaben su formación) para que no acaben descalificando las metodologías pedagógicas por su componente ideológico. Una vez que se hayan puesto de acuerdo, podrán trabajar en equipo con el fin de conseguir enseñar en conjunto lo necesario para cumplir con sus propósitos educativos. Estas finalidades del aprendizaje son básicas como lo es para cualquier organización tener una visión clara de qué quiere conseguir. Para una institución educativa, centrada en el que aprende, una parte importante de su visión debe estar relacionada con aquello que quiere conseguir de su alumnado. Ahora bien, al hablar de una visión institucional de las finalidades del aprendizaje, no deseo hacer referencia a esas visiones que se construyen en un 37 fin de semana entre los responsables de una institución educativa y luego se labran en piedra a la entrada del colegio o se enmarcan para que reluzcan como piezas de museo en las paredes. Aquí se hace referencia a esa construcción de visión compartida que se refuerza periódicamente y donde todos los agentes educativos están incluidos, a sus diferentes niveles, discutiendo en pequeños grupos sus expectativas y deseos de lo que quieren que sea la educación y la institución o comunidad educativa a la que pertenecen. Éste es el poder de un proceso de visión a gran escala para la educación: un proceso donde deciden entre todos los que forman parte de la comunidad educativa sobre aquello que deben aprender sus estudiantes. No significa tomar algunas ideas de la gente, seleccionar unas pocas y acomodar el resto. Las decisiones relevantes son aquellas que colectivamente puedan ser consideradas como mejores que cualquiera de las que se pudieran haber tomado de forma individual. La visión compartida de la educación es un proceso donde todos los agentes de la comunidad educativa deciden sobre lo que deben aprender sus estudiantes y las decisiones relevantes son las que colectivamente puedan ser consideradas como mejores que cualquiera de las tomadas de forma individual. Así, una escuela rural deberá realizar un trabajo con su comunidad educativa para determinar las finalidades del aprendizaje para el alumnado, tomando en consideración las fuentes socio antropológicas (qué ciudadano queremos) y las fuentes epistemológicas (qué deben conocer y dominar). Lo mismo tendría que realizar cada institución educativa, cada facultad, cada programa educativo o formativo. Pues sólo si existen unas finalidades del aprendizaje realmente compartidas, podremos hablar de calidad de la práctica educativa. Ahora bien, a partir de aquí, los pasos que habrá que seguir deberán estar fundamentados en el conocimiento científico del cual disponemos sobre cómo aprendemos las personas. ¿Y cómo traducimos estos criterios técnicos en nuestra profesión docente? Los principios psicopedagógicos del aprendizaje (cómo aprendemos) Si buscamos, como en otras profesiones, el recurso de los conocimientos científicos, veremos que en el caso de la enseñanza, como consecuencia de la inexistencia de estudios científicos suficientes o de su escasa recopilación sistemática, el modelo explicativo sobre los procesos de enseñanza y de aprendizaje se ha traducido en el establecimiento de paradigmas que intentan interpretar dichos procesos. En la enseñanza, como consecuencia de la inexistencia de estudios científicos suficientes, el modelo explicativo sobre los procesos de enseñanza y de aprendizaje se ha traducido en el establecimiento de paradigmas que intentan interpretar dichos procesos. Así, una práctica docente será más o menos apropiada según el punto de vista 38 de un paradigma determinado. Dado que en la enseñanza coexisten distintos paradigmas, como el tecnológico, el sociocrítico, el humanista, etc., la valoración sobre cualquier propuesta pedagógica será distinta según el paradigma con el que ésta sea analizada. La consecuencia final es que la toma de decisiones y acuerdos para la mejora de la práctica profesional de forma colectiva se convierte en una tarea difícil, por no decir casi imposible (excepto en los casos en que se comparte el mismo paradigma), y, por lo tanto, nos quedamos con la sensación y la consideración de que todo vale, y la aceptación de «cada maestrillo con su librillo» o la utilización de una interpretación perversa de la «libertad de cátedra». A pesar de la gran tradición en la utilización de paradigmas para explicar el hecho educativo y las prácticas docentes, en este siglo XXI no es necesario continuar con ella, pues contamos con un sólido referente técnico que tiene una fundamentación científica. Dicho referente está basado en el conjunto de los diferentes principios sobre cómo aprendemos las personas, que han sido experimentados y demostrados desde el siglo XIX (especialmente en el último cuarto), el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Algunos ejemplos relevantes (aunque no exhaustivos) los tenemos en investigadores como Dewey, Decroly, Freinet, Kilpatrick, Vigotsky, Piaget, Erikson, Montessori, Bandura, Stenhouse, Ausubel, Vigy, Tyler, etc. Todos ellos dedicaron un gran esfuerzo al análisis sobre cómo aprendemos las personas y fueron descubriendo fundamentos, principios que nos han dado pistas sobre los procesos de aprendizaje que seguimos. Aún nos falta mucho por descubrir acerca de cómo funciona nuestro cerebro, a pesar de que en los últimos años las neurociencias están avanzando a gran velocidad y ya tenemos algunas aplicaciones directas al aprendizaje, como aquellas publicadas recientemente por la OCDE (2007) y que se denominan como ciencias del aprendizaje. Ahora bien, la pregunta es si dichos conocimientos están a nuestro alcance como docentes. Ya en su momento, Zabala llegó a plantear lo siguiente: ¿Los enseñantes disponemos de dichos conocimientos? O dicho de otro modo, ¿tenemos referentes teóricos validados en la práctica que pueden no sólo describirla, sino también explicarla, y que nos ayuden a comprender los procesos que en ella se producen? (Por cierto: ¿por qué a los educadores nos produce tanto respeto hablar de teoría?). (Zabala, 1995, p. 12) Hoy en día, podemos afirmar que, a pesar de la existencia de diferentes corrientes que han estudiado los procesos de enseñanza y aprendizaje (cognitivismo, conductismo, constructivismo…), existen en este momento acuerdos, explícitos o no, sobre muchos aspectos de los procesos de aprendizaje que nos permiten establecer pautas
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