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Yo soy el que soy_ Conoce la na - Samuel Pagan

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DEDICATORIA
A mis hermanos y hermanas Iris, Daniel, Eunice y David, con quienes crecí
escuchando los temas que expongo en este libro.
Y a mis sobrinos y sobrinas, pues es mi deseo que se desarrollen en la fe, a
fin de que sus hijos e hijas conozcan, disfruten y testifiquen del evangelio
del Reino que nos llegó a través de la abuela Consuelo.
CONTENIDO
Portada
Portada interior
Dedicatoria
Agradecimientos
Prefacio
Los nombres de Dios
Los nombres en la antigüedad
Dios y sus nombres
Objetivos de este nuevo libro sobre Dios
Poema sobre Dios
Introducción
El nombre de Dios es eterno
Lenguaje en referencia a Dios
Dios es rey
Rey y reino en el Nuevo Testamento
La revelación del nombre de Dios
Los nombres de Dios en los himnos y las poesías
Capítulo 1: Dios
El nombre El en la Biblia
Elohim
El-Elyom
El-Shadday
El Dios Altísimo y Todopoderoso
El-Olam
El-Elohé-Israel
Capítulo 2: Yahvé, Jehová, el Señor
Dios llama a Moisés
La revelación de Dios
Llamamiento de Moisés
El propósito de Dios
Yo soy el que soy y Yahvé
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La liberación de los israelitas
Capítulo 3: Señor de los Ejércitos
Tsebaot
Mis ojos han visto al Rey, Señor de los ejércitos
Dios de los escuadrones de Israel
Capítulo 4: El Dios eterno que provee y sana.
El Dios eterno
El Dios que provee
El Dios que sana y sus beneficios
Moisés y el Señor rafa
Yo soy el Señor de la salud y la sanidad
Capítulo 5: Dios es nuestra justicia, bandera, guardador y gloria
Juicio divino a los gobernantes de Judá
Dios es nuestra justicia
Nuevos desafíos e ingratitudes
Guerra entre los amalecitas y los israelitas
El Señor es mi bandera, escudo o estandarte
Capítulo 6: Dios es nuestra paz y el Santo de Israel
La paz en la Biblia
Los jueces y Gedeón
El Señor es la paz
La santidad en la Biblia
La santidad en el libro del profeta Isaías
El Santo de Israel
Capítulo 7: El Señor es mi guardador y mi gloria
La bendición divina
Una bendición en poesía
Un nombre que bendice
La revelación en el Tabernáculo
La gloria y la presencia de Dios
Capítulo 8: El Señor está allí y es nuestro Padre
El profeta Ezequiel y su mensaje de esperanza
Las puertas de la ciudad
El Señor shama, pues está allí en la ciudad
Dios como Padre
Israel es el hijo primogénito
Un Dios que es Padre también es compasivo
La paternidad de Dios
La oración modelo de Jesús
Dios nos ama como padre y como madre
Capítulo 9: Nombres y atributos del Mesías
Nombres del Mesías
Quién es Jesús para el evangelista Juan
Los grandes «Yo soy» en Juan
Jesús como profeta, maestro y sumo sacerdote
Nombres apocalípticos de Jesús
Capítulo 10: Otros nombres y atributos divinos
No hay otro nombre en el cual podamos ser salvos
Otros nombres divinos
Bibliografía selecta
Acerca del autor
Créditos
AGRADECIMIENTOS
Para llevar a efecto las investigaciones necesarias para la redacción de un
libro sobre los nombres de Dios, no son pocas las personas que debo
identificar y agradecer. Este es un tema que me interesaba desde que comencé
a estudiar Teología en Princeton en los años 70 del pasado siglo. Luego, he
seguido mis estudios, reflexiones y escritura por décadas, pero el apetito por
escribir sobre este tema seguía presente. ¡Hasta que llegó el día!
Agradezco a la Editorial Unilit y sus ejecutivos, Lorraine Blancovitch y
Carlos Hernández, que me motivaron e invitaron a escribir esta obra. Gracias,
Lorraine, Carlos y Unilit por la invitación que reconozco como un honor.
Con gratitud y humildad, además, aprecio las reflexiones teológicas sobre la
Biblia y la teología bíblica que se llevan a efecto en los diálogos íntimos del
Comité de Traducción de la Biblia de la Sociedad Bíblica Internacional.
Mientras traducíamos y revisábamos la Biblia Nueva Versión Internacional,
dialogábamos y reflexionábamos sobre Dios y sus manifestaciones
extraordinarias en medio de la historia. A ese comité deben llegar mis
palabras humildes y respetuosas de agradecimiento.
Y a Nohemí, mi esposa, que siempre lee y vuelve a leer mis escritos. Luego,
los discute conmigo; posteriormente, los vuelve a leer y analizar conmigo,
tanto en la casa como en la oficina. A ella va mi gratitud sincera. ¡Sin Nohemí
se me haría tan difícil escribir! ¡Muchas gracias, muchas veces!
PREFACIO
Pero Moisés insistió:
—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de
sus antepasados me ha enviado a ustedes”. ¿Qué les respondo si me
preguntan: “¿Y cómo se llama?”?
—YO SOY EL QUE SOY —respondió Dios a Moisés—. Y esto es lo que tienes que
decirles a los israelitas: “Yo soy me ha enviado a ustedes”.
Éxodo 3:13-14
Los nombres de Dios
Los nombres de Dios han representado un papel protagónico desde las
primeras narraciones bíblicas. Más que una designación para la identificación
de Dios, son formas de presentar la naturaleza divina, maneras de revelar el
carácter del Señor, y relatos que ponen de manifiesto la esencia misma del
Eterno. El Dios que se revela en la Biblia no está escondido, ni es evasivo.
Está muy interesado en revelarse a la humanidad para afirmar su naturaleza
santa, transmitir su voluntad y manifestar sus características esenciales.
Desde el primer versículo del Antiguo Testamento (Gn 1:1), se pone
claramente de manifiesto una serie de acciones divinas que delatan sus
características éticas y morales. Ese singular estilo literario con esa
afirmación teológica cruzan el resto de las Escrituras judías y cristianas hasta
llegar al final del libro del Apocalipsis (22:6-21), donde se indica de manera
notoria que quien se le reveló al vidente Juan es el Dios de los profetas (Ap
22:6), a fin de acentuar el carácter profético de la revelación y las visiones. Y
en ese entorno final, escatológico y apocalíptico, se aplican a Cristo varios
títulos que provienen de las antiguas revelaciones de los nombres divinos en
al Antiguo Testamento (por ejemplo, el gran Yo soy, Éx 3).
El estudio de los nombres de Dios no solo es importante para descubrir y
disfrutar la esencia y la naturaleza divina, sino que nos permite analizar y
comprender mejor las dinámicas sociales, históricas, teológicas y espirituales
que subyacen en las narraciones bíblicas. Cada personaje bíblico utiliza un
nombre de Dios que responde a su necesidad y que se relaciona con
específicas y concretas experiencias de vida. En medio de una guerra, se llama
al Dios guerrero y de los ejércitos (Sal 46:7); cuando la enfermedad hiere al
adorador, se invoca al Señor sanador (Sal 103:3); y cuando la oscuridad
afecta la vida de los individuos y las comunidades, se afirma y clama al
Eterno que es luz y salvación (Sal 27:1-3).
Los nombres en la antigüedad
En las culturas del Oriente Medio antiguo, que incluye la que presuponen y se
presenta en la Biblia, los nombres no eran formalismos sociales para designar
y distinguir personas en sus comunidades. Los nombres incorporaban
elementos de importancia en la personalidad de los individuos. Tener nombre
era una forma de afirmar la existencia, pues tiene nombre solo lo que existe y
es real en la vida (Ec 6:10).
Los nombres eran tan importantes en las culturas bíblicas que se equiparaba
a las personas de poco reconocimiento social en sus comunidades o que por
alguna razón se despreciaban a individuos sin nombre (Job 30:8). En estos
contextos bíblicos, el nombre revela la naturaleza misma de lo nombrado, pues
más que un distintivo exterior superficial, presenta su esencia más profunda y
verdadera. Y esa relación íntima entre la persona y su nombre se manifiesta
con claridad en las Sagradas Escrituras, pues «conforme a su nombre, así es
[la persona]» (1 S 25:25, LBLA). En efecto, el nombre revela la identidad más
profunda y única de quien lo lleva.
Conocer el nombre de algo o alguien revela algún tipo de poder y autoridad
sobre lo nombrado. Como parte integral de los relatos de la creación en
Génesis, Adán les puso nombre a todos los animales (Gn 2:20), que era una
manera de indicar que tenía autoridad sobre lo creado. Además, cuando Jacob
le pregunta el nombre al ángel del Señor, la respuesta del enviado divinofue
bien evasiva: «¿Por qué preguntas cómo me llamo?» (Gn 32:29), pues conocer
ese detalle onomástico revela cierta autoridad de quien nombra sobre lo
nombrado.
Las revelaciones de los nombres de Dios ponen de relieve detalles de la
naturaleza divina necesarias para circunstancias específicas y momentos
especiales. En el entorno de una serie de manifestaciones redentoras y
extraordinarias, Dios le indica a Moisés que no solo se le va a revelar como
el Dios Todopoderoso, sino como Jehová o Yahvé, que evidentemente es su
nombre propio (Éx 6:3). Y ese singular nombre propio transmite la idea de
esencia, de presencia, de ser, de estar presente, de manifestarse con virtud
superando los límites de la historia y del tiempo.
El análisis de los nombres en la antigüedad revela que donde está el nombre
está también la persona. La gente no puede resistir la presencia del ángel del
Señor, pues el nombre divino está en ese enviado especial; es decir, el ángel
representa la esencia misma y la naturaleza única y extraordinaria de Dios (Éx
23:21). Inclusive, como el santuario donde el pueblo adora a Dios tiene el
nombre divino, es sagrado y especial de manera singular (Dt 12:11). ¡El
Tabernáculo y el Templo de Jerusalén son sagrados pues tienen el nombre de
Dios!
La importancia del nombre llega a un nivel especial debido a que recibir a
alguien en representación o en nombre de otra persona equivale a recibir al
que está ausente. Ese fue el contexto cultural para la afirmación de Jesús de
que quien reciba en su nombre a algún niño, recibe en sí al Señor (Mt 18:5).
Además, invocar el nombre divino lo hace presente en el lugar de la oración
(Mt 18:20). Y por esa singular y especial naturaleza e importancia del nombre
divino es que, entre los Diez Mandamientos, se afirma de manera directa,
clara y categórica que invocar el nombre de Dios en vano es una forma de
herir, rechazar, blasfemar y ofender directamente a Dios y su naturaleza santa
(Éx 20:7).
En la selección de nombres para sus hijos e hijas, los padres y las madres
revelan sus expectativas, deseos y anhelos. Por lo general, los nombres a los
varones se imponían al octavo día de nacido, cuando se circuncidaban (Gn
17:12; 21:2-3; Lc 1:59; 3:21). Los siguientes nombres ponen de manifiesto las
implicaciones teológicas o culturales de quienes los llevan: Eva significa
«vida» (Gn 3:20); Noé, «reposo» (Gn 5:29); Isaac, «risa» (Gn 17:19; y Esaú,
«velludo» (Gn 25:25). Los nombres debían ser una especie de buen deseo de
los padres hacia sus hijos.
En ocasiones, los nombres de las personas en el Antiguo Testamento incluían
alguna referencia a Dios. Y esa costumbre pone de relieve la fe de los padres
y la esperanza que tenían en un futuro bondadoso y grato para su descendencia.
Por ejemplo, Natanael significa «Dios ha dado»; Jonatán, «Yahvé ha dado»;
Elimélec, «Dios es mi rey»; y Ezequiel, «Dios es fuerte».
Otros nombres de personas en la Biblia se toman de la naturaleza o se
inspiran en las realidades de la vida: Labán significa «blanco»; Lea, «vaca
salvaje»; Raquel, «oveja»; Tamar, «palmera»; Jonás, «paloma»; y Tabita,
«gacela». Inclusive, hay nombres que parecen que se relacionan con
experiencias de la vida, como es el caso de Icabod, que significa «sin gloria»;
y Zorobabel, que lo identifica como nacido en Babilonia.
La importancia de los nombres en las Escrituras no puede subestimarse. En
efecto, transmitían la naturaleza y esencia más íntima de las personas. Y
cuando los individuos pasaban por experiencias de renovación y
transformación de carácter en la vida, ¡se les debía cambiar el nombre a esas
personas! Por esa razón, Abram se convirtió en Abraham; Saray en Sara (Gn
17:5-15); Jacob en Israel (Gn 32:27-28); y Noemí en Mara (Rt 1:20). Y desde
la perspectiva teológica, de acuerdo con el libro de las visiones de Juan, los
creyentes recibirán un nombre nuevo que delata la naturaleza misma de los
redimidos y transformados por el Señor (Ap 3:12).
Dios y sus nombres
Los nombres dados a Dios en la Biblia ponen de relieve su naturaleza divina y
presentan su esencia y naturaleza especial. Esos nombres divinos transmiten
diversas percepciones y comprensiones de la revelación, del amor y de la
misericordia del Señor a la humanidad. Y en las narraciones bíblicas, los
diversos personajes presentan nombres y adjetivos que se relacionan con
Dios, y que revelan diversas dimensiones y comprensiones del Señor.
Al estudiar los nombres divinos, debemos tomar en consideración los
diversos contextos de los relatos escriturales. Por ejemplo, el entorno
histórico, las dinámicas sociales, los retos políticos, las implicaciones
teológicas y los desafíos espirituales que se presuponen en las narraciones
bíblicas. Además, debemos analizar con detenimiento los detalles lingüísticos
que revelan sus raíces y que también transmiten el sentido. Esos componentes
nos permiten analizar los nombres de Dios para descubrir prioridades
teológicas, énfasis educativos e implicaciones espirituales.
Los nombres de Dios que se incluyen en la Biblia son de veras
comprensiones que tuvieron los israelitas y se presentan en la Biblia hebrea, y
reflexiones de las iglesias y los creyentes que se incluyen en el Nuevo
Testamento. Esos nombres divinos destacan componentes de las revelaciones
de Dios en medio de la historia humana, pero no explican por completo la
naturaleza divina ni agotan las posibilidades de comprensión de la revelación
del Señor bíblico en medio de las realidades humanas. Por estas razones, el
lenguaje en torno a Dios, y de seguro sus nombres, es en ocasiones abstracto e
incluye metáforas, imágenes literarias tomadas de las realidades de la vida de
los adoradores. Y por el gran deseo de comunicación de los escritores
bíblicos, el lenguaje en torno a Dios es, en general, concreto, familiar,
aplicable y entendible.
Objetivos de este nuevo libro sobre Dios
El objetivo primordial de este libro, Yo soy el que soy, es identificar y estudiar
los diversos nombres de Dios de acuerdo con los relatos que se incluyen en
las Sagradas Escrituras. La finalidad es explorar los orígenes de esos nombres
y descripciones divinas, y analizar sus diversos contextos históricos,
teológicos y lingüísticos. Y con esa importante información, deseamos
identificar las implicaciones teológicas, pedagógicas y espirituales que se
desprenden de los nombres divinos que más se utilizan en la Biblia.
El libro, además, desea evaluar de forma sistemática los nombres divinos
que se incluyen en los diversos textos sagrados, a fin de identificar temas que
puedan orientar a las iglesias contemporáneas y edificar a los creyentes de
diversas generaciones. Queremos ayudar a los maestros de las congregaciones
a enseñar temas bíblicos que tengan implicaciones transformadoras en sus
estudiantes. También deseamos apoyar a los ministros, pues intentamos poner
en sus manos nuevos recursos teológicos y exegéticos que posean virtudes
teológicas, educativas y espirituales para la predicación y las labores
pastorales.
Por último, con este nuevo libro sobre los nombres de Dios deseamos
contribuir al proceso de información, formación y transformación de los
creyentes en las diversas comunidades de fe. Este libro no está cautivo en las
esferas del liderazgo pastoral de las iglesias, pues lo escribimos en un
lenguaje popular, de modo que incentive la lectura y la discusión de los temas
expuestos en las clases de escuela bíblica y en las reuniones semanales en los
hogares.
En este libro evitamos el lenguaje técnico y presuponemos que las personas
que van a leerlo no tienen estudios teológicos avanzados. Sin embargo, para
quienes se acercan a esta obra con madurez teológica, pueden encontrar en la
bibliografía que incluimos al final una breve, pero muy buena, lista de libros
que pueden ayudar a profundizar aún más en los temas expuestos.
En nuestro estudio utilizaremos como base los manuscritos hebreos, arameos
y griegos, además de la Nueva Versión Internacional de la Biblia (NVI). En
ocasiones, revisaremos otras traduccionesde las Sagradas Escrituras, pero en
esta obra, el Texto Masorético del Antiguo Testamento y el Texto Crítico del
Nuevo Testamento serán los documentos guías.
Poema sobre Dios
Para finalizar este prefacio, permítanme incluir un poema sobre Dios que pone
de relieve lo que trato de explicar en esta obra. Del poeta español José
Velarde, incluyo unos pensamientos sobre sobre Dios que se publicaron el 22
de noviembre de 1877. ¡Qué gran poema!
III
No pretendo comprenderte,
Ni llegar a definirte;
Tan solo aspiro a sentirte,
A admirarte y a quererte.
Quien vaya a ti de otra suerte,
Luchará con la impotencia;
Te busca la inteligencia
De los astros en el fondo,
¡Y tú habitas lo más hondo
Y oculto de la conciencia!
IV
Sin ternura y sin amor
La mente desatentada
Te busca en lo que anonada,
En lo que infunde terror:
En el rayo asolador,
En la batalla cruenta,
En el volcán que revienta,
En el esquilón que brama,
En el torrente, en la llama,
En la noche, en la tormenta.
V
Y el corazón te va a hallar
A donde ve sonreír,
Y hay que amar, y bendecir,
Y lágrimas que enjugar;
Y te mira palpitar,
Prestando vida y calor,
En cuanto respira amor,
En el iris, en la bruma,
En la aroma, en la espuma,
En el nido y en la flor.
VI
No te anuncia el huracán.
Ni del trueno el alboroto,
Como el sordo terremoto
La aparición del volcán.
Tus pasos por doquier van,
Difundiendo la alegría,
Nuncios de luz y armonía;
¡Que solo la bella aurora
Puede ser la precursora
Del astro que enciende el día!
VII
Cuando los cielos escalas
Llevas soles por joyel,
Y te forman un dosel
Los ángeles con sus alas;
Los mundos te ofrecen galas,
Y tú los huellas triunfal,
Envuelto en leve cendal
Del color de los zafiros,
Y en música de suspiros
Y de liras de cristal.
VIII
Como en el yermo la palma,
Como el astro en el vacío,
Pones en la flor rocío
Y sentimiento en el alma.
Truecas la tormenta en calma,
Y en dulce sonrisa el lloro,
Y llevando tu tesoro
A donde el hombre el estrago.
Con flores de jaramago
El erial bordas de oro.
[...]
XIII
Tú, Dios, formaste, al crear
Del universo el espacio,
Con un suspiro el espacio,
Con una lágrima el mar:
Y queriéndonos probar
Que quien te adora te alcanza,
Como señal de bonanza,
Has dibujado en el cielo
La aurora, que es el consuelo,
Y el iris, que es la esperanza.
XIV
Tu purísimo esplendor
El universo colora,
Como el beso de la aurora
Los pétalos de la flor;
Y si tu soplo creador
En el caos se derrama,
El mismo caos se inflama,
Y entre nubes y arreboles,
Brotan estrellas y soles,
Como chispas de la llama.
XV
Así, cuando nada era,
A tu voz jamás oída,
Tomó movimiento y vida
La naturaleza entera;
Surcó el río la pradera,
Dio la flor fragancia suma,
La luz disipó la bruma,
Y tu aliento soberano
La ola hinchó en el Océano
Y la coronó de espuma.
XVI
Mas con ser la suma esencia,
Es tu arrogancia humildad,
Tu riqueza caridad
Y tu justicia clemencia;
Pues quiso tu omnipotencia
Las flores por incensario,
El monte por santuario,
Por águilas golondrinas,
Por toda corona espinas,
Por todo trono el Calvario.
Samuel Pagán
Clermont, Florida
11 de junio de 2021
INTRODUCCIÓN
¡Aleluya! ¡Alabado sea el SEÑOR!
¡Alaben el nombre del SEÑOR!
¡Siervos del SEÑOR, alábenlo, ustedes, que permanecen en la casa del SEÑOR,
en los atrios de la casa del Dios nuestro!
Alaben al SEÑOR, porque el SEÑOR es bueno; canten salmos a su nombre,
porque eso es agradable.
El SEÑOR escogió a Jacob como su propiedad, a Israel como su posesión.
Yo sé que el SEÑOR, nuestro Soberano, es más grande que todos los dioses.
El SEÑOR hace todo lo que quiere en los cielos y en la tierra, en los mares y
en todos sus abismos.
Levanta las nubes desde los confines de la tierra; envía relámpagos con la
lluvia y saca de sus depósitos a los vientos.
A los primogénitos de Egipto hirió de muerte, tanto a hombres como a
animales. En tu corazón mismo, oh Egipto, Dios envió señales y maravillas
contra el faraón y todos sus siervos.
A muchas naciones las hirió de muerte; a reyes poderosos les quitó la vida:
a Sijón, el rey amorreo; a Og, el rey de Basán, y a todos los reyes de
Canaán.
Entregó sus tierras como herencia, ¡como herencia para su pueblo Israel!
Tu nombre, SEÑOR, es eterno; tu renombre, por todas las generaciones.
Salmo 135:1-13
El nombre de Dios es eterno
Comenzamos las reflexiones en torno a los nombres de Dios con un salmo que
une elementos de adoración con importantes referencias históricas y
teológicas. El poema, que está muy bien redactado, pone de relieve el nombre
divino como el fundamento de la adoración. Ese singular nombre debe
adorarse, pues representa la esencia misma del Dios bíblico. En su nombre se
transmiten las virtudes teológicas y espirituales que hacen del Señor de las
Sagradas Escrituras un personaje único, excepcional y extraordinario.
La adoración al nombre de Dios responde a las intervenciones divinas en
medio de la historia del pueblo. Esas manifestaciones del Señor en las
vivencias de los israelitas se ponen de manifiesto desde las primeras
instancias de la creación del universo, pasando por el llamado a los
antepasados de Israel, haciendo referencia a la liberación de Egipto, hasta
llegar a la Tierra Prometida. En efecto, es un magnífico poema que destaca el
nombre y la esencia de un Dios que crea los cielos y la tierra, llama a los
israelitas y sus antepasados, libera a los cautivos de Egipto y lleva a la gente
liberada a nuevos territorios de paz, prosperidad y seguridad.
El poema finaliza con el reconocimiento de la singularidad del nombre
divino que, a su vez, es una extraordinaria declaración teológica y de fe: «Tu
nombre, SEÑOR, es eterno» (Sal 135:13). Con esa afirmación poética se
transmite una comprensión teológica magnífica y formidable. La eternidad de
Dios, y la memoria de sus intervenciones en medio de las realidades humanas,
se ponen de relieve en el nombre. Un Dios creador, revelador, libertador y
poderoso tiene un nombre eterno, pues ese nombre lo representa y describe.
Lenguaje en referencia a Dios
Al leer las Sagradas Escrituras, es de singular importancia descubrir que los
escritores bíblicos al referirse a Dios utilizan un lenguaje de gran belleza
literaria, profundidad teológica, a la vez que saturado de simbolismos. Usan
palabras que transmiten más de un nivel de sentido, pues a las virtudes
estilísticas se les añaden dimensiones espirituales que ponen de manifiesto sus
diferentes experiencias de vida. Y esos escritores articulan sus comprensiones
del Dios bíblico en formas poéticas y narrativas.
Diversos autores, que escriben en variados contextos históricos y culturales,
utilizan distintos géneros literarios para expresar su entendimiento de Dios. La
Biblia presenta al Dios eterno, creador de los cielos y la tierra, con nombres
propios y con nombres compuestos que destacan alguna virtud, o varios de sus
atributos e intervenciones en medio de las vivencias de los israelitas en la
Biblia hebrea y, posteriormente, de los seguidores de Cristo en el Nuevo
Testamento. Esos nombres no solo identifican características divinas, sino que
ponen en evidencia las experiencias y las reflexiones de los escritores de las
narraciones y los poemas bíblicos.
Sin lugar a duda, Dios es el personaje más importante en las Sagradas
Escrituras. El Señor es el protagonista de las narraciones, las profecías, los
poemas y las oraciones en la Biblia. Y esta afirmación teológica se incluye en
las declaraciones de las comunidades cristianas primitivas. Por ejemplo, en la
Epístola a los hebreos, el autor afirma:
Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas
por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo. A este
lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. (Hebreos 1:1-2)
Para las iglesias cristianas, el Dios bíblico, que es el creador del universo
(Gn 1:1-2) y que ha estado en comunicación con la humanidad desde el tiempo
de los profetas, al final de los tiempos designó a Jesucristo,su Hijo, como su
singular heredero. Esa importante declaración teológica revela la fe en un
Dios creador que tiene la capacidad y el deseo de comunicarse con sus
criaturas, y que seleccionó a su Hijo para que heredara la extraordinaria
creación divina. Y esta importante comprensión teológica cristiana se
fundamenta en el Antiguo Testamento, donde se afirma, de manera clara y
reiterada, el poder creador de Dios y su serio compromiso de comunicación
con la humanidad (Sal 19:1-4), entre otras formas, por medio de los profetas
(Is 6:8-9).
Para facilitar las comprensiones humanas del Dios eterno y santo, cuya
gloria y esplendor llenan toda la tierra (Is 6:3), en la Biblia se utiliza un
lenguaje simbólico y figurado, y se articulan imágenes humanas para describir
las virtudes y características divinas. De esa forma, los escritores del mensaje
sagrado incentivan la comunicación eficaz y propician el entendimiento de la
naturaleza y los atributos del Señor. Con esa finalidad, los escritores bíblicos
indican que Dios tiene características asociadas tradicionalmente con las
personas. Por esa razón, Dios tiene partes del cuerpo humano. Por ejemplo,
tiene ojos (Gn 1:4, 31; 6:8; Éx 33:17); manos (Éx 15:17; Nm 11:23; Dt 2:15);
brazos (Éx 6:6; 15:16; Nm 11:23); oídos (Nm 11:18; 1 S 8:21; 2 R 19:16);
cara (Éx 32:30; 33.11; Nm 6:25); dedo (Éx 8:18; 31:18; Dt 9:10); voz (Gn 3:8,
10; Éx 15:26; Dt 26:17); pie (Éx 24:10; Ez 43:7); y forma humana (Éx 24:9-
11; Sal 47; Is 6:1).
Respecto a Dios, las Escrituras indican que lleva a efecto acciones que de
manera tradicional se asocian con el comportamiento de las personas. Por
ejemplo, utiliza la palabra para la creación (Gn 1:1, 3, 6, 9, 14, 20, 24, 26);
camina (Gn 3:8; 18:33; Hab 3:15); cierra la puerta (Gn 7:16); huele los
sacrificios (Gn 8:21; Lv 26:31; Am 5:21); baja (Gn 11:5; 18:21; Éx 3:8); y
sepulta a Moisés (Dt 34:6).
En la Biblia se indica, además, que Dios tiene las siguientes emociones que
son características de las personas. Por ejemplo, se lamenta o arrepiente (Gn
6:6-7; Éx 32:14; Jue 2:18); se enoja (Éx 4:14; 15:7; Nm 11:10); siente celos
(Éx 20:5; 34:14; Dt 4:24); y abomina o aborrece (Lv 20:23; 26:30; Dt 32:19).
Este tipo de lenguaje es necesario para la presentación de Dios en la Biblia,
pues se debían utilizar conceptos e ideas que las personas pudieran entender y
asimilar. El Dios bíblico no está limitado por consideraciones físicas, pero
como tiene un firme deseo de comunicación, las narraciones bíblicas utilizan
un idioma visual y descifrable. Y es por esa misma razón que, referente a
Dios, se utilizan expresiones conocidas, en primer lugar, para los israelitas, y
más tarde para los seguidores de Cristo. Por ejemplo, hay alusiones en torno a
la paternidad de Dios (Dt 1:31; 8:5; 32:6-14); se afirma que Dios es padre de
Israel (Éx 4:22; Dt 14:1; Is 1:2) y del rey (2 S 7:11-16; Sal 2:7); e incluso, las
narraciones bíblicas incluyen imágenes de Dios como mamá que amamanta (Is
49:15; 66:7-13).
Dios es rey
La lectura cuidadosa de las Sagradas Escrituras revela, sin mucha dificultad,
que el personaje más importante en sus narraciones, poemas y mensajes es
Dios. El Señor es, en efecto, el protagonista indiscutible de la historia de la
salvación. Y esa importante afirmación teológica se manifiesta desde los
relatos iniciales de la creación en Génesis (Gn 1:1—2:25) hasta las visiones
de Juan acerca de los cielos nuevos y la nueva tierra (Ap 21:1—22:5).
Aunque las imágenes en torno al Señor son muchas y variadas, no pueden
expresar ni describir la amplitud ni la totalidad de la naturaleza divina, que es
vasta, extensa e intensa. En sus discursos narrativos o poéticos, los escritores
bíblicos presentan solo algunos componentes de la esencia divina, la cual
sobrepasa la imaginación humana. Y al juntar los diversos nombres y
descripciones de sus actividades redentoras, la Biblia muestra un panorama
amplio de Dios y sus intervenciones salvadoras en medio de las realidades
humanas y la historia.
Identificar un nombre o imagen de Dios, que sea superior al resto de las
descripciones y posibilidades bíblicas, es una tarea difícil en extremo. Esto se
debe a que el uso de los diversos nombres divinos está inmerso en
experiencias concretas de vida del pueblo de Dios que requiere una
comprensión singular y específica en torno al Señor. Las personas que
estudian este tema con detenimiento han tratado de identificar nombres que se
asocian con algunas características divina especiales. Por ejemplo, tenemos la
santidad, el poder, la presencia, el amor y la soberanía. Sin embargo, esos
esfuerzos no han dado mucho fruto, pues la naturaleza divina es amplia y
extraordinaria, y no puede contenerse en una sola declaración relacionada con
Dios.
Una singular imagen bíblica referente al Señor que debemos identificar,
destacar y afirmar, es posible que sea la que lo asocia con los temas de rey,
reino, reinado y dominio. De manera reiterada y categórica las Escrituras
presentan una serie de afirmaciones teológicas que describen a Dios como rey.
El Señor, en efecto, reina sobre toda la tierra; su reinado y soberanía se
manifiestan en todos los rincones de su creación. Esas imágenes presentan al
Dios de la Biblia como soberano; destacan su poder y autoridad. Y esa
afirmación teológica del Señor como rey, incentiva una serie importante de
ideas en referencia a su soberanía, poder, autoridad y dominio. Y entre esas
imágenes están: el trono, la corte, los ejércitos, el gobierno y la guerra de
Dios.
La teología que destaca el reino y el reinado de Dios se pone claramente de
relieve en muchos textos bíblicos. Y entre esas porciones escriturales de gran
importancia teológica, referente a Dios como soberado de la tierra y la
historia, se pueden destacar las siguientes:
El Cántico de Moisés (Éx 15:1-18), que presenta y celebra la victoria
del líder hebreo sobre los ejércitos del faraón, declara de manera
firme y decidida:
¡El SEÑOR reina por siempre y para siempre! (Éx 15:18)
En las afirmaciones teológicas de Balaán se incluye una muy
importante declaración sobre Israel y referente a su Dios: Él no es un
simple mortal para mentir y cambiar de parecer.
¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo que dice? Se me ha ordenado
bendecir y, si eso es lo que Dios quiere, yo no puedo hacer otra cosa. Dios no se
ha fijado en la maldad de Jacob ni ha reparado en la violencia de Israel. El
SEÑOR su Dios está con ellos; y entre ellos se le aclama como rey. (Números 23:19-
21)
La visión y el mensaje del profeta Micaías al rey Acab afirma:
Micaías prosiguió:
—Por lo tanto, oiga usted la palabra del SEÑOR: Vi al SEÑOR sentado en su trono
con todo el ejército del cielo alrededor de él, a su derecha y a su izquierda. (1
Reyes 22:19)
El profeta Isaías, en la presentación de su llamado, declara que
recibió una visión extraordinaria de Dios, a quien describe como un
rey en su trono:
El año de la muerte del rey Uzías, vi al SEÑOR excelso y sublime, sentado en un
trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Por encima de él había serafines,
cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con
dos se cubrían los pies, y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: «Santo,
santo, santo es el SEÑOR Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria». Al
sonido de sus voces, se estremecieron los umbrales de las puertas y el templo se
llenó de humo. Entonces grité: «¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de
labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante
mis ojos han visto al Rey, al SEÑOR Todopoderoso!». (Isaías 6:1-5)
En el mismo libro de Isaías, la teología de la realeza de Dios se
desarrolla aún más, pues se declara que el SEÑOR es el rey de Israel
(Is 44:6) y se anuncia con regocijo el reinado del Dios (Is 52:7).
El libro de los Salmos incluye una serie de poemas que afirman el
reinado de Dios y su soberanía (Sal 47; 93; 96—99). Esa
comprensión teológica también declara que Dios no solo es el rey de
Israel, sinoque llega a todos los pueblos y se manifiesta en la
naturaleza, el universo y la creación.
Y en el libro de Daniel se indica con seguridad que el Dios Altísimo
gobierna sobre un reino eterno, y que su poder y autoridad no tienen
límites (Dn 3:33).
La teología bíblica que se incluye en el Antiguo Testamento reconoce en gran
medida la soberanía divina sobre el pueblo de Israel, las naciones y el
cosmos. Esa singular comprensión de poder y autoridad estableció las bases
para el desarrollo de la teología del Nuevo Testamento y para la expresión del
mensaje transformador de Jesús de Nazaret. El Reino y el reinado de Dios que
Jesús les presentó a sus discípulos y a la historia están fundamentados en la
teología bíblica que subraya la soberanía divina en las realidades humanas y
la creación.
Rey y reino en el Nuevo Testamento
La gran afirmación teológica en torno a Dios como rey se manifiesta muy
temprano en las narraciones neotestamentarias. Esa singular teología, que
entiende a Dios como monarca y regente del mundo, la historia y el universo,
es parte integral del mensaje y del vocabulario teológico y pedagógico del
famoso rabino galileo. Para el Señor Jesús, el Reino de Dios o Reino de los
cielos constituía el corazón de sus enseñanzas y el fundamento de su teología.
De acuerdo con las narraciones en el Evangelio de Marcos, Jesús comenzó
su ministerio de predicación en la Galilea con la afirmación teológica y
profética de que el Reino de Dios estaba cerca (Mr 1:15). Además, ese tema
del Reino está en el centro mismo de su doctrina (Mt 4:23). Y las llamadas
parábolas del Reino (por ejemplo, Mt 13:18-23; 13:24-30; 13:31-32; 13:33),
constituyen un caudal temático y ético indispensable para estudiar sus
pensamientos espirituales más importantes, sus enseñanzas prioritarias, sus
doctrinas favoritas y sus valores teológicos fundamentales.
El Reino de Dios, que anunciaron los antiguos profetas de Israel (Is 9:6-7), y
que proclamó Juan el Bautista (Mt 3:1-2; Lc 7:18-29), constituyó el eje
temático y el fundamento de la teología de Jesús de Nazaret. Para el Señor, ese
reino debía vivirse (Mt 12:25-28; 13:24-33; 20:1; 22:2; Lc 13:20-21), además
de proclamarse (Mt 4:23; Mr 1:14-15). El Reino también tenía exigencias
éticas, morales y espirituales que debían cumplirse (Mt 4.17; 5.1-12; 6.33;
7.21).
En cuanto al Reino de Dios, no todas las afirmaciones son fáciles de
comprender. En momentos ese Reino parece haber llegado, mientras que, en
otros casos, se aguarda su inminente venida en el futuro. Incluso, el lenguaje
del Reino en momentos se vuelve escatológico, similar al usado en el Antiguo
Testamento.
De singular importancia con relación a este importante tema del Reino y
reinado de Dios, en varios pasajes neotestamentarios se le otorgan a Cristo
algunos componentes del carácter real de Dios. Inclusive, el regreso del Señor
Jesucristo se expresa con una importante palabra griega, parusía, que se
utilizaba en el mundo helenístico para aludir a la llegada del rey o del
emperador (Mt 24:3, 27, 37, 39; 1 Co 15:23; 1 Ts 2:19; 3:13; 4:15; 5:23; 2 Ts
2:1, 8; Stg 5:7-8; 2 P 1:16). Y el simbolismo del trono de Dios se asocia
repetidas veces con los tiempos finales de la historia (Mt 19:28; 25:31; Ap 4
—5; 20:11-12; 21:3-5; 22:1-3).
La lectura pausada, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, descubre
que la importante declaración de Dios como rey cruza los dos Testamentos, y
se revela como una fuerza bíblica y teológica indispensable e importante. El
Dios que es rey, desde las narraciones de la creación, manifiesta su poder y
soberanía al vencer las fuerzas del caos en el libro de Génesis (Gn 1:2).
Además, ese mismo Dios que es rey, al final de la historia pone una vez más
de relieve su autoridad y virtud: en la nueva Jerusalén ya no habrá maldición,
pues el trono de Dios y del Cordero estará en ella (Ap 22:3).
La revelación del nombre de Dios
En ese ambiente teológico general de Dios como rey, las narraciones bíblicas
presentan su nombre propio y también incluye referencias de nombres
compuestos con una serie importante de atributos divinos. Esos nombres se
relacionan, en primer lugar, con las intervenciones de Dios en medio de la
historia; y también se asocian a las experiencias de vida de adoradores,
pastores, profetas, guerreros y personas que dialogaban con Dios en medio de
las realidades y los desafíos de la existencia humana. Y esa importante
variedad de nombres no solo revela detalles y características de la divinidad
bíblica, sino que pone de relieve las comprensiones que personas, en diversos
contextos teológicos, históricos, políticos, sociales y espirituales, tenían de
Dios.
De importancia capital, en cuanto al estudio de la naturaleza y esencia de
Dios en la Biblia, es la identificación y evaluación de los atributos y las
descripciones del Señor que se incluyen en los nombres compuestos. Dios no
solo es Dios (en hebreo, El), sino Dios Altísimo, Dios Todopoderoso y Dios
Eterno. No solo es Jehová/Yahvé o el Señor, sino el Señor proveedor, el
Señor que es mi bandera, el Señor que está presente, el Señor que es nuestra
justicia, el Señor que es nuestra paz, y el Señor de los ejércitos.
El nombre propio de Dios y también los nombres compuestos ponen en clara
evidencia particularidades teológicas de gran importancia para identificar,
explorar, estudiar y entender la naturaleza divina. También esos nombres
manifiestan los sentimientos más hondos de los adoradores y del pueblo que
utilizaban esos nombres según sus realidades, necesidades y reclamos.
El objetivo de nuestro esfuerzo literario y teológico es estudiar la naturaleza
de Dios mediante el análisis ponderado de los nombres divinos que se
incluyen en la Biblia. Y para lograr ese objetivo deseamos identificar los
diversos nombres divinos, evaluar el contexto teológico, histórico, político,
social, religioso y espiritual de esos nombres, y analizar los detalles
lingüísticos y semánticos que los caracterizan. Además, en nuestro estudio,
deseamos explorar las implicaciones teológicas y espirituales contemporáneas
del uso y la reflexión en torno a esos nombres divinos.
Los nombres de Dios en los himnos y las
poesías
La importancia de los nombres de Dios se demuestra al notar cómo esos
nombres se han inmortalizado, no solo en los testimonios bíblicos y en sus
contribuciones teológicas, sino porque han irrumpido en las artes,
específicamente en la música y la poesía.
De singular importancia en la evaluación de esos nombres divinos está el
himno tema de la Reforma Protestante: «Castillo fuerte es nuestro Dios». Ese
himno, que pone de relieve la teología fundamental de Martín Lutero, se basa
en el Salmo 46.
En ese importante salmo se describe a Dios como amparo, fortaleza y pronto
auxilio en medio de las tribulaciones de la vida. Y basado en una lectura
teológica y pastoral del poema del Salterio, el famoso reformador alemán
escribió el himno que afirma y presenta a Dios como castillo fuerte, defensa y
gran escudo. Lutero indica que el Señor, con su gran poder, tiene la capacidad
de ayudar a los creyentes a vencer los trances agudos y las adversidades
complejas.
Castillo fuerte es nuestro Dios,
Defensa y buen escudo;
Con su poder nos librará
En este trance agudo.
Con furia y con afán
Acósanos Satán;
Por armas deja ver
Astucia y gran poder;
Cual él no hay en la tierra.
Luchar aquí sin el Señor,
Cuán vano hubiera sido.
Mas por nosotros pugnará
De Dios el Escogido.
¿Sabéis quién es? Jesús,
El que venció en la cruz,
Señor de Sabaoth,
Omnipotente Dios.
Él triunfa en la batalla.
Carlos Wesley, poeta de las tradiciones metodistas, fundamentado en la
teología bíblica que afirma que Dios es rey, escribió:
¡Oh, que tuviera lenguas mil
del Redentor cantar
la gloria de mi Dios y Rey,
los triunfos de su amor!
Bendito mi Señor y Dios,
te quiero proclamar;
decir al mundo en derredor
tu nombre sin igual.
Dulce es tu nombre para mí,
pues quita mi temor;
encuentra en él salud y paz
el pobre pecador.
Rompe cadenas del pecar,
al preso librará;
su sangrelimpia al ser más vil,
¡gloria a Dios, soy limpio ya!
En la poesía y los himnos, los nombres de Dios también han servido de
inspiración, incentivando la espiritualidad y propiciando las reflexiones
teológicas. Fundamentado en el Señor que es luz y salvación (Sal 27:1),
Ricardo Palma escribió:
La luz es la orla que ciñe tu manto,
tu planta infinita la esfera sin fin,
tu voz el murmullo más mágico y santo,
tu sombra las nubes henchidas de encanto,
tu aliento el aroma del nardo y jazmín.
Santa Teresa de Jesús, en un muy intenso y breve poema, quizá pensando en
el Dios que es pastor y que no permite que le falte nada a su pueblo (Sal 23),
escribió:
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Solo Dios basta.
Y Francisco E. Estrello, quizá inspirado en salmos que afirman el esplendor
del Señor y la grandeza divina (por ejemplo, Sal 91; 121), afirma que la vida
en Dios es aventura, ensueño, grandeza, fuego, armonía...
La vida en Dios es vida de aventura;
Vida llena de ensueño y de grandeza;
Rumbo heroico que apunta hacia la altura
Persiguiendo la gracia y la belleza.
La vida en Dios es fe de iluminado
En un perpetuo florecer de cumbre;
Es ser un siervo del mar, bañado
En el calor intenso de su lumbre.
La vida en Dios es ir por los caminos
Ardiendo el corazón, la mano abierta;
Y llenar de los cánticos divinos
La soledad estéril y desierta.
La vida en Dios es fuego y armonía;
Es salmo y es poema de Ternura
Que en la aspereza cruel de cada día
Va dejando la miel de su dulzura.
La vida en Dios es ruta dolorosa;
Es visión de la cruz, jalón de gloria:
Es pasar por la noche tenebrosa
Y despertar en alba de victoria.
Nuestro estudio en torno a los nombres de Dios desea descubrir los
significados teológicos que tienen implicaciones prácticas en la vida de los
creyentes y las iglesias. El objetivo es identificar los nombres divinos,
analizar sus significados lingüísticos, explorar sus valores espirituales e
incentivar sus implicaciones pastorales y personales. La finalidad es poner al
alcance de nuestros lectores, las virtudes que se desprenden de una
comprensión amplia de la gama extensa de los nombres divinos que se
incluyen en la Biblia.
CAPÍTULO
1
DIOS
El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso.
Yo le digo al SEÑOR: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, 
el Dios en quien
confío».
Solo él puede librarte de las trampas del cazador y de mortíferas plagas,
pues te cubrirá con sus plumas y bajo sus alas hallarás refugio.
¡Su verdad será tu escudo y tu baluarte!
No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste
que acecha en las sombras ni la plaga que destruye a mediodía.
Podrán caer mil a tu izquierda, y diez mil a tu derecha, pero a ti no te
afectará.
No tendrás más que abrir bien los ojos, para ver a los impíos recibir su
merecido. Ya que has puesto al SEÑOR por tu refugio, al Altísimo por tu
protección, ningún mal habrá de sobrevenirte, ninguna calamidad llegará a
tu hogar.
Porque él ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos.
Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces con piedra
alguna.
Aplastarás al león y a la víbora; ¡hollarás fieras y serpientes!
«Yo lo libraré, porque él se acoge a mí; lo protegeré, porque reconoce mi
nombre. Él me invocará, y yo le responderé; estaré con él en momentos de
angustia; lo libraré y lo llenaré de honores. Lo colmaré con muchos años de
vida y le haré gozar de mi salvación».
Salmo 91:1-16
El nombre El en la Biblia
El nombre genérico de Dios que se usa en la Biblia hebrea es El. La raíz del
sustantivo significa «poderoso» y «fuerte». Respecto a esta designación
escritural, es teológicamente muy importante notar que la expresión se utiliza
para designar al Dios bíblico con una serie amplia de nombres compuestos. Y
esos singulares nombres de Dios expanden nuestra comprensión de la
naturaleza divina y de sus intervenciones en medio de las vivencias diarias, en
primer lugar de los israelitas, pero también para todos los creyentes a través
de la historia.
El es también la forma de identificar a las divinidades principales en el
mundo semítico antiguo. El nombre se asocia, entre otras, a las ideas de
«fortaleza», «majestad», «poder» y «gloria». En la cultura ugarítica, por
ejemplo, era el nombre propio de la divinidad que ocupaba el lugar central en
la jerarquía de sus dioses nacionales.
En la Biblia hebrea, El se aplica a Jehová/Yahvé; además, se incluye en el
Antiguo Testamento como prefijo y sufijo de varios nombres propios; por
ejemplo, El-Betel, que significa «Dios de la casa de Dios» (Gn 37:7), y El-
Elohé-Israel, que transmite la idea del «Dios poderoso de Israel» (Gn 33:19-
20). Los textos bíblicos afirman a Dios como El en unos 204 pasajes, y se
aplica el término a otros dioses en unas 18 ocasiones. Por lo general, se utiliza
de manera aislada e independiente para identificar al Dios que se les reveló a
los israelitas en medio de la historia. Sin embargo, en ocasiones el nombre El
se usa con algún sustantivo para poner de manifiesto y ampliar las ideas de
poder y autoridad relacionadas con el Dios bíblico.
Al revisar los textos hebreos, se descubre que los nombres El, Elah, Eloah y
Elohim están relacionados, pues transmiten ideas similares y relacionadas de
«poder», «autoridad» y «fortaleza». De singular importancia es que, al menos
en una ocasión, aparecen todos esos nombres y referencias divinas
relacionados con el nombre propio del Señor, Jehová/Yahvé (Dt 32:15-19).
El plural de El es Elim que, por lo general, describe a los dioses falsos en
las Sagradas Escrituras (por ejemplo, Éx 15:11; Sal 29:1; 89:6; Dn 11:36).
Aunque la idea que transmite la palabra Elim es también «poder», nunca se
utiliza en la Biblia para referirse al Dios singular, único y verdadero. En la
cultura fenicia el nombre se relaciona con las divinidades en general, aunque
El se asocia a un dios en específico; en los documentos descubiertos en la
antigua ciudad de Ugarit se relaciona con el dios supremo, el padre de todos
los dioses.
Elohim
El nombre común para referirse a las divinidades en el Oriente Medio antiguo
es Elohim. Se utiliza para designar tanto al Dios de Israel como a las
divinidades paganas de las naciones (Éx 12:2; Dt 6:14; 13:7-8; Jos 24:15; Jue
6:10). La expresión también puede utilizarse en ocasiones para identificar
jueces, ángeles y reyes, pues es una manera de magnificar la importancia de
esos personajes en algunas narraciones de las Escrituras, ya que la idea es
transmitir un sentido de honor, poder y autoridad.
Desde la perspectiva lingüística, Elohim es la forma plural para referirse a
los dioses antiguos, pero en términos de la teología del pueblo de Israel el
concepto se asocia al Dios único, pues se identifica y comprende como un
plural de majestad cuando se asocia con el pueblo de Israel. El término
transmite ideas de autoridad, poder, honor y majestad. Ese sustantivo, Elohim,
se utiliza para referirse a Dios en la Biblia con formas verbales, adjetivos y
pronombres en singular. Y aunque Elohim es plural desde la perspectiva
lingüística, la comprensión teológica se presenta en singular para referirse al
Dios de las Sagradas Escrituras en reconocimiento de su extraordinaria
majestad y su naturaleza única, especial y excepcional.
De acuerdo con la comprensión teológica que se revela en la Biblia, el
plural Elohim no constituye apoyo alguno al politeísmo. Por el contrario, de
forma sistemática se afirma el monoteísmo de una manera especial, intensa,
única, espectacular y majestuosa. La forma de referirse a Dios en plural, lejos
de destacar la multiplicidad de divinidades, apunta hacia un personaje
extraordinario que no tiene comparación en las teologías de las naciones en el
Oriente Medio antiguo. Y esas comprensiones lingüísticas y teológicas se han
entendido en contextos cristianos como expresiones tempranas de la
extraordinaria majestad divina que se ponen de manifiestoen la teología de la
Trinidad.
El nombre Elohim se utiliza en la Biblia hebrea en otros contextos y
contenidos interesantes. De forma continua la palabra transmite las ideas de
autoridad y poder. En las narraciones de la liberación de Egipto de los
israelitas, Moisés será como un elohim para Aarón (Éx 4:16), que indica que
el famoso libertador y legislador hebreo será representante de Dios ante su
hermano. También a los jueces se les identifican con la palabra elohim (Éx
21:6; 22:8-9; Sal 81:1), a fin de subrayar la importancia y seriedad de las
labores que llevan a efecto. También a los ángeles se les llama elohim, pues
son enviados de Dios para transmitirle la voluntad divina a la humanidad (Sal
8:4-6).
El-Elyom
Uno de los nombres que transmite la esencia de la naturaleza divina es Elyom,
que generalmente se traduce en español como «altísimo». Se utiliza en el
Antiguo Testamento para identificar al Dios creador de los cielos y la tierra
(Sal 57:2). El nombre transmite la idea de que no se puede adorar los ídolos
humanos ni las divinidades de las naciones, pues el Dios bíblico es superior o
«más alto» que cualquier divinidad que sea producto de la imaginación y
creatividad humanas.
El que habita al abrigo del Altísimo
se acoge a la sombra del Todopoderoso.
Yo le digo al SEÑOR: «Tú eres mi refugio,
mi fortaleza, el Dios en quien confío».
Solo él puede librarte de las trampas del cazador
y de mortíferas plagas,
pues te cubrirá con sus plumas
y bajo sus alas hallarás refugio.
¡Su verdad será tu escudo y tu baluarte!
No temerás el terror de la noche,
ni la flecha que vuela de día,
ni la peste que acecha en las sombras
ni la plaga que destruye a mediodía.
Podrán caer mil a tu izquierda,
y diez mil a tu derecha,
pero a ti no te afectará. (Salmo 91:1-7)
Después de sus dificultades con Saúl, David presenta a Dios poéticamente
de forma reiterada como Altísimo (1 S 20:1; 2 S 22:1; Sal 18). De acuerdo
con estas referencias bíblicas, el famoso rey de Israel entiende que el poder
salvador de Dios se asemeja a la fuerza de una gran tormenta, y los truenos
representan la voz divina que llega desde los cielos. Esa comprensión de la
divinidad como agente de poder redentor se explora aún más en los Salmos,
donde el uso de Elyom o Altísimo es reiterado (Sal 9:2; 73:11; 107:11).
En varias narraciones bíblicas se revelan componentes especiales del
nombre Elyom. Un singular caso, que pone de relieve las extensas e intensas
dimensiones teológicas de ese nombre divino, se presenta en el contexto de las
guerras de los israelitas y los filisteos. Cuando capturan el Arca del pacto, los
filisteos ponen ese símbolo de la presencia divina al lado del dios Dagón. Esa
acción puede ser una manera de ubicar a ese dios nacional al nivel del Dios
bíblico. A la mañana siguiente, sin embargo, de acuerdo con el testimonio
bíblico, la divinidad filistea estaba en el suelo frente al Dios Altísimo (1 S
5:1-8), que era una manera física de reconocimiento de autoridad de parte de
la imagen pagana.
En una segunda ocasión, en la que se repite esta misma dinámica, al dios
filisteo se le rompieron las manos y la cabeza. Para los escritores bíblicos,
ninguna divinidad hecha por manos humanas puede asemejarse ni estar al nivel
del Dios viviente, reconocido como Altísimo. Y las referencias a las manos y
la cabeza, pueden aludir a la incapacidad de Dagón de intervenir en medio de
la historia humana, y su imposibilidad de pensar, hablar y responder a los
clamores de su pueblo.
Elyom en la Biblia hebrea se presenta tanto de forma compuesta, con la
referencia a El, como de manera directa. Con la referencia directa a Dios o El
se incluye en las narraciones de Abraham con Melquisedec (Gn 14:18-20) y
en el juramento del patriarca ante el rey de Sodoma (Gn 14:22). La otra
referencia a El-Elyom en las Escrituras es parte de un Salmo que afirma que el
Dios Altísimo es roca y redentor, que es una manera figurada y poética de
destacar las ideas de fortaleza, estabilidad y salvación.
En la literatura poética del Antiguo Testamento, las referencias a Dios como
Elyom son múltiples. En el cántico final de Moisés se alude al Altísimo que
tiene poder sobre las naciones y personas (Dt 32:8). Además, en un mensaje
de gran importancia teológica, el profeta Isaías indica claramente que el rey de
Babilonia tratará de presentarse semejante al Altísimo, que es una manera de
indicar que estaba en el nivel de Dios, pero que será arrojado al sepulcro, a lo
más profundo de la fosa (Is 14:13-15). Incluso, hay poemas que presentan a
Elyom unido directamente al nombre eterno y personal de Dios, Yahvé/Jehová
(2 S 22:14).
En el Nuevo Testamento, la expresión griega Theou hypisou (Lc 8:28; Heb
7:1) se traduce como «Dios Altísimo», pues el evangelio desea afirmar, en la
misma tradición judía, que el Señor de las Sagradas Escrituras es el único al
que se le debe brindar honor, adoración y reconocimiento especial. Esta
nomenclatura es una manera de subrayar lo especial y singular de la naturaleza
del Dios de Jesucristo. A los dioses hechos por las personas no se les puede
reconocer dignos de adoración, pues no están a la «altura» del Dios que es
capaz de revelarse como creador y salvador de la humanidad (Dt 27:13; Ap
9:20).
El-Shadday
Una de las formas para presentar la naturaleza divina es la unión del nombre
de Dios con alguna cláusula adjetival o algún sustantivo significativo. Un buen
ejemplo de esa peculiaridad es la presentación del Dios bíblico como El-
Shadday. La idea que transmite el nombre, en primer lugar, es del Dios de las
montañas, pues en la antigüedad se pensaba que las divinidades habitaban en
las alturas de los montes (por ejemplo, Sal 121); y en las narraciones bíblicas,
Dios se le reveló a Moisés en las alturas del monte Sinaí (Éx 19:1—20:26).
Las ideas fundamentales que se incluyen en la raíz hebrea de la palabra
shadday son de «poder» y hasta de «violencia». Sin embargo, desde las
primeras traducciones de la Biblia hebrea al griego (por ejemplo, la
Septuaginta), la idea de El-Shadday se transmitía con la palabra
«todopoderoso» u «omnipotente». En español, tradicionalmente, las
traducciones de la Biblia presentan este nombre divino como Dios
Todopoderoso.
De acuerdo con el orden canónico, la primera ocasión que El-Shadday
aparece en las Sagradas Escrituras es en la revelación a Abram (Gn 17:1-27).
Y el contexto teológico de esta revelación es la promesa divina al patriarca de
que iba a tener descendencia, el establecimiento del pacto de la circuncisión, y
el emblemático y revelador cambio de nombre de Abram a Abraham. La
peculiaridad, sin embargo, es que ya Abram era un hombre avanzado en años,
al igual que su esposa, ¡y biológicamente era casi imposible que pudieran
concebir!
Los cambios de nombres en la Biblia destacan transformaciones importantes
en las personas. Abram y Abraham proceden de la misma raíz hebrea que
transmite la idea básica de «padre enaltecido». Abraham, en la narración
bíblica (Gn 17:5), tiene una pronunciación similar a las palabras que
significan «padre de multitudes o de naciones, antepasado de muchas
personas», que es una manera lingüística de afirmar la singular revelación
divina al patriarca, y también una forma de reiterar el mensaje profético y
teológico que recibió de parte de Dios.
En ese contexto de revelaciones de Dios y establecimientos de pactos es que
el Señor se manifiesta como el El-Shadday. Este nombre transmite la idea de
un Dios «todopoderoso», como para hacer que esta pareja de edad avanzada
pudiera procrear. También hay estudiosos que entienden que el nombre divino
en este contexto transmite las ideas de «todo suficiente» y «todo abundante»,
pues destacan la capacidad divina de llevar a efecto lo que para los seres
humanos es imposible. Además, este singular nombre afirma las ideas de
«abundancia», pues el Señor no solo quiere bendecir a Abraham y Sara, sino
que desea brindarle a su descendencia una muy singular, especial y única
bendición: la tierra prometida (Gn 12:1-3; 13:15-17).El Dios Altísimo y Todopoderoso
El Salmo 91, uno de los más populares del Salterio, es una oración individual
que expresa confianza profunda en el Señor. Revela la reflexión madura y
sobria de la literatura sapiencial y poética. Su afirmación fundamental es que
la persona que se refugia en Dios afronta la vida con autoridad, valentía,
sabiduría y prudencia.
Este buen poema se puede relacionar con el salmo anterior, debido a las
referencias que hacen a Dios como morada y refugio (Sal 90:1; 91:9); aunque
en el Salmo 91 se pone de manifiesto un profundo sentido de alivio emocional
y seguridad espiritual que no se expone de manera explícita en el poema
anterior. Además, el uso de varios nombres antiguos para referirse a Dios (por
ejemplo, Altísimo y Todopoderoso; Sal 91:1) puede ser base para relacionar
el poema con la figura destacada y venerada de Moisés.
Varios aspectos literarios son dignos de mencionar en este salmo. En primer
lugar, tanto el vocabulario del poema como las imágenes que utiliza destacan
los temas de la protección y la liberación divina; en efecto, transmiten la idea
de seguridad plena que debe tener la persona creyente. Asimismo, la lectura
cuidadosa del texto puede identificar en el salmo varias voces en diálogo. Por
ejemplo: «Yo le digo al Señor» (v. 2) y «en mí ha puesto su amor» (v. 14), que
pueden ser una indicación del uso litúrgico del poema en las ceremonias del
Templo. La evaluación sosegada del texto revela que el salmista presenta una
especie de discurso, o sermón breve, en el cual aconseja a otra persona o
grupo en torno a la seguridad que proviene de la confianza en el Señor (vv. 3-
13).
Por lo general y amplio de los temas expuestos es muy difícil identificar con
precisión la fecha de composición de este salmo. Quizá su lenguaje antiguo
apunte hacia un origen preexílico del poema, aunque debe haberse revisado a
través del tiempo, a fin de responder al clamor de los creyentes en diversos
momentos de la historia.
En el Israel antiguo, el Templo servía de lugar de refugio para las personas
perseguidas o en necesidad extrema. Una vez que el adorador se refugiaba en
el santuario, el sacerdote echaba las suertes para determinar la inocencia o
culpabilidad de la persona. Este salmo puede reflejar la situación extrema de
una persona en crisis que recibe del sacerdote la palabra de seguridad y
fortaleza. También este salmo puede ser una respuesta sobria frente a los
peligros de la vida; una afirmación de fe ante las dificultades reales de la
existencia humana.
La estructura literaria del salmo, que servirá de base para nuestro análisis
teológico, es la siguiente:
Afirmación de la fe: vv. 1-2
Intervención divina en medio de la crisis: vv. 3-13
La seguridad que proviene de la palabra de Dios: vv. 14-16
La sección inicial del salmo (vv. 1-2) es una introducción general al poema.
El salmista ubica a las personas que adoran en un contexto teológico y
espiritual de esperanza y seguridad. Las imágenes son reveladoras: «Habitar
al abrigo» revela cercanía, confianza, intimidad; y «acogerse a la sombra»
pone de relieve las ideas de protección, cuidados, cobertura y bienestar. El
salmo comienza con palabras de seguridad expresadas por algún sacerdote
que recibe a la persona en crisis con un mensaje de fortaleza y auxilio.
Los nombres de Dios en el poema son de gran importancia. Junto a su
nombre personal (por ejemplo, Yahvé/Jehová/el Señor), se le añaden dos muy
antiguos con significados de gran importancia teológica, tanto en el poema
como en la historia nacional. La referencia al Altísimo (heb., Elyom) revela el
poderío divino, pues todo lo gobierna y afirma (Gn 14:19); y la alusión al
Todopoderoso u Omnipotente (heb., Shadday) pone de manifiesto la virtud
divina que interviene de forma extraordinaria para apoyar a las personas en
necesidad (Gn 17:1; 28:3; 48:3; 49:25).
Ese Dios que gobierna los cielos y la tierra, y que interviene en medio de las
realidades humanas, es también abrigo que protege y sombra que refresca. En
su morada, los creyentes obtienen la protección, el apoyo y la seguridad que
son necesarias para vivir de forma plena y abundante. Dios mismo, en la
reflexión del salmista, se convierte en el hospedador ideal. En el poema, el
Señor es fuente de vida y esperanza.
La seguridad del creyente, de acuerdo con el salmo, se basa en la seriedad y
profundidad de las convicciones individuales, a la vez que ponen en clara
evidencia las expresiones «diré yo», «castillo mío», «mi Dios», y «en quien
confiaré» (v. 2). Esos valores éticos y morales que se desprenden de la fe
generan la seguridad necesaria y la paz requerida para afirmar con certeza que
Dios es esperanza, castillo y fuente de confianza.
El centro temático y teológico del salmo se incluye en esta sección: vv. 3-13.
De acuerdo con el salmista, el Señor libera, cubre, brinda seguridad, y es
escudo (o coraza) y adarga (o armadura), que son ideas para destacar el poder
divino, así como para delatar el ambiente de crisis y tensión. Las imágenes son
importantes, pues el Señor es como ave protectora y guerrero diestro. Las
referencias militares ponen de manifiesto la protección divina como alcázar,
castillo, fortaleza. Lo ideal es infundir esperanza, pues Dios se presenta como
potencia militar salvadora.
La idea del poeta en el salmo es afirmar las virtudes divinas como agente
que protege a su pueblo de las adversidades y los conflictos de la vida. El
salmista exhorta a la persona fiel que confíe en el Señor, pues Dios libera a la
gente de fe de los lazos del cazador, de las flechas mortales, de terrores
nocturnos, de pestilencias oscuras, de mortandades diarias. Las calamidades
se manifiestan de día y de noche, lo cual es una manera simbólica de
representar la totalidad de la vida (vv. 5-6). Los ataques pueden ser mil o diez
mil (v. 7), que es una manera hebrea hiperbólica de indicar que la
misericordia divina no se detiene con el tiempo ni con la multitud de
problemas.
De acuerdo con el salmista, las personas de fe no se amilanan ante la
adversidad ni se detienen frente a los problemas. Aunque la destrucción y la
muerte le amenacen, el salmista afirma y celebra su confianza en el Señor,
pues sabe el final y conoce la recompensa de la gente impía y malvada.
Cuando la gente afirma y confía en el Dios Altísimo como su refugio (v. 9),
descubre la salud mental y disfruta de salud espiritual.
Las imágenes del bienestar, de acuerdo con el salmista, continúan, pues Dios
mismo envía a sus ángeles para que le guarde, le proteja y le evite tropezar en
la vida (vv. 11-12). Y esa certidumbre le permite enfrentar al león, al áspid, al
cachorro y al dragón, que son animales símbolo de mortandad y adversidad,
por el veneno que poseen y por la fortaleza que les caracteriza. La idea es de
confianza sin importar el peligro que enfrenten.
El salmo finaliza con una directa revelación divina (vv. 14-16). El Señor
recuerda algunas características fundamentales de la persona fiel. De acuerdo
con el poeta, la gente de fe «pone su amor en el Señor» (v. 14), «conoce el
nombre divino» (v. 15) y «le invoca» (v.15). Esas cualidades humanas mueven
la acción divina, que responde con liberación, honra, respuesta, presencia y
salvación. La referencia a la «larga vida» (v. 16) que afirma el salmista es una
manera de poner de manifiesto la vida plena, abundante y satisfactoria de los
creyentes.
Este tan popular salmo está cargado de simbolismos e implicaciones
contextuales. La multitud de imágenes en torno a Dios es reveladora de la
intensión teológica del poeta. El Señor se manifiesta como agente de seguridad
y confianza en medio de las penurias humanas, y se relaciona con las personas
de acuerdo con las vivencias y realidades individuales. En algunos casos, la
idea de protección de las aves es adecuada; en otras ocasiones, la crisis
demanda imágenes militares que también se revelan en este poema. El corazón
del mensaje es que el Dios bíblico se ocupa de su pueblo y responde al clamor
de los adoradores, aunque estén frente a la multitudde enemigos o crisis de la
vida.
El salmo es también importante, pues de acuerdo a los Evangelios, Satanás
lo citó de manera parcial y conveniente en la tentación de Jesús (Mt 4:6; Lc
4:10-11). Jesús responde con autoridad a la tentación y vence al enemigo,
debido a que conocía bien el resto del salmo y entendía que no se debe utilizar
a Dios como excusa para responder a nuestros caprichos y deseos egoístas. El
uso de los textos bíblicos como pretexto para presentar algunas ideas
personales, no es el camino adecuado para la comprensión y aplicación de la
voluntad de Dios.
En la época de Jesús, el Templo, que debía ser símbolo de seguridad y
fortaleza, según la tradición y teología de este salmo se había convertido en
mercado (Jn 2:6) y cueva de ladrones (Mt 21:13; Mr 11:17; Lc 19:46). Y ante
tal aberración, el Maestro respondió con autoridad a esa situación anómala de
la religión, y con autoridad le devolvió a la gente humilde y sencilla el
verdadero significado de la experiencia religiosa: En esencia, el Templo debe
ser casa de oración, centro de intimidad con el Eterno, espacio para el diálogo
íntimo con el Señor y lugar para la educación transformadora.
El-Olam
Uno de los nombres de Dios que pone de relieve su especial naturaleza divina
es El-Olam. Este nombre divino se traduce como Dios eterno, aunque también
puede entenderse como Señor de todos los tiempos y de todas las
generaciones.
Después de haber hecho el pacto en Berseba, Abimélec y Ficol, el jefe de su ejército,
volvieron al país de los filisteos. Abraham plantó un tamarisco en Berseba, y en ese lugar
invocó el nombre del Señor, el Dios eterno. Y se quedó en el país de los filisteos durante
mucho tiempo. (Génesis 21:32-34)
El propósito es transmitir las ideas amplias del principio y del final. El
concepto básico es afirmar la presencia y las actividades de un Dios que no
está cautivo en el tiempo. Esa deidad tiene la capacidad y voluntad de
intervenir en medio de las realidades humanas sin importar el tiempo. Con este
singular término se afirma el teológicamente importante concepto de la
eternidad de Dios. Esta designación afirma de forma categórica que el Señor
existe independientemente del tiempo, por esa razón es el Eterno.
En el canon bíblico nos encontramos por primera vez con esta percepción de
Dios en la narración del pacto entre Abraham y Abimélec (Gn 21:22-34). Este
importante evento, que se llevó a efecto en Berseba, tiene un contexto de
tensión y guerra. Abimélec, y el jefe de su ejército filisteo, Ficol, quieren
establecer una alianza de paz con el patriarca. Y en medio de los diálogos y
las negociaciones, Abraham invocó a Dios con el nombre de El-Olam, que se
traduce como Dios Eterno. Esa designación desea destacar el compromiso de
paz y amistad a largo plazo que hicieron Abraham y Abimélec.
Este sentido de eternidad divina no solo se revela en varias secciones de la
Biblia hebrea (Sal 90:4), sino también en la teología del Nuevo Testamento (2
P 3:8-9). En la Carta a los hebreos, el autor afirma que Dios ha hablado a la
humanidad desde tiempos inmemoriales a través de los profetas, pero que en
los días finales se comunica a través de su hijo, Jesús, a quien le dio autoridad
sobre todo lo creado (Heb 1:1-2). En esta tradición cristológica se afirma que
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Heb 13:8). Y por esa
singularidad divina, el Señor tiene el deseo, la capacidad y el poder de
brindarle salvación eterna a la humanidad (Heb 9:12).
El-Elohé-Israel
La designación de Dios como El-Elohé-Israel, que solo se incluye en una
ocasión en la Biblia, se ha entendido y traducido tradicionalmente como el
Dios Poderoso de Israel. Esa expresión es el nombre del altar que Jacob
erigió en las tierras que compró en los alrededores de Siquén (Gn 33:19-20).
El propósito era establecer un lugar seguro para adorar a Dios en las tierras
cananeas. Posteriormente, esa decisión fue beneficiosa en el proceso de la
conquista de la Tierra Prometida en los tiempos de Josué (Jos 24:23).
Cuando Jacob volvió de Padán Aram, llegó sano y salvo a la ciudad de Siquén, en Canaán,
y acampó frente a ella. Luego, por cien monedas de plata les compró una parcela a los hijos
de Jamor, el padre de Siquén, y allí instaló su carpa. También construyó un altar, y lo llamó
El Elohé Israel. (Génesis 33:18-20)
Este singular nombre contiene tres elementos de importancia para
comprender el sentido amplio de su significado. En primer lugar, tiene el
nombre El, que alude al Dios de Israel, aunque la expresión puede provenir
del panteón cananeo. Incluye el elemento Elohé, que es también una referencia
a Dios, pero con una cláusula final que le añade un elemento posesivo, que
significa «de Dios o que pertenece a Dios». Y, por último, incorpora la
referencia al pueblo de Israel. De esta forma, la expresión puede entenderse
como que El (Dios) es el Dios de Israel.
En el contexto amplio de la narración bíblica, la expresión puede ser una
manera teológica de indicar que el Dios de Israel era el Señor de todas esas
tierras. Esa declaración no solo es teológica, sino que representa una
conquista territorial. Pone claramente de manifiesto que el Dios de Israel es el
Señor de ese altar que Jacob construyó. De seguro que es una manera
teológica para afirmar el poder del Dios de Israel sobre esas tierras cananeas.
CAPÍTULO
2
YAHVÉ, JEHOVÁ, EL SEÑOR
Un día en que Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro, su suegro, que era
sacerdote de Madián, llevó las ovejas hasta el otro extremo del desierto y
llegó a Horeb, la montaña de Dios. Estando allí, el ángel del SEÑOR se le
apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza
estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: «¡Qué
increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza».
Cuando el SEÑOR vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la
zarza:
—¡Moisés, Moisés!
—Aquí me tienes —respondió.
—No te acerques más —le dijo Dios—. Quítate las sandalias, porque estás
pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob.
Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios.
Pero el SEÑOR siguió diciendo:
—Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he
escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que
he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese
país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la
leche y la miel. Me refiero al país de los cananeos, hititas, amorreos,
ferezeos, heveos y jebuseos. Han llegado a mis oídos los gritos desesperados
de los israelitas, y he visto también cómo los oprimen los egipcios. Así que
disponte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a los
israelitas, que son mi pueblo.
Pero Moisés le dijo a Dios:
—¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los
israelitas?
—Yo estaré contigo —le respondió Dios—. Y te voy a dar una señal de que
soy yo quien te envía: Cuando hayas sacado de Egipto a mi pueblo, todos
ustedes me rendirán culto en esta montaña.
Pero Moisés insistió:
—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de
sus antepasados me ha enviado a ustedes”. ¿Qué les respondo si me
preguntan: “¿Y cómo se llama?”?
—Yo soy el que soy —respondió Dios a Moisés—. Y esto es lo que tienes que
decirles a los israelitas: “Yo soy me ha enviado a ustedes”.
Éxodo 3:1-14
Dios llama a Moisés
La narración del llamamiento de Moisés (Éx 3:1—4:17) es de fundamental
importancia en la historia del pueblo hebreo y está cargada de simbolismos e
implicaciones teológicas. El contexto general es el cautiverio de los israelitas
en Egipto bajo el liderazgo del faraón. Además, es muy importante notar en
estos relatos que, en medio de este contexto amplio de cautiverio y penurias,
el pueblo clamó a Dios. De acuerdo con el texto bíblico (Éx 2:24-25), el
Señor escuchó el clamor del pueblo, reconoció las angustias quevivían bajo
la administración cautivante del faraón y decidió intervenir de forma
liberadora.
El Dios bíblico, sin que el pueblo se percatara, recordó el pacto que hizo
con Abraham, Isaac y Jacob (Éx 2:24-25), y tuvo misericordia de los
israelitas. El contexto amplio de la revelación divina a Moisés en medio de la
zarza ardiente es la manifestación de un Dios que reconoció la condición de
esclavitud que experimentaban los israelitas en medio de una sociedad injusta
y opresora. Entonces, como respuesta a esas dinámicas sociales, políticas,
económicas y espirituales, el Dios de los patriarcas y de las matriarcas de
Israel tomó en consideración sus promesas antiguas y decidió intervenir de
manera liberadora.
Al leer estos relatos, es de singular importancia el uso del verbo hebreo
traducido por «miró» (Éx 2:25a), que más que una observación física
superficial, revela la evaluación profunda de la condición del pueblo. La
expresión transmite las ideas que el Dios bíblico revisó los orígenes
históricos, culturales y políticos del cautiverio en Egipto, y decidió finalizar
con esa condición de subyugación. En este episodio de la historia del pueblo
de Dios en las Sagradas Escrituras, se revela cómo el Señor analiza en
profundidad las necesidades de los israelitas para responder de forma
pertinente y contextual.
El llamamiento de Moisés (Éx 3:1—4:17) se ubica en un doble contexto. Por
un lado, está el faraón que representa la opresión y el cautiverio; y por el otro,
se manifiesta un Dios que rechaza la esclavitud y decide intervenir en la
historia para liberar a su pueblo. Como parte de esa doble realidad de
cautiverio y liberación, se ubica el relato que presenta los detalles del
encuentro de Moisés con el Dios que se le revela en medio de un arbusto que
arde sin consumirse en fuego (Éx 3:1-10).
Moisés llevaba cuarenta años de pastor (Hch 7:30) cuando Dios se le
manifiesta en el desierto. Apacentaba las ovejas de su suegro, Jetro, que
significa «excelencia». Previamente el suegro se conocía como Reuel, que se
entendía como «amigo de Dios». Esos detalles familiares ubican la vida de
Moisés en medio de un buen ambiente y al amparo de la amistad divina.
La dualidad de nombres en la misma persona se explica de varias formas.
Algunos estudiosos piensan que Jetro era el nombre personal y que Reuel era
una especie de distinción o título honorífico. Para otros, sin embargo, se trata
de dos nombres de la misma persona. Incluso, otros eruditos opinan que tenía
más de un suegro, lo cual era una realidad cultural de la época. Quizá Reuel
fuera el patriarca del clan a quien identificaban como padre, en términos
familiares, y Jetro era el padre biológico inmediato, descendiente del
patriarca.
El llamado de Moisés (Éx 3:1—4:17) está lleno de detalles históricos,
geográficos y teológicos. Incluye la directa revelación divina a Moisés (Éx
1:6), presenta la afirmación del propósito divino para los israelitas (Éx 3:7-
10), reitera el acompañamiento del Señor (Éx 3:11-22), presenta la revelación
del nombre de Dios, e incorpora las objeciones humanas y las respuestas
divinas (Éx 3:11—4.17). La narración está llena de dinamismo e intriga y, en
efecto, pone de relieve la precaria humanidad de Moisés y la extraordinaria
naturaleza divina.
La revelación de Dios
La manifestación especial del Señor se ubica geográficamente en la llamada
«montaña de Dios», ubicada en medio de la región conocida como Horeb, al
extremo del desierto, que también se identifica como Sinaí (Éx 19:11, 18-20;
33:6; 34:2). El relato destaca el entorno familiar y geográfico de Moisés, con
relación a su suegro, que era sacerdote en Madián; la narración bíblica
también afirma que era pastor. Y en medio de esas realidades sociales,
culturales, geográficas y familiares, se aparece el ángel del Señor (Éx 3:2) en
una zarza ardiente en medio de llamas de fuego.
El reconocimiento del lugar como «montaña de Dios» pone de relieve la
naturaleza de la revelación y destaca que Moisés estaba en un lugar separado
por el Señor para llevar a efecto revelaciones especiales. Con el tiempo, el
lugar sería el escenario de revelaciones divinas ulteriores, que incluyen los
Diez Mandamientos, y el diálogo íntimo entre Moisés y el Señor (Éx 20). Para
los israelitas, ¡el Sinaí se convirtió en el monte de Dios por excelencia!
De la lectura del relato se desprende que Dios estaba muy preocupado por la
vida de los israelitas en Egipto, en especial por sus realidades físicas,
sociales, económicas y espirituales. El cautiverio del faraón no solo afectaba
de manera adversa las vivencias del pueblo, sino que ofendía la naturaleza
santa y liberadora de Dios. El fuego (que representa una especial revelación
divina) y la zarza son el marco de referencia físico para destacar que el Dios
bíblico se preocupa por su pueblo y que rechaza los cautiverios de cualquier
naturaleza. La divinidad que se revela en Horeb, además, tiene la capacidad y
el deseo de escuchar el clamor del pueblo, ver el dolor de la comunidad, e
intervenir de manera extraordinaria para finalizar con las realidades de
opresión.
Moisés cumplía con sus responsabilidades pastoriles cuando lo sorprendió
de repente la revelación de Dios. Luego de años en Egipto, Moisés vivía en
Madián, donde había descubierto su nueva realidad de vida bajo la tutela de
su suegro, que era sacerdote. El trabajo de pastor debe haberle enseñado a
Moisés las virtudes relacionadas con la paciencia, el descanso, la calma, el
sosiego y la contemplación; además, le fue posible conocer la geografía de la
región y le ayudó a comprender la vida del desierto. Ese ambiente de soledad
también le permitió pensar en la historia, los sufrimientos y las angustias de su
pueblo bajo la autoridad del faraón. Asimismo, la paciencia, el conocimiento
y las reflexiones lo prepararon de manera adecuada para regresar en el
momento oportuno a Egipto y organizar la salida liberadora de los israelitas a
la Tierra Prometida.
En medio de las dinámicas diarias del desierto, se le apareció el ángel del
Señor a Moisés en una zarza, que estaba en llamas, pero que el arbusto no se
consumía. Entonces, motivado por la intriga, el asombro y la curiosidad,
decidió revisar e investigar el origen del fenómeno.
Se trataba de una teofanía, una revelación extraordinaria de Dios. El ángel
en la zarza es símbolo de la presencia de Dios. El fuego, en las tradiciones
bíblicas, representa la luz y el poder, pues consume las impurezas y propicia
la purificación. En las Sagradas Escrituras se presenta con regularidad el
fuego como prototipo de la presencia y la autoridad divinas (por ejemplo, Gn
15:17; Éx 13:21; 14:20; 19:18; Dt 4:24; 9:3; Hch 2:3; Heb 12:29).
De singular importancia lingüística y teológica es que la palabra zarza en
hebreo (seneh) se pronuncia de manera similar a la expresión Sinaí. La
similitud no es casual, pues la narración bíblica desea destacar que la
revelación inicial de Dios en medio de la zarza prepara el camino para la
posterior manifestación extraordinaria en el monte Sinaí. En las narraciones
del Pentateuco se indica que el Señor moraba en la zarza (Dt 33:16), y que se
reveló de manera extraordinaria en el monte Sinaí (Éx 19:1—20:17).
Llamamiento de Moisés
La reacción de Moisés ante la visión de la zarza ardiente fue tanto de asombro
como de curiosidad. Deseaba comprender qué originaba ese fenómeno físico.
Lo que de veras sucedió en la revelación de la zarza es difícil de explicar de
forma física, aunque no son inusuales las combustiones espontáneas en algunas
plantas por las altas temperaturas de los desiertos egipcios y árabes. Para
algunos estudiosos, sin embargo, fue una visión generada por el resplandor
que producen los rayos del sol en algunos arbustos en pleno otoño. Otros
académicos hablan de una experiencia psicológica e interior, en la cual
Moisés recibió esta encomienda divina. Aparte de la explicación del
fenómeno, las implicaciones teológicas de la narración son muy importantes.
La finalidad de la revelación, sin embargo, no está orientada

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