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Blastomicosis Ricardo Negroni La blastomicosis es una infección fúngica sistémica, endémica, producida por el hongo dimorfo Blastomyces dermatitidis. Presenta una distribución geográfica restringida, con áreas endémicas en Norteamérica, África y el subcontinente indio. La infección se adquiere por la inhalación de conidias de la forma micelial, la que se desarrolla en los suelos, de preferencia aquellos que se encuentran alrededor de corrientes de agua. Produce un amplio espectro de manifestaciones clínicas que van desde formas respiratorias leves y autolimitadas hasta procesos graves, diseminados y fatales. Fuera del pulmón, se destacan por su frecuencia las lesiones cutáneas y óseas. Histológicamente se caracteriza por la producción de un granuloma mixto, supurativo en el centro y epitelioide con células gigantes en la parte periférica.[1-3] Microbiología La forma micelial de Blastomyces dermatitidis se desarrolla en su hábitat natural en los suelos, especialmente cuando estos se encuentran cercanos a fuentes de agua, y también en los medios de cultivo no enriquecidos, como el agar-glucosado de Sabouraud, incubados a 25ºC. Macroscópicamente produce colonias circulares, de micelio aéreo velloso, de color blanco o blanco- grisáceo, a veces con zonas concéntricas, en forma de anillos, con diferentes alturas de micelio y diversas tonalidades de blanco, el reverso es incoloro.[2] Microscópicamente, se observa un micelio fino, ramificado, tabicado, hialino, con esporóforos no ramificados, que producen una conidia única, globulosa o periforme, hialina, de paredes lisas, de 3 µm a 6 µm de diámetro (figura 187-1).[1] [2] En los medios enriquecidos, como el agar infusión de cerebro y corazón con 5% de sangre, incubados a 37ºC, produce la forma de levadura. Esta se desarrolla más rápidamente, en menos de una semana y produce colonias pastosas, plegadas, sin micelio aéreo y de color crema. Microscópicamente, se observan elementos levaduriformes, con pared celular gruesa, refringente, de doble contorno, con un solo brote, de un tamaño casi igual al de la célula madre y unido a esta por un ancho pedículo, entre ambas se ve un tabique transversal (figura 187-2). El citoplasma suele presentar gotas de lípidos. Por medio de la microscopía electrónica de transmisión puede comprobarse que estas levaduras son multinucleadas, con dos a cuatro núcleos cada una.[2] [4] Figura 187-1. Examen microscópico de un cultivo de B. dermatitidis desarrollado a 28º C, que muestra el micelio vegetativo y aleurioconidias características. Figura 187-2. Examen microscópico de un cultivo de B. dermatitidis en agar sangre a 37º C. Obsérvese la comunicación ancha entre la blastoconidia y la célula madre. La fase teleomorfa (sexuada) Ajellomyces dermatitidis puede producirse por unión heterotálica de dos cepas compatibles; origina un gimnotecio (cleistotecio con paredes peridiales flojas), de 200 µm a 250 µm de diámetro, con hifas espirales muy desarrolladas en la periferia; en el interior muestra ascos globulosos, con ocho ascosporos elípticos.[2] No existen pruebas bioquímicas que permitan el reconocimiento de este hongo. Existen dos serotipos de Blastomyces dermatitidis, uno antígeno A positivo, denominado serotipo 1, y otro antígeno A negativo, serotipo 2; las cepas africanas pertenecen a este último serotipo. Además, las cepas aisladas en África presentan conidias rugosas en la fase micelial, y cuando se produce la unión sexual entre cepas americanas y africanas se originan cleistotecios sin ascos. Por esta razón se especula que puede ser una especie diferente pero muy relacionada.[3] [5] [6] Patogénesis e inmunidad Las conidias son los elementos infectantes que penetran por vía inhalatoria y, si consiguen eludir las defensas inespecíficas del aparato respiratorio como las cilias y las secreciones, llegan al alvéolo pulmonar. En los estadios iniciales la inmunidad innata puede limitar la infección, los neutrófilos son capaces de fagocitar y destruir conidias y los macrófagos pueden impedir la transformación de conidias en levaduras.[3-5] Cuando las conidias penetran en las células alveolares y se transforman en elementos levaduriformes que inician su reproducción por gemación la inmunidad innata ya no es capaz de controlar la progresión del proceso infeccioso, pero puede influir en la evolución del mismo por medio de las células presentadoras de antígenos que sensibilizan a los linfocitos T CD4 positivos.[3] [4] Durante los estadios iniciales el proceso inflamatorio consiste en polimorfonucleares neutrófilos, que son incapaces de fagocitar las levaduras de B. dermatitidis y de controlar la infección. Se constituye de esta forma una neumonitis y luego el proceso se propaga a los ganglios hiliares y mediastinales. Más tarde comienzan a acudir al foco macrófagos no activados que producen una respuesta inflamatoria mal organizada. Durante este lapso es posible que se produzcan fungemias transitorias, de cualquier forma estas serían menos frecuentes que en la histoplasmosis.[2] Hacia la segunda o tercera semanas de la infección se instaura la inmunidad mediada por células específicas que, tal como sucede en otras micosis, activa el circuito linfocito T ayudador-macrófago, por medio de una respuesta de citocinas con predominio de las del tipo Th1, que producen IL-12 e interferón-g y la consiguiente activación de los macrófagos. Estos se tornan aptos para fagocitar y lisar las levaduras de B. dermatitidis y producen granulomas epitelioides compactos, con células gigantes, que limitan y controlan la infección.[1] [3-5] En esta micosis siempre persisten los infiltrados de polimorfonucleares neutrófilos, con el característico granuloma mixto, supurativo en el centro y epitelioide en la periferia, rodeado por un manto linfoplasmocitario. Las lesiones cutáneas son muy frecuentes en esta micosis, casi siempre secundarias a la diseminación hematógena de la infección y es común que el examen histopatológico muestre hiperplasia seudoepiteliomatosa de la epidermis, con hiperqueratosis e hiperacantosis, microabscesos intraepidérmicos y eliminación transepitelial del proceso inflamatorio.[4] El antígeno dominante, que regula la respuesta inmune, es una glicoproteína de 120 kDa, ubicada en la superficie de la célula fúngica, llamada WI1.[4] Esta glicoproteína tiene la capacidad de adherirse a las células del huésped, al factor de crecimiento epitelial e iniciar el proceso infeccioso por medio de la integrina y los receptores de células macrofágicas CR3 y CD14, así como a células no macrofágicas. La proteína de adherencia se denomina BAD1 y es básicamente igual a la WI1, constituyen así un complejo WI1/BAD1, que es un factor de virulencia del hongo y un regulador de la respuesta inmune, deprimiendo la producción de citocinas de tipo Th1.[3] También se ha comprobado que las cepas deficientes en estas proteínas no son menos virulentas, pero pueden ser protectoras, por esa razón son candidatas para la producción de vacunas.[3] El 1,3 alfa-glucano actúa también como un factor de virulencia, por su interacción con la proteína WI1.[4] La diseminación y progresión de la enfermedad pueden producirse inmediatamente después de la infección primaria o tras un período de latencia de meses o años. Los órganos más atacados son la piel, los huesos y articulaciones y los genitales internos masculinos. En las formas de evolución aguda o subaguda, asociadas a inmunodeficiencias graves, se produce el ataque al sistema nervioso central en un 40% de los casos. Este ocasiona meningitis con líquido cefalorraquídeo (LCR) claro y pleocitosis linfocitaria o granulomas abscedados.Se desconoce el valor protector de los anticuerpos específicos, de los tipos IgM e IgG, que se producen durante la forma progresiva de la micosis.[2] [3] A partir de la tercera semana de la infección se registra una hipersensibilidad mediada por células frente a los antígenos de B. dermatitidis, la que se pone en evidencia por las pruebas de transformación linfoblástica in vitro y, en cierta forma, por la intradermorreacción con blastomicina, un reactivo preparado en algunos laboratorios de referencia. Esta prueba es poco específica, ya que tiene intensas reacciones cruzadas con los antígenos de H. capsulatum y, en Norteamérica, gran parte de las zonas endémicas de ambas micosis son compartidas. [1-3] Epidemiología Durante los primeros años del estudio de la epidemiología de la blastomicosis, el avance de los conocimientos fue muy lento. Se carece en esta afección de pruebas cutáneas y serológicas confiables que permitan el diagnóstico de la infección subclínica, como sí acontece en la histoplasmosis y la coccidioidomicosis. Por otra parte, el aislamiento de B. dermatitidis de fuentes naturales fue muy difícil. Por estas dos razones la distribución geográfica de la blastomicosis se estableció con base en la denuncia y publicación de casos clínicos autóctonos.[3] [4] Las epidemias, observadas en los Estados Unidos (Big Fork, Minnesota, 1972 y Eagle River, Wisconsin, en 1984), aportaron nuevos conocimientos acerca de la primoinfección de esta micosis y el hábitat de su agente causal. Desde el primer aislamiento de B. dermatitidis del suelo, en 1961, en una finca de tabaco, todos los siguientes se han relacionado con lugares sombríos, muy húmedos, con suelos ricos en sustancias orgánicas (excrementos de animales o desechos vegetales), de pH ácidos y cercanos a cursos de agua dulce (ríos o lagos) y bosques.[1] [2] En la epidemia de 1984, las cuevas de castores y los embalses que estos construyen demostraron ser de gran importancia.[7] [8] La infección natural se produce con frecuencia en el perro y es menos común en otras especies animales. La blastomicosis canina es muy conocida por los veterinarios de las zonas endémicas y puede servir de centinela para las infecciones humanas.[3] Habitualmente no hay transmisión de la blastomicosis de persona a persona o de los animales al ser humano. Sin embargo, ha habido casos excepcionales de posible transmisión sexual y placentaria entre personas y de animales al hombre por mordedura canina.[3] [9] La puerta de entrada de la infección es la inhalatoria, mediante las conidias de la forma micelial que llegan hasta el alvéolo pulmonar. Ha habido un número reducido de casos de primoinfección cutánea, en accidentes de trabajo, entre los laboratoristas, anatomopatólogos y veterinarios. En estas circunstancias se produjo un síndrome chancriforme (chancro de inoculación y linfangitis nodular ascendente) que curó espontáneamente en tres a cuatro semanas.[1] [2] Los brotes microepidémicos se deben a la exposición simultánea de un grupo de personas a una fuente masiva de infección en el medio ambiente; la mayor parte de los brotes registrados en los Estados Unidos se produjeron a orillas de ríos o lagos.[7] [8] El mayor brote afectó a 95 estudiantes del norte de Wisconsin que acamparon cerca de un dique hecho por los castores y lo exploraron. Recientemente la introducción de un sistema de información geográfica permite detectar más fácilmente los lugares en donde puede encontrarse el agente causal de esta micosis.[3] El mayor número de casos clínicos se observa en adultos de la cuarta o quinta décadas de la vida y en el sexo masculino; la relación hombre/mujer de los casos de infección progresiva es 4:1 a 15:1, casi todos presentan antecedentes de desarrollar actividades laborales o recreativas al aire libre, en contacto con las presuntas fuentes de infección. Los casos norteamericanos se producen al este del meridiano 100º, en la zona de los grandes lagos y el río San Lorenzo de Canadá y Estados Unidos, a lo largo de los ríos Mississippi, Missouri y Ohio y en los estados de la Costa Este excepto Florida.[3] [7] [8] Los casos africanos son escasos y están esparcidos en el continente, el mayor número se ha originado en Sudáfrica y Zimbabue. También se ha descrito infección autóctona en la India.[2] Se demostró la existencia de una zona hiperendémica de blastomicosis en Eagle River estado de Wisconsin y áreas vecinas de Canadá, donde la incidencia llega a 41,9 por 100.000 habitantes. Hay mayor número de casos clínicos entre los afroamericanos y la población aborigen de Canadá.[3] [9] Es infrecuente la asociación de blastomicosis con enfermedades o tratamientos que alteran la inmunidad mediada por células; sin embargo, cuando ocurre agrava el curso de la micosis, son casos más graves, de evolución aguda y la tasa de mortalidad es más elevada. Esto se ha observado en enfermos VIH-positivos, pacientes que recibían tratamientos con corticosteroides y receptores de trasplantes de órganos. También el embarazo aumenta el riesgo de presentar formas más graves de blastomicosis y puede haber transmisión placentaria de la micosis.[10-12] Manifestaciones clínicas Enfermedad pulmonar La primoinfección pulmonar moderadamente grave suele cursar como una neumonía bacteriana. Es de comienzo brusco y presenta fiebre elevada, puntada de costado, tos, expectoración mucopurulenta, a veces hemoptoica, y disnea. La radiografía de pulmón muestra habitualmente una condensación lobar, sin derrame pleural. Este cuadro se presenta, por lo general, en los brotes epidémicos y evoluciona hacia la resolución espontánea, muchas veces atribuida, por error, a la acción de antibióticos antibacterianos.[3-5] En los casos esporádicos, la infección pulmonar primaria cursa en forma más gradual, con astenia, anorexia, pérdida de peso, febrícula vespertina, tos, expectoración mucopurulenta y hemoptisis, simulando una tuberculosis o un cáncer de pulmón.[3] Radiológicamente se observan infiltrados difusos o nodulares y adenomegalias hiliares. Es infrecuente que haya cavidades pulmonares y son muy raros los derrames pleurales, pero cuando se producen, no dominan el cuadro clínico. La imagen radiológica más frecuente es un infiltrado difuso y denso, que afecta el segmento apical y posterior del lóbulo inferior del pulmón derecho y se acompaña de adenomegalias hiliares, simulando un cáncer broncopulmonar.[1] En pocas oportunidades la neumonía inicial de la blastomicosis tiene un curso agudo y grave, llega a producir un síndrome de dificultad respiratoria del adulto (distress) y radiológicamente presenta lesiones bilaterales, diseminadas, intersticiales o alveolares, nodulillares o difusas. Este cuadro clínico tiene una tasa de mortalidad que varía del 50% al 89% a pesar del tratamiento (figura 187-3).[3-5] Figura 187-3. Lesiones pulmonares bilaterales, en forma de infiltrados micronodulillares, en una blastomicosis diseminada grave. En los exámenes de laboratorio se comprueban aceleración de la eritrosedimentación y leucocitosis neutrófila con desviación a la izquierda de la serie granulocítica. Enfermedad extrapulmonar Las lesiones cutáneas pueden aparecer en el 60% de los pacientes cuya afectación pulmonar se resolvió espontáneamente. Al comienzo se producen pápulas, tubérculos o nódulos, que evolucionan hacia pústulas, úlceras o gomas. El fondo de las úlceras se hace vegetante y de aspecto verrugoso. Las lesiones más frecuentes son placas cutáneas de bordes elevados, con pápulas, pústulas y costras, de aspecto vegetante y papilomatoso en la parte periférica y con centro plano, con tendencia ala cicatrización fibrosa (figuras 187-4 y 187-5). Por su aspecto clínico pueden confundirse con el pioderma gangrenoso. A diferencia de las lesiones de primoinfección, estas no se acompañan de adenopatías satélites. Pueden observarse también lesiones cutáneas similares a las producidas por el queratoacantoma y los condilomas acuminados.[4] Figura 187-4. Lesiones centrofaciales, destructivas y ulcerovegetantes con aspecto papilomatoso en un paciente con blastomicosis diseminada crónica. Cortesía del doctor Donald L. Greer, Lousiana State University, New Orleans, LA, USA. Figura 187-5. Lesiones cutáneas de blastomicosis: placa cutánea vegetante. Cortesía del doctor Donald L. Greer, Lousiana State University, New Orleans, LA, USA. Las lesiones óseas afectan más comúnmente los cuerpos vertebrales y las costillas, producen dolor, impotencia funcional y tumefacción de los tejidos blandos vecinos. Finalmente se forman abscesos y fístulas que drenan hacia el exterior. Radiológicamente predominan las imágenes osteolíticas. Las artritis más frecuentes afectan las rodillas u otras articulaciones de los miembros y producen derrame articular purulento.[1-3] Los genitales internos masculinos son atacados con frecuencia y la infección origina prostatitis y orquiepididimitis granulomatosas y supurativas de evolución crónica. La meningoencefalitis por B. dermatitidis es infrecuente, se produce en los casos más graves, como en otras micosis, es de evolución subaguda o crónica, cursa con pleocitosis linfocitaria y ataca los núcleos de la base del encéfalo.[3] [13] Este cuadro clínico, unido a procesos pulmonares de evolución rápida con infiltrados intersticiales diseminados micronodulillares, suele presentarse en los pacientes con inmunodeficiencias graves (sida, tratamientos con corticosteroides, receptores de trasplantes de órganos). En los pacientes VIH- positivos con recuentos de células CD4 por debajo de 200/µL, la afección tiene un curso grave con lesiones pulmonares diseminadas de tipo retículo-nodulillar, puede generar un síndrome de insuficiencia respiratoria aguda y afectación del sistema nervioso central (SNC) en el 40% de estos casos.[10-13] Otras localizaciones observadas con menor frecuencia son adenomegalias, a veces con tendencia a la supuración, hepatomegalia, esplenomegalia, raras veces con absceso esplénico, endoftalmitis y laringitis granulomatosa similar a la producida por la histoplasmosis. En las embarazadas la blastomicosis puede ser más grave, debido a la leve inmunodeficiencia fisiológica que se produce, especialmente en el último trimestre; se han observado pocos casos de trasmisión placentaria de esta micosis.[11] Por lo general la blastomicosis diseminada o pulmonar crónica responde bien al tratamiento antifúngico y las recidivas son infrecuentes, salvo en los casos de enfermos inmunocomprometidos En los pacientes con sida las recidivas posterapéuticas son tan comunes que han obligado a recomendar el uso sistemático de la profilaxis secundaria con itraconazol, que se aplica hasta que el paciente recupere la capacidad inmunitaria como consecuencia del tratamiento antirretroviral. Diagnóstico El examen microscópico directo de las secreciones broncopulmonares o del pus de las lesiones, entre portaobjetos y cubreobjetos, con una gota de solución de hidróxido de potasio al 10%, permite la observación de las levaduras típicas de B. dermatitidis en aproximadamente el 80% de los casos confirmados por cultivos. El examen microscópico puede hacerse además con blanco calcoflúor y microscopía de epifluorescencia o mediante el uso de un conjugado específico de anticuerpos monoclonales contra B. dermatitidis, unidos a isotiocianato de fluoresceína, para inmunofluorescencia directa. Los preparados histopatológicos teñidos con hematoxilina-eosina (figura 187-6) de las biopsias también permiten la observación de B. dermatitidis, su sensibilidad puede ser incrementada con el empleo de la técnica de tinción PAS (por la sigla en inglés de periodic acid Schiff) y la metenamina de plata de Grocott; la inmunofluorescencia directa también se puede aplicar a cortes histopatológicos. Las técnicas de inclusión de esputo y citología con tinción de Papanicolaou, empleadas habitualmente para la detección de células neoplásicas, permiten observar las levaduras de B. dermatitidis, lo que facilita el diagnóstico de numerosos casos pulmonares confundidos con neoplasias.[3] [4] [6] [14] Figura 187-6. Histopatología de blastomicosis: reacción granulomatosa y supurativa, en cuyo centro se observan elementos de la fase levaduriforme de B. dermatitidis. Tinción de hematoxilina-eosina, 40X. Los cultivos deben efectuarse en agar-glucosado de Sabouraud y en agar infusión de cerebro y corazón con 5% de sangre; a ambos medios se les adicionan antibióticos antibacterianos y se los incuba a 25ºC y 37ºC, respectivamente. Las colonias miceliales se pueden identificar después de tres a cuatro semanas de incubación y las levaduriformes en cinco a siete días. El diagnóstico de certeza se obtiene mediante la demostración de ambas formas del hongo, pero hay métodos más rápidos como la demostración de exoantígenos, mediante reacciones de inmunodifusión con un antisuero patrón y un antígeno de control; por medio de la inmunofluorescencia directa, usando un conjugado específico o aplicando pruebas de biología molecular, que permiten la identificación del ADN fúngico por quimioluminiscencia. Esta última es la que se emplea con mayor frecuencia en la actualidad.[3] [14] [15] El diagnóstico serológico es menos útil en la blastomicosis de lo que es en la histoplasmosis y la coccidioidomicosis. Las reacciones serológicas tradicionales como la inmunodifusión y la fijación de complemento han dado resultados muy pobres en esta enfermedad. La técnica de ensayo inmunoenzimático (ELISA), empleando como antígeno la proteína A, presenta una sensibilidad de 83%, pero tiene una frecuencia elevada de reacciones cruzadas con H. capsulatum lo que limita su utilidad. Recientemente se comprobó que usando como antígeno la proteína WI1/BAD1, que se diferencia de la proteína A en que no contiene carbohidratos, disminuyen mucho las reacciones cruzadas con H. capsulatum.[3] [4] [14] [15] También se ha estudiado la utilidad del antígeno WI en radioinmunoensayo que demostró sensibilidad de 83% con especificidad de 95%. Se utilizan técnicas de ELISA para detectar antígenos de B. dermatitidis en suero y otros fluidos orgánicos, mediante procedimientos de doble sándwich no competitivo y de inhibición competitiva de la adherencia; ambas técnicas presentan el inconveniente de las reacciones cruzadas con la histoplasmosis, pero son extremadamente sensibles y sirven además para controlar la evolución de la enfermedad, porque sus títulos descienden cuando mejora la afección.[3] La intradermorreacción con blastomicina (antígeno no purificado) ha demostrado tener algún valor para la detección de brotes epidémicos. Presenta, sin embargo, el inconveniente de poseer antígenos comunes con la histoplasmina y, como ya señalamos, ambas micosis ocupan en los Estados Unidos una extensa área endémica común. En general es poco utilizada. Lo mismo puede decirse de las pruebas de transformación linfoblástica in vitro frente a este antígeno, que solo han sido ensayadas en los brotes epidémicos.[4] Tratamiento La mayoría de las neumonías primarias por blastomicosis curan espontáneamente o solo requieren medidas sintomáticas. En aquellos casos con sintomatología más acentuada puede indicarse en la actualidad algún compuesto azólico: tanto el ketoconazol como elitraconazol han demostrado una apreciable eficacia en esta micosis. Sin embargo, este último es más activo y menos tóxico, por lo que el ketoconazol ha caído en desuso.[3] [4] [16] El itraconazol es el medicamento de elección en todas las formas crónicas progresivas, tanto pulmonares como extrapulmonares, exceptuando las meningitis. La dosis diaria es de 400 mg y el lapso de tratamiento es de seis meses; las recaídas son infrecuentes, salvo en los pacientes con inmunocompromiso grave. El índice de respuestas favorables al tratamiento con itraconazol es del 95% y las dosis superiores a los 400 mg diarios no mejoran la eficacia de los tratamientos. Debe tenerse en cuenta que este fármaco presenta numerosas interacciones con otros medicamentos y que la absorción de las cápsulas puede alterarse por mucositis, hipoquilia gástrica o la administración de inhibidores de la bomba de protones. La administración conjunta de bebidas ácidas, como los jugos cítricos y las colas, mejora los niveles sanguíneos. También cabe señalar que la estabilización del área bajo la curva se obtiene solo a las dos semanas de iniciado el tratamiento.[3] [4] [16] [17] De los azólicos nuevos, el voriconazol presenta propiedades que lo hacen interesante para el tratamiento de la blastomicosis en algunas localizaciones como en el SNC. Penetra bien la barrera hematoencefálica y ha sido ensayado con éxito en algunos casos de neuroblastomicosis; sin embargo, como el itraconazol, presenta el problema de la absorción errática en algunos pacientes y la interacción con otros medicamentos. En las guías de tratamiento se continúa proponiendo la anfotericina B como el medicamento de elección en estos casos.[3] La anfotericina B intravenosa se reserva para una minoría de pacientes que presentan formas pulmonares graves y extensas, con síndrome de dificultad respiratoria del adulto, para el tratamiento de las meningitis y en los casos asociados a inmunodepresión grave. En algunos enfermos se utiliza un tratamiento secuencial: se inicia con anfotericina B intravenosa hasta completar una dosis total de 500 a 1.000 mg y, cuando el estado general del enfermo mejora, se continúa con itraconazol a razón de 400 mg/día durante seis meses.[1-3] El fluconazol es menos activo frente a la blastomicosis, pero puede ser eficaz a altas dosis, 600 a 800 mg/día; aun cuando se requiere mayor experiencia, su empleo sería atractivo en el tratamiento de las meningitis.[3] [13] [14] [16] [17] La anfotericina B asociada a lípidos se indica en los pacientes muy graves, con afectación pulmonar muy extensa y cuando hay compromiso del SNC. Su costo es muy elevado.[14] [16] [17] En los pacientes con blastomicosis asociada a causas de inmunodepresión, suele indicarse el tratamiento secuencial, con anfotericina B intravenosa, seguida de itraconazol durante un año. Debe recordarse que la nefrotoxicidad de la anfotericina B puede potenciarse con la ciclosporina A, lo que dificulta la tolerancia del tratamiento y que la medicación antiblástica disminuye la absorción del itraconazol en cápsulas. Este último problema ha sido en gran parte superado con la solución oral de itraconazol que tiene una absorción más regular, incluso en pacientes que reciben quimioterapia para leucemias agudas y su biodisponibilidad es mayor.[4] [16] [17] BIBLIOGRAFÍA 1. Davies S, Sarosi GA. Blastomycosis. In: Sarosi, GA, Davies SF, editors. Fungal Infections of the Lung. Philadelphia: Lippincott, Williams & Wilking; 2000.p. 47-58. 2. Di Salvo A. Blastomyces dermatitidis. In: Ajello L, Hay R, editors. Topley and Wilson’s Microbiology and Microbial. Infections. Sydney, Auckland: Arnold, London,; 1998.p. 337-55. 3. McKinnell JA, Pappas P. Blastomycosis: New insights into diagnosis, prevention, and treatment. Clin Chest Med. 2009; 30(2): 227- 39, v. 4. 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